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LÓGICA, DIALÉCTICA Y RETÓRICA


(EN ARISTÓTELES Y LAS TEORÍAS DE LA ARGUMENTACIÓN)

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colección
LÓGICA, DIALÉCTICA Y RETÓRICA
(EN ARISTÓTELES Y LAS TEORÍAS DE LA ARGUMENTACIÓN)

PEDRO JOSÉ POSADA GÓMEZ Poner título


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Universidad del Valle
Programa Editorial

Título: Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)


Autores: Pedro José Posada Gómez
ISBN: 978-958-???????????????
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Colección Colección: Ciencias Sociales
Primera edición

Rector de la Universidad del Valle: Iván Enrique Ramos Calderón


Vicerrectora de Investigaciones: Ángela María Franco Calderón
Director del Programa Editorial: Francisco Ramírez Potes

© Universidad del Valle


© Pedro José Posada Gómez

Diseño de carátula: xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx


OJO
Diagramación y corrección de estilo: G&G Editores - Cali. Tel.: 371 25 62
Impreso en: XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX

Universidad del Valle


Ciudad Universitaria, Meléndez
A.A. 025360
Cali, Colombia
Teléfono: (+57) (2) 321 2227 - Telefax: (+57) (2) 330 88 77
editorial@univalle.edu.co

Este libro, salvo las excepciones previstas por la Ley, no puede ser reproducido por ningún medio
sin previa autorización escrita de la Universidad del Valle.

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compromete el pensamiento institucional de la Universidad del Valle, ni genera responsabilidad
frente a terceros. Cada autor es el único responsable del respeto a los derechos de autor del material
contenido en la publicación (fotografías, ilustraciones, tablas, etc.), razón por la cual la Universidad
del Valle no asume responsabilidad alguna en caso de omisiones o errores.

Cali, Colombia - Agosto de 2015


AGRADECIMIENTOS

Al profesor Adolfo León Gómez, PhD. (Universidad del Valle), quien


discutió conmigo los borradores de este trabajo y me recomendó abundante
bibliografía.
La numeración
se ajusta al final

CONTENIDO

Presentación 11
I. Dialéctica, Lógica y Retórica en Aristóteles 19
1. El concepto de ‘razonamiento’ en los Tópicos
y en las Refutaciones sofísticas 21
2. La concepción aristotélica de la lógica y sus relaciones
con la dialéctica 53
2.1. El orden cronológico de los libros del Órganon 53
2.2. Algunas pesquisas terminológicas 57
2.3. La versión aristotélica de la lógica 60
2.3.1. El carácter ontológico de la lógica aristotélica 64
2.3.2. La noción aristotélica de la verdad 66
2.4. La lógica en los Analíticos 68
2.5. Los primeros principios del razonamiento y de la demostración 70
2.6. Los vínculos entre Dialéctica y Analítica 77
2.7. Consideraciones finales sobre la lógica aristotélica
(la diferencia entre el silogismo válido y el demostrativo) 80
3. La retórica como antistrofa de la dialéctica 85
3. 1. Sobre los inicios de la reflexión sobre la Retórica hasta Platón 85
3. 2. La Retórica de Aristóteles 100

II. La influencia del canon aristotélico en las teorías


de la argumentación (Perelman, Toulmin, Van Eemeren,
Habermas) 125
4. Valoración del canon aristotélico en la obra
de Perelman-Olbrechts 127
4.1. Nueva Retórica como continuación crítica de la tradición
aristotélica de la retórica y la dialéctica 128
4.2. Una postura crítica frente al racionalismo moderno
(desde Descartes hasta el positivismo lógico) apoyado en
el modelo analítico deductivo de la razón y el razonamiento 131
4.3. Las “pruebas retóricas” y las “pruebas analíticas” 134
4.4. Diferencias entre la argumentación en el lenguaje cotidiano
y la demostración en un sistema lógico 135
4.5. Algunas observaciones generales sobre la relación de la Nueva
Retórica con la lógica, la dialéctica y la retórica aristotélicas 141
5. S. E. Toulmin frente a la lógica formal 157
5.1. El objetivo de The uses of argument 158
5.2. Toulmin frente a Aristóteles y a la lógica formal 162
5.3. La forma de los argumentos (El esquema de Toulmin) 175
5.4. Críticas al esquema de Toulmin 182
6. El modelo pragma-dialéctico de análisis de la argumentación 191
6.1. Orígenes, desarrollo y presupuestos teóricos
de la pragma-dialéctica 191
6.2. Sinopsis general del modelo pragma-dialéctico para
el análisis de la argumentación 200
6. 2. 1. Un punto de partida dialéctico: Puntos de vista
y diferencias de opinión 200
6.2.2. Argumentación y actos de habla 202
6.2.3. El óptimo pragmático y el mínimo lógico 209
6.3. Dialéctica, lógica y retórica en la teoría pragma-dialéctica 223
7. Teoría de la argumentación como acción comunicativa
(Habermas) 237
7.1. La argumentación como un tipo especial de acción
comunicativa 237
7.2. Los aspectos lógicos, dialécticos y retóricos del habla
argumentativa 250
7.3. Un modelo para la argumentación en el discurso
de la racionalidad práctica 259
7.4. Conclusiones provisionales sobre la propuesta de Habermas 267
8. Conclusiones 273
9. Bibliografía 291
Presentación

Después de más de medio siglo de su surgimiento, la teoría de la argu-


mentación se ha constituido en un sólido campo de investigación, enmarca-
ble en el llamado giro lingüístico y pragmático de la filosofía del lenguaje.
Desde la teoría de la acción comunicativa, Habermas ha planteado un reto
a los teóricos de la argumentación: el de dar cuenta de los aspectos lógicos,
dialécticos y retóricos del habla argumentativa. El trabajo que aquí se pre-
senta surgió como un intento de sopesar la viabilidad y pertinencia de esa
idea habermasiana.
Para ese propósito, se dividió el trabajo en dos partes. En la primera se
hace un repaso de las nociones aristotélicas de dialéctica, lógica y retórica,
y de sus posibles conexiones; en la segunda se analiza la influencia de las
tres disciplinas aristotélicas en cuatro teorías de la argumentación, las ela-
boradas por Perelman-Olbrechts, S. E. Toulmin, F. van Eemeren y la del
mismo Habermas.
I. La revisión de los textos de Aristóteles estuvo guiada por un hecho ya
establecido y aceptado por los estudiosos: la prioridad de la Tópica sobre
la Analítica. Es decir, el reconocimiento de que la teoría dialéctica aristoté-
lica es anterior y fundadora de su teoría lógica. Este dato, ya señalado por
Pierre Aubenque, me permitió encontrar en los Tópicos y las Refutaciones
sofísticas, no solo los elementos de la dialéctica aristotélica sino también la
noción clave de su lógica analítica: el silogismo demostrativo (y la noción
correlativa de argumento didáctico). Aún más, la clasificación de los tipos
de razonamiento en esta obra seminal del estagirita se convirtió en la guía
para vislumbrar las conexiones entre las tres disciplinas aristotélicas. Com-
parando la lista de razonamientos (συλλογισμός en los Tópicos 100a 25)
Pedro José Posada Gómez

y la lista de argumentos (λόγων γένη en las Refutaciones sofísticas, 165b)


se tiene una correspondencia entre los razonamientos demostrativos y los
argumentos didácticos, por un lado, y entre los razonamientos dialécticos
y los argumentos dialécticos y críticos, por el otro. Tal distinción entre el
campo de la demostración y el del razonamiento de lo verosímil volverá a
aparecer en los Analíticos y en la Retórica.
Y no es solo que la lógica aristotélica (es decir, su teoría sobre el silogis-
mo apodíctico y analítico) es una extensión o derivación de sus categorías
de “razonamiento demostrativo” y “argumento didáctico”, sino que la pos-
terior división de los razonamientos dialécticos en “silogismos” y “compro-
baciones” (tradicionalmente llamados deducciones e inducciones) incluye
al razonamiento demostrativo como un caso de la argumentación dialéctica
y permite ver el enfoque dialéctico que Aristóteles le dio a su teoría analíti-
ca. Aún más, los razonamientos silogísticos y comprobativos reaparecerán
como elementos integrantes de la retórica aristotélica.
Resumiendo:
1. El desarrollo de la teoría lógica aristotélica se deriva de su reflexión
sobre el diálogo y la dialéctica, como un caso especial de ella, aquel de
los razonamientos demostrativos y científicos, que parten de premisas
verdaderas y aplican las formas correctas de razonar.
2. Los argumentos dialécticos no se distinguen de los demostrativos por
su aspecto formal, sino por la calidad epistémica de sus premisas (el ser
verdaderas o el ser plausibles).
Este segundo aspecto es importante, pues parece ir en contra de una in-
terpretación (presente aún en la lectura que de Aristóteles hace Ch. Perel-
man) que ve en la dialéctica aristotélica un enfoque opuesto y radicalmente
diferenciado de su lógica. La idea que se quiere resaltar aparece también en
esta observación con la que concluye Tricot su introducción a la traducción
francesa de los Tópicos:

En contra de la opinión de la mayoría de los intérpretes antiguos, la lógica de


lo probable (plausible) no sería ya un complemento de la lógica de lo necesa-
rio; ella no sería una segunda lógica aplicable al dominio en el que la verdad
científica no sería alcanzable. Ella aparece más bien como una especie de
ejercicio preparatorio para la teoría de la demostración y de la ciencia, teoría
que, en la mente de Aristóteles, debería completar la dialéctica tradicional,
tal como Platón, los Sofistas y él mismo la habían practicado. (Tricot, 2004,
pp. 8-9)

Mi revisión de la lógica aristotélica permitió aclarar otros aspectos (ade-


más de la génesis y el tratamiento dialécticos de la teoría analítica):

12
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

• Que para Aristóteles la lógica o analítica no es una ciencia, sino un


instrumento o propedéutica de la ciencia. Es decir, de la demostra-
ción de los primeros principios de la ciencia que realiza el científico
ante su auditorio de aprendices. Primeros principios que son obteni-
dos en el intercambio dialéctico.
• Que la “lógica”, “analítica” o “apodíctica” aristotélica surge como
una ampliación o especificación del estudio del razonamiento inicia-
do en los Tópicos; es decir, en la dialéctica aristotélica.
• Que Aristóteles mantiene una perspectiva dialéctica a lo largo de su
presentación del razonamiento analítico.
• Que cuando descubre el silogismo apodíctico, Aristóteles lo conside-
ra como un instrumento aplicable a todo tipo de razonamiento, sea
este dialéctico, demostrativo o retórico.
El repaso de la lógica aristotélica permitió también constatar que Aristó-
teles es menos formalista de lo que generalmente se ha entendido y que su
presentación de la lógica asume la forma de un sistema de reglas de infe-
rencia y no aquel de leyes o tautologías al que lo redujo Jean Lukasiewicz.
Esta primera parte concluye con la relectura de la Retórica aristotéli-
ca, cuyo punto de partida es la conocida afirmación: “La retórica es una
antistrofa de la dialéctica, ya que ambas tratan de aquellas cuestiones que
permiten tener conocimientos en cierto modo comunes a todos y que no
pertenecen a ninguna ciencia determinada” (1354a 1-5).
El sentido de esta relación entre la dialéctica y la retórica se comprende
mejor a partir de la distinción de los tipos de “pruebas” que utiliza la retó-
rica. Después de su definición de la retórica como “...la facultad de teorizar
lo que es adecuado en cada caso para convencer” (1355b 25), Aristóteles
presenta los dos tipos de “pruebas por persuasión” (πίστεις): las propias del
arte (ἔντεχνοι) y las ajenas al arte (ἄτεχνοί):

Llamo ajenas al arte a cuantas no se obtienen por nosotros, sino que existían
de antemano, como los testigos, las confesiones bajo suplicio, los documen-
tos y otras semejantes; y propias del arte, las que pueden prepararse con
método y por nosotros mismos, de modo que las primeras hay que utilizarlas
y las segundas inventarlas (1355b 35).

El esfuerzo aristotélico por presentar una retórica filosófica (que se sepa-


re del tratamiento de ella por los sofistas) le llevará a enfatizar la importan-
cia del componente lógico y dialéctico de la retórica, en sus tipos de pruebas
y en su tratamiento del tema.
Es ampliamente conocida la clasificación aristotélica de las pruebas por
persuasión que se obtienen mediante el discurso:

13
Pedro José Posada Gómez

De entre las pruebas por persuasión, las que pueden obtenerse mediante el
discurso son de tres especies: unas residen en el talante del que habla, otras
en el disponer al oyente de alguna manera y, las últimas, en el discurso mis-
mo, merced a lo que éste demuestra o parece demostrar. (1356a)

Dice el filósofo que los tratadistas se han centrado o bien en las pruebas
ajenas al arte, o en las que se refieren al ἦθος del orador y al πάθος del audi-
torio; de allí su afán por destacar las pruebas basadas en el discurso mismo,
en el λόγος. La aplicación en la retórica de estas distinciones aristotélicas
ha dado lugar a innumerables debates. Me limito aquí a presentar una in-
terpretación que considero plausible para la tesis de que hay una conexión
sistemática entre la dialéctica, la lógica y la retórica aristotélicas.
Aristóteles describe el componente lógico de la retórica en analogía con
la dialéctica:

(...) en lo que toca a la demostración y la demostración aparente, de igual


manera que en la dialéctica se dan la inducción, el silogismo y el silogismo
aparente, aquí (en la retórica) acontece también de modo similar. En efecto,
por una parte, el ejemplo es una inducción; y, por otra parte, el entimema es
un silogismo; y, por otra parte, en fin, el entimema aparente es un silogismo
aparente. Llamo pues, entimema al silogismo retórico y ejemplo a la induc-
ción retórica. (1356b)

Mi conclusión en esta parte es que Aristóteles construye su versión de


la retórica teniendo como marco de referencia los tipos de razonamiento
que había estudiado en la dialéctica (Tópicos y Refutaciones sofísticas),
por lo cual su retórica no es opuesta al razonamiento dialéctico (y lógico)
sino que muestra un uso persuasivo de los razonamientos analizados en sus
obras previas. En este sentido, la retórica es homóloga de la dialéctica, un
“esqueje” de ella, y contiene un componente estrictamente racional en las
“pruebas” (πίστεις) propias del arte, que son los entimemas y ejemplos (los
primeros enfocados a la pretensión de validez universalizante del silogismo
y los segundos al uso retórico del caso particular).

II. En la segunda parte de este trabajo se presentan los elementos cen-


trales de cuatro teorías contemporáneas sobre la argumentación y, como ya
se dijo, en ella se analiza la influencia de las tres disciplinas aristotélicas en
la Nueva Retórica de Perelman-Olbrechts, en la teoría sobre la noción de
argumento de S. E. Toulmin, en la pragma-dialéctica o Nueva Dialéctica de
F. van Eemeren y Rob Grootendorst y en la teoría de la acción comunicativa
de J. Habermas. Se hace un resumen de las conclusiones de esta segunda
parte:

14
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

1. Perelman-Olbrechts presentan su teoría a partir de la distinción aristo-


télica entre los razonamientos necesarios (demostrativos y analíticos) y
los razonamientos dialécticos (plausibles o verosímiles): “Nuestro aná-
lisis se refiere a las pruebas que Aristóteles llama dialécticas, que exa-
mina en los Tópicos y cuyo empleo muestra en la Retórica” (Perelman
y Olbrechts, 1958/1994, p. 35)1. Este énfasis en un elemento común a la
dialéctica y a la retórica aristotélicas explica que los autores consideren
que su teoría podría ser denominada tanto ‘Nueva Retórica’ como ‘Nue-
va Dialéctica’.
Para Perelman-Olbrechts la noción de retórica ha estado ligada desde
sus inicios a la búsqueda de la adhesión, por lo que el concepto de audito-
rio siempre ha sido central en ella: “Nuestro acercamiento (a la retórica)
pretende subrayar el hecho de que toda argumentación se desarrolla en
función de un auditorio” y agregan: “Dentro de este marco, el estudio de lo
opinable, en los Tópicos, podrá encontrar su lugar” (Perelman y Olbrechts,
1958/1994, p. 36). Así, partiendo de que tanto la retórica como la dialéctica
se ocupan de lo opinable, Perelman-Olbrechts consideran que la dialéctica
de los Tópicos puede quedar inserta en su Nueva Retórica.
El papel de la lógica y su valoración en la Nueva Retórica de Perelman-
Olbrechts, pasó por varias etapas: 1) una de oposición, que se puede ver en
el libro Logique et Rhétorique (1950), 2) otra de complementariedad, como
se expresa en algunos pasajes del Tratado (1958), y 3) una de inclusión de
la lógica en la retórica, como lo aclara L. Olbrechts-Tyteca en una nota al
pie del artículo de 1963: Rencontre avec la rhétorique: “Creo que, en este
momento, nuestras investigaciones tenderían más a hacer de la lógica una
parte de la retórica” (p. 17). Esto se entiende si se recuerda que en un primer
momento la Nueva Retórica se opone al intento de reducir el razonamiento
humano al cálculo lógico-matemático; en el segundo, la Nueva Retórica se
presenta como organón de la razón práctica, complementario del dominio
del pensamiento lógico formalizable; y en el tercer momento, la Nueva Re-
tórica subsume al lenguaje lógico-formal como un caso especial suyo, aquel
en el cual la reducción de las diferencias y la estandarización del lenguaje y
las reglas de inferencia permiten el proceso lógico-deductivo.
A pesar de ello, la teoría de la argumentación de Perelman-Olbrechts
parece haberse desarrollado principalmente con la idea de oposición y com-
plementariedad entre análisis lógico y análisis argumentativo (o “retórico”).

1 Por el análisis previo se puede recordar que en los Tópicos y las Refutaciones también se anali-
zan los argumentos demostrativos y erísticos, y que ellos, además de los dialécticos, son emplea-
dos en la lógica y la retórica de Aristóteles.

15
Pedro José Posada Gómez

Como queda reflejado 1) en el hecho de que tanto en el Tratado (1958)


como en el Imperio (1978) casi todos los capítulos comienzan con la distin-
ción tajante entre esos dos tipos de ‘pruebas’, 2) en la afirmación enfática
de que la Nueva Retórica abarca “el campo inmenso del pensamiento no
formalizado” (Imperio Retórico, p. 211), y 3) en la eliminación del criterio
de validez lógico-formal para la valoración de los argumentos denominados
“cuasilógicos”.
2. En el quinto capítulo se examina la propuesta de Toulmin para el análi-
sis de los argumentos. Que no fue planteada en principio como una teo-
ría de la retórica o de la argumentación sino como una revisión crítica
del desarrollo de la lógica hacia el formalismo y su alejamiento de la
argumentación cotidiana. A pesar de ello, el análisis que hace Toulmin
de la estructura de los argumentos se ha constituido en un modelo de
análisis argumentativo.
Contra la absolutización del criterio de validez lógico-formal (la confi-
guración), Toulmin propone evaluar los argumentos en términos del pro-
cedimiento que los hace posibles. Para él, la congruencia y la coherencia
(lógicas) son apenas “prerrequisitos de la evaluación racional” o, dicho en
otros términos: “las consideraciones lógicas no son sino consideraciones
formales” (Toulmin, 1958/2007, p. 223), es decir, son consideraciones que
tienen que ver con las formalidades preliminares de la expresión de un ar-
gumento y no con los méritos reales de argumento o proposición alguna.
No obstante sus valiosas críticas al modelo lógico analítico y sus intentos
por encontrar un análisis más amplio de los argumentos cotidianos, no po-
dríamos pedirle a la teoría de Toulmin una reinterpretación de la retórica o
la dialéctica antiguas. El esquema del argumento desarrollado por Toulmin
deja poco o nulo espacio para los aspectos vinculados con el ἦθος del orador
(o de los dialogantes) y con el πάθος del auditorio. Su aplicabilidad inme-
diata parece restringida a una ampliación del análisis lógico de la estructura
de los argumentos, y en un análisis más ambicioso de la argumentación
tendrá que ser complementado con otros modelos teóricos.
3. En el capítulo 6 se revisa el modelo pragma-dialéctico de análisis de
la argumentación. Un ambicioso programa de investigación que se en-
cuentra en desarrollo. Los principales logros de este modelo, a nuestro
juicio, son: 1) un enfoque dialéctico de la argumentación como inten-
to de resolver una diferencia de opinión, 2) un decálogo de reglas que
permiten evaluar de manera racional el procedimiento dialéctico de la
disputa y que, a la vez, 3) permiten sistematizar de una forma novedosa
el tema de las falacias que se presentan en las argumentaciones.

16
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

El modelo pragma-dialéctico intenta incluir los aspectos lógicos y retó-


ricos de la argumentación. Los primeros, incluyendo la “corrección lógica”
como una de las reglas de la disputa racional, y los segundos, incorporando
el tema de las “maniobras estratégicas” en el modelo de análisis. Ambos
elementos, sin embargo, no parecen haber sido desarrollados de forma sa-
tisfactoria en la pragma-dialéctica: El aspecto lógico, porque los autores
pretenden escapar a lo que llaman el “deductivismo” lógico-formal, pero
sin haber aportado una alternativa clara a él. Y el aspecto retórico, porque
los autores mantienen una concepción de la retórica como “maniobras” que
se agregan como elementos adicionales al proceso dialéctico, con el único
objeto de ganar la disputa a toda costa. En su momento se dijo que esta con-
cepción de la retórica parece coincidir mejor con lo que Aristóteles llamaba
la erística, en su teoría dialéctica.
En este capítulo se concluye que el modelo habermasiano posee dos ca-
racterísticas que lo distinguen de otras teorías de la argumentación: su in-
tento de integrar las perspectivas de la lógica, la dialéctica y la retórica, y
su carácter de modelo ideal o formal. La primera característica parece darle
una ventaja en relación con otras teorías que (como la de Toulmin o la de
Perelman) se han construido sobre la separación del aspecto lógico respecto
de los aspectos retóricos y dialécticos. Esta separación, inspirada en la dis-
tinción aristotélica entre los razonamientos apodícticos y los dialécticos,
tiende a olvidar que para Aristóteles era posible y necesario percibir el ca-
rácter lógico de ambos tipos de razonamiento. En esta separación se asume,
primero, la reducción positivista de la lógica a su forma de cálculo axioma-
tizado de leyes, y se la opone a la dialéctica y la retórica. Si se tuviera en
mente la presentación de la lógica como un sistema de reglas de inferencia,
se vería mejor el carácter complementario de la lógica, en relación con las
otras dos esferas. No debe olvidarse que por su génesis y por su función
de herramienta de análisis de la validez y coherencia de los argumentos, el
sistema de reglas de inferencia posee una tradición que desborda su forma
meramente calculística.
El segundo aspecto de la propuesta habermasiana, su énfasis en los pre-
supuestos ideales que deben satisfacer las argumentaciones —especialmen-
te en los aspectos del procedimiento dialéctico y el proceso retórico—, pue-
de ser justificado si se piensa en una teoría que tendría esencialmente una
función crítica o evaluativa de los argumentos reales; sería una especie de
ideal regulativo de la argumentación. Pero, si se pretende una teoría que
además pueda describir la argumentación cotidiana, se tendría que avanzar
en la reconstrucción, no solo de los presupuestos formales de la argumen-
tación sino, además, de las desviaciones y patologías argumentativas. Esto

17
Pedro José Posada Gómez

permitiría refinar los criterios para evaluar la fuerza de los argumentos (efi-
cacia y validez), y para distinguir el modo como la persuasión de auditorios
particulares puede pretender (explícita o implícitamente) el convencimiento
de un auditorio universal mediante sus pretensiones de validez; es decir,
el modo como “una opinión puede transformarse en saber”. La distinción
habermasiana entre ‘discurso’ y ‘crítica’ refleja esta tensión entre los aspec-
tos universalistas y particularistas de la argumentación.
Finalmente, y ya en las conclusiones del trabajo, se presentan algunas
ideas sobre cómo se podría enriquecer la propuesta habermasiana para el
análisis de la argumentación, retomando aportes de las otras teorías consi-
deradas. A este modelo de análisis propongo llamarlo “dinámica de la ac-
ción argumentativa”, pues vista como una actividad, la argumentación pre-
senta un aspecto dinámico que se podría descomponer en tres momentos:
el momento del pre-acuerdo epistemo-lógico; el momento del desenlace
dialéctico del desacuerdo y el debate, y el momento de la evaluación “retó-
rica” del acuerdo logrado.
Esta propuesta tiene aún varios problemas por resolver: ¿qué concepción
de la lógica y qué herramientas formales son más adecuadas para el análisis
de los argumentos en general, académicos y cotidianos?, ¿cómo distinguir
los procedimientos dialécticos enfocados en el acuerdo cooperativamente
alcanzado de aquellos realizados de forma competitiva, agonística o erísti-
ca?, y, sobre todo, ¿qué criterios orientan el “proceso retórico” al momento
de evaluar las pretensiones de validez de cada argumentación y su posible
universalización? Por el momento solo tengo respuestas parciales y aproxi-
madas a estos interrogantes.

18
parte i

Dialéctica, Lógica y Retórica en Aristóteles


Capítulo 1

El concepto de ‘razonamiento’ en los Tópicos


y en las Refutaciones sofísticas

El propósito en este capítulo es analizar el concepto de ‘razonamiento’


(y la clasificación de los distintos tipos de razonamiento) en los Tópicos
y en las Refutaciones sofísticas, como parte de la teoría aristotélica de la
dialéctica, para intentar defender la tesis de que los desarrollos lógicos de
los Analíticos son una especificación de uno de los tipos de razonamiento
ya considerados de modo general en la dialéctica. Más adelante se intentará
aclarar el papel de tal concepción del razonamiento en los Analíticos y en la
Retórica de Aristóteles.
Los Tópicos comienzan con la determinación del objeto o propósito que
se disponen a estudiar —el método del razonamiento dialéctico— y con
una rigurosa definición de los términos que se usarán en dicho estudio. Dice
Aristóteles:

El propósito de este estudio es encontrar un método a partir del cual poda-


mos razonar2 sobre todo problema3 que se nos proponga, a partir de cosas

2 En general, sigo la traducción de Miguel Candel Sanmartín (M. C. S.) (1982), para Gredos. En
notas al pie irán las traducciones de otros autores cuando muestren alguna diferencia significa-
tiva. Así, en vez de ‘podamos razonar’, Francisco Larroyo (1981) traduce: “podamos formar
todo tipo de silogismos”, que es más literal, si se tiene en cuenta que en las primeras obras de
Aristóteles ‘silogismo’ significa ‘razonamiento’ en general. En la traducción inglesa de W. A.
Pickard (W. A. P.) (1928): “be able to reason…”.
3 “sobre todo género de cuestiones…” (Francisco Larroyo (F. L.), 1981).
Pedro José Posada Gómez

plausibles4, y gracias al cual, si nosotros mismos sostenemos un enunciado5,


no digamos nada que le sea contrario. (100 a 1-20)

Y continúa: “… hay que decir primero qué es un razonamiento6 y cuáles


sus diferencias para que pueda comprenderse el razonamiento dialéctico7:
en efecto, esto es lo que buscamos en el presente estudio”.
Se trata entonces de definir el concepto de razonamiento, determinar sus
tipos y pasar luego al desarrollo de los razonamientos o silogismos dialécti-
cos, tema central del texto. Nótese que en la traducción de F. Larroyo, más
que de “sostener un enunciado” (según la versión de M. C. S.), se trata de
“sostener una discusión”, lo que lo acerca al campo de la dialéctica. Se trata
de un método para razonar frente a cuestiones que se plantean (o que se
nos plantean); y que toma como punto de partida, como premisas, nociones
que son compartidas por la mayoría. Las definiciones de los tipos de razo-
namiento aclararán otros aspectos de la primera frase del texto acabada de
citar. Continúa Aristóteles: “Un razonamiento (συλλογισμός) es un discurso
(λόγος) en el que, sentadas ciertas cosas, necesariamente8 se da a la vez, a
través de lo establecido, algo distinto de lo establecido”9 (100 a 25).
Este concepto general de ‘razonamiento’ (silogismo) se desglosa en cua-
tro tipos distintos:

1. Hay demostración cuando el razonamiento10 (el silogismo es demostrati-


vo cuando) parte de cosas verdaderas y primordiales, o de cosas cuyo cono-
cimiento se origina a través de cosas primordiales y verdaderas;

4 “partiendo de proposiciones simplemente probables” (F. L.). “from opinions that are generally
accepted” (W. A. P.)
5 “cuando sostenemos una discusión” (F. L.), “an argument” (W. A. P.)
6 “qué es el silogismo” (F. L.); “what reasoning is” (W. A. P.)
7 “silogismo dialéctico” (F. L.); “dialectical reasoning” (W. A. P.)
8 En griego: “συμβαίνει”, “coincidencia necesaria” (M. C. S, 1982, p. 90, nota 4).
9 “El silogismo es una enunciación en la que, una vez sentadas ciertas proposiciones, se concluye
necesariamente una proposición diferente de las proposiciones admitidas, mediante el auxilio
de estas mismas proposiciones” (F. L.). En la versión inglesa: “Reasoning is an argument in
which, certain things being laid down, something other than these necessarily comes about
though them.” (W. A. P.). En su Introducción a la Lógica Formal, Alfredo Deaño (1978) asume
esta como la definición aristotélica del silogismo. Jean. B. Gourinat (J. B. G.) (2002) traduce:
“El silogismo es un razonamiento…” y lo compara con la definición que se dará en Analíticos
I, 24 b 17 (p. 95), (J. B. G.:“Diálogo y dialéctica en los Tópicos y las Refutaciones sofísticas”,
Centre de Recherches sur la Pensée Antique, Paris, Francia).
10 “Es una demostración cuando el silogismo…” (F. L.); “(reasoning) is a ‘demonstration’…” (W.
P. A.).

22
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

2. en cambio, es dialéctico el razonamiento11 (silogismo) construido a partir


de cosas plausibles. (100a 25-30)

Aquí Aristóteles introduce una importante aclaración sobre lo que entien-


de por ‘verdadero’ y por ‘plausible’, que es lo que distingue a las premisas
‘demostrativas’ de las ‘dialécticas’ y a los silogismos formados con ellas:

Son cosas verdaderas y primordiales las cosas que tienen credibilidad, no


por otras, sino por sí mismas (en efecto, en los principios cognoscitivos12
no hay que inquirir el por qué, sino que cada principio ha de ser digno de
crédito en sí mismo); son cosas plausibles las que parecen bien a todos, o a
la mayoría, o a los sabios, y, entre estos últimos, a todos, o a la mayoría, o a
los más conocidos y reputados. (100b 20-25)

Así, lo que caracteriza a las premisas de los razonamientos demostrati-


vos es el hecho de partir del conocimiento de algo verdadero y básico, evi-
dente; como los principios del conocimiento ‘científico’. Las premisas de
los razonamientos dialécticos parten de lo que es plausible para la mayoría,
o al menos para la mayoría de los sabios. No se establece diferencia en la
‘forma lógica’ de ambos tipos de razonamiento13.
A continuación Aristóteles define otros dos tipos de razonamiento, que
parten del error de considerar (o hacer que otro considere) algo meramente
aparente como algo real:

3. Y un razonamiento erístico14 es el que parte de cosas que parecen plau-


sibles pero no lo son, y también el que, pareciendo un razonamiento (y no
siéndolo) parte de cosas plausibles o de cosas que lo parecen; en efecto, no
todo lo que parece plausible lo es realmente. (100b 25-30)

Así, Aristóteles distingue dos tipos de razonamiento erístico: el razona-


miento erístico en sentido estricto (que parte de cosas que parecen plausi-
bles pero no lo son) y el razonamiento erístico que no es un razonamiento
(aunque lo parezca)15, pues no concluye nada16.

11 “El silogismo es dialéctico…” (F. L.); “reasoning is dialectical” (W. A. P.).


12 “los principios que han de darnos la ciencia” (F. L.); “the first principles of science…” (W. A. P.).
13 La relación entre premisas y conclusión podría ser “necesaria” (symbainei) en ambos tipos de
razonamiento.
14 “silogismo contencioso” (F. L.); “reasoning is contentious…” (W. A. P.). Eristikós, literalmen-
te: “hecho para discutir por discutir” (M. C. S.).
15 “Es sólo una apariencia de silogismo” (F. L.); “it merely seems to reason from…” (W. A. P.).
16 “… puesto que parece concluir y realmente no concluye” (F. L.); “… since it appears to reason,
but does not really do so” (W. A. P.).

23
Pedro José Posada Gómez

4. Además de todos los razonamientos mencionados, están los razonamien-


tos desviados17, que surgen a partir de las cuestiones concernientes exclusi-
vamente a algunos conocimientos, por ejemplo, en el caso de la geometría y
otros conocimientos emparentados con esta. (101a 5-8)

Aristóteles da como ejemplo de este último caso el hacer ‘figuras fal-


sas’ (“trazando de forma indebida los semicírculos” o “tirando ciertas líneas
como no deberían ser tiradas”), en una demostración geométrica; pues tal
proceder no parte de lo verdadero ni de lo probable, sino del falseamiento
de los supuestos de una ciencia (Cuando se constituya la forma analítica de
la lógica, los razonamientos desviados podrán ser considerados como ‘erro-
res lógicos’, o faltas a las reglas de la lógica).
Hasta aquí, se cuenta con una determinación del objeto del estudio de la
dialéctica y con una clasificación de cuatro tipos distintos de razonamien-
to. Sobre lo primero, hay indicios de que Aristóteles concebía la dialéctica
como una disciplina que considera todos los tipos de razonamiento (y no
solo los razonamientos dialécticos), pues en la conclusión de las Refutacio-
nes sofísticas (que es el último capítulo de los Tópicos) se reivindica como
el iniciador de la reflexión sistemática sobre esta disciplina (a diferencia
de la Retórica, en la que reconoce varios antecesores) y lo dice con estas
palabras:

Sobre las cuestiones de retórica existían ya muchos y antiguos escritos,


mientras que sobre el razonar (συλλογίζεσθαι) no teníamos absolutamente
nada anterior que citar, sino que hemos debido afanarnos empleando mucho
tiempo en investigar con gran esfuerzo. (184 b)18

El alcance de esta nueva disciplina, que estudia el arte de construir razo-


namientos, es bastante amplio, pues según Aristóteles ella es útil, en primer
lugar, para tres cosas:

(…) para ejercitarse, para las conversaciones y para los conocimientos en


filosofía19. (…) en efecto: teniendo un método, podremos habérnoslas más
fácilmente con lo que nos sea propuesto; para las conversaciones, porque,

17 “paralogismoi, frecuentemente transcrito sin más como ‘paralogismos’” (M. C. S.).


18 (184b) “Moreover, on the subject of Rhetoric there exists much that has been said long ago,
whereas on the subject of reasoning we had nothing else of an earlier date to speak of at all, but
were kept at work for a long time in experimental researches” (W. A. P.). “En cuanto a la ciencia del
razonamiento, por lo contrario, nada hemos podido citar que existiera anteriormente,…” (F. L.).
19 F. Larroyo traduce: “… para la adquisición filosófica de la ciencia…”.

24
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

habiendo inventariado las opiniones de la mayoría, discutiremos con ellos,


no a partir de pareceres ajenos, sino de los suyos propios, forzándoles a mo-
dificar aquello que nos parezca que no enuncian bien; para los conocimien-
tos en filosofía, porque, pudiendo desarrollar una dificultad en ambos sen-
tidos, discerniremos más fácilmente lo verdadero de lo falso en cada cosa.
(101 a 25-35)20

Así, pues, la dialéctica es, a la vez, un método para razonar, para discu-
tir, para encontrar la verdad, o al menos, lo verosímil, en cada caso, y para
encontrar los primeros principios de las ciencias. Esto último es enunciado
enseguida por Aristóteles como una utilidad adicional de la dialéctica: “…
además es útil para las cuestiones primordiales propias de cada conocimien-
to” (101 a 35).
Y continúa:

(…) porque de los principios particulares de una ciencia dada es imposible


sacar nada al respecto, por ser los principios lo primero de todo21; es preciso,
más bien, abordar el tema valiéndose de proposiciones probables relativas al
objeto en cuestión. Y esta es la virtualidad propia de la dialéctica, o su efecto
más genuino. Porque, siendo un arte indagatoria, domina el acceso a los
principios de todas las ciencias22. (101 a 35-39)

Se planteará, a modo de hipótesis, la primacía y prioridad del enfoque


dialéctico en el organón aristotélico. Pues, si, como hemos visto, los razona-
mientos demostrativos (y, como se verá, los ‘analíticos’) se caracterizan por

20 “The possession of a plan of inquiry will enable us more easily to argue about the subject pro-
posed. For purposes of casual encounters, it is useful because when we have counted up the
opinions held by most people, we shall meet them on the ground not of other people’s convic-
tions but of their own, while we shift the ground of any argument that they appear to us to state
unsoundly. For the study of the philosophical sciences it is useful, because the ability to raise
searching difficulties on both sides of a subject will make us detect more easily the truth and
error about the several points that arise” (W. A. P.).
21 “de los que no se puede hacer demostración, puesto que una demostración parte precisamente
de esos principios” (J. B. G.).
22 Cito de la traducción que hace Millán Bravo de la respectiva cita en I. M. Bochenski (1985, p.
63). En la versión inglesa de W. A. P.: “It has a further use in relation to the ultimate bases of
the principles used in the several sciences. For it is impossible to discuss them at all from the
principles proper to the particular science in hand, seeing that the principles are the prius of
everything else: it is through the opinions generally held on the particular points that these have
to be discussed, and this task belongs properly, or most appropriately, to dialectic: for dialectic
is a process of criticism where in lies the path to the principles of all inquiries”.

25
Pedro José Posada Gómez

partir de premisas tenidas por verdaderas, el establecimiento de esta verdad


solo parece posible como resultado de la indagación dialéctica23.
En general, se intentará argumentar a favor de dos hipótesis generales
(que no aspiran a ser originales, sino pertinentes para nuestro intento de
mostrar los vínculos entre las tres disciplinas del canon aristotélico):
1. Que el desarrollo de la teoría lógica aristotélica se deriva de su re-
flexión sobre el diálogo y la dialéctica, como un caso especial de ella,
aquel de los razonamientos demostrativos y científicos, que parten de
premisas verdaderas y aplican las formas correctas de razonar24.
2. Que los argumentos dialécticos no se distinguen de los demostrativos
por su aspecto formal, sino por la calidad epistémica de sus premisas
(el ser verdaderas o el ser plausibles).

Volvamos ahora a la clasificación aristotélica de los razonamientos.


Mientras que en los Tópicos aparece la distinción entre los cuatro tipos de
razonamiento (συλλογισμοί) mencionados (demostrativos, dialécticos, erís-
ticos y paralogismos), en las Refutaciones sofísticas (consideradas como el
último libro, o capítulo, de la anterior) se encuentra la siguiente clasifica-
ción de los distintos tipos de ‘argumentos’ en el debate dialéctico25:

23 Alfonso Monsalve (1992, p. 28 ss) toma nota de este papel de la dialéctica como herramien-
ta para la consecución de la verdad, y se hace dos preguntas: “¿Cómo es posible que pueda
basarse la certeza en el método dialéctico, siendo este universal como es, vale decir, aplicable
a cualquier asunto, indiferente a la verdad o falsedad de las premisas —pues ya se sabe que
sobre premisas probables cabe la argumentación en contrario—? Y ¿cómo llegar a las propo-
siciones punto de partida de las ciencias, aquellas que se imponen por su propia fuerza?” A las
que responderá apoyándose en las reflexiones de Joseph Moreau (“Rhétorique, Dialectique et
Exigence Première”, en Logique et Analyse, (21-24), 1963) y de Sally Van Noorden («Rhetori-
cal Arguments in Aristotle and Perelman” en Revue Internationale de Philosophie, (127-128),
1975). Se volverá más adelante sobre este asunto.
24 La prioridad de la dialéctica de los Tópicos sobre los Analíticos es ampliamente aceptada (Cfr.
Aubenque, Bochenski, Kneale, Gourinat, entre otros). Dice J. B. Gourinat (2002): “Aristóteles
ha sacado su teoría del silogismo demostrativo de su teoría del silogismo dialéctico, al separar
el razonamiento demostrativo del razonamiento dialéctico y al restringirlo a premisas verda-
deras” (p. 478), “esta ciencia aristotélica de la demostración ha nacido de la dialéctica de los
Tópicos” (p. 179), y cita a P. Aubenque (1962/1974, p. 15): “la dialéctica aristotélica no ha na-
cido, como se ha creído a menudo en el siglo xix, de una prolongación de la lógica, cuyo rigor
sacrificaría (…), sino que, al contrario, la lógica, o más exactamente la apodíctica, es decir, la
teoría del razonamiento demostrativo, tema de los Segundos analíticos, es la que reduce (es la
reducción de) la dialéctica a un caso particular: aquél en el que las premisas son necesarias”.
La misma tesis se encontrará más adelante en Aubenque (1970).
25 “Of arguments in dialogue form there are four classes: Didactic, Dialectical, Examination-ar-
guments, and Contentious arguments. Didactic arguments are those that reason from the prin-

26
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Hay cuatro géneros de argumentos en la discusión (Ἔστι δὴ τῶν ἐν τῷ


διαλέγεσθαι λόγων τέτταρα γένη): didácticos (διδασκαλικοί), dialécticos
(διαλεκτικοί), críticos (πειραστικοί) y erísticos (ἐριστικοί). Son didácticos
los que prueban a partir de los principios peculiares de cada disciplina y no a
partir de las opiniones del que responde (pues es preciso que el discípulo se
convenza); dialécticos los que prueban la contradicción (que se sigue) a par-
tir de cosas (premisas) plausibles; críticos, los construidos a partir de cosas
que resultan plausibles para el que responde y que es necesario que sepa el
que presume tener un conocimiento (de qué manera, empero, se ha precisado
en otros textos); erísticos, los que, a partir de cosas que parecen plausibles,
pero no lo son, prueban o parece que prueban. (165 b 1-5)26

Enseguida introduce Aristóteles una aclaración interesante: “… acerca


de los argumentos demostrativos se ha hablado en los Analíticos27; acerca
de los dialécticos y críticos, en otros textos28; de los contenciosos y erísti-
cos29, hablemos ahora” (165 b 10).
Aceptando la anterioridad cronológica de los Tópicos y las Refutaciones
sofísticas con respecto a los Analíticos, se puede tener otra pista para apoyar
la hipótesis sobre la primacía del enfoque dialéctico y la aparición de la ló-
gica analítica como un desarrollo que prolonga un aspecto de la dialéctica:
el relacionado con los argumentos o silogismos demostrativos, que enton-
ces serán ‘analíticos’, en el sentido de ‘apodícticos’ (ἀποδεικτικός).
Pero antes de puntualizar mejor esta hipótesis, es prudente revisar las
diferencias entre las dos clasificaciones.
Lo primero que hay que anotar es que ellas clasifican dos cosas distintas:
en los Tópicos se trata de tipos de ‘razonamientos’ o ‘silogismos’ en gene-
ral; en las Refutaciones se trata de los tipos de ‘argumentos’ que pueden

ciples appropriate to each subject and not from the opinions held by the answerer (for the
learner should take things on trust): dialectical arguments are those that reason from premises
generally accepted, to the contradictory of a given thesis: examination-arguments are those that
reason from premises which are accepted by the answerer and which any one who pretends
to possess knowledge of the subject is bound to know-in what manner, has been defined in
another treatise: contentious arguments are those that reason or appear to reason to a conclu-
sion from premises that appear to be generally accepted but are not so. The subject, then, of
demonstrative arguments has been discussed in the Analytics, while that of dialectic arguments
and examination-arguments has been discussed elsewhere: let us now proceed to speak of the
arguments used in competitions and contests” (W. A. P.).
26 F. Larroyo traduce ‘instructivo’ (didáctico), ‘examinativo’ (crítico), ‘contencioso’ (erístico).
27 Hoy en día se acepta que las referencias a los Analíticos fueron interpoladas posteriormente
(Candel, 1982, p. 312, nota 7).
28 En los Tópicos.
29 “argumentos de combate y de disputa” (F. L.); es decir, ‘agonísticos’ y ‘erísticos’.

27
Pedro José Posada Gómez

presentarse en el diálogo (τῶν ἐν τῷ διαλέγεσθαι λόγων). Puntos de partida


para debatir, razonar o inquirir, en presencia del otro, y para él. Por eso las
referencias a “el que responde” en el texto de las Refutaciones, que alude a
la división de tareas entre “el que pregunta” y “el que responde”30, que era
típica del diálogo profesional entre los griegos31.
Las coincidencias y diferencias entre los dos textos permiten ver, en se-
gundo lugar, que hay un vínculo o un tipo de correspondencia entre los
argumentos didácticos y los demostrativos (objeto principal de los Analíti-
cos), entre los dialécticos y críticos (objeto principal de los Tópicos) y entre
los contenciosos y erísticos (objeto principal de las Refutaciones sofísticas).
El vínculo entre los argumentos didácticos y los razonamientos demos-
trativos está en que, en el ‘diálogo’ entre el que enseña y el que aprende, no
se parte de las opiniones del que aprende sino de los principios de la ciencia
que se está exponiendo; es decir, de lo que ha sido ‘demostrado’ (o de su de-
mostración), pues se trata de que el alumno quede convencido de su verdad
(por su demostración). Así el razonamiento lógico apodíctico se presenta
como argumento didáctico en el diálogo entre maestro y aprendiz.
El vínculo entre los razonamientos dialécticos y los argumentos críticos
(o examinativos) también parece claro. Solo que aquí aparece una triple ca-
tegorización, pues hay razonamientos dialécticos, de un lado, y argumentos
dialécticos y argumentos críticos, del otro. Lo que caracteriza a un razona-
miento dialéctico es el hecho de partir de opiniones plausibles (ἔνδοξος);
en el diálogo, el argumento dialéctico parte también de lo que es plausible
para concluir la contradicción (por razonamiento o silogismo dialéctico); y
cuando en el diálogo o debate los argumentos parten de lo que es plausible
para el que responde se trata de argumentos ‘examinativos’ o ‘críticos’32.
Al parecer, el argumento crítico (πειραστικός) es un tipo de argumento dia-
léctico. J. B. Gourinat ha estudiado a fondo sus vínculos y diferencias. Él
parte de lo que afirma Aristóteles en la conclusión de las Refutaciones so-
físticas:
“Nos habíamos propuesto, pues, encontrar una capacidad de razonar
acerca de aquello que se nos planteara entre las cosas que se dan como

30 κατασκευάζοντα, “el que establece” y ἀνασκευάζοντα, “el que refuta” (129b 24; 129b 30;
también 154 a 34; 154 b).
31 J. B. Gourinat prefiere hablar de “los razonamientos en el diálogo didáctico (dialéctico, crítico,
erístico)”.
32 Como se explica en Tópicos, VIII, 5. J. B. Gourinat (2002, pp. 463-498), prefiere mantener
una traducción etimológica de ‘crítico’ o ‘examinativo’ como ‘peirástico’: “Los razonamientos
peirásticos son los que parten de las opiniones de quien es interrogado y que es necesario que
conozca cualquiera que pretenda poseer la ciencia” (165b 5).

28
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

plausibles; en efecto, esta es la tarea de la dialéctica propiamente tal y de la


crítica” (Ref. sof. 183 a 37- 183b).
Enseguida agrega Aristóteles que el dialéctico debe “no solo… poner a
prueba al adversario”, sino también “hacer como si conociera realmente el
tema” y “defender las tesis a través de las proposiciones más plausibles den-
tro de cada tema”. De estas y otras consideraciones, Gourinat concluye que:

Existe, por lo tanto, un gran parentesco entre la dialéctica y la puesta a prue-


ba (peirástica). Contrariamente al diálogo didáctico, la puesta a prueba no
toma como premisas los principios propios de una ciencia, puesto que son,
al contrario, esos principios los que examina o, más exactamente, según pa-
rece, el conocimiento que tiene de ellos el que es puesto a prueba. Esto es
lo que conduce a Aristóteles a presentar la peirástica como una parte de la
dialéctica. Sin duda, las descripciones respectivas de la dialéctica y de la
peirástica en el capítulo 2 de las Refutaciones tienden más bien a distinguir-
las bastante netamente. Pero esto no es incompatible con la idea de que la
peirástica es una parte de la dialéctica, en la medida en que la una y la otra
parten de opiniones. No son las mismas opiniones y el fin tampoco es el mis-
mo, pero esto es suficiente para que haya un cierto parentesco entre la una y
la otra. La distinción, además, no estaba claramente realizada en los Tópicos,
donde el término peirastikóv no aparecía. (Gourinat, 2002, p. 490)

Y más adelante: “… una de las funciones de la dialéctica es poner a


prueba los principios de cada ciencia. Esto es también lo que le conduce a
decir que ‘la dialéctica es la puesta a prueba de lo que la filosofía conoce’”
(Metafísica, 1004 b 25-26)33.
En el caso de los argumentos contenciosos (o agonísticos) y erísticos, se
tenía (en los Tópicos) un tipo de razonamiento que, o bien parte de premisas
que parecen plausibles, o bien que es, él mismo, un razonamiento aparen-
te. En el diálogo, tales razonamientos aparecerán en argumentos ‘agonísti-
cos’ y ‘contenciosos’ que solo buscan la derrota del oponente. Según aclara
Gourinat (2002, p. 39):

33 Esta misma frase ha sido traducida como: “la dialéctica es probatoria relativamente a las cosas
que la filosofía quiere hacer notorias” (J. L.); “Dialectic is merely critical where philosophy
claims to know” (W. D. Ross) (La dialéctica es meramente crítica allí donde la filosofía afirma
saber). Sin embargo, J. B. Gourinat concluye su escrito diciendo: “Cuando Aristóteles afirma
que ‘la dialéctica es la puesta a prueba de lo que conoce la filosofía’ (Metafísica, D, 2, 1004b25-
26), no significa, en efecto, que la dialéctica permita descubrir lo que la filosofía conoce, sino
que ahí donde la filosofía tiene un conocimiento verdadero de los principios, la dialéctica no
hace más que examinarlos, puesto que toda la descripción de la dialéctica y de la peirástica
muestra claramente que la dialéctica no da, por sí misma, ningún conocimiento” (2002, p. 479).

29
Pedro José Posada Gómez

Como el razonamiento dialéctico, el razonamiento erístico busca una refuta-


ción de quien responde por el que pregunta, y ése es su objetivo preferente
(R. S., 3, 165b14-18). Pero el que interroga en el razonamiento erístico busca
otras formas de victoria: suscitar error o paradoja (R. S., 3, 165b14; véase
12, 172b10-173a30), provocar solecismos (R. S., 3, 165b14-15; véase 14,
173b17-174 a16), engendrar el parloteo (R. S., 3, 165b15; véase 13, 173a31-
173b16). Además, la refutación erística es diferente de la refutación dialéc-
tica, puesto que parte de premisas que no son endoxales (plausibles), o no
deduce correctamente su conclusión.

Más adelante se dirá algo más sobre la erística como razonamiento so-
fístico y sobre las falacias o elencos que la caracterizan. Como ahora se
trata de aclarar el concepto de razonamiento y sus tipos en los Tópicos y las
Refutaciones, conviene mirar la forma como opera el razonamiento dialéc-
tico y cuál es su relación con la filosofía en general.
Aristóteles analiza el método dialéctico partiendo del ideal de que “si
pudiéramos hacernos cargo de a cuántas y cuáles cosas se refieren y de
qué constan los enunciados, así como el modo de disponer sin restricciones
de ellas, cumpliríamos adecuadamente el programa establecido”34, es decir,
dominar “un método que no descuide ninguna de sus posibilidades”, tal
como lo hacen los que dominan los métodos de la medicina o la retórica.
Pasa luego Aristóteles a construir los elementos de este método: “Son
iguales en número e idénticas las cosas de las que constan los argumentos
(λόγοι) y aquellas sobre las que versan los razonamientos (συλλογισμοί)35”.
Lo que dice a continuación Aristóteles podría conducir a aclarar más la
situación: “En efecto, los argumentos (λόγοι) surgen de las proposiciones
(προτάσεις36) y aquello sobre lo que versan los razonamientos (συλλογισμοί)
son los problemas (προβλήματα)…”37.

