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ROSENAU
a cada una de sus partes. Cambio climático, armas nucleares y desarrollo
tecnológico sin control son esos epígrafes dentro de la agenda que
poseen el potencial de traer consigo el apocalipsis y acabar con el
mundo, es decir: el mundo de los humanos. El cambio climático será
tomado como el caso paradigmático a analizar aquí, en primer lugar
porque durante los últimos años se ha investigado de manera exhaustiva
y se ha logrado alcanzar cierta certeza en cuanto a cuáles son sus causas,
los riesgos que conlleva, los distintos escenarios futuros y, sobre todo,
el nivel de respuesta necesario para mitigarlo, además, porque contrario
a los riesgos asociados al armamento nuclear y a los desarrollos
tecnológicos, el calentamiento global es un riesgo pero al mismo tiempo
es una condición que ya ha comenzado a suceder de manera paulatina
con todo y sus perniciosas consecuencias, y continuará avanzando año
tras año con una intensidad que dependerá del tipo de medidas que se
adopten.
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crecimiento nos costará a los seres humanos seguir durmiendo
tranquilos por un par de años más. No obstante, la realización o
divulgación de un estudio acerca de lo que habría de costarnos el actuar
e intentar resolver el problema aún sigue pendiente, parece ser un tema
que se está evitando tocar. Hay un embelesamiento inquietante de los
líderes del mundo con la fantasía de poder mitigar el calentamiento
global y ser capaces, a la vez, de mantener las previsiones de crecimiento
en el PIB, la fantasía de no hacer nada y que no pase nada. Más allá de
alarmismos, la exigencia por una transformación es algo que únicamente
es exigible a los gobiernos de las democracias desarrolladas, no es
atribuible a los ciudadanos la preeminencia de un indicador de
desempeño económico que no sólo no toma en cuenta aquello que
constituye desperdicio, sino que se ve estimulado por prácticas de
inescrupuloso despilfarro que impone con ello un esquema donde el
etiquetado de cada fruta de manera individual en los supermercados no
es considerado waste sino producción. No se debe caer una vez más en
la trampa de aquello que algunos llaman ethos neoliberal, de recriminar
a los ciudadanos que no sean lo suficientemente ecológicos y exigirles
que reciclen más, que sean vegetarianos, que no viajen demasiado, que
no conduzcan una SUV 7 o que no dejen las luces de su casa encendidas
durante la noche.
Puede que suene todo esto demasiado drástico, pero es así como
funciona la era global, lo que un día es la contaminación local de una
fábrica en un sitio particular del planeta se globaliza y comienza a
interactuar con la contaminación de otras partes del planeta de tal
manera que, eventualmente, la contaminación del medio ambiente
global repercute sobre todas las localidades del mundo. Y mientras este
patrón se repite con cada uno de los ámbitos de la vida, se va creando
un nivel de interrelación entre cada una de las partes del mundo que
hace de lo global un complejo entramado que no puede ser resuelto
tirando de un hilo. La mariposa podrá morir, pero el tornado no se
detendrá. Así mismo, solo esfuerzos de transformación que se
funcionen bajo esta misma lógica global podrán funcionar
adecuadamente.
Clima apocalíptico
La globalización tiene que ver con la relativización de la importancia de
lo territorial, con la inmediatez de la comunicación y con el hecho de
que lo que es local, puede globalizarse repercutir en cualquier lugar del
mundo. El caso del cambio climático es el de un fenómeno generalizado
que se dejará sentir en todos los lugares del planeta, sin embargo, ello
no quiere decir que este calentamiento será el mismo ni que repercutirá
de la misma manera en todos los lugares. Lo global no implica de
ninguna manera generalidad ni homogeneidad, muy al contrario, lo
global implica complejidad y convergencia de circunstancias.
Recurriendo al esquema de Roland Robertson acerca de las dinámicas
entre lo universal y lo particular se podría decir que lo global, aunque de
manera circunstancial resulte ser general o universal, tiene
necesariamente que localizarse en un sitio y desatar, en consecuencia,
un proceso de localización de lo global o glocalización por el cual, aquello
que era universal, habrá de transformarse dentro de ese contexto
particular para finalmente, dar paso a la formación de una nueva
particularidad. Así pues, aun cuando el cambio en la temperatura fuese
a ser el mismo en todo el planeta, al ser cada localidad distinta entre sí,
cada una de estas habrá de verse afectada de forma diferente.
