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El imperio de la política glocal: No es el fin del mundo,

sólo de sus partes


Daniel Flores Gaucin

Resumen: La cuestión fundamental es poder responder a la pregunta de


cómo puede la política hacer frente a los problemas globales. En este sentido
lo primero es indagar en la disyuntiva lógica que posee el hecho de que se
intente solventar problemas que no tienen una ubicación espacial específica a
partir de una disciplina que funciona sobre un principio de diferenciación
territorial. La globalización como el fenómeno a partir del cual es posible
observar cómo lo local se globaliza y lo global se localiza, aparece
consecuentemente en el centro de la disertación sirviendo como marco de
referencia en torno a las consideraciones que se puedan hacer tanto acerca de
esta disyuntiva como de las posibles repercusiones que, en el escenario político
mundial, podrían suscitarse como consecuencia de que los Estados y otros
actores globales no sean capaces de dar respuesta y solventar adecuadamente
estos problemas. El cambio climático recibe especial atención por tratarse de
un problema global eminentemente actual y sobre el que se tiene una relativa
certeza en cuanto a sus causas, los riesgos que conlleva, los distintos escenarios
futuros y, sobre todo, el nivel de respuesta necesario para mitigarlo. Se vuelve
entonces un caso paradigmático cuando se observa que los principales retos y
elementos de resistencia que enfrenta la política a la hora de intentar dar
respuesta a este problema que constituye a su vez un riesgo global, son los
mismos o al menos participan en la misma lógica que aquellos que surgen
como consecuencia de otras asignaturas de corte global que se encuentran
pendientes de ser concretadas de manera adecuada por las democracias
modernas. Justicia social, derechos humanos, crisis humanitarias, terrorismo,
proliferación de armamento nuclear o conflictos bélicos internacionales
implican objetivos que, al igual que sucede con el cambio climático, requieren
ser atendidos desde un enfoque y framework globales que actualmente no
existen. Los Estados han abordado estas cuestiones a partir de una política
glocal que es de entrada inadecuada. Las partes del mundo no parecen estar
dispuestas a poner en riesgo su estatus como partes, aunque el propio mundo
se encuentre bajo amenaza.
Introducción: los Estados como unidades de la política local
Somos testigos de un profundo periodo de transformación del mundo
que ha sido impulsado por la agudización del proceso de globalización
o lo que es lo mismo: del surgimiento de interacciones que vinculan
distintas localidades de tal manera que los acontecimientos locales se
encuentran influenciados por eventos ocurridos en una localidad
distinta1. El nuevo paradigma de la comunicación inmediata, sin
mediaciones espacio-temporales, ha propiciado el surgimiento de
nuevas dinámicas dentro de prácticamente cada uno de los ámbitos de
la vida. No se trata solamente de la creación de una economía global, de
una política global o de una cultura global, sino que incluso aquellas que
podríamos denominar como economía nacional, política nacional y
cultura nacional o local, por donde quiera que se las vea, han pasado a
estar determinadas por dinámicas de carácter global. A partir de esta
comunicación inmediata se ha desencadenado toda una serie de
fenómenos que parecen haber llegado para quedarse: el auge de los
mercados financieros, ciudadanos en búsqueda de nuevos horizontes
políticos, la aterritorialidad de las empresas privadas y la subsecuente
aterritorialidad del trabajo y las contribuciones fiscales, la globalización
del terrorismo, etc.

Si consideramos que los límites de toda sociedad se encuentran


determinados por la posibilidad que tienen los individuos de establecer
una comunicación significante con los otros miembros de esta; la
inmediatez de la comunicación global, facilitada por las tecnologías de
la información, ha provocado que dé inicio un desplazamiento de los
Estados hacia una posición de segundo orden en términos de relevancia
y utilidad puesto que, si la comunicación se vuelve del todo
independiente de las cuestiones territoriales, consecuentemente deja de
tener sentido la existencia de una diferenciación de la sociedad
fundamentada en términos espaciales y los Estados, que son sociedad,
pero también estructura política, pasan a ser solo esto último. Si bien
como habría considerado Luhmann, parece ser que la diferenciación
segmentaria es la mejor manera que ha encontrado la política de llevar
a cabo su función2, los Estados no solo están perdiendo preponderancia
como aglutinadores de lo social, sino que también están perdiendo
eficacia como estructuras políticas a la hora de cumplir la que es su
función fundamental: garantizar el orden y la paz para los ciudadanos
que los integran.

El problema para los Estados en este sentido radica principalmente en


que operan en una lógica distinta a la de los problemas que hoy en día
amenazan en mayor medida la seguridad de los ciudadanos pues
mientras los primeros son eminentemente territoriales, los segundos
son eminentemente globales. Es como si el diseño de esa herramienta
política que son los Estados ya no se adecuara más a las necesidades
actuales. ¿Cómo garantizar la paz y el orden al interior de un territorio
si lo que la amenaza se encuentra en todos los territorios y en ninguno
a la vez? Se necesita de una voluntad política que se encuentre a su vez
en todos los territorios y en ninguno, se necesita de una voluntad
política global. Ello no necesariamente significa que los Estados sean,
como dicen algunos, un concepto zombie, fuera de época y condenado a
desaparecer. Los Estados pueden resultar en estructuras útiles o incluso
fundamentales dentro de la configuración de esa voluntad política
global que por supuesto no viene dada de antemano y que puede incluso
llegar a adquirir la forma de un Estado global o la de una federación
global de Estados, pero que también puede surgir a partir de un
esquema de mínimos en el que, sin necesidad de que exista una entidad
supranacional global, los Estados puedan ponerse de acuerdo así
permanezcan estos en lo que James Rosenau llamó el enduring-bifurcation
scenario. Es decir, un escenario en el que, pese al aumento en la cantidad
e importancia de nuevos actores globales, los Estados han logrado
resistir los embates de cualquier tendencia amenace su existencia.

Tanto el Estado global como la federación global de Estados son


maravillosas ideas sobre las que se ha hablado bastante, tanto de sus
posibles virtudes como de su inverosimilitud. Por eso es que resulta
quizá más atractivo traer a colación los cuatro escenarios que en 1990
Rosenau prospectaba como los órdenes posibles en los que el mundo
podría estructurarse pasado el periodo de turbulencia que se vivía
entonces pero que, como se verá, son escenarios dotados de una validez
vigente3. El eje central de Turbulence in the World Politics es la confluencia
turbulenta entre dos mundos políticos, el de los sovereignty-bound actors y
el de los sovereignty-free actors; consecuentemente, Roseanu proyectaría un
escenario en el que los primeros habrían de recobrar la preponderancia
perdida y en el que reinaría nuevamente el sistema de Estados (restored
state-system scenario); otro en el que serían los segundos los que,
impulsados por las dinámicas de la descentralización, inaugurarían el
pluralist scenario y, finalmente, dos escenarios en los que ninguno de los
dos mundos prevalecería sobre el otro. El primero de estos que ya se
mencionaba antes, el enduring-bifurcation scenario fue ideado con gran
clarividencia por el autor pues presagiaba una situación en la que se
habría de mantener la turbulencia de la época sin mayores cambios,
mientras que el segundo de estos es el llamado global society, se trata de
un escenario en el que sin necesidad de forjar una estructura política
global o una institución supranacional, se lograría una confluencia y
coordinación suficientes como para contar con las herramientas para
dar forma a esa voluntad política de la que se hablaba antes.

