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El Club de las Excomulgadas

Agradecimientos

Al Staff Excomulgado: Excopic por la


Traducción, Angiee por la Corrección de la
Traducción y Kiti08 para la Diagramación y
Lectura Final de este Libro para El Club De Las
Excomulgadas…

Kylie Scott - Habitación Con Vistas - Antípodas Calientes


A las Chicas del Club de Las Excomulgadas, que
nos acompañaron en cada capítulo, y a Nuestras
Lectoras que nos acompañaron y nos acompañan
siempre. A Todas….

Gracias!!!

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El Club de las Excomulgadas

Regalito Sorpresa de
Las Coordinadoras del
Staff Excomulgado

Kylie Scott - Habitación Con Vistas - Antípodas Calientes


Feliz Aniversario!!

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El Club de las Excomulgadas

Argumento
Natalie ha sido testigo de cómo la plaga zombi devastó la civilización.

Angus había sido un milagro. Con veintitrés años de edad y magnífico, había
aparecido como un Romeo desde el área de la piscina, y lanzado provisiones hasta
su balcón. Pero ahora Angus se ha ido… la ha abandonado, lo que probablemente
ha sido lo mejor. No podría soportar verlo morir también.

Varada en el cuarto piso, y cercada por todos lados por los infectados, la comida y
el agua se agotan, tanto como el espíritu de Natalie. Una inminente muerte por

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inanición parece ser inevitable.

Pero entonces ve a Angus pasar a zancadas por la puerta de la piscina con una
escopeta de cañones recortados en sus manos. ¿Podrá pasar entre los infectados
para llegar a ella? ¿Y qué significará si lo hace?

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El Club de las Excomulgadas
Caloundra, Queensland

Treintaiocho días después del Apocalipsis

Las olas se estrellaban y rodaban el Kings Beach 1 al otro lado de la calle, la blanca
extensión de arena era algo hermoso. El océano, ya hacía mucho tiempo, había
arrastrado la mayor parte de los cadáveres y escombros. Sólo el tanque permanecía
y cada marea lo enterraba más profundo.

Angus la había abandonado. Lo que probablemente era lo mejor.

No podría soportar verlo morir también.

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El sol de verano brillaba con intensidad, el clima era caliente y húmedo, típico del
mes de enero. ¿O era febrero? Había perdido la cuenta de los días.

Natalie respiró el aire salobre del mar mientras se acurrucaba detrás de las cortinas.
Observaba el mundo desde el cuarto piso. El apartamento del ático, porque Sean
tenía que poseer lo mejor. Sin importarle su terrible miedo a las alturas.

Otro indicador de relación apestosa al que había decidido hacer caso omiso.

Sean ya no lucía tan bien.

Su cuerpo estaba negro e hinchado, flotando boca abajo sobre la superficie de la


amplia y lujosa piscina estilo laguna del piso inferior. El hedor de la
descomposición no solía llegar hasta ella, a menos que resultase ser un día
particularmente tranquilo. Sean no había creído en las noticias de TV e Internet. Se
había burlado de ella cuando había llenado con agua la bañera, y cualquier otro
recipiente disponible, y se negó de plano a salir.

1
Suburbio de la costa en Queensland, Australia.

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El Club de las Excomulgadas
Sean había querido nadar unos largos y tomar algo de sol. Además, la hermosa
rubia de la puerta de al lado había estado allí abajo, exhibiéndose sobre una
tumbona con su diminuto bikini amarillo.

No había terminado bien para ninguno de ellos.

Hmm.

¿Qué estaría haciendo Angus?

¿Y si se había ido?

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Apostaba a que lo había hecho. Era valiente. Inteligente. Hábil.

Y jodidamente guapo. No es que una mujer de treinta y dos años debiera estar
mirando a un chico de veintitrés, pero oye... debía conseguir su diversión2 donde
pudiese. En estos días los pensamientos felices eran pocos y distantes entre sí.

Él estaba bien. Estaba vivo. Sabría si algo le hubiese pasado. Lo sentiría de alguna
manera.

Natalie se secó una lágrima con el dorso de la mano.

Era estúpido llorar. No tenía sentido hacerlo. El Complejo Vacacional se había


convertido en una trampa mortal y estaba atrapada. Era lo mejor que él se hubiera
ido.

El walkie-talkie3 estaba a su lado, sólo por si acaso.

Lo mismo que el frasco de somníferos.

2
En el original Get her Kicks: Obtener placer de algo o alguien.
3
Transmisor-receptor portátil, comunicador portátil.

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El Club de las Excomulgadas
Uno de los infectados en el pasillo sacudió el pomo de la puerta. Su aliento se
atascó en su garganta y sus dedos se aferraron a la cortina. Un golpeteo comenzó
en el interior de su cráneo. Ellos no podrían entrar. No tenían ninguna posibilidad.
Había hecho una barricada en la puerta con la fornida mesa de centro de estilo
asiático. Reforzada con un par de pesadas sillas de comedor para la buena suerte y
prosperidad. Estaba a salvo.

Segura, pero atrapada.

El vestíbulo estaba a oscuras. No había noche o día para los que estaban atrapados
allí. Para ellos, cada hora era la hora de la fiesta. Hacía mucho que Natalie se había
acostumbrado a dormir poco. Los tres atrapados en el área de la piscina se

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acurrucaban bajo las tumbonas, protegiéndose del sol. A los infectados no les
gustaba la luz brillante. Y no podían subir. Los había visto tratando de trepar por la
cerca de la piscina, que llegaba a la altura de los hombros, una y otra vez, rugiendo
y gruñendo por la frustración.

Como ella, estaban atrapados.

Ellos también morirían de hambre lentamente.

Tenía suficiente comida para unos días más, pero después…

El tamaño de su culo había sido un problema para Sean, alguna vez. Él, de manera
amable, había abastecido el armario de la cocina con una variedad de barras y
bebidas dietéticas para que ella no tuviera la tentación de divertirse durante las
Navidades. Había estado furiosa. Más allá de las palabras.

Pero sin esas provisiones no habría durado una semana.

