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Philippe Hamon
I
Se impone, entonces, una puesta a punto en este dominio, para agrupar
y homogeneizar, sobre datos semiológicos, una serie de análisis diversos ya
elaborados pero con frecuencia dispersos (metodológica y temáticamente). No
olvidando que esta noción de personaje:
a) no es una noción exclusivamente “literaria”: el problema de la
literalidad de la cuestión (funcionamiento en enunciado de una “unidad”
particular llamada “personaje”, problema, si se quiere, de “gramática textual”)
debe ser prioritario en relación al de su literariedad (criterios culturales y
estéticos);
mientras que todo nuestro arte se agota en decretar la “vida”, la “realidad” de los seres novelescos, la
estructura misma del japonés conduce o retiene a estos seres en su calidad de “productos”, de signos
aislados de la coartada referencial por excelencia: la de la cosa viva”. Los primeros esfuerzos para tratar
de retomar el estudio del problema del personaje se encuentran sin duda en T. Todorov, Littérature et
Signification, Paris, Larousse, 1967, y en Communications, 8, 1966, Paris, Seuil. Las críticas de un artículo
muy posterior de S. Chatman: “On the Formalist-Structuralist Theory of Character” (críticas de la obra de
T. Todorov, Journal of Literary Semantics, 1, 1972, Mouton) se refieren, entonces, a un estado ya antiguo
de la cuestión.
5
Artículo “Personaje” del Dictionnaire encyclopédique des sciences du langage de O. Ducrot y T.
Todorov, Paris, Seuil, 1972, pág. 286.
6
J. Culler, Structuralist Poetics, Routlege and Kegan Paul, Londres, 1975, pág. 230.
7
Sobre el tema de la semiología, ver las líneas inaugurales y conocidas de Saussure (Cours de
linguistique générale, Payot, 1965, pág. 33, pág. 100, pág. 101). En un importante artículo titulado
“Semiología de la lengua” (retomado en Problèmes de linguistique générale II, Gallimard, 1974), E.
Benveniste define dos modos de significancia: el propio del signo (semiótico) y el propio del discurso
(semántico), cada uno manipulando sus unidades específicas. Retomaremos aquí esta terminología. El
trabajo teórico más considerable es ciertamente, en este momento (1976) el de A. J. Greimas, Du sens,
Paris, Seuil, 1970.
4
b) no es una noción exclusivamente antropomorfa. Por ejemplo, el
espíritu en la obra de Hegel puede ser considerado como un personaje; el
presidente-director general, la sociedad anónima, el legislador, el giro y el
dividendo son los “personajes” más o menos antropomorfos y figurativos
puestos en escena por el texto de la ley sobre las sociedades 8; lo mismo el
huevo, la harina, la manteca, el gas son “personajes” puestos en escena por la
receta de cocina; de igual modo el microbio, el virus, el glóbulo, el órgano, son
los “personajes” del texto que narra el proceso evolutivo de una enfermedad;
c) no está ligado a un sistema semiótico (sobre todo lingüísticamente)
exclusivo: el mimo, el teatro, el film, el ritual, la vida cotidiana u oficial con sus
“personajes” institucionalizados9, el dibujo animado, ponen en escena
“personajes” (la etimología: persona → máscara de teatro; personaje → person
en inglés);
d) es tanto una reconstrucción del lector como una construcción del texto
(el efecto-personaje no es quizás más que un caso particular de actividad de la
lectura).
8
Ver “Análisis semiótico de un discurso jurídico”, in A. J. Greimas, Sémiotique et Scienes sociales, Paris,
Seuil, 1976, págs. 79-128. Propp, en su Morfología del cuento (Paris, Seuil, 1970, pág. 100) también había
notado que los objetos y las cualidades eran personajes completos: “Los seres vivos, los objetos y las
cualidades deben ser consideradas como valores equivalentes desde el punto de vista de una morfología
fundada sobre las funciones de los personajes”. Esto no nos impedirá, por razones de comodidad, tomar
ejemplos, en las líneas que siguen, casi exclusivamente del campo de la literatura y de lo
antropomorfizado. Para el análisis “narrativo” de un texto “filosófico” (Destutt de Tracy), ver F. Rastier,
Idéologie et Théorie des signes, Mouton, 1972.
9
Ver E. Goffmann, La mise en scène de la vie quotidienne, trad. francesa, Paris, Minuit, 1973.
10
Estos cuatro presupuestos han sido muy claramente expuestos por E. Benveniste en su artículo
“Semiología de la lengua” (op. cit).
11
De allí la distinción que se impone cada vez más entre signo y discurso (o Texto, o Enunciado): “lo
semiótico (el signo) debe ser reconocido; lo semántico (el discurso) debe ser comprendido” (E.
Benveniste, obra citada). Una translingüística se referirá entonces, preferentemente, a los lingüistas que,
como Hjemslev, Harris o Benveniste, no han querido fijar límites estrechos, a priori, a la lingüística, y han
reconocido el texto como una unidad específica.
5
la semiología?). Finalmente, la gran diferencia que existe entre un dominio
como la literatura (que también manipula personajes) y un dominio
semiológico, es que, como lo nota K. Togeby (y además, el hecho de que las
prácticas específicas como la conmutación sean impracticables allí), en el caso
de la obra literaria, código y mensaje coinciden: cada obra particular posee su
código original propio, su propia “gramática” que rige la combinabilidad de
unidades provistas de dimensiones y de valores idiolectales específicos 12.
Todo ello corre el riesgo de complicar extremadamente, sería inútil
negarlo, la delimitación de un campo específico (semiológico) del estudio del
personaje y la construcción de un metalenguaje adecuado y homogéneo sobre
el problema. Entre otras cosas, ello plantea el problema de la distinción de un
campo “estilístico” (o retórico, o “de habla”) que sería excluido del análisis.
Pero ¿cómo distinguir lo que corresponde a la literatura y a la literalidad del
personaje; a un funcionamiento en “obra” y a un funcionamiento en “texto”; al
dato observable y a la construcción teórica?
¿Será necesario, por ejemplo, distinguir un “personaje-signo”
(/Napoleón/, registrado en el diccionario), un “personaje-en-enunciado-no-
literario” (/Napoleón/ y sus sustitutos, en una conversación, en un manual de
Historia, o en un artículo de periódico), un “personaje-en-enunciado-literario”
(/Napoleón/ en La guerra y la paz de Tolstoi)?