Esta global society, pero, en el fondo, seguramente también el propio


Rosenau, compartiría con Ulrich Beck la esperanza de que frente a la
adversidad de los problemas globales pudiera surgir una globalización
de la política a partir de la formación su demos global. Llámese este demos
sociedad global o sociedad del riesgo, se trata de una ensoñación en
torno a un esquema de mínimos en el que no es indispensable la
existencia de una estructura global o de un gobierno supranacional, sería
suficiente contar con una estructura de cooperación, con una
gobernanza mínimamente (suficientemente) eficaz a la hora de cumplir
con la función de la política, de una política global. Hoy en día,
lamentablemente, este proyecto de globalización de la política se
encuentra más allá del típico espíritu cosmopolita ilusionado con una
armonía humanista; hoy, lo que está en juego es el propio hábitat de esa
sociedad global jamás creada, está en juego el mundo mismo o, al
menos, el mundo como lo conocemos.

Hay una cierta confluencia por parte de la comunidad científica en


ubicar tres problemas concretos como las principales fuentes de riesgo
y como las principales amenazas que en sí mismas, tienen la capacidad
de transformar de manera catastrófica tanto al mundo por entero como

ROSENAU
a cada una de sus partes. Cambio climático, armas nucleares y desarrollo
tecnológico sin control son esos epígrafes dentro de la agenda que
poseen el potencial de traer consigo el apocalipsis y acabar con el
mundo, es decir: el mundo de los humanos. El cambio climático será
tomado como el caso paradigmático a analizar aquí, en primer lugar
porque durante los últimos años se ha investigado de manera exhaustiva
y se ha logrado alcanzar cierta certeza en cuanto a cuáles son sus causas,
los riesgos que conlleva, los distintos escenarios futuros y, sobre todo,
el nivel de respuesta necesario para mitigarlo, además, porque contrario
a los riesgos asociados al armamento nuclear y a los desarrollos
tecnológicos, el calentamiento global es un riesgo pero al mismo tiempo
es una condición que ya ha comenzado a suceder de manera paulatina
con todo y sus perniciosas consecuencias, y continuará avanzando año
tras año con una intensidad que dependerá del tipo de medidas que se
adopten.

Cuando despertó, la globalización todavía estaba allí


En primer lugar es necesario contextualizar los principales rasgos y la
dimensión de la problemática en torno al cambio climático pues como
dice Giddens en la introducción de Politics of Climate Change:
“Para la mayoría de la gente hay un abismo de distancia entre las típicas
preocupaciones de la vida diaria y un abstracto, si acaso apocalíptico
futuro de caos climático […] No importa qué tanto nos hablen de las
amenazas, es difícil actuar en consecuencia porque de alguna manera
nos parecen inciertas y, al mismo tiempo, tenemos una vida que vivir
que ya se encuentra, por sí misma, llena de placeres y preocupaciones.”
4

Parece además plausible el argumento que utiliza este autor al momento


de plantear su paradoja: una de las razones por la que existe una cierta
negligencia de parte de los actores globales a la hora de actuar y por
parte de los ciudadanos en general a la hora de alarmarse es porque los
peligros del cambio climático son todavía, para la gran mayoría,
imperceptibles, mientras que, en el momento en que estos peligros
comiencen a hacerse sentir en la mayoría de las localidades del planeta,
será ya, en muchos sentidos, demasiado tarde. Para Ulrich Beck, teórico
del riesgo, solo hay tres posibles reacciones ante la omnipresencia de los
riesgos globales: negación, apatía y transformación 5. Hoy en día que,
tanto en el mundo de los sovereignty-bound actors como en el de los
sovereignty-free actors hay muy poca transformación y parece reinar una
mala mezcolanza negación y apatía, pesa dentro del esquema del
sociólogo alemán —y en la vida misma— la ausencia de una cuarta
posible reacción que parece encontrarse relegada al mundo de la
academia: el alarmismo.

El alarmismo resulta en un aspecto que es tan necesario como ineludible


en este tema. Es necesario porque todo parece indicar que los gobiernos
no están dispuestos a tomar las impopulares medidas necesarias que
podrían mitigar de manera importante el cambio climático, no están
dispuestos a cumplir con su papel de gobierno y ejecutar las políticas
que urgen en este ámbito pues, mientras con una mano ordenan un
estudio técnico relacionado con el medio ambiente y celebran las
reuniones de trabajo que se organizan desde la gobernanza global, con
la otra, ordenan la construcción de una nueva refinería o aprueban el
presupuesto necesario para buscar aumentar las reservas de petróleo o
carbón. Los gobiernos democráticos se encuentran secuestrados por las
pugnas internas por las que la máxima directriz de las decisiones
ejecutivas termina siendo la preservación del capital demoscópico a toda
costa mientras que la falta de alarmismo en torno a un problema como
el cambio climático hace posible que, mientras se mantengan
crecimiento del PIB y las prebendas sociales, se estarán haciendo bien
las cosas: “¿tienen calor?, vamos a subsidiar el aire acondicionado”.

El mundo no puede mantener su estilo de vida actual y los líderes de


los países no paran de hablar de crecimiento económico, cuando lo que
se necesita en términos de medio ambiente es alarmismo y
transformación, sobra la apatía y la negación. Decía también Beck que
las emisiones se estaban convirtiendo en la medida de todas las cosas6
—ojalá fuera el caso—, es el crecimiento en el PIB lo que se ha
convertido en la medida de todas las cosas y eso incluye por supuesto y
principalmente: las emisiones. El célebre Stern Review (2006) trata
justamente de ello, del costo de no actuar (costo económico por
supuesto). De acuerdo con este estudio, al menos un 5% anual de

5
BECK

BECK
crecimiento nos costará a los seres humanos seguir durmiendo
tranquilos por un par de años más. No obstante, la realización o
divulgación de un estudio acerca de lo que habría de costarnos el actuar
e intentar resolver el problema aún sigue pendiente, parece ser un tema
que se está evitando tocar. Hay un embelesamiento inquietante de los
líderes del mundo con la fantasía de poder mitigar el calentamiento
global y ser capaces, a la vez, de mantener las previsiones de crecimiento
en el PIB, la fantasía de no hacer nada y que no pase nada. Más allá de
alarmismos, la exigencia por una transformación es algo que únicamente
es exigible a los gobiernos de las democracias desarrolladas, no es
atribuible a los ciudadanos la preeminencia de un indicador de
desempeño económico que no sólo no toma en cuenta aquello que
constituye desperdicio, sino que se ve estimulado por prácticas de
inescrupuloso despilfarro que impone con ello un esquema donde el
etiquetado de cada fruta de manera individual en los supermercados no
es considerado waste sino producción. No se debe caer una vez más en
la trampa de aquello que algunos llaman ethos neoliberal, de recriminar
a los ciudadanos que no sean lo suficientemente ecológicos y exigirles
que reciclen más, que sean vegetarianos, que no viajen demasiado, que
no conduzcan una SUV 7 o que no dejen las luces de su casa encendidas
durante la noche.