Angus había sido un milagro, emergiendo mágicamente en el jardín, al otro lado de


la piscina. De alguna forma la había descubierto, atrapada en el apartamento. Él

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El Club de las Excomulgadas
había estado de pie debajo del grupo de palmeras, agitando los brazos como un
loco y con una loca sonrisa de tonto en su cara. Había creído que estaba sola.

Angus jugaba en la AFL4. También tenía un buen brazo para los lanzamientos. Lo
había demostrado tirando paquetes con suministros hasta su balcón. Barras de
proteína, botellas del agua. El walkie-talkie, envuelto apretadamente en una toalla
para que no se rompiera con el impacto. Montones de baterías, porque terminaron
hablando durante horas de todo y nada. Su puntería no era perfecta. Una vez, por
casualidad, rompió la puerta de cristal del apartamento junto al de ella. Los
infectados habían arrastrado los pies, surgiendo de sus diversos escondrijos,
alertados por el ruido y la posibilidad de una comida gratis. Angus podía correr
como un demonio, no es que tuviera que hacerlo. Los infectados no se movían

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rápidamente.

Natalie resolló, parpadeando furiosamente. Llorar no ayudaba. Entonces, ¿por qué


se había convertido en su pasatiempo favorito?

Él se había ido. Eso era bueno.

Cierto.

Contuvo el aliento.

Excepto que… él no se había ido.

De repente, Angus estaba justo allí, debajo. Colocándose a la vista y marchando a


través del patio. Dirigiéndose directamente hacia la puerta de la piscina como si
estuviese contemplando el darse un chapuzón en las fétidas aguas verdes. Tenía una
mochila en su espalda y una escopeta de cañones recortados en sus manos.

El corazón de Natalie palpitó con fuerza.

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AFL: Australian Football League (Liga Australiana de Fútbol).

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El Club de las Excomulgadas
No, no, no. El ruido. Ellos lo rodearían.

Se puso de pie y salió disparada hacia el balcón. Demasiado malditamente


asustada, por el joven que caminaba por el piso inferior, como para preocuparse del
vértigo que la asaltaba. Demasiado ocupada como para congelarse de miedo. Él no
debería estar aquí. Era demasiado peligroso.

—¡Angus!

La cerradura metálica de la puerta golpeteó cuando él la levantó. Oxidadas bisagras


chirriaron cuando pateó la puerta para abrirla. Entró a zancadas a la zona de la
piscina como un guerrero de la antigüedad, y los infectados se movieron bajo sus

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tumbonas. Una enmarañada cabeza rubia con sangre seca apareció debajo de los
cojines de rayas verdes y blancas. La puerta se cerró detrás de Angus, encerrándolo.

—¡Angus! ¡No! ¡Sal de aquí!

Él no levantó la vista, no le prestó atención. Manteniendo totalmente su enfoque.

La rubia con el sucio bikini amarillo se esforzó por ponerse en pie, un gruñido
emanó de su garganta. La siguió un hombre de mediana edad, con el vientre
hundido, y desgastadas bermudas rojas de surfista.

Angus no se detuvo.

Apuntó el arma y apretó el gatillo.

¡Bum!

La explosión ensordecedora eliminó la cabeza de la rubia, y salpicó al hombre de


mediana edad con sangre y materia gris. Cegado, el varón infectado se tambaleó
hacia atrás, gimiendo, agitando sus manos insistentemente delante de su rostro.

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El Club de las Excomulgadas
Angus disparó otra vez y el hombre voló hacia atrás, cayendo extendido a través de
las tumbonas. Destripado.

Oh, diablos. ¡Dios! Había… había una cantidad enfermiza de sangre.

Angus alzó la vista hacia ella, victorioso. Sus ojos azules se entornaron por el sol
del mediodía.

—Dame un minuto. Voy a subir.

Ella parpadeó de manera tonta. ¡Lo había logrado! Realmente lo había logrado.

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—Estás loco.

El hermoso rostro de Angus esbozó una amplia sonrisa, y su estómago se contrajo.


Estaba realmente allí. Había vuelto por ella. Ya no estaba sola.

Pero tampoco lo estaba Angus.

Un tercer infectado salió tropezando desde la parte inferior de una mesa de picnic
cercana, gruñendo con su boca ensangrentada. Angus aún no había visto a esa
cosa. Sus brazos estaban extendidos, tratando de alcanzarlo.

—¡Detrás de ti!

Angus giró y el infectado cayó sobre él, tirándolos a ambos. Su escopeta cayó hacia
un lado, fuera de su alcance. Los dos cuerpos luchaban en el suelo, directamente
bajo ella, cuatro plantas hacia abajo. Angus agarró los hombros de la cosa,
luchando contra él, tratando de empujarlo. La cabeza del infectado se torció y se
sacudió, chasqueando sus dientes amarillos.

—¡Angus! —Se aferró al pasamano, con el pánico agitando sus huesos. Se iba a

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El Club de las Excomulgadas
orinar sobre sí misma. Él estaba tan abajo. Lo estaba. Pero tenía que ayudarle, tenía
que hacer algo.

¿Pero qué?

Las únicas armas que tenía eran un juego de cuchillos para carne, y esos no iban a
cortarlo.

¿Qué podía usar? Estaban las macetas. Dos de ellas. Eran unas feas y pesadas cosas
ornamentales estorbando en el balcón.

Si tan sólo pudiera levantar una.

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Sus manos sudorosas resbalaban sobre el esmalte, recalentado por el sol. Podía
hacerlo. Natalie frotó sus manos contra los pantalones cortos, secándolas. Lo
intentó otra vez. Su espalda se tensó y sus hombros se contrajeron por el dolor. Era
jodidamente pesada. Poco a poco, la levantó. No la dejaría caer. Aún no.

—¡Quítatelo de encima, Angus! ¡Apártalo de ti!

Hubo un destello de ojos azules. Angus se mantenía en movimiento, luchando, pero


ella no podía ver… oh, mierda. Era fuerte. Era rápido. Podía hacerlo. Claro que
podía. Ella nunca había sido una mujer de gran fe. Pero tenía fe en él.

Angus gruñó y lo empujó, y el infectado voló hacia atrás. Angus rodó hacia un
lado, encogido en una bola.

Ahora.

