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El Libro de los Pioneros 1

6 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA
El Libro de los Pioneros 7
2 El Libro de los Pioneros

El Libro de losRIVADAVIA
COMODORO Pioneros

Staff

z Producción integral
z Fundación Nuevo Comodoro / Federación de Comunidades Extranjeras

z Fundación Nuevo Comodoro


z Autoridades
z Presidente: Vladimiro Macharashvili (Incro)
z Secretario: Juan Gabriel Seleme (Clínica del Valle)
z Tesorero: Gabriel Ruiz (Ruca / Torres)
z Miembros
z Sergio Larreguy (Etap)
z Carlos Peralta (Aridos Especiales)
z Esteban Nuñez (Innovisión)
z Enrique Lecumberri (Del Sol Automotores)
z Massoud Ighani (Rigel)
z Sergio Schiavoni (Geopatagonia)
z Alfredo García (AEG)

z Producción - Fundación Nuevo Comodoro


z Entrevistas: Damián Etchezar
z Fotografía: Pablo Villagra
z Edición de Fotografía: Guillermina Sánchez
z Corrección: Laura Bobatto
z Relevamiento histórico: Prof. Daniel Cabral Marques
z Diseño: Alejandro Mezzano
z Coordinación general: Ana Tronfi
El Libro de los Pioneros

El Libro de los Pioneros 3


4 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA
Indice

Comodoro Rivadavia - Un mosaico de inmigraciones extranjeras 21


y migraciones internas a lo largo de más de un siglo
Por Daniel Cabral Marques

Capítulo I / Los españoles – Asturianos, gallegos, andaluces y vascos 73

Capítulo II / Los italianos 147

Capítulo III / Los portugueses 171

Capítulo IV / Los sudafricanos 193

Capítulo V / Los alemanes 219

Capítulo VI / Los polacos 239

Capítulo VII / Los griegos 263

Capítulo VIII / Los búlgaros 293

Capítulo IX / Los croatas 313

Capítulo X / Los ex soviéticos – Bielorrusos, lituanos, ucranianos y rusos 337

Capítulo XI / Los checos y eslovacos 363

Capítulo XII / Los irlando escoceses 383

Capítulo XIII / Los países árabes 405

Capítulo XIV / Los chilenos 425

Capítulo XV / Los bolivianos 451

Capítulo XVI / Los paraguayos 471

Capítulo XVII / Los brasileros 489

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El Libro de los Pioneros 7
8 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA
Prólogo

Un libro, 21 puentes

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10 El Libro de los Pioneros

COMODORO
PROLOGO / UN
RIVADAVIA
LIBRO, 21 PUENTES

F undación Nuevo Comodoro se propuso como uno de sus proyectos para 2011 la produc-
ción de un libro que rescate a los pioneros de Comodoro Rivadavia, con el objetivo de
sumar a los registros existentes una recopilación de historias de vida de familias inmigrantes
de la ciudad.
A mediados de ese año, la Fundación y la Federación de Comunidades Extranjeras –
institución que representa el punto de encuentro de las asociaciones inmigrantes de la ciu-
dad- firmaron un convenio para la producción del Libro de los Pioneros. A partir de allí la
Federación seleccionó a los 21 entrevistados cuyas historias están reflejadas en este libro.
Nos propusimos ofrecer un material de lectura que apunte a la apreciación de nuestro
pasado y al reconocimiento de los pioneros que forjaron la ciudad desde el inicio, sus expe-
riencias de vida y valores, establecer puentes de comunicación con nuestro pasado. Es este
un aporte a mejorar los vínculos actuales de comprensión y respeto, y los desafíos que hoy
plantea la integración social y la convivencia pacífica. Nos proponemos contribuir a dinami-
zar la vinculación entre nuestro pasado y la actualidad comodorense, integrando principal-
mente a las nuevas corrientes de inmigrantes.
Dicen que valorar la historia es amar el presente. El Libro de los Pioneros nos permite
hoy aportar nuevas hipótesis acerca de nuestras raíces, formar un espacio de expresión de
diversas visiones y experiencias de vida en nuestro territorio, e inspirarnos en aquellos valo-
res fundacionales de la ciudad.
El libro refleja la visión sobre la historia y los valores de los pioneros de Comodoro, y de
cada colectividad, de los ciudadanos que estuvieron o están aquí, no sólo impulsados por el
petróleo sino por muchas otras profesiones y oficios.
Como a muchos otros reconocidos investigadores y aficionados, nos motiva darnos cuen-
ta de los elementos diversos que componen nuestros orígenes y las razones de ser de nues-
tros hábitos y costumbres. Esperamos que este libro nos incite también a pensar en nuestro
presente y futuro, sobre la base de una concepción sana acerca de la sociedad en la que vivi-
mos, donde la convivencia y estabilidad social sean los pilares.
Este proyecto se vertebró sobre la idea de la integración del pasado y presente, en ese
marco, es necesario promover formas de comunicación que favorezcan la igualdad y respeto
hacia las nuevas personas que llegan a la ciudad tras un proceso migratorio. Mediante herra-
mientas simples de intervención, es posible brindar orientación y atención que posibiliten
la convivencia intercultural y la creación de un marco normativo común de buenas costum-
bres y de circulación por la ciudad y sus espacios de sociabilidad z

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COMODORO RIVADAVIA
Fundación Nuevo Comodoro

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COMODORO NUEVO
FUNDACION RIVADAVIA
COMODORO

F undación Nuevo Comodoro está conformada por un grupo de empresas que se proponen
fortalecer y consolidar circuitos culturales, educativos y sociales del territorio de Como-
doro Rivadavia y la provincia, a través de la implementación de iniciativas y proyectos.
Consideramos que los cambios, en el sentido de mejora de las condiciones actuales de
algo o alguien, pueden llevarse a cabo de diferentes maneras. Sin embargo en un mundo
como el que vivimos es fundamental considerar aspectos como la comunicación, el razona-
miento abstracto y la capacidad de adaptación. Todas estas cualidades pueden desarrollarse
desde distintos ámbitos y proyectos.
En la Fundación tenemos la meta de seguir adelante en esa dirección dando pasos segu-
ros, creando espacios que sean fuente de inspiración y debate.
Desde Fundación Nuevo Comodoro adherimos a una concepción de responsabilidad
social que consiste en incorporar a nuestras empresas socias criterios y acciones que aporten
positivamente el respeto por las personas, las comunidades y el medio ambiente.
De esta manera se genera un diálogo más fluido entre las empresas, las instituciones en
general, los ciudadanos, el gobierno y las organizaciones de la sociedad civil, que puede moti-
var la creación de alianzas estratégicas para la consolidar las líneas de acción planteadas. So-
bre este pilar se apoya el convenio con la Federación de Comunidades Extranjeras a mediados
de 2011.
Misión y visión

z Mediante la implementación de diversos proyectos e iniciativas, Fundación Nuevo


Comodoro expresa la decisión de actuar en el ámbito social, educativo y cultural de nuestra
ciudad, reconociendo nuestra historia, valores y talentos, y atendiendo particularmente a los
desafíos que plantea la igualdad de oportunidades y la construcción del bien común.
De este modo, la Fundación fomenta y organiza actividades tendientes a consolidar va-
lores de inclusión, compromiso, esfuerzo y responsabilidad, mediante un aprovechamiento
de los recursos locales para el desarrollo de sus proyectos.
La actividad de la Fundación Nuevo Comodoro persigue año tras año constituirse como
un referente de responsabilidad social empresarial mediante iniciativas que movilicen a la
ciudadanía, tejiendo alianzas estratégicas con organizaciones que compartan sus valores y
respeten su base apartidaría, no gubernamental y sin fines de lucro.
La participación de nuestra Fundación pretende crear y complementar líneas de acción
posibles,partiendo del reconocimiento de la familia y el Estado como principales responsa-
bles del acceso a todos a la educación z

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COMODORO RIVADAVIA
La historia de la Federación
de Comunidades Extranjeras

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COMODORO
LA HISTORIA RIVADAVIA
DE LA FEDERACION DE COMUNIDADES EXTRANJERAS

E l 12 de octubre de 1989 se creó la Comisión de Comunidades Extranjeras, con el objetivo


de celebrar el Día del Inmigrante, difundir culturas y costumbres, y homenajear a los
pioneros que dejaron sus tierras para vivir en paz, en un lugar donde criar a sus hijos y ense-
ñarles a querer su Patria lejana y su Patria presente.
En ese momento se reunieron 11 colectividades, en tanto que otras 5 comprometieron
su futura participación. Ese mismo año, los días 9 y 10 de Diciembre se realizó la primera
presentación social en las instalaciones del Centro Cultural ( Ex Mercado Regional), con stands
de comidas y bailes típicos.
Fue en setiembre de 2000 que dicha Comisión se convirtió en la Federación de Comuni-
dades Extranjeras, siempre con el mismo fin, procurando ser un homenaje diario a las perso-
nas que nos precedieron en la construcción de la ciudad, la región y el país.
A través del vínculo con el pasado, trabaja para construir un presente vivo y comprome-
tido con nuestra identidad multicultural y ser un puente de esperanza hacia el futuro.

Actualidad

z La Federación de Comunidades Extranjeras se encuentra integrada por 22 colectivida-


des federadas y 3 que adhieren a los festejos del Día del Inmigrante:
z Asociación Alemana “Deutscher Verein”
z Asociación Brasilera de Comodoro Rivadavia
z Asociación Búlgara “Kiril y Metodii” de Comodoro Rivadavia
z Asociación Civil Centro de Residentes Bolivianos
z Asociación Civil Centro de Residentes Chilenos
z Asociación Colectividad Sudafricana del Chubut
z Asociación Croata “Hrvatski Dom”
z Asociación Cultural Argentino-Arabe
z Asociación de Checos y Eslovacos “Nas Domov”
z Asociación Española de Socorros Mutuos
z Asociación “Euskal Echea” de Comodoro Rivadavia
z Casa de Andalucia
z Centro Asturiano de Comodoro Rivadavia
z Centro Gallego de S.M. Cultural y Deportivo de C. Rivadavia
z Asociación Helénica “San Nicolás”
z Asociación Irlando Escocesa
z Asociación Italiana de S.M.
z Asociación Polonesa “DomPolski”
z Asociación Portuguesa S.M.
z Centro de Residentes Paraguayos
z Colectividad de Estados Independientes Ex – Soviéticos

Actualmente, más de 1200 jóvenes encuentran en cada una de las Asociaciones un ámbi-
to de permanencia y contención, comprometiéndose con todas las actividades que llevan ade-
lante la Federación de Comunidades Extranjeras. Son ellos quienes recuperan la historia de
sus antepasados a través de sus bailes, estudiando los distintos idiomas y redescubriendo de la
mano de sus mayores los secretos de la gastronomía típica.

La institución está compuesta por un Consejo de Representantes, quienes comparten


responsabilidades a través de distintas subcomisiones:
z Subcomisión de Artística
z Subcomisión de Protocolo
z Subcomisión de Feria
z Subcomisión de Cultura
z Subcomisión de Prensa y Difusión
z Subcomisión de Recursos y Patrimonio
z Subcomisión de Relaciones Institucionales
z Subcomisión de Juventud
z Subcomisión de Deportes

Día del Inmigrante

z En conmemoración al Día del Inmigrante, 4 de setiembre, la Federación de Comunida-


des Extranjeras de Comodoro Rivadavia realiza 4 actividades principales: elección de la Reina
Nacional, la Noche de Gala, el Festival Infantil y la Feria Gastronómica y. Desde el año 2011,
este evento se realiza en instalaciones del Predio Ferial de Comodoro z

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COMODORO RIVADAVIA
Comodoro Rivadavia
Un mosaico de inmigraciones extranjeras
y migraciones internas a lo largo de más de un siglo

Por Daniel Cabral Marques1

“En memoria de Susana Beatriz Torres,


maestra, referente, colega y amiga,
estímulo constante para la investigación y la docencia,
apasionada por el estudio de las migraciones y de la Patagonia…”

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COMODORO RIVADAVIA
COMODORO RIVADAVIA

El contexto patagónico

z La sociedad de Comodoro Rivadavia, como fue el caso de muchas otras a lo largo de la


Patagonia, se constituyó durante el siglo XX con un claro perfil multicultural. A finales del
siglo XIX este escenario fue ocupado por población que fue llegando al territorio desde dife-
rentes lugares del mundo, y que traían consigo sus prácticas culturales y sus formas de vida.
Este proceso que se potenció a partir de las últimas décadas de centuria decimonónica, coinci-
dió con el gran marco de la denominada “inmigración masiva”, que atravesó la realidad socio-
cultural argentina entre 1870 y 1920. En el caso patagónico, la incorporación efectiva del terri-
torio a partir de la “Conquista del desierto” (1879-1885) y de la sanción de la Ley de Territorios
Nacionales (1884) que lo organizaron jurídica y políticamente, propiciaron un contexto favo-
rable al arribo de inmigrantes mayoritariamente europeos quienes eran percibidos como fac-
tor de colonización y modernización. Desde entonces, los inmigrantes extranjeros de proce-
dencia transoceánica cumplieron un papel muy importante en el nuevo poblamiento de esta
área del país.2
En la mayoría de las ciudades patagónicas en formación se establecieron inmigrantes
españoles e italianos, que fueron los dos grupos de inmigrantes europeos más numerosos de
los que llegaron a la Argentina con la “gran inmigración”. En los Territorios Nacionales de la
Patagonia (Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego) el conjunto de euro-
peos más numeroso a lo largo de la primera mitad del siglo XX, fue el de los españoles con
presencia de grupos provenientes de las distintas regiones del país ibérico (gallegos, asturia-
nos, andaluces, vascos).
En distintos lugares de la Patagonia, se establecieron extranjeros de orígenes muy diver-
sos que fueron dando una impronta cultural distintiva a cada uno de los espacios en los que se
localizaron. Los colonos galeses que llegaron por primera vez en 1865 al valle Inferior del Río
Chubut, y que anticiparon los flujos masivos de otros grupos de extranjeros, dieron una perso-
nalidad definida a distintas comunidades de lo que actualmente es el área noreste (Trelew,
Rawson, Puerto Madryn, Gaiman, Dolavon, 28 de Julio) y noroeste (Esquel, Trevelin) de la
Provincia del Chubut.
Este grupo de inmigrantes fue uno de los pocos casos, en los que el arribo al territorio
se concretó a partir de una empresa organizada colectivamente en el viejo mundo y que se
orientó a la Patagonia, en la búsqueda de un área que permitiera la pervivencia autónoma de

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24 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA

la comunidad emigrada lejos de las presiones e imposiciones del Imperio Británico. En otras
ciudades, como fue el caso de Comodoro Rivadavia, la actividad petrolera estimuló la llegada
de inmigrantes de las más variadas procedencias. A los italianos y españoles se sumaron
aquí, portugueses, búlgaros, rusos, croatas, polacos, o griegos entre muchos otros. En esta
misma área, los “boers”, provenientes del sur de África se establecieron desde 1902, alejándo-
se de las duras condiciones dictadas por los vencedores en la Guerra Anglo-boer (1899-1902)
dedicándose en los primeros años a la ganadería y al comercio. Los inmigrantes extranjeros,
principalmente españoles, franceses, ingleses y escoceses también se vincularon a la produc-
ción ganadera y a los frigoríficos asociados con dicha actividad, en el extremo sur del enton-
ces Territorio Nacional de Santa Cruz, localizándose en las áreas rurales y en las nacientes
localidades de Río Gallegos, San Julián y Puerto Deseado. Por su parte la nordpatagonia (áreas
de Neuquén y Río Negro) fue lugar de establecimiento de inmigrantes europeos (principal-
mente italianos y españoles) orientados a la actividad agrícola y frutícola bajo riego en el
valle del Río Negro.
La Patagonia también fue poblada por migrantes internos, es decir por pobladores na-
tivos del país que llegaban de otras provincias y territorios de la Argentina. Este tipo de mi-
gración, fue muy importante para el poblamiento del territorio patagónico, sobre todo desde
1930 en adelante. A algunas ciudades, fueron llegando grupos provincianos, atraídos por las
posibilidades de trabajo desde fecha muy temprana. Por ejemplo, la actividad petrolera atra-
jo desde 1925 a muchos provincianos del noroeste argentino, sobre todo procedentes de pue-
blos y ciudades de Catamarca y La Rioja. La comunidad de este origen es muy importante
actualmente en ciudades como Comodoro Rivadavia y Caleta Olivia. En otras ciudades, estas
migraciones internas se dieron por el desarrollo de distintas actividades económicas. En Tie-
rra del Fuego, la actividad industrial que creció muy rápidamente entre 1970 y 1980, hizo
que llegara mucha población de distintos lugares del país y se estableciera para vivir en ciu-
dades como Ushuaia y Río Grande. Lo mismo sucedió en esos años con localidades como
Puerto Madryn o Neuquén, que aumentaron su población en muy poco tiempo. Los nuevos
habitantes procedían de pequeñas localidades del norte del país, otros de áreas rurales y un
tercer grupo llegaba desde grandes ciudades como Córdoba, Rosario o Buenos Aires en busca
de mejores posibilidades de inserción laboral y progreso económico que, por entonces, ofre-
cía el sur del país.
Además, la región fue poblada por inmigrantes provenientes desde los países limítro-
fes. De todos ellos, el grupo más importante por su número y por su presencia histórica fue y
es el de los inmigrantes de origen chileno. Los chilenos, se vincularon a distintas actividades
económicas. Algunos trabajaron desde fines del siglo XIX como peones en las estancias pata-
gónicas. Otros, se ocuparon en tareas relacionadas con la cosecha de peras y manzanas en el
Valle de Río Negro y Neuquén. Muchos, se trasladaron a las ciudades en crecimiento, para
trabajar en la explotación petrolera (Comodoro Rivadavia, Caleta Olivia), en la extracción del
carbón (Río Turbio), en la construcción, en el comercio o en otras muchas tareas. Práctica-
mente su presencia ha estado relacionada con el desarrollo de casi todas las actividades eco-
nómicas. Según el censo de 1895, ya existían en el territorio Patagónico un total de 9.764
inmigrantes de origen chileno. Desde entonces y por muchas décadas la mayor parte de la
población chilena se concentró en ciudades y áreas rurales del sector cordillerano y precordi-
llerano de la Nordpatagonia (Neuquén y Río Negro) y en distintos puntos de la Patagonia
austral (sur de Santa Cruz y Tierra del Fuego). La llegada de estos migrantes sobre las locali-
dades de la costa atlántica fue en general más tardía y se potenció en la segunda mitad del
siglo XX. Hacia 1980, el número de inmigrantes chilenos en Patagonia había crecido hasta un
total de 115.552 personas de esa nacionalidad residentes en este territorio. Actualmente, las
áreas en las que está establecido el mayor número de población de origen chileno son el Valle
del Río Negro (en ciudades como Neuquén, Cipolleti y General Roca), Comodoro Rivadavia
en Chubut, y Río Gallegos en Santa Cruz. Los chilenos, como otros inmigrantes limítrofes
que llegaron en las últimas décadas (paraguayos, bolivianos, peruanos) trajeron sus pautas
culturales y las trasmitieron a sus hijos y nietos, contribuyendo, como los otros grupos de
inmigrantes, a hacer de la Patagonia un territorio con un carácter definidamente multicultu-
ral.

La primera mitad del siglo XX


La constitución de una sociedad multicultural

z El pueblo de Comodoro Rivadavia surgió en los inicios del siglo XX como un punto de
referencia para el embarque de lanas, cueros y “frutos del país”, desde las áreas de explota-
ción rural del interior del territorio. La existencia formal de los primeros galpones de acopio
de lanas hacia 1900 y la disposición posterior de un embarcadero conocido como “muelle
Maciel”, fueron permitiendo la salida de los productos de las estancias y colonias pastoriles

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26 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA

de la meseta y precordillera (Colonia Sarmiento, Colonia General San Martín, Colonia Juárez
Celman) y favoreciendo, a la vez, el aprovisionamiento de los enseres necesarios para desa-
rrollar la colonización y la explotación económica de estas comarcas. La huella originalmente
marcada por el italiano Francisco Pietrobelli y por el alemán Juan Plate3 en sus viajes hacia la
costa atlántica, fue rápidamente continuada por otros pobladores y, en poco tiempo, en lo
que sería Comodoro Rivadavia, comenzaron a instalarse las numerosas casas comerciales,
dedicadas al acopio de lanas, cueros, y a la venta de artículos de ramos generales. Desde el
primer galpón de almacenamiento construido en 1900 por Francisco Pietrobelli al pie del
denominado cerro “Chenque”, por encargo de Juan Plate, Ángel Velaz, Llames Massini, Máxi-
mo Abásolo y Julio Fernández, pobladores y estancieros de la zona, la ganadería ovina y el
comercio asociado a ella señalaron el rumbo de la vida social y económica de la comarca. A
partir de allí, “El Pueblo”, como se denominaba al pequeño asentamiento en aquel entonces,
fue periódicamente visitado por las tropas de carros que desde tierra adentro traían la lana
recién obtenida, para embarcarla hacia el área metropolitana.4
Con el arribo del primer contingente de colonos Boer a partir de 1902, la instalación de
las primeras fábricas de carros, el establecimiento de la línea telegráfica, el periódico fondea-
dero de los transportes navales de la Marina y la concesión de la línea de cabotaje costero de
navegación a la Compañía Hamburgo Sudamericana, el pueblo amplió sus perspectivas de
crecimiento. Según algunas crónicas, para entonces existían 65 edificaciones y 215 habitan-
tes.5
Según la misma fuente sólo tres años después, en 1905, ya existían 154 casas y comercios
construidos en el casco céntrico y un total aproximado de 562 pobladores.6 Para ese año tam-
bién sucedieron otros hechos significativos como la llegada del segundo contingente de colo-
nos “Boers” (Febrero de 1903), y el arribo de la primera máquina perforadora para la búsque-
da de agua potable (Setiembre de 1903) que, después de un intento infructuoso, retomaría sus
actividades en la localidad a partir de las gestiones realizadas por un importante grupo de
vecinos ante el Gobierno Nacional. La existencia rudimentaria del puerto permitió la conexión
vía marítima, a través de las líneas de cabotaje costero con otras localidades patagónicas y,
particularmente, con el puerto de Buenos Aires.
Estas condiciones atrajeron el interés de grandes compañías comerciales y ganaderas,
entre las que sobresalieron por el monto de los capitales invertidos, y el dinamismo de su
actividad, las firmas “Sociedad Anónima Importadora y Exportadora de la Patagonia”, del
En otras ciudades,
como fue el caso de
Comodoro Rivadavia,
la actividad petrolera
estimuló la llegada
de inmigrantes de
las más variadas
procedencias. A los
italianos y españoles
se sumaron aquí,
grupo Braum-Menéndez-Blanchard-Behety y “Lahusen S.A”, portugueses, búlgaros,
propiedad del comerciante alemán Christian Lahusen, que rusos, croatas,
se instalaron en la localidad entre 1906 y 1908. polacos, o griegos
Por otra parte, las casas comerciales de mediana dimen- entre muchos otros.
sión, que fueron las primeras en afianzarse en la localidad
estuvieron impulsadas mayoritariamente por inmigrantes de origen europeo, quienes aco-
piaban la producción lanera que llegaba desde el interior, y a la vez proveían a los pobladores
de artículos de ramos generales. Algunos de ellos tuvieron una presencia efímera durante la
primera década de vida del pueblo, mientras que otros pobladores como Belarmino Menén-
dez (español), Máximo Abásolo, Francisco Salso (español), Sebastián Peral (portugués), Maria-
no Rodríguez, Toribio Larrea (Español), Luis y Agustín Ibarguren (españoles), incrementaron
el núcleo inicial, y fueron consolidando sus posiciones económicas, y sus lugares de reconoci-
miento social al interior de la sociedad comodorense.
Su participación en la vida social y política de Comodoro Rivadavia se hizo manifiesta
en las primeras instituciones intermedias tales como el Club Social, la Sociedad Rural y en
algunos casos en las comisiones directivas de las asociaciones de socorros mutuos. El Club
Social se convirtió en una entidad que tuvo como función la promoción de actividades socia-
les y culturales, a la vez que representó un espacio de encuentro donde se discutían los proble-
mas centrales de la vida política y económica del pueblo y la región.7 Con el transcurso de las
primera década de vida del “Pueblo” y con el incremento de la población, se fue dando forma
a modos de regulación social que se plasmaron en instituciones comunitarias tales como el
Juzgado de Paz, el Concejo Municipal, el Registro Civil, la Escuela, la delegación de Subprefec-
tura, y la organización policial. Estos cargos fueron detentados por algunos de los personajes
vinculados al comercio y la explotación ganadera y por personal profesional que era requeri-
do para desempeñar tareas específicas.
El pueblo de Comodoro Rivadavia, se caracterizó desde su fundación por ser una comu-
nidad construida a partir de la interacción de distintos grupos inmigratorios. Esta caracterís-
tica le fue dando una fisonomía propia de “sociedades abiertas”, sin que existieran en princi-
pio pautas anteriores rígidamente establecidas, que obstruyeran la posibilidad del ascenso
social a quienes decidieran establecerse en la comarca. Muchos de los inmigrantes arriba-
dos en el transcurso de los primeros años de vida de la localidad, se insertaron rápida-
mente en las actividades económicas en expansión, y en las ofertas laborales que generaba

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28 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA

el crecimiento de los servicios urbanos. El Primer Censo de los Territorios Nacionales de 1905
indicaba la presencia de un total de 312 habitantes para Comodoro Rivadavia, de los cuales
sólo el 6% de los adultos eran argentinos, lo que revela la importancia numérica de la presen-
cia extranjera.8
De estos grupos inmigratorios el que quizás se caracterizó por una clara particularidad
fue el de los “Boers”. Los inmigrantes Boers eran descendientes de los colonos europeos (Ho-
landeses, Franceses, Alemanes y Británicos ) que por razones religiosas y políticas abandona-
ron sus países de origen desde el siglo XVII y se asentaron en territorio sudafricano, donde
luego de enfrentar conflictos con los habitantes originarios afrontaron una lucha desigual con
el Imperio Británico a finales del siglo XIX.9 A partir de la derrota frente a los ingleses en la
Guerra Anglo Boer y de la imposición de una dura Ley Marcial por parte de los vencedores,
muchas de estas familias decidieron emigrar al exterior siendo el área de Comodoro Rivada-
via uno de los focos de dispersión más importantes. Desde 1902 la inmigración Boer le dio
una fisonomía específica a la Cuenca del Golfo San Jorge, con la llegada de al menos tres
oleadas colectivas con establecimiento mayoritario en la Colonia agro-pastoril Escalante y su
ensanche en donde el gobierno nacional había otorgado a cada familia 625 hectáreas, con
opción a su incremento posterior hasta las 2.500 hectáreas. Según algunos estudios para fines
de 1905, es posible estimar en el área de Comodoro Rivadavia un asentamiento Boer de algo
más de cuatrocientas personas, cifra que se incrementó posteriormente con la llegada de
familiares que mantuvieron contacto con los ya instalados en la Colonia Escalante. A partir de
allí ya no se registraron movimientos en travesías organizadas, sino sólo en grupos familiares
aislados e incluso arribos individuales..10
Durante las primeras décadas de vida del pueblo de Comodoro Rivadavia, los inmi-
grantes constituyeron los actores dinámicos de la vida social, política, económica y cultu-
ral de la naciente comunidad. Las primeras gestiones para la concreción de los servicios y
necesidades básicas para la vida colectiva (cementerio, provisión de agua para el consu-
mo, escuela pública, matadero municipal, etc) los tuvieron como protagonistas principa-
les y fueron activos propulsores de la vida institucional y asociativa local a través de la forma-
lización de las entidades de socorros mutuos (desde 1910) y su proyección en las elecciones
comunales con la constitución de los sucesivos concejos municipales (desde 1911). En 1911 el
padrón de electores municipales sumaba 447 personas, de las cuales el 79% era de origen
extranjero.
Vista de los
Campos
petroleros de
Astra, hacia el
año 1917

La mayoría de los extranjeros eran españoles (39%), portugueses (13%) e italianos


(13%). Los extranjeros fueron, desde el inicio del proceso político local, importantes partícipes
al amparo de las posibilidades que les brindaba la Ley de los Territorios Nacionales de 1884
para el ejercicio electoral en el ámbito de los municipios.11 De hecho, las primeras elecciones
municipales del “Pueblo” de Comodoro Rivadavia, celebradas en 1911 incluían en las dos
listas contendientes a inmigrantes de origen extranjero: Sebastián Peral (portugués), Enrique
Corcoy (español) y Ernesto Pérez (español) en el Partido del Pueblo y José Salso (español) y
Mateo Martín Venter (sudafricano) en el Partido Unión Vecinal, que dirigía el Doctor Julio
Ladvocat y que resultó triunfante en los comicios. En 1915, en ocasión de una nueva instancia
comicial el padrón de electores sumaba 959 personas, en su gran mayoría (89%) de origen
extranjero.
Para 1912 el Segundo Censo de los Territorios Nacionales indicaba que habitaban el
pueblo de Comodoro Rivadavia 1.716 personas, las que junto a las 1.732 que estaban estableci-
das en el entorno rural (mayoritariamente en la vecina Colonia Escalante), arrojaban un total
de 3.448 pobladores en toda el área. Esta cifra representaba el 70% del total de población del
Departamento Sarmiento (que entonces agrupaba los poblados de Comodoro Rivadavia, el
reciente Yacimiento Fiscal, Sarmiento, Río Mayo y sus comarcas rurales). Por entonces el Te-
rritorio Nacional del Chubut poseía 23.316 habitantes.

Población en el área de Comodoro Rivadavia en 1912


Localidad o sector Nro. %
Comodoro Rivadavia 1.716 34,9
Colonia Escalante 1.732 35,2
Total del departamento Sarmiento 4.908 100
Total de Chubut 23.316
Fuente: Elaboración propia sobre la base de información suministrada por el Censo de los Territorios Nacionales de 1912, pág. 300

En cuanto a los orígenes de la población en todo el Departamento Sarmiento, el mismo


Censo indicaba la presencia de poco más de un 47% de población argentina y casi un 53 % de
inmigrantes extranjeros de los más diversos orígenes, siendo los grupos de inmigrantes más
numerosos los españoles (813, 16,5%), ingleses12 (448, 9,1%), chilenos (304, 6,1%), italianos (290,
5,9%), rusos (179, 3,6%), portugueses (121, 2,4%) y alemanes (99, 2%).

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30 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA

Nacionalidades de la Población en el Departamento Sarmiento


(Sarmiento, Comodoro Rivadavia, Yacimiento Fiscal, Río Mayo y Colonia Escalante).
Censo Territorial de 1912
Nacionalidades Nro. %
Argentinos 2.335 47,5
Españoles 813 16,5
Ingleses 448 9,1
Chilenos 304 6,1
Italianos 290 5,9
Rusos 179 3,6
Portugueses 121 2,4
Alemanes 99 2
Austriacos 78 1,5
Uruguayos 74 1,5
Franceses 57 1,1
Suizos 15 0,3
Turcos 12 0,2
Holandeses 8 0,1
Rumanos 7 0,1
Belgas 6 0,1
Paraguayos 4 0,08
Brasileros 4 0,08
Peruanos 2 0,04
Noruegos 1 0,02
Norteamericanos 1 0,02
Dinamarqueses 1 0,02
Otras Nacionalidades 49 0,99
Total del departamento 4.908 100
Fuente: Elaboración propia sobre la base de información suministrada por el Censo de los Territorios Nacionales de 1912, pág. 304

Pocos años más tarde, en 1914, el Tercer Censo Nacional informaba que en el Territo-
rio Nacional del Chubut existía un 54% de población argentina y un 46% de población extranje-
ra con un claro predominio dentro de este último grupo de los españoles (3.290, 14%), los
chilenos (2.761, 12%), los italianos (1.139, 5%) y los ingleses (1.083, 4,6%). Por entonces el Depar-
tamento Sarmiento reunía un total de 5.261 habitantes y mantenía una mayor presencia de
población extranjera, con la preeminencia de los mismos grupos migratorios aunque con una
proporción relativa más importante de inmigrantes rusos, portugueses y alemanes.

Nacionalidades de la Población en el Territorio Nacional del Chubut


Tercer Censo Nacional (1914)
Nacionalidades Nro. %
Argentinos 12.481 54
Españoles 3.290 14
Chilenos 2.761 12
Italianos 1.139 5
Ingleses 1.083 4,6
Rusos 379 1,6
Alemanes 284 1,2
Uruguayos 284 1,2
Portugueses 242 1
Austrohúngaros 207 0,89
Sudafricanos 204 0,88
Otomanos 203 0,88
Franceses 189 0,81
Otras nacionalidades 319 1,3
Total 23.065 100
Fuente: Elaboración propia sobre la base de información suministrada por el Tercer Censo Nacional de 1914

Desde 1907 el descubrimiento de petróleo por parte de un equipo perforador enviado


por la Dirección de Minas, Hidrología y Geología de la Nación -tres kilómetros al norte del
“pueblo” de Comodoro Rivadavia- comenzó a complejizar la vida socioeconómica de todo el
área al propiciar la explotación de un nuevo recurso. A lo largo de los años la paulatina orga-
nización de la entonces denominada “Mina Fiscal”, el avance en las tareas de exploración y
perforación y el establecimiento de infraestructura para el desarrollo de la actividad fueron

El Libro de los Pioneros 31


32 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA

consolidando un mercado de trabajo con crecientes necesidades de mano de obra, que fue
cubierto en gran medida por la inmigración extranjera.
Para 1917, cuando se registró el primer conflicto huelguístico importante entre los tra-
bajadores y la patronal, estaba ocupado en el Yacimiento Estatal (Dirección de Explotación de
Petróleo de Comodoro Rivadavia) un total de 1.401 trabajadores, de los cuales más del 95%
eran extranjeros, con presencia mayoritaria de inmigrantes de origen europeo, entre los que
se destacaban como los agrupamientos nacionales más numerosos los españoles, portugue-
ses, rusos, austríacos y griegos que en conjunto constituían casi el 65% de la fuerza de trabajo.
Si bien no existía una política explícita respecto a las modalidades de captación de la mano de
obra, salvo en los casos de personal técnico altamente calificado (Ingenieros y Jefes de Son-
deo), los canales informales (personales y familiares) representaron uno de los mecanismos
de mayor relevancia para el ingreso de población extranjera al Yacimiento. En muchos casos,
llegaron a definirse verdaderas “redes ocupacionales”, mediante las cuales se facilitaba el
ingreso de personal de determinada nacionalidad, promovido por aquellos “paisanos” ya co-
locados en puestos de cierta importancia dentro de la Repartición.

Nacionalidades de los trabajadores de la Dirección General


de Explotación de Petróleo de Comodoro Rivadavia en Octubre 1917
Nacionalidades Nro. %
Españoles 324 23,1
Portugueses 187 13,3
Rusos 186 13,3
Austríacos 108 7,7
Griegos 91 6,5
Rumanos 51 3,6
Argentinos 46 3,3
Italianos 38 2,7
Búlgaros 28 2,0
Alemanes 28 2,0
Turcos 16 1,1
Servios 14 1,0
Montenegrinos 7 0,5
Nacionalidades Nro. %
Albaneses 5 0,3
Uruguayos 2 0,1
Ingleses 2 0,1
Otros 268 19,1
Total 1.401 100
Fuente: Elaboración propia sobre la base de información suministrada por el Diario La Protesta, 5 de octubre de 1917, pág. 3.

La actividad petrolera se proyectó durante la segunda década del siglo XX desde el Yaci-
miento Fiscal hasta los distintos puntos de inversión de las compañías privadas. Astra Compa-
ñía Argentina de Petróleo, inicialmente de capitales privados argentinos y luego con fuerte
inversión alemana, inició sus operaciones en la región en 1915 al acceder a la concesión por
parte del Estado de 1.500 hectáreas y construir un núcleo residencial para sus operarios a 20
kilómetros del casco céntrico del “Pueblo de Comodoro Rivadavia”. Las inversiones británicas
llegaron a la actividad en 1920 con la creación de la Compañía Ferrocarrilera del Petróleo
(COMFERPET), situada con su campamento a 8 kilómetros del pueblo. Finalmente la Royal
Dutch Shell inició tareas de exploración en 1916 y en 1922 localizó un campamento a 27
kilómetros del centro de la ciudad, dando origen a la compañía Diadema Argentina.13 En cada
una de estas localizaciones, conocidas popularmente como “campamentos”, la presencia ex-
tranjera también fue mayoritaria pero con ciertas particularidades de acuerdo a las políticas
de incorporación de personal directivo, técnico y obrero impulsado por cada una de las em-
presas. En Astra los inmigrantes extranjeros representaban el 98,7% del personal en 1917 y el
95,3% en 1926, con una fuerte presencia de población de origen alemán. En los otros campa-
mentos, los grupos predominantes mantenían, en líneas generales, la proporción del Yaci-
miento Fiscal con el agrupamiento relevante de trabajadores españoles, portugueses y rusos
sobre un heterogéneo colectivo de operarios extranjeros. Hacia 1917 la población de la zona se
estimaba en 3.232 habitantes: 1.300 localizados en Comodoro Rivadavia, 1.562 en el Km 3
(Yacimiento Fiscal), 150 en Km 5 (Talleres Centrales del Ferrocarril Comodoro Rivadavia-Sar-
miento), 120 en Km 8 (Compañía Especial de Perforaciones precursora de la Compañía Ferro-
carrilera de Petróleo) y 100 en Km 20 (Astra Compañía Argentina de Petróleo).14
Entre los años 1919 y 1922 las huelgas se sucedieron casi de modo ininterrumpido en
los yacimientos petrolíferos de Comodoro Rivadavia (mayoritariamente en el Yacimiento

El Libro de los Pioneros 33


34 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA

Fiscal, pero también en Astra, en la Compañía Ferrocarrilera y en Diadema Argentina), en


consonancia con un ambiente de radicalización de los conflictos sociales que recorría prácti-
camente todo el país. Desde las organizaciones patronales de cada una de estas empresas se
desplegaron, muchas veces de manera coordinada, variados dispositivos de control social y
disciplinamiento de la fuerza laboral a la que, por su marcado predominio extranjero, se
sindicaba como altamente inestable y contestataria. Generalmente, los extranjeros que eran
identificados como activistas o agitadores eran cesanteados de las empresas y, en los casos
más conflictivos, se los deportaba bajo custodia hacia la Capital Federal en los buques de la
Marina, en correspondencia con los preceptos de la Ley de Residencia y la Ley de Defensa
Social.15 En algunas ocasiones los deportados eran alojados temporariamente en presidios
del área metropolitana o, incluso, sufrían un proceso de expulsión del país y repatriación
hacia sus lugares de origen. Lo cierto es que, al ser identificados como “agentes propagandís-
ticos de ideas contrarias al orden social”, se veían imposibilitados de volver a insertarse en la
actividad pública, lo que los eliminaba en forma permanente de la factibilidad de reingresar
a la explotación petrolera estatal. Esta política represiva que se inició formalmente con las
huelgas de 1918, se transformó en práctica corriente a lo largo de todo el período, profundi-
zándose sistemáticamente en la década siguiente bajo el impulso del “modelo mosconiano”
y continuándose esporádicamente en cada uno de los ciclos conflictivos obrero-patronales
que se sucedieron en los años ’30, ’40 y ’50.
Una de las estrategias más relevantes, desplegada fundamentalmente en el caso de la
petrolera estatal, consistió en el inicio del reclutamiento de trabajadores por cuenta de la
empresa en ciertas provincias del interior del país, contando con la colaboración del Ministe-
rio del Interior: “En caso de no llegarse a un arreglo... me permito sugerir a vuestra excelen-
cia envíe unos 200 ó 300 obreros argentinos, si fuera posible oriundos de las provincias del
interior, como ser salteños, catamarqueños, riojanos u otros, que todavía no estén contami-
nados por las ideas de huelgas”.16 Esta política de “argentinización del personal” cuyas pri-
meras manifestaciones datan de 1919 -retomada y profundizada sistemáticamente durante
toda la década de 1920 bajo el impulso del entonces Coronel Enrique Mosconi, Director de
YPF-, estableció las bases de los flujos de migraciones internas desde el noroeste del país que
se sucederían a lo largo de todo el siglo XX: “Hombres de todas las razas y de los diversos
países había en el yacimiento de Comodoro Rivadavia cuando nos hicimos cargo de su direc-
ción. Esa heterogénea masa humana, en la que, bueno es decirlo, la población argentina era
Trabajadores
petroleros de
Astra, hacia el
año 1930. Foto Sr.
Cortez Molina.

parte minúscula, planteaba a las autoridades de la repartición un problema de carác-


ter social, cuya solución se vinculaba íntimamente con el resultado que ansiábamos alcan-
zar”. 17 Esta población, mayoritariamente de origen rural, no había desarrollado rasgos cultu-
rales que la hicieran proclive a participar de los planteos gremiales y reivindicativos de ten-
dencia radical, como los que habían generado los trabajadores extranjeros bajo el liderazgo
de algunos referentes sindicales provenientes de las grandes ciudades argentinas (funda-
mentalmente Buenos Aires, Córdoba, y Tucumán). La llegada de estos contingentes de traba-
jadores provincianos (principalmente catamarqueños y riojanos), destinados básicamente a
cubrir tareas en el área de perforación, significó la paulatina sustitución del personal ante-
rior y representó un impacto socio-cultural importante en la vida del Yacimiento Fiscal. En
ocasiones los envíos de personal reclutados por Comisiones de Contratación en el norte del
país, en una frecuencia cercana a los 100 hombres por mes, rebasaron las posibilidades de
absorción de la mano de obra y obligaron a la directiva a suspender momentáneamente los
envíos o prever su reorientación hacia otras áreas petrolíferas explotadas por YPF en el norte
del país.18 Pese a ello, el sostenimiento de esta política de selección de personal a lo largo de
varios años cumplió con el objetivo propuesto por la empresa y el crecimiento paulatino del
personal de origen argentino fue equilibrando, hacia 1930, el predominio abrumador de los
operarios extranjeros. Según las propias fuentes de la Administración de YPF, entre 1925 y
1930 ingresaron a la repartición 2.613 obreros procedentes del norte del país, pero con un
muy importante número de bajas (1.642), lo que dejaba, al 31 de diciembre de 1930, un total
de sólo 971 trabajadores en servicio.19 De todos modos, el proceso de argentinización daba sus
frutos y al 31 de diciembre de 1928 el personal en servicio en el yacimiento ascendía a 2.879
operarios, de los cuales 1.130 eran argentinos (el 39,2%), en tanto que la colectividad extranje-
ra más numerosa, la española, contaba sólo con 451 trabajadores.20 El personal argentino se
incrementaría un año más tarde a 1.185 trabajadores sobre un total de 2.732, lo que represen-
taba un porcentaje del orden del 43,4%.21 A pesar de que, según lo demuestran las fuentes de
la empresa, la argentinización del yacimiento no sería inmediata, el propio General Mosco-
ni, al final de su mandato al frente de la Dirección General de YPF, expresaba con satisfac-
ción: “en el año 1923 el 80%, aproximadamente, del personal obrero de Comodoro Rivadavia
era extranjero. En el año 1930 el 80% del personal del mismo yacimiento era argentino nativo,
realizando la Dirección General de YPF, por su exclusiva cuenta, el reclutamiento de obreros
en las provincias del Norte y Centro”. 22

El Libro de los Pioneros 35


36 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA

Nacionalidad de los trabajadores de Yacimientos


Petrolíferos Fiscales de Comodoro Rivadavia en 1926
Nacionalidad Nro. % Nacionalidad Nro. %
Españoles 843 24.9 Ingleses 6 0.17
Argentinos 723 21.3 Paraguayos 6 0.17
Portugueses 574 16.9 Suizos 6 0.17
Italianos 196 5.7 Montenegrinos 5 0.14
Búlgaros 147 4.3 Lituanos 4 0.11
Alemanes 137 4.0 Uruguayos 4 0.11
Checoeslovacos 121 3.5 Persas 4 0.11
Rusos 104 3.0 Japoneses 4 0.11
Yugoeslavos 99 2.9 Brasileños 3 0.08
Griegos 87 2.5 Estadounidenses 3 0.08
Austríacos 79 2.3 Armenios 2 0.05
Polacos 65 1.9 Holandeses 2 0.05
Rumanos 57 1.6 Suecos 2 0.05
Chilenos 35 1.0 Sirios 2 0.05
Servios 16 0.4 Daneses 1 0.02
Franceses 10 0.29 Colombianos 1 0.02
Albaneses 10 0.29 Noruegos 1 0.02
Húngaros 9 0.26 Arabes 1 0.02
Turcos 7 0.20 Belgas 1 0.02
Ucranianos 7 1.20 TOTAL 3.384 100%
Fuente: Elaboración propia en base al “Censo de los Trabajadores de YPF en Comodoro Rivadavia”.
Copiador de Cartas Nro. 4: Hubertz Platz, 12/Mar./1926 (págs. 23-24). Archivo de YPF

Finalmente, otro de los instrumentos utilizados por la directiva de YPF para la “argenti-
nización” del personal fue la internalización de preceptos homogeneizadores sobre la pobla-
ción del Yacimiento a través de la escuela, a la que concurrían los hijos de los trabajadores
mayoritariamente de origen extranjero. El 30 de septiembre de 1923, el administrador local
de YPF Coronel Alonso Baldrich, en una carta al Presidente del Consejo Nacional de Educa-
ción, expresaba al respecto: “Si algún punto del país reclama imperiosamente su argentiniza-
ción, es la Patagonia y especialmente Comodoro Rivadavia, donde predominan elementos ex-
tranjeros aventados con sus sedimentos de amargura de sus tierras de origen. Y tal misión in-
cumbe a la Escuela... Tal el caso de la Escuela Nro. 223 a la cual concurren los hijos de esos obreros,
en su mayoría extranjeros, a los que deben inculcárseles sentimientos afectivos y patrióticos”.24
Para el cumplimiento de este propósito la administración proveyó desde entonces las instalacio-
nes para el edificio de la Escuela, facilitando gratuitamente servicios como la luz, la calefacción,
y el agua, garantizando viviendas para los maestros dentro de la jurisdicción del yacimiento. Esta
política sería continuada con la instalación de nuevas escuelas en los distintos campamentos,
que la empresa iba montando en las áreas cada vez más alejadas del campamento central.
Desde el punto de vista ideológico, en los años 20 y 30, gran parte de los sectores diri-
gentes de la comunidad local (administradores de las compañías petroleras, funcionarios de
las entidades públicas y de las fuerzas de seguridad, directores de los medios de prensa escri-
ta) asimilaban la presencia de un alto componente de conflicto social con la composición
mayoritariamente extranjera de la fuerza de trabajo. Esta concepción se asociaba a un razo-
namiento que ligaba las posibilidades de organización y demanda del movimiento obrero
local a la “influencia perniciosa de sociedades obreras de Buenos Aires” y a la acción conse-
cuente de agitadores profesionales llegados desde otros puntos del país.25 Esta lógica se apo-
yaba en una visión optimista e ingenua respecto de la calidad y el compromiso del trabajador
argentino: “es propósito del que suscribe ir dando con preferencia los puestos de mayor im-
portancia a elementos nacionales, y de los que se tenga garantía de orden... en virtud de que
son los extranjeros los que forman la casi totalidad del personal de esta repartición... y son los
primeros adherentes a cualquier movimiento de huelga”.26 Con el paso del tiempo y la in-
tensificación de los flujos migratorios, fueron planteándose desde los poderes públicos
demandas concretas en relación con la necesidad de establecer criterios selectivos en el
seno de la población extranjera, propiciando pautas discriminatorias. Este comportamien-
to, que fue particularmente notorio en relación con los obreros de origen ruso, y que pesó de una
u otra forma sobre quienes provenían de la Europa Oriental, se convalidaba en el supuesto “espí-
ritu agitador” y el “carácter anárquico” que según se sostenía caracterizaba a estos elementos.
Hacia 1920, el Tercer Censo de los Territorios Nacionales indicaba que vivían en el pue-
blo de Comodoro Rivadavia un total de 2.179 habitantes, cifra un poco menor que los 2.219
que estaban establecidos en la vecina Explotación Nacional de Petróleo y que era, por entonces,
el sector más poblado de todo el área. En torno a estas localizaciones la Colonia Escalante

El Libro de los Pioneros 37


38 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA

registraba 127 habitantes, la Colonia Salamanca 72 habitantes, Bahía Bustamante 67 habitan-


tes, Puerto Visser 50 habitantes, Pico Salamanca 39 habitantes y Pampa del Castillo 30 habitantes.

Población en el área de Comodoro Rivadavia en 1920


Censo Territorial de 1920
Localidad o sector Nro. %
Explotación de Petróleo 2.219 46
Comodoro Rivadavia 2.179 45
Colonia Escalante 127 2,6
Colonia Salamanca 72 1,4
Bahía Bustamante 67 1,3
Puerto Visser 50 1
Pico Salamanca 39 0,8
Pampa del Castillo 30 0,6
Total del departamento Escalante 4.823 100
Total de Chubut 30.118
Fuente: Elaboración propia sobre la base de información suministrada por el Censo de los Territorios Nacionales de 1920, pág. 206.

En todo el Departamento en el que se situaba el área de Comodoro Rivadavia, ahora


reducido en sus dimensiones territoriales respecto del anterior Departamento Sarmiento y
denominado como Escalante, seguían predominando los extranjeros con un porcentaje cerca-
no al 63%. Dentro de ese porcentaje los españoles continuaban siendo el grupo mayoritario
(1.220, 25,2% del Departamento), seguidos en una menor proporción por los italianos (280,
5,8%), rusos (273, 5,6%), portugueses (229, 4,7%), británicos (201, 4,1%), austríacos (164, 3,4%) y
alemanes (113, 2,3%). La presencia europea resultaba muy relevante en términos cuantitativos
tanto sobre la población argentina (1.818, 37,6%) como sobre los inmigrantes extranjeros de
origen limítrofe representados principalmente por los chilenos (52, 1,07%), uruguayos (40,
0,8%) y en mucha menor proporción por los brasileños (11, 0,22%), paraguayos (3, 0,06%) y
peruanos (3, 0,06%). Estas cifras diferían con los datos totales del Territorio Nacional del Chu-
but en donde, a la inversa del Departamento Escalante, era mayor el porcentaje de población
argentina (60,6%) que el de los extranjeros (39,4%) y era más significativa numéricamente la
presencia de población de origen chileno (9,6%). Sin embargo, y tal como sucedía en el Depar-
tamento Escalante, también los españoles, italianos, británicos, rusos, portugueses, austríacos
y alemanes eran los grupos europeos más numerosos aunque en porcentajes relativos menos
importantes respecto a la población total.

Nacionalidades de la Población en el Departamento Escalante


Censo Territorial de 1920
Nacionalidades Nro. %
Argentinos 1.818 37,6
Españoles 1.220 25,2
Italianos 280 5,8
Rusos 273 5,6
Portugueses 229 4,7
Británicos 201 4,1
Austriacos 164 3,4
Alemanes 113 2,3
Rumanos 95 1,9
Franceses 94 1,9
Chilenos 52 1,07
Uruguayos 40 0,8
Griegos 33 0,6
Turcos 26 0,5
Holandeses 25 0,5
Suizos 15 0,3
Brasileños 11 0,22
Dinamarqueses 6 0,12
Paraguayos 3 0,06
Peruanos 3 0,06
Belgas 2 0,04
Otras Nacionalidades 120 2,4
Total del departamento 4.823 100
Total de Chubut 30.118
Fuente: Elaboración propia sobre la base de información suministrada por el Censo de los Territorios Nacionales de 1920, pág. 218.

El Libro de los Pioneros 39


40 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA

Nacionalidades de la Población en el Territorio Nacional del Chubut


Censo de los Territorios Nacionales (1920)
Nacionalidades Nro. %
Argentinos 18.265 60,6
Españoles 4.109 13,6
Chilenos 2.900 9,6
Italianos 1.119 3,7
Británicos 891 3
Rusos 443 1,5
Portugueses 328 1,08
Austríacos 267 0,8
Alemanes 260 0,8
Uruguayos 222 0,7
Turcos 183 0,6
Franceses 172 0,57
Rumanos 101 0,33
Griegos 100 0,33
Otras nacionalidades 758 2,5
Total 30.118 100
Fuente: Elaboración propia sobre la base de información suministrada por el Censo de los Territorios Nacionales de 1920, pág. 224

Gran parte de los grupos de inmigrantes que arribaron al área de Comodoro Rivadavia
en la primera mitad del siglo XX llegaron a la zona a partir de un mecanismo migratorio que
los estudiosos han definido como “cadenas” o “redes migratorias”.27 En tal situación, los cana-
les de relación interpersonal, inter-intrafamiliar e inter-intracomunitaria fueron vitales para
sostener la circulación de información, las ayudas económicas y otras modalidades de asisten-
cia que facilitaban la llegada a la sociedad receptora (en este caso a Comodoro Rivadavia) de
inmigrantes que poseían algún tipo de vinculación con otros ya establecidos en el lugar de
destino. Las “redes migratorias” generalmente se iniciaban a partir de la inmigración tempra-
na de algún individuo o grupo de individuos que, una vez establecido con cierto nivel de
“éxito” en la nueva localización promovían la llegada de parientes, amigos o vecinos desde los
mismos lugares desde los que ellos habían partido (aldea, poblado, comarca o distrito). Esta
Además, la Patagonia
fue poblada por
inmigrantes
provenientes desde los
países limítrofes. De
todos ellos, el grupo más
importante por su
número y por su
presencia histórica fue y
es el de los inmigrantes
acción pionera convertía a estos primeros inmigrantes en de origen chileno. Los
“mediadores” y les otorgaba un fuerte prestigio y reconoci- chilenos, se vincularon a
miento al interior de la colectividad facilitando, en muchos distintas actividades
casos, su conversión en dirigentes étnicos. Algunas de estas económicas. Algunos
redes migratorias tuvieron una amplia perdurabilidad en el trabajaron desde fines
tiempo, manteniéndose activas por varias décadas (30, 40 o del siglo XIX como
hasta 50 años) y favoreciendo el arribo a la sociedad recepto- peones en las estancias
ra de inmigrantes de orígenes muy localizados en la socie- patagónicas.
dad de origen.
Ciertos flujos migratorios estuvieron muy asociados con migraciones tipo red, lo que se
expresó en la presencia de individuos y familias arribadas a Comodoro Rivadavia desde re-
giones específicas de la sociedad de origen. Fue el caso, entre otros, de portugueses, gallegos,
asturianos, andaluces, croatas, polacos y griegos. En efecto, los portugueses inmigrados al
Golfo San Jorge provinieron en porcentajes cercanos al 85% desde el distrito de Faro en la
sureña provincia de Algarve, con el aporte poblacional relevante de Concejos como Sao Bras
de Alportel (entre 27 y 30%), Loulé (entre 22 y 25%), Faro (entre 11 y 15%) y Olhao (entre 7 y
9%).28 Otros distritos como Coimbra, Leiria, Guarda y Castelo ubicados en el centro y el norte
de Portugal aportaron un porcentaje mucho menor de población inmigrada con porcentajes
que oscilan entre el 1 y el 5%. En este grupo de inmigrantes los “pioneros” llegaron a Comodo-
ro Rivadavia entre 1903 y 1910, siendo uno de sus referentes principales el algarvío Sebastián
Peral (nacido en Pechao, Consejo de Olhao y llegado a la Argentina en 1869 y a Comodoro
Rivadavia en 1903) quien se convirtió en un próspero hombre de empresa (a través de la
instalación de una herrería y fábrica de carros) y en una figura de influencia política y social
en el naciente poblado.29 Otros “pioneros” de la inmigración portuguesa, con una presencia
quizás menos visible en la historia de la comunidad local, fueron Antonio Viegas Carrascaláo
y José Barracosa (ambos provenientes de Sáo Brás de Alportel) e integrantes como trabajado-
res jornaleros del equipo perforador que descubrió petróleo en el área el 13 de diciembre de
1907; o Manuel y Joaquín da Silva quienes desempeñaron las mismas tareas en los años ini-
ciales de la actividad entre 1908 y 1909.30 Entre 1910 y 1930 las posibilidades de empleo en la
actividad petrolera en expansión atrajeron un flujo constante de inmigrantes portugueses,
quienes conocieron las condiciones que ofrecía el mercado laboral a través de la circulación
de información desde los ya establecidos. En su mayor parte se trató de individuos jóvenes

El Libro de los Pioneros 41


42 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA

que estuvieron localizados por un período de tiempo en los yacimientos para, en gran medi-
da, retornar luego a sus lugares de origen con el dinero acumulado, para volver en otras opor-
tunidades a repetir el ciclo migratorio. Otros combinaron el trabajo en Comodoro Rivadavia
con períodos previos de inserción laboral en Buenos Aires y localidades del área metropolita-
na de la Argentina. Desde 1920 los yacimientos petrolíferos fueron aumentando su poder de
atracción sobre el flujo migratorio portugués, favoreciendo la instalación de grupos familia-
res. En efecto, si bien mujeres y niños migraron hacia esta área desde los inicios del flujo, la
reunificación de los grupos familiares se potenció en los años 20 y 30, constituyendo la mayor
parte de los casos de arribo de inmigrantes portugueses durante las décadas del 1940 y 1950.31
Además, como sucedió con otros grupos de inmigrantes, las remesas de dinero enviadas por
los trabajadores extranjeros establecidos en el área de Comodoro Rivadavia contribuyeron a
sostener las economías locales de los propios hogares localizados en las sociedades de origen.
Esta práctica se sostuvo a lo largo de décadas, pero afrontó períodos de restricción, entre otras
cosas, por las consecuencias negativas devenidas de la crisis económica de 1929-30, el debilita-
miento de los patrones migratorios posteriores a esa fecha y las restricciones gubernamenta-
les impuestas a tales estrategias por el gobierno nacional en los años 40 y 50.32
Respecto a la inmigración polaca, podemos sostener que no hay registros tempranos de
tales inmigrantes en el “Pueblo” de Comodoro Rivadavia; probablemente, como lo indican
algunos estudios, porque su ingreso a la Argentina se produjo bajo la referencia nacional de
países que a principios de siglo ocupaban determinadas regiones de Polonia (Imperio alemán,
Imperio austrohúngaro o Imperio Ruso).33
Con el inicio de la explotación petrolera desde 1907, algunos polacos comenzaron a ser
contratados por el gobierno argentino y por las directivas de las empresas privadas como
mano de obra especializada (personal técnico y obreros idóneos) dada la trayectoria previa
de muchos de estos inmigrantes en los yacimientos de hidrocarburos de su país de origen
(fundamentalmente en las áreas de Galitzia oriental, de Jaslo, Krosno y Boryslaw). Desde
1920 el número de polacos en torno a Comodoro Rivadavia fue en aumento al punto de
constituir en 1926, con 65 individuos, casi el 2% del total de los operarios de YPF, en su mayo-
ría jornaleros y obreros no calificados. Como en el caso de la inmigración portuguesa, gran
parte de este proceso fue resultado de la constitución de redes sociales por las cuales a través
de mecanismos tales como las cartas de llamada, la difusión interpersonal de información
sobre las posibilidades de la zona y la ayuda económica se facilitaba el arribo de nuevos
Celebración del 25
de mayo, frente a
la Estación del
Ferrocarril de
Comodoro
Rivadavia.

inmigrantes a partir del grupo ya establecido en torno a Comodoro Rivadavia.34 Pos-


teriormente, la llegada de los últimos grupos relevantes de inmigrantes polacos se produjo
en el contexto de la inmediata posguerra (fin de la segunda Guerra Mundial) con el arribo de
exiliados (ex combatientes, ex prisioneros de guerra y civiles, ya sea solos o con sus familias)
que habían participado en la contienda contra el nazismo. Hacia 1943, existía aproximada-
mente un 12,12% de trabajadores polacos en la Compañía Ferrocarrilera de Petróleo, km. 8
(126 individuos sobre 1.039) y 138 polacos residían en la ciudad de Comodoro Rivadavia.35
Como fue el caso de la mayor parte de la inmigración proveniente de la Europa del Este,
los flujos más importantes de la inmigración búlgara hacia la Patagonia y en particular a
Comodoro Rivadavia se situaron a partir de la primera posguerra, con énfasis entre la década
de 1920 y la de 1930. Gran parte de esta población con una clara preeminencia masculina se
insertó en las actividades más duras de la explotación petrolera cumpliendo roles como jorna-
leros y destajistas. Si bien un gran porcentaje fue absorbido por las empresas petroleras de la
región (YPF, Shell en Diadema Argentina – Km27, Astra en Km 20, Petroquímica Empresa
Nacional P.E.N. en Km 8); también hubo algunos inmigrantes que desarrollaron oficios en el
pueblo de Comodoro Rivadavia.36
Por su parte, la inmigración croata estuvo presente en el área de Comodoro Rivadavia ya
desde antes de la Primera Guerra Mundial, con una afluencia mayoritaria de inmigrantes de
las costas dálmatas. Del mismo modo que ocurrió con otras poblaciones de la Europa del Este,
desde el año 1947 comenzaron a llegar a la región los inmigrantes políticos que provenían de
los distintos campos de refugiados tanto de Italia como de Austria, y en el año 1948 se comple-
tó la inmigración más grande de croatas en la entonces Gobernación Militar de Comodoro
Rivadavia. La mayor parte de esta población llegó a las costas del Golfo San Jorge con forma-
ciones previas en algún oficio, lo que facilitó su inserción laboral tanto en las compañías pe-
troleras (Astra, Diadema Argentina e YPF) como en empresas constructoras que en los años 40
y 50 desarrollaban tareas en el marco de la política de obras públicas impulsadas por el gobier-
no nacional en la región.37
Los grupos de inmigrantes españoles e italianos, los más numerosos dentro de los ex-
tranjeros de origen europeo llegados al área de Comodoro Rivadavia, se caracterizaron histó-
ricamente por su alta heterogeneidad, dadas las distintas procedencias regionales de quienes
se localizaron en este territorio. Esta característica fue muy notoria en el caso de los españo-
les, con la presencia de población originaria de distintas comarcas de la península ibérica. En

El Libro de los Pioneros 43


44 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA

este colectivo, tal como se dio en la mayor parte de la Argentina, el flujo cuantitativamente
más importante fue el de los gallegos que representaban aproximadamente el 55% de los
españoles, seguido por el de los asturianos, vascos, andaluces y en menor medida por nava-
rros, catalanes y leoneses.38 En algunas de estas parcialidades también fue evidente el rol que
cumplieron las redes sociales al propiciar la migración y el arribo de individuos provenien-
tes de espacios sociales muy localizados. De este modo, áreas rurales y poblados de La Coruña
y Pontevedra, fueron predominantes en los flujos de emigración gallega hacia Comodoro
Rivadavia en las décadas de 1910 y 1920, con un predominio de varones jóvenes con escasa
formación en oficios y ligados al mundo campesino y a las actividades laborales de baja cali-
ficación.39 En igual sentido, los asturianos que se establecieron en esta área del país provinie-
ron de ciertas regiones orientales del Principado y en menor medida, de la zona central de
Oviedo. Aquí también la dinámica migratoria estuvo fuertemente inducida por las “cadenas
o redes sociales” que facilitaban el proceso de salida, traslado, llegada e ingreso de los indivi-
duos que se movilizaban desde sus sociedades originarias hasta las sociedades receptoras.
Los inmigrantes italianos, que fueron en proporción una población menos numerosa
que la de los españoles en el territorio Nacional del Chubut y en el área de Comodoro Rivada-
via, también estuvieron signados por sus diversos orígenes regionales con una fuerte im-
pronta de las comarcas meridionales de la Península (Calabria y Sicilia) y de algunas áreas
del norte peninsular (Piamonte y Liguria). Además, tanto españoles como italianos tuvieron
un último ciclo relevante de inmigración desde sus tierras de origen en la década de 1940 y
1950, fundamentalmente en los primeros años de la segunda posguerra. En gran medida,
este proceso estuvo signado por las difíciles condiciones socioeconómicas imperantes en sus
países de procedencia, con especial referencia al caso italiano, o por las consecuencias socio-
políticas derivadas de la imposición de la dictadura franquista, en el caso español. En ambas
situaciones a nivel nacional existió una decidida apertura a los nuevos flujos de inmigrantes
por parte del gobierno de Juan Domingo Perón en el poder desde 1946.
Desde otra perspectiva, a partir de fecha tan temprana como 1910 los inmigrantes ex-
tranjeros más numerosos en el “pueblo” de Comodoro Rivadavia, los españoles, iniciaron su
organización institucional con la creación de la primera de las entidades mutualistas de toda
la región: la Asociación Española de Socorros Mutuos. Gallegos y asturianos fueron los dos
grupos de inmigrantes españoles que aportaron el mayor número de cuadros dirigentes a la
concreción de la institución étnica de mayor trayectoria en la localidad.40 Algunos años más
El pueblo de Comodoro
Rivadavia, se caracterizó
desde su fundación por
ser una comunidad
construida a partir de la
interacción de distintos
grupos inmigratorios.
Esta característica le fue
dando una fisonomía
propia de “sociedades
tarde, en 1919, se concretaría otra de dichas instituciones, abiertas”, sin que
la Asociación Italiana de Socorros Mutuos, que nucleaba al existieran en principio
que era cuantitativamente el segundo grupo de inmigran- pautas anteriores
tes en toda el área. En la década de 1920, se multiplicaría la rígidamente
presencia de estas organizaciones en el ámbito local con la establecidas, que
aparición de diferentes entidades representativas del aso- obstruyeran la
ciacionismo étnico y que ligaban a grupos de extranjeros en posibilidad del ascenso
paulatino crecimiento por la llegada de nuevos flujos inmi- social a quienes
gratorios (polacos, portugueses, alemanes, checos, yugoes- decidieran establecerse
lavos, croatas). También en esa década se organizaron algu- en la comarca.
nos de los centros regionales que diferenciaban a las distin-
tas comunidades de inmigrantes españoles (gallegos, asturianos y vascos). Esta tendencia
comenzaba a marcar la existencia de ciertas identificaciones autonómicas dentro de los emi-
grados ibéricos, en una situación que era visible también en otras zonas de la Argentina y que
reflejaba la necesidad de crear colectivos culturales más apegados a los propios lugares de
origen, sin quebrar taxativamente con el marco contenedor de la hispanidad.41
Todas estas organizaciones, como otras que se promoverían a lo largo de los años suce-
sivos por parte de otros grupos de inmigrantes, desempeñaron un importante papel en el
proceso de integración de sus miembros a la sociedad receptora. Las entidades mutualistas
tuvieron como función “contener” al recién llegado, proveyéndole de algunos servicios rela-
cionados con la asistencia médica y la previsión social en general, así como también fortale-
cer los lazos de solidaridad hacia el interior de la colectividad. En tiempos en que aún el
Estado o los sindicatos no habían desarrollado plenamente los dispositivos clásicos del Esta-
do Benefactor, las asociaciones de socorros mutuos se transformaron en ámbitos de cobertu-
ra de necesidades básicas de amplios sectores de la población inmigrada.
A través del cobro de una cuota societaria y bajo el principio de la ayuda mutua, se
brindaba al asociado la posibilidad de la atención médica, la compra de medicamentos y el
estipendio de los gastos de inhumación en caso de fallecimiento. En algunos casos la asisten-
cia se proyectaba también sobre la ayuda económica a las viudas de los asociados y sus huér-
fanos, o el respaldo monetario para la derivación hacia Buenos Aires u otros lugares del país
de algunos de los integrantes de la colectividad cuya dolencia excedería las posibilidades de
tratamiento por parte de la medicina local. Muchas de estas entidades, sobre todo aquellas

El Libro de los Pioneros 45


46 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA

que mantuvieron su continuidad a la largo del tiempo, trabajaron incluso en la posibilidad


de concretar la instalación de un hospital en Comodoro Rivadavia para cubrir las necesida-
des de aquellos asociados que, por no estar vinculados laboralmente a YPF, no tenían la co-
bertura de atención médica en el hospital más importante de toda la región, el Presidente
Alvear inaugurado en la década del 20 para el personal de la petrolera estatal.
Parte de los esfuerzos de estas instituciones materializados a través de la organización
de eventos (kermeses, actos folklóricos, sorteos) permitieron la concreción del Hospital Muni-
cipal de Comodoro Rivadavia, inaugurado formalmente en 1937. Años más tarde, la continui-
dad de estas premisas se haría visible en la construcción del edificio del sanatorio de la Asocia-
ción Española de Socorros Mutuos, que comenzaría a funcionar en el centro de la ciudad el 18
de abril de 1959.42
Por otro lado, estas instituciones se transformaron en canales de intermediación entre
las necesidades y exigencias de los inmigrantes y las posibilidades del medio receptor. De esta
manera tuvieron a su cargo la gestión y representación de los intereses de sus asociados ante
las autoridades argentinas. Si bien los sectores dirigentes de las colectividades extranjeras
generalmente estuvieron relacionados con actividades comerciales y oficios que exigían cier-
ta capacitación, la gran mayoría de los asociados formaban parte de los cuadros de trabajado-
res de las empresas petroleras y de los ferrocarriles del Estado. Fue así como las Asociaciones
de Socorros Mutuos cubrieron en su acción mutualista casi toda el área de Comodoro Rivada-
via, puesto que si bien los edificios sociales se localizaban en el pueblo, proyectaban su in-
fluencia sobre los “campamentos”, donde residían la mayor parte de los miembros de la colec-
tividad. Este tipo de instituciones promovió, en cierta forma, la integración de la comunidad
comodorense, dado que por la acción que desarrollaban trascendían los espacios de autono-
mía sobre los que se desenvolvían la mayor parte de las relaciones sociales en cada uno de los
establecimientos diseminados en el área.43
Desde el punto de vista cultural, las asociaciones del mutualismo étnico se convirtieron
en puntos de fortalecimiento de una identidad comunitaria al interior de cada una de las
colectividades al propiciar eventos conmemorativos, generalmente asociados con efeméri-
des nacionales y regionales o evocaciones religiosas propias de las distintas parcialidades
inmigradas. La organización de espectáculos folklóricos, números artísticos, cenas de cama-
radería, bailes y picnics fueron algunas de las formas que asumieron estos momentos de
recordación y socialización, fortaleciendo los lazos intracomunitarios de la colectividad y
propiciando su proyección sobre el conjunto de la población de la ciudad. En algu-
nos casos, las colectividades a través de sus dirigencias pudieron concretar la construcción de
sus propias sedes societarias y de salones de usos múltiples, que se convirtieron en una parte
relevante de la infraestructura edilicia de la ciudad. Gran parte de estos lugares fueron cen-
tros convocantes de actividades culturales y recreativas de toda la sociedad local al constituir-
se en ámbito físico para la realización de recitales con artistas reconocidos, bailes de carna-
val, romerías, conciertos, ceremonias públicas, obras de teatro, veladas cinematográficas, di-
sertaciones, entre otras muchas manifestaciones de la vida colectiva.44 En tal sentido consti-
tuyeron verdaderos “faros” de sociabilidad y difusión cultural cuyos alcances excedían am-
pliamente los contornos de la propia colectividad para proyectarse sobre el conjunto de las
sociedades locales. Entre los “salones” más reconocidos podemos mencionar al Teatro Espa-
ñol, inaugurado el 25 de mayo de 1934 y que fue uno de los primeros sitios de localización del
cine, propiedad del empresario español Roque González, dueño de la Empresa Coliseo. Una
crónica periodística de la época destacaba ese mismo año el valor cultural del nuevo edificio
localizado en el centro de la ciudad: “El nuevo Teatro es exponente de progreso y cultura,
toda una obra de arte, dotado de todas las comodidades que lo colocan al nivel de cualquiera
de la ciudad de Buenos Aires”.45
Otro de los edificios emblemáticos vinculado a los grupos inmigratorios es el “Salón
Luso”, adquirido por la colectividad portuguesa a partir de 1942 al empresario Juan Do Brito
(portugués), propietario del Cine Teatro Rex que funcionaba en otra de las manzanas céntri-
cas de la localidad desde 1930. En la misma dirección merecen ser destacados como centros
de convocatoria pública el Salón “Dom Polski” (Casa Polaca), construido inicialmente en 1927
y ampliado con posterioridad y el Salón de la Asociación Italiana cuyas primeras instalacio-
nes se materializaron en febrero de ese mismo año y que se remodelaron en los años sucesi-
vos.

El Libro de los Pioneros 47


48 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA

Asociaciones étnico mutualistas creadas en Comodoro Rivadavia


durante la primera mitad del siglo XX
Entidad étnico-mutualistas Fecha de creación
Asociación Española de Socorros Mutuos 11 de Setiembre de 1910
Asociación Italiana de Socorros Mutuos 26 de Octubre de 1919 escindida
en dos entidades entre 1938-1945
y reunificada en 1946
Sociedad Polaca Asociación “Dom Polski” (Casa Polaca) 18 de Marzo de 1922
Centro Asturiano Desde 1922 hasta 1926
(Fundado por segunda
vez en 1953)
Asociación Alemana “Deutsche Schulverein Germania” Desde 1922 hasta 1944 (Funda-
da por segunda vez en 1991
como Asociación Germana)
Sociedad Euskal Echea de Socorros Mutuos 20 de mayo de 1923
Asociación Portuguesa de Socorros Mutuos 7 de Octubre de 1923
“Sociedad Regional Española de Protección, Sociabilidad 22 de Julio de 1923
y Cultura” (Desde 1938 Centro Gallego de Socorros Mutuos)
Asociación Checa “Cheskoslovensky Club” Desde 1925 hasta 1944
Asociación Yugoeslava Desde 1925
Asociación Croata “Hrvastki Domobram” Desde 1928 hasta 1941
Sociedad Chilena de Socorros Mutuos Desde 1935
Asociación Helénica “San Nicolás” 1937
Sociedad Ucraniana de Socorros Mutuos 1937
Centro Familiar Chileno 1937
Centro Mutual y Cultural Catamarqueño 1940
de Comodoro Rivadavia
Asociación Yugoslavos Libres 1945
Colectividad Chilena “Bernardo O’Higgins” 1948
Fuente: Susana Torres y Marcelo Borges (Coordinadores): Cronología Histórica de Comodoro Rivadavia. Reseña social, cultural, polí-
tica y económica: 1900-1949. Mosaico de Patagonia. Dickinson College y Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco (Forma-
to digital); Daniel Marques y Mario Palma Godoy: Comodoro Rivadavia en tiempos de cambio, Ediciones Proyección Patagónica,
Comodoro Rivadavia, 1993 y Página Web oficial de la Federación de Comunidades Extranjeras de Comodoro Rivadavia.
La actividad
petrolera y el
paisaje típico de
las primeras
décadas.

Además de las Asociaciones de Socorros Mutuos, los inmigrantes extranjeros


también se nuclearon en otro tipo de entidades como el Grupo de Obreros Lituanos, el Club
Instructivo Búlgaro-Macedonio y el Comité Ucraniano-Bielorusiano que estaban orientadas a
la defensa político-sindical de sus integrantes en función de premisas socialistas y comunis-
tas. En los años 30, en el marco de un fuerte activismo en la sociedad local, algunas de estas
instituciones se conectaron con sindicatos y partidos políticos de las mismas vertientes ideoló-
gicas, promoviendo estrategias de apoyo al movimiento obrero a través de la constitución de
fondos sociales, la difusión de prensa proletaria, la creación de bibliotecas y la organización
de eventos artísticos. 46
Del mismo modo, existieron organizaciones vinculadas con la socialización y el uso del
tiempo libre como fue el caso del Club Palitroque, fundado en 1945 por inmigrantes alemanes
y que mantuvo su actividad hasta la década del 60. En algunos casos ciertas colectividades,
como sucedió con la Asociación Alemana desde 1929, proyectaron su organización con la crea-
ción de escuelas bilingües para la enseñanza formal y para el dictado de diversos cursos de
formación (violín, piano, tejido).47
Gran parte de las colectividades extranjeras de origen europeo fueron impactadas por
las repercusiones políticas que generaron los conflictos internacionales de la primera mitad
del siglo XX. Particularmente la Guerra Civil Española (1936-1939) y la Segunda Guerra Mun-
dial (1939-1945) fueron situaciones que movilizaron apoyos, resistencias, alineamientos y rup-
turas al interior de algunos de los grupos de inmigrantes y de sus organizaciones mutualistas.
Otros procesos ligados a estas contiendas tales como la emergencia del fascismo en Italia y del
nazismo en Alemania, la tensión entre republicanos y nacionales en España y el avance del
comunismo en los países de la Europa del Este, también tuvieron su expresión en el heterogéneo
conjunto que representaba la sociedad de inmigrantes establecidos en Comodoro Rivadavia.
En 1935, un grupo de inmigrantes españoles con apoyo de sectores de la política local
formaron la Asociación Amigos de la República Española, filial Comodoro Rivadavia.48 La
Guerra Civil Española, si bien motorizó posicionamientos diversos entre los inmigrantes de
ese país en la ciudad, promovió al mismo tiempo la organización de campañas de ayuda para
los familiares establecidos en la península y los refugiados afectados por el conflicto. Estas
estrategias tuvieron un amplio acompañamiento por parte de las asociaciones étnicas de otras
colectividades. Otras entidades, tales como la Asociación Alemana y la Asociación Italiana
fueron claramente afectadas por los alineamientos políticos derivadas del ascenso del nazismo

El Libro de los Pioneros 49


50 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA

y el fascismo al punto de fracturarse en entidades adscriptas a uno de los bandos en pugna.


Tal fue el caso de la Sociedad Democrática Italiana, localizada en el Yacimiento Fiscal y defini-
da por una fuerte tendencia republicana y antifascista que se escindió de la Asociación Italia-
na en los años 30, para reunificarse al finalizar la Segunda Guerra Mundial en 1946.49 Del
mismo modo, la Asociación Alemana vivió un intenso proceso de fraccionamiento político-
ideológico en su interior que, junto a las presiones devenidas desde las autoridades del Go-
bierno Argentino, la llevó a la desaparición en 1944. Un proceso similar atravesaron la Asocia-
ción Checa y la Yugoslava, fruto de las cambiantes situaciones generadas en los países de
origen de estos inmigrantes, tanto en el marco de la Segunda Guerra como en la inmediata
posguerra.50
A partir de 1939 y en el marco posterior de la Gobernación Militar de Comodoro Rivada-
via (1944-1955), las Asociaciones étnicas vivieron un fuerte proceso de vigilancia y control por
parte de las autoridades políticas. El 15 de mayo de 1939, el presidente Roberto Ortiz decretó
la disolución de las asociaciones de inmigrantes controladas o financiadas desde el exterior
y/o aquellas que tenían propósitos políticos. Se esgrimía que el propósito del decreto era el
de formar una “identidad argentina” e “impedir aquellas actividades que puedan menosca-
bar la soberanía nacional”, pero dicha norma sólo tuvo vigencia en las jurisdicciones federa-
les -ciudad de Buenos Aires y en los territorios nacionales, incluido el Territorio Nacional del
Chubut-.51 En los años sucesivos las instituciones estatales pautaron la disolución de entida-
des tales como la Junta Regional de Ayuda a los Refugiados Españoles, la Liga de los Derechos
del Hombre y Amigos de la URSS y de las asociaciones étnicas a las que se sindicaba como
cercanas tanto al comunismo como al fascismo o al nazismo.52
Un censo municipal realizado en 1944 indicaba que en él ámbito de Comodoro Rivada-
via existían ciudadanos originarios de 42 países distintos. Por entonces, los argentinos repre-
sentaban el 65% de la población y los extranjeros aún seguían representando un conjunto
relevante, con el 35% del total de habitantes.53 Pocos años después, el cuarto Censo Nacional
realizado en 1947 establecía que Comodoro Rivadavia registraba un total de 30.854 habitan-
tes, discriminados en 25.651 residentes urbanos y 5.203 en el ámbito rural (probablemente en
referencia a los campamentos “alejados” de YPF). Según este censo, los extranjeros que consti-
tuían el 34% de la población del área seguían estando integrados en su gran mayoría por inmi-
grantes europeos (casi el 25% del total de habitantes) superando ampliamente a los llegados
desde países sudamericanos (casi el 9% del total de habitantes). Dentro de este último grupo,
los inmigrantes chilenos constituían el flujo mayoritario, marcando una tendencia que sería
aún mucho más importante en las décadas sucesivas.

Orígenes de la población del Departamento


Comodoro Rivadavia54 según el cuarto Censo Nacional (1947)
Orígenes de la población Número Porcentaje sobre la población total
Argentinos nacido en la zona 2.331 7,6%
Argentinos nacidos fuera de la zona 18.010 58,3%
Total Argentinos 20.341 65,9%
Norte y centroamericanos 19 0,06%
Sudamericanos 2.693 8,7%
Europeos 7.682 24,8%
Asiáticos 62 0,2%
Africanos 43 0,13%
Oceánicos 2 0,006
Sin especificar 12 0,003
Total Extranjeros 10.513 34%
Total de Población 30.854 100%
Fuente: Elaboración propia sobre la base de información suministrada por el Censo Nacional de 1947, págs. 448 y 449

Orígenes de la población de la ciudad de


Comodoro Rivadavia según el cuarto Censo Nacional (1947)
Orígenes de la población Número Porcentaje sobre la población total
Varones Argentinos 9.870 38,4%
Mujeres Argentinas 7.499 29,3%
Total Argentinos 17.378 67,7%
Varones Extranjeros 5.449 21,2%
Mujeres Extranjeras 2.824 11.1%
Total Extranjeros 8.273 32,3%
Total de Población 25.651 100%
Fuente: Elaboración propia sobre la base de información suministrada por el Censo Nacional de 1947, págs. 456

El Libro de los Pioneros 51


52 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA

La segunda mitad del siglo XX:


El impacto de las migraciones internas y limítrofes

z La segunda mitad del siglo XX se caracteriza, tanto a escala nacional como en el ámbito
más localizado de la ciudad de Comodoro Rivadavia y su entorno, por el decrecimiento o
desaparición de los flujos migratorios transoceánicos y el aumento concomitante de las mi-
graciones limítrofes e internas. En este sentido, uno de los grupos más importantes fue el de
los inmigrantes de origen chileno que si bien estuvieron presentes desde los inicios de la
historia de la ciudad, constituyeron una presencia muy minoritaria hasta mediados del siglo.
Según las estadísticas censales, hacia 1920 escasamente superaban el 1% de la población.55
Pero desde fines de los años 30 y particularmente desde la década de 1940, la migración
procedente de Chile comenzaría a incrementarse significativamente en función de la deman-
da de mano de obra de baja calificación que generó el programa de obras públicas encarado
por la Gobernación Militar de Comodoro Rivadavia durante el gobierno Peronista. A lo largo
de esos años cientos de chilenos se establecerían, a veces temporariamente, a veces en forma
permanente, en la ciudad para insertarse como trabajadores en el sector de la construcción, en
algunas tareas propias de la explotación petrolera o en las variadas necesidades relacionadas
con la provisión de los servicios urbanos.
Esta tendencia continuaría poco después con el incremento de las posibilidades labora-
les que ofreció el “boom petrolero” de la etapa frondizista (1958-1962), situación que se ligó a
la expulsión de población que se propició en el centro-sur de Chile por el terremoto de los años
60.56 Dicha afluencia comenzaría a hacerse observable en el Censo Nacional de 1960 en el que
los chilenos representaban el 58% del total de extranjeros de la Provincia del Chubut, superan-
do ampliamente a cualquiera de las otras parcialidades inmigrantes. En ese mismo Censo se
establecía que los chilenos constituían poco más del 11% del conjunto de la población chubu-
tense. En la ciudad de Comodoro Rivadavia, donde los extranjeros aún representaban un por-
centaje muy significativo de la población (más del 30%), los chilenos se convirtieron en el
colectivo más numeroso erigiendo a toda la década del 60 en el período más importante de
localización de individuos y familias de ese origen en esta área del país.
Orígenes de la población extranjera de la Provincia
del Chubut según el quinto Censo Nacional (1960)
Nacionalidades Nro. % sobre el total % sobre la
de extranjeros población total
Chilenos 16.080 58% 11,2%
Españoles 4.410 16% 3%
Italianos 1.644 6% 1,1%
Portugueses 1.380 5% 0,9%
De otros países europeos 761 2,7%
Yugoeslavos 634 2,2%
Polacos 504 1,8%
Estadounidenses 325 1,17%
Alemanes 316 1,14%
Checoeslovacos 204 0,73%
Ingleses 195 0,70%
Uruguayos 174 0,62%
Rusos 170 0,61%
Libaneses 126 0,45%
Franceses 121 0,43%
Austriacos 113 0,40%
Paraguayos 98 0,36%
De distintos países de África 97 0,35%
De otros países americanos 94 0,33%
Bolivianos 54 0,19%
Sirios 45 0,16%
Brasileños 42 0,15%
De otros países asiáticos 28 0,1%
País desconocido 27 0,09%
Turcos 13 0,04%
De distintos países de Oceanía 5 0,01%
Japoneses 5 0,01%
Total de extranjeros en Chubut 27.665 100% 19,4%
Total de la población 142.412 100%
Fuente: Elaboración propia sobre la base de información suministrada por el Censo Nacional de 1960, pág. 14 a 19.

El Libro de los Pioneros 53


54 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA

Orígenes de la población del Departamento Escalante


según el quinto Censo Nacional (1960)
Orígenes de la población Número Porcentaje sobre la población total
Total Argentinos 38.258 67,3%
Total Extranjeros 18.519 32,6%
Total de Población 56.777 100%
Población total de la ciudad 35.966 64% del Departamento
de Comodoro Rivadavia
Fuente: Elaboración propia sobre la base de información suministrada por el Censo Nacional de 1960, págs. 6 y 588

Por último, un tercer flujo significativo se originó en las décadas de los 70 y 80, cuando
se produjo una migración política “forzada,” al instaurarse en Chile el régimen dictatorial del
General Augusto Pinochet (desde 1973). En este período se formalizó la organización de la
entidad más representativa de los inmigrantes chilenos en esta área del país, el Centro de
Residentes Chilenos de Comodoro Rivadavia que se estableció en 1982, pero que tuvo antece-
dentes institucionales en otras formas de organización de la colectividad desde fines de los
años 30 e inicios de los 40 (Sociedad Chilena de Socorros Mutuos, Centro Familiar Chileno,
Colectividad Chilena Bernardo O´Higgins, Asociación Chilena de Acción Social y Comisión
de Damas Chilenas). Hacia 1991, un nuevo Censo Nacional indicaba que la población chilena
representaba el 11.05% de la población total de Comodoro Rivadavia. Según algunas proyec-
ciones, ese porcentaje se situaba sobre el 25% de la población si se incorporaba a los hijos de
padres chilenos nacidos en el territorio argentino.57
La inmigración chilena a Comodoro Rivadavia tuvo un componente heterogéneo por-
que quienes arribaron a la ciudad llegaron desde distintos ámbitos del vecino país, con una
fuerte participación de pobladores de la XI Región de Aysén (mayoritariamente desde locali-
dades como Coyhaique y Puerto Aysén) pero también de la XII Región de Magallanes (Punta
Arenas, Puerto Natales), desde la X Región de Los Lagos (Puerto Montt, Puerto Varas, Osorno)
y desde la Isla Grande de Chiloé (Ancud, Castro, Quellón). A pesar de esta situación, las hipó-
tesis de conflicto binacional entre Argentina y Chile, que se potenciaron en las décadas del 60
y 70, tendieron a construir una imagen altamente homogeneizadora de la inmigración chile-
na y a depositar sobre ella ciertos estereotipos asociados con la supuesta amenaza de “inva-
sión” y ocupación territorial por parte del país vecino.58 Estas concepciones llegaron a su máxi-
Durante las primeras
décadas de vida del
pueblo de Comodoro
Rivadavia los
inmigrantes
constituyeron los actores
dinámicos de la vida
social, política,
económica y cultural de
la naciente comunidad.
ma expresión en ocasión del diferendo limítrofe por el Ca- Las primeras gestiones
nal de Beagle en 1978, en el marco de las tensiones políticas para la concreción de los
entre los gobiernos dictatoriales de Jorge R. Videla y Augus- servicios y necesidades
to Pinochet. básicas para la vida
Algunos de estos planteos fueron recuperados por es- colectiva (cementerio,
tudios de corte sociológico realizados sobre los grupos inmi- provisión de agua para el
gratorios establecidos en Comodoro Rivadavia hacia fines consumo, escuela
de 1960, que destacaban los procesos de “marginalización” a pública, matadero
la que se exponían los inmigrantes limítrofes de origen chi- municipal, etc).
leno dentro de la estructura social a partir del ejercicio de
formas de prejuicio y discriminación desde los otros grupos sociales (inmigrantes europeos y
migrantes internos arribados desde ciudades importantes y desde regiones del norte del país).
Estos análisis sostenían el fuerte carácter endogrupal de los inmigrantes chilenos, que tendía
a expresarse en la localización mayoritaria de la población inmigrada en barrios entonces
“periféricos” hacia la franja oeste de la ciudad de Comodoro Rivadavia (Barrio Pietrobelli,
antes conocido popularmente como “Chile chico”, Las Flores, La Floresta, Ceferino Namuncu-
rá, etc.).59 De acuerdo a algunos de estos trabajos existían en ese momento en la sociedad local
barreras socioculturales que dificultaban el ascenso social de determinados grupos inmigrato-
rios (población de origen limítrofe y migrantes norteños) y que habían sido modeladas por
aquella población con mayor tiempo de establecimiento en la comunidad (inmigrantes euro-
peos) y por otros migrantes internos, procedentes de las grandes ciudades del centro-norte del
país.60
De acuerdo a lo que han postulado otros análisis, la sociedad de Comodoro Rivadavia
comenzó a modificar su percepción y su relación con los inmigrantes chilenos cuando estos se
hicieron visibles al incrementarse su número significativamente e insertarse como mano de
obra en distintas actividades, con fuerte presencia en las de carácter informal. Este proceso
que se consolidó en los años ’60 fue paralelo a la jerarquización socio-económica de la comuni-
dad local, lo que devino en que quienes llegaron últimos ocuparon los estratos más bajos de la
escala social y se dio una cierta correspondencia entre la condición socioeconómica, la perte-
nencia nacional o étnica y el tiempo de arribo, que en orden decreciente correspondía a: euro-
peos e hijos de europeos, argentinos nativos y chilenos. 61 Con el paso del tiempo, la restaura-
ción de la democracia tanto en Argentina como en Chile junto a otros factores de cambio que

El Libro de los Pioneros 55


56 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA

atravesaron a Comodoro Rivadavia en las décadas de los ‘80 y los ‘90, hicieron que la comuni-
dad local fuera mutando muchos de los estereotipos sociales respecto a la inmigración chile-
na, avanzando hacia una mayor apertura e integración.
Otra de las migraciones limítrofes de relevancia cuantitativa hacia la ciudad de Como-
doro Rivadavia fue la de los bolivianos. La “primer oleada” de inmigrantes bolivianos se co-
rresponde al auge de explotación petrolera que vivió la ciudad de Comodoro Rivadavia en el
transcurso del “boom petrolero” (1958-1963).62 Si bien este grupo nacional no alcanzó la expre-
sión mayoritaria de la inmigración chilena, los bolivianos acompañaron el proceso de “lati-
noamericanización” de los flujos de población extranjera que vivió esta área del país en la
segunda mitad del siglo XX. La “segunda oleada” de bolivianos, y quizás la más importante
cuantitativamente, comenzó en la década de los ´90 en el marco del proceso de reestructura-
ción económica de la ciudad asociada a la privatización de la empresa estatal YPF y al desarro-
llo de actividades productivas en la pesca y en el sector de la construcción. De acuerdo a los
datos del Censo Nacional de 2001, los bolivianos en Comodoro Rivadavia en ese año ascen-
dían sólo a 333 individuos.63
Sin embargo, esta tendencia se profundizaría en los últimos diez años en el marco del
incremento de la explotación petrolera de matriz privada y trasnacional en la Cuenca del
Golfo San Jorge. Un relevamiento municipal realizado en Comodoro Rivadavia entre los años
2007-2008 indicaba la presencia efectiva en la ciudad de 941 migrantes bolivianos y la estima-
ción de la existencia total de 1.828 individuos de ese origen, considerando los datos otorgados
por la Dirección de Migraciones y de las familias identificadas pero que no fueron censadas.64
Otros datos sobre la población boliviana en Comodoro Rivadavia estiman la presencia local de
más de 350 familias cuyos integrantes nacieron en Bolivia y sostienen que entre 2002-2008 el
78% de los inmigrantes que recibió la “capital del petróleo” fue de origen boliviano.65
Como en la mayor parte de los flujos migratorios extranjeros hacia la ciudad, también
aquí, primaron los procesos vinculados a la existencia de redes sociales que permitieron a los
nuevos migrantes el arribo e inserción en la sociedad receptora a partir de las ayudas brinda-
das por un pariente, amigo o connacional previamente establecido. La organización institu-
cional de este grupo es una de las más tardías con la concreción de la “Asociación Civil de
Residentes Bolivianos” en el año 1995 y la aparición en 2005 de otra asociación, la Colectivi-
dad Boliviana Tinkunaku, integrada mayoritariamente por inmigrantes bolivianos de las olea-
das más recientes. Quienes forman parte de este grupo inmigratorio, de impronta homogé-
Para 1917, cuando se
registró el primer
conflicto huelguístico
importante entre los
trabajadores y la
patronal, estaban
ocupados en el
Yacimiento Estatal
(Dirección de
Explotación de Petróleo
nea hacia el exterior pero heterogénea hacia el interior, se de Comodoro Rivadavia)
desempeñan actualmente en actividades diversas vincula- un total de 1.401
das mayoritariamente con la construcción, la industria de trabajadores, de los
procesamiento de pescado, la explotación petrolera, el servi- cuales más del 95% eran
cio doméstico y la comercialización de productos en el ru- extranjeros, con
bro verdulería y tienda. Como fue el caso de los inmigrantes presencia mayoritaria de
chilenos en los años 50, 60 y 70, los bolivianos también están inmigrantes de origen
atravesados por formas de residencia “periférica” al estar europeo, entre los que se
localizados en términos generales en los “nuevos” bordes de destacaban como los
la ciudad: barrios de los sectores más alejados del centro ha- agrupamientos
cia el oeste de la trama urbana de Comodoro Rivadavia.66 nacionales más
Finalmente, otro grupo de población limítrofe con pre- numerosos los
sencia significativa en Comodoro Rivadavia es el represen- españoles, portugueses,
tado por la población de origen paraguayo. Este flujo, con rusos, austríacos y
algunos antecedentes en el período previo, comenzó a co- griegos que en conjunto
brar verdadero impulso en las últimas tres décadas a través constituían casi el 65%
del atractivo que sobre esta corriente propició la expectativa de la fuerza de trabajo.
de oportunidades de trabajo en la construcción (albañiles,
pintores, electricistas y carpinteros) o en la actividad petrolera. Como en el caso de los bolivia-
nos su organización institucional es bastante reciente y data de 1989, cuando se conformó el
Centro de Residentes Paraguayos. Según algunas estimaciones de la Dirección Nacional de
Migraciones, un gran porcentaje de los bolivianos y paraguayos que actualmente habitan en
Comodoro Rivadavia se desempeñan como albañiles, mientras otros grupos de inmigrantes
latinoamericanos de presencia reciente en la ciudad, como los peruanos que constituye uno
de los grupo en crecimiento cuantitativo en los últimos años, son empleados por la minería
en el norte de la Provincia de Santa Cruz.

