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Sobre el indiferentismo político

“La clase obrera no se debe constituir en partido político. No debe, bajo


ningún pretexto, emprender una acción política, pues la lucha contra el
Estado es el reconocimiento del Estado ¡y esto está en contradicción con
los principios eternos!

Los trabajadores no deben hacer huelgas, ya que, en ellas, disipan sus


fuerzas, llegando a alcanzar un aumento de sus salarios o impedir su
reducción, reconociendo de esta manera, por lo tanto, el sistema de trabajo
asalariado, ¡y esto está en contradicción con los principios eternos de la
emancipación de la clase obrera!

Si los trabajadores se unen en su lucha política contra el Estado burgués, lo


hacen sólo para obtener concesiones, celebrando, por consiguiente,
compromisos, ¡lo que entra en contradicción con los principios eternos!
Por eso, es necesario maldecir todos los movimientos pacíficos, aquellos
que son impulsados por los trabajadores ingleses y estadounidenses, por
mal hábito.

Los trabajadores no deben disipar sus fuerzas luchando por la obtención del
límite legal de la jornada de trabajo, pues eso significa celebrar acuerdos
con los empresarios que, después, pueden todavía explotarlos por 10 ó 12
horas, en lugar de 14 o 16.

Del mismo modo, no deben ni siquiera esforzarse en obtener la prohibición


legal del trabajo en la fábrica de las niñas que tienen menos de 10 años de
edad, ya que, a través de eso, no se elimina la explotación de los niños que
tienen menos de 10 años.

En caso de que hagan eso, asumen, por lo tanto, un nuevo compromiso,


empañando, de ese modo, ¡la pureza de los principios eternos!

Mucho menos aún, los trabajadores deben exigir -tal como ocurre en la
República de los Estados Unidos- que el Estado, cuyo presupuesto está
hinchado a costa de la clase trabajadora, deba estar obligado a otorgar a
los hijos de los trabajadores formación escolar básica, ya que esta no es ni
siquiera una educación universal.

Es mejor que los trabajadores no sepan leer, ni escribir, ni contar, que recibir
lecciones de un profesor de una escuela del Estado.

¡Es considerablemente mejor que la ignorancia y el trabajo diario de 16


horas humille a la clase trabajadora a que resultanten dañados los
principios eternos!

Cuando la lucha política de la clase obrera adquiere formas violentas,


cuando los trabajadores construyen su dictadura revolucionaria, en vez de
la dictadura de la burguesía, cometen, a continuación, el terrible crimen de
la violación de los principios, porque, para satisfacer sus necesidades
diarias, miserables y profanas, para romper la resistencia de la burguesía,
dan al Estado una forma revolucionaria y transitoria, en lugar de bajar las
armas, destruyendo el propio Estado.

Los trabajadores no deben formar ningún sindicato específico para cada


una de las profesiones, porque, así, perpetuan la división social del trabajo,
tal y como existe en la sociedad burguesa.

Esa división del trabajo que separa a los trabajadores es, de hecho, la base
real de su esclavitud.
En una palabra: los trabajadores se deben cruzar de brazos, sin perder el
tiempo con movimientos económicos y políticos.

Todos esos movimientos no les puede proporcionar otra cosa que resultados
inmediatos.

Como personas verdaderamente religiosas, deben despreciar sus


necesidades del día a día, proclamando en voz alta, totalmente persuadida:
“¡Nuestra clase puede ser crucificada, pudiendo perecer nuestra raza, pero
los principios eternos han de permanecer inmaculados!”

Como cristianos piadosos, deben creer en las palabras de su padre, debe


despreciar los bienes de ese mundo, aspirando sólo a ir al paraíso.

Leyendo liquidación social -la cual tendrá lugar un bello día, en alguno de
esos rincones del mundo, llevada a cabo por nadie sabe cómo y por quién-
en lugar de paraíso, se constata que la mistificación es enteramente la
misma.

A la espera de esta famosa liquidación social, la clase obrera debe, por


tanto, comportarse respetablemente -al igual que un rebaño de ovejas bien
esquiladas- dejando al Gobierno en paz, temiendo a la policía, respetando
las leyes, presentándose, sin rechistar, como carne de cañón.

En su vida práctica cotidiana, los trabajadores deben ser los siervos más
obedientes del Estado.

Pero, en sus corazones, deben protestar de la manera más enérgica contra


su existencia, declarándole su profundo desprecio teórico a través de la
compra y lectura de tratados literarios sobre la abolición del Estado.

Sin embargo, deben tener cuidado de no oponer otro tipo de resistencia al


orden capitalista que no sean sus declamaciones sobre la sociedad del
futuro, en la que dejará de existir este odiado régimen“.

Nadie puede poner en duda el hecho de que, si los apóstoles del


indiferentismo político se hubiesen declarado de esta manera categórica,
habrían sido enviados al infierno por la clase obrera hace mucho tiempo.