Natalie empujó la maceta por la barandilla. La gravedad se hizo cargo y ésta cayó
como el plomo, directamente hacia abajo. El infectado estaba levantándose del
suelo con lentitud, listo para atacar a Angus de nuevo. La maceta se rompió sobre

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El Club de las Excomulgadas
su hombro y la cosa cayó de nuevo en el pavimento, con un brazo colgando torcido,
y un gemido saliendo de su boca.

Angus no perdió tiempo. Se levantó de un salto, agarró la escopeta y la giró.


Golpeó fuertemente con la culata la cara de la cosa. El hueso se astilló y se rompió.
No se movió de nuevo.

Gracias a Dios.

Otros infectados se habían agrupado abajo. Estaban agitando la valla, queriendo


entrar. El coro de gemidos se hacía más fuerte cada minuto. Angus tenía un
infierno de audiencia congregada, esforzándose contra la barrera, manos

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ensangrentadas extendidas para alcanzarlo. El resplandor del sol obviamente
olvidado por su hambre.

—Date prisa —dijo entre dientes. En voz alta—. Sube.

Angus asintió y metió la escopeta en su mochila. Tiró de una tumbona y se subió a


ella, estirándose para alcanzar el balcón de la primera planta. Comenzó a subir. Se
movía. Estaba seguro. Todo iría bien.

Pero la tierra se alzaba amenazadora y la sangre surgió caliente dentro de la cabeza


de Natalie, ahogándolo todo como un redoble del tambor sonando con fuerza por
detrás de sus oídos. Se tambaleó hacia atrás desde la barandilla, con las piernas
débiles. La garganta cerrada apretadamente y sus hombros alzados hasta las orejas.

Era tan alto. El balcón era malo.

Realmente. Simplemente. Malo.

Tropezó para entrar de nuevo, se sentó sobre su trasero en la gruesa alfombra antes
de caer sobre ésta. Respirando profundamente. Esperando.

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El Club de las Excomulgadas
A Angus no le llevó mucho tiempo llegar a ella.

Las grandes manos de Angus se aferraron a los barrotes de la barandilla y se


empujó hacia arriba lentamente. Los músculos de sus brazos se abultaban y
estiraban de formas que distrajeron su mente del miedo a las alturas. Sus ojos
brillaban y sus dientes estaban apretados, pero le ofreció una amplia sonrisa, llena
de alivio, cuando alcanzó la cima. Ella le devolvió la sonrisa, incapaz de resistirse.
Si ya no hubiese estado sentada, se habría caído al suelo.

Estaba realmente allí. No la había abandonado después de todo, este hermoso


chico.

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—Hola —dijo él.

—Hola a ti también —Natalie lo miró fijamente—. ¿Estás herido en algún sitio?

—No. —Lucía más alto de lo que ella había pensado. Parecía… bueno, era más
difícil describirlo como un chico cuando estaba tan cerca. Cuando acababa de
arriesgar su vida por ella. Angus se arrodilló frente a ella, con las oscuras cejas
fruncidas—. ¿Estás bien?

Ella asintió, esperando ser convincente. Parecía que había consumido su asignación
diaria de valor. Sus manos temblorosas picaban por aferrarse él. Por abrazarlo
fuertemente y nunca dejarlo ir, mantenerlo a salvo de alguna manera. ¡Uh!
Probablemente asustaría a muerte al pobre hombre.

—¿Estás segura? —Preguntó él, con ojos llenos de amabilidad—. Pareces algo
alterada.

—Oh, estoy bien. —Emitió una risa áspera—. Otro día en el Paraíso.

Angus no se rió.

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El Club de las Excomulgadas
Tenía el pelo corto, rubio oscuro, y una fuerte mandíbula cubierta por una barba
incipiente. Su nariz era un poco grande, su boca algo generosa. Unos ojos azul
claro, tan pálidos como el cielo de verano, le devolvieron la mirada.

—Saliste al balcón, Nat. Eso fue muy valiente.

—No, lo que tú hiciste fue valiente. Yo tiré una maceta.

—Estaría muerto si no hubieras estado allí.

—Oh. Estaba preocupada por ti. —Natalie metió un mechón pelo marrón detrás de
las orejas y se miró los pies. Hiper-consciente de todo de repente. La forma en que

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la miraba era… intensa. Estar sentada sin hacer nada en pantalones cortos y una
camiseta le había parecido sabio, cuando no había estado esperando a ningún
invitado. Angus llevaba zapatillas de deporte, pantalones cortos de camuflaje5 , y
una camiseta de un grupo musical que no conocía. Los Soviet X-Ray Record Club,
quienesquiera que fueran. Estaba guapo, mientras que ella mostraba mucha piel,
incluyendo los muslos con hoyuelos que definitivamente no pertenecían a una chica
en sus veinte años.

Una cosa tan estúpida de la que preocuparse, considerando la situación.

Natalie envolvió sus brazos alrededor de sus rodillas, echándose hacia atrás.
Dándole al pobre chico un poco de espacio de la desesperada treintañera que lo
observaba como si fuera una bandeja de carne en una rifa.

Él sonrió cautelosamente y se acercó.

—No puedo creer que por fin estemos juntos en la misma habitación.

—¡Lo sé! ¿En qué estabas pensando?

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En el original Cargo Shorts: Tipo de bermudas, generalmente justo por debajo de las rodillas, con
más de cuatro bolsillos.

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El Club de las Excomulgadas
Un ancho hombro subió y bajó, y él se sentó sobre sus talones, perplejo.

—En serio, Angus. Pudiste haber sido mordido. Pensé que habías dejado la ciudad.

—No.

—¿Por qué no te fuiste? Era lo más inteligente que podías hacer.

Sus rasgos se tensaron y se inclinó sobre ella, colocándose justo frente a su cara.

—No me iría sin ti.

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—No te habría culpado...

—Yo me habría culpado.

—Había tres de ellos allí. —Su voz subió de tono—. No puedes arriesgarte así. ¿Y
si hubieses sido infectado?

—No tengo nada de sangre sobre mí, Natalie. —Sus labios se apretaron en una
severa línea, con su cara mortalmente seria mientas la miraba. Extendió la mano y
la tocó, cerró los dedos alrededor de su nuca. Acariciándola—. Escúchame.