El Libro de los Pioneros 57


58 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA

Población extranjera por país de origen en la Provincia del Chubut y el Departamento


Escalante según Censo Nacional del 2001
País de origen Total de extranjeros Total de extranjeros
de ese origen en el de ese origen en la
Departamento Escalante Provincia del Chubut
Chile 12.677 (83% de los extranjeros) 20.065
España 652 (4% de los extranjeros) 1.261
Portugal 393 (2,5% de los extranjeros) 462
Bolivia 333 (2,1% de los extranjeros) 2.192
Italia 288 (1,8% de los extranjeros) 767
Otros 175 (1,1% de los extranjeros) 322
Paraguay 99 (0,6% de los extranjeros) 331
Uruguay 93 457
Perú 53 140
Brasil 40 120
Polonia 37 75
Croacia 36 47
Serbia y Montenegro 36 49
Estados Unidos 26 197
Grecia 26 27
Bulgaria 21 26
Alemania 17 126
Rusia 16 25
Republica Checa 14 27
Colombia 13 33
Francia 13 150
Corea del Sur 10 30
Venezuela 9 19
Austria 8 17
Cuba 7 32
Hungría 6 16
Países Bajos 6 24
País de origen Total de extranjeros Total de extranjeros
de ese origen en el de ese origen en la
Departamento Escalante Provincia del Chubut
Rumania 6 10
Turquía 6 9
Ucrania 6 17
Ecuador 5 12
Eslovenia 5 9
Lituania 5 6
Macedonia 4 5
Bielorusia 3 3
China 3 16
Indonesia 3 3
Israel 3 18
Japón 3 9
Republica Dominicana 3 25
Argelia 2 4
Armenia 2 9
Canadá 2 20
Egipto 2 2
Eslovaquia 2 5
Libano 2 15
Sudáfrica 2 6
Taiwan 2 3
Chipre 1 1
Irán 1 1
Letonia 1 2
México 1 22
Noruega 1 2
Panamá 1 4
Reino Unido 1 189
Suecia 1 6

El Libro de los Pioneros 59


60 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA

Población extranjera por país de origen en la Provincia del Chubut y el Departamento


Escalante según Censo Nacional del 2001
País de origen Total de extranjeros Total de extranjeros
de ese origen en el de ese origen en la
Departamento Escalante Provincia del Chubut
Suiza 1 24
AFRICA (sin especificar) 1 2
EUROPA (sin especificar) 1 2
Albania — 1
Australia — 6
Bélgica — 6
Costa Rica — 2
Dinamarca — 7
Filipinas — 1
India — 1
Libia — 1
Marruecos — 4
Nigeria — 1
Puerto Rico — 1
Siria — 3
Tanzania — 1
Túnez — 1
Turkmenistán — 1
Total de extranjeros 15.186 27.535
Fuente: Base de Datos Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2001. INDEC.

Respecto a las migraciones internas, durante la segunda mitad del siglo XX se potencia-
ron aquellos procesos que ya se habían iniciado en los años ‘20 y ’30 combinados con la llega-
da cuantitativamente relevante de nueva población al calor de los ciclos económicos expansi-
vos que atravesaron la historia de la ciudad. En el caso de las migraciones procedentes del
Noroeste argentino, durante la década de 1930 los administradores locales de YPF expresaban
que seguía siendo una las preocupaciones centrales de la empresa el lograr la máxima argen-
Los autos del
“paralelo 42”, otro
rasgo de fines de
la década del 50 y
principios de los
60 en las calles de
Comodoro
Rivadavia.

tinización posible de su personal, tomando prioritariamente a trabajadores de origen


provinciano ya establecidos en la localidad y con la suficiente adaptación al clima patagóni-
co.67 A lo largo de esos años se trató de potenciar las propias redes sociales de los trabajadores,
promoviendo el ingreso a la repartición de quienes acreditaran parentesco con el personal ya
establecido en YPF, en especial si se trataba de agentes solteros y sin familia.68 Esta normativa
fue observada particularmente con el personal de origen provinciano estimulando, de este
modo, la radicación en la región de numerosos núcleos familiares provenientes de áreas espe-
cíficas de la Provincia de Catamarca (Belén, Tinogasta, Fiambalá y Londres) y la Rioja (San
Blas de Los Sauces, Aimogasta, Pituil) en las cuales se habían iniciado algunos años atrás las
campañas de reclutamiento desarrolladas por las comisiones de contratación de YPF.69 Entre
1940 y 1960, el contingente de trabajadores catamarqueños se convirtió en el más numeroso,
transformando las características iniciales del conjunto de la fuerza de trabajo de los yaci-
mientos petrolíferos que, aún a principios de los años 30, estaba constituida mayoritariamen-
te por operarios de origen extranjero.70
Este dato, mostraba en forma explícita el éxito del programa de “argentinización” de los
yacimientos estatales iniciado en la década del 20 y desarrollado a lo largo de casi veinte años
a partir de la instrumentación de campañas de reclutamiento de personal en las provincias
del noroeste argentino. Este proceso, inducido por la empresa en un primer período, adquirió
una dinámica propia hacia los años 30 y 40 en relación a la constitución de verdaderas redes
migratorias, formalizadas entre los trabajadores ya situados en YPF y sus ámbitos sociales
originarios, a partir de la difusión de los beneficios sociales que deparaba la nueva adscrip-
ción laboral. Según datos correspondientes a 1970 y con un número de 7.555 agentes integra-
dos a la Administración Comodoro Rivadavia de YPF, que por entonces incluía el área de
Santa Cruz Norte (Campamentos Cañadón Seco y Pico Truncado), existían 2.424 trabajadores
de origen catamarqueño, lo que representaba alrededor del 32% de la totalidad de la planta de
personal. A este contingente, que era el más numeroso, seguían en orden de importancia los
nacidos en el territorio chubutense (1.637), los riojanos (743), los procedentes de Provincia de
Buenos Aires y Capital Federal (593), los salteños (252), tucumanos (145), santafecinos (139),
santiagueños (123) y otros grupos de origen provinciano, al que se agregaban algunos extran-
jeros (mayoritariamente inmigrantes chilenos y trabajadores europeos).
Sin embargo, a las migraciones internas asociadas con la actividad petrolera y ligadas
fundamentalmente a población procedente del noroeste argentino, se sumaron en las décadas

El Libro de los Pioneros 61


62 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA

del 60 y 70, otros flujos de población arribada desde distintos puntos del país en función de las
expectativas laborales y de progreso económico que otorgaba el área de Comodoro Rivadavia.
Gran parte de esta población junto a los migrantes internos del noroeste y los inmigrantes
limítrofes contribuyeron a duplicar la cantidad de habitantes de la ciudad, que pasó de los
35.966 individuos en 1960 a los 72.906 en 1970 y la transformó en una de las localidades con
mayor crecimiento intercensal de todo el país. Llegados desde un amplio conjunto de ciuda-
des del conjunto de la Argentina (Capital Federal, Córdoba, Rosario, entre otras) estos migran-
tes internos fueron denominados por algunos estudiosos como “urbanos” para marcar la im-
pronta de su procedencia. En muchos casos se trataba de individuos con perfil profesional y
formación técnica, que se veían atraídos por los momentos de fuerte crecimiento de la econo-
mía local, tal como fue el caso de la coyuntura propiciada por la vigencia de la Ley conocida
como del “Paralelo 42” (1957) y por el “Boom petrolero” del período frondizista (1958-1962).
Este tipo de migración volvió a potenciarse en ocasión de los nuevos ciclos expansivos de la
economía local como fue el caso del último gran “Boom petrolero” de los años 2003-2007. En
todos los casos, la llegada de nueva población, a la que se sumó la procedente de países limítro-
fes, dificultó el proceso de urbanización de la ciudad al potenciar problemas crónicos asocia-
dos con la falta de equipamiento residencial y de servicios sociales (sanitarios, educativos)
para contener a los recién llegados.

Asociaciones étnico mutualistas y tradicionalistas creadas


en Comodoro Rivadavia durante la segunda mitad del siglo XX
Entidad étnico-mutualistas Fecha de creación
Centro Tradicionalista Riojano “Joaquín V. González” 1950
Asociación Galesa “San David” 1956
Asociación Israelita 1960
Asociación Chilena de Acción Social 1960
Hogar Croata “Vitez Jure Francetic” 1963
transformado luego en Asociación Croata
Asociación Cultural Argentino Árabe (ACARA) 1968
Centro de Residentes Chilenos de Comodoro Rivadavia 1982
Centro de Residentes de Anillaco, La Rioja 1983
Centro de Residentes de Belén, Catamarca. 1983
Centro de Residentes Paraguayos 1989
Asociación Búlgara “Kiril y Metodil” 1989
Entidad étnico-mutualistas Fecha de creación
Asociación Germana transformada luego 1991
en Asociación Alemana “Deutscher Verein”
Colectividad de Estados Independientes Ex Soviéticos 1992
Asociación Colectividad Sudafricana del Chubut 1992
Hogar Croata “Hrvastki Dom” 1993
Asociación de Checos y Eslovacos 1994
Asociación Civil de Residentes Bolivianos 1995
Asociación Brasileña 1997
Asociacion Irlando- escocesa 2002
Colectividad Boliviana Tinkunaku 2005
Asociación de Residentes Colombianos 2006
Asociación de Residentes Peruanos 2007
Susana Torres y Marcelo Borges (Coordinadores): Cronología Histórica de Comodoro Rivadavia. Reseña social, cultural, política y
económica: 1900-1949. Mosaico de Patagonia. Dickinson College y Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco (Formato
digital); Daniel Marques y Mario Palma Godoy: Comodoro Rivadavia en tiempos de cambio, Ediciones Proyección Patagónica, Como-
doro Rivadavia, 1993 y Página Web oficial de la Federación de Comunidades Extranjeras de Comodoro Rivadavia.

Conclusión

z El perfil claramente pluricultural de la sociedad de Comodoro Rivadavia fue el resulta-


do de amplios y complejos procesos migratorios que atravesaron toda la historia local desde el
momento mismo de la fundación de la ciudad en los inicios del siglo XX. Inmigraciones tran-
soceánicas, inmigraciones limítrofes y migraciones internas de diversas procedencias fueron
dando un formato particular al mundo societario de la “Capital Nacional del Petróleo” al pun-
to de plasmarse en la pervivencia de múltiples expresiones identitarias, en situaciones de
reconocimiento y diferenciación; y en un extenso registro asociativo modelado por Asociacio-
nes de Socorros Mutuos, Centros de Residentes y Centros Tradicionalistas.
Pero quizá la impronta más visible de la propia riqueza cultural de la ciudad está vincu-
lada a la concreción de la Federación de Comunidades Extranjeras (FEDECOMEX) en 1999,
con antecedentes en la Comisión de Comunidades Extranjeras formalizada en 1989 y de la

El Libro de los Pioneros 63


64 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA

Asociación de Provincianos integrados a la Patagonia (APAIP) gestada también en 1989. Am-


bas entidades han motorizado fuertes eventos de conmemoración, la Feria de las Colectividades
Extranjeras y la Expo-Feria de las Provincias, que se han instalado en el escenario sociocultu-
ral de la ciudad y la región como puntos de referencia. La secuencia de actos articulados en
torno a los festejos del Día Nacional del Inmigrante (4 de setiembre) y del Día Nacional de la
Tradición (10 de Noviembre) ha permitido el ensamblaje de diversos circuitos culturales diri-
gidos al fortalecimiento de identidades preexistentes pero con un definido anclaje en la valo-
rización de la pertenencia al espacio social que representa la propia sociedad local. A través de
estas conmemoraciones se registra un impulso dirigido a la conservación (y a la vez recrea-
ción) del pasado, asumiendo a ese pasado como fundamento de la identidad individual y
colectiva.
En una perspectiva más amplia, estos eventos han logrado, en poco más de veinte años,
rediseñar la agenda cultural de la localidad al vehiculizar a través de la apelación al pasado y
a la tradición la posibilidad de la construcción de un nuevo futuro. De hecho, estas manifesta-
ciones se han convertido en los eventos públicos más populares de la vida local, cubriendo en
gran medida el lugar que desde 1947 tenían acontecimientos tales como la celebración del Día
Nacional del Petróleo (13 de Diciembre), que fueron diluyéndose de la mano de la transforma-
ción del complejo petrolero de la Cuenca del Golfo San Jorge desde los años 60. En tal sentido,
el fuerte sesgo articulador de estas evocaciones ha dotado a la ciudad de un inédito soporte
sociocultural, que incluso ha trascendido el ámbito de lo local y que ha permitido el reconoci-
miento externo de Comodoro Rivadavia bajo un nuevo formato. De hecho, algunos de estos
eventos han trascendido el marco específico de la localidad al punto de propiciar conductas
imitativas en ciertas localidades vecinas dentro de la Cuenca del Golfo San Jorge.71
Por otra parte, los eventos que nuclean a los provincianos y a los inmigrantes extranje-
ros han extendido su convocatoria sobre otras ciudades de la región, desarrollando una verda-
dera red de relaciones que amplía la participación de diversos grupos y colectividades, y que
propicia la llegada a Comodoro Rivadavia de residentes de diferentes puntos de la Patagonia
central en ocasión de realizarse los actos feriales en los meses de Setiembre y Noviembre.
Finalmente, vale la referencia a los definidos intentos por dotar a Comodoro Rivadavia de una
nueva imagen ante el escenario nacional, utilizando la propuesta de algunos de estos eventos
como basamento. En efecto, desde 1993 existieron claras intenciones de trocar el viejo apelati-
vo que caracterizaba a la ciudad como “Capital Nacional del Petróleo”, reemplazándolo por su
Mediciones de gas
en un pozo de
baja presión.

identificación como “Capital Nacional del Inmigrante”, sosteniendo la diversidad so-


ciocultural de la localidad como elemento distintivo aún por sobre el sesgo productivo que
durante muchas décadas le otorgó la explotación del petróleo.
En definitiva, el carácter de mosaico multicultural que la propia historia fue otorgando
a Comodoro Rivadavia y a su área de influencia, no ha perdido su vitalidad, sino que por el
contrario permanece visible en las organizaciones que fueron institucionalizando a cada uno
de los grupos de inmigrantes extranjeros y migrantes internos, en las prácticas de evocación
del pasado y en el desafío por la salvaguarda y difusión del patrimonio heredado z

El Libro de los Pioneros 65


66 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA

Referencias

1 Profesor y Magister en Historia, docente-investigador de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco
y de la Universidad Nacional de la Patagonia Austral.
2 Utilizamos la expresión “nuevo poblamiento” para destacar la existencia previa de población en la Patagonia,
constituida por pueblos originarios de diversos grupos culturales: tehuelches, mapuches, selknam, yámanas y
alacalufes y cuyos antecedentes en el arribo al territorio se registran según la evidencia arqueológica desde
aproximadamente 13.000 años antes del presente.
3 Para una semblanza de la figura de Juan Plate y su protagonismo en la fundación de Comodoro Rivadavia se
sugiere ver Flavio Cannilla (Ed.): Argentina-Alemania. Un recorrido a lo largo de 150 años de relaciones bilaterales,
Embajada de la República Federal de Alemania, 2007.
4 Daniel Marques y Mario Palma Godoy: Comodoro Rivadavia en tiempos de cambio, Ediciones Proyección
Patagónica, Comodoro Rivadavia, 1993.
5 José de Angelis (Director): Álbum de Comodoro Rivadavia, Comodoro Rivadavia, 1934 (pág. 12).
6 José de Angelis (Director): Ob. cit (pág. 12).
7 Daniel Marques y Mario Palma Godoy: Ob. cit.
8 Daniel Marques y Mario Palma Godoy: Ob. cit.
9 Adriana Edwards: «Los inmigrantes Boers en Comodoro Rivadavia. Causas y características de su asentamiento»,
Revista Patagónica de Historia Oral, Año 2, Nro. 2, Universidad Nacional de la Patagonia Austral, 1998.
10 Adriana Edwards: Ob. cit.
11 La Ley de Territorios Nacionales sancionada en 1884 para las áreas recientemente integradas al país entre las
que se incluía toda la Patagonia, habilitaba la participación electoral para la constitución de Consejos Municipales
en aquellas comunidades que superaran los 1.000 habitantes. En ese marco se establecía la posibilidad del ejercicio
electoral y de la postulación a cargos municipales a los extranjeros con la única condición previa de registrar su
inscripción en un padrón oficial.
12 Probablemente en este grupo se incluyera también a los galeses a quienes por entonces se consideraba ingleses
por ser súbditos del Imperio Británico.
13 Carl Solberg: Petróleo y Nacionalismo en la Argentina, Hyspamérica, Buenos Aires, 1986 y Cronología Histórica
de Comodoro Rivadavia. Reseña social, cultural, política y económica: 1900-1949. Mosaico de Patagonia. Dickinson
College y Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco.
14 Susana Torres y Marcelo Borges (Coordinadores): Cronología Histórica de Comodoro Rivadavia. Reseña social,
cultural, política y económica: 1900-1949. Mosaico de Patagonia. Dickinson College y Universidad Nacional de la
Patagonia San Juan Bosco (Formato digital).
15 El Estado argentino, con el propósito de reducir el accionar y la expansión de las ideas anarquistas, promulgó
bajo la presidencia de Roca la «Ley de Residencia» (1902) y el Estado de sitio, instrumentos que permitían la
expulsión de los agitadores extranjeros, a los que se responsabilizaba de introducir ideas extrañas y disociadoras
entre los obreros argentinos. En 1910, producto del aumento y de la radicalización de las movilizaciones obreras,
el Estado sancionó la «Ley de Defensa Social», por la cual se establecían nuevas medidas de control sobre los
extranjeros «indeseables» y sobre los nativos involucrados en agitaciones que pusieran en peligro la seguridad
social.
16 Archivo de YPF. Copiador de cartas. Nro. 2: Felipe Fliess, 27/Ag/1919, (págs. 255-258).
17 Enrique Mosconi: El Petróleo Argentino (1922-1930). Círculo Militar. Biblioteca del Oficial. Buenos Aires. 1983
(pág. 191).
18 Archivo de YPF. Copiador de cartas. Nro. 4: Hubertz Platz, 15/Dic/1926 (pág. 29) y Mario Villa, 26/Feb./1929
(pág. 380). Las Comisiones de Contratación de YPF actuaban por medio de agentes localizados en diversos
poblados de las Provincias de Catamarca y La Rioja en acuerdo con las autoridades provinciales respectivas.
Raúl Argerich: La Patagonia Catamarqueña, Serie compendios escolares Nro. 7, Instituto Integral de Investigación,
Capacitación y Consultoría, Catamarca, 2004 y talleres de Historia Oral con residentes catamarqueños y riojanos
en Caleta Olivia (Santa Cruz), 2002-2003, Centro de Información y Relevamiento de Fuentes Orales de la Patagonia
Austral (CIRFO), UNPA-UACO.
19 Archivo de YPF. Copiador de cartas. Nro. 5: Mario Villa, 4/Mar./1931, (págs. 156).
20 Memoria de la Dirección General de YPF correspondiente al año 1928. Talleres gráficos Ferrari Hermanos,
Buenos Aires, 1929. (pág. 71).
21 Memoria de la Dirección General de YPF correspondiente al año 1929. Talleres gráficos Ferrari
Hermanos, Buenos Aires, 1930. (pág. 68).
22 Enrique Mosconi: Ob. cit. (pág. 87).
23 Actual Escuela de Frontera Nro. 146 localizada en el Barrio General Mosconi de Comodoro Rivadavia.
24 Raúl Larra: El General Baldrich y la defensa del petróleo argentino. Mariano Moreno. Bs. As. 1981 (pág. 45).
25 Archivo YPF. Copiador de cartas. Nro. 2: Felipe Fliess, 27/Jun./1918, (págs. 66-67).
26 Archivo YPF. Copiador de cartas. Nro. 2: Felipe Fliess, 6/Oct./1919, (págs. 265-274).
27 Fernando Devoto: Historia de la Inmigración en la Argentina, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2003.
28 Marcelo Borges: Portuguese in two world. A historical study of migration from Algarve to Argentina, Tesis
Doctoral, New Brunswick, New Jersey, Mayo de 1997 (págs. 319-320).
29 José de Angelis (Director): Álbum de Comodoro Rivadavia, Comodoro Rivadavia, 1934 y Marcelo Borges: Ob.
cit. (págs. 334-335).
30 Roberto Justo Ezpeleta, (Director): Medio Siglo de Petróleo Argentino (1907-1957), Editorial El Rivadavia,
Comodoro Rivadavia, 1957 y Marcelo Borges: Ob. cit., (págs. 337).
31 Marcelo Borges: Ob. cit., (págs. 338-340).
32 Marcelo Borges: Ob. cit., (págs. 345).
33 Sonia L. Ivanoff: “Los polacos y su Dom Polski (la casa polaca)“, Trabajo publicado en Internet
(www.elaguilablanca.com.ar).
34 Sonia L. Ivanoff: Ob. cit.
35 Sonia L. Ivanoff: Ob. cit.
36 Página Web oficial de la Federación de Comunidades Extranjeras de Comodoro Rivadavia. Asociación Búlgara.
37 Página Web oficial de la Federación de Comunidades Extranjeras de Comodoro Rivadavia. Asociación Croata.
38 Fernando Devoto: Historia de la Inmigración en la Argentina, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2003.
39 Archivo de la Asociación Española de Socorros Mutuos de Comodoro Rivadavia (Registro de Asociados).
40 Mariana García, Ana Tronfi y Raúl Figueroa: Asociación Española de Socorros Mutuos de Comodoro Rivadavia,
100 años, Asociación Española de Socorros Mutuos, Comodoro Rivadavia, 2010.

El Libro de los Pioneros 67


68 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA

41 Fernando Devoto: Ob. cit.


42 Mariana García, Ana Tronfi y Raúl Figueroa: Ob. cit. y página web oficial de la Asociación Española de Socorros
Mutuos de Comodoro Rivadavia.
43 Daniel Marques y Mario Palma Godoy: Comodoro Rivadavia en tiempos de cambio, Ediciones Proyección
Patagónica, Comodoro Rivadavia, 1993.
44 Mariana García, Ana Tronfi y Raúl Figueroa: Ob. cit.
45 Diario La República, Comodoro Rivadavia, Sábado 7 de Julio de 1934. Desde diciembre de 2006 el Cine Teatro
Español fue reconocido como uno de los Monumentos Históricos Nacionales de Argentina, previa revalorización
como Patrimonio Histórico de la ciudad en el año 2005.
46 Susana Torres y Marcelo Borges (Coordinadores): Cronología Histórica de Comodoro Rivadavia. Reseña social,
cultural, política y económica: 1900-1949. Mosaico de Patagonia. Dickinson College y Universidad Nacional de la
Patagonia San Juan Bosco (Formato digital).
47 Página Web oficial de la Federación de Comunidades Extranjeras de Comodoro Rivadavia. Asociación
Alemana.
48 Susana Torres y Marcelo Borges (Coordinadores): Ob. cit.
49 Graciela Ciselli, Martín Vulcaín y otros: “Aportes al estudio de la inmigración italiana en Patagonia. La
Asociación Italiana de Socorros Mutuos de Comodoro Rivadavia (1919-1970)”, en Los italianos en la Patagonia. 2º
Congreso Regional de Historia”. Río Negro, Círculo Italiano de Villa Regina, 1991 y Graciela Ciselli: Italianos al
sureste del Chubut: su inserción socio-económica, Imprenta de la Universidad Nacional de la Patagonia,
Comodoro Rivadavia, 1995.
50 Susana Torres y Marcelo Borges (Coordinadores): Ob. cit.
51 Andrés Cisneros y Carlos Escudé (Dirrectores): Historia general de las relaciones exteriores de la República
Argentina, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 2000.
52 Carta del Administrador local de YPF, Ing. Roberto Raventos, al Presidente de YPF. Archivo de YPF. Copiador
de cartas. Nro. 8., 24/Dic./1941 (pág. 364).
53 Susana Torres y Marcelo Borges (Coordinadores): Ob. cit.
54 El Departamento Comodoro Rivadavia incluía la ciudad homónima, todos los establecimientos petroleros y
ferroviarios en torno a dicha ciudad (Campamento Central de YPF, Barrio Ferroviario-Km. 5, Astra, Diadema
Argentina, Compañía Ferrocarrilera de Petróleo), Cañadón Seco y la Comisión de Fomento de Caleta Olivia.
55 Susana Torres: “Un viaje de idas y vueltas. Imágenes y prejuicios en la construcción de las identidades chilenas
en Comodoro Rivadavia”, Revista Hermeneutic, Nro. 8, Primavera-Verano, 2008-2009, http:
publicaciones.unpa.edu.ar.
56 Susana Torres: Ob. cit.
57 Susana Torres: Ob. cit.
58 Un libro señero de esta concepción en el ámbito de Comodoro Rivadavia fue el escrito por el periodista
Eduardo Gallegos y denominado “Invasión por el sur”. Eduardo Gallegos:
Invasión por el Sur, Edición del autor, Comodoro Rivadavia, 1971.
59 Lino Marcos Budiño: Comodoro Rivadavia, sociedad enferma. Hernández Editorial. Bs. As. 1971 y Lelio
Mármora: Migración al Sur. Argentinos y chilenos en Comodoro Rivadavia. Ediciones Libera. Bs. As. 1971.
60 Lelio Mármora: Ob. cit.
61 Susana Torres: “La inmigración chilena a Comodoro Rivadavia” En Revista de Estudios Trasandinos, nro. 5,
Santiago de Chile, 2001.
62 Brígida Baeza: “Etnogénesis e identificaciones de migrantes bolivianos en Comodoro Rivadavia“, III Jornadas
de Historia de la Patagonia, San Carlos de Bariloche, 6-8 de noviembre de 2008.
63 Brígida Baeza: Ob. cit.
64 Brígida Baeza: Ob. cit.
65 Diario El Patagónico, 13 de Julio de 2008.
66 Brígida Baeza: Ob. cit.
67 Carta del Administrador local de YPF, Ing. Roberto Raventos, a la Dirección General Archivo de YPF. Copiador
de cartas. Nro. 8, 30/Oct./1939 (pág. 123).
68 Carta del Administrador local de YPF, Ing. Roberto Raventos, a la Dirección General. Archivo de YPF. Copiador
de cartas. Nro. 6, 23/Feb./1934 (págs. 57-60).
69 Raúl Argerich: La Patagonia Catamarqueña, Serie compendios escolares Nro. 7, Instituto Integral de
Investigación, Capacitación y Consultoría, Catamarca, 2004 y Talleres de Historia Oral con residentes
catamarqueños y riojanos en Caleta Olivia (Santa Cruz), 2002-2003, Centro de Información y Relevamiento de
Fuentes Orales de la Patagonia Austral (CIRFO), UNPA-UACO.
70 Roque González (Director). Comodoro 70. Publicación del Diario El Patagónico. Comodoro Rivadavia. l97l. (pág. 53).
71 En la ciudad de Caleta Olivia, distante 70 kilómetros al sur de Comodoro Rivadavia, se ha impulsado desde
hace algunos años la organización de la denominada Fiesta de las Provincias Argentinas, cuya celebración se
realiza en el marco de los aniversarios de la fecha de fundación de la ciudad en el mes de Noviembre. Daniel
Cabral Marques: “Entre la revitalización de la memoria y la reactualización de las identidades locales. Una mirada
sobre la producción de símbolos de pertenencia en la ciudad de Comodoro Rivadavia en los años 90”, (págs. 323-
349); en Brígida Baeza, Edda Crespo y Gabriel Carrizo (comps.): Comodoro Rivadavia a través del siglo XX. Nuevas
miradas, nuevos actores, nuevas problemáticas, Certamen Fondo Editorial 2007, Municipalidad de Comodoro
Rivadavia, Comodoro Rivadavia, 2007.

El Libro de los Pioneros 69


70 El Libro de los Pioneros

COMODORO RIVADAVIA
El Libro de los Pioneros 71
72 El Libro de los Pioneros
Capítulo I

Los españoles
Las primeras corrientes migratorias
Asturianos, Gallegos, Andaluces, Vascos

El Libro de los Pioneros 73


74 El Libro de los Pioneros
L
a colectividad española estuvo presente desde los inicios de la
fundación de Comodoro Rivadavia, en 1901, con personajes
referentes como Toribio Larrea o Belarmino Menéndez. Se
constituyó como un grupo migratorio con continuidad en la sociedad
local, aunque con presencia declinante, hasta mediados del siglo XX.
Los últimos flujos significativos estuvieron asociados al impacto que en
España generó la Guerra Civil Española y el contexto del franquismo y
la Segunda Guerra Mundial.
Fue durante los primeros años del siglo XX cuando el grupo de
extranjeros más numeroso de la sociedad comodorense se convirtió en el
primero en organizarse institucionalmente a través de la Asociación
Española de Socorros Mutuos (1910) del que derivaron luego los centros
regionales (Centro Gallego en 1923, Asturiano en 1922, entre otros).
Los españoles estuvieron presentes en casi todas las actividades
económicas de la ciudad y la región con inserción en la ganadería, el
comercio y los servicios urbanos, la actividad petrolera y la ferroviaria.

El Libro de los Pioneros 75


76 El Libro de los Pioneros
LOS ESPAÑOLES

Reseña histórica

El Libro de los Pioneros 77


78 El Libro de los Pioneros
LOS ESPAÑOLES / RESEÑA HISTORICA

Los Gallegos

C omodoro Rivadavia se conformó a partir de diversas corrientes migratorias y, como en


el resto de la Patagonia, la población inicial desde el momento de su fundación fue
mayoritariamente extranjera.
Aquellos hombres y mujeres buscaron canalizar su desarraigo impulsando la formación
de entidades que los agruparan en sentido solidario y fraterno.
En este contexto, la convocatoria para la constitución del Centro Gallego se realizó en
julio de 1923. Miembros de la colectividad gallega se reunieron en el Hotel “La Argentina”,
donde resultó electo el primer presidente Don Francisco Lastres.
Quedó así constituido el 22 de Julio de 1923 el Centro Gallego de Socorros Mutuos, Cultu-
ral y Deportivo de Comodoro Rivadavia.
Los pilares fundacionales fueron:
z Difundir en este territorio nacional, por los medios que se consideren más eficaces, el cono-
cimiento de Galicia.
z Honrar a los gallegos que en la región o fuera de ella, se hallan distinguido de una manera
eminente en sus servicios.
z Ayudar a los gallegos recién llegados a los que se trataría de dirigir o buscarles amparo.
z Promover el bienestar de la colectividad gallega y “salir en defensa de su buen nombre,
cuando fuere necesario”.
z Secundar eficazmente toda acción progresista que se inicie en bien de Galicia.
Desde sus orígenes, la colectividad se impuso un lema: “Protección, sociabilidad y cultura”.
Luego, en asamblea del 30 de agosto de 1923, fueron elegidas las autoridades que confor-
maron el Primer Consejo Directivo, presidido por Francisco Lastres.
En enero del año 1924 se logró una primera sede en la calle Mitre, previa solicitud al
presidente del “Consejo Municipal”, y se celebró la primera asamblea extraordinaria.
A comienzos del año 1925 adquirieron un local de alquiler en la calle Italia 838; y en 1927
la institución compró su primer terreno en calle Rivadavia, donde un año después comienzan
las obras para levantar la primera sede social que hasta hoy permanece en pié.
La inauguración de esa primera Sede Social fue el 25 de julio de 1928, y el mismo día,
pero 45 años más tarde, se inauguró la segunda sede, en calle España 666.

El Libro de los Pioneros 79


80 El Libro de los Pioneros

LOS ESPAÑOLES / RESEÑA HISTORICA

Las romerías se celebraron anualmente desde el momento en que se conmemoró el pri-


mer aniversario de la fundación. El Xantar comenzó a realizarse a partir de 1941. Tanto en las
romerías como en el Xantar, la Comisión de Damas del Centro Gallego ha ocupado un lugar
relevante en la organización de las celebraciones hasta el presente.
En junio de 1932, las Damas del Centro Gallego decidieron cooperar con la construcción
de la denominada “Casa del Niño”, un asilo, obra de las Sociedad de las Damas de Beneficen-
cia; la que había sido creada en 1927.
Dentro del conjunto de Damas Gallegas mencionadas, se destacó especialmente Pilar
Martínez de Moirón, cuyo protagonismo excedió las fronteras de la asociación voluntaria.
Moirón fue una de las más activas integrantes de las comisiones directivas de las institucio-
nes creadas ad hoc, para el apoyo a la República Española primero y las de los refugiados
después, como de aquellas que se conformaron con criterios similares tras el estallido de la
Segunda Guerra Mundial.
Estas instituciones surgieron dispersas por toda la geografía argentina y, en el caso de la
conformada en Comodoro Rivadavia, se mantuvieron fuertes vínculos con las restantes enti-
dades. Más específicamente, Pilar de Moirón se desempeñó como integrante de la comisión
femenina de la filial local de la Agrupación Amigos de la República (ARE) conformada a fines
de 1936. Años más tarde ocupó la presidencia interina de la Junta de la Victoria local.
El 24 de diciembre de 1933 se inauguró la Biblioteca “Concepción Arenal”, más tarde
llamada “Rosalía de Castro”, llegando a superar hoy la cantidad de 3000 volúmenes y donde se
conservan, entre otros, libros de fines del siglo XIX.
El 21 de agosto de 1938 se celebró una Asamblea para reformar sus estatutos, con la fina-
lidad de estar encuadrados en lo que prescribía un decreto del Poder Ejecutivo Nacional sobre
las Sociedades de Socorros Mutuos. Esta entidad pasó a denominarse “Centro Gallego de Soco-
rros Mutuos de Comodoro Rivadavia”.
El 1 de junio de 1969 los socios reunidos en Asamblea avalaron la venta de la entonces
sede social y la adquisición de lo que e convertirá en la actual sede de la institución. Finalmen-
te el 7 de mayo de 1983 se inauguró la primera etapa. La institución cuenta hoy con un edificio
de tres pisos con salón de fiestas, confitería, secretaría, biblioteca, salón de conferencias y
microcine, salón de actividades culturales y juveniles y un museo dedicado a la historia de la
inmigración gallega en Comodoro Rivadavia. La institución se mantiene vigente y conservan-
do aquellas tradiciones de los primeros pobladores gallegos de la Patagonia Argentina z
Los Vascos

L os vascos, al igual que el resto de los inmigrantes, llegaron a Comodoro Rivadavia sin
conocer costumbres y formas de vida en su nuevo lugar de residencia.
Esta situación los motivó a agruparse para fomentar la ayuda mutua y combatir la nostal-
gia. Para encontrarse con sus compatriotas, se reunían en las primeras décadas del siglo XX en
casas de familias vascas que habían llegado a esta ciudad.
Por aquellos años un lugar de comidas atendido por Antonia Garro -viuda de Jose Iparra-
guirre- era uno de los lugares elegidos para jugar al mus, encontrandose para alguna partida
los hermanos Salaberry, E. Astigarraga, Juan María Otaño, los hermanos Irisarri, Nazario Ipa-
rraguirre, Juan Iparrea, José Sanz, Rufino Iñurrita, Marcos y Juan Bautista Alberdi, Domingo
Urbieta, Orduña; entre otros.
Este sitio, que se quemó en el año 1925, estaba ubicado en la calle San Martín al 340.
Luego eligieron la cancha de pelota a paleta localizada en la calle Belgrano al 800.
De estos encuentros surgió la necesidad de esta colectividad de pensar en un edificio
propio. De este modo, un grupo de 33 vascos se reunieron en el Hotel “Vasconia” (San Martín
esquina Pellegrini), el 20 de mayo de 1923, con el fin de crear una “sociedad de ayuda mutua”
que permitiera preservar la identidad étnica y que ayudara a mitigar las añoranzas de los
inmigrantes de origen vasco, que se habían afincado en la zona.
Esta entidad dio sus primeros pasos con el objetivo de brindar contención a las familias,
facilitar la comunicación y crear lazos de solidaridad entre congéneres, salvaguardar la
identidad propia, mantener la lengua, el folclore y preservar y cultivar las tradiciones euskeras.
De acuerdo al Acta Número 1 del 20 de mayo de 1923, el mismo día de la creación de la
sociedad, también se decidió –por unanimidad- que el nombre que preservaría a la entidad a
través del tiempo sería “Euskal Echea”, que en español significa “Casa Vasca”.
De esta manera, la asociación “Euskal Echea” se transformó en la cuarta colectividad
fundada por inmigrantes en Comodoro Rivadavia, luego de la Asociación Española de Soco-
rros Mutuos en 1910; la Asociación Italiana en 1919 y de la Asociación Portuguesa fundada en
1923.
Esta asociación aún no tenía el reconocimiento del gobierno vasco, y por lo tanto, no
tenía la posibilidad de solicitar ayuda económica para su desarrollo.

El Libro de los Pioneros 81


82 El Libro de los Pioneros

LOS ESPAÑOLES / RESEÑA HISTORICA

Surgió la necesidad de establecer una cuota societaria para contribuir a su mantenimien-


to. El Acta Número 2, del 15 de agosto de 1923, disipuso el abono de una cuota mensual de $ 2
para los asociados. Desde aquellas primeras reuniones en hoteles, confiterías, locales alquila-
dos y lugares públicos, se llegó a la primer sede social ubicada en la calle 25 de Mayo.
Una vez cancelada la deuda del terreno al municipio de Comodoro Rivadavia, la comi-
sión directiva de la Asociación decidió, mediante el Acta Número 48 del 11 de septiembre de
1932, solicitar una ayuda social a sus afiliados para comenzar a edificar. Dichos aportes serían
devueltos “en la brevedad posible y sin ningún interés”.
Así fueron sucediéndose al primer presidente de la institución, Benito Irisarri, los nom-
bres de Segundo Iurrita, Agustín Ibarguren, Juan Iparrea, Juan Barrenechea, Calixto Morati-
nos, Francisco Oses, Juan Azpillaga, Francisco Pujana, Carlos Otamendi, Alejandro y Antonio
Baztán. Junto a ellos, respaldando cada gestión, hubo una innumerable cantidad de socios y
amigos que contribuyeron a mantener vivo el recuerdo y los símbolos de la identidad vasca.
La “Euskal Echea” ha sostenido en el tiempo la política institucional de integrarse a
todas las actividades vascas en la Argentina.
En 1986 los vascos-comodorenses iniciaron una nueva etapa de crecimiento. Producto de
la necesidad de expansión, decidieron vender el inmueble construido en la calle 25 de Mayo
815.
Con el dinero recaudado de la venta del inmueble y la colaboración de asociados y ami-
gos comenzaron la construcción de la nueva casa vasca en la calle Alsina 466. La concreción de
una cancha de pelota a paleta fue uno de los sueños más anhelados de los asociados. Este
deporte es uno de los más antiguos del pueblo vasco y su práctica, en tierras tan lejanas, ayuda
a mantener viva esa llama de los orígenes.
El mes de diciembre de 1988, fue coronado con la inauguración del nuevo edificio que se
denominó “Gure Ametsa” que significa “nuestro sueño”. En el mes de mayo de 1989, bajo los
pliegues de las banderas argentina e “Ikurriña” (bandera Vasca), la Comisión Directiva se
reunió por primera vez en la renovada institución.
La semilla sembrada por los fundadores vascos ha dado sus frutos. Hoy, gracias a la con-
tinuidad de quienes los sucedieron, la ayuda brindada por el gobierno Vasco y la hospitalidad
que la ciudad de Comodoro Rivadavia ha sabido brindar a la inmigración, el crecimiento de la
Asociación no se detiene.
La colectividad vasca de Comodoro Rivadavia lleva hasta estos días su danza y valores a
otras ciudades de la región, con representación en los encuentros anuales del resto de las
colectividades, actos patrióticos, festivales y encuentros artísticos, además de confraternizar
su cultura con estas tierras.
Los años pasan pero los objetivos trazados por aquellos primeros inmigrantes se siguen
cumpliendo. El Centro Vasco ha sido siempre un lugar de acogida, ayuda y contención, pila-
res que aún mantiene vivos en la actualidad z

Los Asturianos

E l primer Centro Asturiano se fundó en Comodoro Rivadavia el 15 de septiembre de 1922.


En aquella primera Asamblea Constitutiva se designó una Comisión Directiva, cuyo pre-
sidente fue Don José Álvarez. Pero la vida de esta entidad fue breve, ya que la última constan-
cia de actividad de estos pioneros data del 29 de abril de 1926.
En ese lapso de cuatro años fueron presidentes José Álvarez, Benigno Riera, José Álvarez
y Cristencio Aller. En la última Comisión Directiva figura como pro-secretario Rufino Riera,
grupo que también integraba José Álvarez Lorenzo, quien se desempeñó durante varios años
como director de LU4 Radio Patagonia Argentina.
Veintisiete años después de la desaparición del primer Centro, desde un grupo de inmi-
nigrantes asturianos afincados en Comodoro, resurgió la idea de agruparse nuevamente, ini-
ciativa que contó con el decidido apoyo en los antiguos residentes. De este modo, en septiem-
bre de 1953 se constituyó una Comisión Organizadora que preparó la Asamblea constitutiva
del 18 de octubre del mismo año.
De este modo quedó definitivamente constituído el Centro Asturiano y se avanzó con la
elección de la primera Comisión Directiva. La Asamblea se celebró en un reservado del Bar de
la Asociación Española, lugar donde habitualmente se reunía la Comisión Directiva, hasta
que Riera cedió un local de su casa donde se estableció la secretaría. Finalmente se construyó
la actual sede social.
El 31 de octubre de 1953 celebró la Comisión Directiva su primer reunión en la que se
sortearon los plazos de duración en los cargos. Se designó entonces como presidente a Rufino
Riera. En noviembre de 1953 se solicitó un terreno a la Asociación Española, la que lo concede
y se instala la primer bolera, en el lugar que hoy ocupa el Sanatorio Social.

El Libro de los Pioneros 83


84 El Libro de los Pioneros

LOS ESPAÑOLES / RESEÑA HISTORICA

El 7 de febrero de 1954 se realizó la primera fiesta multitudinaria en los galpones de


Angel Giobbi en Barrio Industrial, presidida por el entonces Gobernador Militar, Coronel
Dell’Oro.
El 1 de mayo llegó una delegación de Puerto Deseado presidida por Don Florentino Pérez
y se lleva a cabo el primer encuentro bolístico.
A finales del año 1954 se solicitó al Centro Asturiano de Buenos Aires la gestión de perso-
nería jurídica, cuya obtención fue confirmada el 2 de junio de 1956.
El 26 de Febrero de 1956 se celebró una Asamblea General Extraordinaria, en la que se
acuerda comprar los terrenos que actualmente ocupan las instalaciones sociales.
Desde ese momento, la institución inició una etapa plena de realizaciones. El 9 de Mayo
de 1963, por resolución que lleva el número 22/ 63, la Municipalidad local dispuso el nombre
de Asturias a la calle donde está emplazada la sede social, firmando esta resolución el enton-
ces intendente Antonio Morán, descendiente de asturianos.
El 16 de junio de ese año se inauguran las nuevas instalaciones. El 27 de octubre de 1994
la entidad recibió el reconocimiento de “ Asturiania “ por parte de las autoridades del Gobier-
no del Principado de Asturias.
Los subsidios recibidos del Gobierno del Principado de Asturias permitieron entre 2008
y 2010 concretar tres obras soñadas por esta colectividad: la construcción del salón de ensayos
para el Grupo de Baile de la Institución, la secretaría, una sala de reuniones amplia y lumino-
sa con biblioteca, y una sala-confitería z

Los Andaluces

D urante las décadas del 1920 y 1950, hubo una gran cantidad de inmigrantes que llegaron
a las tierras patagónicas, producto de la post-guerra (Primera Guerra mundial, Guerra
Civil Española y la Segunda Guerra mundial).
En un colectivo muy numeroso de andaluces, arribaron principalmente a la ciudad de
Comodoro Rivadavia para vincularse con la actividad petrolera.
En la década del 50, con la gran emigración de españoles de distintas regiones de Espa-
ña, se comenzaron a formar las Asociaciones propias de cada región. A fines de la década del
80, con el advenimiento de la democracia en España, y la creación de las autonomías, se vio en
la necesidad de contar en la Patagonia y específicamente en Comodoro Rivadavia, con una
Asociación que le diera dinamismo, protagonismo y sirviera como sostén, a toda aquella co-
rriente emigratoria que estaba en la zona.
El día 16 de octubre de 1987 se fundó en Comodoro Rivadavia, la Casa de Andalucía con
Personería Jurídica.
Cuenta con un Patrimonio propio, Conjunto de Baile, Comisión de Cultura, Comisión
de Jóvenes y Voluntariado de Atención a Personas Mayores.
Presentó y concretó distintos proyectos educativos, culturales y sociales. El mayor logro
fue la provisión de Medicamentos y atención sanitaria a los andaluces mayores de Argentina
después de la crisis del 2001. En la actualidad se encuentra desarrollando el Centro Comunita-
rio- Hogar de Día que cuenta con el auspicio del Gobierno del Chubut y de la Consejería de
Asuntos Sociales de la Junta de Andalucía.
Un edificio que nace como proyecto por allá en el 2003, que llevo varias etapas de inver-
sión para la puesta en funcionamiento del mismo, encontrándose presentes referentes de
ambos gobiernos para la inauguración de las distintas etapas, por el estado en que se encon-
traba el edificio.
La Casa de Andalucía fue una de las fundadoras de la Federación de Comunidades Ex-
tranjeras y forma con 21 Instituciones más la Federación de Asociaciones Andaluzas de la
República Argentina, con quienes desarrolla anualmente todos los actos socio-culturales inhe-
rentes a dicha Federación z

El Libro de los Pioneros 85


86 El Libro de los Pioneros
LOS ESPAÑOLES

Personalidades
Asturianos, Gallegos, Andaluces, Vascos.

El Libro de los Pioneros 87


88 El Libro de los Pioneros
LOS GALLEGOS / ANTONIO LAGO ALONSO

Hacedor

A ntonio Lago Alonso es un jugador de toda la cancha. La alegoría futbolera viene a cuento
aunque allá en Galicia en realidad se luciera en el arco. Pero esa tarde estaba en Como-
doro y el que defendía los tres palos de los gallegos era Pepe, su hermano. Él merodeaba en el
área contraria, la de la escuadra andaluza. Inmigrantes de ambos bandos, descendientes y
simpatizantes, afuera de la cancha seguían con gran nerviosismo el partido. Y de pronto ese
centro cayó del cielo a su frente y él definió como los que saben: abajo, con un pique antes de
la línea la cambió de palo. El arquero no pudo más que verla entrar cuando volvía de su mal
paso. La euforia se desató en la cancha y los lamentos. La alegría y la angustia. 1 a O se ponía
el seleccionado de Galicia encima del Andaluz. Cinco a cero terminaría aquel partido memo-
rable.
Antonio dedicó ese primero gol y muchos años de su vida a su comunidad de inmigran-
tes, a su descendencia y a la ciudad que les da cobijo. Proyectó y construyó con las manos en el
cemento. Preparó las mezclas. Pegó ladrillos. Hizo jugadas
memorables como gestor y vino a casarse, el obrero gallego, Perfil
con la nieta del telegrafista que informó a Buenos Aires el z Antonio Lago Alonso nació el 6
descubrimiento del petróleo en Comodoro Rivadavia. Del 77 de julio de 1931 en el pueblo de
al 90, constructor y transportista, ocupó la presidencia y otros Sárdoma, Vigo, Galicia. Llegó a
cargos directivos en el Centro Gallego de Comodoro Rivada- Comodoro Rivadavia el 9 de
via. febrero de 1952. De albañil se
Nació en Galicia. Se crió en el barrio de Miraflores, pue- convirtió en constructor y de
blo de Sárdoma, ayuntamiento de Vigo, entre 6 hermanos chofer en empresario
varones. Argimiro, José y Martín los mayores. Antonio, que transportista. Está casado con
nació el 6 de julio de 1931; y Fito y Luis, los menores. Su Ana Rodríguez, que le dio tres
padre era operario de tranvía. Su madre ama de casa. Con hijos. Carlos Antonio en 1957,
cinco hermanos la probabilidad de batirse en un picadito se Elena en 1961 y María Esther en
multiplican en cualquier barrio, en cualquier pueblo o aldea 1964. Ya es bisabuelo. Entre otros
de este esférico planeta. Su pasatiempo era el fútbol y Anto- cargos directivos fue presidente
nio no era el gordito, pero era el que iba al arco. “Allá era del Centro Gallego de Comodoro
jugar al fútbol y trabajar nomás”, hasta que el 19 de febrero Rivadavia z

El Libro de los Pioneros 89


90 El Libro de los Pioneros

LOS GALLEGOS / ANTONIO LAGO ALONSO

de 1952 embarcó a la Argentina, y aunque la mismísima Eva Duarte de Perón lo esperara de


este lado del Atlántico, Antonio se pasó una semana detenido en Buenos Aires hasta que lo
liberaron y pudo retomar su viaje a Comodoro y volver al trabajo, y trabajar, más y más, jugar
al fútbol, construir una familia y dejar su nombre inscripto en la historia de esta ciudad gene-
rosa y cosmopolita.

Gallego

z Antonio no vivió su infancia en una casa de economía holgada. Allá en España, los
Lago Alonso producían en su finca lo necesario para la supervivencia. Pero entonces el gobier-
no retenía el 40% de las producciones agrícolas y cobraba impuestos por la venta del remanen-
te. Eran tiempos de Franco. Él tenía 16 años cuando empezó a trabajar. Antes era el encargado
de algunos mandados, como el de llevar el almuerzo a los hermanos que estaban afuera, traba-
jando para la familia. “Era difícil la situación. Vino la guerra civil y después la guerra mun-
dial. Había que comer. Todo racionado estaba. Te daban un felipe para todo el día. Un cuarto
de litro de aceite para 15 días, un cuarto de azúcar, un cuarto de harina”. España proveía de
comida a los países beligerantes, “en especial a Alemania”, según recuerda Antonio, a quien
todavía le parece escuchar los aviones que pasaban “y tapaban la luz del cielo”. Imágenes
grandes de la guerra vista con ojos de niño.
Detrás de las puertas de su infancia el mundo se debatía a sangre y fuego y en el seno de
su familia Antonio se hizo fortachón y laburante. A los 18 ya era oficial albañil. Desde la Argen-
tina de Perón, donde estaban los tíos, alentaron primero la llegada de los hermanos mayores,
Argimiro y José. El llegó “con 20 años”, sin haber hecho la colimba. Desertando, o sea, y por
eso ya no pudo volver a España, “ni a pasear, hasta que cumplí los 50. Si volvía antes tenía que
hacer el servicio militar”.
Después de ver partir a tres de sus hijos a América murió la madre y tiempo después la
familia perdió el rastro de otro de los hijos, que había salido para trabajar a Valencia, en ese
dique donde colapsó un tanque enorme. Al hermano se lo llevó la montaña de agua y él,
cuando volvió a España, ya con 50 años, fue en busca de su rastro, pero le respondió ese
perturbador eco mudo con el que hablan los embalses.
En el volumen dedicado a España, la colección “El mundo en color” de Ediciones Casti-
lla corrobora en 1953 que la emigración fue mucho tiempo el sino del pueblo gallego. Tantos
poetas cantaron su Galicia, “sus pinos susurrantes, sus riachuelos, sus verdes maizales, su aire
ligero que huele a mar y a hierba. Cantos nostálgicos, cantos de emigrantes –han inventado
una palabra, morriña, para expresar el lacerante y voluptuoso recuerdo de la patria lejana—,
porque Galicia es pobre y tan cargada de criaturas que no puede alimentarlas; cuando tiene
diez años, el pequeño campesino deja su aldea; en su morral lleva un trozo de pan de borona
por todo bagaje, un par de zuecos nuevos y la bendición de su madre. Ágil y vigoroso, extraor-
dinariamente sobrio, trabajador y económico, el gallego va a establecerse en las provincias
más ricas, no se enfurruña jamás ante un trabajo por pesado o grosero que sea. En Castilla,
ayuda a sesgar. En América trabaja en los muelles, en las plantaciones. En las grandes ciuda-
des, Madrid o Lisboa, ha sido lacayo o vendedor de agua, hoy es criado, maletero, estibador,
instala un figón, una taberna o una carbonería. Se lo tiene por necio y él se ríe de ello, sólo está
pendiente de amasar una fortunita y volver a su país para realzar la casa paterna o, si es
verdaderamente rico, hacer reconstruir el campanario del pueblo o levantar una magnífica
casa junto al mar”.
Antonio en realidad volvió para golpear las puertas de la Xunta, para que Galicia recono-
ciera a sus hijos migrantes que a 14 mil kilómetros de casa ayudaron a construir una ciudad

El Libro de los Pioneros 91


92 El Libro de los Pioneros

LOS GALLEGOS / ANTONIO LAGO ALONSO

de pujante soberbia. Él mismo había salido de su país buscando trabajar y vivir con dignidad.
Así lo cuenta. El puerto de Vigo vuelve a nublarse en su mirada. Casi sesenta años después de
haber embarcado, Antonio está sentado al otro lado de este enorme mesón, en el salón de
reuniones del Centro Gallego, en la calle España de la ciudad que fue su destino.

Changa

z “Defendido de todos los vientos, cerrado a las malas corrientes por las islas Cies, la
bahía de Vigo es el más seguro refugio de todo el litoral español. Sus aguas azules, límpidas y
lisas como la seda cubren arcas repletas de oro traído de América por la flota española que
hundió la escuadra inglesa en octubre de 1722. (…) Los pescadores de sardinas, los desacarga-
dores del muelle, los marinos, han permanecido fieles a su antiguo barrio, junto a la cala de
San Francisco, que ha guardado su pintoresquismo, sus calles enlosadas, sus ristras de cebo-
llas colgadas en las ventanas, sus ierseys y sus redes secándose al sol, sus balaustradas escala-
das por geranios trepadores. (…) Vigo ha construido muelles, escolleras, almacenes y activas
fábricas de conservas”.
Antonio conocía a Eva Perón. La vio en persona. La primera dama cumplía una visita
protocolar en España. Con todos los honores Franco la esperaba en su tierra natal. Antonio,
descamisado, estaba trabajando en la refacción de un asilo de monjas, cerca del puerto de
Vigo. La “abanderada de los humildes” asistiría a la inauguración de una de aquellas plantas,
pero antes pasó por el asilo de monjas en refacción. Cuando vieron avanzar a la nutrida comi-
tiva oficial, Antonio y el resto de los obreros detuvieron su labor. “Yo le di la mano y le dije que
iba a venir para América. ‘Entonces nos vemos allá’”, le dijo Evita. Pero haber simpatizado a la
primera dama no fue suficiente.
Antonio llegó al puerto de Buenos Aires y lo detuvieron. Se pasó una semana sin poder
salir del hotel de migraciones. Llegó “flojo de papeles”. El sabía que se estaba escapando del
servicio militar pero no sabía que a Argentina no podía entrar sin que alguien lo hubiera
invitado expresamente, asumiendo su tutoría, la responsabilidad de su supervivencia y de sus
actos. “La carta de llamada”, le decían.
Los primos, hijos de José Alonso, y también otro tío, lo esperaban en el puerto descono-
ciendo la misma exigencia. Lo identificaron en el barco y empezaron a los gritos. Antonio bajó
presuroso, se abrazó con todos, comentó el viaje y después de pasar por la oficina lo despacha-
La vida se trama a fuerza
de decisiones y Antonio
eligió venir. Acá fue
albañil y empresario
constructor, chofer
y empresario
transportista, jugador e
hincha de fútbol, presidió
el Centro Gallego y
también, digno de su
ron al hotel de migraciones, donde él dice que quedó “dete- ánimo emprendedor,
nido”. “Faltaba un papel que tenían que llevar ellos para re- presidió la comisión
tirarme. Yo entré acá con certificado médico, y todo bien, pro monumento para
todo controlado. Me controlaron a mi y a mis padres por si la plaza España, a la que
estábamos apestados o algo. Eso era lo que exigía el Estado integraron referentes
Argentino. Si yo hubiera tenido algún problema de la vista o de cada centro de
alguna otra cosa no podía venir. Tenía que estar completa- inmigrantes españoles
mente apto para trabajar”. Y para eso había venido. Trabajar de la ciudad.
era su única expectativa.
Pero la aventura migratoria de Antonio hubiera podido fracasar mucho antes. “Si el
barco salía de Vigo y después paraba en otro lugar de España a mi no me dejan salir. Porque yo
estaba ‘en quintas’. No podía salir de España después de los 20 años sin haber hecho antes la
conscripción, la milicia. A mi me tocó la marina. Los soldados en la marina no van todos
juntos un año, van en reemplazos. Unos pocos a primero de año otros a fin de año. Yo traba-
jando me encontré en la casa donde había un contraalmirante y él me dijo que hiciera todos
los trámites y me embarcara. ‘Si para en Canarias, La Coruña, Barcelona o en otro lado, no
tenés que bajar’. Si me agarraban no me iban a dejar salir del país”, recuerda.
Lo de Antonio, entonces, fue una especie de fuga. Una media fuga. Y tuvo suerte. El
barco rodeó España y se detuvo recién en Portugal. Nunca había sentido tanto alivio como
cuando respiró el aire perfumado de Lisboa.
“Y cuando crucé el Ecuador me bautizaron”. Los que viajaban en primera lo hubieran
hecho en la piscina de su nivel. En tercera, a Antonio, sus compañeros de camarote, que eran
5, lo tiraron a una especie de pequeña pileta improvisada con una lona. El barco también paró
en Montevideo y finalmente llegó al puerto de Buenos Aires, desde donde Antonio partió tras
cinco días de detención a la inhóspita Patagonia. Llegó a Comodoro “con lo puesto nomás”, y
tenía en el bolsillo apenas lo suficiente para comprar estampillas. Una parte la había gastado
con la carta que mandó a casa desde Brasil, cuando volvió a tocar tierra firme después de casi
un mes de bambolearse a ras del Atlántico.

Desastre

z Antonio desanda su historia con acento matizado. La huella de la lengua gallega

El Libro de los Pioneros 93


94 El Libro de los Pioneros

LOS GALLEGOS / ANTONIO LAGO ALONSO

reverbera en el idioma adoptivo con sus típicos ceceos. Allá en Galicia dicen que esa lengua
“ha resistido a la castellana, como los señores feudales, atrincherados tras de sus montañas y
sus torrentes resistieron a sus soberanos de Castilla. Ha conservado la pureza y la dulzura de la
primitiva lengua de la provincia, que dio origen al portugués. Gallego y portugués han perma-
necido tan próximos que los exquisitos poemas gallegos de Rosalía de Castro o Eduardo Pon-
dal figuran en las antologías de poesía lusitana”. Y también Camoes, el gran poeta portugués
escribió en gallego, como lo hizo Federico García Lorca.
Antonio llegó a Comodoro el 9 de febrero de 1952 y el 10 empezó el trámite para tener su
cédula provincial. Otro paisano, el hijo del comisario Cores le hizo la foto carnet y enseguida
lo asoció al Centro Gallego. Su cédula fue la número 1503.
El muro medianero de la estación de trenes lo levantó a poco de llegar y también trabajó
en Petroquímica, en la planta industrial del 8, pero duró poco: después de un accidente con
gas en el sótano, fatal y múltiple, salió espantado y no volvió ni para cobrar la quincena.
Después estuvo a cargo de todas las terminaciones del ex Mercado Comunitario, donde ahora
se urden las normas urbanas. También trabajó en la construcción del portentoso nuevo edifi-
cio del colegio Perito Moreno, haciendo terminaciones y colocación de azulejos.
Su primer morada fue en la casa de su primo, Sergio Herrería, en Dorrego y Chacabuco.
Detrás de las ventanas veía aquel Comodoro gris, ocre e inhóspito. La ciudad le parecía senci-
llamente “un desastre”. “De Buenos Aires hasta acá no vi más árboles que en Trelew, en el 5 y
la bajada del 3. En Comodoro no había un solo árbol. Era un desastre. Era llorar todo el día. Y
no había agua. Caminábamos no sé cuántas cuadras con baldes. Me agarraron días de viento y
viento y viento. Después viento y lluvia. Bajabas por las Rawson y no podías avanzar más allá
de Francia porque era puro barro. No se podía pasar. Había que ir a la Rivadavia y dar toda la
vuelta. Comodoro era un desastre”. Al otro lado del océano había quedado la familia y la
novia. Una morriña espesa lo atacaba en los atardeceres, cuando el sol se sumergía por el lado
contrario coloreando de rojo los cañadones.

Vivezas

z En el Mercado Comunitario Antonio vio “por primera vez cómo se robaba en Comodo-
ro. Las paredes de las cámaras llevaban corcho y yo vi como se robaban las planchas, de noche,
en una furgoneta del ferrocarril”. Ese fino trabajo, de revoque y terminación, le dejó conocer
otra de las múltiples caras de Comodoro, que son las del trabajo y
la avivada, el oportunismo y la pujanza, el abuso, el crecimiento,
el delirio. “La primera quincena cobré 400 pesos. Y la segunda
ya cobré 900. Yo trabajaba bien. No hacía falta que nadie me dije-
ra nada. De ahí, con otro peón vasco, empezamos a hacer changas. Hicimos muchas veredas,
por calle Ameghino, y en calle San Martín, desde 25 de mayo, porque solo había veredas frente
al Español. Ni cordón había. Terminábamos el trabajo para un cliente y aparecía otro. Los
materiales los descargábamos ahí nomás: un viaje de piedra, un viaje de arena, y la cal, que se
hacía con conchillas en la Playa Alsina”. Por entonces de hormigoneras ni hablar.
Antonio ganaba bien y mandaba todo lo que podía a Europa, a su gente. Pero eso estaba
regulado. No podían girarse más de 250 pesos por mes. Entonces Antonio pedía la colabora-
ción de algún conocido y hacía sus envíos en nombre de terceros. Estaba en Argentina. La
viveza criolla se le había empezado a contagiar.

La nieta

z Laborioso y confiable, el gallego empezó a hacerse conocido en el medio y a conseguir


múltiples contratos con distintos constructores. “Siempre arreglábamos de palabra, tanta planta,
tanto tiempo y nunca había problemas”. Antonio fue creciendo, ampliando su cartera de clien-
tes, contratando peones. Construyó importantes edificios, casas y locales en el centro de la
ciudad, en La Loma y en Saavedra al 400 hizo su casa. Alsina era el límite de Comodoro en
aquellos años.
Antonio era el patrón, el primero en llegar y el último en irse de cada obra. A las 6 estaba
ya preparando materiales y herramientas, para que los peones a su cargo llegaran a las 8 y no
tuvieran más que ponerse manos a la obra. Cuando la conoció todavía estaba trabajando en el
Mercado. Ana pasaba frente a la obra todos los días camino a la escuela. Era muy joven. Estu-
diaba en el tres todavía, en el Perito Moreno. El era un gallego “bien puesto” y ella le gustaba.
Corría el año 53 cuando visitó a su hermano en el pasaje San Pedro, que ya no es pasaje,
y descubrió que esa linda jovencita vivía en la casa de al lado. Un día se encontraron y en
adelante, cada vez que pasaba rumbo a la escuela, ella le devolvía el saludo. “Yo era un gallego
bien pintado”, recuerda. Tenía 22 años. Ella 16. Entonces la empresa de Venezuela llegó a Co-
modoro, buscando trabajadores especializados para construir grandes hornos de panadería.

El Libro de los Pioneros 95


96 El Libro de los Pioneros

LOS GALLEGOS / ANTONIO LAGO ALONSO

Antonio tuvo que elegir: emigrar otra vez o quedarse. Como las que impulsan los viajes, las
que los detienen por lo general son razones de peso. Y una mujer enamorada por lo general es
una buena razón. Ellos ya salían. Iban a bailes. Más de una mañana Antonio llegó a la obra en
ayunas de sueño.
Después de noviar un tiempo Ana y Antonio juntaron el valor y el gallego se presentó en
la casita de los padres a pedir la mano de la novia. Le dijeron que no. Sin chances. Había
dejado pendiente la respuesta a los venezolanos y le dijeron que no. El abuelo de ella era
Mariano Rodriguez, el primer telegrafista de Comodoro, el que mandó el famoso telegrama
de Fuch a Buenos Aires informando el descubrimiento. Los Rodríguez vivieron junto a la
familia Perón en la Pampa, donde tenían su campo, en zona labrada por sudafricanos. Ana es
prima de Eugenio Rodríguez, que fue intendente de Camarones, como lo es ahora su esposa.
La chica estaba enamorada y él también, pero tenían la política en contra. Nadie en la familia
de la novia quería que la joven se casara, tan chica, con un extranjero, obrero de la construc-
ción. No importaba cuán laborioso fuera ni cuán bien puesto o pintado. Querían que estudia-
ra y se hiciera un destino. Pero Antonio era un laburante y hasta que no tuvo el sí, no paró.
Prefirió a Ana sobre Venezuela y siguió trabajando hasta formar con ella una familia. En
1957 nació Carlos Antonio y en 1961 nació Elena. Antonio dice que el nacimiento fue el mis-
mo día que se estrelló un avión, el primero con destino al aeropuerto de Comodoro Rivadavia,
llevándose también a un grupo de paisanos a la otra vida, amigos de este Centro. Murió un
primo de Antonio en ese accidente. Fue un día de frío intenso, de nieve y lluvia sobre la
ciudad del viento. Antonio se enteró de todo en el Sanatorio y su felicidad quedó herida por la
tragedia. En 1964 nació María Esther, la última hija de Ana y Antonio.

Los viejos

z Bajo su boina, tomado de su bastón, Antonio todavía evoca a ese inmigrante activo y
trabajador, capaz de preparar mezclas enormes de arena y cemento a pala nomás, después de
pasar toda una noche en vela gastando las suelas de sus zapatos, bailando y cantando a oídos
de una mujer su amor sincero.
Habla de amor Antonio cuando recuerda sus batallas en el Centro Gallego. Porque por
amor también se puede dar guerra. “Cuando vendimos el anterior edificio los viejos no que-
rían. Había que ir casa por casa a convencer a los Gallegos para vender. Uno por uno. Nadie
Nació en Galicia. Se
crió en el barrio de
Miraflores, pueblo de
Sárdoma, ayuntamiento
de Vigo, entre 6 hermanos
varones. Argimiro, José y
Martín los mayores.
Antonio, que nació el 6 de
julio de 1931; y Fito y Luis,
los menores. Su padre era
quería”. Ahí en la Rivadavia, donde reparan máquinas de operario de tranvía. Su
coser. Eso era el Centro. El nombre sigue ahí grabado. Toda- madre ama de casa.
vía está a la vista, al 470. “Ellos decían que si vendíamos per-
díamos todo”. No confiaban que ese gallego joven y obstinado tuviera el temple suficiente
para levantar otro edificio. Antonio era integrante de la comisión directiva. No recuerda qué
cargo ocupaba entonces, pero sí sabemos que en el local anterior también había metido mano.
Complicando el asunto en reuniones y tertulias, el local no tenía baño y “las viejas no tenían
donde hacer”. Antonio construyó el baño que después hizo vender con todo y local. Con esa
plata compraron el nuevo terreno y Antonio fue uno de los que trabajó desde la base en el
nuevo Centro. Hay decenas de fotos que testimonian su laboriosidad a prueba de todo. Lo
recaudado alcanzaría también para construir la estructura del nuevo edificio, pero la Argenti-
na suele ser un país imprevisible.
Los fondos se licuaron por efecto de una de tantas crisis recurrentes; mientras el terreno
estaba embargado un vecino de la nueva locación iniciaba juicio contra el Centro Gallego;
Antonio vendió el galpón que tenían en el barrio industrial, donde se hacían algunas fiestas y
agasajos, y con lo recaudado compró una cubierta parabólico para la nueva casa, pero el fabri-
cante de Bahía Blanca se fundió en el camino y dejó a los gallegos sin techo. Aquellos viejos
lamentaban la pérdida pero se relamían de su victoria sobre ese impertinente Lago Alonso. Y
tanta mala onda, es sabido, termina cuajando sus desgracias. Las viejas por eso hablan del mal
de ojo y otras pestes. Hay que tener ojo con lo que se desea.
Antonio debió hacer hasta 10 viajes de lucha y negociación a Bahía Blanca, y pasaron
entre 2 y 3 años, pero el techo al fin estuvo en Comodoro Rivadavia y se montó sobre el enor-
me salón del nuevo edificio. Aquel juicio con el vecino lo terminaron ganando y el dinero
dilapidado en el Rodrigazo volvió a juntarse entre socios que lo prestaban y a la corta o a la
larga lo donaban.
Fue difícil el proceso de construcción de la sede que hoy enorgullece a los gallegos de
Comodoro. Antonio puso mucho para que se materializara. Viajes en camión. 800 bolsas de
cemento para pisos y lozas. Colocación de cerámicos. Trámites. Terminaciones. Desembolsos.
Tiempo, trabajo y recursos.
También se hizo hincha de Huracán y puso lo suyo al servicio del club. Gestionó los
caños en Pan American y donó las tribunas para la cancha primitiva de La Paloma. Transpor-
tes Pontevedra hizo el traslado a la nueva residencia. La empresa que hoy dirige una de las

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98 El Libro de los Pioneros

LOS GALLEGOS / ANTONIO LAGO ALONSO

hijas, en colaboración con Ana y Mariana, una de sus nietas, fue bautizada por la esposa en
honor a la noble provincia. Antonio no se olvida de esa otra avivada. Porque las varillas de
bombeo terminaron como patrimonio de un alto mando de Huracán. Por suerte él se había
negado a llevar toda la estructura al terreno particular del criollo.
La vida empresarial de Antonio marchaba entonces sobre nuevos carriles. En un viaje a
Buenos Aires había conocido a otros gallegos, empresarios del transporte, que lo entusiasma-
ron con la compra de un camión. Su suegro estaba en el rubro y fue quien desembolsó el
préstamo y quien sentó a Antonio en el volante. Así el yerno cambió de rubro casi sin pensar-
lo: de la construcción a la ruta. Del sentar bases a andar los caminos. Fue en el 55. O antes.
“Porque en el 55 yo ya tiraba petróleo en Chulengos. Fue antes del 55 porque las torres de
Cañadón Seco todas las llevé yo. Llevaba dos torres por viaje y tiraba una y una, a cada lado del
pozo. Trabajábamos con cargas para YPF día por medio. Yo trabajaba para mi suegro y mi
suegro trabajaba para otros. Era contratista. Ahí me fui a Chulengo. A tirar petróleo. El petró-
leo tiraba de tanque a tanque y en otra parada, lo tiraba en una pileta, abajo, en el suelo. De ahí
había un motor que tiraba el petróleo a otro tanque elevado y de ahí iba el petróleo al ferroca-
rril, a los vagones. Sacábamos 100 metros cúbicos de petróleo por día. Era de las 4 de la maña-
na hasta las 12 de la noche”. Hacia el 60 se extenderían oleoductos, pero hasta entonces el
transporte del viscoso elemento se hacía casi íntegramente en camiones. Antonio “tiró” mu-
cho del petróleo de aquel yacimiento que entonces tenía bajo control de YPF un intenso ritmo
de perforación exploratoria.
Después de montar el techo parabólico, Antonio y otros laboriosos paisanos encararon
la construcción del cielo raso en el salón con material reciclado. Hay fotos de Antonio elevado
sobre el andamio, encastrando esas planchas de telgopor con las que se embalaban los televi-
sores. Las habían gestionado en la fábrica que Kenia tenía en Comodoro.

De regreso

z Cuando cumplió los 50 Antonio al fin pudo volver a Galicia. No perdió tiempo. En su
viaje constató que allá sabían de la existencia de gallegos en Argentina por el Centro de Bue-
nos Aires, pero de acá no habían tenido noticias. En las paredes de la casa-museo de Rosalía de
Castro, la más celebrada poeta de los gallegos y su sino de migrantes, se exhibían placas de los
centros de todo el mundo. El de Comodoro brillaba por su ausencia. Antonio se prometió
iniciar ese vínculo que hasta hoy fructifica en experiencias de intercambios, contribuciones y
visitas ilustres. Ya tenía 50 y se había liberado del cargo de desertor. En una ruta lo inspeccio-
nó la guardia civil pero el susto no pasó a mayores. Era gallego y estaba en casa. Llegaba a
declarar la existencia de Comodoro y a detallar la historia de una organización activa y pujan-
te. Tenía una copia de los balances entre sus papeles. Fue y vino entre reparticiones y final-
mente el Centro Gallego de Comodoro Rivadavia fue reconocido y quedó inscripto.
Antonio abrió los canales de contacto entre el Centro y el viejo mundo y en sus viajes
posteriores se ocupó de que la relación fluyera como correspondía. Una vez, cuando estaba
cumpliendo uno de tantos trámites, un funcionario gallego le pidió que señalara a Comodoro
en el mapamundi. Había 14 mil kilómetros de por medio, pero a Antonio le interesaba que al
centro llegaran con periodicidad los diarios y también reclamó un fax cuando apenas aparecía
el aparato en el mercado: quería que los paisanos estuvieran bien informados y mantener una
comunicación sostenida para hablar el mismo idioma. Y “también les pedí el piso”. Si al piso
lo pagaba Galicia, estar en el Centro sería como estar en tierra de uno. Tramitó ese aporte y
gestionó en persona beneficios ante el presidente de Aerolíneas Argentinas. Así llegaron, pri-
mero una pantalla de cine y “210 kilogramos de libros”. Después llegaron diapositivas y un
proyector, más libros, profesores, artistas, capacitadores, funcionarios.
Desde Comodoro también se proyectaron múltiples viajes. Antonio recuerda el que pla-
nificaron para un contingente de 14 chicos a Galicia, “pasando por encima de Buenos Aires.
Representando no a la Argentina. Representando a Chubut”. Fue impecable la imagen que
esos descendientes de gallegos dejaron en tierra de padres y abuelos. Y es imborrable la expe-
riencia que ellos mismos cosecharon. “Después mandamos nueve y volvió a salir todo bien.
De Buenos Aires preguntaban qué pasaba con Comodoro”. El tránsito era más intenso desde
la ciudad del viento que desde la Capital Federal, que es donde atiende Dios y donde se aglu-
tina la comunidad más populosa de inmigrantes gallegos. “Pero era por el contacto que yo
tenía con los de la Xunta”, y esa competencia contra el soberbio centro porteño a Antonio le
gustaba, lo estimulaba. Enarbolada la bandera de Patagonia y gestionaba sin descanso. “Des-
pués mandamos dos viejos, de la tercera edad, y mandamos 3 chicos universitarios que deja-
ron al Centro Gallego allá arriba. Había universitarios de 105 centros gallegos del mundo y los
nuestros eran de los mejores. Tenían un promedio de 8,60”.
Diplomáticos de Galicia y delegados locales hoy conversan por celular con gente de Co-
modoro y esta la huella de Antonio detrás de esa familiaridad a prueba de océanos.

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100 El Libro de los Pioneros

LOS GALLEGOS / ANTONIO LAGO ALONSO

Nuevo Centro

z “Cuando nosotros queríamos vender los viejos nos dijeron que íbamos a perder todo,
que no íbamos a hacer nada. Decían: ¡por cuatro gallegos de mierda que quedamos! ¡Y nos
vamos a quedar sin nada! Yo decía ‘no: cuatro gallegos que van a vivir bien. Que van a tener su
salón. Pero a mi me quedó acá”. La sangre en el ojo. “Uno de los viejos me decía ‘No, no te
metas en eso’. ‘¿Cómo que no?’, decía yo. ‘Cómo qué no. Si nos lo merecemos. Otro me decía
que íbamos a perderlo todo. El viejo Cavaleiro, mierda, cuando trajimos las chapas del techo
se trajo una caja de champán y meta tirar botellas contra las chapas. ¡Ja! Por lo menos techo
vamos a tener”.
A veces la alegría se siente como mil burbujas en el corazón, sobre todo cuando se cele-
bra el fruto de tanto esfuerzo. Porque la obra del Centro sí que exigió a Antonio y sus gallegos
aliados. Fueron muchos los frentes abiertos en torno a una obra de lo más resistida. Antonio
tuvo que seguir los trámites en persona y la obra desde adentro. Fueron tiempos de compulsas
internas, discusiones, lobby y peleas entre gallegos. El nuevo edificio emergió entre las ceni-
zas de esos fuegos. Si a la esperanza siempre acompañara tamaña voluntad serían más los
sueños realizados. “Y yo. ¡Mierda! Abandoné el trabajo, la empresa. Todo. Yo estaba acá aden-
tro desde las 6 de la mañana hasta la noche. Como yo sabía el trabajo de albañil le fui dando.
Tenía 2 o 3 gallegos que me ayudaban en el día, a la tarde otros y así”, hasta que la nueva sede
del Centro quedó inaugurada el 17 de mayo de 1983, justo el día de las letras gallegas, sobre
una estructura de hormigón diseñada para soportar hasta 8 pisos de altura.
Ajadas por el cemento, las manos de Antonio siempre estuvieron prestas para labrar los
vínculos de este Centro con la madre tierra. El recuerda con gran simpatía la visita de aquel
gallego socialista que llegó a rastrear la historia de los primeros paisanos que se arriesgaron
por estos desiertos. Él mismo en su vehículo particular los condujo en sus averiguaciones,
entre la Patagonia Argentina y también la chilena. Antonio sabe que aquellos “pioneros” baja-
ron de Cuba a Chile y dieron el salto. “Y no eran gallegos, eran cuatreros. Robaban y se iban a
la mierda”. Otro paisano analizado por aquellos visitantes fue el obrero anarquista Antonio
Soto Canalejo, participante protagónico de las rebeliones de la década del 20 en la Patagonia
austral, fugado de los fusilamientos de Varela. Fue constructivo aquel raid historiográfico y
tanto más divertidos los paseos en que Antonio y otros gallegos acompañaban a los ilustres
visitantes por la agitada noche comodorense.
Antonio no vivió su
infancia en una casa de
economía holgada. Allá
en España, los Lago
Alonso producían en su
finca lo necesario para
la supervivencia. Pero
entonces el gobierno
retenía el 40% de las
producciones agrícolas
Gol y cobraba impuestos
por la venta del
z Acá salió del arco pero allá en Galicia por lo general remanente. Eran
atajaba. Y era muy bueno. Sus hermanos y todos en el barrio tiempos de Franco.
lo sabían, pateara quien pateara. Hasta llegó a probarse en el
Club de sus amores, el Celta de Vigo, y tuvo una actuación notable, pero ya tenía decidido
viajar a América y no espero a que lo convocaran. ¿Qué hubiera sido de Antonio si se quedaba,
en Galicia, bajo los tres palos? Nadie lo sabe.
Lo que sí está en claro es que el primer gol de un equipo oficial del Centro Gallego de
Comodoro Rivadavia lo convirtió Antonio Lago Alonso en la cancha de Jorge Newbery, contra
el representativo de Andalucía. “Y lo metí de cabeza –recuerda Antonio, y se relame—. Cinco a
cero le ganamos”. La llama de la competencia se reanima en su interior. Cómo disfrutaban
aquellos encuentros deportivos los españoles en pugna. El Campeonato de la Hispanidad se
jugaba con dientes apretados y Antonio dejaba todo en la cancha.
“Después en ese campeonato nos hicieron trampa y nos sacaron. Teníamos que jugar un
día y el otro equipo no se presentó. En lugar de darnos los puntos se arregló otra fecha y
nosotros no fuimos y nos sacaron los puntos”. Una injusticia. “Y nos robaron la copa”. Porque
el hermano de Antonio, Pepe, que era el arquero, terminó invicto. Ni un gol sufrió el equipo
en todo el certamen. ¿Qué mejor evidencia de la injusticia acontecida? Cosas del fútbol y sus
pasiones. “Afuera éramos todos amigos. Buenos compañeros. Pero adentro de la cancha sí
había bronca”. La rivalidad entre las comunidades de España se debatía esférico de por medio
adentro de la cancha y en las tribunas el público amenizaba los encuentros compartiendo el
dulce fruto de la vid. En un partido en el cinco, en cancha de Ferro, se armó una batalla
campal entre las mujeres de las tribunas. Las botas corrían como hoy las cajas de tetra y no
había quien parara la euforia desatada.
Más allá del detalle de que el Centro Gallego se consagró campeón en ambas, Lago Alon-
so recuerda que las dos primeras ediciones del campeonato fueron puras y sanas, sin contar
los excesos y las agarradas de los pelos de las chicas en los tablones. Porque, según dice, en el
comienzo estaba claro el carácter amateur del certamen. Pero la competencia con frecuencia
es mala consejera. Ya en la segunda edición, la exacerbada rivalidad regional y la sed de victo-
ria provocaron la infiltración de jugadores de primera en los equipos. Apareció la trampa, el
ventajismo y finalmente el Campeonato de la Hispanidad quedó en la historia, con sólo tres

El Libro de los Pioneros 101


102 El Libro de los Pioneros

LOS GALLEGOS / ANTONIO LAGO ALONSO

ediciones disputadas. Demasiados competitivos los españoles, campeones del mundo, para
batirse amistosamente a la pelota. Antonio baraja de esos recuerdos y la conversación se llena
de risas y comentarios subidos de tono.

De vuelta

z La vida se trama a fuerza de decisiones y Antonio eligió venir. Acá fue albañil y empre-
sario constructor, chofer y empresario transportista, jugador e hincha de fútbol, presidió el
Centro Gallego y también, digno de su ánimo emprendedor, presidió la comisión pro monu-
mento para la plaza España, a la que integraron referentes de cada centro de inmigrantes
españoles de la ciudad. 24 mil kilos de piedra trajo desde Camarones a la plaza, con un semi
de Pontevedra. Un camión volcador de Polino González trajo 8000 en el mismo viaje. A la hora
de descargar todos los colaboradores estaban borrados. Otra vez Antonio puso el hombro y
solventó el trabajo de sus propios empleados.
Fueron tiempos de madrugar cada mañana para coordinar el trabajo de los pocos volun-
tarios y los obreros municipales. Antonio dice que, excepto uno, que salió de los andaluces,
todos los juegos que se pusieron en la plaza fueron fabricados con material y trabajo de los
gallegos. La carga fue más repartida a la hora de forestar la plaza, aunque la decepción apare-
ciera a la mañana siguiente, cuando de los 40 rosales implantados sólo quedaras los huecos.
“Así es este Comodoro”, se queja Antonio, que ya es abuelo y bisabuelo.
La plaza se inauguró el 12 de octubre de 1988. El Centro Gallego gestionó la presenta-
ción de Xeito Novo y un desfile de cabezudos para la celebración inaugural. Pontevedra sol-
ventó la presentación de un ballet de gallegos venidos especialmente, y también pagó pasajes
aéreos de parte de los músicos. Antonio recuerda las fotos de la inauguración y mejor ríe para
no llorar. Siempre son tantos los que ponen la cara. Mucho menos son los que ponen el
cuerpo. Pero esos son los indispensables. Algo así dicen los famosos versos de Brecht. Esta
historia hace honor a uno de ellos. Jugador de toda la cancha. Un hacedor. Un laburante.
Gallego de pura cepa, que si naciera de vuelta, “haría todo de vuelta. Por el centro sí. Por los
gallegos sí”.
“Y estoy muy agradecido –dice al final— porque cuando cumplí 80 años me dejaron
festejarlo en el salón y no me cobraron nada. Bueno, en realidad ni pregunté si me lo iban a
cobrar” z
LOS VASCOS / FRANCISCO PUJANA ASENJO

Pako

N ació en Vizcaia, una de las tres provincias vascongadas, en Durango, un pueblo al sur de
Bilbao y Gernika. Se llama Francisco Pujana Asenjo. Le dicen don Paco, le decían Paqui-
to. Procede de Euskadi, el País Vasco, o Euskal Herria, la tierra baska, de este lado de los piri-
neos, en el norte cantábrico español. Nació precisamente el 26 de abril de 1928.
El 16 de diciembre de 1952 llegó al puerto de Buenos Aires y tres días más tarde a Como-
doro Rivadavia, donde fue presidente de la Asociación Euskal Echea en dos oportunidades en
la década del 70. También fue el primer vicecónsul español de origen vasco, función que
desempeñó a partir de 1978, durante 20 años.
Su novia, Avelina Olarte, desde Euskadi vino a su encuentro convertida en su esposa. Se
casaron por poderes el 30 de diciembre de 1953, ella en la ciudad de Vitoria-Gasteiz, actual
capital del País Vasco, él en Comodoro Rivadavia. Acá tuvieron tres hijos. Al primero bautiza-
ron en honor al santo patrono de su pueblo: San Ignacio de Loyola. Después llegaron Alfredo
y María del Carmen. Los varones les dieron 5 nietos.

Franco

z “Ya no pienso mucho en eso. Estoy viviendo en Argentina. Tengo hijos y nietos argen-
tinos. Pero volviendo al recuerdo, seguramente que todos
los inmigrantes que vinieron fue a causa de buscar mejores Perfil
situaciones, ya sea económicas, o por la libertad. Los españo- z Francisco Pujana Asenjo nació el
les hemos tenido la dictadura de Franco 40 años, y es una 26 de abril de 1928 en Durango. El
barbaridad, es toda una vida. Yo tenía 11 años cuando entró, 19 de diciembre de 1952 llegó a
y vine cuando tenía 23 años. Dejé a la novia allá y me casé ésta ciudad. Se casó por poderes
por poder. Mi novia se casó con mi padre”. el 30 de diciembre de 1953. Con
Fue su padre quien lo representó en la ceremonia más Avelina Olarte tuvieron 3 hijos. Los
precisamente. Eso quiere decir Don Paco. En el living de su dos varones les dieron 5 nietos.
casa cuelga una foto en blanco y negro de ese día. Toda la Paco desarrolló un intenso trabajo
familia reunida en torno a la novia y su suegro-novio. Eran de promoción de la cultura vasca
catorce hermanos en la familia de su esposa y muchos había en Comodoro Rivadavia z

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104 El Libro de los Pioneros

LOS VASCOS / FRANCISCO PUJANA ASENJO

en esa foto de gestos felices. Esperanzados.


“Entonces la gente tenía más hijos, porque les ayudaban en el campo. Después vino
Franco, hizo la guerra, y fue un desastre”. Los nazis aliados al nuevo dictador bombardearon
Gernika contra la resistencia de los vascos, que es su pueblo, y son radicales en el amor a su
tierra y su libertad. Picasso inmortalizó el repudio de la humanidad sobre aquella matanza.
En los primeros tiempos de Franco vivieron los Pujana la degradación del desempleo, impues-
ta como castigo sobre el jefe de la familia. Lo acusaban de “rojo” por ser vasco, nacionalista y
ser de cuna contrario a cualquier tipo de tirano. El dictador hacía comer de su mano a los
españoles de Euskadi. Paco hacía la cola para buscar el alimento de su familia en una olla. La
imagen recuerda las postales de los 90 en la Argentina expropiada por algunos de los capitales
más rapaces del mundo.

Industrial

z Paco vivió hasta los 3 o 4 años en Durango, al sureste de Gernika. Después la familia se
mudó a un pueblo de pescadores, a orillas del cantábrico, por el trabajo de su padre, que era
chofer de colectivos. Toda la familia se había afincado en Bergara.
Enclavada en el valle del Deva, la ciudad vivía de la metalúrgia, una industria pujante
como en Comodoro Rivadavia la metalmecánica. “Y finalmente, en Eibar fui a la escuela de
artes y oficios, de donde tengo yo el título de maestro industrial. Yo tuve la suerte de que mi
padre procuró que fuera un poco más que él. En aquel entonces, desde los 8, 10 años, los
chicos íbamos a los talleres, de piches ¿viste? Mi padre dijo ‘no, vos vas a ir a la escuela’. Hice la
primaria, la secundaria, y después me mandó a Eibar a la Escuela de Armería. Iba y venía en
el día”. Para llegar tenía que levantarse a las 4 de la mañana cada día de clases.
Eibar era otro importante centro industrial del País Vasco. Su tío trabajaba en una fundi-
ción de metal en el mismo pueblo. Era moldeador. Paco lo visitaba a la hora del almuerzo y
comía entre los obreros, arrimando su ollita al fuego. “Comíamos lo que se podía. No estába-
mos para excesos. Estábamos muy mal. Se pasaba hambre. Franco ni nos dejaba hablar vas-
co”.
Él sólo recuerda algunas pocas palabras y expresiones del Euskera. Su voz, que es calma
y ronca, conserva claros matices del español impuesto, que en 60 años se fue argentinizando.
Entre frases cada tanto se le cuela un “viste”, “¿viste?”. Es un tipo sereno, pero el recuerdo de
Franco lo exaspera.
“Yo salí maestro industrial de la Escuela de Eibar, luego podría haber seguido estudian-
do para ingeniero, pero no me alcanzó. Éramos 5 hermanos nosotros”. Y él es el mayor. Le
lleva 7 años al segundo. Por último nacieron bien seguido las tres mujeres. Cuando ocurre esta
entrevista todos están con vida, pero sólo él de este lado del Atlántico. Los otros cuatro en
Euskadi.
“Yo fui él único que vino a América –dice Pujana—, para mandarles plata y que allá
vivieran como ricos”. Y no habla del todo en broma. “Acá el que llegaba era para hacerse la
América. En aquel entonces Perón estaba en el poder y nos permitían a los extranjeros man-
dar tres años seguidos 300 pesos por mes. Y eso era mucho, porque el peso estaba muy valori-
zado. Quién sabe si no era uno a tres. Y haciendo uso de esa ventaja que nos daba a los inmi-
grantes, por tres años les mandé esa platita y a mis padres les venía bien, para levantar a los
hijos”.
Paco salió de Bilbao y al cabo de 21 días llegó el 16 de diciembre de 1952 al puerto de
Buenos Aires, donde lo recibió un amigo del primo. Ya había conocido otras grandes ciuda-
des. Pamplona, Zaragoza, Barcelona. Pero ahora estaba en tierra extraña, no tenía un duro y la

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106 El Libro de los Pioneros

LOS VASCOS / FRANCISCO PUJANA ASENJO

gran capital se le presentó, además de insensible y voraz, embarrada y caótica después de un


violento chaparrón. Tres días después ya estaba en Comodoro Rivadavia. Cree que llegó en
avión. Su primo lo “conectó con la empresa Petroquímica y enseguida entré. Ahí estuve traba-
jando como mecánico en los tornos y los molinos que se usan para moler las piedras y hacer el
cemento. Estaba muy bien colocado en España. Como segundo jefe de empresa, hombre, más
que un tornero, imaginaté. Pero con 23 años, el primo vino, me dijo todo eso, y tú sabes, te
agrandas así. Todos en esa misma circunstancia hubieran hecho lo mismo”.
De la primera impresión que le causó la ciudad no guarda memoria. No le importaba
realmente dónde. Esto era América. “No es que yo fuera especial. Es que uno vino a trabajar.
Sobaba un mango y lo mandaba a España. Allá andaban mal. Este Franco puto nos jodió toda
la vida. ¿Sabés lo que es 40 años en el poder? Y conforme que no murió en la guerra ninguno
de mis parientes. Las dictaduras son horribles y éste estuvo 40 años y amparado por la Iglesia.
En las monedas ponía ‘Francisco Franco caudillo de España por la gracia de Dios’. ¡¿Qué gracia
de Dios?! Mis hijos están bautizados, pero yo de eso no me olvido”.

