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historia de la educacion I de la antigtiedad al 1500 mario alighiero manacorda Be CAPITULO V LA EDUCACION EN LA BAJA EDAD MEDIA El renacimiento carolingio fue breve, y siguid un estancamiento de casi dos siglos. En los territorios del Sacro Imperio Romano, nuevamente hostigado por barbaros, hiingaros y eslavos por el este, y dra- bes por el sur, no existe un poder central consolida- do, sino una dispersién de sefiorios territoriales. In- cluso la iglesia de Roma renuncia a ejercer su auto- ridad, aunque sigue siendo la fuente principal de la instruccién. 1. LA IGLESIA En esta situacién, las escuelas regias, instituidas por Lotario de Italia y solicitadas por los obispos en Fran- cia, se extinguen del todo, mientras que las escuelas parroquiales y episcopales, asi como las cenobiales, sobreviven mediocremente. La misma palabra schola significa, en esta época, lugar de reclutamiento, una militis schola, el cuerpo de los antrustiones, el aula regia o la congregacién, m4s que lugar donde se es- tudia. He aqui, por ejemplo, qué puede ser Ja escue- la en un monasterio, en el de Farfa, segtin el testi- monio del abad Guido: “Los nifios han de tener en la escuela los libros, los utiles y la jicara para lavarse la cabeza... Cuando sea tiempo de hablar, pueden hacerlo en la escuela; fuera de la escuela no [219] 220 LA EDUCAGION EN LA BAJA EDAD MEDIA hablen... Los miércoles y los sdbados podran tener recreacion en la escuela...” [GM, I, 112]. Sin embargo, en el reflorecimiento general de Ja vida social también los monasterios se renuevan, y se renuevan las Regulae, reproponiendo el problema de la instruccién de los monjes, y en especial de los oblatos. Tenemos testimonios diversos de monaste- rios, como Montecasino en el siglo x1, donde se pres- cribe que “todos los monjes aprendan las letras”, pero donde un visitador como san Pedro Damian se declara satisfecho de no haber encontrado escue- las de nifios, o sea de oblatos. Pero en general debia haber oblatos. La Regula cluniacensis, renovando las antiguas disposiciones, dedica mucha atencién a la ceremonia con la que eran acogidos en el monasterio, estableciendo rigurosamente la férmula para la pe- ticién y la liturgia correspondiente. En general, la peticién era presentada por los padres, y en su ausen- cia por uno de los monjes. He aqui la formula, que como veremos repite médulos habituales en otros am- bientes. “Yo, hermano ..., ofrezco a Dios y a sus santos apdéstoles Pedro y Pablo este muchacho, de nombre ..., haciendo las veces de sus padres, con una ofrenda en la mano y una peticién, después de haber colocado su mano en el palio del altar. En nombre de los santos cuyas reliquias reposan aqui, en nombre de monsefior el abad aqui presente, decla- ro ante testimonios que él perseverara en la regla de manera tal que a partir de este dia no le sera-ya per- mitido sustraerse a su autoridad; sepa pues que debe observar las disposiciones de esta Regla con una fi- delidad cada vez mas grande, y militar para el Sefior con todos los otros, con corazén alegre. Y a fin de que esta peticién quede confirmada, la suscribo de

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