Se puede prever que será necesario distinguir varios dominios diferentes
y varios niveles de análisis de lo que habrá que llamar, quizás, para evitar
sustantivar demasiado una hipotética “unidad”, “el efecto-personaje del texto”
(más que “el personaje”).
II
Recordemos todavía aquí algunos principios muy generales. Del mismo
modo que los semiólogos reconocen con frecuencia tres subdivisiones en su
disciplina (una semántica, una sintaxis, una pragmática), se puede, muy
someramente, distinguir tres tipos de signos:
1. Los signos que remiten a una realidad del mundo exterior (mesa /
jirafa / Picasso / río...) o a un concepto (estructura / apocalipsis / libertad...). Se
los puede llamar referenciales. Todos hacen referencia a un saber
institucionalizado o a un objeto concreto aprendido (semántica más o menos
“estable” y permanente). Se reconoce tales signos, son definidos por el
diccionario.
2. Los signos que remiten a una instancia de enunciación, signos de
contenido “flotante” que adquieren sentido en relación a una situación
concreta de discurso (aquí y ahora), en relación a un acto histórico de habla
determinado por la contemporaneidad de sus componenetes, (yo / tú / aquí /
mañana / esto...). Son los “circunstanciales egocéntricos” de Russell, los
“deícticos” o los “embragues” de Jakobson 13, no definidos “semánticamente”
por el diccionario.
3. Los signos que remiten a un signo en disyunción con el mismo
enunciado, próximo o lejano, sea antecedente de la cadena hablada —o escrita
—, sea posterior. Su función es esencialmente cohesiva, sustitutiva y
12
Ver K. Togeby, artículo “Literatura y lingüística”, en Revue romane, 2, 1968 (número especial),
Akademisk Forlag, Copenhague. Ver también E. Benveniste, op. cit.: “se pueden distinguir sistemas en los
que la significancia es atribuida a la obra por el autor, y sistemas en los que significancia es expresada
mediante elementos primeros en estado aislado, independientemente de los vínculos que puedan
establecer. En los primeros, la significancia se desprende de las relaciones que organizan un mundo
cerrado, en los segundos, es inherente a los signos mismos”. Una obra “literaria” es entonces codificada
muchas veces: en tanto lengua; en tanto obra; en tanto literatura.
13
Ver las páginas clásicas de E. Benveniste en Problèmes de linguistique générale, pág. 225 y sigs., Paris,
Gallimard, 1966.
6
económica. Disminuyen, en efecto, el costo del mensaje, así como su longitud.
Se los puede llamar globalmente anafóricos (el nombre propio y el artículo en
algunos de sus empleos, la mayoría de los pronombres, los sustitutos diversos,
el verbo “vicario” hacer, etc.14). Su contenido, también flotante y variable, es
únicamente función del contexto al que remiten. Estos signos forman una
categoría lingüística privilegiada para quien estudia el paso y las homologías
eventuales entre una lingüística del signo y una lingüística del discurso
(transfrástica), o, para retomar los términos de Benveniste, el paso de una
semiótica a una semántica. En efecto, se dejan las estructuras de orden
próximo (escala del sintagma) para pasar a estructuras de orden lejano (escala
del texto). Una semiología del personaje podrá, al menos en un primer
momento, y para desbrozar su dominio, retomar esta triple distinción y definir
principalmente15:
a) Una categoría de personajes-referenciales: personajes históricos
(Napoleón III en los Rougon-Macquart, Richelieu en A. Dumas...), mitológicos
(Venus, Zeus...), alegóricos (el amor, el odio...) o sociales (el obrero, el
caballero, el pícaro...). Todos remiten a un sentido pleno y fijo, inmovilizado por
una cultura, a roles, programas y empleos estereotipados, y su legibilidad
depende directamente del grado de participación del lector en esa cultura
(deben ser aprendidos y reconocidos). Integrados en un enunciado, servirán
esencialmente de “anclaje” referencial remitiendo al gran Texto de la
ideología, de los clichés, o de la cultura; asegurarán entonces lo que Barthes
llama en otra parte un “efecto de real” 16 y, con frecuencia, participarán en la
designación automática del héroe (haga lo que haga, el héroe será caballero
en Chrétien de Troyes).
b) Una categoría de personajes-shifters. Son las marcas de la presencia
del autor en el texto, del lector, o de sus delegados: personajes “portavoz”,
coros de tragedias antiguas, interlocutores socráticos, personajes de
Impromptus, narradores y autores intervinientes, Watson al lado de Sherlock
Holmes, personajes de pintores, de escritores, de narradores, de charlatanes,
de artistas, etc. El problema de su detección será a veces difícil. Allí también,
por el hecho de que la comunicación pueda ser diferida (textos escritos),
diversos efectos de interferencia o de enmascaramiento pueden perturbar la
decodificación inmediata del “sentido” de tales personajes (es necesario
conocer los presupuestos, el “contexto”: a priori, el autor, por ejemplo, no está
menos presente detrás de un “él” que detrás de un “yo”, detrás de un
personaje sub-calificado que detrás de un personaje sobre-calificado. En el
centro, el problema del héroe).
c) Una categoría de personajes-anáforas17.Aquí es indispensable una
14
Sobre los sustitutos y sobre el fenómeno lingüístico de la sustitución, ver por ejemplo J. Dubois,
Grammaire structurale du français, t. I, pág. 91 y sigs., Paris, Larousse, 1965; y para el estatuto de los
nombres propios, ibid., pág. 155 y sigs. Esta cuestión de los nombres propios ha sido ocasión de debates
interminables por una parte, entre lógicos, por otra parte, entre lingüistas; los primeros daban al “nombre
propio” una acepción muy particular. Para ser rigurosos, ¿quizás debería decirse que una “semiología del
personaje” coincide con el capítulo “Sustitutos y Sustitución” de cualquier gramática (análisis funcional y
distribucional de una categoría de unidades llamada “sustitutos”) y que todo el resto sería una
“estilística” del personaje? Pero en la medida en que el personaje aparece no solamente en los materiales
del “texto infinito” del lingüista, sino también en las obras, es probable que sea necesario orientarse a
través de una jerarquía de códigos que trabajen simultáneamente. Ver J. S. Searle “Proper Names”, Mind,
266, LXVII, 1958, y B. Clarinval, “Ensayo sobre el estatuto lingüístico del nombre propio”, Cahiers de
Lexicologie, 11, 1967, II, Didier-Larousse, Paris.