Alpargatas

z A los vascos los criollos deben su más típico calzado. Acá les hacen la suela de yute, allá
en sus tiempos eran de cáñamo. A los vascos los criollos deben el más típico calzado. Paco les
sacaba bigotes a sus alpargatas, bailando y enseñando a bailar, a los descendientes de los
vascos de Comodoro. Aunque no tuviera la destreza ni el conocimiento suficientes. Sólo “el
entusiasmo de las cosas nuestras”.
Ahora está ofreciendo algunas respuestas aclaratorias, y empieza a tamborilear con los
dedos sobre la mesa del living de su casa, donde vive con su esposa, rodeado de talleres, en
pleno barrio industrial de Comodoro Rivadavia. Él también debe tener la música en la sangre.
Se dice que todos ellos la tienen. Se dice que son tozudos y rudos, y que a toda su cultura
impregna su gusto por la fuerza. Pero también es sabido que los vascos aman la música y la
danza.
Camisa y pantalones blancos, boina y pañuelo rojos. Más el aspa verde reflejando la
tierra, los colores de la ikurriña, la bandera vasca que originalmente fue emblema de Bizcaia,
se reproducen en el vestuario típico de sus bailarines.
Aunque los recreativos son mixtos, de los bailes rituales participan sólo hombres. Bailan
“Ya no pienso mucho en
eso. Estoy viviendo en
Argentina. Tengo hijos y
nietos argentinos. Pero
volviendo al recuerdo,
seguramente que todos los
inmigrantes fue a causa
de buscar mejores
situaciones que vinieron,
ya sea económicas, o por
con palos a la llegada de la primavera. Para despertarla, lla- la libertad. Los españoles
man a la tierra. “La misma explicación se da a las danzas hemos tenido la dictadura
suletinas en las que hay que saltar. Se dice que se salta para de Franco 40 años, y es
que la cosecha sea abundante”. Son danzas relacionadas con una barbaridad, es toda
la fertilidad, con la regeneración de la tierra. Así lo explica el
una vida. Yo tenía 11 años
libro de los 80 años de la Asociación Euskal Echea. Paco fue cuando entró, y vine
uno de los protagonistas de esa historia, el iniciador, junto a cuando tenía 23 años.
su esposa, Avelina Olarte, del “conjunto de baile” San Mi- Dejé a la novia allá y me
guel de Aralar. Ella había llegado de Europa con su maquini- casé por poder. Mi novia
ta de coser. “Yo enseñaba lo poco que sabía de baile y ella se casó con mi padre”.
cosía los trajes” contó Paco para la entrevista que se reprodu-
jo en aquel libro, donde también dicen que en su propio camioncito andaba Pujana las calles
polvorientas de Comodoro, trayendo y llevando a los bailarines, de sus casas a cualquier gal-
pón donde se pudiera enseñar, aprender y bailar.

Okupa

z En su primer año y medio en Comodoro, Paco vivió en los “galpones de solteros del 8”,
en una pieza compartida con otros muchachos de Petroquímica. Ahora vuelven a su memoria
las gracias e infortunios de los compañeros de entonces, muchos otros inmigrantes, la mayo-
ría chilenos y portugueses, historias de desobediencia, alcohol y mujeres. Recuerda que le
echaba “insecticida a los calzoncillos: porque si no me comían vivo las pulgas”. Ponía latitas
con agua en las patas de la cama para que no subieran las chinches. Las veía bajar de los
cielorrasos cuando anochecía. Y recuerda otra noche, que no veía nada: se había quemado los
ojos soldando y anduvo cada vez más ciego hasta que llegó arrastrándose al hospital militar.
Recuerdos rescatados de aquellos tiempos, de puro descubrimiento del ambiente, la cultura,
la gente. Y un nombre que se le escapa y lo busca sin suerte. El del compañero que apadrinó en
su boda. Era topógrafo. “Hablaba un portugués cerradísimo. Pero acabábamos entendiéndo-
nos”.
A fines del 53 cambió de estado civil y a mediados del 54 cambió de trabajo. Entró como
socio a una tornería y pudo traer a Avelina, convertida en su esposa por vía postal. Alquilaban
en Chacabuco al 1026. Ahí nacieron los dos varones, “a partir del 55”.

El Libro de los Pioneros 107


108 El Libro de los Pioneros

LOS VASCOS / FRANCISCO PUJANA ASENJO

“En el intervalo, mi primo, que había comprado el garaje Belgrano, me invitó a trabajar
ahí. Se hacía lavado y engrase. Era muy concurrido. Los personajes que hemos tenido son
muy populares pero ya no me acuerdo los nombres”. Lo importante es que ahí Paco trabó
relación con un taxista que le contó de un pariente que tenía un taller cerrado en Ameghino
916. Y de nuevo: “me calentó y me despedí de mi primo”. De a poco fue levantando ese taller-
cito “de morondanga” y se especializó en carrocerías para camiones. Hacía el trabajo comple-
to. Herrería, cerrajería, carpintería. Carrocerías La Rural le puso al taller. Compraba en Para-
guay la madera de Lapacho para los largueros. Sólo tuvo otro competidor en el rubro, con un
taller a cuadras del suyo.
“La siguiente operación fue venirme para acá”, dice. Acá es esta casa refugiada en el
corazón de un lote del barrio industrial. “Y te cuento: estuve haciendo de okupa. Yo ocupé un
pedazo de lo que era Siracusa. Tenía un galpón que armaba y desarmaba rápidamente y me
puse al lado. Siracusa vio que le cortaba yo el paso y ahí fue donde el intendente Morán me dio
otro lugar, acá en el barrio industrial siempre, no a mucha distancia de donde estaba yo.
Entonces me fui ahí donde está Jordán Cruz ahora. Pero Jordán Cruz también quería agran-
dar. Entonces yo fui y le dije: ‘le hago un acuerdo’. Esto no estaba liso. Acá no había nadie. Un
montón de tierra había. Entonces le digo ‘me aplana ahí, y yo me voy, me llevo las cosas y le
dejo el terreno’. Así quedamos. Solicité la propiedad de esto y me la dieron. Y acá edifiqué lo
poco que tengo”.
En realidad a ésta casa la empezó a construir el dueño del Gran Hotel. Paco le hizo las
carpinterías de la obra de remodelación y el empresario hotelero le construyó su primera
morada: un salón de 8 por 9. El Gran Hotel ya no existe pero estuvo enfrente de lo que era el
Hotel Colón, en plena San Martín, ahí donde funcionan ahora una joyería y un autoservicio
de fármacos. La de Paco es una casa rodeada de bases operativas y talleres en el barrio indus-
trial. Ahí nació María del Carmen. Y también la casa, a la que llegaron a habitar sin ninguno
de los servicios, siguió creciendo con el tiempo. Ahora tienen un inquilino en el departamento
de arriba y otro en el galpón de enfrente.

Rural

z La metalurgia, la carpintería, la agricultura, la danza, la diplomacia. Persona de espíri-


tu amplio don Paco Pujana que en todo eso anduvo durante estos primeros ochenta y cuatro
años de su vida. Es un lote de más o menos 35 por 50 el que habita hoy con su esposa
en el barrio Industrial de Comodoro Rivadavia. Ahí mismo fue que desarrolló en familia sus
experiencias agropecuarias. El criadero de chanchos duró hasta que se lo prohibieron, y se
mudó a los pollos. Llegaron a tener, según dice Paco, hasta 14 mil animales. Pollería Avelina le
pusieron al criadero y lo que producían se lo vendían a Santa Mónica. El matadero funcionaba
donde ahora está la base de Halliburton.
Paco comenta que sobre todo son nombres los que se le vuelan del paisaje y entonces
ofrece material respaldatorio. Bibliografía, reproducciones de otras entrevistas y fotocopias
del libro de los 80 años. “¿Cuáles son las características de un vasco?”, le preguntaron entonces
y él respondió que un vasco “es un hombre de palabra”.
-Aparte, ¿no es muy cabeza dura?
-Sí. Yo creo que sí.
-¿Sus hijos qué hacen?
-El mayor es geólogo. Está de profesor en la Universidad, en Estados Unidos. Su señora
enseña castellano en la misma universidad. Allá hay muchos latinos. Tienen dos hijos argen-
tinos. El otro es ingeniero y está acá, y tiene una hija y dos hijos. Y mi hija no terminó sus
estudios de química, pero es una alta empleada de una inmobiliaria en España.
Después de 22 años de estar en Comodoro Paco pudo volver al pago. Quería volver a ver
con vida a los padres y tuvo esa suerte. Después hizo otros dos viajes con Avelina. Uno lo
continuaron en Estados Unidos, donde fueron a visitar al primogénito. El último, hace 2 o 3
años de esta entrevista, Paco lo hizo para participar de la boda de su ahijada, que para obligar-
lo, lo amenazó con pagarle el viaje.

Vendavales

z En la colección “El mundo en color” de Ediciones Castilla (Madrid, 1953), en el volu-


men dedicado a España, bajo el título de “Vascongadas” dice: “Ascoita fabrica alpargatas, Tolo-
sa hace boinas. Mondragón sobresale en cerrajería y Eibar templa y damasquina el arma blan-
ca casi tan bien como Toledo”. Paco desarrolló su formación industrial en una vieja Escuela de
Armería de Eibar. Aprendió a usar el calibre, el torno y la fresadora; aprendió a hacer soldadu-
ras y todo tipo de trabajos con el metal. No tiene problema en describir sobre un papel, lápiz
en mano, la mecánica de la fresadora para dar una idea cabal al oyente de la importancia de

El Libro de los Pioneros 109


110 El Libro de los Pioneros

LOS VASCOS / FRANCISCO PUJANA ASENJO

esa máquina en la industria.


Después de interrumpir un año su carrera para cumplir con el servicio militar en Vito-
ria, donde la conoció a Avelina, Paco tenía 19 cuando se convirtió en maestro industrial y pasó
“colocado” a una empresa que producía troqueles. De ahí pasó a otra como segundo jefe de
planta, con 150 hombres a cargo, “40 tornos, 12 o 15 fresadoras. Teníamos fundición y fragua
con martinete. ¿Sabes que hacíamos? Palieres para los camiones y los coches”. Hace gestos
elásticos don Paco cuando cuenta que las planchas de metal se estiran en la fragua, y explica
que el acero, según su nivel de templado, es un elemento más o menos maleable, siempre que
se apliquen, las fuerzas y herramientas convenientes. Tamborilea con sus dedos mientras
habla, siguiendo el pulso de la conversación, le da una puntuación musical a su relato. “Tam-
bién hacíamos toda la tornillería, los pernos para los vehículos. Para eso se usan los tornos
revólver, que vienen preparados con 3 o 4 cuchillas, se usa una y sale la otra. Lo único que
cuesta es poner la máquina a punto”.
Es un tipo de la industria Don Paco. De las máquinas y las herramientas. “Me hice en
eso, ¿qué quieres? Pero después vine a América”. Dejó su tierra de pronto, su puesto en la
industria, un noviazgo de dos años, los amigos de una vida y la familia. ¿Cómo alguien deci-
de tal cosa? “Pues tuve la visita de un primo de mi padre, que me vio trabajando ahí de
segundo jefe en la empresa y me dijo ‘si fueras a América ganarías más que un ingenie-
ro…’. Yo era un muchacho de 20 años y me calentó ¿viste? Pedí permiso en la empresa y me
vine”.
Pero hubo una de aquellas relaciones que no iba a soportar la distancia. Paco estaba
enamorado y Avelina también. Vino a América comprometido a traerla consigo apenas pudie-
ra. Por intermedio de su padre, el había empezado a tener relación con su familia en Vitoria.
“¿Cómo? Te lo voy a contar... Allí no hace tantos vendavales como acá, pero hubo una vez un
vendaval muy grande y rompió las tejas de un montón de casas. En Bergara había una empre-
sa que hacía ladrillos y tejas. Mi padre había sido mecánico y luego picabilletes en el tren. Ahí
no tenía ningún cargo, pero fue el que hizo la combinación, porque en el pueblo de ella hacían
falta tejas y en la tejería hacían falta papas. Entonces se hizo el negociado. Ellos les mandaban
las tejas y éstos les mandaban las papas. Ahí empezó la relación”. Tejas van, papas vienen, la
hija de una familia de Vitoria se vino a conocer con el hijo del picabilletes que negoció el
intercambio. Y todo a causa de un vendaval. Como si la veleta del destino los hubiera juntado
en dirección al viento z
LOS ASTURIANOS / EUSEBIO SAIZ - MARIA ELISENDA ZAPICO FERNANDEZ

Pareja

E n el departamento céntrico donde viven estos abuelos, en el pasillo del living a la cocina
cuelgan dos cuadros, con el origen, la heráldica y la simbología de los apellidos Zapico y
Saiz. Hay fotos familiares. Gente linda, parientes sonrientes. Y hay otro que luce el diploma de
ella, de la Universidad de Oviedo, con firmas, sellos y estampillas coloridas. Ese cuadro es más
de lo que muestra. Ese diploma era el pasaje a su carrera de medicina. Pero más que la voca-
ción tiró la sangre.
Eusebio Saiz se llama su esposo y hace gestos tímidos cuando ella habla de su amor y de
su encuentro. Ella es de Asturias, el de Cantabria. Se conocieron en Comodoro Rivadavia y se
casaron en 1955. Eusebio, cariñosamente, la llama Sendi.
El rector de la Universidad, muy formal, la llamó: “Doña María Elisenda Zapico Fernán-
dez”. Y detalló que la doña es “natural de Mieres provincia de Oviedo”, que “nació el día cinco
de enero de mil novecientos treinta y dos” y que tenía “acreditado en el Instituto Nacional de
Enseñanza Media de Oviedo” que reunía “las circunstancias prescritas en la Ley de 20 de
Septiembre de 1938 para obtener el Título de Bachiller Universitario habiendo verificado los
ejercicios de Examen de Estado en esta Universidad en la convocatoria de Septiembre de 1951”.
Según detalló aquel rector, la doña había obtenido “la calificación de aprobado” y así, en vir-
tud de las facultades que le estaban conferidas fue que expidió ese “Título de Bachiller Univer-
sitario en Oviedo a veintinueve de abril de mil novecientos
cincuenta y dos”. Perfil
El cuadrito pende en la casa de María y Eusebio, con z María Elisenda Zapico nació en
las firmas ininteligibles del rector y el secretario general, y Asturias el 5 de enero de 1932.
la de “el interesado”, que es María, pero firma sencillo: “MaZa- Eusebio Saiz en Cantabria, el 14
pico Fernández”. de octubre de 1924. Se casaron
en Comodoro Rivadavia en 1955.
Utopía Tuvieron dos hijos. Fueron
fundadores del Centro Asturiano.
z “En octubre de 1934, formándose una alianza obrera, Eusebio lleva más de 50 años
varios millares de mineros saquearon la fábrica de armas de como directivo de la Asociación
Mieres, se adueñaron de Oviedo, y durante nueve días, man- Española de Socorros Mutuos z

El Libro de los Pioneros 111


112 El Libro de los Pioneros

LOS ASTURIANOS / EUSEBIO SAIZ - MARIA ELISENDA ZAPICO FERNANDEZ

tuvieron allí un régimen revolucionario”.


El hecho no quedó registrado en la memoria de Sendi. Tenía apenas 2 años, pero ahí
había nacido: en Santa Rosa de Mieres, el pueblo asturiano de mineros donde vivió hasta los
11. Su papá trabajaba en una mina de carbón. Con él, la mamá y dos hermanos ella vivió su
primera infancia en una finca retirada del pueblo, entre “cerezos y manzanos, árboles de
avellanas, higueras”, recuerda.
Tenía esa finca “dos establos, uno para los caballos, otro para las vacas. Era muy linda,
pero quedaba un poco separada del pueblo, entonces cuando terminó la Guerra nos fuimos a
la casa de mi abuela materna, que ya había fallecido”, dice.
María tuvo 3 hermanos mayores, pero uno murió pequeño. María llegó al mundo 8 años
después del más chico. En la casa de la abuela vivían con comodidad los Zapico y la familia de
una tía materna.
María de pronto recuerda que perdió a su papá cuando tenía 10 años, pero enseguida
busca en su infancia mejores sensaciones y cuenta, con una mano extendida, que la “tenían
así: en palmitas”. Era una niña mimada, quiso decir, consentida, sin ocupaciones. La más
chiquita. “Y la verdad que pasé una infancia muy linda. Sin obligaciones. Con mucho cariño.
Me gustaba ir al pueblo y siempre me llevaban. Me gustaba quedarme hasta tarde y mi madre
me llevaba el desayuno a la cama…”.
No había todavía tiendas, ni shoppings, ni sectores de indumentaria en los hipermerca-
dos. A ella le diseñaba cada uno de sus vestiditos una modista. En su voz vibra algo de timidez
cuando dice “mira: me tenían muy consentida”. Habla pausado y su acento asturiano agrega
dulzura a sus modos delicados.
“Pero lo que más recuerdo es todo el trabajo que hacía mi madre. Porque al año siguien-
te de morir mi padre, se le casó el hijo. Él venía y le ayudaba, y traía gente para cortar la
hierba, para recoger la cosecha y esas cosas. Pero ella trabajaba mucho. Cultivaban papas,
maíz, porotos… De todo tipo de verduras. De eso comíamos. Y cada año se guardaban las
mejores semillas”.
A María vuelven los sabores que sólo el campo logra cuando se trabaja con las manos.
“Cosechábamos la fruta y las castañas”. “Era todo muy rico” dice, y Eusebio, que tiene un
vozarrón muy español, muy típico, aclara que, por entonces, “sólo vivíamos con lo que nos
daba la tierra”. “Eso se perdió y es una pena, porque aparte de lo lindo que es ver crecer y
cosechar el fruto de tu trabajo, también es otra forma de economía”.
Ahora frutas y verduras viajan en camiones. Los urbanitas las colectan de las góndolas
de los supermercados. Pero entonces el dinero no era indispensable. Lo poco necesario se
producía vendiendo un ternero en la ciudad, granos o animales de granja. Así hacía en Mieres
la mamá de María. Había poco circulante en aquellos tiempos. Prevalecían los intercambios.
“Parece una utopía ahora”, dice Eusebio.

Venir

z El hermano de María se caso el mismo año de la mudanza a lo de la abuela. La herma-


na, 11 años mayor, ya tenía hogar y familia. María terminó la primaria y decidió mudarse con
ellos a Caborana, Concejo de Aller, para vivir a menos de un kilómetro de Moreda y del insti-
tuto donde tenía que asistir cada mañana hasta las 12 y a partir de las 14 de nuevo cada tarde.
En otro instituto, en Sama de Langreo, terminó el bachillerato. Siempre pasó junto a la madre,
en Santa Rosa, los fines de semana. Ella le daba a María “todos los gustos. Mis hermanos ya
estaban casados y mi madre podía. No es que estuviéramos en el Edén, pero me daba todos lo
gustos”, recuerda Zapico.

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114 El Libro de los Pioneros

LOS ASTURIANOS / EUSEBIO SAIZ - MARIA ELISENDA ZAPICO FERNANDEZ

Cuando terminó la Guerra Civil María tenía apenas 7 años, pero todavía conserva algu-
nas sensaciones de aquella tragedia. Cuenta que la casa de la abuela tenía techos altos y cuan-
do en Oviedo caían las bombas de Franco, allá arriba temblaban las ventanas. “Los aviones
pasaban y la gente se preguntaba: ¿estos serán de los nuestros?”. Esas bombas sobre la resisten-
cia mataban gente en Oviedo. Ahí perdieron la vida tres hermanos de su madre. Esa España
en llamas expulsó a millones fuera de sus fronteras. América prometía paz, libertad y trabajo.

Quedarse

z En junio de 1951, María rindió el temido examen general al que llamaban la “reválida”
para poder seguir sus estudios universitarios. Pero aunque rindió bien el escrito –cosa que
sólo lograron dos de un curso de 19, 13 varones y 6 mujeres—, María falló en el oral. La revan-
cha sería en septiembre.
Pero el 28 de agosto de 1951 su hermana y familia se embarcaron con destino a Comodo-
ro Rivadavia. Desde acá los entusiasmaba un tío materno. María quedó en la disyuntiva. Su
hermana Lucía había empezado a llamarla por carta. Le escribía diciendo que viniera a encon-
trarse con ellos, que las sobrinas la extrañaban. Tenían 5 y 8 años. Se habían criado con ella. Su
hermano, que ya estaba en Venezuela, se comunicaba con frecuencia para decirle que estudia-
ra, y que después se fuera con él, con la hermana, o a dónde fuera, pero que antes se recibiera.
“Madre puede pagarlo –le decía—. Sigue estudiando María”.
Ella se sentía tironeada, indecisa. Sesenta años después confiesa, que lo que más quería,
era quedarse, estudiar, iniciar en España su carrera profesional. Pero otra cosa decía su desti-
no.

Sobrina lejana

z El hermano de María se había casado en España. Cuando su mujer pudo viajar a Vene-
zuela el hijo de ambos ya tenía 4 o 5 años. César Zapico se convirtió en un gran empresario del
papel. El hijo se recibió de ingeniero y también encontró una novia, farmacéutica, y se caso y
no tuvo uno sino cuatro niños: que a la vez crecieron y noviaron, y tres de ellos, “también
están casados ya, y entonces ¡él ya tiene bisnietos!”.
El tiempo pasó. La historia familiar se hizo larga y complicado el recuento. Creció la
“En uno de los viajes que
hice a España le dije a
un primo mío: ‘voy a ir a
sacar una partida de
nacimiento de mi padre,
literal. Eso significa que
te la tienen que dar tal
cual como está inscripta.
Pedí la de mi padre y la
de mi madre, para saber
distancia, pasó el tiempo y las comunicaciones se desarrolla- bien los orígenes, los
ron a niveles de ficción. nombres de los abuelos,
Ahora suena el teléfono de María, que atiende y son- de dónde eran, y todo
ríe. Al otro lado saluda una de las bisnietas de su hermano eso. Entonces me
en Venezuela. ¿Qué será precisamente ella de esa chica? ¿Tía encontré con una
bis abuela? ¿Bis tía abuela? Lo cierto es que tiene 16 años y sorpresa: que en el
llama para preguntar, con su ritmo caribeño, cómo anda la margen de la de mi
“Tía María” de Argentina, y como anda Eusebio, la salud, la padre habían puesto:
ciudad y el clima. “Tía, te voy a ir a ver”, le dijo. “Y me hizo ‘condenado a cadena
mucha ilusión –dice María—. Ella está haciendo también el perpetua por haber
bachiller y le queda un añito para terminarlo. ‘El año que participado en
viene te prometo que te voy a ir a ver, aunque sea yo sola’. reuniones clandestinas
Porque el año pasado ella cumplió quince años y el padre la contra el régimen’”.
llevó a España y ahora ella está animada: ‘ahora yo voy a ir a (Eusebio Saiz)
veros a vosotros’. Y yo le digo: ‘pues apúrate hija, pues so-
mos como tus bisabuelos ¿no?’ Y ella dice: ‘¡pero qué voz más joven que tienes tía!’. ‘Sí, la voz
te parecerá, pero…’. Ay Dios. Esperemos… Esperemos encontrarnos…”
En el segundo encuentro de esta entrevista, María y Eusebio tienen novedades: un sobri-
no de María y su esposa pasarían de visita en marzo. “A mi hermano –recuenta—no lo he visto
desde que se fue a Venezuela… hace unos… 62, 63 años”.

Decisión

z Con dos hermanos en el nuevo continente, María en la secundaria también había em-
pezado sus trámites de migración. En septiembre rindió bien el oral pendiente pero desde la
gestoría le anunciaron que su permiso expiraba a la brevedad. Entonces pensó en el hermano
y la Universidad y sus recomendaciones. Pero también pensó en sus sobrinas, su hermana y el
cuñado, y recordó su entusiasmo y pensó en los misterios de América. “Que había que salir de
allá –escuchaba decir a la familia—. Que acá se estaría mejor”. María no tenía de este país más
información que esa promesa.
Al final, exactamente el mismo día que Lucía, pero un año más tarde, María y su madre
se embarcaron en Bilbao rumbo a la Argentina. Allá dejaron la casa y la finca alquiladas, con

El Libro de los Pioneros 115


116 El Libro de los Pioneros

LOS ASTURIANOS / EUSEBIO SAIZ - MARIA ELISENDA ZAPICO FERNANDEZ

un administrador a cargo de cobrar la renta y hacer los envíos de dinero. 8500 pesetas les salió
cada uno de los pasajes. “Era mucha plata por entonces”, dice María, que también se acuerda
de la burocracia de la migración y de algunas de las tantas exigencias impuestas por el Estado
anfitrión: “tenías que tener buena vista, no tener glaucoma, no dedicarte a la mendicidad...
¿¡Pues uno que ande pidiendo cómo va a juntar 8.500 pesetas!?”.
“Y había que tener certificado de buena conducta –completa Eusebio—. No haber estado
preso. No tener ninguna enfermedad. Y tener una carta de llamada de alguien que estuviera
aquí, para que respondiese por ti hasta que uno tuviera trabajo”.

Llegar

z El reinicio febril de la semana en la primavera fabril del peronismo. Lunes: día de


estrépito en la capital porteña. María llegó el 14 de septiembre de 1952 al puerto de Buenos
Aires. Junto a Belarmina se hospedaron en una pensión, frente a la casa de un amigo del
cuñado, que fue a buscarlas al puerto y con su esposa, que también era asturiana, las acompa-
ñaron tres días más tarde a Constitución.
Son fechas que no se borran de su calendario. Hasta recuerda con exactitud algunos de
los horarios. María sabe que el miércoles 16 de septiembre de 1952 salieron a San Antonio
Oeste. Apenas vieron las maravillas del campo argentino, entre la noche y el amanecer, la
riqueza de la pampa infinita, y en entrañas de ese tren llegaron a la lejana Patagonia. Desde
San Antonio salieron el jueves a las 6 de la mañana en un colectivo ruidoso y polvoriento de
Transportes Patagónicos, conducido por Leoncio Durandez. María viajaba “como un moro”:
las rodillas flexionadas contra el pecho, los pies sobre el asiento. Después de 23 horas viendo
crecer el desierto, bamboleándose en los caminos de ripio, el viernes 18 de septiembre de
1952, a las 4 y media de la tarde, llegaron a Comodoro Rivadavia.
Ella tenía 20 años. Traía puesto un traje con falda y chaqueta de lana, y un pullover que
amaba, con rayitas negras y amarillas. Encima un tapado rosado. Con todo su cansancio a
cuestas igual se veía hermosa.

Eusebio

z “El que ceba bien el mate es mi marido. Y no se lo digo por halagarlo”. María suena
dulce mientras ceba mates amargos, con algo de timidez. Antes había traído una bandeja de
chocolates para compartir. En uno y otro encuentro repitió el mismo gratificante ritual.
Ahora el que habla es Eusebio, que al fin pudo operarse hace algunos años los ojos y ya
no usa esos anteojos tan gruesos con los que aparece en montones de las fotos que testimonian
su extenso raid institucional. Según cuenta, las familias de su padre y su madre llevaban
siglos en la misma provincia de Santander, y precisamente en Bustamante “teníamos las fin-
cas, que eran de los abuelos, de parte de mi padre y de mi madre, donde se cultivaba y era una
ayuda grande, y teníamos 2 o 3 vacas, que nos daban leche y hacíamos todos los derivados.
Producíamos anualmente todo lo necesario para la vida en esas fincas”.
Pero él fue a nacer a Arija, provincia de Burgos, en Castilla, donde estaba la fábrica de
vidrio donde trabajaba su padre, que era encargado del “departamento de corte fino”, o algo
así. En ese pueblo conoció a la madre de Eusebio y ahí se casaron, alquilaron una casa y ahí
nació el 14 de octubre de 1924.

Franco

z Al poco tiempo de nacer su hermano la familia de Eusebio volvió al pueblo de las


raíces, a Bustamante.
En julio de 1936 estalló la Guerra Civil española y la fábrica se convirtió en una trampa
para el padre, que era un “militante activo” del Partido Socialista, “dirigente de la Unión
General de Trabajadores”. Lo buscarían, más tarde o más temprano. Él lo sabía, pero siguió en
su puesto, haciendo a pie o a caballo los 5 kilómetros que median entre Arija y Bustamante, de
uno y otro lado del límite entre las provincias de Burgos y Santander.
La persecución del franquismo sobre los “contras” fue virulenta y meticulosa todavía
después de abril de 1939, cuando la guerra contra la avanzada de derechas terminó con la
victoria de Franco. El padre de Eusebio, además, había sido concejal del ayuntamiento por el
PS. Estaba marcado.
“Un día lo sacaron de casa y no lo volví a ver. Yo estaba en el pueblo y cuando volví la
encontré a mi madre llorando. Estuvo preso hasta el 44. Mi madre quedó, pobre, sin ninguna
defensa”.
Su padre, que era “el sostén de la casa”, estuvo preso 5 años. Eusebio no sabe si lo hubie-
ran dejado, pero sabe que la economía familiar no permitía los gastos que suponía el viaje de

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118 El Libro de los Pioneros

LOS ASTURIANOS / EUSEBIO SAIZ - MARIA ELISENDA ZAPICO FERNANDEZ

ida, la noche fuera de casa, el tren de la vuelta y nunca pudo visitar a su padre en la cárcel. Sólo
se comunicaban por cartas. Su mamá con frecuencia le enviaba ropa limpia.

Rojo

z Hasta entonces la infancia de Eusebio había sido plácida y feliz. Pero terminó la prima-
ria y no pudo seguir sus estudios. Tenía 12 años cuando se desató la guerra. Su padre cayó en
el 39. El tenía 15 y con la madre y el hermano, dos años menor, cubrieron su ausencia con más
y más trabajo. Ya había nacido la hermanita, cuatro años menor. Sin el hombre de la casa, la
economía familiar se achicó hasta la supervivencia. Eusebio tuvo que buscar trabajo afuera.
Consiguió un puesto en una cantera, extrayendo cayuela para las fábricas de explosivos de
Bilbao. Era un esfuerzo grande y un salario pequeño, de cadete: cinco pesetas diarias. Y de
vuelta en casa cada día, el campo y la familia también exigían su atención.
El tiempo no diluye sabores como los del pan que hacía la madre, en un gran horno de
leña, pero sí alivia el dramatismo de algunas sensaciones, los dolores del cuerpo, la frustra-
ción, la impotencia. Cobrar 65 pesetas por una quincena era miserable. Encima, “el día de
cobro, cuando volvíamos al pueblo, pasamos por un bar con los vecinos que trabajaban conmi-
go, y ellos se pusieron a tomar y tomar vino, con una porción de sardinas. Yo era chico y no
tomaba nada. Pero recuerdo que me hicieron pagar una parte igual que los otros”.
A los 17 años pensó que mejor sería trabajar en una mina de carbón. Todavía era el
combustible que movía al mundo y la explotación importaba tanto a la España de Franco que
los obreros quedaban libres de la milicia. “Todos tratábamos de esquivar el servicio militar
porque duraba tres años”. Eusebio era el hijo de un socialista, un rojo, un republicano comba-
tiente, preso sin juicio ni pena. Pero a los de la mina no les importaba su estirpe. Alguien tenía
que hacer el trabajo duro. “Los hijos de los franquistas no iban. ¡Si eran los privilegiados! Si
figuraban en las listas de personal era para que no hicieran la mili”, recuerda Eusebio.

Partida

z “En uno de los viajes que hice a España le dije a un primo mío: ‘voy a ir a sacar una
partida de nacimiento de mi padre, literal. Eso significa que te la tienen que dar tal cual como
está inscripta. Pedí la de mi padre y la de mi madre, para saber bien los orígenes, los nombres
de los abuelos, de dónde eran, y todo eso.
Entonces me encontré con una sorpresa:
que en el margen de la de mi padre habían
puesto: ‘condenado a cadena perpetua por
haber participado en reuniones clandestinas contra el régimen’”.
El tenía más o menos 23 años cuando dejó de trabajar en la mina. Su padre ya había
vuelto a la casa. Ya le había contado de los camaradas a los que daban “la última”: la pena de
muerte. Una mañana cualquiera lo levantaban de un grito en la celda, lo arrastraban al patio
y lo fusilaban. A su padre lo habían condenado a cadena perpetua pero salió indultado. Lo
devolvieron con la cabeza blanca a los cinco años. Eusebio sabe que fue porque sus abuelos
eran conservadores con contactos en las filas de Franco. Lamenta no haber hablado más con el
padre sobre eso de militar en una fábrica, combatir en el campo, resistir en la cárcel.

Diego

z Eusebio se dio cuenta de que el suyo no era un trabajo muy sano. Por lo general así es
la minería. Trabajaba a 40 o 50 metros de profundidad, aspirando aire negro toda la jornada.
Entonces volvió al trabajo en las fincas y estuvo haciendo otras changas, como la de demoler
las casas que sepultaría el agua del dique en el Ebro. Eran de grandes piedras labradas esas
casas, “piedras de sillería”. O por ahí andaba Eusebio sesgando la alfalfa a fuerza de guadaña,
en alguna finca vecina.
María no escucha esta parte de la entrevista. Está atendiendo a los que vinieron a cam-
biar unos azulejos en el baño rosado del departamento, que es muy pulcro y ordenado. Los
muebles de estilo, las paredes empapeladas, el reloj de manecillas doradas y sus campanadas
de cada hora, los portarretratos en la mesa ratona del living, desde donde lucen sus rostros
queridos los amigos, los hijos, sobre todo las nietas y otros familiares. Hay sillones y sillas de
espaldares con detalles torneados y esculpidos. Cuadros de marcos dorados en las paredes.
Ahora que María no escucha Eusebio cuenta que no todo era trabajo y penar por aque-
llos años. Joven se es de a una vez por vida y Eusebio le sacó frutos a su soltería, yendo de
pueblo en pueblo con bandas de amigos y haciendo amigas entre nuevas conocidas. “Yo no
me perdía una fiesta. En eso era cabecilla, caudillo. Y tenía mis amigos ¿no? Eso era lo que
extrañaba tanto tanto cuando vine acá, porque tenía 25 años cuando llegué a Comodoro.

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120 El Libro de los Pioneros

LOS ASTURIANOS / EUSEBIO SAIZ - MARIA ELISENDA ZAPICO FERNANDEZ

Tenía al tío que me había hecho los trámites para venir y con él vivía, en el tres. Siempre me
decía: ‘vete a Comodoro, vete a ver la gente’. Pero yo cambié tanto... Estaba como Maradona.
‘Me cortaron las piernas’”.

Trasplante

z Ni ganas de salir tenía Eusebio cuando vino a parar a Comodoro. “Y mi tío me quería
una locura y me trataba muy bien pero no había forma. Yo me encontré como trasplantado.
Sufrí mucho”. A la voz de Eusebio, que es gruesa y ronca y bien española, la melancolía que
vuelve la aploma. Por suerte vuelve del baño María, que también es tan española, y con su voz
que conserva esa ternura juvenil pone a salvo a su marido del recuerdo amargo cuando gritan-
do anuncia que, “al final, el mate se nos enfrió muchachos”.
Pero el tiempo pasó y Eusebio fue haciendo amigos. Menciona a los Almirón, a Manolo
Ergas. Y de a poco se fue animando y amigando con esta ciudad a la que vino de puro aventu-
rero.
“Los europeos somos aventureros. Yo con 25 años estaba allá dando vueltas. Y mantenía
correspondencia con un tío que estaba acá, al que no conocía, pero era mi padrino. El había
venido el mismo día que me bautizaron”. Según la historia que conoce Eusebio, ese tío mater-
no había llegado a Argentina en un acto de rebeldía, cansado de que su familia rechazara a su
novia. La correspondencia entre ellos no era frecuente y se interrumpió durante la guerra,
pero él la retomó enseguida, y empezó a aumentar su entusiasmo.
“Seguramente a mi con 25 años se me dio por pensar ‘qué estoy haciendo yo aquí’. Para
acá estaba viniendo mucha gente y me dieron ganas de escribirle a mi tío y preguntarle cómo
estaban las cosas. A la vuelta de correo me contó que estaba bien, y que si quería podía venir
con él. Mi madre empezó a llorar y decía ‘¡Ése! Claro. Porque está solo allí. Te quiere llevar
para que estés con él…’”.
-Pero Eusebio— le reclama María.
-Y yo tenía una novia— responde el marido.
-Pero di la verdad Eusebio.
-Y la verdad es que no me gustaba mucho.
“Estás dejando a dos mujeres desgraciadas”, le dijo su madre un día antes de la partida,
y hablaba por esa chica y por ella misma. 61 años después Eusebio se lamenta. “Le di un
disgusto a mi madre tremendo. Pobre mujer. Siempre pienso: qué mal me porté. Los dejé
solos a mi padre y mi madre. Hacía dos años mi hermano había fallecido en un accidente”.
Pero él dice que no está arrepentido aunque María, mientras reanima el mate, insiste
que siga diciendo la verdad. “Pero no María, no estoy arrepentido –le responde—. Estuve a
punto de volver pero después nos conocimos”.
“La conocí a ella –explica—y cambió mi vida totalmente”.

Mar

z En Nápoles ya habían embarcado 1200 italianos con destino a América. En Barcelona,


un día impreciso en su calendario, pero 15 días después de la fecha consignada en el pasaje,
Eusebio embarcó en el Cabo de Hornos con destino a la Argentina. Durante esa estadía exten-
sa y forzosa en la ciudad catalana se gastó todo lo que tenía, que no era mucho. Los mil y pico
de pesos que salía su pasaje los había pagado su tío y las comidas a bordo estaban incluidas en
ese valor. Finalmente, al amanecer del 15 de noviembre de 1950 desembarcó en el puerto de
Buenos Aires, donde lo buscaron unos primos, hijos de un tío paterno que los había traído con
él muy chiquitos después de enviudar en España. “Llegué sin un mango”. “Con los bolsillos al
revés”, acota María. “Una mano atrás y otra adelante”, es la expresión más corriente.
Mientras bajaba por la pasarela en el barco seguían sonando los tangos que empezaron
a escucharse en Montevideo. Esa música es una señal imborrable en la memoria de Eusebio.
Estaba en el Río de la Plata, estaba llegando a Buenos Aires, Argentina, capital mundial del
tango. La despedida de los amigos que había hecho en el viaje fue dolorosa. “Yo siempre lo
digo. Es una amistad distinta a la de tierra. No sé porqué circunstancia te penetra más la
amistad del barco. Conviviendo día y noche, estando todos en el mismo ambiente, corriendo
los mismos peligros, con esa incertidumbre de viajar en el mar a un lugar que no conocés… No
sé, es una amistad muy sana. Muy linda”.
“Y siguió teniendo contacto con un amigo de esos, que era Asturiano… Ya se iba acercan-
do a mi”, dice María, que también es asturiana y es romántica.
Después de dos días en Capital llegó a Comodoro vía Transportes Patagónicos. “No ha-
bía otro”. Los pesares del viaje fueron los mismos. Su tío lo hubiera “bancado” pero el no
podía estar sin hacer nada. Fue su ocurrencia. Apenas llegó salió a buscar trabajo y consiguió
en La Anónima un puesto de cadete, ayudante de todo, comodín. Pero el tío, que era empleado

El Libro de los Pioneros 121


122 El Libro de los Pioneros

LOS ASTURIANOS / EUSEBIO SAIZ - MARIA ELISENDA ZAPICO FERNANDEZ

de YPF enseguida le gestionó un lugar en la petrolera. Eusebio fue a parar a la pasteurizadora


de leche de kilómetro 4. De eso “no entendía un pomo”, recuerda, pero igual ocupó el puesto.
Ahí se procesaba todo lo producido en los tambos de la zona, para aprovisionar al personal y a
las proveedurías de la empresa. “Yo no sabía nada de leche, ni de pasteurizar, pero era un
trabajo mecánico, no era difícil. Ponía dos gotas en los tarros de leche, de unos frasquitos que
había, metía un termómetro y así se sabía la acidez que tenía la leche. Yo veía que a veces les
rechazaban lo que traían a los tamberos. ‘A este habrá que coimearlo’, debían decir. Y un día
vino uno de Sarmiento, los hijos andan por ahí todavía, y me ofrece plata porque iban a recha-
zarle sino la leche. Y yo no lo acepté. Era bien puro por aquel tiempo”.
“¡Ah! ‘por aquel tiempo’. ¿Y ahora qué eres Eusebio?”, le pregunta María. “Si tengo algu-
na malicia la adquirí después”, le responde el marido, y ríen juntos, como hace ya 57 años.

Vaivén

z Eusebio pasó unos meses al servicio de YPF y se aburrió. Se contactó con aquellos
primos de Buenos Aires y marchó a la gran ciudad, dando otro gran disgusto, esta vez a su tío.
“Ellos tenían una confitería en Bella Vista, al lado de los estudios de cine San Martín, ahí
nomás de la estación de ferrocarril. Yo ahí conocí mucha gente que trabajaba en películas.
Estaba contento. Pero a los tres meses se les presentó la posibilidad de vender. Muchos lo
hacían. Armaban un negocio y al tiempo lo vendían. Se ganaba una punta de pesos. Ellos
hicieron eso. Los dos eran solteros, tenían treintitantos años, y se fueron a España, a pasear.
Yo quedaba sin trabajo pero uno de ellos tenía mucha relación con un gerente de Gath y
Chaves, que eran las mejores tiendas que había en Argentina. La central estaba en Cangallo y
Florida, donde hoy está el Banco de Boston. Mi primo le habló al gerente y me tomaron ense-
guida, pero yo no sabía nada de ropa, ni de la ropa mía, y ahí tenía que ir todos los días a
trabajar con corbata. Se usaban mucho las camisas con cuellos duros, cambiables. Todos los
días me tenía que lavar el cuello de la camisa. Yo entré a trabajar de vendedor. Nos pagaban
comisiones y a mi me iba muy bien”, recuerda.
Ganaba lo suficiente pero no le alcanzaba. La vida en Buenos Aires era cara y Eusebio
liquidó los ahorros que había hecho en Comodoro a su paso por YPF. Extrañaba mucho Espa-
ña, se sentía “a la deriva” y decidió pegar la vuelta. Allá su tío materno, el de Comodoro, tenía
unas fincas, y alguna vez le había dicho que si regresaba a la madre patria se las cedía. Eusebio
Desde San Antonio
salieron el jueves a las 6
de la mañana en un
colectivo ruidoso y
polvoriento de
Transportes Patagónicos,
conducido por Leoncio
Durandez. María viajaba
“como un moro”: las
rodillas flexionadas
volvió a Comodoro para verlo y hablar del asunto. Fueron a contra el pecho, los pies
hacer el poder en la Escribanía de Roque González, pero el sobre el asiento. Después
trámite demoraría dos meses. ¿Que hacer hasta entonces? de 23 horas viendo crecer
“En ese tiempo conseguías trabajo enseguida en Co- el desierto,
modoro. No había problema. Yo caí de vuelta a La Anónima. bamboleándose en los
Me mandaron al depósito a controlar la mercadería que ve- caminos de ripio, el
nía de los barcos. Un día viene el jefe y me dice: ‘te quieres irviernes 18 de septiembre
a trabajar a otro lado’. ‘Si es para mejorar no hay problema’. de 1952, a las 4 y media de
‘Tengo un pedido, de un muchacho joven, para una libre- la tarde, llegaron a
ría’. Y allá fui”. El negocio quedaba al lado de lo que era el Comodoro Rivadavia.
Bar Sportman. “Monté una relación buenísima con Conra- (María Elisenda
do Soetber –dueño de la librería—. Y después de casados y Zapico Fernández)
todo, hasta de viejos nos seguimos viendo”.
A los 30 días de llegar Conrado le entregó la llave del local y lo dejó encargado. “Me
gustaba mucho mucho ese trabajo de la librería. Y en ese tiempo conocí a mi mujer”.

Encuentro

z María recuerda las sensaciones que le inspiraba Comodoro y su paisaje. “Esto nos ex-
trañaba mucho a mi madre y a mi porque Asturias es todo verde, es montañoso y llueve mu-
cho. Tiene mucha vegetación y praderas. Es así como Bariloche más o menos. Cuando venía-
mos en viaje mi madre decía: ‘cuánto tardamos en llegar a Comodoro. ¿Dónde quedará Como-
doro? ¿En el final del mundo? ¿A donde se fue a vivir esta hija?’. ‘Cayendo del mapa, madre.
Cayendo del mapa’. Y cuando llegamos acá, el tío ya había comprado una casa para la familia.
Y decía mi madre: ‘ay hija, aquí las casas son de chapa y de trapo’. Porque no había persianas,
y se usaba una cortina fina y una cortina gruesa. Parecían casas de chapa y de trapo. Eso allá
no se veía”.
La casa de ellas quedaba en 9 de julio, entre Sarmiento y San Martín. En avenida Rivada-
via, enfrente, por entonces estaba el banco Londres, pero de este lado, cuando conoció a Euse-
bio, María trabajaba de secretaría en la administración de Talleres Torres. Ahora ahí está el
Banco Galicia. Entonces era una casa de importación. Vendían de todo, electrodomésticos y
hasta vehículos.

El Libro de los Pioneros 123


124 El Libro de los Pioneros

LOS ASTURIANOS / EUSEBIO SAIZ - MARIA ELISENDA ZAPICO FERNANDEZ

María y Eusebio cumplían los mismos horarios y se cruzaban en la calle 9 de Julio de ida
al trabajo. Eusebio dice que ella le gustó desde el comienzo. “Yo la veía diferente. Que se yo.
Era una mujer distinta. No es por nada, pero mi mujer era muy muy bonita”. En esos encuen-
tros circunstanciales en la calle, de pronto empezaron a saludarse. “Yo le decía a una amiga:
éste debe ser español, y español del norte”. Y un día el tomó coraje y le habló de algo, cualquier
pavada. “Y no me equivoqué”. Se enteró de que ella venía de Asturias y el interés empezó a
crecer en ambos y los encuentros a ser interesados y más interesantes. Eusebio dejó suspendi-
do indefinidamente su regreso a España.
“Era una mujer hermosa: palabras mayores. Tuve una suerte loca con ella. Antes me
preguntaste si me arrepentía de algo. Yo creo que mi destino era éste. Haberme encontrado
con ella lo pagó todo”.
Su encuentro fue en el 53. A fines de año. Noviaron 13 meses hasta que se casaron en
febrero de 1955. “Y nos fuimos de luna de miel… a Sarmiento”. “No nos daba para más”. “El tío
de ella era taxista y era el único que sabía”. “Nos daba vergüenza y todos creían que nos íba-
mos lejos”. “Así que le pedimos, para que nadie nos viera, en vez de tomarlo acá en Comodoro
que nos llevara a tomar el tren al cinco”. “Para disimular”. “El mismo día de la boda hicimos
un banquete al mediodía, que lo pagó mi finada suegra, y después nos fuimos a Sarmiento en
el tren de las cinco de la tarde. El que nos casó era un primo cura mío que estaba en Buenos
Aires y vino especialmente. En Sarmiento nos fuimos al hotel Colón y cuando bajamos, en el
comedor veo a un matrimonio de Comodoro ahí sentado. Ay, ay, ay, digo. ‘Hola’, nos vinieron
a saludar. Qué se yo, que se cuánto, y de pronto dice ella. ¿Pero ustedes no se casaban hoy?”.
Ríen el marido y la mujer recordando aquellos tiempos. Cosas del amor, la juventud y
una vida modesta. Eusebio no tenía más permiso que por una semana en el trabajo.

Vuelta

z De regreso a Comodoro se instalaron en aquella casa de chapa y trapos. En el dormito-


rio de María se instaló Eusebio y ahí engendraron a su primer hijo, que nació el 1ro de enero
de 1957. Hoy es doctor en química y padre de tres hijas universitarias. Dos estudiantes de
arquitectura y una de periodismo.
Estando en la 9 de julio compraron un terreno en calle Sarmiento y diseñaron los planos
de dos casas, una para ellos y otra para Lucía y su familia. Pero estaban en eso cuando se les
presentó la oportunidad de una casa en Ameghino y Saavedra y la compraron en sociedad.
“Todo era así. Trabajábamos en familia”. “En el 58, cuando vino la locura del petróleo”, alqui-
laron la casa a una compañía que pagó el primer año de alquiler adelantado. Saldaron la
hipoteca y empezaron a planear un viaje de visita a España.
El 21 de abril de 1960 María, Eusebio y el primero de sus hijos se fueron de paseo al viejo
continente, en barco, con plata que les regaló Belarmina, la mamá de María, quien adminis-
traba la renta de las propiedades de Europa y acababa de recibir una suma cuantiosa por la
venta de madera producida con castaños y robles de la finca. Allá estuvo la familia, paseando
y conociendo durante 6 meses.
“Ya no teníamos familia en el pueblo pero yo subía igual, como yo digo: a cargar las pilas
–cuenta María—. Y me sentaba delante de la casa de la abuela y la miraba y recordaba. Era una
casa muy grande y muy linda. La pobre no la pudo disfrutar porque recién la estaban termi-
nando de hacer cuando empezó la guerra y a la pobre abuela le mataron tres hijos. Dos en el
mismo día. Ella murió un año después de empezar la guerra”.
“Yo al viaje que más importancia le doy es al primero –comenta Eusebio—, porque toda-
vía vivían mis padres. Volver con la esposa y con el hijo fue como recompensar a mi madre
por el disgusto que le había dado”.
De ese viaje volvieron el 21 de octubre del 60. Un mes y medio más tarde, repentinamen-
te falleció Belarmina. Ambos la recuerdan por su enorme generosidad y su cariño.

Negocios

z Con dinero heredado, ahorros y préstamos, al volver ellos emprendieron su primer


negocio junto a Lucía, hermana de María, y José Pola, su marido. Compraron el local vecino al
Salón Luso por un valor de 800.000 pesos, y ahí pusieron un bar y restaurante. “Fue una época
de mucho sacrificio, trabajábamos sin descanso, ni un domingo libre. Pero nos fue muy bien”.
Trabajaron a todo ritmo durante dos años y lo vendieron por casi el triple de ese monto.
Pudieron construir al lado de la casa de Saavedra y Ameghino el salón donde fundaron
La Cumbre. Bajo la modalidad que Eusebio había aprendido en Gath y Chaves, el negocio
combinaba fiambrería, vinoteca, productos de almacén e importados. Cien o 200 canastas les
encargaba cualquier empresas de un día para otro, para regalar a los obreros durante las fies-
tas de fin de año. Y ellos tenían que cumplir y pasaban noches y noches en vela. Enloquecidos,

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126 El Libro de los Pioneros

LOS ASTURIANOS / EUSEBIO SAIZ - MARIA ELISENDA ZAPICO FERNANDEZ

tomada la casa y el negocio por canastas y más canastas.


Fue un negocio fructífero La Cumbre. María y Eusebio vivían en el departamento linde-
ro. Lucía, José y las niñas, “que ya eran señoritas”, vivían en uno de los departamentos que la
sociedad familiar había adquirido en calle Italia. A la vuelta de La Cumbre, sobre calle Saave-
dra también compraron un salón para depósito y ahí se terminó mudando la familia de Lucía.
“Siempre cerca y siempre socios, pero sin papeles. Todo de palabra. En absoluta confianza. Así
eran antes los negocios familiares”. Eusebio interviene para decir que José “era un tipazo” y
así rinde homenaje a su concuñado, socio y amigo.

Unión

z Hay un pasaje especialmente amargo en la vida de María y Eusebio: perdieron una


hija. Había nacido en 1961. Murió en 1978 con 17 años. Pero mejor no ahondar en estas cosas,
dicen, porque Eusebio de pronto vuelve a quebrarse. Siempre el mismo, siempre intenso es
ese dolor de los padres abandonados. Marido y mujer se ofrecen miradas de auxilio y la charla
recupera mejor rumbo.
Trabajaron los dos matrimonios, y sólo otros dos empleados en La Cumbre hasta 1990.
Fue mucho esfuerzo. “A las 8 de la mañana yo ya había leído el diario y tenía la persiana
levantada. Y hasta las 10 de la noche no parábamos”. Cuando Eusebio y José se jubilaron la
sociedad familiar vendió el fondo de comercio. El cuñado de María murió a los 3 años. Tres
meses y medio más tarde Lucía fue a acompañarlo.
Hacía 6 años que Eusebio era presidente de la Asociación Española de Socorros Mutuos.
Después de jubilado se dedicó tiempo completo a la entidad, de lunes a viernes, trabajando ad
honorem. En su historial registra el honor de haber inaugurado el sanatorio de la calle Mitre
siendo presidente.
Eusebio trabajó mucho por esta ciudad. Fue presidente de la Española durante 17 años
y lleva ya 50 en la comisión directiva. Con María son dos de los fundadores del Centro Asturia-
no. Sobre la mesa del living hay un álbum con fotos llenas de personalidades. Eusebio tam-
bién participaba en la dirección de la Cámara de Comercio cuando la entidad adquirió el
edificio que ocupa actualmente. E integró el consejo de administración del Cabin, y fue vice-
presidente de la Asociación de Clínicas y Sanatorios. “Mira querido, ¡cuantos títulos tienes!”,
le dice María, y recuerda cómo se armaba de paciencia frente al marido y su agenda llena de
ocupaciones. La Cumbre también les hizo conocer a muchísima gente. Siempre tuvieron una
vida social intensa, muchos amigos y celebraciones.
También por eso son agradecidos con la vida estos inmigrantes. “A pesar de los golpes,
porque las desgracias a veces vienen acompañadas de más unión –dice Eusebio— y de un
nuevo sentido para las cosas. Cuando uno recibe un golpe de esos, después vuelve a la vida
fortalecido, con un nuevo concepto. Hay alegrías y lágrimas en la vida de cualquier persona…
Nosotros hicimos mucho esfuerzo, pero eso ha rendido sus frutos y por eso somos agradeci-
dos. Además, llevamos cincuentaitantos años juntos, y unidos la vida la llevamos mejor” z

El Libro de los Pioneros 127


128 El Libro de los Pioneros

LOS ANDALUCES / JUAN ANTONIO SANCHEZ LOPEZ

Rojillo

E n este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo es según el color, del cristal con
que se mira”.
Juan lo mira con cara de pocas pulgas. Es un maltés pequeño, pura inquietud, pura
energía. A Juan le pone los pocos pelos de punta cuando se le da por ladrar de improviso. Se lo
regalaron entre hijos y nietos a Lola, que es la esposa de Juan y es en esta casa la que quiere a
los perros.
Colita entra en la pileta de la cocina con holgura. Lola lo baña mientras Juan conversa en
la otra punta del salón. Sentado en su sillón. Está colorido el jardín que los abuelos cuidan en
el frente de la casa. Están grandes los plantines, en el cantero que Juan labra en el lado del este.
Su pequeña huertita. Cultiva tomates. De hasta 700 gramos le salieron el verano pasado. Y al
frente lo embellecen geranios, claveles, conejitos, lavandas y periquitos o san pedros, que son
esos que se abren de noche y se cierran a media mañana. Un lujo de este paisaje doméstico de
Rada Tilly. De España trajeron las semillas. “Allá salen de todos los colores”. Dolores dice que
no entiende: acá solamente salen violetas.
La mañana de la primera entrevista hacía frío y Juan estaba con sus recuerdos todos
virados para el lado de la guerra. Era invierno. La tarde de hoy es tibia y luminosa. El verano
despunta en Patagonia. Comparten cerveza y sandwichitos, y Juan está animado y Lola apun-
ta con alegría.

Versos Perfil
z Juan Antonio Sánchez López
z En su pueblo, de niño, al protagonista de esta histo- nació el 6 de octubre de 1920 en
ria lo llamaban “Juanico el rojo”. O “Rojillo” a secas. Una vez Lucainena de las Torres, Almería,
un teniente casi le arranca la oreja cuando escuchó cómo lo Andalucía. Es un afamado
llamaban. “No permita que le digan así”, le gruñó el fascista peluquero y paellero de
al pobre Juanico, que no tenía la culpa de ser rojillo. Su ma- Comodoro Rivadavia, a donde
dre y sus siete hermanos también lo eran: todos pelirrojos. Y llegó en marzo de 1950. Con Lola
según le contaron, también su abuelo materno. El no lo co- tuvo 2 hijos. Tienen ocho nietos y
noció, pero sí al abuelo paterno. De él heredó este gusto por 4 bisnietos. Viven en Rada Tilly z
los dichos, las rimas y los versos. Ahora mismo recuerda uno que le contó, sobre un hombre,
también de Almería, al que cruzando un puente cualquiera, el viento le arrebató su sombrero:
“te compre de mala gana y así mismo me has salido, tienes la felpa muy mala, te ves nadando
en el río y hasta los vientos te ganan”.
Son versos que se iluminan de pronto en su memoria y echan luz sobre los recuerdos
próximos. Así transcurre en una segunda entrevista, lanzando anzuelos al pasado. “¿Qué hora
es?”, le pregunta el recuerdo que llega y Juan, respondiéndole exclama: “que gran tontería es,
estando el reloj tocando, preguntar qué hora es, si usted lo puede ir contando”.
“En el pueblo mío había un reloj de cuatro esferas en la torre de la iglesia. Esferas de
porcelana. Yo le he dado cuerda de monaguillo. Hay que darle hasta subir las pesas, que luego
despacio van bajando. Dura una punta de semanas. Desde los cuatro barrios pueden ver el
reloj y se escuchan las 12 campanadas. De noche el reloj se ilumina. Es la iglesia de San Sebas-
tián, del excelentísimo ayuntamiento de Lucainena de las Torres, en la Provincia de Almería”.
Dicen que pasamos la mayor parte del tiempo a salvo del tiempo. Que nuestro reloj
interno marcha en un continuo. Que somos de una edad indeterminada. Que lo que cambia
es el cuerpo: el elemento que nos sujeta a esta forma de existencia finita. Porque para nuestro
adentro, para la luz que nos mantiene encendidos, el tiempo es una invención, una ficción,
un capricho del hombre, un intento de dominar el misterioso curso de la vida, que a todos
transcurre todavía, entre misterio y misterio.
Capaz que es por eso que Juan mira con esta gracia de pibe. Tiene en los ojos eso de
picardía, vitalidad y entusiasmo. Pero tiene noventa y un años don Juan Antonio, que vino de
España a Kilómetro 8, a trabajar de peluquero, cambiando el fusil por la tijera, con no pocas
escalas de por medio.
Una expresión alegre le baña la cara cuando se le van los ojos a pensar esos paisajes,
sucesos pasados… De vez en cuando, todo su ser queda en suspenso. Es un hombre pequeñito,
de un humor robusto y una memoria enorme, fuerte y valerosa, en la que guarda cientos de
versos. Poéticos, picarescos o elevados. Los viene trayendo de España. Los guarda hace más de
60, 70 años o más.
Hay en aquella iglesia de su pueblo una imagen muy hermosa de la Virgen de los Dolo-
res. Y así es como se llama su esposa. Grao Ayoso se apellida. Nació el 10 de octubre de 1928 en
la provincia de Córdoba, también en Andalucía. Lleva más de 60 años casada con Juancito,
que nació el 6 de octubre de 1920, “a las 11 de la noche”, según le dijo la madre.

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130 El Libro de los Pioneros

LOS ANDALUCES / JUAN ANTONIO SANCHEZ LOPEZ

“Son rusos mis apellidos –comenta de pronto—. Me llamo Juan Antonio Sánchez López”.
Lola se ríe de las ocurrencias de su “viejo”, que irrumpe de pronto en el silencio y hace
aletear otro verso, con su acento bien andaluz y un estilo muy característico, concentrado,
refinado: “en este mundo de mierda, sin cagar nadie se escapa, caga el rico, caga el pobre, caga
el obispo y el papa”.
-¡Hombre! —lo reprende Lola— No digas esas palabras.
-Pero coño. Si está cagando. ¡¿Quieres que no diga mierda?!
“Las mujeres son las malas, que en el hombre no hay engaño, se sacuden la chaqueta,
salta el polvo y queda el paño”.
Juan ahora tiene cano el poco cabello que le queda. Pero era pelirrojo. Y usaba bigotes.
Siempre muy prolijos. Los sigue usando. “Y boina también lleva desde siempre –cuenta Lola—.
En Barcelona no, porque estaba muy joven. Era muy lindo mi viejo. Y las manos… las tenía de
suaves…”.
-”La vida es sueño y los sueños, sueños son”.
-¿Ustéd leyó a Calderón de la Barca?
-Yo no tenía mucho tiempo para leer. Hice hasta sexto grado. Pero sé que “la vida es
sueño y los sueños, sueños son”. Eso dijo Calderón de la Barca.
-Y usted también cree en eso.
-Yo creo que sí. Imagínate: si llego al 6 de octubre… Ya cumplí 91 años. Nací el 6 de
octubre de mil novecientoooos…
-¡Veinte! –apunta Dolores.
El sentido de la complementariedad se afina con el tiempo y es muy simpática una
pareja a estas alturas. Ella siempre está alcanzando la palabra que a él súbitamente se le esfu-
ma de la punta de la lengua. Le hace de ayuda memoria y él deja que su apuntadora lo apunte
todo, se anticipe a los remates, se superponga a sus pausas. Los esposos y el dulce tintinar de
sus lazos.
-Del 20, sí. ¡De 1920! –dice Juan, como si fuera obvio—. Nací en Lucainena de Las Torres,
provincia de Almería. Era un pueblo. Un pueblo de fondo minero. Ahí estuvimos con mi
madre, con mi padre. A mi padre lo destinaron a Vera cuando se terminó la mina, otro pueblo
de Almería. Fue a la central eléctrica. Empresa Fuerzas Motrices Valle de Lecrín. Era ya un
pueblo más grande, y más bonito. El mar está cerca. Paellas. Clima muy lindo. Poco invierno.
Ya era otra cosa. Naranjos y limoneros. Buenos hoteles.
El acento, el temperamento y los modos de la relación de estos abuelos españoles son
divertidos para acompañar con café esta mañana de invierno soleada sobre Rada Tilly. Hijos y
nietos de Juan y Lola los trajeron para que estén más cómodos acá en la villa, más cerca, en
una casa bien equipada, sólo para ellos.
-No me queda nadie. Nacimos siete (hermanos) en mi casa… Quedo yo solo. Yo no tengo
un primo hermano, un primo segundo, un primo tercero. Un sobrino carnal de mi familia.
Por mi lado nadie. Quede solo yo.
-Pero primos segundos sí tienes. La Dora, la Trini, Martín, Angelita… Sí que tienes.
-Bueno, pero son lejanos. Lejanos. Hermanos no me queda ninguno. Los conocí acá,
pero no nos tratamos mucho.
Él era el cuarto de los hermanos. María, Lola, Pedro y Juan Antonio… A la segunda,
después de que los padres murieron, la trajo a Comodoro, para darse compañía en los últimos
años.
-Pero yo les gané a todos –dice Juan, que tiene un humor a prueba de lutos—. Hasta a mi
bisabuela Eufrasia le gané, que murió con 84 años… La conocí y todos los días cuando iba al
colegio pasaba a saludarla. Le daba un beso y me tocaba desde los pies todo el cuerpo para

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LOS ANDALUCES / JUAN ANTONIO SANCHEZ LOPEZ

arriba hasta la cabeza y me decía: ‘hoy has crecido un poquito así’…


Estaba ciega la señora pero no era que fabulara. Es que Antonio, que sigue siende petiso,
crecía, pero no visiblemente. Él seguía contento su camino con el saludo de la bisa. Su papá
también andaba por el metro 65, pero a diferencia de él, era gordito.
-Hasta los 11 años nada más estuve en el pueblo que nací y de ahí nos fuimos a Vera y ahí
estuve hasta los 16, 17, porque ya me llevaron a la guerra.
-Pero antes de llegar a la guerra cuénteme de la infancia...
-¡¿La infancia?! Tuve poca. La disfruté poco la infancia mira…

Vera

z -Ahí aprendí a peluquero, con mi maestro, se llamaba Ginés Cervantes. Fui a una pelu-
quería y estaba mirando cómo se cortaba el cabello. (Dejamé que estoy hablando de mi oficio)
Hacía de mozo, de cadete. Empecé enjabonando a los clientes, y luego daba la crema cuando
ya estaba afeitado, y peinado. Los clientes me tomaron simpatía. “Aféitame Juanico”. Le gané
al maestro. Tenía la mano muy suave. No sentían la navaja. Hacía unos bigotes deliciosos. Fui
entrando así. El alcalde se afeitaba conmigo. El gerente del banco central, que estaba al lado de
la peluquería. Me daban una propina muy linda, porque el sábado es día de feria. Había que
repartir la propaganda del banco central, y me daba la propaganda para que yo lo repartiera y
me pagaba dos pesetas, que era moneda de plata. Yo iba por el mercado y no desperdiciaba
ninguna propaganda, hasta las 12 iba a la peluquería. Baltazar Giménes. Buenos clientes. Me
hechó el maestro porque le pedí mi sueldo. Me dijo que era joven. Quédese con su peluquería
que yo me voy. Me fui me compre mis herramientas y me dedique a trabajar. Y me denunció.
Yo dije que no cobraba nada. Los peluqueros sacaban las muelas. Sin autorización ni inyec-
ción. Yo preparaba la máquina con las herramientas. Tenía un salón aparte. Preparaba todo,
desinfectaba, cobraba y no me daba nada. Llegó a cansarme. 12 años. Yo me puse pantalón
largo para ir a la guerra. Tenía los pelos colorados en las patas y no se notaban. Cuando estaba
en el ejército y vine de vacaciones a la feria, fue a buscarme porque en la ingle le había salido
un forúnculo, y no podía trabajar: ¿podés entender? “Usted no se lo merece, así que muérase”.
El hijo fue a buscarme: “Juanico, mi padre no se lo merece, pero hacélo por mí”. Entonces fui.
Es la semana que son las fiestas mayores del pueblo. “Lo que ganes es para ti”. Terminaba a las
12. Y de ahí a bailar. Cuando terminé de trabajar me llamó para que le diera la mitad. Y yo…
Revolea su mano en el aire.
-”¡Téngala!”. Si no se aparta le rompo la cabeza con la bolsa de monedas… Estaba en un
piso de arriba. Ahora todo el edificio es de él. Había venido de los Estados Unidos lleno de
plata.
Esa tarde Juanico volvió llorando a su casa. Pero el hijo del maestro fue detrás, a devol-
verle la plata.
-Y cuando vendía la peluquería me llamó otra vez. Mira si el tipo me quería…
-Sí. Te quería explotar—dice Lola.
-”A mi me das 25 pesetas todo los días y suficiente”. “Yo de usted no me fío nada, quéde-
se su peluquería y váyase hasta donde Dios lo quiera llevar”. “Pero Juanico”. “Ni Juanico, ni
Perico, ni Antonico… Métase su peluquería donde quiera”.
Ahora, de pronto. Juan hace profunda su voz y más pausada… Es un narrador dramáti-
co.
-Porque vino la guerra—respira profundo— Y ya vino la miseria. La guerra civil española.
Y ya a los 17 años me llevaron. Y cuando terminó la guerra estuve preso en un campo de
concentración. Y cuando me dieron la libreta me vine a mi casa. Y a los 2, 3 meses me llevaron
a África: me tuvieron 4 años haciendo la milicia…
-¡Guau!
-Pero ahí fui cocinero... Y estuve bien.
Guerra. Campo de concentración. África. Milicia.
-Ahí sí. En la guerra sí sufrí mucho. Preso en un campo de concentración se sufre mu-
cho. Dormíamos arriba de la bosta de las chiva, con bolsas de arpillera... Semidesnudos… Te
comían las pulgas… Yo de chico estuve en el Partido Socialista, pero porque estábamos todos.
Tenía que estar… Por mi en qué partido voy a estar si lo que me gustaba eran las chicas... Ahora
ya no, pero si habremos bailado nosotros en Comodoro…
Lola, que es cordobesa, “cordobesa de España”, sigue con atención el relato de su marido
y sus enredos.
-Estuve en las trincheras. En la primera línea. Primero en un campo de entrenamiento,
donde te enseñan a manejar un arma y todo. Yo estaba en el Ejército del gobierno republica-
no. Yo tuve que pelear contra Franco en la Guerra Civil. Nos llevaron a un campamento en
Granada y de ahí estuve en el frente. Al enemigo lo tuve en frente, españoles también. Nos
separaba un río. Castillete es el nombre de esa posición. Ahí estuve. Y bueno, ahí terminó la

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LOS ANDALUCES / JUAN ANTONIO SANCHEZ LOPEZ

guerra y caímos todos presos, y hasta que me dieron la libertad pasé unos cuantos meses.
Juan de pronto lanza expresiones estridentes. “Rojillo hijo de puta”, dice que le grita-
ban, del otro lado del río. Y de pronto susurra. Es rica en matices su oratoria. Es un narrador
experimentado. Sobrio y expresivo.
-¿Y cuánto tiempo estuvo combatiendo?
-No. No. En combate no estuve, porque yo fui enfermero, sanitario. Así se llamaban.
-Pero estuvo en el frente…
-Ráfagas de ametralladora pasaban todo los días por arriba… Y mataban.
-Pero ustedes no atacaban—le recuerda Dolores, suavemente al marido.
-¿¡Eh!?—pregunta él, ruidosamente.
-Pero ustedes no atacaban...
-… a un compañero nuestro, que fue a buscar agua al río: lo mataron. Pero no, no. Noso-
tros no atacábamos. Estábamos en un frente tranquilo. Primero estuve en un campamento
donde éramos 18 mil. El campamento de Viator, en Almería. Ahí me llamaron como a todos
los de la provincia y de ahí nos distribuían. No me dieron ropa ni nada. Con lo que llegué de
mi casa estuve unos cuantos meses. Me da vergüenza… Había de todo para comer pero lo
preparaban mal. El pescado lo preparaban con tripas. A propósito, para generar malestar.
Tomábamos leche porque había chivas. Los cabreros pasaban por el campamento. Una vez al
cocinero lo metieron dentro de una paellera grande llena de moscas. En plena calle. La gente
que tenía que comer lo había metido al cocinero en la sartén y el teniente Castillo llegó y le
empezó a dar bofetadas… A tipos de más de 30 años…
Cuando el ejército se llevó a Rojillo, su madre, de apuradas, le hizo su primer pantalón
largo.
-Un día voy a un comandante que había ahí, que le faltaba un brazo, encargado de
muchas cosas. ¿Qué deseaba?”. “Venía ver si me daban siquiera alguna alpargata. Mira cómo
voy”. “¿Dónde estás trabajando tu?”. “En ninguna parte”. “¡Fuera de acá!”. “Mire compañe-
ro”. La palabra era compañero. O camarada. “Mire compañero. A mi me han traído a la gue-
rra pero no a trabajar”. “Fuera de acá”. Entonces me fui y me anoté a trabajar, a pico y pala,
en los refugios, para cuando viniera la aviación. Refugios de 11 metros de profundidad, con
galerías. Un día viene el comandante de visita y me vio ahí trabajando descalzo… Y en cal-
zoncillos. Me mira. Anota. Y después me dan la ropa y unas alpargatas, de esas con cintas
negras, que abajo son de cáñamo. Ya por lo menos estaba mejor, pero trabajar a pico y pala,
En su pueblo, de niño, al
protagonista de esta
historia lo llamaban
“Juanico el rojo”. O
“Rojillo” a secas. Una vez
un teniente casi le
arranca la oreja cuando
escuchó cómo lo
llamaban. “No permita
que le digan así”, le
con comida mala, es jodido ¿eh? Es jodido. gruñó el fascista al
pobre Juanico, que no
Cocinero tenía la culpa de ser
rojillo. Su madre y sus
z Eran soldados vestidos de civil los soldados de la re- siete hermanos también
pública. Hombres de 17 a los 50 años. “Todos bajo las armas. lo eran: todos pelirrojos.
Así nomás”.
-Y bueno. Entonces. Me llegó un brigada a decirme: “muchacho, ¿tu te comprometerías
a hacerle comida a estos 40 hombres que trabajan?”. “Y bueno”. Yo no había hecho de comer
nunca, pero “bueno, puedo hacerles de comer’”. Y cómo comían. ¡Cómo comían! Ese hombre
se ve que me tomó cariño y un día me pregunta: “¿a ti no te gustaría ser telefonista en la
comandancia?”. “¡No, no. No se lo lleven al chiquillo que cocina tan bien!”, decían.
Entonces Irrumpe Colita, con su ladrido estridente y Juan da un saltito en su sillón
petiso. “¡Llévatela lola! –grita— Pásale el cepillo”.
-A mi me tenía un teniente con él, que me quería mucho, y no quería que fuera a las
trincheras. En la comandancia. El teniente Castillo. Siempre voy a recordarlo. Fue como mi
padre. Pero a este hombre lo ascendieron a capitán, jefe de toda la costa del Mediterráneo,
entonces me quedaba huérfano yo ahí. Ahí fue que me dijo: “mira, te voy a mandar al frente
donde estuve yo, que es un frente tranquilo y la vas a pasar mejor”. Ese día salimos en cuatro
ómnibus para allá. Nos dejaron tirados en un pueblo hasta que amaneció y nos fueron distri-
buyendo. A mi me mandaron al frente de la provincia de Granada. Me encontré con el de ahí
y le di la tarjetita que me había dado el capitán. La leyó, me miró, la leyó, me miró… Y se la
metió en el bolsillo… Me dieron un fusil, dos pistolas: una 19 largo y otra de 6,35. “Esta la
llevas, por si te ves apurado que te van a matar, pues matarte tu antes”. Esa era la consigna. No
te estoy mintiendo. Esas son las consignas que te dan… Gracias a Dios estoy vivo. Bueno. El
fusil, el machete, la careta anti-gas, las pistolas esas, como cien balas. Sabes lo que pesa eso
para alguien así como soy yo. Y yo le dije. “¿No tiene usted un cañón?”.
-Pero no eras tan chiquito Juan... Que eras normal…
-Las trincheras de ahí quedaban a 3 kilómetros. Iba yo cargado que no podía ser… A los
dos días me llaman. Ese mismo señor. “Entregue lo que se le ha dado… Menos la pistola”.
“¡¿Por qué?!”. “Por si la tiene que usar, para usted mismo. Quédesela… Sabemos que es pelu-
quero”. Porque yo en el campamento cortaba el pelo también. Antes de ir ahí. Yo soy peluquero

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136 El Libro de los Pioneros

LOS ANDALUCES / JUAN ANTONIO SANCHEZ LOPEZ

desde los 15 años. En una peluquería aprendí. El caso es que me dijo que entregara todo eso y
yo le dije: “a mi no me gustaría ser peluquero”. “Tiene 3 opciones”, me dijo. “Peluquero, mili-
ciano de cultura”, que era enseñar a los que no sabían leer y escribir, “o sanitario”.
Juanico eligió ser miliciano de cultura y se puso a alfabetizar camaradas. El suyo era un
frente tranquilo. De unos 60 hombres ocultos en cuevas.
“Tápense las cabezas”, nos decían siempre. “Porque te dan en la cabeza y te matan, si te
dan en el cuerpo te pueden dejar vivo”. Esa era la consigna.
- ¿Y por qué no peluquero?
- En la guerra no. ¡No! No sabes los piojos que había. Y te daban una botella de agua para
todo el día... No, yo no. Pero como vino después un maestro de escuela, se hizo cargo de eso, y
yo entonces me pasé a sanitario. Era enfermero, con 6 camilleros bajo mis órdenes, hombres
de 40 años y yo era un muchacho para cumplir 18. El caso es que... ¿Qué iba diciendo? Ah, que
me hice enfermero. Entonces tuve que hacer prácticas de cómo se venda un pie, no sé, una
cabeza, un brazo, todo. Prácticas de vendaje.
En una de las tantas casas abandonadas del pueblo montaron el hospital, y enseguida a
Juan lo pusieron a prueba, a asistir al cirujano en una operación de apendicitis.
“Y cuando le pegé el tajo caí… Caí, caí en serio. Yo veo una gota de sangre y ya estoy en el
piso. Después se me quitó eso. Me acostumbré. Pero por suerte no era un frente de muchas
batallas. Ahí pasaba yo el tiempo de la guerra”, recuerda.
Hasta que una mañana el teniente le pidió a Juanico que lo acompañara a hacer una
exploración, para descubrir zonas débiles de la defensa en el frente. Cuando regresaron el
campamento estaba abandonado. Todos los soldados de la República se habían pasado al ban-
do del próximo dictador, cruzando el río. Habían cortado la línea de teléfono y se llevaron la
máquina. Juan y el teniente se encontraron solos en el frente. Él tuvo que ir hasta el siguiente
campamento a informar lo ocurrido. Lo explicó él mismo en una nota, “en un papel muy fino.
Porque si te agarran te lo tienes que comer”. El teniente era analfabeto y le pidió que la redac-
tara. “Era teniente por mérito de guerra. Había sido herido en combate”. Llegó a la siguiente
posición, caminando de noche. Revisó una cueva y nada. En la otra tampoco. Nadie. Se habían
ido todos. Llegó hasta donde estaban los jefes. Explicó lo sucedido al guardia y lo hicieron
entrar en una oficina.
-Y vi a los tipos ahí con unos botines, unos trajes, las patas arriba de la mesa, aquí una
botella de coñac, allá una botella de vino. Y digo yo, con mi edad: “¿y yo lucho por ésto?”. Saco
el parte, y digo: “Comandante”. Se levanta un tipo, un comisario, y me pone la pistola acá en
el pecho. Perdona la frase: “esta mierda hay que matarla”, me dijo… Hay que estar, eh (susu-
rra). No se lo deseo a nadie. El comandante le pegó un manotazo a la pistola. “Mire comandan-
te. El teniente me levantó para que lo acompañara a recorrer las posiciones y se han ido todos.
Quedamos solos. En este papel dice que vayan a reforzar aquello, por si ataca el enemigo”. El
comisario ese me miró… Hijo de puta. Me pusieron dos centinelas. Me armaron otra vez y los
llevé hasta el frente abandonado…
Todos los pesares de la guerra cayeron sobre la pequeñita humanidad de Juan hasta que
la República alzó su bandera blanca.
-Pero no me fui a mi casa. Me dejaron tirado en la calle. En el pueblo hacían pilas de
armas. Yo había dejado por ahí mis herramientas. La encontré bajando por el río a mi cajita
tirada. Y me las llevé… Después me las quitó un policía. Las tropas iban caminando. Pasaban
los camiones vacíos. Los franquistas llevaban de acá para allá los montones de soldados prisio-
neros. Estábamos transparentes. Así llegamos a donde teníamos que estar presos. Yo iba apo-
yado en un palito porque me había lastimado un pie y me iba quedando atrás y me levantó un
camión y me llevaron a la policía. Ahí me sacaron las herramientas. La guardia civil. “´Ésto es
mi vida”, “Cáyese la boca. La reclama cuando esté en libertad”. “Señor, eso lo necesito”. “Cáye-
se la boca”. Cuando me iba me agarró un viejito y me dice “¡arriba España!’. Con la mano así:
como los nazis. “Cuando se vengan esos compañeros tuyos los vamos a matar a todos”. Así me
dijo el viejo ese de mierda… Cuando llegaron me uní a mi tropa. Nos dieron un bollito de pan
y ahí dormimos, tirados en la calle, todos vigilados…
Caminando emprendieron el regreso los prisioneros al otro día y otra vez, exagerando
su renguera, Juan siguió quedando retrasado.
-Iba de regreso a mi pueblo y me llamaron de una casa. “Ey rojillo”. Así me llamaban en
el pueblo. Y me sirvieron un vaso de vino. Hacía como un año y medio que no tomaba vino…
Lo levantó otro camión y lo adelantaron hasta el convento de monjas. Juan recuerda un
salón grande “lleno de fotos con caras feas”. Las monjas lo miraron llegar desde los balcones.
Él las ayudó a mudar unos muebles en uno de los pisos de arriba. Le sirvieron comida y café,
y le regalaron una “paquetilla de tabaco y fósforos”. Abajo esperó al resto de los prisioneros.
Con un sargento llegaron otros 20 soldados vencidos.
-Ahí fue la primera vez que me dijeron hijo de puta. Nos hicieron formar y yo me formé
con la mano extendida en el hombro del otro, con el puño cerrado. Y ahora con Franco había

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LOS ANDALUCES / JUAN ANTONIO SANCHEZ LOPEZ

que tener la mano abierta. El saludo nazi. “Mira estos comunistas. Cabrones de mierda. Hijos
de puta”. De ahí me llevaron al estado mayor con esos 20. Ahí nos ficharon y había un teniente
gordo. “¿En qué frente estabas tu?”. “En el castillete”. “Ah, en el castillete. Ahí del otro lado
estaba yo”. “Cuántas veces me habrás dicho hijo de puta”. “La mismas veces que vos me ha-
brás dicho a mi”, le digo y me pegó un tortazo que me tiró a la mierda... Si me gritaban “rojillo
hijo de puta”. Y del otro lado yo: “que te recontra”. Después ya no pasó nada. Quedamos ahí
detenidos… Uno lo cuenta y se ríe, pero no se lo deseo a nadie.

Ladrón

z Estuvo detenido en un campo de concentración de la provincia de Granada, en una


especie de corral, según recuerda, dormía con su capote como todo abrigo. Lo pusieron de
peluquero, a exterminar la plaga de piojos que asolaba a los detenidos. Teníamos unas herra-
mientas muy malas. “Había un teniente que era un alma de Dios. Éramos cinco peluqueros y
un día nos dice: ‘ustedes, como premio, no se pelen, déjense su cabello’. Así pasé unos tres
meses, hasta que llegué a mi casa hecho un esqueleto. No se podía comer la comida que te
daban.
Pero cuando le dieron la libertad “me pidieron una póliza: una estampilla que valía 3
pesetas. Y yo no tenía”. Entonces pidió permiso para salir a limosnear y cuando estuvo en la
calle, a un cura que pasaba le besó la mano. 18 pesetas le dio el prelado. Con lo sobrante
compró todo lo que pudo para comer. “Pan, panceta, longaniza. Un paquetito lindo. Tardé
cuatro días en volver al pueblo. Estaba como a 300 kilómetros”. Durmió la primera noche en la
puerta de la estación. Había llegado a la capital de Granada a tomar el tren a casa.
“Y estaba yo todavía en la estación cuando una viejita me pidió que la ayude a subir las
cosas al tren. Cuando volví mi poncho estaba, pero el paquetito que tenía con cosas para co-
mer me lo habían llevado unos árabes. Entonces yo fui y le digo ‘mire, por ayudarle a usted
me quedé sin comer todo el viaje’. No le importó. No me dio ni un pedazo de pan la vieja. He
sido ladrón también y no me da vergüenza. Cuando el tren se metió en el túnel le pegué un
puntazo a la bolsa con la cola de la cuchara, agarré un pan y me fui para otro vagón. Con ese
pan estuve tres días y tres noches. Parecía un cadáver”.
El tren lo dejó a 28 kilómetros del pueblo. Pasó la noche caminando, y a la mañana, en la
central termoeléctrica, encontró al padre en su puesto. Se abrazaron llorando de alegría y él
siguió camino a su casa, al reen-
cuentro con su madre, que fue
todavía más emotivo.
“Uf. No quiero ni pensar.
Mi mamá sufrió mucho”. Otro de sus hijos había vuelto vencido
de la misma guerra, y luego murió en su casa, con 25 años, por efecto de una infección silen-
ciosa. Fue cuando a Juan la Patria volvió a reclamarlo, a los 3 o 4 meses de haber cumplido su
servicio a favor de la vencida República.
“¡Calle coño!”, le dice a Colita, que ladra otra vez de improviso.
“Juan Rodriguez Orellana se llamaba el comandante mayor. Murió con 105 años. Era
Andaluz. Bien Andaluz. Son ocho provincias las de Andalucía: Málaga, Almería, Jael, Córdoba,
Sevilla, Huelva y Cali. Somos medio moros los andaluces. Risueños. De hacer chistes y todo
eso. Nunca hemos tenido problemas. Somos andaluces pero primero españoles”.
En su pueblo estuvo empleado “en un trabajo de pico y pala”, en la construcción de una
“carretera”. Pero al cabo de 3 o 4 meses llegó esa carta y debió partir a Almería. “Primero juré
la bandera roja, amarilla y morada, con la República. Era muy bonita. Y después la roja, ama-
rilla y roja. Con Franco”. Y lo despacharon a África, a Marruecos. Afectado a la “novena agru-
pación de intendencia”, que “era el cuerpo de los niños de bien. Se ocupaba del almacenaje y
la logística de los víveres. Yo no era amigo de un cura ni de un obispo ni de un teniente. No sé
cómo fue pero me destinaron a ese cuartel de Ceuta, un cuartel de acomodados, frente a Gi-
braltar. Suministraba todo a los demás cuerpos que había en Marruecos”.
Tampoco quiso emplearse de peluquero en esos cuarteles VIP, pero era tan simpático el
rojillo, que un cabo primero, que le “había tomado cariño”, le propuso ser mozo en el come-
dor. Saco blanco, camisa blanca y moño negro. Servía a los jerarcas y se hacía unas pesetas
extras cortando el cabello. Pero el cabo Barceló pronto le consiguió un nuevo ascenso. Como
mozo lo reemplazó el matarife, responsable de dar la estocada final a vacas y cerdos en el
criadero del cuartel, y él pasó a ser cocinero mayor, respaldado en otros dos compañeros que
sabían de cocina mucho más que él, que era peluquero. “No tuve amigos como esos. Cobraba
el doble y aprendí mucho”.
En esa cocina de cuartel pasó casi cuatro años y conoció los secretos de todos los tipos
de paellas que se cocinan en España. O de la mayoría. Años más tarde, ese saber le daría
buena fama en todo Comodoro Rivadavia y sus alrededores. Acá Juan cocinó para personal

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140 El Libro de los Pioneros

LOS ANDALUCES / JUAN ANTONIO SANCHEZ LOPEZ

del Ejército, la Fuerza Aérea e YPF. Para la Casa de Andalucía y los sindicatos. Para compañías
petroleras, cocineras aprendices y magnates antojados.
“Está lloviendo –dice de pronto—. Con razón vi que pasaba un barco”.

Lola

z Ya es verano. Maduran los tomates. Colita sigue haciéndolo rabiar con sus ladridos de
pájaro. Las flores saludan al sol en el jardín de Rada Tilly. Juan está animado y deja atrás las
historias de la guerra. Cuenta que cuarenta y ocho meses estuvo en Marruecos hasta que vol-
vió a su pueblo. Tenía ya 24 años. Trabajó en la central eléctrica un tiempo hasta que se peleó
con el padre y se decidió a cruzar toda España para ser libre, hasta de su familia.
“Yo era bastante noviero. Tenía una novia y él quería que me separara. Una tarde venía
de buscar agua de la fuente y él estaba tomando el fresco. ‘A ver cuando dejas esa chica’. ‘A mi
no me manda nadie. Ya bastante me han mandado’. Y me fui a sacar los pasajes”.
En Barcelona vivía una tía y sus abuelos maternos. El padrastro de su madre había tra-
bajado en Comodoro Rivadavia. Los viejos le mostraban fotos de este pueblo, la administra-
ción de YPF, la árida meseta alrededor. Se instaló en la casa de su tía, hermanastra de su
madre y trabajó de albañil y en distintas peluquerías haciendo ayudantías los sábados medio
día.
En Barcelona también vivía Dolores, en casa del hermano. El hermano de su cuñada,
Esteban, era amigo de Juan. De allá, de Vera. Por ese lado vino el encuentro. Todavía la familia
de Lola vivía en Adamús, en la provincia de Córdoba. Cuando se encontraron por primera vez
ella tenía 18, él tenía 26. Fue una Nochebuena, en casa de amigos. Una casualidad, si es que
existe tal cosa.
Juan, simpático rojillo, ya maduro seductor, estaba flirteando con una de las chicas de la
casa. La Nochebuena burbujeaba alegremente en su espíritu festivo y entre risas, todos en la
casa eran cómplices del inminente romance. Pero Lola llegó de pronto y lo deslumbró.
A ella también el colorado le causó una gran impresión, pero negativa. “Estaba borra-
cho”, como todos en la casa. Juan todavía tenía pelo pero ella lo vio viejo y verde. “’Ay que
linda’. Que no se cuanto. Que ‘me voy a casar con ella’”, le decía Juanico. “¡Bah! Qué hombre
tan atrevido”, comentaba ella y nada quiso saber del colorado. “Ella era muy, muy bonita y
además muy simpática”, recuerda el esposo, y vuelve a bajar su voz, al tono de la confidencia:
“a mi me echaron de mi casa… por otra mujer. Porque yo quería a una, que en Vera, nadie la
quería”.
-Pero eso fue mucho antes. Ya basta. ¡Que me voy a poner celosa!—interviene Dolores,
que vuelve a la mesa ratona del living con un plato de sandwichitos.
-Uf... Ya me enfermó mi mujer…
-Pero si ya estás enredando todo y no cuentas que casi te envenenan, porque esa vieja
había hecho desaparecer a otros maridos de sus hijas…
Lola barre la anécdota bajo la mesa ratona y la historia sigue en la mesa grande del
living. Juan se hamaca en su sillón contando “uno… dos … tres” y se levanta. Es muy gracioso.
Ella destapa la botella y sirve cerveza en tres vasos altos. Una noche tibia cae sobre Rada Tilly.
Se encienden estrellas y grillos. Cuentan que en Barcelona Juan hizo los esfuerzos suficientes
para limpiar su imagen y ganar la atención y la simpatía de la pequeña Lola hasta que se
pusieron de novios y vivieron un “respetuoso” romance de 3 años. El viviendo en casa de la
tía. Ella en lo del hermano, también con su mamá.
-Yo me eché a Lola de novia y juro por mi madre que nunca más tuve otra novia. Y la sigo
queriendo. Pero no sé si ella me quiere a mi.
-La verdad que estoy pensando en pedirte el divorcio viejo.