Natalie se detuvo, aturdida. Se sentía tan bien. Él se sentía tan bien, su boca se
cernió sobre la suya. Su cuerpo estaba cerca, llenando su cabeza con el aroma del
limpio sudor masculino, el sol y la arena. Todo lo demás desapareció. Fue sólo un
simple toque, pero había pasado tanto tiempo. Incluso antes de que el mundo se
fuera al infierno, Sean había sido indiferente, a lo sumo. La presión de la mano de
Angus contra su piel, el calor de su palma. Todo esto sirvió para recordarle que
todavía estaba viva, y él también.

—No te abandonaría —dijo él. Los claros ojos azules tan serios, intensos y

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El Club de las Excomulgadas
encantadores. Y jóvenes. Mejor no olvidarse de esto entre la neblina de
pensamientos sucios—. No lo haré. ¿Entendido?

Ella asintió, más que un poco hipnotizada.

—Bien. Tú y yo contra el mundo.

—De acuerdo —dijo ella, arqueando el cuello de manera muy sutil.

—Mierda. —Angus le dirigió una mirada de sorpresa y retrajo su mano con prisa—
Lo siento. No tenía la intención de agarrarte así.

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—Oh, está bien. No me importa.

Él frunció el ceño, la piel entre sus oscuras cejas se frunció.

—¿No?

—No. —Había arriesgado su vida por ella. Podría haber sido asesinado, este
hermoso chico podría estar muerto. El pensamiento la desgarraba. Sus manos
temblaron y su columna se curvó. Se encorvó sobre sus rodillas y las agarró con
fuerza—. Pero debes que más tener más cuidado de aquí en adelante.

—¿Estás segura de eso? —preguntó.

—Sí, rotundamente.

—No. Me refiero a mi mano.

—Oh. —Sus párpados comenzaron a pestañear como locos, más allá de su


control—. Sí. Está bien.

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El Club de las Excomulgadas
Angus la miró fijamente, no dijo nada.

—¿Así que… alguna idea sobre qué viene después?

—Sí. —Se inclinó hacia delante y la besó.

*****

La boca de Natalie era asombrosa. Pero él ya sabía que lo sería.

Angus inclinó la cabeza y la besó de nuevo. Más despacio. Sin golpearla en la nariz
esta vez. Rozó sus labios contra los suyos, acariciando su cuello. Su piel se sentía

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como una cálida seda, su suave pelo hacía cosquillas sobre el dorso de su mano.

Si sólo ella lo besara a cambio.

Él le dio un buen ejemplo, esperando su respuesta. Esperanzado y esperando tan


pacientemente como condenadamente podía. Pero había estado esperando semanas
para conseguir esta cercanía. Tal vez semanas no eran mucho tiempo en el viejo
esquema de las cosas, pero ahora mismo parecía toda una vida.

Había llegado a la costa con unos amigos de la universidad para pasar un par de
semanas de las vacaciones. La posibilidad de hacer un poco de surf y recibir el Año
Nuevo. El virus los atacó durante la Nochebuena y ya para el Día de San Esteban 6
sus amigos estaban muertos. Todo el mundo estaba muerto o desaparecido. Se
había extendido como un incendio forestal, las calles de pronto estaban totalmente
vacías, excepto por los infectados. Se había escuchado el chirrido de motores a
reacción, seguido de explosiones que hicieron temblar la el suelo, cuando lanzaron
bombas en el interior del hospital, matando infectados e inocentes por igual.
Disparos. Gritos. La electricidad se fue dos días después de Navidad. Se había
escondido en el sótano del hotel durante dos semanas, viviendo de latas de

6
En el original Boxing Day: Festivo celebrado en Gran Bretaña al día siguiente de Navidad, es
decir, el día 26 de diciembre, San Esteban.

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El Club de las Excomulgadas
espagueti y Weet-Bix 7 secos. Todo había estado tan quieto como en un cementerio
cuando salió. Demasiado tranquilo. Había vagado por los alrededores,
escondiéndose por la noche, con la esperanza de encontrar a alguien con vida.
Alguien no infectado. Entonces la encontró.

Natalie.

Había estado caminando por detrás de las puertas del balcón. Andaba de un lado a
otro, una y otra vez, lanzando miradas nerviosas hacia el mundo exterior. Su pelo
largo y oscuro estaba atado atrás en una cola de caballo, balanceándose cada vez
que daba media vuelta de forma abrupta. Había llevado puestos los mismos
pantalones cortos de jeans y la camiseta verde que llevaba ahora. Natalie tenía el

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mejor par de tetas. Sabía que no debería pensar mierdas así de ella, pero eran
increíbles. Él había estado arrastrando por todas partes unos prismáticos y
finalmente, ese día, supo por qué.

—¿Natalie? —Angus abrió los ojos. Los de ella estaban muy abiertos, parecían
enormes. Lo miraba aturdida. Oh, no. ¿La había malinterpretado? Su polla lo
estaba matando, jodiendo su cabeza. Tal vez ella no había querido decir lo que él
pensó que había querido decir. Tragó con fuerza y maldijo—. ¿Estás de acuerdo con
esto?

—Quieres… —Sus labios le rozaron mientras hablaba, porque él no iba a


retroceder. No hasta que ella lo dijese. Era mucho más hermosa de cerca. Las
dulces curvas de su rostro, el hoyuelo de su barbilla. Todo sobre ella le gustaba.

—Sí. Yo, ah… Yo… —Él frotó el pulgar contra su nuca y su piel se erizó bajo su
toque. ¿Era eso algo bueno o malo? Mierda. No tenía ni idea. ¿Y si decía que no?
Sobreviviría, de alguna manera. Lo que no podía hacer era no intentarlo. Y por qué
esto parecía más difícil que irrumpir en ese recinto de mierda, no lo sabía—. Te
deseo.

7
Galleta de trigo de desayuno alta en fibra fabricada en Australia, inventada por los hermanos Kellogg. Más información:
http://en.wikipedia.org/wiki/Weet-Bix.

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El Club de las Excomulgadas

Ya está. Lo había dicho.