Es cierto que el alarmismo de los ciudadanos implica por sí mismo una


transformación, un cambio de la forma en que estos piensan el
problema. Sin embargo, esta conciencia ecológica debe poder reflejarse
en la toma de decisiones por parte de los gobiernos democráticos, debe
lograr que los partidos políticos hagan cálculos de rentabilidad en donde
comiencen a contabilizar una variable de grados centígrados. Para ello
esta conciencia ecológica tiene que ser de carácter colectivo, no
individual. Muy atrás han quedado los años en los que el problema de
emisiones podía resolverse con el esfuerzo ciudadano, hoy en día,
mientras se viva en ciudad o se disfrute de las bondades que ofrece la
vida moderna, aquello del borrado de la huella ecológica no pasará de
ser una estratagema con la que autoengañarse y poder conciliar el sueño
mientras se piensa que, de forma individual, se hace lo suficiente por el
medio ambiente, o incluso más. La solución entonces no se encuentra
en el llamado consumo ético, en que aquellos que pueden costeárselo
se vuelvan vegetarianos, compren productos con sellos “eco”,
orgánicos o aquellos elaborado por los sacrosantos pequeños
productores locales; la solución en todo caso sería es que estos
individuos estuvieran dispuestos a rebajar su preciado estilo de vida, a
renunciar a un 10% del salario y la pensión, a que este año quizá no haya
tantos adornos en Navidad ni tantos fuegos artificiales el primero de
enero, a hacerse a la idea de que ese refugio para perritos abandonados
ya no va a poderse construir y a aprender lidiar con otros first world
problems del estilo. Ahí es donde las cosas se complican más ¿qué
gobierno democrático le va a decir a su electorado que este es el tipo de
sacrificios que se tienen que hacer y les va a explicar las razones por las
que se tienen que implementar de manera tan urgente y drástica?Se
necesita de un nivel de conciencia ecológica de carácter colectivo para
que los ciudadanos del mundo libre estén dispuestos a comprometerse
con algo así, más si lo tienen que hacer de la mano de quienes hasta este
momento no han sabido gestionar las cosas. Sin embargo, tal y como
están las cosas sólo así va a ser posible rescatar de la destrucción a países
enteros con todo y perritos y, ya de paso, va a ser posible prevenir que
millones de personas se apelotonen en busca de refugio del otro lado
de las fronteras de los países con suficientes recursos como para
garantizarse la resiliencia ambiental (no todo serían sacrificios).

Puede que suene todo esto demasiado drástico, pero es así como
funciona la era global, lo que un día es la contaminación local de una
fábrica en un sitio particular del planeta se globaliza y comienza a
interactuar con la contaminación de otras partes del planeta de tal
manera que, eventualmente, la contaminación del medio ambiente
global repercute sobre todas las localidades del mundo. Y mientras este
patrón se repite con cada uno de los ámbitos de la vida, se va creando
un nivel de interrelación entre cada una de las partes del mundo que
hace de lo global un complejo entramado que no puede ser resuelto
tirando de un hilo. La mariposa podrá morir, pero el tornado no se
detendrá. Así mismo, solo esfuerzos de transformación que se
funcionen bajo esta misma lógica global podrán funcionar
adecuadamente.

Clima apocalíptico
La globalización tiene que ver con la relativización de la importancia de
lo territorial, con la inmediatez de la comunicación y con el hecho de
que lo que es local, puede globalizarse repercutir en cualquier lugar del
mundo. El caso del cambio climático es el de un fenómeno generalizado
que se dejará sentir en todos los lugares del planeta, sin embargo, ello
no quiere decir que este calentamiento será el mismo ni que repercutirá
de la misma manera en todos los lugares. Lo global no implica de
ninguna manera generalidad ni homogeneidad, muy al contrario, lo
global implica complejidad y convergencia de circunstancias.
Recurriendo al esquema de Roland Robertson acerca de las dinámicas
entre lo universal y lo particular se podría decir que lo global, aunque de
manera circunstancial resulte ser general o universal, tiene
necesariamente que localizarse en un sitio y desatar, en consecuencia,
un proceso de localización de lo global o glocalización por el cual, aquello
que era universal, habrá de transformarse dentro de ese contexto
particular para finalmente, dar paso a la formación de una nueva
particularidad. Así pues, aun cuando el cambio en la temperatura fuese
a ser el mismo en todo el planeta, al ser cada localidad distinta entre sí,
cada una de estas habrá de verse afectada de forma diferente.
Consecuentemente, aquello que es local no puede no ser uno de los
rasgos más importantes a considerar cuando se habla de un problema
global como este. Y aunque los riesgos que acompañan este fenómeno
amenazan con tener tal nivel de intensidad que seguramente ninguno
de ellos habrá de mantenerse dentro de los confines de un Estado en
particular y, a pesar de que ningún Estado podrá mantenerse libre de las
repercusiones de estos, habrán de ser las particularidades de los Estados
las que habrán de determinar las características del fenómeno global en
tanta medida como en la que éste habrá de afectar a aquellos.

El calentamiento global es el resultado de cuán susceptible pueda ser el


medio ambiente a la concentración de gases de efecto invernadero
(GEI) en él. Por lo tanto, son dos las variables principales a considerar:
susceptibilidad y emisiones pasadas, presentes y futuras de GEI. El
quinto informe de evaluación sobre cambio climático del IPCC
desarrolla varios escenarios posibles tomando en cuenta esta variación,
pero advierte que incluso si se diera hoy un cese absoluto de las
emisiones antropogénicas, el planeta continuaría calentándose como
resultado de las emisiones pasadas y algunas de las repercusiones que
podría traer las emisiones futuras no podrían revertirse sino después de
cientos e incluso miles de años8. Por lo tanto, cuando hablamos de
calentamiento global no hablamos de algo que sucederá en el futuro, el
calentamiento ya ha comenzado a ocurrir y el daño ya está hecho. De lo
que se trata es de evitar uno mayor.