Casa

z “Yo traía una sola valija y medio vacía. El que te revisa en el puerto me preguntó: ‘¿qué
trae ahí?’. ‘Hambre’, le digo, y me escuchó una vieja española: ‘eso no se dice’. ‘Usted no lo dice
porque le sobra señora. Yo vengo acá porque tengo hambre’”.
Juan llegó a la Argentina en el Conte Grande el 7 de marzo de 1950, atraído por una
“carta de llamada” de Andrés García, un sobrino de su padre que vivía en Comodoro Rivada-
via. Era su único contacto de este lado del Atlántico. Él lo llamaba tío. Hizo unos pesos en el
barco cortando el pelo. Era el único dinero que traía.
Llegó a Buenos Aires al mediodía y recién a la noche marchó al hotel a encontrarse con
Andrés, la tía Rosario y su hija. “La gran puta, ¿dónde estabas?”. Le reclamó el tío, preocupado
por su tardanza. Juan se echó a llorar y en el abrazo de su tío encontró consuelo y entendió que
la “puta”, en Argentina, es más un modismo que un insulto. Cenaron en paz y por primera vez
en su vida Juan comió ravioles. Nueve días pasearon en Capital. “Mándeme para Comodoro

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142 El Libro de los Pioneros

LOS ANDALUCES / JUAN ANTONIO SANCHEZ LOPEZ

por favor –le pedía al tío—. Que tengo que trabajar para pagarle”. Y el tío se enojaba. Nunca le
aceptó un peso. Ambas familias vivirían una larga amistad, de muchos domingos comparti-
dos en Comodoro. “Que hombre bueno carajo”, recuerda Juan. “Para nosotros fueron nues-
tros padres”, dice Lola.
Juan dejó Buenos Aires rechazando ofertas de trabajo y amistad de migrantes que le
tendieron manos al pasar. Un taxista gallego le fío el primer viaje al hotel, un italiano le ofre-
ció un puesto bien pago en su peluquería de Congreso, del zapatero tucumano que fue su
compañero de habitación guarda una imagen entrañable: el también estaba en Buenos Aires,
trabajando para poder ayudar a sus padres en el pago.
Hasta San Antonio viajaron Juan y la familia de su tío en tren. A él lo vacunaron en la
estación rionegrina sin jeringa. “Con una cuchillita te hacían cortesitos y ahí te ponían el
líquido. La enfermera era una bruta. El tío la puteó”.
Abordaron en San Antonio un colectivo de Transportes Patagónicos. “Mi tío se reventó
el dedo con el asiento. ¡Qué caminos había! La ruta 3 era un desastre. Vinimos a los saltos. Yo
decía ‘¡¿qué hago acá?!’. La calle de entrada a Comodoro era angostita y estaba todo embarra-
do”.
Puede estimarse que fue la noche del sábado 18 marzo de 1950 que Juan pisó por prime-
ra vez Comodoro. “Traía unas chanclas, unos mocasines que se me quedaron en el barro ape-
nas nos bajamos. No había asfalto en ningún lado y unos pobres farolillos en la calle San
Martín. En la 9 de Julio, en la usina vieja: ahí paraban los transportes. Alsina era una zanja.
Estaba el Hotel España y ahí me quedé esa noche. Había un gaucho en la habitación. ‘Buenas
don’ me dijo. Y después lo veo que saca el revólver y lo pone en la mesita de luz, y un cuchillo.
‘Hasta mañana don’ me saluda. Estuve la mitad de la noche como el tuerto: un ojo cerrado y
otro abierto. Y se fue sin hacer ruido. Cuando abrí la ventana y vi para el cerro Chenque, digo
‘¿dónde has venido Juanico?’”.
Al día siguiente su prima le mostró un recorte del diario Rivadavia: “se necesita oficial
peluquero en kilómetro 8, con el 70% del sueldo y derecho a pieza”.
“Así llegué al 8. Estuve cuatro años ahí. En una piecita por ahí por la cancha. Estuve
encargado de mantener la cancha de Comferpet. Era el que marcaba las líneas. ¿Pero sabes lo
que es el 8 para uno que viene de Barcelona: una ciudad de 4 millones de habitantes? Estaba la
refinería. Estaban haciendo la planta de cinc. La planta de cemento. Estaba lleno de pozos de
petróleo. Voy allá y el peluquero cuando me ve entrar me dice: ‘¿Usted es peluquero?’. ‘Sí, vine
El acento, el
temperamento y los
modos de la relación de
estos abuelos españoles
son divertidos para
acompañar con café esta
mañana de invierno
soleada sobre Rada Tilly.
Hijos y nietos de Juan y
Lola los trajeron para
por el aviso del diario’. ‘¿Cuándo empieza a trabajar?’. ‘¿Pue- que estén más cómodos
de ser mañana?’. Mi tío me compró la cama y nos fuimos a la acá en la villa, más
pieza de soltero. Al otro día, que era lunes, a las 2 de la tarde cerca, en una casa bien
ya estaba trabajando, y el primer cliente que tuve lo tuve equipada, sólo para
para siempre: Edmundo Cavaco. Le corté el cabello, lo afeité ellos.
y me dijo: Esta cabeza no la va a tocar nadie más que usted.
Desde Rada Tilly viajaba hasta Palazzo para cortarse en mi peluquería”.
Estando ya en Comodoro Juan se puso a pelear con el suegro por la mano de Dolores.
Que sí, que no. Carta va, carta viene. Una semana una pregunta, a la otra semana la respuesta,
y así hasta que todos hicieron la paz, los novios impusieron su amor y se casaron por poderes.
El acá, ella en Barcelona, el 1ro de octubre de 1950.
Esto del casamiento y de pedir la mano trae un recuerdo llamativo a la memoria de los
novios, que cuentan que el papá de Juan y la mamá de Lola tenían un mismo rasgo distintivo
común: 6 dedos en una mano.
Pero ni un dedo de más le había puesto Juan encima a Lola todavía, cuando ella desem-
barcó el 30 de abril de 1951 en Buenos Aires siendo su esposa. El la estaba esperando.
-Habíamos estado de novios, pero tú sabes: ¡no se toca nada!
-¿Pero qué hablas Lola? ¿Yo te ofendí?
-Pero no. Por eso digo...
-Ya estoy pensando que me voy a divorciar.
Después de una semana de luna de miel en Buenos Aires la pareja llegó a vivir al mo-
noambiente que Juan había alquilado en Chacabuco, entre Ameghino y Rawson. Dolores re-
cuerda el mantel y los lazos de la mesa. Y en el centro, esa “torta de novia tan linda” que le
habían cocinado las primas.
Juan viajaba todos los días al 8. Después trabajó durante 23 años en la peluquería de “La
Mona”, un multirubro con vidriera a la ruta en kilómetro 5 y ellos vivieron en una piecita del
fondo. Finalmente inauguraron su propio negocio en Palazzo. Juan lo construyó con Lola y
amigos, balde a balde, palada a palada, sobre ese pedazo de tierra que Argentina promete a los
hombres de buena voluntad. “Empezamos como se hace ahora: nos metimos nomás”. En el 66
ya habían instalado una prefabricada. El salón de 8 por 6, con baño para la peluquería, lo
inauguraron en el setenta y pico. Tuvieron en su casa, en Palazzo, una vida social intensa.
Siempre con invitados, amigos y familiares en torno a la mesa.

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144 El Libro de los Pioneros

LOS ANDALUCES / JUAN ANTONIO SANCHEZ LOPEZ

En el 52 nació Pedro, el hijo mayor, y Antonio en el 55. Hoy tienen ocho nietos y 4
bisnietos. Desde 2010 que están en Rada Tilly. Gabriel, el mayor de los nietos, vive en la casa
de al lado. Están mejor en la Villa. Cuidados, rodeados del amor de los suyos. El 1ro de octubre
de 2011 cumplieron 62 años de casados.
-Y nunca nos echamos.
-Jamás le falté el respeto. Ni ella a mi. Espera… Hay un dicho, sobre el casamiento…”tu
sabes lo que es casarse, lo que esa palabra encierra: vivir en continua guerra, los cabellos
arrancarse. Pues casarse amigo mío, es como tirarse a un río… con propósitos de ahogarse”.
-¡Venga Juan!—lo reprende Lola.
-Pero si estos versos son más viejos que un diablo—dice Juancito y la picardía de aquel
rojillo vuelve a iluminar sus ojos z
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146 El Libro de los Pioneros
Capítulo II

Los italianos

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148 El Libro de los Pioneros
L
os italianos estuvieron en Comodoro desde sus inicios, de la
mano de Francisco Pietrobelli, el fundador y pionero de la
cuidad. Este grupo migratorio mantuvo continuidad y presencia
en la sociedad local, aunque de manera declinante, hasta mediados del
siglo XX.
Bajo la presidencia de Juan Domingo Perón se promovió la llegada de los
últimos contingentes significativos de inmigrantes italianos. Fue el
segundo grupo en organizarse institucionalmente por medio de la
Asociación Italiana de Socorros Mutuos (1919). Su inserción en el tejido
económico de la sociedad local fue, tal como en la situación de los
españoles, de una amplia diversidad.

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150 El Libro de los Pioneros
LOS ITALIANOS

Reseña histórica

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152 El Libro de los Pioneros
RESEÑA HISTORICA

Los Italianos

L a Asociación Italiana de Socorros Mutuos tiene sus inicios allá por el año 1919, cuando
Comodoro Rivadavia era muy joven. La colectividad italiana fue una de las pioneras de
la colonización de estas tierras patagónicas, encabezada por el explorador veronés que fue
Francisco Pietrobelli, que en su afán de procurar una salida natural al mar para la colonia
establecida en Sarmiento, trazó una ruta desde la ciudad de los lagos a Punta Borja y allí
levantó el primer galpón, el cual fue el embrión de un pueblo al que posteriormente el gobier-
no nacional le impuso el nombre de Comodoro Rivadavia.
Muchos de los inmigrantes que a partir de esa fecha llegaron a esta Patagonia y la adoptaron
como una segunda patria, pusieron en ella todos sus esfuerzos y esperanzas. Con la añoranza
tal vez de la tierra lejana, se agruparon con un fin común y el propósito de lograr una convi-
vencia digna para todos los hombres que quisieran acercarse a ella.
Con este objetivo nace la Societa Italiana di Mutuo Soccorso di Comodoro Rivadavia. Para
convertir en realidad sus propósitos se lleva a cabo una asamblea, planificada en varias re-
uniones anteriores, en el ex Cine San Juan, en cuya oportunidad estuvieron presentes los 142
socios fundadores de la entidad.
Este grupo de italianos estaba formado por residentes en el pueblo y en los campamentos
petroleros. Realizada la asamblea constitutiva se procedió a designar la primera comisión
directiva, cuyo presidente fue el Sr. Giovanni Pasta. Se elaboraron entonces, los estatutos, que
a partir del 26 de octubre de 1919 normarían los destinos de la flamante institución.
En ellos queda claro que el objetivo de la Asociación es el “bien común, inspirándose en prin-
cipios de humanidad, y de justicia” (art.2), “ajena a cuestiones políticas y religiosas, la Asocia-
ción se esforzará por mantener vivos los lazos de hermandad y proveerá a la instrucción de los
socios e hijos de los mismos” (art.3). Continúa el crecimiento de la colectividad y obtiene la
Personería Jurídica el 13 de diciembre de 1927, por decreto del Poder Ejecutivo Nacional,
correspondiéndole el Nº 38.
En 1924 se realiza una reforma en el estatuto, por la cual pueden acceder a cargos directivos
los hijos de italianos. Recién en ese año las actas comienzan a redactarse en castellano. Poste-
riormente, el 30 de octubre de 1959, por decreto Nº 3301 del Gobierno de la Provincia del Chu-
but fue ratificado dicho acto legal. Es importante destacar que la Asociación Italiana figura

El Libro de los Pioneros 153


154 El Libro de los Pioneros

LOS ITALIANOS / RESEÑA HISTORICA

con la matrícula Nº 3 en el Registro Nacional de Mutualidades.


Desde sus comienzos se constituyó en un centro de camaradería y recreo de los asociados y sus
familias, mediante la concreción de reuniones sociales, bailes y picnic que se realizaban en
zonas cercanas al pueblo, en los cuales las canciones y los bailes típicos se sucedían en el
tiempo de descanso de las largas jornadas de trabajo semanal.
Tanto la primera comisión directiva como las que le sucedieron proyectaron la construcción
de la sede social. Recién en 1927, el 10 de febrero, se concretó una parte de esa ambición. En
asamblea extraordinaria se consideró la adquisición de dos terrenos en la calle Belgrano 841,
propiedad de Venter y Cía. Allí varios años después iba a levantarse la actual sede social.
Pasaron algunos años y el 9 de septiembre de 1945, deciden los directivos de ese entonces
llamar a asamblea extraordinaria con el fin de solicitar a los socios la aprobación del proyecto
para la iniciación de las obras, aspiración largamente acariciada por los asociados.
La construcción demora un tiempo, pero van edificando de a poco, los prósperos empresarios
del ramo colaboran para ello; surge así el primer salón donde tendrán lugar las fiestas patrias,
las kermeses pro ayuda en tiempos de guerra, la cena de aniversario y otros.

Durante muchos años se produjeron enfrentamientos políticos entre los partidarios de las
ideas fascistas que circulaban en Italia y los que no apoyaban las mismas. Esto motivó la
escisión de la Asociación en dos sedes: La Asociación Democrática Italiana, en Km 3, y la Aso-
ciación Italiana, en el centro. Recién al año siguiente, el 30 de junio de 1946, se formaliza uno
de los más grandes acontecimientos, en lo que se refiere a la colectividad italiana de la zona.
Ese día, se decide la fusión, en una sola entidad, de las dos sociedades italianas que existían en
la ciudad.
En 1947 surge la República y la ocasión de una nueva fiesta.
Indudablemente este acontecimiento, junto a la construcción de la sede, resultan en el
historial como actos de gran trascendencia y el punto de partida para la consolidación defini-
tiva de la institución en la ciudad.
Durante las décadas siguientes a su formación, la Asociación mantuvo su protagonismo
dentro de la vida social y cultural de Comodoro, y recibió un renovado impulso a partir de
finales de la década del 80, el cual se mantiene con el trabajo diario de los diferentes grupos de
colaboradores.
Es una de las colectividades fundadoras de la Federación de Comunidades Extranjeras.
Se continúa con el dictado de clases del idioma italiano. Los cuerpos de baile realizan sus
encuentros semanales. Constantemente un grupo de damas mantiene las tradiciones culina-
rias, reuniéndose para cocinar. Estas delicias se pueden disfrutar durante la “Tallarinada al
uso nostro” que se realiza a comienzos de junio, recordando el aniversario de la República y
luego en noviembre, cuando se celebra el aniversario de la institución, con las tradicionales
pizzas.
Otro de los orgullos de la Asociación es su cuerpo de baile, iniciado, espontáneamente en
una de las primeras ferias de colectividades, que se hacían en el ex Mercado Regional, el públi-
co en general y los integrantes de la juventud de las demás colectividades pedían que alguien
saliera a bailar cuando de los equipos de sonido se escuchaba la música de una alegre y pega-
diza tarantela.
De acuerdo al recuerdo que tiene uno de sus integrantes, se rescata que lo único que sabían
sobre bailes era lo que compartían en las reuniones familiares, pero la insistencia era muy
grande, y el deseo de mostrar la presencia de la colectividad influyó para animarse a dar unos
pasos. Con algunas indicaciones, una pequeña pareja deleitó con gracia y desenvoltura a los
entusiasmados presentes, llevándose el eufórico aplauso.
Así se inició el cuerpo de danzas, compartiendo el tiempo en los ensayos afianzaron amis-
tades que en algunos casos dieron lugar a la formación de jóvenes familias.
El cuerpo de baile ha crecido en estos 22 años de existencia, actualmente cuenta con aproxi-
madamente 30 integrantes. A esto se suma el numeroso grupo infantil y el de las damas, todos
ellos representando el espíritu italiano en las cenas que se organizan en la Asociación, en la
Feria de Comunidades y en todo evento donde sean requeridos z

El Libro de los Pioneros 155


156 El Libro de los Pioneros
LOS ITALIANOS

Personalidades

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158 El Libro de los Pioneros
LOS ITALIANOS / ROSA MARIA MICHELINA

La novia italiana

E s verdad que apenas se veían allá en el pueblo de Italia, de vez en cuando, y que se
terminaron casando “por poderes”, sin saber mucho más el uno del otro.
Pero al final: “dos personas nunca terminan de conocerse. Ni cuando mueren se cono-
cen a fondo”, dice Rosa Sarubbi, que fue la compañera de Nicolás Torraca por 29 años. “Pero
entre nosotros siempre hubo respeto y confianza”, cuenta, y dice que su esposo era una gran
persona y, de testigo, lo pone al tío Roque.
Nicolás Torraca también le pagó a él el pasaje después de casarse a la distancia con Rosa.
Y también cambió el pasaje original por dos lugares en un barco más grande, como se le
ocurrió a Rosa que tenía que ser en el último momento, demorando la partida. El la siguió
esperando y Rosa al fin llegó “con guardaespalda” a consumar su matrimonio a la Argentina.
El tío que la acompañaba había sobrevivido a las guerras de Mussolini contra el mundo.
Once años bajo bandera italiana. Nicolás lo tuvo viviendo con ellos por el resto de su vida, en
su casa, acá en Comodoro, al bueno del tío Roque Frezza, que nunca se casó.

Cartas

z Antonieta nació en 1952. Felipe Esteban en 1955 y Mario Pascual en 1958. Los tres son
hijos de Rosa Sarubbi y Nicolás Torraca, el inmigrante italiano que inició la tradición cons-
tructora de la familia que elevó muchos de los edificios que existen en Comodoro Rivadavia.
Felipe carpientero. José y Vicente sastres.
Rosa es viuda hace muchos años. Su marido falleció Perfil
en el 80. Es una abuela italiana, pequeñita y enérgica, de z Rosa María Michelina nació el 8
esas que dicen “hica”, en lugar de hija, “vieca”, en lugar de de mayo de 1925 en Italia, en
vieja. Tiene su acento vivo, como si ayer hubiera bajado del Sanmartino, Potenza, región de
barco. Basilicata, antigua Lucania. Llegó
Rosa es una mujer inquieta. Está sentada en un banco a Comodoro Rivadavia en 1951
alto, en el living del departamento de uno de los edificios para consumar su matrimonio con
Torraca. Dobla el ruedo de su vestido florido. Se acomoda en Nicolás Torraca. Hoy tiene 4
el banco. Se desarruga la falda. Se reacomoda en el banco. bisnietos z

El Libro de los Pioneros 159


160 El Libro de los Pioneros

LOS ITALIANOS / ROSA MARIA MICHELINA

Desdobla el ruedo de su vestido. Se arruga la falda. Todo el tiempo. La hija la reta como a una
hija, que se quede quieta, que ya está bien con el ruedo. Ella se queja. Exclama vocales como
quejas. Que ya no la moleste. Ah, ah.
Pero ella había pedido que Antonieta la asistiera durante esta entrevista, porque dice
que ya no escucha. Pero ahora que Antonieta está hablando por teléfono, la escucha allá en la
cocina, y aprovecha para despotricar contra el celular y los nuevos vicios de la hipercomunica-
ción.
“E ma gracioso el teléfono ahora. Toto en la calle andan hablando solo”. Tampoco ve del
todo bien Rosa ya, pero el detalle de que en el plazo de una década los humanos pasaron a
hablar solos por la calles pretendiendo que se comunican con otros seres en el más allá no se
le escapa. Pasa desapercibido, es como natural para todos, pero a ella no se le escapa.
En su tiempo no había más que correo: el tradicional, el de las cartas que iban y venían
navegando a través del océano, comunicando gente, haciéndola interesarse, conocerse, com-
prometerse y hasta casarse.

“Por poderes”

z Suena diferente pero lo hacían muchos. Un poder de acá para allá, un poder de allá
para acá. Rosa se casó con Nicolás Torraca por vía postal. Montón de inmigrantes de Comodo-
ro lo hicieron. Ponían a una tercera persona en el viejo mundo que los representara antes el
juez y el novio, o más frecuentemente la novia, firmaban unos cuantos papeles antes, unos
cuantos sellos y listo, quedaban casados. A Nicolás lo representó su suegro. Casamientos “por
poderes”, los llamaban. Rosa lució esa tarde un vestido blanco impecable, y después hubo
fiesta. La familia celebró al unísono el casamiento y la despedida de la hija.
Rosa y Nicolás se casaron de pura fe, de pura esperanza. Apenas se habían visto como
vecinos en el mismo pueblo allá en Italia, pero no habían conversado personalmente más
que las palabras de cortesía al cruzarse en la calle. Ella de blanco en Italia. El esperando
ansioso en Argentina la vuelta de correo. Al fin llegó la respuesta y empezó los trámites para
traerla.
Rosa embarcó en Nápoli el 1ro de mayo de 1951. Festejó su cumpleaños en el barco y el
20 de mayo siguiente llegó a Buenos Aires con 26 años. Antes estuvo un día en Sao Paulo,
Brasil, a donde fue interceptarla, pero con el mayor de los respetos, un pretendiente brasile-
ro, que se quedó nada más que con algunas fotos que le tomó a la vecina. El 24 de mayo, Rosa
y Nicolás se casaron por iglesia en la capital porteña, en la iglesia San José, en el barrio de
Flores. Para ella todo fue una sorpresa. El le compró un hermoso vestido blanco. Estuvieron
10 días en Buenos Aires, de luna de miel. Al año siguiente, en Comodoro, 9 meses después
nació la primera de sus hijos.

Afortunada

z No fue muy original Rosa, que vino a nacer un 8 de mayo, igual que su madre. Menos
original fue la última de sus hermanas, que nació el mismo idéntico día.
“’¿Pero cómo hiciste?! –le decía yo—. Y se reía mi mamá, la pobre”.
Rosa es del año 25. Nació en Sanmartino, provincia de Potenza, región de Basilicata,
antigua Lucania. De por ahí eran también los Torraca. De ahí el nombre del lujoso hotel que la
familia construyó en Comodoro.
En Sanmartino vivía el abuelo paterno, que había enviudado hacía poco. El hijo y la
nuera le hacían compañía. Pero fue en Spinosso donde Rosa pasó la infancia y donde nacieron

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162 El Libro de los Pioneros

LOS ITALIANOS / ROSA MARIA MICHELINA

sus hermanos. En el mismo pueblo había nacido Nicolás Torraca, dos años antes que ella.
Fueron cinco los Sarubbi, cuatro chicas y un varón. Ella es la más grande y la única que está
fuera de Italia. Otras dos hermanas siguen en Spinosso. La otra en Florencia.
Justo el año que nació Rosa llegó la energía eléctrica al pueblo. Capaz que viene de ahí su
ánimo enérgico. “Somos todos viejos ya. La única afortunada soy yo, que todavía estoy bien, y
que tengo cuatro bisnietos”, dice la bisa, que tiene muy buen humor y ríe, como dando toseci-
tas, con su voz ronca de hablar toda una vida, con ese tono tan típico de los italianos, eferves-
cente, allá arriba.
La mamá era ama de casa. El papá comerciante. Tenía un local de ramos generales.
Cuando Rosa era chica no había otro negocio en todo el pueblo. Su casa, antigua, de dos plan-
tas, tenía un balcón sobre la plaza principal. Todavía lo tiene. Antonieta muestra fotos recien-
tes, donde aparece un primo, que es el que organiza los recitales que animan esa plaza con
piso de baldosas los fines de semana.
“¡Viste que lindo! Es un pueblo. Es viejo. Hay una ley que no deja que saquen las facha-
das de los edificios así que está todo iguale. Pero es todo verde. Para pasar las vacaciones e
lindo. Para vivir no me gusta, porque la verdad que no hay gente, todos los jóvenes se van a
otro lado”.
Lo mismo hizo ella, después de la Segunda Guerra Mundial, en 1951. Recién volvería de
visita en 1964. Para entonces su padre, quien más la había animado para venir a la Argentina,
ya había fallecido.
“Después de la guerra vino la revolución en Italia. ¡Nosotros tuvimos diez años de gue-
rra! ¡¿Te parece?! Murió mucha gente. Perdimos mucho. Ahí en la plaza están todos los nom-
bres de los que murieron del pueblo, pero en la Primera Guerra mundial, que eso fue en el 15.
Después perdimos la guerra. Mataron a Mussolini. Todo era un desastre. Por eso la gente
emigraba, y hay que decir la verdad: que la nación argentina, abrió la puerta a mucha gente
extranjera, que venía a buscar trabajo”.
A la escuela primaria fue con el uniforme del régimen fascista, toda de blanco y negro,
hasta con gorro cubriendo la cabeza. “Secundario no había todavía en aquellos tiempos. Lo
único que yo aprendí mucho, que no teníamos otra oportunidad ¿no?, fue la costura. A mi me
gusta mucho cocer. Después del primario empecé a estudiar algo de costura y ama de casa.
Porque mi papá no quería mandarme a estudiar. Ante se estudiaba de maestra por ejemplo,
pero había que mandar afuera. ‘¡Sos loca vos! ¡Qué voy a mandar!’, decía. A mi hermano sí, lo
Es verdad que apenas
se veían allá en el
pueblo de Italia, de vez
en cuando, y que se
terminaron casando
“por poderes”, sin
saber mucho más el
uno del otro. Pero al
final: “dos personas
nunca terminan de
mandó estudiar afuera, pero a ninguna de nosotras cuatro conocerse. Ni cuando
mandó”. mueren se conocen a
Antonieta, la hija mayor dice que “cose bien la vieja”. fondo”, dice Rosa
Que de chicos a ellos tres les hacía la ropa. Que todavía hoy Sarubbi, que fue la
sigue arreglando sus propios vestidos. compañera de Nicolás
“Yo cuando vine acá extrañaba mi máquina, entonces Torraca por 29 años.
mi marido me compró directamente una. No había acá en “Pero entre nosotros
Comodoro todavía cuando yo llegué. Comodoro era un cam- siempre hubo respeto y
po. Era feo. Pero se podía progresar”. confianza”, cuenta.

Spinosso

z Son poquitos los recuerdos que vuelven a Rosa de su lejana infancia. Hay algunos
sabores, como el de la “carne al arrosto”, el humo del carbón trepando a la planta alta desde la
vereda. Así llaman los italianos al asado, o a algo que se les parece. La madre era buena coci-
nando. De su infancia vuelven sobre todo esos sabores.
Y en la adolescencia era los chicos con los chicos, las chicas con las chicas. Los grupitos se
juntaban en la plaza del pueblo, sin mezclarse. Paseaban por los alrededores sin cruzarse. No
compartían. Se aburrían los chicos de Spinosso. No había más fiestas que la de los santos. De
todos y cada uno. Tan católicos ellos, los italianos. Bicicletas había muy pocas y cuando un
auto aparecía todo el pueblo se alborotaba alrededor.
Pero a Rosa se le aparece de pronto la imagen de la moto más famosa de Italia, la sensa-
ción del viento en la cara. Bari no quedaba lejos de Spinosso. Un tío materno que era militar la
llevó a pasear un día. “Me acuerdo que las chicas andaban en Vespa. ¡Que lindo que era! Allá
en la ciudad se divertían. No era como en lo pueblo. Tenían otra cosa. Otra oportunidad. A mi
me gustaba. Qué linda la ciudad. Por eso yo pensaba siempre en emigrar a algún lado. Que-
darme en el pueblo nunca quería “.
Para colmo gobernaba Italia un régimen fascista, con el control absoluto sobre cuerpos y
almas, y encima la guerra. Por eso a ella la entusiasmó su amor por correspondencia, la posibi-
lidad de viajar, conocer mundo, “salir de esa monotonía”. También se sentía acechada por el
tiempo. A los 25 todavía no había tenido un novio, y estaba a un paso de pasar de soltera a
solterona. Entonces era todavía más cruel el tiempo para las mujeres.

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164 El Libro de los Pioneros

LOS ITALIANOS / ROSA MARIA MICHELINA

Don Torraca

z Sondeando en las motivaciones de su viaje, Rosa se remite al año “diechinuovo, o


antes”, cuando quien sería su suegro, don Filippo Torraca, llegó por primera vez a la Argentina.
Desde entonces fue habitual que trabajara acá un tiempo y volviera, y así siempre, según
como soplaran los vientos. Era un sastre de primera. Trabajó en Buenos Aires, Bahía Blanca y
otros puntos del país hasta que desembarcó en Patagonia, en Comodoro Rivadavia precisa-
mente, atraído por los comentarios sobre una ciudad rica en petróleo, gobernada por una
empresa estatal poderosa, y llena de oportunidades.
Entre idas y vueltas, don Torraca tuvo 6 hijos allá en Italia. Más o menos cada dos años.
El segundo fue Nicolás, que nació en Spinosso, en el 23, dos años antes que Rosa Sarubbi.
Entre el 35 y el 45, Torraca y su familia perdieron cualquier tipo de contacto. Hubo una
guerra mundial de por medio. Por esos años el suegro se afincó en Comodoro e instaló su
sastrería, como correspondía: en calle Italia casi San Martín; y enfrente alquiló una casa. “¡Mire
que ganó plata eh!”, recuerda la nuera. En la sastrería trabajaba junto a costureras y emplea-
das. “Era muy amable. Era un tipo buenísimo. Tenía muchos clientes. Mire que tantos años y
no… ¿cómo se dice?... Siempre con su familia. No es que se hizo otra familia acá como tantos
hombres, que venían, no escribían, ni nada…”.
Apenas terminó la guerra, retomó el contacto, hizo los trámites, juntó la documenta-
ción, el dinero y los trajo a todos: su mujer y seis de los hijos. Era 1948. Allá sólo quedó la
mayor, que ya estaba casada. Vicente, el menor de sus hijos, llegó con 11 años. Don Filippo
nunca lo había visto. Pero Filippo falleció en 1954. Sólo 6 años pasó con “la familia unida” en
Comodoro Rivadavia.

Construcción

z La casita que alquilaba se volvió diminuta, pero recién después del reencuentro Don
Filippo decidió que valía la pena y compró su primer terreno en Comodoro Rivadavia.
Nicolás llegó siendo constructor y con ayuda de todos dirigió la primera obra de los
Torraca en Comodoro. No del todo confortable al comienzo: en la casa dormían separadas por
cortinas las chicas de los chicos. Pero “la gente decía: ‘¡mirá los gringos como ya tienen su
casa!’ Porque los argentinos se quedaban en cualquier rancho hasta que juntaban plata y se
iban a su lugar... O YPF le daba
todo. No les faltaba nada”.
Era un hombre pequeño
Nicolás, pero un gran trabaja-
dor. A la par de la construcción familiar trabajaba en una empre-
sa con obras en kilómetro 3. Así aprendió el idioma y se capacitó en las técnicas constructivas
en uso en Comodoro. En Italia él se había especializado en construcción con piedra. Su herma-
no Felipe también intentó enseguida su autonomía. Puso su carpintería, pero perdió todo en
un incendio. Cuando en el 54 murió Filippo, José y Vicente siguieron con la sastrería por 3 o 4
años.
En el mismo terreno de la familia, Nicolás enseguida empezó a construir su lugar, para
establecer el hogar que había fundado a la distancia. Cuando Rosa llegó en el 51 y vio su
departamento a estrenar, equipado a nuevo, con amoblamiento completo, vajilla, cortinados
y todo, se enamoró del esposo. En la misma casa, nació Antonieta, la primera de los hijos.
Rosa y Nicolás habían vivido infancia y adolescencia en simultáneo y en el mismo pue-
blo, Spinosso. La menor de las hermanas de Rosa Sarubbi jugaba con las dos hermanas meno-
res de Nicolás. Pero ellos no habían cruzado más que algunas palabras de cortesía en la calle
cuando empezaron a tener un océano de por medio. “El cada tanto iba al negocio, pero nada.
Ni hablábamos. Éramos muy reservadas. No queríamos que la gente hablara”.
Dicen que de un manojo de recuerdos de la infancia o de la juventud, regados con un
poco de ilusiones y coraje, cada tanto, de vez en cuando, florecen algunos amores.
Fue estando acá en Comodoro que al italiano Nicolás le empezó a picar el recuerdo de
Rosita, la vecinita de Spinosso, pequeñita, de ojos dulces. Fue un año después de venirse. Allá
por el 49. Empezó preguntándole sobre ella a la hermana mayor y después por su intermedio
llegó al suegro.
Entonces: Nicolás hizo que su hermana Teresa le preguntara al padre de las vecinas
Sarubbi, qué le parecería, si este italiano trabajador, vecino del mismo pueblo, hijo de don
Filippo, establecido ahora en la próspera Argentina, del “Argentum”, que en Latín es plata, le
pedía la mano de su hija Rosita para traerla a vivir con él y fundar una familia.
De la osadía del gen Torraca ya a nadie le quedaban dudas.
Rosa estaba en la casa ese día que apareció Teresa a hablar con Pascual, su padre. Y le
pidió por favor que repitiera el mensaje varias veces hasta creerlo. ¿Que el más grande de los

El Libro de los Pioneros 165


166 El Libro de los Pioneros

LOS ITALIANOS / ROSA MARIA MICHELINA

hermanos Torraca pedía su mano desde Argentina? ¡Pero si ella apenas se acordaba de ese
hombre! ¡¿Cómo podía ser?!
Le brotaban sensaciones rarísimas, pero al padre, como claro, no era a él a quien querían
casarlo con un desconocido, “decía que las cosas en Italia no estaban bien y que Nico era buen
chico. Que conocía a la familia y que confiaba en ellos… Yo también confiaba en la familia. ¡Te
lo juro! Más que en él confiaba en la familia”, recuerda Rosa.
En la próxima carta Nicolás incluyó fotos suyas y de los Torraca. “Y sí: salía bien en la
foto. Yo también le mandé fotos mías”. Un año y medio estuvieron carteándose en adelante,
“pero como amigos”, dice Rosa. “Como amigos”.
Él le contaba cómo iba el trabajo, cómo era la ciudad, y le fue sincero, al punto de descri-
birle en detalle el traumático viaje que le esperaba de Buenos Aires a Comodoro, por una ruta
interminable de ripio, si finalmente ella decidía venir a acompañarlo.
“Yo analizaba su forma de escribir. Y no sé. Puede ser raro esto. Pero creo que entre
nosotros había mucha confianza y mucho respeto. Desde el comienzo”. “De todo menos amor”,
replica Antonieta. “Ma qué diche. Amore. Amore. Yo no me iba a llenar de fantasía. Mirá si
venía y acá no había nada. Yo confiaba en lo que me decía. Se notan las cosas cuando uno
escribe”.
Por suerte Nicolás fue siempre un caballero. Epistolarmente intachable. Tan ubicado
que a cada una de sus cartas los Sarubbi podían leerlas en familia. Los padres y hermanos
opinaban que el muchacho de los Torraca era buen partido. “Y yo pensaba ‘¿qué hago, qué
hago?’ No encontraba la manera de decirle que no… Fue una cosa… No es fácil, no e fácil…
Solamente podía decirle que no quería viajar al exterior. Ya está. Pero…”.
Pero lo cierto que salir del pueblo, aventurarse fuera de Italia, era un deseo sincero y
profundo de Rosa. Hubiera querido hacerlo con o sin Nico. Tenía 23, 24 años, y esa sensación
de posibilidad que dicen distingue a los jóvenes. Y además, hay que decirlo. Tenía otro preten-
diente. “No tengo por qué mentir. La cosa fue así”, dice Rosa, y mira a la hija como desafiante.

Tirones

z Dos mil habitantes tenía entonces Spinosso. Todo el pueblo comentaba que Rosa se iba
a la Argentina detrás de un hombre. Entonces el otro enseguida quiso sacarse la duda y man-
dó a una hermana a encararla personalmente. Rosa quedó impávida. Le dijo que “sí, no, más
“Después de la guerra vino
la revolución en Italia.
¡Nosotros tuvimos diez
años de guerra! ¡¿Te
parece?! Murió mucha
gente. Perdimos mucho.
Ahí en la plaza están todos
los nombres de los que
murieron del pueblo, pero
en la Primera Guerra
o menos”. También lo conocía al muchacho. Lo tenía de vis- mundial, que eso fue en el
ta, de haberlo cruzado en el pueblo. Como a Nicolás. Tal vez 15. Después perdimos la
un poco menos. El detalle fue que el hombre no mandaba a guerra. Mataron a
la hermana de cobarde. Es que estaba en Brasil desde el tér- Mussolini. Todo era un
mino de la guerra. Suerte rara la de Rosa. Dos pretendientes desastre. Per eso la gente
al unísono, los dos a más de 15 mil kilómetros de distancia. emigraba, y hay que decir
Y ella con un mar en el medio para decidirse por uno, se la verdad: que la nación
ahogaba en sus lágrimas. argentina, abrió la puerta
“Y por otra persona me enteré que había otro, que es- a mucha gente extranjera,
taba en Venezuela, que también andaba averiguando por mi”. que venía a buscar
Pobre Rosa. Tironeada a mansalva desde el lejano oeste. “En- trabajo”.
tonces. Si yo a uno le decía que no, que no quería viajar al
exterior y me enganchaba con el otro: ¡era una porquería! ¿No te parece? Nosotros somos gente
criada con honestidad, con sinceridad, como era también la familia Torraca. A mi me parecía
como que iba cometer un sacrilegio, un desprecio al otro. Sufrí mucho, porque yo no tomaba
decisión. No podía…”.
Noches y más noches se pasó revolviendo el asunto en la caldera de sus cavilaciones la
pobre Rosa. Miraba la foto de Nicolás y lloraba. Los otros dos asomaban por el rabillo de su
memoria, mezclados entre paisajes de Latinoamérica los tres pretendientes, italianos buscan-
do italianas al otro lado del mar. Reía de pronto, no dormía, lloraba, no comía. Venezuela,
Brasil, Argentina. Tres hombres esperando por su amor, que todavía no había tenido dueño.

Ventaja

z Rosa suena tranquila, pero se agita tan nerviosa como entonces. Se bambolea en el
banquito y no para de arreglarse la ropa. La hija la reta. Ella se queja. “¡Ma qué!”.
“Es una historia muy rara –dice—, pero muy linda de contar, porque no es una historia
común”.
Nicolás, también es cierto, tenía varias cartas de ventaja. Un año y medio de relación
epistolar lo ponían al tope del ranking de preferencia, pero Rosa se tomó su tiempo para
meditar el asunto. “Simplemente yo estaba pensando, analizaba la cosa. Porque no era una
chica frívola como son ahora”. “Pero no son todas frívolas ahora”, le reclama Antonieta. “Sí. La

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168 El Libro de los Pioneros

LOS ITALIANOS / ROSA MARIA MICHELINA

mayoría. Hoy se conocen mañana se van a la cama. Ya está”, retruca Rosa.


Rosa hizo jugar el tiempo a su favor. Esperaba que Nicolás le escribiera diciendo “Bue-
no, me cansé de esperarte”. “Me hubiera gustado que me diquera así. No me hubiera ofendido
para nada”, dice Rosa y su risa ronca se le enreda en las palabras. En cambio, Nicolás volvió a
escribir diciendo: “tengo la casa lista para nosotros”. Y en la misma carta mandó los papeles
para que Rosa firmara y se embarcara a la Argentina en cuánto pudiera. Rosa volvió a desespe-
rar y a llorar y a no dormir.
Pensaba en su vida, los años, la distancia y en las decisiones que el destino siembra
como migas en el camino de cada quien, hacia cada cual. Finalmente, en compañía de su
padre, Rosa firmó los papeles y quedó emparentada para siempre con la familia Torraca. Se
casó el 2 de diciembre de 1950. Acá la esperó Nicolás. Juntos, construyeron una familia z
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170 El Libro de los Pioneros
Capítulo III

Los portugueses

El Libro de los Pioneros 171


172 El Libro de los Pioneros
S
e establecieron en Comodoro Rivadavia desde los primeros años
de la fundación de la ciudad con personajes referentes como
Sebastián Peral. Este grupo migratorio fue incrementando su
presencia entre 1910 y 1940 para entrar en una etapa de declinación
después de 1950.
Comodoro Rivadavia fue uno de los núcleos más importantes de
localización de inmigración portuguesa en la República Argentina, con la
particularidad de que gran parte de los portugueses establecidos en la
ciudad provinieron de la región de Algarve, en el sur del país de origen.
Los portugueses fueron el cuarto grupo en organizarse
institucionalmente en la Asociación Portuguesa de Socorros
Mutuos (1923).

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174 El Libro de los Pioneros
LOS PORTUGUESES

Reseña histórica

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176 El Libro de los Pioneros
RESEÑA HISTORICA

Los Portugueses

L a comunidad portuguesa de Comodoro Rivadavia tiene como uno de sus principales


referentes históricos a Dom Sebastião Peral, quien fue el primero que llegó a la ciudad
en 1904. Ya en los comienzos de este pequeño poblado, los lusitanos formaron una incipiente
comunidad dispuesta a contribuir con su trabajo a forjar la pujante ciudad. Los portugueses,
en su mayoría provenientes de la región del Algarve, se adaptaron a estas tierras secas y vento-
sas, a los rigores de su clima, añorando su tierra lejana.
Ese sentimiento los unía y pronto se decidieron a dar vida a la institución que reuniría
a todos los paisanos, para mitigar “as saudades da Terra”: la Asociación Portuguesa de Benefi-
cencia y Socorros Mutuos de Comodoro Rivadavia.
Fue fundada el 7 de octubre de 1923, en una Asamblea presidida por don José Guerreiro.
Además de su objetivo mutualista, pretendía contener social y culturalmente a los numerosos
inmigrantes lusitanos y trascender a toda la comunidad comodorense. Al tiempo que daban
cobertura a sus asociados, colaboraron con las instituciones de bien público: Casa del Niño,
Hospital Municipal, clubes locales que se iban creando para cubrir los requerimientos de la
población.
Los portugueses contribuyeron al crecimiento de la ciudad que les dio cobijo. Cultiva-
ron la tierra. Levantaron casas, edificios, iglesias. Ningún oficio les fue extraño: hubo herre-
ros, albañiles, carreros, pescadores, labriegos, almaceneros, tenderos, peluqueros, zapateros,
mecánicos, electricistas, pintores, panaderos, petroleros. El trabajo fue siempre arduo.
Un ejemplo del tezón depositado en estas tierras es su primera sede: adquirieron un
terreno, en febrero de 1927, y a los pocos meses ya habían construido e inauguraban el salón
que sería la sede por mucho tiempo, en calle Belgrano 756.
Esta sede se amplió, y ha sido el orgullo de los asociados, en cuyas instalaciones se re-
unían y planificaban las hermosas fiestas patrias, del 5 de octubre, día de la República Portu-
guesa, día de Portugal , 1 de diciembre, día de la restauración de la independencia, etc.
La gran afluencia de público los impulsó a dar un trascendental paso: adquirir un salón
de fiestas. La Asamblea del 6 de setiembre de 1942 aprobó unánimemente la moción de la
Comisión Directiva y adquirieron el edificio del Cine Rex, ubicado en la calle San Martín 755.
Otro gran logro, fruto de la unión y la cooperación. La compra se pudo concretar gracias

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178 El Libro de los Pioneros

LOS PORTUGUESES / RESEÑA HISTORICA

a un “empréstito interno”: un bono que fue adquirido por cada socio y que la entidad rescató
más tarde. Todos colaboraron para que la institución se materializara en lo que se convirtió en
un símbolo de la ciudad: el tradicional y popular Salón Luso de la calle San Martín.
El Salón Luso fue durante seis décadas escenario de fiestas de gala, de bailes populares,
de actos culturales, de recitales famosos, de los célebres e inolvidables bailes de carnaval, de
romerías, de conciertos, de actos y ceremonias públicas, de noches de teatro, de veladas cine-
matográficas, de bailes estudiantiles, de encuentros de tango, de conferencias.
En la actualidad, los objetivos fueron mudando con el transcurso del tiempo: las necesi-
dades en cuanto a la cobertura de salud en las primeras décadas del siglo XX fueron disminu-
yendo al ser asumidas por el Estado y las instituciones especializadas, de manera que la Aso-
ciación Portuguesa pone más esfuerzo en la difusión de las tradiciones, la cultura, la historia,
la lengua de la Patria Madre, con el fin de “mantener la portugalidad heredada de nuestros
mayores” z
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180 El Libro de los Pioneros
LOS PORTUGUESES

Personalidades

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182 El Libro de los Pioneros
LOS PORTUGUESES / JOSE MARIA AMADO

Quando a alma não é pequena

N ació el primer día de Septiembre de 1936, en un pequeño pueblo del sur de Portugal
llamado Boliqueime. El tiempo no desprende de su alma los colores de la aldea, las
sensaciones del aire perfumado en la cara, en los pulmones, la caricia de la hierba en sus
piernas. Domada, todavía se agita la nostalgia bajo el recuerdo de esas “correrías” y la “intensa
alegría de vivir” de la infancia.
Amado tiene 75 años y tecleando en su computadora portátil, evoca la leyenda de los
almendros, plantados en el soleado Algarve por orden de un príncipe desesperado, que quiso
sanar a su princesa de su “saudade”. Su amada había llegado a Portugal desde los países nór-
dicos y añoraba la nieve.
Él, procede de Portugal. Los colores de su infancia son los colores del campo cultivado y
las praderas floridas. “Campos que en invierno se vestían de gala con el color blanquísimo de
los almendros en flor, pétalos que cuando se deshojaban daban la impresión de un manto de
nieve”.
El doctor acuna recuerdos poéticos de su niñez. Bellos como piedras en el tiempo. A los
malos momentos no aplica atención. A su “saudade” la distrae trabajando, o la cubre de fados
u otras piezas de la música portuguesa.
Es un vocablo portugués de definición complicada. Pero no hay tal vez otro concepto
que represente mejor ese sentir común de inmigrantes, desterrados y exiliados de la tierra o
del amor.
Saudade “expresa un sentimiento afectivo primario, Perfil
próximo a la melancolía, estimulado por la distancia tempo- z José María Amado nació el 1ro
ral o espacial a algo amado y que implica el deseo de resol- de Septiembre de 1936 en
ver esa distancia”. Boliqueime, en el sur de Portugal.
El escritor portugués Manuel de Melo la definió en 1660 Llegó a la Argentina con 12 años.
como “bem que se padece e mal de que se gosta”. Es doctor en medicina. Fue desde
A José María le producen una “agradable emoción” los estudiante un prolífico militante
olivos de su infancia. El recuerdo de los “algarrobos, robles, de la cultura portuguesa. Esta
encinas y citrinos”. Las higueras le devuelven el sabor inten- casado desde 1966. Tiene tres
so de aquellos veranos, de su niñez vivida al compás de la hijos z

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LOS PORTUGUESES / JOSE MARIA AMADO

“bella y simple” naturaleza. El lado dulce de su saudade tiene el sabor de aquellos higos, la
música sinfónica de las cigarras que elevaban en el verano su canto desde las frondosas arbo-
ledas, el aroma de sus manos llenándose de amapolas, margaritas, lavandas, violetas y “ros-
maninhos” camino a la escuela.
Era larga esa caminata pero gozosa. Llena de fantasía y de jugar con pájaros y mariposas,
lagartijas, pequeñas culebras, insectos de todo tipo.
“Así fue hasta que un día el destino apuntó hacia América. Esa tierra de promisión
donde buscaron una vida mejor muchos miles de europeos, acuciados por las desgracias de la
guerra”.
Así escribe Amado: “Muchos portugueses, con el alma llena de saudades, pusieron proa
a una nueva vida. Entre los desarraigados, desgarrados por la despedida, estábamos mi ma-
dre, mi hermana y yo”.
Habían estado esperando ocho años el encuentro con el padre, con el esposo, en la tierra
prometida. “Una persona necesitada de trabajo no podía cruzar el océano con una familia”,
responde ahora, en el living de su casa, el doctor en reposo.
Su padre tenía en la casa un lagar y sus olivos. Los vecinos acopiaban ahí sus cosechas y
producían el aceite en la casa de José María, donde además había un bar, también atendido
por su padre. Pero eran tiempos duros.
El doctor teme no ser veraz. Acuerda que la memoria humana es una máquina comple-
ja. Que acumula y edita con voluntad propia los fragmentos de la vida. Que maquilla detalles,
sintetiza procesos, vela episodios enteros. La memoria nos protege del pasado, por recuerdo u
omisión. José María teme no ser fidedigno y se resiste a entrar en detalles.
Tenía cuatro años cuando su padre marchó del pueblo en carreta hasta la estación de
tren, de allí al puerto, de allí a cruzar el océano que lo distanciaría por casi una década de su
familia. “Habría dos kilómetros hasta la estación del ferrocarril. Tengo leves recuerdos de ese
trayecto. Tengo la sensación de que no son muy preciso” dice Amado, y acomoda contra las
cejas sus clásicos, gruesos anteojos.
Está cruzado de piernas en su sillón frente a la televisión. Lleva entrelazados sobre el
pecho los dedos y masajea sus manos. A una cuadra de acá queda el monumento a los portu-
gueses. Anochece sobre Comodoro Rivadavia. La televisión se enciende de repente y susurra
música característica. El programa de grabación se activa y el satélite conecta la casa de Aveni-
da Portugal con Portugal.
“La necesidad y la ansiedad de juntarnos a mi padre, que había emigrado a Argentina
ocho años antes, superó todos los sufrimientos y a bordo del buque argentino ‘Córdoba’ pusi-
mos rumbo al futuro. Emigrantes de tercera clase, sin ningún confort, tuvimos que soportar
una travesía de veinte días que parecía no terminar nunca”.
Amado no responde si le gusta escribir. Sólo dice que no le cuesta. Mide cada palabra
que pronuncia.
“Los escasos años no me permitieron captar la verdadera dimensión trágica de un viaje
que a los adultos atormentaba con un estado permanente de nauseas y vómitos, provocados
por el continuo balanceo del barco y el penetrante olor a pintura y a comida que había a
bordo”.
Cuando al fin avistó Buenos Aires asomó el cuerpo a las barandas del barco y empezó a
buscar en el puerto el rostro huidizo de ese hombre. José María Amado tenía ya 12 años. Tenía
4 cuando se había despedido de él. Recién dio con su padre en tierra firme, escudriñando
sobre los hombros de la multitud de viajantes. Un perfil familiar se dibujó en la maraña.
Enseguida reconoció su abrazo.
“Ahora, cuando él ya emprendió su último viaje, lo recuerdo con cariño, admiración y

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186 El Libro de los Pioneros

LOS PORTUGUESES / JOSE MARIA AMADO

agradecimiento. Su sacrificio por la familia es para mí una eterna deuda. Su ejemplo de hom-
bre de bien, su cariño por los suyos, por su patria de nacimiento y por su patria de adopción
merecen todo mi homenaje”.
El padre llegó a Comodoro a trabajar en campos de petróleo. Pero era un hábil carpinte-
ro. Era en su taller donde moraba con alegría. La familia Amado llegó a afincarse a la casa que
él había alquilado para reunirlos, en calle Ameghino.
El viaje desde Buenos Aires a Comodoro fue sólo un apéndice de la odisea. “Mitad en
tren, mitad en ómnibus. Además de la distancia, la presencia molesta del viento y la tierra”.
Después de casi un mes de salir de Lisboa, la madre y los hijos llegaron sacudidos por el
ripio, cubiertos de polvo, a la tierra del petróleo, “distinta de Boliqueime en casi todo. Sin
árboles, sin flores ni pájaros. Sin campos sembrados ni huertos”. Pero estaban juntos, José
María, su padre, su madre, su hermana “y un futuro promisorio que Dios nos ayudaría a
construir”.
El portuguesito había terminado el ciclo primario en su país y no había vuelto a la escue-
la. Acá lo ubicaron en 4to grado, con otros de 9 años. “Pero todo transcurrió normalmente. Sin
situaciones difíciles, ni problemas importantes. Una buena adaptación al nuevo medio y a
una cultura y costumbres no muy diferentes a las que estaba acostumbrado”.
En la Escuela 119, Nicolás Avellaneda, José María aprendió a hablar castellano, hizo
amigos, recibió de las maestras Grimaldi y Rolé cariñosa enseñanza y fue escolta de la bande-
ra adoptiva. Pasó después al Colegio Nacional Perito Moreno, que estaba en el kilómetro 3 y
que se mudó por entonces al señorial edificio que todavía lo alberga.
Después de cinco años de Bachiller decidió estudiar en La Plata. Por un lado lo estimula-
ba el doctor Alustiza, profesor de Higiene. Así lo escribió Amado, reservado. Ahora reconoce
que también lo inspiró su padre. Su salud debilitada. El hubiera querido conocer ya entonces
la forma de aliviar sus dolores, menguar sus pesares.
José María volvió a migrar para estudiar Medicina en la capital bonaerense. “Correspon-
de hacer una acotación –escribe en este punto—. Tengo una hermana, la señora María Amado
de Martín, a quien debo importantes atenciones. Primero su gran cariño, pero su ayuda, des-
de mis tiempos de estudiante, ha sido vital. Su proverbial magnanimidad no es una postura.
Es su esencia”.
María es cuatro años menor. “Mientras yo estudiaba ella trabajaba”, explica el doctor. La
situación no era holgada en la casa familiar y también él debía trabajar para costear su estadía
Su propia vida es la
historia de un trabajo
intenso. Después de su
actividad fundacional en
La Plata y Villa Elisa, en la
Asociación Portuguesa de
Comodoro Rivadavia fue
secretario y presidente.
También fue presidente
del Club Deportivo
en La Plata. “La recuerdo haciendo esfuerzos por toda la fa- Portugués y de la
milia”. No tiene dudas sobre eso. Dice que no sólo es recuer- Comisión Fundadora de
do. Que “es una realidad. Es de ahora”. Comunidades Extranjeras,
Fue en la ciudad de las diagonales donde José María responsable de la edición
tomó contacto con la Comunidad Portuguesa, y también con de la primera revista de la
sus paisanos de Villa Elisa, que eran muchos. “Me llamó la Asociación local y autor de
atención que no contaran con una institución que los con- su escudo.
gregara para confraternizar”, reunirse, festejar y entonces,
“acompañado por otros entusiastas”, se puso “manos a la obra”. Se convirtió en el secretario
fundador del Círculo Cultural Portugués, que hoy es la Casa de Portugal de Villa Elisa.
Volvió a Comodoro Rivadavia convertido en Doctor en Medicina. No barajó otra alterna-
tiva. “Esta ya era mi ciudad”. Empezó a trabajar en la Guardia y en Clínica del Hospital Veci-
nal. Cuando se inauguró pasó al Hospital Regional y a la par comenzó a trabajar en el Sanato-
rio de la Asociación Española. Hizo además guardias en el Hospital de Petroquímica y en el
Alvear, y también en Astra.
Hoy sigue trabajando. Tiene 75 años. Su consultorio sigue abierto en La Española. “A lo
largo de casi 45 años de mi vida como médico –escribe Amado— he tenido innúmeros episo-
dios que me han dejado profundas huellas. No es este el momento para efectuar el relato
detallado de todos ellos. Mencionaré tan sólo uno, que considero de lo más importante. Mis
hijos nacieron todos en el Sanatorio y en uno de los partos de mi señora el obstetra que la
asistía no logró llegar a tiempo por lo que debí asumir yo el trabajo de partero. Es una gran
responsabilidad ser padre. Ser padre, partero y médico es una responsabilidad dramática”.
En simultáneo a su carrera profesional formó una familia, tuvo tres hijos, y desarrolló
una militancia intensa, comprometido con la defensa y la promoción de la cultura portugue-
sa.
Lo que a Amado le ha gustado de sus paisanos, es que “son gente de bien, de trabajo,
honrados. Que no dan trabajo a la policía. Por regla general el portugués es una persona tran-
quila (no sé los descendientes). Son una comunidad que goza de buen prestigio. Una cultura.
Gente acostumbrada a luchar y a saber que uno más uno son dos. Y que la solidaridad es un
hecho importante. Ellos se han ayudado mutuamente para superar una contingencia desagra-
dable como la emigración”.
José María se casó en 1966, con Noemia Correia, portuguesa. ¿Podía ser de otra manera?

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188 El Libro de los Pioneros

LOS PORTUGUESES / JOSE MARIA AMADO

“No tenía por qué serlo... Pero gracias a Dios fue”, dice Amado, y sonríe. Los hijos nacieron en
1967 Mariela, en 1969 Ricardo y en 1974 Rodolfo.
Amado dedicó gran parte de sus días a sanar cuerpos y a aliviar entre sus paisanos los
dolores de la saudade común. “Organizar una audición de música portuguesa era una forma
de llenar el vacío. El argentino no tiene nostalgia de un fado –dice—. Pero yo tenía tanto inte-
rés de mantener mis costumbres, como de difundirlas. Tenía la inquietud de compartir, de
intercambiar. Yo todavía era chico cuando vine. Los recuerdos no me podían atar demasiado.
Pero a mi siempre me había llamado la atención la historia de Portugal. Y eso era lo que quería
compartir con la gente. Portugal es un pequeño país que llegó a repartirse el mundo con
España. Me impresionaba y me sigue impresionando el espíritu de aventura del portugués, su
trascendencia a través del tiempo, cómo se supo hacer un lugar en el mundo”.
Cada tanto el doctor relee Os Lusíadas, el canto épico que narra la Historia y las aventu-
ras de los navegantes de su país. A una cuadra de su casa, el monumento a los portugueses
reúne las representaciones escultóricas de una carabela, del mundo y de ese libro.
Julio Dantas, Camões, Bocage, Almeida Garrett, Guerra Junqueiro, Eça de Queirós , Júlio
Dinis, Fernando Pessoa... gusta de la literatura y prefiere a los portugueses. Aunque “De los
Apeninos a los Andes”, del italiano Edmundo de Amicis, es una de las primeras y más recorda-
das lecturas de su infancia. La historia lo “deslumbró”. La leyó ya estando en la Argentina, en
castellano. Estaba entrando a la adolescencia.
“Hace mucho tiempo un muchacho genovés, de trece años, hijo de un obrero, viajó des-
de Génova hasta América sólo para buscar a su madre –dice ese cuento juvenil—. Ella se había
ido dos años antes a Buenos Aires, capital de Argentina, para ponerse al servicio de alguna
casa rica y ganar así, en poco tiempo, el dinero necesario para levantar a la familia, la cual, por
efecto de varias desgracias, había caído en la pobreza y tenía muchas deudas. No son pocas las
mujeres animosas que hacen tan largo viaje con aquel objetivo. Gracias a los buenos salarios
que allí encuentran las personas que se dedican a servir, éstas vuelven a su patria, al cabo de
algunos años, con algunos miles de pesos”.
Por aquellos años era la literatura y la radio de onda corta. Ahora mantiene su contacto
con Portugal por todos los medios posibles. Televisión por satélite. Correspondencia. Diarios
por correo. Internet.
José María Amado es cónsul honorario de Portugal en Patagonia. Es una de las funciones
que conserva de su prolífica actividad de gestor cultural, dirigente institucional, portugués
militante. La otra es en el pro-
grama “Música de Portugal”,
que últimamente se emite los
domingos al mediodía por FM
Plus. Ya lleva 27 años en el aire. Lo conducen su hermana y su
cuñado.
“Tengo una familia de la que me enorgullezco. Mi hermana María es presidenta reelecta
de la Asociación Portuguesa. Mi hermano Daniel es Secretario. Mi señora y mis hijos son miem-
bros de la Comisión Directiva. Mi cuñado Raúl posee amplios conocimientos de nuestra cultu-
ra y ‘fala portugués’”.
El doctor gusta de la música y especialmente de la portuguesa. “Le tomé el gusto escu-
chándola en los espectáculos que hacía la comunidad en el Salón Luso. Tiempo atrás era muy
difícil conseguir música y libros. No había difusión de nuestra cultura. Yo como pude me fui
armando de una discoteca”, que hoy reúne más de 1000 títulos entre discos de pasta, cassettes,
CDs y DVDs.
De joven escuchaba su música por onda corta. La emisora internacional de Lisboa. Pero
su gozo mayor estaba en las actuaciones en vivo, en el Luso. Cuando llegaban artistas portu-
gueses a tocar “era un acontecimiento”. “Me llamaba la atención cómo la gente que no vivía
en Comodoro, sino en los alrededores, en las quintas, tenían semejante entusiasmo por re-
unirse en esas ocasiones”.
Para el doctor también es un orgullo la laboriosidad que cifra su gen portugués, y dice
que también la honradez es signo distintivo de los paisanos.
Su propia vida es la historia de un trabajo intenso. Después de su actividad fundacional
en La Plata y Villa Elisa, en la Asociación Portuguesa de Comodoro Rivadavia fue secretario y
presidente. También fue presidente del Club Deportivo Portugués y de la Comisión Fundado-
ra de Comunidades Extranjeras, responsable de la edición de la primera revista de la Asocia-
ción local y autor de su escudo.
Tuvo de los mayores reconocimientos por su trabajo en la expansión de la cultura portu-
guesa, su historia y sus valores. Fue condecorado por el Estado de Portugal en dos oportunida-
des: con la medalla de la Ordem Infante Dom Henrique, grado comendador, y con la medalla
al mérito de las Comunidades Portuguesas. También recibió la medalla al mérito del Consejo
de Comunidades Portuguesas de la República Argentina.

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LOS PORTUGUESES / JOSE MARIA AMADO

Amado escribió parte del relato de su historia desde su casa, y ahí mismo accedió a una
entrevista complementaria. Estaba descansando por prescripción médica. También recibió
una plaqueta de reconocimiento de la Asociación Española cuando cumplió 3 décadas en el
sanatorio. Es un hombre inquieto. No veía la hora de volver a su consultorio. Una tarde se
entretuvo escribiendo estas líneas. “He tenido la suerte de poder volver al país que me vió
nacer en ‘romagem de saudade (peregrinar, transitar)’. Fue un reencuentro de dos que se
quieren. Fue un momento emotivo, con mucha alegría. Un abrazo de saudades”.
Volvió a su casa natal, a tocar sus ladrillos. Encontró el bar, el lagar, el aroma familiar. A
su boca volvió el sabor del pan tostado, regado con aceite de oliva y ajo.
Viajó primero en el 75 y regresó en el 89. “Me impresionó la modernidad y el progreso
del país que avanza, codo a codo, con los demás países europeos, sin por ello descuidar su
tradición y su cultura popular”, destacó el doctor sobre el final de su escrito, cuando ya era
tiempo de despedirse.
“A modo de colofón de este modesto relato que seguramente tiene similitud con la ma-
yoría de los demás emigrantes, termino con la sentencia del célebre Fernando Pessoa: “¿Valeu
a pena? Tudo vale a pena, quando a alma não é pequena” z
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Capítulo IV

Los sudafricanos

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194 El Libro de los Pioneros
A
sociados a la historia de la ciudad desde la primera década del
siglo XX (aprox. 1902-1907). Se trata de una migración
relacionada a los “treks” o travesías de inmigrantes
organizadas colectivamente y vinculadas con la necesidad de encontrar
nuevas zonas de residencia por las duras condiciones impuestas por el
Imperio Británico a los sudafricanos con la finalización de la Guerra
Anglo-Boer (1899-1902) en el extremo sur del continente africano. La
migración se detuvo hacia los inicios de la Primera Guerra Mundial por
la modificación de las condiciones políticas en la República de Sudáfrica
que promovió, en algunos casos, experiencias de retorno.
En 1992, a 90 años de la llegada de los primeros “Boers” al área de
Comodoro Rivadavia se forma la "Asociación Colectividad Sudafricana
del Chubut" con antecedentes en la constitución de la Iglesia Reformada
(1912) y la Asociación Cristiana de Mujeres (1926).

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196 El Libro de los Pioneros
LOS SUDAFRICANOS

Reseña histórica

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198 El Libro de los Pioneros
RESEÑA HISTORICA

Los Sudafricanos

U n grupo de hombres y mujeres de Sudáfrica llegó a Comodoro Rivadavia el 4 de Junio


de 1902. En 1903, 1905 y 1907 llegaron contingentes aun más numerosos que prove-
nían en su mayoría de Transvaal y el Estado Libre de Orange, Sudáfrica.
Se dedicaron a la cría de ganado lanar u ovino, construyeron caminos, se adentraron en
los campos y así fue que en 1903 transportaron en carros sus primeras producciones al pue-
blo. Llevaban avena, cebada y alfalfa de sus campos, también huevos de gallina, manteca y
queso de la Colonia Escalante, el primer asentamiento Boer en la Patagonia.
Les enseñaron a sus hijos sus costumbres, su cultura y su idioma. Aún hoy muchos de
sus descendientes hablan el idioma afrikaans.
Habilitaron las primeras Escuelas en sus propias Estancias como “Los Manantiales”, de
don Francisco Behr o en “Puerto Nieve”, de don Pedro Benjamín Myburg, para educar a sus
hijos. En 1905 el Gobierno estableció una Escuela Rural en el campo de don Conrado Visser.
El 28 de Enero de 1904 solicitaron al Gobernador del Territorio, la instalación de una
oficina de Registro Civil en Comodoro Rivadavia.
Su religión es la Evangélica Reformada y en 1930 se realizó el Templo que aun hoy se
encuentra en actividad y aunque ya muchos de sus descendientes adoptaron la religión Cató-
lica, se sigue manifestando en las familias esa tradición Religiosa de sus mayores.
En 1926 se forma la “Asociación Cristiana de Mujeres”, cuyo primer objetivo es la soli-
daridad y beneficencia. Trabajar y recaudar fondos para satisfacer las necesidades que tenía
la colonia boer.
En 1992 se formó la “Asociación Colectividad Sudafricana del Chubut”, con Personería
Jurídica Nº 1316, con el fin de nuclear a quienes participaron en las diferentes instituciones
tradicionales bajo un solo distintivo, objetivo que aun constituye el desafío importante de
sus integrantes. Cabe destacar que la Asociación Sudafricana de Chubut constituye el orga-
nismo oficial representativo del único centro de residentes sudafricanos en la República Ar-
gentina.
Desde entonces la institución ha tenido un fructífero desarrollo en la comunidad como-
dorense, donde ha desplegado gracias a una gran actividad la integración inmediata a la Co-
misión de Comunidades Extranjeras de la ciudad, con el claro objetivo de rescatar, promover,

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200 El Libro de los Pioneros

LOS SUDAFRICANOS / RESEÑA HISTORICA

y difundir tradiciones, costumbres y cultura sudafricana en un marco de fraternidad. La


joven Asociación busca en su fortalecimiento, un marco adecuado para reafirmar una histo-
ria que es parte de la identidad patagónica.
En el año 2002, conmemorando el centenario de la llegada del primer contingente de
colonos Boer, la Comisión Directiva de la Colectividad inauguró el Monumento al “Colono
Sudafricano”, ubicado en el boulevard de las calles Rawson y Alsina de Comodoro Rivadavia,
Chubut z
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202 El Libro de los Pioneros
LOS SUDAFRICANOS

Personalidades

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204 El Libro de los Pioneros
LOS SUDAFRICANOS / MARTIN BLACKIE

El inmigrante interior

F ue una sorpresa enorme. “Un día estaba en Sudáfrica, cenando con unos amigos, con el
televisor prendido y de repente veo que aparece mi vieja en la televisión. Resulta que
habían venido unos periodistas a Argentina, y le hicieron un reportaje, en afrikaans. Mi vieja
para entonces ya tenía 85 años. Habían venido un fotógrafo y dos periodistas. Un periodista
empezó a preguntarle. De repente el fotógrafo le dijo que no pregunte más nada. Entonces mi
vieja se puso a relatar y habló durante una hora, contando la historia, muchas cosas de las que
yo te voy a contar a vos”.
A Martín le impresionó ver a su madre sudafricana, proyectándose sobre la teleaudien-
cia de aquel enorme país del que había salido en 1903 para conservar su libertad en tierra
nueva. “Esa es mi madre”, le dijo a sus amigos, también sorprendidos. “La vieja se explayaba,
no había que preguntarle nada: contaba su historia”.
Eso fue en el año 1995. Hoy la mamá ya no está para contarlo, tampoco el papá. Los
inmigrantes Boers fueron ellos, pero Martín, que conserva exquisitos recuerdos sobre la histo-
ria familiar y enarbola un ferviente orgullo genealógico, también heredó de su madre la faci-
lidad para el relato. Y la aventura de su familia en suelo patagónico amerita uno.
Martín Blackie nació en 1939 en Comodoro Rivadavia, en la casa de una partera de
ascendencia sudafricana, y en Sierra Chaira vivió su infancia, hasta los 11 años, en una espe-
cie de limbo terrenal.
En la soledad de la estepa, siendo argentino de cuna, mamó la tradición de sus padres y
los vecinos de la colectividad que habitaron la vastedad agres-
te del campo en Patagonia Central: Sierra Nevada, Sierra Perfil
Victoria, Sierra Cuadrada, Salamanca, Pampa Pelada, Sar- z Martín Blackie, hijo de los
miento, Comodoro Rivadavia. colonos Boers Cornelia Van Wyk y
El término bóer significa, en holandés, campesino. John Blackie, llegados a la
Martín se crió en la cultura particular de esos sudafricanos Argentina en 1903 y 1909. Nacido
convertidos en colonos de estos campos asolados por el vien- en 1939 en Comodoro Rivadavia,
to, la nieve y la distancia. Son de los extranjeros más esforza- vivió hasta los 11 años en Sierra
dos de los que tenga memoria la Argentina. Chaira, y después en Sarmiento.
Blackie se convirtió en vicecónsul en 1989 y entonces, Tiene 3 hijos y 3 nietos z

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206 El Libro de los Pioneros

LOS SUDAFRICANOS / MARTIN BLACKIE

junto a su esposa, por primera vez viajó a Sudáfrica, durante 45 días, como huésped oficial.
Encarnada aquella cultura, conocedor del idioma, la música tradicional, el arte culinario, Martín
se sintió en casa y a todos los anfitriones sorprendió su desenvoltura. En actividad diplomáti-
ca y turística, varias veces recorrió después aquellas tierras de naturaleza fascinante e inten-
sos contrastes. En Buenos Aires tuvo el honor de cenar con Nelson Mandela, recibido por
entonces por el presidente Fernando De la Rúa. Y volvió a cruzarse con el Premio Nobel de la
Paz en un hotel implantado en la selva sudafricana. “Y Mandela se acordaba de la charla que
habíamos tenido en Buenos Aires”. También tuvo encuentros con el presidente Frederik De
Klerk (1989-1994), responsable de la liberación de Mandela y de la apertura política de Sudáfri-
ca hacia la mayoría negra. Y conoció a tantas otras personalidades notables de aquel país,
durante los 20 años que fue vicecónsul.
De las paredes de su casa penden tapices impresos con símbolos sudafricanos: mapas,
animales y plantas; el cuero de un impala, el tierno venado que en su versión viva es símbolo
de los Springboks, el temible seleccionado nacional de rugby; fotos de ñus y elefantes; másca-
ras negras, de gestos graves, tallados en madera; hay ornamentos sudafricanos en los muebles
y esculturas que representan lánguidos nativos.
Cuando ocurre esta entrevista Blackie tiene 72 años y está a punto de emprender un
nuevo viaje a Africa: iría a Sudáfrica, Zimbabwe y Zambia, donde viviría la experiencia de
alojarse en “carpas 5 estrellas”, junto a otros amigos de la colectividad. Tenía la expectativa de
dormir frente a un lago donde cada amanecer vería congregarse a todo tipo de representante
de la grandiosa fauna del continente. “Susana Gimenez se aloja ahí cada vez que va”.
En una de sus anteriores visitas, una periodista llamó la atención sobre el afrikaans que
habla Martín con naturalidad de nativo. “Usted está equivocada –le dijo él—. Yo hablo el verda-
dero afrikaans: el que llevaron mis abuelos y mis padres a la Patagonia hace 100 años atrás.
Empezó a llamar gente al canal… Todas defendiéndome. ‘Blackie tiene razón. Él habla el ver-
dadero afrikaans’, decían las viejas”.
Según Blackie, era el programa más visto de las mañanas en la televisión sudafricana:
“Buen día Sudáfrica”. El afrikaans actual, según dice, es distinto a su lengua natal: incorpora
modismos y vocablos del holandés y el inglés de los que prescindía el más puro idioma de
aquellos pioneros, “el que aprendí yo hace 70 años atrás, cuando era chico”.
En Barrio Mirador, con Rada Tilly y el mar a la vista, el jardín de la casa de Blackie es
verde y exuberante. Sobre el portón se luce una veleta, con el perfil de una carreta y los
nombres de Martín y Norma forjados en el mismo hierro. La carreta es el elemento emblemá-
tico de los Boers: símbolo de su esfuerzo a prueba de distancias. Norma es el nombre de su
esposa.
Siempre equipadas con baúles de herramientas y utensilios de cocina musicales, las
carretas les servían para transportar materiales y cosechas, para guarecerse en sus viajes y
hasta para dar cobijo a los amantes en las noches de boda. Blackie dice que era tradición que
los novios pasaran la noche nupcial a bordo de una carreta adornada con telas y flores.
El mismo amigo le regaló la carretilla/maceta que luce su pintura azul y oro en el jardín.
También lleva grabado el nombre de Blackie, que es hincha de boca, y el de Norma, y la bande-
ra de Argentina y la de Sudáfrica.
Durante 10 años, Martín de cada viaje traía semillas y fracasaba. Sólo del penúltimo
germinaron algunas. Son las 8 proteas que imperan hoy sobre el jardín, robustas sobrevivien-
tes entre 30 brotes trasplantados. “Las plantas y la jardinería me encantan, me superan. Como
la cocina. Yo mientras pueda cocinar soy feliz. Es mi hobby”.
“Las medialunas de Blackie” son marca registrada en Comodoro y Rada Tilly. Martín es
un empresario exitoso del rubro gastronómico, con emprendimientos propios y familiares

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LOS SUDAFRICANOS / MARTIN BLACKIE

activos acá y allá. A mediados de los 90, en la Villa, frente al mar, administró por 3 años un
restaurante de comidas típicas “muy chic”, al que bautizó Die groot treek: La Gran Travesía.
En 2010 vendió el fondo de comercio con sus exclusivas recetas y alquiló el amplio local de su
panadería de Rada Tilly. Pero abrió junto a un nieto una rotisería en La Loma. Está jubilado y
se supone que retirado de los negocios. Pero sólo despega del trabajo cuando viaja. Por eso
junto a su mujer tienen una agenda programada, con paseo dentro y fuera del país, con meses
de antelación. De todas formas, sus ocupaciones, desde que vendió el negocio, no le quitan el
tiempo necesario para dedicarse con gusto a la cocina en su propia casa.
La historia de los inmigrantes Boers en Patagonia se remonta al año 1902. Llegaron
desde los paisajes asimilables de la meseta sudafricana del Karoo, a campos también propicios
para la producción de ganado ovino, áridos y con una configuración del suelo semejante.
Vencidos pese a su enorme coraje por el poderío imperial británico, que debió movilizar 450.000
efectivos para enfrentar a 35 mil campesinos-soldados en la guerra que se extendió entre 1899
y 1902, los Boers se lanzaron al océano en busca de la paz prometida en la Argentina por vía
diplomática, para preservar en libertad su vida y su cultura.
“La guerra venía en nuestros corazones y la meseta de la Patagonia enmascaraba otros
enemigos: la sed, la soledad, el frío”. La frase está inscripta en el calendario con que la Munici-
palidad de Comodoro Rivadavia homenajeó a los colonos Boers en 2002, en el centenario de
su arribo a estas playas. Impresionan los rostros en las fotos blanco y negro. En la imagen que
hay encima de esa frase hay un contingente de recién llegados. Una veintena de adultos con
sacos, vestidos largos las mujeres, todos boinas o sombreros, observan la cámara con rostros
doloridos, tristes, preocupados. Rostros de haber visto la esclavitud, la enfermedad y la muer-
te. Rostros de enfrentar un porvenir incierto en tierra extraña. Es llamativo: sólo los pocos
niños sonríen bajo el sol.
Fue en 1903 que llegaron los abuelos y la madre de Martín Blackie al puerto de Comodo-
ro Rivadavia, con el segundo contingente de Boers lanzados a Patagonia. No pudieron desem-
barcar de inmediato. Tuvieron que permanecer a bordo algunos días más frente a la costa,
porque en el pueblo no había agua. “La aldea” le decían. Era un precario caserío. Había sido
fundado apenas dos años antes. Recién desembarcaron los boers cuando las carretas llegaron
desde los manantiales de Behr.
“Desembarcan y se alojan en las carpas durante varios meses, hasta que les indican
‘bueno, ustedes tienen derecho a una legua de campo’. Les muestran un mapa muy precario y
Martín Blackie nació en
1939 en Comodoro
Rivadavia, en la casa de
una partera de
ascendencia sudafricana,
y en Sierra Chaira vivió su
infancia, hasta los 11
años, en una especie de
limbo terrenal.

dicen ‘bueno, hacia el norte, para el lado de Trelew, y para el lado de Sarmiento… vayan y
elijan una legua de campo’. Las mujeres y los niños se quedaron y fueron los hombres. Eligie-
ron los lugares donde encontraron agua, aunque sea un chorrito”.
Los abuelos y Cornelia Van Wyk, la madre de Blackie, tuvieron su “gran travesía” parti-
cular. El era albañil. Se habían afincado en Río Pico.
El padre de Martín había sido enviado por los colonizadores británicos a la India como
prisionero. Pero con otros Boers escapó del campo de concentración y regresó a Sudáfrica.
Desde allí llegó en un barco como polizón a la Argentina, en 1909. Marchó a Río Pico y así
conoció a la madre de Martín. Se casaron en 1914. Ella con unos 17 años, el casi con 33. Él
trabajó como peón en un campo de Don José de San Martín hasta que decidió venir a Comodo-
ro Rivadavia y ocupar su legua en los alrededores.
El campo que eligió distaba a 150 kilómetros de Comodoro y a 150 kilómetros de Sar-
miento. Tenía una aguada en lo más alto de un cerro. “De la montaña al llano, donde ellos
querían hacer su primer campamento y su futura casa, habían 2500 metros –cuenta Martín—
. Llega mi padre ahí y como caperucita roja marcaba su caminito, de alguna manera con trapi-
tos y señales, marcó cuál iba a ser su campo. Vuelve a Comodoro a buscar a mi madre. Tenían
al bebé de 3 meses, que era mi hermano mayor. Mi madre había estado viviendo con el bebé
debajo de una lona, con algunos cueros y dos o tres frazadas, una ollita y tres perros”.
La misma corrección de su fonética delata que el castellano es su lengua adoptiva. Blac-
kie conjuga en su decir elegante, los modos del afrikaans y el inglés. Interpone acentos de
pronunciación ampulosa entre frases. Sostiene la tensión, suspende el relato. Modos de quien
se aventura a narrar, como inmigrante.
“Un vecino le había dado a mi padre creo que 40 ovejas. Mi madre tenía que encerrarlas
a la noche en un corral de matas, porque si no se las comían los pumas. De día las largaba para
pastar y las encerraba de noche. Pasaron los días y los meses. Mi madre quería suicidarse pero
tenía un bebé. Estaba totalmente desesperada, ya no sabía qué hacer. No tenía comida. Estaba
obligada a cazar para comer. Mi padre había ido a Puerto Deseado a comprar ovejas. Compró
la mitad y alquiló 150, con documentos. El documento para el sudafricano era ley. Las llevó
arriando desde acá, pasó por Comodoro, y llegó a Sierra Chaira después de 3 meses, con sus
300 ovejas”.
“Entonces tenía que hacer una casa. De piedra. Empezó a levantar cuatro paredes, de a
poco. Consiguió chapas. Así fue armando su casita. Pero estaba el problema del agua. Iba con

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210 El Libro de los Pioneros

LOS SUDAFRICANOS / MARTIN BLACKIE

baldes, a pie, arriba, al manantial, a buscar el agua para la casa, para tomar, para higienizarse,
para cocinar, para lavar la ropa”.
“Entonces empezaron a nacer los hijos. De a poco la familia fue creciendo. Alcanzaron a
juntar el dinero para comprar el cemento y hacer un acueducto de piedra y cemento, para
traer el agua desde el manantial”.
Sin interrumpir su relato Blackie se levanta de la silla, en el living de su casa, y busca un
pequeño bloque de piedras y cemento con una cavidad en forma de V. Es un resto de aquel
acueducto pionero, al que el padre cubría con piedras chatas para proteger el agua de las
heladas.
“Fue de los primeros acueductos que se construyó en Patagonia. Te hablo del año 1915,
aproximadamente. Entonces ya pudo poner verduras, hacer quinta, y el agua alcanzaba tam-
bién para la casa, para cocinar, para bañarse. De rodillas mi padre construyó esto, con la ayuda
de los chicos que fueron naciendo y creciendo. Todo un problema el tema del agua. Y bueno…
las comidas. Te cuento un poco de las comidas”.
Así fue Blackie desenvolviendo el recuerdo de la historia familiar, haciendo honor a la
madre, su memoria poderosa y su capacidad narrativa. Pero con su distintivo toque culinario.
“Se comía mucha carne salvaje, pero se cazaba solamente lo que se consumía. Aprendie-
ron de los animales africanos. El animal africano no caza por placer, caza por hambre. Mi
padre nos enseñó eso. ¿Qué comíamos? Martineta: era riquísimo, un placer. Armaba una man-
ga muy larga, con matitas, y al fondo, un alambre tejido como un butrón. Entonces el anima-
lito entraba pero no podía retroceder. En esas trampas entraban hasta 40 martinetas. Se mata-
ba lo que necesitábamos por 6 o 7 días. Al resto las soltábamos al campo. Eso nos enseñó el
viejo”.
“Después: avestruz. Un plato exquisito. ¿Sabés cocinar el avestruz? Se comían los alones
y la picana, que es la parte del anca de atrás, y bifes de la pierna, que también es muy rico. Y la
grasa, que era nuestra manteca. Después tuvimos manteca de chiva, ya te voy a contar, pero al
principio: comíamos pan tostado, a la mañana, temprano, con grasa de avestruz calentita, y
un poquito de azúcar… Cuando había. Y el huevo de avestruz, que es muy grande, y equivale
a 12 huevos de gallina. Los vecinos vivían muy, muy lejos, pero en septiembre siempre nos
juntábamos, durante 3 días, y salíamos a buscar huevos. Encontrábamos nidos con 30 o 40
huevos. Esos sí: llevábamos todos los que podíamos, y los enterrábamos en un zanjón con
arena para que se conservaran durante algunos meses. Cuando los necesitábamos los sacába-
mos y los comíamos hervidos, en tortillas o revueltos. O se hacía
algún bizcochuelo”.
“El avestruz era para nosotros un alimento realmente im-
portante. Y las plumas se vendían. Se usaban para hacer colcho-
nes y almohadas, y las plumas de las alas se vendían a muy buen precio. Cuando se venía a
Comodoro una vez al año se traían para vender las plumas y los cueros de lo que cazábamos.
Pero por ahí no teníamos balas y los perros que teníamos destrozaban mucho el avestruz
cuando lo agarraban… Mi viejo consiguió unos pesos y alcanzó a alambrar su campo. Compra-
ba de a poco el alambre. Sacábamos las varillas de las matas de molle. Los avestruces que del
campo de abajo acostumbraban a tomar agua en el manantial de arriba, cuando se encontra-
ron con el alambre tuvieron que rodearlo y un día vimos el caminito que hacían, así que a uno
de mis hermanos se le ocurrió hacer lazos de alambre. Colgamos 6 o 7 un día, pero los avestru-
ces los veían y, vivos, los esquivaban. Necesitábamos un alambre más finito. Por ahí encontra-
mos una cubierta de un Ford T. Mi hermano lo metió en una mata y lo prendió fuego. Descu-
brimos que en el talón de la cubierta había alambre finito. Así pudimos armar 12 o 15 lazos. Al
día siguiente, a las 7 de la mañana fuimos a ver: había 7 avestruces en los lazos, recién caídos,
estaban calentitos todavía. Eso para nosotros era una futura industria”.
“Después llegaba la época de la chulengueada y salíamos todos a chulenguear. A veces
volvíamos con 20 ó 25 cueros de guanaquitos, los estaqueábamos para secarlos, y por ahí pasa-
ba el mercachifle, que era un turco de Sarmiento, y compraba las pieles o las canjeaba, por
ropa o víveres”.
Cuando Martín nació, la casa que en Sierra Chaira había levantado el padre y luego los
hermanos mayores, ya tenía una cocina grande, de piedra, y 3 dormitorios, también de pie-
dra, con techos de chapa, sin cielo raso.
“Y había una cocina grande que se usaba para cocinar y calefaccionar. Pero a la noche el
frío que hacía era terrible. En aquellos años hacía frío en serio. Había que taparse hasta la
cabeza en esas piezas heladas”.
Blackie recrea la atmósfera de la niñez a partir de sensaciones, en especial de aromas y
sabores. La cocina le sirve para movilizar los recuerdos más vívidos de su infancia.
“Una vez por año mi padre compraba un novillo y un cerdo, o lo cambiaba por leña o
por lana. Y con eso hacía chacinado, hacía chorizo y hacía charque, que es carne seca. Se sala
durante 20 días en un barril con sal y un condimento sudafricano que tenían. Después lo

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LOS SUDAFRICANOS / MARTIN BLACKIE

cuelgan y cuando está la carne seca la cortás con un cuchillo en rodajitas y lo comés. Es riquí-
simo. Y también pedazos de carne más grandes, lo llamábamos tumbas, también se secaban
en la galería y a la noche se servía como cena. Cuando había lo acompañábamos con papas y
legumbres. Si no se preparaba con harina, un bollo de masa y se hervía. Pero era muy salado
eso… y a la noche… nos daba sed. Una sed terrible. Una sed en serio. No había jarras, entonces
nos llevábamos una lata de duraznos, o algo parecido, a la mesita de luz… Pero a las 2 o 3 de la
mañana querías tomar agua y estaba congelada hasta el borde. Entonces nos turnábamos con
mi hermano para ir a prender el fuego, derretir el agua y saciar la sed”.
Los Blackie eran 10 hermanos. Siete varones y 3 mujeres. Martín es el anteúltimo de los
hijos. Entre los divertimentos compartidos en su infancia evoca paseos entre los cerros, el
“deporte” que era salir en búsqueda de flechas, o de huevos de avestruz en primavera, muni-
dos de fósforos, sal y una cuchara cada expedicionario; la exploración fascinante de los picade-
ros; las 4 tumbas de pobladores originarios que hallaron en lo alto del Cerro Redondo una
tarde del séptimo día, domingo, día de descanso, de religión y caza prohibida para los protes-
tantes.
Cuando ocurre esta entrevista, 7 de los hermanos están con vida, el mayor con 84, el
menor con 68. Blackie está a punto de cumplir 72. El campo familiar está en manos del menor.
“No produce mucho. Es un campo chico, lejos de Comodoro, con poco agua. No es muy fructí-
fero. Pero en aquellos años nos ayudó para salir del paso, como quien dice, para subsistir”.
Blackie retira la olla del fuego. Resuelve con brevedad las preguntas imprevistas, y ense-
guida retoma el plan original de su relato. La receta.
“Te sigo contando de las chivas. Nuestro alimento era la leche de cabra. Siempre tenía-
mos 40 o 50 cabras. Cada una tenía su nombre de mujer. Nosotros les poníamos los nombres
de las vecinas. Y las vecinas que tenían chivas, les ponían nuestros nombres”. En la amplia
zona conocida como Sierra Chaira eran sólo 6 las familias asentadas. Todas de sudafricanos.
Pero la suya no es una receta exclusiva. “Las historias que yo te cuento las cuentan todas
las familias Boers –aclara—, no solamente los Blackie. Todos teníamos los mismos métodos, las
mismas costumbres, nos juntábamos las familias una vez al año, y hacíamos una verdadera
fiesta, que duraba muchísimo… Era una vida hermosa. Nunca pasamos hambre. Nunca… Y la
pasábamos bien… No conocíamos otra cosa. Esa era nuestra vida y éramos felices”.
“Bueno, en septiembre, salía el calafate. ¿Sabés lo que es? Esa era nuestra fruta. Salíamos
a atacar calafates y durante uno o dos meses teníamos un montón de fruta. Era un placer… Las
Durante 10 años, Martín
de cada viaje traía
semillas y fracasaba. Sólo
del penúltimo germinaron
algunas. Son las 8 proteas
que imperan hoy sobre el
jardín, robustas
sobrevivientes entre 30
brotes trasplantados. “Las
plantas y la jardinería me
chivas nos daban leche. Mi vieja hacía manteca y hasta que- encantan, me superan.
so. A la mañana las chivas grandes se largan a pastar y los Como la cocina. Yo
chivitos se dejan en el corral, para que las madres vuelvan a mientras pueda cocinar
la noche. Cuando llegaban se ordeñaban y la mitad de la soy feliz. Es mi hobby”.
leche se dejaba para los chivitos. Hacíamos 30 o 40 litros por
día. También comíamos fideos con leche y un poco de azúcar para darles sabor”.
El padre de Martín llegó a la Argentina, “con un estudio. Una cultura”. El orgullo del hijo
amplifica las palabras. “Siempre nos sorprendía. Pero él leía. Leía mucho, todas las noches. Y
éramos muy creyentes. Todos los domingos a la noche nos leía la Biblia y cantábamos salmos.
Era un placer. La fuerza de ellos estaba en la creencia: más allá de cualquier cosa estaba Dios…
Eso es lo que los ayudó a salir adelante…”.
También los Blackie eran protestantes. Dios era testigo de su laboriosidad. Consuelo y
compañía en el campo sembrado de pura distancia.
“Para venir del campo a Comodoro se tardaba 27 días –recuerda Martín—. Con la carreta.
Se quedaban una semana, vendían su lana, y compraban lo necesario. Ropa. Suela y cuerina.
Mi madre nos fabricaba las botas patria. Ella tenía los moldes que había traído mi abuela.
Todos los números. En un día cocía un par de botines. Tenían una suela gruesa así. Ella corta-
ba la cuerina y cocía con la lezna, con lonjas de cuero de guanaco secado al sol. Con esas botas
patrias salíamos a cazar de noche. ¿Qué cazábamos? Gatos montes, gatos salvajes, que es el
famoso gato pajero que le llamaban, zorros, zorrinos y liebres. Salíamos después de cenar, las
noches de luna, a las nueve. Pero teníamos un problema. No teníamos botas de goma y cuan-
do nevaba mucho, la nieve nos llegaba a las rodillas. Se nos congelaban las piernas. Hasta que
un día un hermano que siempre estaba inventando algo, agarró unos pedazos largos de arpi-
llera, que por entonces se usaban para la lana, y derritió grasa de riñones de guanaco y grasa
de capón en un balde, y ahí en la grasa hirviendo metía la arpillera y antes que se enfriara se
envolvía las piernas, de los tobillos a las rodillas, bien apretadito. Se enfriaba la grasa y ya
teníamos unas botas totalmente impermeables. Salíamos a la noche y volvíamos a las 2 o 3 de
la mañana, con 6 o 7 pieles”.
El ser humano es capaz de resistir al salvajismo del ambiente y puede someterse a es-
fuerzos bestiales sin que se degrade su cultura. Aquellos Boers además tenían iglesia y creían
que la educación era el sostén de un espíritu civilizado. Además, Martín advierte que “quienes
vienen de la guerra, de pasar hambre y miseria, se hacen más humanos en tiempos de paz, y

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LOS SUDAFRICANOS / MARTIN BLACKIE

todo es cordialidad, cooperación, amistad”.