15
También se podría usar los parámetros y la tipología de Jakobson para esbozar una clasificación
rudimentaria, y hablar de: personaje emotivo/conativo/referencial/fático/poético/metalingüístico, según su
“dominante” funcional en el texto.
16
Ver el artículo de R. Barthes, “El efecto de real”, Communications, 11, Paris, Seuil, 1968.
17
Sobre esta noción importante, y tomada aquí en el sentido amplio, ver L. Lonzi, “Anaphore et récit”,
Communications, 16, 1970, Paris, Seuil.
7
referencia al sistema propio de la obra. Los personajes tejen en el enunciado
una red de llamadas y evocaciones a segmentos de enunciados en disyunción
y de longitud variable (un sintagma, una palabra, una paráfrasis...); elementos
de función esencialmente organizadora y cohesiva, son de alguna manera
signos mnemotécnicos del lector; personajes de predicadores, personajes
dotados de memoria, personajes que siembran o interpretan indicios, etc. El
sueño premonitorio, la escena de la confesión o de confidencia, la predicción,
el recuerdo, el flash-back, la mención de los antepasados, la lucidez, el
proyecto, la fijación de programa, son los atributos o las figuras privilegiadas
de este tipo de personaje. Por ellos, la obra se cita a sí misma y se construye
como tautológica18.
III.
En cuanto concepto semiológico, el personaje puede, en una primera
aproximación, definirse como una especie de morfema doblemente articulado,
morfema migratorio manifestado por un significante discontinuo (una cierta
cantidad de marcas) que remiten a un significado discontinuo (el “sentido” o el
“valor” del personaje); será entonces definido por un haz de relaciones de
semejanza, de oposición, de jerarquía y de ordenamiento (su distribución) que
contrae, sobre el plano del significante y del significado, sucesiva y/o
simultáneamente, con los otros personajes y elementos de la obra, tanto en el
contexto próximo (los personajes de la misma novela, de la misma obra) como
en contexto lejano (in absentia: los otros personajes del mismo género). Pero
ordenemos las cuestiones:
19
Wellek y Warren, La Théorie littéraire, trad. francesa, Paris, Seuil, 1971, pág. 208.
20
La Structure du texte artistique, trad. francesa, Paris, Gallimard, 1973, págs. 346 y 349.
21
Du sens, op. cit., págs. 188-189.
22
“La estructura de la forma”, texto de 1960 retomado en Anthropologie structurale II, Paris, Plon, 1973,
págs. 161-162. C. Lévi-Strauss emplea en el mismo texto la expresión “paquete de elementos
diferenciales” (pág. 170). Se encontrarían en las notas de Saussure sobre los Nibelungos, reciente y
parcialmente publicadas (por D. S. Avalle en la obra colectiva Essais de la théorie du texte, Paris, 1973)
definiciones sorprendentemente similares a las de C. Lévi-Strauss, V. Propp, o Dumézil: “La leyenda se
compone de una serie de símbolos, en un sentido a precisar. Estos símbolos, sin duda, están sometidos a
las mismas vicisitudes y a las mismas leyes que todas las otras series de símbolos, por ejemplo, los
símbolos que son las palabras de la lengua. Todos forman parte de la semiología (...) Cada uno de los
personajes es un símbolo del cual se puede ver variar –exactamente como para la runa:
a) el nombre;
b) la posición en relación a los otros;
c) el carácter;
d) la función, los actos.
El personaje es entonces: un fantasma obtenido por la combinación escurridiza de dos o tres ideas (...) un
estado momentáneo de ensamblaje, sólo existen los elementos (...) la combinación de tres o cuatro
rasgos que pueden disociarse en todo momento”. A relacionar también con ciertas definiciones de
“nuevos novelistas” de los años 60 que definen, por ejemplo, al personaje, como “portador de estados” o
“soporte” de ciertas transformaciones o conservaciones semánticas (N. Sarraute en: “Lo que busco
hacer”, en Nouveau Roman, hier, aujourd’hui, Paris, UGE, 1972, t. II, “Prácticas”, pág.35).
23
T. Todorov, Grammaire du Décaméron, Mouton, 1969, pág. 28.
9
miserable de Nana está ya “programado”, su “esfera de acción” está
fuertemente hipotecada desde la primera mención de su nombre y de su
retrato24.
De allí la importancia de las puestas en escena anafóricas de evocación o
de anticipación (escenas de recuerdo, de evocaciones hereditarias, de sueños
premonitorios, de examen lúcido, etc.), y el procedimiento que consiste en
crear nombres propios “mixtos” (parecidos, salvo dos o tres fonemas, a los
nombres propios de personajes históricos) sirviendo a la vez de anclaje
referencial y de alusión implícita a “roles” pre-programados (tipo: Morny-Marsy
en Su Excelencia Eugenio Rougon, de Zola25), y el procedimiento que consiste
en introducir, en una lista de nombres ficticios, un nombre histórico (o
inversamente). Sin embargo, la relativa fijeza del nombre (o del “rol”, ya fijado
por la historia, del personaje ya transformado en destino) no impide que
pueda, también, tener una cierta funcionalidad narrativa original en la obra.
Del mismo modo, la mención del nombre propio de un lugar geográfico (calle
Rivoli, París, El Havre, Nanterre...) ejerce siempre una triple función: anclaje
referencial en un espacio “verificable” por una parte; subrayado del destino de
un personaje por otra (las diferentes viviendas de Gervaise, en L’Assomoir de
Zola) y condensación económica de “roles” narrativos estereotipados (no se
hace en los Campos Elíseos lo que se hace en el barrio de la Gota de Oro); o, si
se lo toma de otro modo, estos nombres (históricos y geográficos) deben a la
vez ser reconocidos (entonces apelan a la competencia cultural del lector) y
comprendidos (reconocidos o no, entran en un sistema de relaciones internas
contruidos por la obra).
Por el contrario, la primera aparición de un nombre propio no histórico
introduce en el texto una especie de “blanco” semántico (el asemantema de
Guillaume): ¿quién es esta Gervaise o este Lantier que aparecen en la primera
línea de L’Assomoir26? Este signo vacío se va a cargar progresivamente y, en
general, en un relato “clásico”, bastante rápidamente (por ejemplo mediante
un retrato, la mención de ocupaciones significativas, de un rol social
particular), de significación. Se trata, entonces, de un funcionamiento
acumulativo de la significación. Allí está sin duda la gran diferencia que opone
lingüística del signo, por una parte, y semiología del relato por otra, debiendo
ésta última tener siempre en cuenta el aspecto discursivo, lineal, acumulativo
del texto y su lectura.
