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Inteligencia Emocional y Cerebro

Chapter · January 2007

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Maria Jesús Mozaz Jose M. Mestre


Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea Universidad de Cádiz
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Figura 6.1

Figura 6.2
6
INTELIGENCIA EMOCIONAL Y CEREBRO
María J. Mozaz1

José M. Mestre2

Isabel Núñez-Vázquez3

6.1.- INTRODUCCIÓN

6.2.- ANTECEDENTES. APORTACIONES DE LA PSICOFISIOLOGÍA Y LA

NEUROPSICOLOGÍA AL ESTUDIO DE LA EMOCIÓN.

6.3.- BASES NEUROPSICOLÓGICAS DE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

6.3.1.- Percepción y Expresión de las Emociones

6.3.1.1.-Hipótesis de la Retroalimentación Facial

6.3.1.2.-Percepción de la Expresión Facial de las Emociones

6.3.1.3.-La Sonrisa de Duchenne

6.3.1.4.-Expresión Facial de las Emociones

6.3.2.- Facilitación Emocional de la Actividad Cognitiva

6.3.2.1.- Nivel de Arousal y Cognición

6.3.2.2.- Bases Neurales de la Facilitación Emocional

6.3.2.3.- Emoción y Cognición. Evidencias de la Neuropsicología y la

Psicopatología

6.3.3.- Comprensión de las Emociones

6.3.3.1.- Neuronas Espejo

6.3.3.2.- Conciencia y Comprensión de las Emociones

1 Para consultar cualquier información sobre el capítulo contactar con Dra. María J. Mozaz Garde; Facultad de
Psicología, Área de Psicobiología. Universidad del País Vasco, UPV/EHU. Avda. Tolosa, 70; 20018 Donostia/San
Sebastián (Gipuzkoa) España o el Dr. D. José M. Mestre; Área de Psicología Básica; Departamento de Psicología;
UCA; Facultad de Ciencias de la Educación; Campus Universitario de Puerto Real; Av/ república saharaui s/nº
11519; Puerto Real – España.
2 Algunos de los datos expuestos aquí han sido proporcionados gracias a la subvención del ministerio de

Educación y Ciencia de España. Nº de proyecto SEJ2006-04941


3 Becaria de la Caixa 2006

1
6.3.3.3.- Comprensión Deficitaria de las Emociones

6.3.4.- Regulación de las Emociones

6.3.4.1.- La Metáfora del Grifo de Agua

6.3.4.2.- Sistemas Funcionales de la Regulación de las Emociones

6.3.4.3.- Regulación, Evolución e Inteligencia Emocional

6.4.- COROLARIO

6.1.- INTRODUCCIÓN

La neurociencia básica ha venido utilizando el término emoción para referirse al

estado corporal, también entendido como estado emocional. El término sentimiento

hace referencia a la experiencia consciente de la emoción. Las bases neurales de

ambos procesos serían, al menos en parte, diferentes, si bien las conexiones que

existan entre ellas pueden ser, como veremos, numerosas.

Las emociones, entendidas como patrones de respuestas, vienen mediadas por

estructuras cerebrales subcorticales tales como el hipotálamo, la amígdala y el tronco

encefálico y presentan tres tipos de componentes: periféricos, autonómicos y

hormonales. Las bases neurales de los sentimientos conscientes por su parte, se

asentarían fundamentalmente en el córtex cerebral, e implicarían en parte, a la corteza

del cíngulo y a los lóbulos frontales. A lo largo del capítulo nos iremos refiriendo a

todas ellas.

Desde una perspectiva interdisciplinar podríamos considerar que el concepto

de Inteligencia Emocional (IE) integraría diversos aspectos de la conducta entre los

que destacamos la emoción, el sentimiento y la cognición, como expresiones del

funcionamiento de ciertas áreas subcorticales y corticales del cerebro, así como de las

variadas interconexiones existentes entre ellas y que intervienen en un u otro

componente de lo que se entiende por emoción, afecto o humor.

Mayer y Salovey (1997) consideran, como puede verse en el primer capítulo

del presente volumen, la existencia de cuatro habilidades en le IE, a las que nos

referiremos más adelante. Esas habilidades se desarrollan jerárquicamente de forma

2
secuencial en función de la edad y de la maduración cognitiva. Si bien la edad es un

factor relevante en la maduración del sistema nervioso y más específicamente del

cerebro es, de la maduración de este último de quien depende, en última instancia, el

desarrollo cognitivo. Este aspecto es de suma importancia ya que el desarrollo de las

habilidades de la IE estará íntimamente relacionado no sólo con la maduración del

cerebro como órgano de la conducta y de la cognición, sino con la variedad y

naturaleza de las interconexiones que se vayan dando entre las áreas cerebrales que

subyacen al procesamiento de la emoción, y las que participan en la cognición.

Con el presente capítulo nos proponemos ofrecer en primer lugar, una escueta

revisión, desde la perspectiva de la neurociencia, de aquellos antecedentes históricos

que marcaron de forma relevante el estudio de las relaciones cerebro-emoción. Se

trata de facilitar la incorporación de cierto vocabulario básico, así como de destacar

algunos hallazgos importantes sobre las bases neuroanatómicos y funcionales que

hoy consideramos implicados en el tema motivo del presente volumen. Se trata

asimismo de reconocer, si bien de forma escueta y sin desmerecer a todas las demás,

algunas de las líneas de pensamiento e investigación que de forma más o menos

explícita vienen inspirando el estudio de la relación cerebro-emoción. Ello permitirá

hacer un seguimiento y entender como ciertos antecedentes han derivado en algunas

de las líneas actuales de la investigación neuropsicológica sobre el estudio de la

emoción. De esta manera tratamos de ofrecer un marco que facilite la compresión, al

menos en parte, de la complejidad que supone el estudio de los componentes

neurales y neuropsicológicos de la emoción. Más concretamente, de aquellos que hoy

consideramos que podrían estar relacionados con cada una de las cuatro ramas del

modelo de Inteligencia Emocional ofrecido por Mayer y Salovey (1997) con el que se

abre el presente volumen.

El capítulo consta de tres apartados principales. Después de la Introducción

nos referiremos en primer lugar, y como adelantábamos arriba, a algunos

antecedentes históricos relevantes en el estudio de la emoción y a algunas de las

líneas de investigación más destacadas que se presentan en el ámbito de la

3
neuropsicología. A continuación y bajo el título Bases Neuropsicológicas de la

Inteligencia Emocional abordaremos la primera rama del modelo de Mayer y Salovey,

es decir el estudio de la Percepción de las Emociones para, posteriormente, tratar la

Expresión de las mismas. A continuación, trataremos la segunda rama del modelo, la

de la Facilitación emocional en la actividad cognitiva. Seguiremos con la tercera

rama, la de la Comprensión de las emociones, y finalmente, trataremos la última

rama del modelo, la de la Regulación Reflexiva de las emociones. Esta última rama

esta recibiendo un gran impulso debido al desarrollo que están experimentando en

nuestros días las neurociencias psicosociales, lo que se refleja en la dimensión que el

apartado toma en el presente capítulo. Es importante tener presente además, que la

regulación de las emociones es de gran repercusión e importancia para la adaptación

de la persona a sus diferentes contingencias vitales.

Nuestra modesta contribución sólo alcanza una pequeñísima parte del vasto

conocimiento de las neurociencias sobre la emoción. Nos basaremos

fundamentalmente en aportaciones de la neuropsicología. De ahí que este capítulo se

denomine Inteligencia Emocional y Cerebro, si bien en algunos casos ofreceremos

datos provenientes de otros campos de la neurociencia y la psicopatología. Somos

conscientes de que no podemos cubrir todos los aspectos cognitivos-emocionales que

pueden estar implícitos en el concepto de IE que el lector vio en el capítulo uno, ni

los relacionados con las aportaciones de las diferentes ramas de la neurociencia.

Confiamos sin embargo, en que el enfoque interdisciplinar que proponemos facilite

la necesaria integración de estos y otros enfoques complementarios que existan y/o

puedan ir surgiendo en el interesante campo de la Inteligencia Emocional.

6.2.- ANTECEDENTES. PSICOFISIOLOGÍA Y NEUROPSICOLOGÍA DE LA

EMOCIÓN.

Las teorías clásicas que estudiaban la emoción, desde la perspectiva de las

neurociencias básicas de finales del S. XIX y principios del S. XX, trataban de explicar

la relación entre fisiología y cognición. Es decir, la manera en la que los componentes

4
periféricos, autónomos y motores esqueléticos de la emoción, tales como cambios en

la frecuencia cardiaca, respiratoria, entre otros, se traducían en experiencia emocional

consciente (teoría de James-Lange, 1884); o de qué manera el hipotálamo y el tálamo,

como estructuras subcorticales, mediaban entre los componentes periféricos de la

emoción y el procesamiento cognitivo de la misma por parte de la corteza cerebral

(teoría de Cannon-Bard, 1920-30).

Sin extendernos sobre estas teorías clásicas ni detenernos en otras aportaciones

de la época, destacaremos el concepto de sistema límbico, como componente neural de

la emoción, propuesto por Papez en 1937. Este autor consideraba la existencia de un

circuito al que llamaba “cerebro emocional”4. El postulado del sistema límbico como

cerebro emocional representó un punto de referencia importante para el estudio de

los componentes neuroanatómicos y funcionales de la emoción y de los sentimientos.

El sistema límbico estaría configurado básicamente por un conjunto de núcleos y

tractos que rodean al tálamo y entre sus principales estructuras se encontrarían la

amígdala, los cuerpos mamilares del hipotálamo, el hipocampo, el fornix, la corteza del

cíngulo, el septum, y el bulbo olfatorio (véase Pinel, 2001). Papez proponía que los

estados emocionales se expresaban a través de las estructuras límbicas sobre el

hipotálamo y que se experimentaban a través de la acción de las mismas sobre la

corteza cerebral.

TRAER AQUÍ LA FIGURA 6.1

En esa misma época, concretamente en 1939, Klüver y Bucy redescubren en

animales un síndrome observado en 1888 por Brown, tal y como destacan Kolb y

Whishaw (2006). Posteriormente, el síndrome fue observado en pacientes con

patología neurológica de diversa naturaleza (focal y difusa), y entre los variados

signos de la enfermedad y los cambios de conducta, se destacaba la ausencia de

4 Las teorías de Papez (1937) y MacLean (1949) originaron la extendida creencia de que el sistema límbico era el
sistema cerebral especializado en la emoción (“cerebro emocional”). Actualmente, y como destaca LeDoux (1996,
2000) la propia variedad de las emociones y la complejidad de las mismas, resultantes de la interacción de
procesos de muy distinto nivel, hacen poco verosímil la existencia de un único sistema cerebral especializado en
la emoción.

5
afecto. En principio se consideraba que sería la lesión en el sistema límbico, tal y

como lo concebía Papez la causante de ese cambio emocional. Sin embargo, hoy se

considera, tal y como destacan los últimos autores, que la aparición del síndrome en

humanos y monos requiere la escisión bilateral de la amígdala y la corteza temporal

inferior. La amígdala o complejo amigdalino5, está implicada en la interconexión entre

áreas responsables de la expresión somática de la emoción (hipotálamo y núcleos del

tronco encefálico) y las áreas neocorticales implicadas en el sentimiento consciente;

especialmente del miedo (cíngulo, corteza parahipocámpica y prefrontal).

Posteriormente, en la década de los 60 (S. XX), Schachter revisó la teoría de

James-Lange y tal y como señala Kandel y col. (2001) la primera autora proponía que

la corteza cerebral traducía de forma activa los componentes periféricos, aunque

fueran ambiguos, en sentimientos específicos. Sostenía que la emoción es el resultado

de la valoración inconsciente del potencial emocional (dañino o beneficioso), de una

situación; el sentimiento sería la reflexión consciente de la previa valoración

inconsciente. De esta forma, el sentimiento no sería la respuesta en sí misma, sino la

tendencia a responder de determinada manera.

Por otro lado y en el contexto de la neuropsicología, una de las primeras áreas

de estudio fueron las asimetrías funcionales de los hemisferios cerebrales. En el S.

XVIII ya se habían descrito concomitancias entre hemiplejia derecha, alteraciones del

lenguaje y lesión en el hemisferio izquierdo; si bien no fue hasta la segunda mitad del

S. XIX cuando el hemisferio izquierdo fue considerado como el hemisferio dominante

para el lenguaje (Benton, 1971). Hacia 1939, Goldstein (véase Kolb y Whishaw, 2006)

sugirió, tras sus observaciones clínicas, que las lesiones del hemisferio izquierdo

generaban reacciones catastróficas con retraimiento y depresión, y las lesiones del

hemisferio derecho producían indiferencia. Poco después Goldstein (1942)

5 La amígdala o complejo amigdalino contiene varias subregiones entre las que destacamos el núcleo medial, el
lateral, el basal, y el central. Cada uno de ellos presenta diferentes aferencias y eferencias y participan de
diferentes funciones. En términos generales se entiende por núcleo la agrupación de neuronas,
fundamentalmente de los cuerpos celulares, de la misma naturaleza.

6
manifestaba que pacientes con lesiones prefrontales presentaban rigidez en la

expresión facial y podían presentar, de repente, reacciones de excitación.

A partir de entonces se ha venido investigando en el papel de ambos

hemisferios, no sólo en las funciones cognitivas y de la conducta en general, sino

también, aunque bastante más tardíamente, en los componentes emocionales que las

colorean. Más adelante nos referiremos de nuevo a ello al abordar las secciones

específicas en el marco del apartado que tratamos a continuación.

6.3.- BASES NEUROPSICOLÓGICAS DE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

En su revisión del concepto de Función, Luria (1979) se refería a los sistemas

funcionales como aquellos que sustentan no sólo los complejos procesos somáticos y

autónomos sino también y con mayor razón desde su punto de vista, aquéllos que

sustentan las complejas funciones de la conducta. Desde esta perspectiva la IE se nos

presenta como una función igualmente compleja en cuya base se encuentran un

sistema funcional altamente complejo, configurado probablemente por múltiples

subsistemas funcionales que incluyen diversas estructuras neurales y múltiples

impulsos aferentes (de ajuste) y eferentes (efectores).

El mencionado autor, uno de los pioneros más relevantes de la

neuropsicología del S. XX (1902-1977), se refería a los lóbulos frontales como la tercera

unidad funcional (1979) en tanto regula, verifica y programa la actividad a partir de las

interrelaciones que establece con las otras unidades funcionales; es decir, con la

primera unidad funcional situada en el tallo cerebral, diencéfalo y regiones medias del

córtex cerebral y con la segunda unidad funcional, situada esta última en áreas laterales

del neocórtex y en la superficie convexa de los hemisferios cerebrales en la que ocupa

regiones posteriores visuales (lóbulos occipitales), áreas auditivas (lóbulos temporales) y

áreas relacionadas con la sensorialidad general (lóbulos parietales).