“Los padres nos enseñaron todo –comenta luego—. A leer, a escribir, a sumar y a restar.
Todo en afrikaans por supuesto. Y un día apareció un inglés. Lord Chamberlain se llamaba.
Muy exigente. Típico inglés. Recorría los campos y enseñaba a los chicos, pero en inglés. Con
mi papá y mi mamá, pese a que sabían muy poco castellano, aprendimos a traducirlo. Apren-
dimos lo esencial. Cuando en el año 50 llegamos a Sarmiento, los tres más chiquitos estába-
mos todavía en edad de ir a la escuela: Roberto, Martín y Ramón. Caminábamos todos los días
4 kilómetros desde nuestra chacra hasta la escuela-rancho Pio Pio. Julio Lew era maestro, di-
rector y todo. En un rancho de 5 por 6, 30 metros, tenía 7 grados, de primero inferior a 6to
grado, 35 alumnos. Ahí aprendimos a hablar, y a leer y escribir en castellano”.
Hasta los 11 años Martín había sido criado en afrikaans e instruido medio en inglés,
medio en castellano. En la escuela empezó a ser educado con el idioma adoptivo y su identi-
dad se completó con los nuevos colores.
“Nos sentíamos una mezcla. Recién uno empieza a sentirse argentino cuando empieza a
ir a la escuela. Ahí es donde está la bandera. Yo era sudafricano. Yo leía en afrikaans. Me
tragaba libros. A todos los hermanos nos encantaba leer y siempre nos llegaban libros de
Sudáfrica y nos enganchábamos, las noches largas, del invierno, leyendo a la luz de la vela”.
Blackie usa los detalles como condimentos, para realzar el sabor de su relato.
“¿Las velas sabés cómo las fabricaban? –pregunta— Con grasa y soda cáustica. La mecha
con una sábana vieja. Cortada en una tira finita, mi vieja las metía en un molde con doce
tubos largos, que se llenaban con grasa hirviendo. Cuando se enfría le echas un chorro de agua
caliente, previamente pasas un alambrecito cortando las telitas y después levantás y salen 12
velas hermosas”.
Sin agua al principio. Nunca gas ni electricidad. A la luz de la automatización contempo-
ránea, la laboriosidad de aquellas mujeres realza un perfil casi heroico.
“La mujer sudafricana no sabés lo que era –comenta Blackie—. ¡Maravillas hacían! Traba-
jaban de las 5 de la mañana a las 11 de la noche. Al principio hacían la ropa. ¿Sabés con qué?
Con las bolsas de harina, que eran de algodón. Eso eran nuestras sábanas y nuestra ropa inte-
rior. Después con telas que compraba en Comodoro mamá nos hacía el resto de la ropa. Todo
a mano… Cuando fueron creciendo mis hermanas le ayudaban a hacer esa clase de cosas”.
Sin televisión. Claro. Sin internet ni teléfonos. “El segundo, Juan, era un estudioso.
Desde su casa, desde el campo. Escuchaba la radio. Todo el día con su radio al lado y leía
Blackie se convirtió en
vicecónsul en 1989 y
entonces, junto a su
esposa, por primera vez
viajó a Sudáfrica, durante
45 días, como huésped
oficial. Encarnada aquella
cultura, conocedor del
idioma, la música
tradicional, el arte
Selecciones, que le compraba mi viejo, del Readers’s Digest”. culinario, Martín se sintió
Después de un accidente a caballo que le costó un riñón de- en casa y a todos los
bió mudarse al pueblo. Con él la familia compró una im- anfitriones sorprendió su
prenta y Juan editó a los 6 meses un diario, “para el pueblo desenvoltura.
que tenía entonces unos 6 mil habitantes –según recuerda
Blackie—. Una locura”. Se llamó La Voz de Sarmiento.
De Pedro, el mayor, Martín recuerda su gran habilidad en el trabajo, su destreza en la
diversidad de quehaceres de la vida rural, y también evoca que su padre era quien leía los
sermones en el culto de las familias sudafricanas y a quien tocaba predicar en los actos fúne-
bres de la colectividad, convocados por la desgracia en cualquier lejanía. “Tenía un poder de
convicción impresionante. Era respetado por eso en toda la zona”.
Martín terminó 6to grado con 18 años y pasó a trabajar en el negocio de su maestro en
Sarmiento, que “vendía autos, repuestos, nafta y kerosenne”. Fue un gran aprendizaje. Lew
era además un gran vendedor y le enseñó todo. Fueron 3 años determinantes para quien
encuentra en el comercio su veta y está dispuesto a explotarla.
“No hice la secundaria, pero me abrí camino en la vida como si hubiera ido a la univer-
sidad”.
Entró a PanAmerican en su desembarco, en 1958, y salió en el 62 siendo jefe del yaci-
miento Chulengo, convencido de independizarse. Se mudó a Comodoro. Incursionó en el
negocio del transporte, administró y manejó camiones por todo el país, tuvo colectivos en
Patagonia Argentina, vendió mosaicos y Coca Cola al por mayor, se capacitó en el “Curso de
Poder Aeroespacial Nacional”, organizó viajes a Sudáfrica para amigos y altos mandos de la
Fuerza Aérea, viajando asesoró negocios de turismo internacional y desarrolló varios empren-
dimientos gastronómicos y de panadería exitosos.
“La vida me ha favorecido en todo sentido. También familiarmente. Con mi mujer esta-
mos casados hace 44 años. Felices. Tenemos dos hijas y un hijo; dos nietos y una nieta”.
“Entonces el hombre abrió los ojos y supo que no estaba solo. Supo que el desierto no era
un lugar de cosas muertas. Reconoció la voz del agua y del aire. Y tomó la canción del agua. Y
tomó la canción del aire. Y le regaló a sus hijos, viento al fin, pájaros silvestres, migrantes
eternos, para que con la llave del tiempo en sus manos construyan su casa en el mañana”. Las
frases están inscriptas en este calendario de 2002 que fue el obsequio de Blackie, a más de 100
años del desembarco de sus padres en la Patagonia z

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216 El Libro de los Pioneros
El Libro de los Pioneros 217
218 El Libro de los Pioneros
Capítulo V

Los alemanes

El Libro de los Pioneros 219


220 El Libro de los Pioneros
L
os inmigrantes alemanes tuvieron presencia en los primeros
años de vida de la ciudad a través de figuras como la de Juan
Plate, uno de los pioneros más importantes de la etapa
fundacional de Comodoro Rivadavia. La impronta de este grupo se hizo
aún más significativa, con los inicios de la actividad petrolera y la
presencia de técnicos especializados (como es el caso de José Fuchs) o el
establecimiento de inversiones alemanas en áreas de perforación (Astra),
con personal directivo y operarios de ese origen.
La primera Asociación Alemana se creó en 1918 bajo el nombre de
Sociedad Sportiva Astra, siguiendo el desarrollo social y cultural por
varias décadas en diferentes actividades, siendo la base para el
nacimiento del Club Palitroque que funcionó hasta 1960. A fines de 1991 a
cargo ya de algunos descendientes, se conforma una comisión que
resuelve denominar a este tercer intento de unión, Asociación Germana,
para representar a tres países, Alemania, Suiza y Austria. En 2003 se
acuerda la modificación del Estatuto societario y el cambio de nombre de
la institución en adelante Asociación Alemana “Deutscher Verein” de
Comodoro Rivadavia.

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222 El Libro de los Pioneros
LOS ALEMANES

Reseña histórica

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224 El Libro de los Pioneros
RESEÑA HISTORICA

Los Alemanes

D esde principios de siglo, puede considerarse como muy destacada la participación de


los alemanes José Fuchs y Humberto Beghin en el descubrimiento del petróleo en Co-
modoro Rivadavia.
El fracaso del proyecto original de proveer de agua a la incipiente población produjo en
un primer momento una actitud de rechazo entre sus habitantes. Poco tiempo después se
tomó conciencia de la magnitud del hecho que provocara en pocos años una transformación
excepcional.
Y comenzaron a llegar más inmigrantes, algunos emprendieron actividades agrícolas y
ganaderas en los extensos campos pese al clima inclemente y las enormes distancias.
Otros, en los primeros tiempos, trabajaron en el ferrocarril a Sarmiento que se inaugu-
rara en 1912, coincidente con el comienzo de la exploración petrolera por parte de la empresa
Astra.
Expertos alemanes participaron en la fundación de los puertos de San Antonio, Cama-
rones, Comodoro Rivadavia y San Julián por la necesidad de trasladar primeramente la pro-
ducción de sus enormes estancias, amén de abastecer de mercadería al cada vez mayor con-
glomerado humano de la zona.
La actividad petrolera se convirtió en la primer fuente de trabajo, a partir de allí, la
gran cantidad de inmigrantes, muchos de ellos con sus familias, generaron el comienzo de la
actividad social y cultural.
En el año 1918 se funda la Sociedad Sportiva Km.20, unos años después se cambia su
nombre por Sport Club Astra ,
Puede decirse que ambas fueron la base para el nacimiento del Club de Palitroque
Astra.
Institución de larga trayectoria, consiguió en sus años de permanencia en el medio,
una adhesión incondicional de quienes practicaran o no el deporte, tenían la oportunidad de
disfrutar de las distintas fiestas y reuniones. El baile con la alegre música del acordeón en los
primeros tiempos, motivaba al reencuentro y la amistad.
Ya en 1922 se embarca el primer cargamento de petróleo hacia Alemania.
Un grupo de trabajadores alemanes crearon la Sociedad Masculina de Canto Coral Lyra.

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226 El Libro de los Pioneros

LOS ALEMANES / RESEÑA HISTORICA

Se crea una escuela, la Deutsche Schulverein Germania de Comodoro Rivadavia, se


daban clases de alemán en Km3 y en Comodoro, funcionó hasta 1944. En el año 1930 se
funda el Centro Social, Cultural y Recreativo Astra .
Por inquietud de técnicos alemanes nace el Club de Planeadores Cóndor, institución de
la que curiosamente era presidente una mujer, reconocida como la primer piloto en la Argen-
tina.
La derrota de Alemania en la Segunda Guerra mundial tuvo repercusiones desfavora-
bles para aquellos que, a pesar de haber apostado a un destino tan incierto como el sur del
país, habían conseguido insertarse social y laboralmente en el medio.
Fueron despedidos de sus empleos y quienes consiguieran establecerse por cuenta pro-
pia sufrieron dificultades que muchas veces los obligaron a sumarse al éxodo hacia otras
provincias, en busca, nuevamente, de un porvenir.
Algunos de quienes se quedaron, poblaron junto con galeses y holandeses la otrora
Colonia Sarmiento iniciaron emprendimientos avícolas, agrícolas y ganaderos, desarrollan-
do técnicas de su lugar de origen.
En aquellos tiempos la actividad social quedó reducida a muy concurridas reuniones
campestres donde se congregaban en algunas estancias cercanas a la ciudad, los alemanes y
su ya nutrido grupo familiar de descendientes.
Precisamente por iniciativa de algunos de estos descendientes, a fines del año 1960,
inicio sus actividades la Escuela Argentino Germana de Comodoro Rivadavia en una prime-
ra etapa solo preescolar. De destacable nivel académico, en poco tiempo funcionó la escuela
primaria bilingüe y en unos años se adicionó el ciclo secundario.
Recién en el año 1991, se lleva a cabo primeramente una reunión informal, convocan-
do a inmigrantes germanos y sus descendientes, donde se plantea la necesidad de restablecer
un punto de encuentro, como lo hicieran en aquel lejano 1918 nuestros antecesores.
Surge allí la Asociación Germana Comodoro Rivadavia que nucleaba a tres países, Sui-
za, Austria y Alemania. En forma casi inmediata integrada a la hoy Federación de Comunida-
des Extranjeras, debuta el primer grupo de baile juvenil.
Con la obtención de la Personera Jurídica comenzó a gestarse la idea de solicitar un
terreno a la Municipalidad, tras numerosas gestiones se consiguió en el año 1998 la adjudica-
ción en venta del Lote 14, Manzana 117 del Barrio General Mosconi.
Fue el Concejo Deliberante quien otorgara la Plaza ubicada entre la calle La Razón, calle
Alfredo Palacios y Avenida Roca, denominada Inmigrantes Germanos en honor a aquellos
pioneros en la Patagonia.
En el año 2003 por decisión de la Comisión Directiva se modificaron los estatutos y se
cambió el nombre de la institución por Asociación Alemana Deutscher Verein de Comodoro
Rivadavia.
Con la aprobación de planos se comenzó la construcción de una primera etapa de la
sede, un depósito con baños con instalaciones a terminar en breve, para encarar el resto de la
obra. Un paso que consolidó la presencia de esta colectividad en la ciudad z

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228 El Libro de los Pioneros
LOS ALEMANES

Personalidades

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230 El Libro de los Pioneros
LOS ALEMANES / KONRAD EBNER

Konrado

L legó a la Argentina en 1929 y a Comodoro Rivadavia con 20 años, en 1937. Vino atraído
por una oferta laboral en la compañía Astra. Cuarenta años después se jubiló en Petro-
química, y en 1978 marchó a Río Negro, a Allen, para realizar el sueño de vivir en una chacra
junto a su esposa, María Dolores Calatrava, con quien tuvieron 3 hijos.
En 1999 murió a causa de una neumonía. En 2012 su esposa cumple 91 años. Vive sola
en Buenos Aires, en el barrio de Belgrano.
Había nacido bajo el nombre de Konrad Ebner en Klagenfurt, al sur de Austria, en terri-
torio dominado por el imperio Austro Húngaro, el 15 de septiembre de 1917. Fue Johana, su
madre, quien le impuso su apellido.
Ella era una operaria fabril. Johan Pager, el padre biológico de Konrad era el encargado
de una estafeta de ferrocarril. “Pero la Oma no permitió que él lo reconociera”. Inés Haydeé
Ebner, hija de Konrado, es quien rearma la historia de su padre entre documentos, recuerdos
y consultas electrónicas con parientes lejanos. Esta entrevista transcurre en su casa del barrio
José Fuch, donde vive con su esposo, descendiente de portugueses, y Susana, una de sus hijas.
Inés no tiene información precisa sobre las causas del desencuentro entre su abuelo
ferroviario y Konrad, su padre, pero sabe que su abuela era una mujer trabajadora y del pe-
queño Konrad se encargaron la mayor parte de su infancia la abuela materna, supone que con
la ayuda de 3 tías. Konrad a veces hacía algún comentario sobre ellas. Son difusos los recuer-
dos de Inés. Hace ya unos 12 años que falleció su padre y hace más de 30 que no vive junto a él.
Además, Konrad no era de rememorar muy seguido
su pasado. Muy de vez en cuando evocaba algunos hechos Perfil
simples de la infancia, con alegría y nostalgia mezcladas, z Konrad Ebner nació en
según lo recuerda su hija. Alguna vez le contó que de bebé, Klagenfurt, al sur de Austria, el 15
su chupete, era un cuerito de panceta. Inés entiende que por de septiembre de 1917. En 1929
eso, el chacinado fue una de sus comidas preferidas a lo lar- llegó a la Argentina y en 1937 a
go de toda su vida. La historia también se construye de ins- Comodoro Rivadavia. Se casó en
tantes y detalles. Hay pequeños recuerdos que condensan la 1952 con María Dolores Calatrava.
materia de una vida. Tuvieron 3 hijos. Falleció en 1999
También hay grandes paisajes que la encuadran: entre en Cinco Saltos, Río Negro z

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232 El Libro de los Pioneros

LOS ALEMANES / KONRAD EBNER

Los Alpes y la Selva Negra caminaba Konrad a la escuela de lunes a viernes y los domingos a la
iglesia, a la misa, en la capilla lejana donde era monaguillo. Pero con frecuencia se entretenía
en la nieve jugando el pequeño, andando sobre una tabla, deslizándose en las montañas cu-
biertas de blanco a la vera de los pinares. El cura de la capilla lo amonestaba por sus tardanzas,
hasta que un buen día Konrad se cansó de sus retos y ya no fue más a ayudarlo con la misa. Es
sabido que Dios deja que los niños vayan a él, pero los curas se afanan por que vayan a las
iglesias, que es donde ellos mandan en su representación. Dios prefiere a los niños jugando,
siempre.

Opa

z La mamá de Konrad se casó con Esteban Jaretz, quien le dio al niño una crianza pater-
nal y amorosa. Esteban fue quien los atrajo a América. Tras él vinieron Johana y Konrad, a la
Argentina, a encontrar nuevos horizontes. El chico tenía 12 años. En 1929 partieron a Buenos
Aire desde Hamburgo, en un ruidoso vapor llamado Baden.
“Don Esteban hizo su casa en Villa Adelina. Era carpintero ebanista”. Inés tiene apunta-
da una serie de datos sobre la historia de su padre, en unas páginas de papel carta con redon-
delitos celestes, como escarapelas argentinas. De pronto señala en la pared el espejo, con un
artístico marco con hojas y frutos tallados. Es un olivo. Susana, su hija, convida café mientras
transcurre este encuentro. Inés cuenta que antes, el marco labrado por Esteban encuadraba la
foto de casamiento de sus padres: Konrad y María Dolores Calatrava. Ahora encuadra el reflejo
del living de su casa. La foto vive en un cajón de recuerdos.
Nieta “del corazón”, Inés cuenta que Jaretz había tocado el saxo en una orquesta de
Austria. Era una “persona muy educada, culta y simpática. Se ilustraba permanentemente.
Tenía una interesante y amplia biblioteca. Con un cariño sin límites fue el padre adoptivo que
no dejó que a Konrad le faltara nada en la vida”.
Devenido Conrado, el joven migrante austríaco se recibió de topógrafo en el prestigioso
instituto Otto Krause. Fue socio del club alemán de Villa Ballester y un deportista incansable.
Konrado practicó todo el espectro de deportes de su época, incluso boxeo, y hasta voló en
planeadores. “Era un tipo atlético –dice Inés—. Jugaba a todo. Hasta salto en garrocha hacía.
Un día, casi se mata”. Con un tal Purschel y otro García competían por el podio del atletismo
local. Inés recuerda que esos nombres rondaban las charlas familiares en su infancia.
Astra

z Desde Villa Adelina llegó Conrado a Comodoro Rivadavia, tentado por un lugar en la
compañía Astra. Era un tipo “inquieto y dinámico”, apunta la hija, y precisa que llegó en 1937
a instalarse en aquel pueblo–campamento del kilómetro 20 donde la comunidad de inmigran-
tes austríacos era una de las más numerosas de la planta de personal.
“Los germanos, por lo general jerárquicos, fueron históricamente mayoría junto a espa-
ñoles y austríacos, pero también hubo búlgaros, argentinos y rusos, portugueses, polacos, yu-
goeslavos, checoslovacos y chilenos, albaneses, lituanos, italianos, griegos, suecos, ingleses,
suizos, alsacianos, árabes y turcos, armenios, sudafricanos, uruguayos, franceses, estadouni-
denses, serbios, ucranianos y noruegos. Y por lo menos un finlandés, un pérsico y un japo-
nés”. Eso cuenta el segundo fascículo coleccionable producido por El Patagónico a 100 años
del descubrimiento de petróleo en Comodoro Rivadavia. Bajo el título de “Astra, aquel pueblo
de novela”, en 2007 se escribía que, “aún durante el nazismo y los conflictos que detonó la
pretensión imperial del gran dictador, dedicándose odio, respeto o temor, de modo silencioso
o burocrático, en Astra convivieron alemanes apolíticos o nazis por sentimiento, afiliación u

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234 El Libro de los Pioneros

LOS ALEMANES / KONRAD EBNER

obligación, comunistas, judíos, anarquistas, analfabetos e ingenieros, hombres solteros, muje-


res casadas y un cocinero fotografiado en 1921 llamado Jackicki Fukunaga”.
A ese mundo nuevo y múltiple vino a parar Conrado. Su parecido con Schumajer, el
campéon alemán de Fórmula 1, es evidente. Inés muestra las fotos que lo demuestran. “Bien
parecido –escribió ella—, se enamoró de María Dolores, hija de Manuel Calatrava, un conocido
gastronómico de kilómetro 8”. Su bar-restaurante llevaba por nombre, ese apellido.

Nieve

z “Trabajó más tarde en la Compañía Ferrocarrilera de Petróleo, luego Petroquímica,


siempre como topógrafo. A caballo y con el teodolito, marcó huellas imborrables en los hela-
dos campos patagónicos”. Inés guarda algunos de los recuerdos que evocaba su padre sobre su
vida de topógrafo, abriendo caminos entre locaciones petroleras. Cuenta que uno de esos días
se perdió en medio de la nieve. Su chata se descompuso. Cayó la noche. No tenía más que una
linterna para guiarse en el campo oculto bajo la nieve. Caminó por horas, con esperanza, y
llegó hasta uno de los campos de los sudafricanos en Sierra Chaira.
Sumamente sociable y alegre, frecuentaba picnics en Lote 23, una estancia que pertene-
cía a Petroquímica y Astra, festejos en el antiguo Club Palitroque de km3. Bailes en los clubes
del 8: el de Empleados y Petrólea. También trabajó en el sector de administración de Petroquí-
mica. Se jubiló en la empresa en 1977 y se mudó en 1978 a Allen con su esposa, a realizar su
sueño de vivir en una chacra, donde colaboraba con los primos de su esposa. A él le gustaba
esa vida de fruticultores amigados con la tierra y con sus ciclos. Siempre había dicho, que
cuando se jubilara, se irían con María a Río Negro. Más tarde se mudaron a Cinco Saltos,
donde Konrado y su esposa compraron una casa en el centro de la ciudad.
Ines recuerda a su padre como a un laburante. Un hombre ávido, inquieto, de esos que
siempre están ocupados, haciendo, produciendo, de los que no pueden estar quietos.
Konrado volvía al descanso en Comodoro. Venía a pasar todos los inviernos con Inés, a
quien su padre llamaba Kuqui, e Inés y los suyos iban los veranos a visitar a sus padres. Allá
muchas veces quedaban con Konrad y María los nietos, madurando aventuras bajo el sol de
Río Negro. Fue tradición que en la chacra de los padres se juntaran los tres hermanos a pasar
cada diciembre las fiestas.
A Inés de repente vuelven algunos recuerdos nítidos. “El nunca quiso decirme nada en
alemán”, cuenta de pronto. Su
papá prescindía absolutamen-
te del idioma natal. Pero a Es-
teban, su papá adoptivo, sí le
gustaba compartir con familiares y amigos palabras, dichos y can-
ciones.
Johana ya había fallecido en Buenos Aires. Esteban vino a Comodoro para el casamiento
de Inés en 1966. El carpintero hebanista le armó su juego de dormitorio y falleció a los pocos
días de ese encuentro. Los restos de ambos descansan en el cementerio de kilómetro 9. Conra-
do trajo de Capital las cenizas de su madre, para dejarlas junto a Esteban.

Foto

z Inés guarda una foto especial de su padre, en un portarretratos plateado. Conrado luce
traje y corbata. Está peinado a la gomina. Mira a tres cuartos de perfil. La foto está fechada el
31 de agosto de 1940. Konrado tenía entonces 23 años. Con letra juvenil, también detrás de la
foto está grabada esta frase: “A mi querida, como prueba de amor eterno. Tuyo: Konrado”.
Fue un regalo para María Dolores Calatrava. Por entonces eran novios. Se casaron el 3 de
agosto de 1942. “Se llevaban muy bien –recuerda Inés—. Estuvieron 56 años juntos”. Y tuvie-
ron 3 hijos. Inés Haydeé nació en 1943. Liliana Silvia en 1950 y Conrado Alberto en 1955.
“Todos le dieron cariñosos nietos que acompañaron su ocaso. De Inés con Francisco Dos San-
tos nacieron Adriana, Fabiana y Susana”. Fabiana, recientemente fallecida, fue la única que le
dio una bisnieta en vida al Opa. Emilia compartió sus dos primeros añitos con el abuelo. “De
Liliana con Jorge Penn nacieron Marina, Pablo y Romina”. Christian, el hijo de Conrado y
Leticia Agüero, hace unos 10 años viajó becado a Viena. Inés cuenta que se llevó una libretita
con anotaciones de Konrad sobre los Payer y estuvo rastreando los orígenes velados de la
historia familiar. Pero todavía es un enigma el desencuentro entre la Oma y el papá biológico
de Conrado.

Cruces

z Para todos es un misterio por qué la madre de Conrado ocultó a su hijo de Johan Payer.

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236 El Libro de los Pioneros

LOS ALEMANES / KONRAD EBNER

“Yo siempre creí que el abuelo Johan había muerto en la guerra”, cuenta Inés.
Pero Conrado no pudo detener el impulso de conocer su propio origen y desde Argenti-
na mantuvo contacto por carta con su padre biológico. En 1974 regresó por última vez a su
querida Austria para reencontrarse con la familia de Johan, que falleció en 1958. “De su unión
con Leopoldine habían nacido 6 (medio) hermanos de Conrado: de los cuales aún viven Leo-
pold, Grethe y Richard”, comenta Inés.
“Gracias a las modernas tecnologías –dice—, estamos unidos a nuestras raíces, con un
gran amor y sin rencores”. Pero “con pena por los años de relación que perdieron”.
Liliana y su hermano Conrado compartieron personalmente vivencias y lugares con los
tíos y primos en Austria. Con ambas familias, con los Payer y los Jaretz. También fue Inés en el
96, en el 98 y en 2010. Pero nunca se animó a visitarlos, ni a unos ni a otros. Dice que por el
idioma.
Entre 2002 y 2003, Gerard Jaretz, primo del abuelo, vino a la Argentina. En Comodoro
visitó a Inés, en Río Negro a Conrado Alberto y en Buenos Aires, visitó a Liliana.
Inés y Francisco Dos Santos viajaron a Ibiza en 2010, a visitar a los primos Elisabeth y
Alois, de ascendencia Payer, que junto a su hija Mónica manejan un emprendimiento turísti-
co. Ellos ya vinieron a visitarlos y a pasear por Argentina 2 veces.
Erich, otro sobrino, viaja asiduamente a la Argentina, es el dueño de la bodega y el
catering de la flota Supernova, los cruceros internacionales que hacen en Argentina el viaje
entre Ushuaia y la Antártida. Con todos mantenemos una fluida y cálida comunicación. “Ilu-
minados desde el más allá por Conrado”.
Inés está agradecida porque disfrutó de su padre. “Yo fui hija única 6 años –cuenta—. El
siempre fue tan cariñoso. Y laburaba un montón. No nos dejó faltar nada. Íbamos de vacacio-
nes todos los años. A cualquiera que le preguntes te va a decir: era un personaje inolvidable.
Yo lo tengo en el pedestal, con sus virtudes y sus defectos. Fue un excelente padre, que nos
acompañó en el estudio, y nos inspiró respeto y buenos modales”.
“Hasta enfermo de alzheimer”, en los últimos años de su vida, Konrado no perdió su
cordialidad. “La gente que lo cuidó el último año siempre nos lo decía”, comenta Inés y pronto
se sacude el recuerdo doloroso de la cabeza.
“Era divertido –cuenta—. Ibamos a los bailes y él no paraba. Bailaba con todos nosotros,
pero sobre todo, bailaba conmigo” z
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238 El Libro de los Pioneros
Capítulo VI

Los polacos

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240 El Libro de los Pioneros
S
i bien existieron antecedentes de inmigración polaca hacia
Comodoro Rivadavia desde 1914, la primera oleada importante
de inmigración polaca a esta área se registró a partir de la
década del 20 y se vinculó mayoritariamente a la actividad petrolera en
la que se insertaron como trabajadores y técnicos especializados.
El flujo más importante de esta inmigración se focalizó sobre los años 30.
Un último grupo relevante de inmigrantes polacos se produjo en el
contexto de la inmediata posguerra (fin de la Segunda Guerra mundial)
con el arribo de exiliados que habían participado en la contienda contra
el nazismo. En cuanto a las prácticas asociativas, los polacos se
organizaron tempranamente a través de la concreción de la Sociedad
Polonesa “Dom Polski” en 1922.

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242 El Libro de los Pioneros
LOS POLACOS

Reseña histórica

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244 El Libro de los Pioneros
RESEÑA HISTORICA

Los Polacos

S egún relata la historia, alrededor de 1840 llegaron los primeros polacos a Chubut. La-
mentablemente, su marcha hacia distintos rumbos impidió que dejaran muestras tangi-
bles de su presencia en estas tierras.
Recién en 1906 la historia conforma la realización de un acto oficial con la participa-
ción de un sacerdote polaco, salesiano, el padre Ludovico Dawrowski, quien bendice máqui-
nas de perforaciones destinadas a la búsqueda del agua tan anhelada por la población. Pero
aquí, que sin saberlo, el sacerdote estaba bendiciendo la máquina que cambiaría el curso de
la historia de la ciudad: bendice el pozo número 2, que inició la explotación petrolera en
Argentina.
El padre Dawrowski también fue el inspirador de la fundación del parque Saavedra.
En 1914 llega a Comodoro Rivadavia otro polaco: Esteban Koprowski. En su modesta
casa, se reúnen polacos añorando el idioma, las costumbres y la música. Las primeras reunio-
nes sociales se realizan en el salón bar del señor Wyoczynski.
Con el correr de los años, técnicos y obreros polacos con sus familias suman sus conoci-
mientos a la actividad petrolera, ampliando así el círculo de inmigrantes que se integraron a
la comunidad. Así es como en el año 1922 se reúnen los polacos residentes en la zona para la
creación de la Sociedad Polenesa “Dom Polski” (Casa Polaca).
El presidente de la primera comisión directiva fue José Batko y el secretario Juan Samu-
ta.
Los primeros pasos fueron dados con el empuje, la voluntad y el esfuerzo de aquellos
primeros pioneros. Las limitaciones económicas complicaron las posibilidades para la cons-
trucción de la sede social, de manera que la casa fue construida con chapa y madera, como
eran la mayoría de las construcciones de esa época.
Los polacos hicieron realidad este sueño trabajando en ella, después de sus largas jorna-
das a la intemperie, cumplidas en sus lugares de trabajo particular.
En 1927 flamearon por primera vez las banderas argentina y polaca, inaugurado el
edificio terminado, que no contó con ninguna ayuda material ajena a la colectividad. Lo poco
que cada uno pudo aportar monetariamente se convirtió, gracias a la solidaridad, en la casa
que unió sus historias personales.

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246 El Libro de los Pioneros

LOS POLACOS / RESEÑA HISTORICA

En 1932 la vida en sociedad halla la casa completa, lista para cumplir su cometido de
hermandad.
En 1939 llegan rápidamente noticias a las costas patagónicas sobre el estallido de la
guerra en la lejana Europa. Varios polacos con residencia en Comodoro Rivadavia deciden
embarcarse con rumbo a los regimientos de Polonia.
Las cotidianas noticias desalentadoras sobre la invasión nazi en Polonia, provocan
intensificar cada día la acción de ayuda material a las víctimas de la guerra. Parten de Como-
doro Rivadavia encomiendas preparadas con amor, con dólares escondidos en hombreras y
forros de abrigos, para ayudar a las familias en aquel país.
Tras la ocupación de Polonia por parte de Alemania y Rusia Soviética, una asamblea en
la casa polaca decide apoyar el nuevo gobierno polaco en el exilio y continuar con la ayuda
económica.
En 1940 en Argentina se forma el comité de ayuda a las víctimas de la guerra y en
Buenos Aires se organiza la Federación de Sociedades Polacas, con el nombre de Dom Polski .
Los socios comodorenses aceptan el nombre, y así nace el título de la institución: Sociedad
Polonesa Dom Polski Comodoro Rivadavia.
En 1941 parten veinte voluntarios considerando una obligación patriótica incorporar-
se al Ejército Polaco en Inglaterra. Sus nombres no figuran en los datos históricos por consi-
derarse riesgoso. En 1942 la ciudad requiere un lugar físico para que funcione una escuela.
La solidaridad se hace presente; durante dos años y en forma gratuita la sociedad Dom Polski
cede sus instalaciones para que funcione en ella la escuela Nacional N° 24 (hoy Provincial 83).
Tras el fin de la Segunda Guerra mundial, a partir de 1948 las playas de Comodoro
Rivadavia reciben una nueva inmigración: los exiliados polacos, mayormente soldados que
fueron brazo armado de ese ejército . Estos nuevos inmigrantes polacos se integran con los ya
residentes y juntos aúnan experiencia con juventud.
En el año 1962, al iniciarse los festejos del milenario de Polonia, la municipalidad local
designa con el nombre de Avenida Polonia una de las arterias principales del nuevo ejido
urbano, el que luego se transformará en nuevo y pujante sector de ciudad: el Barrio Pueyrre-
dón.
En abril de 1974 llega a Comodoro Rivadavia la expedición polaca al escarpado pico
Fitz Roy. La asociación polaca brinda solidariamente al grupo de jóvenes alojamiento en la
sede social, provee de combustible y alimento para el viaje.
El 4 de marzo de 1993 un corto circuito en el entretecho provoca un incendio en el
salón social: la dificultad trae nuevas muestras de solidaridad con préstamos personales de
los miembros de la asociación. El Centro Gallego ofrece sus instalaciones para la realización
de una cena a beneficio.
En mayo de 1994 se inaugura el nuevo salón, orgullo para los socios z

El Libro de los Pioneros 247


248 El Libro de los Pioneros
LOS POLACOS

Personalidades

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250 El Libro de los Pioneros
LOS POLACOS / MIECZYSLAW JOSEF STANISLAO JAN DOLA

Miecislao ya lo sabía todo

A lemania invadía Polonia. Se precipitaba la Segunda Guerra Mundial. Un matrimonio


joven y una abuela de 80 y tantos años, le dieron cobijo a él y a un par de los amigos.
Eran 10 en total. Todos chicos del pueblo. Habían cruzado casi la mitad del país huyendo de la
invasión. Habían andado a pie. Habían dormido a la intemperie.
“A ver, dame tu mano”, le dijo una de esas tardes una abuela a Miecislao, que apenas
tenía 16 años. Recién habían terminado de tomar el té. Estaba recuperando sus fuerzas. El
chico extendió su mano confiado. La señora observó minuciosamente las rutas del destino en
su palma. “Vas a vivir muchos años”, le anticipó después de un instante. “También veo que
vas a servir a una nación extranjera y que cruzarás los mares varias veces”. El chico, alto,
rubio, miró con sus intensos ojos celestes que no habían vis-
to el mar todavía. La señora prosiguió con su examen. “Vas a Perfil
faltar por mucho tiempo de tu casa” y le anticipó también z Conocido como Dola, uno de los
que tendría dos hijos. Pero al alivio de su destino revelado se artistas plásticos más notable de
oponía una realidad cruel: unos 5 millones de polacos per- la historia de Comodoro
derían la vida durante la guerra que acababa de estallar a Rivadavia, Mieczyslaw Josef
sus espaldas. Stanislao Jan Dola nació el 11 de
octubre de 1923, en Konczyce,
Vivo provincia de Silesia, Polonia.
Sobreviviente de los nazis y la
z Dola nació como Mieczyslaw Josef Stanislao Jan Dola Segunda Guerra mundial, llegó a
el 11 de octubre de 1923, en Konczyce, provincia de Silesia, Buenos Aires el 29 de abril de
Polonia. El 11 de octubre de 2011 cumplió 88 años. Con el 1949. El 20 de julio siguiente llegó
paso del tiempo, aquel encuentro de adivinación cobra ma- a Comodoro Rivadavia, donde
yor trascendencia entre los recuerdos de este artista notable desarrolló obras trascendentes
de Comodoro Rivadavia. como dibujante técnico y la mayor
El pronóstico de aquella vieja también fue certero en parte de su prolífica obra artística.
eso de que Miecislao serviría a una nación extranjera. Por- Se casó con Pola Elena
que debió integrar las filas del ejército invasor durante la Piotrowski, con quien tuvo dos
segunda gran guerra. hijos z

El Libro de los Pioneros 251


252 El Libro de los Pioneros

LOS POLACOS / MIECZYSLAW JOSEF STANISLAO JAN DOLA

Su provincia, fronteriza, históricamente había sido disputada por los alemanes. Cuando
comenzó el último avance de los nazis sobre Polonia, previo al 1ro de septiembre de 1939,
Dola ya había intentado alistarse como voluntario en el ejército polaco, para resistir la inva-
sión, pero era demasiado joven y desestimaron su coraje. Su madre y sus hermanos habían
partido a refugiarse a Cracovia, el padre a su lugar de trabajo en las minas, y él junto a un
grupo de primos y amigos eran de los últimos en abandonar el pueblo amenazado. En el
ejército no habían accedido a alistarlos pero les habían confiado la misión de informar el
tránsito de los aviones sobre el pueblo.
Cuando al fin emprendieron la huída, Miecislao pasó a despedirse de su padre.
En el comando le habían dado a todo el grupo certificados para poder comer gratis en
cualquiera de los campamentos del ejército polaco. Alejándose de la frontera hacían un pro-
medio de 50 kilómetros por día, caminando sin rumbo. Sólo escapando de la guerra. Solían
dormir en zanjones, cansados, sueños profundos. Una de esas noches los despertaron los ojos
de un mongol observándolo. Era un soldado del ejército soviético. Miecislao se estremeció.
Pero el soldado extendió su mano, convidándole un cigarrillo. Seña de paz común. Había
escuchado que los rusos enviarían a todo prisionero a Siberia. Miecislao ya no tenía casa. Su
familia estaba dispersa. Y escapaba del monstruo sobre una tierra que comenzaba a arder,
invadida por ejércitos radicales, opuestos y temibles. Apenas tenía 16 años.
Cuando llegaron a Maleszow, en el centro de Polonia, el grupo de primos y amigos llegó
a la proveeduría de una estancia a comprar provisiones. La noticia de la guerra todavía no se
había diseminado por todo el país. Primero los tomaron por mentirosos, pero los chicos llega-
ron dando una explicación para ese vuelo repentino de tantos aviones sobre el cielo polaco. En
el pueblo se organizaron para darles asilo temporario y así fue como Miecislao fue a encon-
trarse con la vieja que leyó su suerte.
Había pasado poco menos de un mes desde el estallido de la guerra y en tren, siete de los
del grupo, emprendieron el regreso a casa. El avance de los tanques alemanes había sido arrolla-
dor contra un ejército nacional que se defendía a caballo, con bombas molotov. En el camino
recorrido, Polonia lucía los colores del invasor y en el aire, entre la pólvora, se olía la calma de la
paz que se impone a la fuerza. A su casa ya había regresado la familia. Esa tarde Miecislao quiso
entrar por la puerta trasera para hacer más grande la sorpresa. Su hermana menor fue a abrirle.
Cuando lo vió palideció y escapó corriendo. Como si hubiera visto un fantasma. Miecislao no
entendía. Su madre llegó a abrazarlo, besarlo. Lo acariciaba reconociéndolo: su hijo estaba vivo.
Alguien les había contado que Miecislao era una de las víctimas de la matanza de estu-
diantes en el pueblo vecino. Lo habían dado por muerto y hasta lo habían llorado en una misa.
Pero morir en la guerra no era su destino. El ya lo sabía. Su madre lo agradeció con el corazón
a cielo abierto.

Guerra

z Miecislao es hijo de un minero y tenía apenas 16 años cuando debió empezar a traba-
jar en canteras y minas de carbón controladas por los nazis. El esfuerzo era enorme, el pago
ínfimo, el trato degradante. Lo obligaban a saludar deseando salud al führer: “heil Hitler”. Él
lo evitaba. Leves gestos de rebeldía de un adolescente polaco frente al gigante invasor.
Cuando supo que los alemanes buscaban trabajadores para una fábrica de aviones en
Bremen allá fue Miecislao. Consiguió el trabajo y lo hospedaron en un hotel con otros 4 jóve-
nes empleados. En sus horas libres empezó a forjar su hábito por el dibujo, la pintura. Su
hermana pintaba y él recordaba las cuadrículas que hacía al comenzar, para dibujar en escala.
Un día hizo su cuadrícula y copió una foto de su madre. Le salió “bastante bien”. Enseguida

El Libro de los Pioneros 253


254 El Libro de los Pioneros

LOS POLACOS / MIECZYSLAW JOSEF STANISLAO JAN DOLA

los compañeros de habitación empezaron a pedirle retratos de sus novias. Había comenzado a
aflorar su talento artístico pero la guerra se interpuso. Estando en la fábrica fue alistado en el
ejército nazi. Trabajando para una planta de la Philips cercana a su pueblo postergó su partici-
pación en la guerra. Cuando al final lo convocaron debió participar en comunicaciones. Ope-
rando un teléfono con cable, le tocó estar en la primera línea de los avances alemanes, comu-
nicando la posición de caída de las bombas lanzadas por la artillería.
Dola recuerda especialmente una batalla en la Selva Negra. Buscando refugio del fuego
cruzado reconoció la silueta de una cúpula a ras del suelo. Supuso que podía ser un bunker de
la primera guerra. Lo era. Abrieron la escotilla y con algunos compañeros bajaron a guarecer-
se. Pero no estaban solos. En la penumbra descubrieron los rostros palidecidos de un grupo de
soldados ingleses. Hubieran debido llamarlos “enemigos”. Todos cruzaron miradas inquietas.
Alistaron sus armas. Un compañero de Dola que sabía algo de inglés rompió el dramático
silencio y un soldado inglés correspondió y convidó cigarrillos. Cuando afuera cesó el fuego,
los combatientes se despidieron, marchando a sus trincheras, a sus lados opuestos, deseándo-
se suerte, larga vida y paz duradera.
“Las guerras las hacen unos pocos” dice Dola, que lo sabe: “la mayoría de las personas
son pacíficas, gente con buenas intenciones”. El dice que lo constató en sus viajes. En los
diferentes países que visitó. Inglaterra, Escocia, Austria, Alemania. “En todas partes hay gente
buena. Lo más importante es el respeto”. Ya se lo había dicho su padre. Que en el respeto se
funda la convivencia pacífica de personas de todo tipo de condición, en cualquier lugar del
orbe. “Si vos respetás, te respetan a vos”.
El final de la guerra llegó para Dola en una de las ciudades devastadas, a orillas del río
Rin, en Alemania. Se había guarecido en el sótano de lo que había sido un restaurante. Eva-
cuada, la ciudad ya estaba en ruinas. Ahí pasó dos o tres días de calma, bien provisto de comi-
da, hasta que una madrugada los aliados lanzaron un bombardeo de una intensidad enorme,
“como garbanzos tirados sobre el piso”, recuerda Miecislao, que guarda la impresión enorme
de los estruendos sobre su cabeza, la tierra temblando, la oscuridad sacudida por las explosio-
nes.

Prisionero

z Animado por los rumores de que Alemania estaba a un paso de ser vencida, Dola supu-
“Las guerras las hacen
unos pocos” dice Dola,
que lo sabe: “la mayoría
de las personas son
pacíficas, gente con
buenas intenciones”. El
dice que lo constató en
sus viajes. En los
diferentes países que
visitó. Inglaterra,
so que su ejército ya no regresaría a ese lugar y decidió espe- Escocia, Austria,
rar. A horas del bombardeo salió a la superficie y escuchó Alemania. “En todas
disparos. Soldados ingleses ametrallaban puertas y ventanas partes hay gente buena.
de los edificios medio destruidos. Debió guarecerse de nue- Lo más importante es el
vo hasta que encontró en el silencio la oportunidad de mos- respeto”. Ya se lo había
trarse con los brazos en alto. Enseguida fue advertido y en- dicho su padre. Que en el
tendió que le preguntaban si había alguien más con él. Res- respeto se funda la
pondió que no. Lo llamaron a acercarse. Lo revisaron y lo convivencia pacífica de
pusieron a marchar. Lo obligaban a caminar unos diez me- personas de todo tipo de
tros por delante. Miecislao sabía que en exploraciones como condición, en cualquier
ésta, los soldados de la avanzada no tomaban prisioneros. lugar del orbe. “Si vos
Esperaba un disparo a traición. Temía caer muerto de re- respetás, te respetan
pente. Caminó 200, 300, 400 metros con esa angustiosa in- a vos”.
certidumbre hasta que comenzó a escuchar voces y pudo ver
grupos de soldados aliados y prisioneros alemanes, polacos. Recuperó el color y la sensación
de vida. Era el 17 de marzo de 1945. En el campo de prisioneros se sintió desfallecer y fue
hospitalizado. Muchos polacos, en esta guerra, debieron pelear alternativamente para el ejér-
cito invasor y el que los aprisionaba. Pero a él, su debilidad le impidió volver al campo de
batalla. Tenía 22 años. En el campo de prisioneros un inglés le robó un anillo de oro, regalo de
una chica en Polonia, amiga de su hermana mayor. Ahora no sabía nada de ellas. Ni de sus
otras dos hermanas. Ni de su hermano. Ni de sus padres.
Como refugiado, después de la guerra se formó como técnico constructor, cerca de Glas-
gow, en Escocia. Allá leyó el comunicado del gobierno británico que informaba que todos los
extranjeros que quisieran regresar a sus países o viajar a otros lugares del mundo, el gobierno
costearía los pasajes. Entonces Miecislao escribió anunciando que regresaría a su casa en Polo-
nia. Su hermana mayor contestó informándole que su hermano estaba preso, condenado a
trabajos forzosos en una cantera de piedra, por distribuir propaganda favorable al gobierno
polaco constituido en Inglaterra.

Sur

z Dola ya había leído sobre Tierra del Fuego, una tierra prometida. Argentina había sido

El Libro de los Pioneros 255


256 El Libro de los Pioneros

LOS POLACOS / MIECZYSLAW JOSEF STANISLAO JAN DOLA

neutral durante la guerra. Alguien que había estado contribuyó con su decisión. Dola marchó
a tramitar el pasaporte a Londres y tiempo después se embarcó en Sauthampton, en el buque
argentino Córdoba, para desembarcar en Buenos Aires casi un mes después, el 29 de abril de
1949. Allá lo esperaba un paisano, un amigo de su hermana mayor, que era farmacéutico pero
trabajaba en la construcción de lo que sería Ciudad Evita. Allí le consiguió trabajo a Miecislao,
que presentándose como oficial albañil, después de una prueba frustrada en el revoque de un
cielo raso fue enviado a la planta de cemento a preparar mezclas. Miecislao quería trabajar
como dibujante técnico. De eso sí sabía. Fue alguien de la sociedad polaca de Buenos Aires
quien le informó que había una vacante en la empresa Dorignac, en Comodoro Rivadavia. En
la casa donde era huésped, sus paisanos intentaron detenerlo. “¿Vos sabés donde queda eso?
Es al sur. En Comodoro nunca hay sol. Siempre está oscuro”.
Pero eso no alcanzó para desalentarlo. Miecislao no hablaba castellano y pensó que para
dibujar no necesitaba hacerlo. Tan malo no podía ser el lugar. Tomó el tren a San Antonio y
por ripio, horas y horas, en un colectivo de Transporte Patagónico. Las condiciones del viaje
no eran óptimas pero otros pasajeros le convidaron queso y vino. Era 20 de julio. Esperaba ver
por las ventanillas un cielo negro, pero los malos augurios no cuajaron sus tormentas. Cuando
entró a kilómetro 3, el colectivo tomó la avenida Tehuelches. Cuando le dijeron que eso era
Comodoro, su alegría fue inmensa. El sol brillaba en un cielo limpio. Era un día apacible, tibio
en pleno invierno. Sin viento. “Esta gente me engañó o no sabe nada”, se dijo, recordando las
advertencias de sus paisanos. Los colores de este paisaje, bajo la luz oblicua del sol, llenaron
sus ojos. Su espíritu, durante años, derramaría esos colores sobre el lienzo.
Desde la primera noche se hospedó en el hotel de 9 de Julio y San Martín. Al día siguien-
te, cuando almorzaba lo encontró un inmigrante croata, que también hablaba alemán. Inter-
cambiaron algunas palabras. Miecislao no tenía un centavo. Le comentó que empezaría a
trabajar en Dorignac. Su acompañante lo llevó a buscar ropa a la tienda de Don Esteban. El
encargado le dijo que llevara todo lo que necesitara. Que lo pagara cuando pudiera. “Así era
Comodoro. Era tan lindo. Tan lindo”.
La ciudad no le dejó sentir el desarraigo. Se sintió adoptado por sus paisanos, que esta-
ban organizados en una de las más importantes comunidades extranjeras de la ciudad. Ade-
más, siempre supo que volvería. A Polonia. A la familia. Pasarían 20 años. Pero volvería.
Antes conoció a Pola Elena Piotrowski, una chica de la colectividad. Era el año 49 o 50.
Dola recuerda la primera vez que la sacó a bailar. Fue en una fiesta entre paisanos, en el centro
Dom Polsky. También “ella era tan linda. Tan linda”. Miecislao le
pidió permiso a los padres y Pola extendió la mano. El dejó sus
ojos puestos sobre ella y deseó que la música nunca terminara.
No importaba qué ocurriera alrededor. Que todos observaran.
Miecislao estaba encantado. La pareja bailaba en ese íntimo lugar que la danza reserva a los
enamorados, aunque sea en medio de una multitud. “Ella era más linda. Distinta. La más
linda”. Era la princesa que representaba a Astra sobre las carrozas que entonces desfilaban
cada Día del Petróleo.
Noviaron un año y se casaron. Miecislao quería estar casado antes de los 30, tener hijos,
y tiempo y energía para criarlos. A nueve meses del casamiento nació Susana Cecilia. Dos años
más tarde, en 1955, Pablo Tadeo.
Como lo había anticipado la adivina, también es cierto que Miecislao cruzó varios ma-
res. Varias veces. También es cierto que faltó mucho tiempo de su casa natal: los 20 años en los
que fraguó la primera parte de su historia en Argentina, en Comodoro Rivadavia.

Arte

z Miecislao es un artista. Es uno de los más notables y prolíficos que hayan desarrollado
su obra en esta ciudad, que inspiró toda su carrera con los ocres del desierto que la rodean,
sembrado de torres y bombas, y el mar que refulge u oscurece, teñido de cielo, acunando
barquitos anaranjados, o enormes negros acorazados. A los campos petroleros, a la conjunción
de mar y desierto, a esos habitantes lejanos y silentes del paisaje dedicó lienzos por cientos. Y
fue laureado por su calidad y su estilo, que hizo participar de las distintas corrientes del arte
del mundo con prestancia.
El jueves 13 de julio de 1961, como vicepresidente del Centro de las Artes, Dola invitaba
en la prensa local a un “próximo Primer Salón de Arte netamente comodorense. Creo que el
público comodorense debe demostrar una vez más que no es frío, y volcar su interés a esto que
tal vez está necesitando: un escape para su incesante actividad laboral que les impide a veces
apreciar las bellezas de las cosas que nos rodean”.
Con materiales de rezago de la industria Dola diseñó la torre y es de su creación todo el
monumento que se alza en la esquina de Polonia y la Ruta. En sus paredes, desplegadas como
abanico, dice: “A esta tierra que permitió nuestro esfuerzo para labrar su grandeza”. Es una

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258 El Libro de los Pioneros

LOS POLACOS / MIECZYSLAW JOSEF STANISLAO JAN DOLA

frase feliz y sintetiza el fenómeno de la inmigración en Comodoro Rivadavia. Pertenece a


Aurelio Zaleski, amigo de Miecislao.
Dola fue el jefe de la obra de la Cámara de Apelaciones del Sur, luego Enet Nro1. Tam-
bién hizo la mensura inaugural de Rada Tilly y diseñó su escudo. Cuando en el 52, estando en
Dorignac, concluyó la primera mensura de la villa, el jefe le pidió que ejercitara sus conoci-
mientos de dibujo y pintura, y modelara una ciudad sobre el plano. Sobre el terreno real no
había más que una casa y los cimientos de una vieja construcción derruida, según recuerda
Dola, que entonces inventó todo. Pintó la Punta del Marqués, la playa, y un complejo de casas,
edificios y espacios verdes perfilándose al futuro. Dorignac exhibió desde entonces esa pintu-
ra en espacios públicos, a modo de publicidad para sus proyectos urbanísticos. El cuadro gus-
tó. Dola quedó contento. Y no paró de pintar.
Un plano suyo, de 1951, es pionero de los reglamentos de diseño en Obras Públicas del
Municipio. Es el de la casa de Ivonka Kristova de Stefanof. Hace dos o tres años buscó y encon-
tró el plano en los archivos municipales. Original y copia están guardados en folios, en una de
sus carpetas. En su casa, hay muebles refinados donde Dola tiene ordenado el registro de su
historia como artista, como funcionario, como vecino. Carpetas y carpetas. La cobertura de
medios. Páginas de diarios y revistas. Y también postales. Bocetos. Acuarelas. Cartas. Álbumes
de fotos. Fotos de sus obras. Notas oficiales. Cartas al lector de su autoría, publicadas en dia-
rios locales, sobre la irresuelta situación de los jubilados argentinos o sobre aquel viaducto
desestimado.
Las paredes de su departamento están cubiertas de cuadros. De su autoría, y de artistas
admirados. Regalos, intercambios, adquisiciones. Y hay uno que lo evoca. Miecislao es joven.
Fuma pipa y se observa con ojos de intenso color. Es uno de los cuadros que Dola más quiere.
Ahora lo suyo es casi una súplica. Pide por favor que no se lo enaltezca. Cree que recono-
cerlo un artista es suficiente. Aclara que también es erróneo el difundido dato de que se formó
profesionalmente en artes en Europa, en Inglaterra. Dice que sólo pinta. Pintaba. Que fue
autodidacta. Desarrolló su obra en acuarela al comienzo. Prevenido del deterioro de los colo-
res al cabo de 10 años adoptó el óleo, y desde entonces trabajó la mayor parte de sus cuadros
con espátulas. Fueron más los que regaló, donó, intercambió. Pero también vendió muchos,
sobre todo paisajes petroleros. Así pudo comprar su casa en Rada Tilly, allá por el 66, y realizar
su anhelo de vivir frente al mar.
Hace poco la presidenta Cristina Fernández recibió un cuadro firmado por Dola. Uno de
Dola ya había leído sobre
Tierra del Fuego, una
tierra prometida.
Argentina había sido
neutral durante la
guerra. Alguien que
había estado contribuyó
con su decisión. Dola
marchó a tramitar el
pasaporte a Londres y
sus paisajes más característicos: un campo antiguo poblado tiempo después se
de torres de madera. Fue en la última visita de la Presidenta. embarcó en
Fue un regalo de Comodoro. Lo atestigua esa foto, en la pa- Sauthampton, en el
red del departamento donde vive ahora, en el centro de la buque argentino
ciudad, en el quinto piso de un edificio desde donde se pue- Córdoba, para
de ver atardecer detrás de un cerro tapizado de casitas. Des- desembarcar en Buenos
de su sillón de terciopelo rojo el artista se deja fascinar por la Aires casi un mes
paleta de este inspirado cielo sureño. después, el 29 de abril de
Dola trabajó en Astra durante 36 años, hasta que se ju- 1949.
biló en diciembre de 1988. Colaboró en la ampliación y re-
modelación del salón Dom Polski. Piso, columnas, iluminación. Dirigió el “Taller Libre” de la
Escuela Normal de Bellas Artes de Comodoro Rivadavia. Entre 1970 y 1971 fue Jefe del Depar-
tamento de Artes Visuales de la Dirección de Cultura de la Provincia. En 2001 fue distinguido
como uno de los 100 ciudadanos notables en el centenario de la ciudad. Recibió otras innume-
rables distinciones de empresas, instituciones y colegios a los que donó obras a modo de cola-
boración.
Recibió del gobierno polaco una orden de mérito, por su obra en la sociedad. Conserva
la cruz de oro y plata en su cajita roja, pero además, todo está registrado en sus carpetas de
recuerdos. En varios recortes de diarios Miecislao aparece con Pola. “Nunca voy a cansarme de
ver pintar a Miecislao”, le dijo ella una vez a un periodista, que no evitó transcribir el comen-
tario. Era el año 1962. Casi 50 años después, Pola ya no está para mirarlo. Y Miecislao ya no
pinta. “Amada Patagonia” fue el título de su última exposición individual. Sus cuadros, con
sus colores característicos, siguen hablando de todo el amor con el que un hombre puede
mirar a esta tierra z

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260 El Libro de los Pioneros
El Libro de los Pioneros 261
262 El Libro de los Pioneros
Capítulo VII

Los griegos

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264 El Libro de los Pioneros
L
a emigración griega al área de Comodoro Rivadavia tuvo su
mayor dinamismo en las décadas de 1920 y 1930 (período de
entreguerras). Los griegos se organizaron institucionalmente en
1937 con la creación de la Asociación Helénica “San Nicolás”. Tuvieron
una participación activa como trabajadores en el sector petrolero tanto
en el ámbito estatal (YPF) como privado (Astra, Diadema Argentina y
ComFerPet).

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266 El Libro de los Pioneros
LOS GRIEGOS

Reseña histórica

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268 El Libro de los Pioneros
RESEÑA HISTORICA

Los Griegos

C orría el año 1937, y en las costas de Comodoro Rivadavia decenas de sueños se arremoli-
naban a orillas del oscuro mar. Sueños de costas lejanas, de casas encaladas y aguas
turquesas; sueños de amores perdidos, de charlas olvidadas, del rústico sonido de un bouzouki
(instrumento musical de origen griego) siendo acariciado al compás del océano. Grecia estaba
lejos…pero a la vez estaba cerca, porque en este gris y helado mar patagónico se reflejaban los
sueños de decenas de griegos emigrados. Sueños que engrosaron una gota tímida que asomó
simultáneamente en varios ojos de hombres y mujeres que añoraban su tierra, y que los hizo
reunirse el 8 de Agosto en la casa de uno de ellos, Jristos Nicolau, para fundar una pequeña
Grecia en el suelo comodorense y de este modo paliar la ausencia de ese otro mar y ese otro
suelo que debieron abandonar. Así nacía la Asociación Helénica San Nicolás, con la noble
misión de prolongar a miles de kilómetros de su cuna los sueños, costumbres, idioma, reli-
gión e idiosincrasia de un pueblo luchador como pocos, el pueblo griego.
Todos los inicios suelen resultar complicados, y este no fue la excepción. La Asociación
Helénica debió surgir desde el corazón de sus fundadores, sin más recursos que la pasión que
los caracteriza. Así, los prolegómenos de la institución tuvieron como sede social el salón Don
Polsky, e incluso un bar céntrico, el Bar Express (ubicado en ese entonces en la calle Urquiza,
entre Maipú y Dorrego). Esta ausencia de espacio físico no menguó la fuerza de los griegos,
que guiados por su comisión directiva (cuyo primer presidente fue Máximos Pavlos) lucharon
por años y años hasta que lograron adquirir, gracias al aporte personal de los socios, el terreno
de la actual sede, en la calle Italia 722.
Tener un suelo propio donde fundar los cimientos de la Grecia comodorense era un
avance enorme, y así lo sintieron ellos. Las primeras obras realizadas en el predio fueron para
erigir una modesta capilla ortodoxa donde profesar su religión. La capilla fué inaugurada por
el entonces Obispo Ortodoxo, su Eminencia Rodostolou Timotheus, durante la presidencia
del Sr. Constantino Tsakiri, el 18 de febrero de 1962, 25 años después de que los primeros
sueños de los griegos comodorenses se hicieran lágrimas, y las lágrimas se hicieran néctar
para regar el nacimiento de la Asociación allá en 1937. Los griegos sintieron por fin, con pro-
funda satisfacción, cómo entre las volutas de incienso y los cantos armónicos de su antiquísi-
ma religión, una parte de ellos resurgía de entre las profundidades de sus corazones.

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270 El Libro de los Pioneros

LOS GRIEGOS / RESEÑA HISTORICA

En el año 1969 gracias a la gestión del entonces Vicecónsul de Grecia en la Patagonia,


Don Nicolás Mañas, la Municipalidad decidió honrar el tesón y perseverancia de los griegos
bautizando con el nombre de Grecia a una de las calles de la ciudad.
La fuerza y actitud de estos griegos del sur, les permitió contar con dos Vicecónsules
entre sus filas (Don Nicolás Mañas y Don Jorge Bounos) y con un sacerdote residente, el Pater
Dimóstenes Stefanides.
Los griegos tenían su iglesia, y una calle con el nombre de su patria. Pero continuaban
sin sede social, por lo que las reuniones migraban entres casas y el mencionado Bar Express.
Poco a poco, sin prisa pero sin pausa, reuniéndose todos los fines de semana en el terreno de
calle Italia y poniendo ladrillo sobre ladrillo, padres, hijos y abuelos griegos fueron levantan-
do con sus propias manos las paredes de lo que sería finalmente su sede social, que sería
fundada en el año 1971, manteniendo actualmente en su planta alta la capilla ortodoxa griega
que los acompaña desde 1962.
Dicen que los griegos no viven la vida, sino que la celebran. Es esa celebración, una de
las fuerzas más puras y naturales que los griegos sienten fluir por su sangre, y que los impulsa
a dibujar con sus pies, sus brazos, sus gestos, el baile que los caracteriza y los define. El baile
que habla por ellos y que los acompaña desde su tierra, desde que en 1937 optaron porque
Grecia jamás se diluya de sus corazones. A fin de dar a conocer esta cultura de la danza, la
Asociación dio nacimiento a sus cuerpos de baile, siendo la primer profesora la Sra. Ana Tsaki-
ri. Esa continuidad se extiende hasta el día de hoy, donde la colectividad cuenta con dos ba-
llets menores (infantil e intermedio) llamados colectivamente Strumfakia (pitufos), un ballet
de adultos mayores, Ónira (sueños), y el ballet principal de la Asociación, el ballet Yéfiros, que
todos los años demuestra en el escenario que lo cobije, la forma en que los griegos viven.
El idioma también era un tesoro que debía ser preservado, un arroyo subterráneo que
debía nutrir las cuerdas vocales de todos los griegos exiliados, de sus hijos y nietos. Por eso,
también se dictaron desde un principio clases de idioma, contando como profesores, entre
otros, a Don Jorge Bounos, al Pater Demóstenes y a la Sra. María Kavata que es quien cumple
esa desinteresada y noble misión en la actualidad.
Desde que los griegos cuentan con su sede social, nunca faltan excusas para reunirse a
rememorar su añorada patria, y es así que desde hace más de 40 años la casa de todos los
griegos, la sede de la Asociación Helénica San Nicolás, sirve de escenario para sinnúmero de
actividades sociales: degustación de platos típicos, cenas para celebrar fiestas patrias, almuer-
zos, meriendas con té griego y masas dulces, reuniones de camaradería entre los griegos y
eventos culturales para que el resto de la ciudad pueda interiorizarse con las costumbres y
tradiciones de este pueblo soñador; y todo siempre condimentado con la efervescencia emo-
cional de los bailes que tanto aman. A pesar de todo, la Sede dista aún de llegar a ser lo que los
socios desean que sea. El quincho ubicado en el primer piso continúa en construcción desde
hace años y finalizarlo es una de las principales metas de los griegos que incansablemente
quieren embellecer la pequeña Grecia que fundaron en las frías costas del sur argentino.
No fueron los griegos los únicos inmigrantes de estas tierras. Varios son los pueblos que
arribaron a estas costas en pos de un futuro mejor, y todos recibieron el cobijo del semidesier-
to patagónico. Por eso, este crisol de culturas se fusionó y dio origen a la Federación de Comu-
nidades Extranjeras, de la cual la Asociación Helénica es socia fundadora y tiene participación
en todas las actividades de la misma, que tienen como coronación la feria de las colectividades
extranjeras que cada año tiñe de colores la ciudad, siendo el evento cultural más importante
de la provincia. La Asociación Helénica tiene el honor de contar entre sus socios a las primeras
secretarias de dicha institución (antes de que se forme la Federación): la Srta. Mariela Bitopu-
los y la Srita. Pelagia Vlachopulos, quien bajo la tutela del Arzobispo Metropolitano de la Ar-
quediocesis Ortodoxa Griega de Buenos Aires y Exarca de Sudamérica Monseñor Tarasios, se
dedicó durante años a enseñar el catecismo ortodoxo entre los jóvenes helenos y filohelenos
de la ciudad, manteniendo viva la religión en las nuevas generaciones.
Actualmente la gestión administrativa de la Asociación se encuentra presidida por la
Dra. Marta Mañas de Passos, a más de 80 años del sueño original que logró reunir tantos
corazones en uno sólo, el tenaz ahínco y tesón siguen inmutables en los descendientes de los
primeros colonos griegos de estas áridas tierras. La Asociación gestionó, en el año 2007, una
plazoleta ubicada en la intersección de la calle Sargento Ramírez y la avenida Portugal en la
cual se sembró un olivo y un laurel, como símbolos de este tesón y como agradecimiento a la
tierra que a pesar de su aridez los acogió y supo dejarlos florecer. Es en las flores de estos
pequeños arbolitos, donde las lágrimas de aquellos primero griegos cobró cuerpo y forma, y es
en la fragancia de las mismas donde se arrulla el persistente rasgueo del bouzouki que día a
día vibra en el corazón de todos los griegos, y en la Grecia comodorense que cada fin de sema-
na se nutre de los ritmos bailados por niños, jóvenes, adultos y ancianos que nunca jamás
dejan de bailar. Porque los griegos viven como bailan, y bailan como viven; siempre sonrien-
do, siempre felices z

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272 El Libro de los Pioneros
LOS GRIEGOS

Personalidades

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LOS GRIEGOS / GEORGES MILATHIANAKIS

El más antiguo de los griegos

G eorges aprendió en el mar muy temprano. Nadaban los amigos entre la playa y los
barquitos de pescadores mecidos mar adentro. Buceaban. La playa fue su ambiente en
la infancia. Ahí jugaban todos los chicos, de todas las edades. Con 6 o 7 años, Milathianakis no
iba dejar que lo llamaran “gallina”. Un día se subió a la barca anclada en la arena. Caminó a
babor, observó la profundidad transparente y se tiró. Como ciertos temores, también el cora-
je se magnifica en la infancia y algunos peligros, fuera del registro de lo posible, quedan
neutralizados. Georges salió flotando ese día, como un cachorro de labrador, un amigo del
agua por herencia genética.
Pero esa otra tarde que se escapó de la casa pasó tres horas revolcándose de dolor en la
playa el niño Milathianakis. Ya había pasado la invasión. No tenía más de 10 años. Su pie
sangraba, el chillaba. Los amigos alrededor lo miraban asustados. Querían llevarlo a la casa,
pero él había salido sin permiso de la madre y decidió aguantársela sin su auxilio… Todo lo
que pudo.
Llegó abrazado de dos amigos y dijo a la madre que había pisado un clavo en la calle.
Una mentira sigue a la otra. Fueron al hospital. Le inyectaron la antitetánica y el dolor co-
menzó a ceder. Nunca supo que lo picó, con que sé pinchó esa tarde mientras nadaba. Fue un
dolor brutal, que lo dejó paralizado. Tal vez fue un animal,
tal vez haya sido una púa. Los alemanes habían fortificado Perfil
la isla extendiendo alambre de púa sobre las playas. El mar z Georges Milathianakis nació el
iba derruyendo las fortificaciones pero había las que perdu- 15 de mayo de 1934 en la ciudad
raban sumergidas, amenazando a los cretenses. de Ierapetra, Creta, la más grande
El pequeño Georges siempre se escapaba al mar, lla- de las islas griegas. El 23 de
mado por su energía turquesa, magnética y misteriosa. Sa- noviembre de 1947 llegó a la
lía de la casa después del almuerzo. Escondía las sandalias Argentina. Es profesor de
bajo una piedra, tras un arbusto, y corría un kilómetro des- Educación Física. En Comodoro
calzo, a zambullirse en el oleaje suave del mediterráneo, a desarrolló una intensa carrera
escondidas de la madre, que como toda madre se preocupa- docente y directiva. Se casó con
ba. “Me mandaba a buscar y yo me escondía porque sabía Amalia Fuertes en 1962. Tienen 3
que cuando volvía me esperaba una biaba”, recuerda. hijos y dos nietos z

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276 El Libro de los Pioneros

LOS GRIEGOS / GEORGES MILATHIANAKIS

Kaliope era modista. En la misma antigua casa de piedra donde nació Jorge atendía su
taller de costura. Un taller muy famoso en Creta. Era una modista distinguida en la isla.
Tenía alumnas y una amplia clientela en Ierapetra y las ciudades vecinas. Diseñaba sobre el
género, sin dibujar; casi no tomaba medidas.
Miguel producía muebles de estilo. Su taller de ebanistería también gozaba de presti-
gio en la isla. Jorge recuerda con el asombro de sus ojos infantiles el enorme taller donde
reinaba el padre, los colectivos carrozados, ese universo de orden perfecto que era el pañol de
herramientas; y a su madre aplicada a la costura, en trance de inspiración, los zapatos y
sandalias que ella misma producía para los hijos, la visita de sus alumnas, la coquetería de las
clientas y aquella vieja gitana, extravagante y misteriosa, que llegó después de la guerra. Su
padre ya había emprendido viaje rumbo a América, perdiendo todo contacto con su familia.
Jorge asomó al taller y vio a la vieja de cabello blanco y vestido colorido tomando la
mano de su madre. “’Vos estás llorando por un hombre que está muy lejos de acá’ –le dijo—. Mi
vieja quedó petrificada. ‘Tenés dos hijos varones’. ‘Sí’, dice mi mamá, ‘vos averiguaste que yo
tengo 2 hijos varones’. ‘Y te viene una carta’. Porque terminó la Segunda Guerra mundial y
todo el mundo recibía cartas de los parientes que tenían en el exterior. Durante 8 años noso-
tros no tuvimos ni noticias de mi padre. Si vivía o no vivía. ‘Te la va a traer un señor petiso,
pelado y gordito’. Mi vieja tenía un primo hermano en el correo que medía un metro noventa
y era flaco como un palo. Todos los días pasaba y decía mirá: ‘llegan cartas que van a Australia,
qué sé yo, a un montón de otros países y llegan acá, equivocadas, y nosotros las tenemos que
mandar de nuevo. ¡Debe haber un lío! Pero ya va a llegar’. Mi mamá tuvo que vender unos
litros de aceite para hacer un telegrama a mi papá, a la última dirección que teníamos de él,
que era de YPF. YPF nos contestó persona desconocida. Ahí fue el drama. ¿Qué pasó?”.
El padre había salido hacía algunos años de YPF para trabajar en Comferpet, Compañía
Ferrocarrilera de Petróleo, una firma de capitales ingleses que dominaba los yacimientos en
torno al kilómetro 8 de la Ruta 1. Estaba sano y salvo, pero ellos no lo sabían. Sus cartas
estaban perdidas en el limbo mundial de la incomunicación que producen las guerras.

Georges

z Su cédula dice que el primer hijo de Kaliope y Miguel nació el 3 de mayo de 1934 en la
ciudad de Ierapetra, Creta, la más grande de las islas griegas. Pero el documento nacional
está errado. En realidad nació el día 15, como bien dice su pasaporte.
De un día a otro ni siquiera cambia el signo del zodíaco. Por eso el error en la fecha es
menor para Jorge, que se acostumbró a decir que fue alumbrado con 12 días de anticipación.
Además los griegos no celebran su cumpleaños. Festejan su onomástico: el día del santo de su
nombre. Y sí que festejan los griegos. Comen, toman, cantan y bailan con cinematográficos
despliegues.
Sentado a la mesa del comedor, en su casa de Avenida Polonia, rodeado de fotos y
recortes, escenas de la cultura popular asisten a la memoria de Jorge, que vivió en Creta, en
Ierapetras, los primeros 8 años de su vida, hasta que llegó al 8, campamente periférico de la
ciudad petrolera. Acá en Comodoro vio Zorba el griego y reconoció sus costumbres, el dulce
canto del busuki en esos bailes, se transportó a los paisajes de su infancia cuando vio “Los
cañones de Navarone”. “Plata quemada”, “Mi gran casamiento griego”, “La sal de la vida”. El
cine como ventana. Jorge asomando a su Grecia querida y su infancia. La televisión reani-
mando las sensaciones dormidas en su memoria. Y la nostalgia.
San Jorge es uno de los santos más venerados en aquella nación de gran belleza y mito-
logía de alcance universal. El día que Georges celebra su honomástico, es un día de fiesta en

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278 El Libro de los Pioneros

LOS GRIEGOS / GEORGES MILATHIANAKIS

toda Grecia. Hasta es asueto nacional. Nadie trabaja. Nadie estudia. Todos festejan.
Ierapetra significa Piedra Sagrada. Belleza natural, historia y fantasía encuadraron la
infancia de Jorge Milathianakis. Arenas blancas y aguas calmas, límpidas y cálidas; bosques y
montañas; extensos sembradíos coloridos; vides y olivares; barcas, redes y pescadores. Desde
sus alrededores, la antigua Grecia, acunó sus primeros años bajo el susurro de una tradición
llena de maravillas. Su ciudad es vecina de la capital cretense, Heraklion. Y Cnosos, el más
grandioso de los palacios minoicos, también era un paseo cercano.
Pero llegó la recesión hacia el año 1936. Hitler desplegaba su avance de crueldad sobre
Europa y en su desesperación el padre se aferró a los reportes de su amigo como a una espe-
ranza. Desde el sur de la Patagonia Argentina recibía novedades de una ciudad pujante y
promisoria llamada Comodoro Rivadavia. Y allá fue. Jorge conserva un recuerdo débil del
día de la despedida. Tenía apenas 4 años. Su hermano tenía días de nacido.
Después de despedir al padre, la realidad irrumpió con crueldad en su infancia con el
arribo de los nazis a la isla y la detonación de la segunda guerra mundial. Del desconcierto de
la niñez Jorge recuerda pasajes aterradores. Las patrullas nazis avanzaban por las calles de su
ciudad oscurecida y cuando la marcha se detenía, de alguna casa vecina Jorge oía crecer los
gritos desesperados. Al día siguiente alguien faltaba en esa casa, tal vez una familia entera.
Miles de griegos judíos fueron deportados a Alemania, a terminar sus días en campos de con-
centración. Muy pocos sobrevivieron.

La carta

z Al fin llegó. Fue entre el 44 y el 45. La había escrito el padre hacía muy poco. “La trajo
un hombre gordo, pelado y petiso. Desde esa vez, mi madre le creía a las viejas gitanas todo lo
que le decían”.
El padre pedía a la familia que se preparara para cruzar el Atlántico. América había
empezado a cumplir sus promesas. “Ese fue otro drama. Salir de la escuela, de la familia, de
los amigos. Fue un drama grande… La ausencia de mi padre la vivimos en guerra. Tratando
de sobrevivir día a día. Cuando yo tenía 6 años empezó la famosa invasión de los paracaidis-
tas alemanes. Como siempre. Los ingleses se habían retirado y nos habían dejado en banda,
sin defensa, sin armamento, sin nada”.
Los aliados habían hecho base en la isla pero de pronto, “por sus propias desavenencias
Sentado a la mesa del
comedor, en su casa de
avenida Polonia,
rodeado de fotos y
recortes, escenas de la
cultura popular asisten
a la memoria de Jorge,
que vivió en Creta, en
Ierapetras, los
primeros 8 años de su
la abandonaron y nos dejaron a la buena de dios”. vida, hasta que llegó al
8, campamento
Nazis periférico de la ciudad
petrolera.
z Caían nazis del cielo sobre Creta. Enviados de la cruel-
dad personificada en un hombre. Hitler quería el mundo y avanzaba sobre Europa. Los cre-
tenses enfrentaron a los invasores “con palos, con azadas. Hay un cementerio de 4000 alema-
nes en Creta. La gente mató y murió defendiendo la isla. Porque si hay algo que al griego no
le vas a quitar nunca es la libertad, menos en su propio país. Ser libre es algo que te inculcan
de chiquito, en la escuela y en la casa”.
Milathianakis es un educador de carrera. La instrucción patriótica es estricta en Grecia
y dice que así debiera ser en Argentina. Ese convencimiento orientó toda su carrera y Jorge
aprovechó cada acto para infundir respeto sobre el suelo que se habita, su tradición, sus
símbolos y eso que se llama patria.
“Yo me jubilé como director de la escuela 737. El portero era Walter Natera. Yo me
ponía muy mal cuando en un acto patrio no cantaban el himno con fervor, y terminaba el
acto y les daba una filípica y hablaba sobre la importancia del himno, el respeto de la bandera
y los símbolos. ‘Nunca vi a alguien tan fanático’, me decía Natera. ‘Si vos no querés a tu
himno, a tu bandera, acá pueden venir, te meten cualquier bandera y ya vas a ver. ¿Para vos
va a a ser igual? No va a ser igual”.
Walter Natera se convertiría más tarde en uno de los líderes del movimiento de desocu-
pados que en los 90 enfrentó al modelo neoliberal en Comodoro Rivadavia.

Resistir

z Jorge lo supo de muy pequeño. Su inocencia infantil no le impidió captar la tragedia


del poder y del dominio sobre su pacífico pueblo de mística universal, festivo y patriótico. La
tristeza y el dolor habían invadido Grecia antes de la 2da guerra mundial.
El era muy niño pero dice que igual tomó partido en la resistencia. “Los muchachos
que no alcanzaron a ir a la guerra, por la edad, en su mayoría se hicieron guerrilleros. Se iban
a los montes a esconderse, bajaban y hacían destrozos en las fortificaciones de los alemanes.
Nosotros éramos los encargados de conseguirles municiones. Nos metíamos dentro de las

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280 El Libro de los Pioneros

LOS GRIEGOS / GEORGES MILATHIANAKIS

fortificaciones… Así algunos compañeros míos murieron, otros quedaron heridos, sufrieron
explosiones… Teníamos la misión de robar una pieza, hacer cualquier cosa para descompo-
ner un cañón o un auto. Cualquier daño servía”.
Todavía no tenía 10 años y los alemanes ya lo habían amenazado de muerte por lo
menos tres veces. Jorge sintió la amenaza fría de una Luger en la frente.
Después de los bombardeos, de su escuela, que era un edificio del porte del Perito More-
no, sólo quedaron dos aulas. Los alemanes tenían el control de la educación y dictaban clases
en iglesias. Alemán era materia obligada. La dictaba un nazi bilingüe. Desenfundaba su pisto-
la al llegar y la dejaba sobre su escritorio toda la clase. “Un día de esos, estoy escribiendo y me
equivoco. Busco la goma y no la encuentro. Entonces me doy vuelta para pedir una a mi
compañero y cuando giro el alemán estaba esperando en el banco al lado mío, me dobla de
una cachetada de revés y agarra la pistola. La próxima vez que te distraes te pego un tiro... Pero
la verdad es que ya estábamos curados de espanto. Otra vez estábamos en una esquina. Había-
mos encontrado una piedra con forma de disco, y jugábamos como con un discóbolo. Cuando
yo tiro aparece una patrulla y de nuevo, los alemanes bajan y nos apuntan a todos con las
ametralladoras”.
En Hiraklion vivían los abuelos paternos de Jorge, que labraban la tierra para producir
el alimento para toda la familia. Criaban corderos. Cultivaban cereales, legumbres y verduras.
Olivares y vides. Jorge y sus primos ayudaban en la cosecha y la pisa de la uva. Fue un niño
afortunado entre guerras: no conoció el hambre. Más cerca, a siete kilómetros de Ierapetra, en
Kato Horio (Pueblo Bajo) vivían sus abuelos maternos. Desde esa casa, cada vez que enfrente,
en el taller que habían quitado a un vecino los invasores alzaban la bandera nazi, el izaba al
unísono una pequeña bandera griega. Un jerarca alemán amenazó furiosamente a su tío y
debió interrumpir su pequeño acto de rebeldía. Jorge viajaba en burro, en mula o a caballo a
visitar a los abuelos. Estaba llegando de casa de esos abuelos la tercera vez que sintió la amena-
za de un arma tan cerca.
Estaba entrando a la ciudad en su caballo y un alemán lo detuvo, para exigirle que lo
llevara. Jorge se negó. El nazi tomó las riendas del caballo y lo apuntó con su arma hasta que
al fin un colectivo cargado apareció sobre el camino y lo distrajo de su amenaza. Jorge siguió
al galope, masticando bronca, impotencia.
La guerra deja huellas imborrables en la conciencia de los niños. Jorge recuerda con
precisión ese otro día. Un avión de los aliados sobrevolaba la isla, tal vez fotografiando forti-
ficaciones. Los invasores lo derribaron y Jor-
ge y sus amigos lo vieron caer y enterrarse
en el patio de una casa cercana a la playa
donde moraban de niños.
Hasta ahí fueron corriendo. En su caída el avión se había
arrastrado sobre el terreno, descubriendo 5 estamentos mortuorios, un sarcófago, lápidas de
la antigüedad. Nada sabían de ese tesoro ni los propios dueños de casa. A Jorge impresionó el
hallazgo, pero sobre todo quedó grabado en su cabeza la imagen del cuerpo humeante del
piloto inglés. Los soldados que llegaron le quitaron su reloj de oro y terminaron de prender
fuego a la nave y su ocupante, delante de los niños. “El cura del pueblo fue después a buscar
las cenizas y las llevó al cementerio. De cosas así no te olvidas nunca en la vida”.

Entre la gente

z “Nosotros estábamos por venir a principios del 40, pero no alcanzamos porque había
empezado la invasión y el bloqueo”. La idea de volver se reanimó terminada la guerra. En el
44 Grecia recuperó su autonomía pero la vida en el país comenzó a verse agitada por las
guerras intestinas por el control del poder.
Pero ya había escrito. El padre estaba vivo y los reclamaba del otro lado del mundo.
Ante la esposa y los hijos de Milathianakis apareció un as de luz alumbrando una paz posible.
Pasaron más de dos años hasta que pudieron marchar a América. Después de cumplir
todos los trámites de rutina, los hermanos Milathianakis pagaron con un día de fiebre la
vacunación exigida por el Estado Argentino a los inminentes migrantes.
El 10 de octubre de 1947 salieron de Grecia. El 23 de noviembre Jorge, su madre y su
hermano al fin pisaron suelo argentino. Habían pasado 17 días en alta mar. Sin ver tierra. De
Génova a Buenos Aires, a bordo de un buque bautizado con nombre de conquistador. El
Buque Mendoza venía a la Argentina lleno de inmigrantes escapando al caos que siguió a la
segunda guerra mundial en Europa.
“Cuando llegué me tranquilizaba despertarme sin escuchar disparos o el taconear de
las botas. Me gustaba ver a través de la ventana una bandera parecida a la mía. No escuchar
los disparos, ni las explosiones”.
Viviendo en el 8, los Milathianakis visitaban con frecuencia al griego que trabajaba

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282 El Libro de los Pioneros

LOS GRIEGOS / GEORGES MILATHIANAKIS

frente al cine. Un día se encontraron con un cliente de acento conocido en la peluquería.


Apenas se fue, enseguida Jorge quiso sacarse una duda importante. “¿Cómo? ¿Los alemanes
viven acá entre la gente?”.

Uvas

z En el 99, cuando volvió a Grecia Jorge encontró en su lugar una casa remodelada,
moderna. Pero el día que la dueña lo dejó asomar al balcón, Jorge se reencontró con la vista
del mismo patio trasero, tal como él lo conservaba en el recuerdo, y en el fondo, la misma
casilla derruida que había sido el baño de la familia, y metros más allá, todavía el terreno
ondulante testimoniaba la caída de aquella bomba que por muy poco no llovió sobre la casa.
La explosión había alcanzado para romper las ventanas traseras.
En una hondonada, a 200 metros, al barrio le creció un hospital tan grande como el
Regional de Comodoro, y mil metros más allá, la escuela secundaria seguía igual que en su
memoria. Jorge fue a pedir permiso para entrar, cincuenta y tantos años más tarde. Una
portera albanesa le negó la entrada. Jorge se puso a pelear y la directora, que escuchó su grito,
llegó a mediar y entonces Jorge y su esposa pudieron entrar a visitar los corredores, aulas y
salones. No todo era tan grande como lo recordaba Jorge, con sus ojos de niño. Habían cam-
biado los pupitres. Pero entre esas paredes seguían vivas las mismas sensaciones.
Milathianakis es un educador de carrera y tiene una visión crítica y severa del sistema
en uso en la Argentina. Su relato va y viene, del presente a Grecia, de Comodoro a la situación
nacional, de la avanzada del comunismo en la Grecia pos guerra al adoctrinamiento que dice
que vuelve a orquestar la Cámpora entre los estudiantes de Argentina.
Milathianakis es un hombre sereno, pero su sangre guerrera ebulle en un instante. La
primera entrevista ocurre a días de la elección nacional que consagraría otra vez presidenta
a Cristina Kirchner. La situación nacional lo indigna. En el año 99 discutía con sus primos
sobre Argentina en Grecia. “’Porqué no te venís. Vamos a envejecer juntos’. ‘No. Tengo mi
familia, mis hijos, mis cosas. Podemos visitarnos’. Pero ellos no quieren saber nada del avión”.
Allá encontró ex compañeros de la escuela y familiares. Lugares, aromas, sabores. Sobre
todo emociones. Y participó de los tradicionales festejos que siguen a la cosecha de las vides.
En el entorno montañoso de Ierapetra existen poblados que vuelven a la vida durante
tres meses cada año. Es el momento de la uva, la cosecha y el comienzo de la producción de
El padre pedía a la familia
que se preparara para
cruzar el Atlántico.
América había empezado
a cumplir sus promesas.
“Ese fue otro drama. Salir
de la escuela, de la
familia, de los amigos. Fue
un drama grande… La
ausencia de mi padre la
vino y pasas. Un día determinado, las casas productoras se vivimos en guerra.
enfrentan en un duelo que es un espectáculo nocturno de Tratando de sobrevivir día
luz y sonido en el paisaje de Creta. Alternativamente todos a día. Cuando yo tenía 6
los grupos encienden su fogata y cantan. De cada casa se años empezó la famosa
alzan fuegos y la noche de Creta termina alumbrada desde invasión de los
la serranía, vibrando de música, regada de alcohol. paracaidistas alemanes.
Como siempre. Los
Llegada ingleses se habían
retirado y nos habían
z Ni él ni su hermano ni su madre sabían lo que los dejado en banda, sin
esperaba en Argentina. En el puerto los recibió un paisano defensa, sin armamento,
amigo, esposo de una vecina de la isla. Esta esperándolos sin nada”.
en el puerto con una foto que Kaliope le había mandado a
su esposo. El los acompañó a hacer sus trámites en aduana y migraciones. Al cabo de 4
días llegó desde Comodoro un Plaimuth de alquiler a buscarlos. Su padre no pudo ir
personalmente. “No le dieron permiso los ingleses”. Cánova se llamaba el chofer.
“Mientras estuvimos en provincia de Buenos Aires veníamos viendo el campo, el verde
y las vaquitas. Todo lindo. Cuando empezamos a entrar acá, y se vino el desierto de la Patago-
nia, empezó mi mamá: ‘¿pu me ferni o andrasmu¿ (¿a dónde me trae mi marido?). ¡¿Pu me
ferni o andrasmu?!’. Nosotros salimos del paraíso. Vivíamos entre el mar y las montañas
boscosas, tipo Esquel, Bariloche, una cosa así. Acá llegamos al desierto, por una ruta que era
entonces todo ripio. Mi mamá se pasó 3 meses llorando”.
Jorge revuelve una carpeta con escritos, recortes de prensa, palabras que tienen que ver
con su historia. “Mudarse de un país a otro es terrible. Muy doloroso –dice—. El inmigrante
por lo general se va de su país buscando algo mejor. Después de la segunda guerra mundial la
vida en nuestros países fue un caos. Un país como Argentina para nosotros era el paraíso.
Para mi fue extraordinario. No sentía disparos, no sentía las botas claveteadas de las patru-
llas”.

Ejercicio

z Cuando Jorge llegó, Comodoro era entonces un pueblo de límites más precisos. Todo

El Libro de los Pioneros 283


284 El Libro de los Pioneros

LOS GRIEGOS / GEORGES MILATHIANAKIS

el mundo recuerda que al oeste, la Alsina era un zanjón, y que ahí se terminaba esta ciudad
que ahora se expande sin horizonte sobre los cuatro puntos cardinales. Pero hacia el este, el
horizonte era el mismo. El mar, turquesa y enigmático. Aunque Jorge apenas pudo disfrutar-
lo unos pocos días durante ese primer verano.
Llegó en noviembre de 1947 y se pasó todo enero y febrero en casa de una maestra
criolla, esposa de un comerciante búlgaro, aprendiendo a leer, escribir y hablar el castellano.
En marzo arrancó la escuela. En Grecia ya había empezado a cursar el segundo año de la
secundaria, pero acá, con 13 años, lo hicieron volver al sexto de la primaria, en el Colegio
Deán Funes. Por eso egresó del Perito Moreno con casi 4 años de retraso.
El primer año de la secundaria fue el más pesado. Lo único que no se llevó fue el recreo.
Manejaban menos que él el nuevo idioma y sus padres no podían ayudarlo. Lloró mucho ese
verano el pequeño inmigrante. Pero estudió, puso todo su poder de concentración en mar-
cha, y las sacó todas, estudiando sin más compañía que su sombra.
Al final de la secundaria, en el quinto año, la tradición atlética de su pueblo lo inspiró a
protagonizar un espectáculo memorable de educación física en el gimnasio del flamante
nuevo edificio del Perito Moreno. Su prueba era el punto más alto de la demostración. Pican-
do en un trampolín fijo voló sobre 15 compañeros y cayó con un rol perfecto. Tuvieron que
hacer una segunda fiesta a pedido del público.
Ahora tiene casi 80 años, y aunque dice que está “hecho un vago”, su cuerpo, bien
adiestrado, le agradece con salud de fierro los ejercicios prestados.

Una casa

z Jorge recuerda que en Grecia los chicos dejaban de usar pantalones cortos recién a los
20, pero cuando llegó a Comodoro el papá le compró a él un traje con pantalón largo y todo.
Tenía 13 años. La familia reunida se afincó enseguida en una pieza minúscula, un único am-
biente para los cuatros, con una cocinita a kerosene, en el inquilinato donde hoy funciona un
supermercado, en la calle Sarmiento. En su casa, en Grecia, también el baño estaba afuera,
pero aquella era una casa de dos plantas, amplia y confortable, con vistas al mar. Su esposo y
su suegro la habían levantado piedra por piedra. “Me acuerdo que estaba tan mal, tan nervio-
sa mi vieja, que un día se enojó conmigo y con mi hermano y me pegó con el taco de un zapato
en la cabeza y me hizo un agujero que no me paraba de sangrar. Pobre mi vieja, como sufrió”.
“En aquellos años el que venía a Comodoro, subía la Rivadavia, y volvía a contar las
anécdotas. Kilómetro 8 era un campamento”, un pequeño poblado de viento y tierra en el
desierto sembrado de pozos petroleros. Allá el papá tenía una “pieza de soltero” enfrente de la
comisaría. Eran dos empleados por habitación, cocina y baños comunes. Él reclamaba un
lugar donde alojar a su familia, pero el griego, que trabajaba en fundición, en la producción de
piezas industriales, se había negado a afiliarse al partido peronista, y “no quiso dar un día de
su sueldo para el general”. Por aquellos años “les sacaban a los trabajadores un día de sueldo
para el partido peronista. El nunca quiso y lo tenían fichado. Lo iban a castigar cuándo pudie-
ran”. En la planta, un capataz resentido lo tenía paleando arena la jornada entera. Afuera, su
familia había cruzado el mar por una vida digna y vivían los 4 en una pieza minúscula.
“Pero un día se harto”. Ya habían pasado dos años de la reunión de la familia. “Y agarró
y nos llevó a todos a la pieza de soltero y ahí nos instalamos. Se armó la batahola en el 8, con
todo y policía. ‘Yo no tengo donde vivir y acá nos quedamos’. Ahí se vieron obligados y nos
dieron una casita de chapa en el barrio central”.
Miguel no era antiperonista. Era un librepensador. Pero además era un laburante efi-
ciente y un artesano creativo. Compañeros de la planta, vecinos y amigos recibían sus piezas
de regalo. A Jorge no le quedó ninguna pero recuerda que eran bellas esas piezas de madera
y acero, sus pequeñas esculturas, objetos y adornos labrados con restos de fundición, cuchi-
llos, herramientas. La familia se mudó a una casa digna cuando lo ascendieron a capataz en
Petroquímica, muy cerca de la cancha de Comferpet, y ahí el viejo hebanista pudo montar su
taller, donde moró con alegría hasta jubilarse.
Qué país la Argentina. Tantas veces un anfitrión generoso. Tantas otras un mal paga-
dor. Se jubiló Don Milathianakis con 480 pesos mensuales. “Le decían que la empresa no
había hecho los aportes. Mi mamá se enfermó muy mal. Ya hacía 3 años que estaba en la
cama. A la mujer que la cuidaba le pagábamos 400 pesos. Tenían una casita en Rada Tilly y la
tuvieron que vender también. En la docencia en esa época andábamos muy mal. Con Alsoga-
ray nos tuvieron 5 meses sin cobrar y después nos metieron esos bonos, que por suerte, los
pude meter en esta casa”. Es un chalet moderno, con ladrillos vistos, en el barrio Pueyrredón.

Caracoles

z Es un hombre sociable este griego, que tiene amigos desparramados por el mundo. En

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286 El Libro de los Pioneros

LOS GRIEGOS / GEORGES MILATHIANAKIS

2010 se reencontraron en Esquel 22 de aquella promoción del Perito Moreno. El era protago-
nista en muchas de las anécdotas. Otros entrañables compañeros los hizo en el Instituto Na-
cional de Educación Física “General Belgrano”, en San Fernando, Provincia de Buenos Aires,
a donde marchó a estudiar cuando terminó la secundaria. Fue en 1955.
En el internado del instituto vivió los 3 años de la carrera y cosechó amigos de a monto-
nes. Llegaban pibes de todos los puntos del país, como él, todos becados, pero nadie como él,
que se manejaba en avión desde Patagonia. También llegaban del exterior. Había peruanos y
un sueco que había sido campeón mundial juvenil de esquí. Todavía no había otros institutos
especializados en el país, y en Sudamérica también eran novedad. El griego estaba en su salsa.
Era bueno. Se ganó el año de su ingreso el pase para un curso de 15 días de esquí en Bariloche.
Tenía el respeto de compañeros y profesores.
Era atlético el griego, hijo de tigre. Su viejo era atleta y era evzono, un soldado de la
guardia del rey. Una especie de granadero griego. Jorge era un velocista destacado. Se especia-
lizaba en gimnasia y atletismo. Andaba flojo en básquet, porque nunca había jugado, pero
entró al instituto sin problemas, superando todas las pruebas de admisión con holgura. “A la
que volví loca fue a la psicóloga”. Volvió a verla en el reencuentro de su promoción, en 2007,
50 años después. Ahí estaba ella. Todavía recordaba la viejita que en el clásico test de las man-
chas en espejo Jorge veía no otra cosa que huesos, calaveras y otras calamidades. Grecia en su
infancia fue un escenario de muerte, mutilaciones y dolor, y miles de niños crecieron mani-
pulando restos humanos, como en estas playas nuestros niños manipulan caracoles.