Morfema “vacío“ en su origen (no tiene sentido, no tiene más referencia
que la contextual), se hará “lleno” en la última página del texto, una vez
terminadas las diversas transformaciones de las que habrá sido el soporte y el
agente27. Pero el significado del personaje, o su “valor”, para retomar un
24
El personaje histórico es, con frecuencia, secundario en la acción de la novela clásica: “es precisamente
esta escasa importancia la que confiere al personaje histórico su peso exacto de realidad; este poco está
en relación con la autenticidad (...) [los personajes históricos] reintegran la novela como familia, y a
manera de antepasados contradictoriamente célebres y ridículos, dan a lo novelesco el lustre de la
realidad, no el de la gloria: son efectos superlativos de real” (R. Barthes, S/Z, Paris, Seuil, 1970, págs.
108-109).
25
Se podría recordar aquí la fórmula de L. Spitzer definiendo el nombre: “el imperativo categórico del
personaje”. Pero esto es verdadero para todo relato y todo personaje (histórico o no): mientras más se
prolongue un relato, más predeterminado está el personaje por todo lo que el lector ya sabe de él. De allí
la posibilidad, para el autor, de manejar toda una serie de “decepciones” en esta espera.
26
“Gervaise había esperado a Lantier hasta las dos de la mañana”.
27
“El personaje de novela, suponiendo que sea introducido, por ejemplo, por la atribución de un nombre
propio que le es asignado, se construye progresivamente mediante notaciones figurativas consecutivas y
difusas a lo largo del texto, no despliega su figura completa más que en la última página, gracias a la
memorización operada por el lector”, A. J. Greimas, “Les actants, les acteurs et les figures”, in Sémiotique
narrative et textuelle, obra colectiva, Paris, Larousse, 1973, pág. 174. Una semiótica del relato tendrá que
combinar entonces la noción de posición (¿dónde aparece el personaje en la obra, cuál es su
distribución?) y la noción de oposición (¿con qué otros personajes tiene relaciones de semejanza y/o de
10
término saussuriano, no se constituye solamente por repetición (recurrencia de
marcas, de sustitutos, de retratos, de leitmotiv) o por acumulación y
transformación (de lo menos determinado a lo más determinado) sino también
por oposición, por relación frente a los otros personajes del enunciado. Esta
relación, notémoslo, se modificará de una secuencia a otra, aparecerá tanto
sobre el plano del significante como sobre el plano del significado (un
personaje sexuado frente a un personaje asexuado), según las relaciones de
semejanza o de diferencia. El problema crucial del análisis será entonces el de
detectar, distinguir y clasificar los ejes semánticos fundamentales pertinentes
(el sexo, por ejemplo) que permiten la estructuración de la etiqueta semántica
de cada personaje (etiqueta, una vez más, inestable y permanentemente
reajustable por las transformaciones mismas del relato), y del conjunto del
sistema. Este programa ha sido expuesto de manera clara por T. Todorov en su
Poética de la prosa: «Las numerosas indicaciones de los autores, o incluso una
mirada superficial sobre cualquier relato, muestra que tal personaje se opone a
tal otro. Sin embargo, una oposición inmediata de los personajes simplificaría
estas relaciones sin acercarnos a nuestro objetivo. Sería mejor descomponer
cada imagen en rasgos distintivos, y ponerlos a éstos en relación de oposición
o de identidad con los rasgos distintivos de los otros personajes del mismo
relato. Se obtendría así una cantidad reducida de ejes de oposición cuyas
diversas combinaciones reagruparían estos rasgos en haces representativos de
los personajes»28. Estos ejes simples y fundamentales serán detectados sobre
la base de su recurrencia en el enunciado, es decir, después que éste haya
sido segmentado en secuencias homologables y reclasificado según un modelo
tabular de “lectura vertical29”. El primer problema será entonces el de hacer
una distinción entre estos ejes: si se detecta una oposición recurrente entre un
rey y una pastora (para retomar un ejemplo de C. Lévi-Strauss), ¿se retendrá
como eje pertinente: el sexo (un personaje masculino frente a un personaje
femenino); la edad (un viejo frente a un joven); la ideología (un creyente frente
a un no creyente); el hábitat (un mundo cultural y urbano frente a un mundo
natural y campesino); o aún otros ejes? El segundo problema después del de la
detección será el de establecer una jerarquía entre los ejes retenidos. De la
misma manera que en fonología no todos lo ejes tienen el mismo rendimiento
(así, la duración, en francés patte vs. pâte, sirve, por ejemplo, para
discriminar muchos menos términos que la sonorización o la nasalización), del
mismo modo será necesario clasificar los ejes semánticos retenidos según
sirvan para diferenciar a todos los personajes de una novela o simplemente a
algunos30.
oposición?).
28
Poétique de la prose, Paris, Seuil, 1971, pág. 15. Todorov retoma el término de “haz” usado para el
mismo objeto por C. Lévi-Strauss, y para otro objeto semiológico (el fonema) por R. Jakobson. Además de
los textos teóricos de Todorov, de Greimas, citemos obras importantes centradas en el concepto de
personaje: Tachin Yücel, Figures et Messages dans la Comédie humaine, Paris, Mame, 1972 y sobre todo,
redactado desde una óptica y con un metalenguaje más lógico que semiológico, la Logique du
personnage de S. Alexandrescu, Paris, Mame, 1974.
29
El término (y el método) son de V. Propp (Morphologie du conte, op. cit., pág. 174). Ver también el
análisis “vertical” del mito de Edipo por C-Lévi-Strauss (Anthropologie structurale I, Paris, Plon, 1958, pág.
235 y sigs.), modelo de una lectura tabular destinado a sacar a luz las invariantes semánticas de un
relato, lectura donde “el orden de sucesión cronológica se reabsorbe en una estructura matricial
temporal” (Anthropologie structurale II, op. cit., pág. 162). Según R. Barthes igualmente: “El sentido no
está en el extremo del relato, lo atraviesa”, aquí mismo, pág. 15. El estudio del sistema de personajes de
un relato es entonces posterior:
a) a la segmentación del texto en secuencias;
b) a la clasificación de estas secuencias;
c) a la reducción de estas secuencias.
