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El miedo es una de las emociones humanas

más primitivas que existen, debido a que


está orientado a la supervivencia del
individuo, es decir, es una respuesta
natural a un desafío.

Se trata de un mecanismo de defensa que


genera el propio cuerpo ante situaciones
de peligro inminente.

En efecto, el miedo nos alerta ante la


presencia de riesgos que atentan contra
nuestra vida: un perro de aspecto
amenazador, el campo abierto durante la
noche, un sonido que no sabemos de
dónde proviene, un auto que se acerca a
toda velocidad.
Los miedos son algo bastante subjetivo y dependerán de cada persona en particular.

El miedo: respuesta bioquímica y emocional


Dado que se trata de una respuesta natural, innata al ser humano, no existe persona que
no tenga algún miedo. Generado por alguna situación particular, inducido por la palabra
de alguien o por una película, concebido desde nuestra propia imaginación: el miedo es
una reacción a algo desconocido o que puede amenazarnos.

En la actualidad, la psicología y la neurología han clasificado el concepto en dos tipologías


o modos de respuesta: bioquímica y emocional.
a) La respuesta bioquímica generada por el temor es de carácter universal.
Ante una situación de peligro, ciertos signos físicos mensurables prueban que tenemos
miedo: aumenta inmediatamente el pulso cardíaco y la sudoración, se dilatan las pupilas,
al mismo tiempo que se elevan los niveles de adrenalina en sangre, (una hormona que
secreta el organismo para controlar el miedo). Este grupo de respuestas bioquímicas se
conoce como fight or flight-, proceso complejo y automático gracias al cual el cuerpo se
prepara para pelear o huir rápidamente.

b) La respuesta emocional es mucho más personalizada que la anterior.


Algunas personas manifiestan adicción a la adrenalina, lo que se refleja, por ejemplo, en la
práctica de deportes extremos o la exposición voluntaria a situaciones riesgosas. Otros, por
el contrario, tienen una respuesta negativa ante la sensación del miedo: evitan a toda
costa las situaciones de peligro, e incluso tratan de no enfrentarse a ningún tipo de
problema.
El miedo es una respuesta natural ante el
peligro; una sensación desagradable que
atraviesa el cuerpo, la mente y el alma.

Se puede deber a algo que pasó, que está


sucediendo o que podría pasar.

Es difícil de controlar y puede provocar todo


tipo de reacciones, tales como parálisis o
ataques de ansiedad.

En su versión más extrema, lo que se


padece es el terror. Lo curioso es que no
siempre es el espejo de algo real.

Muchas veces se teme a algo que no existe,


que es producto de la imaginación, como los
monstruos.
¿POR QUÉ SE TIENE MIEDO?

El miedo es saludable. ¿Qué? Sí, así es. El miedo,


bien entendido, es necesario porque posibilita evitar
algo doloroso o peor aún, ya que es un mecanismo
de defensa que está ‘tallado’ en el ADN de los seres
humanos.

‘Eso’ que está en el cuerpo se activa ante el peligro y


permite responder con mayor rapidez y eficacia ante
las adversidades. Fue aprendido por los primeros
habitantes de la Tierra y forma parte del esquema
adaptativo del hombre.

Claro que también hay miedos irracionales, como el


temor a lo que no existe, pero la presencia de la
reacción es beneficiosa para la supervivencia tal y
como verán a continuación.
En el cuerpo:
• Se incrementa el metabolismo celular.
• El corazón bombea sangre a gran velocidad para llevar hormonas a las células,
especialmente adrenalina.
• Aumenta la presión arterial, la glucosa en sangre, la actividad cerebral y la coagulación
sanguínea.
• Se detiene el sistema inmunitario, al igual que toda función no esencial.
• Se dilatan las pupilas para facilitar la admisión de luz.
• La sangre fluye a los músculos mayores, especialmente a las extremidades inferiores.
• El sistema límbico fija su atención en el objeto amenazante y los lóbulos frontales –
encargados de cambiar la atención consciente de una cosa a otra– se desactivan
parcialmente.
• Taquicardia.
• Sudoración.
• Temblores.
• Retroalimentación del temor y pérdida del control sobre la conducta.
• Falta de armonía en los riñones, lo que puede hacer que la persona se orine
involuntariamente.

Todo facilita la respuesta del individuo ante el peligro y esto sucede por igual ante
cualquier tipo de miedo.
¿CÓMO AFECTA EL MIEDO AL CUERPO?

La manifestación fisiológica del miedo se da en


el cerebro, concretamente en el cerebro
reptiliano y en el sistema límbico.

Ocurre porque el cerebro está todo el tiempo


escaneando a través de los sentidos todo lo
que sucede alrededor de la persona, incluso
cuando duerme.