Los riesgos asociados con el calentamiento global incluyen que un gran


porcentaje de especies de animales y plantas terrestres y marinas se
extingan directamente, que muchas otras pasen a encontrarse en peligro
de extinción como consecuencia del aumento de la temperatura por sí
misma y como consecuencia de que, a partir de esta situación se
agudicen la destrucción y contaminación de los hábitats naturales, la
sobreexplotación de recursos y la aparición de especies invasivas. Se
prevé además que ecosistemas como los del Ártico y el Amazonas
podrían sufrir daños de carácter irreversible. Por lo que refiere a los
seres humanos, se prevé que una fracción de la población mundial
experimente escases de agua y que, como consecuencia del aumento en
el nivel del mar y en los flujos de los ríos, otra gran fracción de la
población experimente inundaciones. Se prevé también un aumento en
la frecuencia con la que ocurren las sequías en las zonas secas del planeta
y una disminución en la calidad del agua, incluso aquella procesada para
su consumo mediante tratamientos convencionales. En general se
estima que, conforme vaya aumentando la temperatura, aumentará
también de manera considerable la afluencia y severidad de fenómenos
climatológicos extremos, ondas de calor, tormentas e inundaciones.
Otras de las principales consecuencias son el aumento en el nivel del
mar que erosionaría y sumergiría las costas marinas y la acidificación de
los océanos que dañaría el ecosistema polar y los arrecifes de coral.
Todo esto se traduciría por supuesto en varias crisis humanitarias graves
como consecuencia de la inseguridad alimentaria propiciada en diversos
sitios del planeta, sobre todo en zonas de baja latitud. Resultarían
inevitables también desplazamientos masivos tanto de las poblaciones
costeras como de aquellas cuyos medios de sustento se vean agotados
como consecuencia de la escasez de agua y la desertificación. Por
supuesto, la cadena de posibles consecuencias y consecuencias de las
consecuencias es infinita, no muy lejos de las ya mencionadas se
encuentran hambrunas y guerras. 9

El United Nations Framework Convention on Climate Change


(UNFCCC) es el organismo de las Naciones Unidas encargado de
gestionar las convenciones que celebran cada año los países firmantes
para negociar y hablar sobre el problema del cambio climático. Fue
fundado en 1992 y es el mayor esfuerzo que se ha hecho desde la política
global para hacer frente al problema de forma global e inmediata.
Lamentablemente el hecho de que, después de más de 25 años de
haberse formado, el nivel de emisiones continúe en aumento hace
evidente que lo que se ha conseguido en este plano ha sido muy poco.
Salta a la vista en un primer momento la presencia de aquella disyuntiva
de la que se hablaba antes: mientras el problema del cambio climático
es eminentemente global, las soluciones que se plantean dentro de este
framework de cooperación siguen siendo eminentemente territoriales o,
dicho de otro modo: son producto de posiciones individuales y
defienden intereses nacionales. Si bien es cierto que el UNFCCC es un
organismo que podríamos considerar global, lo cierto es que hay muy
poca política global implicada. La situación amerita medidas urgentes y
esto ha implicado también una segunda disyuntiva lógica pues pese a la
gravedad del problema, los diversos compromisos que están dispuestos
a adoptar los países son proyectados a funcionar en plazos demasiado
lejanos, prometen una reducción de las emisiones de GEI que habrá de
darse siempre en clave futura, como si pudiéramos darnos ese lujo.
Cuando lo que se necesita es una voluntad global de aplicación
inmediata, lo que se tiene es un consenso de individuos dispuestos a
prometer que, en el futuro, actuarán.

Se podrá objetar que la conformación de una voluntad global, incluso


cuando se la plantee en un esquema de mínimos, es una meta idealista
que añadiría a la operación nuevas complicaciones innecesarias que
incluso podrían resultar contraproducentes; que, a final de cuentas,
aunque los compromisos de los Estados provengan de posiciones
individuales que priorizan el interés particular, si estos son lo
suficientemente ambiciosos y se cumplen, se vuelven prescindibles
tanto lo que aquí se ha llamado política global como, particularmente,
la conformación de una voluntad global. Sin embargo, lograr un
consenso en torno al tema de la emisión de GEI es particularmente
complicado en el escenario actual ya que, en primer lugar, todo
consenso que aspire a la universalidad tiene como uno de los retos
principales el poder superponerse a la cuestión de la desigualdad entre
países y, particularmente en el caso del cambio climático, los niveles de
desigualdad son inmensos.
Un escenario de injusticia climática
China, Estados Unidos, India y Rusia son los cuatro países más
contaminantes y contribuyen por sí solos con más de la mitad del total
de emisiones del mundo (51%), a partir de ahí, las diferencias son
sustanciales. Si agregamos las seis siguientes naciones el porcentaje
crece apenas un 12% por lo que nuestro top 10 de las naciones más
contaminantes acumula el 63%; de hecho, solo 16 países en el mundo
tienen una contribución individual de más del 1% 10 11. En consecuencia,
se podría decir que, si el 5% de los países más contaminantes emitieran
la misma cantidad de GEI que el otro 95%, el cambio climático no sería
un tema. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas, los mercados
globales y en especial el mercado de combustibles fósiles hacen que las
repercusiones de las emisiones sean globales tanto en relación con el
medio ambiente como económicamente. Y es que de los GEI que se
emiten en China no se beneficia solo la propia China, se benefician
además otros países como la tan alabada en términos ecológicos
Noruega, cuya economía depende tanto del petróleo que el 50% de sus
exportaciones tiene que ver con derivados de este y al mismo tiempo,
tiene un nivel de emisiones considerablemente bajo. Si la propia
economía global depende de los combustibles fósiles, importa poco qué
país sea el que cargue con el peso de adjudicarse las emisiones; si
unilateralmente se limitasen las emisiones de China o Rusia, otros países
pasarían a reemplazarlos de forma instantánea como, de hecho, ya ha
comenzado a suceder como consecuencia del desarrollo chino. Es por
ello que, el consenso global al que se puede aspirar en este sentido
requiere que, pese a las diferencias sustanciales, todos estén dispuestos
a renunciar a convertirse en la próxima potencia contaminante, incluso
aquellos cuyo nivel de emisiones es hoy meramente simbólico.

Pero hay otros factores que entran en juego y agudizan las desigualdades
relacionadas con el cambio climático. Pequeños contaminantes como
Colombia que contribuye con el 0.36% no solo tendrán que renunciar
de antemano a salir de la irrelevancia en términos de emisiones
presentes y futuras; también habrán de resignarse además a
experimentar las mismas o peores repercusiones como consecuencia del

11
cambio climático que aquellas que han tenido el buen tino de explotar,
a costa de medio ambiente, un aumento en su producción o en sus
ventas de combustibles fósiles antes de que el cambio climático se
hubiese convertido en un problema serio y se deba dar comienzo una
reducción en las emisiones a nivel global, es decir, en el 2030 (con
suerte). Qué decir de un caso como el de Fiji que, pese a contribuir con
apenas con un 0.005% del total de emisiones, podría ser uno de los
países más azotados por las consecuencias del cambio climático pues la
elevación del nivel del mar podría llegar a sumergir gran parte de su
territorio actual, riesgo que comparte con otros diminutos
contaminantes como Maldivas o Micronesia12. Así pues, lo que puede
llegar a incentivar a aquél 95% de países que contaminan muy poco para
participar de este consenso es la esperanza de que las naciones
verdaderamente contaminantes cumplan sus promesas, lleguen a
alcanzar un peak de emisiones en una fecha cercana al 2030 y reduzcan
sus emisiones en los años posteriores lo suficientemente rápido como
para alcanzar la meta de mantener el calentamiento global “muy por
debajo” de los 2°C. Lo más crítico de todo es que, si bien las naciones
poco contaminantes podrían tener pocos estímulos para participar, las
naciones contaminantes, o mejor dicho, las naciones ricas, pudieran
tener menos razones aún pues no solo son las que más se benefician de
las emisiones, además son las mejor preparadas para adaptarse a los
problemas de un escenario futuro de cambio climático. Resuenan aquí
las palabras de Ulrich Beck: “mientras las riquezas se acumulan arriba,
los riesgos se acumulan abajo, justo donde la vulnerabilidad a los
mismos es mayor”13.