Los ojos de Natalie se abrieron aún más y su aliento se trabó.

Excepto que él quería asegurarse de que no hubiese ningún malentendido esta vez.

Angus contuvo el aliento y lo soltó.

—Lo que quiero decir, es que deseo tener sexo contigo. Ahora.

Los ojos de Natalie se oscurecieron y su boca se abrió. Pero no dijo nada durante

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un largo tiempo. Sus cejas oscuras se fruncieron y sus labios permanecieron
completamente inmóviles.

Él se podría haber ahogado en el silencio.

Escuchó un “a la mierda” suavemente murmurado. Entonces sus suaves manos


ahuecaron su cara, atrayéndolo hacia ella. Y Dios, él lo deseaba. Más de lo que
podía recordar haber deseado algo alguna vez, quería estar en su interior.

—Está bien, Angus —dijo—. Sí. Yo también lo deseo. Quiero que lo olvidemos
todo por un rato.

El pensamiento coherente voló directamente por la ventana. Pegó los labios contra
los de ella. Metió la lengua en su boca. No hubo nada suave o controlado en ello.

Natalie hizo ruido debajo de él que podría haber sido una risa, pero estaba
demasiado ocupado para preocuparse. Demasiado ocupado besándola, de manera
profunda y húmeda. Su sabor lo llenó, y ya estaba a punto de reventar. Sus pelotas
le dolían y su polla estaba tan dura que le hacía daño. Ella metió los dedos en su
pelo, sosteniéndolo contra ella mientras movía la lengua contra la suya.

19
El Club de las Excomulgadas
Mordisqueándolo. Besándolo.

Dándole todo el estímulo que necesitaba.

Se dejó llevar por el puro instinto. Deslizó una mano por su espalda, sosteniendo su
propio peso con la otra, para tenderla sobre la alfombra. Para tenerla debajo de él.
Para lograr estar entre sus muslos y frotar su dura erección contra ella como un
adolescente cachondo.

Tenía que estar tan cerca de ella como pudiera.

Su mano tanteó sobre su camiseta, temblando como la mierda de manera

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vergonzosa, buscando un pecho. Se sintió de dieciséis otra vez, inseguro y
sobreexcitado. El punto duro de un pezón raspó contra la palma de su mano a
través de las capas de tela, y él cerró sus dedos alrededor de ella. Dios. Su pecho
sobrepasaba su mano, por todas partes. Su cuerpo se sentía tan bien, suave y curvo.
Jodidamente perfecto. Pero había mucha ropa entre ellos. Demasiada.

Tenía una prisa loca, bordeando en el pánico, y parecía no poder reducir la


velocidad. La necesidad martilleaba en su cabeza.

—Natalie…

—Tranquilo —lo calmó, besando la comisura de su boca, su mandíbula. Tenía los


labios hinchados, y la piel de su barbilla rosada por el roce de su barba.

—¿De verdad quieres esto?

—Muchísimo.

El alivio lo inundó. Curvó los brazos alrededor de su cabeza, apretando la cara


contra su cuello y cerrando con fuerza los ojos.

20
El Club de las Excomulgadas

—Gracias a Dios.

—Realmente pensé que te habías ido. —Su voz se quebró y él se echó hacia atrás.
Sus ojos estaban líquidos y brillantes.

—No. No, no podría hacerlo. —¿Cómo podía incluso dudarlo? Le había dicho
cosas por el estúpido walkie-talkie, que nunca le había dicho a otro ser vivo—. No
tienes que preocuparte por eso. Nunca.

Su barbilla se arrugó y él la besó también. Una y otra vez.

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—Dime que me crees, —le pidió.

Abrió la boca y su labio inferior tembló.

—Lo siento. Estoy estropeando el momento.

—Dime que me crees.

Ella asintió bruscamente.

—Te creo.

—Bien. Eres tan hermosa.

—Eres genial para mi autoestima, —suspiró Natalie, y luego se echó a reír. Sonidos
bajos y roncos que cumplieron con los primeros tres puntos de su lista de cosas para
oír antes de morir. Las manos de ella se deslizaron por su cuerpo, moldeando su
húmeda espalda. Aferrándose a él lo suficiente como para hacerle saber esto la
excitaba a ella también—. Saquemos esta camiseta. ¿Hmm?

21
El Club de las Excomulgadas
—Sí. —Angus se puso sobre sus rodillas, deshaciéndose de la camiseta, comenzó a
abrir sus pantalones cortos mientras se sacaba con la punta del pie sus zapatillas de
deporte. La desnudez era excelente. Desnudos, era claramente como tenían que
estar. Su corazón latía con fuerza dentro de su pecho. El sudor resbalaba por su
cuerpo y sus manos todavía temblaban. Esperaba que ella no lo notara—. Ah, Nat.
Quítate la ropa. Ahora. Por favor.

—Tienes la adrenalina del combate. —Natalie se levantó sobre sus codos y observó
el bulto de sus boxer8 con interés—. Leí sobre ello una vez.

Él frunció el ceño, confundido por el cambio de tema.

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—Tal vez. ¿Importa eso?

—No.

—Todavía tienes la ropa puesta. —Se bajó los pantalones y los boxer, necesitando
estar desnudo. También necesitaba que ella se desnudara, pero Natalie estaba
ocupada, mirándolo. La expresión de su cara cuando vio su polla por primera vez
fue enormemente satisfactoria. Su lengua apareció entre sus labios, como si no
pudiera evitarlo. Sus ojos vagaron sobre él, sus pechos se movían de arriba abajo
con su respiración jadeante, como si no hubiera suficiente aire en el apartamento,
incluso con las puertas del balcón abiertas de par en par.

Realmente tenía las mejores tetas. Lo mejor de todo. Sólo su voz lo había hecho
aguantar durante días. Y pensar que ella había creído que se había ido. Las cosas
que le había dicho, cómo le había mantenido esperanzado, anhelante. Le había
dado una razón para vivir cuando todo lo demás estaba perdido. Ahora que había
llegado a ella no había ninguna maldita posibilidad de que se fuera a ninguna parte
sin ella.

8
Boxer Briefs: tipo de calzoncillo con pierna corta.

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El Club de las Excomulgadas
—Eres magnífico —dijo ella.