La primera unidad funcional sería responsable de regular el tono vital y los

estados de conciencia, y la segunda unidad funcional sería la que recibe, analiza y

almacena la información. La segunda y la tercera unidad funcional consistirían a su

7
vez en tres capas de neuronas corticales superpuestas tales como las primarias o de

proyección (donde llega la información al cerebro a través de los nervios sensoriales),

las secundarias de proyección-asociación y las terciarias, de superposición. Estas

últimas fueron las de aparición posterior en el proceso de evolución filogenética.

Luria destacaba en el córtex frontal, mucho más desarrollado en los humanos

que en los animales, las divisiones prefrontales del mismo. Consideraba que estas áreas

prefrontales eran las que presentaban mayor capacidad para integrar y modular la

información proveniente tanto de estructuras subcorticales, como de otras áreas del

córtex. Las múltiples conexiones, de ida y vuelta del córtex prefrontal con esas otras

áreas, llevaron al autor a considerar que sus áreas terciarias ejercerían sobre la

conducta una regulación general más universal que la de las otras áreas asociativas

del córtex cerebral. El autor describió, además, algunas de las alteraciones del afecto

observadas en pacientes con lesiones en las áreas basales de los lóbulos frontales.

Concretamente, observó que lesiones en áreas orbitales del lóbulo frontal cursaban

con falta de autocontrol y arranques emocionales violentos.

Después de todo esto es importante tener presente que cualquier forma de

actividad consciente o inconsciente es un fenómeno altamente complejo que requiere

probablemente de la participación de diferentes sistemas neurales altamente

sofisticados, configurados a su vez, por unas u otras estructuras cerebrales. En un

sistema pueden participar varias de dichas estructuras y cualquiera de ellas a su vez,

formar parte de más de un sistema o circuito neural. Esta realidad, que la

neuropsicología clínica ha venido constatando a lo largo de su historia, ha ido

descartando cualquier vestigio de enfoque localizacionista, es decir, de la tendencia a

considerar una estructura como la responsable de una determinada función o

conducta. Una misma estructura, o parte de la misma, puede participar de uno o

varios circuitos, de manera que de acuerdo a sus conexiones puede estar involucrada

en más de una función y/o partes de las mismas. Desde esta perspectiva, la lesión en

cualquiera de las regiones del circuito podría dar lugar a diferentes disfunciones.

8
En la actualidad la tradicional división funcional entre áreas sensoriales,

asociativas y motoras viene siendo revisada a la luz de numerosos datos

experimentales. Existen evidencias de que la corteza parietal posterior, clásicamente

considerada asociativa, y la corteza frontal motora están estrechamente relacionadas

entre si. Se ha descubierto que además de recibir aferencias sensoriales, las áreas

parietales posteriores tienen propiedades motoras, y que existen circuitos

parietofrontales intracorticales que traducen la información sensorial y motora a un

formato común, de manera que áreas tradicionalmente consideradas motoras

podrían contribuir a la “traducción” de información sensorial (véase Rizzolatti y

Sinigaglia, 2006). Por todo ello los últimos autores sugieren que además de participar

en la organización del movimiento, las áreas motoras podrían representar el sustrato

anatómico de algunos procesos perceptivos e incluso cognitivos.

Por otro lado, la denominada década del cerebro (1990-2000) ha representado

un nuevo punto de referencia relevante en los estudios de éste en su relación con la

conducta. Ha facilitado sin duda la expansión de la interdisciplinaridad. Las

neurociencias del afecto han venido experimentando una interesante evolución y

vienen ensayando acercamientos recíprocos con las ciencias cognitivas y las ciencias

sociales, entre otras. De esta manera, nos estamos encontrando con disciplinas tales

como las neurociencias cognitivas, las neurociencias psicosociales, etc. que

comparten sus aportaciones con las neurociencias básicas y con la neuropsicología,

como ciencia de la conducta y la cognición, tanto en sujetos sanos (Neuropsicología

del Desarrollo) como en pacientes con patología neurológica (Neuropsicología

Clínica).

Así, hoy en día encontramos aportaciones relevantes desde enfoques bien

diferenciados que resultan complementarios a la hora de entender, al menos en

parte, la complejidad de la conducta y de la IE. Si bien, todas son importantes, cae

fuera del objetivo del presente capítulo ofrecer una revisión de todas ellas. Nos

basaremos fundamentalmente en las aportaciones de la neuropsicología, la cual ha

venido ofreciendo información relevante sobre las bases neurales de la emoción y el

9
sentimiento, tanto a través de las observaciones y descripciones de casos clínicos,

como de investigaciones que contribuyen a comprender la conducta humana y el

complejo fenómeno de lo que hemos dado en llamar Inteligencia Emocional. En

algunos casos, sin embargo, aportaremos, como adelantábamos previamente, datos

de otras ramas de la neurociencia y de la psicopatología que consideramos puedan

resultar complementarios.

6.3.1. -Percepción y Expresión de las Emociones

Si bien Darwin se refirió en su teoría sobre la emoción a la expresión emocional

facial, vocal y corporal, han venido siendo en general la percepción y la expresión

facial de las emociones, las más estudiadas en el contexto de la comunicación de las

mismas. Otros parámetros, como por ejemplo la prosodia, que se refiere a las

características de comunicación emocional del tono de voz y de otros componentes

no lingüísticos de la comunicación verbal, tales como entonación, timbre etc., han

sido estudiados en menor medida.

La percepción de una emoción puede inducir una respuesta en la persona que

percibe, la cual a su vez puede traducirse en expresión emocional con el potencial de

inducir a su vez otra respuesta.

6.3.1.1.- Hipótesis de la Retroalimentación Facial

Más que un juego de palabras la realidad expresada en la frase del párrafo anterior y

que cualquiera puede comprobar en cualquier momento, tiene que ver con la

comunicación emocional humana intrasujeto e intersujeto y viene sustentada, desde

el punto de vista teórico-experimental, por la hipótesis de la retroalimentación facial.

Según esta hipótesis, los patrones de movimientos emocionales de los músculos

faciales alteran la actividad del sistema nervioso autónomo, pudiendo dar lugar a

manifestaciones fisiológicas acordes a la emoción. Esto podría ser debido a que la

retroalimentación de los movimientos faciales pueda llegar, por condicionamiento

clásico, a generar la situación neurovegetativa de la emoción. Si usted le sonríe a un

10
bebe, al margen de que lo vea o no por primera vez, y lo hace el tiempo suficiente

(que variara con cada bebe y circunstancia) para atraer su atención, comprobara que

el bebe también le sonríe. Este ejemplo permite apreciar el potencial de esta sencilla

observación.

Si probamos conscientemente y a voluntad tanto en contexto intrasujeto, como

en las interacciones intersujeto la hipótesis de la retroalimentación facial,

comprobaremos cómo parece que las personas podemos ser influidas, y podemos a

la vez influir, en la generación de estados emocionales, tanto a nivel intrasujeto como

a nivel intersujeto. La observación de que el bebé, en quien todavía no ha

transcurrido el tiempo suficiente como para que se consoliden las interacciones

neurales subyacentes y se haya establecido condicionamiento por aprendizaje tiende

a imitar las expresiones faciales emocionales, lleva a considerar la existencia de una

tendencia innata a imitar las expresiones faciales percibidas (véase Carlson, 2006). A

partir de esta observación podríamos preguntarnos ¿Conlleva la imitación facial

sintonía emocional? Algunas aportaciones que veremos más adelante nos brindan

algunos datos interesantes al respecto.

6.3.1.2.- Percepción de la Expresión Facial de las Emociones

En la vida diaria, la percepción visual de la cara va generalmente acompañada de la

percepción de señales de otros sistemas sensoriales con gran potencial de

comunicación emocional. Entre ellos podemos destacar, además de la prosodia,

mencionada previamente la cual a través del lenguaje hablado trasmite componentes

emocionales no verbales, otros como la postura del cuerpo, el tono muscular, incluso

el olfato, sensible probablemente al efecto de las feromonas, como mensajeras

químicas intersujeto. Es preciso tener en cuenta que la integración emocional

multisensorial es un proceso automático e inconsciente (de Gelder, 2005) de suma

importancia en el estudio del procesamiento emocional. En este apartado no obstante

nos referiremos básicamente, como adelantábamos, a la percepción de la expresión

facial de otros. Destacaremos sin embargo que probablemente nuestro cerebro

11
percibe la multisensorialidad de forma sincrónica o con márgenes temporales

mínimos. Por ello y si bien el análisis parcial que comúnmente se lleva a cabo puede

aportar datos importantes, representa sólo un análisis muy limitado y en parte

artificial, al prescindir de diferentes parámetros concomitantes que siguen

coexistiendo, de un fenómeno altamente complejo que requiere de la participación de

diversas áreas cerebrales. De hecho, la simple percepción de la expresión facial

produce, como muestran estudios de imagen (RMf), una amplia activación del córtex

occipital, de la corteza prefrontal inferior, de regiones temporales medias (que

incluyen a la amígdala) y del lóbulo parietal derecho (Kolb y Whishaw, 2006).

Entre los diversos enfoques que se han planteado en el estudio de la

percepción de la expresión facial de las emociones nos vamos a referir al enfoque de

lateralización, al de la especificidad emocional y al de la percepción consciente e

inconsciente de las mismas.

a.- Lateralización de la percepción facial de las emociones

Los dos modelos más extendidos en el estudio de las diferencias en la participación

de los hemisferios cerebrales en la percepción de las emociones han sido el de la

predominancia del hemisferio derecho (HD) y el de las valencias.

Siguiendo la aproximación de la dominancia, se ha destacado la dominancia

del HD porque se ha observado que desempeña un papel esencial en algunos

aspectos de la percepción emocional y parece estar relacionado con otros aspectos

como la reactividad autonómica, la experiencia emocional o incluso el procesamiento

de palabras de contenido afectivo (LeDoux, 1996). Así, parecería haber un sesgo a

favor del hemisferio derecho, tal y como destaca Aguado (2005), lo que vendría

confirmado por algunas observaciones clínicas. Estudios llevados a cabo con

pacientes lesionados en el hemisferio derecho, describen que éstos tienen más

dificultades en la percepción y comprensión del significado de la expresión facial o

de la prosodia, que pacientes con lesiones del hemisferio izquierdo (Borod et al.,

1998; Bowers, Bauer y Heilman, 1993)

12
Estudios posteriores de medición de flujo sanguíneo cerebral (TEP) realizados

por George y cols. y destacados por Carlson (2006), mostraron que en tareas

orientadas a tratar de captar la emoción a partir del significado de las palabras,

aumentaba la actividad en los dos lóbulos frontales, si bien más en el hemisferio

izquierdo (HI.) Además la comprensión de la emoción a partir del tono de voz inducía

a un aumento de la actividad sólo en el córtex prefrontal derecho.

Por otro lado y de acuerdo al modelo de lateralización basado en las valencias,

se ha considerado en general que el HD sería responsable de las emociones negativas

y el HI de las positivas. Sin embargo, Idaka y col. (véase Kolb y Whishaw, 2006)

utilizando la resonancia magnética funcional (RMf) observaron, en sujetos sanos, que

la amígdala izquierda, la corteza inferior parietal derecha y las cortezas temporales se

activan en respuesta a expresiones negativas; en tanto el área temporaparietal

posterior derecha procesó específicamente, en el mismo estudio, los rostros con

expresiones positivas. Idaka y col. analizaron la relación entre diferentes áreas

cerebrales y encontraron correlación positiva entre la corteza prefrontal y la amígdala

izquierda, especialmente para las expresiones faciales negativas. Estos resultados

sugieren la existencia de un circuito configurado por dichas estructuras, que

mediaría el procesamiento de las expresiones negativas, lo que confirmarían el

hallazgo de que pacientes con lesiones prefrontales localizadas tanto en el HI como

en el HD, experimentan alteraciones en la percepción de las expresiones faciales

negativas (Kolb y Whishaw, 2006).

Desde una perspectiva mixta algunos autores consideran que la percepción de

la expresión facial de las emociones esta lateralizada en el HD, independientemente

de la valencia, es decir, sea la emoción positiva o negativa. La lateralización se

expresaría en este caso en la mayor rapidez de respuesta del H.D en condiciones

experimentales de exposición unilateral del estímulo, ante cualquier tipo de emoción

(Tamietto, Latini, de Gelder y Geiniani, 2006). Estos últimos autores destacan otro

estudio reciente de una de las coautoras, de Gelder, con resonancia magnética

13
funcional (RMf) que muestra la implicación de la amígdala y el córtex estriado6

derechos, en la ventaja del HD, si bien subraya que la misma debe ser relativa, ya que

en condiciones de exposición bilateral de los estímulos, como ocurre en la vida

cotidiana, el hemisferio izquierdo se muestra igualmente activo. Finalmente, los

primeros autores concluyen que probablemente se produzca una sumación neural y

una cooperación interhemisférica, al margen de la valencia de los estímulos.

b.- Especificidad Emocional

Atendiendo a la existencia de diferentes emociones se ha considerado que el

reconocimiento de la expresión emocional depende de sistemas específicos

relacionados con cada una de ellas, lo que en principio resulta compatible con el

papel que según diversos autores, tal y como hemos visto, juega el hemisferio

derecho (Ekman, Levenson y Friesen, 1983; Levenson, Ekman y Friesen, 1990).

Algunos estudios han demostrado concretamente que el reconocimiento de algunas

de las expresiones emocionales básicas tales como el miedo, el asco y la ira depende

de distintos sistemas cerebrales.

Respecto al miedo por ejemplo, se ha observado que se produce un

incremento de la actividad neural en la amígdala, la estructura subcortical integrada

en el sistema límbico (SL), cuya implicación en la emoción de miedo ha sido

demostrada (LeDoux, 1996). Se ha observado que la estimulación experimental de la

amígdala, o núcleo amigdalino por procedimientos eléctricos, produce miedo y

aprensión en los humanos (Kandel et al. 2001), y se ha destacado la singular

participación de la amígdala izquierda en la generación del miedo (Kolb y Whishaw,

2006). Estudios realizados en personas con lesiones amigdalares han demostrado que

las mismas presentan déficits específicos en el reconocimiento de expresiones de

miedo (Davis, 1992; LeDoux, 1987, 1993).

6
A las áreas visuales primarias se les denomina, por acuerdo general, córtex o corteza estriada y a las áreas
visuales de orden superior (áreas terciaria en terminología de Luria) corteza o córtex extraestriada (Martín, 1998).