Riesgo y vulnerabilidad son aspectos esenciales cuando se habla de


cambio climático pues se encuentran en directa correspondencia con
los conceptos de adaptación y mitigación. De acuerdo con el quinto
informe de evaluación sobre cambio climático del IPCC, adaptación y
mitigación son dos estrategias complementarias para responder ante el

13
BECK
cambio climático. Mitigación es el proceso a partir del cual se toman
medidas en pos de reducir las emisiones de GIE o bien, de reducir su
presencia en el ambiente, así como de cualquier otra que pueda limitar
la intensidad de los futuros cambios climáticos. Por otro lado, la
adaptación se ejerce como respuesta a las repercusiones del cambio
climático, es el proceso por el que se adoptan las medidas necesarias
para reducir, evadir el daño o incluso explotar las oportunidades que
pudieran resultar como consecuencia de los cambios climáticos
presentes o futuros.14 Se habla además, de que mitigación y adaptación
son estrategias que han de ser vistas como complementarias pues
aunque se enfocasen todos los esfuerzos en procurar la mitigación de
los riesgos, ya no sería posible descartar del todo las medidas
relacionadas con la vulnerabilidad, la adaptación será necesaria debido
a que la cantidad de partículas contaminantes en el ambiente ya
alcanzado tales niveles de concentración que, como se decía antes, las
repercusiones ya están garantizadas. De hecho, algunos efectos del
calentamiento global ya están desatando sus consecuencias en el planeta
ahora que el aumento promedio en la temperatura se encuentra en 0.8°C
por encima de los niveles preindustriales. Si la meta acordada desde la
Conferencia de Cancún en 2010 fue mantener el aumento de la
temperatura “muy por debajo” de los 2°C al menos hasta el año 2100,
está claro que no se pueden descartar importantes medidas de
adaptación, claro está, allí donde se puedan pagar.

En consecuencia surgen nuevas disyuntivas pues, a pesar de que los


niveles de emisiones son así de desiguales incluso en términos de
emisiones per capita o de emisiones por PIB y a pesar de que los riesgos
habrán de repartirse también inequitativamente y que las naciones más
contaminantes son a la vez aquellas que más recursos tienen para
adaptarse mejor a cualquier cataclismo climático que llegue a azotarlos;
los compromisos son proporcionales, con todo y que las emisiones que
pudiera ahorrarse el 95% de los países sean meramente simbólicas.
¿Qué sería lo justo? ¿forzar a los países a que mantengan una cantidad
de emisiones relativa al PIB? Esto perjudicaría en un primer momento
a los más contaminantes, pero dada la correlación entre emisiones y
PIB, lo más probable es que se terminaría propiciando una espiral sin
fin en la que los países ricos, que son los que más contaminan, sean cada
vez más ricos y contaminen cada vez más, sin mencionar a aquellos que,

14
como Noruega, viven del negocio de la contaminación sin necesidad de
mancharse las manos con las emisiones. Tendría más sentido que la
población marcara el valor sobre el cual se erigiera una proporción de
emisiones, pero esto afectaría enormemente a aquellos que basan sus
economías en el procesamiento de combustibles fósiles o en la
manufactura. Quizá si se incluyeran en las negociaciones algún tipo de
compensación a los países que pudieran resultar especialmente
perjudicadas se podría corregir un escenario injusto. Sin embargo, un
principio compensatorio así habría que considerar también beneficiar a
aquellos Estados que todos estos años han decidido no explotar sus
recursos naturales o a los que no lo han hecho por falta del capital
necesario para hacerlo, a los que no cuentan con recursos naturales o a
los menos preparados para la adaptación, a los que sufran las más graves
consecuencias del cambio climático o de una vez podrían compensar a
los más pobres y acabar con las desigualdades a nivel de países.

Como suele ser el caso, cuando hablamos de injusticia climática no


hablamos de otra cosa que de injusticia económica. Si se toma en cuenta
aquello que no es un secreto para nadie: que si se acabara con la miseria
segmentada territorialmente en países se abriría el camino para dar
solución a la mayoría de los problemas globales, entonces queda claro
que no hay una voluntad para ello, ni ecológica, ni humanista. Los
Estados (sociedad y estructura política) no están dispuestos a realizar
aquél sacrificio del que se hablaba antes, no van a “regalar” ese capital
que tanto trabajo les ha costado amasar a otras naciones en pos de algo
como la igualdad. Mientras tanto en Haití padecerán el azote de
huracanes cada vez más intensos como consecuencia del cambio
climático sin que puedan hacer absolutamente nada en términos de
mitigación y no tengan presupuesto suficiente en términos de
adaptación como para protegerse, para ser recilientes y mucho menos,
para aprovecharse de la situación. Decía también Beck: “hay una «fuerza
de atracción» sistemática entre la pobreza extrema y los riesgos
extremos” 15. Pero quizá sea que los haitianos no se esfuerzan lo
suficiente.

París como la estratagema del desastre

15
BECK
Es por ello que se insiste en la necesidad de contar con una voluntad
global. Una a partir de la cual sea más sencillo tomar una serie de
disposiciones en aras de alcanzar lo que es un objetivo sencillo: dejar de
contaminar el aire para evitar una catástrofe climática en la que perezca
la mitad de la población mundial. Pero desde las posiciones individuales
de cada una de las partes parece imposible escapar de esa compleja red
de intereses de la que pertenecen todos los actores globales, no solo
sovereignty-bound actors, corporaciones internacionales, ONG e individuos
también. Queda de manifiesto esta necesidad si se considera que pese a
la urgencia de la situación lo que prima es una enorme ineficacia a la
hora de resolver el problema, un fracaso del UNFCCC y de la
gobernanza global.