Consecuentemente, aquello que es local no puede no ser uno de los
rasgos más importantes a considerar cuando se habla de un problema
global como este. Y aunque los riesgos que acompañan este fenómeno
amenazan con tener tal nivel de intensidad que seguramente ninguno
de ellos habrá de mantenerse dentro de los confines de un Estado en
particular y, a pesar de que ningún Estado podrá mantenerse libre de las
repercusiones de estos, habrán de ser las particularidades de los Estados
las que habrán de determinar las características del fenómeno global en
tanta medida como en la que éste habrá de afectar a aquellos.
Pero hay otros factores que entran en juego y agudizan las desigualdades
relacionadas con el cambio climático. Pequeños contaminantes como
Colombia que contribuye con el 0.36% no solo tendrán que renunciar
de antemano a salir de la irrelevancia en términos de emisiones
presentes y futuras; también habrán de resignarse además a
experimentar las mismas o peores repercusiones como consecuencia del
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cambio climático que aquellas que han tenido el buen tino de explotar,
a costa de medio ambiente, un aumento en su producción o en sus
ventas de combustibles fósiles antes de que el cambio climático se
hubiese convertido en un problema serio y se deba dar comienzo una
reducción en las emisiones a nivel global, es decir, en el 2030 (con
suerte). Qué decir de un caso como el de Fiji que, pese a contribuir con
apenas con un 0.005% del total de emisiones, podría ser uno de los
países más azotados por las consecuencias del cambio climático pues la
elevación del nivel del mar podría llegar a sumergir gran parte de su
territorio actual, riesgo que comparte con otros diminutos
contaminantes como Maldivas o Micronesia12. Así pues, lo que puede
llegar a incentivar a aquél 95% de países que contaminan muy poco para
participar de este consenso es la esperanza de que las naciones
verdaderamente contaminantes cumplan sus promesas, lleguen a
alcanzar un peak de emisiones en una fecha cercana al 2030 y reduzcan
sus emisiones en los años posteriores lo suficientemente rápido como
para alcanzar la meta de mantener el calentamiento global “muy por
debajo” de los 2°C. Lo más crítico de todo es que, si bien las naciones
poco contaminantes podrían tener pocos estímulos para participar, las
naciones contaminantes, o mejor dicho, las naciones ricas, pudieran
tener menos razones aún pues no solo son las que más se benefician de
las emisiones, además son las mejor preparadas para adaptarse a los
problemas de un escenario futuro de cambio climático. Resuenan aquí
las palabras de Ulrich Beck: “mientras las riquezas se acumulan arriba,
los riesgos se acumulan abajo, justo donde la vulnerabilidad a los
mismos es mayor”13.
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cambio climático. Mitigación es el proceso a partir del cual se toman
medidas en pos de reducir las emisiones de GIE o bien, de reducir su
presencia en el ambiente, así como de cualquier otra que pueda limitar
la intensidad de los futuros cambios climáticos. Por otro lado, la
adaptación se ejerce como respuesta a las repercusiones del cambio
climático, es el proceso por el que se adoptan las medidas necesarias
para reducir, evadir el daño o incluso explotar las oportunidades que
pudieran resultar como consecuencia de los cambios climáticos
presentes o futuros.14 Se habla además, de que mitigación y adaptación
son estrategias que han de ser vistas como complementarias pues
aunque se enfocasen todos los esfuerzos en procurar la mitigación de
los riesgos, ya no sería posible descartar del todo las medidas
relacionadas con la vulnerabilidad, la adaptación será necesaria debido
a que la cantidad de partículas contaminantes en el ambiente ya
alcanzado tales niveles de concentración que, como se decía antes, las
repercusiones ya están garantizadas. De hecho, algunos efectos del
calentamiento global ya están desatando sus consecuencias en el planeta
ahora que el aumento promedio en la temperatura se encuentra en 0.8°C
por encima de los niveles preindustriales. Si la meta acordada desde la
Conferencia de Cancún en 2010 fue mantener el aumento de la
temperatura “muy por debajo” de los 2°C al menos hasta el año 2100,
está claro que no se pueden descartar importantes medidas de
adaptación, claro está, allí donde se puedan pagar.