30
Sin embargo, no se confundirá la notación de una ausencia, notación explicitada por el texto de
diversos modos, con la ausencia de notación. Sólo se retendrá esta última si entra dentro de un sistema
11
Supongamos, por ejemplo, que el análisis retiene como ejes pertinentes:
el sexo, el origen geográfico, la ideología, el dinero. El personaje P1 será
entonces considerado como “más complejo” (y esta complejidad nada tiene
que ver con la “complejidad” o la “riqueza” de un personaje en la aproximación
psicológica tradicional, pero podrá dar cuenta de una cierta cantidad de
intuiciones de lectura) que un personaje P3, que está “informado” por menos
ejes que el personaje P1:
ejes
personajes sexo origen ideología dinero
geográfico
P1 + + + +
P2 + + + +
P3 + φ φ φ
P4 + + φ φ
P5 + + φ φ
funciones
recepció mandat aceptaci recepció recepci lucha
n de un o ón de n de una ón de victorio
personaje ayudante un informaci un bien sa
s contrat ón
o
P1 + + + + + +
P2 + + + + + +
P3 + + + + φ φ
P4 + + φ φ φ φ
P5 + φ φ φ + φ
P6 + o o + + +
de relaciones. Lo no dicho del texto es siempre indescriptible porque es infinito, y no es razón para
retener a un personaje como no lingüista, o antilingüista, el hecho de que no se hable, por ejemplo, de las
opiniones lingüísticas de un personaje, tampoco para retener el eje: “competencia lingüística”. Se
retendrá esta calificación negativa solamente si este personaje fuera confrontado con otros
explícitamente presentados como, ellos sí, interesados por la lingüística.
12
n...
SEXUADO
(y/o masculino — y/o femenino)
masculino - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
-femenino
↑ ↑
no femenino - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - no
masculino
ASEXUADO
(ni masculino — ni femenino)
(y no femenino — y no masculino)
modos de
determi- (a) (b) (c) (d) (e) (f)
nación
calificaci calificaci virtualid virtualid acción acción
personaje ón única ón ad única ad única reiterad
s reiterad reiterad a
a a
P1 + φ + φ φ φ
P2 + φ φ + φ +
P3 φ + φ + φ +
P4 φ + φ + + φ
44
Se ve que la estructura actancial fundamental deberá ser “perfeccionada” por la introducción de un
sistema de modalidades (el querer, el saber, el poder), valores (positivos o negativos), de grados de
actualización (real o virtual). El relato será entonces definido como un sistema de transferencia, de
circulación generalizada sea de calificaciones, sea de objetos concretos, sea de modalidades. Ver A. J.
Greimas, “Un problème de sémiotique narrative: les objets de valeurs”, Langages, 31, 1973, Paris,
Larousse, y J.-C. Coquet, “Le système des modalités et l’analyse transformationnelle du discours” in
Sémiotique littéraire, Paris, Mame, 1973, pág. 147 y sigs.
45
“En lugar de recurrir al actante considerado como un archiactor, es posible buscar separar unidades
semánticas más pequeñas, especies de sub-actores y (...) tratar de definir (...) el concepto de rol (...). El
contenido semántico mínimo del rol es, en consecuencia, idéntico al del actor, a excepción, de todos
modos, del sema de individualización que no implica: el rol es una unidad figurativa animada, pero
anónima y social; el actor, por el contrario, es un individuo que integra y asegura uno o varios roles”, A. J.
Greimas, Du sens, op. cit., pág. 256. En este nivel se ubica C. Lévi-Strauss cuando define las clases de
personajes-tipo como “buscador de nidos de pájaros”, “la niña loca por la miel”, “el vecino provocador”,
“la abuela libertina”, etc. Se trata, entonces, de un nivel intermedio entre el actante y el actor, una
variable en relación al actante y una invariante en relación al actor (ver L. Dolezel, “From Motifemes to
Motifs”, Poetics, 4, 1972, La Haye, Mouton).
18
(individual) importante . Se conoce, en Freud, la importante noción de “novela
46
50
Ver los innumerables Bobby Watson en La cantante calva de Ionesco o los homónimos “Quentin” de El
ruido y la furia de Faulkner.
20
a asegurar la legibilidad del texto . Se puede prever que un novelista
51
4.
El signo lingüístico se define por su arbitrariedad. Pero el grado de
arbitrariedad (o inversamente, de motivación) de un signo puede ser variable.
Será entonces interesante tratar de juzgar y calibrar esta libertad que tiene un
autor para “motivar” más o menos la etiqueta de su personaje. Se conoce el
cuidado casi maniático de la mayoría de los novelistas para elegir el apellido o
el nombre de sus personajes, los sueños de Proust sobre el nombre de los
Guermantes o sobre el de las localidades de Italia o Bretaña. Antes de
detenerse en Rougon o en Macquart, Zola ha intentado varias listas de
nombres propios probando sucesivamente las eufonías, los ritmos, los grupos
silábicos, los grupos de vocales o de consonantes 55. El análisis deberá entonces
esforzarse por dar cuenta de esta movilidad semiótica del personaje que va de
la onomatopeya a la alegoría, pasando por el símbolo, el tipo, la prosopopeya,
etc. Esta motivación es construida, por supuesto, en función del “valor” del
personaje, es decir en función de la suma de informaciones de las cuales es
soporte a lo largo del relato, información que se construye a la vez sucesiva y
diferencialmente en el curso de la lectura y, a la vez, retrospectivamente. Esta
motivación puede jugar con procedimientos:
a) visuales, ligados a las capacidades diagramáticas del lenguaje escrito.
La letra O podrá ser asociada a un personaje redondo y gordo, la letra I a un
personaje delgado, etc.56. De igual modo, la cantidad silábica y el orden de
aparición de la etiqueta (del tipo: “El señor Presidente Director General y yo” —
ver el orden de entrada en escena de los personajes de la primera línea de
Madame Bovary—, puede sugerir una diferencia jerárquica, una “etiqueta
social institucionalizada; una semejanza gráfica (Hubert / Hubertina, en El
sueño de Zola) puede denotar una semejanza funcional narrativa, denotar una
escala de importancia creciente, como en este trío familiar de mineros en
Germinal (Mouque, Mouquet, la Mouquette) donde la escala MUK → MUKE →
54
“¡Desgracia para nosotros! ¡Desgracia para el hombre! Vino, el... el... ¿cómo se llama? el... parece que
me grita su nombre y yo no lo escucho... el... sí... grita... yo lo escucho... no puedo... repite... el... Horla...