14
A partir del estudio con animales de Klüver y Bucy, (1937; 1939), la amígdala,

ha venido siendo asociada tradicionalmente en los estudios de neurociencia, con la

emoción. Más recientemente ha sido reconocida y popularizada a través, entre otros

factores, de la aparición del concepto de IE, donde se la vincula con la falta de

habilidad en el reconocimiento de la emociones y con la alexitimia (véase Salovey y

Mayer, 1990). Funcionalmente, la amígdala está considerada como una estructura

esencial en el procesamiento de señales emocionales, ya que recibe proyecciones de

todas las áreas de asociación sensorial (véase Sánchez-Navarro y Román, 2004).

Como veíamos en la introducción, tiene conexiones con áreas relevantes en la

expresión somática de las emociones y con las de la experiencia del sentimiento

consciente. Por ello ejerce, probablemente, un papel mediador tanto en el estado

emocional inconsciente como en el sentimiento consciente (Kandel, 2001). Se ha

sugerido que la confluencia de proyecciones neurales de diferentes estructuras

cerebrales confiere a la amígdala capacidad para la formación de asociaciones entre

los estímulos y las contingencias de reforzamiento y castigo (Jones y Mishkin, 1972;

Rolls, 1986). De esta manera la misma podría ejercer un papel mediador en las

respuestas emocionales, tanto innatas como aprendidas (Kandel y col. 2001).

En relación a la emoción asociada al asco, se ha observado un aumento de la

actividad neural en la corteza insular7 y en el globus pallidus, estructura esta última que

forma parte de los ganglios basales8 (Rozin, Haidt y McCauley, 1999). Datos

experimentales muestran que el área anterior de la ínsula se activa ante la visión de

expresiones faciales de asco en otras personas y que las lesiones cerebrales en la

ínsula izquierda y áreas circundantes impiden el reconocimiento de las mismas

(véase Rizzolatti y Sinigaglia, 2006). Estos últimos autores revisan una serie de datos

clínicos e investigaciones con imagen cerebral y electroestimulación y sugieren que la

7 La corteza insular esta situada en la profundidad del córtex, entre la zona superior rostral del lóbulo temporal y
la inferior caudal del lóbulo frontal.
8 Los Ganglios basales son un conjunto de núcleos (grupos de neuronas similares) subcorticales del prosencéfalo

(cerebro anterior). Sus principales subdivisiones son el núcleo caudado, el putamen y el globus pallidus o globo
pálido (Carlson, 2006). Presentan múltiples conexiones internas, así como conexiones aferentes, procedentes de
los cuatro lóbulos cerebrales) y eferentes (hacia lóbulos frontales a través de los núcleos talámicos).

15
experiencia personal del asco y la percepción del ajeno podrían tener una base neural

común configurada por el área anterior de la ínsula izquierda y la corteza cingulada del

hemisferio derecho. Desde esta perspectiva la comprensión del asco ajeno no parece

basarse en la cognición o en procesos asociativos o inferencias, sino quizá en el

mecanismo espejo tal y como parecen demostrar Wicker y otros en el 2003 (véase

Rizzolatti y Sinigaglia, 2006).

Finalmente se ha observado que la ira produce una mayor actividad en la

corteza orbitofrontal lateral (véase Palmero y Fernández-Abascal, 2002; Palmero y

Mestre, 2004).

c.- Percepción consciente e inconsciente de las expresiones faciales

Datos que confirman la existencia de reconocimiento inconsciente de expresiones

emocionales faciales llevan a algunos autores a sugerir la existencia de sistemas

específicos, al menos en parte, para la percepción consciente, versus inconsciente de

estímulos emocionales (de Gelder, 2005).

Investigando la reacción a estímulos inductores de miedo en animales, Le

Doux (1992) llegó a la conclusión de la existencia de dos vías separadas en la

respuesta a estímulos auditivos inductores de miedo y de alguna forma la hipótesis

de la doble ruta, considerada en el ámbito de la neuropsicología para el

procesamiento visual, esta siendo generalmente aceptada en el estudio del

procesamiento de las emociones. Si bien quedan por delimitar aspectos anatómicos y

funcionales del modelo, recordaremos que la amígdala tiene conexiones con áreas

relevantes en la expresión somática de las emociones y con las de la experiencia del

sentimiento consciente. Por ello, ejercería quizá un papel mediador, según algunos

autores (Kandel, 2001), tanto en el estado emocional inconsciente como en el

sentimiento consciente y tanto en los componentes autónomos como en los

componentes cognitivos de la emoción.

En similitud con el fenómeno de la visión ciega, condición neuropsicológica

según la cual pacientes con lesión en córtex visual son capaces de responder a

16
estímulos que niegan ver conscientemente, de Gelder y cols. (1999) acuñaron el

término de visión afectiva ciega (affective blindsight), según la cual los sujetos que

niegan ver las caras enmascaradas que se les muestra son capaces, sin embargo, de

emparejarlas correctamente con estímulos auditivos acordes a las expresiones

faciales que dicen no ver. El fenómeno, también descrito en la modalidad auditiva

(Mozaz y Cowey, 2000) como audición sorda (deaf hearing), indicaría que si bien las

áreas corticales sensoriales primarias son prescindibles para la percepción sensorial

inconsciente, son imprescindibles para la percepción consciente.

A través de técnicas de enmascaramiento de expresiones faciales se ha llegado

a generar, en sujetos sanos, una situación similar a la visión ciega, lo que ha

permitido demostrar que las expresiones faciales son procesadas en sujetos sanos a

nivel inconsciente, a través de una vía subcortical que implica a la amígdala derecha, al

núcleo pulvinar, situado en la parte lateral del tálamo y al colículo superior, en cerebro

medio y relacionado también con el movimiento de los ojos. En contraste, el

procesamiento consciente de las caras incrementa la conexión entre el giro fusiforme9 y

el córtex órbito-frontal (de Gelder, 2005). Se ha afirmado que el giro fusiforme del

hemisferio derecho es necesario para el reconocimiento de caras (Rossion y col., 2003).

Estos argumentos apoyan la hipótesis de la existencia de doble ruta para la

percepción de la expresión facial, al igual que ocurre en la visión ciega y la audición

sorda; es decir la consciente y la inconsciente. Es importante tener presente que el

hecho de que no seamos conscientes del procesamiento de esa vía, no impide el que

podamos responder de acuerdo a la información que se procesa a través de ella.

6.3.1.3.- La Sonrisa de Duchenne

¿Se ha descubierto usted alguna vez sonriendo “por compromiso”, como

coloquialmente decimos?, ¿o percibiendo una de esas sonrisas en la persona con la

que se encuentra hablando o con la que se acaba de cruzar en algún lugar? Es

9 El giro o circunvolución fusiforme se encuentra en áreas occipito-temporales y se cree que puede estar
relacionado con la capacidad para orientarse en base a los puntos de referencia circundante (Kolb y Whishaw,
2006).

17
probable que en algún rinconcito de su ser se haya preguntado por la naturaleza y la

autenticidad de la sonrisa así percibida y/o expresada. ¿Qué indicios le ayudan a

diferenciar entre una de estas sonrisas, que llamaremos “voluntaria”, más o menos

elaborada, y esa sonrisa que llamaremos “espontánea” que es la le hace sentirse

realmente bien al expresarla y/o percibirla en otras personas?

Existen diferentes manifestaciones voluntarias que podrían ir desde la sonrisa

social, amable, más o menos cultivada, hasta las sonrisas dañinas, pasando por

sonrisas más o menos afables. ¿Qué tienen en común y cuales son las diferencias?

Generalmente se acepta que la sonrisa espontánea es una manifestación innata

relacionada con la expresión fisiológica automática de un estado emocional

placentero. Desde esta perspectiva las diferentes sonrisas voluntarias serían quizá la

expresión fisiológica de manifestaciones sociales y/o estados mentales, más que de

estados emocionales propiamente dichos; si bien los primeros vienen probablemente

coloreados por estos últimos. Las diferentes modalidades de sonrisas, tanto

espontáneas como voluntarias, son sin duda elementos importantes en la

comunicación humana, si bien los estudios orientados a analizar las semejanzas y/o

diferencias entre ellas se han centrado, por lo general, en el análisis de la sonrisa

espontánea y la sonrisa voluntaria, al margen de la emociones y/o estados mentales

subyacentes.

Estudios en los que se llevaron a cabo registros electromiográficos faciales, que

permiten detectar cambios en la actividad eléctrica de la cara, demostraron la

existencia de diferencias faciales entre la sonrisa genuina y la simulada. Las

diferencias tendrían que ver con la participación o ausencia de la misma de la

actividad casi imperceptible de ciertos músculos, el orbicular y el cigomático, situados

en las áreas que rodean al ojo por la parte lateral externa (véase Pinel, 2001). Si bien

los movimientos pueden ser imperceptibles, el cerebro puede llegar a captarlos, lo

que explicaría, al menos en parte, la capacidad para diferenciar, en ciertas ocasiones,

la sonrisa genuina de la sonrisa simulada. Pinel (2001) recuerda que Ekman

denominó a la sonrisa genuina sonrisa de Duchenne, en honor del anatomista francés,

18
según el cual el cigomático mayor puede contraerse a voluntad, en tanto el músculo

orbicular sólo se contrae con la sonrisa genuina, garante por tanto, de autenticidad y

placer verdadero. Podríamos decir por tanto que la sonrisa es más que un

movimiento facial; es un acto expresivo, es decir, un gesto en el que a través del acto

motor se manifiesta el estado emocional y/o mental inherente al mismo.

Es comúnmente aceptado el beneficioso efecto de la risa y la sonrisa genuinas

en el estado emocional, mental, en la salud en general y en la comunicación

emocional intersujeto. La sonrisa, al margen de la connotación emocional y/o mental

que conlleve, es el resultado de la inervación de los músculos implicados como

consecuencia de la actividad de circuitos neurales comprometidos con los mismos

además de con las emociones y/o estados mentales subyacentes. Según Ekman (1999)

se han observado diferentes patrones de actividad electroencefalográfica entre la

expresión de disgusto y la sonrisa de Duchenne, así como incluso entre esta última y

la sonrisa que hemos dado en llamar voluntaria o social. El autor también destaca

estudios en los que se observaron diferencias en el patrón de actividad del sistema

nervioso autónomo ante expresiones emocionales faciales diferentes, lo que nos

introduce en el apartado que sigue y que dedicamos a la expresión facial de las

emociones.

6.3.1.4.- Expresión Facial de las Emociones

La expresión facial de las emociones es un aspecto fundamental del componente

conductual y conlleva implícito la comunicación emocional. Tiene la función de

informar al receptor sobre el estado emocional y/o mental del emisor, además de cuál

puede ser su comportamiento más probable.

Como en el caso de la percepción de emociones, también se ha considerado

cierta asimetría en favor del hemisferio derecho en relación con la expresión

emocional, especialmente en lo que se refiere a la producción de gestos expresivos, lo

que ha sido avalado por algunos datos. Debido a la dominancia del hemisferio

derecho y su proyección contralateral, la parte izquierda de la cara tendería a parecer

19
más expresiva que la derecha (Tranel, Damasio y Damasio, 1988). Por otro lado, otros

estudios realizados por Kolb y Taylor (véase Pinel, 2001) indican que el hecho de que

las lesiones del hemisferio derecho alteren la expresión emocional más que las

lesiones en el hemisferio izquierdo, depende en realidad más de la localización

intrahemisférica precisa de la lesión, y del tamaño de la misma, añadiríamos por

nuestra parte, que del hecho de que la lesión se presente en uno u otro hemisferio.

Los mismos autores observaron que la disminución de la expresión emocional ante

lesiones del hemisferio izquierdo era muy parecida a la disminución de la expresión

emocional observada ante lesiones del hemisferio derecho. A continuación nos

vamos a referir a algunos de los sistemas neurales que se han venido relacionando

con la expresión emocional y a algunas de las consecuencias de lesiones cerebrales en

la expresión emocional.

a.- Sistemas Neurales Relacionados con la Expresión Emocional

Como veíamos en el apartado de percepción, diversos estudios avalan la existencia

de sistemas neurales diferentes, al menos en parte, responsables de la percepción de

las diferentes emociones. En el contexto de la expresión de las mismas, y refiréndose

a la participación hemisférica, algunos autores consideran que el hemisferio derecho

juega un papel importante en las denominadas emociones primarias (la mayoría de

las cuales son negativas), en tanto el hemisferio izquierdo participaría en la

modulación de la manifestación emocional controlada por el hemisferio derecho y en

las expresiones voluntarias y/o sociales positivas (véase Carlson, 2006). Otros autores

en contraste consideran que los mecanismos responsables de la expresión facial de

las emociones primarias y secundarias serían los mismos (Damasio, 1996), ya que la

“esencia” de la emoción residiría en el conjunto de cambios en el estado corporal

inducido por las neuronas terminales bajo el control de un sistema cerebral que

responde a su vez al contenido del pensamiento en relación a una entidad o

acontecimiento determinado.

20
Sin embargo, y si bien las emociones han sido comúnmente asociadas al

estado corporal, los estudios sobre la expresión de las mismas se han centrado por lo

general, en la expresión facial, la cual sin duda viene dada, como mencionábamos

previamente, por la inervación muscular inherente a la activación de los circuitos

neurales subyacentes . Al respecto, algunos trabajos han puesto de relieve el papel de

la corteza prefrontal en la expresión de las emociones. La corteza prefrontal está

dividida, a su vez, en tres regiones (figura 6.2). La región prefrontal órbitofrontal, la

región medial y la región dorsolateral. Serían las dos regiones primeras las que parece

están relacionadas con el procesamiento de la expresión de las emociones (Damasio,

1998; Damasio y Van Hoesen, 1984; Davidson e Irwin, 1999; Davidson, Jackson y

Kalin, 2000; Sánchez-Navarro, Martínez-Selva y Román, 2005).

INSERTAR FIGURA 6.2 POR AQUI

Se ha considerado que la región órbitofrontal, localizada en la base de los

lóbulos frontales, está relacionada con la respuesta emocional que implica

contingencias aprendidas de refuerzo relacionada con las expresiones faciales de la

emoción (Derryberry y Tucker, 1992). Estaría además vinculada con el control

emocional inhibitorio en animales, ya que la lesión en esta zona produce, en éstos,

una incapacidad para modificar la conducta cuando el significado emocional del

estímulo cambia (Dias, Robbins y Roberts, 1996). Por otra parte, la región medial de la

corteza prefrontal recibe las mismas proyecciones que la zona orbitofrontal que vienen

de la amígdala, está enriquecida además con proyecciones procedentes del hipocampo

y presenta una mayor cantidad de proyecciones sensoriales auditivas (Barbas, 2000).