34 “First, then, we must see of what parts our inquiry consists. Now if we were to grasp (a) with
reference to how many and what kind of, things arguments take place, and with what materials
they start, and (b) how we are to become well supplied with these, we should have sufficiently
won our goal” (W. A. P.). “Ante todo es preciso ver cuáles son los elementos de donde puede
salir este método. En efecto, si supiéramos a cuántas cosas y a cuáles se aplican los razona-
mientos dialécticos, de qué elementos se sacan y cómo puede tenerlos uno siempre a su dispo-
sición, habríamos conseguido suficientemente el objeto que aquí nos hemos propuesto” (F. L.).
35 “Now the materials with which arguments start are equal in number, and are identical, with the
subjects on which reasonings take place” (W. A. P.). M. Candel justifica su traducción aclaran-
do que aquí se trata de una relación entre el razonamiento en general, λόγοι y el caso particular
del “razonamiento por concatenación de juicios”, συλλογισμοί.
36 “También ‘premisas’, por influencia de una frecuente versión latina del término…” (M. C. S.).
προτάσεις: “a proposition, the premiss”. Greek Vocabulary List.
37 “For arguments start with ‘propositions’, while the subjects on which reasonings take place

30
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Esta correspondencia entre los “argumentos” en general (λόγοι) y los


“razonamientos” o silogismos, parece anunciar una distinción entre unos
razonamientos lógicos y otros dialécticos38, pero no es así, como se des-
prende de que Aristóteles hablará enseguida de “proposiciones dialécticas”
y “problemas dialécticos”, lo que sugiere que ellos servirán de premisas de
los “argumentos” y “razonamientos” dialécticos. Sin embargo, la distinción
entre “proposiciones” (προτάσεις) y “problemas” (προβλήματα) sí parece
anunciar una diferencia entre premisas que sirven al razonamiento privado
(del dialéctico) y problemas o preguntas que se lanzan al oponente en el
debate dialéctico público.
Pero el asunto no parece estar del todo claro. A continuación las ilustra-
ciones que Aristóteles da de ellas. “Toda proposición y todo problema —dice
Aristóteles— indican, bien un género, bien un propio, bien un accidente”39,
categorías a las que enseguida agrega la definición. Y dice que es a partir de
estas cuatro cosas que surgen las proposiciones y los problemas, los cuales
difieren en el modo40, e ilustra esto dando dos casos de proposiciones:
- ¿Acaso “animal pedestre bípedo” es la definición de hombre? y
- ¿Acaso “animal” es el género del hombre?
Y la primera se transforma en problema al tomar la forma:
- El animal pedestre bípedo ¿es la definición de hombre o no?41
(y la segunda, ‘animal, ¿es el género del hombre o no?’).
Aristóteles presenta los dos casos en forma de preguntas. La diferencia
estaría, si nos atenemos a la traducción de Candel (1982), en que el proble-
ma plantea la elección entre dos alternativas. Sin embargo, se puede asumir
que se trata de ‘proposiciones’ y ‘problemas’ dialécticos. Pues cabe pensar
que la proposición, en tanto ‘premisa’ de un argumento, o razonamiento en

are ‘problems’” (W. A. P.). “Los razonamientos dialécticos proceden de las proposiciones. Los
elementos con que se forman los silogismos son precisamente las cosas que deben resolverse”
(F. L.).
38 “Los elementos de donde salen los razonamientos dialécticos son tantos como los elementos
con que se forman los silogismos y se confunden con ellos”, Traduce F. Larroyo.
39 Estos son los “predicables” o predicados generales de la dialéctica (voces, modi praedicandi),
ya desarrollados en el texto de las Categorías. Ver la traducción de los Tópicos por J. Tricot
(Topiques – Órganon V, Vrin, 2004, p. 22, nota 3).
40 “The difference between a problem and a proposition is a difference in the turn of the phrase”
(W. A. P.). Erróneamente la edición de Gredos dice: “el problema y la definición difieren en el
modo”. “La proposición y la cuestión difieren únicamente en la forma” (F. L.).
41 «‘“An animal that walks on two feet” is the definition of man, is it not?’ or ‘“Animal” is the
genus of man, is it not?’ the result is a proposition: but if thus, ‘Is “an animal that walks on two
feet” a definition of man or no?’ [or ‘Is “animal” his genus or no?’] the result is a problem» (W.
A. P.).

31
Pedro José Posada Gómez

general, pueda ser una simple afirmación, mientras que el problema, como
punto de partida de un razonamiento o silogismo dialéctico, asuma nor-
malmente la forma de una interrogación. Esto parece posible atendiendo a
lo que dirá más adelante Aristóteles cuando empieza a explicar qué es una
‘proposición dialéctica’ y qué un ‘problema dialéctico’: “No toda proposi-
ción ni todo problema se ha de considerar dialéctico: pues nadie en su sano
juicio propondría lo que para nadie resulta plausible, ni pondría en cuestión
lo que es manifiesto para todos o para la mayoría” (104 a 5).
Aquí, la proposición ‘propone’ y el problema ‘pone en cuestión’ (plantea
un interrogante). La siguiente definición de ‘proposición dialéctica’ y ‘pro-
blema dialéctico’ plantea un punto de vista diferente:

Una proposición dialéctica es una pregunta plausible, bien para todos, bien
para la mayoría, bien para los sabios, y, de entre éstos, bien para todos, bien
para la mayoría, bien para los más conocidos (de ellos), y que no sea paradó-
jica: pues cualquiera haría suyo lo que es plausible para los sabios, siempre
que no sea contrario a las opiniones de la mayoría. (104 a 5-10)42

Un problema dialéctico es la consideración de una cuestión (theorema43),


tendiente, bien al deseo y al rechazo, bien a la verdad y el conocimiento, ya
sea por sí misma, ya como instrumento para alguna otra cuestión de este tipo,
acerca de la cual, o no se opina ni de una manera ni de otra, o la mayoría
opina de manera contraria a los sabios, o los sabios de manera contraria a
la mayoría, o bien cada uno de esos grupos tiene discrepancias en su seno.
(104 b 1-7)44

Así, mientras la proposición dialéctica surge cuestionando lo que la ma-


yoría acepta (por lo que no puede ser paradójica), el problema dialéctico se

42 “Now a dialectical proposition consists in asking something that is held by all men or by most
men or by the philosophers, i.e. either by all, or by most, or by the most notable of these, pro-
vided it be not contrary to the general opinion; for a man would probably assent to the view of
the philosophers, if it be not contrary to the opinions of most men” (W. A. P.). F. Larroyo inicia
la traducción de este párrafo con: “Una proposición dialéctica es una interrogación que ha de
ser probable, ya para todos...”
43 “Theórema, etim.: “espectáculo”, es decir, lo que es objeto de contemplación o consideración”
M. C. S. p. 106, nota 31. El vocablo está asociado a “contemplación” y “teoría”, además de a
“teorema”. El theórema es “presentado” a la consideración de otro.
44 “A dialectical problem is a subject of inquiry that contributes either to choice and avoidance, or
to truth and knowledge, and that either by itself, or as a help to the solution of some other such
problem. It must, moreover, be something on which either people hold no opinion either way,
or the masses hold a contrary opinion to the philosophers, or the philosophers to the masses, or
each of them among themselves” (W. A. P.). “... consideración en la que el vulgo no piensa ni
en uno ni en otro sentido...” (F. L.).

32
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

pregunta por algo que es materia de controversia (θεώρημα). Aquí, el carác-


ter dialéctico de ambas está señalado por la referencia a lo que la mayoría
considera plausible o lo que la mayoría considera controvertible. Pero am-
bas se plantean como preguntas (nótese la semejanza con los ejemplos da-
dos antes). Con lo cual se retorna a la inicial distinción entre la proposición
y el problema, pareciendo ahora que la primera surge de lo que se considera
establecido y el segundo de lo que se considera controvertible.
Agrega el texto de los Tópicos que “todas las opiniones que estén de
acuerdo con las técnicas (como la medicina o la geometría) son proposicio-
nes dialécticas”45, pues cualquiera aceptaría lo que es plausible para los que,
como el médico o el geómetra, han estudiado estos asuntos. Esta apelación
a lo admitido o establecido, abona la posibilidad de que las ‘proposiciones’
dialécticas puedan presentarse como afirmaciones. Pero este desarrollo co-
rresponderá a los Analíticos, donde se definirá la ‘proposición’ (πρότασις)
como “un enunciado afirmativo o negativo de algo acerca de algo”, enun-
ciado que puede ser universal, particular o indefinido (An. I. 24 a 15). Por
lo pronto, en el capítulo VIII de los Tópicos se seguirá definiendo la propo-
sición dialéctica como “aquella ante la cual es posible responder sí o no”
(158 a 15).
Los problemas dialécticos se denominan θέσις cuando surgen de “un jui-
cio paradójico de alguien conocido en el terreno de la filosofía” (104 b 20) y
Aristóteles ilustra este tipo de problemas o tesis con tres afirmaciones: “que
no es posible contradecir, tal como dijo Antístenes, o que todo se mueve,
según Heráclito, o que lo que es (ὤν) es uno, tal como dice Meliso” (104 b
22). Agrega que:

No es preciso examinar todo problema ni toda tesis, sino aquella en la que


encuentre dificultad alguien que precise de un argumento y no de una correc-
ción o una sensación; en efecto, los que dudan sobre si es preciso honrar a los
dioses y amar a los padres o no, precisan de una corrección, y los que dudan
de si la nieve es blanca o no, precisan de una sensación.

Además de excluir del examen dialéctico estas ideas morales o empíri-


cas ‘evidentes’, Aristóteles excluye aquellas proposiciones o tesis “cuya de-
mostración es inmediata o demasiado larga: pues los unos no tienen dificul-
tad y los otros tienen más de lo que conviene a una ejercitación” (105 a 5).
Desafortunadamente, no da ejemplos de este último par, aunque se puede

45 “all opinions that are in accordance with the arts are dialectical propositions” (W. A. P.). “todas
las opiniones recibidas en ciertas artes son proposiciones dialécticas” (F. L.).

33
Pedro José Posada Gómez

suponer que las primeras son “evidentes”, y las segundas exigen un proceso
demostrativo demasiado largo para efectos del intercambio dialéctico.
Queda por ver cómo serían los ‘argumentos’ y los ‘razonamientos’ dia-
lécticos, que surgirían de las proposiciones y problemas correspondientes.
Efectivamente, Aristóteles pasa a ocuparse de los ‘argumentos dialécticos’,
aunque, curiosamente, no agrega nada sobre los ‘razonamientos dialécti-
cos’. Pues dice que los argumentos dialécticos son de dos tipos: los que
se dan por comprobación (ἐπαγωγή46) y los que se dan por razonamiento
(silogismo) (105a 10). Y aclara que se ocupará de los primeros, pues ya
anteriormente ha dicho qué es razonamiento. Aunque, como se ha visto, lo
único que ha dicho antes es la definición general de razonamiento (100a 25)
que sirvió de base a la división en razonamientos demostrativos, dialécticos,
erísticos y desviados (paralogismos). Así, da la impresión de que el concep-
to general de razonamiento es, a la vez, un caso de argumento dialéctico (O
que las formas del silogismo deductivo y de la comprobación se dan por
igual en todos los argumentos dialécticos).
Define entonces Aristóteles la comprobación como “el camino que va
desde las cosas singulares hasta lo universal”47. Por ejemplo: “si el más
eficaz piloto es el versado en su oficio, así como el cochero, también en
general el versado es el mejor en cada cosa” (105a 15). Y agrega una acla-
ración importante: “La comprobación es un argumento más convincente
y claro, más accesible a la sensación y común a la mayoría, mientras que
el razonamiento es más fuerte y más efectivo frente a los contradictores”
(105a 16-19)48. El origen sensible de la comprobación la hace más accesible

46 El término ‘ἐπαγωγή’ ha sido tradicionalmente traducido como ‘inducción’. Así, Francisco


Larroyo traduce aquí que hay dos especies de ‘razonamientos dialécticos’: la ‘inducción y
el silogismo’. En las versiones inglesas de W. A. Pickard y de E. S. Forster (1960/1997) se
traduce ‘Induction’ y ‘Reasoning’. Candel (1982, pp. 100-101, nota 21) justifica su traducción
de ‘ἐπαγωγή’ como ‘comprobación’ diciendo que “… la famosa “inducción” no es tanto un
proceso cognoscitivo que nos remonta de lo singular a lo universal, sino un proceso de fijación
y depuración, por el que lo universal, inicialmente confuso (pero ya presente) se verifica en los
singulares para constituir lo universal en cuanto tal, claro y distinto. Es, en otras palabras, la
comprobación de lo universal en lo singular, necesaria para la constitución de ambos en toda su
puridad conceptual”.
47 Ver la nota anterior. “Induction is a passage from individuals to universals” (W. A. P.). “La
inducción es la transición de lo particular a lo universal” (F. L.).
48 “Induction is the more convincing and clear: it is more readily learnt by the use of the senses,
and is applicable generally to the mass of men, though reasoning is more forcible and effective
against contradictious people” (W. A. P.). En el Libro VIII reitera: “En la discusión hay que em-
plear el razonamiento para los dialécticos más que para el vulgo; la comprobación, en cambio,
hay que emplearla más para el vulgo” (157a 17).

34
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

a la mayoría, mientras que la fuerza deductiva del razonamiento silogístico


la hace más efectiva para refutar al contradictor en el debate dialéctico.
Los siguientes parágrafos del Libro I (105 a 13-17) estarán dedicados a
explicar cuatro medios o instrumentos mediante los cuales se construirán los
razonamientos dialécticos: 1. Tomar o elegir las proposiciones (prótasis o
premisas), 2. Distinguir los diferentes sentidos en los que se puede decir una
cosa, 3. Analizar las diferencias, y 4. Observar las semejanzas. Las tres últi-
mas pueden ser presentadas también como premisas (prótasis) (105a 20-30).
En la exposición del primer punto Aristóteles afirma que “Hay tres cla-
ses de proposiciones y problemas (…) unas son proposiciones éticas, otras
físicas y otras lógicas”49. Afirmación importante por ser uno de los escasos
lugares donde el autor usa el adjetivo ‘lógica’. Los ejemplos que da de cada
una de ellas muestran que esta clasificación se deriva del tipo de asuntos
que cada una de ellas expresa. Así, es una proposición ética: “si hay que
obedecer más a los padres o a las leyes, caso de estar en desacuerdo”; una
proposición física: “si el mundo es eterno o no”; y una proposición lógica:
“si el conocimiento de los contrarios es el mismo o no”50 (105b 20-25).
En esta parte Aristóteles inserta otra observación interesante: “… con
relación a la filosofía, hay que tratar acerca de estas cosas conforme a la
verdad (ἀλήθεια), mientras que, en relación con la opinión (δόξα), se han de
tratar dialécticamente” (105b 30)51. Observación a la que habrá que volver
cuando se reconsideren las relaciones entre la dialéctica y la filosofía.
El Libro I de los Tópicos termina con algunas observaciones sobre la
utilidad de los tres últimos instrumentos dialécticos señalados en la anterior
enumeración: saber de cuántas maneras se dice algo, encontrar las diferen-
cias y encontrar las semejanzas. Lo primero es sobre todo útil para evitar
los razonamientos desviados o paralogismos (especialmente, para evitar la
ἀμφιβολία). Lo segundo, para construir razonamientos sobre lo idéntico y
lo distinto; y los últimos, para construir los argumentos por ‘comproba-
ción’, así como para los razonamientos hipotéticos y para dar definiciones
(108a 18 - 108b 10).
Los Libros II a VII de los Tópicos están dedicados al análisis del uso
de los distintos topoi o “lugares comunes” en las disputas dialécticas. Los

49 “Propositions and problems there are (…) three divisions: for some are ethical propositions,
some are on natural philosophy, while some are logical” (W. A. P.).
50 Bochenski traduce: “si una misma ciencia puede tener como objeto cosas opuestas”; F. Larro-
yo: “si la ciencia de los contrarios es única o no lo es”; W. A. P.: “‘Is the knowledge of opposites
the same or not?’”.
51 “For purposes of philosophy we must treat of these things according to their truth, but for dia-
lectic only with an eye to general opinion” (W. A. P.).

35
Pedro José Posada Gómez

lugares comunes son clasificados según su pertenencia a los cuatro tipos de


“predicables” (la definición, lo propio, el género y el accidente), así: Luga-
res del accidente (Libros II y III), lugares del género (Libro IV), lugares de
lo propio (Libro V), lugares de la definición (Libros VI y VII).
Sobre el concepto de “lugar común” (τόπος) anota Bochenski (1985, p.
64) que “Aristóteles no llegó a definirlos nunca, y hasta hoy nadie ha logra-
do expresar clara y brevemente qué son en realidad. En todo caso se trata de
ciertas indicaciones muy generales en orden a la formación de argumentos”.
Efectivamente, en estos capítulos se encuentra el lector una serie de reco-
mendaciones que deben seguir las partes en el debate dialéctico, ya sea para
establecer los argumentos propios o para refutar los del contrario. Aristóte-
les se vale aquí de recursos lógicos (contradicción, identidad), semánticos
(sinonimia, homonimia, antonimia) y retóricos (ejemplos, modelos, analo-
gías), elementos que serán desarrollados más detenidamente en sus obras
posteriores. En la mayoría de los casos, los argumentos son presentados
como inferencias inmediatas (es decir, que van de una premisa a la con-
clusión), lo que supone un uso, así sea intuitivo, de lo que posteriormente
vendrá a ser conocido como el cuadrado de oposiciones52.
Para Bochenski (p. 65), la importancia lógica de la teoría de los “predi-
cables” consiste en que:

Se trata de un intento de análisis de la sentencia bajo la perspectiva de las


relaciones entre sujeto y predicado. Dicho análisis es realizado desde un
punto de vista objetivo, no formal; con todo, en él resuenan también ideas
puramente estructurales, como, p. ej., la diferencia entre género y diferencia
específica o propio, en la que el género viene manifiestamente simbolizado
por un nombre y las propiedades por un functor.

El último parágrafo del Libro VII está dedicado a mostrar la “facilidad


y dificultad para refutar y establecer los problemas”. Aquí Aristóteles argu-
menta principios generales como que: es más difícil establecer que refutar
una definición, pues “al que elimina le basta con argumentar contra una
sola cosa: pues, una vez refutamos una cosa cualquiera (de la definición),
habremos eliminado la definición; el que establece, en cambio, es necesa-
rio que pruebe que todas y cada una de las cosas (enunciadas) se dan en
la definición. Además, el que establece ha de conducir el razonamiento de
acuerdo con el todo (universalmente) (…) El que refuta, en cambio, ya no
es necesario que muestre lo universal; en efecto, le basta con mostrar que
el enunciado no es verdad acerca de algunas de las cosas que caen bajo el

52 Los elementos esenciales ya habían sido desarrollados en las Categorías.

36
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

nombre” (154a 34- 154b 4); en el caso de lo propio y el género “es más fácil
refutar que establecer” (154b 13); en el caso del accidente “el universal es
más fácil de refutar que de establecer: pues el que establece ha de mostrar
que se da en todas las cosas, y al que refuta le basta mostrar que no se da
en una. El particular, en cambio, a la inversa: es más fácil de establecer que
de refutar: pues al que establece le basta mostrar que se da en alguna cosa;
al que refuta, en cambio, que no se da en ninguna” (154b 33- 155a 3), etc.
El Libro VIII está dedicado a cuestiones generales de la práctica dialéc-
tica: reglas de la interrogación, papel del que pregunta y del que responde,
claridad y falsedad de los argumentos, petición de principio, entre otros.
En el primer parágrafo, sobre las reglas de la interrogación, Aristóteles
plantea el orden y la manera como se debe preguntar. Establece tres pasos:
1. Encontrar el lugar (τόπος) desde el cual se va a atacar, 2. Formular las
preguntas y ordenarlas para uno mismo, 3. Plantearlas al otro (155b 1-7). Lo
que agrega enseguida es importante para la comprensión de las relaciones
entre la dialéctica y la filosofía:

Así pues, hasta el momento de encontrar el lugar, la investigación es seme-


jante para el filósofo y para el dialéctico, mientras que ordenar las cuestiones
y formular las preguntas es ya propio del dialéctico: en efecto, todo esto (se
hace) de cara al otro. Al filósofo y al que investiga para sí, en cambio, con
tal de que las cosas por las que se establece el razonamiento sean verdaderas
y conocidas, nada le importa que el que responda no las haga suyas por ser
próximas a la cuestión inicial y porque prevé por ello la consecuencia re-
sultante, sino que, en todo caso, se esforzará en que sus postulados sean los
más conocidos y próximos posible: pues a partir de estos se establecen los
razonamientos científicos. (155b 6-16)53

Dos cosas quedan claras en este párrafo: 1. Una diferencia entre el razo-
namiento dialéctico y la indagación filosófica radica en el carácter público
de la primera y el privado de la segunda; 2. Se afirma una semejanza entre la
indagación filosófica, la indagación para sí mismo y el razonamiento cien-

53 “Now so far as the selection of his ground is concerned the problem is one alike for the phi-
losopher and the dialectician; but how to go on to arrange his points and frame his questions
concerns the dialectician only: for in every problem of that kind a reference to another party is
involved. Not so with the philosopher and the man who is investigating by himself: the prem-
ises of his reasoning, although true and familiar, may be refused by the answerer because they
lie too near the original statement and so he foresees what will follow if he grants them: but
for this the philosopher does not care. Nay, he may possibly be even anxious to secure axioms
as familiar and as near to the question in hand as possible: for these are the bases on which
scientific reasonings are built up” (W. A. P.).

37
Pedro José Posada Gómez

tífico: en los tres casos se parte de premisas que sean “verdaderas y conoci-
das”, que sean “los más conocidos y próximos posible”.
Aristóteles pasa a continuación a precisar el orden y el modo de formular
las preguntas en el debate dialéctico. Pero antes aclara qué proposiciones
sirven como punto de partida, distinguiendo entre estas las “necesarias”
y las “que se pueden adoptar”. Llama “necesarias” a aquellas “mediante
las cuales se realiza el razonamiento” (silogismo), y distingue cuatro tipos
en “las que se pueden adoptar”: 1. Las que sirven para la comprobación
(inducción), 2. Las que sirven para la “ampliación del enunciado”, 3. Las
que sirven para “disimular la conclusión”, y 4. Las que sirven “para que el
enunciado sea más claro” (155b 15-20).
Respecto de las premisas necesarias, dice, además, que éstas “se han
de hacer aceptar por razonamiento o por comprobación, o bien unas por
comprobación y otras por razonamiento, proponiendo por sí mismas to-
das aquellas que son demasiado evidentes…” (155b 35). Aquí se distin-
gue, pues, entre premisas para el razonamiento deductivo y premisas para
el razonamiento inductivo (comprobación). Las premisas adoptadas para la
comprobación sirven para que se conceda, a partir de casos singulares, lo
universal (156a 4). La ‘técnica’ de la ampliación consiste en un “hincha-
miento provocado con vistas a adornar sus elementos esenciales y facilitar
su aceptación” (Candel, 1982, p. 276, nota 124); el ‘método’ de ‘disimu-
lar’ (κρύψις) la conclusión se realiza “al probar por razonamientos previos
aquellas proposiciones mediante las cuales se realiza el razonamiento pro-
batorio de lo que se pretende desde el principio, y esto en la mayor cantidad
posible” (156a 7-10)54. Este procedimiento es uno de los muchos trucos que
enseña Aristóteles para vencer al contendor en la disputa dialéctica; trucos
que abundan en los Tópicos, dirigidos tanto al que pregunta como al que
responde. Este es uno de varios casos en los que Aristóteles introduce en
su dialéctica elementos típicamente retóricos. Otros ejemplos, en el Libro
VIII, serían: “Es preciso también lanzarse una objeción a uno mismo, pues-
to que los que responden se comportan sin recelo ante los que parecen abor-
dar la cosa imparcialmente” (156b 18); “Además, conviene no insistir sobre
un mismo argumento, aunque sea útil: pues, ante los que insisten, se ofrece
más resistencia” (156b 24); “... conviene alargar e intercalar cuestiones no
útiles para el enunciado (…) pues al haber muchas cosas, no está claro en
cuál está lo falso” (157a 1)55.

54 “Cuantos más razonamientos previos, mejor para el ocultamiento de la conclusión” (Candel,


1982, nota 127).
55 Al parecer, Aristóteles no encontraría ninguna objeción a esta violación sistemática de las grei-

38
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

En el capítulo 4 del Libro VIII se precisa cuál es la tarea del que “respon-
de bien” y la del que “pregunta bien”:

Es misión del que pregunta conducir el discurso (λόγος) de modo que haga
decir al que responde las más inadmisibles de las consecuencias necesarias
obtenidas a través de la tesis; es misión del que responde, en cambio, hacer
que lo imposible o lo paradójico no parezca desprenderse por su mediación,
sino a través de la tesis: pues sin duda son distintos el error de exponer pri-
mero lo que no se debe y el de no defender del modo debido lo ya expuesto.
(159a 20-25)56

Así, tratándose de una justa dialéctica, el que responde se responsabiliza


de defender la tesis lo mejor que pueda; si el que pregunta lo hace incurrir
en ‘imposibilidades’ o ‘paradojas’, el que responde tratará de responsabili-
zar a la tesis y no a sus argumentos en defensa de ella; pues los defectos de
la tesis (partir de una tesis errada) no lo son del argumentador (de su modo
de argumentar a favor de ella).
El siguiente capítulo del Libro VIII precisa las normas que ha de seguir
el que responde cuando los argumentos se construyen con miras a “ejerci-
tarse y ensayar”; pues, aclara Aristóteles, “no son idénticos los fines de los
que enseñan o de los que aprenden y de los que contienden, ni de estos y los
que conversan entre ellos de cara a una investigación” (159a 25). Inmedia-
tamente, aclara a cuáles fines tiende cada uno de los tres ‘diálogos’ o ‘deba-
tes’ dialécticos: el del maestro con el aprendiz (didáctico), el de los que se
enfrentan en la contienda dialéctica (agonístico), y el de los que investigan
(¿crítico?):

(…) pues el que aprende debe exponer siempre lo que él opina: y, en efecto,
nadie se va a dedicar a enseñarle algo falso […] Entre los que contienden, en
cambio, el que pregunta debe aparentar por todos los medios que ejerce algu-
na influencia, y el que responde, parecer que no le afecta para nada […] En
los encuentros dialécticos, en que no se construyen los argumentos por mor

cianas “máximas de la conversación”, en aras de salir triunfante del debate. Theodor Gomperz
(2000, p. 65 y nota 1) hace el inventario de los consejos aristotélicos para confundir al adver-
sario, en los Tópicos, después de comentar: “Aristóteles, joven aún, parece haber compuesto
este manual de dialéctica belicosa, sin sentir escrúpulos en proporcionar consejos incluso para
confundir al adversario”.
56 “The function of the questioner is so to direct the discussion as to make the answerer give
the most paradoxical replies that necessarily result because of the thesis. The function of the
answerer is to make it seem that the impossible or paradoxical is not his fault but is due to the
thesis; for, possibly, to lay down the wrong thesis originally is a different kind of mistake from
not maintaining it properly after one has laid it down” (Forster, Trad., 1960/1997, pp. 701-703).

39
Pedro José Posada Gómez

de competición, sino de ensayo e investigación, no está detallado de ninguna


manera a qué debe tender el que responde, y cuáles cosas debe conceder y
cuáles no, para defender correcta o incorrectamente la tesis”57. (159a 28-38)

Es decir, a diferencia de la justa dialéctica, donde cada uno defiende lo


suyo, el aprendiz que responde al maestro no teme decir lo que opina, pues
si es refutado, aprende algo verdadero; en el debate de los dialécticos, cada
uno debe mostrarse fuerte frente al otro, el que pregunta debe ‘aparentar’
que ha asestado un duro golpe a la tesis del otro, y el que responde, apa-
rentar que el lance no lo toca para nada. Diferente a estas dos situaciones,
el papel del que responde, en los diálogos de los que buscan la verdad me-
diante la investigación y el ensayo, no está predeterminado (posiblemente
porque la tesis no está pre-determinada, en su valor de verdad, para ninguno
de los dialogantes).
El texto continúa pues con las normas que ha de seguir el que responde
en este último tipo de diálogo. El que responde puede sostener una tesis
plausible, una no plausible, o una que no sea ni lo uno ni lo otro, y las puede
sostener bien de un modo absoluto o bien de un modo relativo a alguien (por
ejemplo, ‘según fulano…’ o ‘yo sostengo que’). Y esto es indiferente porque
“el modo de responder bien y conceder o no conceder lo preguntado será el
mismo” (159b 4). Es decir, la respuesta a la tesis planteada será la misma,
independientemente de quién o quiénes la sostengan y del modo como la
sostengan. Como regla general “el que razona correctamente demuestra lo
puesto a discusión a partir de cosas más plausibles y conocidas (que la con-
clusión)” (159b 7). Además, “hay que aceptar todo lo que sea plausible, y, de
lo que no lo sea, todo aquello que sea menos no plausible que la conclusión:
pues aquí se podrá decir que se ha discutido adecuadamente” (159b 18)58.
Aun en el caso de que lo establecido solo sea plausible (no plausible) para
el que responde, el que pregunta aceptará su criterio (¿a modo de hipótesis?)
(159b 27), y lo mismo cuando el que responde está defendiendo la opinión
de otro, “es evidente que hay que aceptar y rechazar cada cosa atendiendo al
pensamiento de aquel” (159b 30). Reglas paralelas se establecen para el que
responde (159b 37-160a 17). Ante las preguntas que contienen oscuridades

57 “in an assembly of disputants discussing in the spirit not of a competition but of an examina-
tion and inquiry, there are as yet no articulate rules about what the answerer should aim at, and
what kind of things he should and should not grant for the correct or incorrect defense of his
position” (W. A. P.).
58 Y más adelante se enfatiza que “todos cuantos se dedican a razonar a partir de cosas menos
plausibles que la conclusión, es evidente que no razonan correctamente: por ello a los que pre-
guntan así no se les han de aceptar las preguntas” (160a 15-17).

40
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

o ambigüedades, el que responde deberá decir ‘No entiendo’ (160a 18). Si la


ambigüedad se percibió después de haber aceptado algo, se le deberá decir
al que pregunta ‘No lo concedí por atender a esto, sino a esto otro’ (No lo
acepté en este sentido, sino en este otro) (160a 33). “Pero si lo preguntado
es claro y simple, hay que responder sí o no” (160a 34).
Con respecto a cómo responder a los argumentos por comprobación (in-
ducción) se aconsejan dos cosas: “aceptar todas las cuestiones (premisas)
singulares, con tal que sean verdaderas y plausibles” (160b), y “contra lo
universal (conclusión) hay que intentar lanzar una objeción” (160b 2), pues
se considera una acción de mala fe el rechazo de lo universal sin que se
plantee como respuesta una objeción o una contrarréplica, y “la mala fe en
las argumentaciones es una respuesta al margen de los modos mencionados,
destructora del razonamiento” (160b 13).
Por otro lado, “hay que guardarse de sostener una hipótesis no plausi-
ble”, y una hipótesis puede ser no plausible por dos razones: porque de ella
se desprenden cosas absurdas (como cuando se sostiene que todo se mueve
o que nada se mueve), o porque son elegidas “por alguna costumbre depra-
vada y que son contrarias a la sana voluntad (como que el bien es el placer
o que cometer una injusticia es mejor que padecerla)” (160b 17-20). Pues
“se detesta, no al que sostiene estas cosas por mor de la argumentación, sino
al que las enuncia como plausibles” (160b 21).
Los últimos capítulos del Libro VIII abundan en consejos para refu-
tar los argumentos del contrario, por ejemplo: atacar las premisas falsas
del argumento (160b 24) o atacar al adversario, en vez de a la tesis (161a
20). También se proponen nuevos nombres para los distintos argumentos:
“φιλοσόφημα”, para el razonamiento demostrativo (silogismo apodícti-
co); “ἐπιχείρημα”, para un razonamiento dialéctico (silogismo dialéctico);
“σόφισμα”, para el razonamiento erístico (silogismo erístico); y “ἀπόρημα”,
para el razonamiento dialéctico de contradicción (162a 15)59.
Finalmente, Aristóteles hace algunas observaciones sobre la ‘petición de
principio’ y la ‘petición de los contrarios’, distinguiendo cinco casos en
cada una de ellas. Interesa aquí tomar nota de los referidos a la petición de
principio, pues ella volverá a aparecer en las Refutaciones sofísticas. Dice
el autor que en el terreno de la opinión (que es el de la dialéctica) el que
interroga “postula lo del principio” de cinco maneras:

59 “A philosopheme is a demonstrative inference; an epichireme is a dialectical inference; a soph-


ism is a contentious inference; an aporeme is an inference that reasons dialectically to a contra-
diction” (W. A. P.). E. S. Forster traduce, para el último tipo: “and an aporeme is a contentious
inference of contradiction” (p. 725).

41
Pedro José Posada Gómez

1. “si uno postula aquello mismo que es preciso mostrar” (162b 35).
2. “cuando, siendo preciso demostrar algo particularmente, alguien postu-
la que se demuestre universalmente” (163a).
3. “si alguien, habiéndose quedado en mostrar algo universalmente, postu-
lara que se mostrase particularmente” (163a 5).
4. “si alguien, habiéndolo ya dividido (el caso universal en sus casos par-
ticulares), postula el problema” (163a 9)60.
5. “si alguien postulara una de las cosas que se siguen necesariamente la
una de la otra” (163a 12)61.

Para terminar este capítulo, a continuación lo que se dice sobre el concep-


to de razonamiento en las Refutaciones sofísticas: El texto inicia plantean-
do su tema: “Hablemos acerca de las refutaciones sofísticas (σοφιστικῶν
ἐλέγχων) y de las refutaciones aparentes (φαινομένων ἐλέγχων), que son
en realidad razonamientos desviados (παραλογισμῶν) y no refutaciones, y
empecemos con las que, por su naturaleza, son primeras” (164a 20)62.
Nótese que mientras en los Tópicos se distingue a los paralogismos (“ra-
zonamientos desviados”) (101a 5) de los “razonamientos erísticos” (100b
25), aquí se los identifica con los “elencos sofísticos”, en tanto estos son
“refutaciones aparentes” (así como el grupo degenerado de los razona-
mientos erísticos son “razonamientos aparentes”, y, por tanto, podrían ser
llamados también ‘paralogismos’).Aristóteles empieza a sustentar su tema

60 “when he divides the proposition up and begs its separate parts” (E. S. F., p. 731).
61 “People appear to beg their original question in five ways: the first and most obvious being if
any one begs the actual point requiring to be shown: this is easily detected when put in so many
words; but it is more apt to escape detection in the case of different terms, or a term and an
expression, that mean the same thing. A second way occurs whenever any one begs universally
something which he has to demonstrate in a particular case: suppose (e.g.) he were trying to
prove that the knowledge of contraries is one and were to claim that the knowledge of opposites
in general is one: for then he is generally thought to be begging, along with a number of other
things, that which he ought to have shown by itself. A third way is if any one were to beg in
particular cases what he undertakes to show universally: e.g. if he undertook to show that the
knowledge of contraries is always one, and begged it of certain pairs of contraries: for he also is
generally considered to be begging independently and by itself what, together with a number of
other things, he ought to have shown. Again, a man begs the question if he begs his conclusion
piecemeal: supposing e.g. that he had to show that medicine is a science of what leads to health
and to disease, and were to claim first the one, then the other; or, fifthly, if he were to beg the
one or the other of a pair of statements that necessarily involve one other; e.g. if he had to show
that the diagonal is incommensurable with the side, and were to beg that the side is incommen-
surable with the diagonal” (W. A. P.).
62 “Let us now discuss sophistic refutations, i.e. what appear to be refutations but are really falla-
cies instead. We will begin in the natural order with the first” (W. A. P.).

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Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

enfatizando que así como hay cosas que son lo que son (por ej. la salud) y
cosas que aparentan ser (p. ej. el maquillaje que quiere aparentar salud), así
mismo hay razonamientos (συλλογισμοί) y argumentos (λόγοι) que apa-
rentan serlo pero no lo son, y “del mismo modo, esto es un razonamiento
(συλλογισμός) y una refutación (ἔλεγχος), mientras que esto otro no lo es,
pero lo parece a causa de la inexperiencia: pues los inexpertos contemplan
las cosas como desde lejos” (164b 25-27).
Y continúa Aristóteles con la definición de ‘razonamiento’ (muy pareci-
da a la ya citada de 100a 25), con la definición de lo que es una refutación, y
con su clasificación de los cuatro tipos de argumentos en el diálogo, que ya
se han comentado antes: “El razonamiento parte de unas cuestiones puestas
de modo que necesariamente se ha de decir, a través de lo establecido, algo
distinto de lo establecido; una refutación, en cambio, es un razonamiento
con contradicción en la conclusión” (165a)63.
Comenta Aristóteles que algunas refutaciones no logran esto, pero apa-
rentan hacerlo de muchas maneras. La más común es la que se obtiene por
el uso (indebido) de los nombres, de las palabras; debido a que usamos un
lenguaje limitado para referirnos a un mundo infinito de cosas, y a que tene-
mos que usar un mismo enunciado para referirnos a cosas diferentes (165a
5-10); y así como los que no saben hacer cuentas son engañados por los que
manejan hábilmente el ábaco, los que son inexpertos en el uso de los nom-
bres (de las palabras) “son víctimas del falso razonamiento, tanto cuando
ellos argumentan como cuando escuchan a otros” (165a 17)64. Esta es la

63 (165a.). “For reasoning rests on certain statements such that they involve necessarily the asser-
tion of something other than what has been stated, through what has been stated: refutation is
reasoning involving the contradictory of the given conclusion” (W. A. P.). “El silogismo es un
razonamiento en el que, sentados ciertos datos, se saca de ellos alguna conclusión, que sale ne-
cesariamente de ellos, y que es diferente de los mismos” (Traduce F. Larroyo, y anota que esta
es la “definición dada en los Primeros Analíticos, Libro I”). E. S. Forster traduce: “Reasoning
is based on certain statements made in such a way as necessarily to cause the assertion of things
other than those statements and as a result of these statements; refutation, on the other hand,
is reasoning accompanied by a contradiction of the conclusion” (p. 13). En la edición inglesa
de la Historia de Bochenski se traduce la definición de ‘refutación’ (élenchos): “Refutations is
reasoning involving the contradictory of the given conclusion” (p. 55) y en la versión española:
“La refutación (es) un silogismo que descubre la contradicción de la conclusión (del silogismo
del adversario)” (p. 67).
64 Traduzco de E. S. Forster (p. 13). M. Candel traduce: “los que tienen inexperiencia en el uso de
los nombres, hacen razonamientos desviados, tanto si discuten ellos como si escuchan o otros.
Y Pritchard-Cambridge: “those who are not well acquainted with the force of names misreason
both in their own discussions and when they listen to others”.

43
Pedro José Posada Gómez

razón, agrega Aristóteles, por la que hay “razonamientos (συλλογισμοί) y


refutaciones (ἐλέγχοι) aparentes (φαινόμενοι)”65.
Estos argumentos aparentes son propios de la técnica de los sofistas, de
aquellos que se interesan más por parecer sabios (φαίνεσθαι σοφόν) que por
serlo. Mientras que la tarea de aquel que sabe es “acerca de cada cuestión,
evitar mentir él acerca de lo que sabe, y ser capaz de poner en evidencia al
que miente” (165a 25)66.
Es prudente recordar la clasificación de los argumentos dialécticos:

Hay cuatro géneros de argumentos en la discusión (Ἔστι δὴ τῶν ἐν τῷ


διαλέγεσθαι λόγων τέτταρα γένη): didácticos (διδασκαλικοί), dialécticos
(διαλεκτικοί), críticos (πειραστικοί) y erísticos (ἐριστικοί). Son didácticos
los que prueban a partir de los principios peculiares de cada disciplina y no a
partir de las opiniones del que responde (pues es preciso que el discípulo se
convenza); dialécticos los que prueban la contradicción (que se sigue) a par-
tir de cosas (premisas) plausibles; críticos, los construidos a partir de cosas
que resultan plausibles para el que responde y que es necesario que sepa el
que presume tener un conocimiento (de qué manera, empero, se ha precisado
en otros textos); erísticos, los que, a partir de cosas que parecen plausibles,
pero no lo son, prueban o parece que prueban. (165 b 1-5)67

Agrega Aristóteles, como ya se mencionó, que de los ‘demostrativos’


(aquí, equivalentes a los didácticos) se habla en los Analíticos, de los dia-
lécticos y críticos en ‘otra parte’ (en los Tópicos) y que se trata ahora, en
las Refutaciones sofísticas, de hablar de los “contenciosos y erísticos”
(ἀγωνιστικῶν καὶ ἐριστικῶν) 68 (165b 5-10).

65 “For this reason, then, and for others to be mentioned later, there exists both reasoning and
refutation that is apparent but not real” (W. A. P.).
66 “it is the business of one who knows a thing, himself to avoid fallacies in the subjects which he
knows and to be able to show up the man who makes them” (W. A. P.).
67 “Of arguments in dialogue form there are four classes: Didactic, Dialectical, Examination-ar-
guments, and Contentious arguments Didactic arguments are those that reason from the prin-
ciples appropriate to each subject and not from the opinions held by the answerer (for the
learner should take things on trust): dialectical arguments are those that reason from premisses
generally accepted, to the contradictory of a given thesis: examination-arguments are those that
reason from premisses which are accepted by the answerer and which any one who pretends
to possess knowledge of the subject is bound to know-in what manner, has been defined in
another treatise: contentious arguments are those that reason or appear to reason to a conclu-
sion from premisses that appear to be generally accepted but are not so. The subject, then, of
demonstrative arguments has been discussed in the Analytics, while that of dialectic arguments
and examination-arguments has been discussed elsewhere: let us now proceed to speak of
the arguments used in competitions and contests” (W. A. P.). F. Larroyo traduce ‘instructivo’
(didáctico), ‘examinativo’ (crítico), ‘contencioso’ (erístico).
68 Es decir, “agonísticos y erísticos”, “argumentos de combate y de disputa” (F. L.), “the argu-

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Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Refiere entonces los cinco fines hacia los que tienden los que “con-
tienden y aspiran a vencer al otro”69: “Estos fines son cinco: la refutación
(ἐλέγχος), la falsedad (ψεῦδος), la paradoja (παράδοξον), la incorrección
(σολοικισμὸς) y, el quinto, hacer que el interlocutor parlotee vanamente
(…); o bien que cada una de estas cosas sea, no real, sino aparente” (165b
16)70. Y esto último es lo que hacen los sofistas.
A continuación Aristóteles distingue dos modos de refutación: los que se
dan “en función de la expresión” (de dictione) y los que se dan “al margen
de la expresión” (extra dictionem) y, como las refutaciones pueden ser apa-
rentadas sofísticamente, lo que seguirá será la presentación de la conocida
lista de 6 elencos o refutaciones sofísticas que se dan “en función de la
expresión” (y que la tradición posterior denominó ‘falacias dependientes
del lenguaje’): “la homonimia (ομωνυμία), la ambigüedad (ἀμφιβολία), la
composición (σύνθεσις), la división (διαίρεσις), la acentuación (προσῳδία),
y la forma de expresión (σχῆμα λέξεως)” (165b 25)71.
Me limito ahora a las anotaciones pertinentes para el tema de este capí-
tulo. Después de enumerar este primer grupo de elencos sofísticos, Aris-
tóteles afirma que tal clasificación puede ser garantizada u obtenida por
comprobación (inducción) o por razonamiento (silogismo), lo cual sugiere
que estas dos modalidades de razonamiento cumplen un papel heurístico y
transversal en los dos textos.
En 166b 20, el autor introduce el segundo tipo de elencos sofísticos,
aunque esta vez se refiere a ellos como “razonamientos desviados (paralo-
gismos) al margen de la expresión”72.
Estos son siete: 1. En función del accidente; 2. Deducir de manera abso-
luta, o no absoluta sino bajo algún aspecto, o en algún sitio, o en alguna oca-
sión o respecto a algo; 3. En función del desconocimiento de la refutación;

ments used in competitions and contests” (W. A. P.), “competitive and contentious arguments”
(E. S. F.).
69 “aims entertained by those who argue as competitors and rivals to the death” (W. A. P.).
70 “refutation, fallacy, paradox, solecism, and fifthly to reduce the opponent in the discussion to
babbling-i.e. to constrain him to repeat himself a number of times: or it is to produce the ap-
pearance of each of these things without the reality”.
71 “Those ways of producing the false appearance of an argument which depend on language are
six in number: they are ambiguity, amphiboly, combination, division of words, accent, and
form of expression” (W. A. P.). “The methods of producing a false illusion in connexion with
language are six in number: equivocation, ambiguity, combination, division, accent and form
of expression” (E. S. F.).
72 Habíamos visto que en los Tópicos se introdujo a los paralogismos como un cuarto tipo de
razonamiento que surgía por el planteamiento errado de los principios (o procedimientos) de
una ciencia (la geometría), aquí el concepto se asimila al de elenco sofístico.

45
Pedro José Posada Gómez

4. En función de la consecuencia; 5. Asumir la proposición que al principio


se ha propuesto probar; 6. Poner como causa lo que no es causa; y 7. Con-
vertir varias preguntas en una (166b 22-28).
Si se acepta la prioridad cronológica de los Tópicos y las Refutaciones
con respecto a los Analíticos, vale tener en cuenta la observación de Ham-
blin, en el sentido de que las falacias son estudiadas por Aristóteles, en pri-
mer lugar, en el contexto del debate dialéctico, así él las retome luego para
intentar su presentación lógico formal (en los Analíticos), y para evaluar su
utilidad retórica (en la Retórica). Más adelante se volverá sobre esto.
En la sección 8 (Refutaciones sofísticas en virtud del contenido) se da
una aclaración importante: “Llamo refutación y razonamientos sofísticos,
no solo a los que parecen razonamiento o refutación y no lo son, sino tam-
bién a los que, siéndolo, sólo aparentemente son apropiados para el objeto”
(169b 20).
Esta afirmación apoya una concepción pragmática del razonamiento.
Una refutación sofística, “aunque pruebe por razonamiento la contradic-
ción, no pone de manifiesto si el adversario ignora la cuestión…”, por ello
no cumple la función de mostrar la ignorancia del adversario, que es la fun-
ción de la crítica. Por el contrario, la dialéctica (de la cual la crítica es una
parte, 169b 25), “puede probar por razonamiento una falsedad, a causa de la
ignorancia del que da el enunciado”.
Siendo infinitas las cosas y las demostraciones, “las falsas refutaciones
se dan también en infinitas cosas: pues con arreglo a cada técnica hay un ra-
zonamiento falso” (170a 30). El número de refutaciones aparentes posibles
está en función de todas las fallas en que pueda incurrir un razonamiento
que intenta ser refutatorio, pues “por cada requisito que le falte a un ra-
zonamiento refutatorio para ser verdadero, habrá una refutación aparente:
luego habrá tantos tipos de refutaciones aparentes como requisitos de una
refutación verdadera” (Candel, p. 329, nota 38).
Si se conocieran los principios de cada razonamiento plausible sobre una
pregunta cualquiera, se tendrían los principios de las refutaciones, “pues la
refutación es el razonamiento de la contradicción, de modo que uno o dos
razonamientos de la contradicción son una refutación” (170b)73. Es decir,
el razonamiento refutatorio prueba que una o la otra, de las alternativas
planteadas como pregunta, es falsa (y si no lo es una, lo es la otra). Ade-
más, al conocer por qué se da cada refutación aparente, se sabe cuál es

73 “for a refutation is a proof of a contradictory, and so one or two proofs of a contradictory make
up a refutation” (E. S. Forster, p. 58). “For a refutation is the proof of the contradictory of a giv-
en thesis, so that either one or two proofs of the contradictory constitute a refutation” (W. A. P.).

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Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

su “solución”, la objeción que cabe hacerles (170b 5). Por otro lado, hay
refutaciones que no lo son para cualquiera, sino para tal o cual individuo, y
son también infinitas. El dialéctico debe conocer los distintos modos como
surgen, a partir de principios comunes, las refutaciones reales o aparentes;
es decir, las refutaciones dialécticas o las aparentemente dialécticas, o las
que son examinativas (críticas) (170b 10)74. La crítica (peirástica) pone a
prueba al que es ignorante y pretende saber (171b 5). Los razonamientos
erísticos y sofísticos pueden ser de dos tipos: los que son razonamientos
aparentes aunque tengan conclusión verdadera (pues surgen de premisas
que la dialéctica somete a crítica y “son engañosos respecto al por qué”);
y los razonamientos desviados que “no estando de acuerdo con el método
propio de cada uno, parecen estar de acuerdo con las técnicas en cuestión”
(171b 10)75. El razonamiento que solo es aparente en relación con el asun-
to u objeto es un razonamiento erístico, aunque sea un razonamiento (for-
malmente) correcto (171b 20)76. Y aquí una distinción entre los que usan
argumentos erísticos y los sofistas. Los primeros se caracterizan por usar
métodos ilegítimos de combate, “son considerados hombres disputadores
(ἐριστικοί) y amigos de pendencias”, los otros, los sofistas, además, “actúan
por mor de la reputación (propicia) para el lucro”, “pues la sofística es una
cierta técnica lucrativa basada en una sabiduría aparente”. Unos y otros se
sirven de los mismos argumentos, el disputador para obtener una aparente
victoria crítica y el otro para aparentar sabiduría (171b 25-35).
La dialéctica es una técnica interrogativa, que no pregunta sobre las co-
sas primordiales, pues las toma como punto de partida de la interrogación
(172a 17); y es también crítica, pues aun los que no conocen las artes espe-
cíficas pueden ejercer la crítica, dado que “la crítica no es el conocimiento
de nada definido”. De allí que:

(…) también los ignorantes emplean de algún modo la dialéctica y la críti-


ca: pues todos, hasta cierto punto, se esfuerzan en poner a prueba a los que
hacen profesión de sabios […] todos refutan: pues participan sin técnica de

74 “Accordingly it is clear that the dialectician’s business is to be able to grasp on how many
considerations depends the formation, through the common first principles, of a refutation that
is either real or apparent, i.e. either dialectical or apparently dialectical, or suitable for an ex-
amination” (W. A. P.).
75 “those misreasonings which do not conform to the line of inquiry proper to the particular sub-
ject, but are generally thought to conform to the art in question” (W. A. P.).
76 “any reasoning that merely appears to conform to the subject in hand, even though it be gen-
uine reasoning, is a contentious argument: for it is merely apparent in its conformity to the
subject-matter, so that it is deceptive and plays foul” (W. A. P.).

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Pedro José Posada Gómez

aquello en lo que consiste técnicamente la dialéctica, y el que critica con la


técnica del razonamiento es un dialéctico. (172a 30-35)

A lo que sigue una precisión sobre la erística, que permite distinguir a


este de aquel que comete errores (‘paralogismos’) en una ciencia determi-
nada: “el erístico no se comporta totalmente como aquel que traza figuras
falsas: pues no hará razonamientos a partir de los principios de un género
definido, sino que el erístico se ocupará de todo género” (172b). Así, mien-
tras que los ‘paralogismos’ en los Tópicos son errores en el planteamien-
to de los principios de una ciencia determinada, los ‘paralogismos’ de las
Refutaciones son, en tanto que argumentos erísticos, falacias que se pueden
presentar en toda disputa, errores o tretas aplicables a todo tema de debate.
Hasta aquí el comentario aristotélico de las refutaciones sofísticas. En
los parágrafos siguientes se encuentra: primero, el comentario de los otros
cuatro objetivos de la sofística (que lo son también de todos los que dispu-
tan en el debate dialéctico): inducir al error o a la paradoja (§ 12), inducir al
parloteo estéril (§ 13) y provocar la incorrección (§ 14). Los parágrafos 15
a 33 se dedican a comentar el modo como deben ‘resolverse’ (es decir, con-
tradecir o refutar) las refutaciones sofísticas. Aquí solo se analizan los dos
últimos parágrafos del texto (33 y 34) pues contienen observaciones útiles
para lo que aquí se propone.
El parágrafo 33 (Diversa dificultad de las soluciones) empieza anotando
que el tipo más simple de “razonamiento desviado” (‘paralogismo’, usado
aquí como sinónimo de argumento erístico o sofístico) es el que se basa en
la homonimia (182b 15), y pasa enseguida a distinguir los tipos de “argu-
mento incisivo” (es decir, “aquel que produce la máxima perplejidad: pues
éste es el que más punzante resulta” 182b 33). Y, ya que la perplejidad
puede producirse mediante razonamientos que prueban (eliminando la parte
falsa de la pregunta) o mediante argumentos erísticos, se darán grados de
‘incisividad’ para ambos casos. Para el caso de los que prueban, “el argu-
mento probatorio más incisivo es el que, a partir de las cosas más plausibles,
elimina lo más plausible” (182b 37)77. Este argumento “construye la conclu-
sión a partir de la igualdad con las cuestiones planteadas”78. El segundo más
incisivo de los argumentos probatorios es el que construye la conclusión
“a partir de proposiciones que son todas igualmente plausibles” (183a 5)79.

77 “Now a syllogistic argument is most incisive if from premisses that are as generally accepted
as possible it demolishes a conclusion that is accepted as generally as possible” (W. A. P.).
78 “the one that puts its conclusion on all fours with the propositions asked” (W. A. P.).
79 “and second comes the one that argues from premisses, all of which are equally convincing”
(W. A. P.).

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Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Para el caso de los que simulan probar,

(…) el más incisivo de los argumentos erísticos es aquel que, en primer lu-
gar, no queda claro de entrada si ha probado o no, y si la solución es en fun-
ción de la falsedad o de la división; el segundo, es aquel que está en función
de la división o de la eliminación, pero no queda de manifiesto mediante cuál
de las cosas preguntadas, dividiéndola o eliminándola, hay que resolverlo, o
si esta solución está en función de la conclusión o de alguna de las preguntas.
(183a 5-10)80

Este parágrafo termina con una observación que parece anticipar, par-
cialmente, la triple distinción de las ‘pruebas retóricas’ —según correspon-
dan al ἦθος, al λόγος o al πάθος (al orador, al argumento o al ánimo del
auditorio) (Retórica, 1356a 1)—, solo que aquí se plantean como maneras
de resolver las disputas por cada una de las partes que debaten: así, para el
que responde, “la solución es posible darla unas veces respecto al argumen-
to (λόγον), otras respecto al que pregunta y respecto a la pregunta, y otras
respecto a nada de esto..”, y para el que pregunta: “de manera semejante
también es posible preguntar y razonar respecto a la tesis (θέσιν), respecto
al que responde y respecto al tiempo —cuando la solución precisa de más
tiempo del que se dispone para la discusión relativa a la solución—” (183a
21-25)81.
Comparativamente:
Vías para la solución de las disputas des- Vías para la solución de las disputas des-
de la perspectiva de el que responde de la perspectiva de el que pregunta
a. preguntar y razonar respecto a la tesis
a. respecto al argumento (λόγον).
(θέσιν).
b. respecto al que pregunta y respecto a la
b. respecto al que responde.
pregunta.
c. respecto a nada de esto. c. respecto al tiempo.