He escuchado... el Horla... es él... el Horla... ha venido!...” (Maupasssant, Contes et Nouvelles, Albin,
Michel, 1952, tomo II, pág. 1118). La imposición del nombre interviene aquí al final de una búsqueda de
saber, al final de aproximaciones descriptivas y perifrásticas de parte del narrador. En el Chevalier à la
charrette de Chrétien de Troyes tenemos el orden: un caballero el caballero el caballero de la
carreta Lancelote. El héroe no recibe su nombre sino después de sus primeras hazañas.
55
Para L. Spitzer, en Études de style, Paris, Gallimard, 1970, pág. 222, “el nombre es de alguna manera el
imperativo categórico del personaje”. A vincular con C. Lévi-Strauss: “Para el pensamiento indígena, el
nombre propio constituye una metáfora de la persona”, en Mythologiques II, Du miel aux cendres, op. cit.,
pág. 294. Sobre los problemas del nombre y del sobrenombre ver el artículo de J. L. Bachellier: “Sur nom”,
Communications, 19, 1972, Paris, Seuil. Para Roland Barthes: “Un nombre propio debe ser siempre
cuidadosamente interrogado, porque el nombre propio es, si se puede decir, el príncipe de los
significantes; sus connotaciones son ricas, sociales y simbólicas”. “Analyse textuelle d’un conte d’E. Poe”,
aparecido en el trabajo colectivo Sémiotique narrative et textuelle, Paris, Larousse, 1974, pág. 34.
56
Ver estos “retratos tipográficos” que constituyen ciertos poemas de F. Ponge (le Ministre, le Gymnaste,
etc.).
22
LAMUKE reproduce la importancia relativa de los personajes57;
b) acústicos (auditivos), son las onomatopeyas propiamente dichas;
c) articulatorios (musculares), tal como la raíz T. K., por ejemplo,
estudiada por P. Guiraud, producida por un movimiento articulatorio particular
de los órganos del habla, y formando un campo morfosemántico coherente
asociado a la idea de un golpe58;
d) morfológicos, contruyendo nombres propios según procedimientos
derivacionales usuales, donde el lector reconocerá los elementos fácilmente
traducibles o identificables; se puede hablar aquí de “transparencia”
morfológica o etimológica 59 (¿quién no leerá: “boeuf” [buey] en Bov/ary, en
Bouv/ard; “gobe-sec” [traga-seco] en Gobseck, etc.?). Este procedimiento ha
podido también generar un casi-género literario, el relato etiológico que
cuenta, a partir de un nombre propio más o menos “opaco”, “ilegible”, una
historia destinada a justificar una lectura de este nombre propio (este tipo de
relato termina siempre con la cláusula: “... y desde entonces el lugar fue
llamado x o y”).
De hecho, el lector tiene casi siempre tendencia a aislar en el interior del
nombre propio las raíces, sufijos, prefijos, morfemas diversos que analizará por
retroacción, en función del significado del personaje o que, inversamente, le
servirán, si las reconoce de entrada, de referencia prospectiva, de horizonte de
expectativa para “prever” al personaje: sufijos de derivación popular como -ard
-o -ouille (ver: Fenouillard, Bafouillet, en los célebres dibujos animados de
Chistophe), connotados peyorativamente por asimilación a series homogéneas
como: cobarde [capitulard], miedoso [trouillard], jactancioso [vantard], canalla
[fripouille], farfullador [bafouille], ganso [nouille], etc. El artículo (La Berma), la
partícula (M. de N.), el título (Su Excelencia Eugène Rougon), la duplicación
expresiva (Nana, Tintin), ciertos nombres culturalmente valorizados (Ana,
Elena...), el prosaísmo de estado civil (Madame Bovary, Madame Gervaise...)
funcionan como otros tantos signos que remiten a tal o cual contenido moral,
estético, caracterológico, ideológico, estereotipado (la nobleza, la bajeza, la
villanía, etc.60). Esta motivación se produce sobre todo por diferencia con la
etiqueta de otros personajes del texto: en La culpa del abate Mouret de Zola, la
pura y virginal jovencita se llama Albina (Blanca, en los primeros borradores
del autor); se opone al sacerdote vestido con su sotana negra, Sergio,
sojuzgado por la religión; el cura fanático guardián de la ley y de la letra se
llama Arcangias, etc. Hemos visto más arriba que la nominación de lo
innominable, la invención de un nombre para un ser fantástico e invisible
(Horla) había terminado en la atribución a este ser híbrido (a la vez
transparente y opaco, a veces exterior, a veces interior al narrador, a veces
presente, a veces ausente), de un nombre motivado (Horla = hors + là [fuera
+ allá]). Los casos más interesantes para estudiar serán sin duda aquellos
57
Sobre la diagramación que opera en el lenguaje, ver el artículo de R. Jakobson: “A la recherche de
l’essence du langage”, Diogène, Paris, Gallimard, 1966.
58
Ver P. Guiraud, Structures étymologiques du lexique français, Paris, Larousse, 1967. Con mucha
frecuencia, las oposiciones: eufonía – cacofonía, abierto – cerrado, articulación fácil – articulación difícil,
vocales – consonantes, etc., juegan para duplicar o corroborar las oposiciones narrativas funcionales:
personajes principales – personajes secundarios; o ideológicas: buenos – malos, héroes – traidores. Ya
Saussure había notado que la proximidad del nombre propio en un texto poético provocaba una intensa
actividad anagramática. Se podrá entonces, junto con ciertos analistas (A. J. Greimas, J. C. Coquet) hablar
de acento prosódico, cuya configuración y la distribución que lo acompaña, introduce, corrobora, subraya
la configuración y la distribución del actante narrativo.
59
Sobre esta cuestión de la “transparencia” morfológica, ver Saussure, Cours de Linguistique générale,
op. cit., pág. 180 y sigs., y J. Dubois, “Les problèmes du vocabulaire technique”, Cahiers de lexicolgoie, 9,
1966.
60
Emma Rouault es, en cuanto “Madame Bovary”, privada a la vez de su historia, de su nombre, de su
apellido.