La región medial, estaría relacionada con la comunicación emocional ya que ejerce el

rol de modulación de los componente emocionales de la voz (MacLean, 1985), y es

clave en el procesamiento de las emociones relacionadas con situaciones sociales y

personales complejas (Damasio, 1997; Damasio y Van Hoesen, 1984).

b.- Lesión cerebral y expresión emocional

21
Las lesiones de las regiones de la corteza prefrontal, pueden dar lugar, dadas sus

múltiples conexiones y en función de la localización precisa y el tamaño de la lesión,

a diferentes alteraciones en la expresión general de las emociones. En el caso de la

región órbitofrontal se han observado, como mencionamos en la introducción,

arranques emocionales violentos (Luria, 1979), respuestas emocionales inapropiadas

relacionadas con la comunicación (Barbas, 2000) y una disminución de la agresividad

(Rolls, 1986). En el caso de lesiones en la región medial, se ha observado, en estudios

con monos, eliminación del llanto por separación de la madre y alteración de la

conducta de apego en los adultos (MacLean, 1993).

La neurología nos ofrece además algunos datos interesantes que confirma la

disociación existente entre los circuitos neurales responsables de la expresión

automática, genuina, versus la expresión voluntaria más o menos simulada de las

emociones. Se trata de dos trastornos neurológicos con manifestaciones

complementarias descritos en la década de los 90 y destacados por Carlson (2006).

Nos referimos a la paresia facial volitiva, que se manifiesta en la dificultad para mover

los músculos faciales de manera voluntaria, en tanto se conserva la expresión

emocional espontánea, y la paresia facial emocional, que en contraste con la anterior,

dificulta la expresión espontánea del lado de la cara afectado por la lesión, en tanto se

conserva la capacidad de mover esos mismos músculos, insensibles a la emoción

espontánea, a voluntad.

La paresia facial volitiva se presenta como consecuencia de lesión en la cabeza

del córtex motor primario o de sus conexiones subcorticales. La paresia facial emocional

se manifiesta como consecuencia de lesión en la corteza prefrontal insular, de la

sustancia blanca subcortical del lóbulo frontal, o de regiones del tálamo. Estos dos

cuadros neurológicos confirman la perspectiva según la cual las expresiones

genuinas de emoción vendrían mediadas por circuitos neurales específicos.

Otra enfermedad neurológica, la enfermedad de Parkinson, que presenta una

disminución del neurotransmisor dopamina en los ganglios basales y una

considerable reducción de la motilidad, lleva a los pacientes que la padecen a perder

22
la capacidad de expresión y la mímica facial, de manera que los mismos reflejan un

rictus akinético característico de la enfermedad.

Recientemente, Heilman (2005) ha descrito el caso de un paciente con atrofia

del lóbulo frontal derecho que presentaba una progresiva pérdida de la expresividad

emocional tanto a nivel facial como de los componentes prosódicos del lenguaje

verbal.

Todos estos datos dan cuenta de la complejidad de una conducta

aparentemente tan sencilla como puede parecer la expresión facial de las emociones.

Recuerdan, al mismo tiempo que en el procesamiento de la misma pueden participar

diferentes estructuras y o sistemas funcionales y que diferentes cuadros neurológicos

pueden afectar, a pesar de su variada etiología, a la expresión facial emocional de

manera distinta y/o similar.

6.3.2.- Facilitación Emocional de la Actividad Cognitiva.

La facilitación emocional, como segunda rama de la IE se refiere a la habilidad para

generar, usar y sentir la emoción como competencias necesarias para comunicar

sentimientos, o emplearlos en otros procesos cognitivos (Mayer, Salovey y Caruso,

1999, 2000a, 2002b), y viceversa (Lazarus y Lazarus, 1994). Es probable que la relación

emoción-cognición sea el resultado del proceso paulatino inherente a la evolución del

cerebro consciente y al mismo tiempo sea quizá, el motor de la misma. Por ello, una

referencia a la evolución y al nivel de arousal a la que nos referimos a continuación,

puede ser útil. Posteriormente abordaremos las bases neurales de la facilitación

emocional, la relación entre emoción y cognición y aportaremos algunos cuadros

psicopatológicos específicos.

6.3.2.1.- Nivel de Arousal y Cognición.

Partiendo de una perspectiva evolucionista, LeDoux (1999) destaca el hecho de que

los primates tengan más conexiones entre la corteza y el núcleo amigdalino que otros

mamíferos, como si la evolución viniera ampliando las interrelaciones entre las áreas

23
responsables de las emociones y las relacionadas con los procesos cognitivos.

LeDoux enfocó su estudio en el miedo, como una de las emociones más relevantes

para la supervivencia y cuyo condicionamiento viene mediado por la amígdala. Esta

estructura subcortical envía señales que estimulan la liberación de hormonas y la

activación del sistema nervioso autónomo, el cual genera a su vez, la emoción de

miedo. Por otro lado, también interactúa con circuitos corticales que subyacen a la

cognición, de manera que colorea los procesos cognitivos con las diferentes

emociones que experimentamos. De esta manera aprendemos de las experiencias, y

es más, hasta los contextos ambientales podrían heredar, desde el punto de vista del

autor, propiedades emocionales que se aprenden por medio del condicionamiento

clásico.

Siguiendo en esa línea, destacaríamos las aportaciones de Edelman y Tononi

(2002), quienes consideran que una vez se ha establecido el aprendizaje, este tiende a

automatizarse, de manera que buena parte de nuestra vida cognitiva puede ser el

fruto de condicionamientos sucesivos traducidos, en palabras de los autores, en

rutinas altamente automatizadas. No necesitamos por ejemplo aprender una palabra

cada vez que vamos a usarla o escribirla. Algo parecido ocurre con la emoción, de

manera que muchas de nuestras respuestas emocionales son asimismo respuestas

condicionadas, automatizadas. De esta manera es probable que gran parte de nuestra

vida adulta y la actividad que desplegamos, descanse en automatismos altamente

eficaces que pueden liberar a las áreas corticales del cerebro que participan en la

actividad consciente de hacerse cargo de esa tarea, resultando quizá más económica

desde el punto de vista del gasto metabólico. Así, nuestros deseos y miedos

inconscientes pueden estar influyendo, sin que seamos conscientes de ello, sobre

nuestras pensamientos y conductas conscientes (de Gelder, 2005).

LeDoux (1999) asegura que las respuestas emocionales y el contenido

consciente son productos de mecanismos emocionales especializados que operan a

nivel inconsciente. Si bien y como destaca el autor, el núcleo amigdalino influye más

sobre la corteza que a la inversa, en nuestro momento actual de evolución. Subraya,

24
no obstante, que somos evolución en acción; lo que resulta alentador en el contexto

de la Inteligencia Emocional. Tan importante es en dicho contexto ser conscientes en

un momento determinado de que estamos produciendo un automatismo, como serlo

de que el precio a pagar por el mismo puede resultar a su vez muy caro, debido a la

rigidez que los automatismos imponen en nuestras respuestas. El control consciente,

si bien requiere probablemente de una diferente implicación del córtex, resulta

mucho más sensible, flexible y receptivo.

Si bien queda mucho por entender sobre como se produce el proceso de

cambio de inconsciente a consciente, es preciso tener presente que las emociones son

fundamentales, tanto para originar como para alimentar el pensamiento consciente

(Edelman y Tononi, 2002). Podríamos decir que las emociones pueden influir en el

funcionamiento cognitivo, y viceversa. Un ejemplo de ello lo encontramos en la

relación entre los niveles de ejecución o rendimiento de una tarea y los diferentes

niveles de ansiedad. Por ejemplo, aplicando la conocida ley de Yerkes-Dodson los

rendimientos más elevados en una tarea cognitiva (p. ej., una prueba de evaluación)

coinciden con niveles medios de ansiedad (véase el capítulo siguiente para una

mayor ampliación).

A continuación destacaremos algunos de los mecanismos y/o sistemas

neurales que se considera dan soporte a la relación emoción-cognición, así como a

algunas de las interesantes aportaciones que desde diferentes ámbitos de la

neurociencia y de la psicopatología brindan su luz al conocimiento de la facilitación

emocional en la actividad cognitiva.

6.3.2.2.- Bases Neurales de la Facilitación Emocional

Tradicionalmente las investigaciones sobre los procesos cognitivos y la relacionada

con los procesos emocionales han caído en dominios separados de la neurociencia

cognitiva (Savage, 2002). Diversos estudios han destacado diferentes regiones del

cerebro y se han referido a diferentes operaciones mentales. Los recientes avances en

ambos campos han mostrado que hay realmente muchos más solapamientos de los

25
que se habían apreciado con anterioridad, en concreto, en lo que se refiere a las

operaciones mentales implicadas y a las regiones neurales activadas en su base. Los

sistemas cognitivos y los sistemas emocionales trabajan juntos informando y

mediando en las estrategias del comportamiento inteligente. De hecho se ha sugerido

la posibilidad de que uno de los propósitos centrales de la emoción sea ayudar al

procesamiento cognitivo y al comportamiento estratégico (Damasio, 1994).

En relación con el enfoque de lateralización cerebral de las emociones, es

posible que existan en el hemisferio derecho sistemas especializados en ciertos

aspectos del procesamiento emocional y que, al mismo tiempo, sistemas localizados

en uno u otro hemisferio difieran quizá en cuanto a su implicación en estados

afectivos de distinta cualidad o valencia. Desde el punto de vista de Gainotti, uno de

los neuropsicólogos actuales que tratan el tema de le emoción, ambos hemisferios

desempeñan, tal y como destacan Kolb y Whishaw (2006) un rol complementario en

el procesamiento de la emoción. El HD participaría en los componentes autonómicos

y el HI, a través de su relación con el lenguaje, aportaría el control cognitivo. Este

punto de vista es compartido por Gazzaniga, quien confiere al HI el papel de

traductor, de manera que Gainotti, a la luz de dicha interpretación, concluye que el

H. D. genera emociones, en tanto que el HI las interpreta. De esta manera tiene lugar

un nivel conceptual, es decir cognitivo, del procesamiento de las emociones y en

definitiva, de la conducta afectiva.

Ahondando en la relación emoción-cognición Davidson (1993; 1995) considera

que la hipótesis de la asimetría hemisférica implica, en este contexto, que ambos

hemisferios contienen sistemas neurales que desempeñan funciones emocionales. La

asimetría radicaría en que mientras los sistemas localizados en el hemisferio

izquierdo estarían relacionados con el afecto positivo y las tendencias de

aproximación, los sistemas emocionales del hemisferio derecho se relacionarían con

el afecto negativo, las tendencias de evitación y la inhibición conductual. Desde este

punto de vista la distinción entre aproximación y evitación capta una dimensión

esencial de la conducta emocional (Davidson, 1998). En su teoría, este autor otorga a

26
dicha distinción un sustrato neural, identificando más concretamente, la región

anterior izquierda de los lóbulos frontales con conductas de aproximación y estados de

ánimo positivos y la región derecha con conductas de evitación y estados de ánimo

negativos. Según esta teoría, el sistema de aproximación del lóbulo frontal izquierdo

mediaría los estados afectivos positivos generados por la expectativa de metas

deseadas. Este comprendería zonas de la corteza prefrontal izquierda y sus

proyecciones a estructuras consideradas como parte de los sistemas de recompensa

del cerebro (reforzamiento positivo), como el núcleo accumbens10, cuya participación

en la cognición y en la emoción ha sido destacada (Martin, 1998). El sistema de

evitación del lóbulo frontal derecho mediaría en cambio, desde el punto de vista del

primer autor, en estados afectivos negativos, como los asociados a la evitación de

reforzadores aversivos (reforzamiento negativo).

Recientemente y en el contexto de las neurociencias cognitivas, Phelps (2006)

ha destacado los estudios de Jonson y colaboradores del año 2000 en los que ofrecen

evidencias que confirman que la amígdala puede estar implicada en los humanos,

además de en el aprendizaje generalmente aceptado de estímulos aversivos, en el

aprendizaje de estímulos bajo refuerzo positivo. La autora se refiere a estudios que

sugieren que la emoción puede influir en la toma de conciencia de estímulos

emocionales cuando el nivel de atención es limitado. Destaca uno de sus estudios

previos en los que observa, utilizando paradigmas psicofísicos, que la emoción

potencia la percepción. Por ello postula que la emoción, vía amígdala, modula el

procesamiento de la información en las fases tempranas (atención y percepción) del

análisis de la información visual, de manera que dicha estructura podría influir en la

cognición. Las múltiples conexiones de sus diferentes núcleos con hipotálamo lateral,

tronco encefálico, tálamo y neocórtex confieren a la amígdala por otro lado, un rol

importante en el procesamiento de los componentes tanto autonómicos como

cognitivos de la emoción (Kandel y col., 2001).

10El núcleo accumbens forma parte, junto con el putamen y el núcleo caudado del denominado cuerpo estriado,
componente a su vez de los ganglios basales, que veíamos previamente.

27
6.3.2.3. - Emoción y Cognición. Evidencias de la Neuropsicología y la Psicopatología

En la línea de la teoría descrita arriba se ha observado que las lesiones en la división

dorsolateral de la corteza prefrontal en el hemisferio izquierdo tienden frecuentemente a

provocar síntomas depresivos (apatía, pérdida de interés por personas y cosas,

retraso psicomotor y conducta voluntaria disminuida), según destacan Miller y

Cohen (2001). Otros autores (Pizzagalli y cols., 2001) ofrecen datos que apoyan esta

teoría y mediante técnicas de neuroimagen observaron, que en los pacientes que

experimentan ataques de pánico se presenta una mayor activación basal en las

proyecciones que van de la corteza prefrontal derecha a la amígdala. Este nivel

superior de activación no causaría por sí solo un estado afectivo negativo, pero

quizá sí que favorecería su aparición en presencia de estímulos apropiados.

Es probable por tanto que las bases neurales de esta segunda rama, la de la

facilitación emocional en el modelo de Mayer y Salovey (1997) se asienten en estas

estructuras prefrontales derechas e izquierdas. La idea clave, desde nuestro punto

de vista, se refiere al hecho de que un nivel basal de activación en el hemisferio

izquierdo o en el derecho, no determina por sí solo la experiencia afectiva, sino

que actúa como «facilitador», en conjunción con los estímulos adecuados. Por

ejemplo, la ruptura afectiva con alguien, que tendería a producir determinadas

cogniciones (por ejemplo, creencias irracionales sobre el autoconcepto por no saber

cuidar una relación) y que tendría como consecuencia estados afectivos

displacenteros.