80 “Of contentious arguments, on the other hand, the most incisive is the one which, in the first
place, is characterized by an initial uncertainty whether it has been properly reasoned or not;
and also whether the solution depends on a false premiss or on the drawing of a distinction;
while, of the rest, the second place is held by that whose solution clearly depends upon a dis-
tinction or a demolition, and yet it does not reveal clearly which it is of the premisses asked,
whose demolition, or the drawing of a distinction within it, will bring the solution about, but
even leaves it vague whether it is on the conclusion or on one of the premisses that the decep-
tion depends” (W. A. P.).
81 “Just as it is possible to bring a solution sometimes against the argument, at others against the
questioner and his mode of questioning, and at others against neither of these, likewise also
it is possible to marshal one’s questions and reasoning both against the thesis, and against the
answerer and against the time, whenever the solution requires a longer time to examine than
the period available” (W. A. P.).

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Pedro José Posada Gómez

El que responde (por la tesis) puede atacar o refutar (a) el argumento (o


razonamiento general del que pregunta), (b) cuestionar al que pregunta o a
su pregunta, y (c) usar otros medios (¿?). El que pregunta puede: (a) hacer
preguntas y razonamientos sobre la tesis del adversario, (b) cuestionar al
que responde, y (c) cuestionar factores temporales. En la línea de las a no
hay ningún problema en equiparar estos ‘argumentos’ y ‘tesis’ con el ‘λόγος’
o argumento del discurso en la Retórica; en la línea de las b se encuentra
el ἦθος de ambas partes, en el caso del que responde vinculando también
al que pregunta con la pregunta por él planteada. Por el contrario, la línea
de las c ya no corresponde con la alusión retórica al πάθος del auditorio,
aunque sugiere factores externos a los argumentos y a los argumentadores.
El parágrafo 34 es la conclusión, a la vez, de los Tópicos y las Refutacio-
nes sofísticas. Allí, como ya se había mencionado, Aristóteles se reconoce
como el iniciador de una disciplina o del estudio sistemático de una técnica,
la dialéctica: “Nos habíamos propuesto, pues, encontrar una capacidad de
razonar acerca de aquello que se nos planteara entre las cosas que se dan
como plausibles; en efecto, esta es la tarea de la dialéctica propiamente tal
y de la crítica” (183 a 37- 183b)82.
Y termina con la también mencionada comparación entre el ‘estado del
arte’ en los estudios de la retórica y el estado apenas inicial del estudio “so-
bre el razonar” (συλλογίζεσθαι) que está fundando (184b).
Para concluir, se intenta resumir lo que en los Tópicos y las Refutaciones
sofísticas dice el autor sobre el concepto de razonamiento. Comparando la
lista de razonamientos (Tópicos 100a 25) y la lista de argumentos (Refuta-
ciones sof., 165b) se tiene:

Tipos de razonamiento Tipos de argumentos en el debate


(συλλογισμός) (τῶν ἐν τῷ διαλέγεσθαι λόγων γένη)
Demostrativo Didácticos (διδασκαλικοί) (investigación, ensayo)
Dialéctico Dialécticos (διαλεκτικοί)
Críticos (πειραστικοί), ‘examinativos’ o ‘ejercitativos’
Erístico Erísticos (ἐριστικοί), contenciosos, agonísticos (165b 10)
Paralogismo

Para determinar la forma de razonar dialécticamente (a partir de lo plau-


sible), Aristóteles define primero los distintos tipos de razonamiento (silo-

82 “Our programme was, then, to discover some faculty of reasoning about any theme put before
us from the most generally accepted premisses that there are. For that is the essential task of the
art of discussion (dialectic) and of examination (peirastic)” (W. A. P.).

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Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

gismo): demostrativo, dialéctico, erístico y paralogismo. Los dos primeros


pertenecientes al campo de lo verdadero (y lo necesario) y de lo verosímil;
y los dos últimos al campo de lo aparente, de lo no verosímil, de lo errado
y de lo falso. El criterio que rige la clasificación es doble: se refiere tanto al
valor epistémico de las premisas (verdaderas, plausibles, verosímiles o apa-
rentes y falsas) como al carácter del razonamiento en sí (los razonamientos
erísticos lo son por lo no plausible de sus premisas y por no ser verdaderos
o auténticos razonamientos).
La clasificación de los argumentos en el diálogo sigue a la de los razo-
namientos y la amplía. Desde el criterio de los fines que persiguen los que
dialogan (o disputan) en el diálogo, se encuentra que los razonamientos
demostrativos se desarrollan en argumentos didácticos (o en indagaciones),
donde el carácter verdadero de las premisas se une al carácter necesario del
razonamiento; mientras que los razonamientos dialécticos sirven de base
para una distinción entre argumentos dialécticos y argumentos críticos o
examinativos (que construyen auténticas refutaciones); y los razonamientos
erísticos plantean la distinción entre los argumentos que sirven para vencer
al contendor en las disputas (erísticos y agonísticos) y los que sirven para
simular esto (entre los cuales están las refutaciones aparentes o sofísticas).
Se mantiene el criterio general que agrupa a los primeros en el campo de la
verdad (la transmisión y búsqueda del saber verdadero), a los segundos en
el campo de lo verosímil o plausible, y a los últimos en el de lo engañoso
(en este caso, deliberadamente engañoso).
Algunas cosas, sin embargo, no quedan muy claras: 1. La función de los
razonamientos dialécticos “por razonamiento” y “por comprobación”. Por
un lado, los primeros pueden ser interpretados como deducciones de lo uni-
versal a partir de lo universal, y los segundos como inducciones; pero, ade-
más, cumplen una función transversal al servir como bases para justificar
distintas clasificaciones (p. ej. la de los elencos sofísticos, 165b 28) y para
validar las “premisas necesarias” (155b 35). 2. El concepto mismo de los
‘topoi’ o lugares comunes, que a veces parecen aludir a tipos de premisas y
otras a esquemas de razonamiento83. Estos entre otros.

83 Para M. Candel (1982, p. 84) el término τόποι “se refiere a una proposición, o mejor, un esque-
ma proposicional (…) que permite, rellenándolo con los términos de la proposición debatida,
obtener una proposición cuya verdad o falsedad (…) implica la verdad o falsedad, también, de
la proposición debatida”. Para E. S. Forster (1960/1997, p. 268), “The term topoi is somewhat
difficult to define. They may be described as ‘commonplace’ of argument or as general princi-
ples of probability which stand in the same relation to the dialectical syllogism; in other words,
they are ‘the pigeon-holes from which dialectical reasoning is to drive its arguments’” (Ross,
p. 59, citado por Forster, 1960/1997).

51
Pedro José Posada Gómez

Se considera, sin embargo, que lo expuesto permite sostener aún las hi-
pótesis iniciales (que no aspiran a ser originales, sino pertinentes):
1. Que el desarrollo de la teoría lógica aristotélica se deriva de su reflexión
sobre el diálogo y la dialéctica, como un caso especial de ella, aquel de
los razonamientos demostrativos y científicos que parten de premisas
verdaderas y aplican las formas correctas de razonar84.
2. Que los argumentos dialécticos no se distinguen de los demostrativos
por su aspecto formal, sino por la calidad epistémica de sus premisas (el
ser verdaderas o el ser plausibles).
En apoyo de (1) se puede agregar el uso (implícito y explícito), en los
Tópicos y las Refutaciones, de principios y criterios lógicos (como los prin-
cipios de no-contradicción, de identidad, de tercero excluido, y el criterio
de la mayor aceptabilidad de las premisas con respecto a la conclusión) para
evaluar la validez de los distintos razonamientos.
En apoyo de (2), el hecho de que la dialéctica sirva también para encon-
trar o criticar las hipótesis que se presentan como verdaderas y científicas.
Jules Tricot (2004, pp. 8-9) concluye su introducción a su traducción de
los Tópicos con esta observación:

Contrairement á l’opinion de beaucoup d’interprètes anciens, la logique du


probable n’est donc pas un complément de la logique du nécessaire; elle
n’est pas une seconde logique s’appliquant á un domaine ou la vérité scienti-
fique ne saurait être atteinte. Elle apparaît plutôt comme une sorte d’exercice
préparatoire à la théorie de la démonstration et de la science, théorie qui,
dans l’esprit d’Aristote, devait compléter la dialectique traditionnelle, telle
que Platon, les Sophistes et lui-même l’avaient pratiquée85.

84 Dice J. B. Gourinat: “Aristóteles ha sacado su teoría del silogismo demostrativo de su teoría


del silogismo dialéctico, al separar el razonamiento demostrativo del razonamiento dialéctico
y al restringirlo a premisas verdaderas” (2002, p. 478); “esta ciencia aristotélica de la demos-
tración ha nacido de la dialéctica de los Tópicos” (p. 179), y cita a P. Aubenque (La dialectique
chez Aristote, p. 15): “la dialéctica aristotélica no ha nacido, como se ha creído a menudo en el
siglo xix, de una prolongación de la lógica, cuyo rigor sacrificaría (…), sino que, al contrario,
la lógica, o más exactamente la apodíctica, es decir, la teoría del razonamiento demostrativo,
tema de los Segundos analíticos, es la que reduce (es la reducción de) la dialéctica a un caso
particular: aquél en el que las premisas son necesarias”.
85 Trad.: “En contra de la opinión de la mayoría de los intérpretes antiguos, la lógica de lo pro-
bable (plausible) no sería ya un complemento de la lógica de lo necesario; ella no sería una
segunda lógica aplicable al dominio en el que la verdad científica no sería alcanzable. Ella
aparece más bien como una especie de ejercicio preparatorio para la teoría de la demostración y
de la ciencia, teoría que, en la mente de Aristóteles, debería completar la dialéctica tradicional,
tal como Platón, los Sofistas y él mismo la habían practicado”.

52
Capítulo 2

La concepción aristotélica de la lógica


y sus relaciones con la dialéctica

Este capítulo estará dedicado a presentar la concepción aristotélica de la


lógica; esto es, de su teoría sobre los razonamientos analíticos o apodícti-
cos. Se tomará nota de algunas de sus diferencias con la concepción actual
de la lógica formal, y se terminará señalando sus vínculos con la dialéctica.

2.1. El orden cronológico de los libros del Órganon

El corpus aristotelicum debe su ordenamiento tradicional a la edición


realizada por Andrónico de Rodas en el siglo I a.n.e. En ella se encuentran
las obras del Órganon en un orden lógico sistemático, así:
1. Las Categorías.
2. Peri Hermeneias.
3. Los Analíticos primeros.
4. Los Analíticos posteriores.
5. Los Tópicos.
6. Las Refutaciones sofísticas.

Los resultados de las investigaciones históricas de Ch. Brandis, W. Jea-


ger, F. Solmsen, W. D. Ross, A. Becker y J. Lukasiewicz (Bochenski, 1985,
pp. 53-56) han llevado a cuestionar este orden y a proponer uno alternativo,
más acorde con el tiempo de su redacción por Aristóteles.
La prioridad de la dialéctica (o tópica) respecto de la lógica (analítica o
apodíctica) es ampliamente reconocida por los estudiosos. A continuación
algunos ejemplos:
Pedro José Posada Gómez

P. Aubenque (1970, pp. 295-296) señala claramente esta prioridad de la


tópica sobre la apodíctica en su artículo Evolution et constantes de la pen-
sée dialectique:

(…) en realidad, no es la lógica la que permite comprender a la dialéctica,


sino más bien la dialéctica a la lógica. Porque es la lógica, o más precisamen-
te la apodíctica, es decir, la teoría del razonamiento demostrativo, tema de
los Segundos Analíticos, la que se reduce a un caso particular de la dialécti-
ca: aquel en el que las premisas de la argumentación son necesarias.

Después de reconocer que “el discurso dialéctico es epistemológicamen-


te anterior y fundante respecto al apodíctico”, M. Candel (Trad., 1982), en
su Introducción a los Tratados de Lógica, pasa a postular “la génesis —hoy
prácticamente aceptada por todos los especialistas— de la lógica o dialéc-
tica a partir de la retórica...”. Aparte de la identificación, en cierto sentido
aceptable, de la lógica con la dialéctica, esa prioridad de la retórica habría
que entenderla en un sentido cronológico (recordar el reconocimiento que
hace Aristóteles al final de las Refutaciones sofísticas sobre la existencia de
muchos tratados de retórica), pero habría que agregar que, en el caso de la
Retórica aristotélica, esta presupone a, y es afectada por, los desarrollos de
la dialéctica y la lógica (como se trata de mostrar en esta tesis).
Sin embargo, el carácter dialéctico de la lógica aristotélica es reconocido
por M. Candel (1982, p. 9):

La lógica aristotélica nos brinda, a diferencia del frío “monologismo” de


los sistemas algorítmicos modernos (…) el aliento cálido de una peripecia
“dialógica” en que dos interlocutores formalizan —hasta cierto punto— sus
argumentos, para mejor convencerse el uno al otro de cualquier intrascen-
dente cuestión controvertida, o de la validez o invalidez de trascendentales
enunciados comunes a todo conocimiento o a toda norma ética.

Asunto diferente es el orden cronológico (y lógico) de los Analíticos I (o


primeros) y los Analíticos II (o posteriores), sobre el cual polemizan Ross
(1939) y Solmsen (1941)86.
Friedrich Solmsen (1941) resume los puntos de acuerdo en su polémica
con W. D. Ross sobre el tema del surgimiento de la silogística aristotélica:

86 El texto de W. D. Ross es una reseña crítica del libro de Solmsen (1929): Die Entwicklung der
aristotelischen Logik und Rhetorik, y el artículo de Solmsen (1941) responde al artículo W. D.
Ross.

54
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

1. El silogismo se origina a partir del “Eidosketten” (usado por Platón y


sus discípulos, al lado de la “diaἱresis”).
2. La primera figura del silogismo (que refleja el orden de las ideas) prece-
dió a las otras, en el pensamiento de Aristóteles.
3. Los conceptos de “forma” (o “idea”), “universal” (καθόλου), y “térmi-
no” (ὅρος), se establecen cronológicamente en este orden (siguiendo un
camino que va de Platón hacia la lógica “formal”).
4. La teoría de los ἀρχαί (los principios y proposiciones básicas de un
asunto científico) tiene su origen en la descripción que da Platón del
método de la ciencia en La República. (VI, 510 y ss.)

Sin embargo, aclara Solmsen, para Platón los primeros principios de los
matemáticos son meras hipótesis, cuya validez depende del principio supe-
rior del Bien; mientras que para Aristóteles los principios de cada ciencia
son independientes y pueden partir de postulados indemostrables (o inde-
mostrados). Para él no son hipótesis, sino “principios” auto-evidentes y que
no requieren verificación exterior al tema.

5. Aristóteles escribió los Analíticos I A, su teoría de la demostración cien-


tífica, con los ojos puestos en las matemáticas (de donde saca casi todas
sus ilustraciones).
6. Aristóteles habla de silogismo, y usa la palabra “silogismo”, antes de
desarrollar su teoría general sobre el mismo, y antes de saber qué hace
concluyente a un silogismo. (Esto está implícito en el reconocimiento,
por Ross, de que los Tópicos preceden a los Analíticos; pero él no lo dice
explícitamente). (Solmsen, 1941, pp. 410-411)

En la mencionada síntesis de la polémica Solmsen también refiere su-


cintamente sus puntos de desacuerdo con Ross, especialmente sobre la in-
terpretación de los Analíticos II. Para Solmsen este libro está dedicado a
examinar teorías alternativas propuestas en la Academia por Platón y sus
discípulos. Del examen de estas teorías surge el punto de vista de Aristó-
teles. Para Solmsen los Analíticos II son anteriores a los Analíticos I, las
referencias de estos últimos en los primeros son agregados posteriores a su
redacción. Esta tesis, defendida ya por el autor en su estudio de 1929, es
rechazada por Ross en su reseña de 1939. Ross resume así el argumento de
Solmsen y su propia réplica:

(…) habiendo reconocido en los Tópicos dos tipos de argumento, un tipo


dialéctico que descansa en los topoi, y un tipo científico que descansa en
las prótasis, y habiendo discutido el primer tipo a lo largo de los Tópicos,
el orden natural sería que Aristóteles discutiera luego el segundo tipo, como
lo hace en los Analíticos segundos. Ése es un orden natural, pero otro ha-

55
Pedro José Posada Gómez

bría sido igualmente natural. Ya en los Tópicos Aristóteles se muestra bien


consciente de dos tipos de argumento. ¿No podría ser que esta conciencia lo
llevara directamente a intentar descubrir la forma que era común a ambos
tipos? Y teniendo, en el silogismo, una forma que garantiza la implicación de
ciertas premisas, no era natural que él tornara a preguntarse ¿qué otras carac-
terísticas, además de la exactitud, deben tener los razonamientos silogísticos
para ser dignos del nombre de ciencia demostrativa? Aparte de los puntos de
detalle en que, como yo he señalado, los Analíticos segundos presuponen a
los primeros, tengo la impresión que a lo largo de ellos Aristóteles deja ver
la convicción de que ya tiene un método (esto es, el silogismo) que garantiza
que si ciertas premisas son indudablemente verdaderas, ciertas conclusiones
se siguen de ellas, pero no garantiza nada más de que esto, y que él está
buscando una lógica de la verdad, para agregar a su lógica de consistencia.
(1939, p. 268)87

Se han subrayado dos ideas de Ross que llaman la atención: 1) en el pri-


mer texto el autor supone que Aristóteles presenta el silogismo como una
forma válida para argumentos científicos y dialécticos, y 2) en el segundo,
que la lógica del silogismo demostrativo (de los Analíticos II) es una lógica
de la verdad, mientras que la lógica del silogismo apodíctico (de los Ana-
líticos I) es una lógica de la consistencia; es decir, de la no contradicción.
En su Historia de la lógica formal Bochenski (1985, pp. 55-56), después
de pasar revista a los criterios que se han esgrimido en esta polémica, pre-
senta la más probable cronología de los textos del Órganon así:

1. Tópicos, Elencos sofísticos (Categorías, de dudosa autoría), a los que


agrega el Libro Γ de la Metafísica, que constituirían la primera lógica
aristotélica.
2. Hermeneia y el Libro B de los Analíticos posteriores, que constituirían
una etapa de transición.

87 “… having recognized in the Topics two kinds of argument, a dialectical kind resting on topoi,
and a scientific kind resting on protasis, and having discussed the first kind at length in the
Topics, the natural order would be that Aristotle should next discuss the second kind, as he does
in the Posterior Analytics. That is a natural order, but another would have been equally natural.
Already in the Topics Aristotle shows himself well aware of two kinds of argument. Might
that awareness not have led him directly to trying to discover the form that was common to
both kinds? And having got, in the syllogism, a form that guaranteed the entailment of certain
premises, was it not natural that he should then turn to ask what further characteristics than
syllogistic accuracy reasonings must posses in order to be worthy of the name of demonstrative
science? Apart from the points of detail in which, as I have pointed out, the Posterior Analytics
presupposes the Prior, I have the impression that throughout in Aristotle betrays the conviction
that he already has a method (viz., the syllogism) which guarantees that if certain premises are
true certain conclusions undoubtedly follow, but guarantees no more than this, and that he is
searching for a logic of truth to add to his logic of consistency.”

56
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

3. El Libro A de los Analíticos I (exceptuando los capítulos 8-22) y el Libro


A de los Analíticos II (aceptando las críticas de Ross a Solmsen), que
conformarían la segunda lógica aristotélica, que incluye una completa
lógica asertórica y un tratamiento claro del ‘silogismo analítico’.
4. Finalmente el Libro A (capítulos 8-22) y el Libro B de los Analíticos I
(que incluyen las nociones de la lógica modal y consideraciones meta-
lógicas; y serían la ‘tercera lógica’ de Aristóteles).

No obstante, Bochenski anota que “La seguridad llega únicamente hasta


poderse afirmar que los Tópicos contienen, con los Elencos sofísticos, una
lógica distinta y anterior a la de los Analíticos y que el Hermeneia represen-
ta una fase intermedia” (1985, p. 56)88.

2.2. Algunas pesquisas terminológicas

Después de presentar la problemática de la cronología de los textos que


componen el Órganon, I. M. Bochenski concluye que es posible “afirmar
que los Tópicos contienen, con los Elencos sofísticos, una Lógica distinta y
anterior a la de los Analíticos y que el Hermeneia representa una fase inter-
media. (…) hablaremos aquí de una triple Lógica aristotélica” (1985, p. 56).
Independientemente del problema de si existen tres lógicas en el Órganon
(o, por ejemplo, tres intentos consecutivos de lograr una misma lógica),
interesa resaltar la aceptación de que los Tópicos representan una primera
versión de la lógica aristotélica, y que los Analíticos desarrollan una lógica
más madura.
Establecido esto, sorprende que Bochenski pase enseguida a definir el
concepto de “Lógica” en Aristóteles asimilando (y reduciendo) lo “lógico”
(en el sentido moderno) a lo “analítico” (ἀναλυτικός) como es definido en
los Analíticos; mientras que remite el uso de “lógico” (λογικός) a nuestros
conceptos de “probable” o de “epistemológico”. Dice Bochenski:

Aristóteles no posee ninguna denominación técnica para la Lógica: lo que


nosotros denominamos hoy día “lógico”, en él recibe el nombre de “analí-
tico” (ἀναλυτικός)89 o “que se sigue de las premisas” (ἐκ τῶν κειμένων)90,
mientras que la expresión “lógico” (λογικός) significa lo mismo que nuestro
“probable”91 o bien “epistemológico. (1985, p. 57)

88 En su estudio anterior Ancient Formal Logic (1951, p. 23), Bochenski ya había afirmado que
“In any case, two periods can be distinguished with certainty: (1) Top. Soph. El., Met. G, De
Int. y (2) Analytics”.
89 Aquí Bochenski remite a An. Post. A 22, 84 a 7 s.
90 An. Post. A 32, 88 a 18 y 30.
91 An. Pr. B 16, 65a36 s.; A 30, 46a9 s.; B 23, 68b9 s.; Top. A I, 100a23 y 29 ss.

57
Pedro José Posada Gómez

Ch. Thurot (quien, según Aubenque tiene el mérito de haber señalado


los vínculos de la dialéctica con la ontología aristotélica), en sus Etudes sur
Aristote: Politique, dialectique, rhétorique, anexa una pequeña nota termi-
nológica en la que también opone los conceptos aristotélicos de analítico y
lógico:

Siguiendo a Heyder, Waitz, Brandis, ἀναλυτικός (analítico), opuesto a


λογικός (lógico), señalaría el método científico, por oposición al método
dialéctico. Yo creo que ese concepto tiene un sentido más restringido. En
el único pasaje (An. Post., 1, 22, 84 a 8 - 84 b 2) en donde son opuestos los
dos términos, se trata de una cuestión de analítica; se trata de probar que la
demostración no se puede prolongar hasta el infinito, que ella debe detenerse
en los principios indemostrables. Me parece que analítico (ἀναλυτικός) sig-
nifica aquí conforme a los principios propios de la ciencia del razonamiento
y de la demostración que Aristóteles llamaba analítica.
Es así como físico (φυσικῶς) es empleado por oposición a lógico (λογικός)
cuando se trata de demostrar una proposición que está en el dominio de la
ciencia de la naturaleza, significa: conforme a los principios propios de la
ciencia de la naturaleza.
La palabra λογικός (lógico) que significa: con unas razones que no son de
ninguna ciencia determinada, podría así ser opuesto a ἰατρικῶς, cuando se
trata de medicina, a gewmetricvz, cuando se trata de geometría, etc. El térmi-
no general opuesto a λογικός (lógico) es ἐκ τῶν κειμένων (An. Post., I, 32.
88 a 30). (Thurot, 1860, p. 200)

En el primer pasaje citado (An. Post. 84 a 8- 84 b 2) Aristóteles distingue


entre “demostrar discursivamente” (“lógicamente”) y “demostrar analíti-
camente” (literalmente: “desmenuzadamente”). En el segundo pasaje (An.
Post. 88 a 20-30) la oposición es entre considerar algo “discursivamente”
(“lógicamente”) y considerar algo “a partir de cuestiones establecidas”. Sin
embargo, el asunto que se debe considerar, que “es imposible que los prin-
cipios de todos los razonamientos sean los mismos”, se considera “discur-
sivamente” mediante un discurso lógico formalista (88 a 19-29), y se lo
considera “a partir de cuestiones establecidas” (88 a 30-88 b 9) mediante
un discurso “lógico-semántico” que afirma que “tampoco los principios de
todas las conclusiones verdaderas son los mismos”, examinando los predi-
cables y categorías que tendría cada razonamiento para ser adecuado a las
cosas que describe o menciona, y termina el pasaje afirmando: “Además,
unos principios son necesarios, otros, en cambio, admisibles” (88 b 8).
José Ferrater Mora (1994/2004, p. 150), coincidiendo con Thurot, señala
que Aristóteles “usó el nombre de arte analítico, ἀναλυτικά τέχνη, para de-

58
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

signar el análisis que se remonta a los principios (Rhet., I, 4, 1359 b 10)”92.


También vale la pena consignar la anotación que hace Ferrater sobre el tér-
mino “apodíctico”: “Apodíctico se llama a lo que vale de un modo necesa-
rio e incondicionado. El término ‘apodíctico’ se emplea en la lógica en dos
respectos. Por un lado se refiere al silogismo. Por el otro, a la proposición
y al juicio…”. En el primer caso se habla de silogismos apodícticos o de-
mostrativos, en el segundo se trata de proposiciones modales que expresan
necesidad —la imposibilidad de que no— (Ferrater, 1994/2004, p. 198)93.
Resumiendo, Aristóteles usó el término “analítica” para referirse a una
disciplina que explora las cuestiones desde los primeros principios; “apodíc-
tico”, para referirse a esos mismos principios y a los silogismos demostrati-
vos construidos con ellos, y solo empleó el adjetivo “lógico” para referirse
a principios generales del discurso que no pertenecen a ninguna ciencia (de
allí su cercanía con las nociones dialécticas, como señala Bochenski).
Queda claro que el concepto de “razonamiento” (silogismo) sufre un
proceso de especificación que sigue el programa trazado en los Tópicos, se
especifica en su aspecto demostrativo en los Analíticos, y cumple un papel
persuasivo en la Retórica. Mostrado esquemáticamente, el devenir cronoló-
gico del concepto de razonamiento sería: habría empezado con un concepto
amplio de “esquema de razonamiento” (“De algo se sigue algo”, con de-
terminado grado de validez o verosimilitud), mostrado primero sus formas
dialécticas o críticas (Top. y Ref. Sof.), luego la forma analítica de razonar,
lógica y demostrativa (Anal. I y II,…) 94 y, luego (finalmente, obviando la
Poética) en la Retórica (filosófica, respuesta a la sofística, homóloga y es-
queje de la dialéctica, compuesta de elementos dialéctico-analíticos y de
elementos “éticos”-“políticos”95), hacia un uso persuasivo de la racionali-
dad dialéctica.
Por su parte, M. Candel (1982, pp. 7-8) anota:

92 En el pasaje aludido de la Retórica, que se analiza en detalle en el siguiente capítulo, dice


Aristóteles: “… la retórica se compone, por un lado, de la ciencia analítica y, por otro, del saber
político que se refiere a los caracteres…”.
93 Agreguemos que en la versión española del Órganon se traducirá la expresión “apodíctico”
como “demostrativo”.
94 La analítica es un aspecto de la dialéctica de los Tópicos, en su sentido amplio, un aspecto que
se volvió ciencia. La lógica aristotélica supone un sistema conceptual preciso (las Categorías
y los Peri Hermeneias) y este sistema se levanta sobre una ontología del sentido común y su
perfeccionamiento por la ciencia.
95 La Retórica no solo refleja el uso persuasivo de la dialéctica (los elementos críticos de la lógica
y el razonamiento verosímil), sino también los elementos éticos del conocimiento de los carac-
teres y los elementos agonísticos del ejercicio de la “fuerza simbólica” del debate. La lógica
expone, la dialéctica cuestiona, la retórica persuade.

59
Pedro José Posada Gómez

(…) la “lógica” de Aristóteles es eso precisamente logiká: es un decir, que de


por sí no tiene más “cuerpo” que el que le da la referencia objetiva de lo que
se dice (…) Para Aristóteles, el intento de elevar el λόγος al rango de objeto
de conocimiento comparable a cualquier otro, se salda con el vacuo discurrir
logikós kai kenós, verbalista y vacuamente, que caracteriza precisamente a
los anti-filósofos, a los sofistas. La “lógica” aristotélica no es pues epistéme,
conocimiento; es mero Órganon, instrumento del conocer.

Ateniéndonos al uso moderno, se hablará de la Lógica o Analítica y se


distinguirá de la Dialéctica y de la Retórica (el adjetivo “apodíctico” se
usará para referirnos a las proposiciones y silogismos demostrativos perte-
necientes a la Lógica o Analítica).
Como ya se dijo, la Lógica aristotélica es inseparable de sus concepcio-
nes epistemológicas (relacionadas con la ciencia, la verdad y los primeros
principios) y de su ontología (o concepción metafísica de lo real). Así resu-
me estos vínculos Ferrater Mora, en la entrada “Lógica” de su diccionario
filosófico:

(…) la lógica (o, en el vocabulario de Aristóteles, el “saber lógico”, pues “ló-


gico” fue usado por el Estagirita sólo como adjetivo) es concebida, en tanto
que órgano, como prolegómeno de toda investigación científica, filosófica o
simplemente perteneciente al lenguaje ordinario. (…) Por otro lado, la lógica
aparece como el análisis de los principios según los cuales se halla articulada
la realidad (…). Aristóteles no parece haber confundido siempre la lógica
con la ontología, pero reconoceremos que en algunos casos la lógica de Aris-
tóteles parece seguir el trazado de una ontología general.

Ferrater (1994/2004, p. 2178) da una serie de argumentos para justificar


esta última afirmación, en resumen:

a) La dialéctica propuesta por Platón es, según Aristóteles, meramente crí-


tica (…)
b) la lógica es un instrumento para el pensar (…)
c) el pensamiento supone una realidad pensada (…)
d) es necesario desarrollar una teoría del concepto (…)
e) la lógica puede de este modo convertirse en ciencia de los principios de
lo que es.

2.3. La versión aristotélica de la lógica

Una mirada completa a la lógica aristotélica supondría aclarar presu-


puestos ontológicos y epistemológicos, además de todo el sistema lógico en
sí mismo. Aquí solo se presenta una mirada sinóptica sobre la concepción

60
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

de Aristóteles de la lógica formal, para mostrarla después en sus vínculos


con su dialéctica y su retórica.
Ya se ha visto que en los Tópicos la dialéctica es para Aristóteles tan-
to un método para razonar, para discutir y para encontrar lo preferible en
cada caso, como un método para encontrar los primeros principios de las
ciencias. Esto último es dicho por Aristóteles como uno de los usos de la
dialéctica:

(…) además es útil para las cuestiones primordiales propias de cada cono-
cimiento… porque de los principios particulares de una ciencia dada es im-
posible sacar nada al respecto, por ser los principios lo primero de todo96; es
preciso, más bien, abordar el tema valiéndose de proposiciones probables
relativas al objeto en cuestión. Y esta es la virtualidad propia de la dialéctica,
o su efecto más genuino. Porque, siendo un arte indagatoria, domina el ac-
ceso a los principios de todas las ciencias. (Top. 101 a 35)97

Se ha visto que esta arte indagatoria se expresa en el ejercicio de la re-


flexión hipotética (del científico y el filósofo) y asume su forma didáctica
en la transmisión de los principios de la ciencia de maestro a discípulo. Y
esto bajo la forma de razonamiento que Aristóteles denomina demostrativo.
En este sentido, la lógica demostrativa presupone unos contenidos epis-
témicos (que, como se podrá apreciar, en Aristóteles son, adicionalmente,
de carácter ontológico), además de una tabla de categorías y sistemas cla-
sificatorios, expresados todos en los términos del lenguaje natural (enri-
quecido con precisiones terminológicas y, eventualmente, con simbolismos
formales).
En su Historia de la lógica formal Bochenski sintetiza los que considera
principales aportes de Aristóteles a la lógica formal:

Si consideramos en su conjunto las doctrinas lógicas de Aristóteles que he-


mos presentado, podemos hacer las siguientes afirmaciones:
1. Aristóteles creó la Lógica formal. En él encontramos, en efecto, por
primera vez en la Historia: (a) una idea clara de ley lógica con validez

96 “de los que no se puede hacer demostración, puesto que una demostración parte precisamente
de esos principios” (Gourinat, 2002).
97 Cito de la traducción que hace Millán Bravo de la respectiva cita en Bochenski (1985, p. 63).
En la versión inglesa de W. A. P.: “It has a further use in relation to the ultimate bases of the
principles used in the several sciences. For it is impossible to discuss them at all from the
principles proper to the particular science in hand, seeing that the principles are the prius of
everything else: it is through the opinions generally held on the particular points that these have
to be discussed, and this task belongs properly, or most appropriately, to dialectic: for dialectic
is a process of criticism wherein lies the path to the principles of all inquiries”.

61
Pedro José Posada Gómez

universal, si bien él mismo no dio definición alguna de ella98, (b) el em-


pleo de variables, (c) formas sentenciales que, aparte de variables, sólo
contienen constantes lógicas.
2. Aristóteles construyó el primer sistema de Lógica formal que conoce-
mos. Consta éste exclusivamente de leyes lógicas, y fue por él desarro-
llado axiomáticamente, incluso de más de una forma.
3. La obra capital de Lógica formal de Aristóteles es su Silogística: un sis-
tema de Lógica de los términos que consta, no de leyes, sino de reglas, y
que, a pesar de ciertos puntos débiles, está construido sin fallos.
4. Aparte de la Silogística, construyó además Aristóteles otras piezas de la
lógica de los términos, entre ellas una Lógica modal sumamente com-
pleja, al igual que una serie de leyes y reglas que rebasan las fronteras
de la Silogística.
5. Al final de su vida llegó Aristóteles, en unos cuantos textos, hasta la
formulación de fórmulas sentenciales; pero no llegó a elaborarlas siste-
máticamente, al igual que tampoco las llamadas fórmulas no-analíticas
de la Lógica de los términos.
6. Si bien formal, la Lógica de Aristóteles no es formalística. Le falta tam-
bién la comprensión de la diferencia entre ley y regla, y a pesar de los
muchos trabajos que Aristóteles adelantó a la Semántica, ésta es en él
todavía rudimentaria. (1985, p. 110)99

Será importante para nuestra discusión posterior la distinción entre leyes


y reglas lógicas. Nótese que Bochenski afirma: 1. Que Aristóteles expresó
una idea clara de ley lógica con validez universal; 2. Que Aristóteles creó el
primer sistema formal y axiomático de leyes lógicas; 3. Que su silogística
es un sistema de reglas; y 4. Que en Aristóteles falta la comprensión de la
diferencia entre ley y regla.
Después de constatar que no hay en Aristóteles una definición de “ló-
gica”, Bochenski decide aclarar el concepto partiendo de la concepción

98 Previamente ha aclarado Bochenski (p. 45) que ya en Platón se encuentra la idea de “ley de
necesidad universal”.
99 (Cursivas y mayúsculas de Bochenski). En una obra previa, Ancient Formal Logic, Bochenski
(1951, p. 11) ya había anotado: “… technical means useful for the study of logic are introduced
by Aristotle in his Prior Analytics, namely variables and a peculiar terminology; at this stage
laws are not yet distinct from rules. The fifth and last stage is represented by a clear distinction
of both, such as we find in fragments of the Stoics”. Usando el programa Cratilo, para analizar
las apariciones de los términos en la traducción inglesa del Órganon, encontramos que en los
Tópicos se habla constantemente de ‘reglas’ ligadas a los lugares comunes y a lo verosímil; el
concepto de ‘ley’ solo aparece en su uso cotidiano de ‘ley natural’ o ‘ley jurídica’. En los Ana-
líticos I tampoco encontramos un uso técnico de la palabra ‘ley’, pero sí abundantes referencias
a ‘reglas’ ligadas a los silogismos (y, especialmente, como premisas de algunos de ellos). En
los Analíticos II volvemos a encontrar el concepto de ‘ley’ en su uso cotidiano y el de ‘regla’
ligado a lo verosímil.

62
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

aristotélica del “silogismo”, objeto propio de la lógica. Retoma primero


la definición de razonamiento (“silogismo”) que aparece en los Tópicos:
“Un razonamiento (συλλογισμός) es un discurso (λόγος) en el que, sentadas
ciertas cosas, necesariamente100 se da a la vez, a través de lo establecido,
algo distinto de lo establecido”101 (100 a 25).
Bochenski (1985, p. 58) agrega lo planteado en Analíticos I, 25b 26-32:

Una vez delimitado esto vamos a decir de qué (premisas), cuándo y cómo
surge el silogismo; luego hemos de hablar de la demostración. Y se ha de
hablar antes del silogismo que de la demostración, porque el silogismo es
más general, ya que la demostración es un determinado silogismo, pero no
todo silogismo es una demostración.

Para Bochenski, en estos textos se encuentra “la primera formulación


histórica de la idea de una Lógica formal, independiente de la materia, y de
validez universal”, pues “Aristóteles busca una conexión tal que le permita
concluir con necesidad, estableciendo una aguda distinción entre la validez
de esta conexión y la clase o verdad de las premisas” (p. 58).
Sin embargo, se puede sostener aún que la diferencia entre los razona-
mientos demostrativos y dialécticos radica en la calidad de las premisas
(verdaderas o plausibles), aunque ambos podrán ser formalmente válidos.
Recordemos la definición de “razonamiento” que se da en las Refutacio-
nes sofísticas: “El razonamiento parte de unas cuestiones puestas de modo
que necesariamente se ha de decir, a través de lo establecido, algo distinto
de lo establecido…” (Ref. Sof. 165 a).
Y en los Analíticos I, 24 b 17: “el razonamiento (silogismo) es un enun-
ciado en el que, sentadas ciertas cosas, se sigue necesariamente algo distinto
de lo ya establecido por el simple hecho de darse esas cosas”102.
Nótese que en las tres definiciones dadas, Aristóteles sostiene el carácter
necesario del razonamiento. En Top. 100 a 25 y en Ref. Sof. 165 a se plantea
que la conclusión es algo nuevo que se sigue de las premisas; en Anal. I, 24

100 En griego: “συμβαίνει”, “coincidencia necesaria” (Candel, 1982, p. 90, nota 4).
101 “El silogismo es una enunciación en la que, una vez sentadas ciertas proposiciones, se concluye
necesariamente una proposición diferente de las proposiciones admitidas, mediante el auxilio
de estas mismas proposiciones” (F. L.). En la versión inglesa: “Reasoning is an argument in
which, certain things being laid down, something other than these necessarily comes about
though them” (W. A. P.).
102 συλλογισμός δέ ἐστι λόγος ἐν ὧι τεθέντων τινῶν ἕτερόν τι τῶν κειμένων ἐξ ἀνάγκης
συμβαίνει τῶι ταῦτα εἶναι. “A syllogism is a discourse in which, certain things being stat-
ed, something other than what is stated follows of necessity from their being so” (Jenkinson,
1984).

63
Pedro José Posada Gómez

b 17, se agrega una razón de carácter ontológico: la conclusión se sigue por


el mero hecho de darse ciertas cosas enunciadas en las premisas.

2.3.1. El carácter ontológico de la lógica aristotélica


Antes de entrar en los Analíticos I y II conviene retomar algunas distin-
ciones importantes que se hacen en el Peri Hermeneias o De la Interpreta-
ción en relación con el objeto de estudio de la Lógica. Sigo la exposición de
Bochenski quien, después de presentar la definición de silogismo dada en
los Tópicos, comenta que esta es una definición de “deducción” en su más
amplia generalidad, que “no atribuye al silogismo un estatus definido”, por-
que el concepto de λόγος que aparece en la definición “puede ser tanto un
discurso verbal, un orden de pensamientos, o una estructura objetiva (…),
aunque lo mismo puede decirse de προτάσεις (premisas) y de término de los
cuales se dice que está compuesto el silogismo”.
Retengamos la primera parte de esta cita. ¿Qué problema hay en que el
λόγος que se expresa en el razonamiento, sea, a la vez o alternativamente,
un discurso, un orden de ideas y la imagen de una realidad objetiva? Bo-
chenski se remite a las anotaciones de Aristóteles, relativas al objeto de la
lógica, en los Analíticos II, en De Interpretatione y en los Tópicos.
En Analíticos II (A 10, 76 b 24…) Aristóteles afirma que la demostración
no se refiere a las palabras, sino a las cosas en el alma:

Aquello que necesariamente es y necesariamente debe parecer por sí mismo


no es una hipótesis ni un postulado. En efecto, la demostración (ἀπόδειξις)
no se refiere a la argumentación exterior, sino a la que se da en el alma, como
tampoco el razonamiento (συλλογισμός). Pues siempre es posible objetar
contra la argumentación exterior, pero no siempre contra la argumentación
interior103.

Hay que tomar en consideración que aquí Aristóteles está hablando de


las premisas o principios (incluso axiomas, ἀξιώματα) de los razonamientos
de las ciencias demostrativas. Lo curioso es que generalice a los razona-
mientos en general, algo que parece típico de los razonamientos demos-
trativos (el partir de principios considerados verdaderos “por sí mismos”).
De todos modos, Aristóteles parece estar distinguiendo el carácter más es-

103 Analíticos II, A 10, 76 b 24. “That which expresses necessary self-grounded fact, and which we
must necessarily believe, is distinct both from the hypotheses of a science and from illegitimate
postulate-I say ‘must believe’, because all syllogism, and therefore a fortiori demonstration,
is addressed not to the spoken word, but to the discourse within the soul, and though we can
always raise objections to the spoken word, to the inward discourse we cannot always object”
(Mure, 1960/1997).

64
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

table del razonamiento interior (especialmente del que parte de cosas que
“sabemos” verdaderas), del carácter exterior (¿más sometido al relativismo
de lo convencional?) del lenguaje hablado104. Que es lo que quiere resaltar
Bochenski.
En De Interpretatione (y en los Tópicos) la relación entre el razonamien-
to y el lenguaje se expresa de modo semejante. Dice Aristóteles en Peri
Hermeneias (16b 26-17 a):

Enunciado es un sonido significativo, cualquiera de cuyas partes es signifi-


cativa por separado como enunciación, pero no como afirmación. (…) Todo
enunciado es significativo, pero no como un instrumento natural, sino por
convención…105.

Y más adelante (23a 32 y ss.):

Pues si lo que hay en el sonido se sigue de lo que hay en el pensamiento, y


allí es contraria la opinión de lo contrario, p. ej., que es todo hombre justo es
contraria a es todo hombre injusto, también en las afirmaciones que se dan en
el sonido es necesario que ocurra de manera semejante106.

Como se ve, aquí se señala el carácter convencional del lenguaje y se lo


subordina al acto de pensamiento. La conclusión a la que llega Bochenski
(1951, p. 26) es que “… podemos decir que para Aristóteles la lógica es
principalmente un asunto de pensamiento correcto y, secundariamente, un
tema de habla correcta”107.
Vale agregar lo que afirma Tricot (1966), en su traducción de la Metafí-
sica, a propósito del carácter ontológico del principio de no contradicción.
Ante la afirmación de Aristóteles:

104 O como lo plantea E. S. Forster (Trad., 1960/1997, p. 72, n): “The axioms used in demonstra-
tion appeal directly to the inner reason and are accepted by it, but the assumptions of spoken
argument or instruction are always open to verbal objection”.
105 “A sentence is a significant portion of speech, some parts of which have an independent mean-
ing, that is to say, as an utterance, though not as the expression of any positive judgement…
Every sentence has meaning, not as being the natural means by which a physical faculty is
realized, but, as we have said, by convention” (Edghill, 1928).
106 “Now if the spoken word corresponds with the judgement of the mind, and if, in thought, that
judgement is the contrary of another, which pronounces a contrary fact, in the way, for instance,
in which the judgement ‘every man is just’ pronounces a contrary to that pronounced by the
judgement ‘every man is unjust’, the same must needs hold good with regard to spoken affir-
mations” (Edghill, 1928).
107 “Thus we may say that for Aristotle logic is primarily an affair of right thinking and, second-
arily, a matter of correct speaking”.

65
Pedro José Posada Gómez

Y es imposible que en un mismo ser se den a un mismo tiempo atributos


contrarios (…), y si una opinión, que es la contradicción de otra opinión, es
su contraria, es evidentemente imposible, para el mismo espíritu, concebir,
al mismo tiempo, que la misma cosa es y no es. (1005 b, 26-32)108

A lo que observa Tricot (p. 196, n. 1) que “… el principio de contradic-


ción es, ante todo, una ley ontológica, y, de manera solamente derivada, una
ley del espíritu” y reitera un poco más adelante:

(…) para Aristóteles, la imposibilidad lógica de afirmar y negar a un mismo


tiempo lo predicado de un sujeto, se funda sobre la imposibilidad ontoló-
gica de la coexistencia de los contrarios (3, 1005 b 24). Los principios de
contradicción y de tercero excluido son leyes de la realidad, afirmaciones de
existencia, ῠπόθεσεις. (p. 197, n. 2)

Es importante tener en cuenta que para Aristóteles la lógica o analítica


no es una ciencia, sino un instrumento o propedéutica de la ciencia. Tricot
observa que la lógica no tiene un lugar en la clasificación aristotélica de las
ciencias. En varios textos109 Aristóteles presenta una clasificación tripartita
de las ciencias (o epistemes); por ejemplo, en Metafísica E, 1025b 24: “…
todo pensamiento es o práctico, o poético o teórico”110. Aclara Tricot (1966,
p. 328, n. 1) que “… la lógica es un ờργανον, una metodología, una simple
propedéutica, y no una ciencia propiamente dicha”.

2.3.2. La noción aristotélica de la verdad


Bochenski (1985, p. 62 y 1951, p. 31) encuentra una “teoría semiótica
de la verdad” en la Metafísica y el Peri Hermeneias. Aunque Aristóteles
reconoce que “es” y “no es” son a veces usados como “es verdadero” y “es
falso”, respectivamente (Met. 7, 1017 a, 31 y ss.), él los distingue claramen-
te. Verdad y falsedad no son atributos de las cosas sino del pensamiento:
“Lo verdadero y lo falso, en efecto, no se hallan en las cosas, algo así como
si el bien fuese verdadero y el mal falso, sino en el pensamiento” (Met. 6,
1027 b 25 ss.).
Entre los pensamientos, solo los compuestos son verdaderos o falsos;
entre los símbolos, solo lo son los enunciados:

108 Sigo la versión francesa de J. Tricot (1966, pp. 195-196).


109 Top., VI,6, 145 a 15; Etica Nic., VI, 2, 1139 a 27.
110 Sigo la versión francesa de Tricot (1966, p. 329). En la traducción española de F. de P. Sama-
rach (1967, p. 979): “… toda actividad intelectual es o práctica, o creadora o especulativa”.
Aristóteles incluye entre las disciplinas teóricas o contemplativas a la física, las matemáticas y
la teología.

66
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Así como los pensamientos surgen en el alma, bien sin ser verdaderos o
falsos, bien de forma que necesariamente les haya de convenir una de las
dos cosas, así sucede también en el lenguaje. Pues verdad y falsedad se dan
en dependencia de la composición y la división. Los nombres y verbos por
sí solos se asemejan a la representación sin composición ni división. (Herm.
1, 16 a 9-14)

La verdad de las opiniones tiene su origen en los hechos:

(…) está en la verdad el que crea que lo que está dividido está en efecto divi-
dido, y que lo que es compuesto es realmente compuesto. Y está en lo falso
el que crea lo contrario de lo que las cosas son en la realidad. ¿Cuándo existe
o no existe lo que llamamos verdadero o falso? Hay que considerar que es lo
que decimos respecto a esto. Porque no eres tú blanco porque nosotros crea-
mos en verdad que tú eres blanco, sino que porque tú eres, en efecto, blanco,
es verdad nuestra afirmación de que eres blanco. (Met. 10, 1051 b 6 ss)111

Aristóteles da la definición explícita de la verdad en la Metafísica (7,


1011 b 26 ss): “Decir del Ser que no existe, o del No-ser que existe, esto
es lo falso; decir del Ser que existe, y del No-ser que no existe, esto es la
verdad”112.
Para Aristóteles solo los enunciados tienen hechos como significados,
mientras que los otros símbolos (sujetos, verbos) solo significan cosas. La
capacidad de ser verdadero o falso (su carácter apofántico) es lo caracterís-
tico de un enunciado (Herm. 4, 17 a 2 ss.)113.
Según Aristóteles, existe una relación de mutuo “entrañamiento” o im-
plicación entre los enunciados que significan hechos y los enunciados que
afirman la verdad de aquellos: “… si es verdad decir que es blanco o que
no es blanco, necesariamente será blanco o no será blanco y, si es blanco o
no es blanco, será verdad afirmarlo o negarlo…” (Herm. 8, 18 a 40 ss.)114.

111 También en Herm. 9, 18 a 39- b 3.


112 Sigo la traducción de Tricot (1966, p. 235).
113 Ver Bochenski (1951, p. 31).
114 Bochenski formaliza esta idea de Aristóteles así:
Ax → T (Ax)
T (Ax) → Ax
Que se puede interpretar: “Si se da que x es A, entonces es verdad que ‘x es A’” y “Si es verdad
que ‘x es A’, entonces se da que x es A”. Bochenski agrega que no ha hallado en la obra de Aris-
tóteles “nada relacionado con la distinción entre ‘entrañamiento’ (entailment) e implicación, ni
entre los diferentes significados que puede tener ‘verdadero’” (1951, p. 31).

67
Pedro José Posada Gómez

2.4. La lógica en los Analíticos

Veamos cómo plantea Aristóteles el objeto y tema de su indagación en


los Analíticos.
En los Analíticos I Aristóteles emprende la indagación de uno de los
tipos de razonamiento que había presentado en los Tópicos, el silogismo
demostrativo, que en las Refutaciones sofísticas había definido como el tipo
de demostración que emprende el científico frente al discípulo, exponién-
dole didácticamente los principios de la ciencia, el argumento del diálogo
didáctico. La demostración aristotélica se ubica aquí en el orden de la ex-
posición del saber, y presupone que se poseen ya los primeros principios de
la ciencia.
El filósofo inicia el Libro I de los Analíticos I (24a 10) con esta precisión:
“Digamos primero sobre qué es la investigación y a qué corresponde, acla-
rando que es sobre la demostración y corresponde a la ciencia demostrativa
(ἐπιστήμης ἀποδεικτικῆς)”115.
Realmente los Analíticos I se ocuparán del análisis del aspecto formal de
los argumentos, desarrollando la teoría de las diversas figuras y formas del
silogismo. Solo en los Analíticos II se desarrollará una teoría de la demos-
tración en las ciencias.
Al introducir el concepto de “proposición demostrativa”, Aristóteles
hace una aclaración que resulta importante para apreciar las relaciones entre
la lógica y la dialéctica, como él las entendía:

La proposición demostrativa (ἀποδεικτικὴ πρότασις) difiere de la dialéctica


en que la demostrativa es la asunción de una de las dos partes de la con-
tradicción (pues el que demuestra no pregunta sino que asume), en cam-
bio la dialéctica es la pregunta respecto de la contradicción. Pero no habrá
diferencia ninguna en lo relativo a la formación del razonamiento de cada
uno de esos tipos: en efecto, tanto el que demuestra como el que pregunta
razonan asumiendo que se da o no se da algo unido a algo. De modo que la
proposición de un razonamiento (…) será demostrativa (ἀποδεικτικὴ) si es
verdadera y obtenida a través de los supuestos de principio (de su ciencia),
y será dialéctica, para el que averigua (pregunta), como pregunta acerca de

115 “We must first state the subject of our inquiry and the faculty to which it belongs: its subject
is demonstration and the faculty that carries it out demonstrative science”, en la version de
A. J. Jenkinson (1984) (A. J. J., en lo sucesivo). La traducción de Gredos habla de la “ciencia
demostrativa”, aunque me parece claro que Aristóteles se refiere a las ciencias demostrativas,
es decir, aquellas que usan el razonamiento demostrativo; así, en 84 a 10: “…en las ciencias
demostrativas, sobre las que versa esta investigación…” La traducción de Forster es “demon-
strative knowledge”.