23
donde se ve, en el texto, un personaje que se inventa a sí mismo un nombre o
un seudónimo. Por ejemplo, en La curée de Zola vemos al financista y
especulador Arístides Rougon elegirse un nombre “de guerra” (donde se
reconoce “sac d’or” [bolsa de oro] + el sufijo -ard): «¡Saccard!... con dos c...
¡Eh! Hay dinero en ese nombre; se diría que se cuentan piezas de cien reales...
un nombre para ir al presidio o ganar millones» 61. Tales nombres
“transparentes” funcionan entonces como condensaciones de programas
narrativos, anticipando o dejando prefigurar el destino mismo de los personajes
(nomen – numen) que los llevan. Se trata, entonces, de un elemento
importante de la legibilidad del relato, pero que no excluye estrategias
deceptivas: en Los dos amigos de Maupassant, uno de los héroes, pescador de
domingo y encarnación de la amistad, se llama Sauvage [salvaje]. Un
personaje llamado Albino puede siempre, por antífrasis, revelarse de una gran
“negrura” de alma62.
5.
Todo signo se define por sus restricciones selectivas, es decir, el conjunto
de reglas que limitan sus posibilidades de combinación con los otros signos.
Estas reglas pueden ser de varias clases: lingüísticas (vinculadas con la
elección del soporte lingüístico: por ejemplo, la linealidad de aparición de los
significantes63), lógicas (todo relato se caracteriza por una previsibilidad más o
menos fuerte, más o menos aceptada, de ciertos “trayectos” obligatorios a
partir de tal o cual contenido inicial dado), estéticas (vinculadas a la elección
del género) o ideológicas (filtraje de ciertos códigos culturales, como lo
verosímil, el decoro, etc.) que limitan la “capacidad” teórica del modelo e
imponen al narrador una serie de coacciones previas 64. La toma en
consideración del juego y la aparición de las reglas estéticas e ideológicas en
un texto narrativo, circunscribe el problema del héroe. Pocos conceptos hay
que sean tan vagos, tan mal definidos, tanto más cuanto que los términos
héroe y personaje son con frecuencia empleados indistintamente uno por el
61
Les Rougon-Macquart, Paris, Gallimard, Pléiade, 1960, tomo I, pág. 364.
62
Para crear nombres morfológicamente transparentes, el autor puede jugar con una lengua
“internacional”; ver los Panurgo, Epistemon, Eustenes, en Rabelais. Los nombres propios plantean
siempre problemas cuando se trata de traducir los textos. ¿Se debe o no traducirlos? Una no traducción
trae a menudo una pérdida notable de información, anulando estos efectos de motivación que se
convierten, entonces, en inaccesibles para el lector extranjero. Es conocida la atención que C. Lévi-
Strauss presta a los nombres propios de los personajes del mito (ver su análisis del mito de Edipo en
Anthropologie structurale, 1958).
63
Por ejemplo, también el rol de “sugestión” de personajes que pueden desempeñar ciertos paradigmas
lexicales, gramaticales, o culturales fijos; por ejemplo la lista de los colores, de las virtudes, de los
pecados, etc. (ver J. Batany, “Paradigmes lexicaux et structures littéraires au Moyen Age” Revue
d’Histoire littéraire de la France, sept.-dic. 1970, Paris, A. Colin). O ciertas figuras retóricas (ver G.
Genette, “Métonymie chez Proust, ou la naissance du récit”, in Figures III, Paris, Seuil, 1972). Habría allí
toda una “narratología genética” a constituir. El lenguaje lleva en sí, en sus constituyentes más humildes
(léxico, paradigmas gramaticales...) o los más fosilizados por el uso (la locución, el cliché, la metáfora
usada...), los gérmenes de un relato siempre posible, sugestiones implícitas para una articulación
discursiva del sentido y para las antropomorfizaciones que crearán personajes. Para C. Lévi-Strauss los
personajes en tanto “mitemas”, son elementos fuertemente “pre-coaccionados” (art. cit., pág. 35).
64
Ver A. J. Greimas: “Les jeux des contraites sémiotiques” (Du sens, op. cit., pág. 135 y sigs.). También
Propp había notado que “el pueblo no ha producido todas las formas matemáticamente posibles” (op. cit.,
pág. 142). Ya hemos visto que la elección de un personaje histórico, o de un personaje integrado a una
serie (un Rougon, un Macquart) hipotecaban fuertemente su posibilidad narrativa. Relacionar con C. Lévi-
Strauss: “La sintaxis mítica jamás es enteramente libre dentro del exclusivo límite de sus reglas. Sufre
también las restricciones de la infraestructura geográfica y tecnológica. Entre todas las operaciones
teóricamente posibles cuando se las encara desde el punto de vista formal solamente, algunas son
eliminadas sin apelación y estos huecos –perforados como con un sacabocados en un cuadro que, sin ello,
hubiera sido regular– trazan en negativo los contornos de una estructura dentro de una estructura, y que
debe integrarse a la otra para obtener el sistema real de las operaciones” (Mythologiques, I, op. cit., pág.
251).
24
otro. ¿Cuál es el héroe de un relato? ¿Se puede hablar de héroe incluso en caso
de enunciado no literario? ¿Cuáles son los criterios que diferencian al héroe del
“traidor” o del “falso héroe” (Propp), o a los personajes “buenos” de los
personajes “malos”, la felicidad de la infelicidad, la derrota de la victoria, los
“principales” de los “secundarios”, un don “positivo” de un don “negativo”?
Una semiología strictu sensu (funcional e inmanente a su objeto) o una “lógica”
(S. Alexandrescu) del personaje podrá no sentirse concernida por este
problema y remitirlo:
a) a una socio (o a una axio) logía (problema del investimiento de valores
ideológicos en un enunciado, en consecuencia, problema de recepción
del texto, de identificación o de proyección del lector, por lo tanto
variable histórica y cultural65); por ejemplo, en esquema del tipo (que
tomamos de A. J. Greimas):
C2 C1
relaciones “normales” relaciones no matrimoniales
(no prohibidas) (no prescriptas)
entre la medida y la diferencia”, S. Lotringer, “Mesure de la démesure”, Poétique, 12, 1972, Paris, Seuil.
El último ejemplo define al “héroe problemático” que, según Lukacs, caracteriza la novela del siglo XIX.