Dioses

z Dicen las viejas que los chicos tienen un dios aparte. Jorge necesitaba al panteón griego
de su lado. Todavía conserva las heridas de la infancia a flor de piel. El recuerdo de cada
travesura se vuelve dulce cuando ya no duelen las heridas, y Jorge, que fue todo lo terrible que
una madre puede temer, se relame y recuerda, risueño, mientras desde el modular lo observa
uno de los nietos que, según dicen, en eso se le parece.
A él le encantaba la bici, pero no tenía la suya. Entonces cada tanto le pedía plata para
caramelos a la madre y alquilaba con los amigos una para correr carreras. El era petiso. Ten-
dría 8, 9 años. Ni llegaba a los pedales. Entonces se sentaba en el caño, con un almohadón, y
casi recostado sobre su pecho volaba por las calles de adoquines de Ierapetra. Una de esas
“Cuando llegué me
tranquilizaba
despertarme sin escuchar
disparos o el taconear de
las botas. Me gustaba ver a
través de la ventana una
bandera parecida a la mía.
No escuchar los disparos,
ni las explosiones”.

tarde, era fiesta en el pueblo, agarró un adoquín de frente, rodó por los aires, aterrizó con
codos, rodillas, hombros, cabeza y terminó, todo machucado, sangrante, desparramado en el
piso. La señora que lo vio fue a buscar a la madre. Y ya no hubo plata para caramelos.
Un día de safari, cazando pajaritos, Jorge se metió a una casa vacía y en su inspección
encontró una nueva presa terrestre. En el hueco de la alacena husmeaba una laucha. Desde
afuera un amigo vio el mismo objetivo. Jorge se acomodó para apuntar en el mismo instante
en que el otro soltó el cuero de su gomera. Es el gran y eterno temor de las madres: la piedra
casi le saca un ojo. Los amigos le taparon el agujero con tierra para pararle la sangre. Estuvo
casi dos meses parchado, bajo el cuidado de un médico alemán. Y ya no hubo más gomera.
En un safari anterior se había parado para hacer puntería sobre un paredón de piedra.
Lo vio panseado, es cierto, pero qué le iba a pasar. El paredón se vino abajo con él arriba. Y
quedó apretado, sin aire, todo golpeado. La providencia, le dicen: otra señora lo vio justo a
tiempo.

Educación física

z Jorge se metió presión toda la carrera. Se sentía obligado a honrar la tradición depor-
tiva de su pueblo y su sangre. En 1957 el griego egresó como profesor de educación física del
INEF de San Fernando y volvió a Comodoro. Tenía la intención de volver a Buenos Aires a
estudiar kinesiología. Pero acá se encontró con un profesor del Perito que “para la promoción
nuestra fue un dios”. El profesor Simón Silvestrini, de educación física. “El había sido mi
inspirador. Mi viejo, como todo extranjero, quería que fuera doctor, médico, abogado. El de
educación física era considerado un señor que hacía correr a los chicos, sin ningún tipo de
cultura. Pero ya entonces y todavía ahora la educación física te da una formación muy inte-
gral, humanitaria. Yo ya estaba entusiasmado pero Silvestrini me terminó de convencer”.
“La educación es muy poca sin educación física”, dice la frase que siempre repite el
profesor Milathianakis. Hoy todavía el tiempo que se le dedica en la escuela es insuficiente,
casi ridículo para seres necesitados de desarrollarse y descubrir el enorme potencial de sus
cuerpos. Pero en las escuelas primarias de la provincia ni siquiera existía la educación física
por entonces. Ana Borelina y Silvestrini eran los únicos profesores en Comodoro. Después
llegó Pérez Moreno. Ahora él estaba recibido y de regreso. Se lo encontró a Silvestrini y ya no
lo dejó volver. Milathianakis tenía reservado el cuarto lugar en la posta de la Educación Física

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288 El Libro de los Pioneros

LOS GRIEGOS / GEORGES MILATHIANAKIS

comodorense y no pudo sacar el cuerpo. Hasta le habían dicho que tenía horas reservadas.
Pero lo cierto fue que empezó con 6 horas y un gasto en nafta desde el ocho más alto que su
sueldo mensual.

La alumna

z Fue otro salto mortal en la carrera del atleta griego. Al profe le pasó eso que en las
esferas de la educación es temido, negado, reprimido. Se enamoró de una alumna. La vio
crecer ante sí desde que era una nena, y se enamoró de pronto, dice él, de la mujer que egresó
como maestra de la escuela Perito Moreno. Le había dado clases de práctica docente desde el
tercer año, que era cuando comenzaban los estudiantes sus carreras de magisterio, pero él se
protege diciendo que se enamoró recién entones. Que le quedó prendida, como una luz inde-
leble en la retina la foto de ella en la pantalla del Colegio Perito Moreno donde lucían sus
rostros juveniles, frescos y felices, los flamantes egresados. Entre ellos estaba la más inquie-
tante de sus estudiantes, Amalia Fuertes. Se caso con ella en 1962.
“Ella fue lo mejor que me pasó en la vida”, dice Jorge, y cuando Amalia aparece rato
después en el comedor comenta: “acá está la chica que perseguía al profesor”. “Mentira”, dice
ella, que saluda risueña, y se va a la cocina, desde donde sigue la conversación mientras
prepara un café con borra, típico de Grecia, para invitar a la visita con pastel de duraznos.
Amalia y Jorge tuvieron tres hijos. Nació en el 65 Jorge Gustavo Miguel, en el 70 María
Alejandra y en el 76 Eduardo Martín. Cuando transcurre esta entrevista, la hija está haciendo
compañía a los padres, el mayor está en Santa Cruz de la Sierra ejerciendo un cargo directivo
para una multinacional petrolera, y el menor en Buenos Aires, en la gerencia de control de
calidad y medio ambiente de una multinacional láctea.

Carrera

z Jorge vivió en casa de sus padres hasta casarse, y siguió yendo y viniendo del 8 a
Comodoro a dar clases. Trabajó desde el 14 de marzo de 1958 por 36 años consecutivos en el
Perito Moreno. En el 59 empezó a trabajar en la Enet 1. Del 69 al 72 fue regente de cultura
general en la Enet hasta que renunció por un problema de salud de una de sus hijas, que
estaba bajo tratamiento en Buenos Aires.
“Nosotros fuimos los instigadores de que se incluyera educación física en las escuelas
de la provincia. Pérez Moreno, Tótaro y yo éramos los tres profesores varones que habíamos
quedado en aquellos años. Hicimos las consultas, los trámites y las reuniones con las autori-
dades de la Provincia. Fuimos los instigadores del gimnasio de la Escuela 1. Fue una lucha
porque habían proyectado el gimnasio con 4 metros menos y no nos entraba la cancha de
básquet, y habían proyectado columnas, lo que es muy inconveniente porque los chicos co-
rren descontroladamente, es natural, y habían dejado los radiadores afuera. Así que después
tuvimos que cubrir las columnas con colchonetas. Fuimos los primeros profesores de la Es-
cuela 1”.
Después trabajó en la Escuela 13, en sus tres localizaciones alternativas, hasta que tuvo
su propio edificio, en el barrio Fuch. Volvió al Perito con más horas y a la Enet como regente.
Por el Ministerio de Educación de la Nación, Milathianakis tuvo a su cargo la Supervi-
sión de Educación Física, que funcionaba en el segundo piso del Perito, y desde ahí, además
de ser el responsable de organizar los torneos intercolegiales de Río Negro a Ushuaia, en el 83
impulsó la creación de Instituto Nacional de Educación Física de Comodoro, y fue su primer
rector.
Tuvo peleas con la Provincia, porque querían el instituto para Trelew. Tuvo que gestio-
nar alojamiento para los estudiantes que vinieron de otras localidades, comidas a precios
promocionales y con los chicos recicló los bancos que estaban arrumbados en otra escuela
porque no tenían donde sentarse. Tuvo que gestionar el transporte para traer la primera
máquina que mandó Buenos Aires, a la que le faltaban piezas y nunca anduvo.
El ministerio mandaba poco y nada, todo lo tuvo que gestionar Milathianakis en em-
presas, entre amigos. La experiencia le sirvió para encarar su gestión en la Escuela 737, don-
de se convirtió en director por concurso. Al cabo de cinco años se jubiló dejando una escuela
con biblioteca, mapas, equipo de audio, computadoras. Empezó con 115 y terminó con más
de 800 estudiantes.
Era una escuela vespertina. Funcionaba hasta las 11 y 10 de la noche todos los días.
Estudiantes problemáticos de toda la ciudad eran enviados a la escuela de Milathianakis, que
ejercía una disciplina más amorosa que autoritaria, para llegar a todo tipo de adolescentes,
con situaciones de lo más variadas. Llegaba con humor a las chicas que llevaban los labios
pintados, con diálogo ganaba la complicidad, el respeto y la confianza hasta de los más “fas-
cinerosos”. Chicos envueltos en situaciones que con frecuencia derivan en la cárcel o la muerte.

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290 El Libro de los Pioneros

LOS GRIEGOS / GEORGES MILATHIANAKIS

Jorge ironiza sobre los grandes problemas de la educación actual, porque el sistema en uso
parece desencajado de las reales necesidades e intereses de los chicos. Jorge se salía de la
burocracia, para enseñar respeto rompía las reglas, reinventaba la disciplina, desacralizaba
su propia jerarquía.
Y tuvo reconocimientos. El recuerda el de ese pibe, que una tarde lo paró en la calle
para agradecerle. A la escuela llegaba en estado ruinoso, con su banda de forajidos, envejeci-
dos por el alcohol y el recelo. Milathianakis se lo encontró esa tarde bien empilchado, male-
tín en mano, y el ex alumno le contó de su trabajo, de lo mucho que le había servido la
preparación contable que le había dado la escuela, le contó de su mujer y de su hija y de la
vida que llevaba, saludable, sin violencia, también gracias a su ayuda, sus consejos y sus
“aprietes”.
“Fue una cosa natural. Mi vida fue cambiando con la docencia y mi forma de ser docen-
te fue cambiando con la vida. El profesor Silvestrini me decía: ‘llegaste a ser regente, director,
llegaste a ser rector y fundador de un instituto. Hiciste una carrera excelente’. Y la verdad es
que yo no me di cuenta. Todo fue pasando en forma natural”.

Antigüedad

z Aunque piensa superar los 100 años de edad, ya hoy Milathianakis es “el más antiguo
de los griegos” que viven en Comodoro Rivadavia. “Pero no es que yo sea viejo. Pasa que he
vivido muchas juventudes”, aclara. Es un hombre agradecido. Le agradece a Comodoro ha-
berle dado su paz y su cobijo, una familia y “una vida hermosa”.
Un amigo lo carga cada vez que lo recuerda: “a ustedes los cambiaron por una bolsa de
trigo”. Pero Jorge conserva como a un tesoro el diploma que recibió el 4 de septiembre de
2001, 4 años después de haber cumplido 50 años de residencia en el país. Bajo el escudo de la
República, encima del relieve del enorme edificio de Migraciones, el diploma dice: “a Jorge
Milathianakis en homenaje a sus años de residencia en la República Argentina, haciendo
entrega de parte de su vida en pos de su grandeza” z
El Libro de los Pioneros 291
292 El Libro de los Pioneros
Capítulo VIII

Los búlgaros

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294 El Libro de los Pioneros
C
omo fue el caso de la mayoría de los inmigrantes provenientes
de la Europa del Este, los flujos más importantes de la
inmigración búlgara hacia la Patagonia y en particular a
Comodoro Rivadavia se sitúan a partir de la primera posguerra, con
énfasis entre la década de 1920 y la de 1930.
Gran parte de esta población con una clara preeminencia masculina se
insertó en las tareas más duras de la actividad petrolera cumpliendo
roles como jornaleros y destajistas. Si bien un gran porcentaje fue
absorbido por las empresas petroleras de la región (YPF, Shell en
Diadema Argentina – Km27, Astra en Km 20, Petroquímica Empresa
Nacional P.E.N. en Km 8); también hubo algunos inmigrantes que
desarrollaron oficios en el pueblo de Comodoro Rivadavia. Se
organizaron institucionalmente en 1989 en la Asociación Búlgara “Kiril y
Metodii”.

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296 El Libro de los Pioneros
LOS BULGAROS

Reseña histórica

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298 El Libro de los Pioneros
RESEÑA HISTORICA

Los Búlgaros

D esde la llegada de los primeros inmigrantes a Comodoro, pasaron muchos años antes de
que un puñado de búlgaros y sus descendientes decidieran organizarse en una asocia-
ción. El 16 de Junio de 1989 en las instalaciones del SUPE , se reunieron quienes manifiestan
su decisión de constituir una nueva institución con el fin de celebrar actos culturales y recrea-
tivos.
La misión principal desde sus orígenes fue la de “agrupar los pocos búlgaros que que-
dan y a sus descendientes, como así también a los simpatizantes de nuestras costumbres,
bailes y comidas. Sin distinción de edad, raza o credo”.
Nació entonces la “Asociación Cultural, Social y Recreativa de la Colectividad Búlgara de
Comodoro Rivadavia Kiril Metodii ”, registrada bajo el Nº 1637 ante la Inspección General de
Justicia de la provincia del Chubut, constituyéndose de esta forma como la Asociación Búlgara
mas austral del mundo.
Con más de veinte años de existencia, los búlgaros, descendientes, colaboradores y ami-
gos, siguen contribuyendo a mantener siempre vivas y vigentes la cultura, las tradiciones y los
valores del pueblo búlgaro z

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300 El Libro de los Pioneros
LOS BULGAROS

Personalidades

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302 El Libro de los Pioneros
LOS BULGAROS / GEORGE LUCOV

Trabajador del Este

J orge Lucoff dice que hacia mediados de los años 40 la primera organización de búlgaros
en Comodoro se disolvió por tensiones ideológicas. El peronismo no gustaba de los comu-
nistas. Pero en 1989 Teodoro Guenov volvió a reflotar la idea y luego de algunas reuniones de
paisanos y descendientes en las que Jorge participó activamente, el 24 de mayo se fundó la
Asociación Búlgara Kiril y Metodii y el mismo año pasó a formar parte de la flamante Asocia-
ción de Colectividades Extranjeras. Jorge presidió su colectividad durante casi 12 años y fue
protagonista de la compra de aquel viejo galpón de kilómetro 3 que se desmontó para cons-
truir la flamante sede de los búlgaros. Fue una gestión larga y complicada pero fructificó en
una casa, lo que no es poco cuando se está tan lejos del hogar.
Jorge recuerda que Teodoro y familia fueron los primeros búlgaros que llegaron a Co-
modoro después de la segunda guerra mundial. Y explica que por eso su apellido conserva la
v final.
Cuando el pequeño George Lucov entró a la Argentina lo re-bautizaron Jorge Lucoff.
Está bien. La v corta en Bulgaria suena como una efe. Pero dos es como un poco exagera-
do. La doble efe sí se usa en Rusia y dice que por eso acá,
a los que llegaban con apellidos eslavos, terminados en v, Perfil
en migraciones les chantaban la doble f. Dice que por lo z George Lucov nació el 3 de
menos fue así hasta la 2da guerra. La cuestión es que hace septiembre de 1931 en
unos 75 años que Jorge luce este nombre traducido y un Dbovamahla, Bulgaria. Llegó a la
apellido tan ruso como el traductor de la oficina que le Argentina con cinco años.
tocó en suerte. Entonces fue rebautizado como
Otros pagaron más caras las ocurrencias de la buro- Jorge Lucoff y conoció a su padre.
cracia argentina. Él sabe de árabes apellidados, de pronto Está casado con Beril Davies,
José, y de modos más extravagantes; de otro búlgaro al que madre de sus 3 hijos y abuela de
aplicaron el nombre de su pueblo como propio apellido. sus 7 nietos. Fue 12 años
Cosas de la inmigración, de las diferencias idiomáticas, de presidente de la Asociación
procedimientos oficiales, del encuentro y el choque de las Búlgara Kiril y Metodii y artífice de
culturas. la construcción de la flamante
Descendieron ya varias generaciones llevando apellidos sede de la colectividad z

El Libro de los Pioneros 303


304 El Libro de los Pioneros

LOS BULGAROS / GEORGE LUCOV

de fantasía o reciclados en las oficinas del Estado anfitrión. Complicaciones para la cues-
tión genealógica y los trámites por vía consular. Anécdotas risueñas que comparte Lucoff,
en el living de su casa: un departamento elevado sobre el mercado que nació con el nom-
bre de San Jorge, en honor a ese santo tan venerado, también en Bulgaria, que venció al
dragón para liberar a la princesa. Santo de su propio nombre, nombre del barrio y tam-
bién de la calle del mercado, que conduce al mar, en el Golfo que, no es casual, lleva el
mismísimo bautizo.
Esta entrevista transcurre el día en que el mercado estrena dueño bajo denominación
distinta: Malvinas. Lucoff está retirado del negocio hace apenas 7 años. Vendió el fondo de
comercio y alquila el local. El 3 de septiembre de 2011 cumplió 80 años.
Nació en Dbovamahla en 1931, un pueblo rural rodeado de bosques y cultivos, cercano
a la ciudad de Vidin y al Danubio, en el extremo noroeste del país balcánico al que Jorge dice
que llaman “la Suiza del este”. “Es un país chico, como la provincia del Chubut, pero tiene
esa suerte: es fértil y tiene mucha agua, muchos ríos. Hay otros 3 millones que andan por el
mundo. Pero tiene 7 millones de habitantes”. Son fugaces e inciertas las visiones de su prime-
ra infancia. Pero ya volvió a Bulgaria dos veces y visitó el pueblo y la casa natal y re-conoció el
lugar y el ambiente de su nacimiento.

Gospodin

z Cuando George nació su padre estaba en la Argentina. Embarazada, la esposa quedó


viviendo en la finca de su suegro. Cerquita vivían la madre, sus hermanos y sobrinos, y tam-
bién otros familiares del esposo.
Dos hermanos del papá habían llegado a estas pampas a mediados de los años 20 y
conseguido trabajo en YPF. Como era frecuente entre amigos y familiares migrantes, tácita-
mente se convertían en garantes de la nueva adquisición cuando en la empresa los hermanos
le “hicieron gancho” al padre de George. El jefe asintió. Ellos le mandaron la plata para los
pasajes. Entretanto su esposa quedó embarazada. Él vino igual. Ahora el hijo dice que tenía
que hacerlo, sí o sí. Las familias materna y paterna, que también se habían hecho grandes
para generar manos para el trabajo, de 9 y 5 hermanos cada una, padecían con su descenden-
cia los apremios de la crisis rural.
Jorge opina que “la intención de todo inmigrante, de todo el que vino a la Argentina,
era hacerse de algún dinero y volver a su país”. Eso hicieron sus dos tíos. Pero a mediados de
los años 30 la segunda guerra mundial se olía en Europa. Por eso su padre decidió quedarse
de este lado neutral del mapa, trabajar para traerlos y esperarlos, a él y a su madre. Finalmen-
te también vino un tío, hermano menor de su madre. George conoció al papá a los cinco años
y en Argentina, a medio mundo de la casa natal.
El no tiene recuerdos de aquella travesía. Su madre le contó que viajaron en trenes
hasta Amberes, en Bélgica, y de allí a algún puerto en el Mar del Norte, donde al fin embarca-
ron con rumbo a la Argentina. En Buenos Aires los esperaba el esposo de otra pasajera búlga-
ra en migración. Llegaron a Comodoro el día del petróleo. Es difícil olvidarlo: fue el 13 de
diciembre de 1936. Viajaron en un buque de YPF.
Su padre sacó fotos a los recién venidos apenas tocaron suelo comodorense. Retrató a la
esposa y al hijo con amigos y otros familiares de ella que también estaban acá y fueron a
recibirlos. Mucho tiempo después Jorge mostró la foto a un amigo y tuvieron un grato descu-
brimiento. Ese otro chiquito que había en la imagen era el mismo amigo. También búlgaro,
hijo de un compañero de su padre que lo acompañó ese día, a presenciar el desembarco del
hijo todavía desconocido para él. Era como el segundo nacimiento de George. La emoción de

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306 El Libro de los Pioneros

LOS BULGAROS / GEORGE LUCOV

momentos como esos no cabe en palabras.


Empezó llamándolo “gospodin”. Se lo contó su madre. A Jorge le costó varios días asu-
mir la nueva compañía. No podía llamarlo “papá”. El término le era ajeno. Respetuosamente
le decía “gospodin”: señor en búlgaro. Ese hombre, otra novedad de este extraño nuevo mun-
do, era el encargado de una granja de YPF, allá por el kilómetro 12, donde se criaban pavos,
cerdos, patos, gallinas. Jorge recuerda los animales y el tren que por entonces unía aquellas
lejanías y yacimientos con la ciudad. En la casa de la granja se afincó la reunida familia
Lucoff.

Trabajo

z Por entonces, a la Escuela en estos pagos se iba en primavera y verano, hasta mayo.
Eran de vacaciones los meses fríos. Por eso a él le tocó arrancar la escuela primaria recién en
septiembre del 37. Casi un año después de llegado. Un vecino español de la granja le había
enseñado bastante del idioma y empezó la nueva socialización en la Escuela 37 de kilómetro
5 sin muchas dificultades.
“Había chicos de muchas nacionalidades. Había de familias italianas. Había yugoesla-
vos, portugueses. ¡Era una mezcla! Había alemanes. Ahora parece raro pero nos entendía-
mos. Nadie hacía distinción… Jugábamos a la pelota, a la mancha, a las bolitas”.
Jorge no hizo la secundaria. Su padre compró un tambo por el barrio Rodríguez Peña,
en el año 46, y con su producción aprovisionaba los barrios de YPF. Él se quedó inicialmente
asistiendo al padre, y después, aprender un oficio lo inspiró más que retomar los estudios.
Trabajó entonces como ayudante de mecánico en la agencia Ford, pasó después a la agencia
Dodge, con nuevas responsabilidades, y de ahí a YPF, desde el 50, en la Proveeduría del 3, que
tenía su taller para el mantenimiento de su flota de provisión y reparto.
Con la ilusión de crecer en su propio emprendimiento Jorge dejó YPF en el 57. Con un
amigo como socio y compañero del volante, compraron un colectivo y se pusieron hombres y
máquina al servicio de la empresa que por entonces llamaban “El 60”, porque se había forma-
do con unidades de la tradicional línea de Buenos Aires. Después sería La Unión y más tarde
Patagonia Argentina. Jorge y su amigo manejaron su colectivo por turnos, repartidos entre
las 7 y las 22 cada día, bajo concesión con la empresa por un circuito que unía el centro, el
barrio 13 de diciembre y el Fuch. Era 1957. El tenía 26 años.
Nació en Dbovamahla en
1931, un pueblo rural
rodeado de bosques y
cultivos, cercano a la
ciudad de Vidin y al
Danubio, en el extremo
noroeste del país
balcánico al que Jorge dice
que llaman “la Suiza del
este”. “Es un país chico,
Amor como la provincia del
Chubut, pero tiene esa
z Su socio tenía un amorío en el barrio 25 de Mayo y suerte: es fértil y tiene
por la zona Jorge empezó el suyo con una vecina, Beril Da- mucha agua, muchos ríos.
vies, futura madre de sus 3 hijos y actual abuela de sus 7 Hay otros 3 millones que
nietos. En noviembre último cumplieron 53 años de casados. andan por el mundo. Pero
Mónica nació en el 59. Jorge va a hablar sobre el naci- tiene 7 millones de
miento del segundo pero en el instante preciso aparece por habitantes”.
la puerta, con su esposa y su hija, nuera y nieta de Jorge,
que mientras saluda hace la cuenta y dice que “él nació en el 62”. Siete años más tarde llegó
la más chica de los hermanos, que hoy vive en la casa del tambo que Jorge heredó de su padre.
Tambo “La Rosa”, más conocido como tambo Lucoff.
Hijo y nuera se despiden con planes de almuerzo. Es sábado de mañana. La nena se
queda al mimoso cuidado de la abuela por un rato, en la cocina de este luminoso piso de
kilómetros 3. Desayunan y conversan. Jorge sigue hilvanando recuerdos en el living. Es un
departamento amplio y funcional, con ventanales generosos protegidos por persianas. Plan-
tas diversas y bien cuidadas aportan vida a sus ambientes. Hijos y nietos pueden estar cómo-
dos en sus visitas. Tiene varios cuartos. Fue ideado originalmente para albergar a 6 personas:
al matrimonio, los 3 hijos y la abuela, pero cuando estuvo terminado ya la mamá de Jorge
había fallecido y los hijos emigrado fuera de la casa natal a sus respectivos nidos.
A pocos días de volver de su luna de miel, en 1958 siguió uno de los tragos más amargos
de su historia. Con 20 años, su hermano nacido y criado en Comodoro murió en un accidente
de tránsito. El dolor vuelve a anudarse en su garganta. Jorge hace un alto. Dos años más tarde
murió su padre a causa de otro accidente de autos. Jorge se sacude los recuerdos dolorosos de
encima y retoma su relato.

Tambo

z Entonces vendió su parte del colectivo al socio y se hizo cargo del tambo familiar. “No
es si te gusta o no te gusta: tenés que hacerlo”. Afectado por la muerte de su hijo menor, el
padre ya no había podido dar al tambo la energía suficiente y el negocio declinaba claramen-
te. No producía más de 150 litros por día cuando Jorge tomó las riendas. Fue mucho el esfuerzo

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308 El Libro de los Pioneros

LOS BULGAROS / GEORGE LUCOV

que necesitó para llevarlo a 900. Adecuando el negocio a las nuevas reglas del particular mer-
cado de esta ciudad, Jorge y dos socios, también dueños de tambos, fundaron una planta pas-
teurizadora en Astra. Hoy cuesta imaginar al ganado rumiando sobre este territorio de urbani-
zación invasiva y explosiva, pero Jorge recuerda que por entonces había entre 13 y 15 tambos
en todo el ejido. La mayoría producía bajo contratos de exclusividad con YPF y las distintas
compañías petroleras, para aprovisionar a los empleados y habitantes de sus barrios. Lucoff y
sus socios fueron pioneros del envasado en sachets en su planta pasteurizadora. Los otros
repartían en botellas. “Y eramos originales”, dice Jorge y se ríe. Los envases plásticos llegaban
impresos de Buenos Aires con el resonante nombre de “Leche Comodoro”.
Los avatares de la economía y la política complicaron el negocio y en el 72 la planta bajó
las persianas. “Yo me fui olvidando de todo eso porque no me quiero dar más manija. Pero
fueron tiempos complicados”. Vendieron las máquinas a productores de Sarmiento y Jorge
reconvirtió el tambo familiar en un criadero de pollos. Pero tampoco fue fácil. Entonces Jorge
y familia se la jugaron. Cambiaron una casa que habían construido en barrio Pueyrredón por
un local pequeñito en el 3 y algo de dinero. Ahí pusieron un almacén. Ellos vivían en la casa
del tambo y en el nuevo negocio también vendían los pollos que produjeron hasta cerca de
los 90. La pegaron. Transformaciones de la economía que lo perjudicaron como productor lo
beneficiaron como intermediario. Pudieron construir el salón. El almacencito “San Jorge”
devino en mercado y en lo alto creció este departamento. “Pasamos épocas muy buenas.
Estaba todavía YPF en pleno apogeo. Acá en esta zona trabajaban 7000 personas. ¡¿Sabés lo
que era?! Trabajo, trabajo y trabajo. Siempre con mi señora y con los chicos, que ayudaban.
Nadie nos regaló nada”.
Jorge estuvo al frente del autoservicio hasta los 73 años. Cuando ocurre esta entrevista
está a punto de cumplir 80. “Yo creo que sí, era un adicto al trabajo. No te lo puedo explicar.
Eso es algo que te nace o te queda. Es un poco el sentido de la responsabilidad. Yo tenía una
familia y había que salir adelante. No me arrepiento. Lo único que pienso es que debería
haberme retirado antes. Pero a veces las cosas no se dan. Igual no estoy arrepentido. No me
quejo ni nada”.

Recuerdos

z Su viaje más reciente a Bulgaria fue en el 97, con su esposa y un matrimonio amigo. Él
hijo de búlgaros. Pasaron un mes en tierra natal. En el 94, en
compañía de otros dos matrimonios habían hecho un tour de 40
días por Europa. Conocieron España, Suiza y Alemania. Jorge y
su mujer viraron a Bulgaria y terminaron en Roma. “Yo no te-
nía muchas intenciones de ir, pero me convenció un amigo, hijo de búlgaros, que había ido
antes y me contó, me mostró unos videos, y me hizo dar ganas”.
En Dbovamahla se reencontró con varios primos mayores. Persistentes en su vida ru-
ral, en un pueblo de unas 120 casas donde hoy apenas habitan 70 personas. “Y la verdad fue
muy emocionante. Dicen que la sangre tira. Debe ser eso”. Eran todos desconocidos para él,
pero sin embargo, ellos conservaban recuerdos del primito, sus juegos y aquella despedida,
cuando marchó de mano de su madre, a un nuevo y misterioso continente, tierra del petró-
leo donde él ahora cultiva una quinta, y produce frutas y verduras que comen en casa y
reparte entre la familia y los amigos.
“Con algo te tenés que entretener. No es que yo tengo que mirar de qué lado sale el sol
y de qué lado se pone”. Y cuenta que planea cambiar de estación muy pronto, hacer un tercer
viaje a Bulgaria, donde nunca dejaron de llamarlo “yeoryie”. Le gusta pasear y lo disfruta
más seguido desde que dejó el negocio. “Eso es lo que queda”. Hacer del presente un momen-
to memorable. “Los recuerdos –dice—son lo único que te llevás de la vida” z

El Libro de los Pioneros 309


310 El Libro de los Pioneros
El Libro de los Pioneros 311
312 El Libro de los Pioneros
Capítulo IX

Los croatas

El Libro de los Pioneros 313


314 El Libro de los Pioneros
L
os primeros croatas en el área de Comodoro Rivadavia y en la
antigua Colonia Ideal –hoy Sarmiento- estuvieron presentes ya
desde antes de su fundación y de la Primera Guerra Mundial
con una afluencia mayoritaria de inmigrantes de las costas dálmatas.
Luego muchos vinieron convocados por el General Mosconi en los inicios
de YPF, desempeñándose en múltiples oficios como herreros, torneros,
carpinteros, mecánicos, etc. Desde 1945 comenzaron a llegar los
inmigrantes políticos que provenían de distintos campos de refugiados
tanto de Italia como de Austria. En 1948 se completó la inmigración más
grade de croatas en la entonces Gobernación Militar de Comodoro
Rivadavia.
La mayor parte de esta población poseía un oficio. Por este motivo
consiguieron trabajo casi de inmediato, tanto en las compañías
petroleras (Astra, Diadema Argentina, Comferpet e YPF) como en
empresas constructuras que desarrollaban tareas en el marco de la
política de obras públicas impulsada por el Gobierno Nacional en la
Patagonia central. En el año 1932 se conformó la primera organización
croata de Comodoro Rivadavia.

El Libro de los Pioneros 315


316 El Libro de los Pioneros
LOS CROATAS

Reseña histórica

El Libro de los Pioneros 317


318 El Libro de los Pioneros
RESEÑA HISTORICA

Los Croatas

B uscando nuevos horizontes, los croatas eligieron la Patagonia ante la posibilidad de


trabajo y similitud del clima y paisaje. Los primeros grupos en arribar a fines del siglo
XIX provenían de las costas dálmatas y de la región de Konavlje, mayoría marinos, expertos
conocedores del mar, donde colaboraron en la incipiente construcción del puerto de Como-
doro Rivadavia.
En el año 1932 se conformó el “Hrvatski Dom”, hogar croata que aglutinaba a aquellas
primeras familias que llegaban a la ciudad. Ya desde el año 1945 comenzaron a llegar los
inmigrantes políticos que provenían de los distintos campos de refugiados tanto en Italia
como en Austria. Y en el año 1948 se completó la inmigración más grande croatas. La mayo-
ría tenían oficios, lo que motivó que consiguieran trabajo casi de inmediato tanto en las
empresas petroleras de Astra, Diadema Argentina, Comferpet como de YPF. Otros se ubica-
ron en las empresas constructoras que les dio alojamiento en las gamelas que se encontraban
en lo que hoy son los talleres del diario Crónica.
Entre todos conformaban un grupo de contacto fluido ya que la mayoría se conocía de
los diferentes campos de refugiados en los que estuvieron alojados algunos más de tres años.
Se fueron integrando a la sociedad y se unieron en matrimonio con argentinas, españolas y
chilenas que ya habitaban en la ciudad.
Lentamente fueron construyendo sus hogares, negocios y empresas. Se fueron agluti-
nando y levantando sus casas en la Playa Sur, la Loma, barrio 9 de Julio, José Fuch y en los
diversos campamentos. Sus hijos y hoy sus nietos conformaron empresas y negocios.
En el año 1963 formalizaron la primera comisión directiva de lo que fue el Hogar Croa-
ta rama “Vitez Jure Francetic”, que dependía de la entidad madre “La defensa del Hogar
Croata” de Buenos Aires. En los primeros años el Hogar funcionó en el salón del barrio 9 de
Julio. Allí también se daban clases de idioma croata todos los sábados a los jóvenes y niños
nacidos en esta ciudad.
Con el tiempo y durante distintas comisiones se gestionó la compra de un terreno en la
calle Gaboto 1370 y allí se construyeron los cimientos de la futura sede social. Los fines de
semana todos trabajaban en la construcción de la misma ya que había albañiles, gasistas,
herreros, electricistas y el que no tenía oficio aportaba materiales. En el año 1968 mediante

El Libro de los Pioneros 319


320 El Libro de los Pioneros

LOS CROATAS / RESEÑA HISTORICA

gestiones realizadas por la Asociación, mediante resolución municipal se impone el nombre


de Croacia a la calle que pasa frente a la Escuela Técnica Número 1, localizada en el barrio
Cívico de la zona centro de Comodoro.
En el año 1994 la colectividad recibió por primera vez en el siglo y en la historia la visita
del primer embajador de Croacia en Argentina, Prof. Matko Mato Medo, en Comodoro Riva-
davia, en donde fue declarada Huésped de Honor y visitante ilustre de la ciudad. En el Chalet
Huergo, Mato Medo realizó una conferencia de prensa y participó de una charla debate en la
que ratificó la recuperación de la independencia de la nación Croata y los lazos de unión
indestructible con la Argentina.
En las últimas décadas esta colectividad consolidó su Comisión de Damas y un cuerpo
de baile integrado por jóvenes descendientes de croatas denominado “Vjetar y More” (Viento
y Mar) z
El Libro de los Pioneros 321
322 El Libro de los Pioneros
LOS CROATAS

Personalidades

El Libro de los Pioneros 323


324 El Libro de los Pioneros
LOS CROATAS / PETAR BARISIC

La mecánica de la inmigración

K arlovac es una ciudad importante, a medio camino entre el mar Adriático y Zagreb, la
capital de Croacia, en la Península Balcánica. Al sur, en el mismo ejido, en el pueblo de
Venac, al pie de las montañas boscosas nació el protagonista de esta historia el 30 de octubre
de 1931. Allá lo llamaban Petar, como a los reyes serbios, croatas y eslovenos, el primero muer-
to en Belgrado en 1921, el segundo en Los Ángeles, en 1970. Acá lo llaman Pedro. Pedro Bari-
sic, el croata. Vive en kilómetro 5, en una casa señorial sobre un terreno a dos calles, que del
otro lado es taller. Un taller de primera.
Es un hombre elegante. Lleva chaleco, el último botón de la camisa abrochado y zapatos,
lustrosos, como cada uno de sus días. Cuando se produce esta primera entrevista, está por
cumplir 81 años y todavía no es fácil encontrarlo a una hora prudente en la casa un día de
semana, porque sigue trabajando, haciendo trámites y gestiones en la calle, visitando clientes
y proveedores, de lunes a viernes.
Son casi las nueve de la noche de un martes invernal, y recién está volviendo a terminar
su día don Pedro. Hace frío en Comodoro. Cuando al fin llega se disculpa por la tardanza.
Vuelve apenado de la pesada demanda sobre el sistema de salud que existe hoy en día. Visitó
al médico junto a su esposa, para hacerse un chequeo de rutina y al parecer, está todo bien.
Don Petar usa el cabello peinado hacia atrás. El living
de su casa es blanco. Los muebles de estilo oscuros. Las tazas Perfil
para el té de porcelana. Klare Batinic se llama su esposa y z Petar Barisic nació en Venac, un
trae la misma elegancia y un acento similar. Jorge Batinic es pueblo rural en las afueras de
su primo, y es amigo de Petar y entre ellos se saludan con Karlovac, en Croacia. Embarcó en
jovialidad en croata. Jorge vino con su esposa a colaborar Génova hacia Argentina el 25 de
con la entrevista. También ellos estaban esperando a los due- mayo de 1958. Se casó en 1961
ños de casa. Petar se sienta al lado de Jorge en el living de la con Klare Batinic en Comodoro
casa, vestido por completo en tonos de gris. Rivadavia. Acá nacieron sus dos
hijos, Pedro Miguel en el 66 y
Tito Claudio Nicolás en el 68.
Desarrolló una exitosa carrera
z Miguel, el papá de Pedro, ya había estado en Argentina empresaria. Todavía trabaja z

El Libro de los Pioneros 325


326 El Libro de los Pioneros

LOS CROATAS / PETAR BARISIC

en 1922, trabajando en una estancia sin sueldo, sólo hospedaje y alimento, bajo estricta vigi-
lancia las 24 horas, en Santiago del Estero. Pero entonces hizo buenas migas con los operarios
alemanes que reparaban los molinos de viento y por ellos consiguió un puesto en la Siemens,
que construía nada menos que la basílica de Luján. Tuvo que escaparse de la estancia como
un preso para mudarse al nuevo trabajo y al cabo de un año en Argentina, con buenos aho-
rros, pudo volver a su tierra después de recuperarse de una enfermedad contraída por consu-
mir agua de dudosa fuente.
En 1928 volvió a probar suerte otra vez a estos pagos, pero el país, afectado por la crisis
mundial, no le presentó oportunidades y volvió con la cabeza gacha.
Cuando los alemanes tomaron el control de Viena entre 1937 y 1938, el padre de Petar
volvió para intentar desde aquí extender puentes a su familia. Tenía un cuñado en Comodo-
ro y amigos alemanes en Astra. Al día siguiente de su arribo ya tenía trabajo en la compañía
del kilómetro 22. La guerra se cernía sobre Europa y Petar vio marchar a su padre a medio
mundo de distancia. El tenía apenas 6 años. Son difusos los recuerdos que conserva de los
tiempos previos a aquella despedida.
“Recuerdo –dice—. Que me retaba por ejemplo cuando íbamos practicar esquí. Rompí
pantalones –ríe—. Cuando se caía siempre se rompía algo… me daba cha-chá…”. Es un recuer-
do risueño de su padre. Petar en la nieve, su cuerpito moviéndose torpemente después de la
caída, entre los dolores de los golpes y los magullones. Las lágrimas heladas sobre las meji-
llas. Y de regreso, el papá amonestándolo por los pantalones rotos. “Pero…esto. Viste: el tiem-
po se fue”, dice Petar, y su risa se desvanece en un soplo de melancolía.
La lengua es más elástica en la niñez. La dicción de Petar revela la complejidad que el
idioma adoptivo presenta a muchos migrantes adultos. Pronuncia cada erre como una ere;
omite artículos y preposiciones. Hace del castellano el uso particular de quienes llegaron
grandes a la nueva tierra. Buscando su libertad, Petar llegaría casi 20 años después que su
padre a América.

Sangre

z Allá en Croacia los Barisic vivían en un pueblo de grandes casonas. Se acostumbraba


que los hijos vivieran con sus padres todavía después de fundar sus familias, hasta que la
casa quedara chica o estallaran las relaciones, lo que sucediera más pronto. Petar es el tercero
de los hermanos. Cuando el padre vino a Argentina, allá en Croacia quedó junto a sus cuatro
hermanos y su madre viviendo en la casona de los abuelos paternos, donde otro de los hijos
también había fundado su propia familia, con esposa e hijos, un niño y dos nenas.
Las familias reunidas en la casa del abuelo de Petar vivían del campo. Cultivaban la
tierra para lograr el sustento familiar de todo el año. Cada invierno el pequeño Petar practica-
ba esquí y fabricaba sus trineos. “Eso era la más alegría. Por más que hacía frío. Se vestíamos
bien y practicábamos. No era hropa de precisión pero había buena hropa de abrigar”. Era el
suyo un hogar humilde. Una familia grande y unida en la casa de los abuelos. Vida comunita-
ria e instrucción católica. El abuelo se sentaba en la cabecera de una mesa enorme, frente a
hijos, nueras, nietos y agradecía a Dios los alimentos de la tierra.
En 1939, Petar empezó la primaria con ocho años según la norma, pero no pudo avan-
zar más allá del segundo grado. La segunda guerra mundial tronó en Europa. En tránsito
hacia Grecia los nazis habían ocupado su pueblo y convertido la escuela en uno de sus cuar-
teles. El control de Croacia se repartió entre italianos y alemanes.
Él tiene los ojos llenos del espanto de aquellos malos tiempos. Su primo varón fue
fusilado en 1943 por un partisano bolchevique en la puerta de la misma casona. Dos años

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328 El Libro de los Pioneros

LOS CROATAS / PETAR BARISIC

más tarde, concluida la guerra Croacia fue convertida en una de las 6 repúblicas federadas de
Yugoeslavia bajo el control absoluto de Tito, delirante dictador que llegó a proclamar que no
había Dios por encima suyo. Petar tenía 14, 15 años y recién entonces pudo volver a los estu-
dios. Se incorporó a una escuela técnica en Karlovac y aprendió ahí “un oficio. Y gracias a eso
tengo esto hoy día”: esta casa elegante en kilómetro 5, un gran patio alrededor, y detrás, un
taller de avanzada.
Carismático, autoritario, sanguinario, Tito rompió con Stalin en 1948 y llevó adelante
un socialismo autogestionado, fuera del modelo soviético. Si entonces Petar hubiera marcha-
do a Austria, como 49 de los vecinos de su pueblo opuestos al régimen, él no estaría contando
la historia. 300.000 personas de todas las edades fueron asesinadas cuando el Kremlin dejó
los Balcanes en manos de Tito y esos croatas marcharon a través de la frontera atraídos por la
amnistía prometida por los ingleses. “Pero ellos engañaron la gente nuestra. Son traidores,
los ingleses, como siempre”. Lo que realmente hicieron fue devolverlos a Tito y su ejército se
ocupó de masacrarlos “como a animales”. Se llamó la tragedia de Bleiburg.

Milicia

z Pedro ya había visto demasiada sangre como para entregar 3 años de su vida a la
milicia, pero a los 20 años ese era el destino de todo joven yugoslavo. Eso duraba el servicio
militar en tiempos de Tito. Pero tuvo suerte. A consecuencia de la muerte de Stalin en 1953,
por la crisis resultante en Europa del este, el régimen decidió reducir a dos años el servicio
para recortar gastos y Petar de inmediato quedó liberado. Tenía 21 años.
De aquellos dos años de conscripción recuerda especialmente la estricta disciplina im-
puesta en los cuarteles de la milicia socialista. La cuidadosa vigilancia sobre el movimiento
de cada conscripto, su vestir y sus costumbres. Se sancionaba cualquier detalle en el unifor-
me. Llevar las manos en los bolsillos estaba prohibido. Volver un minuto después de la me-
dianoche se pagaba con trabajos forzosos. Volver borracho era totalmente desaconsejado.
Petar volvió a Venac muy feliz de no haber tenido que dilapidar otro año en la milicia.
“Pero para conseguir un trabajo de oficio que yo tenía, si no tiene un amigo, no va a ninguna
parte. Entonces, por un profesor que tenía conocido, me da contacto para que podiera entrar
en empresa. Entonces conseguí trabajo provisorio como cañista. A mi no me gustaba ir a
hacer instalaciones sanitarias. Pero aprendí. No era cosa de otro mundo. Pero ahí gané con-
Es un hombre elegante.
Lleva chaleco, el último
botón de la camisa
abrochado y zapatos,
lustrosos, como cada uno
de sus días. Cuando se
produce esta primera
entrevista está por
cumplir 81 años y todavía
no es fácil encontrarlo a
tacto con otra quente y me metí en una fábrica má moderna una hora prudente en la
que había en Croacia en aquel tiempo, Yugoturbinas, don- casa un día de semana,
de se armaban turbinas para barcos, para motores, para avio- porque sigue trabajando,
nes. De última tecnología”. Todavía existe la empresa, co- haciendo trámites y
menta Pedro. Pero ahora la controlan capitales suizos. Cuen- gestiones en la calle,
ta que trabajó con responsabilidad y eficiencia. Que le gus- visitando clientes y
taba su empleo. Pero sabe que nunca hubiera progresado, proveedores, de lunes a
por más que se esforzara: no estaba afiliado al partido ofi- viernes.
cial ni quería estarlo.
Entre 1955 y 1956 Budapest se levantó contra Stalin. Petar no olvida que los húngaros
insurrectos quemaron vivo a un general soviético en la plaza pública. El régimen responde-
ría con furia, acallando las protestas, pero algo se había encendido irremediablemente en el
corazón del joven croata. Su ansia de libertad. Se convenció de escapar de Yugoslavia y “cono-
cer mundo libre”. Entonces esperó su turno de vacaciones y partió con un compañero al
norte, a Eslovenia, buscando la oportunidad de cruzar la frontera, a Italia o Austria, y salir de
la órbita de Tito. Eligieron marchar a Austria. Tomaron contacto con la gente del lugar y
conocieron en detalle la ubicación de las torres de control que había apostado el ejército para
vigilar la frontera.

América

z Es aquella una zona montañosa, similar a la cordillera patagónica. Estudiaron bien los
mapas, se aprovisionaron de todo lo necesario, descansaron durante el día todo lo que los
nervios les dejaron y salieron a la noche a recuperar la libertad. Caminaron en la plena oscu-
ridad del bosque, silenciosos, con extrema atención sobre cada sonido. Era verano. Una no-
che templada. Con los nervios en carne viva vieron clarear el día de su liberación. Bajaron la
cuesta con el corazón inflamado de felicidad. Al pie de la montaña un gendarme austríaco
salió a su encuentro. Les ladró algo incomprensible. El corazón de los fugitivos galopaba
furiosamente. Los condujo a un puesto de guardia, para interrogarlos con un intérprete de
por medio. “’Nosotros escapamos –les explicó Petar a los uniformados—, no queríamos al
hrégimen que teníamos. Por eso estamos acá’”. Austria recibía de brazos abiertos a los deser-
tores del socialismo.

El Libro de los Pioneros 329


330 El Libro de los Pioneros

LOS CROATAS / PETAR BARISIC

Petar no había contado su plan en la casa. “Después escribí cartas”, tanto a la madre en
Croacia como al padre en Argentina. Con su compañero pasarían en Austria el año siguiente
“vagueando”. “Allá puro bosque. Había trabajo en aserraderos. Pero no gustó a mi ese traba-
jo. Muy pesado”. Pasaron esos meses en un campo de refugiados, en las afueras de la ciudad
de Villach, donde los anfitriones daban asilo y alimento a cerca de 2000 migrantes de todos
los países del este que habían llegado escapando del régimen y su órbita.
Desde Cañadón Seco, Santa Cruz, Patagonia Argentina, ya empleado en YPF el padre
respondió con su carta de llamada y Petar pudo empezar en el consulado argentino de Viena
su trámite migratorio, con pasajes en tren y alojamiento a cargo del estado austríaco. Su
compañero quedó en Alemania. El padre le pagó el boleto y finalmente Petar se embarcó a las
12 del mediodía en Génova, en el buque Corrientes, justo el 25 de mayo de 1958. Tripulantes
y pasajeros a bordo celebraban otro aniversario de la revolución de mayo. Petar no entendía
nada, pero compartía el motivo para festejar: su plena independencia. Disfrutó de un al-
muerzo criollo abundante, con vino y todo. “Esto es el paraíso”, se dijo. Tenía 26 años y sentía
por primera vez el inquietante alivio de la libertad naciente.
El viaje duró 21 días. Lo disfrutó con el corazón embriagado de alegría. A su alrededor,
la mitad de los pasajeros sufrían descompuestos el bamboleo incesante del barco en alta mar,
pero él –según cuenta— no tuvo ni siquiera mareos, ni uno de los días. “Engordé casi 5 kilos.
Comía como negro”. Y en tierra firme no dejaron de agasajarlo.
Miguel mandó a un paisano de Lanús a encontrarlo en el centro de Buenos Aires. Él lo
conocía. Eran vecinos del pueblo. “Yo tenía contacto con él. Me escribía. Yo le pedí informes,
porque padre me decía: ‘mirá, a vos no te va a gustar la Arguentina’. Yo digo ‘bueno, ahora
qué voy a hacer. Ya me decidí. A Yugoslavia de vuelta no voy’. No quería comunismo, me
oponía al comunismo”.
También había fiesta en la capital porteña el día de su arribo, pero él no recuerda por
qué. Debió esperar unas cuantas horas para desembarcar en aquel Puerto Madero que “ahora
es un paraíso” pero entonces era “un desierto”. El río estaba muy bajo. Una vez en tierra
firme, cumplidos los tramites de rutina, se largó a andar por las calles de adoquines de la
ciudad y en la calle Piedras, en el Hotel Piedras, se encontró con aquel paisano y con su novia.
Es cierto que la ciudad no lo impresionó pero sí la gente y su bienvenida. “Gente como en
Argentina no hay en otra parte del mundo: amable, respetuosa, solidaria. No hay otra gente
así en el mundo. Y eso sí. Eso sí que es cierto. Que en otras partes no te ven, ni te saludan, no
te dan ni bolilla. Pero acá si necesitás algo
cualquiera te puede ayudar. Yo tengo un
taller ahí… A mi no me vinieron a pregun-
tar quién soy, de dónde soy. ‘Hágalo. A ver
qué sabés. Demostrálo’. Y lo he hecho. Eso no pasa en ninguna otra par-
te del mundo”.
Los anfitriones lo llevaron a Lanús a compartir un cordero al asador con otros paisanos
de su pueblo. “Esto es América”, decía Petar, agradeciendo su suerte al cielo, y dice que evita-
ba responder a las consultas, prefería callar las penas que había dejado en su suelo para no
arruinar el almuerzo. Al otro día lo llevaron a conocer la “fábrica textil” que el paisano había
emprendido con la familia de su novia. “Debe ser América: a dos años de llegar ya tiene su
fábrica”, pensaba Petar. Pero al llegar descubrió que no tenía más que dos máquinas de coser
en un cuartucho, en la vieja casona que el Ferrocarril les había dado a los suegros en Colegia-
les. Petar se guardó otra vez los comentarios y el paseo siguió por Chacarita, por el lado de
adentro. Nunca había visto cosa semejante el croata. Desconocía la existencia de esas obras de
arquitectura funeraria. Se encontró con una verdadera ciudad en culto a los muertos. “Bue-
no. Todo se ve en este mundo moderno”. Caminó entre los panteones y a la salida y se queda-
ron a participar de la misa siguiente en la capilla. “Esto es América”, volvía a exclamar Petar
para sí, “poderosamente” atraído por la imagen de los feligreses intercambiando besos y
deseos de paz. Sin entenderlo del todo, se decía: “esto es lindo, lindo”.

Se puede

z De Buenos Aires a Comodoro Petar viajó en el buque San Lorenzo de YPF. Embarcó en
La Plata y después de una escala en Mar del Plata, al tercer día al fin avistó el perfil de la
ciudad, apenas iluminada por unos pocos faroles amarillos. Era de madrugada. Julio de 1958.
Pleno invierno. Nevaba sobre el cerro Chenque: “la montaña más fea del mundo”. “Ay, ay,
ay”, decía Petar y ahora repite la misma exclamación, sugiriendo la impresión que empezaba
a causarle este distante destino. A unos mil metros de la costa se detenían entonces los bu-
ques de YPF. “Y nos bajaron como monos”, arriba de un canasto, una especie de jaula para
personas. De a pequeños grupos una grúa depositaba a los pasajeros sobre los lanchones, que
navegaban con 20 o 30 personas a bordo hasta la punta del muelle de kilómetro 3. De ahí por

El Libro de los Pioneros 331


332 El Libro de los Pioneros

LOS CROATAS / PETAR BARISIC

una escalera caracol subían los pasajeros a la plataforma del muelle y esperaban a que la
zorra volviera para conducirlos al fin a tierra firme. Hasta en Comodoro resonaba aquel chi-
rrido metálico de la zorra cargada de migrantes.
Otro paisano amigo de su padre llegó a buscarlo al 3 en un Ford Fairlane último mode-
lo. Era un coche colectivo de alquiler. Jorge Batinic dice que el colectivo fue un invento como-
dorense. Esperaron por otros pasajeros y marcharon con el auto lleno al centro, al hospedaje
de la calle Belgrano que atendía una pareja de paisanos, en frente del Bagatelle. Pedro lo
acompañó en otros viajes hasta que al mediodía almorzaron juntos en el hospedaje y de ahí el
paisano lo llevó al barrio Azcuénaga en el 5, donde en una gamela de YPF vivía con su esposa
y su hija el tío materno que hacía 20 años había recibido en estos pagos a su padre.
Miguel padre estaba bien posicionado en la petrolera y por su intermedio Pedro iba a
cubrir una vacante en la empresa, pero recién dentro de 6 meses y cumplida una extensa
cadena burocrática de trámites. Pedro había pasado entre bosques y cultivos toda su vida.
Necesitaba mientras tanto distraer la melancolía que le inspiraba el nuevo ambiente, tan
hóstil, yermo, inhabitado. Trabajar era el plan. “Ahora Comodoro es otra vida. Pero en aquel
tiempo era un desierto”. Recorrió un montón de talleres sin suerte hasta que llegó a la fábrica
de gaseosas de Saavedra y Velez Sársfield, donde el padre también tenía contactos, y al día
siguiente de presentarse empezó a hacer mantenimiento de máquinas. Ahí estuvo bajo las
órdenes de un director alemán hasta diciembre de 1958. Poco después el patrón murió en su
avioneta, por una falla de encendido.
Ya había cumplido 27 años cuando finalmente entró a YPF, primero al taller de repara-
ción de balancines y luego al sector de tracción mecánica. Era su especialidad. Ahí trabajó
hasta retirarse y aprendió todo lo que necesitaba. Por el taller de YPF desfilaban todos los
motores que se fabricaban en el mundo. Pero entonces la petrolera no pagaba muy bien.
Pedro era categoría 11 y no llegaba a los 300 dólares mensuales. Se levantaba todos los días a
las 3 de la mañana para entrar a las 4. Trabajaba hasta las 12. El gringo quería mejorar su
situación. Por algo estaba en América. La oportunidad se le presentó en Casa Stewart. La
agencia oficial de motores Cummins, en pleno centro de la ciudad ocupaba ese antiguo edifi-
cio que ahora es un boliche. Ex empleado de YPF, el ingeniero a cargo era también amigo de
su padre y necesitaba un mecánico. Era 1963. Pedro tenía 32, 33 años.
Hacía dos años que se había casado con Klare, una paisana que había llegado dos años
antes que él a la Argentina. Es la única prima hermana que Jorge Batinic, actual presidente
El tiene los ojos llenos
del espanto de aquellos
malos tiempos. Su
primo varón fue
fusilado en 1943 por un
partisano bolchevique
en la puerta de la
misma casona. Dos
años más tarde,
concluida la guerra
de la Asociación Croata, tiene en Argentina. Ahora los pri- Croacia fue convertida
mos recuerdan sus primeros encuentros entre risas. Pedro en una de las 6
se juntaba con ella en los bailes del Luso, el Español o Hura- repúblicas federadas de
cán. Jorge cuenta que hacía inteligencia al servicio de Klare Yugoeslavia bajo el
algunas tardes, buscándolo a Pedro en los otros salones an- control absoluto de
tes del encuentro con su prima y confiesa que, según la si- Tito, delirante dictador
tuación en que lo encontrara, lo extorsionaba conveniente- que llegó a proclamar
mente. que no había dios por
Aquellos fueron los albores de la exitosa carrera em- encima suyo.
presaria de este inmigrante croata del kilómetro 5, que to-
davía dirige el taller donde trabajan sus dos hijos. Lo fundó a la vuelta de la estación ferrovia-
ria bajo el nombre de San Pedro. Fue el service oficial de varias primeras marcas y sigue
siendo el de Cummins. En los días de esta entrevista Petar y sus hijos estuvieron trabajando
en un micro cinco estrellas de la flota que los Kirchner afectan a sus emprendimientos turís-
ticos en Calafate.
Sus hijos nacieron en 1966 y 1968. El primogénito, que lleva su nombre y el de su padre
nació el día 9 de julio. Tiene otro significado la fecha para el inmigrante que parte a la Argen-
tina un 25 de mayo. Recién el año del nacimiento de su segundo hijo Petar se reencontró con
su madre. Al fin pudieron convencerla y entonces mandó a su padre y él la trajo a la Argenti-
na.
Ambos comparten un panteón en Comodoro Rivadavia. Dos hermanos de Petar murie-
ron en Croacia y en Canadá. En Alemania vive otro y el más chico en Inglaterra.
Ya esta silencioso el galpón al otro lado de la manzana, al fondo de la casa de Pedro. Es
casi la media noche. Ya descansan los hombres y duermen las máquinas en este taller de
última generación que empezó siendo el local ruinoso que Petar alquiló con 6 meses de gra-
cia a cambio de los arreglos cuando se fue de Casa Stewart en 1974. Por condición del dueño
antes tuvo que comprar ésta casa que siempre alquilaba alguna operadora para sus gerentes,
donde él ahora recuenta su historia, estira sobre la mesa su mano y muestra, que de las
yemas de sus dedos gruesos todavía no se van las manchas. “Agradezco a Dios. Yo nunca
pensé tener eso. A mí me dijeron ‘hágalo, demuestre lo que hace’. Y acá se puede hacer todo.
Con voluntad y honestidad, bien derecho, siempre adelante, como dice el tango” z

El Libro de los Pioneros 333


334 El Libro de los Pioneros
El Libro de los Pioneros 335
336 El Libro de los Pioneros
Capítulo X

Los ex soviéticos
Biolorrusos, Lituanos, Ucranianos y Rusos

El Libro de los Pioneros 337


338 El Libro de los Pioneros
L
a inmigración rusa, lituana y ucraniana estuvo fuertemente
inducida por las posibilidades de trabajo que ofrecía en la región
la explotación petrolera. Los rusos llegaron a ser uno de los
grupos de jornaleros más numerosos en la empresa fiscal (YPF desde
1922) hacia 1917. La mayor parte de esta inmigración se focalizó en las
décadas de 1910, 1920 y 1930 para discontinuar su presencia en los
tiempos sucesivos.

El Libro de los Pioneros 339


340 El Libro de los Pioneros
LOS EX SOVIETICOS

Reseña histórica

El Libro de los Pioneros 341


342 El Libro de los Pioneros
RESEÑA HISTORICA

Los ex soviéticos

C on el objeto de transmitir, desarrollar y mantener la herencia de la cultura, tradiciones e


historia de los países de Lituania, Bielorrusia, Ucrania y Rusia se creó la Colectividad de
Estados Independientes Ex Soviéticos. Los primeros pasos de la organización de esta colectivi-
dad se dieron en 1996.
Las tradiciones y costumbres de cada familia enriquecieron los sabores, tales como varenikes,
borch, kapusta, imperial ruso, vodka, su música folklórica; a base de mandolina, balalaika y
violín, su ballet; de bases geométricas, predominante de fuerza, temperamento y acrobacias
en los hombres y pasos minúsculos, delicados en las mujeres, acompañados ambos por vistosa
y colorida vestimenta.
Ya en el año 1996, la Colectividad había presentado su primer cuerpo de baile estable "Na-
tliesva” (Herencia).
Actualmente la colectividad cuenta con alrededor de 60 personas activas entre bailarines del
Ballet Mayor, Ballet Infantil y Comisión Directiva. Todas ellas de diferentes edades, profesio-
nes, pero todos con un objetivo en común, la de representar a los antepasados, desarrollando
y fortaleciendo sus costumbres, generando un rincón ex soviético en la ciudad, brindando al
público un acercamiento de los pueblos eslavos z

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LOS EX SOVIETICOS

Personalidades

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LOS EX SOVIETICOS / BRUNA KAULINAITE

“Iba a saltitos, cantando, a todos lados”

A l momento de la entrevista, Bruna tiene 101 años. Su séptimo tataranieto nació en octu-
bre de 2011. Es larga la historia de esta lituana abandonada en Comodoro por un viejo
Ford T allá por 1933. Algo ya está escrito. Otro poco está filmado. Hay dos versiones en DVD,
la historia contada por ella en extenso y otra sintetizada.
En el video se la ve en esta misma silla, donde está sentada ahora, debe ser su lugar en
la mesa, en casa de la hija, hilvanando los recuerdos que vuelven, revoltosos, revoloteando.
Se ve la mano de una mujer sosteniendo un micrófono, y a ella narrando, algo nerviosa ante
la cámara, remotos pasajes de su historia.
El video lo prepararon para cuando cumplió 100 años. Entre la familia se repartieron
las copias. La fiesta fue en el salón de Gendarmería. Hubo casi 100 invitados. Ahora Bruna
dice que mejor este año, el 101 cumpleaños, lo dejemos pasar sin fiesta.
“Parecés un mariscal alemán”, bromeaba Ñata, mirando la foto de su madre, que salió
seria en el “Decálogo del inmigrante”. La producción fotográfica de la Federación de Comu-
nidades Extranjeras ilustra una serie de valores inspirados en la experiencia de los “pioneros
patagónicos”, y bajo la imagen de Bruna, que no lleva anteojos, puede leerse: “la identidad
implica aceptar al otro como parte necesaria de uno mismo”.
Ñata sí que es parte de Bruna. Es su única hija. Hoy esta abuela centenaria vive en un
departamentito, es vecina patio de por medio de Ñata y su
yerno. Habita en medio de sus adornos, algunos de sus mue- Perfil
bles, sus fotos, sus pinturas. z Bruna Kaulinaite nació el 27 de
Tiene cuidadosos acompañantes la tatarabuela y cari- junio de 1911. En 1929 llegó a la
ñosas visitas recibe todo el tiempo de su extensa descenden- Argentina y en 1933 a Comodoro
cia. Ya camina muy poquito. Los huesos están cansados. Todo Rivadavia. Estanislava Brazauskas,
lo escucha como a una gran distancia. Pero no se olvida de ”Ñata”, su única hija, le dio 3
que Chispa tiene que tomar su remedio. Una nieta llega a nietos. Bruna ya tiene 8 bisnietos
tiempo y se lo enchufa en el hocico. Nueve años lleva esa y 7 tataranietos. Sólo hay otra
gata blanco y negro acompañando a la abuela. abuelita de Lituania en Comodoro.
Es totalmente cano el cabello de Bruna. Su piel blanca Ya no hay más inmigrantes de
y delicada. Detrás de su gafas, entre los párpados enrojecidos, aquel país en la ciudad z

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observan profundos, distantes, dos ojos pequeñitos, azules como el lino florecido en los cam-
pos de su infancia.

Argentina

z Esta tarde Bruna hace andar sus recuerdos con buen ánimo. Desenreda un hilito de su
voz y cuenta, que “en ese tiempo, cuando yo vine, vivíamos muy bien allá”. Habla muy lento.
Sobre una tenue melodía infantil dibuja su historia. “Teníamos mucha tierra, muchas cosas
lindas. Criábamos todo tipo de gallinas, patos, pavos”. Extiende las últimas vocales de cada
frase. “Pero un tío me aconsejó y yo lo hice. Vine a pasear nomás”.
Acá habían llegado sus tíos maternos antes de la primera gran guerra. Ahora Bruna
tiene 101 años. Entonces tenía 18. Invitada por su padrino desde Carmen de Patagones llegó a
Argentina con el plan de pasear como mucho un año. Andar, conocer, trabajar y volver a su
aldea, a Dusyniai, al campo, “la juventud”, la familia. El plan de hacerse la América también
estaba en su cabeza.
Pero muchas veces la vida no se ajusta a los planes. Entre ella y la aldea creció y creció
más la distancia, volvieron las disputas a Lituania y pasaron años. Un montón. 83 años preci-
samente. Y Bruna sigue en Patagonia. Vive en Comodoro Rivadavia porque fue acá donde
vinieron con su tío a vender fruta en un camioncito demasiado exigido.
Su hija Ñata y el esposo están sentados a la mesa donde Bruna se siente cómoda y narra
lo que dicta su memoria. Están sorprendidos de lo locuaz que está ella esta tarde tibia del
primer día de septiembre. “Vine para volver –dice—. Pero no tuve suerte. Ya mi destino fue así”.
Allá dejó la familia, los amigos y a un buen partido. Por entonces los matrimonios se
pactaban entre familias, con poca o nula intervención de la novia. Los padres entregaban a sus
niñas a hombres de cualquier edad si su condición social les inspiraba confianza, o si les era
conveniente. Ella era adolescente. Tenía 17, 18 años. “Me gustaba. Era un muchacho joven.
Trabajador. Buena posición”. Y había pedido su mano.
Pero nadie en la familia de Bruna quería que se comprometiera tan pronto. “’Si está
bien se queda, y si quiere volver vuelve’ –le decía otros de los tíos, analizando la invitación que
había llegado de su tío-padrino desde Argentina—. ‘Hijita no te cases. Tenés oportunidad, sos
joven. Si no te gusta volvés y vas a encontrar otro muchacho. Hay muchos que te quieren. Es
un viaje muy hermoso’”.
Bruna salió de su aldea natal el 24 de agosto de 1929 hacia Kaunas, la nueva capital de
Lituania. De ahí fue en tren hasta Bremen, donde se embarcó en el Weser, el buque alemán
que 30 días más tarde atracó en el puerto de Buenos Aires lleno de mercaderías e inmigrantes.
Finalmente, en octubre, llegó en tren a la Patagonia.

Ir y volver e ir

z En Carmen de Patagones tenía dos tíos. se instaló en lo del padrino y en seguida salió a
trabajar para ayudar en la casa. No conocía el idioma. Ni las costumbres ni el ambiente. Busco
empleo en casas de familia.
A Cinco Saltos fue a buscar mejor suerte con otro tío después de un tiempo. Invitada por
una amiga de su aldea que también había emigrado a la Argentina, pasó también un año en
Bahía Blanca y de regreso a Cinco Saltos, estaba instalada cama adentro en casa de una familia
de ingleses cuando la noticia llegó desde Lituania y precipitó su plan de regreso.
“Papa estaba muy enfermo. Yo quería volver a Lituania pero ya se estaba armando la
segunda guerra. Los patrones me dijeron ‘no vayas, no te conviene’. Y yo dije ‘sí, no me impor-

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LOS EX SOVIETICOS / BRUNA KAULINAITE

ta’. ‘Bueno, andá. Si está bien te quedás’. Y si no, ellos me pagaban la vuelta. Yo quería volver
en el 33 a Europa. La carta decía que papá estaba muy mal. Es mucha historia. Mucho para
hablar”.

Caramelos

z Hoy es un día luminoso y la memoria de Bruna reverdece como los árboles de sus
canciones. Es el primer día de septiembre de 2011. Tiene 100 años. Bruna se siente mejor de
su resfrío y está animada, locuaz. Hace frío pero hay buen sol sobre Comodoro.
“En aquellos tiempos los inviernos era muy duros, la nieve llegaba hasta la mitad de las
ventanas. Para ir al pueblo teníamos trineos, y para paseos el carro, como se llama acá… El
sulky. Papá lo hizo. Lo pintó. Hasta las ruedas hizo”.
Bruna Habla de Lituania, de la aldea. Hilvana sus recuerdos de modo aleatorio. Pero
quién más ronda sus pensamientos es Adán, su padre. La infancia vuelve a Bruna tomada de
su mano. Eran muy chicos sus hermanos y no había en la familia otro varón que lo secundara
en los quehaceres del campo y la casa. Su compañero era ella.
Bruna recuerda: “en invierno no había trabajo en campo, entonces, él aprovechaba ha-
cer otras cosas. Traía rollos de alambre y hacía cadenas y sogas para todo. Hacía rastrillos, las
guadañas, la hoz. Sembrábamos mucho lino. Con eso ganábamos plata. Hacíamos géneros, en
telares grandes. Géneros para todo, para vestir, para la casa, para bolsas, manteles, toallas.
Todo lo que se usa para la casa se hace en casa. No se compraba nada. Empezábamos a hacer
géneros en primavera, cuando todavía no había mucho trabajo. Yo, mamá y abuelita tenía-
mos las tres aparatos. Y preparábamos metros y metros de hilo, para después en primavera
preparar el género. Cuando se saca del telar, el género se tira sobre el pasto, se moja de maña-
na, entonces el sol lo seca y lo blanquea. Géneros de lana para hacer acolchados rellenos,
plumones. Los chicos tenían que limpiar las plumas. A la noche se sentaban alrededor de la
mesa cada uno. Y sacábamos el palito de las plumas de pato, de ganso, de pavo. Papá le daba
caramelos de premio a quién hacía más”.

Comodoro

z Su primera residencia en Comodoro fue la pensión de Sarmiento y Belgrano, de Juan


Bruna hace andar sus
recuerdos con buen
ánimo. Desenreda un
hilito de su voz y
cuenta, que “en ese
tiempo, cuando yo vine,
vivíamos muy bien
allá”. Habla muy lento.
Sobre una tenue
melodía infantil dibuja
Vaidokavicius, también de Lituania. Ahí los paisanos se re- su historia. “Teníamos
unían a compartir comidas típicas, intercambiar noticias, mucha tierra, muchas
cantar y bailar. Estuvo tres meses alojada en la pensión y se cosas lindas. Criábamos
supone que fue ahí donde conoció a su primer marido. El todo tipo de gallinas,
matrimonio duró 18 años. Fue complicado, también para la patos, pavos”. Extiende
hija. las últimas vocales de
Estanislava Brazauskas, o Ñata, como la llaman todos, cada frase. “Pero un tío
nació en 1937 en la esquina de Ameghino y Mitre, en esa me aconsejó y yo lo
casona que ahora es una pizzería.Es la única hija de Bruna. hice. Vine a pasear
Ñata conoció a Ernesto y se casó con apenas 17 años, nomás”.
en 1954, y enseguida se llevó a su madre a vivir con ellos, en
una casa de Rawson al 1600.
Bruna tenía 43 años cuando se separó. Para la sociedad establecida de la época la deci-
sión que acometió en complicidad con su hija fue un acto de rebeldía, una herejía a la vista de
las señoras gordas de la ciudad. Encima, seis años más tarde, por una familia de búlgaros
amigos en común conoció al hombre que le devolvió la esperanza. Ñata desde entonces vio
sanar el corazón de su madre. Dotcho Monneff se llamaba el inmigrante búlgaro que la acom-
pañó durante los siguientes 30 años.
A su memoria, Bruna le dedica sonrisas. Lo observa sobre el aparador, en la foto blanco
y negro coloreada. El joven Dutcho luce su traje de granadero búlgaro y le devuelve una mira-
da seductora.
“Yo acá no pasé mal. Estuve trabajando mucho, sí, pero siempre me tocó gracias a Dios
familias buenas, que me querían, me apreciaban”. Fue empleada doméstica buena parte de
su vida, pero junto a su primer marido, Antonio Brazauskas, también trabajó en su sastrería.
Cosía, limpiaba trajes y vestidos. El era un sastre con prestigio en la ciudad. “El Arte Chic” se
llamaba su negocio.
Luego, con Dotcho Bruna formó un hogar, literalmente, trabajó en la ampliación de su
casa, en Chacabuco y Ameghino. pico y pala bajaron con su compañero el cerrito instalado en
el patio y en su lugar edificaron un garage y arriba un departamentito. “Ella hacía de peón de
albañil”, comenta Ñata en el segundo encuentro de esta entrevista, que transcurre en el mo-
noambiente donde vive Bruna. Su hija y su yerno viven a un patio de distancia, en Larroude
y Francisco Behr.

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LOS EX SOVIETICOS / BRUNA KAULINAITE

Crochet

z Tejer a crochet al calor de la lumbre era una de sus entretenciones preferidas cada
invierno. La alternaba con paseos en trineo y patinaje sobre el hielo. Todavía añora el canasto
lleno de puntillas que dejó en su habitación y ríe rememorando la velocidad de sus paseos
sobre la nieve. “No existían juguetes. Los chicos tenían que aprender. Se hacían sus jarritos de
madera. Mi hermanita la más chica estaba chiquita y teníamos un perro grandote y los chicos
hicieron un carro, sentaban a la hermanita al carro y ataban al perro y la hacían pasear”.
Bruna ríe y cuenta que fue una niña de campo y aprendió en forma natural a labrar la
tierra respetando sus ciclos. Por eso los frutos de esa labranza son con frecuencia protagonis-
tas de sus recuerdos. Los campos sembrados. Los cereales. Los árboles. El ganado. Los frutales.
Ñata mantiene vivas algunas costumbres de su madre. Sobre todo en la cocina. Platos
con carne de cerdo. Chucrut en el invierno. Y en Pascuas, a hijos, nietos y bisnietos, siempre
cocinó huevos duros con cebollas, para teñirlos de morado, y que parezcan de chocolate.
Bruna en Lituania acompañaba a su padre en las labores del campo, la cría de ovejas y
de chanchos, la producción de “jamones, chorizos, leche, mucha leche. Hacíamos queso para
el invierno. Tres veces por día se ordeñaban las vacas”.
Acá es el trigo. Allá el centeno. Bruna recuerda: “es el pan nuestro de todos los días. Se
siembra en agosto, antes de que empieza la lluvia y la escarcha. Cuando llega la escarcha tiene
que tener así de alto la planta. Después, cuando ya vienen más tarde las lluvias del otoño, se
escarcha y queda el centeno como bajo un vidrio. Después viene la nieve y se cubre. En prima-
vera se va todo y empieza a crecer y se cosecha en agosto. Allá lo más apreciado es el Centeno.
Cuando empieza a crecer y a venir la espiga, entonces la juventud vamos a visitar el campo,
cantando, lo saludamos. Le pegamos con palo, sacamos el grano, y lo sembramos”. Todo em-
pieza de nuevo. Un ciclo perfecto.

Verano

z Esta tarde Bruna de a ratos parece alegre. No es uno de esos días en que prefiera des-
cansar, no salir de la cama. Pasar en silencio sus horas y a solas con sus recuerdos. Hoy es un
día de los buenos. Tiene ya 100 años Bruna Kaulinaite que es la mayor de sus hermanos y a
todos sobrevive. Ana y Adan, sus padres, tuvieron otros cinco hijos después de ella: Stace, José,
Juan, Juana y al quinto, Bruno, ella nunca
lo conoció. Ya estaba en Argentina y el pe-
queño murió muy pronto.
Ñata cuenta que ahora, su madre la
mayoría de las noches las pasa semiconsciente, mecida entre re-
cuerdos de su familia, la aldea, su infancia, la juventud. Bruna dice que de noche vuelve a
Lituania. Se acuesta, cierra los ojos y viaja. Sólo queda dormida de a ratitos. Descansar le
cuesta bastante. “La computadora sigue prendida”, comenta. “Me acuesto y pienso como viví.
Donde caminé, donde anduvimos. Pienso en mi juventud porque era muy lindo ese tiempo.
Yo era una señorita muy alegre. Lituania estaba tranquila. Papá cuando volvió encontró todo
deteriorado en la casa. Pero arregló todo. Hizo todo nuevo. Era muy trabajador, muy inteligen-
te. Lo eligieron a él para mandar en la aldea. Cuando lo llevaron a la guerra sabía algo de
escribir lituano, pero después, cuando volvió, hablaba varios idiomas, porque anduvo por
varios países. En todos aprendió... No se puede explicar todo. Es mucho tiempo”.
Bruna vivió una larga vida y su memoria procesa enormes cantidades de recuerdos que
se revuelven y a veces la agobian. Pero de un momento a otro el orden vuelve a su memoria, la
luz a sus ojos y entonces Bruna cambia de estación.
“En verano teníamos que ir al campo –dice, de pronto—. Yo casi siempre iba al lado de
papá. Cuando el sembraba yo marcaba donde caía cada grano. Hacíamos rallas de un kilóme-
tro cada una. Después empezaba la cosecha del pasto. El cortaba. Yo iba a separarlo para que se
secara. Después volvía a darlo vuelta para que se secara del todo. Después juntamos y traíamos
al galpón de la casa hasta que se vendía. En agosto era la cosecha del centeno. Terminamos el
centeno, empezamos a cosechar cebada, avena, arvejas. De rodillas estábamos cosechando la
papa. Era mucho trabajo, pero muy lindo”.
La familia participaba del trabajo comunitario de la aldea, y cuidaba en su fracción de
campo, el cultivo de cereales y vegetales según se acordaba entre el resto de los grupos de
labradores.
“Todos tenían que sembrar una sola cosa. Si es centeno, es de todos. En primavera se
siembra avena, centeno, trigo, arvejas, papa. Todo en un solo campo. Y a la baja del sol hay que
ir a la casa, donde se quedaban las abuelas y las mamás. La juventud nos juntábamos a cantar,
todos en una casa”.
A Bruna le “gustaban mucho todas las canciones. Las de las flores y de los árboles. Hay

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354 El Libro de los Pioneros

LOS EX SOVIETICOS / BRUNA KAULINAITE

por ejemplo canción que dice: ‘yo pase entre el caminito arbolado de guindas, me encontré
con un joven, hablamos, tiene ropa muy bonita, tiene rostro color rosa’. Después hay muchas
cosas. Como se llama. Este árbol más duro… El Roble. Cuenta de la vida, de la juventud. Por-
que pide: ‘árbol verde, por qué no verdeas todo el tiempo. Entonces el árbol le contesta: llegó
el otoño, vino el viento, tiró las hojas, por todos lados, la que quedó más abajo, más pronto se
pudrió, la que cayó en la montaña vivió… Era la suerte que cantaba el arbolito de los jóvenes
que iban al servicio militar: el que nació en buena cuna, se quedó para siempre, el que nació
en pobre cuna… Tuvimos montones de lágrimas, porque tenían que ir a la guerra”.

Siberia

z La noticia le llegó a Cinco Saltos, a casa de los ingleses. Pero antes de volver a Europa
tenía que pasar por Patagones. Era la madrina de su primita Olga. Tenía que ir para que la
bautizaran. Lo había prometido. Allá fue entonces y se lo encontró al padrino en los prepara-
tivos de su viaje. El hombre planeaba venir a Comodoro a vender frutas y de algún modo la
convenció para asociarse en su plan. Con él llegó Bruna a la ciudad del viento, a bordo de un
Ford T que estaba en las últimas. Vino convencida de que acá juntaría algo más de plata para
volver a la aldea. Tenía que ser pronto. Su padre estaba grave.
Pero otra vez la realidad descarriándose. El camioncito se rompió a poco de llegar a
Comodoro y ella, que ya había puesto parte de sus ahorros para comprar la fruta, lo que queda-
ba se lo dio al tío para el cachirulo, que siguió andando mal, por el resto de sus días. Era la
pascua de 1933.
“Si no hubiera venido a Comodoro tal vez hubiera ido a Lituania. Yo le dí la plata y me
quedé sin nada para volver. Después el tío tuvo mala suerte: se le empezó a romper el cachiru-
lo. Hasta que arregló ya no volví más a Patagones. Y él empezó a hacer fletes. Pero ganaba y
perdía todo en repuestos”.
Bruna volvió a su tierra recién después de 66 años. A la distancia sufrió la muerte de
Adán y de Ana, su madre. La muerte de tres hermanos y las convulsiones de su país, asediado
por la violencia.
En junio de 1940 las tropas de Stalin ocuparon Lituania. En agosto el régimen la convir-
tió en la República Socialista Soviética de Lituania . Pero desde 1941 y hasta 1944 los nazis
expulsaron al ejército rojo. Muchos lituanos celebraron la entrada del ejército antisemita. Para
Su hija Ñata y el esposo
están sentados a la mesa
donde Bruna se siente
cómoda y narra lo que
dicta su memoria. Están
sorprendidos de lo locuaz
que está ella esta tarde
tibia del primer día de
septiembre. “Vine para
volver –dice—. Pero no
la familia Kaulinaite fue demasiado tarde. “Los rusos les tuve suerte. Ya mi
habían quitado todo. Sacaron animales, sacaron tierra, saca- destino fue así”.
ron casa”. El padre se había resistido. “Y los llevaron como
animales en un tren. Ni baño tenían”. Once años pasó su familia en Siberia.

Volver

z De pronto a Bruna le brota la idea de que habla mucho de su pasado. Siempre hay
alguien que le está preguntando de la historia, de su vida extendida a lo largo de un siglo,
sobre dos continentes. “A veces hablo de ahora –cuenta—. Pero aquello no se va. Nuestra cabe-
za es como una computadora que no se pierde”.
Entonces retoma la narración en un punto más distante y feliz, en cualquier plácido día
de su adolescencia. “Yo crecí con una vecinita –dice—. Siempre íbamos las dos cuando hacían
fiestas en otros pueblos. En casa tenía libertad. Nos juntamos con la juventud de las otras
aldeas. Bailábamos toda la noche y a la madrugada volvíamos a la casa”. Así vivía Bruna cuan-
do por una decisión medio impuesta, medio consensuada, partió rumbo a América.
Tal vez así salvó su vida, o por lo menos quedó a salvo de muchos de los horrores que
asolaron Lituania, a donde recién volvió en 1995, acompañada por Ernesto, uno de sus nietos,
y por Yaya, su prima de Cinco Saltos. En el 90 la habían visitado su hermana Stace y una
sobrina. Ella quedó entusiasmada.
Entonces llegó el cobro de la deuda que tenía YPF con su compañero, que había fallecido
en 1991. Dotcho se había jubilado trabajando en el Galpón 3. Había sido uno de los operarios
que montó esas pasarelas de las que todavía quedan restos en las playas de General Mosconi y
el 5.
Ñata recuerda que cuando él trabajaba de noche, Bruna siempre se llevaba algún nieto a
la casa. No le gustaba estar sola. hijos de Ñata habían nacido en el 55, el 58 y el 61: Susana,
Ernesto y Carlos.
En Lituania Bruna volvió a encontrarse con sus hermanos José, Juanita y Stace, pero
Bruna recuerda con tristeza aquella vez que marchó de vuelta al pago: “ni un arbolito encon-
tré, ni la casa. Ni se sabía donde había estado la casa. Todo revuelto. Tenía mucha pena. No
solamente porque no encontré mi familia. Es la ley de la vida. No encontré por donde había
caminado. Es que no encontré ni siquiera un arbolito”.

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LOS EX SOVIETICOS / BRUNA KAULINAITE

Abedul

z “‘Arbolito, arbolito, Abedul, Abedul, por qué no estás verde arbolito’. Entonces él con-
testa: ‘porque vino el invierno y nos sacó las hojas’. ‘No llores arbolito, ya vuelve la primavera,
y vuelven las hojitas, y cuando llueve, arbolito, todo brilla’. En primavera se va la escarcha y
hacemos agujero en el árbol, se pone una canilla y sacamos jugo del árbol. Y llenamos barriles.
Hay abedules grandes. Que rico agua. Cuando se rompe una ramita llora. La hoja es muy
blandita”.
Ñata dice que es increíble: todo lo que la abuela recuerda, de haber vivido no más de 18
años en aquella Aldea, y entonces la abuela, que sigue en la infancia, cuenta que “tenemos
escobas, cuando vamos al baño turco, tenemos preparados las ramitas para limpiarse. Tene-
mos escobas. Cada familia tiene el baño turco, salen y se revuelcan en la nieve, es muy sano.
Dos vecinas viudas no tenían, después de nosotros ellas iban. Allá las mujeres todas juntas, no
se bañan de a una. Los hombres también. Los padres llevan varones, las madres llevan muje-
res”.

Lituania

z Stace es la única de sus hermanos que queda con vida. Tiene 8 años menos que Bruna.
Sigue en Lituania. “Es un país muy bonito, muy productivo. Hay tanta humedad. Crecen
muchos bosques. Hay lagos y ríos. Siembras de toda clase. Cereales y árboles frutales. Hay de
todo. Mucha naturaleza”.
Por sus riquezas pero también por su estratégica posición en el mapa europeo, la queri-
da Lituania de Bruna fue una tierra disputada históricamente por imperios y majestades.
Siempre bajo amenaza, invadida o envuelta en guerras. “Cuando nací, papá no estaba. 8 años
faltó de casa”.
Los rusos se lo habían llevado el mismo año que nacía la primera hija que había engen-
drado con Ana. Era demasiado joven para la milicia pero todo hombre que caminaba iba a
parar a las trincheras. Se cocinaba la primera guerra mundial.
“Papá anduvo por varios países. Caía preso en un lugar, se escapaba, seguía en la guerra,
así hasta principios de 1919 cuando volvió a casa”. Así se lo había contado Bruna a Elvira.
Lituania “estaba siempre en revoltijos”, recuerda ahora. “Sacaban una nación y se metía
otra”: Rusia y Alemania alternativamente.
Hoy su país es autónomo, pero es un bastión del tráfico y el contrabando en Europa.
Enlace del Este con el mar y con el mundo. Padece la falta de materias primas y sobre todo un
déficit energético.
Ella nació el 27 de junio de 1911 en esa nación tormentosa, que desde fines del siglo
XVIII había vivido bajo el control del imperio ruso. La represión del zarismo contra el pueblo
y la cultura lituanas había derivado en dos grandes revueltas, en 1836 y en 1863. A la última
los invasores respondieron con mayor ferocidad, prohibiendo libros, periódicos y la enseñan-
za en idioma lituano durante los siguientes 40 años. Pero durante la Primera Guerra Mundial,
entre 1915 y 1918, Lituania fue ocupada por los alemanes. En toda su vida Bruna pudo ir sólo
un año a la escuela.
La de hoy es una tarde luminosa para ella. Está superando un resfrío y se siente mucho
mejor. Sus recuerdos fluyen, vuelven sin esfuerzo.
“Es mucha vida –dice—. Son cien años. ¡Bah! No se puede decir cien porque cuando uno
se despierta es más grande. Desde los 7 años puedo contar. Cuando vinieron los alemanes yo
estaba con mamá. Dijeron que iban a vacunar a los chicos. ¡Que miércoles! Yo me fui al bosque
y no me encontraron. Ya estaban manejando al país. En la casa del marido de Anastasia se
metió la familia de un capitán. Tenía una casa muy linda. Ahí se juntaban los domingos y
meta milonga. La casa estaba dentro de una plantación de frutales, entonces nosotros con los
primos nos escondíamos en la quinta, mirando como bailaban. ¡Qué miércoles! Tenían una
vestimenta esos”.
El 16 de febrero de 1918 Lituania recuperó su independencia, pero en la guerra contra la
recién proclamada República de Polonia, que intentó anexionar al Estado vecino, perdió el
20% del territorio, y a Vilnius, la capital incluida. Cuando Bruna entró en la adolescencia, en el
aire de su país se disipaba el olor a pólvora y los jóvenes recuperaban la cultura de su tierra y
su alegría natural. Pero ella se remonta enseguida más allá, a su infancia, a sus andanzas entre
las casa de los abuelos.

Edad

z “Mamá siempre tenía que ir a ayudarlos”. Brotan de pronto con una nitidez poética sus
recuerdos más remotos. Pone el automático y deja que fluyan, sin filtro, las ideas que vuelven,

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358 El Libro de los Pioneros

LOS EX SOVIETICOS / BRUNA KAULINAITE

despacito, las sensaciones, y sin pausas desanda lo pasado. “La familia de mamá vivía en una
punta de la aldea y los papás de papá en otra punta. Yo corría, me encontraba con abuelo.
Saltitos, beso en la mano. Encontraba chico, un empujón. Hasta que llegaba a la casa de los
otros abuelos… Mi papá tenía 8 hermanos. De primera señora, mi abuela, tenía un varón y dos
mujeres. En total tenía como once hijos”.
También hay que agregar, un dato no menor, porque el abuelo paterno de Bruna tam-
bién vivió 100 años y según parece, también su longevidad viene por ese lado. Esta tarde de
septiembre Bruna ya lleva vivido un siglo. Ahora ella sabe su edad con precisión, pero nunca
la supo mientras vivió en Lituania. Allá no se festejaban los cumpleaños. Sólo se celebraba el
onomástico, especialmente las chicas. “Entonces en la entrada de las casas adornaban con
ramas de árboles y flores”.
Era aquel un mundo despojado de calendarios, efemérides y aniversarios. Sólo regido
por la naturaleza y sus ciclos. “Yo ni sabía bien cuantos años tenía hasta que empecé a buscar
los documentos para venir. Allá no se usaba ningún documento. No había registro. Todo hacía
la iglesia. Cuando se bautizaba se asentaba. Tuve que ir a la iglesia a buscar mi documento. No
hacía falta saber la edad. ¿Para qué? Nadie preguntaba. Vivíamos en los campos, tranquilos, no
se pagaba la tierra, no se pagaba nada. Como siempre, eran, que se yo… de naciones extranje-
ras, a quién iba a pagar. Lo único que los alemanes, cuando vinieron, le hicieron unas chapas
con el nombre y el apellido y ponían en las casas. Antes nada. Ningún número. Teníamos que
ir al pueblo para llevar el correo. Los carteros no existían…”
De pronto Bruna suspende su relato y se abstrae. Da una vuelta por quién sabe dónde y
vuelve. Este buen día de Bruna fue largo y se siente cansada. De pronto cuenta que hay otra
abuela Lituana como ella en Comodoro, que tiene más de 90. Ñata dice que veces se juntaban
las dos y conversaban, animadas, en su idioma natal. O se hacían compañía en silencio.
Bruna cuenta que los lituanos son sobre todo sociables. Dice que eso los distingue. Son
cálidos, alegres y festivos. Así recupera el hilo de su narración y cuenta que “donde hay tres
lituanos juntos ya están cantando. Los sábados y los domingos, veníamos de la iglesia, del
pueblo, y nos juntábamos la juventud de toda la aldea y meta baile, meta canto. Hacíamos
rondas. Mucho cantar le gusta al lituano. Yo si no venía acá, tenía una amiga de la otra aldea
que iba a cantar en el coro de la iglesia... Pedía por favor que venga a cantar. Yo era muy
vergonzosa y no fui. Pero sí siempre cantaba en la casa. Iba a saltitos cantando, a todos lados”.
Se ve muy tierna la abuela Bruna, sentada, ensimismada del otro lado de la mesa. Habla
Ñata cuenta que ahora, su
madre la mayoría de las
noches las pasa
semiconsciente, mecida
entre recuerdos de su
familia, la aldea, su
infancia, la juventud.
Bruna dice que de noche
vuelve a Lituania. Se
acuesta, cierra los ojos y
sin prisa pero sin pausa. No se detiene ni cuando limpia con viaja. Sólo queda dormida
su pañuelo el agua que vuelve a los ojos: “teníamos un lago de a ratitos. Descansar le
muy grande –cuenta—, los sábados íbamos a bañar, a pasar cuesta bastante. “La
el día. En verano. Porque todos los días teníamos que traba- computadora sigue
jar. Entonces sábado a la tarde volvíamos del campo. Siem- prendida”, comenta. “Me
pre la juventud… Una vez que se casa no se junta más con la acuesto y pienso como
juventud. No va ni a bailar ni a cantar ni nada. Ahí no se viví. Donde caminé, donde
meten los casados. Todos solteros. Algunos que le gusta para anduvimos. Pienso en mi
mirar se viene, se sienta. En el verano bailábamos afuera, en juventud porque era muy
los patios. Con acordeón. Había un muchacho que sabía to- lindo ese tiempo”.
car. Cuando se hacía fiesta, en todo el mes de mayo, todos
los sábados de mayo se hacía la geguzine. Toda la juventud de la aldea andaba por los campos,
a bailar, cantando. Muchas canciones. Canciones muy lindas. Se trata siempre de los arbolitos,
del campo, del lino. Cuando empieza a florecer el lino se canta, que ‘ya floreció el lino, se
empapó el campo de azul’. Para el roble también hay canción, para el abedul, en fin, para las
flores, las rosas. A todo le sacan canción en Lituania”.
Y contále de la Navidad, le propone Ñata de pronto. Bruna le dice que “va a a ser un poco
mucho”, pero esta tarde quiere contar y cuenta, siempre en presente, que “cuando nos prepa-
ramos para navidad se hace la cerveza, se carnea algún chancho. Vaca casi no se conoce. El
cura visita la aldea, visita las familias, y mete debajo del mantel, porque siempre tenés que
dejar plata. También deja plotka (la hostia sin consagrar). En la noche de sábado se prepara la
mesa, con un poquito de todo lo que se come en el año. Pero la noche buena no se come.
Únicamente arenque con un poquito de papa. Pero la familia nomás. Nadie de afuera. A lo
mejor para ustedes no está bien. La mesa se prepara para el otro día. A la mañana se levanta
y van a la iglesia y cuando vuelven comen. Siempre el padre es el que maneja estas cosas. Al
comer nos arrodillamos, rezamos, nos sentamos, el padre rompe, reparte la plotka. Ahora
también, no cambió: dos días de navidad y dos días de pascua. Ponían pasto abajo del mantel,
porque Jesús nació en pesebre. La juventud preparamos un arbolito donde tienen casa gran-
de. Toda la semana vamos a adornar. Se compran las velas, los fuegos fríos que se queman, y
preparamos flores de papel. Entonces el día primero, nos juntamos toda la juventud, se cuen-
tan historias, se prenden las luces, y yo no recuerdo, pero me parece que se canta algo. Cuando
ya se termina no hay más que poesías, cosas lindas. Se apaga eso, se apagan las velas, se retira

El Libro de los Pioneros 359


360 El Libro de los Pioneros

LOS EX SOVIETICOS / BRUNA KAULINAITE

el arbolito a una esquina, y a milonguear. Me gustaba mucho bailar. Papito no quería que yo
vaya. Volvíamos de madrugada, y eso no se perdona, había que ir a trabajar. Por eso a veces no
dejaba ir. A veces lloraba. Yo quería ir igual” z
El Libro de los Pioneros 361
362 El Libro de los Pioneros
Capítulo XI

Los checos y eslovacos

El Libro de los Pioneros 363


364 El Libro de los Pioneros
E
ste grupo de inmigrantes se estableció en la ciudad y su área de
influencia en el período de entreguerras con fuerte inserción
como trabajadores en la actividad petrolera. Su primera entidad
asociativa fue el Club Checoslovaco que no tuvo continuidad en el tiempo.
Finalmente la colectividad formalizó su organización en la Asociación de
Checos y Eslovacos creada en 1994.