68
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

la contradicción y, para el que argumenta (responde, silogísticamente) como


asunción de lo aparente y lo plausible, tal como se ha dicho en los Tópicos.
(An. Pr., 24a 23 - 24b 13)116

Esto sugiere que para el autor tanto el razonamiento demostrativo como


el razonamiento dialéctico arguyen silogísticamente (Kneale, 1972, p. 23),
aunque —como veremos— la teoría del silogismo es independiente de la
teoría de la demostración. En la parte final de la cita se retoma la distinción
establecida en los Tópicos: las premisas del silogismo demostrativo son ver-
daderas o deducidas de los primeros principios, mientras que las premisas
del razonamiento dialéctico son tomadas de lo aparente y lo plausible.
La forma de argumentar demostrativamente es presentada por Auben-
que, oponiéndola a la actitud del dialéctico (¡aunque en una situación
dialéctica!):

Llegamos aquí al corazón mismo de la oposición entre actitud científica y


actitud dialéctica: el sabio demuestra proposiciones, que, ciertamente, pue-
den ser objetadas por un adversario, pero corriendo este con la carga de
establecer, mediante una nueva demostración, la verdad de la contradicto-
ria; el dialéctico plantea problemas, que, en apariencia, sólo difieren de las
proposiciones por su forma interrogativa, pero que, en realidad, impiden al
que pregunta justificar los términos de la alternativa, y al que responde le
impiden asimismo justificar la elección de uno de los términos. (Aubenque,
1962/1974, pp. 179-180)

Recuérdese que esta distinción entre proposiciones y problemas provie-


ne de los Tópicos, donde, sin embargo, son tratados como proposiciones y
problemas dialécticos (pp. 13-14). El uso de términos como: el “adversario”
(que debe cargar con la demostración de la contradictoria de la proposi-
ción científica que pretende refutar), y de los roles dialécticos de “el que
pregunta” y “el que responde” sirven para mostrar, a la vez, la oposición
y la complementariedad de los razonamientos del “sabio” o científico (que

116 “The demonstrative premises differs from the dialectical, because the demonstrative premises
is the assertion of one of two contradictory statements (the demonstrator does not ask for his
premises, but lays it down), whereas the dialectical premises depends on the adversary’s choice
between two contradictories. But this will make no difference to the production of a syllogism
in either case; for both the demonstrator and the dialectician argue syllogistically after stating
that something does or does not belong to something else. Therefore a syllogistic premises
(…); it will be demonstrative, if it is true and obtained through the first principles of its science;
while a dialectical premises is the giving of a choice between two contradictories, when a man
is proceeding by question, but when he is syllogizing it is the assertion of that which is apparent
and generally admitted, as has been said in the Topics” (A. J. J.).

69
Pedro José Posada Gómez

demuestra) y los del dialéctico. El científico, ¿no se hace dialéctico al tener


que oponerse a un contradictor de sus proposiciones?
Sin embargo, Aubenque (1962/1974, p. 280) concluye más adelante que,
para Aristóteles: “El saber no puede progresar con seguridad más que por
medio de la demostración, y no por medio del diálogo; su marcha es, po-
dríamos decir, monológica y no dialéctica”. Apoya su idea en lo dicho por
Aristóteles al comienzo de los Analíticos I: “Demostrar no es preguntar, es
enunciar” (An. Pr. I, 1, 24a 24)117.
Aubenque otorga, con razón, la tarea del que hoy llamaríamos ‘lógico’
al sabio, al científico. Examinaremos más adelante esa forma de oposición
entre la ciencia y la dialéctica, y la pertinencia de la concepción aristotélica
para un tratamiento moderno de las relaciones entre la ciencia y la argumen-
tación. Recordemos, sin embargo, que para Aristóteles, la lógica o analítica
no es una ciencia, es un instrumento de la ciencia, cuando esta posee los
“primeros principios” y quiere demostrar que algo se deriva necesariamente
de ellos; y que esos primeros principios se obtienen por “comprobación” o
ἐπαγωγή.
¿Qué son estos “primeros principios” que sirven de punto de partida de
las demostraciones científicas? Responderlo adecuadamente exigiría expo-
ner la epistemología aristotélica. Aquí nos limitaremos a una aproximación
al concepto, y a sus relaciones con las premisas e hipótesis de los razona-
mientos lógicos.

2.5. Los primeros principios del razonamiento y de la demostración

Hemos visto cómo en los Tópicos (100 a 26) son definidos los razona-
mientos demostrativos como aquellos que “parten de cosas verdaderas y
primordiales, o de cosas cuyo conocimiento se origina a través de cosas
primordiales y verdaderas”. Y aclara inmediatamente que “son verdaderas
y primordiales las cosas que tienen credibilidad, no por otras, sino por sí
mismas”, dado que “en los principios del conocimiento no hay que inquirir
el por qué, sino que cada principio ha de ser digno de crédito por sí mismo”
(100 b 20). En el Libro VIII (subtítulo 3: Dificultad de los argumentos dia-
lécticos) Aristóteles señala que “es imposible demostrar nada sin empezar
por los principios adecuados y anudando la argumentación sin interrupción
hasta las últimas cuestiones” (158 a 37) y agrega un poco más adelante que
“las demás cosas se muestran por medio de éstas (los principios), mientras

117 En la versión de Candel (1982, p. 94) la frase citada se traduce: “pues el que demuestra no
pregunta, sino que asume”.

70
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

que éstas no es posible demostrarlas por medio de otras, sino que es necesa-
rio conocer cada una de ellas con una definición” (158 b).
Es claro que para Aristóteles los primeros principios son indemostra-
bles, pero se pueden establecer mediante la definición. Esta es presentada
en los Tópicos como uno de los cuatro “predicables”, al lado del género, el
accidente y lo propio. La definición “es un enunciado que significa el qué
es ser” (101 b 37)118. En el Libro VIII agregará que “es posible obtener por
razonamiento la definición y el qué es ser” (153 a 15). Sin embargo, en los
Analíticos II se distinguirá claramente entre definición y demostración.
En el Libro II de los Analíticos II (dedicado a la definición y la causa)
se plantea la diferencia entre la definición y la demostración. Si llegamos
a saber algo por demostración (o por comprobación) de ello no habrá defi-
nición (90 b 5-15), y viceversa: “no hay demostración de aquello de lo que
hay definición” (90 b 30), pues siendo las definiciones los principios de las
demostraciones “de los que se ha demostrado antes que no habrá demos-
traciones: o bien los principios serán demostrables y habrá también princi-
pios de los principios, y esto seguirá hasta el infinito, o bien las cuestiones
primeras serán definiciones indemostrables” (90 b 24-27). Así, para evitar
el regreso al infinito, Aristóteles distingue claramente a las definiciones de
las demostraciones: “Pues la definición lo es del qué es y de la entidad; las
demostraciones, en cambio, parecen presuponer y dar por sentado el qué
es” (90 b 31). Dicho de otro modo: “la definición indica qué es tal cosa, la
demostración, en cambio, indica que tal cosa es o no es con relación a tal
otra” (91 a).
En los Analíticos I (capítulo 27: Normas generales para la construcción
de razonamientos asertóricos) se plantea dónde buscar los principios co-
rrespondientes a cada cuestión planteada para la demostración:

Es preciso escoger las proposiciones acerca de cada cosa del siguiente modo:
primeramente el sujeto mismo y las definiciones y todo cuanto es propio de
la cosa en cuestión, y después de eso todo cuanto se deriva de la cosa y, a su
vez, aquello de lo que la cosa se deriva, y todo lo que no es admisible que
se dé en ella (…) Hay que distinguir también, de entre lo que se deriva, todo
lo que se predica en el qué es y todo lo que se predica como propio y todo
lo que se predica como accidental y, de eso, qué clase de cosas se predican
a título opinable y cuáles se predican con arreglo a la verdad… (43b 1-11)119

118 “A ‘definition’ is a phrase signifying a thing’s essence” (A. J. J.).


119 Compárese con Tópicos 105a 20-30, Libro I (13 a 17), donde Aristóteles explica cuatro medios
o instrumentos para construir los razonamientos dialécticos: 1. Tomar o elegir las proposicio-
nes (prótasis o premisas), 2. Distinguir los diferentes sentidos en los que se puede decir una
cosa, 3. Analizar las diferencias, y 4. Observar las semejanzas.

71
Pedro José Posada Gómez

Nótese, primero, que Aristóteles no habla de principios universales para


todo asunto por demostrar, sino del conocimiento de lo verdadero para cada
cosa o asunto; y, segundo, que la recomendación abarca por igual el campo
de los razonamientos demostrativos, que parten de la verdad, y el de los
dialécticos, que parten de lo opinable. Volveremos sobre esto en el siguiente
apartado.
Sin embargo, en el segundo capítulo (Ciencia y demostración) del Libro
I de los Analíticos II, que contiene la teoría de la demostración (científica),
presenta las características que han de tener los principios (premisas) de los
razonamientos científicos, ya abiertamente diferenciados de aquellos de los
razonamientos dialécticos:

A la demostración la llamo razonamiento científico (συλλογισμὸν


ἐπιστημονικόν, silogismo epistémico); y llamo científico a aquel razona-
miento (silogismo) en virtud de cuya posesión sabemos (ἐπιστάμεθα). Si,
pues, el saber es como estipulamos, es necesario también que la ciencia de-
mostrativa (ἀποδεικτικὴν ἐπιστήμην, episteme apodíctica) se base en co-
sas verdaderas (ἀληθῶν), primeras, inmediatas, más conocidas, anteriores,
y causales respecto de la conclusión: pues así los principios serán también
apropiados a la demostración. En efecto, razonamiento (συλλογισμὸς) lo
habrá también sin esas cosas, pero demostración (ἀπόδειξις) no: pues no
producirá ciencia (ἐπιστήμην)”. (71 b 17-25)120

Es claro que ya no se trata aquí de las premisas del silogismo en gene-


ral, sino de aquel que se caracteriza por ser demostrativo en una ciencia.
A semejanza de lo dicho en los Tópicos, Aristóteles distingue aquí entre
el razonamiento (silogismo) en general y el razonamiento demostrativo de
la ciencia (no se trataría precisamente de una “ciencia demostrativa”, sino
de la demostración científica, que parte de los principios de esa ciencia y
demuestra silogísticamente). Aristóteles dedica varias páginas a explicar el
sentido de estas seis características de las premisas del razonamiento cien-
tífico:
Así, pues, es necesario que aquellas cosas sean verdaderas (ἀληθῆ), porque
no es posible saber lo que no es, v.g.: que la diagonal es conmensurable.

120 “By demonstration I mean a syllogism productive of scientific knowledge, a syllogism, that is,
the grasp of which is eo ipso such knowledge. Assuming then that my thesis as to the nature of
scientific knowing is correct, the premisses of demonstrated knowledge must be true, primary,
immediate, better known than and prior to the conclusion, which is further related to them as
effect to cause. Unless these conditions are satisfied, the basic truths will not be ‘appropriate’
to the conclusion. Syllogism there may indeed be without these conditions, but such syllogism,
not being productive of scientific knowledge, will not be demonstration” (Mure, 1960/1997).

72
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Y que el razonamiento se base en cosas primordiales (πρώτων) no demos-


trables (ἀναποδείκτων) (…). Y han de ser causales (αἴτιά), más conocidas
(γνωριμώτερα) y anteriores (πρότερα): causales, porque sabemos cuando co-
nocemos la causa, y anteriores por ser causales, y conocidas precisamente no
sólo por entenderse del segundo modo, sino también por saberse que existen.
(71 b 23-33)121

Aclara Aristóteles que existen, por un lado, las cosas que son “anteriores
y más conocidas para nosotros”, que son más cercanas a la sensación, y a
las que llama singulares, y, por otro, las cosas que son “anteriores —‘por
naturaleza’— y más conocidas sin más”, “más lejanas” (a la sensación), a
las que llama universales (71 b 33- 72 a 5).
A continuación Aristóteles define: principio, proposición, proposición
dialéctica, proposición demostrativa, aserción y contradicción:

Partir de cosas primeras es partir de principios apropiados: en efecto, llamo a


la misma cosa primero y principio. El principio es una proposición inmedia-
ta de la demostración, y es inmediata aquella (proposición) respecto a la que
no hay otra anterior. La proposición es una de las dos partes de la aserción,
que predica una sola cosa acerca de una sola cosa: dialéctica la que toma
cualquiera de las dos partes, demostrativa la que toma exclusivamente una
de las dos, por ser verdadera. La aserción es cualquiera de las dos partes de la
contradicción; la contradicción es la oposición en la cual no hay intermedio;
una parte de la contradicción es la afirmación de algo acerca de algo, la otra,
la negación de algo respecto de algo. (72 a 6- 14)

Nótese que aquí la proposición dialéctica y la demostrativa surgen, am-


bas, de la contradicción (que es una premisa propia de la dialéctica), solo
que la segunda toma una de las dos aserciones de esta, por considerarla
verdadera, esto es, inmediata y primera. De ella se ocupa enseguida:

121 “The premisses must be true: for that which is non-existent cannot be known-we cannot know,
e.g. that the diagonal of a square is commensurate with its side. The premisses must be primary
and indemonstrable; [otherwise they will require demonstration in order to be known, since to
have knowledge, if it be not accidental knowledge, of things which are demonstrable, means
precisely to have a demonstration of them.] The premisses must be the causes of the conclu-
sion, better known than it, and prior to it; its causes, since we possess scientific knowledge of
a thing only when we know its cause; prior, in order to be causes; antecedently known, this
antecedent knowledge being not our mere understanding of the meaning, but knowledge of
the fact as well.” (…) La última frase es traducida por Forster: “…not merely in the one sense
that their meaning is understood, but also in the sense that they are known as facts” (Forster,
1960/1997, p. 31).

73
Pedro José Posada Gómez

Llamo principio inmediato de razonamiento a una tesis que no es posible


demostrar ni es necesario que tenga presente el que va a aprender algo; lo
que es necesario que tenga presente el que va a aprender cualquier cosa es la
estimación (ἀξίωμα). (72 a 15-17)

La diferencia entre “tesis” y “axioma” es funcional; recuérdese que en


los Tópicos (104 a 19-24) la ‘tesis’ es definida como “un juicio paradójico
de alguien conocido en el terreno de la filosofía (…); o aquellas cuestiones
acerca de las cuales tenemos algún argumento contrario a las opiniones ha-
bituales”. El axioma es una tesis que se considera como principio estableci-
do de un saber o ciencia. Es un caso especial de los “principios inmediatos
de razonamiento”, “tesis que no es posible demostrar, ni es necesario que
tenga presente el que va a aprender algo”.
Ahora bien, cuando se asume (para examinarla) una u otra de las dos par-
tes de la contradicción, la tesis se denomina hipótesis; en cambio, cuando
se postula una de las dos partes de la contradicción, la tesis es equivalente a
una definición (72 a 18-22). Y recuérdese una cita anterior en la que se dijo
que las “cuestiones primeras serán definiciones indemostrables” (90 b 27).
Así, pues, la tesis presenta —o supone— una contradicción. En el ar-
gumento didáctico, del que enseña a otro los principios de una ciencia, la
tesis se convierte en un axioma. Cuando el dialéctico presenta su tesis pue-
de hacerlo demostrativamente, postulando como verdadera la tesis (o es-
tableciéndola como definición) o críticamente (examinando), asumiendo,
a modo de hipótesis, una u otra de las dos alternativas de la contradicción.
El dialéctico erístico defenderá, en cada caso, una u otra de las alternativas,
pretendiendo ser concluyente en ambos casos.
En el Libro V (Δ) de la Metafísica, que es una especie de glosario de tér-
minos, Aristóteles da seis acepciones distintas del concepto de “principio”
(Ἀρχὴ). La última de ellas se refiere a los principios de la demostración:
“… también recibe el nombre de principio aquello por lo que se viene en
conocimiento de una cosa, y se llama igualmente principio de esta cosa,
por ejemplo, las premisas o hipótesis son principios de las demostraciones”
(Met. 1013 a, 15)122.

122 La continuación de esta cita generaliza lo común a los distintos sentidos de “principio”: “Las
causas se toman en tantas acepciones como los principios, pues todas las causas son principios.
Por consiguiente, es común a todos los principios el ser el punto de partida desde el que una
cosa es, se hace o se conoce. (…) Por esta razón son principio la naturaleza, los elementos, el
pensamiento, la voluntad, la sustancia. Y en el mismo caso está la causa final…” (Met. 1013 a,
15-21).

74
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Para terminar este apartado, se menciona un problema, más epistemo-


lógico que lógico, relacionado con el origen, en el razonamiento por com-
probación (epagogé o inducción), de las premisas que son principios del
silogismo demostrativo.
El tema aparece en los dos libros de los Analíticos II (Libro I, capítulo
18: La sensación, requisito de toda ciencia y en el capítulo final del Libro
II, 19: La aprehensión de los principios). En el primero, Aristóteles afirma
que:

(…) aprendemos por comprobación o por demostración (ἀποδείξει), y la


demostración parte de las cuestiones universales, y la comprobación, de las
particulares, pero es imposible contemplar (θεωρῆσαι) los universales si no
es a través de la comprobación (puesto que, incluso las cosas que se dicen
procedentes de la abstracción (ἀφαιρέσεως) solo será posible hacerlas cog-
noscibles mediante la comprobación de que en cada género se dan algu-
nas…), ahora bien, es imposible comprobar sin tener la sensación. En efecto,
la sensación lo es de los singulares: pues no cabe adquirir directamente cien-
cia de ellos; ni cabe adquirirla a partir de los universales sin comprobación,
ni a través de la comprobación sin sensación. (81 a, 40- 81 b 9)

Así, el orden del conocimiento que se plantea es: sensación (de los sin-
gulares) → comprobación → universales.
En el capítulo final del Libro II de los Analíticos II, el tema se plantea
desde el marco de una teoría general del conocimiento: se parte recordando
que “no cabe saber mediante demostración si uno no conoce los princi-
pios inmediatos”, y surge la pregunta sobre si tales principios los poseemos
de modo innato o los adquirimos. Aristóteles rechaza la primera opción, y
justifica la segunda haciendo un recorrido argumental que empieza con la
tesis de que todo ser vivo posee “una facultad innata para distinguir, que se
llama sentido”, aunque solo en algunos se produce “una persistencia de la
sensación”, y “al sobrevivir muchas sensaciones (de algún tipo), surge ya
una distinción, de modo que en algunos surge un concepto, a partir de la
persistencia de tales cosas”.
Aristóteles resume su teoría: “del sentido surge la memoria,…, y de la
memoria repetida de lo mismo, la experiencia: pues los recuerdos múltiples
en número son una única experiencia. De la experiencia o del universal
todo que se ha remansado en el alma (…) surge el principio del arte y de la
ciencia” (99 b, 20 - 100 a, 9). Y concluye un poco más adelante: “está claro,
entonces, que nosotros, necesariamente, hemos de conocer por comproba-

75
Pedro José Posada Gómez

ción, pues así es como la sensación produce en nosotros lo universal” (100


b, 3-5)123.
T. Gomperz resume en un párrafo este capítulo final de los Analíticos II:

Hacia el final de su principal obra lógica, irrumpe una imagen bella y signi-
ficativa. Así como al producirse un contraste en el campo de batalla un gue-
rrero valeroso, luego un segundo, un tercero y otros cada vez más numerosos
cierran filas, así a la primera imagen consistente de una impresión sensible
recibida se agrega una segunda, una tercera y así sucesivamente, hasta que
de la suma de estas percepciones ya no fugitivas se eleva el edificio completo
de una experiencia. Es de la percepción de donde surge en primer lugar el
recuerdo, y de éste, luego de múltiples repeticiones, la experiencia. De ésta
a su vez, o de todo “universal que como unidad surge de lo múltiple y toma
consistencia en el alma”, resultan el arte y la ciencia; entendiéndose como
ciencia la teoría pura, como arte la teoría aplicada a la práctica. Expresa-
mente declara el filósofo a tal propósito que es la “percepción sensible” la
que produce los conceptos generales, y que “todos los primeros conocimien-
tos” los adquirimos de necesidad por “inducción”. Esta vez, el asclepíade ha
triunfado sobre el platónico en Aristóteles. (Gomperz, 2000, p. 68)

En los ejemplos que Aristóteles da en las líneas previas al texto citado se


verifica que hay una presencia de lo universal en la sensación de lo singu-
lar, presencia que el razonamiento por comprobación se limita a explicitar.
Esto justifica la traducción de M. Candel del término ἐπαγωγή por “com-
probación”, en vez del tradicional “inducción”, e impide una interpretación
meramente empirista de la epistemología aristotélica (Candel, Trad., 1982,
p. 439, n. 311). La aclaración de este tema, y la pertinencia del concepto
peirciano de abducción, escapan a los límites de esta tesis.
Recordemos, además, que la epistemología aristotélica considera a la
intuición (νοῦς) como el momento esencial de la ciencia, como lo señala en
el párrafo final del capítulo que estamos reseñando:

(…) puesto que de los modos de ser relativos al pensamiento por los que
poseemos la verdad, unos no son siempre verdaderos y están expuestos a
incurrir en lo falso, v. g.: la opinión y el razonamiento, mientras que la cien-
cia y la intuición son siempre verdaderas, que ningún otro género de saber
es más exacto que la intuición (…) no habrá ciencia de los principios (…),
habrá intuición de los principios (…) la intuición será el principio de la cien-
cia. (100 b 5- 15)

123 “Thus it is clear that we must get to know the primary premisses by induction; for the method
by which even sense-perception implants the universal is inductive” (Mure, 1960/1997).

76
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

2.6. Los vínculos entre dialéctica y analítica

Hemos visto cómo el razonamiento demostrativo es presentado en los


Tópicos como un tipo de argumento dialéctico, y se ha mostrado que la
caracterización del silogismo apodíctico aparece en un contexto dialéctico;
puntualicemos mejor cómo aparece la dialéctica en la presentación del ra-
zonamiento analítico, demostrativo y científico.
En los Analíticos I (capítulos 29 y 30), después de explicar cómo se
demuestra en los razonamientos hipotéticos, Aristóteles afirma que de ese
mismo modo se procede en los “razonamientos necesarios y en los admisi-
bles: pues la investigación será la misma y el razonamiento será mediante
los mismos términos, colocados en el mismo orden, tanto para el ser admi-
sible como para el darse” (45 b 27-30).
Los razonamientos necesarios lo son por dar cuenta de lo que verdadera-
mente se da (lo que es el caso); los razonamientos admisibles incluyen las
cosas que “sin darse, es posible que se den” (45 b 32).
Así mismo, en el inicio del capítulo 30 (Búsqueda del término medio en
las diversas disciplinas), donde se postula la universalidad aplicativa del
método silogístico, se incluye a los razonamientos dialécticos:

(…) el método para todos los casos es el mismo, tanto en lo tocante a la filo-
sofía como a cualquier arte y disciplina: pues es preciso contemplar lo que se
da y aquello en lo que se da respecto a cada uno de los dos términos y tener
la mayor abundancia posible de ello, y estudiar esto a través de los tres tér-
minos, destruyendo de tal manera y estableciendo de tal otra; partiendo de lo
que está bien perfilado que se da en verdad (κατ› ἀλήθειαν) cuando se trata
de razonar en verdad; partiendo, en cambio, de las proposiciones opinables
(κατὰ δόξαν) para los razonamientos dialécticos. (46 a 3-10)124

Y no solo se trata de que los razonamientos dialécticos se rijan por las


mismas reglas del silogismo, sino que, además, la tarea de la demostración
es presentada como la del dialéctico que trata de “establecer” o “destruir”
(refutar) los argumentos del contrario.

124 “The method is the same in all cases, in philosophy, in any art or study. We must look for the
attributes and the subjects of both our terms, and we must supply ourselves with as many of
these as possible, and consider them by means of the three terms, refuting statements in one
way, confirming them in another, in the pursuit of truth starting from premisses in which the
arrangement of the terms is in accordance with truth, while if we look for dialectical syllogisms
we must start from probable premisses” (Jenkinson, Trad., 1984).

77
Pedro José Posada Gómez

La misma delimitación entre lo verdadero y lo opinable está en la base de


la clasificación, ya mencionada, de los principios como necesarios y admi-
sibles en los Analíticos II: “Además, unos principios son necesarios, otros,
en cambio, admisibles” (88 b 8)125.
En el capítulo 23 del Libro II de los Analíticos I, dedicado a la compro-
bación, Aristóteles afirma:

Ahora habría que decir que no sólo los razonamientos dialécticos y demos-
trativos se forman a través de las figuras antes explicadas, sino también los
retóricos y, sin más, cualquier argumento convincente y con cualquier méto-
do. Pues de todas las cosas tenemos certeza, bien a través de un razonamien-
to, bien a partir de la comprobación. (68 b 10-15)

Y pasa a mostrar que tanto el razonamiento por comprobación como


aquel por mero silogismo consisten en probar mediante alguna de las figu-
ras del silogismo. Lo que me interesa resaltar es la afirmación general de
la aplicabilidad del método silogístico en la dialéctica, la apodíctica y la
retórica. Aunque la crítica posterior ha señalado el exceso de optimismo de
Aristóteles al pretender que la comprobación (en el sentido de inducción) es
un razonamiento probatorio. Así lo señala M. Candel:

Este pasaje (68 b 15-29) es el que ha dado origen a la interpretación tradi-


cional de la inducción como un proceso discursivo simétrico del deductivo:
“demostración” de lo universal a partir de lo singular. La responsabilidad
de ese equívoco, ajeno a la teoría epistemológica aristotélica, corresponde
al propio Aristóteles, a su euforia de descubridor de un instrumento nuevo,
a su gusto por estirar más de la cuenta, aunque sólo sea metafóricamente, la
aplicación de ese instrumento del pensamiento: el silogismo…”. (Candel,
Trad., 1982, p. 288, n. 448)126

Es importante anotar que en este mismo apartado Aristóteles hace una


distinción formal entre la comprobación y el silogismo demostrativo. Des-
pués de afirmar (en 68 b 15) que “la comprobación y el razonamiento con-
sisten en probar, a través de uno de los extremos, que el otro se da en el
medio”, dirá más adelante:

125 ἔτι αἱ ἀρχαὶ αἱ μὲν ἐξ ἀνάγκης, αἱ δ᾽ ἐνδεχόμεναι.


126 Tal optimismo exagerado de Aristóteles parece reflejarse también en su afirmación de 45 b 35-
40: “Es pues evidente (…) no solo que cabe que todos los razonamientos se formen por esta
vía, sino también que por otra vía es imposible (…) se ha demostrado que todo razonamiento
se forma a través de alguna de las figuras anteriormente explicadas…”.

78
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

(…) de aquello de lo que hay medio, la prueba por razonamiento es a través


del medio; de aquello de lo que no lo hay, es a través de la comprobación. Y
en cierto modo la comprobación se opone al razonamiento: pues éste prueba
el extremo superior respecto al término tercero a través del medio; aquella,
en cambio, prueba el extremo superior respecto al medio a través del tercero.
Así, pues, es anterior y más conocido el razonamiento a través del medio,
pero es más diáfano para nosotros el razonamiento a través de la comproba-
ción”. (68 b 30-38)

La clave de esta distinción está en la función del término medio. Función


que no es meramente formal. Pues, como lo anota R. Blanché (1970, p. 79),
en su reflexión sobre la concepción aristotélica de la inducción y la deduc-
ción: “(el silogismo por epagogé) no es un verdadero silogismo… su térmi-
no medio no lo es más que desde un punto de vista lógico, no es el término
medio real, el término medio según la naturaleza (…)”, pues el verdadero
término medio es aquel que muestra la causa.
En el primer capítulo de los Analíticos II, después de mostrar que “toda
enseñanza y todo aprendizaje por el pensamiento (tanto las ciencias como
las artes) se producen a partir de un conocimiento preexistente”, Aristóteles
pasa a mostrar que algo semejante ocurre con los distintos tipos de argu-
mentos (λόγων). Se refiere al tipo de ‘argumentos dialécticos’ que estudió
en los Tópicos: los razonamientos que proceden o bien por “razonamiento”
o silogismo (demostrativo-deductivo) o bien por “comprobación” o “induc-
ción” (ἐπαγωγή):

De manera semejante en el caso de los argumentos, tanto los que proce-


den mediante razonamientos como los que proceden mediante comproba-
ción; pues ambos realizan la enseñanza a través de conocimientos previos:
los unos (los primeros), tomando algo como entendido por mutuo acuerdo
(como autorizado por un auditorio inteligente); los otros (los segundos), de-
mostrando (proveyendo) lo universal a través del hecho de ser evidente lo
singular. (…) de la misma manera convencen también los argumentos retó-
ricos: pues o bien convencen a través de ejemplos, lo cual es una forma de
comprobación, o bien a través de razonamientos probables (entimemas), lo
cual es una forma de razonamiento (silogismo). (71 a 4-12)127

127 Sigo la traducción de Candel (1982), agregando entre paréntesis otras traducciones. La de E.
S. Forster (1997) dice: “Similarly too with logical arguments, whether syllogistic or inductive;
both effect instruction by means of facts already recognized, the former making assumptions as
though granted by an intelligent audience, and the later proving the universal from the self-evi-
dent nature of the particular. The means by which rhetorical arguments carry conviction are just
the same; for they use either examples, which are a kind of induction, or enthymemes, which
are a kind of syllogism”.

79
Pedro José Posada Gómez

Se señala la presencia de los argumentos dialécticos (por silogismo de-


mostrativo o por comprobación) en la Retórica128, incluyendo una presen-
tación de los razonamientos deductivos, ahora, simplemente, como razo-
namientos cuyos principios son aceptados por un auditorio autorizado. La
ἐπαγωγή (comprobación o inducción) tiene una presentación más formal
(permite llegar a lo universal que está implícito en lo particular129). En este
texto, lo mismo que en los Tópicos, los razonamientos demostrativos tienen
en común con los dialécticos y los retóricos: 1. Partir de premisas ya acep-
tadas, y 2. El estar dirigidos a algún tipo de auditorio.

2.7. Consideraciones finales sobre la lógica aristotélica


(la diferencia entre el silogismo válido y el demostrativo)

Las consideraciones anteriores permiten constatar que:


1. La “lógica”, “analítica” o “apodíctica” aristotélica surge como una am-
pliación o especificación del estudio del razonamiento iniciado en los
Tópicos; es decir, en la dialéctica aristotélica.
2. Aristóteles mantiene una perspectiva dialéctica a lo largo de su presen-
tación del razonamiento analítico.
3. Cuando descubre el silogismo apodíctico, Aristóteles lo considera como
un instrumento aplicable a todo tipo de razonamiento: dialéctico, de-
mostrativo o retórico.

Un último problema queda pendiente por elucidar: ¿es consciente Aristó-


teles del carácter formal del razonamiento apodíctico, como algo separable
del valor epistémico de las premisas que lo forman?
Aunque hemos visto que autores como Bochenski no dudan en respon-
der afirmativamente a esta pregunta, no se ha encontrado en el texto indica-
ciones precisas de que tal sea el caso.

La traducción de G. R. G. Mure, contiene matices interesantes: “and so are the two forms of
dialectical reasoning, syllogistic and inductive; for each of these latter make use of old knowl-
edge to impart new, the syllogism assuming an audience that accepts its premisses, induction
exhibiting the universal as implicit in the clearly known particular. Again, the persuasion ex-
erted by rhetorical arguments is in principle the same, since they use either example, a kind of
induction, or enthymeme, a form of syllogism” (Mure, 1960/1997).
128 Que se analiza con más detalle en el capítulo 3 de esta obra: “La retórica como antistrofa de la
dialéctica”.
129 En términos peircianos, permite abducir que un hecho X es un caso de una regla.

80
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Un dato a favor de la respuesta afirmativa es el hecho de que Aristóteles


considere, en el Libro II de los Analíticos I, el caso de razonamientos váli-
dos con premisas falsas y conclusión verdadera. Veamos:

Es posible, pues, que ocurra de tal manera que sean verdaderas las propo-
siciones (προτάσεις) de las que surge el razonamiento (συλλογισμός), es
posible que ocurra de tal manera que sean falsas y que una sea verdadera
y la otra falsa. Ahora bien, la conclusión será por fuerza verdadera o falsa.
Así, pues, a partir de cosas verdaderas no es posible probar por razonamiento
(συλλογίσασθαι) algo falso, en cambio, a partir de lo falso es posible probar
lo verdadero, sólo que no el porqué (διότι), sino el qué (ὅτι): en efecto, el
razonamiento (συλλογισμός) del porqué (διότι) no surge a partir de cosas
falsas… (53 b 5-10)

Aristóteles establece aquí las condiciones formales del silogismo válido.


Rechazando claramente que pueda ser válido un silogismo con premisas
verdaderas y conclusión falsa, aunque sí puede serlo uno con premisas fal-
sas y conclusión verdadera. Como ejemplo de este último caso da un silo-
gismo de la forma:

Si A (animal) se da en todo B (piedra) y


B (piedra) se da en todo C (hombre),
Entonces: A (animal) se da en todo C (hombre). (53 b 30-35)130

Pero el asunto interesante es que Aristóteles considera que este tipo de


silogismo, siendo válido, no prueba el porqué sino apenas el qué. ¿Qué
significa esto? La respuesta está en el capítulo 13 del Libro I de los Analíti-
cos II (El conocimiento del hecho y de la causa). Allí dice que:

Es diferente saber el qué y saber el porqué131, (…) de dos modos: uno, si el


razonamiento no se produce a través de proposiciones inmediatas (pues no
se toma la causa primera, y la ciencia del porqué es con arreglo a la causa
primera); de otro modo, si es a través de proposiciones inmediatas, pero no
a través de la causa, sino del más conocido de los términos invertidos. En
efecto, nada impide que el más conocido de los predicados recíprocos sea a
veces lo que no es causa, de modo que la demostración será a través de él;
v.g.: que los planetas están cerca porque no titilan. Sea, en lugar de C, pla-
netas, en lugar de B no titilar, en lugar de A estar cerca. Entonces es verda-
dero decir B acerca de C: pues los planetas no titilan. Pero también A acerca

130 Puesto en la forma típica: “Si toda piedra es un animal, y todo hombre es una piedra; entonces,
todo hombre es un animal” (silogismo barbara de la primera figura).
131 Mure traduce: “Knowledge of the fact differs from knowledge of the reasoned fact”.

81
Pedro José Posada Gómez

de B: pues lo que no titila está cerca; y esto acéptese por comprobación o


por percepción. Así, pues, es necesario que A se dé en C, de modo que se ha
demostrado que los planetas están cerca. Este es, por tanto, el razonamiento,
no del porqué sino del qué: pues no están cerca por no titilar, sino que, por
estar cerca, no titilan. Pero cabe también demostrar lo uno por lo otro, y será
la demostración del porqué; v.g.: sea C planetas, en lugar de B estar cerca,
y de A no titilar; entonces también se da B en C y A en B, de modo que tam-
bién en C se da A. Y es el razonamiento del porqué: en efecto, se ha tomado
la causa primera. (78 a 22- 78 b 3)

Traducidos a su forma típica, los dos silogismos considerados por Aris-


tóteles podrían expresarse así:
1. Para el razonamiento del qué:
“Todo B (no titilar) es un A (estar cerca)
Todo C (planetas) es un B (no titilar)
Luego: Todo C (planetas) es un A (estar cerca)”

2. Para el razonamiento del porqué:


“Todo B (estar cerca) es A (no titilar)
Todo C (planetas) es B (estar cerca)
Luego, todo C (planetas) es A (no titilar)”

En el silogismo 1 se ha “demostrado” que los planetas están cerca por-


que (B) no titilan (a partir de la observación de que los astros que no titilan
están cerca); en el silogismo 2 se ha demostrado que los planetas no titilan
porque (B) están cerca. Aristóteles considera que solo el segundo silogismo
es realmente demostrativo, pues en él el término medio (B) permite señalar
la causa primera del fenómeno en cuestión. En el primero, el término medio
“no titilar” permite llegar a concluir que “Los planetas están cerca”; en el
segundo, el término medio, “estar cerca”, permite concluir que (señalar la
causa de que) “los planetas no titilan”. Valga agregar que los dos silogismos
corresponden a formas lógicamente válidas.
Así, pues, la preferencia de Aristóteles por la segunda forma corresponde
a su particular interés en el silogismo demostrativo de las ciencias, en el
que el término medio debe señalar la causa primera, es el razonamiento del
porque. La primera forma, no obstante ser lógicamente válida (se forma a
través de proposiciones inmediatas) no señala la causa de que la conclusión
sea válida. “No titilar” no es la causa de que los planetas estén cerca, como
afirma el silogismo uno; sino que podemos explicar que los planetas no titi-
lan a causa de que están cerca.

82
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Y a eso hace referencia cuando distingue los silogismos válidos con pre-
misas falsas y conclusión verdadera, que serían razonamientos del qué, del
resto de silogismos válidos —que sí podrían expresar el porqué—. Las ra-
zones, pues, de Aristóteles para preferir el silogismo demostrativo sobre el
meramente válido, no son de naturaleza lógica, sino epistemológica (no son
sintácticas, sino que dependen de una concepción semántico-pragmática del
razonamiento y de la verdad). Así lo afirma en el capítulo 6 del Libro I de
los Analíticos II: “… el que no tiene explicación del porqué, aun siendo
posible la demostración, no tiene ciencia…” (74 b 28). Podría objetarse
que aquí Aristóteles está pensando en un tipo de ciencia empírica o de la
naturaleza, pero lo que me interesa resaltar es la separación implícita entre
“demostración” y “ciencia”.

83
Capítulo 3

La retórica como antistrofa de la dialéctica

En este capítulo me propongo dilucidar las relaciones entre la dialéctica


y la retórica en la obra de Aristóteles. En primer lugar haré un breve recuen-
to de lo que fue la retórica antigua, desde Corax y Tisias, pasando por los
sofistas e Isócrates, hasta Platón, para concentrarme enseguida en la versión
aristotélica de la misma y enfatizar sus vínculos con la dialéctica presentada
en los Tópicos y las Refutaciones sofísticas.

3. 1. Sobre los inicios de la reflexión sobre la retórica hasta Platón

Emmanuelle Danblon (2005, pp. 13-24) en el primer capítulo de su libro


La fonction persuasive - Anthropologie du discours rhétorique: origines
et actualité, distingue tres tipos de usos eficaces de la palabra en la época
antigua: la eficacia de la palabra mágica, la eficacia de la palabra ritual y la
eficacia de la palabra retórica. Caracterizados en forma sintética, el primero
corresponde a la palabra de un orador con autoridad natural o sobrenatural,
situado en una relación asimétrica con su auditorio y que con su discurso se
dirige a la acción, orientando su realización eficaz; el segundo es el uso de
un orador cuya autoridad ha sido ritualizada, que se dirige a una asamblea
concretamente reunida, y cuyo discurso vale como condición de la acción, y
que muestra su eficacia en el marco del ritual como condición de su realiza-
ción eficaz; en fin, el tercero, el uso de la palabra eficaz en la retórica, parte
de un orador cuya autoridad es convencional, plantea una relación simétrica
con su auditorio (en la medida en que este es libre de adherir o no al discur-
so) y se realiza mediante un discurso en el que la deliberación y la decisión
Pedro José Posada Gómez

parten de una representación de la acción; es decir, muestra su eficacia en la


persuasión como condición previa del paso a la acción.
Este marco antropológico sirve a la vez para caracterizar algunos aspec-
tos de la retórica, como un tipo especial entre los discursos humanos que
buscan la eficacia de la palabra, y permite sospechar de la permanencia en
la retórica de algunos aspectos mágicos y rituales que, como veremos, han
sido detectados en las concepciones de Gorgias y del mismo Platón.
Desde una perspectiva distinta (aunque en parte complementaria) Olivier
Reboul (1984/1990, pp. 9-14), en su texto La Rhétorique, ha distinguido las
“tres fuentes de la retórica griega”, a saber: la práctica judicial, la literatura
y la filosofía. La primera se puede rastrear hasta los orígenes sicilianos de
la retórica, con Corax y Tisias, quienes, como es sabido, alrededor del 460
a.n.e., redactaron los primeros manuales de la técnica retórica, orientados
a la práctica judicial de los reclamos de tierras injustamente expropiadas.
La segunda fuente, la literaria, se hace manifiesta en el estilo de Gorgias,
cuando en el 427 a.n.e. pronunció un célebre discurso ante la asamblea de
los atenienses, lo que le valió ser considerado como el padre del género
epidíctico, además de ser el propugnador de la prosa literaria en la retórica,
heredera de la poesía lírica. La fuente filosófica de la retórica corresponde
a la práctica y la enseñanza de los sofistas (tal vez una antifilosofía, sugiere
Reboul), especialmente a partir de Protágoras de Abdera, cuyas enseñanzas
se impusieron en Atenas desde el 450 a.n.e. Pues las lecciones de elocuencia
de los sofistas comprendían (Reboul, 1984/1990, pp. 13-14): 1. La lectura
pública de discursos (preferiblemente de memoria); 2. Los debates de im-
provisación sobre cualquier asunto; 3. La crítica de los poetas (Homero,
Hesiodo, etc.); y 4. La erística, o arte de la discusión, que, a su vez, com-
prendía: a. La búsqueda de las razones, en pro y en contra; b. El interroga-
torio reglamentado, para dominar al adversario; c. Los “sofismas” (como
probar que lo negro es blanco, pues el etíope, siendo negro, tiene dientes
blancos); y d. Los tópicos o lugares comunes. Nótese que en este inventario
del pénsum sofístico están mezclados los asuntos propiamente retóricos (1
y 2) con los dialécticos (3 y 4).
Actualmente existen numerosos estudios sobre los sofistas y las edicio-
nes de sus escritos. Desde Les Sophistes de Eugène Dupréel (1948), hasta
el texto de Jacqueline de Romilly: Les grands Sophistes dans l’Athènes de
Périclès (1988), pasando por Sofistas. Testimonios y fragmentos (Melero,
1996) que se basa en el clásico de Diels-Kranz: Fragmente der Vorsokra-
tiker (que ha tenido numerosas reediciones revisadas desde 1951). Para
nuestro propósito nos limitaremos a algunas breves notas sobre Protágoras
y Gorgias, posiblemente los más importantes representantes de la primera

86
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

generación de sofistas, que influyeron, por contraste, en la concepción pla-


tónica de la retórica.
En la edición de Sofistas. Testimonios y fragmentos, el traductor hace una
importante nota sobre el uso del concepto “sofista”:

(...) Kerferd, “The Image of the Wise Man in Greece in the Period before
Plato”… ha mostrado convincentemente que la explicación tradicional de
la evolución del término, desde un sentido concreto (habilidad en un arte
particular) a uno abstracto (sabiduría científica, teórica o filosófica) es falsa
y depende de la esquematización aristotélica que procede de lo particular
a lo universal. De hecho, en el período clásico sophia y sus derivados se
aplicaban al conocimiento sobre los dioses, el hombre o la sociedad, que
los poetas, los videntes y los sabios poseían, un conocimiento no accesible
al común de los mortales. Desde comienzos del siglo V sophistés se aplica
a muchos de estos antiguos sabios —Homero, Hesiodo, Orfeo, rapsodas,
adivinos, los siete sabios, los filósofos presocráticos, Prometeo—. Es a esta
noble tradición a la que Protágoras y los sofistas desean asociarse... (Melero,
1996, p. 11, n. 2)

Es bien conocido el aforismo de Protágoras que le ha valido el califica-


tivo de relativista y escéptico: “El hombre es la medida de todas las cosas,
de las que son en tanto que son y de las que no son en tanto que no son”. E.
Danblon muestra que la interpretación “posmoderna” de la frase de Protá-
goras, inscrita en cierta rehabilitación de los sofistas, hace de ella un relati-
vismo radical según el cual,

(…) la realidad en su conjunto depende, para existir, de una decisión o de


una intervención humana, que aquí se manifiesta bajo la forma de una mi-
rada, de un discurso o de un pensamiento. Dicho de otro modo, no habría
realidad independiente de la presencia humana. Tal lectura relativista radical
tiende a reducir el conjunto de la naturaleza a las convenciones. Desde esta
visión de las cosas, todo es convencional: tanto los principios y las deci-
siones como la luz del día y las estaciones que pasan. La reducción de los
hechos a las convenciones reproduce en el espejo la reducción que opera
el discurso mágico pegando las convenciones sobre los hechos. Donde los
unos no ven nada más que convenciones, los otros no ven nada más que los
hechos naturales. Así, paradójicamente, las dos interpretaciones del mun-
do, mágica o relativista, vienen a vehicular una concepción muy próxima
del lenguaje. En las dos concepciones, en efecto, aquel preside la creación
del conjunto de la realidad, enteramente natural para los unos, enteramente
social para los otros. Sin embargo, ya sea que la reducción se produzca de
la ley a la naturaleza o de la naturaleza a la ley, ella impide mantener esa

87
Pedro José Posada Gómez

distinción neta entre los hechos y las convenciones que no obstante parece
ser uno de los avances fundamentales que debemos al pensamiento sofístico.
(Danblon, 2005, pp. 26-27)132

También muestra Danblon que E. Dupréel ha propuesto una interpreta-


ción más matizada de la sentencia de Protágoras:

Según él [Dupréel], hay que ver en el aforismo de Protágoras sobre el hom-


bre-medida una reflexión sociológica sobre el hecho de que el hombre deci-
de sobre la realidad social, así la naturaleza siga siendo asunto de los dioses.
La lectura de Dupréel tiene además la ventaja de tener en cuenta la letra del
texto griego. En efecto, Protágoras designa las “cosas” en cuestión mediante
un término que no se dirige a la naturaleza misma sino a las cosas que suce-
den, es decir, a las convenciones, decisiones, principios y valores; en breve,
a todo lo que compete a la realidad social, es decir, la trama de lo que se
construye entre los hombres reunidos en asamblea. Desde esta perspectiva,
habría que ver en Protágoras a uno de los primeros teóricos de la realidad
social, realidad que se construye y se mejora a partir del marco retórico en el
que los sofistas fueron los primeros profesores. (Danblon, 2005, p. 27)

Esta interpretación de Dupréel es además consecuente con las palabras


que Platón pone en boca de Protágoras:

Los otros, en efecto, echan a perder a los jóvenes. Porque a ellos, que han
huido de los saberes técnicos, los conducen y ponen, en contra de su volun-
tad, en manos de otras técnicas, enseñándoles cálculo, astronomía, geome-
tría y música (...) En cambio, el que llega a mi escuela no aprenderá nada
más que aquello por lo que a ella viene. Y esa ciencia consiste en un decidir
correctamente sobre los bienes familiares —el modo de administrar de la
mejor manera la casa propia— y sobre los asuntos de la ciudad —cómo
obrar y hablar sobre los asuntos de la ciudad del modo más eficaz posible—.
(Protágoras, 318d)

Para el caso de Gorgias de Leontinos nos limitaremos a algunos comen-


tarios sobre un fragmento de su conocido texto Sobre lo que no es o sobre
la naturaleza, que en la versión de Sexto Empírico (Contra los matemáticos
VII 65 ss.) dice:

(...) en el libro intitulado Sobre lo que no es o sobre la naturaleza desarrolla


tres argumentos sucesivos. El primero es que nada existe; el segundo, que,
aún en el caso de que algo exista, es inaprehensible para el hombre; y el

132 La traducción de este y del siguiente fragmento es mía.

88
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

tercero, que, aún cuando fuera aprehensible, no puede ser comunicado ni


explicado a otros. (Melero, 1996, pp. 115-116)133

El traductor de Sofistas: Testimonios y Fragmentos, Antonio Melero Be-


llido, introduce una larga nota aclaratoria sobre el texto de Gorgias, que
retomamos en sus principales puntos:

El contenido de la obra de Gorgias nos ha llegado en dos versiones doxográ-


ficas: la que nos ofrece Sexto Empírico y otra, obra de un anónimo autor del
tratado pseudoaristotélico De Melisso, Xenophane, Gorgia. El valor de cada
una de las dos versiones ha sido muy discutido. Diels, por ejemplo, conside-
ró el tratado De Melisso... como un ensayo, escrito en el siglo I d. C., obra
de un filósofo ecléctico, con conocimientos de la lógica y del sistema aris-
totélico, pero poco versado en filosofía antigua. Gigon, por el contrario, lo
consideraba salido de la pluma de un peripatético perteneciente a la primera
generación de la escuela. Se ha mantenido que ambas versiones proceden de
un resumen de la obra de Gorgias, debido a Teofrasto. Por lo general, existe
hoy la tendencia a considerar el tratado De Melisso... superior al resumen de
Sexto, por su mayor precisión y por ofrecer argumentos que faltan en aquél,
si bien el texto, en algunos pasajes, está muy deteriorado. (...) dupréel (Les
Sophistes, págs. 63 ss.) considera, no sin razón, que, si bien el resumen de
Sexto está distorsionado por el deseo de éste de presentar a Gorgias como un
escéptico negador del criterio, «il est plus facile d’ apercevoir l’idée générale
de l’oeuvre chez Sextus que dans le résume anonyme». Cuestión distinta
es la de la interpretación de la obra gorgiana. Un resumen de la cuestión
puede leerse en el excelente trabajo de H. J. newiger (Untersuciningen zu
Gorgias’s Schrift über das Nichtseiende, Berlín, 1973, págs. 1-8), que con-
sidera el tratado un ataque contra el eleatismo, fruto de la evolución intelec-
tual del sofista desde su primer período «físico» a su dedicación definitiva
a la retórica: una vez que el mundo del Ser se ha disuelto en una apariencia
inexistente, Gorgias se esfuerza por que la apariencia aparezca en el espíritu
de sus oyentes como Ser. Pueden distinguirse dos grandes líneas interpreta-
tivas. Para unos el tratado no es más que un juego o ejercicio retórico (así
gomperz, «Sophistik und Rhetorik», en Sophistik, ed. classen, págs. 21 ss.;
guthrie, Historia de la filosofía griega III, pág. 197, n. 45; dodds, Plato’s
Gorgias, pág. 8). Otros han visto en el tratado un ataque al Ser uno e inmu-
table de los eleáticos, sin que ello signifique necesariamente ninguna profe-
sión de nihilismo. Contra el pretendido nihilismo de Gorgias se pronunció
ya G. calogero (Studi sull’ eleatismo, Roma, 1932, cap. 4); cf. también
dupréel (op. cit., págs. 64 ss.) quien, tras su análisis de los puntos negativos
de la obra, pone de relieve aquellos otros que suponen una afirmación de la
independencia del pensamiento, que no debe confundirse con la realidad:
toda ciencia necesita expresión y la expresión es discurso, por lo que, en

133 El texto continúa con una sustentación de cada una de las tres tesis (pp. 117-124).

89
Pedro José Posada Gómez

el fondo, toda ciencia es ciencia del discurso. (...) El tratado de Gorgias es,
pues, una introducción filosófica a la ciencia del discurso. Una tercera vía de
interpretación ha puesto el énfasis en los problemas lógicos que subyacen
a los argumentos presentados. Así kerferd (Sophistic Movement, pág. 95)
recuerda la tendencia general de la filosofía griega a ocuparse de problemas
de predicación, que los griegos formulaban en términos de inherencia o de
cualidades y características de los objetos del mundo real. En tal sentido, no
debe extrañar que se defienda, por ejemplo, que Parménides no se ocupó de
cuestiones de existencia o no existencia, sino de simples problemas lógicos
de predicación. Cf. A. P. D. mourrelatos, The Route of Parménides, New
Haven, 1970, y G. E. L. owen, «Plato on Not Being», en G. vlastos, Plato.
A Collection of Critical Essays, Nueva York, 1971, 1, cap. 12. Para Parmé-
nides una predicación del tipo «A es no B» es inaceptable. La cuestión está
directamente relacionada con el uso del verbo «ser» en griego, más próximo
al valor predicativo que al existencial, si bien nunca falta por completo cierto
matiz existencial (vid. ch. kahn, The Greek Verb to Be and the Concept of
Being in Ancient Greece, Dordrecht, 1973). (Melero, 1996, pp. 115-116, n.
69)

Así, el texto de Gorgias permite tanto lecturas desde la lógica, como


desde la ontología o desde la retórica. No se necesita aquí escoger entre las
distintas interpretaciones. Interesa, más bien, resaltar la coincidencia de la
interpretación de Dupréel con la que del fragmento de Gorgias ofrece Dan-
blon en el texto antes citado:

Ici comme dans le cas de l’aphorisme de Protagoras, les interprétations di-


vergent; elles oscillent entre un relativisme qui confinerait au nihilisme pur
et simple et une position plus nuancée que nous allons examiner plus en
détail. U y a certainement dans la première thèse une critique de l’ontologie
naïve de Parménide et une allusion á son poème « L’être est, le non-être n’est
pas ». II y a ensuite, dans la deuxième thèse, une critique de l’épistémolo-
gie naïve qui découle assez naturellement de la physique de Parménide. II
y a enfin, dans la troisième thèse, une critique d’une conception, elle aussi
naïve, du langage. L’argument de Gorgias consiste á souligner que le lan-
gage et le monde ne sont pas de même nature. Ainsi, dit-il, ce que l’on dit est
toujours du discours et non pas un objet du monde. En outre, notre relation
au monde est personnelle et ne peut être ni réduite ni généralisée par une
formule communicable a tous. Á bien y réfléchir, Gorgias aurait pu imaginer
une quatrième thèse qui stipulerait: « Et même s’il est communicable, il
n’y a pas d’adéquation entre le langage et le monde ». Cela permettrait de
nuancer également la sentence qui découlé de sa troisième thèse : le réel est
ineffable. La question de l’ineffable constitue en effet un problème central
pour la linguistique et pour la rhétorique. II y a ainsi, dans la triple thèse de
Gorgias, une intuition sur le langage qui découlerait de sa double critique de
l’ontologie et de l’épistémologie. Une telle intuition préfigure d’ailleurs en
partie la conception sémantique moderne de la vérité. En effet celle-ci prend

90
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

totalement en compte le caractère conventionnel du langage et n’exige donc


aucune adéquation de nature entre un énoncé et ce qu’il représente. Le re-
noncement a 1’ideal absolu d’un langage qui se donne comme le miroir du
monde ne conduit donc pas nécessairement a une conception subjective de
ce rapport, conception qui condamnerait définitivement chaque homme au
soliloque pur et simple.
Une telle interprétation de la position de Gorgias s’accorde en outre avec sa
réflexion sur le langage comme outil de la rhétorique, à savoir qu’il serait
une « illusion justifiée ». En d›autres termes, la conscience de la dimension
conventionnelle du langage et du fait que celle-ci implique un renoncement
au mythe de 1›adéquation permettent de se libérer de la tension créée par
un idéal de vérité impossible á atteindre. De cette libération peut naître une
véritable réflexion sur l›efficacité du discours et par exemple sur la puissance
évocatrice des figures rhétoriques. (Danblon, 2005, pp. 27-28)

Para Danblon esta interpretación es conciliable con el hecho de que…

Gorgias pensaba que las imágenes y las figuras retóricas tocan directamente
al alma y contribuyen a provocar la persuasión indispensable para la ad-
hesión... la incomunicabilidad según Gorgias cae principalmente sobre la
pretensión del lenguaje de hacer corresponder las palabras y las cosas. Pero
las imágenes poéticas no tienen tal pretensión puesto que ellas tocan directa-
mente a las emociones. (Danblon, 2005, p. 28)

Esta concepción gorgiana de la persuasión se acercaría a las raíces del


discurso mágico pues parece que Gorgias tenía una concepción del audito-
rio como un ente pasivo “sobre el cual el discurso produce un efecto com-
parable a los encantamientos de la magia... así el discurso es comparable a
un phármakon, término que significa tanto remedio como veneno” (p. 78).
Así, esta concepción gorgiana de la persuasión muestra un aspecto funda-
mental de la retórica:

La persuasión utiliza las emociones humanas para llegar a su fin y la ad-


hesión de un auditorio no es forzosamente el índice de la validez de los
argumentos y razonamientos que son presentados para su asentimiento. Esta
tensión entre validez y persuasión atraviesa toda la historia de la retórica.
(Danblon, 2005, pp. 28-29)

No sobra recordar que esta concepción del discurso retórico hizo de Gor-
gias uno de los primeros maestros de la prosa poética que “pretendió com-
petir con la lírica” (Reyes, 1961, p. 59).
Finalmente, en este breve recuento de la Retórica antes de Aristóteles, es
necesario repasar las posiciones de Isócrates y de Platón.