76
Se trata aquí del problema del desencadenamiento de la narración por instauración de un sujeto virtual
dotado de un querer y de un programa (para estas nociones, ver A. J. Greimas, Du Sens, op.cit., passim).
Sobre este problema del héroe, ver igualmente A. J. Greimas, ibid., pág. 233, págs. 242-243.
77
Es, por ejemplo, sujeto de los verbos de percepción del texto (vio que... notó que... se enteró de que...).
78
Igual fluctuación de las designaciones entre actante, sujeto, héroe, en I. Lotman (La Structure du texte
artistique, op. cit., pág. 334 y sigs.: “Le concept de personnage”) que sigue bastante fielmente V. Propp.
Notemos, en la última definición de Propp, la mezcla de criterios distribucionales (“en el momento en que
se anuda”), psicológicos (“que sufre”), funcionales (relación con otro personaje, noción de carencia),
morales (desgracia, agresor).
29
traidor “traidor”, presenta tal o cual acción como “buena” o “mala”, etc., en
una palabra, se hace acompañar por todo un aparato evaluativo de función
metalingüística (el texto habla de sí mismo, de sus propias estructuras y modos
de consumo). Esta información del texto sobre sí mismo se manifestará bajo la
forma de paráfrasis evaluativas y modalizantes, o de operadores deónticos del
tipo: yo creo que P, yo sé que P, yo digo que P es verdadero-falso, bueno-malo,
bien-mal, culpable-conforme, normal-anormal, feliz-infeliz, probable-posible-
seguro-excluido, obligatorio-facultativo, etc. Estas paráfrasis tenderán a
acompañar, introducir, encuadrar todo lo que es objeto de códigos, de
prescripciones o de prohibiciones institucionalizadas (programas, leyes,
códigos, ritos, rituales, etiquetas, modos de empleo, gramáticas, etc.). Ellas
serán entonces el lugar privilegiado de manifestaciones de una competencia
cultural (asumida por un narrador o un personaje), y tenderán a agruparse
alrededor de tres centros:
a) El lenguaje: los discursos de los personajes sobre los otros personajes
darán lugar a un comentario sobre su saber-decir (palabra neta o confusa,
farfullada o directa, dubitativa o fuerte, correcta o incorrecta gramaticalmente,
etc.);
b) La techné: la actividad tecnológica de los personajes (un trabajo, un
“bricollage”, una actividad profesional o artística cualquiera, el encuentro,
mediatizado por el instrumento o la habilidad manual, de un sujeto y de un
objeto) dará lugar a un comentario sobre su saber-hacer (actividad diestra o
torpe, conforme o no conforme, hábil o inhábil, feliz o infeliz en sus resultados,
cuidadosa o chabacana, etc.);
c) La relación social cotidiana: siempre más o menos ritualizada; las
relaciones entre sujetos, mediatizadas por normas —arte de recibir, de
presentarse, modales de mesa y reglas proxémicas, ritos de pasaje y etiquetas
mundanas, contratos que suponen el conocimiento del valor de los objetos
intercambiados y de las sanciones y recompensas correspondientes, etc.—,
darán lugar a un comentario sobre su saber-vivir (actitudes convenientes o
inconvenientes, torpes o refinadas, respetuosas o irrespetuosas, conformes o
no conformes, etc.).
Todos los procedimientos de acentuación que acabamos de ver pueden
recortarse, entrar en redundancia (el héroe de tal folletín será: joven +
aparecerá frecuentemente + regente + eliminará la carencia inicial + etc.)
según ciertos haces de calificaciones privilegiadas propias de tal o cual cultura.
Podrán igualmente entrar en un juego deceptivo de alternancias o de
contradicciones entre el ser y el parecer del héroe. Con frecuencia en el cuento
popular, por ejemplo, el héroe debe hacerse reconocer como tal para
desenmascarar al usurpador (falso-héroe) que ha ocupado su lugar, y el final
del relato es el lugar estratégico donde el ser y el parecer de los personajes
coinciden. Toda clase de procedimientos estilísticos de variación anexos puede
diversificar un haz demasiado rígido: tal personaje puede ser héroe
permanente o episódicamente; puede acumular varias definiciones actanciales
(el héroe es por ejemplo sujeto + beneficiario), asegurar una sola, o cargar
alternativamente diferentes definiciones (a veces sujeto, a veces objeto...).
Ciertos procedimientos, ciertos géneros como la novela epistolar (Richardson,
Laclos), los diarios íntimos complementarios (Gide), o la novela polifónica (Dos
Passos), al hacer variar permanentemente la focalización del texto, cambian
constantemente de héroe, manteniendo el mismo esquema actancial estable.
Concluyamos: el estudio del héroe forma parte ciertamente de lo que se
podría llamar el dominio de una retórica (una “socio-estilística”) del personaje,
dominio fuertemente tributario de las restricciones ideológicas y de los filtros
30
culturales . ¿Es necesario un “héroe” para la coherencia de un relato?
79
87
Todos estos procedimientos acentúan la previsibilidad del relato: multiplicar alusiones al Génesis en La
Faute de l’abbé Mouret equivale a dejar prever, para los dos personajes-héroes, un fin idéntico al de Adán
y Eva.
88
Ver los procedimientos del teatro sobre el teatro (Hamlet), del cuadro en el cuadro (el pintor y su
modelo), del film en el film, del relato en el relato, etc. Ver también Propp (op. cit., pág. 95): “Como todo
lo que vive, el cuento no engendra más que hijos que se le parecen”. Si una célula de este organismo se
transforma en pequeño cuento dentro del cuento, éste se construye (...) según las mismas leyes que
cualquier otro cuento maravilloso”.
89
Ver Mythologiques I, Le Cru et le Cuit, op. cit., pág.119.
33
estructuras sintagmas
semánticas narrativos
manifestación (unidades del tipo / actantes →
(escala de enunciado) personajes-tipo →
(orden lejano) roles (el relato)
una obra estructuras pronombres, antropomorfo
particular lingüísticas sustitutos, nombres y/o figurativo
manifestada y gramaticales propios, anáforas,
en (orden próximo) correferencia,
etc. (la sintaxis)
tal sistema estructuras – el “héroe” y
semiológico) culturales y el “traidor”
estilísticas de – los “buenos” y
énfasis, los “malos”
de focalización – los “principales”
(códigos y los “secundarios”
connotativos
e ideológicos)