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como Noruega, viven del negocio de la contaminación sin necesidad de
mancharse las manos con las emisiones. Tendría más sentido que la
población marcara el valor sobre el cual se erigiera una proporción de
emisiones, pero esto afectaría enormemente a aquellos que basan sus
economías en el procesamiento de combustibles fósiles o en la
manufactura. Quizá si se incluyeran en las negociaciones algún tipo de
compensación a los países que pudieran resultar especialmente
perjudicadas se podría corregir un escenario injusto. Sin embargo, un
principio compensatorio así habría que considerar también beneficiar a
aquellos Estados que todos estos años han decidido no explotar sus
recursos naturales o a los que no lo han hecho por falta del capital
necesario para hacerlo, a los que no cuentan con recursos naturales o a
los menos preparados para la adaptación, a los que sufran las más graves
consecuencias del cambio climático o de una vez podrían compensar a
los más pobres y acabar con las desigualdades a nivel de países.
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Es por ello que se insiste en la necesidad de contar con una voluntad
global. Una a partir de la cual sea más sencillo tomar una serie de
disposiciones en aras de alcanzar lo que es un objetivo sencillo: dejar de
contaminar el aire para evitar una catástrofe climática en la que perezca
la mitad de la población mundial. Pero desde las posiciones individuales
de cada una de las partes parece imposible escapar de esa compleja red
de intereses de la que pertenecen todos los actores globales, no solo
sovereignty-bound actors, corporaciones internacionales, ONG e individuos
también. Queda de manifiesto esta necesidad si se considera que pese a
la urgencia de la situación lo que prima es una enorme ineficacia a la
hora de resolver el problema, un fracaso del UNFCCC y de la
gobernanza global.
El acuerdo de París es, hasta el día de hoy, el mayor logro que haya
alcanzado este framework en pos de aquel objetivo de mantener la
temperatura global “muy por debajo de los 2°C”, sin embargo, este
convenio parece ser más una estratagema que una verdadera respuesta
al problema. 194 países firmaron este acuerdo el que cada uno dejó
estipuladas diversas promesas encaminadas a la reducción de emisiones
de GEI. A partir de estrategias y políticas diversas los firmantes
establecieron, en la mayoría de los casos, porcentajes de disminución de
emisiones relativas a lo que sería un escenario de business as usual. Esto
significa que, a pesar de que la cantidad de emisiones totales por año
seguirá incrementándose, lo hará en menor medida de lo que lo hubiera
hecho sin el acuerdo. Por otro lado, lo que verdaderamente importa de
este acuerdo es aquello de que la verdadera disminución llegará cerca
del año 2030 cuando se alcance el doblemente anhelado peak.
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tengan cabida. Pero aun si este par de clavos ardientes fracasaran,
siempre quedarán las medidas de adaptación y ¡sálvese quien pueda! Lo
que siempre ha sido considerado ser un juego suma cero es en realidad
una competencia sanguinaria en la que dejar morir al otro resulta en un
importante beneficio particular y en un escenario catastrófico siempre
habrá de ganar más el que menos pierda.