Angus gruñó. No es que su lujuria por él no fuera agradable, pero él estaba


concentrado en otras cosas. Cosas como no perder su carga aquí y ahora mismo. La
necesidad de reclamarla de alguna manera primitiva golpeaba en su interior,
ardiendo a través de su sangre.

Ese era el efecto que tenía en él.

Lograr quitarle la camiseta le llevaría demasiado tiempo, así que fue directamente a
los pantalones cortos, enganchando el elástico de sus bragas al mismo tiempo. Dos
prendas de ropa por el precio de una. ¡Eureka! Sin vacilar le quitó ambas,

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moviéndolas por sus largas y proporcionadas piernas, para poder mirar su coño.
Igual de interesado en su sexo como ella lo había estado por el suyo. Ningún juego
de “tú me enseñas el tuyo y yo te enseño el mío” podría haber estado a la altura.
Había una franja oscura de vello en su montículo, y labios gruesos y rosados. Tan
malditamente bonito. En ese lugar, también, era más bonita de cerca de lo que
había imaginado. Y había pasado una buena cantidad de tiempo imaginando.

Angus movió las yemas de los dedos por la húmeda hendidura. De arriba hacia
abajo, una y otra vez. Sólo sintiéndola. Memorizándola. La respiración de ella se
hizo entrecortada. Introdujo un dedo, experimentando, deslizándolo
profundamente. Bombeó primero uno, y luego dos, lentamente dentro de ella.
Estaba caliente y mojada dentro y fuera, su coño hacía sonidos suaves de succión
mientras la follaba con los dedos.

—Angus —gimió.

Podría escucharla decir su nombre con esa voz suave y ronca, durante un largo
tiempo.

Todo el cuerpo de Natalie se tensó, y se estremeció, cuando él buscó la parte

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superior de su hendidura, localizando su sensible clítoris. Frotándolo de un lado a
otro. Sus pliegues estaban enrojecidos, tornándose de color rosa oscuro, y su polla
estaba al borde de la ruptura, pero no podía dejar de jugar con ella.

Aún no.

Sus ojos oscuros lo miraron fijamente, enormes y hambrientos.

—Quiero lamerte. —Él no reconoció su propia voz—. Pero más tarde, ¿de acuerdo?

—Si —murmuró ella, moviendo las caderas contra su mano. Exigiendo más. El aire
estaba lleno de su esencia. Era intoxicante. Movió los dedos, mirando atentamente

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para captar cada una de sus reacciones. Le excitaba hacerla retorcerse—. Angus, ya
fue suficiente, ven aquí.

Ella sonrió y arqueó el cuello, apretando la boca contra la de él. Besándolo lenta y
dulcemente. Abriendo la boca para él cuando él lamió su labio inferior. Haciendo
que su cabeza diese vueltas.

Su Natalie.

Ella empujó suavemente sus hombros.

—Déjame levantarme para poner mi boca sobre ti.

—No, ah, esa es una mala idea. —Se echó hacia atrás, comenzado a sacarle la
camiseta. Fue bastante fácil, pero el sujetador carecía de cierre frontal.
Inaceptable—. Hora de cambiar de posición.

Angus los hizo rodar, llevándola sobre su pecho, su cabello oscuro cayó sobre su
rostro. Las manos de Natalie se aferraron a sus hombros y se sentó a horcajadas
sobre él. Qué vista. Sus pechos se sacudieron, atrapando inmediatamente su

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atención, pero la presión repentina de su coño, caliente y húmedo, sobre su
torturada polla estuvo a punto de hacerle enloquecer. Era terrible. Perfecto. Apretó
la mandíbula.

Tenían que seguir adelante con este asunto del sexo antes de que se deshonrase a sí
mismo. No había estado tan excitado en años.

—¿Por qué es una mala idea? —preguntó ella—. Te gustará. Lo prometo.

—Te creo —graznó él—. Quítate el sujetador. Por favor.

Ella así lo hizo, con una sonrisa de satisfacción, sus anteriores temblores y lágrimas

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habían sido olvidados hace tiempo. Si le daba una oportunidad, él pondría una
sonrisa permanente en su cara. Natalie lanzó el satén negro a un lado. Sus
deliciosas tetas cayeron en sus expectantes manos. Los duros pezones marrones le
hicieron la boca agua, y su sangre se disparó de nuevo. Sacudió la cabeza, cerrando
los ojos contra una ola de mareo. Tenía demasiado por hacer. Necesitaría varias
vidas, y algo más.

Hizo rodar sus hermosos pezones entre su pulgar e índice, tirando y jugado con
ellos, haciendo que la respiración de Natalie se entrecortara y su boca se abriera.
Esto era agradable, pero francamente, estaba demasiado atrapado en complacerse a
sí mismo para prestarle mucha atención. Tal vez la próxima vez. No,
definitivamente la próxima vez. Estaría enfocado en complacerla a ella. Nunca
dudaría de él otra vez. No, de ningún modo, manera, o forma.

Sus dedos amasaron sus antebrazos, arañándolo con sus uñas cortas. Él esperaba
que le dejase marcas.

—Me siento como una obscena vieja verde9 cuando me miras así.

9
Viejo (a) verde: Hombre o mujer de edad madura que se relaciona sexualmente con personas del sexo opuesto muy
jóvenes.

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—Me gustas obscena. Lo de vieja es una sandez. No quiero oírte decir eso. Nunca.

—Muévete con más fuerza, eres un dulce adulador —jadeó, moviendo su coño
contra él—. Justo así.

—Mierda. Para. —Él agarró sus caderas, manteniéndola quieta. Cerrando los ojos
con fuerza contra el sueño húmedo de la vida real que se sentaba encima de su
polla. Había vivido este momento repetidas veces en sus pensamientos, pero nada
se acercaba a la realidad de tocarla. La necesidad casi acabó con él—. Nat, estoy
casi al borde.

—Lo siento, lo siento. —Ella le acarició suavemente, disculpándose, pero el profano

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brillo en su mirada permaneció—. Así que, cuando pensabas en nuestra primera
vez, ¿cómo la imaginabas?