La psicopatología ofrece un ejemplo de solapamiento entre emoción y

cognición en el trastorno obsesivo-compulsivo. Las características clínicas y

neurofisiológicas de este trastorno arrojan luz sobre la interdependencia funcional

del procesamiento cognitivo y emocional (Savage, 2002). Este tipo de trastorno

parece estar relacionado con una disfunción neurológica que afecta a ciertas

regiones corticales, y a ciertos núcleos subcorticales conocidos colectivamente como

ganglios basales, y al tálamo; así como a las interconexiones existentes en estas áreas,

28
especialmente las que convergen en las redes prefrontales, que incluyen conexiones

recíprocas con el córtex orbitofrontal dorsolateral y lateral (Abbruzzese, Bellodi, Ferri

y Scarone, 1995; Abbruzzese, Ferri y Scarone, 1997; Aronowitz et al., 1994).

La evidencia parece mostrar que los córtex orbitofrontal dorsolateral y lateral

actuarían como llave de la puerta neuroarquitectónica para la conexión entre el

sistema límbico (emoción) y el córtex prefrontal (cognición). En condiciones óptimas el

estado afectivo informa del procesamiento cognitivo, y el comportamiento

estratégico es impulsado cuando se toman en consideración las emociones

(Alexander, Crutcher y DeLong, 1990). Sin embargo, en el trastorno obsesivo-

compulsivo, existe una disfunción de los núcleos caudados, estrechamente ligados a los

lóbulos frontales (véase Goldber, 2001), y el procesamiento cognitivo está ahogado por

un sistema límbico excesivamente alerta, de manera que el estado afectivo no facilita o

proporciona mucha ayuda para el comportamiento estratégico, típicamente frontal.

En las personas obsesivo-compulsivas se produce una intrusión repetida de rutinas

fijas y rígidas que se imponen sobre su conciencia (Edelman y Tononi, 2002) de

manera que pueden ser mal conducidos por sus emociones y llegar a tomar

decisiones poca exitosas (Harris y Dinn, 1998; Harvey, 1986 e Insel, Donnelly,

Lalakea, Alterman y Murphy, 1983).

Lo contrario ocurre en otros trastornos como los antisociales o el de inhibición

de impulsos, en los que el acceso a los sentimientos es reducido (Savage et al., 1994),

o se produce una disociación en la relación emoción-cognición. Quizá esto es lo que

ocurre en la personalidad psicopática en la que se ha observado irregularidad y

alteración en la conectividad funcional de las áreas cerebrales relacionadas con la

emoción (Muller et al., 2003). Por todo ello podemos concluir que tanto un excesivo

como un escaso acceso al sistema límbico (emociones) pueden traer consigo

comportamientos o toma de decisiones ineficaces, así como conductas antisociales.

Una vez más, al igual que en el apartado anterior, se confirma que la parte del

cerebro con más protagonismo en los procesos cognitivos (regiones frontales y

prefrontales) están vinculadas a las partes más emocionales (y primitivas desde el

29
punto de vista filogenético) del cerebro. Esto nos permite afirmar que la influencia e

interrelación mutua entre emoción y cognición ha podido ir dando lugar a lo largo de

la evolución, a una modalidad de inteligencia, la IE, con entidad propia y tanto desde

el punto de vista neural, como desde el punto de vista funcional. Si bien esta

modalidad de inteligencia parecería afectar más a tareas de razonamiento, tal y como

señala Damasio (1994). Este último autor destaca el hecho de que pacientes con

lesiones cerebrales en el córtex prefrontal, pueden tener un Cociente intelectual (CI)

relativamente normal y mostrar sin embargo, notables carencias en su capacidad de

razonamiento. En esta línea se ha observado que pacientes con lesiones en córtex

prefrontal ventromedial que conservan un alto conocimiento y un alto CI presentan

no obstante déficits en el procesamiento de señales emocionales y ven comprometida

su habilidad para tomar decisiones eficaces y responder adecuadamente a las

demandas sociales (Bechara y col., 2000).

Analizando si las diferencias en los patrones electroencefalógraficos (EEG) en

reposo relacionados con la inteligencia cognitiva (CI) y con la IE son dependientes

del género, Jauŝovec y Jauŝovec (2005) encontraron diferencias significativas, entre

hombres y mujeres respecto al patrón electroencefalográfico (EEG) relacionado con el

nivel de CI, pero no respecto a los relacionados con los niveles de IE. Según este

estudio, la actividad cerebral en estado de reposo en hombres inteligentes disminuye

con el nivel de CI, en tanto el patrón opuesto fue observado entre las mujeres

inteligentes, diferencia que como decíamos, no se observa respecto a la IE. Estos

hallazgos apoyarían de nuevo, si bien quizá indirectamente en este caso, la hipótesis

de la IE como una modalidad específica y diferenciada de inteligencia, lo que no

excluye que comparta estructuras y/o subsistemas funcionales con la inteligencia

cognitiva, tal y como cabe considerar desde la perspectiva de la Facilitación

emocional, como segunda rama del constructo IE.

Si bien en este apartado hemos destacado algunos datos sobre la influencia de

la emoción en la cognición, a continuación nos vamos a referir a la posible influencia

inversa, es decir, a la influencia que la cognición puede ejercer sobre la emoción.

30
6.3.3.- Comprensión de las Emociones

La comprensión de las emociones, tercera rama del modelo de IE de Mayer y Salovey

(1997), está relacionada con la capacidad, no sólo de comprender las mismas, sino

también de usar el conocimiento emocional. Asimismo, implica la capacidad

cognitiva de etiquetar emociones y percibir las relaciones y diferencias entre ellas.

Existen una serie de parámetros cognitivo-emocionales que de una u otra manera

pueden estar influyendo en el procesamiento emocional y que se referirían a la

percepción, la expresión, el reconocimiento, la comprensión y la regulación de las

emociones, como componentes del modelo de IE que se presenta en este volumen.

Por tanto, analizar y comprender las emociones implica la participación activa de

diferentes procesos cognitivos entre los que destacamos la percepción propiamente

dicha, la atención, la memoria, el lenguaje, el pensamiento, en sus versiones concreto

y abstracto, convergente y divergente, el razonamiento, etc., dirigidos todos ellos, no

sólo hacia los estímulos procedentes del exterior, también hacia las experiencias

internas, emociones, pensamientos etc., de la persona, que se pueden generar a

partir, y como consecuencia, de la actividad neurocognitiva- emocional de nuestro

cerebro.

En la base neuroarquitectónica de todos los componentes complejos que

hemos mencionado arriba, destacaríamos en términos generales, además de las áreas

relacionados con la emoción, las relacionadas con la cognición es decir, las áreas

primarias de proyección sensorial (lugares donde el córtex cerebral recibe las

aferencias, es decir, la información de los diferentes sistemas sensoriales), las áreas

secundarias, donde se procesa y analiza dicha información y las áreas terciarias de la

corteza cerebral, donde se asocian diferentes tipos de información, en definitiva, los

múltiples sistemas neuroarquitéctónico-funcionales que pueden estar mediando en el

procesamiento de la información tanto de la procedente del exterior como de la

información intrapersonal.

31
Tal y como hemos adelantado, la compresión de las emociones implica la

existencia de estructuras y/o conexiones que relacionen el sistema límbico (emociones)

con las partes de la corteza cerebral que hemos mencionado y que están relacionadas

con la percepción, el entendimiento, la comprensión y el análisis de la información

emocional. En el presente apartado vamos a destacar algunas de las investigaciones

llevadas a cabo en el ámbito del estudio de las neuronas espejo, ofreceremos una

reflexión sobre la importancia de la conciencia de las emociones para la comprensión

de las mismas y para el desarrollo de la IE y finalmente nos referiremos a la

deficitaria comprensión de las emociones. Entre estas últimas destacaremos

concretamente la alexitimia y el autismo y muy someramente la esquizofrenia.

6.3.3.1. Neuronas espejo

A principios de la década de 1990 el grupo de Parma encontró de forma casual, tal y

como comentan algunos de sus autores (Rizzolatti, Fogassi y Gallese, 2007), un tipo

de neuronas en el cerebro de un mono capaces de activarse tanto cuando el mono

ejecutaba acciones como cuando observaba a alguien realizar la misma operación. Tal

descubrimiento representó el inicio de la teoría de las neuronas espejo, o sistema

especular, como también se le conoce. Numerosos experimentos durante la década

de los 90, y años posteriores del grupo de Parma (Rizollati y Craighero, 2004 y

Rizollati, Fadiga, Gallese y Fogassi, 1996) y otros autores con humanos, Ayan entre

ellos (2004) han confirmado, mediante estudios de neuroimagen y otras técnicas, la

existencia de sistemas de neuronas que se activan tanto cuando el sujeto ejecuta una

determinada acción, como cuando observa cómo la ejecuta otra persona o imita la

conducta de esta. Desde el punto de vista de Rizzolatti y Sinigaglia (2006) la

comprensión del significado de las acciones ajenas sería el papel primordial del

sistema especular.

El fenómeno ha sido observado en relación con la activación del área

inferofrontal posterior del hemisferio izquierdo, más concretamente de la denominada

32
área de Broca, que se corresponde con la nº 44 de Brodman11, y también, según

destaca Kolb y Whishaw (2006), con el área nº 6 de Brodman, situada en el córtex

somatosensorial.

Algunos autores (Aguado, 2005) destacan la creencia de investigadores según

la cual la actividad de las neuronas espejo es la responsable de nuestra capacidad

para comprender los estados emocionales de otras personas o para experimentar lo

que podríamos llamar “empatía emocional”. El autor destaca la creencia de que este

mecanismo podría ser el fundamento de una forma intuitiva e inmediata de

comprender las emociones expresadas por los demás, sin necesidad de deliberación o

razonamiento. La percepción de la expresión de una determinada emoción en otra

persona activaría en nuestro cerebro los mismos sistemas neurales que son activados

cuando nosotros mismos experimentamos esa emoción. Así, cuando vemos a alguien

expresar terror o tristeza, somos capaces de comprender sus estados emocionales

porque literalmente nuestras neuronas espejo se activan, lo que nos lleva a ponernos

en su lugar y experimentar nosotros mismos un estado similar. Si ello fuera así, sin

duda que las neuronas espejo y la labor que llevarían a cabo en la comprensión de las

emociones resultarían fundamentales para una adecuada regulación intrasujeto e

intersujeto, si tenemos en cuenta la hipótesis de la retroalimentación facial y el

fenómeno de la sonrisa de Duchenne, las cuales pueden verse afectadas en casos

deficitarios como veremos más adelante.

Recientemente Rizzolatti y Sinigaglia (2006) consideran este aspecto del

sistema especular y sugieren que la observación de la expresión emocional en caras

ajenas induce la activación de las neuronas espejo en la corteza premotora. Las

neuronas premotoras envían una copia de su patrón de activación (copia eferente) a

las áreas somatosensoriales y a la ínsula, similar a la que envían cuando es la propia

persona observadora quien experimenta dicha emoción. La resultante de este proceso

estaría en la base, tal y como destacan los autores, de la comprensión de las

11Brodmann, K. (1868-1918) dividió la corteza cerebral en más de 45 áreas de acuerdo a las diferencias que
encontró entre ellas. En la actualidad, el mapa de Brodman sigue siendo utilizado para identificar las diferentes
áreas y su participación en diferentes manifestaciones funcionales y/o conductuales del cerebro.

33
reacciones emotivas de los demás; si bien añaden que la resonancia del sistema

motor ante expresiones faciales ajenas, se presenta al margen de la existencia o no de

valencia emocional.

La ínsula, tal y como destacan los últimos autores, sería el centro del

mecanismo espejo en tanto que en ella están representados los estados internos del

propio cuerpo y constituye además un centro de integración visceromotora cuya

activación induce la transformación de los aferencias sensoriales en reacciones

viscerales. Destacan que si bien las emociones pueden llegar a comprenderse a través

de una elaboración reflexiva de los aspectos sensoriales asociados a la observación de

los gestos de los demás, la resonancia visceromotora de la ínsula resulta

imprescindible para la comprensión inmediata, en primera persona, de las emociones

de las otras personas, y es el prerrequisito fundamental para la vivencia empática

(Rizzolatti y Sinigaglia, 2006). El siguiente apartado nos brinda la posibilidad de

profundizar sobre este aspecto en relación con la IE.

6.3.3.2.- Conciencia y Comprensión de las Emociones

En el apartado de la percepción emocional hemos citado estudios que se

refieren a la existencia de doble vía, consciente e inconsciente en la percepción de la

emoción (de Gelder, 2005). Considerando esta disociación podríamos preguntarnos

sobre los mecanismos a través de los cuales somos o no conscientes de las emociones

que influyen sobre nuestra conducta y su relación con el sistema especular.

Si bien no hemos encontrado hasta el presente referencias que relacionen el

fenómeno de las neuronas espejo con la hipótesis de la retroalimentación facial, la

activación de las neuronas espejo podría quizá hallarse en la raíz de dicho fenómeno.

Otros autores también han sugerido que el mecanismo especular podría encontrarse

en la base del reconocimiento de la emoción (Kolb y Whishaw, 2006). El

reconocimiento de la emoción sería un eslabón sin duda necesario para la

comprensión de la misma, así como para el aprendizaje de la expresión sensorial de

las emociones. En los niños, las neuronas espejo podrían encontrarse en regiones de

34
la corteza frontal, y serían responsables de la imitación de sonidos y palabras, según

los últimos autores. Desde esta perspectiva y de la misma manera que planteábamos

la posibilidad de que la imitación inherente al fenómeno de la retroalimentación

facial pudiera ir acompañada o no de sintonía emocional, cabría trasladar el

interrogante a la cuestión que nos ocupa. De esta manera podríamos considerar el

alcance que la expresión de las neuronas espejo pudiera tener en el fenómeno

emocional. ¿Es este realmente empático?, es decir, ¿se da como consecuencia de la

toma de conciencia de la situación emocional y de la activación de circuitos neurales

responsables, tanto de la innervación de los componentes que favorecen la respuesta

visceromotora, como de los relacionados con la experiencia emocional real, como

ocurre en la sonrisa de Duchenne, o en contraste, ¿se daría la expresión mimética de

las neuronas espejo exclusivamente a nivel de los circuitos visceromotores operando

de forma disociada en esta ocasión, de los circuitos que promueven la experiencia

emocional real?, si así fuera, se produciría algo similar, para continuar con la

analogía anterior, al fenómeno de la sonrisa voluntaria profesional y/o social,

diferente tanto desde el punto de vista electroencefalográfico como desde el punto de

vista electromiográfico facial y vivencial, de la sonrisa de Duchenne. Es probable que

estas dos posibilidades, y muchas más de la amplia gama que pueda darse de

acuerdo a los diferentes niveles de asociación-disociación de circuitos cognitivos y

emocionales, o de imbricación mutua de los mismos, así como con los sistemas

responsables de la potencial doble vía (consciente-inconsciente) puedan producirse.