El Libro de los Pioneros 365


366 El Libro de los Pioneros
LOS CHECOS Y ESLOVACOS

Reseña histórica

El Libro de los Pioneros 367


368 El Libro de los Pioneros
RESEÑA HISTORICA

Los Checos y Eslovacos

E l 24 de septiembre de 1993, un grupo de descendientes de checoslovacos se reunieron


con el deseo de congregar a la colectividad el día 8 de octubre en las instalaciones del
Club 13 de Diciembre, con el fin de programar la celebración de la primera independencia de
las provincias checas y eslovacas , proclamada el 28 de octubre de 1918 después de la Primera
Guerra Mundial.
En aquella reunión se discutió sobre la organización de la celebración y la intención de
checos, eslovacos, sus hijos y familiares de concretar pronto una Asociación.En las reuniones
siguientes se expresa la intención de “formalizar nuestra asociación, dándole el carácter de
colectividad”, y se propone convocar a “una asamblea con el fin de sentar las bases de la
misma”.

El día 5 de junio de 1994, los descendientes se reúnen en el salón del “Dom Polsky” con
el propósito de conformar la comisión directiva de la incipiente Asociación. Para darle un
nombre definitivo a esta Asociación se inscriben varios nombres, del que queda finalmente el
de Asociación Checa y Eslovaca. Además, se resuelven como objetivos de esta entidad:
1°) Asociar a los checos y eslovacos para impulsar el conocimiento de sus culturas, sus
idiomas, su historia, artes, etc., para mantener fresco el recuerdo de nuestros ancestros y hon-
rar la sangre que corre por nuestras venas.
2°) Apoyar todas las manifestaciones culturales, exposiciones, ferias, conferencias, etc.
Donde se manifieste el accionar de los inmigrantes, destacando la participación que les cupo
a los checos y eslovacos.
3°) Acopiar documentación, fotografías, testimonios, etc. Sobre los pioneros checoeslo-
vacos y su gravitación sobre la historia de nuestra ciudad.

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370 El Libro de los Pioneros
LOS CHECOS Y ESLOVACOS

Personalidades

El Libro de los Pioneros 371


372 El Libro de los Pioneros
LOS CHECOS Y ESLOVACOS / LIDIA JANECEK

Los recuerdos de la hija

L a República Checa se divide en tres regiones: Bohemia, Moravia y Silesia. Praga, la capi-
tal, queda en la región de Bohemia. Ella lo sabe desde chiquita. Vivía pidiendo a los
padres que le contaran su historia.
“Ellos charlaban en la mesa, cuando comíamos, que el tren paraba acá, que paraba allá.
Este pueblo y aquel. Tal familia vivía acá, aquella allá. Eran las discusiones. ‘Este camino
pasaba por acá’. ‘No, pasaba por allá’. ‘No. Vos estás equivocado’. Hablaban, discutían. Y uno
lo va mamando desde chico. En el año 96, cuando fui, me encontraba con esos pueblos y me
parecía conocerlos”.
Lidia Janecek es argentina, pero en las venas lleva sangre checa. Es la única hija de los
inmigrantes Francisco Janecek y Rosa Svoboda. Ambos eran de Moravia, de pueblos cerca-
nos. Rosa nació en Dubñany, el 28 de agosto de 1904. Francisco nació en Hovorany, el 7 de
octubre de 1899. El llegó a la Argentina en el 24. Ella en el 28.
Su madre tenía 10 años cuando estalló la Primera Guerra. En la mesa familiar siempre
evocaba, ante la hija azorada, el recuerdo de sus caminatas a través del bosque hasta la ciudad
de Hodonin, en la frontera con Eslovaquia. La niña trabajaba en la fábrica de azúcar, que allá
se extrae de la remolacha. “Me contaba que en tiempos de la guerra intercambiaban comida,
y a ella le decían 5 centavos, porque era chiquitita, 10 años, imaginate, un poquito más gran-
de que mi nieta. Y ya trabajaba y se iba caminando, invierno y verano, a través del bosque, 7
kilómetros. Ella se traía el azúcar adentro de las botas. Se la robaba para que su familia tuvie-
ra algo para intercambiar. Eran 7 hermanos pero una mu-
rió de sarampión. Quedaron 3 hermanas y 3 hermanos”. Perfil
De los 6 Svoboda, 4 emigraron a la Argentina: María, z Lidia Janecek es argentina, la
Josefa, Rosa y Juan. Allá quedaron 2 varones y se les sumó única hija de los inmigrantes
una niña, la última de las hermanas Svoboda. En 1939, Li- checos Francisco Janecek, nacido
dia conoció a sus abuelos maternos. Los trajo a Comodoro en Hovorany el 7 de octubre de
su tío Juan. 1899, y Rosa Svoboda, nacida en
Los pueblos natales de la madre y el padre quedaban Dubñany el 28 de agosto de 1904.
muy cerca. A unos 15 kilómetros, dice Lidia. Pero no hubo Sus padres llegaron a la Argentina
atajos para el amor de Rosa y Francisco en la República Che- en 1924 y 1928 respectivamente z

El Libro de los Pioneros 373


374 El Libro de los Pioneros

LOS CHECOS Y ESLOVACOS / LIDIA JANECEK

ca. No había entre ellos autopistas como las de ahora. Ni telecomunicaciones. La vida andaba
a carro o en tren. Recién vinieron a coincidir a la Argentina. A conocerse, enamorarse y a
nacer a Lidia.
Ella sabe que sus padres llegaron a la Argentina, empujados por la pobreza que siguió
conmoviendo a aquella tierra muchos años después de la primera guerra, que enmarcó en
1918 el surgimiento de Checoslovaquia tras la desintegración del imperio austro-húngaro.
Según dice Lidia, hacia 1940 había en Comodoro unos 600 checos. Por cuestiones ideo-
lógicas, voluntariamente o deportados, muchos regresaron a la Checoslovaquia comunista al
término de la 2da guerra mundial.
También los papás de Lidia añoraban sus pagos, pero eligieron quedarse. “Yo cuando
empecé la escuela no sabía hablar en castellano. En mi casa se hablaba en checo. Imaginate.
Mi tío Juan hizo venir a los abuelos en el 39. Primero vivieron con mi tía Josefa, después con
mi tío Juan y después se fueron a Astra a vivir con mi mamá. Yo nací en el 44. Mi abuelo algo
se defendía en castellano, pero mi abuela nada más que ‘boun día, hola, que tal’, y nada más.
De ahí no la sacabas. Todos eran de la misma región y hablaban el mismo idioma. Yo aprendí
así. Los tíos venían a visitarnos desde Comodoro en auto o en autovía, en el trencito, y en casa
comían y se ponían a cantar. Porque eso tenían. Se la pasaban cantando. Era juntarse y ha-
blar y cantar”.
“Entre los primos que tengo acá, yo era la benjamina. El menor de mis primos, Stanis-
lao Svoboda, va a cumplir 80 años ahora a fin de año. Los hijos de mi tía Josefa, José Dunaj,
tiene 82, y mi prima María, tiene 90”.
Por el lado de los emparentados con la familia Svoboda, el primero en llegar fue José
Dunaj, marido de la tía Josefa, después vino su cuñado, el tío Juan Svoboda, después la esposa
de Dunaj, Josefa, con María de un año, después la mayor de las hermanas Svoboda, María, y
finalmente Rosa, la mamá de Lidia.
Las 3 hermanas Svoboda trabajaban en el Hotel Universal, de la calle 9 de julio, que era
de María y después lo vendió a su cuñado, José Dunaj. Junto a Josefa, Rosa siguió trabajando
ahí como cocinera hasta 1943, cuando se casó con Francisco Janecek y se fueron a vivir a
Astra.
Bueno. No precisamente. “En Astra había un hospital muy lindo pero no atendían par-
tos. Entonces yo nací en el sanatorio de los doctores Agustiza y Varando, que quedaba ahí
donde está ahora el Paseo del Sur. Había unas escaleras altas y en el piso de arriba estaba el
sanatorio”.
Lidia guarda gratos recuerdos de Astra, donde “había de todo”. Tenía “escuela, el cine,
la cancha de fútbol, el hospital, una sucursal de La Anónima, la cooperativa del personal,
verdulería, carnicería, peluquería, el Club Palitroque. Y el Parque de Astra, famosísimo. Ahí
con la primaria íbamos a los picnics de primavera, y se hacían kermeses también. En el
medio tenía un círculo de cemento que era la pista de baile y se llenaba. Mi suegro ponía
música. Había una casita para poner el tocadisco y el parlante. Y abajo se bailaba. Tiempos
lindos. Muy lindos”.
El papá de Lidia llegó a Astra después de cruzar un océano y peregrinar por el desierto
campo patagónico. A diferencia de los Svoboda, Francisco Janecek se aventuró en trance mi-
gratorio sin familiares de este lado del planeta. Después de cumplir con el servicio militar en
su país llegó a la Argentina con 25 años, en 1924. Hizo una breve escala en Comodoro pero
rumbeó primero a Facundo, trabajando en chacras de paisanos y amigos, y después a Sar-
miento, a emplearse en la Municipalidad como conductor de motoniveladora. Abrió calles y
niveló el terreno de la plaza central. En el 35 volvió a Comodoro y entró a Astra, donde siguió
como tractorista, trabajando en el movimiento de suelos de locaciones petroleras y el arreglo

El Libro de los Pioneros 375


376 El Libro de los Pioneros

LOS CHECOS Y ESLOVACOS / LIDIA JANECEK

de caminos.
En 1943 se casó con Rosa Svoboda, en la iglesia Santa Lucía de kilómetro 3. La fiesta fue
en el hotel de la tía Josefa. Al año siguiente nació Lidia.
Francisco se jubiló en 1961 y falleció al año siguiente. Nueve meses después se le unió
su esposa.
Lidia perdió a su padre y a su madre en 1962. Apenas tenía 17, 18 años. Los recuerdos
que conserva de ellos son como tesoros. Su voz se hace más temblorosa al evocarlos. Cae la
tarde en Ciudadela. Crecen las sombras de un invierno tibio. Alrededor del busto de Sar-
miento la plaza está reverdecida bajo la luz amarilla de los faroles.
Lidia cuenta que de los hermanos Svoboda, fue María la que internacionalizó senti-
mientos. Se casó con un español. Rosa se conoció con su checo, Francisco, de un modo que
Lidia desconoce. Supone que fue en el hotel de los Dunaj. Niega que los inmigrantes de su
sangre hayan cerrado filas y recuenta varios cruces parentales. Aunque también recuerda
que los paisanos coincidían en el Universal y en los bailes del Luso que organizaba el Club
Checo.
“Nunca le pregunté a mi mamá cómo se conocieron, pero sé que después de 9 años se
casaron. Se conocían pero no pasaba nada. No es que estuvieron 9 años de novio”.
Lidia sabe que su madre tuvo un noviazgo antes, pero no conoce nada previo a Rosa
sobre su papá. “No sé muchas de esas cosas. No se hablaba de eso, menos delante de las
criaturas. Ahora los chicos saben hasta cómo vienen los bebés. Yo me avivé tarde. A los 12
años todavía jugaba a las muñecas”.
Cuando Lidia nació Rosa ya tenía 40 años. Por eso no tuvo hermanos. “Y antes no era
como ahora, que te sigue un médico. Mi mamá se embarazó y jamás fue al médico. Y después
de 9 meses casi me caigo por la escalera”. Efectivamente: por la escalera que llevaba al sana-
torio de los doctores Agustiza y Varando, ahí donde está ahora el Paseo del Sur. La parturien-
ta había soportado el interminable viaje sobre el ripio del camino entre Astra y Comodoro
Rivadavia, a bordo del Willy familiar. Ya a la salida de Astra, en lo que llamaban el paraje de
“boliche viejo”, el padre, conductor nervioso, había agarrado de lleno un pozo importante y
su mujer había estado a punto de parir. Lo que son hoy unos breves 20 kilómetros, por enton-
ces eran una travesía. Cuando llegaron al fin a Comodoro y después de escalar hasta el sana-
torio Rosa se recostó en la camilla, Lidia ya estaba asomando su cabeza al mundo.
“Así es la historia. Me crié en Astra, con chicos de todo el mundo. Todos los idiomas”, y
Lidia Janecek es
argentina, pero en las
venas lleva sangre
checa. Es la única hija
de los inmigrantes
Francisco Janecek y
Rosa Svoboda. Ambos
eran de Moravia, de
pueblos cercanos. Rosa
nació en Dubñany, el 28
recuerda los encuentros en su casa, las mateadas y comidas de agosto de 1904.
del papá con sus amigos eslovacos. Eran de los que allá vi- Francisco nació en
vían cruzando el río Moravia. Hablaban idiomas muy pare- Hovorany, el 7 de
cidos. Los distinguía sobre todo el acento. Lidia domina el octubre de 1899. Él
checo pero no quedan muchos otros que lo hablen en Co- llegó a la Argentina en
modoro y entonces practica leyendo. Literatura. Y enseñan- el 24. Ella en el 28.
do a Celeste, su nieta de 6, que “tiene memoria de elefante”
y está a su cuidado los días de semana después de la escuela.
En 2006 vino una profesora checa de Buenos Aires a dar clases a Comodoro y le anunció
a Lidia que en agosto de 2007 se dictaría un curso en Praga sobre metodología, para enseñar
el idioma. La profesora interesó a Lidia. Los gastos corrían por cuenta de la República Checa.
Se fue con una paisana de Diadema. Llegó allá el 13 de agosto. Disfrutó junto a sus primos en
Moravia dos semanas. Después cruzó a Bohemia y el 27 en Praga empezó a cursar por las
mañanas y a recorrer y conocer su historia, su arte, su arquitectura, en los tours de cada
tarde. “El senado, el castillo, los palacios. La plaza vieja. La casa de Karel Capek, el escritor.
Pasé por la casa de Kafka cuando iba al aeropuerto”.
Praga, que había sido un misterio para sus padres, siempre recluidos a la vida rural de
sus pueblos, con su catedral gótica, sus monumentos barrocos y sus museos se abrió de par
en par a la hija argentina, checoparlante en viaje de estudios. El 8 de septiembre, su primo la
buscó en Praha y la llevó de vuelta a Moravia, a Brno, que es la más importante ciudad de la
región. Ahí se quedó hasta el 14, cuando pegó la vuelta a Comodoro. Fue igual de intenso el
segundo viaje. Algo más cultural y turístico. Ya había estado un mes de paseo en el 96, en su
viaje iniciático. Bastante más movilizante, de puro descubrimiento, reconocimiento de aque-
lla tierra tan evocada por sus padres.
Lidia terminó el 6to grado de la primaria y no quiso seguir la secundaria. No quiso.
Aprendió corte y confección con una vecina. Hija única. Se supone: la nena mimada. “No, no.
No te creas. Me tenían al trote. Mi viejo era estricto. No era la libertad que damos ahora.
Aunque yo hoy le decía a mi nieta (Celeste) que los tiempos cambiaron. No se puede dejar a
los chicos solos. En nuestros tiempos el peligro era caernos en un pozo de inyección, le decía
el abuelo, porque en ese tiempo hasta las piletas eran a cielo abierto. Nosotros vivíamos por
los cerros. Las chicas, saltando matas, jugando en los médanos. Dábamos la vuelta a la manza-
na en bici con todos los chicos. En Astra era como una gran familia. Después, cuando fuimos

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378 El Libro de los Pioneros

LOS CHECOS Y ESLOVACOS / LIDIA JANECEK

adolescentes, no teníamos más diversión que el cine dos veces por semana y a veces daban
películas prohibidas y no podías ir. Y no había televisión, solamente radio. Entonces forma-
mos un club: el Club Juvenil. De 14 a 17 años. De chicas y chicos. Y hacíamos asaltos y bailába-
mos. Después teníamos los bailes que hacía la empresa el 25 de mayo, el 20 de junio, el 9 de
julio y pará de contar. Cuando pasamos los 17, se formó el club de ex alumnos y ahí se arma-
ban unas fiestas bárbaras porque íbamos todos en familia. Después, para fin de año, dos o
tres veces se hizo la despedida del año, el 31 de enero, en el Cine y la gamela, donde se hacía
la cena y se juntaba todo el barrio”.
Al mes de morir su madre, Lidia dejó su trabajo en la cooperativa de Astra y se fue a
vivir con su tía Josefa, a Saavedra y Rivadavia. Ahí estuvo, 3 años y medio, y empezó a traba-
jar en un comercio céntrico, que se llamaba Atelier, “la casa de los 10 mil artículos”. Todavía
recuerda. Se vendía como pan caliente el conjunto de “Combate”, la serie televisiva, con
casco, ametralladora y cantimplora. Salía “9 con 90”. Los días de reyes vendían hasta la una y
media de la mañana, a la gente que salía del cine.
Se casó con Héctor en el 66 y vino a vivir a esta misma casa, en Ciudadela, junto a sus
suegros portugueses. Con su esposo ya había empezado a noviar en Astra. Los Ramos vivían
a tres filas de su casa.
Tuvieron dos hijos. En el 70 nació Andrea y Héctor Alejandro en el 73. Tienen 3 nietos.
Celeste por el lado de Andrea, y Tomás y Morena, por el lado de Héctor. Los nietos empiezan
a aprender algo sobre la cultura checa. De la cocina de la abuela emanan cada tanto los aro-
mas característicos. Para la última Feria Gastronómica cocinó 40 kilos de chucrut. Con rába-
no picante o eneldo, Lidia le da su toque checo a la universal salsa blanca. Viene bien para
acompañar las típicas “bolas”, que en realidad, según la región, se llaman “knedle” o “sisky”.
Son esferas de masa hervida. También andan con salsa de tomate, que al estilo checo debe ser
medio rosada y dulzona, porque se hace con harina tostada y lleva azúcar.
Lidia cuenta que esas “bolas” son ya algo exótico hasta en la misma República Checa. El
plato típico cambió su preparación. A la masa cruda se modela como a un pan francés y se la
corta para echar al agua en rebanadas. En los supermercados las venden pre cocidas. Rosa
Svoboda las cocinaba con harina, polvo de hornear, leche y huevo. Así aprendió Lidia, aun-
que en sus últimos experimentos las logró super ligeras, con harina leudante y soda.
Es una comida popular. Era típico mezclar trozos de pan viejo en la masa. “Es comida
de pueblo sufrido”, dice ella y recuerda que sus padres le contaron de aquellos malos tiempos
y el hambre distraída con kne-
dles remojados en cesnekova
polevka, que es sopa de ajos
picados, aceite y agua. “Ces-
nek” es ajo.
“No había domingo en casa sin comida checa”, recuerda Lidia. De su infancia conserva
muchos aromas y sabores. Como los de las papas cocidas al horno, enteras y con cáscara,
acompañadas en la cena, con una taza de leche, y los “tocni”, esa especie de panqueques,
hechos de papas ralladas, huevos, harina, sal y pimienta.
Para ser correctos, en el lenguaje faltarían signos sobre algunos de estos conceptos culi-
narios. Y tal vez la ortografía no sea del todo correcta. Pero son detalles. Lidia gusta del idio-
ma, pero ella misma lleva una vida como Janecek, cuando en realidad la c de su apellido lleva
encima lo que ella llama una “palomita”, lo que la convierte en “ch” al oído. Es una v peque-
ñita. Además la jota en checo sonaría como i. Lidia en realidad debería ser llamada “iane-
chek”. Y Svoboda, que se suele acentuar en la segunda o, en realidad debería acentuarse en la
primera. Sin importar la acentuación, la traducción del apellido materno es inequívoca. Sig-
nifica libertad z

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Capítulo XII

Los irlando-escoceses

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384 El Libro de los Pioneros
P
oblación inmigrante con fuerte presencia en la Patagonia Austral
en directa asociación con el desarrollo de la actividad ganadera
ovina desde los últimos años del siglo XIX. En el área de
Comodoro Rivadavia la presencia irlando-escocesa fue poco significativa
en términos cuantitativos.

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386 El Libro de los Pioneros
LOS IRLANDO-ESCOCESES

Reseña histórica

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388 El Libro de los Pioneros
RESEÑA HISTORICA

Los Irlando-Escoceses

E n enero del año 2002, alrededor de 30 descendientes de irlandeses y escoceses se reunie-


ron en Comodoro para organizarse y formar un Consejo Interino que se encargaría de
redactar un estatuto para la Asociación Irlando-Escocesa.
El 18 de mayo de ese año se aprobó el estatuto y quedó conformada la primera comisión
directiva, cuyos integrantes fueron Miguel Alfredo Murtagh, Paola Cheetham, Alfredo Loug-
hurst, Carlos Patterson, Isabel Mac Donald, José María Walton, Irene Fay, Heriberto Fitzsi-
mons, Nancy Crichton, Ing. Miguel Angel Murtagh, Alfonso Walsh, Karina Murtagh, Víctor
Cunninghan, Patricia Crichton y Eugenia Schankula.
Desde ese día hasta la actualidad, han pasado por la colectividad, jóvenes y adultos que
trabajan con un único fin: reunir y unir a dos pueblos revalorizando su tradición z

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LOS IRLANDO-ESCOCESES

Personalidades

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392 El Libro de los Pioneros
LOS IRLANDO-ESCOCESES / PETER JOHN RUDKIN

“En donde te fuiste a meter Peter John”

N o se sabe muy bien de dónde. Se supone de los países bajos. Apareció originalmente en
Inglaterra hacia el 1600. El apellido Rudkin. El de Peter John, Escocés, de cuna y cepa.
Aparecido en Estancia El Cóndor de Río Gallegos hacia 1964.
Nacido como Peter John Rudkin, devino Pedro Juan, y su caso es el del inmigrante que
se aventura. El que marcha fuera de las fronteras impulsado por una inquietud del espíritu
más que del ambiente. No había acá un nexo: ni un amigo, ni un amor, ni un pariente que lo
atrajera con una promesa de cobijo a este lado del Atlántico. Sólo ganas de hacerse un destino.
La voz de Pedro es grave y su dicción es pausada. Es una voz que corresponde a un
hombre que mide casi dos metros, y una dicción acorde al arquetipo del angloparlante que
maneja el idioma adoptivo, aunque obviará para siempre algunos artículos y preposiciones,
también algunas distinciones de género. Minucias de este intricado lenguaje castellano. “Yo
no conocía absolutamente nadie. No conocía idioma. Ni nada”.
Las últimas bombas de la Segunda Guerra mundial sacudían el mundo cuando nacía
Peter John Rudkin. Fue el 8 de mayo de 1945, el día de la
capitulación de la Wehrmacht en Berlín. Nació en el sur de Perfil
Escocia, en el “hospitalcito rural” de Moffat, vecino de Loc- z Peter John Rudkin nació el 8 de
kerbie, el pueblo que fue la estancia de su niñez, en un cam- mayo de 1945, en Moffat, y se
po herencia del abuelo, que su padre labraba para sustentar crió en Lockerbie, en el sur de
a la familia. Escocia. El 31 de agosto de 1964
Su pueblo se hizo tristemente célebre por el atentado aterrizó en Buenos Aires, con un
contra el Vuelo 103 de Pan Am. El 21 de diciembre de 1988, contrato como cadete en la
ya jubilado, de vuelta en aquella estancia, mientras prepara- Estancia El Cóndor de Santa Cruz.
ba un tecito su padre vio caer el avión a través de la ventana. Esta casado. Tiene 3 hijas y 3
Ese día Pedro volvió a ver en la televisión el pueblo de la nietos. Es aventurero y
niñez y se llevó un susto enorme. Su hermana lo llamó a emprendedor. Hoy trabaja en la
través del océano para tranquilizarlo. El padre estaba bien. venta de materiales para
“Ellos, allá, no logran concebir lo que es esto”, dice soldaduras de alta precisión.
Pedro. Y se refiere a las distancias enormes que imperan Analiza vender su negocio. Vive en
sobre la Patagonia esteparia. “Pero ¿vas a Buenos Aires los Caleta Olivia z

El Libro de los Pioneros 393


394 El Libro de los Pioneros

LOS IRLANDO-ESCOCESES / PETER JOHN RUDKIN

fines de semana?”, le preguntaban a Pedro, en sus primeros regresos. Y él explicaba que “Edim-
burgo de Madrid queda más cerca”.
Su infancia transcurrió en un entorno “verde, de tambos, tierra trabajada, con sembra-
díos”. Hoy hace y deshace, 3 veces por semana, la distancia ocre y turquesa entre Comodoro y
Caleta.
En el campo de su infancia el padre cultivaba forrajes, avena, nabos. Criaba vacas de
ordeñe, ovejas. “Un poco de todo. Así es allá la cultura de campo”.
“Tengo muy lindos recuerdos de la estancia. Una hermosa casa antigua, y el patio de
atrás, que era distinto a todo lo demás que había en el campo: que el tambo, que los galpones,
que los gallineros. El patio tenía un pórtico, y andaban los gansos, que son ásperos. El ganso
macho, cuando las hembras están alzadas, es más malo que las pulgas. No te le acerques: te
saca corriendo”.
Desde ese extenso óvalo de monte lindante al cerro, Pedro todavía parece escuchar la
trompeta, el galope, los ladridos. La tradicional caza del zorro se da cita en el fondo de la casa
de su niñez. Pedro tiene 4, cinco años, y lleva su jarrito enlozado al establo. El sabor, la textura,
la temperatura de la leche recién ordeñada vuelve a él. “Esa leche tibia, cremosa, incompara-
ble”.
La dieta debe haber ayudado, pero fue más bien por los genes que Pedro se hizo grande.
Heredó directamente de su padre la altura. Aunque dice que con el metro 86 de su juventud, al
lado de su padre y su hermano parecía petiso.
Uno de los cultivos corrientes del campo familiar era el nabo dulce, forrajero, nabo que
llega a pesar hasta dos kilos. En la memoria de Pedro saben ricos, y le inspiran otro recuerdo,
el de la máquina que trituraba los nabos gigantescos para convertirlos en alimento comestible
para el ganado. Enseguida uno puede imaginarse que la falange que le falta quedó en Escocia.
Pero Pedro advierte que eso fue reciente, en un “encuentro cercano con una sierra circular”.
Lo que pasó aquél día fue que la ropa se le enroscó en el eje sobresalido de la máquina y Pedro
comenzó a dar vueltas en tirabuzón. Tendría 5 o 6 años. Un peón atinó a desenroscarlo.
Durante sus primeros años de estudio, temprano cada mañana Pedro corría cuesta aba-
jo, los 200, 250 metros que distan desde la casa al camino, para abordar el colectivito que
llevaba a los niños del campo a la escuela, de doble turno, con almuerzo incluido, y los devol-
vía recién por la tarde.
La familia se mudó varias veces durante la infancia y adolescencia de Pedro, entre Esco-
cia e Inglaterra, siguiendo la situación laboral del padre. Pero siempre fue el campo su entor-
no. La vida rural. Pedro terminó la primaria en Norfolk, donde todavía vivía la familia cuando
inició los estudios secundarios, que lo obligaban a viajar en tren y colectivo, de ida y vuelta
cada día. Recuerda de aquellos años una hermosa casa señorial, muy antigua, enclavada en 2
hectáreas y media de terreno. El padre levantó un piso de madera en el dormitorio principal,
para tender el cableado y colocar luz central en el living. La imaginación de Pedro se disparó
cuando vio bajo el tablado, un chelín plata de tiempos de Jorge III, de comienzos del siglo XIX.
Todavía la conserva. Tendría entonces unos 14 años. Durante su adolescencia los Rudkin vi-
vieron en distintos pueblos entre Escocia e Inglaterra, y en las afueras de Edimburgo, donde
Pedro terminó la secundaria.
“Una de las cosas que uno aprende cuando mueve para acá, para allá, para acá, para allá:
es adaptabilidad. Yo me considero extremadamente adaptable. He viajado por todo el mundo.
He trabajado por todos lados, y donde llego, me siento cómodo. Yo creo que uno tiene que
tener una raíz, pero muy elástica, porque la raíz no me pueden atar. Es una de las grandes
paradojas del ser humano. El ser humano quiere tener sus raíces, pero no quiere estar atado,
quiere ser libre”.

El Libro de los Pioneros 395


396 El Libro de los Pioneros

LOS IRLANDO-ESCOCESES / PETER JOHN RUDKIN

Intimo amigo de sus padres, el vicedecano de la Universidad de Edimburgo alentaba en


la familia Rudkin la ilusión de que el pequeño podría capitalizar su afición por los bichos en el
ámbito universitario. Porque los animales de verdad le gustaban, lo divertían. Pero cuando
terminó la secundaria, Pedro ya lo sabía. No quería ser veterinario. Ni siquiera quería seguir
estudiando.
“Así anduve. Probé un poquito de todo. Trabajé en taller mecánicos, trabajé en construc-
ción, carpintería. Siempre fui muy práctico. Y duraba dos semanas, tres semanas, un mes, dos
meses en algunos, y no: ‘esto no es para mi. No, yo me voy. Esto no es para mi. Yo me voy a la
mierda de acá. No hay posibilidad, no hay futuro’”. Pedro evoca su adolescencia. La mesa
familiar y él, hablando como se habla cuando se es adolescente, y todavía se tiene mucho que
reprochar al mundo de los adultos.
Pedro recuerda que su hermano, en cambio, a los nueve años ya lo tenía decidido: iba a
ser martillero. En eso se convirtió y se hizo dueño de cinco records mundiales de precios de
carneros reproductores. Ya jubilado, hoy atiende negocios inmobiliarios. La mayor de los tres
hermanos Rudkin falleció hace ya un lustro.
Pedro en gran parte debe al hermano su llegada a la Argentina. El escuchaba sus quejas.
Creía en sus ganas de andar. El fue quien marcó en el diario el anuncio.
“Cada vez que me quedaba sin trabajo iba al mercado de hacienda, donde trabajaba mi
hermano. Como jornalero, moviendo la hacienda, en la zona de remate y después el brete
asignado al comprador, etc, etc. Parte del trabajo de eso era: al final del día, había que despa-
char toda la hacienda para los distintos compradores y cargar los camiones, etcétera, etcétera.
Y después había que lavar el mercado de punta a punta. Se lavaba todo con manguera de
incendios. Hasta que terminaba ya era nueve y media, diez de la noche”.
Esa noche definitiva volvió a su casa maldiciendo: “Me voy, to anywhere in the world”.
El hermano le señaló el diario. “¿Vos te querés ir afuera? Ahí te marqué un aviso”. Cadete.
Estancia El Cóndor. Río Gallegos. La sociedad británica que controlaba la estancia sobre casi
500.000 hectáreas de tierra santacruceña reclutaba al 90% de la peonada en Chile, y a los admi-
nistrativos en Inglaterra, Escocia, Malvinas. “Quien está interesado, vida en el campo, Patago-
nia Argentina, escriba pidiendo mayor información”. Pedro escribió y “regresó un folleto muy
bien hecho, muy honesto, hecho por el propio gerente de la estancia, con una descripción de
la vida, lo climático, todo, muy bien hecho, muy honesto, tipo de vida, tipo de trabajo, clima,
todo, y cuanto más leí… más me gustaba”.
La voz de Pedro es
grave y su dicción es
pausada. Es una voz
que corresponde a un
hombre que mide casi
dos metros, y una
dicción acorde al
arquetipo del
angloparlante que
maneja el idioma
“Y vino un cuestionario: yo contesté el cuestionario, adoptivo, aunque
ya con mucho más seriedad e interés y lo volví a mandar a obviará para siempre
Londres. Ahí me invitaron a una presentación audiovisual… algunos artículos y
que en aquellos años era una proyección de diapositivas, preposiciones, también
hecho principalmente para los accionistas, que muchos de algunas distinciones de
ellos no conocían el campo. Me invitaron allá y a una entre- género. Minucias de
vista… En Londres. De arriba de 2000 aplicantes originales, este intricado lenguaje
200 fueron invitados un paso más, solamente 20 fuimos a castellano. “Yo no
Londres, y de los que fuimos a Londres dos venimos acá en conocía absolutamente
la Argentina”. nadie. No conocía
Año 1964. De quejoso adolescente escocés, a cadete en idioma. Ni nada”.
la inhóspita Patagonia Austral. Había que tener ganas de
aventurarse y Pedro las tenía. Saltar del mapa, cruzar el mundo, desde un punto verde, bosco-
so, de tierra labrada, de extensos sembradíos, a un punto yermo, desértico, inhabitado, a este
lado del mapa poblado de ovejas, gendarmes. Imperio del viento, que silba, entre matas asidas
el suelo con las uñas.
Pedro llegó a Buenos Aires en avión, el 31 de agosto de 1964. Lo buscaron en el aeropuer-
to, lo llevaron a una oficina y lo presentaron al hijo de uno de los jefes de la compañía, con
quien pasó sus primeros días en Argentina, en Hurlingham, hasta el 4 de septiembre, día en
el que abordaron un viejo DC6 que demoró una eternidad hasta tocar tierra firme en Río
Gallegos. Allá los esperaba el gerente, que los llevó a la Estancia. Eran 92 kilómetros. Anoche-
cía. Fue un viaje de dos horas. Pedro no había podido identificar su entorno. Pero recuerda,
que “en la última bajada de la pampa, una zona de zigzagueo, entrando en el vallecito donde
está El Condor”, lo asaltó esta cuestión ontológica: “en donde mierda te fuiste a meter”.
“El primer año fue bastante difícil. Asimilando nueva vida. Asimilando nuevo idioma.
Porque yo llegué sin saber decir ni sí en castellano. Y muy lejos de la familia… en aquellos años
todo era por carta y una carta demoraba un mes, un mes y medio”.
¿Qué era ser “cadete en la administración de la estancia”?
“De cadete aprendí todo… Si yo lo mando alguien hoy, a limpiar una caballeriza, yo se
cuanto tiempo lleva porque yo ya lo hice... Aprendí de todo. Haciendo aprendí de todo. Cuan-
do empieza el cadete hace casi el ayudante del peón. Y así vas avanzando. Hice de cadete ahí y
ya terminé como mano derecha del capataz en la estancia. Terminé… logré convencer a la

El Libro de los Pioneros 397


398 El Libro de los Pioneros

LOS IRLANDO-ESCOCESES / PETER JOHN RUDKIN

empresa en Londres que me bancaran un año en la Universidad, en Edimburgo, me pagaran


un sueldo y un departamento de un ambiente”.
Allá se formó Pedro como técnico agrónomo especializado en mejoramiento de suelos y
maquinaria agrícola. Egresó y pegó la vuelta. Pasó un año más en El Condor. Trataba con los
capataces. Ya manejaba los libros de hacienda. Pasó a Leleque, luego a El Maitén y desde ahí,
ya como mayordomo, de vuelta a Leleque, elevado entre los ascensos que promovió el retiro
de Luis Paine como gerente general de la Compañía de Tierras, hoy propiedad de los Be-
netton.
Peter John no era el típico mayordomo de traje, pero sin duda compartía con ese arque-
tipo algo de la templanza y gravedad característica. Tenía 23 o 24 años y sub administraba la
Estancia. Gobernaba el área operativa de un campo con 64 mil animales. Un galpón de esquila
con 22 manijas.
Pedro recuerda esa tarde en la que todos volvieron decididos a no esquilar. El galpón
estaba mudo. Después de 3 llamados de atención había decidido echar a uno de la comparsa
que casi desollaba a sus ovejas y ahora no había entre sus compañeros quien encendiera la
máquina. Pedro dejó de llenar las planillas, salió de la oficina. Se metió al brete, tomó un
animal, se acercó a la manija que le correspondía al tipo. Sentó al merino, y sin hacerle ningu-
na atadura, la esquiló todo lo rápido que supo. Cuando el animal se soltó, todos vieron apenas
enrojecer un pinchazo en la palidez del lomo. “Así se esquila en este galpón. Aquel que está
dispuesto a esquilar bien, acá tiene trabajo de sobra. No voy a aceptar ni cuereadores ni carni-
ceros”, les dijo, serio, con su vozarrón y su castellano de gringo, desde aquel metro casi 90. Y
todos “agacharon el lomo. No hubo ni una sola queja más. ¿Por qué lo pude hacer? Porque
aprendí a esquilar”.
Peter es de los que enaltece al conocimiento como a la máxima y principal riqueza del
hombre. Le gusta aprender haciendo y no puede estar quieto. En el campo patagónico vivió
aventuras espectaculares. Viajes de semanas arriando miles de animales a través del desierto.
Andando a caballo. Tirando carretas. Durmiendo a la intemperie. Y aprendió, por ejemplo, el
impresionante arte de capar a diente en medio de la inmensidad patagónica, en campamen-
tos improvisados. Cientos. Miles de terneros y corderos corrieron esa suerte entre las manos,
el cuchillo y los dientes de Rudkin. En esta técnica, el capador sostiene o retira con su boca “las
pelotas del bicho”, con los dientes delanteros apretados. Es impresionante. Pedro recuerda los
almuerzos de testículos frescos, fresquísimo, fritos en su propia grasa, en ollas de hierro ca-
liente sobre tachos de metal.
Esa era, a veces, la única comi-
da del día para todos los hom-
bres del campamento de capa-
dores ambulante. Testículos fritos y vino tinto.
En Río Gallegos también había aprendido a esquilar, con el método australiano del ani-
mal suelto. Su maestro había sido récord mundial. Y también había aprendido castellano, y
había empezado a mejorarlo, con una mujer. “Sí…-se ríe— Perou si usted quierue puedou
hablar comou gringou diuro. Tengou mucha experiencia”.
La Estancia El Cóndor era un mundo. Tenía su puesto de gendarmería y su comisaría.
Choferes, almacenero, contador, jardineros, mecánicos. Empleaba a 90, 100 personas todo el
año, y el número se duplicaba en temporada de señalada y esquila. También tenía su escuela
rural y la escuela una maestra.
Ella llegó a reemplazar al maestro en el último año de estadía de Pedro en El Cóndor. Él
la conoció a los pocos días de llegada, en una fiesta. Era la despedida de algunos viejos emplea-
dos y un compañero cadete. No faltaba nadie. “Hicimos amistad y yo a las tardecitas me iba a
charlar con la maestra, que vivía corrigiéndome”. La amistad siguió siendo epistolar durante
el año que Pedro estuvo en Europa. A su regreso, la seño se había ido a trabajar a un colegio de
Puerto Deseado. Las cartas iban y venían. A los 6 meses lo derivaron a Leleque. En un viaje
familiar a El Maitén se reencontró con ella y se formalizó el noviazgo. Se casaron en diciembre
de 1971.
Como la compañía no le ofrecía a Pedro y su esposa las comodidades que él pretendía, la
pareja se mudó a Aldea Beleiro, contra la frontera, a la estancia de un notable comerciante de
Comodoro Rivadavia, a administrar un campo sobrepastoreado, una majada envejecida y
enferma, y la relación con un hacendado más ambicioso que entendedor. Duró 6 meses.
Se mudaron a la casa de los padres de ella, en Caleta Olivia. Y Pedro, como chofer de
camión, comenzó su historia laboral en relación al petróleo. En el 74 volvió al agro como
agente de extensión del Consejo Agrario de Santa Cruz, enseñando inseminación artificial,
clasificación de lanas y manejo de campos hasta el 77. Todo lo había aprendido haciendo. Por
esos años impulsó la implantación de extensas arboledas en Caleta Olivia. En su momento
tacharon de alocada su propuesta de un cordón forestal. La zona de chacras fue como un
desagravio posterior.

El Libro de los Pioneros 399


400 El Libro de los Pioneros

LOS IRLANDO-ESCOCESES / PETER JOHN RUDKIN

Salió del Consejo ante una nueva oportunidad en el petróleo. Trabajando para una mul-
tinacional dedicada a la cementación de pozos, peregrinó por Malargüe, Neuquén y Catriel. Se
capacitó cuatro meses y medio en Francia. Desde Catriel pactó un enroque con un compañero
de Cañadón Seco, y recuperó su lugar en la familia. En los años 72, 74 y 78 habían nacido sus
hijas.
Después de un año en Cañadón, los cinco dieron el primer gran salto en familia. A Me-
dio Oriente, sin escalas. La familia se afincó en Abu Dhabí, Emiratos Árabes Unidos, junto al
Golfo Pérsico. Peter John era ya operador general. Vivía entre la ciudad y las plataformas off
shore. Fueron dos años en la meca del petróleo. Entre el mar y la ostentosa ciudad del desierto.
Y otra vez, otro salto, del mar a la jungla, rastreando energía: Filipinas, donde pasó un año
perforando pozos geotermales.
La crisis internacional del petróleo dejó a Pedro sin trabajo. Galtieri gritaba frente a la
plaza efervescente: “si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”. El no se dio por
aludido y atinó a volver. Pasó por la embajada Argentina en Filipinas y le avisaron: o no te
dejan entrar o entrás bajo arresto domiciliario. La cosa estaba espinosa. Peter John se cruzó a
la embajada británica. Un funcionario alegre apuró el trámite para que su esposa obtuviera la
visa y Pedro pudo volver, a Escocia, a Moffat, a la casita de los viejos. Casado. Y con tres hijas.
Peter John buscó sin suerte. Trabajo no había. En el petróleo menos. “La cosa acá está
difícil, pero venite, que acá tenés casa”, le dijo un amigo, desde las afueras de Houston, Esta-
dos Unidos. Y allá fue Pedro, ya todo un trotamundos. Consiguió trabajo y embarcó a la fami-
lia con rumbo a Lumberton, Texas. Trabajaba en Drummond, una ciudad cercana, de vende-
dor, en un lote de venta de trailers americanos.
En Caleta Olivia, al tiempo que terminaba el contrato de alquiler de la casa que habían
construido enfermaba su suegro. La familia pegó la vuelta. Era todavía el 83 y volvió al petró-
leo. Como inspector de perforación participó del inicio de operaciones de varias empresas
americanas al servicio de YPF.
Por entonces el uso de agua en los lodos de perforación era abusivo. Pedro tomó contac-
to con una empresa en Estados Unidos, especializada en el tratamiento de sólidos, y en breve
lideró su desembarco y se convirtió en su gerente. Cuenta que el único que había incursiona-
do en la materia en Argentina se llamaba “Pedro Rastrilla” y estaba en Mendoza. Arruga el
seño y apura el recuerdo de tanto trabajo realizado, tantos trámites, tantos viajes, nuevos con-
tratos, contrataciones, importaciones, un cuarto de millón de dólares de responsabilidades
“Ellos, allá, no logran
concebir lo que es esto”,
dice Pedro. Y se refiere a
las distancias enormes
que imperan sobre la
Patagonia esteparia. “Pero
¿vas a Buenos Aires los
fines de semana?”, le
preguntaban a Pedro, en
sus primeros regresos. Y él
circulando por su cuenta personal. explicaba que “Edimburgo
“Fue mucho trabajo. Pero fue hermoso. Hermoso”. de Madrid queda más
Años más tarde, por fusiones y transferencias de la cerca”.
empresa, Pedro quedó afuera, y partió a trabajar para un
competidor a Venezuela cuando la más chica de sus hijas estaba ya en la Universidad. Allá
fueron con su esposa y él volvió a mudar de empresa. Vivieron 4 años en tierra bolivariana,
hasta 2001, entre Caracas y Maturín. Por otra oferta laboral llegó a Comodoro a trabajar en
Gestión de Seguridad, debiendo aprenderlo todo sobre el tema. En eso anduvo, cuatro años,
hasta emprender la independencia laboral, como representante de productos para soldaduras
de alta precisión.
Pedro tiene nietos, de 19, de 6 y de 4 años. Especialmente una de sus hijas, que es licen-
ciada en turismo pero trabaja en comercio internacional, legó su espíritu viajero, y anda por
todo Latinoamérica representando a la empresa de los contenedores. Su primera hija es profe-
sora. La menor jerárquica en salud.
A Pedro le gustan los viajes, no los tours. Adentrarse en los lugares, no “pasar a verlos”.
En el 81 dio la vuelta al mundo con su esposa y sus hijas. Su itinerario fue Abu Dhabí, Lon-
dres, Nueva York, Orlando, Miami, San Francisco, Honolulu, Hong Kong, Bangkok, Pattaya,
Singapur y Manila.
Hoy hace y deshace la distancia entre Caleta y Comodoro tres veces a la semana para
atender sus negocios. Cuando puede anda la Patagonia a sus anchas, a uno y otro lado de la
Cordillera. Le gusta andar en camioneta. Todo terreno. Por si las dudas. Es de esos que en-
cuentran una senda y se arroja a hacerla camino.
“Yo no se a dónde me lleva esa senda, pero yo voy. Me he metido en cada lugar. Y he
encontrado cada lugar. ¡Cada lugar tan hermoso!” z

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402 El Libro de los Pioneros
El Libro de los Pioneros 403
404 El Libro de los Pioneros
Capítulo XIII

Los países árabes

El Libro de los Pioneros 405


406 El Libro de los Pioneros
L
a inmigración árabe en la Patagonia y en el área de Comodoro
Rivadavia tuvo un carácter fuertemente heterogéneo en función
de la presencia de grupos provenientes de Siria, el Líbano,
Jordania, entre otros países o regiones. La llegada de estos inmigrantes
se produjo mayoritariamente en el período de entreguerras. La primera
entidad que organizó a la población árabe establecida en Comodoro
Rivadavia y que aún los nuclea es la Asociación Cultural Argentino
Árabe (ACARA).

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408 El Libro de los Pioneros
LOS PAISES ARABES

Reseña histórica

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410 El Libro de los Pioneros
RESEÑA HISTORICA

Los Países Arabes

A CARA fue fundada el 17 de junio de 1968 por un grupo de árabes, quienes fueron los
primeros de su colectividad, en pisar la tierra patagónica.
Esta Asociación nuclea a los 22 países (naciones) que conforman el mundo árabe, las que
a lo largo de la historia han sufrido invasiones. Esta realidad no solo influyó en las cuestiones
étnicas y religiosas sino que también forzó a muchos de sus habitantes a emigrar.
ACARA se propuso desde sus comienzos establecer canales sólidos y confiables para el
desarrollo de proyectos. Entre sus principales objetivos figuran los de promover lazos espiri-
tuales y humanos entre todos los integrantes, fomentando fines sociales y una estructura
orgánica, bajo una consigna de respeto a los derechos, las tradiciones, las ideologías y las
costumbres z

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412 El Libro de los Pioneros
LOS PAISES ARABES

Personalidades

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414 El Libro de los Pioneros
LOS PAISES ARABES / AL KHAYAT AUDAY

El nuevo inmigrante

F ue en septiembre de 2002. Recién había cumplido 23 años. Llegó a la feria buscando “El
viejo y el mar”, de Ernest Hemingway, y conoció a un periodista y un camarógrafo chile-
nos, en la tradicional venta de libros de Almutanambi, una vieja calle de Bagdad donde ejem-
plares de todas las edades se exhiben sobre el pavimento, a orillas del Tigris.
Estaban en Iraq reportando sobre las consecuencias del bloqueo económico en la vida
cultural del país que a fuerza de represión y propaganda gobernaba Saddam Husayn desde
1979. La feria era un paseo acostumbrado de Auday Alkhayat, que estudiaba inglés y español
en la universidad de Bagdad. Una cosa llevó a la otra. Los escuchó hablando en castellano y se
acercó. Del diálogo surgió la confianza y de la confianza la amistad.
Bush lanzó su ultimátum contra Husayn. Estados Unidos, aliado a Inglaterra, se apresta-
ban a invadir Iraq respaldando su escalada en la manipulación informativa que siguió a los
supuestos atentados del 11 de septiembre de 2001. Iraq se convertía en un lugar especialmen-
te peligroso para periodistas de las CNN. Tuvieron que salir con urgencia, pero dejaron en
manos de Auday una cámara de MiniDV, para que registrara la vida cotidiana de su familia
durante la guerra latente. Era una misión top secret. Nadie en el exterior debía advertirlo, por
su seguridad y la de sus seres queridos. Auday, el segundo
de los hijos, se convirtió en algo así como un gran hermano. Perfil
El día que se produjo el traspaso formal del mando, z Nació el 12 de agosto de 1979
del administrador de la invasión a Allawi, presidente interi- en Bagdad, Irak. Llegó el 17 de
no, Iraq selló su soberanía controlada y la versión en espa- julio de 2003 a Santiago de Chile
ñol del canal estadounidense, usó el material para un pro- después de haber reportado
grama especial sobre las consecuencias del bloqueo en la rea- desde su casa, para la CNN, la
lidad doméstica de Iraq, la guerra, y el rescate final de nues- última invasión y derrocamiento
tro héroe, en novedoso formato, con el título “El lente de del régimen de Husayn. Conoció
Auday: bajo fuego en Iraq”. Comodoro Rivadavia por la Feria
La conductora tuvo durante ese programa la compa- de las Colectividades, como
ñía en el piso de Amaro Gómez-Pablos, el periodista de CNN cocinero en el puesto de Acara.
y TVN de Chile que, además de idear el documental fue quien En abril de 2011 se radicó en la
puso su voz al relato. Auday apareció también en vivo, vía ciudad z

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416 El Libro de los Pioneros

LOS PAISES ARABES / AL KHAYAT AUDAY

satélite.
Cuando tiempo más tarde llegó a Buenos Aires, y se puso a estudiar cine en el Centro de
Formación Profesional del Sindicato de la Industria Cinematográfica Argentina, Auday usó su
material fílmico, e imágenes de archivo, para producir su propio documental sobre la guerra
y su vuelo migratorio. Lo llamó “Iraq. Días de guerra”, y lo dedicó a Munera, su madre, “pilar
de la familia”. En los agradecimientos sumó a Mufeed, su padre, Sammer, su hermano mayor,
y sus hermanas, las tres menores: Raya, Sara y Samara. Con la menor se lleva 10 años. Allá es
más común. Dentro de la familia son más amplias las brechas de edad entre los hijos.
Auday empezó su registro formal el miércoles 19 de marzo de 2003, a las 2 menos cuarto
de la tarde. “La cuenta atrás ha empezado, y las próximas horas serán las últimas del ultima-
túm que ha promulgado el presidente americano Bush”, dice frente a la cámara estática, mi-
crófono en mano, con un pañuelo sirio en el cuello. Las siguientes imágenes muestran el
interior de su casa familiar, una vivienda de clase media empobrecida. Fue efecto de las san-
ciones económicas que siguieron a la invasión de Irak sobre Kuwayt, en 1990. Mufeed tuvo
que vender el almacén en el 96, después el auto, y artefactos y muebles de la casa para sobrelle-
var la crisis.
Es llamativo. Sólo algunos detalles distinguen a la casa de los Alkhayat, musulmanes no
ortodoxos, de una casa argentina. Auday muestra a su familia almorzando sobre una alfom-
bra, en el suelo, como es tradición. No hay mesas ni sillas para los comensales. La madre da
vuelta una olla de aluminio roja sobre una bandeja que tiene un fondo de masa, un pan muy
delgado. Está sirviendo un “almuerzo normal, de cada mediodía, una comida típica” de “acel-
gas, arroz y pan”. Todos comen con unos tenedores tipo espátulas de la bandeja común. Pres-
cinden de más cubiertos y platos.
La cámara sigue recorriendo la casa: muestra faroles de kerosene, reservas de agua y de
alimentos, tubos de gas. Toda la familia. En especial las hermanas menores de Auday, viven
con algo de timidez y risas nerviosas este juego del gran hermano. Auday siempre con la
cámara en mano y su relato en idioma extraño.
A las 4 de la madrugada del 20 de marzo termina el “ultimatúm”: así lo llama Auday.
Saddam Husayn no se rinde. Suenan sirenas en la ciudad. Parte de la familia muda sus inten-
tos de dormir al corredor, sobre colchonetas. Es el lugar más reparado de la casa. Esperan que
lluevan bombas sobre Bagdad. Otra vez. Otra guerra. Menos de un año tenía Auday cuando
Saddam atacó a Irán y durante 8 años se regó de sangre y fuego la frontera. Su hermano mayor
perdió la visión de un ojo por una esquirla durante esos enfrentamientos. Las balas revolotea-
ron alrededor de la casa mientras duró la Guerra del Golfo, en 1991. Familiares, amigos y
conocidos de los Alkhayat murieron o fueron heridos durante tantos ensayos de violencia
política.
A las 5.35 toda la familia se alborota. Ya se escuchan explosiones y fusiles antiaéreos
desde la calle, muy cerca de la casa de Auday. En la oscuridad de la noche refulgen los fuegos
de la guerra. La casa se sacude. Los zumbidos de los misiles generan más angustia que las
propias explosiones: su blanco siempre es incierto. “Decían que Saddam podía desviar los
misiles americanos. También sabíamos que él mismo podía tirar bombas sobre nosotros y
echarle la culpa a ellos. A los americanos quizá no les importábamos mucho nosotros”.
De un recorrido por la ciudad y sus ruinas humeantes, el documental regresa su vista
sobre el desayuno familiar y el discurso de la Casa Blanca: “en estas horas, fuerzas estadouni-
denses y de la coalición se encuentran en las primeras etapas de las operaciones militares para
desarmar a Iraq, para liberar a su pueblo y para defender al mundo de un grave peligro”. La
imagen tragicómica de Bush se diluye y Auday enfoca a su madre, maldormida, cediendo al
sueño, en el sillón familiar, y después su cuarto, y su CPU, cubierto con papel de aluminio.

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418 El Libro de los Pioneros

LOS PAISES ARABES / AL KHAYAT AUDAY

“Porque dijeron que los Estados Unidos tirarían bombas para estropear los aparatos eléctri-
cos”.
Es una guerra más. Al 21 de marzo el documental ilustra con grupos de chicos jugando
al fútbol en una calle sucia de Bagdad, sus hermanas y su tía sobre el césped, preparando
dátiles para hacer pasteles, y luego la ciudad de noche, desde la ventana de su cuarto, agitada
por los fuegos y las explosiones de un ataque más intenso que los anteriores. Toda la casa se
sacude. Se rompen ventanas. El olor a pólvora es intenso. La familia está nerviosa, temerosa.
Se cortó la luz.
Con su media sonrisa, Bush había dicho que la coalición sólo atacaría blancos militares.
Sobre imágenes esclarecedoras, de la ciudad derruida y el sufrimiento humano, Auday relata:
“habíamos escuchado en la radio que misiles americanos habían caído en zonas residenciales.
Eso cambia nuestra imagen de la guerra. Todos podíamos morir en cualquier momento”.
Se alternan escenas de la vida familiar y la invasión. El pan amasado en casa y el de-
rrumbamiento de la estatua de Hussein. Festejos y saqueos. La antigua Bagdad tomada por
sofisticados tanques imperiales después de 3 semanas de lucha. “Aquello debe significar que
Saddam se cayó. No sé que sentir. Todavía las noticias no habían dicho de que los americanos
habían entrado a Bagdad, pero los estoy viendo”. Finalmente Auday preparando su valija y
luego la despedida. “Mi mamá no está creyendo que me voy a Chile”. La familia se abraza.
Todos se besan, acarician y lloran.
Así empezó la aventura migratoria de Auday, que vio en su colaboración con la CNN la
oportunidad de salir de Irak, liberarse, conocer mundo, hablar español. Desde niño había
sentido curiosidad por aquellas otras culturas que sugerían las pocas películas que el régimen
dejaba proyectar sobre su infancia. Últimamente sólo hablaban de las miserias de la cultura
occidental, pero no todo podía ser tan malo. El quería comprobarlo. Poner los pies en otras
tierras. Como en Occidente ocurre con un sistema de muchas cabezas, también en su país
había un gran poder monstruoso manipulando la información. El hace tiempo quería desha-
bituarse de tanto control y violencia. Pidió ayuda a los del canal y ellos facilitaron los trámites
migratorios, en una colaboración múltiple: para el pacífico amigo musulmán sin turbante, y
para la producción televisiva que lo tuvo de protagonista, porque la migración de Auday fue
parte del espectáculo.
Acompañado de un chofer y Amaro, el periodista que ideó ese documental, Auday cruzó
en auto el desierto de Siria hacia Amman, en Jordania, donde tramitó su visa y se embarcó en
Se alternan escenas de
la vida familiar y la
invasión. El pan
amasado en casa y el
derrumbamiento de la
estatua de Hussein.
Festejos y saqueos. La
antigua Bagdad tomada
por sofisticados
tanques imperiales
avión hacia Madrid, para partir desde ahí finalmente a Chi- después de 3 semanas
le. de lucha. “Aquello debe
También hay registros de ese periplo. “Empezar de cero significar que Saddam
a mi no me preocupa. Al revés: me da orgullo”. De fondo se cayó. No sé que
suena una canción gitana: “quisiera tener alas, para volar, sentir. Todavía las
cruzar por el espacio en libertad”. Auday lleva en la cara la noticias no habían
sonrisa de un hombre libre. En pleno vuelo abre hacía si las dicho de que los
dos manos, y reza a Alá, a la hora ordenada. Por la ventanilla americanos habían
se observa la Cordillera de los Andes, luego la oficina de mi- entrado a Bagdad, pero
graciones en el aeropuerto de Santiago; Auday emocionado, los estoy viendo”.
cargando sus valijas, no puede articular palabras frente al Finalmente Auday
periodista de televisión que lo intercepta; Auday de espal- preparando su valija y
das, abriendo los brazos en gesto triunfal, a la salida del ae- luego la despedida. “Mi
ropuerto; Auday caminando por un playa brumosa, el oleaje mamá no está creyendo
rompiendo en la restinga, otra vez con su pañuelo sirio al que me voy a Chile”. La
cuello, y su voz, en la lengua natal, que dice: “querida fami- familia se abraza.
lia, saludos y besos de este lugar tan bonito. Estoy parado en Todos se besan,
el último límite de la tierra, frente a este mar tan vasto y acarician y lloran.
bonito. Este es el Océano Pacífico. El mar que veo por prime-
ra vez. Y es más grande de lo que imaginaba. El agua del mar, de hecho, es salada. La saboreé.
Un olor agradable llena el espacio. Rocas sobre las que se ponen los pájaros. Pájaros que se
alzan al cielo cada vez que una ola espumosa golpea las rocas. Y esos pájaros vuelven nueva-
mente a su lugar, perseverando en disfrutar de este mar, como lo estoy haciendo yo ahora y
como lo haré siempre”.
Tal vez por eso no fueron extensas sus estadías en ciudades mediterráneas. Tal vez por
eso el destino lo condujo hasta otro mar, hasta Comodoro Rivadavia.
Amante del español, de España y su cultura, a la CNN le dijo que le gustaba ser llamado
Alejandro José. Pero en persona queda claro que es Auday Alkhayat. No lleva su pañuelo sirio,
ni en la cabeza ni en el cuello, pero tiene típicos rasgos árabes y esa cosa nasal en su castellano
que también lo delata. Su nombre significa amanecer. Su apellido: el sastre. Es un hombre
alto, como lo muestra la tele, y 8 años después conserva el mismo aire de serenidad, de perso-
na pacífica y amigable.

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420 El Libro de los Pioneros

LOS PAISES ARABES / AL KHAYAT AUDAY

Auday estuvo en Chile un tiempo, y también en Mendoza y en Buenos Aires antes de


desembarcar en Comodoro como “el rey del shawarma”, para la Feria Gastronómica de las
Comunidades Extranjeras de 2009, contratado para dar su particular servicio culinario. Los
bifes de carne ensartados, asados en vivo y en directo, cortados en flecos, y servidos en conos
de delicado pan árabe con cebollas, tomate, perejil y salsa característica fueron un éxito. La
convocatorio se repitió en 2010 y él en esa siguiente Feria quedó prendido de esta ciudad y del
paisaje de una mujer, de ascendencia italiana, española y moro francesa, partícipe activa de
ACARA, profesora de Danzas Árabes. Ella lo llama al celular y el ringtone que la anuncia es de
un ícono de la música árabe de los 80, George Wassuf. “La luna juró cuando te vio, que antes ni
después habrá tanta belleza como la tuya”.
A Auday le gusta la música. Para el documental de la CNN cantó en cámara, a capela, “Si
se calla el cantor”. El programa especial había empezado con “Sólo le pido a Dios”. Tal vez
eran señales de atracción hacia la Argentina. Su castellano mejoró mucho desde entonces.
Con la práctica. En Bagdad no había podido continuar sus estudios de idiomas por la guerra.
“En Chile me quedé un año. No me sentí cómodo. Era todo muy diferente. Además uno
siente el desarraigo. ¿Qué estoy haciendo yo acá? Y no conocí mucha gente. Solo los periodis-
tas que había conocido en Iraq. La idea de ellos era que me quedara en Chile. Al principio todo
bien, todo lindo, diferente. Pero al cabo de un mes yo me quería volver. Pero con la situación
como estaba en Iraq mi familia me decía ‘quedate, estás loco’. Iba todo de mal en peor”. El
desesperaba por traerlos. A su hermano le negaron la visa.
En Santiago de Chile vivió tres meses en casa de uno de sus amigos de la CNN hasta que
consiguió trabajo de mozo. Tenía cierta experiencia. A los 18 había probado vivir en Jordania
y durante 3 meses trabajó en un restorán. Pero ahora se le hacía complicado entender a los
comensales. Le costaba interpretar los pedidos en esa tonada particular de los chilenos. Pero
empezó a conocer “paisanos”: de Siria, de Líbano; y a los dos meses cambió de rubro: se fue a
trabajar al gimnasio de un palestino.
Ya había empezado a salir con una mendocina. Su padre chileno, su madre argentina.
Ella estaba en Santiago de visita. La conoció en el restorán. Alquilaron juntos un monoam-
biente hasta que decidieron viajar a Mendoza, a pasar el año nuevo y ver qué pasaba. Ya no se
sentían cómodos en Chile. En la agencia de viajes le habían dicho que todo estaba bien, pero
en la frontera un permiso de residencia temporaria no fue suficiente. Tuvieron que volver
después de pasar un día demorados en un puesto de la gendarmería Argentina, sin comida ni
abrigo suficiente. Por primera vez se sintió observado como un potencial terrorista.
En Chile no le había pasado. La televisión lo había convertido en un personaje público inofen-
sivo. Hacía tiempo que no se sentía tan mal. Durmió todo el día de su regreso. Recién despertó
con los fuegos artificiales del año nuevo.
Después de cumplir con todos los trámites pudieron finalmente viajar a Mendoza, en
febrero de 2004. Allá se quedó 2 meses. No consiguió trabajo pero hizo amigos y se relacionó
con la colectividad árabe, donde le recomendaron viajar a Buenos Aires para ampliar sus
posibilidades. Allá fue con su novia, pero después de un año, ella decidió volver. Le costó
aclimatarse a la ciudad y a su ritmo. Auday intentó volver con ella a Mendoza, pero ya estaba
convencido de que ese no era su lugar. En cambio, Buenos Aires le “parecía genial”: su red de
transporte, su paisaje, su oferta cultural y educativa.
Además, a los tres días de llegar ya había conseguido trabajo, otra vez de mozo, en un
restorán árabe. Conoció a mucha gente de la colectividad y hasta paisanos de Irak con quienes
hablar en su propio acento. Eso, según dice, atempera la melancolía que crece en la distancia.
Por primera vez tuvo una vida social activa fuera de su país. Encuentros, comidas, conversa-
ciones. Vivía en un hotel familiar. Tuvo que cambiar de trabajo, hizo changas en producciones
para televisión, y también pasó momentos difíciles hasta que en el verano del 2007 encontró
la veta del shawarma.
Un paisano lo invitó a trabajar en un restaurante en Villa Gesell. A su regresó siguió
preparando la típica comida árabe en un restorán del pleno centro, a la vista de miles y miles
de porteños por día. Estaba feliz, en comunicación con mucha gente, cerca de todo. El negocio
era próspero. Pidió a la familia que le mandara una máquina y así empezó su negocio en
paralelo: eventos, servicios de catering.
En el verano de 2008 alquiló un rincón en un restorán de San Bernardo y le fue muy
bien. Los eventos de las colectividades siguieron siendo de sus principales fuentes de trabajo.
Desde ACARA lo contactaron para la Feria Gastronómica local en 2009. La feria empezaba en
3 días. Debió decidirse al instante. Hizo el segundo viaje en avión de su vida en compañía de
una bolsa enorme de pan árabe comprado en Buenos Aires.
La feria empezó el viernes y el llegó tarde. No hubo shawarma el día inaugural. Pasó la
noche en casa de un paisano preparando los ingredientes. Esta comida típica tiene su arte. Es
una suma minuciosa de detalles. La salsa exige atención permanente y la carne una condi-
mentación muy precisa. Pero el esfuerzo rindió sus frutos. Los visitantes de la Feria hacían

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422 El Libro de los Pioneros

LOS PAISES ARABES / AL KHAYAT AUDAY

colas para comprar. Miles probaron el plato típico de Auday, que trabajó a destajo. Recién el
lunes, concluida la feria, tuvo tiempo de despejar la vista. Conoció Rada Tilly y vio a Comodo-
ro Rivadavia desde lo alto del Chenque antes de abordar el avión de vuelta a Buenos Aires.
“La verdad me gustó la ciudad. Sobre todo la gente. Es otra onda. Más tranquila. Más
relajada que la de Buenos Aires. Hay mejor comunicación. Por haber estado sólo 3 días, me
gustó demasiado. Me sentí muy bien”. Además, conoció el cordero patagónico, de sabor muy
distinto al cordero de su Mesopotamia natal. “Me quede con ese gusto dando vuelta en la
cabeza”. Pero no sólo con ese gusto.
La invitación para la Feria de 2010 llegó con más anticipación. Auday aceptó y se prepa-
ró con una segunda máquina y un paisano de acompañante para hacer frente a la conocida
demanda. Llegó dispuesto a pasar los días de feria y tres más, para descansar, pasear, conocer.
Su propuesta de cocina árabe a la vista volvió a ser un éxito. Y además volvió a verla. En la
Feria anterior no había arrimado una palabra. No había jugado una sola ficha. Sabía que
estaba en la ciudad por no más de tres días y exclusivamente por trabajo. Ahora tenía días
libres por delante y no perdió el tiempo. La invitó a salir.
Después de menos de una semana juntos, se despidió invitándola a que se encontraran
en la Feria de octubre en Mendoza. Ella no conocía la ciudad cordillerana y allá fue. Después
volvió a visitarlo en Buenos Aires y en el verano se encontraron en San Bernardo. La relación
prosperó entre viajes, internet y teléfono. La distancia puede volverse un enemigo y no quisie-
ron correr el riesgo. Auday decidió sacarla del medio. Hoy comparten la vida en Comodoro
Rivadavia. En la calle San Martín venden productos de Medio Oriente. Juntos prepararon
Shawarma en la Feria de 2011.
En un paisaje árido como el de su tierra natal, pero con el mar enfrente, Auday encontró
paz y amor. Seguramente Alá coopero. Auday sigue rezándole, tres veces al día z
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424 El Libro de los Pioneros
Capítulo XIV

Los chilenos

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426 El Libro de los Pioneros
L
os chilenos fueron una parte minoritaria de la población
migrante desde la fundación de la ciudad, en 1901,
escasamente superaban el 1% en 1920. La migración procedente
de Chile hacia el área Comodoro Rivadavia estuvo conformada por
distintos flujos migratorios con características y temporalidades
distintas. Un primer flujo relevante se produjo a mediados del siglo XX y
se vinculó a la demanda de mano de obra, que generó el programa de
obras públicas de la Gobernación Militar de Comodoro Rivadavia,
durante el gobierno Peronista. Esta tendencia se continuó poco después
con el incremento de las posibilidades laborales que ofreció el “boom
petrolero” de la etapa frondizista (1958-1962), situación que se ligó a la
migración de población que propició en el centro-sur de Chile el terremoto
de los años 60. Un tercer flujo significativo se originó en la década del 70
y 80, cuando se produjo una migración política y económica al
instaurarse el régimen dictatorial del General Augusto Pinochet (desde
1973). El Centro de Residentes Chilenos de Comodoro Rivadavia se
establece en 1982 pero existieron antecedentes institucionales en la
organización de la colectividad desde fines de los años 30 e inicios de los
40 (Sociedad Chilena de Socorros Mutuos, Centro Familiar Chileno,
Colectividad Chilena Bernardo O´Higgins, Asociación Chilena de Acción
Social y Comisión de Damas chilenas).

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428 El Libro de los Pioneros
LOS CHILENOS

Reseña histórica

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430 El Libro de los Pioneros
RESEÑA HISTORICA

Los Chilenos

E l 2 de abril de 1982 se creó en Comodoro Rivadavia el Centro de Residentes Chilenos. En


sus comienzos, la actividad estuvo sobre todo centrada –al igual que las anteriores orga-
nizaciones que agruparon a esta colectividad- en la recolección de fondos para las institucio-
nes que brindaban servicios asistenciales a los chilenos.
En una primera etapa el centro tuvo una importante producción cultural, como ejemplo
de esto se destaca la edición de la Revista Horizonte, publicación que se editaba todos los 18 de
septiembre para difundir actividades y distintas problemáticas del centro. En la primer edi-
ción de la revista, aparecen referencias al acto fundacional del Centro de Residentes chilenos:
una manifestación de apoyo a la recuperación argentina de las islas Malvinas, el día 2 de abril
de 1982.
La segunda etapa se registró a partir de 1995, cuando el Centro de Residentes obtuvo la
Personería Jurídica. A partir de este logro, pudieron desarrollar una serie de actividades que
les permitió una mayor regularización del funcionamiento del Centro. Entre los años 1996/
1997 y bajo la Intendencia de Marcelo Guinle, se obtuvo un terreno para la construcción de la
sede social. Este terreno se terminó de pagar el año 2004.
Una tercera etapa se abrió a partir 2001 hasta estos días. Actualmente la Comisión Direc-
tiva se reúne cada semana, aunque aumenta su frecuencia en los períodos de mayor actividad
tales como para los festejos del 18 de septiembre, el Día del Inmigrante y actos patrios argen-
tinos.
Hoy en día se cuenta con sede propia, el sueño de tantos años. Allí se realizan activida-
des sociales y culturales. Además la institución cuenta con un cuerpo de baile infantil, juvenil
y de adultos. También con un conjunto de voces que acompañan a la comunidad chilena en
las diferentes festividades z

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432 El Libro de los Pioneros
LOS CHILENOS

Personalidades

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434 El Libro de los Pioneros
LOS CHILENOS / JOSE BERNARDO CELEDON

“Laboriozo”

H ijo de campesinos, José Bernardo nació el 24 de octubre de 1943 en un campo fértil, a 50


kilómetros de la ciudad de Temuco, en la IX Región de Chile. Vicente Segundo Celedón
y María Etelina Jara eran sus padres. Labraban un campo vecino al de la familia Celedón. José
es el hijo mayor del matrimonio y tuvo 4 hermanos de su misma sangre. Dos varones y dos
mujeres.
Entre ríos y bosques exuberantes, sus padres cultivaban trigo, avena, papas y arvejas,
entre otros frutos que servían para la subsistencia familiar. Con los coihues y pellines del
mismo campo producían durmientes para las vías férreas. No había máquinas entonces. No
estaban al alcance de la familia. El padre tallaba los enormes troncos con hacha, combos y
cuñas. Tirada por bueyes, en carreta transportaban los durmientes hasta los lugares de venta.
También criaban animales. Unas pocas vacas y ovejas. El padre también cosechaba de los
potreros delimitados en el campo, las semillas de “pasto ovillo”. Las cosechaba con “ichona”,
que es una suerte de hoz con dientes.
José está cansado después de un día pesado de trabajo, pero los recuerdos que vuelven lo
reaniman. Está contento de poder contarlos. Trabaja de 7 a 7. El dice que es exagerado porque
en realidad para una, o dos horas al mediodía. Es un constructor de carrera. Coordina sus
propias obras. Bajo la dirección de arquitectos o ingenieros
desarrolla proyectos desde el diseño hasta las terminaciones. Perfil
Todavía se aplica en la colocación de cerámicos y azulejos z José Bernardo Celedón Jara
personalmente, con minuciosa dedicación. Ese es su rubro. nació el 24 de octubre de 1943 a
En su momento fue uno de los mejores que había en la ciu- 50 kilómetros de la ciudad de
dad. Temuco, en la IX Región de Chile,
Gladys es su compañera. Estamos en la flamante sede en el campo de sus padres. Es
de la Asociación Civil Centro de Residentes Chilenos. Así se constructor independiente. Como
llama. Ella ceba mate amargo, convida galletitas de agua y presidente del Centro de
le sirve a su compañero de apuntadora. Le recuerda lo de Residentes Chilenos comenzó la
las compras y José cuenta que “tenía ocho años y ya iba al anhelada obra del edificio propio
pueblo de Cunco a comprar”. Por entonces ya ceceaba. To- para la populosa colectividad.
davía lo hace. Pero su tonada no es la misma. El tiempo la Tiene 6 hijos y 8 nietos z

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436 El Libro de los Pioneros

LOS CHILENOS / JOSE BERNARDO CELEDON

fue suavizando.
José era el mayor de los hermanos y le tocaban las compras. Hacía 35 kilómetros en
camión a Cunco, una o dos veces por semana. Los transportistas de madera se hacían unos
pesos extras llevando vecinos al pueblo. “Yo veía que los grandes pedían rebaja y cuando algo
me parecía caro yo también pedía”. Se sabe de lo avaros que son tantos en el rubro comercial,
pero quién podía negarse al regateo de un campesinito de ocho años. “Siendo chico siempre
tuve las mismas responsabilidades, de buscar la leña, juntar las ovejas cerca de la casa, ence-
rrar las gallinas, juntar los huevos, ordeñar las vacas, salir a buscar a las que no se acercaban.
Tenían que hacer los deberes del colegio primero y después los deberes de la casa. Era una
vida muy linda. Tener la madre es algo especial. Cuando ella murió ya no fue lo mismo”.

Despedidas

z La mamá y el quinto hermano fallecieron en el parto. El tenía 10 años. Su hermanita


menor todavía no cumplía 2. Fue el 18 de abril de 1954. Todo se había complicado en la casa.
Salieron el padre y la madre con urgencia a Cunco. Un tío volvió del pueblo a dar la noticia a
los hermanitos. Al día siguiente, la pequeñita se quedó con las tías y los demás hermanos
fueron al velorio, a despedir a la madre. El dolor mayor lo conocieron a la vuelta. La ardiente
ausencia de la persona amada. Es un vacío monstruoso el de una casa sin madre.
Cuando fue tiempo de retomar los estudios él se mudó a Melipeuco, junto a sus tres
hermanos, a unos 15 kilómetros del campo, a vivir con la tía que es su madrina. Delfina fue
una mamá amorosa para los hermanitos Celedón Jara. “En todo el sentido de la palabra: para
corregirnos, para enseñarnos, para vestirnos, para limpiarnos”. Pero fueron “años recontra-
tristes” para la familia Jara. Poco antes de morir la mamá de José, en el 53 habían muerto sus
abuelos. Primero don Jara y 30 días después, de pena, había muerto la abuela.
Y a él otra tragedia lo golpearía de chico. Después de la ceremonia de confirmación en
Cunco, de vuelta al campo volcó el camión en el que volvían todos los chicos de la iglesia. Su
hermano, el tercero, tenía 13 años. Fue el único que murió en el accidente. Pero entonces José
ya estaba de este lado de Los Andes.
Cuando terminó la primaria, los hermanitos quedaron con la madrina en Melipeuco
pero él volvió a la casa del campo, a vivir con el padre, que al tiempo de fallecer la esposa se
había casado con una de las cuñadas, tía de sus hijos, hermana de su esposa. Siempre había
existido la cercanía de esa tía con la casa, los sobrinos, el cuñado y el nuevo rol fue asumido
como natural en la familia. Una maestra de la primaria se había ofrecido a hospedarlo para
que continuara sus estudios en Temuco, pero él tuvo que volver a cumplir el mandato pater-
no, “de ayudar en el campo, porque también tenían que estudiar los hermanos y demás”. Por
lo general no es cosa fácil ser el mayor. “Pero no me enojé. Lo asumí como algo natural. Enten-
dí que era lo que correspondía”.
“Fue duro porque en realidad a mi el trabajo de campo no me gustaba, por distintas
razones. Siempre tuve esa inquietud, de muy chico. Para tener un peso hay que esperar las
cosechas, todo un año. Eso me inquietaba. No quería vivir así”. Y a veces las cosechas no son
buenas y hay un mercado de mano invisible regulando los precios y cada vez competidores
más poderosos. “Entonces, estando en el campo fue que yo le empecé a insistir a mi papá que
me diera permiso para poder venir a la Argentina. Yo sabía que acá había mucho trabajo, que
se vivía bien, por los comentarios de algunos vecinos que viajaban. Y yo insistí tanto a mi viejo
que me diera permiso, porque tenía metido en la cabeza que tenía que venir, y me imaginaba
cómo sería la tierra, cómo serían las plantas, los árboles. Soñaba con conocer la Argentina y lo
cansé a mi viejo. Tenía 16 para 17”.

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438 El Libro de los Pioneros

LOS CHILENOS / JOSE BERNARDO CELEDON

El Arco

z Al viejo no le quedó más que darle permiso. Un adolescente empecinado es como una
bomba de tiempo. “Ahí empezó todo”. Después de tramitar la autorización para el hijo, el
padre lo acompañó a El Arco, el paso fronterizo más cercano, al sur de Pino Hachado. Llegaron
a caballo. Fueron 4, 5 horas de andar por caminos sinuosos. José se sumó a un grupo de jóve-
nes que ya tenían experiencia en esto de cruzar Los Andes, porque año a año venían a Río
Negro durante la temporada de cosecha. Eran buenos conocidos del padre, cinco vecinos de
los alrededores del campo. El destino de José era General Roca, donde vivían con sus familias
una tía y dos tíos, los tres hermanos de su papá. Todo su equipaje entraba en la bolsa de un
quintal de harina. Sus papeles y una muda de ropa. Era enero de 1960.
Llegaron al puesto de gendarmería. El padre entregó la documentación al de verde. El
tipo la revisó detenidamente y dio su aprobación. José se sintió tan feliz. Aquella sensación
hoy todavía le da descargas. Tenía 500 pesos en el bolsillo, regalo del padre, y un permiso de
tres meses por delante para mostrarse independiente y diestro en el trabajo. Los gendarmes
los invitaron a comer tallarines y comentaban durante el almuerzo, que después de probar
frutas tan ricas, y de conocer chicas tan lindas, al flaquito le costaría volver a Chile. “Seguro
que se queda en Argentina”, decían, los “centinelas de la patria”. Pero no estaban en lo cierto.
José y sus amigos golondrinas cruzaron la frontera a Neuquén. Debían llegar a Litrán, de
donde partían con rumbo a Zapala los camiones cargados a las fábricas de madera terciada.
Por suerte uno de sus compañeros “era bien fornido” y caminaba atento a los movi-
mientos del más chico. Tuvieron que cruzar un río a y a José la correntada helada del deshielo
se lo hubiera llevado. “Pero me llegó a agarrar de un brazo y yo venía con las patitas en el aire.
Yo no era bajo pero era bien flaquito. Era fría el agua, helada. Eso me quedó bien marcado”.
Fue un susto enorme, pero nada empañaba su alegría. José estaba viviendo su propia aventu-
ra migratoria. Estaba realizando un sueño. Era libre y empezaba a sentirse hombre.
El chileno aprendió que esa madera terciada con la que se producen fenólicos y otras
placas, se extrae con enormes guillotinas del pino de araucaria. Del macho. La hembra no es
maderable, está prohibido. De ellas brotan los “piñones” y de ellos evolucionan nuevos árbo-
les y bosques. Eso le contaron los amigos antes de dormir, la primera noche, bajo los árboles a
la vera del camino, envuelto en un poncho, después de compartir un sabroso asado de cordero
comprado ahí nomás, a un ganadero que cruzaron caminando a Litrán.
José está cansado
después de un día
pesado de trabajo, pero
los recuerdos que
vuelven lo reaniman.
Está contento de poder
contarlos. Trabaja de 7
a 7. El dice que es
exagerado porque en
realidad para una, o
“Era de noche y apareció el primer camión. Era como dos horas al mediodía.
estar soñando con algo que aparecía y no aparecía. Se oía un Es un constructor de
ruido de repente y de repente nada. Seguíamos esperando, y carrera. Coordina sus
escuchando, todos, a la expectativa. De repente otra vez es- propias obras.
cuchamos algo, pero muy distante, porque en el campo, vos
viste, los sonidos se escuchan de muy lejos, hasta que por fin el ruido se hizo más continuo y
vimos aparecer las luces. Nos levantamos todos para hacerle señas y el camión se detuvo. Era
un tipo re macanudo. ‘Muchachos que desean, les hace falta algo… No hay problema, yo los
llevo’. Entonces nos acovachamos en medio de los rollizos y asi viajamos”. Entre los enormes
trozos de troncos de las gigantescas araucarias. “Anduvimos la noche y a la amanecida llega-
mos a Zapala”. No había tren a Roca ese día. Se acomodaron los seis migrantes en un hotel
barato y se reunieron para comer. Disfrutaron un almuerzo abundante, con entrada y postre,
todo por 25 pesos. Le llamó la atención el precio del menú a José, que tenía 475 todavía en el
bolsillo y se sentí respaldado. Sus compañeros habían decidido esperar el tren que salía al otro
día a la tarde, pero José estaba ansioso y quiso seguir solo, “en bus”, a Roca, ese mismo día. “Si
te hallas capaz, andáte”, le dijo su amigo, el fornido. Los cinco fueron a despedirlo a la esta-
ción.

Campo argentino

z “El boleto decía que tenía que dárselo al chofer al bajar, pero yo estaba con la duda,
porque todos bajaban y ninguno lo entregaba. Yo no quería estar en falta”. A José le dan risa
sus propias ocurrencias de niño en esta tierra extraña, donde hay más trampas que leyes.
“Entonces primero me acerqué para preguntarle al chofer donde me tenía que bajar, porque
tenía que ir hasta el Bar Plaza, que ya no está más pero quedaba en la plaza de General Roca.
Ahora hay un edificio enorme. Así que el chofer me dijo, ‘mirá: tenés que bajar acá. El bar está
ahí’… Fui hasta el bar, me pedí una naranjadita, una Crush creo, y tenía que esperar un largo
rato el bus, que me iba a llevar al campo, a la chacra de mi tía, porque enseguida pregunté y
me explicaron cómo ir. Entonces me fui a comer una pizza y volví a la plaza para seguir
esperando”.
La plaza central de cualquier pueblo, para el foráneo, siempre es como un museo social
presente y viviente. El extraño se detiene en la plaza a observar el desfile de los distintos tipos

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440 El Libro de los Pioneros

LOS CHILENOS / JOSE BERNARDO CELEDON

y estereotipos de esa sociedad cualquiera, de esa ciudad cualquiera. La gente que pasa por la
plaza central de un pueblo enseña los rasgos culturales de un tiempo, en un espacio determi-
nado. José, chileno migrante, estaba observando su soñada Argentina detrás de esa vidriera.
La plaza central de General Roca. “Y en eso aparece un chico bien vestido. Pasó mirándome y
de pronto volvió. ‘¿No sos Bernardo?’. Yo no lo había reconocido. De haberlo visto en Chile, un
chico trabajador, siempre vestido así nomás, a verlo con una terrible pinta: no lo asocié”. Era
el cuñado de una tía. Cuando ocurrió la muerte de la madre habían estado compartiendo un
tiempo en su casa. El pariente “echó la bicicleta al bus y se vino conmigo a la chacra. Allá fue
una alegría enorme. Se juntaron todos los tíos y los primos para verme”. Todos querían ver al
sobrino y conocer la situación allende la Cordillera. En la chacra donde vivía y trabajaba la tía
materna se hospedó y enseguida empezó a trabajar con la promesa de cobrar por quincena,
cosa que aliviaba su ansiedad y la inquietante evidencia de que había salido huyendo del
campo, para volver al campo.
Enseguida le dieron la tarea de “despampanar” la vid. Otra vez, “ichona” en mano, Ber-
nardo y su sino rural frente a los parrales kilométricos. Su tarea consistía en retirar las hojas
principales que cubren los racimos para permitir que el sol los madurara parejo y más rápido.
Después llegó el tiempo de la cosecha y en eso anduvo el chileno, también llenando cajones y
cajones con manzanas, montándolos a los carretones tirados a caballo. Trabajaban desde la
salida del sol, las 5 o 6 de la mañana, hasta las nueve. Paraban media hora para desayunar y
seguían hasta las 12. Volvían al trabajo a las 3. A las 4 y media merendaban y a las 5 de vuelta
a la cosecha, hasta que el sol se ocultara. “Entonces comíamos y a la cama. Así era la jornada.
Me parecía dormir una hora y ya estaba amaneciendo de vuelta. Ahí me acordaba de mi casa.
Allá trabajaba menos. Pero no era que estuviera arrepentido. Sabía que esto era lo que había
que hacer. Y había insistido tanto que ya no podía volver atrás”.
Siendo austero y sin gastos de comida ni hospedaje, Bernardo pudo lo que nunca: juntar
plata. Se compró buena pilcha y cuando al cabo de los tres meses venció su permiso, hacia
abril del 61, todavía no había cumplido 18 cuando se volvió al pago con regalos para el viejo, la
madrina y los hermanos. Pero estuvo allá pocos días. La Argentina lo había encantado. “Me
decían que Buenos Aires era una ciudad muy grande, con muchas posibilidades de trabajo, así
que me fui para allá”.
En su primera vuelta a la Argentina hizo el viaje de Melipeuco a Moquehue, donde
estaba asentada una de las fábricas de madera terciada, junto a su primo Ismael Espinosa
Celedón. Llegaron hasta un boliche de campo, donde vendían de todo y entre los presentes
saludaron a dos civiles. “¿Y ustedes de donde vienen?”, les preguntó uno. “¿Ya pasaron por el
puesto de gendarmería?”. Ellos iban a ir después del boliche. “Entonces van a quedar deteni-
dos”, les dijeron los gendarmes camuflados, que los acompañaron hasta el puesto, los llevaron
a una pieza apartada y los encerraron hasta que fue hora de comer. Terminada la comida uno
de ellos les dijo: “muchachos, los voy a tener que llevar de vuelta y tengo que ponerles llave.
No quisiera pero así son las reglas”. Al día siguiente los buscaron para tomar el desayuno.
Tenían más comodidades que los que hubieran tenido en el campo, a un lado de la ruta. Al
otro día los liberaban, “pero yo les pedí que nos dejaran un día más hasta que llegara el ca-
mión. Nos había hecho un bien teniéndonos adentro. Nos vino de diez”. “Sí pueden quedarse
muchachos, no hay problema”, les respondieron esos dos solitarios centinelas. “Después con-
versamos un montón. Eran macanudos. ‘Nosotros tenemos que cumplir con ciertas normas
muchachos, ustedes saben’”. En camión partieron finalmente hasta Zapala y de ahí en colecti-
vo hasta Roca, donde quedó el primo. Nunca más lo volvió a ver.