—¿Sinceramente? Había menos conversación, y más acción. Y tú llevabas esta cosa


roja…

Ella sonrió, inclinándose para besarlo de nuevo, con fuerza. Sus dientes chocaron.
Era evidente que estaba tan hambrienta de él como él lo estaba de ella. Era tan
jodidamente bueno. Sus caderas rodaron contra él y una luz blanca ribeteó su
visión. El dulce calor de ella le estaba matando. Gimió en voz alta, y sus pelotas se
apretaron.

Esto había durado demasiado. Necesitaba estar dentro de ella. Ahora.

—Nat.

—Lo siento. Lo siento. Me dejé llevar.

No contestó. En cambio, rebuscó en su mochila, apartando la escopeta y excavando


en busca de...

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—Lo conseguí.

Natalie se inclinó, inspeccionando la mochila con el interés.

—Exactamente, ¿cuántos condones trajiste contigo?

—Algunos. —Tres cajas, en total. Habían estado en la estantería de una farmacia


abandonada. Los había tomado... por si acaso. No, eso era pura mierda. Había
tenido toda la intención de usar todos y cada uno con ella, y luego buscar más. La
necesidad que ella producía en él no iba a desaparecer en el corto plazo. Rasgó la
caja más cercana, y luego hizo lo mismo con uno de los paquetes de aluminio del

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interior, entregando el contenido a la mano expectante de Natalie—. Por favor.
Date prisa.

Ella se arrastró por su cuerpo y tomó su polla en la mano. Sus delicados dedos se
envolvieron a su alrededor. Sus caderas se movieron de manera convulsiva y
Natalie lo miró con un dejo de picardía. Oh, Dios. Ella incluso se lamió los labios,
por si fuera poco. Un sueño viviente.

—Me gusta esto.

Angus gimió, y luchó contra la necesidad de empujar entre sus dedos, respirando
con fuerza a través de la nariz. Se le acababa el tiempo. Ella no tenía ni puta idea de
lo que le hacía. Su agarre se apretó y se sintió listo para suplicar. Para proponer.
Dios, sólo haz algo. El sudor lo cubrió.

Mierda, ella lo iba a matar.

Pero no lo hizo. Gracias a Dios, porque el condón enfrió la cosas, apagando las
sensaciones justo lo suficiente. Natalie lo hizo rodar por su eje con delicada
precisión, besando y lamiendo un camino hacia arriba por su abdomen y su pecho,

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moviéndose sobre su cuerpo Tomándose su tiempo y volviéndole loco. Él la agarró
por debajo de los brazos y la llevó de vuelta a su boca. La besó profundamente, con
impaciencia, varias veces. Sintiéndola profundamente. Tratando de decirle todo lo
que no sabía cómo decir.

Sus pezones rozaron su pecho, y ella guió su enfundada polla hacia su preparado
coño. Empalándose en él lentamente, sin romper el contacto visual.

La sensación de ella a su alrededor, tomándolo profundamente en su cuerpo… No


había nada igual.

Nada.

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La primera vez de lo que esperaba fueran muchas, muchas más. Mía. Contó hacia
atrás a partir de cincuenta, tensando los músculos del estómago. Toda esa mierda
para no perder el control. Su respiración desigual era el único ruido. Pero cada
aliento le traía su aroma de nuevo. Ella lo marcaba por dentro y por fuera, sin ni
siquiera intentarlo.

—¿Estás bien? —le preguntó.

Demonios, ¿cómo no estarlo? Estaba en el paraíso. Estaba enamorado.

Logró asentir y ella comenzó a moverse con una sonrisa soñadora.

—No tienes idea de cuantas veces soñé con esto.

—Natalie —gimió él. Indefenso bajo ella, y encantado con la sensación.

—Pero quería que estuvieras a salvo...

—Lo estaremos.

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Ella se elevó y descendió sobre él, deslizando las manos sobre sus hombros, su
pecho. Rozando con los dedos sus pezones. Jugando con él. Sus codiciosas manos
estaban por todas partes sobre su cuerpo, y a él le encantaba. Le maravillaba su
mirada creciente de intensa concentración mientras lo montaba, sin apartar nunca
sus ojos oscuros del rostro de él.

Ella era suya ahora y así se lo diría. Más tarde.

Las sensaciones se propagaban a través de él, robándole la razón. Su columna se


sentía llena de energía mientras la tensión crecía. No había palabras para describir
lo bien que se sentía cuando ella lo follaba, el olor a sexo en el aire y el golpeteo de

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piel contra piel. El pelo oscuro deslizándose por sus hombros, el balanceo de sus
tetas a la luz del sol. La chica de sus sueños. Su milagro. Nadie le había importado
de esta manera en el pasado. Ni siquiera podía recordar el pasado. Pero de esto... de
esto quería recordar cada segundo. Quería que durara para siempre, pero eso no iba
a suceder.

Ni por asomo. No esta vez.

—Córrete —dijo él, con voz áspera y su garganta apretada.

Natalie sostuvo dos dedos sobre sus labios y él los sorbió en su boca. Mojándolos
para ella.

Y luego, maldita sea.

La visión de ella tocándose a sí misma, acariciando su clítoris para él, sin un gramo
de vergüenza, era más de lo que podía soportar. Se aferró a sus caderas, tomando lo
que necesitaba. Su dulce y resbaladizo coño lo rodeaba, la mano contra su ingle
aceleró y sus músculos internos revolotearon alrededor de él, apretándolo.

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—Angus —gimió ella, moviéndose sobre él con más fuerza y rapidez.

Su sexo lo apretaba. Sus uñas se clavaban en él. Era un efecto sobre todo el cuerpo
que ella había puesto en marcha y él se perdió en ello, en corazón y alma. Se aferró
a sus caderas mientras se empujaba más profundo en su apretado cuerpo, una vez,
dos veces, tres veces. Juró y se le escaparon algunos ruidos estrangulados. Nunca
antes se había sentido así. Se corrió, moviéndose contra ella. Ligeramente cabreado
porque el condón estuviera entre ellos. Se vació completamente. Dándole todo. Su
mente se había ido. Flotando libre. Cualquier preocupación y miedo fue una
memoria lejana. Todo había desaparecido, salvo ella.