Algunos autores consideran que la activación del sistema motor debido a las

neuronas espejo da lugar a respuestas automáticas ya que el proceso no es voluntario

sino automático e inconsciente (Scalzone, 2005). Se ha observado además, que si bien

la empatía activa áreas fronto insulares y del córtex cingulado anterior, dicha activación

es modulada por el tipo de relaciones sociales entre las personas (Singer y col., 2006),

de manera que la sonrisa de Duchenne, por ejemplo, puede inducir una sonrisa de

Duchenne en la persona receptora o esta puede responder con la sonrisa social, en

función de las relaciones que mantengan, del estado interno de la persona etc.. Sin

35
duda que estos aspectos son relevantes en la comunicación e interacción emocional

humana y es de destacar que los propios autores de la teoría especular comentan que

la comprensión que el sistema especular propicia es una comprensión pragmática,

preconceptual y prelingüistica (Rizzolatti y Sinigaglia, 2006), así como que la

resonancia visceromotora no garantiza en sí misma, la experiencia empática.

Probablemente la empatía es una característica emocional de una complejidad mayor

que la directa comprensión visceromotora especular y se sitúa en un momento

evolutivo más avanzado en el desarrollo cerebral, tanto desde la perspectiva

filogenética como ontogenética. Quizá se podría aventurar que en la asociación-

disociación resonancia visceromotora y empatía, se encuentre la base de la capacidad

de empatizar y/o engañar, ya sea de forma consciente o inconsciente.

Por otro lado se ha sugerido que la habilidad para darse cuenta del propio

estado emocional es una competencia clave para varias de las habilidades de la IE,

tales como el control del impulso, la persistencia, el entusiasmo y la automotivación,

la empatía y la habilidad social (Lane, 2000). La conciencia emocional tiene que ver

con el grado de diferenciación e integración del esquema utilizado para procesar la

información proveniente del mundo interno y la procedente del mundo exterior a

través de las relaciones interpersonales. Basándose en una revisión de estudios que

investigan sobre el substrato neural de la representación mental de uno mismo y de

otros (teoría de la mente), y apoyándose en sus propias investigaciones y la de sus

colaboradores, Lane sugiere que la representación del estado emocional interno

asienta en el área rostral anterior del cíngulo y en el córtex prefrontal medial. Esta última

región presenta densas conexiones con la amígdala, con el córtex orbitofrontal y con

otros sectores del córtex cingulado anterior y estructuras paralímbicas, tales como la

ínsula. Lane destaca que pacientes con leucotomía (sección de las fibras de conexión)

muestran déficit en la capacidad de experimentar emoción. Sugiere que el área

rostral del córtex cingular anterior y del córtex prefrontal medial participan en la

representación de la experiencia emocional, y son esenciales para saber como se

siente uno, si bien es necesaria más investigación sobre esta hipótesis. Cabe

36
preguntarse con el último autor, si dichas áreas experimentan cambios a lo largo del

desarrollo psicológico y si se corresponden con cambios en la conducta social.

6.3.3.3.- Comprensión Deficitaria de las Emociones

Es tradicional el uso de casos clínicos de alexitimia para explicar no sólo la

importancia de la percepción y la expresión emocional sino también sus

implicaciones en las habilidades cognitivas implícitas en la comprensión de los

procesos emocionales. En un principio, la alexitimia fue definida como la

incapacidad para definir las emociones con palabras o símbolos (Sifneos, 1972). Sin

embargo, otros autores prefieren definirla como la ausencia o falta de experiencia

emocional (Lane, Ahern, Schwartz y Kaszniak, 1997; Taylor, Bagby y Luminet, 2000).

No obstante, una de las dificultades para reconocer la alexitimia como una entidad

clínica válida es la dificultad para explicar exactamente de qué manera un déficit en

la simbolización de las emociones se sitúa en el centro del problema (Lane y

Pollerman, 2002).

Si la alexitimia se define como un déficit en la organización conceptual de la

emoción, es probable que este asociada a un déficit en la experiencia subjetiva de la

emoción, así como de la habilidad para reconocer emociones, falta de empatía, un

escaso margen para la expresión emocional, un escaso vocabulario emocional y en

consecuencia un comportamiento social desadaptado (Taylor, Bagby y Parker, 1997).

Por tanto ¿Cuáles serían las disfunciones neurales o funcionales por la que un

alexitímico no puede desplegar o desarrollar habilidades cognitivas en el

procesamiento de la información emocional? Especialmente, ¿cuáles serían aquéllas

disfunciones implicadas en la etiquetación de las emociones y en la comprensión de

los procesos emocionales? la respuesta a esta cuestión implica una diferenciación

precisa entre personas alexitímicas y no alexitímicas. Sin embargo, autores como

Lane y Pollermann (2002) señalan que la manera en “la cuál la fisiología de la

emoción diferencia entre unas y otras no está bien definida porque los resultados de

las investigaciones son contradictorias” (p. 285, 2002); y porque aún no han sido

37
desarrollados protocolos que permitan el diagnóstico preciso de la alexitimia. Una

vez bien establecido el diagnóstico preciso de la alexitimia, la investigación debería

resolver una cuestión crítica que sería la relación entre las estructuras y/o sistemas

corticales y subcorticales en el procesamiento de la emoción en la alexitimia, siendo

este otro de los desafíos de la neurociencia de la emoción.

Algunos estudios sobre la dificultad concreta de los alexitímicos para tener

una adecuada conciencia emocional, sugieren que una mayor conciencia emocional

está asociada con una mayor actividad en la corteza cingular12 anterior dorsal (Lane y

Pollermann, 2002). En otros estudios se ha constatado que la corteza cingular anterior

rostral es activada preferentemente cuando uno está atendiendo a sus propios estados

emocionales (Lane, Fink, Chua y Dolan, 1997).

Por su parte, Frith y Frith (1999) consideran que el surco paracingulado es el

lugar principal para inferir estados mentales de otros (teoría de la mente), o

“mentalización”; una función cognitiva que puede estar dañada o ausente en

autistas, en desórdenes de espectro autista (Baron-Cohen, 1996), o en desórdenes

ezquizofrénicos (Le Provost et al., 2003). Ambos desórdenes están estrechamente

vinculados a déficits en el procesamiento de las emociones sociales.

Respecto al autismo, se ha sugerido recientemente que la anomalía en el

mecanismo especular podría estar en la base del déficit empático que presentan los

niños autistas (Rizzolatti y Sinigaglia, 2006). Ramachandran y Oberman (2007)

destacan el hecho de que al igual que algunos niños autistas, sujetos con lesión

cerebral en el giro angular, situado en la encrucijada occipito-parieto-temporal (áreas

Visio-auditivas-táctiles), fallan en una prueba que según los autores requiere las

mismas habilidades que la comprensión de metáforas, actividad esta última también

alterada en niños autistas. Los autores destacan que se han identificado, en el giro

angular, neuronas con propiedades similares a las neuronas espejo. ¿Significa esto

que se deberían ampliar los límites neuroarquitectónicos del sistema especular? O

12La corteza cingular o circunvolución del cíngulo esta situada entre el cuerpo calloso, al cual rodea, y el córtex
cerebral (Fig.6.1 y 6.2).

38
¿quizá que el mecanismo especular es uno de los muchos que presentan diferentes

tipos de neuronas distribuidas en diferentes regiones cerebrales y que se activan o no

en función de los estímulos, sus características, interacción con el medio, etc.?

Analizando la hipótesis relacionada con la teoría especular sobre el autismo,

Hamilton y cols. (2007) realizaron varios experimentos en los que administraron

varias pruebas, que según estudios previos de neuroimagen, implicaban al sistema

de neuronas espejo. De todas ellas el test de reconocimiento de acciones de Mozaz y

cols. (2002) ofreció, desde el punto de vista de los primeros autores, la más

consistente evidencia en contra de la hipótesis especular como base del autismo. El

mencionado test permite estudiar la capacidad de inferir acciones (componente

básico no verbal de la interacción social) sin implicación verbal ni motora, por lo que

las respuestas no están contaminadas por el estado de estas funciones. Los niños

autistas respondieron a esta prueba incluso mejor que los controles. En las pruebas

de imitación (función también asociada al sistema especular) los niños autistas

respondieron correctamente, en tanto fallaron en las pruebas relacionadas con la

teoría de la mente. Estos resultados han llevado a los primeros autores a sumarse al

planteamiento de de Gelder (2006) según el cual los niños con autismo pueden fallar

en las tareas de imitación emocional debido a una respuesta anormal de la amígdala,

más que a una alteración del sistema especular. La teoría de las neuronas espejo por

tanto no explicaría, desde el punto de vista de Hamilton y col. (2007), el autismo.

Desde una perspectiva anatómica se ha observado que personas autistas,

altamente funcionales en otras esferas, muestran marcadas diferencias respecto a

sujetos control en la actividad del cerebelo, de regiones mesolímbicas y temporales

durante el procesamiento consciente e inconsciente de las expresiones faciales

(Critchley y col., 2000). Aportaciones posteriores sin embargo aseguran que niños no

autistas con lesiones en cerebelo presentan síntomas diferentes de los presentados

por niños autistas, y viceversa (Ramachandran y Oberman, 2007) y Critchley y col.

(2000) sugieren que los déficits del autismo pueden ser debidos a la alteración, en la

fase de aprendizaje, del procesamiento de estímulos sociales. Dicha alteración

39
vendría dada por una anomalía difusa en la conectividad intraencefálica en fases

claves del desarrollo cerebral.

Estos ejemplos permiten considerar que las estructuras y/o sistemas corticales

relacionadas con la experiencia, toma de conciencia, simbolización o representación

mental, o inteligencia cristalizada, y las conexiones con los sistemas y/o estructuras

responsables del procesamiento de las emociones, deberían estar en la base de los

procesos neurales implicados en el procesamiento consciente y en la comprensión de

los distintos procesos emocionales (véase Mestre, Guil y Gil-Olarte, 2004).

Sin embargo y al margen de la psicopatología, existe gran variabilidad entre

las personas e incluso, en función de diferentes factores y circunstancias, en cuanto a

los niveles de conciencia emocional. Desde esta perspectiva podríamos además

cuestionarnos sobre cómo aumentar los niveles de conciencia sobre las emociones,

cuando se pretende ejercer una influencia reguladora a voluntad, sobre las mismas.

Podríamos preguntarnos sobre cómo, sin negar o inhibir el inconsciente, evitamos el

conflicto paralizante o en contraste, la manifestación descontrolada de la emoción, y

damos salida a una conducta consciente autogestionada que favorezca, y sea

resultado al mismo tiempo, del desarrollo de la Inteligencia Emocional.

Si bien las diferentes tendencias terapéuticas han podido ir desarrollando

técnicas para aplicar en el contexto de la psicopatología, se va haciendo más

necesaria, a medida que va aumentando la variedad y complejidad de las sociedades

humanas, la investigación orientada a desarrollar recursos que faciliten la toma de

conciencia y la comprensión de las emociones como eslabones necesarios para el

desarrollo de la IE, en ausencia de psicopatología declarada. La comprensión de las

emociones implica una toma de contacto con las mismas, es decir, una conciencia de

la vivencia emocional y de cómo y porque ésta se inicia y se desarrolla. Desde este

punto de vista la comprensión reflexiva de las emociones se presenta como un pieza

básica y fundamental para que pueda darse la potencial regulación de las mismas,

componente cuarto y último del modelo de IE de Mayer y Salovey que trataremos a

continuación.

40
6.3.4. -Regulación de las Emociones

Según Mayer, Salovey y Caruso (2000b), la regulación de emociones empieza con

la percepción de las mismas. El paso siguiente es llegar a comprender los procesos

emocionales y considerar sus variaciones. Finalmente, con la información obtenida

de las emociones su manejo o regulación nos permiten adaptarnos a contextos

inter e intrapersonales (Mestre, Palmero y Guil, 2004)

6.3.4.1.- La Metáfora del Grifo de Agua

Las emociones son complejas, caóticas y confusas y contienen sus propios sistemas

de castigos y recompensas. ¿Cómo regularía, entonces, una persona las emociones?

Una buena regulación emocional requiere flexibilidad. Por ejemplo, estar abiertos a

los sentimientos es importante, pero no todo el tiempo. La regulación de las

emociones implica además que una persona entienda cómo progresan las emociones

en contextos intra e interpersonales. Regular las emociones es como tener acceso a un

“grifo” donde se encauzan las emociones como un “torrente de agua” Así, la

supresión emocional (por ejemplo, de la ira) es decidir cerrar el grifo y acumular en

ese momento más volumen de agua de lo que se puede retener; pero abrir totalmente

ese grifo implica demasiado volumen de agua que una persona inexperta puede no

saber controlar. En la mayoría de las ocasiones, la clave es la modulación moderada

del proceso emocional; o lo que es lo mismo en nuestro símil, saber hasta qué punto

conviene abrir el grifo, hasta qué punto deben discurrir las aguas “emocionales” y

saber como graduar la salida del agua y cuándo conviene cerrar ese grifo. Aplicar

este símil es fácil de hacer, pues es realmente sencillo aprender a manejar el grifo

para que el agua no rebose o no salpique. Sin embargo, cuando se trata de

emociones, y de diferentes tipos de emociones, adquirir esta habilidad requerirá

tiempo, entrenamiento, evaluación de las estrategias realizadas, ensayos con muchos

errores y cierta dosis de “autoeficacia emocional”. Este logro implica, al menos,

tiempo y un esfuerzo prolongado. También sin duda la conciencia previa de nuestras

41
emociones, la identificación de aquellas que requieren ser gestionadas y la voluntad

clara de querer hacerlo.

6.3.4.2.- Regulación de las Emociones y Sistemas Funcionales

Los datos que se han venido ofreciendo en las apartados anteriores del capítulo

permiten deducir que la regulación de las emociones requiere probablemente de la

participación de tres partes del encéfalo, tales como: a) el sistema límbico (procesos

emocionales), b) la corteza cerebral, especialmente la prefrontal y la frontal (donde

reside buena parte de nuestras habilidades intelectuales) y c) los circuitos y/o

estructuras neurales de interconexión de ambas partes, entre los que cabe destacar la

corteza cingulada.