91
Pedro José Posada Gómez

Isócrates (436-338) ha sido considerado uno de los grandes pedagogos


de la Grecia del s. IV a.C. Discípulo de Sócrates y rival de Platón

(…) retiene de su maestro que la moderación es el valor supremo, tanto para


la vida como para la palabra; porque una vida no regulada y una palabra in-
coherente son dos aspectos de una misma carencia de mesura, que proviene
de una falta de educación... Para él, la palabra conveniente es signo de un
pensamiento justo. (Reboul, 1984/1990, pp. 14-15)

A nombre de la mesura, excluirá toda poesía de la prosa retórica; prosa


que solo deberá contener conceptos comunes, no admitiendo ni la oscuridad
ni la novedad, “sus normas son la claridad, la precisión, la pureza” (p. 15).
Isócrates, que fue primero un λογογράφος y luego un ῥήτωρ (nunca un
orador), quiere diferenciarse tanto de los sofistas como de Platón. En su
escrito Contra los sofistas les reprocha que redujeran la retórica a un ejer-
cicio meramente formal, y que desestimaran las implicaciones políticas de
sus enseñanzas. Como aclara Michel Meyer (1999, p. 34), para Isócrates la
retórica no debe disociarse de la ética prudencial. Propondrá una retórica
que subordine la eficacia a la creatividad, defendiendo la adecuación de las
palabras al tema y a las circunstancias, y enfatizando la invención de un
discurso convincente.
Agrega Meyer que

(...) poniendo al lenguaje en la base de todas las actividades humanas, Isó-


crates se desmarca tanto de los filósofos como de los sofistas: de los prime-
ros, rechazando la identificación del lógos con la razón; de los segundos,
porque rechaza la reducción del lógos a la palabra. El lógos para Isócrates
es una capacidad que se ejerce siempre en el ejercicio de la razón y en la
práctica de la palabra; una conjunción que define bien lo que él entiende por
filosofía. La eficacia del discurso no es pensada aquí como resultado de la
aplicación correcta de una técnica, sino como un efecto de la creatividad del
lógos. (Meyer, 1999, p. 35)

Más que de imponer una opinión o hacer cambiar a otro de punto de


vista, se tratará de crear modelos de civilización, de cultura, de hombre,
mediante el discurso. O como lo dice Reboul (1984/1990, p. 15): “Para él, la
retórica no es el aprendizaje de un oficio o profesión; ella es lo que nosotros
denominamos ‘cultura general’, a la que él llamaba ‘filosofía’”.
Alfonso Reyes es aún más enfático en su evaluación del punto de vista
de Isócrates:

92
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Para él, la retórica es una disciplina moral, social y política, de fundamentos


filosóficos, destinada a interpretar y justificar los sanos lugares comunes, y a
no perderse en abstracciones ni en sutilezas. El bien supremo es la felicidad;
y, para alcanzarla, el medio más eficaz es la virtud, que no le aparece como
un fin en sí misma, sino como un arte de vivir. A este mínimo de teoría le
llama él filosofía. En nombre de ella, condena sucesivamente la física de
antaño y la erística de su tiempo, en la cual engloba a todos los dialécticos,
luego a Platón, y al propio Aristóteles por último (...) De modo que Isócrates,
al prescindir de la auténtica filosofía y aun de los ideales demasiado origina-
les, reduce su disciplina a un mero arte de composición y de estilo; en suma,
al arte de la prosa. (Reyes, 1961, pp. 190-191)

El tema de la retórica aparece en varios de los diálogos de Platón. Está


íntimamente ligado a su disputa con los sofistas y afectado por ella. Se han
señalado incluso motivaciones políticas en la animadversión de Platón con-
tra la retórica, y esto, en dos sentidos: el juicio y la condena de Sócrates le
habría mostrado que aún un discurso bien construido desde fundamentos
filosóficos (como la defensa de Sócrates), no logra nada si no busca la ad-
hesión de los jueces, “esta ley de la eficacia sofística constituye, a los ojos
de Platón, un escándalo filosófico” (Danblon, 2005, p. 29). Por otro lado,
Platón no es un admirador de la democracia, y tenía conciencia de en qué
medida tal régimen político conlleva, por parte de los ciudadanos, del cono-
cimiento y la práctica de la retórica y la oratoria.
M. Meyer (1999, pp. 27-28) ha señalado dos grandes líneas en el trata-
miento platónico de la retórica. Una, expresada sobre todo en el Eutidemo
y en el Gorgias, en la que define a la retórica como una competencia de
naturaleza empírica (ἐμπειρία) que surge principalmente del encantamiento
mágico de las palabras134; y otra, más compleja, expresada en el Fedro, el
Filebo, y en el Teeteto, en la que identifica al ῥήτωρ con el sofista.
Repasaremos brevemente las tesis de dos diálogos pertenecientes a cada
uno de estos períodos: el Gorgias y el Fedro.
En el Gorgias, Platón le negará a la retórica tanto el estatuto de ciencia
(ἐπιστήμη) como el de arte (τέχνη), y solo le reconocerá el ser una habili-
dad de tipo práctico (ἐμπειρία) enfocada a la adulación (κολακεία) y a dar
placer:

134 “Pues, en lo que a mí respecta,... los hacedores de discursos... me parecen en gran manera
sabios y, tomado en sí mismo, su arte me parece divino y sublime (...) este es, en efecto, una
parte del arte de los encantamientos, apenas inferior a él. El de los encantamientos consiste en
encantar serpientes, tarántulas...; el otro se dirige a los jueces, a los miembros de la Asamblea
y a las otras multitudes para encantarlas y apaciguarlas” (Platón, Eutidemo, 289e - 290a).

93
Pedro José Posada Gómez

Polo: Entonces, ¿qué te parece que es la retórica?


Sócrates: Es una cosa que dices haber hecho arte en un tratado que he leído
hace poco.
Polo: ¿Qué es, según tú?
Sócrates: Una adquisición experimental y rutinaria. (...)
Polo: ¿Es adquisición experimental de qué?
Sócrates: De un modo de producir cierto encanto y placer. (Gorgias, 462)135

Sócrates ha partido de una distinción entre dos formas de persuasión, la


que se obtiene por creencia (y va dirigida a los tribunales, para determinar
lo justo o injusto) y la que se obtiene por la ciencia:

Sócrates: Ahora bien, tanto los que han aprendido algo como los que tienen
una creencia están persuadidos. (...)
Sócrates: La retórica, pues, tiene que ver con lo justo y lo injusto; mas,
según parece, es artesana de la persuasión que mueve a creer, no de la que
instruye. (...)
Sócrates: Así pues, tampoco el orador ejerce una función docente sobre los
tribunales y las restantes reuniones de ciudadanos en lo que concierne a lo
justo y lo injusto, sino que se limita a inspirar la creencia. Y, en efecto, no
puede en verdad serle factible el instruir en poco tiempo a tamaña multitud
sobre cuestiones de tanta envergadura. (Gorgias, 454 d- 455b)

Más adelante Platón pondrá en boca de Sócrates el famoso grupo de


analogías que, partiendo de la idea de la adulación sobre lo agradable (no lo
mejor), comparará a la retórica con la cosmética y la sofística (donde, ade-
más, considerará a la retórica como “el retrato de una parte de la política”,
que es fea, porque “todo lo malo es feo”). Pues si bien para el cuidado del
alma son necesarias la legislación y la justicia; para el del cuerpo son nece-
sarias la gimnasia y la medicina. De allí la primera analogía: la gimnástica
es a la medicina lo que la legislación es a la justicia (464d). Pero así como
la culinaria es una especie de adulación, semejante a la cosmética, surge la
segunda analogía: la culinaria es a la medicina lo que la cosmética es a la
gimnástica. Finalmente, las dos analogías anteriores se combinan incluyen-
do ahora a la sofística y la retórica, resultando la doble analogía:

Sofística cosmética Retórica cocina


≈ y ≈
Legislación gimnástica Justicia medicina

135 Cito la traducción de Francisco García Yague (1981) para las Obras completas de Platón.

94
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Además, Platón opondrá dos tipos de ‘demostración’: la que se hace


frente a la mayoría (al público del orador retórico) y la que se hace frente al
interlocutor en el diálogo, mostrando su preferencia por la segunda, que es
la propia de la dialéctica (473-474).
Como dice Fernando Romo Feito (2005, p. 18): “Para Platón no hay más
retórica digna que la que se ciña a la dialéctica o arte de encontrar la verdad
a través del análisis de las ideas, conozca bien las almas, y sea capaz de
conducirlas correctamente”. Pero con ello entramos en la segunda línea del
tratamiento platónico de la retórica y con el segundo diálogo que queremos
comentar brevemente: el Fedro.
El Fedro es un diálogo de la madurez de Platón, que revela su amplio co-
nocimiento de la teoría y la práctica de la retórica de su tiempo. Esto último
se revela en la composición de varios discursos retóricos en el diálogo, es-
pecialmente el dedicado a la naturaleza del alma (Fed. 244a - 257c). En este
discurso, aprovecha Sócrates para definir, entre otras cosas, la comprensión
racional y la vida filosófica: “En efecto, el hombre tiene que comprender
según lo que se llama ‘idea’, yendo de numerosas sensaciones a una sola
cosa comprendida por el razonamiento” (250b), y

(...) si es a una vida ordenada y a la filosofía a lo que los conduce la victoria


de lo mejor que hay en el alma, pasan esta vida en la dicha y la armonía,
puesto que, gracias a su dominio de sí mismos y a su moderación, han so-
metido a lo que producía del vicio el alma y dado libertad a lo que producía
su virtud. (257a)136

En relación con la retórica, la discusión comienza con un comentario de


Fedro sobre un político que criticaba a Lisias llamándolo “λογογράφος”,
pues, agrega, “... que los más poderosos y respetados en las ciudades se
avergüenzan de escribir discursos y de dejar a su muerte escritos suyos por-
que temen la opinión de la posteridad y ser llamados sofistas” (257d). A lo
que Sócrates responderá que “lo que es vergonzoso es no hablar ni escribir
bien, sino vergonzosamente y mal” (257e). La discusión se centrará ense-
guida en encontrar qué es lo que hace bueno a un discurso o un escrito. Só-
crates sostendrá, para empezar, que “... para que una cosa esté bien dicha, la
inteligencia del que habla debe conocer la verdad sobre aquello acerca de lo
cual va a hablar”. A lo que Fedro repondrá que ha oído que “el que tiene la
intención de ser orador no necesita aprender lo que en realidad es justo, sino
lo que le parece justo a la multitud, que es precisamente la que juzgará; ni lo
realmente bueno o hermoso, sino lo que lo parece; porque es la apariencia la

136 Cito la traducción de María Araújo para las Obras completas de Platón (1981).

95
Pedro José Posada Gómez

que produce la persuasión, no la verdad”. Y con este planteamiento le abre


la oportunidad a Sócrates de presentar la idea del retórico como alguien que
no solo es ignorante (fingiendo no serlo), sino que es además éticamente
perverso:

Por consiguiente, cuando el retórico, ignorando lo bueno y lo malo y enfren-


tándose con una ciudad de esas mismas condiciones, la persuade, no de que
hace el elogio del caballo cuando trata en realidad de la “sombra del asno”,
sino que el mal es un bien, y después de estudiar las opiniones de la multitud
persuade a esta de que haga el mal en lugar del bien, ¿qué clase de frutos
crees tú que después de eso recogerá de lo que sembró? (260c)

Pasa Sócrates a presentar argumentos que enfrentarían a los que dicen


que la retórica “no es un arte, sino una rutina desprovista de arte” y cita
enseguida un Laconio que dice: “No hay verdadero arte de hablar que no
esté unido a la verdad, ni lo habrá jamás” (260e). (Nótese que la frase del
Laconio, 1. No confirma ni niega que la retórica sea “una rutina desprovista
de arte”; y 2. Anticipa la posición de Sócrates-Platón sobre la posibilidad de
una retórica auténtica y filosófica).
Sócrates objeta que la retórica solo se ejerza en los tribunales y en las
asambleas políticas y afirma que:

La retórica sería un cierto arte de conducir las almas mediante discursos, no


solo en los tribunales y en las demás reuniones públicas, sino también en
las particulares, tanto sobre asuntos grandes como sobre pequeños, y cuyo
empleo justo en nada sería más honorable cuando se aplicara a asuntos serios
que cuando se aplicara a asuntos sin importancia. (261)

Y más adelante enfatiza:

Por consiguiente, no son únicamente los tribunales y la elocuencia política


la esfera de la controversia, sino que al parecer, todo lo que se dice es objeto
de un solo arte —si es arte—: de aquel en virtud del cual uno será capaz
de asemejarlo todo a todo, dentro de lo posible y ante quienes es posible, y
también, cuando otro hace disimuladamente tales asimilaciones, de sacarlas
a la luz del día. (261e)

Es decir, un arte que se aplica a todo uso del lenguaje, que se ejerce ante
un público, que procede por un método (distinguir las semejanzas) y que
permite descubrir los argumentos engañosos. Pero, nótese que Sócrates no
menciona aquí a la retórica, sino a la ‘esfera de la controversia’. Lo que
sugiere un salto de la retórica a la dialéctica o la sugerencia de que el retó-

96
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

rico deberá ser primero dialéctico; ya previamente ha dicho: “Compareced,


pues, nobles criaturas y persuadid a Fedro, padre de hermosos hijos, de que
si no filosofa dignamente, tampoco será nunca capaz de hablar sobre nada”.
El método de distinguir las semejanzas (que más adelante es presentado
como “el arte de operar un desplazamiento paulatino, llevando en cada caso
la realidad a su contrario a través de las semejanzas”) y su momento crítico:
“refutar al que hace eso”, solo puede ser utilizado por aquel que posee “el
conocimiento de cada una de las cosas”, de allí que: “el arte oratorio que
ofrezca aquel que no conoce la verdad y no ha hecho más que cazar opinio-
nes será un arte ridículo, al parecer, y desprovisto de arte”. (262b)137
Explica Sócrates enseguida que el que se proponga aprender retórica de-
berá distinguir los puntos en los que hay acuerdo y aquellos en los que hay
vaguedad (o el acuerdo se funda en la vaguedad), pues en estos somos más
susceptibles de ser engañados y en ellos es más fuerte la retórica, y conclu-
ye:

(…) el que se proponga adquirir el arte de la retórica debe... tener hecha una
división metodológica de estas cosas y haber recogido ciertas características
de ambas clases de cuestiones: aquella en la cual la multitud tiene necesaria-
mente ideas vagas y aquella en que no. (263c)

El diálogo continúa con una descripción de las características formales


que debe tener el discurso retórico, como determinar lo que será objeto de
censura o de elogio, las partes del discurso, entre otros temas. Lo que con-
duce a la analogía de la retórica con la medicina:

En ambas hay que analizar una naturaleza: la del cuerpo en la una, la del
alma en la otra, si se quiere recurrir no solo a una rutina y a una práctica,
sino a una técnica, para suministrar al cuerpo las medicinas y alimentos y
producir así en él la salud y la fuerza, y al alma, ideas y ocupaciones justas
para transmitirle la convicción y la virtud que se desea. (270b)

Pasa Sócrates a exponer sus ideas sobre “el modo como se debe reflexio-
nar acerca de la naturaleza de cualquier cosa” (imitando el proceder de Hi-
pócrates, discípulo de Asclepíades), lo que le lleva a postular que “todo el
que enseñe técnicamente a otro la elocuencia deberá mostrar con exactitud

137 Más abajo dice Sócrates algo que parece contradecir esto: “el que conoce la verdad puede, ju-
gando con las palabras, extraviar a los oyentes” (262c), solo que la aparente incompatibilidad
desaparece si entendemos el ‘extraviar’ en el sentido de ‘extasiar’, como sugiere la subsiguien-
te apelación a las musas para justificar que Sócrates haya podido hacer buenos discursos. Ya
hemos mencionado la vinculación mágica y ritual de la retórica.

97
Pedro José Posada Gómez

el ser de la naturaleza de aquello a lo cual va a aplicar los discursos. Y esto


será sin duda el alma” (270d). Lo cual sugiere una vinculación de la retórica
con la ética (con el alma), por oposición a las ciencias del cuerpo (como la
medicina).
Después de aceptar que el tema de la retórica es el alma, cualquiera que
enseñe el arte de la retórica, siguiendo el método socrático-hipocrático:

1. Descubrirá y hará ver el alma con toda exactitud; si es una y homogénea


por naturaleza, o, como el cuerpo, multiforme; a esto, en efecto, es a lo
que llamamos mostrar su naturaleza.
2. Deberá mostrar qué es lo que la hace naturalmente producir algo y qué,
o padecer y por efecto de qué.
3. Y en tercer lugar, por fin, después de haber clasificado los géneros de
discursos y de almas, adaptándolos cada uno al suyo correspondiente,
enseñará por qué causa un alma, de tal naturaleza determinada, es ne-
cesariamente persuadida por discursos de tal naturaleza determinada y
otra no lo es. (270e-271a)

Este programa retórico incluye las que desde Aristóteles serán conocidas
como “pruebas por persuasión” basadas en el ἦθος o talante del orador y en
el πάθος del auditorio.
Más adelante Sócrates reitera este triple conocimiento que debe poseer
el retórico y agrega que:

(…) cuando se posee ya todo esto y se conocen además las oportunidades


de hablar y de abstenerse de hacerlo, cuando, a su vez, se sabe discernir la
oportunidad o inoportunidad del empleo del estilo conciso, del estilo lasti-
mero, de la indignación vehemente y de cada una de las formas de discursos
que se aprendieron, entonces es cuando en toda su belleza y perfección se ha
consumado el arte oratoria; antes, no. (271d)

Sócrates rechazará enseguida la pretensión de los retóricos de atenerse


solo a lo verosímil. Empieza citando lo que algunos dicen:

(...) que no hay que dar a estas cosas unos aires tan solemnes, ni lanzar a
nadie a un ascenso tan largo y sinuoso. Que, en efecto, no tiene ninguna
necesidad de habérselas con la verdad, tratándose de cosas justas o injustas,
o aun de hombres, que son lo que son por naturaleza o por educación, el que
se propone ser un buen orador, pues nadie en los tribunales de esta índole
se preocupa en absoluto de la verdad, sino de lo convincente; que esto no es
sino lo verosímil, y que a ello debe aplicarse el que se preocupa de hablar
con arte. Que ni aun los hechos deben exponerse en ocasiones, si no se han
realizado de un modo verosímil, sino solo las verosimilitudes, tanto en la
acusación como en la defensa. En resumidas cuentas, que se ha de procurar

98
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

lo verosímil y mandar a paseo la verdad; y que es esto, en efecto, lo que,


cuando se da desde el principio hasta el fin del discurso, constituye la totali-
dad del arte. (272d-273a)

Aquí Sócrates no solo contrapone lo verosímil a la verdad, sino que acu-


sa a los retóricos de “mandar a paseo la verdad” (si bien antes habló de
aquellos que hacen discursos ignorando la verdad de las cosas). Además, el
argumento socrático se caería si se distinguiera entre la “verdad proposicio-
nal” (propia de los discursos teóricos sobre el mundo objetivo) y la “rectitud
normativa” (propia de los discursos prácticos como el del derecho). Sobre
esto se volverá en un capítulo posterior.
Sócrates atribuye a Tisias la identificación de “lo verosímil” con “lo que
parece probable a la multitud”, y responde al hipotético Tisias:

(...) hace ya tiempo que venimos diciendo que sin duda esa verosimilitud
se produce en la mente del vulgo en virtud de una semejanza con la verdad;
y en cuanto a las semejanzas, acabamos de explicar que es siempre el que
conoce la verdad quien mejor sabe descubrirlas (...) que quien no enumere
las naturalezas de sus oyentes, y no sea capaz de distinguir las cosas según
sus especies y de abarcarlas en una sola idea, jamás será un técnico de los
discursos en la medida en que ello es posible para un hombre. Y eso jamás
lo adquirirá sin gran trabajo, trabajo en el que el hombre no debe afanarse
con el fin de hablar y obrar a gusto de los hombres, sino con el fin de hablar
lo que es grato a los dioses y obrar siempre según su voluntad en la medida
de lo posible. (273c)

Ya finalizando el diálogo, y después de elogiar la superioridad de lo oral


frente a lo escrito, Sócrates enumera una vez más las características de su
arte oratoria ideal:

Mientras no se conozca la verdad sobre cada una de las cosas acerca de las
cuales se habla o se escribe, mientras no se sea capaz de definir cada cosa por
sí misma, y, una vez definida, se sepa dividirla de nuevo por especies hasta
lo indivisible; y se pueda discernir de este modo la naturaleza del alma, y
descubrir las especies de discurso que se adapta a cada una para establecer y
ordenar así el discurso, y presentar al alma abigarrada discursos también abi-
garrados que armonicen con todo, y discursos sencillos al alma sencilla, no
será posible manejar con arte, en la medida en que su naturaleza lo permite,
el arte oratoria, ni para enseñar, ni para persuadir, como nos lo ha indicado
toda la discusión precedente. (277a)

Mientras muchos estudiosos coinciden en que este ideal de retórica ins-


piró la Retórica de Aristóteles, otros, como T. Gomperz, señalan su carácter

99
Pedro José Posada Gómez

utópico o irrealizable. Después de afirmar que Platón, en el Fedro, “propone


una construcción científica de la retórica, apoyada en la dialéctica y la psi-
cología”, sostiene que ese ideal es irrealizable porque supone:
1. Tener en cuenta todas las diferencias individuales de los oyentes, y
2. Reunir en preceptos generales esa diversidad infinita (lo que Gom-
perz considera imposible).
Enseguida comenta el filósofo alemán que:

Aristóteles creyó que podía aproximarse a ese ideal incorporando a su tra-


tado de retórica capítulos de la psicología y de la ética descriptiva, sobre
todo la doctrina de las emociones y una descripción de los tipos de carácter
correspondientes a las distintas situaciones de la vida y las edades (Gomperz,
2000, p. 444).

En el siguiente apartado se podrá evaluar la justeza de esta apreciación.

3. 2. La Retórica de Aristóteles

La Retórica es una de las últimas obras de la madurez de Aristóteles.


Posterior a su desarrollo de la Dialéctica (en los Tópicos y las Refutaciones
sofísticas) y su develamiento de la Lógica (en los Analíticos I y II). Así,
el espíritu sistemático del filósofo incorporará en la Retórica los descubri-
mientos que ha realizado en las otras dos disciplinas, como trataré de mos-
trar.
Los estudiosos han determinado que en la versión de la Retórica que nos
ha llegado, el autor incorporó, por lo menos, dos textos o dos versiones del
mismo tema, que, sin embargo, dejan traslucir dos enfoques diferentes: uno,
de contextura más lógica, preocupado por las formas de razonamiento que
se expresan en los distintos géneros retóricos y otro, en el cual se agregan
los elementos de las pasiones y el talante del orador, en las denominadas
“pruebas por persuasión”. El asunto sigue siendo objeto de controversia,
pero solo la hipótesis de las versiones superpuestas permite entender las
aparentes contradicciones entre las diferentes partes del libro138.

138 Así, Quintín Racionero aclara que, muy posiblemente, el orden primitivo de la obra era: Libro
I, 3-14 + Libro II, 19-26 con el cap. 18 como enlace; y, siguiendo a Grimaldi, afirma que la
sistematización final de la obra, por Aristóteles, tendría: “1) las pruebas persuasivas, éntechnoi,
de enunciados propios (dià tou lógou: I 4-15; pathetiké y ethiké: II 1-17; 2) los lugares y pro-
cedimientos lógicos, apodeiktikaí, comunes a todos los enunciados: II 19-26”. El Libro III se
ocupa de las partes y el estilo de los discursos. (Racionero, 1999, pp. 394-395, n. 215).

100
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

El Libro I comienza planteando la relación entre la retórica y la dialéc-


tica: “La retórica es una antistrofa de la dialéctica, ya que ambas tratan de
aquellas cuestiones que permiten tener conocimientos en cierto modo co-
munes a todos y que no pertenecen a ninguna ciencia determinada” (1354a
1-5)139.
La retórica es pues antistrofa, idéntica y opuesta, a la dialéctica. Por el
momento el filósofo empieza a exponer dos semejanzas o identidades:
1. Ambas parten de cuestiones que permiten tener conocimientos co-
munes a todos, conocimientos que no pertenecen a ninguna ciencia
determinada.
Y continúa con una aclaración, que tomamos como una segunda seme-
janza:
2. “Por ello, todos participan en alguna forma de ambas, puesto que,
hasta cierto límite, todos se esfuerzan en descubrir y sostener un ar-
gumento e, igualmente, en defenderse y acusar” (1354a 5-6)140.
Es decir, todos hacemos uso de la dialéctica y la retórica, al menos en
la medida en que nos ocupamos de “descubrir y sostener un argumento”
(dialéctica) o de “defendernos y acusar” (retórica judicial o forense, como
ejemplo de la retórica en general).
Pasa Aristóteles a explicar que unos hacen esto por azar, y otros por “una
costumbre nacida del modo de ser”141, y como de ambos modos es posible:

139 Ἡ ῥητορική ἐστιν ἀντίστροφος τῇ διαλεκτικῇ· ἀμφότεραι γὰρ περὶ τοιούτων τινῶν εἰσιν ἃ
κοινὰ τρόπον τινὰ ἁπάντων ἐστὶ γνωρίζειν καὶ οὐδεμιᾶς ἐπιστήμης ἀφωρισμένης.
“Rhetoric is the counterpart of Dialectic. Both alike are concerned with such things as come,
more or less, within the general ken of all men and belong to no definite science.” (Roberts,
1984).
Q. Racionero explica que “la traducción de antístrophos es difícil: creado, según parece por
Platón sobre la base de antistréphein (Rep. VII 522a; Fil. 40d; Tim. 87c; Leyes XII 953c; y es-
pecialmente Gorg. 464b y 465a, d), el término designa el movimiento de réplica, idéntico pero
inverso al de la estrofa, con que el coro se desplazaba en las representaciones teatrales. El senti-
do de la metáfora es, pues, que entre dialéctica y retórica se da, a la vez, identidad y oposición”.
Agrega que las traducciones del término como “análoga”, “correspondiente” o “correlativa”,
no dan cuenta del doble significado del término. Para Racionero la calidad de antistrofa impli-
ca: “1. que la retórica es como la dialéctica: un saber de orden formal-lógico, que no se refiere
a “materia de ninguna ciencia determinada”; y 2. que la retórica es independiente de la ética”,
con lo que se superan las objeciones del Gorgias platónico (Racionero, 1999, p. 161, n. 1).
140 “Accordingly all men make use, more or less, of both; for to a certain extent all men attempt to dis-
cuss statements and to maintain them, to defend themselves and to attack others” (Roberts, 1984).
“διὸ καὶ πάντες τρόπον τινὰ μετέχουσιν ἀμφοῖν· πάντες γὰρ μέχρι τινὸς καὶ ἐξετάζειν καὶ
ὑπέχειν λόγον καὶ ἀπολογεῖσθαι καὶ κατηγορεῖν ἐγχειροῦσιν”
141 Una costumbre (συνήθεια) nacida del modo de ser del sujeto (ἕξις); lo cual se enmarca en la
idea de que la retórica comporta una facultad (δύναμις) sin cuya existencia no cabe establecer

101
Pedro José Posada Gómez

“resulta evidente que también en estas materias es posible señalar un cami-


no”. Es decir: “la causa por la que logran su objetivo” (los que hacen retó-
rica y dialéctica, espontáneamente o por “costumbre”), “puede teorizarse”,
es decir, ser tarea de un ‘arte’ (τέχνη) (1354a 6-10)142.
Continúa el filósofo con una crítica a los que han compuesto “Artes acer-
ca de los discursos”, que “ni siquiera han proporcionado una parte de tal
arte”143, “(pues sólo las pruebas por persuasión son propias del arte y todo
lo demás sobra)”144, y “nada dicen de los entimemas, que son el cuerpo de
la persuasión”145, y se ocupan de cuestiones ajenas al asunto (de la retórica)
como “mover a sospecha, a compasión, a ira y a otras pasiones semejantes
del alma, que no son propias del asunto, sino atinentes al juez”146. Frase
esta que contradice la inclusión de las pasiones en el Libro II, pero que
se entiende como parte de una primera redacción de la Retórica, como ya
comentamos. No obstante, la condena del filósofo al recurso a las pasiones
es bastante explícito: cita en su apoyo la práctica del Areópago (y de varias
ciudades) de interrumpir al orador que apelaba a las pasiones; pues, agrega,
“no conviene inducir al juez a la ira o a la envidia o a la compasión, dado
que ello equivaldría a torcer la propia regla de que uno se ha de servir”147.
Pues al litigante le corresponde presentar los hechos y dejar su evaluación al

un arte (τέχνη); según explica Quintín Racionero (1999, p. 162, n. 2).


142 “ἐπεὶ δ’ ἀμφοτέρως ἐνδέχεται, δῆλον ὅτι εἴη ἂν αὐτὰ καὶ ὁδῷ ποιεῖν· δι’ ὃ γὰρ ἐπιτυγχάνουσιν
οἵ τε διὰ συνήθειαν καὶ οἱ ἀπὸ τοῦ αὐτομάτου τὴν αἰτίαν θεωρεῖν ἐνδέχεται, τὸ δὲ τοιοῦτον ἤδη
πάντες ἂν ὁμολογήσαιεν τέχνης ἔργον εἶναι.”
“Ordinary people do this either at random or through practice and from acquired habit. Both
ways being possible, the subject can plainly be handled systematically, for it is possible to
inquire the reason why some speakers succeed through practice and others spontaneously; and
every one will at once agree that such an inquiry is the function of an art” (Roberts, 1984).
143 “Now, the framers of the current treatises on rhetoric have constructed but a small portion of
that art” (Roberts, 1984).
144 “(αἱ γὰρ πίστεις ἔντεχνόν εἰσι μόνον, τὰ δ’ ἄλλα προσθῆκαι)”.
“The modes of persuasion are the only true constituents of the art: everything else is merely
accessory” (Roberts, 1984). La distinción entre “pruebas propias” (αἱ πίστεις ἔντεχνόν) y “aje-
nas” (ἄτεχνοι) al arte se verá en 1355b 35-39.
145 “οἱ δὲ περὶ μὲν ἐνθυμημάτων οὐδὲν λέγουσιν, ὅπερ ἐστὶ σῶμα τῆς πίστεως”
“These writers, however, say nothing about enthymemes, which are the substance of rhetorical
persuasion” (Roberts, 1984).
146 “… but deal mainly with non-essentials. The arousing of prejudice, pity, anger, and similar
emotions has nothing to do with the essential facts, but is merely a personal appeal to the man
who is judging the case” (Roberts, 1984).
147 “It is not right to pervert the judge by moving him to anger or envy or pity-one might as well
warp a carpenter’s rule before using it” (Roberts, 1984).

102
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

juez (1354a 30)148. Aconseja el filósofo que el legislador debe dejar lo me-
nos posible al arbitrio de los que juzgan y retoma su crítica a los que “pres-
criben reglas como qué debe contener el exordio o la narración y cada una
de las otras partes, puesto que en todo esto no tratan de ninguna otra cosa
sino de cómo dispondrán al que juzga en un sentido determinado, sin que,
en cambio, nada muestren acerca de las pruebas por persuasión propias del
arte, que es con lo que uno puede llegar a ser hábil en entimemas” (1354b
15-21). Finalmente, en esta crítica, rechaza el énfasis de los tratadistas en
el discurso forense, pues “aun siendo más bella y más propia del ciudadano
la actividad que se refiere a los discursos ante el pueblo que la que trata de
las transacciones, con todo, los autores no hablan para nada de aquellos y
más bien se esfuerzan todos por establecer el arte de pleitear, dado que en
los discursos ante el pueblo aprovecha menos hablar de lo que es ajeno al
asunto y, además, la oratoria política es menos engañosa que la judicial, por
ser más propia de la comunidad” (1354b 30). Resumiendo: los tratadistas
de la retórica se han ocupado de asuntos como el manejo de las pasiones y
han privilegiado el discurso jurídico, menospreciando el discurso político,
y, además, han ignorado las pruebas por persuasión propias del arte y su
herramienta básica: el entimema. Paso entonces a hablar del entimema.
El entimema, la primera de las pruebas persuasivas propias del arte, es la
versión retórica del silogismo, análoga a los razonamientos de los Tópicos
(es decir, no solo al razonamiento demostrativo, sino también al silogismo
dialéctico, y al erístico).
Veamos cómo lo presenta Aristóteles en la Retórica (luego comparare-
mos con su versión en los Analíticos): El método propio del arte retórico es
“el que se refiere a las pruebas por persuasión” (περὶ τὰς πίστεις) y siendo
que “la persuasión es una especie de demostración (puesto que nos per-
suadimos sobre todo cuando pensamos que algo está demostrado)”149, se
hablará aquí de la “demostración retórica”, es decir, del entimema, que es

148 “… a litigant has clearly nothing to do but to show that the alleged fact is so or is not so, that it
has or has not happened. As to whether a thing is important or unimportant, just or unjust, the
judge must surely refuse to take his instructions from the litigants: he must decide for himself
all such points as the law-giver has not already defined for him” (Roberts, 1984).
149 “ἐπεὶ δὲ φανερόν ἐστιν ὅτι ἡ μὲν ἔντεχνος μέθοδος περὶ τὰς πίστεις ἐστίν, ἡ δὲ ̓στιν ὅτι ἡ
μὲν ἔντεχνος μέθοδος περὶ τὰς πίστεις ἐστίν, ἡ δὲ πίστις ἀπόδειξίς τις (τότε γὰρ πιστεύομεν
μάλιστα ὅταν ἀποδεδεῖχθαι ὑπολάβωμεν)” (1355a 5).
“It is clear, then, that rhetorical study, in its strict sense, is concerned with the modes of persua-
sion. Persuasion is clearly a sort of demonstration, since we are most fully persuaded when we
consider a thing to have been demonstrated” (Roberts, 1984).

103
Pedro José Posada Gómez

“la más firme de las pruebas por persuasión”150. El entimema es, pues, un
silogismo “y sobre el silogismo en todas sus variantes corresponde tratar a
la dialéctica, sea a toda ella, sea a una de sus partes...” (1355a 10)151. De lo
cual se sigue para Aristóteles que:

(…) el que mejor pueda teorizar a partir de qué y cómo se produce el silo-
gismo, ése será también el más experto en entimemas, con tal que llegue a
comprender sobre qué (materias) versa el entimema y qué diferencias tiene
respecto de los silogismos lógicos (λογικοὺς συλλογισμούς). (1355a 15)

Este párrafo termina con una aclaración importante para el tema de las
relaciones entre la Retórica y la Dialéctica, por un lado, y la Lógica (y la
Filosofía) por el otro:

Porque corresponde a una misma facultad reconocer lo verdadero y lo ve-


rosímil y, por lo demás, los hombres tienden por naturaleza de un modo
suficiente a la verdad y la mayor parte de las veces la alcanzan. De modo que
estar en disposición de discernir sobre lo plausible es propio de quien está en
la misma disposición con respecto a la verdad”. (1355a 18)152

Aunque el párrafo citado ha sido objeto de polémicas entre los intér-


pretes, deja algunas cosas claras sobre el modo como Aristóteles veía los
vínculos entre las tres disciplinas:
1. Hay un vínculo, así sea subjetivo, entre persuadir y demostrar: esta-
mos más persuadidos de algo cuando consideramos (o creemos) que

150 “ἔστι δ’ ἀπόδειξις ῥητορικὴ ἐνθύμημα, καὶ ἔστι τοῦτο ὡς εἰπεῖν ἁπλῶς κυριώτατον τῶν
πίστεων”.
“The orator’s demonstration is an enthymeme, and this is, in general, the most effective of the
modes of persuasion” (Roberts, 1984).
151 “ τὸ δ’ ἐνθύμημα συλλογισμός τις, περὶ δὲ συλλογισμοῦ ὁμοίως ἅπαντος τῆς διαλεκτικῆς ἐστιν
ἰδεῖν”
“The enthymeme is a sort of syllogism, and the consideration of syllogisms of all kinds, with-
out distinction, is the business of dialectic, either of dialectic as a whole or of one of its branch-
es” (Roberts, 1984).
152 “The true and the approximately true are apprehended by the same faculty; it may also be noted
that men have a sufficient natural instinct for what is true, and usually do arrive at the truth.
Hence the man who makes a good guess at truth is likely to make a good guess at probabilities”
(Roberts, 1984).
“Τό τε γὰρ ἀληθὲς καὶ τὸ ὅμοιον τῷ ἀληθεῖ τῆς αὐτῆς ἐστι δυνάμεως ἰδεῖν, ἅμα δὲ καὶ οἱ
ἄνθρωποι πρὸς τὸ ἀληθὲς πεφύκασιν ἱκανῶς καὶ τὰ πλείω τυγχάνουσι τῆς ἀληθείας· διὸ πρὸς
τὰ ἔνδοξα στοχαστικῶς ἔχειν τοῦ ὁμοίως ἔχοντος καὶ πρὸς τὴν ἀλήθειάν ἐστιν.”

104
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

ello ha sido demostrado. ¿La demostración como un grado máximo de


la persuasión?153
2. El entimema es el tipo de demostración (πὶστιςἀπόδειξις) propio de la
retórica y la más fuerte de las “pruebas por persuasión”.
3. Por ser un silogismo, el entimema vincula a la retórica con la dialéctica;
en la cual se estudian los silogismos de todo tipo (demostrativos, dialéc-
ticos, erísticos). Así, el conocimiento de los silogismos facilita la labor
del retórico. El retórico ha de ser primero dialéctico.
4. El entimema se diferencia del “silogismo lógico”. Lo cual es claro si
entendemos por esta expresión los silogismos que en los Tópicos se de-
nominan ‘demostrativos’ y en los Analíticos, ‘apodícticos’. Ahora bien,
esto vincula al entimema con el silogismo dialéctico, pues ambos se
refieren a lo verosímil o a lo probable: lo probable desde la perspectiva
de la dialéctica y lo probable y persuasivo desde el punto de vista de la
retórica154.
5. La última parte de la cita remite a la distinción entre lo verdadero (per-
teneciente a la lógica demostrativa y por tanto a los razonamientos
analíticos, didácticos y filosóficos) y lo verosímil y lo plausible (per-
tenecientes a los razonamientos propiamente dialécticos y a los retóri-
cos). Veremos, sin embargo, que esta separación no es tan radical, pues
así como los razonamientos demostrativos se desgajan de la dialéctica
(para formar la lógica analítica), ellos también tendrán su lugar en los
discursos retóricos.

Hablando de la utilidad de la retórica, anota enseguida Aristóteles que a


algunas personas no es posible persuadirlas solo mediante el discurso cientí-
fico (“propio de la docencia”) y, por tanto, es necesario acudir a las “pruebas
por persuasión” y a los razonamientos que parten de las nociones comunes,
“como señalábamos ya en los Tópicos a propósito de la controversia ante el
pueblo” (1355a 28). Con lo cual no solamente se refuerza la distinción que
acabamos de señalar entre los razonamientos desde la verdad y aquellos so-
bre lo verosímil y plausible, sino que también se apunta hacia otro vínculo

153 Quintín Racionero (1999, p. 167, n. 15) considera que la expresión usada por Aristóteles,
ἀπόδειξίς τις, no debe ser entendida como demostración en sentido estricto o ἀναλυτική, y
remite para su interpretación a Et. Nic. I, 3 y Top. I, 1, 100a 27- b 23. De todos modos no queda
clara la diferencia entre los dos tipos de demostración. Volveremos sobre ello.
154 No comparto la interpretación de Racionero (p. 169, n. 18), quien dice que: Aristóteles opone
‘silogismos lógicos’ a ‘silogismos analíticos’ (remite a Anal. Pos. I 22, 88a 8, 86a 22 y 88a 19),
y que por tanto, en el párrafo citado ‘silogismos lógicos’ debe entenderse como ‘silogismos
dialécticos’, contrapuestos a los silogismos retóricos o entimemas.

105
Pedro José Posada Gómez

entre retórica y dialéctica: aquella es pensada a lo largo del texto aristotélico


como un ejercicio dialéctico, como un intento de refutar el punto de vista de
otro y de apuntalar el propio, y esto no únicamente en el discurso forense,
sino también en las otras formas del discurso retórico, como veremos más
adelante. Todo ello es claro en el texto con el que continúa la cita anterior:

Por lo demás, conviene que se sea capaz de persuadir sobre cosas contrarias,
como también sucede en los silogismos, no para hacerlas ambas (pues no
se debe persuadir de lo malo), sino para que no se nos oculte cómo se hace
y para que, si alguien utiliza injustamente los argumentos, nos sea posible
refutarlos con sus mismos términos. (1355a 30)155

Así, agrega el autor, solo la dialéctica y la retórica “obtienen conclusio-


nes contrarias por medio de silogismos... puesto que ambas se aplican por
igual en los casos contrarios” (1355a 35).
Ni la retórica ni la dialéctica pertenecen “a ningún género definido”156;
y la tarea propia de la retórica no es persuadir, sino “reconocer los medios
de convicción más pertinentes para cada caso” (como ocurre en las otras
artes)157. Y lo propio de este arte es “reconocer lo convincente y lo que pa-
rece ser convincente”158, del mismo modo como la dialéctica distingue entre
el silogismo auténtico y el silogismo aparente (1355b 15)159.
Aquí introduce Aristóteles una doble distinción entre el sofista y el dia-
léctico, y entre el retórico y el que usa mal la retórica:

155 “Further, we must be able to employ persuasion, just as strict reasoning can be employed, on
opposite sides of a question, not in order that we may in practice employ it in both ways (for
we must not make people believe what is wrong), but in order that we may see clearly what the
facts are, and that, if another man argues unfairly, we on our part may be able to confute him”
(Roberts, 1984). Q. Racionero anota que aquí Aristóteles resuelve el problema planteado en el
Gorgias platónico (466 ss.) subordinando la retórica a la ética “por medio de una apelación a la
verdad y al conocimiento” (pp. 170-171, n. 24).
156 ὅτι μὲν οὖν οὐκ ἔστιν οὐθενός τινος γένους ἀφωρισμένου ἡ ῥητορική.
“rhetoric is not bound up with a single definite class of subjects, but is as universal as dialectic”
(Roberts, 1984).
157 καὶ ὅτι χρήσιμος, φανερόν, καὶ ὅτι οὐ τὸ πεῖσαι ἔργον αὐτῆς, ἀλλὰ τὸ ἰδεῖν τὰ ὑπάρχοντα
πιθανὰ περὶ ἕκαστον, καθάπερ καὶ ἐν ταῖς ἄλλαις τέχναις πάσαις. (1355b 10)
“It is clear, further, that its function is not simply to succeed in persuading, but rather to discov-
er the means of coming as near such success as the circumstances of each particular case allow.
In this it resembles all other arts” (Roberts, 1984).
158 πρὸς δὲ τούτοις ὅτι τῆς αὐτῆς τό τε πιθανὸν καὶ τὸ φαινόμενον ἰδεῖν πιθανόν
“it is the function of one and the same art to discern the real and the apparent means of persua-
sion” (Roberts, 1984).
159 “just as it is the function of dialectic to discern the real and the apparent syllogism” (Roberts,
1984).

106
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

(...) la sofística no reside en la facultad, sino en la intención. Y, por tanto,


en nuestro tema, uno será retórico por ciencia y otro por intención, mientras
que, en el otro, uno será sofista por intención y otro dialéctico, no por inten-
ción, sino por facultad. (1355b 20)160

Es decir, mientras que en la retórica, el auténtico retórico lo es por su


conocimiento de la ciencia (κατὰ τὴν ἐπιστήμην) y el sofista solo busca la
intención (κατὰ τὴν προαίρεσιν) retórica de persuadir; en la dialéctica, el
dialéctico es el que tiene una facultad (κατὰ τὴν δύναμιν), mientras que el
sofista tiene la intención (moral) (κατὰ τὴν προαίρεσιν) de engañar. Como
bien agrega aquí Q. Racionero (p. 173, n. 29): “Lo que Aristóteles pretende
señalar aquí es que los perjuicios de la retórica, en contra de la crítica pla-
tónica, no están ligados al arte o a la facultad oratoria, sino a la intención
moral del orador”161.
Procede el autor a definir la retórica y su ámbito de aplicación: “Enten-
demos por retórica la facultad de teorizar lo que es adecuado en cada caso
para convencer” (1355b 25)162 y agrega más adelante: “La retórica... parece
que puede establecer teóricamente lo que es convincente en —por así de-
cirlo— cualquier caso que se proponga, razón por la cual afirmamos que lo
que a ella concierne como arte no se aplica sobre ningún género específico”
(1355b 30)163.
Se trata ahora de distinguir los dos tipos de “pruebas por persuasión”
(πίστεις): las propias del arte (ἔντεχνοι) y las ajenas al arte (ἄτεχνοι):

Llamo ajenas al arte a cuantas no se obtienen por nosotros, sino que existían
de antemano, como los testigos, las confesiones bajo suplicio, los documen-

160 ἡ γὰρ σοφιστικὴ οὐκ ἐν τῇ δυνάμει ἀλλ’ ἐν τῇ προαιρέσει· πλὴν ἐνταῦθα μὲν ἔσται ὁ μὲν κατὰ
τὴν ἐπιστήμην ὁ δὲ κατὰ τὴν προαίρεσιν ῥήτωρ, ἐκεῖ δὲ σοφιστὴς μὲν κατὰ τὴν προαίρεσιν,
διαλεκτικὸς δὲ οὐ κατὰ τὴν προαίρεσιν ἀλλὰ κατὰ τὴν δύναμιν.
“What makes a man a ‘sophist’ is not his faculty, but his moral purpose. In rhetoric, however,
the term ‘rhetorician’ may describe either the speaker’s knowledge of the art, or his moral pur-
pose. In dialectic it is different: a man is a ‘sophist’ because he has a certain kind of moral pur-
pose, a ‘dialectician’ in respect, not of his moral purpose, but of his faculty” (Roberts, 1984).
161 Q. Racionero remite también a Met. III 2, 1004b 24-25.
162 Ἔστω δὴ ἡ ῥητορικὴ δύναμις περὶ ἕκαστον τοῦ θεωρῆσαι τὸ ἐνδεχόμενον πιθανόν.
“Rhetoric may be defined as the faculty of observing in any given case the available means of
persuasion” (Roberts, 1984).
163 “But rhetoric we look upon as the power of observing the means of persuasion on almost any
subject presented to us; and that is why we say that, in its technical character, it is not concerned
with any special or definite class of subjects.” (Roberts, 1984)

107
Pedro José Posada Gómez

tos y otras semejantes; y propias del arte, las que pueden prepararse con
método y por nosotros mismos, de modo que las primeras hay que utilizarlas
y las segundas inventarlas. (1355b 35)164

Q. Racionero considera que las pruebas propias del arte equivalen a lo


que en la retórica de Cicerón y Quintiliano se denominará inventio (εὑρεῖν).
En este sentido, la “invención”

(…) significa el acto de la facultad por el que ésta elabora, de acuerdo con
un método, una red o trama de estructuras epistémicas que, o bien hacen la
causa probable y persuasiva, o bien cierta y demostrativa. En el caso más
saturado, es decir, en el caso en que la contradicción de la prueba sea imposi-
ble, se desemboca, así, en la ciencia; mientras que en los casos en que la con-
tradicción es posible, aunque no sea probable, se permanece en el dominio
de la dialéctica y de la persuasión... (Racionero,1999, pp. 175-176, n. 32)165

Esta observación resulta interesante porque implica el reconocimiento


de que la retórica (y la dialéctica) no son ajenas a los razonamientos de-
mostrativos, propios de la lógica y la ciencia. De esto veremos adelante más
detalles.
Continúa Aristóteles con la distinción de las pruebas por persuasión que
se obtienen mediante el discurso:

De entre las pruebas por persuasión, las que pueden obtenerse mediante el
discurso son de tres especies: unas residen en el talante del que habla, otras
en el disponer al oyente de alguna manera y, las últimas, en el discurso mis-
mo, merced a lo que éste demuestra o parece demostrar. (1356a)166

164 τῶν δὲ πίστεων αἱ μὲν ἄτεχνοί εἰσιν αἱ δ’ ἔντεχνοι. ἄτεχνα δὲ λέγω ὅσα μὴ δι’ ἡμῶν πεπόρισται
ἀλλὰ προϋπῆρχεν, οἷον (35) μάρτυρες βάσανοι συγγραφαὶ καὶ ὅσα τοιαῦτα, ἔντεχνα δὲ ὅσα διὰ
τῆς μεθόδου καὶ δι’ ἡμῶν κατασκευασθῆναι δυνατόν, ὥστε δεῖ τούτων τοῖς μὲν χρήσασθαι, τὰ
δὲ εὑρεῖν.
“Of the modes of persuasion some belong strictly to the art of rhetoric and some do not. By the
latter I mean such things as are not supplied by the speaker but are there at the outset-witnesses,
evidence given under torture, written contracts, and so on. By the former I mean such as we can
ourselves construct by means of the principles of rhetoric. The one kind has merely to be used;
the other has to be invented” (Roberts, 1984).
165 Racionero cita en apoyo de su tesis a P. Aubenque (1970, p. 16): “La dialéctica no se opone a
la ciencia, sino que es como la matriz de donde la ciencia se ha desgajado por un proceso de
especialización”.
166 τῶν δὲ διὰ τοῦ λόγου ποριζομένων πίστεων τρία εἴδη ἔστιν· αἱ μὲν γάρ εἰσιν ἐν τῷ ἤθει τοῦ
λέγοντος, αἱ δὲ ἐν τῷ τὸν ἀκροατὴν διαθεῖναί πως, αἱ δὲ ἐν αὐτῷ τῷ λόγῳ διὰ τοῦ δεικνύναι ἢ
φαίνεσθαι δεικνύναι.
“Of the modes of persuasion furnished by the spoken word there are three kinds. The first kind

108
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Representado esquemáticamente:

Tipología de las “pruebas por persuasión”


Propias del arte Basadas en el ἦθος del orador
Basadas en el πάθος del auditorio
Basadas en el discurso mismo (λόγος)
Ajenas al arte Enumeración de las pruebas
Leyes
Testimonios
Contratos
Confesiones bajo tortura
Juramentos

Con las pruebas propias del arte se trata pues de tres pruebas, referidas
al ethos (ἦθος) del orador, al pathos (πάθος) del auditorio y al logos (λόγος)
del argumento, pero que se definen por respecto al logos (λόγος), entendido
como discurso en general. Como aclara Q. Racionero (pp. 175-176, n. 33):
“Aristóteles significa con písteis las clases de enunciados persuasivos que
intervienen en la demostración oratoria, entendidas tales písteis como enun-
ciados del argumento”167.
Las pruebas por el talante del orador se producen “cuando el discurso es
dicho de tal forma que hace al orador digno de crédito” (1356a 5). Es decir,
que no se trata del prejuicio que se tiene de la persona del orador, sino del
que se construye en el discurso mismo. De igual modo, se persuade por la
disposición de los oyentes, “cuando estos son movidos a una pasión por
medio del discurso”. Y reitera el autor que los tratadistas se han limitado
a este tipo de pruebas. En fin, se persuade a los hombres por el discurso,
“cuando les mostramos la verdad, o lo que parece serlo, a partir de lo que es
convincente en cada caso”.

depends on the personal character of the speaker; the second on putting the audience into a
certain frame of mind; the third on the proof, or apparent proof, provided by the words of the
speech itself” (Roberts, 1984).
167 Racionero agrega la referencia al mismo asunto que aparece en la Poética: “lo que concierne a
la inteligencia (diánoia) debe tener su lugar en los tratados consagrados a la retórica (...) Per-
tenecen a la inteligencia todas aquellas cosas que han de ser dispuestas apó tou lógou. Partes
de esa totalidad de cosas son el demostrar y el refutar, el excitar las pasiones —tales como la
compasión, la cólera y todas las otras pasiones de este género— y el amplificar y disminuir”
(Poét. 19, 1456b, como se citó en Racionero, 1999).