El acuerdo de París es, hasta el día de hoy, el mayor logro que haya
alcanzado este framework en pos de aquel objetivo de mantener la
temperatura global “muy por debajo de los 2°C”, sin embargo, este
convenio parece ser más una estratagema que una verdadera respuesta
al problema. 194 países firmaron este acuerdo el que cada uno dejó
estipuladas diversas promesas encaminadas a la reducción de emisiones
de GEI. A partir de estrategias y políticas diversas los firmantes
establecieron, en la mayoría de los casos, porcentajes de disminución de
emisiones relativas a lo que sería un escenario de business as usual. Esto
significa que, a pesar de que la cantidad de emisiones totales por año
seguirá incrementándose, lo hará en menor medida de lo que lo hubiera
hecho sin el acuerdo. Por otro lado, lo que verdaderamente importa de
este acuerdo es aquello de que la verdadera disminución llegará cerca
del año 2030 cuando se alcance el doblemente anhelado peak.

Sin embargo, el principal problema no radica en que la disminución


drástica en las emisiones de GEI sea hasta 2030 pues de acuerdo con
los cálculos sobre los que se sentaron las bases del acuerdo, se supone
que se alcanzaría el objetivo a pesar de que el convenio non incluya
medidas de sanción en caso de incumplimiento y aunque no quede del
todo claro cómo es que será posible alcanzar esa drástica disminución
en emisiones ni tampoco si habrá una manera de garantizar que suceda.
Lo que verdaderamente resulta en un inconveniente es que las promesas
firmadas en París, incluso si se cumpliesen al pie de la letra, no serían
suficiente como para mantener la temperatura por debajo de los 2°C y
lo peor de todo es que ni siquiera estas promesas, ya de por sí
insuficientes, se están cumpliendo. Hablando de manera esquemática la
situación es la siguiente:
 1.5 – 2°C: Es la meta que se ha colocado la comunidad
internacional. No es un calentamiento que esté libre de
consecuencias, pero se evadiría la mayoría de los problemas y,
los que no, no tendrían una intensidad lo suficientemente fuerte
como para que apropiadas medidas de adaptación no pudieran
evitar catástrofes mayores y pérdida de vidas humanas incluso
en aquellos sitios más vulnerables.

 2.6 – 3.2°C: Sería el nivel del calentamiento global que se


alcanzaría en caso de que todos los países que firmaron el
acuerdo de París cumplieran con sus promesas. Podría llevar a
un calentamiento global considerablemente mayor del
prospectado y desatar una cantidad de repercusiones
considerablemente dañinas. En algunos sitios las consecuencias
serían tan graves que el potencial para la adaptación quedaría
rebasado.

 3.1 – 3.7°C: Es el nivel de calentamiento que se alcanzaría con


las políticas ambientales que se están adoptando actualmente.
El aumento en las emisiones de GEI está siendo mayor a las
prospectadas y de continuar así, los países no podrán cumplir
los NDC (National Determined Contributions) que se
autoimpusieron en París.

 4°C: Es un aumento en el promedio de la temperatura global


que en el IPCC han colocado como la frontera de un
calentamiento crítico. A partir de este escenario se desatarían la
mayor cantidad de efectos no deseados del calentamiento
global: inundaciones, ondas de calor, acidificación de los
océanos, aumento del nivel del mar, incendios, tormentas,
huracanes, sequías extremas, etc. En este punto la capacidad
para la adaptación es muy limitada.

 4.1- 4.8°C: Son los niveles de calentamiento global que se


alcanzarían si las naciones mantuvieran el mismo patrón de
aumento en las emisiones que han mantenido durante los
últimos años o si hoy se renunciara a los acuerdos sobre el
calentamiento global y a las inversiones en energías renovables.

 6.8°C: Este aumento en la temperatura es posible en un


escenario pesimista en el que no sólo hay un crecimiento en la
concentración de GEI en el medio ambiente sino en el que,
además, el nivel de susceptibilidad del planeta es también más
alto del esperado. Al tratarse de un escenario improbable, en el
IPCC no se ha ahondado en las consecuencias que de manera
particular podría desencadenar un calentamiento de esta
magnitud.

Estamos hablando entonces de que comienza a abrirse un gap entre las


medidas que serían suficientes en orden de evitar un aumento mayor a
los 2°C y aquellas medidas que de hecho se están implementando. De
acuerdo con el IPCC para alcanzar el objetivo es necesario que las
emisiones experimenten “una reducción de entre el 40% y el 70% para
2050 en comparación con 2010, y niveles de emisiones próximos a cero
o inferiores en 2100”16. Si en 2030 los niveles de emisiones serán
considerablemente mayores que en 2010, ¿qué nos hace pensar que en
20 años las emisiones podrán reducirse así de drásticamente? Es por eso
que no sorprende que varios expertos en el tema hayan comenzado a
asegurar que la meta de los 2°C ya se encuentra bastante lejos de ser
realizable. No es para menos, parece cada vez más claro que así será si
tomamos en cuenta esta meta requiere que dos tercios del total de las
reservas de combustibles fósiles que han sido descubiertas alrededor del
mundo no sean explotadas. 17 18 Como es de esperar, aquellos actores
globales que tienen algún interés depositado en la explotación de esos
recursos tampoco están dispuestos a comprometerse con el sacrificio
que les toca hacer. Un ejemplo de ello es el reporte que publicó Exxon
Mobil, la quinta petrolera más grande del mundo. Este reporte, dirigido
a sus inversionistas, reza en el título “Positioning for a Lower-Carbon Energy
Future”, pero en su contenido segura que más del 90% de las reservas
de petróleo de esta compañía podrán ser explotadas e incluso estipula
que se ve con buenos ojos el seguir investigando en nuevas reservas.19
20

La problemática se vuelve aún más intrincada pues tal como afirma


Giddens: “quien dice petróleo dice geopolítica” 21. Los combustibles
fósiles juegan un papel fundamental en la configuración del tablero
geopolítico y las principales potencias económico-militares no van a
abandonar el statu quo que implica para ellos una posición privilegiada,
así pongan con ello en riesgo a la humanidad por entero. Por eso no
extraña la intención de Estados Unidos de salir del acuerdo de París
pues, con China acelerando su llegada a la autosuficiencia energética a
punta de una inversión descomunal en energías renovables a aquél país
no parece convenirle mucho que la economía del mundo deje de
depender de ese exclusivo recurso que ellos sí poseen. El hecho de que
el presidente Trump anunciase la salida de su país de un acuerdo que no
prevé sanciones de ningún tipo a aquellos que no cumplan sus NDC y
con tanta anticipación a la fecha en que esta salida podrá hacerse
efectiva de manera formal (un día después de la fecha prevista para las
próximas elecciones presidenciales de aquél país), obedece no solo a un
acto de proselitismo sino también a una estrategia de cara a unos
mercados internacionales cada vez más inclinados por las energías
renovables, “it's not about the money, it's about sending a message”.