Capitales

z Saludó en Roca a parientes y compañeros y siguió viaje a la gran capital en tren. Espe-
raba encontrarse allá con un primo lejano de su madre. Era su único contacto. Tenía apenas
alguna pista de dónde podría estar, una dirección posible, en un barrio llamado Flores, en las
afueras de Ezeiza. Pero conoció a Néstor Bresán en el colectivo. Un colimba alegre y amable. Se
cayeron bien y le ofreció su ayuda. “Tengo un pariente policía en Buenos Aires. Lo vamos a
ubicar y seguramente el te va a dar una mano”.
El chilenito campesino alivió su sensación de soledad pero quedó deslumbrado con la
ciudad y las masas de gente alborotadas como hormigas en un inmenso laberinto. Observaba
impactado la extensión sin límites de Buenos Aires a través de las ventanillas. “Yo no podía
creer que existiera algo así”. Estaba pasmado cuando el tren se detuvo en Constitución. Pasó la
primera noche en un hotel y al día siguiente su compañero de viaje lo contactó con el tío.
Nunca más supo de él. El policía lo acompañó en tren y después caminando hasta el barrio no
porteño de Flores, donde José dio con su primo lejanísimo, que enseguida lo contactó con
unos amigos del padre que lo recibieron como a un hijo más en la casa. Enseguida consiguió
trabajo en Avellaneda, como obrero en pesados trabajos de pavimentación. “Pero la pasábamos

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442 El Libro de los Pioneros

LOS CHILENOS / JOSE BERNARDO CELEDON

bien porque los frentistas nos daban comidas, gaseosa, vino. Estaba re contenta la gente que le
llegaba el asfalto y nosotros terminábamos bastante borrachitos”.
Pero esa nueva buena vida no duró mucho. Tenía que volver a su país a hacer la colimba.
La patria y sus deberes. Maldita su suerte. No quería saber nada. Entonces contactó a un tío
con influencias, que enseguida movió papeles y Bernardo mágicamente consiguió que lo exi-
mieran y rumbeó a Santiago, Santiago de Chile, donde estaban los tíos Jara y los primos con
los que se había criado en Melipeuco. Al día siguiente de llegar ya salió a trabajar con el tío que
lo introdujo en el mundo de la albañilería y le enseñó el delicado oficio del revestimiento.
Pero José se aburrió pronto de ser su ayudante. El tío era un oficial celoso de su conoci-
miento. Lo hacía preparar mezclas, empastinar, tomar las juntas, limpiar y ordenar las herra-
mientas. José quería aprender y probar cortes, hacer colocación. Se sentía menospreciado. Un
día apareció el contratista y cuando se llevaba al tío a visitar otra obra, mandó a José a que
terminara la pared que había empezado el tío, que le “pegó una mirada” fulminante. Pero
José no se amilanó y le hizo caso al patrón. Probó y falló y volvió a probar hasta que le agarró
la mano y la pared quedó terminada: totalmente lisa, prolija, los azulejos brillantes. “No creo
que el señor Gómez quiera pasar dolores de cabeza con vos” le dijo el tío, cuando el fin de
semana siguiente José le anunció que se abría, que le iba a hablar a Gómez para que lo emplea-
ra de oficial. El jefe lo recibió tan bien que hasta le dio su propia valija de herramientas. Lo
llevó hasta un barrio residencial, Vitacura, un barrio alto de Santiago, y lo largó por su cuenta.
José empezó mal. Hizo las primeras cuatro hiladas y los azulejos se levantaban como para irse.
Volvió Gómez y lo sacó de la duda. El error estaba en la regla. Hay patrones y patrones. Gómez
terminó de empujarlo al oficio que le daría de comer durante muchos años de su vida, porque
José se especializó y trabajó desde entonces en revestimientos, hasta que hacia fines de los 80
dio el paso como constructor independiente.
En Santiago nunca le faltó trabajo. Aprendió el resto de las artes de la albañilería y aun-
que le iba muy bien, después de un encuentro con paisanos que vacacionaron por el sur ar-
gentino quedó entusiasmado con las promesas de bonanza de la ciudad del petróleo. “En
Santiago me iba bien, pero no podía juntar dinero, porque había mucho para gastar”. Los
recuerdos de la época lo hacen reír con picardía. “Quería cambiar de ambiente a un lugar
donde no hubieran las tentaciones de las grandes capitales”. José entonces era soltero. Alquila-
ba un departamento cerca del centro. Se vestía bien. Salía bastante. Y con demasiada frecuen-
cia le prestaba plata a amigos insolventes.
La mamá y el quinto
hermano fallecieron en
el parto. El tenía 10
años. Su hermanita
menor todavía no
cumplía 2. Fue el 18 de
abril de 1954. Todo se
había complicado en la
casa. Salieron el padre y
la madre con urgencia
Comodoro a Cunco. Un tío volvió
del pueblo a dar la
z De regreso a la Argentina, los buenos recuerdos de su noticia a los
primera migración lo atrajeron de vuelta a Neuquén y consi- hermanitos.
guió trabajo con pensión en un aserradero de Cinco Saltos,
donde producían tablas con madera de álamo para armar cajones de fruta. Empezó enseguida
los trámites de radicación. Le encantaba este país y quería andar a sus anchas. Cuando consi-
guió la cédula se sintió libre y feliz. “Argentina es toda mía”, se dijo. Por una mejor paga, sin
salir de Cinco Saltos se mudó a cosechar las manzanas más famosas a una chacra donde tam-
bién le dieron una pieza, con cama pero sin colchón. Cada noche experimentaba una nueva
forma de dormir sobre su propia pilcha. Era un inmigrante en tránsito. No iba a comprar ni
colchón ni nada. Estaba de viaje. Seguiría andando. Su destino era Comodoro Rivadavia.
“Mi meta era trabajar. Economizar lo máximo y volver a Chile, al campo de mi viejo,
comprar un pedazo de tierra cerca, y emprender algo, para vivir de otra manera. Pero llegué
acá y me empecé a quedar, a quedar y a quedar”. Con las tablas de la cama marcadas en el
lomo, cuando terminó la temporada volvió al camino. Llegó a Comodoro el 7 de mayo de
1967. Tenía 23 años. Ese día el santo patrono de la ciudad estaba “terrible”. En su primer día
en la Argentina casi se lo lleva un río. Ahora casi se lo lleva el viento. “Se volaba todo y yo me
sentía muy mal: ahogado, como mareado, como si me hubiera metido en un pozo. Pero ense-
guida sentí que había algo especial acá. Algo que me atraía”.
Tenía la intención de trabajar en el petróleo, claro. Pero no tenía en Comodoro un solo
contacto. Se fue a Caleta, donde vivía Molina, un vecino de allá, del campo. Lo hospedó en su
casa y lo acompañó hasta que consiguió empleo en Cañadón Seco. Se trataba de abrir zanjas a
pico y pala para reemplazar ductos taponados. “Era pesadísimo. Subiendo y bajando cerros,
desenterrando cañerías. Yo era el más inservible de los que había. El encargado marcaba 10
pasos para uno, 10 pasos para otro, 10 pasos para otro y a mi enseguida me alcanzaban”.
Terminaba agotado la jornada y encima compartía una pieza con otros tres que repetían su
escandalosa ceremonia de borrachos alegres cada una de las noches. No podía dormir. No
disfrutaba del lugar, ni del trabajo, ni de la compañía. “Mirá pibe. Esto no es para vos”, le dijo
uno un día, cansado de que el chileno le rechazara los tragos. “Porqué no te vas a Comodoro a
ver si conseguís trabajo como acomodador en el cine”, le decían, se burlaban y bien o mal lo
convencieron. Pegó la vuelta a Comodoro y alquiló “una piecita de nada”, allá entre Las Flores

El Libro de los Pioneros 443


444 El Libro de los Pioneros

LOS CHILENOS / JOSE BERNARDO CELEDON

y La Floresta. Enseguida encontró trabajo en lo suyo, al servicio de otro chileno, constructor de


años en Comodoro.

Colocador

z En Santiago había aprendido el oficio usando el pegamento de bolsa, al que se le agre-


ga agua y listo. Pero acá todavía se preparaba la mezcla con cemento, cal y arena. Le dieron
para revestir de azulejos, con los de 15 x 15, que era los únicos que existían por entonces, el
baño de una casa en Roca y Chile. Le llevó el triple de lo que hubiera tardado con la pasta lista.
Fue conocer el material y sus mañas. Cuando pasó la primera quincena, ilusionado fue a
buscar su paga y el patrón, también chileno, le pagó como ayudante. Afamado por esos años
como el único que sabía trabajar los revestimientos de vidrio molido que todavía exhiben los
frentes de muchas casas en Comodoro, Arturo Levipán lo encontró a la salida de la obra con el
reflejo amargo de la bronca y la impotencia en la cara, y lo mandó a que hablara de su parte
con un tal Alberto Ahumada, en San Martín y Alsina. Al día siguiente José salió a trabajar con
jefe nuevo, a colocar mosaicos. Terminada la jornada le pagó como a un oficial y lo citó para
hablar al otro día en su casa.
Fue a la hora fijada pero el patrón ya no estaba. Había salido a Puerto San Julián por un
trabajo recién confirmado y urgente. Encontró a la esposa. “Le dejó dicho que vaya”. Y allá fue
el chileno en tránsito perpetuo. Llegó a la dirección indicada: el mejor hotel del pueblo, con
habitación y almuerzo reservado a su nombre. A la tarde se encontró con el patrón y empeza-
ron el trabajo: tenían que hacer el piso de la iglesia de San Julián. Terminaron y volvieron a
Comodoro. Con el mismo empleador siguió en el camino de las terminaciones e hizo remien-
dos al trabajo de colegas menos responsables. Cuando Ahumada compró la fábrica de mosai-
cos de calle Alvear, José quedó libre, trabajando por su cuenta, y muchos de sus trabajos los
tuvo por la recomendación del riojano.
En adelante recorrió gran parte de la Patagonia haciendo colocación de azulejos y mosai-
cos. Viajando en autos, camionetas y hasta en avionetas particulares. Hombre de buena volun-
tad, José llegó a habitar su pedazo de suelo argentino y en el lote que ocupó construyó su casa,
en Kennedy y Rivadavia, con ayuda de Levián, otro paisano de Temuco, “super inquieto y
laburador”. “Cuándo yo llegué al Centro pensaba en todo el tiempo que había pasado sin que
se construyeran los chilenos un edificio como la gente. Costó tanto hacer esta sede. Si yo hu-
biera tenido conmigo a unos cuantos paisanos de Temuco quizá la hubiéramos hecho mucho
antes, porque es gente completamente unida, desinteresada, con ganas de que las cosas se
hagan”.

Tierra

z La casa la dejó alquilada y se fue a vivir por 3 años a Bariloche. “Quería ver otra cosa.
Otro paisaje. Cambiar”. Llegó sin grandes pretensiones y mal no le fue. Hizo los revestimien-
tos del Edificio Catedral, cuatro casas en la base del Cerro más afamado de la ciudad turística
y en un edificio de departamentos de la Gendarmería colocó todos los pisos y a falta de otros
obreros responsables, también se convirtió en colocador de parquet y desde entonces conser-
va una vieja máquina de pulido que le sigue siendo leal y productiva. Vivía en la cabañita de
madera que construyó él mismo sobre un terreno alquilado. Era lo que se estilaba. Algunas
noches de invierno, embalado, trabajando hasta muy tarde, del entusiasmo no advertía las
nevadas de afuera y tenía que salir haciendo túneles en la nieve hasta su Falcon Futura, y
desandar rastreando a paso de hombre los caminos sinuosos del Cerro.
Al cabo de 3 años en Bariloche canjeó terreno y cabañita por un terreno en barrio Puey-
rredón con intenciones de volver a Comodoro. Lo inquietaba el inquilino que había quedado
en la casa de Av. Rivadavia. No pagaba el alquiler y pretendía quedarse de arriba. Volvió en
1980. Abogados de por medio recuperó su casa.
En el camino tuvo dos parejas, dos hijos con cada una, y con otra mujer engendró otros
dos niños estando soltero. Nacieron desde el 72 hasta el 96. Hoy tiene 8 nietos.
Cuando se separó de su tercera pareja vivió en una pieza que le prestó un amigo en el
Centro. El terreno del Quirno Costa lo compró con un préstamo de su compadre Blas Pacheco.
Con mucho esfuerzo levantó su casa, todavía hoy quedan detalles que definir, pero habita la
planta baja con su actual compañera, y espera hacerse de tiempo para poder concluir la planta
superior y un dúplex para alquilar en la esquina.
Su compañera es Gladys Lavado, desde fines de los 90. Se conocieron en las celebracio-
nes del Centro de Residentes Chilenos. Ella es una de las colaboradoras desde hace casi 20
años.
“Me gustaba mucho ir a las fiestas que hacían. Siempre iba a las cenas y a algún evento
folklórico. Pero siempre veía que daban vuelta sobre lo mismo. Las reuniones nunca me

El Libro de los Pioneros 445


446 El Libro de los Pioneros

LOS CHILENOS / JOSE BERNARDO CELEDON

llamaron mucho la atención, porque era mucho ‘bla, bla compañero’, pero en los hechos:
poco. Un día, con Víctor Cliford, estábamos conversando de la Asociación y yo le digo: ‘¿Víc-
tor qué te parece si nos metemos en la directiva? Porque estaba la voluntad pero había que
ver si nos dejaban entrar. ‘Yo presidente y vos vice’, le dije, en tono de cargada, en joda. ‘Sí,
dale’, me dice. Para el cambio de directiva se hizo una reunión en la Asociación Italiana. Y ahí
fuimos. Estaba de presidente Catalán, y dijo que ‘vamos a integrar una nueva directiva, y
vamos a ver quiénes quieren postularse para ocupar cargos’. Había unos 30. Y entonces Víc-
tor dice ‘yo quiero ser vicepresidente’, y yo, que no lo podía dejar en banda, digo: ‘yo quiero
ser presidente’. Uy dios. ¡Me miraron con unas caras! Fue un silencio escalofriante. ‘Está
bien, dice Catalán, los señores que se quieran postular tienen que juntar tantas firmas, con-
formar sus listas y si reúnen las condiciones ya está’”.
Así fue que José se convirtió en Presidente del Centro, con el objetivo principal de dar
una sede digna a una de las asociaciones de inmigrantes más arraigadas a Comodoro Rivada-
via y su historia. La Asociación tenía un lote y ahí una casita minúscula prefabricada, azotada
por el clima y el mal mantenimiento. El edificio que se construyó desde la llegada de José
tiene un salón central grande, sanitarios para hombres y mujeres, cocina con fogón e instala-
ciones previstas para continuar la obra en una primera planta. Todas las instalaciones son
accesibles para personas con movilidad reducida y usuarios de sillas de rueda. Ya está en uso
y sigue en obra. Ahí ensayan los cuerpos de baile, se dictan talleres, se organizan reuniones y
se recolectaron materiales para los compatriotas afectados por desastres naturales allende la
cordillera.
José recuerda el gran aporte de Irene Rosas, ya fallecida, que fue crucial para que él
emprendiera y desarrollara su gestión, superando su propio desconocimiento en el arte de la
administración institucional. Al año y medio de su mandato, una subcomisión declarada en
rebeldía intentó vender el terreno de la Asociación aprovechando la ausencia de José, que
estaba de vacaciones. Era disparatado. Pero son cosas que pasan en Comodoro, con la tierra y
sus múltiples formas de posesión. La municipalidad había cedido el terreno pero la Asocia-
ción todavía no tenía la propiedad. Fue un mandato complicado el primero, de luchas y con-
tramarchas, de avances y palos en la rueda, hasta que al fin la posesión del terreno quedó en
firme, el intento de venta anulado y la comisión remontó su proyecto, empezó a crecer el
edificio y al fin los miles de chilenos de la ciudad se ven acogidos en una sede digna. Durante
el gobierno de Lagos recibieron aportes del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile. Fue
Cuando consiguió la
cédula se sintió libre y
feliz. “Argentina es
toda mía”, se dijo. Por
una mejor paga, sin
salir de Cinco Saltos se
mudó a cosechar las
manzanas más famosas
a una chacra donde
también le dieron una
la ayuda que apalancó la primera parte de la obra: 2500 dóla- pieza, con cama pero
res. Después organizaron rifas, comidas y eventos diversos. sin colchón. Cada noche
También recibieron un aporte importante de la Municipali- experimentaba una
dad, de la empresa Sipetrol, de firmas de venta de materia- nueva forma de dormir
les y de constructores particulares. Todavía no se inauguró sobre su propia pilcha.
oficialmente pero el festejo ya está en cabeza de todos. Era un inmigrante en
Hoy son alrededor de 60 los socios activos, con su cuo- tránsito. No iba a
ta societaria al día. Empadronados son alrededor de 500. Los comprar ni colchón ni
colaboradores permanentes, sobre todo mujeres, son un gru- nada. Estaba de viaje.
po de 20. Siempre prestas al trabajo. Seguiría andando. Su
Acostumbrado a andar, pudiendo haber trabajado de destino era Comodoro
lo suyo en cualquier otro lugar. José eligió quedarse en Ar- Rivadavia.
gentina, en Comodoro. “En esta patria me siento tan bien –
explica—. Me siento en casa. No pienso que estoy en una patria distinta. Esta es mi casa. Mu-
chos dicen y se quejan que se han sentido discriminados, pero si yo dijera algo así mentiría,
porque en mi caso siempre me han mostrado respeto, me valorizaron como persona y como
trabajador. Siempre hay alguno que va a decir chilote esto, chilote aquello, pero yo no lo escu-
cho… Sólo me cargaban por la zeta. Pero es algo mío, como la tonada”.
Casi cuarenta años después de haber llegado a Argentina José conserva la suave caden-
cia de los vecinos del este. “Es que estoy tanto con el ‘chilotaje’”, dice, ironizando. Sabe que lo
más distintivo de su dicción es su seseo. “Decí oso”, le pedían los pibes de allá, de Temuco. Y
José respondía “ozo”, exagerando: “ozzzo”. Para que todos rieran z

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El Libro de los Pioneros 449
450 El Libro de los Pioneros
Capítulo XV

Los bolivianos

El Libro de los Pioneros 451


452 El Libro de los Pioneros
L
a “primer oleada” de inmigrantes bolivianos se corresponde al
auge de explotación petrolera que vivió la ciudad de Comodoro
Rivadavia en el transcurso del “boom petrolero” (1958-1963).
La “segunda oleada” de bolivianos, y quizás la más importante
cuantitativamente, comenzó en la década de los ´90 en el marco del
proceso de reestructuración económica de la ciudad asociada a la
privatización de la empresa estatal YPF y al desarrollo de actividades
productivas en la pesca y en el sector de la construcción.
Esta tendencia se profundizaría en los últimos diez años en el marco del
incremento de la explotación petrolera de matriz privada y trasnacional
en la Cuenca del Golfo San Jorge. La organización institucional de este
grupo es una de las más tardías con la concreción de la “Asociación Civil
de Residentes Bolivianos” en el año 1995.

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454 El Libro de los Pioneros
LOS BOLIVIANOS

Reseña histórica

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456 El Libro de los Pioneros
RESEÑA HISTORICA

Los Bolivianos

L a “Asociación Civil de la Colectividad de Residentes Bolivianos” se fundó el 25 de agosto


de 1995. La idea de agruparse surgió en una reunión en la que se conmemoraba el
aniversario de la Independencia de Bolivia. Desde sus inicios, la Asociación se propuso entre
sus objetivos los de estrechar vínculos amistosos y recrear ancestrales costumbres culturales.
Ese año, la Asociación comenzó con sus actividades sociales y culturales que incluyeron
las primeras presentaciones del cuerpo de baile y fuerte presencia en las fiestas populares de
la región. En noviembre del año 1996 se inició el programa América India Bolivia, por la 100.7
FM Punta Borja difundiendo las tradiciones y culturas de este país.
En el mes de diciembre del mismo año fueron invitados por la Embajada de la Repúbli-
ca de Bolivia en Argentina a participar de la elección de Miss Bolivia en la Argentina, en la
cual la representante de la Asociación de Comodoro fue electa ganadora entre las distintas
participantes de las demás colectividades de diferentes provincias y localidades de Buenos
Aires.
A fines del año 2006 por la gran demanda de compatriotas carentes de documentación
en la región, la Asociación cedió las instalaciones para llevar a cabo la regularización de naci-
mientos, nacionalidad y antecedentes de las familias radicadas en Comodoro y sus alrededo-
res, con el fin de mejorar la calidad de vida de los bolivianos en Argentina z

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LOS BOLIVIANOS

Personalidades

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LOS BOLIVIANOS / GABRIEL VALDIVIA VARGAS

Don Gabriel

D icen que la vida nunca muestra una sola cara de la moneda. Un soltero aventurero tam-
bién puede ser un triste solitario. Un conservador puede parir un liberal. Un niño mi-
mado tener que trabajar sin descanso. Gabriel Valdivia Vargas hasta debió pagar por un con-
trato ficticio de trabajo para escapar de su país, entre gente de la tierra y sufridos obreros,
perseguido por novias y responsabilidades mayores.
Hasta la Reforma Agraria de 1952, dice la historia que “el departamento de Cochabamba
había cobijado a la más distinguida aristocracia de la época y sus provincias como Punata,
Arani, Tiraque, Aiquile, entre otras, donde la mejor expresión de esta época de ostentación
está reflejada en las casas de hacienda en el campo”.
En una de esas casas nació Gabriel Valdivia Vargas. En Punata, Bolivia. Pudo ser amo y
señor en su tierra, pero se convirtió en un inmigrante sin rumbo por mucho tiempo. Es presi-
dente de la Asociación de Residentes Bolivianos desde 1995. Su casa es la sede de la Asocia-
ción.
Gabriel Valdivia Vargas nació en “La Perla del Valle”, a 45 kilómetros de la ciudad de
Cochabamba. Hijo de Misael Valdivia y Teodora Vargas. A los 7 años perdió a un hermano
menor y se crió como hijo único. También tuvo tres medio-
hermanos, hijos de su madre, ya mayores, que nunca vivie- Perfil
ron con él. “Al criarme sólo, nunca tuve necesidades econó- z Gabriel Valdivia Vargas nació
micas. Siempre tenía plata. Vestía trajes a medida. Andaba el 18 de marzo de 1938. Tiene
en bicicletas importadas que nadie más tenía”. una hija y un hijo bolivianos,
Para Gabriel la “joda” es “foda”, y empezó en la adoles- y 4 nietos por su parte. De su
cencia, en la secundaria, con los amigos. “Todo lo que quería primer matrimonio tiene dos
lo tenía. Demasiado… Tengo dos hijos sin conocer. Las no- hijas comodorenses y 2 nietos.
vias acá, las novias allá”. En segundas nupcias está
En realidad sí conoció a sus hijos. A la nena desde pe- casado con Anita Sabarots.
queña, pero el varón tenía 42 años y tres hijos cuando su Preside el Centro de Residentes
padre se le presentó en son de pacificar su historia no com- Bolivianos desde 1995. Desde
partida y emprender algo nuevo. “Podemos ser grandes ese tiempo la institución
amigos –le dijo—. Lo pasado ya pasó. Ya está”. funciona en su casa z

El Libro de los Pioneros 461


462 El Libro de los Pioneros

LOS BOLIVIANOS / GABRIEL VALDIVIA VARGAS

Gabriel vivió una adolescencia sin límites. Entre los 14 y los 15 había descubierto que su
padre mantenía relaciones extramatrimoniales y tenía otros hijos en secreto. “Es realmente
triste, por ahí, cuando uno se acuerda, que el padre lo adulaba a uno, lo tapaba con plata. Yo
podría haber sido más controlado por mis padres, pero no. Yo solamente vagancia. Al colegio
era el único que iba en bicicleta, yo y el director”.
Gabriel recuerda la estampa de su padre, elegante, siempre montado a caballo, con su
revólver a la cintura. Un hombre poderoso. Dueño de tierras. Que hacía su propia ley. Sobre el
joven Gabriel proyectaba su imagen de hombre rico y poderoso. Y el hijo emuló su estilo, con
revolver y todo. Para hacer la secundaria marchó a Cochabamba. Pero no terminó. Lo ocupa-
ban la “foda” con los amigos y las chicas. Vivía entre su pueblo y la gran ciudad, entre la finca
paterna y el departamento que alquilaban con un primo. “Pero para mi la palabra casamiento
era mala palabra”, así que Gabriel abandonaba sus relaciones cuando la intención del com-
promiso comenzaba a inquietar a novias y familiares.
Le cayeron más que maldiciones encima. También denuncias. A comienzos de 1959
estuvo detenido unas horas. Su familia tenía buenas relaciones con la policía. Ni siquiera le
quitaron el revólver de empuñadura blanca que llevaba en la cintura. “Mi amigo el mejicano”,
lo adulaban sus compinches.
Por presión de la familia se casó pensando en liberarse de la persecución y reconoció a
su hija. La nena cumplió un año en su casa. El fantaseaba con fugarse a Brasil.
Tiene sabor agridulce el relato de Gabriel, que hubiera preferido para sí otro tipo de
crianza, algo de control, de disciplina, para no haber podido vagar libre de responsabilidades,
despreocupándose de cosas que ameritan ocupación, como el amor, como los hijos. Llegó al
punto de verse perseguido por la justicia, intimado a asumir su responsabilidad paternal. Ya
no era libre en su pueblo. No podía andar por las calles. Lo vigilaban la justicia, sus novias, las
familias de sus novias.
Por cuestión de contactos, sin haber terminado la secundaria tomó un trabajo en Cocha-
bamba como profesor interino, pero decidió que para conservar su libertad y su soltería lo
mejor era emigrar. Viajó en tren de Cochabamba a Villazón con la intención de venir a Jujuy.
Pero era norma general. No podía cruzar la frontera si no tenía un contrato que lo justificara.
El no lo tenía pero compró una solución. “Tuve que pagar a un contratista para que me contra-
te”. Gabriel seguía siendo el niño apañado de su padre. Fue el más rentable de los bolivianos
empleados en la zafra de la caña en el ingenio Ledesma.
Era mayo de 1959. Llegó en un tren a vapor al ingenio. Compartiendo su vagón con los
que nunca. “Indios” y “cholos” bolivianos. Paisanos inmigrantes cuyas historias difieren abso-
lutamente de la de Gabriel.
En Ledesma no trabajó ni un día. No tocó una caña. Conoció un paisano que lo llevó a
una pensión en Libertador General San Martín, cabecera del departamento de Ledesma. Des-
pués le dio alojamiento un primo de su padre. Por intermedio de la esposa, que tenía buenos
contactos, en menos de un mes tuvo la cédula de identidad con radicación definitiva.
Por intermedio de paisanos maquinistas conoció al intérprete de un americano, de la
empresa contratada para el tendido del gasoducto entre Campo Durán y San Nicolás, Santa
Fe. Con la elegancia de su vestido como carta de presentación consiguió un puesto. Entró a la
base con el intérprete un día en el que 200 personas hacían cola desde el portón pidiendo
trabajo. Pasó de ayudante a oficial de segunda y terminó de capataz, cuando el gasoducto llegó
a Jesús María, Córdoba. Tenía lo que llaman vocación de mando, y según dice, también “mu-
cha voluntad”.
En 1960 se inauguró el gasoducto. Un paisano lo convenció y volvió a Bolivia, pero sólo
de visita. Dejó todo lo suyo en Córdoba, en Quilino, en la pieza que alquilaba en una casa de

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464 El Libro de los Pioneros

LOS BOLIVIANOS / GABRIEL VALDIVIA VARGAS

familia. Sabía que iba a volver.


En el pago durante una semana vivió como en los buenos viejos tiempos, entre amigos
de “foda” y visitas amorosas, hasta que su padre lo enteró de que seguían persiguiéndolo y
corría peligro si salía del campo familiar. “El alcalde del pueblo era tío de mi otra novia, que
tenía mi hijo”. Dice que si lo encontraban lo deportaban.

Despistar

z Para despistar fue a visitar a la novia que había convertido en esposa. La madre de su
hija. “’Hola, fui a trabajar, estoy de vuelta’. Llegué de noche para que no me viera la gente. Ella
me aceptó. Era mi esposa. Me hizo el escándalo pero pasó. Pero una tarde me vio entrar el
subprefecto y mandó a un grupo de la milicia campesina a sacarme la bici. Yo quedé mirando.
Al otro día me compré otra bicicleta en Cochabamba: una Rally, con dínamo y farol. Cuando
volví a Punata mi padre me dijo que no saliera. Me perseguía el tío de la madre de mi hijo, el
alcalde. Ese martes no salí. Pero a las nochecitas seguía viniendo al pueblo a visitar otras novias”.
Una noche su esposa le quitó el revólver para detenerlo. El se fue igual. Un grupo de
dirigentes campesinos, “famosos porque habían matado a unos patrones”, lo detuvieron para
que los alumbrara con la bici. El volvió a la casa, tomó un cable grueso, lo que vio más a mano,
y salió al encuentro de los dos campesinos. Su padre en la retaguardia. Era enero. Después de
desahogarse con furia, en frío pensó que fue mejor no haber tenido el revólver. “Porque hacía
desastre. Y allá si tenías plata no te hacían justicia”. Al otro día fueron a buscarlo otros milicia-
nos. No lo encontraron en casa. Se había ido al pueblo, a lo de una prima. Su mujer le llevó el
revólver. Desde su casa también le mandaron un Mauser. Pasó una semana encerrado, abraza-
do a sus armas. Estaba seguro de que iba a usarlas en caso de que una milicia campesina
llegara a buscarlo. Su madre lo visitaba a las 4 de la mañana.
Eso no era vida. Se escapó de madrugada en el camión de un pariente a Santa Cruz de la
Sierra, bajo la lona, y de ahí a la frontera argentina. Si lo identificaban estaba preso. Debió
cruzar el límite a pie, de Pocitos a Pocitos, sorteando la guardia fronteriza. Mandó sus valijas
con otro. Durmió del lado argentino en un hotel y al otro día siguió viaje a Libertador General
San Martín, en Jujuy, otra vez a la casa del primo de su padre.
Respondiendo a un aviso en el diario consiguió ser empleado como capataz en la cons-
trucción de canales de riego en el Ingenio Ledesma, para la fábrica de papel. “El capataz era
En una de esas casas
nació Gabriel Valdivia
Vargas. En Punata,
Bolivia. Pudo ser amo y
señor en su tierra, pero
se convirtió en un
inmigrante sin rumbo
por mucho tiempo. Es
presidente de la
Asociación de
un gallego. Me miró de arriba abajo. 450 obreros me entre- Residentes Bolivianos
garon. 25 máquinas hormigoneras. Dos mecánicos”. Y un desde 1995. Su casa es
departamento con muchas comodidades. la sede de la Asociación.
El día de su cumpleaños, 18 de marzo de 1960, fue su
primer día de trabajo. Y se quedó dormido. Llegó sobre la hora y sin desayunar. “Empecé a
fumar de los nervios”. Era capataz. Con 21 años tenía a su cargo cuadrillas numerosas, integra-
das mayoritariamente por jujeños, salteños, santiagueños, tucumanos y en su mayoría boli-
vianos.
“Tengo buenos recuerdos de esa época. Me pude manejar gracias a Dios. Trabajé bien.
Jamás falté. Cumplí”. Pero entonces se hacían cada vez más intensos los planteos sobre que
sería su destino. “¿Qué estoy haciendo acá, cuál es mi futuro?”. Además, noviaba por entonces
con una de las hijas de otro capataz y su familia había empezado a pedir pruebas sobre su
grado de compromiso.
Cuando ya había terminado la obra, iban a dejarlo efectivo en la sección “agua y soles”
del Ingenio, pero decidió irse de Jujuy para no asumir el compromiso marital. Planeó irse a
Buenos Aires. Pagó lo que adeudaba en la pensión y partió a buscar el equipaje dejado en
Quilino. Ya había pasado más o menos un año. Cuando llegó la familia anfitriona lo invitó a
pasar las fiestas en casa. La señora era como una madre. Su esposo era un viajante. Comercia-
lizaba de todo a bordo de un Ford T. Uno de sus destinos comunes era San Francisco del
Chañar, en Córdoba, cerca de Santiago.
Por él Gabriel consiguió empleó en las minas de manganeso, en Los Pozos, a 100 kilóme-
tros de San Francisco, Córdoba. Minas de 75 metros de profundidad a cielo abierto. Trabajó
como maquinista. Aprendió con la práctica. Y también hizo de mecánico y todo tipo de labor
que apareciera. Era una empresa de polacos. Otras minas de la zona la explotaban gallegos.
“Ganaba mucha plata. El mecánico mensualizado ganaba 7.500. Yo a fin de mes cobraba
14 mil y tanto. Por las horas extras, por maquinista. Trabajaba con la maquina cargadora, de
guinchero, de mecánico. Vivía trabajando”. Y en los ratos libres, preguntándose a dónde lo
llevaría la vida.
Otra vez. Otro noviazgo volvía a reclamarle seriedad. La hija de un capataz de las minas.
“¡¿Que hacía yo en las minas, en el campo?!”. Su decisión fue la misma que en los casos ante-
riores: irse.
Había recibido carta: su cuñado estaba enfermo. Marchó para ver cuál era la situación a

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466 El Libro de los Pioneros

LOS BOLIVIANOS / GABRIEL VALDIVIA VARGAS

Santa Fe. Pero llegó a Santo Domingo y su cuñado ya se había ido. Averiguó cuánto se ganaba
en la zona y pidió empleo en la empresa Saopin, que estaba construyendo el camino del cruce
de Laguna Paiva a San Cristóbal. Vivía en Santo Domingo. Almorzaba y cenaba en el hotel. Se
había puesto de novio con una gringa, madre alemana, padre italiano. “No se que me vió.
Estaba enloquecida. Pero yo me ponía a pensar: me quedó acá, termina la obra, qué hago. Los
suegros tenían campo. ‘Me voy a quedar’. Pero me dieron vacaciones y yo renuncié y me fui.
Ella me dio dos tarjetas. Para que no perdiera su teléfono. No la llamé nunca”.
Ya había pasado cuatro años fuera de Bolivia. Decidió volver. “Cuando volví ya había
cambiado todo el panorama, la historia. La madre de mi hija se había juntado y se había
mudado a Oruro. La madre de mi hijo se había casado. Y yo fui libre. Ya no tuve problemas. Mi
padre me ofrecía tractor, camiones, para trabajar en el campo. Lo que yo quería. Pero yo ya me
había acostumbrado a otra vida. La vida de andar. Lo convencí a mi viejo de que me venía 6
meses, un año”.
Con plata del padre llegó a Comodoro. Vino con el cuñado de una prima que trabajaba
en una petrolera y que estaba allá de vacaciones. Dos hermanos mayores de Gabriel ya esta-
ban en Comodoro. Uno era mecánico el otro trabajaba en el petróleo. Era maquinista. Llega-
ron en junio o julio. “Unos días de viento terribles”. Se hospedó inicialmente en el Hotel
Español y fue a buscar trabajo a una empresa constructora, “camino a Diadema. Fui en la
trochita. Conseguí trabajo de oficial de segunda en colocación de caños. Dejé las cosas en casa
de un paisano y me fui a trabajar a Dragón, por esos lados”, en el tendido del primer acueduc-
to entre Lago Musters y Comodoro Rivadavia.
Todos eran alojados en un campamento precario. Los obreros querían hacer huelga por
la mala calidad de la comida. Gabriel los convenció de mandar una comisión a la oficina
central. Los hizo firmar a todos y mandaron a dos o tres personas con el reclamo que él había
redactado. Cuando volvieron al campamento traían un nombramiento para Gabriel como
sub-delegado de la CGT. El no aceptó. Desde la empresa lo mandaron a llamar. Al otro día
viajó hasta la oficina con un italiano. El jefe de personal lo esperaba para increparlo. El presen-
tó su renuncia al puesto. Llevaba 14 días de trabajo. Era 1963.

Petrolero

z Al día siguiente consiguió un puesto de chofer en una petrolera. El 4 de junio se cambió


a una empresa de perforación, donde trabajó hasta 1972. Empezó como chofer en
Cañadón Seco. A los 14 días lo nombraron operador. Se alojaba en los trailers americanos. En
el 67 lo nombraron supervisor al servicio de las operadoras y lo mandaron, con departamento
alquilado, a Comodoro Rivadavia.
“No sabía si irme. ¿Esto es vida?”. Se preguntaba en los boliches. “Pero la vida te enseña
¿no? Yo vivía con novias acá, novias allá. Pero llega un momento en el que como persona
soltera no tenés valor moral en una sociedad. Te sentís disminuido. En cualquier reunión, en
una fiesta familiar. Te quedás sentado mientras la gente baila. Llegó el momento que dije: yo
tengo que encontrar a la mujer en este lugar y construir un hogar”.
Así fue que puso el foco sobre la chica del Newbery. “Mi señora atendía el mercado Jorge
Newbery, de Rivadavia y Florida. Yo fui a buscar a un compatriota que vivía en un departa-
mento de arriba y la conocí. Después fui varias veces. Yo tenía un Chevrolet y un sábado a la
noche fui para que mi compatriota lo revise. Andaba de traje. ‘¿Que le pasó, se le cayó el ropero
encima?’, me dijo ella. Y así empezó la historia”.
Se casaron en 1970. En el mismo año había comprado su primer camión, con el que
trabajó como contratista de varias empresas. Entre ellas, en el 72, la responsable del tendido
de la línea de alta tensión entre Madryn y Futalaufquen.
Detentaba todavía un puesto jerárquico en la petrolera, pero el Sindicato lo había decla-
rado persona no grata. Le dieron vacaciones forzadas. Lo tentaron para irse a Truncado, o a
Mendoza, pero acá ya tenía su propia empresa y su casa, en la esquina de Rivadavia y Malvi-
nas.
Como empresario perdió un juicio laboral de 100.000 dólares, por el accidente que su-
frió un empleado en su primer día de trabajo, volcando su camión en una mala maniobra. Y
perdió la casa de Rivadavia y Florida, que era de su mujer, a mediados de los 90. “Todas son
experiencias en la vida”.
Su esposa falleció en 1995. Con ella había tenido dos hijas, en el 71 y el 72. Hoy son
profesionales: una radióloga, otra psiquiatra.
Anita Sabarots es su actual compañera. La relación con su hija boliviana no es constante.
Pero se mantienen en contacto. Durante esta charla Gabriel dijo estar esperando una pronta
visita suya. No la veía desde 2004. La había tenido 3 o 4 meses con él acá en Comodoro, en el
92, cuando ella era estudiante, pero no se aclimató. Después supo que estuvo en Italia. Es más
fluida la relación con su hijo, al que conoció casualmente en Santa Cruz, entre el 96 y el 97.

El Libro de los Pioneros 467


468 El Libro de los Pioneros

LOS BOLIVIANOS / GABRIEL VALDIVIA VARGAS

Sufrió junto a él la pérdida de su hija menor, su nieta. Los dos mayores vinieron en 2010 a
visitarlo y él los llevó a Bolivia de vuelta en su camioneta, paseando, conociendo Argentina.
Gabriel vive en el barrio Jorge Newbery, en la estructura de una propiedad con varios
departamentos alquilados y el salón donde hace funcionar el Centro de Residentes Bolivia-
nos. es también parte de su propiedad. Sobre la mesa están fríos los pocillos vacíos del café
que mandó preparar a Anita. La mañana se hacía mediodía y el sol del invierno entra bajo las
persianas metálicas entibiando el salón. “Es muy triste salir como inmigrante”, comenta. “Se
siente el desarraigo de la familia, de los amigos, dejar tu historia. Y aunque no salís por nece-
sidad, más duele. Porque vos no sabés dónde vas. Vos no sabés lo que estas buscando”.
Gabriel tuvo la oportunidad de revisar este relato cuando despuntaba el verano. Asoma-
ba el 2012. Escuchaba con atención y asentía. No le interesó maquillar su historia. Ninguno de
sus pasajes, aunque su propio itinerario lo entristeciera. “La palabra arrepentimiento no acep-
to. Yo digo que todo lo que vivís te sirva de experiencia para que no vuelvas a cometer el
mismo error. Eso me enseñó la vida. A mirar el futuro. Yo creo que el destino se lo hace cada
uno. Cuando uno sabe cómo quiere vivir”.
Sólo le interesó dejar constancia de que el domingo lo había llamado su hija de Italia,
interesada en saber cómo estaba el padre, saludarlo, escucharlo, conversar. Su reencuentro no
podría concretarse de inmediato pero el cariño seguiría vigente vía satélite, según se prome-
tieron padre e hija.
Mientras tanto, Gabriel seguiría desplegando su cariño entre dos de sus nietos, los hijos
de sus hijas comodorenses, ambos de 7 años. A ellos mima y atiende. Se ocupa de ellos cuando
los padres lo necesitan. Los busca, los alimenta, los arropa en la cama. Los cuida como corres-
ponde a un abuelo orgulloso de serlo. El amor filial lo convoca. Y Gabriel ya no escapa z
El Libro de los Pioneros 469
470 El Libro de los Pioneros
Capítulo XVI

Los paraguayos

El Libro de los Pioneros 471


472 El Libro de los Pioneros
L
a inmigración paraguaya hacia Comodoro Rivadavia comenzó a
cobrar impulso en las últimas tres décadas a través del atractivo
que sobre esta corriente propició la expectativa de oportunidades
de trabajo en la construcción (albañiles, pintores, electricistas y
carpinteros) o en la actividad petrolera. Su organización institucional es
bastante reciente y data de 1989 cuando se conformó el Centro de
Residentes Paraguayos.

El Libro de los Pioneros 473


474 El Libro de los Pioneros
LOS PARAGUAYOS

Personalidades

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476 El Libro de los Pioneros
LOS PARAGUAYOS / ANDRES TORALES GAMARRA

Che ra’i migrante

L a guerra de la Triple Alianza, que unió a Argentina, Brasil y Uruguay contra una repúbli-
ca autónoma y floreciente, tuvo terribles consecuencias humanas y económicas para el
Paraguay, que perdió territorio y vio diezmada su población masculina.
Andrés Torales es paraguayo. Nació en 1943 en Pirayú, a menos de 100 kilómetros de
Asunción, y su historia también fue atravesada por los fenómenos sociales y culturales deriva-
dos de aquella catástrofe que se extendió entre 1865 y 1870.
Su madre era ama de casa. Su padre albañil. Ella tenía un hijo cuando lo conoció. En
pareja concibieron 5 niños. Andrés es el sexto de los hermanos, pero fue el único que no
conoció a su padre hasta ser un adulto. El hombre había dejado la casa. Andrés asume que con
otras mujeres tuvo otros 4 o 5 hijos.
En su mayoría, los pocos hombres que sobrevivieron a aquella guerra fueron polígamos
e instauraron una tradición que los machistas paraguayos remontan con orgullo hasta estos
días.
El hijo mayor de ambos asiste a la conversación en el desayuno. Ivanka ceba mates con
jugo de limón abundante. Le gusta la historia y mientras hojea su archivo recuperando infor-
mación sobre la Guerra del Paraguay y el pueblo Guaraní,
Andrés Torales, su esposo, revisa su propio itinerario. Perfil
z Andrés Torales Gamarra nació en
Madres el pueblo de Pirayú, en Paraguay,
en el año 1943. Vivió desde los
z Andrés llevó gran parte de su vida el apellido Gama- cinco años con una pareja de
rra, que es el apellido de soltera de su madre. Pero cuando inmigrantes italianos en Formosa.
en la Argentina empezó a tramitar su carta de ciudadanía, Llegó a Comodoro en 1962. Se
en torno a su identidad se cerró otro círculo. Se enteró de casó con la eslovena Ivanka
que su padre no había desaparecido misteriosamente, y que Vidmar. Tuvo tres hijos. Se jubiló
sí lo había reconocido. en 2007 como empleado
Esa no era la versión que él conocía de su propia histo- municipal. Es uno de los
ria. Desde entonces adoptó el apellido paterno y, hasta hoy, fundadores de la Asociación de
su documento dice: Andrés Torales Gamarra. Todos lo lla- Residentes Paraguayos z

El Libro de los Pioneros 477


478 El Libro de los Pioneros

LOS PARAGUAYOS / ANDRES TORALES GAMARRA

man Tito.
Su historia migratoria comenzó en Asunción, cuando tenía 5 años. Su madre se las re-
buscaba entonces vendiendo comidas al paso en el Mercado 4 y “la situación de la familia
siempre ‘era brava’. Los reyes magos me regalaban un pito de lata. Por qué si yo me portaba
bien no recibía un autito como el resto de los chicos. Para mi eran injustos”.
No eran reyes pero casi. Y también llegaban con regalos. Los italianos Augusto Danieri y
Ofelia Rinaldi cada tanto dejaban su latifundio en Formosa y visitaban Asunción, por el barrio
donde vivían los Gamarra. Iban a lo de una familia de amigos y en una de esas vueltas cono-
cieron a Tito, el más chico de los hermanos: simpático, despierto, revoltoso. Y amante de los
caballos.
No es fácil explicar que un niño de 5 años repentinamente cambie de país y de familia,
y menos que lo haga por su propia voluntad. Ni siquiera él puede explicarlo del todo. Era muy
chico. Los recuerdos son difusos, confusos. En su memoria conserva apenas algunos trazos del
día de la despedida. La madre que no lo soltaba. Y él que lloraba, pataleaba, pero no para
quedarse, según dice, sino para irse, para emigrar a la Argentina y cambiar de casa, de familia
y de país junto a un matrimonio de europeos hacendados que no había podido engendrar su
propia descendencia.
Pero Ivanka Vidmar sabe que toda historia es una versión. Que la verdad es una joya
escondida en lo profundo de los recuerdos. “Vaya a saber qué le contaban a él de chico –dice la
esposa—. El sabe su historia por lo que le contaban sus hermanas”.
Lo cierto es que, aunque no los separaban más de 200 kilómetros, durante 12 años An-
drés no volvió a ver a su madre biológica, que todavía tuvo más hijos en Asunción.
“Yo vivía con mis patrones. En el campo, donde también había peones, pero también
en una casa que tenían en el centro de Formosa. A donde iban me presentaban como su che
ra’i, como su hijo. El gringo hablaba el guaraní perfectamente… Y el destino es así, ¿vio? Si yo
me hubiera quedado en Formosa ellos me adoptaban. Pero mi mamá no quiso”.
Es una marca de fuego en el calendario de su memoria: “un día el hermano de mi pa-
trón llegó al campo con una señora. Cuando yo me acerco me dice ‘andá, llevále la valija’. Más
tarde, cuando estábamos cenando, el patrón de pronto me mira y me dice: ‘Andrés, ella es tu
mamá’. Yo no entendía nada. ‘No. Mi mamá es ella: Ofelia’. ‘No Andrés. Ella es tu verdadera
mamá’. ‘No, no, no. Yo no conozco a esa señora’. Yo estaba negado y me costó mucho… Pero
tuve que aceptarlo. Mi mamá quería que hiciera el servicio militar en Paraguay porque si no
ya no iba a poder volver a Asunción… Por eso volví. Por eso fui yo”.
Tenía 17 años cuando fue repatriado con destino al Chaco paraguayo. “Ahora estoy com-
prendiendo y doy gracias a Dios que no me dejó en Formosa, porque si no, yo no hubiera
llegado a la Patagonia… Y no hubiera conocido a mi mujer”. El amor subyuga la tragedia
también en esta historia. Suenan campanas. Los ojos de Andrés y los de Ivanka. El encuentro
de sus miradas conjura el dolor de los recuerdos.
“Cuando llegué tenía un poco de bronca. Acá había viento y frío. Decía: ‘pucha, me
hubiera quedado con los italianos’. Porque allá tenía el campo, mi caballo, los animales... Pero
después, con el tiempo, fui rebobinando todo y me di cuenta de la situación”.
A veces a la larga la vida explica sus devenires. Para Andrés al final importa más haber
llegado a la Patagonia, que haberse oficializado hijo de una pareja de italianos con hacienda.
Dice que de ellos conserva lo suficiente: gratos recuerdos y de las mejores enseñanzas que le
hayan dado los adultos. “De no robar, de no mentir, de no ser desobediente”.
Tampoco es casual que Andrés recuerde a sus padres adoptivos como a “los patrones”. A
veces el italiano probaba la honradez del che ra’i dejando caer monedas y billetes por el cami-
no que el pibe recorría en sus labores cotidianas, que no eran pocas.

El Libro de los Pioneros 479


480 El Libro de los Pioneros

LOS PARAGUAYOS / ANDRES TORALES GAMARRA

Desde que tuvo apenas 12 años lo empezaron a dejar sólo en la casa, a cargo del campo.
El recuerda, especialmente, la vez que salieron de paseo a Mar del Plata. “Los peones tenían
que juntar montón de leña para hacer carbón. Pilas bien altas, de 3 metros por uno. El gringo
iba y cuando encontraba a la gente tomando tereré se enojaba. ‘¡¿Qué están haciendo ahí?! ¡A
cortar madera! ¡Vayan, rápido! Y éstos a propósito lo hacían. No les importaba quedarse hasta
las 5, 6 de la tarde. Tomaban mate, descansaban… Cuando volvió de Mar del Plata fue a ver a
la peonada y eran las 2 de la tarde y no había nadie. ‘Qué hiciste che ra’i’, me dice. ‘¿Por qué?
¿Qué pasó?’. ‘Que no hay nadie’. Entonces yo me animé. Nunca le había querido contestar.
Pero ese día no sé de dónde saqué la fuerza y le dije ‘usted es muy hincha pelotas’. ‘¿Cómo?
¿Qué me dice? ‘Sí –le digo—. Es muy hincha pelotas’. ‘Ellos tienen su tarea y siempre la cum-
plen. ¿Entonces por qué no los deja tomar tereré?’. A mí me habían venido a preguntar: ‘pa-
troncito: ¿podemos tomar tereré?’, y yo les dije que sí y entonces se fueron, tranquilos y ya
iban a volver a trabajar”.
Andrés era un capataz precoz en ese vasto campo formoseño. Se recuerda al galope so-
bre una pampa de 10 o 15 kilómetros de largo. “Pachoncito” lo llamaban. Su responsabilidad
era bien grande. Eran cerca de 200 personas trabajando. Carbón de leña, ganado vacuno, algo-
dón. Se producía de todo en el campo de los italianos.
Cuando después de 12 años se apareció la madre biológica, Andrés estaba de novio con
una peoncita de 16. Los patrones ya le habían destinado una porción importante de tierra. El
chico estaba comprometido. Iba a casarse. Pero apareció esa señora y su destino dio un giro
abrupto, inesperado. “Me fui a hacer el servicio militar porque si no me iban a tomar de
desertor y yo no iba a poder volver nunca a Asunción”.

Viejita

z Allá por el 60 fue que Andrés empezó la colimba en el árido Chaco paraguayo. Por
entonces Ivanka y su familia desembarcaban en Argentina, procedentes de Eslovenia. Pasa-
rían 4 años hasta que sus historias confluyeran sobre el mismo cauce.
“Siempre fue muy desenvuelto”, dice Ivanka, y explica que por eso hizo buenos amigos
y cosechó recuerdos gratos de la colimba, a excepción de los que dedica con insultos suaviza-
dos a aquel coronel de caballería que era el más de los peores. Andrés cumplió la mayor parte
de su servicio como cocinero responsable de la alimentación diaria de más de 200 soldados. Y
Su historia migratoria
comenzó en Asunción,
cuando tenía 5 años. Su
madre se las rebuscaba
entonces vendiendo
comidas al paso en el
Mercado 4 y “la
situación de la familia
siempre ‘era brava’”.
“Los reyes magos me
dice que mal no la pasó. Se las rebuscaba para trocar la ver- regalaban un pito de
dura que producía en los cuarteles con los feriantes del pue- lata. Por qué si yo me
blo, para preparar a los camaradas un menú más variado portaba bien no recibía
que los acostumbrados guisos de legumbres. Pero cumplió un autito como el resto
con el servicio y se quedó en el pueblo. de los chicos. Para mí
“Y sí –anticipa—. Me quedé por mi viejita”. Fue por eran injustos”.
otra mujer que Tito se quedó por los cuarteles. En el camino
que conducía a Ivanka, de la peoncita prometida en el campo de la infancia el desenvuelto che
ra’i pasó a cultivar un amor más maduro. De servir al ejército, pasó a manos de su “viejita”.
Andrés conserva un acento divertido y es un tipo afable. Un interlocutor alegre. Es en
esta parte del relato cuando más despliega su histrionismo y desata las risas de todos. Ya venía
preparando el tono. Sabía que la pregunta llegaba. Hizo las pausas debidas.
-Y la viejita…
-…
-¿Cuántos años tenía?
-… cincuentai… ocho.
Casi se saltan los tornillos del marido y la mujer que se ríen a coro. Son pareja, amigos y
cómplices. Se ríen fuerte.
-…y bueno. ¡¿Qué?!
Se ríen lindo.
-Si no había chicas en el pueblo…
Como se debe reír.
-Y ni te cuento cómo se las arreglaban los otros colimbas...
-¡Ay Tito! No cuentes eso.
Entonces Andrés vuelve a lo de doña Ezequiela. “Y no era que tuviera plata la viejita.
Trabajaba ahí en los cuarteles para un general. Por eso fue que yo me puse de novio y cuando
salí me quedé con ella, un año más, ahí en el pueblo”.
El mediodía llena las ventanas de luz. La hilaridad en torno a la mesa familiar se diluye
lentamente. El sol oblicuo acaricia la casa de bloques, castigada por el salitre, en el barrio Juan
XXIII. Es invierno y hace frío en Comodoro Rivadavia.
A cuento de Andrés y su viejita, de los colimbas y los instintos sofocados, Ivanka reflexio-
na sobre el tiempo, el cambio de costumbres que se produce a su paso, los hechos velados a las

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482 El Libro de los Pioneros

LOS PARAGUAYOS / ANDRES TORALES GAMARRA

nuevas generaciones, de las cosas que ella misma se enteró hace apenas 10 años sobre su
propia historia familiar y las atrocidades de la segunda guerra mundial que empujaron al mar
a la suya y tantas otras miles de familias europeas.
Andrés cuenta que se terminó separando de aquella señora amenazado por sus celos
enfermizos. Una mañana ella despertó sobresaltada, como después de haber sido poseída y de
pronto le dijo: “anoche soñé que te mataba”. El “no andaba en nada raro” y dejó que su instin-
to de supervivencia lo guiara. Apenas la Ezequiela se fue de la casa, agarró sus pocas cosas y
corrió a la ruta. Cuerpo a tierra, escondido de la viejita que alarmada se apareció por la parada,
Tito esperó que a la madrugada saliera el primer camión a Asunción.
“¡Acá me llevo a tu macho Ezequiela!”, le gritó a la pobre viejita el camionero, cuando
pasaron frente a la casa. Fue un amorío conocido por todos en el pueblo. En la misa las doñas
miraban de reojo a los tórtolos. El tenía apenas 18. Ella lo llevaba todos y cada uno de los
domingos a cumplir el deber de los buenos cristianos. Para él era una condición. Sin misa no
había cine.

Impresionante

z Escapado de la doña, en Asunción Andrés recaló en casa de su madre hasta que su


hermano mayor, el músico Fernando Gamarra, desde la lejana Patagonia argentina lo llamó
para contarle lo dulce que estaba esta ciudad. Era el “boom”. Frondizi había abierto el merca-
do a las compañías extranjeras. Se había desatado el furor de la explotación petrolera y a
Comodoro sacudía un enorme movimiento de capitales y de gente. Gamarra llevaba su exclu-
sivo espectáculo por los boliches que proliferaban en la ciudad. No había otro arpista en Co-
modoro. Era el año 1962.
Cosechando maní, mandioca y changueando como albañil Tito juntó la plata para el
colectivo. Llegó de madrugada. Dormida, la ciudad roncaba. “¡Había un viento! Llegué a las 4
de la mañana. ¡Un viento impresionante había! Volaban papeles, ramas, de todo. En ese tiem-
po sí había viento. ‘¡¿Esto es Comodoro?! Pero la repu…’. ‘¡Hola hermanito!’, me vino a saludar
mi hermano. ‘Hola’, le digo yo. ‘Prestáme plata’. ‘No, no tengo un mango hermanito. ¿Para
qué querés?’. ‘Acá yo no me quedo. Me vuelvo a Paraguay’”.
La ciudad le causó una impresión terrible. Enseguida le pareció que un viento así sería
insufrible por más de una mañana. Apenas puesto un pie en tierra pensó volver, pero se
quedó. Y acá sigue. “Me fui acostumbran-
do, de a poquito, de a poquito. Conseguí mi
primer trabajo en el Automóvil Club y me
fui quedando, quedando. Y después encon-
tré el oro. ‘A qué viniste a Comodoro’. ‘A buscar trabajo’, digo. ‘Y
encontré a mi señora: que es una mina de oro’”.
A menos de 15 días de llegar Andrés encontró trabajo en el ACA. Se convirtió en playero,
expendedor de nafta en la estación que perdura en Dorrego y Alvear, que entonces también
tenía estacionamiento. De un hospedaje pasó a una casita en Dorrego y Alem. Entró a Gas del
Estado como recorredor en menos de un año. Trabajó hasta el 66 y entró a una distribuidora
mayorista: la Fraccionadora 22. En camión, haciendo reparto de todo tipo de mercaderías,
conoció los pueblos dispersos sobre la Cuenca del Golfo y su labor de chofer lo condujo hasta
Ivanka.

Los Iracundos

z Desde calle San Martín se abría el pasillo que conducía a LU4 y a la oficina vecina de un
reconocido productor de espectáculos. La hermana mayor de la gringa trabajaba de secretaria
y Andrés hacía de chofer para el mismo empresario, llevando por los pueblos de la zona a los
artistas contratados. Para hacer tiempo hasta volver a su casa en Rada Tilly, esa tarde la adoles-
cente eslovena fue a la oficina donde trabajaba la hermana, después de sus clases en la acade-
mia donde estudiaba corte y confección. Andrés la vio en la oficina y ya no pudo borrarla de
sus retinas. Ivanka tenía 16 años.
El patrón de su hermana la contrató para la recepción del público que asistiría al recital
de Los Iracundos, en el Club Petroquímica. El espectáculo fue lo de menos. Toda la atención
de Andrés se concentró en ella. Esperó el baile con ansiedad y cuando la música empezó a
sonar no perdió tiempo. Ni las diferencias culturales. Ni la edad, ni la estatura lo amilanaron.
La gringa era más alta, era más joven, y era tan linda. La sacó y bailaron. Él hizo bromas y
rieron. Ese primer encuentro entre la esbelta eslovena y el paraguayito prologó un romance
fervoroso, imprudente como todo romance que se precie.
Ivanka recuerda que Andrés andaba en una Zanella 125, un vehículo no del todo
adecuado para visitar novia en Rada Tilly. La ida no era el problema. Lo difícil era la vuelta. La

El Libro de los Pioneros 483


484 El Libro de los Pioneros

LOS PARAGUAYOS / ANDRES TORALES GAMARRA

pendiente a la salida de la Villa era entonces empinada en serio y la moto no tenía fuerza
suficiente. Fueron días de intentos fallidos y remolques varios. Los amantes, ya abuelos, de
nuevo ríen a dúo.
Cuando se casaron ella tenía 17, él 24, y compartían el mismo “apuro”. Habían estado
juntos 6 meses. Ella había llevado su noviazgo en secreto y entonces, cuando el volumen de la
panza se impuso, Andrés debió presentarse al suegro para darle varias e impactantes noticias
simultáneas: que era el novio de su hija, que la quería como esposa y que era el padre de un
nieto por venir. El esloveno casi lo mata.
Ivanka llamó a su hermano con urgencia. Sólo un intermediario celestial podía pacifi-
car a un padre tan “bravo”, celoso y enfurecido. “Era muy, muy bravo”, recuerda Ivanka.
Entonces el “curita” en formación vino desde Buenos Aires apenas pudo. “Yo crío al nieto. Yo
crío al nieto”, refunfuñaba enfurecido el suegro, que del yerno paraguayo no quería saber
nada: ni comprometido, ni casado, ni nada. “‘Nada menos que con un paraguayo. ¡Un sinver-
güenza!” le enrostraba a Ivanka su viejo, que conocía a algunos de esos que son trabajadores,
pero también amantes golondrina. Sentía horror. Temía que este buen paraguayo hiciera
infeliz a su pequeña.
Pero Andrés recibió la bendición del cuñado, Mario Vidmar –que cuando transcurre esta
entrevista es el párroco de la Catedral de Comodoro—, y entonces al suegro no le quedó más
que aceptarlo, aunque sea por respeto al “curita” y a su tamaña representación diplomática.
Ivanka transcurría el séptimo mes de embarazo y el papá, que al fin se permitió conocer al
novio, dejó que su furia menguara progresivamente, hasta que aflojó al punto de cederle a la
pareja una casa en Rada Tilly, para que el bebe tuviera cobijo seguro sus primeros tiempos.
Entonces llegó el primogénito, con un pan bajo el brazo. Andrés entró al petróleo y
pudieron venir a Comodoro, otra vez a alquilar la casita de Alem y Dorrego. Cuando el más
grande tuvo 3 años nació Mario, el segundo de los hijos. La familia se mudó a Punta Alta,
provincia de Buenos Aires, por el trabajo de Andrés en una empresa constructora, y allá estu-
vieron otros 3 años. De vuelta en Comodoro Andrés volvió al petróleo y en el Sindicato trabajó
como protesorero. Durante la crisis internacional pasó a manejar colectivos por un tiempo,
hasta que entró a la Municipalidad en 1984. Empezó en el Mercado Regional, pasó a la Biblio-
teca, más tarde estuvo en Saneamiento Ambiental y finalmente en Apertura de Calzadas. Se
jubiló en 2007.
Andrés fue un ferviente militante y participó activamente de las campañas que senta-
La ciudad le causó una
impresión terrible.
Enseguida le pareció
que un viento así sería
insufrible por más de
una mañana. Apenas
puesto un pie en tierra
pensó volver, pero se
quedó. Y acá sigue.

ron a Mario Morejón en el sillón de la calle Moreno. “Yo cuando tenía 11 años me hice peronis-
ta y de boca”. Rasgos tan distintivos del ser argentino lo llenan de orgullo. “Siempre le gustó la
política –dice Ivanka, como quien se lamenta—. Yo le digo: ‘como te gustan los quilombos’”.
Pero “la política no es mala –le replica Andrés, con cariño—. Los que se equivocan son las
personas”.
En 1986, quince años después del nacimiento de Mario, Ivanka volvió a quedar embara-
zada. A Andrés le llegó la nena: Ivana. Con dos hijos adolescentes, la crianza de la pequeña fue
lúdica y relajada. Era tan dócil. Casi no se escuchaba. Hoy la nena tiene 25 y un noviazgo
bastante comprometido. “Todo llega en la vida”, piensa Andrés, que es suegro, y se guarda los
comentarios.

Casas

z Ivanka, Andrés y el mayor de los hijos viven en la casa construida sobre el lote al que
accedieron en el 70, después de 3 años de trámites y muchas puertas golpeadas. Por entonces,
este sector que hoy está densamente urbanizado era un gran descampado. Muy cerca se cria-
ban chanchos y hasta había un horno de ladrillos. En el 74, la casita de chapa que levantaron
tuvo lo mínimo para cobijar a la familia y allá fueron. La amplia casa de material fue crecien-
do de a poquito.
Andrés Torales es uno de los socios fundadores de la Asociación de Residentes Paragua-
yos. En 2001 asumió la presidencia. Ivanka es la secretaria. Desde entonces logró cumplir el
viejo anhelo de un terreno para la sede propia, en Chile y Aníbal Arcioni. Los trámites por
ayuda oficial para la construcción están en curso.
En el verano del 71 Andrés viajó al pago con su hermano Fernando por primera vez. Y
en familia, cuando todavía eran 4, volvió a Paraguay en 1980. En 2005 fue solo, representando
a la colectividad y en diciembre de 2008 volvió para reunirse con la familia. Llegó el 24 a las 3
de la tarde. Estaban todos los hermanos esperándolo. Todos. Los hijos de la madre y los del
padre. Fue una experiencia memorable. Andrés se reconoce “muy llorón” y aquella vez tuvo
emociones de sobra. Sobre la mesa kilométrica, cargada de comensales, uno de los sobrinos
pidió la palabra y agradeció en nombre de todos que el Torales Gamarra de la Patagonia estu-
viera ahí, después de tantos kilómetros recorridos. El tío empezó a llorar y apagar el llanto le
duró varias rondas de abrazos.

El Libro de los Pioneros 485


486 El Libro de los Pioneros

LOS PARAGUAYOS / ANDRES TORALES GAMARRA

“Busca una patria: el prójimo. Busca un oficio: el amor. Busca una compañía: el corazón
de los demás. Ama. Y yo te aseguro que le encontrarás sentido a tu vida”. La frase de San
Agustín está grabada en una especie de papiro. Cuelga bajo algunas fotos familiares, en una
de las paredes de la casa de Andrés, que sabe que patria es más que el suelo. Porque patria,
según entiende, también es la gente y sus sueños. Por eso también cree que es una forma de
hacer patria el trabajar por su colectividad, en tierra prestada.
“Allá no hay trabajo y quién es el culpable. El gobierno. Toda nuestra gente que viene,
viene a buscar trabajo y un porvenir para su familia. No es que vienen de turistas. Vienen a
trabajar”. Para eso es que vino él, que acá encontró su mina de oro entre tantos otros motivos
de agradecimiento.
“El himno paraguayo no lo sé –dice—. Pero canto el himno nacional argentino con mu-
cho orgullo”. De la infancia no se le borran otras canciones. La voz de la madre acunándolo en
la hamaca vuelve a él de pronto. Cantado en guaraní, el arrorró suena muy dulce. El che ra’i
todavía entiende y habla el idioma originario de corrido y su español tiene esos característi-
cos matices. El sueño vence al niño mientras Andrés recita en voz muy baja, para sí, las pala-
bras de su madre.

Patrona

z La virgen de Caacupé es la patrona de Paraguay. Hay una imagen de ella en esa salita
de la casa que une la parte vieja con la más nueva. Hasta que la sede de la colectividad esté
terminada, la estatuilla permanecerá ahí, rodeada por estampitas de varios santos: San Expe-
dito, San Cayetano, Ceferino Namuncurá. A todos ellos, cada tanto los Torales Vidmar encien-
den una vela. La eslovena y el paraguayo les piden salud para los parientes lejanos, salud para
los parientes cercanos y les agradecen la vida, y el amor que comparten z
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488 El Libro de los Pioneros
Capítulo XVII

Los brasileros

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490 El Libro de los Pioneros
E
s una de las migraciones más recientes a la ciudad y su entorno.
Si bien se registran datos de inmigrantes brasileños entre las
décadas de 1920 y 1950 como trabajadores de la actividad
petrolera, se trató de casos muy esporádicos y numéricamente poco
relevantes. A su vez el boom petrolero de los años 60 promovió la llegada
de otros inmigrantes de este origen a Comodoro Rivadavia.
Sin embargo el número de esta comunidad en la ciudad aumentó en los
últimos años sin constituir un conjunto cuantitativamente relevante al
nivel de otras colectividades procedentes de países limítrofes. En muchos
casos se trata de individuos que llegan a la zona producto del traslado
(propio o del cónyugue) por actividades laborales en empresas petroleras
y de servicios afines al sector.

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492 El Libro de los Pioneros
LOS BRASILEROS

Reseña histórica

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494 El Libro de los Pioneros
RESEÑA HISTORICA

Los Brasileros

L a Asociación que aglutina a los brasileros y sus descendientes en Comodoro fue fundada
el 2 de junio de 1997, con el fin de aunar voluntades para divulgar la cultura, las costum-
bres, y la popular alegría de ese país.
La colectividad cuenta con cuerpos de baile, la batería Rainha Conce, el grupo de pagode
Escravos da Alegría, grupo de música de capoeira Berimbau dos Ventos y participa en todas
las actividades organizadas por Federación de Comunidades Extranjeras.
Esta asociación se propone también acompañar, dar apoyo y orientación a todo compa-
triota que visite la zona (atletas, travesías, turistas). Si bien la inmigración brasilera e Comodo-
ro no fue numerosa, ya en la década de 1920 se tiene conocimiento de trabajadores de esa
nacionalidad en los yacimientos petrolíferos de la ciudad. Han pasado por la institución, so-
bre todo, mujeres inmigrantes brasileras casadas con argentinos dedicados a la actividad pe-
trolera o pesquera, y su residencia en la ciudad es por un corto periodo.
En los últimos años se acercaron a la colectividad muchos jóvenes bisnietos o tataranie-
tos de brasileros radicados a principios del siglo XX en la zona de la cordillera chubutense.

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496 El Libro de los Pioneros
LOS BRASILEROS

Personalidades

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LOS BRASILEROS / ELENA MATHIAS MOREIRA

Elena ríe

A llá donde nació Elena Moreira Mathias filha era bastante común que nacieran mandata-
rios. Joao Goularte, por ejemplo, y hasta Getulio Vargas. Pero a ella, que también nació
en Sao Borja, poco le interesa encumbrarse en Brasilia. Tiene más dotes artísticos que voca-
ción de mando y como es más alegre que coqueta, finge haberse ofendido por la pregunta. Se
ríe. Después responde.
Nació el 30 de octubre de 1958 en Brasil, en Río Grande do Sul, un lugar que del corazón
no se le desprende. “No podría olvidar los colores y aromas de mi tierra ¡jamás! Los tengo muy
presentes en mi memoria. El dorado de sus arenas, la calidez de sus ríos, mares, cascadas, y el
verde de mi amado pago, Rio Grande do Sul. Ese verde intenso, que tengo grabado en mi
retina. Por otro lado, la alegría de mi gente, su ritmo y cadencia, dulce bálsamo para mis
oídos”.
Ahora está en Córdoba visitando al hijo mayor y relajada escribe el mail que continúa la
plática. A ritmo de cursada había transcurrido esta entrevista, entre clase y clase de Elena, que
es profesora de portugués en el Salón Luso y la Universidad. Era invierno en Comodoro y
Elena lucía un atuendo entre ocres y negro.
Contó que su mamá llevaba el mismo nombre y por
eso lo de “filha”. Aunque en realidad la mamá llevaba el nom- Perfil
bre con H: Helena Moreira. Su papá se llamaba Ruy Da Luz z Elena Mathias Moreira nació en
Mathias. Tiene una hermana menor: Elaine; dos mayores: Sao Borja, Río Grande do Sul,
Joao Fernando y Marlene; y también María, a la que quiso Brasil, el 30 de octubre de 1958.
primero como a una hermana, después como a una madre. Fue y vino entre Brasil y Argentina
Era hija de la mujer que trabajaba en su casa. Lavaba la ropa por amor y trabajo desde que
de la familia. conoció a su marido, Fernando
Era mulata la mayor de todos los hermanos. “Mamá Miguel, a fines de los 70. Tiene
un día le preguntó si se quería quedar a vivir en la casa con tres hijos varones y a Brisa, su
nosotros y dijo que sí y se quedó. Su familia era muy pobre”. primera nieta. Es artista y
A Elena le gustaban el cabello, su son y su forma de ser. La profesora de Portugués. Está
última vez que la vio, María se había convertido en partera y radicada en Comodoro desde
ya llevaba blanca su cabellera mota. fines de los 80 z

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500 El Libro de los Pioneros

LOS BRASILEROS / ELENA MATHIAS MOREIRA

Saudade

z “Recuerdo las cabalgadas por los campos, con mis hermanos y mis padres, dulces re-
cuerdos grabados para siempre en mi memoria. También los baños en el río Uruguay con la
familia, tíos y primos en esas calurosas tardes de verano”. Elena escribe desde el sofocante
enero cordobés. “Del otro lado se avistaban a lo lejos las márgenes del río en el lado de la
Argentina, un pequeño puerto con muchos barcos que cruzaban sus aguas, llevando y trayen-
do pasajeros y mercaderías de Brasil a la Argentina, y viceversa. Actualmente hay un puente
que cruza el rio, los barcos siguen estando, pero ya es todo más moderno. La tierra roja, el
calor, la humedad, el río con sus aguas cálidas, de un color castaño claro, siguen igual. El
paisaje es muy bello. Puestas de sol y amaneceres, vi muchos y muy bonitos, en el mar, en las
montañas y en las campiñas, pero no hay nada más hermoso que el sol reflejado en esas aguas,
con una moldura de tierra roja, arboles muy altos y ramas inclinadas hacia el río, tocando sus
aguas, en una suave caricia”.
Elena enseña su idioma natal. El ejercicio constante mantiene viva una alegre cadencia
en su castellano. Tiene eso de los vecinos del norte que se expresa en el ánimo y en el ritmo. Es
desenvuelta como mucha de la gente de escenarios. Se divierte contando.
Cuenta que en Sao Borja se crió “en una casa linda, grande, con un patio con cocoteros”,
y terminó la primaria en una escuela religiosa, sólo para chicas. “Pero eran copadas las mon-
jas”, aclara y repasa risueña su atuendo: pollera con tablas, azul; las medias tres cuartos blan-
cas, las rodillas apenas asomadas.

Música

z Sobre el final de la primaria con un par de amigas formó una banda. Dice que tocaba la
batería. Por entonces en Brasil había un grupo que hacía temas de los Beatles en portugués y
eran furor. “A nosotras nos encantaban. Además yo era pésima para el inglés”. Montada a esa
particular formación de tres niñas en batería, marimba y piano la pasaba bien. Fantaseaba
con una carrera y un público. Elena descubrió eso que sólo vuelve a ofrecer el escenario a los
artistas.
En la escuela también se aplicaba a la música. Había una banda en la que ella tocaba el
pífano. “Esa especie de flauta de maderita”. También hacía guitarra y piano con profesores
particulares. Hace poco retomó sus estudios. Vuelven a vibrar en ella los sonidos de la infan-
cia.
“Ai que saudades que eu tenho –recita elena desde su estancia mediterrânea—, da aurora
da minha vida, da minha infância querida, que o tempo não volta mais. (Ay, qué nostalgia que
siento de la aurora de mi vida, de mi infancia querida, que el tiempo no vuelve más)”.
El sur de Brasil, según dice Elena, es más diverso en músicas del mundo. La capital del
samba es Rio. En Porto Alegre se escucha de todo. En Sao Borja, a orillas del Río Uruguay, se
mezclaban inmigrantes y descendientes, sobre todo de europeos. El abuelo paterno de Elena
era alemán. Todos en la familia materna, portugueses.
Pero cuando Elena hizo la primaria, niñas negras todavía no había en la escuela de
monjas de Sao Borja, y había todavía clubes para negros y clubes para blancos, según recuer-
da. “Y dicen que no hay racismo en Brasil. Pero sí hay. Siempre hubo y lo va a haber. En todos
los lugares donde hay distintas razas hay racismo. Siempre hay alguien contra quien poner la
bronca, la locura”.
Ella se mudó para hacer la secundaria a la gran capital de Río Grande Do Sul. Ahí ya
estaba su hermana, también estudiando. En la enorme Porto Alegre se hospedó en una

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502 El Libro de los Pioneros

LOS BRASILEROS / ELENA MATHIAS MOREIRA

pensión para chicas y un año después el padre les compró un departamento, donde vivió con
sus hermanas y una empleada hasta recibirse de Licenciada en Comunicación Social.
Ya de pequeña visitaba la gran metrópolis con bastante frecuencia, a 8 horas de viaje.
Pero no eran alegres algunas de esas visitas: las que hacía para encontrarse con la mamá enfer-
ma, que luego de varias internaciones falleció. Elena tenía 12 años. “Fue una locura total”. Esa
sensación de vacío vuelve a erizarle la piel. Se perturba su semblante. “Estaba como perdida”
y así entró en la adolescencia. Pero por suerte estaba María. En ella encontró compañía mater-
nal y consuelo. Ella cuidaba amorosamente de los hermanos mientras el padre trabajaba.

Danza

z Joao Fernando es el mayor. Elena es dos años menor que Marlene y le lleva cinco a su
Elaine, pero fue la que por más tiempo disfrutó ser la mimada del padre. A ella le gusta decir-
lo, y recuerda también con agrado que su madre pintaba y que tal vez a ella deba su sensibili-
dad artística.
El papá tenía un campo. Cansado de perder cosechas se dedicó al ganado y aprovisiona-
ba sus propias carnicerías. Una avenida atravesando su tierra lo hizo virar a otro negocio y se
convirtió en el operador inmobiliario de su propio loteo. Cuando Elena llegó a vivir a Porto
Alegre él ya había formado una nueva pareja, con quien daría a luz a la menor de las herma-
nas. Otra vez en un colegio privado, religioso, pero mixto. Si estas monjas eran más o menos
copadas que aquellas no lo sabemos.
“Danzar no es levantarse sin esfuerzo como una mota de polvo en el asiento –dice Jala-
luddin Rumi en ‘La improvisación’—. Danzar es alzarse sobre ambos mundos, haciéndose
pedazos el corazón y entregando el alma”.
De garotinha tocaba música. Ahora empezaba a reconocer el placer de la música en el
cuerpo. Estudió clásico en una academia, con una inmigrante rusa llegada a Brasil escapando
de la segunda guerra mundial. Había sido la primera bailarina de Leningrado. “Era una capa
la señora”, dice Elena, y recuerda su nombre para honrarla: Marina Fedosteieva. Elena cono-
ció la danza y la sensación del espíritu elevándose más allá del cuerpo entregado al sonido.
También estudió danza jazz y danza contemporánea y llevándola con ella, al principio
forzosamente permitió que Elaine, su hermana menor, descubriera su propio gran talento.
“Danza donde puedas partirte en pedazos y abandonar totalmente tus pasiones munda-
“No podría olvidar los
colores y aromas de mi
tierra ¡jamás! Los tengo
muy presentes en mi
memoria. El dorado de
sus arenas, la calidez de
sus ríos, mares,
cascadas, y el verde de
mi amado pago, Rio
Grande do Sul. Ese
nas –dice el gran poeta persa—. Los hombres de verdad dan- verde intenso, que
zan y giran en el campo de batalla. Danzan en su propia san- tengo grabado en mi
gre, cuando se entregan. Baten palmas cuando dejan atrás retina. Por otro lado, la
las imperfecciones del sí mismo, danzan. Sus trovadores to- alegría de mi gente, su
can música desde adentro, y océanos enteros de pasión ha- ritmo y cadencia, dulce
cen espuma en las crestas de las olas”. bálsamo para mis
oídos”.
Teatro

z Elena amaba danzar y sentía, sabía que el arte la completaba. Pero al terminar la secun-
daria, a la sombra de su hermana en carrera profesional y bajo la mirada expectante del padre
protector, se sintió obligada a formarse para un trabajo de esos que la sociedad alienta. Eligió
comunicación social, como un camino intermedio entre el reconocimiento académico y la
posibilidad expresiva.
Fue a la Pontificia Universidad Católica y en paralelo cursó estudios de actuación y par-
ticipó como actriz profesional en producciones para adultos e infantiles, con distintos directo-
res. Entre ellos eligió reconocer a Sergio Ilha. Interpretó a Margarita en el Fausto de Goethe y
participó en “Vida y muerte de Braz Cubas”. También hizo “La Cenicienta”, “Porque la tierra
paro” y “El mono y la estrella”; “Los saltimbancos” y “Gota da gua”, con música de Chico
Buarque. Prefería el teatro para niños y sobre todo el musical. También se había entrenado
para cantar y bailar y en este género se sentía cómoda, respondiendo a las exigencias de una
actriz completa.

Brasil-Comodoro-Brasil

z En los años de universidad, Elena se veía en Porto Alegre con Samuel, un conocido que
alguna vez había estado de paseo por Argentina, que había conocido por allá a un tal Fernan-
do, de una tal ciudad de Comodoro Rivadavia. “Espero que me visites en Porto Alegre”, se fue
diciéndole y le dejó sus datos. Y ese tal Fernando le hizo caso cuando tiempo más tarde se
lanzó a conocer Brasil. Viajó a Porto Alegre, fue a visitarlo y así llegó a Elena.
Se vieron. Se conocieron. Se enamoraron.
Pronto Fernando trajo a su chica brasilera a conocer a la familia y a ella la familia “tuto

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504 El Libro de los Pioneros

LOS BRASILEROS / ELENA MATHIAS MOREIRA

bom”, pero Comodoro… “un horror. Todo gris, todo viento, sin árboles”. Era febrero y Elena
necesitaba abrigo.
Fernando dobló la apuesta. Estaba estudiando arquitectura pero Buenos Aires quedaba
demasiado lejos de su amor carioca, así que decidió cambiar de país, dejar la Universidad y
aunque debió tomar todavía más distancia de su familia: se fue con ella.
Elena se ríe todo este capítulo. La juventud y sus arrebatos. Ella lo estimulaba a seguir
los estudios. Creía posible que viajaran para encontrarse periódicamente, en Porto Alegre o en
Buenos Aires. Pero no era tanto el cariño de Fernando por su carrera, así que el hombre dejó
fluir su impulso romántico y se mudó a Brasil.

Hijos y viajes

z Elena recuerda lo gracioso que le resultaba a ella y sus amigos el portuñol del galán
argentino. Se reían mucho. Pero Fernando empezó a ayudarla a transcribir a máquina sus
informes para la Universidad y aprendió rápido. Haciendo traducciones se la rebuscaría en
Brasil un buen tiempo.
Elena es fresca, divertida. No recuerda el año de su casamiento y no le interesa. “A mí no
me importan las fechas –dice—. Lo importante es aquí y ahora. Pero la gente pregunta…”. Sí
sabe cuándo nacieron sus hijos y entonces hace las cuentas y concluye que lo suyo con Fernan-
do, eso del casamiento, fue en 1979.
“No podemos vivir del pasado, el presente nos reclama, la vida es aquí y ahora, el futu-
ro, una incógnita”, escribe Elena, y recuerda esos versos de Geraldo Vandré que decían “a
gente quer ter voz ativa no nosso destino mandar, mas eis que chega a roda viva y carrega o
destino pra lá. Roda mundo, roda gigante, roda moinho, roda pião, o mundo estancou num
instante, nas rodas do meu coração”.
A Elena y Fernando les hubiera alcanzado con una cena entre amigos, en una playa, a la
luz de una fogata. Comer y beber. Bailar y reír. Pero siempre está de por medio la cuestión de
la familia y las tradiciones y el deber de un fiesta como corresponde sobre el gusto de festejar
porque sí. “¡¿Cómo que no va a haber fiesta?!”. “Pero mejor dame la plata y nos vamos de
viaje”, le proponía Elena al padre, que claro, no aceptó, y se terminó decidiendo un casamien-
to doble. Fernando y Elena disfrazaron de traje y vestido blanco su bohemia y se acoplaron
con banda de amigos a una fiesta de casamiento en el que era por entonces uno de los salones
más lujosos de Porto Alegre, el
del Palace Hotel. Allí Elena y su
hermana festejaron al unísono
su casamiento con sendos no-
vios. “Careta” la fiesta, “pero linda”.
Casada siguió sus estudios y terminó la carrera embarazada. Elena cuenta que “Lisan-
dro fue hecho allá y nacido acá. Querían ver la panza-querían ver la panza-querían ver la
panza, así que vinimos y no me dejaron volver en el avión”. Estaba a un mes de parir.
De cuna comodorense, el primero de sus hijos nació en 1981. Ahora estudia contabili-
dad en Córdoba. Es cinturón negro de taekwondo y toca el saxo. Cuando tenía seis meses,
Elena y Fernando lo trajeron de vuelta a Brasil. El padre de Elena quería tenerlos a todos
juntos. Les compró un piano bar para que Fernando trabajara con Elaine y con Paulo, esposo
de otra de las hermanas.
Pero ese no era un paño de su gusto, así que vendieron su parte del negocio y se volvie-
ron a Comodoro a los dos años. “Nando” se puso a trabajar en la panadería de la familia
materna, “La Rosarina”, y entonces “Luciano fue hecho y nacido acá”, en 1984. La madre dice
que es el menos brasilero de los tres pero es al que más le gusta Brasil: la danza, la música y el
idioma. Se preparó y da clases de portugués para principiantes. Cursa una tecnicatura en la
Universidad local. Estudia flauta traversa y ya empieza con la trompeta.
“Vos no sabés las casas que yo hice y deshice: mil veces”. Con Luciano chiquito mudaron
de vuelta a Brasil y finalmente, cuatro años después, Adrián nació en Florianópolis, en 1988.
Pero otra crisis sacudió al país vecino. La actividad se paralizó en la inmobiliaria donde
trabajaba el marido. Elena sufría su trabajo de periodista en un diario. Luciano no quería
saber nada de quedarse en la guardería. No tenían parientes en Floripa. Además su vocación
era otra y no quería que su ocupación principal dejaran de ser los chicos. No duró mucho en el
trabajo y tampoco mucho más la familia en Brasil. Volvieron a desembarcar entonces en Co-
modoro los Miguel Mathías. O los Mathías Miguel, según de qué lado de la frontera se los
mire.
“En un principio me sentí como ‘sapo de otro pozo’. El esfuerzo por adaptarme a esta
nueva vida fue muy intenso y por momentos muy doloroso. Dejé mi tierra por amor. Para
empezar otra vida, para vivir nuevas costumbres y una nueva cultura. Por amor”.
Adrián, que entonces tenía un año y medio, ahora estudia Profesorado en Educación

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506 El Libro de los Pioneros

LOS BRASILEROS / ELENA MATHIAS MOREIRA

Física. “Es el más brasilero, hecho y nacido, pero es el más argentino, porque es el que se crió
acá de más chiquito”. Elena dice que juega bonito al fútbol y es cinturón azul de taekwondo.
Como sus hermanos, también habla fluidamente el idioma de la madre.
“El esfuerzo por adaptarme, tratar de ser feliz y hacer feliz a mi familia, que es mi tesoro
más preciado, muchas veces me dibujaba una sonrisa en la cara mientras mi alma lloraba.
Pero de eso se trata la vida –escribe Elena—. Sufrir y reír, perder y ganar. Sobre todo de amar.
Amar mucho. Sin amor todo es inútil. Uno trata de vivir y disfrutar los momentos felices, para
que queden en un rinconcito de nuestra memoria y nos den aliento en los momentos difíci-
les”.

Colores

z “Ahora se me pasó la locura, pero antes, si llegaba el verano y no iba para allá me
moría. Me desesperaba por volver. Por el lugar, por mis hermanos, por la playa, por el calor.
Ay... Me moría”. En todos los años que lleva en Comodoro no suma más de dos zambullidas en
esta parte gélida del mismo Atlántico. La primera vez fue forzosa, en Rada Tilly. “Me tiraron
los chicos. Casi me congelo…”. Sobre la segunda el lector tendrá que preguntarle, porque aho-
ra se queda callada escuchando la puerta. Un hombre está abriendo. “Ahí está Nando: mi
maridu”, dice y se levanta para besar al esposo, que llega a las aulas que hay encima del Salón
Luso donde juntos enseñan portugués.
El verano llega y el 2012. Elena y Fernando rumbean al norte. Pero no a Brasil. Se van a
Córdoba. Desde allá Elena continúa con esta charla por vía electrónica. Pega versos de cancio-
nes al correo. “Eu preciso te falar, te encontrar de qualquer jeito. sentar y conversar, depois
andar de encontro ao vento”. A Nando le escribe desde el Corazón de la Argentina, donde
mora el primer hijo: “a mi amor y mi compañero de toda la vida, con quien el 21 de diciembre,
cumplimos 32 años de casados, solo puedo decir ¡Gracias! Principalmente por la paciencia y el
respeto. Y por sobre todo, por ser el mejor y el más compinche de los padres, con nuestros
hijos”.
Le gusta la Negra Sosa a la brasilera. Le dedica una canción que ella hacía del Paz a su
compañero: “cuando yo te abrazo, no te abrazo sola, te abraza conmigo una eternidad, te
abrazan los valles, las montañas y los vientos, las olas del rio y el color del mar. Cuando yo te
abrazo no te abrazo sola, azúcar que traigo del cañaveral, soy como la tierra para darte frutos,
“Ahora se me pasó la
locura, pero antes, si
llegaba el verano y no
iba para allá me moría.
Me desesperaba por
volver. Por el lugar, por
mis hermanos, por la
playa, por el calor. Ay...
Me moría”. En todos los
años que lleva en
soy de piel morena, para amarte más”. Comodoro no suma más
Fernando estudia con ella el idioma. Tiene un profeso- de dos zambullidas en
rado de Portugués. Pero además, por estos días debe estar a esta parte gélida del
punto de terminar su Licenciatura en Ciencias Políticas. mismo Atlántico.
2011 fue un año especial para la pareja, de intenso tra-
bajo. Muchísima gente se interesa por aprender portugués últimamente. Cada vez más.

United Colors

z Ahora falta muy poco para que empiece la clase. Y se escucha llegar a las alumnas
adelantadas mientras Elena habla de su migración. “Ahora me mirás y soy argentina. No es
que le dé importancia a esas cosas, pero se nota hasta en los colores que uso… Así tiene que ser:
hay que adaptarse, porque si no sufrís mucho”.
Elena vuelve a sonreír y cuenta, sobre el tipo de miradas que atraían al comienzo, cuan-
do convencía a la cuñada de llevar sus vestidos coloridos por las calles de un Comodoro gris y
conservador. Eran como paseos performáticos aquellos que daban la actriz y la amiga.
Es cierto que ahora Elena luce otros colores. Y el viento tal vez sople menos en la ciudad
que tampoco es la misma. El vestuario de la gente en las calles es más diverso. Eso pasa cuan-
do los pueblos crecen. Los árboles que Elena conoció petisos en la avenida Portugal ganaron
altura, y a ella ya empiezan a brotarle los nietos.
Desde Córdoba Elena escribe:
“Los niños crecieron, se enamoraron, llegaron las novias. Primero unas, después otras.
Una se encariña y las quiere como amigas, casi como hijas, y enseguida empieza a imaginar a
los nietos. Cuando se van, sufrimos... Con Luciano y Aracy la historia fue diferente. La chica
bonita de ojos de esmeralda y el chico dulce de los ojos de miel se enamoraron, se ‘apaixona-
ram’, como se dice en portugués.
La unión dio su primer fruto, nos regalaron una hermosa nieta llamada Brisa, quien nos
vino acariciar el alma con su alegría y su luz. Es comodorense la niña, en sus delicadas venas
se entrelazan la sangre italiana, española, croata, alemana, portuguesa y brasilera. De esa
amalgama de razas nació ese angelito que nos tiene hipnotizados a todos. Es un pequeño ser
de luz, con toda la energía de una auténtica brisa patagónica. Las risas, los mimos, el ritmo de
‘chacareras’ y ‘sambas’ resonaron en sus oídos desde la pancita de mamá.

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LOS BRASILEROS / ELENA MATHIAS MOREIRA

¿Qué más le puedo pedir a la vida? Y, podría ser: que mis padres estuviesen vivos toda-
vía, que podrían haber estado más tiempo con sus nietos, de los cuales, estoy segura, estarían
orgullosos. Y también, la conocerían a Brisita, que por ahora es la más nueva y frágil ramita de
nuestro árbol genealógico. Pero no todo es perfecto en la vida. Perfecta es la naturaleza, la
energía y el equilibrio del cosmos. ¡La Pacha Mama es perfecta!
¿Que más puedo contar de mi? Que soy una amante de la vida. Esposa, profesora, perio-
dista, actriz, que me enamora bailar, que el teatro me tiene atrapada, que amo cantar, pero el
canto sigue siendo un desafío.
Ahora, haber dado a luz a tres hermosos hombres, no podía la vida haberme bendecido
tanto… Íntegros, valientes y sensibles, ellos son mis guardianes.
Las cosas que no me gustan, entre ellas la injusticia, la violencia, la mentira, el desampa-
ro infantil por las calles del mundo, el hambre, el pensamiento retrógrado, las mentes cerra-
das que se niegan a los cambios, el chusmerío”.
Hay una canción que siempre ronda la cabeza de Elena cada vez que vuelve a reflexio-
nar sobre su historia.
“La vida es un libro útil para aquel que puede comprender”, escribe “Tengo confianza
en la balanza que inclina a mi parecer”. Es un pasaje del “Himno de mi corazón”. Una gran
canción de Miguel Abuelo.
Elena dice que “jamás hay que perder la confianza”. Sabe que “siempre que perdemos
algo, la vida nos regala otra oportunidad”.
Antes moría los veranos si no volvía a casa. Ahora le “encantan las puestas de sol en las
costas de Comodoro, ese color rosado, gris y lila mezclándose con el azul del mar. Ya me gusta
el viento, que está casi siempre presente. ‘Patagonia ya te quiero y te extraño cuando me voy’.
Voy a su encuentro, me uno a su fuerza. La Patagonia es eso, naturaleza al extremo”.
Elena dice que esta tierra le dio mucho. “El amor de mi vida y de ese amor, nacieron tres
hermosos seres, dignos de ser llamados hijos. Una segunda familia, los Freile–Miguel. Un sue-
gro bondadoso, que siempre estaba cuando lo necesitábamos. Se llamaba Fernando Evaristo
Miguel. Una suegra muy bella e íntegra, a quien quise mucho. Se llamaba Benilde Freile de
Miguel. Les debo mi respeto y agradecimientos. Muchísimos conocidos y pocos pero buenos
amigos, entre los cuales destaco mi primera y mejor amiga, Susana Gonzales, por prestarme
sus oídos y por los lindos momentos compartidos. La Colectividad Brasilera, que sigue traba-
jando y difundiendo la cultura y las costumbres de mi querido Brasil, principalmente la fami-
lia Peralta, que está al frente de las actividades”.
“¿Se puede pedir más a la vida?”, pregunta Elena.
“Esta bendita tierra argentina me recibió de brazos abiertos. El viento me acunó y me
sentí abrazada por su energía. Por otro lado, me dio cobijo y trabajo, aunque no lo estuviera
buscando. Cuando uno trata de estar en armonía con la madre tierra, todo fluye, se reacomo-
da, sólo hay que tratar de estar en paz y ser receptivo. Estoy convencida de que en la vida nada
pasa porque sí. Cosechamos lo que sembramos. Ya sé que este es un viejo cliché, mas es una
gran verdad. Algunas personas me dieron su voto de confianza, cuando apenas me conocían,
como es el caso de la señora Marita Barceló, directora de la Escuela del Sol, donde dicté clases
de Juego Dramático por tres años, y fue una bella experiencia. Luego, comencé a dar clases
particulares de idioma portugués, como publicaba en el diario ofreciendo este servicio, me
llamaron de la Universidad, para dar clases en la Facultad de Humanidades. Al año siguiente
comencé a dar clases en la Asociación Portuguesa, donde fui recibida con el mayor cariño y
respeto por mi trabajo.
El idioma portugués tiene diferencias en su uso y pronunciación entre sus versiones
europeas y americanas, lo que para algunos es una brecha insalvable, para los integrantes de
la Asociación no lo fue, apostaron por la diversidad y funcionó. Son personas muy lindas, de
cabeza abierta, con las mejores intenciones y de gran corazón.
La vida siguió su curso”. Y Elena lo agradece. “Gracias a la vida”, cantaba Violeta, “que
me ha dado tanto”, escribe Elena y sonríe, cuando pulsa punto final y Enter z

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