109
Pedro José Posada Gómez

El último tipo de pruebas ha dado lugar a controversias, pues algunos


(Spengel y Cope, siguiendo a Quintiliano) han identificado este tipo de
pruebas con las “pruebas lógicas” (el entimema y el ejemplo); otros (Racio-
nero, siguiendo a Grimaldi) han tomado nota de que Aristóteles aplica tales
“pruebas lógicas” también a las dos primeras πίστεις (ἦθος y πάθος), en
56a 21 y en 56b 6-11. Así, para Grimaldi (1972, como se citó en Racionero,
1999, p. 177, n. 36), las pruebas lógicas son pruebas comunes, mientras que
las πίστεις son pruebas específicas168. Si esto es así, vemos cómo se amplía
el ámbito de la aplicación de las pruebas lógicas en la retórica aristotélica.
Agrega Aristóteles que “obtener estas tres clases de pruebas es propio de
quien tiene la capacidad de razonar mediante silogismos y de poseer un co-
nocimiento teórico sobre los caracteres, sobre las virtudes y, en tercer lugar,
sobre las pasiones”. De lo que resulta un claro vínculo de la retórica con la
dialéctica y con la política (y la ética), que el autor expresa así: “(...) de ma-
nera que acontece a la retórica ser como un esqueje (παραφυές) de la dialéc-
tica y de aquel saber práctico sobre los caracteres (περὶ τὰ ἤθη πραγματείας)
al que es justo denominar política” (1356a 22)169. Pero aclara que no se debe
identificar retórica y política, pues aquella es, como ya había dicho, “una
parte de la dialéctica y su semejante (ἔστι γὰρ μόριόν τι τῆς διαλεκτικῆς καὶ
ὁμοίωμα) puesto que ni una ni otra constituyen ciencias acerca de cómo es
algo determinado, sino simples facultades de proporcionar razones” (ἀλλὰ
δυνάμεις τινὲς τοῦ πορίσαι λόγους) (1356a 32)170.
Aborda enseguida Aristóteles la descripción del componente lógico de la
retórica, en analogía con la dialéctica:

(...) en lo que toca a la demostración y la demostración aparente, de igual


manera que en la dialéctica se dan la inducción, el silogismo y el silogismo
aparente, aquí (en la retórica) acontece también de modo similar. En efecto,
por una parte, el ejemplo es una inducción; y, por otra parte, el entimema es

168 Q. R. también agrega el testimonio de Dionisio de Halicarnaso, quien identifica la tercera


πίστεις con τὸ πρᾶγμα; es decir, el asunto o contenido objetivo del discurso.
169 ὥστε συμβαίνει τὴν ῥητορικὴν οἷον παραφυές τι τῆς διαλεκτικῆς εἶναι καὶ τῆς περὶ τὰ ἤθη
πραγματείας, ἣν δίκαιόν ἐστι προσαγορεύειν πολιτικήν.
“It thus appears that rhetoric is an offshoot of dialectic and also of ethical studies” (Roberts,
1984).
170 ἔστι γὰρ μόριόν τι τῆς διαλεκτικῆς καὶ ὁμοίωμα, καθάπερ καὶ ἀρχόμενοι εἴπομεν· περὶ οὐδενὸς
γὰρ ὡρισμένου οὐδετέρα αὐτῶν ἐστιν ἐπιστήμη πῶς ἔχει, ἀλλὰ δυνάμεις τινὲς τοῦ πορίσαι
λόγους.
“As a matter of fact, it is a branch of dialectic and similar to it, as we said at the outset. Neither
rhetoric nor dialectic is the scientific study of any one separate subject: both are faculties for
providing arguments. This is perhaps a sufficient account of their scope and of how they are
related to each other” (Roberts, 1984).

110
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

un silogismo; y por otra parte, en fin, el entimema aparente es un silogismo


aparente. Llamo pues, entimema al silogismo retórico y ejemplo a la induc-
ción retórica. (1356b)171

Lo cual puede ser ilustrado con el siguiente cuadro:

Esquema lógico de la Retórica (comparada con la Dialéctica)


Razonamientos demostrativos Demostraciones aparentes
Silogismo aparente (razonamiento
Dialéctica Silogismo
erístico)
Inducción (comprobación)

Retórica Entimema Entimema aparente

Ejemplo

Con lo cual, en la clasificación propuesta por Alfonso Reyes (1961, p.


221) (en la que, sin embargo, no queda graficada la tercera πίστεις, la que
surge del λόγος como πρᾶγμα o asunto del discurso), el cuadro completo de
las πίστεις, o pruebas propias del arte retórico, quedaría así:

Entimema (Silogismo retórico ≈ Silogismo


Medios técnicos objetivos (lógicos)
dialéctico ≈ Deducción)
Paradigma (ejemplo o inducción retórica)
Medios técnicos subjetivos (mora-
Caracteres (talante, ethos del orador
les) Psicagogia
Pasiones (pathos del auditorio)

Para Aristóteles, “toda cuestión sobre una cosa o sobre una persona se
demuestra o bien aportando un silogismo o bien por medio de ejemplos”

171 τῶν δὲ διὰ τοῦ δεικνύναι ἢ φαίνεσθαι δεικνύναι, καθάπερ καὶ ἐν τοῖς διαλεκτικοῖς τὸ μὲν
ἐπαγωγή ἐστιν, τὸ δὲ συλλογισμός, τὸ δὲ φαινόμενος συλλογισμός, καὶ ἐνταῦθα ὁμοίως· ἔστιν
γὰρ τὸ μὲν παράδειγμα ἐπαγωγή, τὸ δ’ ἐνθύμημα συλλογισμός, τὸ δὲ φαινόμενον ἐνθύμημα
φαινόμενος συλλογισμός . καλῶ δ’ ἐνθύμημα μὲν ῥητορικὸν συλλογισμόν, παράδειγμα δὲ
ἐπαγωγὴν ῥητορικήν.
“With regard to the persuasion achieved by proof or apparent proof: just as in dialectic there is
induction on the one hand and syllogism or apparent syllogism on the other, so it is in rhetoric.
The example is an induction, the enthymeme is a syllogism, and the apparent enthymeme is an
apparent syllogism” (Roberts, 1984).

111
Pedro José Posada Gómez

(es decir, inducciones172), y remite a lo dicho sobre ello en los Analíticos173.


Para las diferencias entre ejemplo y entimema, remite a los Tópicos pues,
agrega, “allí se ha tratado ya del silogismo y de la inducción”. Y es claro que

(…) demostrar a base de muchos casos semejantes es allí (en la dialéctica


de los Tópicos) una inducción y, aquí (en la Retórica), un ejemplo; mientras
que obtener, dadas ciertas premisas, algo diferente de ellas, por ser (tales
premisas), universalmente o la mayor parte de las veces174, tal como son, eso
se llama, allí, silogismo y, aquí, entimema. (1356b 15-20)175

Considera Aristóteles que los discursos basados en ejemplos son menos


convincentes que los basados en entimemas, aunque aquellos logran mayor
aplauso176.
Retoma Aristóteles la relación entre dialéctica y retórica:

Puesto que ningún arte se ocupa de lo singular (…) de igual manera tampoco
la retórica aporta un conocimiento teórico sobre lo que es plausible de un
modo singular (…) sino sobre lo que lo es respecto de una clase, como tam-
bién hace la dialéctica. (1356b 30-35)

Y agrega: “(la dialéctica) no concluye silogismos a partir de premisas


tomadas al azar (…) sino a partir de lo que requiere razonamiento, y la re-
tórica a partir de lo que ya se tiene por costumbre deliberar”. Pero esto no
parece señalar una real diferencia entre ambas, como sí lo hace lo que anota
a continuación:

172 Hay un aparente lapsus en el texto de Gredos —que aparece correcto en la edición de Aguilar,
p. 119—, anotando ‘inducción’ (ἐπάγοντα) en vez de ‘ejemplo’. Igualmente la versión inglesa
de Roberts (1984) anota ‘inductions’.
173 “Anal. Pr. II 23 (en especial, 68b 9-14) y Anal. Post. I 18, 81a 39- b42. La aplicación, según el
modelo de los Analíticos, de los métodos deductivo-inductivo a la filosofía práctica de Aristó-
teles se encuentra igualmente en Ét. Nic. VI 3, 1139b 27.” (Racionero, 1999, p. 180, n. 44).
174 Nótese que esta doble posibilidad incluye, en la analogía, tanto a los silogismos necesarios o
demostrativos como a los silogismos probables.
175 ὅτι τὸ μὲν ἐπὶ πολλῶν καὶ ὁμοίων δείκνυσθαι ὅτι οὕτως ἔχει ἐκεῖ μὲν ἐπαγωγή ἐστιν ἐνταῦθα
δὲ παράδειγμα, τὸ δὲ τινῶν ὄντων ἕτερόν τι διὰ ταῦτα συμβαίνειν παρὰ ταῦτα τῷ ταῦτα εἶναι
ἢ καθόλου ἢ ὡς ἐπὶ τὸ πολὺ ἐκεῖ μὲν συλλογισμὸς ἐνταῦθα δὲ ἐνθύμημα καλεῖται.
“When we base the proof of a proposition on a number of similar cases, this is induction in
dialectic, example in rhetoric; when it is shown that, certain propositions being true, a further
and quite distinct proposition must also be true in consequence, whether invariably or usually,
this is called syllogism in dialectic, enthymeme in rhetoric” (Roberts, 1984).
176 Recordemos que algo semejante dijo en los Tópicos I 12, 105a 16 en relación con los silogis-
mos y las comprobaciones (inducciones): “La comprobación es un argumento más convincente
y claro, más accesible a la sensación y común a la mayoría, mientras que el razonamiento es
más fuerte y más efectivo frente a los contradictores” (105a 16-19).

112
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

La tarea de esta última (la retórica) versa, por lo tanto, sobre aquellas mate-
rias sobre las que deliberamos y para las que no disponemos de artes especí-
ficas, y ello en relación con oyentes de tal clase que ni pueden comprender
sintéticamente en presencia de muchos elementos ni razonar mucho rato se-
guido. (1357a)177

Lo último sugiere una diferencia entre las dos artes por relación al pú-
blico al cual se dirigen. Lo primero no parece establecer diferencia, pues
ambas, retórica y dialéctica, se ocupan de asuntos sobre los que debemos
deliberar, es decir, sobre aquello “que puede resolverse de dos modos, ya
que nadie da consejos sobre lo que él mismo considera que es imposible que
haya sido o vaya a ser o sea de un modo diferente, pues nada cabe hacer en
estos casos” (1357a 5). Con lo cual, además, quedan adscritas ambas dis-
ciplinas a la filosofía práctica —o al menos la retórica, según Q. Racionero
(p. 183, n. 52)—.
Y continúa con otra diferencia entre retórica y dialéctica, que es el reflejo
de la anterior: En la dialéctica “es posible concluir silogismos y proceder
por deducción en aquellas cuestiones que, o bien han sido ya antes estable-
cidas a partir de silogismos, o bien no proceden de silogismos pero requie-
ren de ellos por no ser de opinión común”. Pero, en la retórica, el primer
tipo de razonamiento “no puede seguirse bien a causa de su longitud (pues
se supone que el que juzga es un hombre sencillo)”, mientras que el otro “no
es convincente por no proceder de premisas ya reconocidas o plausibles”178.
De allí que sea necesario

(…) que el entimema y el ejemplo versen sobre aquellas cosas que pueden
ser de otra manera (…) y todo ello a partir de pocas premisas, incluso menos
de las que consta el silogismo de la primera figura. Porque si alguna de estas
premisas es bien conocida, no hace falta enunciarla. (1357a 15-17)179

177 “The duty of rhetoric is to deal with such matters as we deliberate upon without arts or systems
to guide us, in the hearing of persons who cannot take in at a glance a complicated argument,
or follow a long chain of reasoning” (Roberts, 1984).
178 Recuérdese que los problemas y las tesis, en la dialéctica, y especialmente en sus silogismos
críticos o ‘examinativos’, pueden partir de premisas controvertidas y aun paradójicas.
179 “It is possible to form syllogisms and draw conclusions from the results of previous syllogisms;
or, on the other hand, from premisses which have not been thus proved, and at the same time
are so little accepted that they call for proof. Reasonings of the former kind will necessarily be
hard to follow owing to their length, for we assume an audience of untrained thinkers; those of
the latter kind will fail to win assent, because they are based on premisses that are not generally
admitted or believed.
The enthymeme and the example must, then, deal with what is in the main contingent, (…),
about such matters. The enthymeme must consist of few propositions, fewer often than those

113
Pedro José Posada Gómez

La última parte de esta cita llevó a la errónea concepción de que el en-


timema siempre sería un silogismo incompleto. Aquí la retórica se opone
parcialmente a la dialéctica, es decir, a los silogismos demostrativos y a los
crítico-examinativos, que podemos denominar el componente lógico de la
dialéctica (Tópicos y Ref. Sof.), que se desarrolla en los Analíticos.
Pero ya en la dialéctica se acepta que los razonamientos dialécticos por
comprobación son más efectivos frente a la multitud, mientras que los razo-
namientos dialécticos por silogismo, lo son frente al contendor en el debate.
Por ello se puede afirmar análogamente, como antes anotamos, que “los
discursos basados en ejemplos son menos convincentes que los basados en
entimemas, aunque aquellos logran mayor aplauso”.
Así, una vez más, se tiene en cuenta la índole del auditorio de la retórica
para señalar la diferencia con aquel del debate dialéctico: un auditorio que
por ‘simple’ no puede entender (y aceptar) unas premisas fundamentadas
silogística y demostrativamente; o unas premisas que, por contrarias a la
opinión común, deberán ser demostradas silogísticamente (se trata otra vez
de aquellos “oyentes del tal clase que ni pueden comprender sintéticamente
en presencia de muchos elementos ni razonar mucho rato seguido”).
Pasa Aristóteles a precisar la parte más lógica de la retórica: la forma y la
materia de los entimemas formados a partir de probabilidades o de signos.
Pero antes unas nociones más generales: Pocos silogismos retóricos están
formados a partir de cosas necesarias, pues “la mayor parte de los asuntos
sobre los que se requieren juicios y especulaciones podrían también ser de
otra manera, ya que, por una parte, damos consejo y especulamos sobre lo
que implica acción” y “ninguna acción procede de algo necesario”; además,

(…) es forzoso que lo que acontece frecuentemente y es solo posible sea


concluido mediante silogismos a partir de premisas semejantes, igual que
lo necesario se concluye de premisas necesarias, cosa ésta que ya sabemos
desde los Analíticos, resulta así manifiesto que, de las proposiciones de que
hablan los entimemas, algunas son necesarias, pero la mayor parte sólo fre-
cuentes. (1357a 30)

Se retoma aquí la distinción entre los silogismos demostrativos (que con-


cluyen lo necesario a partir de lo necesario) y los silogismos dialécticos (en
el sentido estricto) y retóricos, que concluyen lo posible a partir de lo posi-
ble. Se afirma, además, que los razonamientos demostrativos son escasos en
la retórica, aunque no están ausentes. Del mismo modo que en la dialéctica

which make up the normal syllogism. For if any of these propositions is a familiar fact, there is
no need even to mention it…” (Roberts, 1984).

114
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

el predominio de los razonamientos probables o plausibles, no elimina los


razonamientos demostrativos. De todos modos el énfasis sigue en la distin-
ción entre el tipo de silogismo estrictamente apodíctico y el estrictamente
dialéctico (aquí asimilado al retórico). Diferencia basada en el contenido
epistémico de sus premisas.
Así, las premisas de un silogismo retórico o entimema, pueden ser pro-
babilidades o signos (1357a 32):

Porque lo probable (εἰκός) es lo que sucede la mayoría de las veces, pero


no absolutamente, como algunos afirman; sino lo que, tratando de cosas que
también pueden ser de otra manera, guarda con aquello respecto de lo cual es
probable la misma relación que lo universal respecto de lo particular. (1357a
35- 1357b)180

De los signos (σημείων), los necesarios se denominan argumento concluyen-


te (τεκμήριον) y los no necesarios carecen de denominación que nombre esta
diferencia. Por su parte, llamo necesarios a aquellos signos a partir de los
cuales se construye el silogismo. Y, por esta razón, el argumento concluyente
es el que consta de signos de esta clase. (1357b 5)181

Apoya Aristóteles la última afirmación en una tesis de corte subjetivista:

Porque cuando se cree que ya no es posible refutar una tesis, se piensa en-
tonces que se aduce un argumento concluyente en la medida en que se aduce

180 τὸ μὲν γὰρ εἰκός ἐστι τὸ ὡς ἐπὶ τὸ πολὺ γινόμενον, οὐχ ἁπλῶς δὲ καθάπερ ὁρίζονταί τινες, ἀλλὰ
τὸ περὶ τὰ ἐνδεχόμενα ἄλλως ἔχειν, οὕτως ἔχον πρὸς ἐκεῖνο πρὸς ὃ εἰκὸς ὡς τὸ καθόλου πρὸς
τὸ κατὰ μέρος.
“A probability is a thing that usually happens; not, however, as some definitions would suggest,
anything whatever that usually happens, but only if it belongs to the class of the ‘contingent’ or
‘variable’. It bears the same relation to that in respect of which it is probable as the universal
bears to the particular” (Roberts, 1984).
El orden sugerido parece ser “Si todos los A son B, es probable que estos A sean B”, aunque
parece más evidente el orden inverso: “si estos A son B, es probable que todos los A sean B”,
es decir, de lo particular a lo universal.
181 τῶν δὲ σημείων τὸ μὲν οὕτως ἔχει ὡς τῶν καθ’ ἕκαστόν τι πρὸς τὸ καθόλου, τὸ δὲ ὡς τῶν
καθόλου τι πρὸς τὸ κατὰ μέρος. τούτων δὲ τὸ μὲν ἀναγκαῖον τεκμήριον, τὸ δὲ μὴ ἀναγκαῖον
ἀνώνυμόν ἐστι κατὰ τὴν διαφοράν. ἀναγκαῖα μὲν οὖν λέγω ἐξ ὧν ίνεται συλλογισμός· διὸ καὶ
τεκμήριον τὸ τοιοῦτον τῶν σημείων ἐστίν·
“Of Signs, one kind bears the same relation to the statement it supports as the particular bears
to the universal, the other the same as the universal bears to the particular. The infallible kind
is a ‘complete proof’ (tekmerhiou); the fallible kind has no specific name. By infallible signs I
mean those on which syllogisms proper may be based: and this shows us why this kind of Sign
is called ‘complete proof’” (Roberts, 1984).

115
Pedro José Posada Gómez

algo demostrado y terminado; pues ‘conclusión’ y ‘término’ son lo mismo en


la lengua antigua. (1357b 9)182

(Recuérdese lo dicho antes: “la persuasión es una especie de demostra-


ción —puesto que nos persuadimos sobre todo cuando pensamos que algo
está demostrado—”).
Aclara Q. Racionero que:

La noción dialéctica de signo (sêmeiôn) es definida en Anal. Pr. II 27, 70a


7-9 del siguiente modo: “lo que coexiste con algo distinto de ello, o lo que
sucede antes o después de que algo distinto haya sucedido, es un signo de
que algo ha sucedido o existe”. Por comparación, pues, con el concepto de
probabilidad (que está basado en la frecuencia regular de un mismo hecho)
el signo, o indicio, supone una relación entre dos hechos en la forma de
una implicación simple A→ B. Si esta relación es necesaria, el signo se lla-
ma tekmérion (“argumento concluyente”), y se corresponde con el modo
de implicación propio de las premisas necesarias en un silogismo demos-
trativo (cf. Anal. Post. I 3, 73a 24) y comporta, también en la retórica, una
demostración irrefutable (vid., infra, Ret. II 25, 03a 11-15). En cambio, si la
relación no es necesaria —en cuyo caso el signo “carece de nombre”: es un
anónymon sêmeiôn— la conclusión contiene sólo una probabilidad, de modo
que en este sentido, se reduce también, como el eikós, a una regla general
plausible (Anal. Post. I 6, 75a 33). En realidad, pues, tanto el eikós como el
sêmeiôn constituyen modos de probabilidad. En el primer caso se trata de la
probabilidad de un hecho; en el segundo, de la probabilidad de una relación.
(Racionero, 1999, p. 186, n. 59)

Los signos que forman entimemas son, pues, de tres tipos:


a. Los que guardan una relación como la de lo individual a lo universal
son del tipo,
a.1. Por ejemplo, de cuando se afirma que es un signo de que los sabios
son justos el que Sócrates era efectivamente sabio y justo. Esto es, desde
luego, un signo, pero refutable, aunque fuera verdad lo que afirma (pues no
es susceptible de un razonamiento por silogismo), veamos:
Efectivamente, el silogismo:

182 ὅταν γὰρ μὴ ἐνδέχεσθαι οἴωνται λῦσαι τὸ λεχθέν, τότε φέρειν οἴονται τεκμήριον ὡς δεδειγμένον
καὶ πεπερασμένον· τὸ γὰρ τέκμαρ καὶ πέρας ταὐτόν ἐστι κατὰ τὴν ἀρχαίαν γλῶτταν.
“when people think that what they have said cannot be refuted, they then think that they are
bringing forward a ‘complete proof’, meaning that the matter has now been demonstrated and
completed (peperhasmeuou); for the word ‘perhas’ has the same meaning (of ‘end’ or ‘bound-
ary’) as the word ‘tekmarh’ in the ancient tongue” (Roberts, 1984).

116
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Sócrates es sabio
Sócrates es justo
________________________
∴Todos los sabios son justos

No es un silogismo concluyente, formalmente válido, así sus premisas


(y, tal vez, su conclusión) sean verdaderas.
a.2. El segundo tipo es “el único signo que constituye un argumento
concluyente, pues sólo él, si es verdadero, es irrefutable.” Por ejemplo: “si
alguien dijese que es un signo de que alguien está enfermo el que tiene fie-
bre, o de que una mujer ha dado a luz el que tiene leche, esa clase de signos
sí es necesaria” (1357b 15).
Es decir, permiten formar los silogismos (verdaderos y válidos):
[Todo el que tiene fiebre está enfermo]
X tiene fiebre
____________________________
∴ X está enfermo

Y
[Toda mujer que tiene leche ha dado a luz]
Esta mujer tiene leche
___________________________________
∴ Esta mujer ha dado a luz

Que son dos silogismos válidos de la primera figura.

b. Los signos que guardan una relación como de lo universal a lo particular,


por ejemplo, si alguno dijera que es un signo de que alguien tiene fiebre el
hecho de que respira agitadamente. Pero esto es también refutable, aunque
fuera verdadero, puesto que también es posible que respire con agitación el
que no tiene fiebre. (1357b 16-20)

Es decir:
[Todo el que respire agitadamente tiene fiebre] ¿?
X respira agitadamente
_______________________________________
∴ X tiene fiebre

Aquí el silogismo es formalmente válido, pero la premisa mayor, implí-


cita, es falsa. Y la premisa explícita (signo) solo permite concluir la proba-
bilidad de la conclusión.

117
Pedro José Posada Gómez

En cuanto al ejemplo (παράδειγμα) o inducción retórica, dice Aristóteles


que en este

(…) no hay una relación de la parte con el todo, ni del todo con la parte, ni
del todo con el todo, sino de la parte con la parte y de lo semejante con lo
semejante: cuando se dan dos proposiciones del mismo género, pero una es
más conocida que la otra, entonces hay un ejemplo, como cuando se afir-
ma que Dionisio, si pide una guardia, es que pretende la tiranía. Porque, en
efecto, como con anterioridad también Pisístrato solicitó una guardia cuando
tramaba esto mismo y, después que la obtuvo, se convirtió en tirano, e igual
hicieron Teágenes en Mégara y otros que se conocen, todos estos casos sir-
ven de ejemplo en relación con Dionisio, del que todavía no se sabe si la pide
por eso. Por consiguiente, todos estos casos quedan bajo la misma proposi-
ción universal de que quien pretende la tiranía, pide una guardia. (1357b 35)

Nótese que la conclusión del ejemplo: Si Dionisio pide una guardia,


entonces Dionisio pretende la tiranía, está apoyada en varios casos particu-
lares conocidos (Pisístrato, Teágenes) que permiten la inducción de la regla
general y probable “Todos los gobernantes que piden una guardia pretenden
la tiranía”, que es la premisa mayor, implícita, que apoya el ejemplo.
Sin embargo, la analogía del ejemplo con la inducción no es completa.
Como anota Q. Racionero, en Anal. Pr. II 24, Aristóteles

(...) señala diferencias de dos órdenes. En primer lugar, la inducción “de-


muestra a partir de todos los casos individuales..., mientras que el ejemplo
no utiliza todos los casos individuales para su demostración” (63a 13-16),
por lo que el ejemplo implica una inclusión sólo parcial. Sin embargo, Spen-
gel y Grimaldi han advertido que el ejemplo presupone una inducción real,
no incompleta, sino implícita. (…) El ejemplo es el correlato inductivo del
entimema en cuanto que propone generalizaciones probables, que, o bien
son persuasivas por sí mismas, o bien lo son como premisas plausibles de un
silogismo. (Racionero, p. 188, n. 63)

Agrega Aristóteles que la diferencia que hay entre los entimemas, es la


misma que existe entre los silogismos en el método dialéctico, “pues algu-
nos de ellos se remiten tanto a la retórica como al método dialéctico de los
silogismos” (1358a 5)183.
Retomando las semejanzas entre la retórica y la dialéctica, afirma Aris-
tóteles que:

183 Anota Racionero (p. 189, n. 64) que esta referencia al “método dialéctico de los silogismos”,
“sólo puede significar que la ciencia analítica no es más que la culminación de la dialéctica
formal”.

118
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

(…) los silogismos dialécticos y retóricos son aquellos a propósito de los


cuales decimos lugares comunes. Y que éstos son los que se refieren en co-
mún lo mismo a cuestiones de justicia que de física, de política o de otras
muchas materias que difieren por la especie. (1358a 10-15)

Y diferencia estos lugares comunes de los propios:

En cambio son propias las conclusiones derivadas de enunciados (πρότασις)


que se refieren a cada una de las especies y géneros, como son, por ejemplo,
los enunciados sobre cuestiones físicas, de los cuales no es posible concluir
ni un entimema ni un silogismo sobre cuestiones morales, igual que de los
que tratan de estas últimas no puede concluirse nada acerca de las cuestiones
de la física. (1358a 20)

Por lo demás, agrega, la mayoría de los entimemas “se dicen de estas


especies particulares y propias y son pocas las que se dicen de los lugares
comunes” (1358a 27).
Q. Racionero hace importantes observaciones sobre el concepto de “lu-
gar común” (τόπος κοινός):

Tal como el concepto es sugerido en el programa de Top. I 1, 100a 18-21,


y en Ref. Sof. 9, 170a 20- 172b 8, la remisión de un argumento cualquiera
a un “lugar común” constituye un método por el que es posible sustituir las
relaciones de inferencias espontáneas, que la razón realiza entre términos
particulares, por las relaciones comunes y generales que son de aplicación
general a todos los casos. La fuerza del argumento reside entonces, no en
la materia a que se refiere, sino en que tal materia es presentada como ex-
presión de una inferencia universal que todos tienen que admitir. (...) Los
“tópicos” son, pues, reglas generales de relación, de las que se puede echar
mano para demostrar la validez de todas las formas particulares de relación
entre enunciados (sea cual sea su materia), como si tales formas estuviesen,
en efecto, clasificadas y depositadas en determinados habitáculos o lugares
lógicos. (...) Para Aristóteles, la tópica expresa..., un “método de selección”
de los argumentos pertinentes a un caso propuesto por medio de reglas lógi-
cas que sirven de instrumentos de control... (Racionero, p. 190, n. 67)

En el capítulo 3 del Libro I, donde se exponen los distintos géneros re-


tóricos, Aristóteles enfatiza que: “Las pruebas concluyentes (τὰ τεκμήρια),
las probabilidades (τὰ εἰκότα) y los signos (τὰ σημεῖα) son los enunciados
(προτάσεις, premisas) propios de la retórica” (1359a 10).
También replantea la relación de la retórica con la lógica, la política, la
dialéctica y la sofística:

119
Pedro José Posada Gómez

(…) ya hemos tenido ocasión de decir que la retórica se compone, por un


lado, de la ciencia analítica y, por otro, del saber político que se refiere a los
caracteres; y sobre que es análoga, de una parte, a la dialéctica y, de otra
parte, a los razonamientos sofísticos. (1359b 10)184

En el capítulo 9, dedicado al discurso epidíctico, planteará una relación


frecuente entre los lugares comunes de todos los discursos y los tres géneros
oratorios, así:

(…) la amplificación es la más apropiada a los epidícticos (…). Los ejem-


plos, por su parte, lo son a los discursos deliberativos (…). Y los entimemas,
en fin, a los discursos judiciales (pues el suceso, por ser oscuro, requiere
sobre todo causa y demostración). (1368a 30)

El mismo tema será retomado en el Libro II, cap. 18 (donde se amplía


el tema de los lugares comunes a los tres géneros oratorios), de este modo:

Entre los lugares comunes, con todo, el de amplificar es el más apropiado a


los discursos epidícticos…; el de remitir a los hechos lo es a los discursos
judiciales (pues el acto de juzgar versa sobre ellos); y el de lo posible y lo
futuro, a los discursos deliberativos. (1392a 5)

Relacionando las dos citas, vemos que en el discurso judicial se usan los
entimemas para demostrar y establecer las causas de los hechos; mientras
que en el discurso deliberativo, los ejemplos tomados del pasado permiten
sustentar los pronósticos sobre el futuro.
Terminaremos este capítulo con una breve revisión del Libro II, espe-
cialmente de su tercera parte. Pues, como es sabido, en la primera parte se
presentan las pasiones; en la segunda, los caracteres; mientras que la tercera
amplía el tema de los lugares comunes a todos los géneros de discursos (Tó-
pica mayor), y el de las pruebas por persuasión comunes a los tres géneros
oratorios: el ejemplo, las máximas y los entimemas (incluyendo los lugares
comunes de los entimemas, o tópica menor), además de un capítulo dedica-
do a los entimemas aparentes y otro dedicado a la refutación.
En el inicio de este Libro II, Aristóteles plantea que:

184 ὅπερ γὰρ καὶ πρότερον εἰρηκότες τυγχάνομεν ἀληθές ἐστιν, ὅτι ἡ ῥητορικὴ σύγκειται μὲν ἔκ τε
τῆς ἀναλυτικῆς ἐπιστήμης καὶ τῆς περὶ τὰ ἤθη πολιτικῆς, ὁμοία δ’ ἐστὶν τὰ μὲν τῇ διαλεκτικῇ
τὰ δὲ τοῖς σοφιστικοῖς λόγοις.
“The truth is, as indeed we have said already, that rhetoric is a combination of the science of
logic and of the ethical branch of politics; and it is partly like dialectic, partly like sophistical
reasoning” (Roberts, 1984).

120
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

(…) puesto que la retórica tiene por objeto formar un juicio (dado que tam-
bién se juzgan las deliberaciones y la propia acción judicial es un acto de
juicio), resulta así necesario atender, a los efectos del discurso, no solo a que
sea demostrativo y digno de crédito, sino también a cómo ha de presentarse
uno mismo y a cómo inclinará a su favor al que juzga. (1377b 20)

Con lo cual se muestra el carácter complementario de las tres pruebas


por persuasión o πίστεις: λόγος, ἦθοςy πάθος.
El tema es retomado en el capítulo 18 (relativo a los lugares comunes a
los tres géneros oratorios), después de haber presentado las pasiones y los
caracteres (que no incluimos en esta síntesis, por no ser pertinentes a nues-
tro objetivo). Dice allí Aristóteles que, dado que

(...) el uso de los discursos convincentes tiene por objeto formar un juicio
(...); como también se usa del discurso aun si se dirige a una sola persona,
para aconsejarla o disuadirla... (porque no por ser uno solo se es menos juez,
dado que aquel a quien se pretende persuadir, ese es, hablando absolutamen-
te, juez); como además, si alguien habla contra un contrincante o contra una
proposición, esto da lo mismo (pues también es forzoso usar del discurso
para refutar los argumentos contrarios, contra los cuales, como si se tratase
de un contrincante, se hace el discurso) e igualmente sucede en los discursos
epidícticos (en el cual el discurso se dirige al espectador como si fuera un
juez...). (1391b 5-15)

Vemos en esta cita que la retórica, tanto como la dialéctica, supone la


búsqueda de convencer a otro o de refutar tesis planteadas por otros.
En el capítulo 20, dedicado a los ejemplos, el autor establece una rela-
ción complementaria entre ejemplos y entimemas, así: “cuando no se tienen
entimemas, conviene usar los ejemplos como demostración (...); cuando sí
se tienen, como testimonio, utilizándolos en este caso como epílogo de los
entimemas” (1394a 10).
El capítulo 21 explica las máximas. Una máxima es una aseveración
sobre aquellas cosas “que se refieren a acciones y son susceptibles de elec-
ción o rechazo en orden a la acción” (1394a 25), además, las conclusiones
y principios de los entimemas son máximas (1394a 28).
El capítulo 22 vuelve sobre los entimemas. El entimema es un silogismo
retórico que debe distinguirse del silogismo dialéctico (en sentido general,
que abarca los demostrativos), pues el fin del silogismo retórico es ser per-
suasivo. La diferencia, de todos modos, no es muy clara. Racionero anota
que:

121
Pedro José Posada Gómez

(...) la diferencia entre silogismos dialécticos y retóricos no puede residir


sino en la especialización que progresivamente adoptan las premisas de és-
tos últimos. Mientras que los silogismos dialécticos contienen cualesquiera
premisas probables (“tomadas de tantas maneras cuantas se toma la propo-
sición”, Top. I 14, 105a 35), es característico de los silogismos retóricos el
que sus premisas hayan de ser escogidas de un campo propio de enunciados,
que en rigor no son otros que las písteis o proposiciones convincentes. (Ra-
cionero, p. 417, n. 280)

Esto hace comprensible que Aristóteles recomiende que las deducciones


mediante entimemas no “arranquen de muy lejos ni recorriendo todos los
pasos” (1395b 25) y que “tampoco se deben hacer las deducciones par-
tiendo únicamente de las premisas necesarias, sino también de las que son
válidas para la mayoría” (1396a).
Divide aquí Aristóteles los entimemas en dos tipos (en analogía con la
dialéctica):

(…) los demostrativos de que algo es o no es, y los refutativos; y se dife-


rencian como la refutación y el silogismo en la dialéctica. Entimema de-
mostrativo es aquel en el que se efectúa la deducción partiendo de premisas
en las que se está de acuerdo, mientras que el refutativo es el que deduce a
propósito de lo que no hay acuerdo. (1396b 25)

Aquí, como bien anota Racionero (p. 424, n. 298), el acuerdo sobre las
premisas es lo que hace al silogismo (retórico y dialéctico) ‘demostrativo’
(δεικτικά), mientras que los silogismos refutativos (ἐλεγκτικοὶ συλλογισμοί)
son “aquellos que hacen notar que sobre las opiniones del contrario no hay
acuerdo, es decir, que no son plausibles”.
El capítulo 24 está dedicado a los entimemas aparentes (análogos de los
silogismos aparentes), también llamados aquí ‘paralogismos’ (y, posterior-
mente, falacias). Aristóteles retoma aquí algunas de las falacias examinadas
en las Refutaciones sofísticas, y agrega un nuevo tipo de falacia típicamente
retórica, la exageración o deinosis (Racionero, pp. 451-452, n. 401).
Finalmente, el capítulo 25 se refiere a la refutación. La refutación se hace
o bien mediante un contrasilogismo o bien aduciendo una objeción. Dado
que los silogismos retóricos provienen, generalmente, de opiniones plausi-
bles; y que muchas de estas opiniones son contrarias entre sí; los contrasilo-
gismos encuentran allí la materia para su formación (1402a 23).
Por otro lado, como la mayoría de los entimemas se forman a partir de lo
probable (“que no es lo que sucede siempre sino la mayoría de las veces”):

122
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

(…) resulta así palmario que todos estos entimemas son refutables aducien-
do una objeción, pero se trata de una objeción aparente y no siempre verda-
dera, puesto que el que la propone no refuta que la cosa de que se trata no sea
probable, sino que no es necesaria. (1402b 23)

Pero “no basta con refutar que algo no es necesario, sino que se debe
refutar también que sea probable” (1402a 35). Incluso se puede refutar un
argumento concluyente (y el entimema que se basa en él) “demostrando que
el argumento alegado no es pertinente” (1403a 15).
Así, en conclusión, Aristóteles construye su versión de la retórica tenien-
do como marco de referencia los tipos de razonamiento que había estudiado
en la dialéctica (Tópicos y Refutaciones sofísticas), por lo cual su retórica
no es opuesta al razonamiento dialéctico (y lógico) sino que muestra un
uso persuasivo de los razonamientos analizados en sus obras previas. En
este sentido, la retórica es homóloga de la dialéctica, un “esqueje” de ella,
y contiene un componente estrictamente racional en las “pruebas” (πίστεις)
propias del arte, que son los entimemas y ejemplos.

123
PARTE II

La influencia del canon aristotélico


en las teorías de la argumentación
(Perelman, Toulmin, Van Eemeren, Habermas)

Las teorías de la argumentación que examinaremos en esta parte, y que


surgen a mediados del siglo XX con las obras de Chaïm Perelman-Lucie
Olbrechts-Tyteca y S. E. Toulmin, se plantean a la vez como una reacción
crítica a la lógica formal y como una relectura de la obra aristotélica. Esto es
más evidente en el caso de los creadores de la Nueva Retórica, pero también
Toulmin, en el “Prólogo a la edición actualizada” (2002) la reedición de su
obra pionera Los usos de la argumentación (1958), ha enfatizado que “hoy
por hoy, haría más hincapié en el contraste de Aristóteles entre los tópicos
‘general’ y ‘especial’ como forma de dilucidar los distintos tipos de ‘funda-
mentos’ empleados en los diferentes campos de la práctica y la argumenta-
ción” (Toulmin, 2007)185.
En esta parte de nuestro texto pasaremos revista a la forma como estos
autores plantearon sus diferencias y coincidencias con la obra aristotélica,
especialmente con sus teorías sobre la lógica, la dialéctica y la retórica.

185 Traducción de The uses of argument, editado en 1958 por Cambridge University Press. En este
mismo prólogo afirma que más adelante cayó en la cuenta de que “Aristóteles era más prag-
matista, y menos formalista, de lo que habían considerado los historiadores por norma general
desde la Alta Edad Media” (p. 10).
Capítulo 4

Valoración del canon aristotélico


en la obra de Perelman-Olbrechts

Los creadores de la Nueva Retórica, Perelman-Olbrechts (P-O), recono-


cen su deuda con la obra de Aristóteles. Desde el relato de su teoría como el
resultado del encuentro (o reencuentro) con Aristóteles.
P-O han reiterado en varios textos la forma como, en la búsqueda de una
“lógica de los juicios de valor”, tuvieron su “reencuentro con Aristóteles”.
Así, por ejemplo, lo presenta Perelman en el Imperio Retórico:

Este trabajo de gran envergadura emprendido con la señora L. Olbrechts-


Tyteca, nos condujo a conclusiones completamente inesperadas y que han
constituido para nosotros una revelación, a saber, que no existía una lógica
específica de los juicios de valor, sino que lo que nosotros buscábamos había
sido desarrollado en una disciplina muy antigua, actualmente olvidada y des-
preciada: la retórica, el antiguo arte de persuadir y convencer. (1977, p. 12)

El reencuentro con Aristóteles, a partir de la búsqueda de una “lógica de


los juicios de valor”, también es narrado en el artículo “Logique et rhétori-
que”, donde Perelman y Olbrechts-Tyteca afirman que:

Habiendo emprendido este análisis de la argumentación en un cierto nú-


mero de obras, especialmente filosóficas, y en ciertos discursos de nuestros
contemporáneos, hemos caído en cuenta, en el curso del trabajo, de que los
procedimientos que nosotros buscábamos estaban, en gran parte, en la Retó-
rica de Aristóteles; en todo caso, las preocupaciones de éste último se apro-
ximaban extrañamente a las nuestras. (Perelman y Olbrechts, 1952, p. 9)186

186 Artículo aparecido en Perelman y Olbrechts (1950, enero-marzo), Revue philosophique de la


France et de l`étranger.
Pedro José Posada Gómez

Como acertadamente lo afirma Mortara, la Nouvelle Rhétorique de P-O

(…) es un retorno moderno y actual (bajo el signo de la derivación, pero


también de una consciente y visible distancia, de ahí el adjetivo de nouvelle)
a las teorías clásicas y a su matriz aristotélica, con el fin de construir una
teoría del discurso “no demostrativo”, y de organizar sistemáticamente los
antiguos esquemas argumentativos. (Mortara, 1988/1991, p. 58)

Así pues, P-O encontraron en la Retórica y los Tópicos de Aristóteles


las herramientas para enfrentar los problemas de una “lógica de los juicios
de valor” y, tras abandonar este proyecto como innecesario, elaboraron una
Nueva Retórica como “teoría general de la argumentación”187. Me interesa
resaltar que en tal reencuentro P-O distinguirán y separarán claramente el
aspecto lógico-analítico del aspecto dialéctico-retórico de la obra aristotéli-
ca, lo que permitirá:
1. Reivindicar la Nueva Retórica como una continuación crítica de la tra-
dición aristotélica de la retórica y la dialéctica.
2. Tomar una postura crítica frente al racionalismo moderno (desde Des-
cartes hasta el positivismo lógico) que se apoya en el modelo analítico
deductivo de la razón y el razonamiento.
3. Distinguir el ámbito de las “pruebas retóricas” como distinto del de las
“pruebas analíticas”.
4. Plantear las diferencias entre la argumentación en el lenguaje cotidiano
y la demostración en un sistema lógico.
5. Concluir esta sección con algunas observaciones generales sobre la re-
lación de la Nueva Retórica con las disciplinas lógica, dialéctica y retó-
rica de Aristóteles.

4.1. Nueva Retórica como continuación crítica de la tradición aristotélica


de la retórica y la dialéctica

La distinción aristotélica de dos tipos de discursos que se enfocan, bien a


la demostración de verdades científicas, o bien a la deliberación sobre asun-
tos prácticos, es retomada por Perelman en el ensayo “Retórica y filosofía”:

187 “Ya que... la discusión con un único interlocutor o incluso la deliberación íntima dependen,
para nosotros, de una teoría general de la argumentación, la idea que tenemos del objeto de
nuestro estudio, lógicamente, rebasa con mucho al de la retórica clásica”, dicen P-O en la in-
troducción del Tratado de la argumentación (1989, p. 38). La expresión “retórica clásica” no se
opone todavía aquí a “retórica antigua”, como sucederá después en el Imperio Retórico, donde
la primera (clásica) se referirá a la retórica que parte de Petrus Ramus y la segunda (antigua) a
aquella de Aristóteles, Cicerón y Quintiliano.

128
A los métodos que permiten acceder al conocimiento científico, a la con-
templación de verdades eternas, Aristóteles añade, en su Órganon, las téc-
nicas dialécticas y retóricas, indispensables cuando se trata de hablar del
elogio y de la censura, de lo justo y de lo injusto, de lo conveniente y de lo
inconveniente, es decir, las técnicas que debemos utilizar para examinar y
exponer de una manera razonable los problemas concernientes a los valores.
(1969/1970, p. 220)

Y, en general, a los problemas de la ‘razón práctica’.


Nótese que desde ya queda planteada la oposición entre la Lógica (ana-
lítica o formal) por un lado, y el par de disciplinas Retórica y Dialéctica,
necesarias para discutir razonablemente sobre los valores.
También en el artículo “Logique et rhétorique”, P-O retoman la función
que Aristóteles asigna a la disciplina retórica, enfatizando su diferencia con
el enfoque analítico (que exige unas reglas específicas y unos sujetos com-
petentes en ellas):

Mientras que en los Analíticos Aristóteles se preocupa por los razonamien-


tos concernientes a la verdad, y sobre todo a lo necesario, “la función de
la retórica”, nos dice, “es la de tratar sobre aquellas materias sobre las que
deliberamos y para las que no disponemos de artes específicas, y ello en rela-
ción con oyentes de tal clase que ni pueden comprender sistemáticamente en
presencia de muchos elementos ni razonar mucho rato seguido. (Perelman y
Olbrechts, 1952, pp. 11-12)188

Este énfasis en la diferencia entre el argumento lógico-analítico y el per-


suasivo (sea dialéctico o retórico) también se presenta cuando los autores
toman posición crítica frente a la predilección de Aristóteles por la búsque-
da de la verdad por medio de la lógica (al menos en su período maduro de
los Analíticos), y una supuesta desvalorización de la retórica, al considerar-
la Aristóteles como más apta para dirigirse a la masa incompetente:

Destaquemos enseguida que esta concepción [de Aristóteles] que funda la


retórica sobre la ignorancia y sobre lo probable, en vez de lo verdadero y
lo cierto —y que no deja ningún lugar a juicios de valor— la pone, en un
primer momento, en un estado de inferioridad que explicaría su posterior
declive. ¿En lugar de ocuparse de la retórica y de las opiniones engañosas,
no valdría más, en ayuda de la filosofía, tratar de conocer la verdad? La lucha
entre la lógica y la retórica es la transposición, en otro plano, de la oposición
entre la aletheia y la doxa, entre la verdad y la opinión, característica del
siglo V a.C. (Perelman y Olbrechts, 1952, p. 12)

188 Cita de Aristóteles, Retórica, Libro I, 1357 a. (sigo la traducción de Racionero, 1999, p. 182).
Pedro José Posada Gómez

Más adelante enfatizan su toma de distancia frente al “desprecio” de los


teóricos de la retórica antigua por el auditorio:

Contrariamente a Platón, lo mismo que a Aristóteles y Quintiliano, quienes


se esforzaron por encontrar en la retórica razonamientos semejantes a los de
la lógica, no creemos que la retórica sólo sea un expediente menos seguro,
que se dirige a los ingenuos y a los ignorantes. Hay dominios como aquellos
de la argumentación religiosa, de la educación moral o artística, de la filo-
sofía, o del derecho, en los cuales la argumentación no puede ser más que
retórica. Los razonamientos válidos en la lógica formal no pueden aplicarse
en los casos en los que no se trata ni de juicios puramente formales, ni de
proposiciones con un contenido tal que la experiencia sea suficiente para
establecerlos. (Perelman y Olbrechts, 1952, p. 39)

Se podría decir que ante la alternativa Verdad (revelada, intuida, perma-


nente) vs. Opinión (falible, provisional), los autores optarán por la segunda.
Elección no exenta del riesgo del relativismo, para una teoría que, en tanto
“teoría general de la argumentación”, se dirige al auditorio universal. Vol-
veré sobre esto al final del capítulo.
Antes de precisar mejor la delimitación que nuestros autores hacen de los
campos de la lógica y la argumentación dialéctico-retórica, recordemos que
ellos toman nota de una desmembración de dos tendencias en la retórica, ya
desde la antigüedad y preservada hasta épocas recientes:

Es esta incomprensión [por parte de Richard D. D. Whately en sus Elements


of Rhetoric, 1928] del rol y la naturaleza del discurso epidíctico —el que,
no olvidemos, existe realmente, y es imposible no atenderlo—, lo que ha
animado el desarrollo de las consideraciones literarias en la retórica y ha
favorecido, entre otras causas, el desmembramiento de ellas en dos tenden-
cias: la una filosófica, que busca integrar en la lógica las discusiones sobre
asuntos controvertibles, en tanto que inciertos, y donde cada uno de los ad-
versarios busca mostrar que su opinión es la verdadera o la verosímil; y la
otra, literaria, que busca desarrollar el aspecto artístico del discurso y se
preocupa sobre todo por los problemas de la expresión. La primera tendencia
pasaría por Protágoras y por Aristóteles, diciendo que “la verdad y lo que se
le parece dependen de la misma facultad” hasta llegar al arzobispo Whately.
La segunda pasaría por Isocrátes y nuestros maestros de estilo hasta llegar
a Jean Paulhan y a I. A. Richards. (Perelman y Olbrechts, 1952, pp. 15-16)

En esta apreciación histórica quiero resaltar que en la distinción: “re-


tórica filosófica” / “retórica literaria” —que es equiparable a la distinción
“retórica antigua” / “retórica clásica”, y que es una separación que la Nueva
Retórica quiere superar—, todavía se reconoce el nexo, planteado por Aris-

130
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

tóteles, entre lógica, dialéctica y retórica (si bien el estagirita no las confun-
día ni subordinaba la una a la otra).
Sin entrar, por ahora, a examinar la asimilación que hace la Nueva Re-
tórica de los razonamientos dialécticos y retóricos, retengamos que con el
énfasis en la oposición entre el razonamiento analítico y el persuasivo, en
la Nueva Retórica tienden a desaparecer los vínculos de la lógica con la
dialéctica y la retórica.

4.2. Una postura crítica frente al racionalismo moderno (desde Descartes


hasta el positivismo lógico) apoyado en el modelo analítico deductivo
de la razón y el razonamiento

Esta tónica de oponer la lógica a la retórica, y en general, a la teoría de


la argumentación, se intensifica con la crítica devastadora que hacen Perel-
man-Olbrechts del racionalismo moderno y del logicismo posterior. Así lo
plantearon en “Logique et rhétorique”:

De hecho, el desarrollo de la lógica moderna data del momento en que, para


estudiar los procesos de razonamiento, los lógicos se dedicaron a analizar
el modo de razonar en las matemáticas; esto es, a un análisis de los razona-
mientos utilizados en las ciencias formales, las ciencias matemáticas, del que
resultó la concepción actual de la lógica; lo que implica que toda argumen-
tación que no es utilizada en las ciencias matemáticas no aparecerá tampoco
en la lógica formal. (Perelman y Olbrechts, 1952, p. 8)

En un artículo de 1952 Perelman planteó su evaluación del efecto que


tuvo el desarrollo del modelo matemático de razonamiento, en el raciona-
lismo y en la lógica moderna:

(...) después de Descartes, la razón es considerada como el instrumento co-


mún a todos los hombres, capaz de hacerles comulgar en la adhesión a las
mismas verdades eternas, el culto de esta facultad implica el rechazo de todo
lo que podría ser un obstáculo a la razón inmutable, el menosprecio de lo
particular, lo pasajero y lo variable, de la individualidad y la historia. El ra-
cionalismo de siglos posteriores asociará a la idea de razón la de necesidad,
y reducirá progresivamente la lógica al estudio de las pruebas analíticas. Si
Kant limita las pretensiones del conocimiento racional, es porque, para él
igualmente, el uso legítimo de la razón pura está unido a los razonamientos
necesarios, que sólo conciernen al aspecto formal del saber. El análisis del
razonamiento deductivo, empresa de los lógicos desde hace un siglo, ha con-
ducido del mismo modo a todos los filósofos que se inspiran en la enseñanza
de la lógica formal a reducir lo racional a lo formal y a considerar como
ilegítimo todo uso diferente de la razón. (Perelman, 1952/1963, p. 3)

131
Pedro José Posada Gómez

En este mismo ensayo se señala el peligro ético que, para los autores
(Perelman y Olbrechts-Tyteca), representó el enfoque logicista y formalista
de la razón, que condenó al irracionalismo, al ciego decisionismo, o a la
violencia, la solución de los problemas de la razón práctica:

Las luchas incesantes que, desde Descartes, han opuesto los racionalistas a
sus adversarios en la tradición filosófica occidental, han contribuido a re-
forzar una tesis común en los dos campos, la de la unión de la razón a los
razonamientos necesarios. Lo racional se extiende a los dominios que se
cree están sometidos a las pruebas apodícticas, y todo lo que no es suscep-
tible de una prueba necesaria se califica como irracional: Ahora bien, me
parece que es esta tesis común, esta concepción de la razón, la que es inade-
cuada, y es responsable, en gran parte, del camino sin salida en el cual se
encuentra el racionalismo contemporáneo. En efecto, las dos actitudes que
el racionalismo podría adoptar, parecen ambas desastrosas: o bien él limita
la competencia de la razón al dominio explorado por la lógica formal y las
matemáticas, mientras abandona a lo irracional el dominio de la experiencia
y de la acción, y amplía otro tanto el campo donde la violencia es el principal
elemento de decisión; o bien extiende el dominio de la razón apodíctica, y
excluye, por este mismo hecho, del dominio examinado, todo lo que es re-
lativo a la individualidad y a la libertad humanas, a la cultura y a la historia,
pues sólo se puede ver como un obstáculo para la razón inmutable y eterna a
las condiciones individuales, sociales e históricas de su puesta en obra. Y lo
que es grave para un racionalista, es que esta extensión de la razón por fuera
de lo formal, no puede justificarla por procedimientos conformes a lo que
considera como racional, sino gracias a una construcción metafísica más o
menos frágil. De otra parte, esta misma concepción inadecuada de la razón,
concebida como una facultad del razonamiento necesario, es responsable, a
la vez, de una limitación indebida de la lógica moderna, de la insuficiencia
de las concepciones modernas de la inducción, de la inexistencia de una
metodología filosófica de las ciencias humanas y de la ausencia de una lógi-
ca adecuada de los juicios de valor, que pueda suministrar las razones para
una decisión humana. (Perelman, 1952/1963, p. 4)

Nótese que en este período Perelman y Olbrechts-Tyteca aún no se han


desprendido de la intención de buscar una “lógica de los juicios de valor”.
Parecería paradójico que P-O planteen en “Logique et rhétorique” (y lo
repetirá Perelman en el Imperio retórico) que vieron conveniente aplicar
el exitoso modelo que aplicó Frege a la lógica formal, al estudio de la ar-
gumentación, pero se trata de recuperar sus características de objetividad
descriptiva y rigor metodológico:

¿Si este análisis de las ciencias formales ha sido tan fecundo, no podría em-
prenderse un análisis semejante en el dominio de la filosofía, del derecho, de

132
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

la política y de todas las ciencias humanas? ¿Este no tendría por resultado


más que sustraer a la argumentación usada en estas ciencias a una asimila-
ción a los fenómenos de sugestión —que aquí implica generalmente alguna
desconfianza—, o a una asimilación a la lógica, que en su estructura actual,
debe necesariamente repudiar este género de razonamientos? ¿En las dis-
ciplinas de las ciencias humanas, no se podrían tomar los textos que son
considerados tradicionalmente como modelos de argumentación, y extraer
de ellos experimentalmente los procedimientos de razonamiento que son
considerados como convincentes? (Perelman-Olbrechts, 1952, pp. 8-9).