Son justamente los mercados económicos y su mano invisible, junto


con el desarrollo de alguna máquina de captura y almacenamiento de
GEI lo que constituye la última esperanza de todos aquellos que
aseguran que la humanidad puede mantener el estilo de vida actual e
incluso seguir creciendo, que podrán explotarse el 90% de las reservas
de la quinta petrolera más grande del mundo sin que se pierda el
objetivo de los 2°C o que es tiempo abrir un espacio para escuchar las
historias de todos los que tengan algo que compartir con la comunidad
internacional en un ambiente donde los señalamientos y las críticas no

20
tengan cabida. Pero aun si este par de clavos ardientes fracasaran,
siempre quedarán las medidas de adaptación y ¡sálvese quien pueda! Lo
que siempre ha sido considerado ser un juego suma cero es en realidad
una competencia sanguinaria en la que dejar morir al otro resulta en un
importante beneficio particular y en un escenario catastrófico siempre
habrá de ganar más el que menos pierda.

Lo peor del caso es que los esfuerzos que se hacen desde la gobernanza
global también se mueven al compás que marcan las naciones
poderosas. El mejor ejemplo de ello es que, con la excusa de atraer más
moscas con miel que con vinagre, los combustibles fósiles se han
convertido en el gran elefante blanco del UNFCCC. Ya lo señalaba
Clive Spash en relación a los artículos que integran el acuerdo de París:
“no hay menciones a las fuentes de GEI, ni un solo comentario sobre
la utilización de combustibles fósiles, nada acerca de cómo detener la
expansión del fracking, del petróleo de esquisto o las exploraciones en
búsqueda de petróleo y gas en el Ártico y el Antártico.” 22 Pero estas
consideraciones no solo se encuentran ausentes de París, el uso de
combustibles fósiles aparece, cuando aparece en el grueso de las
comunicaciones de la UNFCCC y en particular en las declaraciones de
su secretaria, Patricia Espinosa, solo como un elemento más del
problema, no hay señalamientos a la situación geopolítica o a las
compañías petroleras, pero sí mucha insistencia en recalcar, con ese
típico espíritu neoliberal del que se hablaba antes, la necesidad de que
todos se involucren:
“Personas de todos los entornos y de todos los países y en todos los
continentes deben de cargar con la bandera del desarrollo sustentable
y de la acción en términos de cambio climático. Cada nivel de la
sociedad, cada comunidad y cada sector de cada economía deben de
estar involucrados” 23

Cierto es que antes aquí mismo se pugnaba por una conciencia global
en la generalidad de los ciudadanos que vivían en democracia, pero
cuando se obvia la labor de los Estados, se evaden las pulsiones críticas
y los señalamientos, lo único que se logra es dar la falsa impresión de

23
que algo se está haciendo en el plano de la gobernanza global por
cambiar las cosas cuando no es así, con ello se termina haciendo el juego
a quienes rentabilizan los combustibles fósiles y están más que
dispuestos a rentabilizar también el calentamiento climático pues total,
muchos de ellos ya se han prevenido para el desastre comprándose una
buena dotación de hectáreas en Nueva Zelanda24.

Política glocal
Y tal vez después de todo en unos años más se haga realidad sueño de
la ingeniería ambiental en el que trabajan organismos gubernamentales
como la NASA o privados, como Alphabet (Google), y se
perfeccionarán los milagrosos procesos de captura y almacenamiento
de dióxido de carbono de tal manera que el problema del cambio
climático pueda ser arreglado como por arte de magia. Ello no echaría
por tierra las consideraciones vertidas en este texto pues lo que se está
argumentando aquí no es que el cambio climático acabará con el
mundo, sino dos cosas en torno a esa posibilidad. En primer lugar, que
la forma en que se ha enfrentado el problema y los mecanismos con los
que cuenta la llamada comunidad internacional a la hora de intentar
resolver problemas de corte global son del todo ineficaces, que operan
bajo una lógica distinta que es la lógica de los intereses particulares
desde la que surgen más inconvenientes y resistencias que
proposiciones o apoyos; y, en franca relación con lo anterior se
argumenta que, aun en los escenarios más graves en los que ningún país
pueda llegar a apelar a la resiliencia y a la adaptación con el fin de no
perecer, el mundo no se puede acabar y no puede suceder por la simple
razón de que no existe todavía un mundo, solo existen sus partes.

Se hablaba de esto al principio, ante la ausencia de un demos global no


hay un sustento ni una máxima sobre el cual se pueda abogar por un
esquema de cooperación verdadero. Sin la formación de un “mundo” o
de una sociedad global, lo único que ameritará rescate es aquella parte
del mundo a la que sí se pertenece, aquella que tiene una connotación
que va más allá de lo territorial y sobre la que se ha forjado un contrato
social. En una situación de emergencia climática el Estado revaloraría
su papel instrumental como el defensor definitivo de la seguridad de sus
ciudadanos y la cuestión territorial pasaría a ser fundamental en la vida
de los seres humanos, la nacionalidad o el lugar donde se vive pasarían
a ser cuestiones de las que dependería la supervivencia de comunidades
enteras -claro está, en una medida mucho mayor que ahora.

Sin un “mundo” prevalecerá el imperio de la política glocal, los


gobiernos seguirán intentando relativizar los problemas globales y
tratarlos como problemas locales que existen solamente en tanto a ellos
concierne y buscarán solventarlos también únicamente de fronteras
para adentro. Se trata de la estrategia más obvia, una política que solo
funciona a partir de la segmentación territorial buscará enfrentar lo
global desde una lógica local. Si se trata de catástrofes naturales los que
cuentan con los medios suficientes, depositarán sus esfuerzos en
medidas de adaptación; mientras que aquellos que no lo tienen, al ser
incapaces de hacer algo significativo en términos de mitigación, no
tendrán más remedio (a menos que aquello de compartir sus historias
les pueda servir de algo) que adaptarse lo más que puedan a la
adversidad. Pues, como también afirmara Beck, se encuentran
completamente desamparados:
“A menudo aquellos afectados injustamente por los riesgos del cambio
climático no pueden recurrir a nadie en particular; no pueden
demandarle a nadie que haga alguna acción en específico como parte
del cumplimiento de su deber, apenas si pueden aullarle a la luna. Se
trata de una situación que, de hecho, hace más fácil aplicar el actual
sistema legal de naciones que permite seguir excluyendo a los
excluidos.”25

Si se insiste tanto en lo global como categoría es porque las


particularidades de este adjetivo implican que dé igual si se trata de
cambio climático, terrorismo o armamento nuclear y evidencian cómo
los gobiernos estatales operan sobre una lógica distinta. Si se trata de
terrorismo se dota de entrenamiento especial a la policía o se aumenta
la vigilancia, pero no se fomenta el bienestar de aquellas zonas del
planeta donde un justificado odio a occidente es el mejor caldo de
cultivo para la proliferación de organizaciones radicales, mucho menos
se resuelve el problema del multiculturalismo en el seno de las
democracias desarrolladas. Si es el armamento nuclear, no se pacta un
desarme generalizado y un veto al desarrollo de nuevas armas de
destrucción masiva, se opta por acumular ojivas nucleares con el
argumento de que son disuasivas. De esto se tratan las políticas glocales,
al no tener que desarrollar engorrosas y costosas empresas que lleguen
a modificar de raíz aquello que en las democracias desarrolladas necesita
ser transformado, es mucho más sencillo apostar por la adaptación que
por la mitigación. Con esta estrategia se pueden llegar a paliar los
síntomas de la enfermedad, pero se resuelve muy poco. Por supuesto la
cooperación entre países es y ha sido posible, pero casi siempre
funciona a partir del principio de la most favoured nation. En el momento
en que alguno de los países puestos a cooperar percibe que las
condiciones del acuerdo implican un perjuicio a sus intereses se activa
el juego suma cero y los participantes se tienen que retirar a replantear
las cosas.