La clase obrera habría considerado todo esto una ofensa, proferida por
burgueses doctrinarios y pervertidos representantes de la nobleza que son
tan estúpidos o ingenuos como para negarle la concesión de cualquier
medio de lucha real.

Todos esos medios de lucha tienen que ser excluidos de la actual sociedad,
una vez que las condiciones fatales de esa lucha tienen la desgracia de no
adaptarse a las fantasias idealistas que esos Doctores de las Ciencias
Sociales erigieron a la categoría de divinidades, bajo los nombres de
libertad, autonomía y anarquía.

Sin embargo, el movimiento de la clase obrera es hoy tan fuerte que estos
sectarios filantrópicos no poseen más que el coraje de repetir las mismas
grandes verdades sobre la lucha económica que proclaman,
incesantemente, acerca de la lucha política.

Son demasiado cobardes para aplicar estas verdades a las huelgas, a las
coaliciones, a los sindicatos, a las leyes sobre el trabajo de las mujeres y de
los niños, sobre la limitación de la jornada de trabajo, etc., etc.

¡Veamos, ahora, en qué medida se pueden fundar sobre la buena tradición, la


modestia, la honestidad, los principios eternos!

Los primeros socialistas -Fourier, Owen, Saint-Simon, etc.- tuvieron que


limitarse a la elaboración de sueños sobre la sociedad modelo del futuro, ya
que las relaciones sociales aún no estaban suficientemente desarrolladas
para posibilitar a la clase obrera su formación como partido político, siendo
llevados a condenar todos los intentos realizados por los trabajadores -tales
como las huelgas, coaliciones, acciones políticas-, con el objetivo de
mejorar en algo su situación.

Sin embargo, si no tenemos ninguna razón para repudiar a esos patriarcas


del socialismo -así como los químicos modernos tienen el derecho de
rechazar a sus padres, los alquimistas- tenemos, sin embargo, que tener
cuidado para no incidir en sus errores que, si fuesen cometidos por
nosotros, serían imperdonables.

Sin embargo, más tarde, en 1839, cuando la lucha económica y política de la


clase obrera de Inglaterra adquirió un carácter marcadamente intenso, John
Francis Bray, un discípulo de Robert Owen y uno de los que había, mucho
antes de Pierre-Joseph Proudhon, descubierto el mutualismo, publicó un
libro titulado “Labour’s wrongs and labour’s remedy” (EvM:. “ Los males del
trabajo y el trabajo como medio de cura“).

En uno de sus capítulos sobre la ineficacia de todos los medios de curación


que se deben alcanzar a través de la lucha actual, Bray formula una crítica
amarga dirigida tanto contra los movimientos económicos como contra los
movimientos políticos de los obreros ingleses.

Condena el movimiento político, las huelgas, la reducción de la jornada de


trabajo, la regulación del trabajo en la fábrica de las mujeres y de los niños,
ya que, en su opinión, todo esto, en lugar de conducirnos fuera de la
situación social actual, solamente nos encadena a ella, agudizando aún más
sus antagonismos.

Y ahora, pasamos al oráculo de aquellos Doctores de las Ciencias Sociales,


el señor Proudhon.

Mientras que el gran maestro Proudhon tenía el coraje de declararse


enérgicamente opuesto a todos los movimientos económicos (coaliciones,
huelgas, etc.) que se encontraban en contradicción con las teorías
redentoras de su mutualismo -aunque reivindicase la lucha política de la
clase obrera en su escritos y su intervención personal-, sus discípulos no se
atreven a declararse, abiertamente, en contra del movimiento.

Ya en 1847, en el momento en que surgió la gran obra del maestro, titulada


“Philosophie de la misère ou Système des contradictions économiques ”
(EvM:. “Filosofía de la miseria o Sistema de las contradicciones
económicas“), refuté todos sus sofismas elaboradas contra el movimiento
obrero.

Pero en 1864, después de la aprobación de la Ley Ollivier -una ley que


concedió a los trabajadores franceses el derecho de coalición, aunque de
forma muy limitada-, Proudhon regresó de nuevo al mismo tema en su libro
titulado “De la capacité politique des clases Ouvrières ” (“Sobre la
capacidad política de las clase trabajadoras “), publicado pocos días
después de su muerte.

Los ataques del maestro Proudhon se presentaban tan al gusto de la


burguesía que el “The Times” le concedió el honor de traducirlo, en 1866,
por ocasión de la gran huelga de los sastres de Londres para condenar a los
huelguistas con las propias palabras de Proudhon.

He aquí algunos ejemplos de esto.

Los mineros de Rive-de-Gier se habían puesto en huelga.

Para hacerles entrar en razón, fueron llamados los soldados.

Proudhon proclamó, entonces:

“Las autoridades que mandaron abrir fuego contra los mineros de Rive-de-
Gier se encontraban en una situación lamentable. Sin embargo, actuaron
como el viejo Brutus cuando tuvo que decidirse por el amor a su patria o por
el cumplimiento de su deber como cónsul. Tuvo que sacrificar a sus hijos
para salvar la República. Brutus no dudó y la posteridad no se atrevió a
maldecirlo por ello“. (1)
Ningún trabajador recordará que un burgués jamás habría dudado en
sacrificar a sus trabajadores para salvar a sus intereses.