Si bien esta división puede facilitar el estudio de la regulación de las

emociones, recordaremos de nuevo la limitación del enfoque y el desconocimiento

sobre la posible existencia de algún tipo de mecanismo que coordine y/o armonice la

actividad de estos diferentes sistemas. Si bien destacaremos algunas hipótesis al

respecto confiamos en que las aportaciones sobre observaciones y/o estudios llevados

a cabo en el contexto de los tres sistemas funcionales a los que nos vamos a referir,

faciliten un mayor conocimiento y/o comprensión de algunos de los mecanismos que

subyacen a la regulación de las emociones.

a.- Sistema Límbico y patrones de respuesta

Como veíamos en el segundo apartado del presente capítulo, el sistema límbico

incluye diversas áreas y estructuras situadas en torno a la línea media del cerebro y

rodeando el tronco encefálico (Fig. 6.1.). El sistema límbico interviene en la expresión de

las emociones, en funciones vinculadas con la memoria y tiene además acceso a la

información proporcionada por los sentidos. Siguiendo a LeDoux (1995; 1996; 2000),

las estructuras límbicas están interconectadas de modo que la información pueda

distribuirse a través de todo el sistema. La información sensorial llega al sistema

42
límbico a través de dos vías complementarias, las cortico-límbicas y las talámico-

límbicas.

El primer paso para la regulación de las emociones sería la percepción de las

mismas, en la que interviene la corteza visual que se encarga de crear una

representación exacta y precisa del estímulo. El resultado del procesamiento cortical

es enviado al núcleo amigdalino, a través de la vía córtico-límbica (Bechara et al., 1995).

Mientras tanto, la vía talámico-límbica, que también envía la información hacia el

núcleo amigdalino, es más rápida que la vía córtico-límbica, si bien es también menos

precisa, como decíamos previamente. Esta vía talámico-límbica, nos permite comenzar

a responder a los estímulos potencialmente peligrosos antes incluso, de que sepamos

totalmente de qué estímulos se trata. En situaciones peligrosas, esta vía puede

resultar muy útil para reaccionar con rapidez (LeDoux, 2000). Por consiguiente,

previo a su llegada a las zonas corticales, las diferentes áreas y estructuras límbicas

envían proyecciones eferentes a sistemas de control de la actividad autonómica,

como el hipotálamo y diversas regiones del tronco encefálico (LeDoux, 1996). A través

de estas proyecciones, el sistema límbico actúa como organizador de los patrones de

activación fisiológica que acompañan a las emociones (LeDoux, 2000).

Teniendo en cuenta lo anterior y retomando la hipótesis previamente

mencionada de de Gelder (2005), según la cual diferentes circuitos neurales subyacen

a la percepción consciente e inconsciente de las caras, se podría quizá argumentar

que mediante la recepción de la información desde las zonas sensoriales del tálamo,

las funciones emocionales del núcleo amigdalino pueden activarse con aspectos del

estímulo de bajo nivel (potencialmente inconsciente); mientras que la información

recibida por los mecanismos de procesamiento sensorial cortical (potencialmente

consciente) permite que aspectos más complejos del procesamiento del estímulo

activen el núcleo amigdalino. Los estímulos del mundo exterior son transmitidos hacia

el núcleo lateral de la amígdala, que después los procesa y distribuye los resultados

hacia otras zonas del núcleo amigdalino (el núcleo basal, el núcleo basal accesorio y el

núcleo central). El núcleo central sería, según algunos autores (Morris, Ohman y Dolan,

43
1998), el lugar principal de conexión con las zonas que controlan las respuestas

emocionales.

A la luz de estas aportaciones, parece lógico considerar que la vía córtico-

límbica (sin que por ello la vía talámica-límbica carezca de importancia) representa un

gran papel en la “regulación reflexiva” a la que nos estamos refiriendo y que se

corresponde con esta cuarta rama del constructo IE, en el modelo de Mayer y Salovey

(1997).

b.- Córtex prefrontal, toma de decisiones y síndromes frontales

La corteza prefrontal estaría implicada, tal y como se observa en numerosas

investigaciones mediante técnicas de neuroimagen funcional, en la elección y en la

toma de decisiones. Se ha demostrado la relación entre la actividad prefrontal y

distintos subprocesos relevantes para la toma de decisiones, tales como el

procesamiento de recompensas abstractas o simbólicas y el razonamiento o la

memoria operativa (para más información en castellano véase Damasio, 1996).

La teoría del marcador somático13 (Damasio, 1994), es una de las más populares

para describir el papel que juega la corteza prefrontal en las relaciones entre el cerebro

y la emoción. Desarrollando el punto de vista de Schachter, quien había revisado,

como decíamos previamente, la teoría de James-Lange, Damasio sostiene que la

experiencia emocional o sentimiento, es la interpretación que el cerebro hace del

estado corporal y sus señales fisiológicas. Propone la existencia de un mecanismo, el

marcador somático, que se desarrolla a lo largo de la vida, y también a lo largo de la

evolución filogenética, generando estados somáticos y representaciones de estados

somáticos. Los marcadores somáticos influyen en el proceso de toma de decisiones y

se encauzan hacia los resultados más convenientes para la persona en las situaciones

a las que debe enfrentarse. El mediador neuroanatómico del marcador somático sería la

13 Esta teoría ha sido propuesta por Antonio Damasio en su libro El error de Descartes (2001). El error al que alude

el título se refiere a la separación radical entre razón y emoción, una distinción común a gran parte del
pensamiento filosófico occidental del que ya advirtieron Salovey y Mayer en 1990 en su primera definición de
inteligencia emocional. Damasio concluye que en esa zona del cerebro se localizan sistemas a través de los cuales
la emoción contribuye adaptativamente a la elección y la toma de decisiones.

44
corteza prefrontal. Así, Damasio define la emoción como la combinación del proceso

mental simple o complejo con las respuestas del cuerpo, todo ello íntimamente

relacionado con el cerebro. Plantea la posibilidad de que nuestro sentido de

integración mental se genere a partir de la sincronización de las actividades de

diferentes sistemas neurales que pueden y suelen estar configurados, como

comentábamos previamente, por áreas cerebrales anatómicamente separadas y más o

menos distantes en el encéfalo.

El papel que Damasio otorga a la corteza prefrontal tendría que ver con una

función más general de la regulación de la conducta por la información afectiva que

manejamos. Por consiguiente, la corteza prefrontal sería vital para la consolidación

de aquéllas habilidades cognitivas, que basadas en nuestra experiencia diaria, nos

permitan regular las emociones en contextos intra e interpersonales.

Para corroborar esta teoría, Bar-On, Tranel, Denburg y Bechara, (2003),

realizaron un estudio con 12 pacientes con lesión bilateral del córtex ventromedial o

con lesiones unilaterales de la amígdala o la corteza insular somatosensorial derecha. En

su trabajo, los autores se refieren a la teoría del marcador somático en relación con la

IE y tratan de delimitar el sustrato neural de la inteligencia social y emocional.

Encuentran que los pacientes con lesiones en la corteza prefrontal tienen alterado

dichos marcadores somáticos, por lo que tienden a ejercer un pobre juicio en la toma

de decisiones, lo cual repercute en sus vidas y en la relación con los demás. También

observan que las lesiones en la amígdala o córtex insular, especialmente en la parte

derecha, comprometen la activación somática y la toma de decisiones. Por ello

sugieren que el córtex prefrontal ventromedial, la amígdala y las regiones insulares son

parte del sistema neural que subyace al marcador somático y a la toma de decisiones.

Entre sus resultados destacamos que sólo los pacientes con lesiones en el circuito del

marcador somático revelaron baja IE -medida con el EQi de Bar-On (1997a)- y un

juicio pobre para la toma de decisiones, así como alteración en el funcionamiento

social. La inteligencia cognitiva sin embargo, estaba conservada. Los autores

concluyen que el sustrato neural que subyace a la inteligencia social y emocional

45
sería diferente al de la inteligencia cognitiva, lo que apoyaría de nuevo, la idea de

que la IE es una inteligencia diferenciada, al menos en parte, de otros tipos de

inteligencia establecidas. Desde nuestro punto de vista el estudio presenta una

limitación referida a la medida utilizada para la evaluación de la IE, ya que el EQi es

un autoinforme o percepción sobre las propias competencias personales y/o sociales.

Tal y como destacábamos en el apartado sobre la expresión emocional, la

corteza prefrontal orbitofrontal y las áreas prefrontales mediales participan en la

expresión de las emociones y sin duda la regulación emocional afecta a la expresión

emocional, y puede a su vez, verse influida por ésta. En el ámbito de la

neuropsicología clínica, se describen los llamados síndromes frontales, entre los que

destacamos el síndrome dorsolateral y el síndrome orbitofrontal, insensibles ambos de

entrada, a la influencia de la potencial regulación emocional. El síndrome dorsolateral

hace referencia a la conducta de indiferencia y afecto plano que manifiesta la persona

con lesiones en dichas áreas, por lo que clásicamente era conocido, como destaca

Goldberg (2001) como síndrome pseudodepresivo. La persona afectada no esta ni feliz ni

triste; sencillamente parece carecer de estado de ánimo. El síndrome orbitofrontal por

su parte, implica una alteración de la conducta social caracterizada por laxitud y

desinhibición; de manera que las personas con lesiones en estas áreas se presentan

como socialmente inmaduras, incapaces por tanto de regular sus emociones en

función del contexto y/o circunstancias.

c.- Corteza Cingulada y Regulación de las Emociones

La regulación de las emociones es necesaria para la conducta socialmente madura, la

cual por otra parte requiere de la participación, además de las áreas prefrontales de los

lóbulos frontales, de los ganglios basales y de la corteza cingulada. En su parte anterior

la corteza cingulada (Fig. 6.1 y Fig. 6.2), que recordaremos forma parte del sistema

límbico, ocupa una posición mesofrontal, esta íntimamente ligada a la corteza

prefrontal y ha sido tradicionalmente asociada a la emoción (Goldberg, 2001). Desde

el punto de vista de Damasio (1996) la corteza cingulada es el lugar en el que los

46
sistemas emocionales y los sistemas cognitivos interconectan dando lugar a la fuente

de energía, por lo que se refiere a ella como la región manantial.

Las lesiones de la corteza cingulada producen alteraciones emocionales tales

como apatía e inestabilidad emocional. Aguado (2005) destaca estudios que

demuestran que distintos tipos de estímulos afectivos producen un incremento de la

actividad neural en la región anterior de la corteza cingulada (CCA). La CCA parece

tener un papel importante no sólo en la experiencia subjetiva del dolor físico, sino

también psicológico; por ejemplo, el producido por la separación de un ser querido o

por la sensación de ser excluido de un grupo social. Lesiones unilaterales de la CCA

pueden cursar con déficit en la identificación de la expresión facial y en el estado

emocional subjetivo, por lo que se cree estaría implicada en estas funciones así como

en la conducta social (Hornak y col., 2003).

La experiencia de distintos estados emocionales va también asociada a un

incremento de la actividad en la CCA. Esto se ha observado con emociones como la

tristeza, la ansiedad, el estrés postraumático, y en fobias específicas. Las personas

depresivas que manifiestan mayor actividad en la CCA antes del tratamiento, tienen

una evolución posterior más favorable; lo que permite sugerir que la lesión o

disfunción de estructuras que conectan la corteza prefrontal con el sistema límbico

repercute en el comportamiento emocional de la persona que lo padece

d.- La Regulación de las Emociones como Proceso Dinámico. Estimaciones

Hipotéticas

Uno de los grandes desafíos del S. XXI, para las múltiples ciencias integradas en el

estudio de la comprensión del cerebro humano, es el de poder llegar a describir y a

entender cómo se produce el procesamiento de la información emocional y cómo es

el proceso, a nivel neural, de las diferentes emociones de forma individual, así como

los que pueden producirse de sus interrelaciones (Ramachandran, 2004;

Ramachandran y Blakeslee, 1998; Davidson, 2003a; 2003b), y en las llamadas

emociones complejas. Habría que investigar además, de qué manera las diferentes

47
personas procesamos las emociones y sobre como los componentes autónomos,

neurales, cognitivos y mentales que las acompañan, dan lugar a esas diferencias

individuales tan importantes para comprender la variabilidad funcional entre las

personas en materia de IE.

En el intento de encontrar sistemas y/o mecanismos que unifiquen y/o

coordinen las diferentes aportaciones de los diversos sistemas funcionales que de

una u otra manera intervienen en la regulación de las emociones, o alternativamente

traten de encontrar nuevas vías de exploración, Edelman y Tononi (2002) han

planteado la hipótesis del núcleo dinámico, a la que nos referiremos en este apartado.

Por nuestra parte aportaremos posteriormente, una breve reflexión sobre la potencial

influencia de parámetros cerebrales.

La regulación reflexiva de las emociones implica la previa conciencia de las

mismas y Edelman y Tononi (2002) sugieren que en un momento dado, sólo un

subconjunto de grupos neuronales del cerebro humano contribuiría directamente a la

experiencia consciente. Dicho subconjunto debería formar parte, desde el punto de

vista de los autores, de una agrupación funcional distribuida que a través de las

interacciones de reentrada en el sistema tálamo-cortical, alcanzaría un alto grado de

integración en cuestión de milisegundos. Además, dicha agrupación debería

presentar un alto nivel de especialización y complejidad. Sus neuronas deberían estar

fuertemente interconectadas en escalas de tiempo de fracciones de segundo y

diferenciadas del resto del tejido cerebral, en ese mismo periodo de tiempo. A dicha

agrupación los autores le dan el nombre de núcleo dinámico para resaltar tanto su

nivel de integración, como su naturaleza transitoria.

La hipótesis del núcleo dinámico postula la existencia de un proceso dinámico

de localización cambiante en el que incluso cabe que las mismas neuronas puedan

participar en un momento dado en un proceso consciente y en otro en un proceso

inconsciente. Probablemente y según los autores sin embargo, el núcleo dinámico se

organice de forma radial y jerárquica, de manera que las áreas corticales que se

ocupen de aspectos altamente invariantes de los objetos percibidos en distintas

48
modalidades (visual, acústica, táctil, etc.) están interconectadas más directamente que

las que se encargan de los aspectos de bajo nivel de los mismos objetos. Lo que es por

otro lado compatible con el hecho de que las interacciones funcionales dentro del

núcleo dinámico, entre los grupos neurales de alto nivel y de bajo nivel de una

misma modalidad sensorial, sean asimismo estrechas.