El mundo como proyecto


Solo la existencia de un “mundo” podría hacer que un país accediera a
verse perjudicado, porque en ese esquema de las cosas no se pensaría
que se está perdiendo, se gana porque gana ese mundo del que también
se es parte. Hablamos de la conformación de un mundo común como
respuesta a los problemas globales que necesariamente será global y que
podrá actuar dentro de esa lógica global en la que se mueven los grandes
problemas actuales. Un mundo global puede sonar a pleonasmo, pero
se trata de palabras con implicaciones distintas. Dice Martin Albrow en
The global age que la forma del planeta, “el globo”, marca el punto de
referencia material y el límite espacial de las interacciones sociales que
se dan entre distintas localidades, por lo que “lo global”, al contrario de
“lo mundial”, no será aquello que se encuentre presente en la totalidad
de interacciones del globo sino lo que pueda surgir en cualquier sitio de
este. 26 27 Mundo en cambio, que en inglés proviene de “age of men”, tiene
un componente más bien de carácter subjetivo, el mundo refiere a un
entorno de realidad para los seres humanos o como diría Luhmann:
“Si tomamos el concepto de mundo en su sentido fenomenológico,
todas las sociedades han sido sociedades mundiales. Todas las

ALBROW
sociedades se comunican dentro del horizonte de todo sobre lo que
ellos pueden comunicarse. El total de todo lo que tiene un significado
implícito es para ellos el mundo” 28

Al entender “mundo” como horizonte de realidad podemos decir


además que hay un mundo diferente por cada uno de nosotros y, al
mismo tiempo, que hay un horizonte de realidad que es compartido y
que por lo tanto refiere a un nosotros, a la humanidad. Y aunque en ese
sentido el mundo de los seres humanos vuelve a establecer una
convergencia con el planeta, cuando aquí se incurre en el alarmismo
apocalíptico de hablar del fin del mundo, no se implica el fin del planeta
Tierra, sino el fin de aquello que hoy representa una realidad compartida
para todos nosotros.

Sin embargo, con el mundo pasa algo similar a como sucede con el
concepto de pueblo, y es que, al tratarse de conceptos subjetivos y por
lo tanto dinámicos, estos no refieren a un objeto material en concreto.
¿Cómo se puede decir “este es el mundo” sin que al terminar la frase el
mundo mismo haya cambiado? El mundo podrá establecerse alrededor
de algunos parámetros de realidad, pero al existir tantas visiones sobre
el mundo, algunas habrán de existir en franca contradicción entre sí. El
mundo que conocemos es uno que se ha edificado a partir de sus partes
y estas a partir de la clara oposición entre unas y otras,
consecuentemente no es de extrañar que pesen mucho más las
diferencias que las similitudes.

Tal vez lo que se necesita es la existencia de un “otros” que propicie la


relevancia de un “nosotros”. Una sociedad extraterrestre o subterránea
que llegue a la superficie y sirva para remarcar aquello que nos hace
similares. Se trata de algo bastante común dentro de la cultura pop,
siempre que la humanidad se jacta de ser tal es cuando se enfrenta a la
aniquilación en manos de alguna entidad o cultura exógena. Y aunque
la cultura pop padece la hegemonía de la bochornosa
autorreferencialidad estadounidense vale la pena rescatar el célebre
discurso de Día de la idependencia (1996) que resulta tan cheesy como
oportuno en este momento de la disertación:
El Presidente de los Estados Unidos: Buenos días. En menos de una
hora la fuerza aérea de aquí se unirá a otras alrededor del mundo. Y
ustedes habrán de llevar a cabo la más grande batalla aérea en la historia

LUHMANN
de la humanidad. Humanidad, esa palabra tendrá un nuevo significado
para todos nosotros el día de hoy. Ya no podemos seguir siendo
consumidos por nuestras pequeñas diferencias. Vamos a unirnos por
el interés de todos nosotros.

Quizá sea el destino que hoy sea 4 de julio y ustedes vayan a pelear una
vez más por nuestra libertad, no de la tiranía, la opresión o la
persecución, sino de la aniquilación. Vamos a pelear por nuestro
derecho a vivir, a existir. Debemos de ganar. El 4 de julio ya no será
conocido como una fiesta americana, sino como el día en que el mundo
declaró con una sola voz:

¡No nos desvaneceremos tranquilamente entre la noche!

¡No desapareceremos sin dar pelea!

¡Continuaremos viviendo!
¡Vamos a sobrevivir!

¡Hoy celebramos nuestro día de la independencia!

Lamentablemente, cuando el origen de la aniquilación proviene de


nosotros mismos parece que no nos importa aquello de desvanecernos
tranquilamente entre la noche. Se podrá objetar, sin embargo, que con
esta referencia se está exagerando demasiado, que nada tienen que ver
el cambio climático con una invasión a gran escala de alienígenas
hostiles y es cierto. Por otro lado, esta objeción hace necesario reiterar
que cuando aquí se habla de la formación de un mundo común o de
una sociedad global se lo hace en un esquema de mínimos que no
presupone armonía, el establecimiento de leyes de convivencia
universales o siquiera el encumbramiento de un principio cosmopolita.
Se habla de mínimos por pragmatismo, se trata de cambiar las
circunstancias actuales del enduring-bifurcation scenario para que se
parezcan solo un poco más a las de una global society, se habla meramente
del entendimiento de que habitamos el mismo planeta y de que bajo
algunas circunstancias valdrá la pena subordinar las afiliaciones más
inmediatas en pos de ese algo ulterior que es el mundo. Se trata
simplemente de poder llegar a conformar una voluntad global que
permita actuar a los seres humanos a pesar de que con ello se actúe en
contra de los intereses de algunas de las partes. Se trata de algo preferible
a lo que vivimos ahora incluso si esto solo sirve para resolver un
problema concreto y luego se vuelve al sistema capitalista de
competencia despiadada al que estamos acostumbrados.
Por eso se insiste tanto aquí con esa idea de un “mundo”, porque
implica la confluencia de aquello que es común con todo lo que
diferencia a las múltiples visiones del mundo que existen, todo ello sin
tener que buscar y homologar alguna denominación que siente bien a
todos. La idea es pues que, si algún día se da el caso, se pueda por fin
comenzar a hablar del fin del mundo, porque esa es la única forma que
tenemos de prevenirlo.
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