Pero, ¡qué tipo de Brutus son los burgueses!

“No. Así como no existe un derecho de coalición, tampoco existe un derecho


a defraudar y robar, al igual que no existe el derecho al incesto y al
adulterio“. (2)

Sin embargo, hay que decir que ciertamente existe un derecho a la idiotez.

¿Qué especie de principios eternos son estos, en cuyo nombre el maestro


Proudhon dispara su anatemas de abracadabra?

Primer principio eterno:

“El nivel de los salarios determina el precio de las mercancías“.

Incluso aquellos que no poseen ninguna noción de economía política y no


saben que el gran economista burgués David Ricardo, en su libro, aparecido
en 1817, titulado “Principios de la Economía Política”, refutó de una vez por
todas, este concepto erróneo tradicional, conocen el hecho notable de que
la industria británica puede vender sus mercancías a un precio más bajo
que cualquier otro país, aunque los salarios en Inglaterra son relativamente
más altos que en cualquier otro país de Europa.

Segundo principio eterno:

“La ley que autoriza las coaliciones es extremadamente antijurídica, anti-


económica y contradice toda sociedad y todo orden“.

En una palabra: “contradice el derecho económico de la libre competencia“.

Si el maestro Proudhon fuese un poco menos chauvin (EvM. chauvinista), se


habría preguntado cómo es posible aclarar que, hace cuarenta años, fuese
promulgada en Inglaterra una ley contraria al derecho económico de la libre
competencia y se preguntaría a sí mismo como puede ser que esta ley
contradiga tanto toda sociedad y toda orden, en la medida que se desarrolla
la industria, y con ella, simultáneamente, la libre competencia, para
imponerse a los Estados burgueses como una necesidad.

Quizás, entonces, Proudhon habría descubierto que ese Derecho (con D


mayúscula) sólo existe en los manuales de economía, escritos por los
hermanos ignorantes de la economía política burguesa, en esos mismos
libros que también contienen la perla de que “ la propiedad es el fruto del
trabajo“, olvidándose siempre de añadir de que es el fruto del trabajo de los
demás.

Tercer principio eterno:

“Por lo tanto, bajo el pretexto de retirar a la clase obrera de una llamada


situación de humillación social, será necesario comenzar a calumniar a
toda la clase de los burgueses: la clase de los señores, de los empresarios,
de los dueños de fábricas y burgueses.

Se ha de instar a la democracia de los trabajadores a despreciar y odiar


esos indignos miembros de la clase media.

Se ha de preferir la opresión legal a la lucha en el comercio y en la


industria, a la policía del Estado, el antagonismo de clase“. (3)

Para impedir que la clase obrera salga de su situación denominada como


humillación social, el maestro Proudhon condena las coaliciones que
estructuran a la clase obrera en clase que se posiciona de modo hostil
frente a la respetable categoría de los señores de la fábrica, empresarios,
burgueses. Categoría que, sin duda, al igual que Proudhon, prefiere la policía
del Estado al antagonismo de clase.

Para preservar esta clase respetable de los inconvenientes, el buen


Proudhon recomienda a los trabajadores, hasta el advenimiento de la
sociedad mutualista, la “libertad o la competencia” que, “a pesar de sus
inconvenientes“, constituye, ciertamente, “nuestra única garantía“. (4)

El maestro predica el indiferentismo en el ámbito económico, para proteger


la libertad o la competencia burguesa, “nuestra única garantía“.

Los discípulos de Proudhon predican el indiferentismo en el ámbito político,


para proteger la libertad burguesa, su única garantía.

Si por un lado, los primeros cristianos -que predicaban también el


indiferentismo político- carecían de la mano fuerte de un emperador, para
transformar de oprimidos a opresores, a los modernos apóstoles del
indiferentismo político, por otro lado, no creen absolutamente que sus
propios principios eternos les impongan la abstinencia de los placeres
mundanos y de los privilegios pasajeros de la sociedad burguesa.

No obstante, debemos reconocer que demuestran un estoicismo digno de


los mártires del cristianismo cuando se trata de las jornadas de trabajo de
14 ó 16 que pesan sobre los hombros de los trabajadores de la fábrica.
Londres, enero de 1873

Karl Marx

Notas:

(1) Proudhon, Pierre-Joseph. “De la capacité politique des clases Ouvrières”


(“Sobre la capacidad política de las clases trabajadoras “) (1864), París:
Lacroix & Co, 1868, pp. 327.

(2) Ibid., P. 333.

(3) Ibid., P. 337 y 338.

(4) Ibid., P. 334.

Traducido por “Cultura Proletaria” de “Der politische Indifferentismus”, Marx


& Engels Werke, Vol. 18, Berlim : Dietz, 1862, pp. 299

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