Por otro lado y tal y como destacábamos previamente, se han observado

diferentes patrones de actividad electroencefalográfica entre expresiones de

diferentes emociones e incluso entre la relacionada con la sonrisa espontánea y la

sonrisa que hemos dado en llamar, voluntaria o social (Ekman, 1999). En la base

neural de la regulación de las emociones destacaríamos, en términos generales,

además de las áreas que participan en la emoción, las que están implicadas en la

cognición, es decir, los diferentes sistemas que pueden estar mediando la IE, los

cuales a su vez podrían operar con diferentes parámetros neurales.

Algunos de estos parámetros, tales como los neuroeléctricos, los

neuroquímicos, los neuromagnéticos generados éstos por las corrientes eléctricas

propias de la actividad eléctrica neural, son conocidos y mesurables. Probablemente

nuestro cerebro opere además, a niveles y/o con parámetros más sofisticados de lo

que hoy somos siquiera capaces de imaginar, y nuestra tecnología de detectar y/o

medir ¿Quién nos iba a decir hace pocos años que íbamos a asistir al conocimiento de

la existencia de la neurogénesis?

¿Podría un sistema neuroarquitectónico determinado participar de diferentes

maneras, a través de diferentes parámetros funcionales, en funciones cognitivas y/o

emocionales y dar lugar a diferentes (complementarias o contrapuestas)

características y/o componentes de la función cognitiva y/o emocional?

A lo largo del capítulo hemos visto como diferentes habilidades de la IE, tal y

como la conciben Salovey y Mayer, comparten algunos de los mecanismos neurales

que subyacen a las mismas, en tanto otros serían independientes. Incluso puede

darse que una o más estructuras cerebrales participen en las diferentes habilidades

de la IE a través de sistemas funcionales similares y/o diferentes.

49
6.3.4.3.- Regulación, Evolución e Inteligencia Emocional

Atendiendo al desarrollo ontogenético de la regulación de las emociones, sabemos

que para la edad de 1 año se han adquirido algunas conductas reguladoras básicas.

Las habilidades reguladoras se hacen más sofisticadas hacia los 5 años y ya en la

edad escolar, se asocia la habilidad de regular las emociones con el conocimiento de

cuando y porque, en situaciones sociales por ejemplo, hay que encubrir las

emociones negativas (Scharfe, 2000). Sin embargo, y como recuerda Heilman (2005),

los lóbulos frontales y otras áreas del cerebro maduran alrededor de los 20 años de

edad; 18 según otros autores (Goldberg, 2001). Sería por tanto de esperar que la

maduración del cerebro que acompaña a la edad en condiciones de normalidad, y

que implica el proceso de mielinización que favorece a su vez la interconectividad,

vaya aumentando la capacidad de una regulación reflexiva, consciente en definitiva,

de las emociones y la conducta. Si bien la edad es un factor relevante sin duda, para

la maduración de las áreas frontales y del proceso de mielinización, la cuestión de si

es ésta maduración biológica o la riqueza y variedad de las interconexiones que se

sea capaz de establecer entre las áreas corticales y subcorticales responsables de la

conducta consciente e inconsciente, aparece.

La regulación reflexiva de las emociones implica la capacidad de percibir,

expresar, comprender y decidir influir sobre las mismas. Es probable por tanto que

requiera de la participación de muchas estructuras y/o sistemas funcionales, como

estamos viendo. Todos ellos operan más o menos eficazmente en las personas en

ausencia de lesión cerebral y/o psicopatología. Sin embargo, probablemente existen

diferentes niveles de regulación reflexiva de las emociones, y no sólo entre las

diferentes personas sino en una misma persona respecto a las diferentes emociones

que, más o menos conscientemente, podemos experimentar, y/o en función de las

circunstancias y otros factores. Es frecuente por ejemplo, que las personas

percibamos más fácilmente el dolor que se nos causa que el que podamos causar, aún

siendo el estímulo el mismo, por ejemplo. Probablemente percibimos y/o somos más

50
conscientes de unas emociones que de otras, si bien todas ellas y al margen de

nuestro nivel de conciencia sobre las mismas, influyen probablemente sobre nuestra

cognición y conducta.

Tras generar situaciones experimentales inspiradas en el fenómeno de visión

ciega, al que nos referíamos en el apartado de percepción, y aplicando técnicas

instrumentales y tecnología de neuroimagen en sujetos sanos, de Gelder (2005)

concluye que el efecto de congruencia interhemisférica entre las percepciones faciales

conscientes e inconscientes modulan la actividad cerebral en el córtex prefrontal

medial, en el colículo superior, en la amígdala y en el córtex fusiforme. Estos datos

sugieren la posible existencia de un sistema en el que participan el córtex prefrontal

medial y algunas de las estructuras implicadas tanto en el procesamiento consciente,

como en el procesamiento inconsciente de la percepción facial de las emociones. Si

así fuera, el sistema resultaría de una gran importancia para el desarrollo de la IE ya

que representaría la base neural para el creación de estrategias orientadas a, primero,

aumentar las probabilidades de acceso a territorios menos conscientes y segundo, y

como consecuencia, aumentar la congruencia entre las emociones, la cognición y la

conducta; la posibilidad, por tanto, de influir en la regulación de las primeras.

Desde esta perspectiva las emociones, incluso las reacciones emocionales más

o menos deseadas y/o afortunadas, se convierten en motivo de observación, reflexión

y aprendizaje. Es decir, en lo que Mayer y Salovey denominan, en el primer capítulo

del presente volumen, la metaexperiencia del humor, resultado de la confluencia de

la metaevaluación y la metaregulación de las emociones. Como los mismos autores

destacan, queda todo por entender sobre las leyes de la metaexperiencia. Si bien y

refiriéndose al procesamiento consciente e inconsciente de la percepción de la

expresión facial, de Gelder (2005) apunta, que la integración entre percepción y

conducta se dará en la medida en que los sujetos se encuentren comprometidos con

los mecanismos automático-reflejos o con los mecanismos de control de la conducta.

Pero ¿cuáles serían las bases sobre las que las personas se comprometen con los

mecanismos automático-reflejos o con los de control de la conducta?

51
Esperemos que la neurociencia de la conducta y la emoción siga estudiando

estos complejos procesos y pueda ir brindando información que nos ayude en la

interesante tarea de tratar de responder a ésta y otras interesantes cuestiones. Quizá

también la evolución siga expandiendo, en palabras de Le Doux (1999), las

conexiones entre los circuitos neurales responsables de las emociones y los circuitos

responsables del control consciente. Si así ocurriera las personas iríamos ganando

control sobre las emociones en el sentido de una mayor integración de la razón y la

emoción; de manera que estos dos componentes tan relevantes de la conducta

funcionen al unísono en vez de hacerlo de forma independiente como parece ocurre

en el momento actual de evolución. Será necesario sin duda, en cualquier caso, tener

siempre presente la variabilidad individual, e incluso la variabilidad intrasujeto en

función del contexto y circunstancias.

Entre los diferentes retos que se presentan para las neurociencias

interdisciplinarias añadiremos, a los ya mencionados, el de contribuir a facilitar un

procesamiento consciente de las emociones que favorezca la posibilidad de que las

mismas beneficien a la cognición y a la evolución. Asimismo, que inspiren de alguna

manera, alternativas creativas que permitan flexibilizar las repuestas condicionadas

en aras de la liberación de los automatismos que silencian la vía neural consciente y

volitiva de procesamiento; que favorezca que la respuesta subcortical, automática,

siga ejerciendo su labor fundamental para la supervivencia y este lista para la acción,

facilitando sin embargo, que la vía cortical calibre la situación y decide sumarse o no,

a la vía automática. Sin duda esto requeriría consciencia, deseo y voluntad de

exploración de las situaciones emocionales, así como entrenamiento, tal y como

destacábamos previamente en la metáfora del agua. De esta manera se puede quizá

llegar a ejercer cierta influencia y dinamizar o modificar las respuestas indeseadas.

Las características neurales capaces de sustentar estos procesos evolutivos

tendrían que ver con la naturaleza del propio tejido cerebral, es decir, con la

neuroplasticidad y la neurogénesis. Si bien sabemos todavía poco sobre la

neurogénesis, la neuroplasticidad, una de cuyas dimensiones se traduce en la

52
capacidad del tejido nervioso para responder a los estímulos y dejarse influir por

ellos, es una realidad tradicionalmente aceptada y asociada con el aprendizaje. El

acuerdo entre la edad de maduración de los lóbulos frontales, a la que nos referíamos

previamente, y la madurez social (mayoría de edad) es probablemente más que una

coincidencia, como destaca Goldberg (2001). Estamos de acuerdo con este autor, en

que la maduración de los lóbulos frontales viene probablemente controlada, al menos

en parte, por factores ambientales y culturales. Sin duda, esta posible realidad

confiere responsabilidad por una parte y por otra esperanza, de manera que los

avances de las diferentes ciencias pueden tener su reflejo en programas de educación

y de relaciones orientados a potenciar la maduración de las áreas prefrontales del

cerebro, que son las que ejercen un control de arriba-abajo (córtex-subcórtex) sobre la

conducta, el funcionamiento ejecutivo, el procesamiento emocional de alto nivel y el

control de la conducta consciente (de Gelder, 2005), lo que sin duda conlleva el

desarrollo de la IE.

Desde el punto de vista de Phelps (2006) el objetivo de las estrategias de

regulación consciente de las emociones consistiría en alterar la respuesta de la

amígdala. Las emociones negativas implican a esta última estructura y según destaca

Goldberg (2001), Posner considera que la corteza cingulada anterior refrena a la

amígdala ejerciendo así un control de moderación de la expresión de la angustia

procesada por esta última estructura, por ejemplo. Esta posibilidad lleva a Goldberg

a admitir que la corteza cingulada anterior hace posible el discurso civilizado y la

resolución de conflictos. Quizá esta función la lleve a cabo también entre los

componentes emocionales y los componentes cognitivos en el contexto intrapersonal,

además de en el social.

La frontalización, como proceso de maduración ontogenético y filogenético ha

venido siendo sin duda clave en el desarrollo de la civilización. La capacidad de los

lóbulos frontales de suprimir los impulsos biológicos cuando interfieren con los

objetivos a largo plazo, así como la habilidad de persistir en el objetivo y no

distraerse, ha sido denominada “inteligencia frontal” (Heilman, 2005). Los lóbulos

53
frontales son además, como destaca el último autor, claves para el pensamiento

divergente, de manera que facilitan la toma de diferentes perspectivas y direcciones

en las formas de pensamiento y de expresión, lo que sin duda se traduce en fuente de

creatividad. Quizá de manera semejante a como el humor favorece el cambio de

perspectiva y la consideración de múltiples puntos de vista en el modelo de Mayer y

Salovey expuesto en el presente volumen. Ambos aspectos serían fundamentales,

desde nuestro punto de vista, para el desarrollo de estrategias que potencien el

crecimiento de la IE.

La regulación de las emociones se sitúa por tanto en el corazón del desarrollo

de la IE y de la inteligencia social y representa una de las funciones más sofisticadas

y evolucionadas de la conducta humana. Representa la armonización y la orientación

hacia el equilibrio en el proceso de evolución, entre los diferentes estamentos que

configuran nuestro cerebro: el del sistema límbico y quizá más concretamente del

complejo amigdalino, como fuente de emoción; el de los lóbulos frontales, como motor de

socialización y de creatividad, y el de la corteza cingulada anterior como probable

moderadora, intra e intersujeto, entre la emoción y la socialización.

6.4.- COROLARIO

Al introducir el presente capítulo ofrecíamos un breve recorrido a través de los

inicios de los estudios de la emoción desde la perspectiva de la neurociencia.

También de forma escueta señalábamos algunas líneas de investigación que incluyen

estudios que se están llevando a cabo en la actualidad. Hemos venido destacando

posteriormente, datos sobre estudios referidos a las estructuras corticales y

subcorticales que sustentan las funciones relacionadas con las habilidades

correspondientes a los cuatro componentes (o ramas) del modelo de inteligencia

emocional de Salovey y Mayer que se ofrece en este volumen.

La paulatina integración en la investigación de aspectos psicológicos,

cognitivos y neuronales y algunos de los hallazgos que hemos descrito respecto a la

influencia mutua de algunas de ellas, vienen sentando las bases para esta nueva era

54
en la que la interdisciplinaridad, tan importante como necesaria, vaya facilitando el

desarrollo de líneas de investigación orientadas a la generación de planes de

formación, educación y rehabilitación capaces de acompañar y potenciar el

desarrollo ontogenético y aunque a más largo plazo, quizá también, filogenético de la

especie. Que la inteligencia emocional, reflejo de la riqueza de interconectividad

entre mecanismos subcorticales y corticales favorezcan la creación de planes que nos

ayuden a seguir madurando como humanos. Con esta visión y esperanza aportamos

este capítulo. Con el deseo de que la progresiva toma de conciencia de la

complejidad represente un estímulo a la quizá más relevante característica humana,

la curiosidad individual y colectiva. Curiosidad que orientada tanto hacia la auto-

observación como hacia el desarrollo de la ciencia, siga siendo fuente de motivación

y motor de conocimiento para seguir avanzando en la comprensión de tantos y tan

complejos aspectos de la naturaleza humana.

La socialización del conocimiento sobre nuestra naturaleza animal y humana,

y la toma de conciencia de algunos de los condicionantes que nos limitan y atrapan y

sobre los que podemos ejercer cierta influencia, tanto a nivel individual como social,

pueden ayudarnos a gestionar nuestra evolución personal y social. El reto esta ahí,

esperemos que la salud de los mecanismos de supervivencia de una especie que va

llegando a comprender la relevancia de la Inteligencia Emocional, como eslabón

evolutivo que nos ha tocado vivir y que avanza en y a partir de la interconectividad

de las diferentes estructuras y mecanismos cerebrales, sea saludable y se siga

practicando.

El desarrollo de las neurociencias y sus intercambios con las ciencias

psicológicas, cognitivas y sociales puede seguir enriqueciendo el conocimiento sobre

el desarrollo evolutivo, ontogenético y filogenético, de las complejas relaciones

humanas. El reconocimiento de las otras personas, como entes independientes desde

el punto de vista anatómico y funcional, es compatible con el sentido de colaboración

y cooperación, como premisas básicas de las relaciones.

55
La existencia en nuestro organismo de células de diferente naturaleza con

independencia histológica y funcional se combina perfectamente con la existencia de

tejidos diversos, órganos, sistemas funcionales, neuronales etc. que se rigen asimismo

por parámetros moduladores de diferente naturaleza y relacionados tanto con la

supervivencia biológica como con la psicológica, la cognitiva y la emocional. Todos

esos sistemas y parámetros tienen su función en aras de la supervivencia y la

homeostasis. Una buena metáfora que confiemos nos inspire a los humanos en la

búsqueda, desarrollo y gestión, individual y colectiva, de la conciencia de nuestra

condición.

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