Luego, en el mismo ensayo: “¿No tenemos entonces el derecho de espe-


rar que, utilizando para el estudio de la retórica el mismo método que se ha
usado en la lógica, el método experimental, podríamos igualmente recons-
truir la retórica y obtener rendimientos interesantes?” (Perelman-Olbrechts,
1952, p. 11).
La primera frase de la Introducción del Tratado de la argumentación no
puede ser más explícita al respecto de los alcances filosóficos de la crítica
al racionalismo y al logicismo modernos: “La publicación de un tratado
dedicado a la argumentación y su vinculación a una antigua tradición, la
de la retórica y la dialéctica griegas, constituye una ruptura con la concep-
ción de la razón y del razonamiento que tuvo su origen en Descartes y que
ha marcado con su sello la filosofía occidental de los tres últimos siglos”
(Perelman-Olbrechts, 1958/1989, p. 30).
Y más adelante, en esta Introducción, caracterizarán en un párrafo al
objeto de sus críticas: al racionalismo y a un logicismo inspirado en los
Analíticos de Aristóteles:

Es racional, en el sentido más amplio de la palabra, lo que está conforme a


los métodos científicos, y las obras de lógica dedicadas al estudio de los pro-
cedimientos de prueba, limitadas esencialmente al estudio de la deducción
y, de ordinario, complementadas con indicaciones sobre el razonamiento in-
ductivo, reducidas, por otra parte, no a los medios que forjan las hipótesis,
sino a los que las verifican, pocas veces se aventuran a examinar los medios
de prueba utilizados en las ciencias humanas. En efecto, el lógico, inspira-
do en el ideal cartesiano, sólo se siente a sus anchas con el estudio de las
pruebas que Aristóteles calificaba de analíticas, ya que los demás medios no
presentan el mismo carácter de necesidad. Y esta tendencia se ha acentuado
mucho más aún desde hace un siglo, en el que, bajo la influencia de los ló-
gico-matemáticos, la lógica ha quedado limitada a la lógica formal, es decir,
al estudio de los procedimientos de prueba empleados en las ciencias mate-
máticas. Por tanto, se deduce que los razonamientos ajenos al campo me-
ramente formal escapan a la lógica y, por consiguiente, también a la razón.
Esta razón —de la cual esperaba Descartes que permitiera, por lo menos en
principio, resolver todos los problemas que se les plantean a los hombres y

133
Pedro José Posada Gómez

de los cuales el espíritu divino posee ya la solución— ha visto limitada cada


vez más su competencia, de manera que aquello que escapa a una reducción
formal presenta dificultades insalvables para la razón. (Perelman-Olbrechts,
1958/1989, p. 32)

4.3. Las “pruebas retóricas” y las “pruebas analíticas”

Como ya se dijo, la delimitación entre el campo de la lógica y el de la


retórica supone una distinción paralela en el concepto de “prueba”.
La distinción entre pruebas analíticas y pruebas dialécticas (y retóricas)
la retoman P-O de Aristóteles. Así lo plantean en la Introducción al Tratado:

(...) ya Aristóteles había analizado las pruebas dialécticas al lado de las de-
mostraciones analíticas, las que conciernen a lo verosímil junto a las que son
necesarias, las que sirven para la deliberación y la argumentación junto a las
que se emplean en la demostración. (Perelman-Olbrechts, 1958/1989, p. 33)

Nótese que, aunque los autores hablan de que las pruebas de cada tipo
estaban, en Aristóteles, “al lado de” las del otro tipo, P-O no toman en con-
sideración que ya desde los Tópicos y las Refutaciones sofísticas, las prue-
bas demostrativas son un tipo de argumento dialéctico. Idea que expuse en
el capítulo 1 de esta tesis y que fue planteada por P. Aubenque (y que será
asumida luego por P-O cuando planteen el “primado de la razón práctica”
sobre la razón teórica).
Ya en Lógica y retórica habían planteado esta oposición entre dos tipos
de prueba:

Es forzoso también entender el sentido de la palabra “prueba” —del que se


ocupan las ciencias humanas, donde es usada para englobar todo lo que no
es sugestión pura y simple— que la argumentación utilizó bien a partir de la
lógica, bien a partir de la retórica. Es, sin embargo, por oposición a la lógica,
como se llegará mejor a caracterizar los medios de prueba particulares que
llamaremos retóricos. (Perelman-Olbrechts, 1952, p. 17)

Más adelante enfatizarán que “la adhesión de los espíritus... es obtenida


por una diversidad de procedimientos de prueba, que no pueden ser reduci-
dos ni a los medios utilizados en la lógica formal, ni a la simple sugestión”
(Perelman-Olbrechts, 1952, p. 33).
También en El Imperio Retórico, Perelman define el dominio de la ar-
gumentación, a partir de la idea aristotélica de los Tópicos y la Retórica,
separándolo estrictamente del campo de la lógica (tanto deductiva como
inductiva):

134
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

(...) nos fue fácil remontarnos a la retórica de Aristóteles y a toda la tradición


greco-latina de la retórica y de los tópicos. Constatamos que en los domi-
nios donde se trata de establecer lo que es preferible, lo que es aceptable y
razonable, los razonamientos no son ni deducciones formalmente correctas
ni inducciones que van de lo particular a lo general, sino argumentaciones de
toda especie que pretenden ganar la adhesión de los espíritus a las tesis que
se presentan a su asentimiento. (Perelman, 1997, p. 12)

En el ensayo Razón eterna, razón histórica, Chaïm Perelman había ya


planteado su crítica a la reducción de la prueba al modelo matemático, se-
ñalando su falta de consistencia filosófica:

La lógica formal moderna está constituida gracias al análisis de formas de


razonamiento utilizados por los matemáticos. Es a partir del modelo mate-
mático que se desarrolla la teoría de la demostración, la teoría de la prueba
constrictiva, a la cual es necesario adherir o, al menos, a la cual adhiere todo
espíritu normalmente constituido. Pero tal limitación de la noción de prue-
ba, tal reducción de la lógica a las estructuras utilizadas en la demostración
formal, sólo está justificada para aquel que admite la posibilidad, al menos
en derecho, de suministrar la prueba de toda tesis válida, en todo dominio
del pensamiento. Quien adhiere a esta concepción limitativa de la prueba y
quien reconoce que allí escapan dominios enteros del pensamiento, no puede
más que renunciar, en estos dominios, al uso de la razón. Los positivistas
modernos, quienes hacen parte de esta última categoría de pensadores ra-
cionalistas, han tenido que considerar como irracionales todas las tesis que
rigen nuestra acción, todos los enunciados normativos y, en particular, todas
sus justificaciones filosóficas. Ellos han llegado así a condenar la filosofía
misma, en nombre de una concepción de la razón y de la prueba que depen-
den de la filosofía y que ellos no pueden justificar más que contraviniendo a
sus propios principios. (Perelman, 1952/1963, pp. 98-99)

4.4. Diferencias entre la argumentación en el lenguaje cotidiano


y la demostración en un sistema lógico

Las distinciones anteriores servirán a los autores para puntualizar las di-
ferencias entre la Nueva Retórica o Teoría de la argumentación y la lógica
formal, cuya presentación podemos sintetizar en cinco puntos, siguiendo el
artículo Logique et Rhétorique, así:

1. “La retórica, en nuestro sentido del término, difiere de la lógica por el


hecho de que ella se ocupa no de la verdad abstracta, categórica o hipotética,
sino de la adhesión”. El fin de la retórica es “producir o acrecentar la adhesión
de un auditorio determinado a ciertas tesis y su punto de partida será la adhe-
sión de este auditorio a otras tesis (…)”. (Perelman-Olbrechts, 1952, p. 18)

135
Pedro José Posada Gómez

No obstante, hay diferencias entre la argumentación con (“frente a”) una


sola persona, en el diálogo o el debate, y argumentar ante un gran auditorio; es
decir, entre la situación dialéctica y la situación retórica de la argumentación:

Cuando se trata de obtener el asentimiento de una sola persona, uno no pue-


de, por la fuerza misma de las cosas, utilizar la misma técnica de argumen-
tación que se utiliza delante de un gran auditorio. Es necesario asegurar a
cada paso el acuerdo del interlocutor plateándole preguntas, respondiendo a
sus objeciones; el discurso se transforma en diálogo. Esta técnica socrática,
opuesta a la de Protágoras, es también la que utilizamos cuando deliberamos
solos y consideramos los pros y contras de una situación delicada. (Perel-
man-Olbrechts, 1952, pp. 20-21)

2. Diferencias relativas al auditorio:

Si el carácter del auditorio es primordial en la argumentación retórica, la


opinión que este auditorio tiene del orador juega un papel muy importante,
lo que no cuenta en la lógica. En la argumentación retórica es imposible
escapar a la interacción entre la opinión que el auditorio tiene de la persona
del orador y la que tiene de los juicios y argumentos de este último. Que uno
llame competencia, autoridad, o prestigio a esta cualidad del orador no evita
que ella juegue como una gran constante; siempre y en cada instante del
tiempo, ella estará influenciando las proposiciones mismas que debe apoyar.
En la lógica, como en la ciencia, nosotros podemos creer que nuestras ideas
son la representación de la realidad, o experiencia de la verdad, y que nuestra
persona no interviene en nuestras aserciones; la proposición no es concebida
como un acto de la persona. Pero lo que distingue precisamente a la retórica,
es que la persona ha contribuido a valorar la proposición por su misma ad-
hesión a ella. Una afirmación vergonzosa lanza el oprobio sobre el que la ha
enunciado y la honorabilidad del que la enuncia le da peso a una afirmación.
(Perelman-Olbrechts, 1952, p. 23)

3. Diferencias en el carácter constriñente:

Lo que distingue, por otra parte, a la lógica de la retórica, es que, mientras


que en la primera se razona enteramente en un sistema dado, que se supone
admitido, en una argumentación retórica todo es susceptible de ser puesto
en cuestión; uno siempre puede retirar su adhesión: lo que se acuerda es
un hecho, no un derecho. Mientras que en la lógica la argumentación es
constrictiva, no es así en la retórica. Uno no puede estar obligado a adherir
a una proposición u obligado a renunciar a causa de una contradicción en
la que uno estaría atrapado. La argumentación retórica no es concluyente,
porque ella no se desarrolla en un sistema en el que las premisas y las reglas
de deducción son unívocas y fijas de modo invariable. (Perelman-Olbrechts,
1952, p. 26)

136
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Un caso en el que se puede percibir mejor esta diferencia entre el sistema


lógico y la argumentación, es en el de los argumentos cuasilógicos deno-
minados incompatibilidades. Mientras que una contradicción sería fatal en
un sistema formal, una incompatibilidad siempre es sorteable en una argu-
mentación no formal. Mientras que la inconsistencia en lógica conduce al
absurdo o al sinsentido, la incompatibilidad en retórica solo arriesga a caer
en el ridículo:

Si, entonces, la incompatibilidad puede siempre ser superada, si uno siempre


puede esperar modificar las condiciones del problema, en retórica uno no
está jamás condenado al absurdo. Hay, sin embargo, una noción que, en re-
tórica, juega el mismo rol que el absurdo en lógica: es el ridículo. (Perelman-
Olbrechts, 1952, p. 28)

También en una situación dialéctica se percibe la diferencia con la de-


ducción lógica:

Así que en una discusión, dos adversarios que buscan convencerse el uno al
otro pueden ambos ver sus opiniones modificadas por el punto de vista del
contendiente. Ellos terminan en un compromiso que será diferente tanto de
la tesis del uno como de la del otro, a lo que no se podría llegar razonando
en un sistema deductivo fijado unívocamente. (Perelman-Olbrechts, 1952,
pp. 28-29)

4. A diferencia del principio de la economía que rige la elección de los


axiomas y el proceso de demostración en la lógica formal, la argu-
mentación no supone una base definitiva y siempre es susceptible de
ampliación:

Ya que, en lógica, la argumentación es constrictiva, una proposición una


vez probada hace superflua toda otra prueba. Por el contrario, en retórica, la
argumentación no es constrictiva, un grave problema se presenta a cada in-
terlocutor: aquel de ampliar la argumentación. En principio, no hay un límite
para la acumulación útil de argumentos y no puede decirse, de entrada, qué
pruebas serían suficientes para determinar la adhesión. (Perelman-Olbrechts,
1952, p. 29)

5. El lenguaje lógico formal es un lenguaje artificial, creado para lograr


exactitud y evitar la ambigüedad; por el contrario, la argumentación
en el lenguaje cotidiano no puede prescindir del carácter polisémico
de sus expresiones, ni siquiera en los discursos de la razón práctica:

137
Pedro José Posada Gómez

Si la argumentación retórica no es constrictiva, es porque sus condiciones


son mucho menos precisas que las de la argumentación lógica. En la misma
medida en que ella no es formal, toda argumentación retórica implica la
ambigüedad y la confusión de los términos sobre los cuales ella se funda.
Esta ambigüedad puede ser reducida en la medida en que uno se aproxime
al razonamiento formal. Pero, a menos que se llegue a un lenguaje artificial,
como el que puede resultar del acuerdo de un grupo de sabios especialistas
en una ciencia determinada, la ambigüedad subsistirá siempre. La condición
misma de la argumentación constrictiva es la univocidad, en tanto que la
argumentación social, jurídica, política, filosófica, no puede eliminar toda
ambigüedad. (Perelman-Olbrechts, 1952, pp. 30-31)

Y a manera de conclusión sobre estas diferencias:

Las consideraciones que preceden nos parecen suficientes para poder afirmar
que el dominio de la argumentación retórica no puede ser reducido por un es-
fuerzo, por avanzado que sea, de retrotraerla, sea a la argumentación lógica,
sea a la sugestión pura y simple. (Perelman-Olbrechts, 1952, p. 33)

Es importante notar que en esta separación de los campos de la lógica y


la retórica, quedan también separados los asuntos de la validez y la eficacia
de los argumentos: “Nosotros diremos que la corrección es para la gramá-
tica, y la validez es para la lógica, lo que la eficacia es para la retórica”
(Perelman-Olbrechts, 1952, p. 38).
Lo cual plantea un problema, al momento de definir la fuerza de los
argumentos como una mezcla de ‘eficacia’ y ‘validez’, como veremos más
adelante.
Por su parte, el profesor Adolfo León Gómez hace su propia versión de
las cinco diferencias que la Teoría de la Argumentación de P-O presenta
entre demostración lógica formal y argumentación en el lenguaje cotidiano
(2001/2006, pp. 87-106)189:

I. La primera gran diferencia que hay entre lógica y argumentación es la


siguiente: la lógica se define en términos de sintaxis y de semántica.
(...) en un razonamiento lógicamente válido la verdad se transmite o se
propaga necesariamente de la premisa, o premisas, a la conclusión, o
conclusiones; porque un razonamiento puede tener más de una conclu-
sión. En cambio, en argumentación, lo que se transmite no es la verdad
sino la adhesión: la adhesión a unas tesis que el orador quiere que su
público, o audiencia, acepte mediante, precisamente, la argumenta-

189 Resumo lo dicho por Adolfo León Gómez (2001/2006) en Seis conferencias sobre Teoría de la
Argumentación, quien se inspira, en parte, en un texto de Gochet.

138
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

ción. Podríamos decir, siguiendo la analogía lógica, que la adhesión


en la argumentación se propaga de premisa o premisas a conclusión o
conclusiones.

Dicho en otras palabras:

En la lógica, la lógica clásica, lo que se transmite (de premisas a con-


clusión) es la verdad y lo que se retro-transmite (de la conclusión a, al
menos, una de las premisas) es la falsedad. En la argumentación, lo que
se transmite es la adhesión y lo que se retro-transmite es el desacuerdo.
La adhesión se intenta producir mediante una relación interpersonal.
Esta es una interacción entre agentes humanos libres. Pues mientras
que “la lógica es impersonal”, “no podemos hablar de impersonalidad
en la argumentación, porque ella es una interacción entre seres huma-
nos”.
Hay otra diferencia complementaria. No solo hay una diferencia entre
lo que se transmite, verdad o falsedad, adhesión o desacuerdo, sino
también en la forma de transmisión. En lógica, la verdad se transmite
necesariamente de las premisas a la conclusión. En cambio no pode-
mos decir que la adhesión se transmita necesariamente. La forma de
la transmisión podemos decir simplemente que es viable, que es plau-
sible, que es probable, pero no en un sentido cuantificable, sino en un
sentido más cualitativo de la palabra probabilidad.
II. Una segunda diferencia entre lógica y argumentación: Toda argumen-
tación es ad hominem... En toda obra donde hay razonamiento hay una
forma de atacar al adversario que se dice que es ad hominem, pero ese
sentido no es el sentido que le vamos a dar dentro de la teoría de la
argumentación. Decir que la argumentación es ad hominem, simple-
mente quiere decir que la argumentación es relativa al auditorio. (Ad
hominem quiere decir ‘para el hombre’).
III. Tercera diferencia. La lógica formal y cualquier formalismo son siste-
mas cerrados, cerrados sobre sí, e intemporales... La argumentación es
abierta y temporal. Las premisas de la argumentación, por ejemplo, los
hechos, las verdades, las presunciones, los valores, las jerarquías de
valores y los lugares comunes de lo preferible, varían de una época a
otra, varían de un autor a otro.
Hay otras características que podríamos aportar para mostrar los efec-
tos del tiempo en la argumentación. Por ejemplo, una primera caracte-
rística es que la argumentación nunca es definitiva; una prueba lógica
es definitiva desde el momento en que se hace, la argumentación no,
pues la adhesión se modifica con el tiempo. El tiempo afecta y puede
corroer a la argumentación.
La argumentación jamás se cierra, en un sentido técnico. Los cambios
en las personas, en el tiempo, en los contextos pueden cambiar la si-
tuación de la argumentación.” (...) “En el orden de la argumentación
también es decisivo el orden temporal”.

139
Pedro José Posada Gómez

IV. Cuarta diferencia. La lógica formal ha aislado del contexto no solo el


sistema sino también sus instrumentos, es decir, el lenguaje. El lengua-
je lógico es un lenguaje artificial, es algo que se construye artificial-
mente (...) El lenguaje lógico es un lenguaje unívoco: a cada símbolo,
a cada ideograma, le corresponde un concepto, y a cada concepto co-
rresponde un símbolo. Hay una relación biunívoca entre significante
y significado en lógica. En cambio, la argumentación se elabora en
los lenguajes naturales (...) Algo más, en esta diferencia entre lógica
formal y argumentación, podemos decir que en lógica, como un código
que es, no hay lugar para lo implícito o para lo presupuesto.
V. Quinto. Toda argumentación, en todos sus pasos y en todos sus elemen-
tos, puede volverse cómica. Un sistema formal en ningún momento
produce risa, precisamente porque es impersonal, porque es un sistema
artificial, porque no se puede jugar con las palabras, por ejemplo, en
el caso de las ambigüedades de todos los días. La lógica formal solo
puede volverse cómica en contextos argumentativos.

Sinteticemos estas dos presentaciones (la de Perelman-Olbrechts, y la de


Adolfo León Gómez) en la Tabla 4.1.

Tabla 4.1. Diferencias entre demostrar y argumentar


Demostración Argumentación
1. Transmisión de la adhesión. Y Retro-
1. Transmisión de la verdad. Y retro-trans-
transmisión del desacuerdo. (Propiedad
misión de la falsedad (Propiedades sintác-
pragmática del macro-acto de habla de ar-
tico-semánticas).
gumentar)
2. Toda argumentación es ad hominem (el
2. La demostración es impersonal. ethos del orador y el pathos del auditorio
afectan a la argumentación).
3. La demostración opera en un sistema
3. La argumentación es abierta, temporal.
formal con reglas fijas y conclusiones
No hay contradicciones sino incompatibili-
constrictivas, so pena de contradicción o
dades. La falla puede llevar al ridículo.
incoherencia.
4. El lenguaje artificial de la lógica bus- 4. El lenguaje natural de la argumentación
ca la precisión y evita la ambigüedad. No no puede escapar a la ambigüedad. Acepta
acepta implícitos. implícitos y presuposiciones de todo tipo.
5. El lenguaje lógico busca economía de 5. La argumentación es susceptible de rec-
premisas y brevedad de la demostración. tificación y ampliación. La variación del
El orden de las inferencias es estricto. orden puede influir en su resultado.
6. La lógica es “seria” (y, a veces, trágica 6. Toda argumentación puede volverse có-
—por las antinomias—). mica o ridícula.

140
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

4.5. Algunas observaciones generales sobre la relación


de laNueva Retórica con la lógica, la dialéctica y la retórica
aristotélicas

De lo dicho hasta aquí, trataremos de inferir algunas conclusiones sobre


la relación de la Nueva Retórica con el legado aristotélico. La teoría de
P-O se presenta como una Nueva Retórica que podría considerarse también
como una “Nueva Dialéctica”. Así lo afirman en la Introducción al Tratado:

Nuestro análisis se refiere a las pruebas que Aristóteles llama dialécticas,


que examina en los Tópicos y cuyo empleo muestra en la Retórica. Sólo esta
evocación de la terminología aristotélica hubiera justificado el acercamiento
de la teoría de la argumentación con la dialéctica, concebida por el propio
Aristóteles como el arte de razonar a partir de opiniones generalmente acep-
tadas (εὔλογος). (Perelman y Olbrechts, 1989, p. 36)

A continuación los autores refieren dos razones para haber preferido el


nombre de ‘retórica’ al de ‘dialéctica’ para su teoría: la primera, el sentido
del concepto de dialéctica después de Hegel y sus discípulos; la segunda,
que el razonamiento dialéctico fue considerado, desde la antigüedad, como
“paralelo al razonamiento analítico”; mientras que para nuestros autores lo
que hay que resaltar es que la dialéctica (tanto como la retórica) “alude a las
opiniones, es decir, a las tesis a las cuales cada persona se adhiere con una
intensidad variable” (1989, p. 36).
Así, enfatizando que “toda argumentación se desarrolla en función de un
auditorio”, los autores pueden considerar a la dialéctica como un caso de la
retórica, aquel en la cual el auditorio está encarnado, alternativamente, por
cada interlocutor en el diálogo.
El énfasis en el papel que juega el auditorio en la retórica es un elemento
que ya está presente en la Retórica de Aristóteles, sin embargo, su gene-
ralización a todo tipo de argumentación no deja de constituir un elemento
novedoso de la teoría de P-O, tal como lo señala Bice Mortara:

El reconocimiento de una característica que ya Aristóteles consideró espe-


cíficamente retórica: la adecuación del discurso al auditorio. Esta proble-
mática distingue cualitativamente la metodología retórica de las llamadas
ciencias exactas, que operan con métodos axiomático-deductivos. (Mortara,
1988/1991, p. 328)

También N. Bobbio, en el prefacio a la edición italiana del Tratado, re-


saltando el carácter filosófico y crítico que posee la teoría de P-O, muestra
el potencial dialéctico de la misma:
141
Pedro José Posada Gómez

La teoría de la argumentación rechaza las antítesis demasiado netas: muestra


que entre la verdad absoluta y la no-verdad hay sitio para las verdades que
han de estar sujetas a revisión continua, gracias a la técnica de aducir razo-
nes en pro y en contra. Sabe que cuando los hombres dejan de creer en las
buenas razones comienza la violencia. (Bobbio, como se citó en Mortara,
1991, p. 62)

Creo que es justo decir que la Nueva Retórica es principalmente eso, una
teoría sobre la retórica, que además puede reclamar pertinencia como teoría
dialéctica por dos razones: 1) Por la ya mencionada recuperación del tipo
de argumentos que Aristóteles llamó dialécticos en los Tópicos y las Refu-
taciones sofísticas; y 2) Por las constantes alusiones a la situación dialéctica
(diálogo, debate, controversia) que aparecen diseminadas en el Tratado de
la argumentación y en otras obras de P-O, o de Perelman solo.
Es importante, de todos modos, señalar aquí la diferencia fundamental
de la Nueva Retórica con la dialéctica aristotélica. Tal como lo ha recordado
F. Jacques (y lo hemos mostrado en la primera parte de este trabajo):

(...) para Aristóteles, los razonamientos dialécticos, lo mismo que los pro-
piamente retóricos, se presentan como formalmente rigurosos. En principio,
ellos pueden ser llevados al modelo silogístico. Ya sean sus conclusiones
reales o aparentes, que se apoyen en premisas establecidas como verdaderas
o meramente aceptadas, ellos muestran al menos una necesidad relativa. El
dialéctico que discute, el orador que persuade, emplean un razonamiento tan
riguroso como el del profesor que expone. Sólo el contexto de aplicación del
razonamiento, y por tanto su punto de partida, difieren. (Jacques, 1979, pp.
50-51)

Agrega F. Jacques que, mientras que para Perelman el objetivo de la ar-


gumentación no es la elaboración de razonamientos correctos, sino, simple-
mente, conseguir que el auditorio acepte la tesis que se le dirige; para Aris-
tóteles el problema mayor sigue siendo la validez del razonamiento: “Para
Aristóteles, la retórica está animada por una base filosófica que la enlaza, a
través de la dialéctica, a la filosofía primera. Sus medios de persuasión son
todavía un tipo de demostración” (Jacques, 1979, p. 53).
Sobre las relaciones de la Nueva Retórica con la lógica se puede afir-
mar que la separación de las disciplinas retórica y dialéctica con respecto
a la lógica analítica aristotélica es continuada por los autores del Tratado y
ampliada a la separación de la teoría de la argumentación con respecto a la
lógica formal moderna (y a todo el ideal del racionalismo inspirado en el
modelo lógico-matemático de deducción).

142
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

No hay que olvidar que la lógica formal surgió como una forma de análisis
del razonamiento cotidiano. Que, desde la antigüedad, la lógica estuvo vincu-
lada con la dialéctica, siendo a veces un complemento de ella, o siendo incluso
identificada con ella. Paralelamente, la relación de la retórica con la dialéc-
tica ha sido de “sempiterna unión y rivalidad” (Mortara, 1988/1991, p. 327).
En la obra de Perelman-Olbrechts la relación de la lógica con la Nueva
Retórica parece haber pasado por varias etapas: 1. Una de oposición, que se
puede ver en el libro Logique et Rhétorique (1950); 2. Otra de complemen-
tariedad, como se expresa en algunos pasajes del Tratado de la argumen-
tación190; y 3. Al final, una de inclusión de la lógica en la retórica, como lo
aclara Olbrechts-Tyteca en una nota al pie del artículo de 1963: “Rencontre
avec la rhétorique”:

En nuestro estudio de 1950, Logique et Rhétorique, hemos opuesto la una


[la lógica] a la otra [la retórica]. Si uno siguiera la dirección indicada por
Peirce, incluiría sin duda a la retórica en una lógica ampliada. Creo que, en
este momento, nuestras investigaciones tenderían más a hacer de la lógica
una parte de la retórica. Aquí poco importa. Las relaciones podrían ser todo
lo diferentes que se quieran según que se adopte un punto de vista histórico,
psicológico o de teoría de la argumentación. (Olbrechts-Tyteca, 1963, p. 17)

En esta nota de Olbrechts-Tyteca se muestran dos posiciones de los au-


tores del Tratado sobre la relación de la Nueva Retórica con la lógica. La
última ha sido también reconocida por el filósofo F. Jacques, en el artículo
antes citado, cuando afirma que para Perelman, “la demostración representa
un caso límite (de argumentación): aquel en el que los términos en que ella
se basa son consensuados y comprendidos por todos de la misma forma,
gracias a los medios de conocimiento que se suponen intersubjetivos...”
(Jacques, 1979, pp. 50-51).
También otros estudiosos de la teoría de la argumentación han logrado
detectar al menos tres momentos en la posición de P-O sobre las relaciones
entre la lógica y la teoría de la argumentación191. En el primer momento, la
Nueva Retórica se opone al intento de reducir el razonamiento humano al
cálculo lógico-matemático; en el segundo, la Nueva Retórica se presenta
como organón de la razón práctica, complementario del dominio del pen-
samiento lógico formalizable; en el tercero, la Nueva Retórica subsume al

190 “Los lógicos deben completar con una teoría de la argumentación la teoría de la demostración
así obtenida” (Perelman y Olbrechts, 1989, p. 42). (Cfr. Perelman, 1997, p. 23).
191 Debo esta observación al profesor Adolfo León Gómez, quien la ha desarrollado en un trabajo
de investigación inédito hasta la fecha.

143
Pedro José Posada Gómez

lenguaje lógico-formal como un caso especial suyo, aquel en el cual la re-


ducción de las diferencias y la estandarización del lenguaje y las reglas de
inferencia permiten el proceso lógico-deductivo.
Uno de los autores que ha desarrollado más ampliamente esta proble-
mática es el filósofo Roland Schmetz (2000), en su libro: L´Argumentation
selon Perelman (Pour une raison au coeur de la rhétorique).
En el capítulo inicial de su libro Schmetz plantea la intención de Perel-
man de considerar a la retórica como un método de prueba (lo que la liga
al problema epistemológico de la verdad) y, a la vez, como un arte de per-
suasión (que no sería reducible a la psicología), objetivos que corresponden
a dos puntos diferentes sobre la argumentación: “De un lado, se hace de la
argumentación un problema de verdad, del otro, se la hace un problema de
comunicación” (Schmetz, 2000, p. 40). Se tratará, entonces, para Perelman,
dice Schmetz, de estudiar las relaciones que se entretejen entre la prueba y
la adhesión (p. 41).
En el segundo capítulo del libro, Schmetz desarrollará con más ampli-
tud el que denomina “debate: argumentación versus lógica”. El autor hace
un detallado repaso de los textos perelmanianos que abordan el tema, para
llegar finalmente a postular tres etapas en el pensamiento perelmaniano (so-
bre el asunto) y a proponer un intento de síntesis. Las tres etapas (lógicas y
cronológicas) serían las siguientes:
1. La argumentación debe depender de la lógica formal.
2. Una concepción dialéctica de la argumentación inscrita en un esquema
lógico.
3. Autonomía de la dialéctica argumentativa.

Para justificar esta clasificación, el autor se vale de la que llama “la idea
de razón dialéctica” de Perelman (pp. 128-129). Esta la encuentra en el “do-
ble movimiento de la razón y la voluntad” —que plantea Perelman en el ar-
tículo “Lo que una reflexión sobre el derecho puede aportar al filósofo”—,
como una dialéctica que permite, al juez, pasar de las premisas (normas y
hechos) a las decisiones judiciales. De estos dos polos de la “razón dialécti-
ca”, la razón y la voluntad, el primero es el “polo objetivo” (la razón como
“el conjunto de estructuras que determinan los marcos de una acción” con
base en el conocimiento de la realidad) y el segundo es el “polo subjetivo”
(la voluntad como “las decisiones que precisan, adaptan y modifican esos
marcos de acción”, con base en los valores admitidos)192.

192 R. Schmetz se apoya en una cita del artículo de Perelman titulado “Ce qu’une réflexion sur le
droit peut apporter au philosophe”, en Éthique et droit (1962, p. 439).

144
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Esta dialéctica entre un polo objetivo de puntos de partida estables (el


corpus de derechos aceptados y la realidad vista desde ellos) y un polo sub-
jetivo (conjunto de valores) se presenta como un movimiento de avance y
retroceso, en el cual los mismos puntos de partida pueden ser modificados.
Y dada la analogía planteada por Perelman entre el razonamiento jurídico y
el filosófico, Schmetz generalizará esta dialéctica del primero a la argumen-
tación filosófica.
Con este marco de referencia, veamos brevemente cómo caracteriza este
autor la clasificación propuesta de las relaciones lógica-argumentación en
Perelman:
- Etapa I: La argumentación debe depender de la lógica formal (Período
positivista)
Schmetz revisa aquí los textos de Perelman de la década de los años
cuarenta del siglo XX. En el artículo “Une conception de la philosophie”
(s.f., 1, pp. 30-50), Perelman presenta la particularidad de la argumentación
filosófica como un ajuste entre el “sentido conceptual” (objetivo) y el “sen-
tido emotivo” de las palabras. El primer sentido es concebido por el autor
como vinculado al aspecto conceptual de la deducción filosófica, es decir, a
la coherencia lógica (deducción que va del enunciado de leyes universales o
principios generales hacia el sentido de los casos de aplicación). El segun-
do sentido está vinculado al sentido común que permite juzgar las conse-
cuencias de la deducción al nivel de los valores, es decir, del lado emotivo
de las ideas (Schmetz, 2000, pp. 135-138). En este período Perelman está
aún bajo la influencia del positivismo lógico (como lo muestra la oposición
‘conceptual’-‘emotivo’) y no busca una integración entre lógica y argumen-
tación, sino un ajuste de esta a aquella. La misma concepción se expresa en
el artículo de 1947 (pp. 34-46): “De la méthode analytique en philosophie”.
- Etapa II: Una concepción dialéctica de la argumentación inscrita en
un esquema lógico
En esta etapa Perelman busca ya autonomizar a la racionalidad argumen-
tativa con respecto a la racionalidad de la lógica formal, tal como puede
verse en el artículo: “Raison éternelle, raison historique” de 1952 (pp. 346-
354). En este se afirma que el punto de partida de la argumentación son:
“ciertos hechos, ciertas presunciones, ciertos valores y ciertas técnicas argu-
mentativas”, y que en la argumentación no se busca tanto una deducción de
consecuencias a partir de estos puntos de partida, sino más bien: “permitir
el paso de la adhesión, efectiva o presumida, a ciertas tesis, a la adhesión
a otras tesis que se trata de promover”. Se reconoce además que las argu-
mentaciones no son constrictivas, pues “ellas suponen siempre la existencia
de tesis opuestas, y de una argumentación posible a favor de cada una de

145
Pedro José Posada Gómez

ellas”; y, por tanto, la relación entre los puntos de partida y la conclusión no


tiene la forma (¿o la ‘fuerza’?) de una deducción lógica.
Schmetz interpreta esta concepción perelmaniana de la argumentación
en el sentido de que “justificar una tesis” es “un trabajo dialéctico —de
modificación y de aproximación— efectuado sobre un conjunto de puntos
de partida” (2000, p. 141).
Sin embargo, para Schmetz, esta segunda etapa está centrada en el pro-
blema del valor de la argumentación filosófica (desarrollando el concepto
de un auditorio universal e histórico, al que ella se dirige y que le sirve
como criterio de evaluación), por lo que no ofrece una respuesta completa
al problema de la relación lógica-argumentación (p. 142).
- Etapa III: Autonomía de la dialéctica argumentativa
Esta etapa corresponde a lo expresado por Perelman en artículos escri-
tos en los años setenta, como: “Philosophie, rhétorique et lieux communs”
(1972, 5, pp. 114-176), “L’usage et l’abus de notions confuses” (1978, 81,
pp. 3-17))193, y “The Rational and the Reasonable” (1979). En términos
generales, en esta etapa Perelman separa el campo de la argumentación del
de la demostración, enfatizando que en el primero los puntos de partida y la
conclusión forman un todo que no es pertinente separar, puesto que mantie-
nen una dialéctica de influencia recíproca.
En el primer artículo, tomará como modelo la argumentación filosófi-
ca para mostrar que en ella se parte de nociones confusas que sirven para
formar “visiones del mundo razonadas” como conclusiones, mediante ar-
gumentos que sirven para el doble objetivo de precisar la elección de los
puntos de partida y especificar el uso de las nociones confusas.
En el segundo artículo se enfatizará que en la argumentación filosófica (y
jurídica) se tratará de justificar razonablemente la modificación o precisión
del sentido habitual y confuso de una noción.
En el tercer artículo, Perelman se plantea una dialéctica entre el aspecto
racional y lógico del ideal filosófico de universalidad y el carácter particu-
lar de los problemas que debe abordar: “Es la dialéctica de lo racional y lo
razonable, la confrontación de la coherencia lógica con el carácter no razo-
nable de las conclusiones, lo que constituye la base del progreso del pensa-
miento” (Perelman, 1979, p. 119). En este sentido, las conclusiones deberán
ser consideradas como razonables y provisionales, no como racionales y de-
finitivas. Aquí también se señala la inseparabilidad de los puntos de partida
y las conclusiones. Schmetz dirá que, en suma: “el proceso argumentativo

193 Reeditado en Éthique et droit (pp. 803-818).

146
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

es un fenómeno de redefinición, en vista de crear un acuerdo entre las tesis


de un locutor y los valores de un auditorio” (2000, p. 151).
Solo comentaré, por mi parte, que este interesante y profundo análisis de
R. Schmetz no parece ser incompatible con la clasificación, que menciona-
mos antes, de tres puntos de vista sobre la relación lógica-argumentación
en P-O. Si dejamos de lado la primera etapa planteada por Schmetz (que
corresponde a un período “logicista” o positivista de Perelman, en todo
caso, anterior al encuentro con L. Olbrechts-Tyteca y al re-encuentro con
Aristóteles), las etapas II y III de Schmetz pueden hacerse compatibles con
nuestras etapas I y II (de oposición y complementariedad entre lógica y ar-
gumentación), y solo quedaría pendiente la pertinencia de nuestra etapa III
(la que considera a la lógica como un caso especial de argumentación), que
fue enunciada por Lucie Olbrechts-Tyteca (y retomada por Francis Jacques)
como vimos antes. Valga agregar que en toda esta polémica se ha entendi-
do a la lógica como ‘lógica formal’ (y que en las diferencias entre lógica y
argumentación se enfatiza el modelo de la lógica formal postfregeana, es
decir, convertida en un cálculo axiomatizado).
Finalmente, quisiera plantear un par de implicaciones problemáticas que
tiene, para una teoría general de la argumentación, el hecho de enfatizar la
separación radical de la Nueva Retórica con respecto a la lógica formal,
dejando de lado una larga tradición de análisis de los aspectos formales del
lenguaje y la argumentación. Tales implicaciones las veo reflejadas en dos
temas de la Nueva Retórica: a) en el análisis de los argumentos que pare-
cen tener una estructura lógico-formal, y que P-O clasifican siempre como
“cuasi-lógicos”; y b) en la vaguedad del concepto de ‘validez’, cuando los
autores del Tratado afirman que la ‘fuerza’ de un argumento combina as-
pectos de ‘eficacia’ y ‘validez’. Veamos con un poco de más detalle estos
dos problemas.
a) Recordemos la definición del razonamiento cuasilógico:

Los razonamientos cuasilógicos son aquellos que se comprenden aproxi-


mándolos al pensamiento formal de naturaleza lógica o matemática. Pero un
argumento cuasilógico difiere de una deducción formal, por el hecho de que
él presupone siempre una adhesión a tesis de naturaleza no formal, que son
las únicas que permiten la aplicación del argumento. (Perelman, 1997, p. 77)

A diferencia del carácter formal y constrictivo (lógicamente necesario)


de los razonamientos formales, los argumentos cuasilógicos son contro-
vertibles. No son demostraciones correctas, sino argumentos más o menos
fuertes, pero con apariencia lógica. Los cuasilógicos pretenden tener poder
de convicción en la medida en que se presentan como comparables a razo-

147
Pedro José Posada Gómez

namientos formales, lógicos o matemáticos, pero se distinguen fundamen-


talmente de aquellos en que dan lugar a controversia; no son constrictivos.
Perelman sugiere analizar los argumentos cuasilógicos comparándolo
con aquellos esquemas lógicos o matemáticos a los que se asemejan. Así,
podemos establecer un cuadro comparativo (Tabla 4.2).

Tabla 4.2 Comparativo entre argumentos cuasilógicos y esquemas lógicos194


Argumentos cuasi-lógicos Esquemas lógico-matemáticos
1. Incompatibilidades 1’. Contradicción lógica
Aporías, ( p ∧ ¬ p), violación del principio de
Paradojas semánticas, no contradicción: ¬ ( p ∧ ¬ p)
Autofagias (p → -p) → -p
2. Definiciones y análisis 2’. Principio de identidad
(Planteados como identidad total entre defi- (p → p); (x = df. y)
niens y definiendum; analisans y analisan- Tautologías (leyes lógicas)
dum; explanans y explanandum; tautologías
aparentes)
3. Regla de justicia y reciprocidad 3’. Principio de simetría de relaciones
(ley del Talión, igualdad ante la ley, regla de lógicas
oro, imperativo categórico... ) [aRb → bRa]
4. Transitividades argumentativas. Relacio- 4’. Transitividad formal
nes de inclusión y de división. [aRb ∧ bRc] → aRc
- Sorites chino; entimemas Si (a>b) y (b>c) entonces (a>c)
- Dilemas [(p v q) ∧ (p→ r) ∧ (q→ r)] → r
[(p →q) ∧ (-p → q)] ↔ q
5. Comparaciones 5’. Pesos, medidas y probabilidades
(asimiladas a mediciones, pesos o probabili- matemáticas
dades cuantificables)

La tabla puede ser interpretada en el sentido I (de la oposición entre ló-


gica y argumentación), o en el sentido II (de complementariedad), o aun en
el sentido III (de la lógica, como caso límite de argumentación). Veamos.
Partiendo del carácter situado de la argumentación, del carácter polisé-
mico de las nociones y conceptos (opuestos al carácter intemporal y unívo-
co de los esquemas lógicos) se podría postular que en el lenguaje cotidiano
nunca estamos frente a una contradicción, una identidad, o una transiti-
vidad, en sentido estricto. Esto llevaría a reservar tales conceptos para la
lógica formal y a preferir las nociones de ‘incompatibilidad’, ‘identidad

194 Adaptado de mi Manual introductorio a las teorías de la argumentación (Posada, 2004/2011).

148
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

ordinaria’ (o ‘aparente’) o ‘transitividad ordinaria’ (o ‘aparente’) para los


argumentos del lenguaje natural.
Por otro lado, esta interpretación puede conciliarse con la tesis de la
complementariedad lógica-argumentación, manteniendo la separación en-
tre la lógica como organón de la razón analítica y la argumentación como
organón de la razón práctica.
La primera lectura resulta problemática, no solo por resultar artificial
o forzada para el usuario del lenguaje, sino porque contradice la intuición
razonable de que el lenguaje natural tiene (y hace uso de) estructuras de tipo
lógico-sintáctico (formalizables).
La segunda lectura se muestra inadecuada desde que se reconoce: por
un lado, que los científicos (aun los lógicos y matemáticos) deben hacer
uso de la argumentación en el lenguaje natural para proponer y justificar
sus teorías; y, por otro, que los desarrollos de la lógica formal (no obstante
las limitaciones del formalismo) pueden arrojar luces sobre las estructuras
sintácticas que subyacen a diferentes usos del lenguaje natural.
Queda la tercera opción, en la que los esquemas lógicos solo muestran el
caso límite de una argumentación que se libra de los aspectos que la sitúan
(la temporalidad, la eticidad, la pasión, etc.) y se busca solamente el ideal
de coherencia (¿y precisión?). Este sería un límite ideal de los discursos
teórico-descriptivos, y un criterio de análisis de la fuerza (relativa) de los
argumentos cotidianos que poseen (o asemejan) estructuras lógicas. La ló-
gica sería aquí un límite ideal y relativo, no exclusivo ni determinante, pero
presente en al menos algunos argumentos cotidianos, técnicos y científicos.
b) Lo dicho arriba permite plantear y proponer una solución al que con-
sideramos un aspecto problemático de la Nueva Retórica: la determi-
nación del valor relativo de la eficacia retórica y de la validez lógica
en la ‘medición’ de la fuerza de una argumentación.
En El Imperio Retórico (capítulo XII: “Amplitud de la argumentación
y fuerza de los argumentos”) Perelman presenta la noción de fuerza de los
argumentos como un criterio que nos guía en la selección de los argumentos
que usaremos para nuestros propósitos argumentativos. Afirma que todos
tenemos una idea intuitiva de la noción de fuerza, pero que al intentar preci-
sarla nos encontramos con que ella es una noción confusa195 (necesitada de
justificación teórica) en la que se mezclan “de una manera difícil de separar,
dos cualidades: la eficacia y la validez”196. Perelman aclara lo que quiere

195 El concepto de nociones confusas fue desarrollado por E. Dupreèl y Ch. Perelman. Para una
presentación sistemática de este concepto véase: Adolfo León Gómez (2004).
196 La edición colombiana del Imperio cambió la palabra “separar” (dègager) por “superar” (Perel-
man, 1997, p. 184).

149
Pedro José Posada Gómez

decir planteando una pregunta que nos permite una primera interpretación
a las nociones de eficacia y validez: “¿El argumento fuerte es aquel que
persuade eficazmente, o aquel que debería convencer a todo espíritu razo-
nable?” y agrega:

Como la eficacia de un argumento es relativa al auditorio, es imposible apre-


ciarla fuera de la referencia al auditorio al cual se presenta. Al contrario, la
validez es relativa a un auditorio competente, la mayoría de las veces, al
auditorio universal. (Perelman, 1997, p. 185)

Encontramos aquí una doble relación entre los conceptos de eficacia,


persuasión y auditorio particular, por un lado; y validez, convencer y audi-
torio universal, por otro. La eficacia se expresa como persuasión eficaz de
determinado auditorio y la validez como aspiración a convencer al auditorio
universal.
Pero, siendo así las cosas. ¿Es posible que en un argumento concreto
se mezclen eficacia y validez?, y, si así fuera, ¿este argumento buscaría al
mismo tiempo persuadir y convencer, y se dirigiría simultáneamente a un
auditorio particular y al auditorio universal? ¿O hay argumentos eficaces
pero no válidos y argumentos válidos pero ineficaces? Por el momento, lo
que Perelman nos está señalando es, simplemente, que cuando queremos
apreciar la fuerza de un argumento, podemos distinguir su eficacia y su vali-
dez. La primera, la eficacia, expresaría un criterio pragmático: el argumento
a persuadió, fue eficaz, frente al auditorio x; el argumento b persuadió al
auditorio y, etc. Y agrega enseguida que estos hechos de persuasión permi-
ten establecer precedentes y aplicar la regla de justicia: “Si el argumento
a persuadió al auditorio x y x es esencialmente semejante a y, entonces el
argumento a, probablemente, persuadirá al auditorio y”.
En el Tratado de la Argumentación, Perelman-Olbrechts plantean que
el orador usa como guía en el esfuerzo argumentativo una noción confusa
(aunque, al parecer, indispensable): la de la fuerza de los argumentos. Esta
noción confusa está vinculada con tres fenómenos (y tal vez su propia con-
fusión surja de esto):
a. Por una parte, la fuerza de un argumento se relaciona con la intensi-
dad de la adhesión que el auditorio le otorga a sus premisas y a sus
enlaces.
b. Por otro lado, la fuerza de un argumento depende de su relevancia en
el debate en curso.
c. Como un tercer elemento, que puede afectar tanto a la intensidad de
la adhesión, como a la relevancia que se le reconoce: se trata de la
presencia real o potencial del contra-argumento; así, la resistencia

150
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

a los contra-argumentos (contra-ejemplos, refutaciones, intentos de


falsación), es una expresión de la fuerza de los argumentos.

La noción de fuerza de un argumento se refiere tanto a las “cualidades


propias del argumento” (intensidad de la adhesión que genera y relevancia
que se le concede, es decir, su eficacia y validez), como a “la dificultad para
refutarlo”, esto es, su resistencia al contra-argumento. Enseguida P-O agre-
gan que la fuerza también es relativa a los auditorios (los particulares o el
universal) y a los objetivos que la argumentación persiga.
Para medir la fuerza de un argumento no serían suficientes ni la psi-
cología de la conducta, ni la psicología diferencial. Y esto es así, una vez
más, porque en la noción de fuerza interviene “un elemento normativo”
(enfrentado a un elemento descriptivo): que P-O presentan con dos pregun-
tas (la primera ya había sido formulada en nuestra referencia al El Imperio
Retórico):
a. “¿Es un argumento fuerte un argumento efectivo que ha ganado la
adhesión del auditorio?”, o un argumento fuerte “¿es un argumento
válido que debería obtener la adhesión?”.
b. ¿Es la fuerza un rasgo descriptivo o normativo? (digamos, ¿describe
la eficacia o regula la validez?) ¿o es una mezcla de ambos?

Resumiré los últimos planteamientos de P-O en la Tabla 4.3.

Tabla 4.3 La fuerza como mezcla de eficacia y validez

Eficacia: Persuadir Auditorio particular - Criterio descriptivo lo normal


Validez: Convencer Auditorio universal - Criterio normativo la norma
+ Resistencia a los contra-argumentos

Enseguida, los autores señalan que si se disocia, en un argumento, la efi-


cacia de la validez, el argumento se hace sospechoso (de invalidez) y menos
efectivo (menos eficaz). Así mismo, si un argumento que nos parecía válido
tiene consecuencias que nos resultan inaceptables, dudamos de su validez.
Por tanto, existe una interacción entre la norma y lo normal que hace po-
sible que, unas veces, “la eficacia suministre el criterio de lo válido” y en
otras, la idea que se tiene de lo válido afecta las técnicas que usamos para
persuadir (o convencer).
Este apartado del Tratado de la Argumentación concluye con dos ideas
que sintetizo:

151
Pedro José Posada Gómez

1. Ante la pregunta ¿De dónde obtenemos (en la práctica argumenta-


tiva) el criterio de validez? P-O responden que lo tomamos de una
teoría del conocimiento —cuya adopción conlleva a adoptar ciertas
técnicas que se han revelado eficaces en diferentes campos del saber
(es decir, técnicas que evalúan la validez)— o lo transponemos desde
las técnicas que han resultado eficaces en una disciplina especializa-
da hacia otros campos de argumentación.
2. Recordando el debate sobre si hay uno o varios métodos científicos,
los autores cuestionan las posturas filosóficas que postulan la eviden-
cia como criterio de validez: “El criterio de la evidencia (racional o
sensible) dispensará de la distinción entre normal y normativo”, pues
“lo evidente es simultáneamente eficaz y válido, convence porque
debe convencer”, y agregan: “En nombre de lo evidente, convertido
en criterio de lo válido, se descalificará toda argumentación, puesto
que (lo evidente) se revela eficaz sin proporcionar pruebas auténticas
y, por tanto, sólo puede depender de la psicología y no de la lógica,
ni siquiera en un sentido amplio de esta palabra”.

Los razonamientos de P-O sobre la fuerza de los argumentos pueden dar


lugar a ciertas preguntas: ¿podemos distinguir en la práctica el estar persua-
didos del estar convencidos?, ¿reconocemos siempre si un argumento tiene
pretensión de ser universalizable o solo se pretende válido para un auditorio
particular?, ¿existe alguna relación entre la interacción entre lo normal y la
norma y la distinción entre dialéctica y lógica?
Hasta el momento, tenemos tres criterios para determinar la fuerza: la
eficacia persuasiva, la validez convincente y la contundencia dialéctica
(fortaleza frente al contra-argumento). Pero, ¿cómo distinguir entre los dos
primeros? Un modo consiste en determinar primero si el argumento va diri-
gido a un auditorio particular o al auditorio universal. Es decir, si solamente
pretende persuadir a un grupo específico o si pretende ser válido para toda
la humanidad razonable.
Pero estos criterios, si bien parecen encajar coherentemente en la teoría,
resultan un poco artificiales para la argumentación cotidiana. Pensemos en
dos casos extremos: en un debate entre grupos de científicos que defienden
tesis (o paradigmas) rivales, tendríamos que decir que ambos se dirigen al
auditorio universal (y no solo a aquel grupo que defiende la tesis que con-
sideramos correcta; para determinar lo cual precisaríamos de un criterio
epistemológico neutro frente a los bandos en disputa). La situación no es
insalvable, pero plantea dificultades.

152
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Por otro lado, ¿no aspiran los miembros de todo partido y secta a que
los demás (en el límite, todos) acepten sus tesis (o al menos, les den reco-
nocimiento)? y si examinamos el asunto desde un punto de vista subjetivo,
¿podemos distinguir con claridad cuándo una argumentación nos ha con-
vencido o nos ha persuadido? ¿El test del acuerdo intersubjetivo permite
distinguir entre lo que nos persuade y lo que nos convence? La respuesta no
parece fácil de encontrar.
En 1979 (127-128), Leo Apostel presentó un intento de precisar la idea
de fuerza de un argumento. Según Apostel, los autores del Tratado de la
Argumentación no presentan una definición de la noción de “fuerza de un
argumento”, ni un listado completo de criterios operacionales que permitan
determinar la fuerza de los argumentos; se limitan a enumerar algunas ca-
racterísticas esenciales de las que depende esta “fuerza”.
Apostel sintetiza estos factores en cuatro, que presenta como parámetros
comparativos de la fuerza de un argumento A1 frente a un argumento A2.
Dicho en forma breve, un argumento A1 es más fuerte que uno A2 si:
A. A1 tiene mayor grado de aceptación ante el auditorio que los considera.
B. A1 es más relevante o pertinente para el orador y el auditorio.
C. Existen menos contra-argumentos frente a A1 que frente a A2.
D. El auditorio Gi considera que A1 es más válido que A2, para un audito-
rio Gj de rango superior.

