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Había una vez un lugar donde todo era rojo. Las casas eran rojas, los
vehículos eran rojos, los libros eran rojos, la gente vestía de rojo e
incluso las nubes eran rojas. Hasta el humo de aquella ciudad siempre
era rojo.
-Vale, lo que tú digas -dijo el conductor- pero mejor será que nos
dejemos de cháchara. Se nos hace tarde y no quiero que lleguéis
tarde al colegio.
-De eso nada, señor -dijo la maestra-. Usted viste de verde y conduce
un autobús verde.
-Debe ser una broma de tu jefe, que nos la tiene jurada con tanto rojo -
dijo el policía-. Él sabe que tú eres daltónico y que ves verde lo que
nosotros vemos rojo y viceversa.
-Jajaja, pues va a ser eso -dijo Marcelo-. Así me dijo esta mañana que
ya era hora de ponerle una nota de color a esta ciudad tan colorada.
Pensé que se refería a mi buen humor.
Aclarado el asunto, los niños subieron al autobús y pusieron rumbo al
colegio. Pero desde ese día nada fue igual. Los niños descubrieron
que podían usar más colores en su dibujos, en su ropa, en sus
juguetes y en sus casas. Y a los niños le siguieron sus abuelos, y a los
abuelos los padres de los niños.