Lo peor del caso es que los esfuerzos que se hacen desde la gobernanza
global también se mueven al compás que marcan las naciones
poderosas. El mejor ejemplo de ello es que, con la excusa de atraer más
moscas con miel que con vinagre, los combustibles fósiles se han
convertido en el gran elefante blanco del UNFCCC. Ya lo señalaba
Clive Spash en relación a los artículos que integran el acuerdo de París:
“no hay menciones a las fuentes de GEI, ni un solo comentario sobre
la utilización de combustibles fósiles, nada acerca de cómo detener la
expansión del fracking, del petróleo de esquisto o las exploraciones en
búsqueda de petróleo y gas en el Ártico y el Antártico.” 22 Pero estas
consideraciones no solo se encuentran ausentes de París, el uso de
combustibles fósiles aparece, cuando aparece en el grueso de las
comunicaciones de la UNFCCC y en particular en las declaraciones de
su secretaria, Patricia Espinosa, solo como un elemento más del
problema, no hay señalamientos a la situación geopolítica o a las
compañías petroleras, pero sí mucha insistencia en recalcar, con ese
típico espíritu neoliberal del que se hablaba antes, la necesidad de que
todos se involucren:
“Personas de todos los entornos y de todos los países y en todos los
continentes deben de cargar con la bandera del desarrollo sustentable
y de la acción en términos de cambio climático. Cada nivel de la
sociedad, cada comunidad y cada sector de cada economía deben de
estar involucrados” 23
Cierto es que antes aquí mismo se pugnaba por una conciencia global
en la generalidad de los ciudadanos que vivían en democracia, pero
cuando se obvia la labor de los Estados, se evaden las pulsiones críticas
y los señalamientos, lo único que se logra es dar la falsa impresión de
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que algo se está haciendo en el plano de la gobernanza global por
cambiar las cosas cuando no es así, con ello se termina haciendo el juego
a quienes rentabilizan los combustibles fósiles y están más que
dispuestos a rentabilizar también el calentamiento climático pues total,
muchos de ellos ya se han prevenido para el desastre comprándose una
buena dotación de hectáreas en Nueva Zelanda24.
Política glocal
Y tal vez después de todo en unos años más se haga realidad sueño de
la ingeniería ambiental en el que trabajan organismos gubernamentales
como la NASA o privados, como Alphabet (Google), y se
perfeccionarán los milagrosos procesos de captura y almacenamiento
de dióxido de carbono de tal manera que el problema del cambio
climático pueda ser arreglado como por arte de magia. Ello no echaría
por tierra las consideraciones vertidas en este texto pues lo que se está
argumentando aquí no es que el cambio climático acabará con el
mundo, sino dos cosas en torno a esa posibilidad. En primer lugar, que
la forma en que se ha enfrentado el problema y los mecanismos con los
que cuenta la llamada comunidad internacional a la hora de intentar
resolver problemas de corte global son del todo ineficaces, que operan
bajo una lógica distinta que es la lógica de los intereses particulares
desde la que surgen más inconvenientes y resistencias que
proposiciones o apoyos; y, en franca relación con lo anterior se
argumenta que, aun en los escenarios más graves en los que ningún país
pueda llegar a apelar a la resiliencia y a la adaptación con el fin de no
perecer, el mundo no se puede acabar y no puede suceder por la simple
razón de que no existe todavía un mundo, solo existen sus partes.
ALBROW
sociedades se comunican dentro del horizonte de todo sobre lo que
ellos pueden comunicarse. El total de todo lo que tiene un significado
implícito es para ellos el mundo” 28
Sin embargo, con el mundo pasa algo similar a como sucede con el
concepto de pueblo, y es que, al tratarse de conceptos subjetivos y por
lo tanto dinámicos, estos no refieren a un objeto material en concreto.
¿Cómo se puede decir “este es el mundo” sin que al terminar la frase el
mundo mismo haya cambiado? El mundo podrá establecerse alrededor
de algunos parámetros de realidad, pero al existir tantas visiones sobre
el mundo, algunas habrán de existir en franca contradicción entre sí. El
mundo que conocemos es uno que se ha edificado a partir de sus partes
y estas a partir de la clara oposición entre unas y otras,
consecuentemente no es de extrañar que pesen mucho más las
diferencias que las similitudes.
LUHMANN
de la humanidad. Humanidad, esa palabra tendrá un nuevo significado
para todos nosotros el día de hoy. Ya no podemos seguir siendo
consumidos por nuestras pequeñas diferencias. Vamos a unirnos por
el interés de todos nosotros.
Quizá sea el destino que hoy sea 4 de julio y ustedes vayan a pelear una
vez más por nuestra libertad, no de la tiranía, la opresión o la
persecución, sino de la aniquilación. Vamos a pelear por nuestro
derecho a vivir, a existir. Debemos de ganar. El 4 de julio ya no será
conocido como una fiesta americana, sino como el día en que el mundo
declaró con una sola voz:
¡Continuaremos viviendo!
¡Vamos a sobrevivir!