Si en algún momento detecta un peligro, se


activa la amígdala cerebral –situada en el
lóbulo temporal– y se producen cambios
físicos inmediatos que pueden favorecer el
enfrentamiento, la parálisis o la huida.
Claro que también puede haber consecuencias
negativas cono:

Si lo que se experimenta es un miedo intenso o un


trauma, este queda fijado en la memoria con
mayor intensidad.

Esto tiene una lógica evolutiva: lo que daña se fija


con mayor fuerza que aquello que da placer,
porque resulta más adaptativo.

Por ejemplo, basta quemarse una vez con fuego


para no volver a posicionar sin cuidado cualquier
parte del cuerpo sobre una llama.

Si alguien se olvidara inconscientemente de esto,


se podría quemar día tras día.
¿CÓMO AFECTA EL MIEDO A LA MENTE?

El miedo hasta ahora descripto guarda relación


con el mundo real, pero también existe el
miedo imaginario o neurótico que no tiene
correspondencia con el peligro. Le sucede a
aquellos que evalúan por demás algo que
tienen que hacer y terminan por imaginar el
peor de los escenarios posibles, uno que no
tiene por qué ser el más probable o ni siquiera
ser tan perjudicial como se lo supone.

Una de las situaciones más comunes se da


cuando un individuo tiene miedo al rechazo.
Esto también está en el ADN. Como la
supervivencia de los primeros hombres
dependía de su comportamiento en grupo, si
alguien era expulsado de la comunidad
quedaba a merced de los depredadores. Pero
hoy la situación cambió. Hay cientos de grupos
de pertenencia y los ‘depredadores’ no son tan
temibles como los que habitaban la estepa
africana.
¿CÓMO SE ENFRENTA AL MIEDO?

Como primera medida, al miedo hay que


naturalizarlo, es decir, aceptarlo ante el peligro
y nada más. Y todo lo que esté en la cabeza,
regularlo. El temor en una entrevista laboral o
en una primera cita es normal. Pero al ‘otro
miedo’ hay que tratar de expulsarlo. Es un
impulso interior que busca defendernos de un
peligro irreal que la mente se esfuerza en
creer.

Claro que ante una patología el mejor camino


es siempre consultar a un profesional de la
salud mental, quien podrá trabajar para
desactivar esas falsas alarmas.

¿A qué le tienes miedo?


¿Sueles temer a algo irreal?
EL MIEDO DE HABLAR EN PUBLICO
Voz nerviosa, manos
sudorosas, voz entrecortada y
muchos eh… hablar en
público no es tarea sencilla.

Sea una sala llena de


desconocidos o una pequeña
oficina con colegas de trabajo,
hablar claro, demostrar
confianza y seguridad es una
habilidad que pocos tienen y
todos necesitamos.
– Conoce sobre el tema:

Saber de qué estás hablando es el primer paso para una buena presentación.

Y no hace falta ser una eminencia, simplemente debes estar seguro de tus
conocimientos para poder transmitirlos de manera efectiva.

Adicional al tema que debes exponer, piensa en qué historia quieres contar. Piensa en
ejemplos e intenta llegar a tu punto a través de esas experiencias vividas que puedas
tener en común con tu audiencia.
– Conoce a tu audiencia:

Saber a quién le hablas te dará la pauta de cómo hacerlo.

Por ejemplo, debes saber qué tan empapado de tu tema está tu público, si tu charla será
introductoria, o qué tantos conocimientos previos puedan tener.

También es necesario saber ciertas características, como edad, nivel educacional,


preferencias, entre otras características de tu audiencia para poder acercarte mejor y
generar mayor empatía.
– Organízate:

Estructura tu charla con una


introducción en la que menciones los
temas a tratar, identifica los puntos que
recorrerás, y cierra con conclusiones
que permitan a la audiencia seguirse
cuestionando sobre tu tema más allá de
tu charla.

Intenta memorizar la introducción y


practícala varias veces, para que los
nervios no te traicionen al romper el
hielo, y luego deja que la charla marque
el ritmo de tu intervención.
– Deja espacio para la improvisación:

Si te sientes lo suficientemente confiado, no utilices presentaciones de PowerPoint.

En muchas ocasiones, el afán de leer los titulares proyectados te hará perder el hilo
conductor y lo que es peor aún, puede que aquello en lo que hayas pensado ahondar
no sea del interés de tu audiencia, por lo que no podrás omitirlo al estar estático en la
pantalla.
– Modula tu voz:

Si no quieres que tu público se duerma


mientras les hablas, debes trabajar la
modulación de la voz.

Pronunciar la letra “m” con la boca cerrada


tratando de controlar el sonido desde el
abdomen es solo uno de los tantos
ejercicios que debes aprender para
alcanzar a manejar los tonos de tu voz.

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