Natalie cayó sobre su pecho, su peso siendo bienvenido. Los montículos de sus

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pechos aplastados entre ellos, perfecto. Angus movió las manos sobre su húmeda
espalda. Dejando que la realidad regresara lentamente.

—Creo que me gusta tener sexo contigo —dijo él—. Mucho… muchísimo.

Ella sonrió contra un lado de su cara, resoplando una carcajada. Él estaba loco por
su risa.

—¿Mm?

—Pero creo que tengo que probarlo algunas veces más para estar seguro.

—Las tres cajas de condones en tu mochila me dieron alguna pista sobre ese plan.

Él se echó a reír.

—Si viste cuántos había allí, ¿por qué preguntaste?

—Estaba probando tu sinceridad.

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—Qué momento elegiste para probarla.

—Relájate —dijo—. Pasaste con éxito.

—Hmm.

Ella le besó ruidosamente en la mejilla. Sonriendo, contenta consigo misma.

—Pervertirte un poco más será un placer.

—Es hora de cambiar de lugares —le advirtió él. Haciéndola rodar sobre su
espalda, y tomando la posición dominante.

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—¡Guau!

—¿Estás bien? —Retiró el cabello oscuro de su hermoso rostro, frotado los labios
sobre el hoyuelo de su barbilla. La lamió lentamente—. Te provoqué una irritación
con la barba.

—Sobreviviré. ¿Por qué la cara tan seria?

— ¿Confías en mí?

—Sí —dijo ella. Sin dudar. El corazón de Angus saltó en su pecho.

—Natalie. Tengo un plan —le dijo, muy seriamente—. Para salir de aquí y
sobrevivir. Tú y yo. Si eso es lo que quieres.

Sintió como soltaba el aliento y su cuerpo se tensó bajo él. Se quedó muy quieta.

—Va a implicar que escale la fachada del edificio, ¿verdad?

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—Va a implicar que confíes en mí para ayudarte a salir de aquí. ¿Puedes hacerlo?

Su mirada se apartó de él.

—¡Umm! Trepar la fachada de un alto edificio. Bueno, tendremos que esperar hasta
que se calmen. Atrajiste a muchos infectados con la escopeta.

—Un par de días. Traje provisiones, estaremos bien. No respondiste la pregunta.

—He visto tus provisiones.

—Contesta la pregunta, Natalie. —Dio un golpecito en su nariz con la suya—. Esto

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es importante.

Con un “Mmmm”, empujó sus pechos contra él. Tratando duramente de hacerle
pensar en otra cosa, aparentemente.

—Estabas intentando ablandarme con un orgasmo, ¿verdad?

Se quedó mirándola. Esperando.

—Se supone que eres joven e impresionable. Deberías poder ser distraído fácilmente
por los pechos y la mención del sexo. —Ella giró la cabeza hacia un lado, mirando
hacia la temida ventana del balcón. Sus cejas oscuras se fruncieron. Él nunca se
había enfrentado a este tipo de cosas. Atravesar el área de la piscina vallada había
sido evidentemente necesario. No había una maldita cosa que no hiciera por ella.
Pero no había vivido con el miedo a hacerlo durante toda su vida, siguiendo cada
uno de sus pasos. No como ella con su miedo a las alturas.

—No te abandonaré —dijo él—. Sin importar lo que sea necesario. Soy muy serio
sobre la parte de “tú y yo”.

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Sus ojos oscuros se volvieron hacia él, su garganta se movió mientras tragaba con
dificultad.

—De acuerdo. Por ti.

—¿Por mí?

—Sí.

—Natalie —se rió entre dientes, desconcertado. Probablemente sonrojándose otra


vez. Maldita sea—. Me honras. Esa es la cosa más bonita que nadie me haya dicho.

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Su repentina sonrisa fue brillante. Impresionante. Que Dios ayudara a cualquier
cosa que tratara de separarlo de ella ahora. No sucedería.

—No estoy seguro de haber traído suficientes condones.

*****

Hoy era el día. Todo estaba tranquilo abajo.

De forma espeluznante.

Natalie se asomó por el borde del balcón, apretando su agarre sobre la mano de
Angus. Estaba estrangulando sus dedos, ahogándolos. Cerca de romperlos por la
mitad. Pero él no se quejó.
Ella realmente no sabía lo que había hecho para merecerlo.

— ¿Lista? —preguntó.

— ¿Estás seguro de esto?

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Él se limitó a mirarla. Sí, tenían que dejar el apartamento tarde o temprano. Resultó
que podía distraerle con sexo. Lo había hecho durante unos cinco días
ininterrumpidos. Gracias a Dios por el suministro interminable de condones de
Angus. No había un centímetro de él por el que ella no hubiera trepado. Y no había
ninguna posibilidad que fuera a decepcionarlo ahora. Eran una pareja. Un dúo.
Inseparables. Él así se lo había dicho, una y otra vez, y ella había dejado de dudar
hacía tiempo.

Mío.

—Dímelo otra vez —pidió ella.

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Él tiró de su mano, llevándola de nuevo a su lado. Ella fue de buena gana.

—Conocí a un tipo que me dijo que hay una ciudad en el oeste. Se las arreglaron
para construir un muro. Los escuchó en una radio CB 10, hablando de ello. Él se
dirigía hacia allí directamente, pero yo tenía que volver por ti.

—Bien.

—Descenderemos. Poco a poco. —Pasó el pulgar por encima de sus nudillos, se


llevó su mano a la boca y la besó. Manteniéndola contra sus labios—. Nos
dirigiremos hacia el sudoeste. Ahí es donde están.

—Hacia el sudoeste. De acuerdo.

—Tenemos que ir a algún sitio seguro, Nat.

La brisa del océano le alborotaba el pelo. Él era la imagen de la magnificencia junto


a la playa. Alto y bronceado. Caliente. Mío.

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CB Radio: Citizen band radio (CB). Radio de Onda Civil, Banda Civil, o Banda Ciudadana.

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—Puedo hacerlo —le dijo.

—Sí. Por supuesto que puedes. Puedes hacer cualquier cosa. Y yo estaré a tu lado
en cada paso del camino.

Ella sonrió.

—Vámonos.

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