En D aparece el concepto de validez, que, de nuevo, según Apostel, no


tiene un estatuto claro en el Tratado de la Argumentación, pues no estaría
presentado claramente ni como descriptivo ni como normativo197. Encuentra
Apostel que el concepto de validez es presentado por Perelman-Olbrechts,
a veces, identificándolo con la idea de “fuerte para un auditorio”; en otras
ocasiones como “conforme con una teoría del conocimiento o una filoso-
fía”; y en otras, será definido como “normalidad” del argumento, llevando a
la idea de “validez normativa”.
Apostel considera necesario agregar un quinto criterio, relativo a la for-
ma que caracteriza a cada argumento:
E: “... un argumento A1 tendrá más fuerza para un auditorio X que un
argumento A2 si la forma R característica de A1 tiene más fuerza para este
auditorio que la forma S, característica de A2”. Con lo cual, el listado ante-
rior queda tal como se muestra en la Tabla 4.4.

197 Creo que aquí Apostel confunde el carácter ambiguamente normativo y descriptivo de la noción
confusa de fuerza, con la posible ambigüedad del concepto de validez, que, como hemos visto,
es el componente normativo de la fuerza.

153
Pedro José Posada Gómez

Tabla 4.4 Parámetros comparativos de la fuerza de dos argumentos


Parámetros comparativos de la fuerza de un argumento A1 frente a un argumento A2.
A. A1 tiene mayor grado de aceptación ante el auditorio que los considera.
B. A1 es más relevante o pertinente para el orador y el auditorio.
C. Existen menos contra argumentos frente a A1 que frente a A2.
D. El auditorio Gi considera que A1 es más válido que a A2, para un auditorio Gj de
rango superior.
E. “... un argumento A1 tendrá más fuerza para un auditorio X que un argumento A2
si la forma R característica de A1 tiene más fuerza para este auditorio que la forma S,
característica de A2”.

Previamente, Apostel ha caracterizado la “forma de un argumento” como


las relaciones que establecemos cada vez entre las premisas y la conclusión
del argumento, y cuya fórmula sería:
R (pl...pn, C), (donde pl...pn simbolizan las premisas, C la conclusión y
R la forma específica del argumento).
Apostel justifica la adición de este criterio, por considerar que “ningu-
no de los factores de P-O presenta la relación entre premisas y conclusión
como uno de los factores que co-determinan la fuerza de los argumentos”198.
Por mi parte, haré dos observaciones:
1. Los criterios A a D presentados por Apostel poseen todos la caracte-
rística de ser relativos a auditorios específicos en momentos específi-

198 Apostel complementa los anteriores criterios de fuerza con una lista de 6 máximas, adaptadas
del “cálculo de los placeres” propuesto por J. Bentham, bajo el lema: “Argumenta de tal manera
que maximices la fuerza de tus argumentos”. Las máximas son:
1. “Use argumentos que produzcan en su audiencia una adhesión tan intensa como sea posible”.
2. “Use argumentos que produzcan creencias en su público, tanto tiempo como sea posible”.
3. “Use argumentos que produzcan tan probablemente como sea posible los efectos uno y dos”.
4. “Use argumentos que persuadan a su audiencia de la proposición que usted desea, sin que al
mismo tiempo lo persuadan de proposiciones que usted no deseaba, es decir, use argumentos
puros”.
5. “Use argumentos que produzcan la persuasión que usted desea, pero que con el tiempo no
causen persuasiones indeseadas”.
6. Use los argumentos que produzcan los efectos anteriores, “en el menor tiempo posible y con
el menor esfuerzo posible”.
7. “Use argumentos que sean aceptables para su público”.
Nótese que estas máximas parecen adolecer de cierta circularidad, pues no es posible aplicarlas
si no se tiene ya un conocimiento previo de la fortaleza del argumento que se debe usar en cada
caso.

154
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

cos. Creo que a esto alude cuando reconoce el carácter “sociológico”


de su punto de vista, que sería compatible con lo que denomina el
“relativismo consecuente” de P-O, para quienes también es, en últi-
mas, el auditorio el que determina la fuerza del argumento que se le
presenta al darle su asentimiento.
2. Solo el criterio E de Apostel introduce una variante que nos permitirá
más adelante indagar si esta ‘forma’ específica de los argumentos
posee un carácter que pueda trascender la relatividad sociológica de
los auditorios particulares. Agreguemos que el supuesto olvido de
P-O del nexo entre premisas y conclusión podría ser una falsa apre-
ciación, pues los nexos argumentativos —tan prolijamente estudia-
dos por P-O— pueden ser presentados como nexos entre premisas
y conclusiones, es decir, como formas generales del razonamiento
argumentativo.

De nuestra primera observación puede desprenderse una pregunta: ¿qué


sentido tiene buscar criterios para la fuerza de un argumento, si esta de-
pende siempre, contingentemente, del auditorio concreto que la percibe y
evalúa? Y nuestra segunda observación permite preguntar: ¿qué importan-
cia tiene la forma del argumento, si su aceptación es también, en todos los
casos, relativa al auditorio presente?, ¿o cabe esperar que algunas formas
argumentativas resistan el test de múltiples auditorios concretos y puedan
postularse como candidatas para convencer al auditorio universal?
En las conclusiones intentaré ubicar el problema de la fuerza de los ar-
gumentos en el marco sugerido por J. Habermas, que propone considerar,
en la argumentación, tanto los aspectos retóricos, como los lógicos y dialéc-
ticos. Por el momento me limitaré a señalar que la confusión generada por
el criterio de ‘validez’ como co-determinante de la fuerza de un argumento,
parece exigir la introducción de algún criterio lógico-sintáctico de validez.
Tal parece ser la intención de Apostel al introducir la noción de “forma de
un argumento”.

155
Capítulo 5

S. E. Toulmin frente a la lógica formal

La tarea que emprendió Toulmin (1958) en su libro ya clásico The uses


of argument199 fue reseñada por Otto Bird200 como “una revisión de los Tó-
picos” (de Aristóteles). Creo que podría ampliarse el alcance de esta afir-
mación y decir que el libro es un intento de mostrar la insuficiencia del
modelo del silogismo analítico (incluida su transformación, en la lógica
formal post-fregeana, en demostración lógico-matemática) para analizar los
argumentos de la vida diaria, intento que se convierte en el esbozo de un
nuevo modelo de análisis para los argumentos en general201.
En esta sección empezaré (1) exponiendo varias maneras como Toulmin
ha precisado el objetivo que tenía en mente al escribir su libro de 1958; y
presentaré el concepto de ‘lógica’ que sostiene la reflexión del autor; (2)
enseguida haré una revisión de las posiciones teóricas de Toulmin frente a
la lógica aristotélica y frente a la lógica formal contemporánea; continuaré
(3) con una evaluación del modelo de análisis del argumento que propone
Toulmin; y terminaré (4) con una revisión de algunas críticas hechas a la
propuesta del autor para el análisis de los argumentos. En esta parte final

199 Citaré además la traducción castellana: Toulmin, S. E. (2007), Los usos de la argumentación
(Morras y Pineda, Trads.). Barcelona: Ediciones Península.
200 Citado por Toulmin en el Prólogo a la edición actualizada, julio de 2002.
201 Esta pretensión de construir un “nuevo organón” no es formulada explícitamente por Toulmin.
Aunque debe parecer exagerada, recordemos que los Tópicos de Aristóteles fueron en principio
el programa inicial para fundamentar la disciplina dialéctica, programa que continuó con la
elaboración del proyecto de una ciencia analítica, la lógica formal, como hemos mostrado en la
primera parte de este trabajo.
Pedro José Posada Gómez

resaltaré: (a) el sesgo monológico del modelo de Toulmin, a pesar de sus


elementos dialécticos insinuados en el papel de los “refutadores potencia-
les” y en la capacidad de resistir a la crítica como elemento de la fuerza
y carácter racional de los argumentos; y (b) la ausencia casi total de los
elementos del ethos del orador y del pathos del auditorio en el análisis del
argumento propuesto por Toulmin (es decir, su centramiento en el aspecto
que la retórica llama el logos, digamos, en la ampliación del esquema lógico
del argumento).

5.1. El objetivo de The uses of argument

En la Introducción del libro el autor empieza formulando su objeto en


forma de pregunta: ¿Cómo afectan los avances de la ciencia lógica a la
práctica de la argumentación? y “¿qué relación tienen (los avances lógicos)
con los cánones y los métodos que se usan cuando, en la vida diaria, eva-
luamos la validez, la fuerza y el carácter concluyente de los argumentos?”
(Toulmin, 2007, pp. 17-18).
La respuesta a esta pregunta estará orientada por una hipótesis de tipo
histórico:

De hecho... la lógica ha tendido a lo largo de su historia a desarrollarse en


una dirección que la ha apartado... lejos de las cuestiones prácticas acerca
del modo en que se pueden manejar y someter a crítica los argumentos en
diferentes campos, acercándose a una autonomía completa, en la que la ló-
gica se convierte en un estudio teórico por sí mismo, tan libre de cualquier
preocupación inmediata como lo puede ser una rama de la matemática pura.
(pp. 18-19)

Este desarrollo de la lógica hacia el modelo matemático estaría prefigu-


rado en la aspiración de Aristóteles de hacer de la lógica una ciencia formal,
una episteme202.
Otro modo de plantear el problema consiste en preguntarse —como lo
hace el autor— si al hacer de la lógica una ciencia formal ella puede con-
servar la posibilidad de ser aplicada en “la evaluación crítica de argumentos
reales” (p. 19)203. O, dicho de otra forma, ¿qué pasa con el vínculo entre el

202 Contra esta lectura de los Analíticos de Aristóteles he intentado mostrar en la primera parte de
este trabajo que lo que el estagirita tenía en mente era el análisis de la forma de argumentación
que le permitía a las ciencias hacer demostraciones, más que una ciencia de la demostración.
203 En Toulmin, Janik y Rieke (1979, p. 9), se destaca también esta función crítica de la argumenta-
ción: “Reasoning is thus not a way of arriving at ideas but rather a way of testing ideas critica-
lly.”

158
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

análisis de la lógica teórica y el asunto de la crítica racional de argumentos?


(p. 24)204.
En el Prefacio de esta primera edición (firmado en 1957) Toulmin con-
sidera que el objetivo del libro es sustentar “la conclusión de que debe re-
chazarse por confuso el concepto de ‘inferencia deductiva’, aceptado como
impecable, sin vacilaciones, por numerosos filósofos recientes” (p. 13).
El objetivo parece demasiado modesto, pero si tenemos en cuenta que
la lógica ha sido definida como una ciencia que “estudia deductivamente
la deducción” (A. Deaño), cuestionar el concepto de deducción conlleva
a cuestionar el corazón mismo de la lógica formal, y, a fortiori, todas las
aplicaciones epistemológicas del concepto de deducción.
En el Prefacio a la edición en rústica (1963), Toulmin sintetiza la “te-
sis central” del libro: “El contraste entre los estándares y los valores del
razonamiento práctico [que incluye “consideraciones sustanciales”] y los
criterios formales y abstractos basados en la lógica matemática y una parte
importante de la epistemología del siglo XX” (p. 15).
Vemos una vez más la oposición entre la lógica matemática y el razona-
miento práctico, este especificado ahora como uno que hace uso de “consi-
deraciones sustanciales” (mediante “argumentos sustanciales” o materiales
que ampliaremos más adelante). En este Prefacio Toulmin reconoce ya que
su libro ha tenido mejor acogida “por aquellos cuyo interés en el razona-
miento y la argumentación tiene como punto de partida una dimensión prác-
tica: los estudiosos de la jurisprudencia, las ciencias físicas y la psicología,
entre otros” (p. 15).
Resaltemos que, aunque aquí se mencionan ya el razonamiento y la argu-
mentación (en vez de la lógica), Toulmin agregará que el futuro decidirá la
aceptabilidad de los argumentos expuestos en su libro “a favor de una teoría
de la lógica y del análisis filosófico”. Es decir, sigue enfatizando la inten-
ción de hacer un aporte al campo de la lógica y del análisis, si bien, como ya
se dijo, mediante el replanteamiento de sus nociones fundamentales.
Por último, en el Prólogo a la edición actualizada (2002), el autor aclara-
rá que al escribir el libro tenía un objetivo “estrictamente filosófico”, y que
de ninguna manera había pretendido “exponer una teoría de la retórica ni de
la argumentación”, “mi interés radicaba —agrega— en la epistemología del
siglo XX, no en la lógica informal” (p. 9). Y que el objetivo “estrictamente
filosófico” del libro era: “Criticar el supuesto, asumido por la mayoría de los
filósofos anglosajones, de que todo argumento significativo puede expre-

204 Esta exigencia de “crítica racional” emparenta a Toulmin con Perelman; ambos reivindican la
racionalidad a la que pueden aspirar las deliberaciones de la razón práctica.

159
Pedro José Posada Gómez

sarse en términos formales; no como un mero silogismo (...) sino como una
deducción estrictamente concluyente según la geometría euclidiana” (p. 9).
Toulmin agrega que este ideal geométrico tendría su origen en la tra-
dición platónica y habría sido retomado por Descartes y los racionalistas
modernos y contemporáneos205.
Ya en la Introducción de la obra encontramos dos pistas para aclarar
la noción de ‘lógica’ que emplea el autor. Aparecen en el contexto de la
respuesta a la pregunta: ¿qué clase de ciencia puede esperar llegar a ser la
lógica?206 Toulmin pasa revista crítica a cuatro respuestas comunes:
a. La lógica trata de las leyes del pensamiento (modelo psicológico).
b. La lógica es el estudio de los hábitos de inferencia (modelo sociológico,
representado aquí por el filósofo J. Dewey, para quien, según Toulmin
(2007, p. 20): “... el lógico es un estudioso de los hábitos de inferencia
apropiados y de los cánones racionales de inferencia”207).
c. La lógica es el “arte de pensar” (que remite al título del conocido libro
de la escuela de Port-Royal).
d. La lógica es una ciencia objetiva, que estudia las “relaciones lógicas” y
su modelo implícito es la matemática pura (p. ej. Carnap).

Es en la crítica a la tercera concepción donde encontramos una primera


caracterización de la lógica:

La lógica trata, no de la manera en que inferimos ni sobre cuestiones de téc-


nica: su objetivo principal es de tipo retrospectivo y justificatorio, pues trata
de los argumentos que pueden esgrimirse a posteriori con el fin de apoyar
nuestra pretensión de que las conclusiones a las que hemos llegado son con-
clusiones aceptables porque pueden justificarse. (Toulmin, 2007, p. 23)208

Veremos que esta función “retrospectiva” y “justificatoria” será aplica-


da en el modelo de análisis de los argumentos que propondrá el autor. La

205 El autor remite, para la sustentación de esta tesis, a sus obras: Cosmopolis - The Hidden Agenda
of Modernity (1990) y Regreso a la razón (s.f.). Al final citaremos un amplio pasaje de Cos-
mopolis en el que Toulmin sintetiza la pérdida del ideal humanista en el paso al racionalismo
cartesiano.
206 Tema que ya había planteado Toulmin en su artículo: “What Kind of Discipline is Logic?” (Mar.,
1955).
207 Toulmin cita el texto de Dewey: Logic: the theory of enquiry.
208 El autor ha hecho una aclaración previa que parece más dirigida a la cuarta concepción: “inferir
no siempre implica calcular”. Idea que retomará Alfredo Deaño en su libro Concepciones de la
lógica. Aunque para Deaño se trata también de ver cuánto de cálculo hay en el razonamiento.

160
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

segunda cita que nos da una pista muestra ya algunos de los términos que
serán típicos del modelo de Toulmin:

La lógica trata de la corrección de los enunciados construidos —acerca de


la solidez de los cimientos (grounds) que elaboramos para apoyarlos, acerca
de la firmeza del respaldo (backing) que somos capaces de darles— o, mo-
dificando la metáfora, del tipo de caso (case) que presentamos en defensa de
nuestras afirmaciones (claims). (p. 24)

Ya en la última parte de la cita aparece una alusión al modelo jurídico


que será asumido explícitamente por el autor:

(...) dejémonos de psicología, sociología, tecnología y matemáticas; pase-


mos por alto los ecos de ingeniería estructural y de collage en los vocablos
“cimientos” (grounds) y respaldo (backing), y tomemos como modelo pro-
pio la disciplina de la jurisprudencia. La lógica, podríamos decir, es una
jurisprudencia generalizada... (p. 24)209

Toulmin amplía esta analogía afirmando que así como la jurisprudencia


tiene como tarea caracterizar los elementos esenciales del proceso legal (le-
gal process), es decir, los procedimientos (procedures) o trámites mediante
los cuales se presentan las demandas (claims-at-law); de modo semejante,
la investigación que se propone busca “caracterizar lo que podría llamarse
el “proceso racional” (“the rational process”), los trámites (procedures) y
categorías que se emplean para que las afirmaciones en general (claims-in-
general) puedan ser objeto de argumentación y el acuerdo final sea posible”
(p. 25)210.
Llevando más allá su razonamiento, Toulmin dirá que, más que una ana-
logía, se trata, en la jurisprudencia, de un caso especial de argumentación y
debate: “Más bien, los procesos judiciales son sólo una clase especial de de-
bates racionales en los que los procedimientos y reglas de la argumentación
se han estabilizado dentro de las instituciones” (Toulmin, 1958, pp. 7-8)211.

209 El profesor Adolfo León Gómez (en un trabajo inédito titulado Los modelos jurídicos de las teo-
rías argumentativas de Perelman y Toulmin) ha comparado este recurso de Toulmin al modelo
legal con el uso que hace Perelman del mismo modelo para su Nueva Retórica. La conclusión
del profesor Gómez es que hay una diferencia básica entre ambos acercamientos, pues mientras
que el modelo de Toulmin sería el del alegato del litigante, el de Perelman sería el del juez.
210 Resalto los conceptos de “proceso” (judicial o racional) y “procedimientos”, que serán retoma-
dos más adelante.
211 Traduzco del texto inglés.

161
Pedro José Posada Gómez

Este paralelo con el razonamiento jurídico le servirá también al autor


para resaltar la que llama “la función crítica de la razón”, es decir, la po-
sibilidad de evaluar, juzgar y criticar los argumentos, que sería común a la
‘lógica’ y la jurisprudencia. Pues, nos dice, las reglas de la lógica

(…) se aplican a los hombres y sus argumentos, no de la manera como lo


hacen las leyes de la psicología o las máximas de un método, sino como
estándares de éxito que miden si se ha logrado o no el objetivo propuesto
por un hombre al argumentar, y a partir de los cuales se pueden juzgar sus
argumentos. (Toulmin, 2007, p. 25)

Desde este punto de vista se podrá decir que un argumento sólido (“una
afirmación bien fundamentada y firmemente respaldada”) es aquel (aquella)
que resiste a la crítica212. Con lo que queda señalado un aspecto dialéctico
en este criterio, que, me parece, no es desarrollado por el autor. Insistiendo
en el modelo jurídico nos dirá, al final de la Introducción que “... las pre-
tensiones extra-judiciales deben ser justificadas, no ante los jueces de Su
Majestad, sino ante el ‘Tribunal de la Razón’”. Y dirá la consigna ética que
regirá su pesquisa: “Nuestro tema será la prudentia, no simplemente del
ius, sino de manera más general de la ratio” (p. 26). No obstante, ha dicho
previamente que “a Aristóteles, como ateniense, el trecho que va de la ar-
gumentación ante un tribunal a la argumentación en el Liceo o en el Ágora
le habría parecido todavía menor de lo que nos parece a nosotros” (p. 25).

5.2. Toulmin frente a Aristóteles y a la lógica formal

Después de señalar, en la Introducción del libro, que su tema será la re-


lación entre los desarrollos de la lógica formal y sus aplicaciones prácticas,
Toulmin afirma que cuando Aristóteles anuncia, al comienzo de los Analíti-
cos I, que su estudio tratará tanto de la investigación de las formas en que se
establecen las conclusiones (la ἀπόδειξις) como de la ciencia (ἐπιστήμη) de
su establecimiento, no le era posible separar la “demostración lógica”, por
un lado, y la actividad cotidiana de establecer conclusiones, por otro; es de-
cir que, para Aristóteles, las cuestiones sobre la ἀπόδειξις “eran cuestiones
[a la vez] sobre la demostración, la validez o la justificación —en el sentido
cotidiano— de afirmaciones y conclusiones del tipo que cualquier persona
puede realizar” (2007, p. 18).

212 Una idea semejante será planteada por Leo Apostel (1979, pp. 127-128) en su ensayo: “What is
the force of an argument?”.

162
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Sin embargo, el hecho de que la lógica haya tomado un rumbo que la


alejó cada vez más de la argumentación cotidiana, hasta constituirla en una
ciencia de carácter matemático, es considerado por Toulmin como debido,
al menos en parte, a “una aspiración implícita en las primeras palabras de
Aristóteles: esto es, que la lógica (la analítica) se convirtiera en una cien-
cia formal, en episteme” (p. 19). También en el cuarto capítulo del libro se
insistirá en que los orígenes filosóficos de la divergencia entre la práctica
lógica y el análisis lógico-formal se encuentran en el ideal aristotélico de la
lógica como ciencia formal, comparable a la geometría213.
En lo que sigue de esta presentación de las reflexiones de Toulmin sobre
Aristóteles y la lógica formal presentaré, primero, las tesis básicas de un
escrito previo: “What Kind of Discipline is Logic?” (1953), y luego los
argumentos dados en los capítulos I (Campos de argumentación y términos
modales) y IV (Lógica operativa y lógica idealizada) del libro Los usos de
la argumentación.
El artículo “What Kind of Discipline is Logic?” se abre señalando que
en la primera mitad del siglo XX muchos lógicos se concentraron en un
solo aspecto de la lógica, olvidando y despreciando “los orígenes y la apli-
cación práctica de su disciplina” (1953, p. 7). Tales filósofos de la lógica
(Carnap, por ejemplo) rechazaron toda caracterización de la lógica como
el art de penser o ars conjectandi, condenando como “psicologismo” toda
sugerencia de que la lógica esté relacionada con el pensamiento “correcto o
racional”; pues para ellos la lógica es una ciencia pura, del mismo nivel que
la geometría, que solo se ocupa de problemas de consistencia.
Toulmin se propone refutar este punto de vista, partiendo de que “divor-
ciar completamente el objeto de la lógica de los cánones del razonamiento
correcto es convertirla en un brazo de las matemáticas puras, tras lo cual
sería un error seguirla llamando lógica” (1953, p. 7). El mismo Carnap no
reconoce el precio de esta “purificación” de la lógica, ni estaría dispuesto a
pagarlo, pues ella expulsaría de la lógica muchos de los problemas que el
mismo filósofo se ha propuesto resolver214.
Para Toulmin, Carnap comete el error de confundir dos problemas en
su refutación del psicologismo: intenta refutar la doctrina de que la lógi-
ca es el estudio crítico de las técnicas para hacer y justificar inferencias
(inference-drawing and inference-justifying) —es decir, los procedimientos

213 Véanse, sin embargo, nuestras consideraciones en 2.3.1., y en las notas 135 y 136.
214 En su Prólogo a la edición española del Tratado de la argumentación de Perelman-Olbrechts,
Jesús González Bedoya anota que: “Carnap reconoce (al final) que la lógica formal no sirve para
la vida” (1989, p. 11).

163
Pedro José Posada Gómez

de razonamiento (reasoning procedures)—, pero lo que realmente atacan


sus argumentos es la proposición de que la lógica es el estudio científico de
los hábitos de inferencia de la gente (es decir, sus procesos de pensamiento
—thought processes—). Esta última tesis, llamada por Carnap “psicologis-
mo primitivo”, también es considerada indefendible por Toulmin (quien
anota a pie de página que tal vez el único que intentó defenderla fue J. Pia-
get), mas no así la primera.
Carnap estaría pues confundiendo “hábitos de inferencia” con “procedi-
mientos para presentar y justificar inferencias”, y lo mismo le habría suce-
dido a J. Dewey215. Por lo que Toulmin insistirá en no confundir “el estudio
científico de hábitos de inferencia” con “el estudio crítico de los procedi-
mientos de inferencia”, pues el primero puede ser dejado a la psicología,
pero el segundo es tarea propia de la lógica.
Recuérdese que ya en la Introducción de 1958 encontramos la distinción
entre “procesos” y “procedimientos”. Pero en el artículo del 53 se trata de
“procesos de razonamiento”, en el sentido de “hábitos populares de inferen-
cia”, mientras que en la Introducción del 58 se trata del “proceso racional”
(“the rational process”) que incluye los “procedimientos” (procedures, trá-
mites) y las categorías que se emplean para presentar y defender las afirma-
ciones en general (claims-in-general). Así, mientras que la noción de “pro-
ceso” es más incluyente (y menos psicológica) en el 58, en el texto del 53 se
habla de la lógica como estudio crítico de los “procedimientos racionales”
(reasoning procedures) —esto es, de las “técnicas para diseñar y justificar
inferencias”—, y se la separa del estudio psicológico de los “procesos de
razonamiento” (reasoning processes). Retomaremos estas distinciones en
el capítulo final, para compararlas con la distinción habermasiana entre los
aspectos de proceso, procedimiento y producto en la argumentación.
Para terminar este comentario del artículo de 1953, anotaré que Toulmin
no desconoce que se puede dar un tratamiento matemático a los problemas
de la lógica (o de la física, etc.), pero rechaza que la lógica sea reducida a
una parte de las matemáticas. El autor ilustra el error de pretender “purifi-
car” matemáticamente a la lógica (limpiarla de referencias a los procesos
racionales) con los problemas que ello acarrea en el tratamiento de temas
como el carácter lógico de las leyes naturales o la distinción entre deducción
e inducción. Estos temas serán retomados en el libro de 1958.
En el segundo capítulo del libro Los usos de la argumentación (dedicado
a la probabilidad y a las expresiones modales) Toulmin retoma su crítica a

215 Aquí Toulmin cita el mismo pasaje de Dewey que citará en la Introducción del libro del 58,
aunque, como vimos, allí es usado para ilustrar la concepción psicologista de Dewey.

164
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

la concepción de la lógica que defiende Carnap, y su errada refutación del


psicologismo. Sintetizando su punto de vista, dice Toulmin:

Desde nuestro punto de vista, la caracterización de la lógica en términos de


creencias, acciones o comportamientos justificados es inevitable. El motivo
para ello radica en que si queremos que la lógica tenga alguna aplicación en
la evaluación práctica de los argumentos y las conclusiones, necesariamente
habrá que hacer referencia a estos conceptos. Ello no supone en absoluto que
sea lo mismo que afirmar que el razonamiento es el objeto de la lógica, como
supone Carnap. Ni siquiera Boole, que eligió como título para su importante
tratado sobre lógica Las leyes del pensamiento, puede haber querido dar a
entender semejante cosa. Las leyes de la lógica no son generalizaciones so-
bre cómo piensan los pensadores, sino más bien son estándares para la crítica
de los resultados obtenidos por los pensadores. La lógica es una ciencia crí-
tica, no una ciencia natural. Para dejarlo claro: la lógica no describe un tema
y no trata sobre nada, por lo menos del modo en que las ciencias naturales
como la mineralogía o la psicología tratan sobre los minerales o sobre la
mente. Por consiguiente, la afirmación de Carnap de que “La lógica realiza
afirmaciones sobre las relaciones lógicas” conduce a interpretaciones equi-
vocadas y no dice mucho del asunto. (Toulmin, 1958, p. 87/2007, p. 112)216

En el capítulo I del mismo libro (Campos de argumentación y términos


modales) Toulmin presenta un grupo de precisiones conceptuales que serán
fundamentales para el desarrollo de su argumentación a lo largo del texto y
que nos ayudan a precisar las ideas del autor sobre la lógica formal (clásica
y contemporánea).
Primero, un par de conceptos generales y correlacionados: “tipos lógi-
cos” (de los enunciados incluidos en las aseveraciones y las exposiciones
de hechos) y “campo de la argumentación” (que agrupa a los argumentos
de un mismo “tipo lógico”). El autor no define el concepto de “tipo lógico”
(que considera de uso frecuente en filosofía), pero sí da algunos ejemplos
de “tipos lógicos” diferentes: “informes de sucesos presentes y pasados,
predicciones sobre el futuro, veredictos de culpabilidad, elogios artísticos,
axiomas geométricos, etc.” (Toulmin, 2007, p. 32)217.
Toulmin introduce el concepto de “campo de la argumentación” median-
te una definición:

216 Toulmin comenta un pasaje del libro de Carnap: Logical foundations of probability (1950, p.
39).
217 En el Prefacio de 1957, Toulmin confiesa su deuda con John Wisdom, quien en sus clases de
Cambridge de 1946-47 había llamado su atención sobre el problema de la “inferencia transver-
sal”; es decir, la que pasa de un tipo lógico a otro.

165
Pedro José Posada Gómez

Se dice que dos argumentos pertenecen al mismo campo cuando los datos y
las conclusiones en ambos argumentos son, respectivamente, del mismo tipo
lógico; se dice que proceden de campos diferentes cuando el fundamento
(respaldo, backing) o las conclusiones en ambos argumentos no son del mis-
mo tipo lógico. (2007, p. 33)

Toulmin ofrece ilustraciones de siete campos diferentes con estos siete


tipos de inferencias o argumentos:
1. Cada una de las pruebas de Los Elementos de Euclides.
2. Los cálculos ejecutados para preparar un número del almanaque.
3. La inferencia: “Harry no es moreno, porque sé de hecho que es pe-
lirrojo”.
4. La inferencia: “Peterson es sueco, de modo que presumiblemente no
es católico romano”.
5. La inferencia: “Este fenómeno no puede ser explicado enteramente
con base en mi teoría, porque la divergencia entre sus observaciones
y mis predicciones es estadísticamente significativa”.
6. La inferencia: “Esta criatura es una ballena y en consecuencia es
(desde el punto de vista taxonómico) un mamífero”.
7. La inferencia: “El defendido conducía a 75 km por hora en un área
urbana; por consiguiente ha cometido un delito contra el código de
tránsito”.

Nótese que la idea de “tipo lógico” se aplica a afirmaciones o enuncia-


dos (ya sean datos, respaldos, conclusiones), mientras que el criterio para
definir la pertenencia a un “campo argumentativo” es la identidad o diferen-
cia entre los tipos lógicos a los que pertenecen las partes de un argumento
completo (es decir, entre el tipo lógico al que pertenecen los datos o los
respaldos, por un lado y, por el otro, el tipo lógico de las conclusiones que
se derivan de ellos).
La importancia de estas nociones estará en su papel para entender las
diferencias entre la “fuerza” (valor o mérito) de un argumento y su “forma”
(o estructura), pues Toulmin se plantea este interrogante: “¿Qué elementos
relacionados con la forma y el valor de nuestros argumentos son invariables
respecto al campo (field-invariant) y cuáles dependen del campo (field-de-
pendent)?” (Toulmin, 1958, p. 14/2007, p. 33).
Toulmin responderá a esta pregunta considerando primero el caso de los
enunciados que incluyen expresiones modales (como ‘posible’ o ‘necesa-
rio’) y generalizará luego su análisis a todo tipo de argumento.
En primer lugar aclarará que existen muchos tipos de imposibilidades e
impropiedades: prácticas, físicas, lingüísticas, de procedimiento y no solo
166
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

imposibilidades formales. Y presenta enseguida su tesis principal: “El signi-


ficado de una expresión modal tiene dos aspectos: la fuerza de la expresión
o término y los criterios que rigen su uso”. Entendiendo por ‘fuerza’ las
implicaciones prácticas de su uso, y por ‘criterios’ los estándares, razones y
motivos para decidir, en cada contexto, si el uso del término modal es apro-
piado (Toulmin, 1958, p. 30/2007, p. 51).
Este análisis lo lleva a concluir que la fuerza (por ejemplo de reconocer
algo como ‘bueno’ o censurarlo como ‘malo’) permanece inalterable (inde-
pendientemente del objeto al que se aplique); mientras que los criterios para
juzgar o evaluar los méritos de diferentes categorías son variables, pues “en
lo que se refiere al significado de los términos de evaluación, hay una fuerza
común que vincula a una multiplicidad de criterios” (1958, p. 33/2007, p. 55).
El análisis también le permite señalar como un error la generalización,
para todo tipo de argumentos, de los criterios que solo son apropiados a
ciertas cosas (por ejemplo, el criterio utilitarista o pragmatista para evaluar
la verdad o la justicia de una teoría o una norma por sus ‘consecuencias’).
Y como un error más grave, la pretensión (de los lógicos) de fijar un criterio
de ‘imposibilidad’ (por ejemplo, la contradicción analítica) “elevándolo a
una posición de importancia filosófica singular...” (1958, p. 34/2007, p. 57).
Generalizando sus conclusiones Toulmin dirá que: “Todos los cánones
o estándares empleados para criticar y evaluar argumentos dependen en la
práctica del campo, mientras que todos los términos de evaluación son inva-
riantes respecto al campo en lo que se refiere a su fuerza” (1958, p. 38/2007,
pp. 60-61).
En un libro muy posterior —Introduction to Reasoning, escrito por Toul-
min en coautoría con A. Janik y R. Rieke (1979)— se vuelve a plantear esta
tesis sobre la variabilidad de la fuerza de las conclusiones con respecto al
campo argumentativo: “A la medida que nos movemos de un campo argu-
mentativo a otro, las conclusiones (claims) que presentamos cambian sus-
tancialmente en su fuerza, dependiendo del carácter preciso del argumento
de que se trate”. (Aquí Toulmin introduce tres argumentos, el de un aficio-
nado al deporte sobre su equipo favorito, una crítica de un espectador a una
nueva versión de la película King Kong, y el de un participante en un debate
judicial que es rechazado por el jurado) y continúa:

Nótese que tanto la fuerza de esas afirmaciones como las implicaciones de


su afirmación dependen del tipo de argumento implicado. Un pronóstico de-
portivo, una apreciación estética, un diagnóstico médico, un alegato jurídico,
una propuesta de negocios – todos ellos exigen diferentes tipos de respues-
tas, y acarrean consecuencias muy distintas. (...) Sea que se tenga éxito o
se fracase en la defensa de tales conclusiones, ello tiene consecuencias que

167
Pedro José Posada Gómez

pueden ir desde la simple tolerancia intelectual, en un extremo, hasta la im-


posición de una dura condena a prisión, por el otro. (Toulmin et al., 1979,
pp. 118-119)

Retornando al texto de 1958, Toulmin plantea una distinción general en-


tre la ‘forma’ (‘estructura’) de un argumento y su ‘valor’ (o ‘fuerza’) y esto
le permite sostener una crítica a las pretensiones de los ‘lógicos profesio-
nales’:

(los lógicos profesionales) siempre han esperado que se pudiera probar que
era posible exponer argumentos procedentes de campos diferentes bajo una
fórmula común [unificación de la estructura formal], así como criticar argu-
mentos y conclusiones como débiles, sólidos o concluyentes, o como posi-
bles, probables o ciertos, recurriendo a una serie única y universal de criterios
igualmente aplicables a todos los campos de la argumentación [unidad de los
criterios de evaluación de la fuerza]. (Toulmin, 1958, p. 39/2007, p. 63)218

Las dudas sobre la viabilidad de tales pretensiones de los lógicos le per-


miten plantear un interrogante más general: “¿Hasta qué punto es posible
una lógica general?”, en el sentido de una lógica en la que “tanto la estruc-
tura de la formulación del argumento como los estándares de la crítica sean
invariantes respecto al campo” (1958, pp. 39-49/2007, p. 63)219.
Si tal ‘lógica general’ no parece ya posible, se podrá cuestionar también
la supuesta prioridad de las cuestiones matemáticas y empíricas sobre los
asuntos de derecho, moral o estética. Pues es sabido que, en su momento,
el positivismo lógico (o ‘empirismo lógico’) del Círculo de Viena planteó
tal prioridad y consideró que el “tribunal de la razón” solo debería ocupar-
se de ellas. Pero, se pregunta Toulmin: “¿Tienen alguna ‘prioridad lógica’
los asuntos fácticos sobre las cuestiones de moral?”, y aún más “¿se puede
hablar de ‘prueba’ (evidence) de un juicio estético?” (1958, pp. 41-42/2007,
pp. 65-66).
Toulmin considera que la analogía entre la práctica judicial y la eva-
luación racional de argumentos ofrece un modelo que puede competir con
el modelo matemático al momento de reflexionar sobre la idea de en qué

218 Corchetes míos.


219 Cursivas mías. En S. E. Toulmin et al. (1979, pp. 15-16), se presenta una distinción similar, pero
aplicada ahora a las reglas del procedimiento racional (rational procedure) que se aplican a los
argumentos en “todos los foros de la argumentación” diferenciadas como: (1) reglas universales
(“field-invariant”) del procedimiento que se aplica en la crítica de todos los campos y foros, y
(2) reglas particulares (“field-dependent”) que son apropiadas en el derecho, en la ciencia, o en
los negocios, pero no en campos diferentes.

168
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

consiste la “forma lógica” de un argumento: “De este modo, se pone de


manifiesto que los argumentos no sólo deben poseer una estructura deter-
minada, sino que además deben ser expuestos y presentados siguiendo una
secuencia de etapas conforme a ciertas normas básicas de procedimiento”
(1958, p. 43/2007, p. 67).
En síntesis, Toulmin concibe el argumento como formado por dos ele-
mentos básicos: una estructura —que corresponde a la “formulación lin-
güística” del argumento, y es formalizable—, y una fuerza o valor —que
está determinada por el procedimiento de su exposición, las “formalidades”
que se siguen, y que determina, a su vez, los estándares críticos que se usa-
rán para evaluarlo—.
Nótese que en esta presentación del argumento están presentes los ele-
mentos “lógicos” (en el sentido amplio de reglas de sintaxis lógica del len-
guaje) y los elementos dialécticos (y retóricos) que conllevan los procedi-
mientos de exposición y los criterios de evaluación220.
Este capítulo concluye con una pregunta que orientará la presentación
del esquema toulminiano del argumento (en el tercer capítulo) y cuya res-
puesta ya está insinuada en lo que se ha dicho:

Debemos preguntar en qué medida el carácter formal de un argumento váli-


do puede concebirse more geometrico, como si su validez formal fuera úni-
camente cuestión de presentar el tipo correcto de configuración, y hasta qué
punto es necesario que se conciba más bien en términos de procedimiento,
como una cuestión que consiste en seguir formalidades que deben observar-
se con el fin de hacer posible la evaluación de los argumentos. (Toulmin,
1958, p. 43/2007, p. 67)221

En el segundo capítulo de Los usos de la argumentación (cuyo tema “La


forma de los argumentos” lo analizaremos en la siguiente sección) Toulmin
hace algunas observaciones sobre la insuficiencia del modelo del silogismo
aristotélico para el análisis de los argumentos222:

Desde Aristóteles ha sido habitual analizar la micro-estructura de los argu-


mentos a partir de ejemplos con una disposición muy simple. Normalmente,
se presentan tres proposiciones a la vez: “premisa menor, premisa mayor;

220 Se podría hacer aquí una analogía con la distinción de Austin-Searle entre el contenido proposi-
cional de una locución y la intencionalidad y condiciones del acto ilocucionario.
221 Subrayados míos.
222 Veremos más adelante cómo algunos autores han desconocido esta crítica de Toulmin al silogis-
mo aristotélico y han pretendido —erróneamente, a mi parecer— reducir el esquema de Toulmin
a un silogismo.

169
Pedro José Posada Gómez

por tanto, conclusión”. La cuestión que surge entonces es si esta forma es-
tándar está lo suficientemente elaborada o es lo bastante transparente. Desde
luego, la simplicidad es una virtud, pero en este caso, ¿no se ha pagado un
precio demasiado alto por ella? ¿Se pueden clasificar adecuadamente todos
los elementos de los argumentos bajo los tres apartados (...) o resultan estas
categorías tan reducidas en número que inducen a interpretaciones equivo-
cadas? ¿Acaso hay similitudes suficientes entre la premisa mayor y menor
para que se las agrupe provechosamente bajo la etiqueta única de “premisa”?
(Toulmin, 1958, pp. 95-96/2007, p. 131)

Veremos en el siguiente apartado cómo el autor responde a estas pre-


guntas contraponiendo el modelo legal al modelo matemático en el que se
inspira el silogismo analítico aristotélico, y mostrando la insuficiencia del
mismo concepto de “premisa” (especialmente, “premisa universal”) a la luz
de su distinción entre “garantía” y “respaldo” de un argumento.
El capítulo 4 (“Lógica operativa y lógica idealizada”) de Los usos de la
argumentación se ocupa de señalar las diferencias entre “la crítica práctica
de la argumentación” (lógica operativa) y la lógica formal (lógica idealiza-
da) mediante la defensa de una hipótesis principal y dos derivadas:

Empezaré enunciando mi hipótesis: a saber, que las categorías de la lógi-


ca formal se construyen a partir de un estudio del silogismo analítico, que
éste es un tipo de argumento no representativo y engañosamente fácil y que
muchos de los lugares comunes paradójicos de la lógica formal y de la epis-
temología provienen de una aplicación errónea de dichas categorías a argu-
mentos de otras clases. (Toulmin, 1958, p. 146/2007, p. 193)

En segundo lugar, el autor mostrará que:

En tanto que los lógicos formales pretenden decir algo que sea pertinente
sobre los argumentos de tipos diferentes al analítico, no cabe sino un juicio
negativo sobre su labor: para el estudio de otros tipos de argumentos se ne-
cesitan nuevas categorías, y las distinciones al uso —sobre todo el embrollo
comúnmente señalado mediante los términos “deductivo” e “inductivo”—
debe dejarse de lado.

Y, en tercer lugar, que:

(…) desde los tiempos de Aristóteles los lógicos han encontrado atractivo el
modelo matemático, en cambio, una lógica modelada sobre la jurispruden-
cia y no sobre la geometría no podría aspirar a mantener toda la elegancia
matemática de su ideal. Pero —agrega—, aunque el modelo jurídico de la
argumentación no puede aspirar a la elegancia del modelo matemático, “una
lógica idealizada, como la que proviene de un modelo matemático, no puede

170
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

mantener un contacto real con su aplicación práctica”. (Toulmin, 1958, p.


147/2007, p. 194)

En apoyo de su hipótesis general, Toulmin reitera que “mientras que los


criterios para juzgar la solidez, validez, convicción o fuerza de los argu-
mentos son en la práctica dependientes del campo, los teóricos lógicos res-
tringen dichas nociones e intentan definirlas en términos de invariación con
respecto al campo” (1958, p. 147/ 2007, p. 195). Además, mientras que para
Toulmin cualquier argumento que use una garantía puede considerarse en la
práctica como una deducción, los lógicos “no permiten que este término se
aplique sino a los argumentos analíticos”.
Esta crítica del autor a los teóricos de la lógica se apoya en una fina acla-
ración de cinco distinciones que están confundidas en el caso del silogismo
analítico. Ellas han sido analizadas detalladamente en el capítulo anterior,
pero aquí Toulmin nos ofrece una versión sintética:

1. La distinción entre argumentos necesarios y argumentos probables, es


decir, entre argumentos en los que la garantía nos permite avanzar in-
equívocamente hasta la conclusión (a los que, por tanto, se puede aludir
con el matizador modal o modalizador “necesariamente”) y argumentos
en los que la garantía nos permite sacar conclusiones sólo provisionales
(el modalizador sería “probablemente”), sujetas a posibles excepciones
(“presumiblemente”) o condicionales (“en el caso de que...”).
2. La distinción entre argumentos que son formalmente válidos y aquellos
que no pueden aspirar a ser formalmente válidos: es formalmente válido
cualquier argumento que se propone de tal manera que su conclusión
puede obtenerse reorganizando adecuadamente los términos en los datos
y la garantía (Uno de los atractivos de la lógica formal ha sido siempre la
posibilidad de hacer depender su análisis de la validez exclusivamente
de cuestiones de forma, en este sentido).
3. La distinción entre aquellos argumentos, los silogismos ordinarios in-
clusive, en los que se confía en una garantía, cuya adecuación y aplica-
bilidad han sido establecidos previamente, y aquellos otros argumentos
que se proponen para establecer la adecuación de la garantía.
4. La distinción entre los argumentos expresados en términos de “conecto-
res lógicos” o de cuantificadores y aquellos que no se expresan en dicha
forma. Entre las palabras lógicas y aceptables se encuentran “todos”,
“algunos”, “o” y unas cuantas más: éstas se ponen en un espacio aparte
de las no lógicas, entre las que están la mayoría de los nombres, adje-
tivos, etc., y los conectores y modalizadores tales como “la mayoría”,
“pocos”. “pero”. Como la validez de los silogismos está estrechamente
ligada a la distribución adecuada de las palabras lógicas dentro de los
enunciados que los configuran, de nuevo colocaremos los silogismos
válidos en la primera de las dos clases.

171
Pedro José Posada Gómez

5. La distinción fundamental entre argumentos analíticos y argumentos


sustantivos, que puede esquivarse sólo si formulamos nuestras garantías
de inferencia a la manera tradicional, “Todo A es B” (o “Ningún A es
B”). (Toulmin, 1958, pp. 148-149/2007, p. 196)

Recapitulando, se trata de considerar cinco distinciones:


a. Necesario - probable,
b. Formalmente válido - no validable formalmente,
c. Basados en una garantía establecida - que establecen una garantía,
d. Expresados en lenguaje lógico - no expresables en lenguaje lógico, y
e. Analíticos - sustanciales.

Distinciones que han sido establecidas en el capítulo anterior y que am-


pliaré brevemente, no sin antes resaltar que para Toulmin el carácter pe-
culiar del silogismo analítico se debe a que en él están confundidas estas
propiedades, pues el silogismo analítico “no sólo es analítico, sino tam-
bién formalmente válido, emplea una garantía, es inequívoco en sus con-
secuencias y se expresa en el lenguaje de las ‘palabras lógicas’” (1958, p.
149/2007, p. 197).
-. La distinción entre “necesario” y “probable” puede rastrearse desde el
capítulo segundo del texto (dedicada específicamente a la noción de
‘probabilidad’) y es incorporada en el esquema propuesto por Toulmin
(Cap. 3), donde estos términos se explican como modalizadores. Así,
cuando las garantías permiten aceptar una afirmación de manera inequí-
voca, si se cuenta con los datos apropiados, estas garantías permiten
modalizar la conclusión con el adverbio “necesariamente”. Otras ga-
rantías sólo permiten el paso de los datos a las conclusiones de manera
provisional, sujeta a condiciones, excepciones o matizaciones; en es-
tos casos se deben emplear términos modales como “probablemente”
o “presumiblemente”. Estos modalizadores matizan la afirmación, y
hacen referencia explícita al grado de fuerza que los datos confieren a
la afirmación realizada en virtud de la garantía (Toulmin, 1958, pp. 100-
101/2007, p. 137)223.
-. La distinción entre argumentos que parten de garantías aceptadas y los
que las establecen es fundamental en el análisis de Toulmin. Se basa en
la distinción entre “garantías” y “respaldos”. En el capítulo 3 nos dice
Toulmin que: “Detrás de las garantías que empleamos habrá normal-
mente... otras certezas, sin las cuales las propias garantías carecerían

223 Uso, en esta parte, las nociones de “garantía”, “respaldo”, “modalizador”, etc., que hacen parte
del conocido esquema de Toulmin, y que serán mejor definidos en el siguiente apartado.

172
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

de autoridad y vigencia; a éstas nos referiremos como el respaldo de


las garantías” (1958, p. 103/2007, p. 140). Y diferencia más adelante
estos dos elementos: “los enunciados de las garantías... son enunciados
hipotéticos, que funcionan a modo de puente; en cambio, el respaldo
para las garantías puede expresarse en forma de enunciados categóricos
sobre hechos...” (1958, p. 105/2007, p. 143). Veremos luego cómo esta
distinción permite hacer una crítica profunda a lo que Toulmin llama
“la ambigüedad de los silogismos”, pues en ellos la noción de “premisa
universal” impide ver la distinción entre garantías y respaldos.
-. Algo semejante ocurre con la noción de “validez formal”. Pues, cual-
quier argumento que pueda expresarse con la fórmula “datos; garantía;
luego conclusión” será formalmente válido. Pero, “si se reemplaza la
garantía por el respaldo —es decir, si se interpreta la premisa universal
en el sentido opuesto—, estará fuera de lugar la aplicación del principio
de validez formal al argumento”, esto a pesar de que un argumento de
la forma “datos; respaldo; luego conclusión” está totalmente en orden,
para efectos prácticos. En términos más generales, Toulmin considerará
que la validez de un argumento no es consecuencia de sus propiedades
formales (1958, pp. 119-120/2007, pp. 160-161).
-. Otra distinción fundamental en el análisis de Toulmin es aquella entre
“argumentos analíticos” y “argumentos sustanciales”. Partiendo de lo
establecido en el punto anterior, Toulmin considera que “como regla
general, sólo se pueden disponer de una manera formalmente válida los
argumentos que siguen el esquema ‘D, G, luego C’ (Datos, Garantía,
luego Conclusión); los argumentos que siguen el esquema ‘D, R, luego
C’ no pueden expresarse de ese modo”. Los argumentos analíticos pare-
cen romper esta regla. Pero esto no parece suceder con los argumentos
que usamos en la vida cotidiana, pues en ellos,

(...) nunca... puede considerarse que la conclusión es una mera reformula-


ción del enunciado inicial; en otras palabras, de algo que ya ha sido afirmado
implícitamente en los datos o en el respaldo de nuestra idea. Aunque el argu-
mento sea formalmente válido cuando se expresa siguiendo la forma “dato,
garantía, luego conclusión”, el paso que damos al saltar a la conclusión a
partir de la información fiable de la que disponemos es sustancial. (Toulmin,
1958, pp. 124-125/2007, pp. 166-167)

Dicho en otras palabras, el enunciado que sigue la forma “D, R y también


C” nunca será una tautología. Toulmin definirá estrictamente esta diferencia
así:

173
Pedro José Posada Gómez

Un argumento que parta de D para llegar a C será denominado analítico


si y sólo si el respaldo para la garantía que lo legitima incluye, explícita o
implícitamente, la información transmitida a la conclusión. Cuando ocurra
así, el enunciado “D, R y también C” será, por regla general, una tautología.
(...) Cuando el respaldo que apoya la garantía no contenga la información
transmitida en la conclusión, el enunciado “D, R y también C” no será nunca
una tautología y el argumento será sustancial. (Toulmin, 1958, p. 125/2007,
p. 167)

Toulmin considera que los argumentos analíticos son raros o excepcio-


nales y que es difícil elaborar uno que lo sea sin lugar a duda. Aun más, si
un argumento pretende

(...) establecer conclusiones sobre aquello de lo que no estamos plenamente


seguros, relacionándolas con otra información sobre la que tenemos mayor
certeza, comienza a resultar dudoso el hecho de que algún argumento ge-
nuino, en la práctica, pueda ser alguna vez propiamente analítico. (Toulmin,
1958, pp. 126-127/2007, p. 169)

De allí que sea un error proponer los argumentos analíticos de las ma-
temáticas —cuyos problemas no son dilemas (o incompatibilidades, en el
sentido perelmaniano) y cuya solución no tiene caducidad temporal ni su-
ponen dar pasos sustanciales—, como modelos representativos para otros
tipos de argumentos (1958, p. 127/2007, p. 170)224.
El análisis de Toulmin de esta distinción “analítico-sustancial” mues-
tra que ella no coincide con aquellas entre “válidos-no válidos”, o entre
argumentos “Que usan garantías – o que las establecen”, o entre los “que
conducen a conclusiones necesarias – y los que llevan sólo a conclusiones
probables”. Este análisis le permite refinar su definición de los argumentos
analíticos. Pues, en un primer momento, el carácter de analíticos se puede
apoyar en tres criterios: su carácter tautológico, su carácter verificable y
su carácter auto-evidente (1958, p. 131 ss./2007, p. 174 ss.). Dado que los
caracteres tautológico y autoevidente presentan dificultades para clasificar
todos los argumentos analíticos, Toulmin redefinirá este concepto a partir
del criterio de verificación:

224 Nótese que este rechazo a regir los argumentos en general por el modelo matemático es común a
Toulmin y a Perelman. Sobre este último, véase el ensayo de A. L. Gómez: “¿Se pueden forma-
lizar los argumentos?”, texto agregado a la segunda edición de su libro Seis conferencias sobre
teoría de la argumentación (2001/2006, pp. 149-185).

174
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

(...) clasificaremos un argumento como analítico si, y sólo si, satisface este
criterio —es decir, cuando la comprobación del respaldo de la garantía su-
ponga ipso facto la comprobación de la verdad o falsedad de la conclusión—,
y procederemos así tanto si conocer todo el respaldo supone de hecho verifi-
car la conclusión o falsarla. (1958, p. 133/2007, p. 177)

La distinción entre argumentos analíticos y sustanciales, nos dice Toul-


min, es completamente distinta de la establecida entre los que son con-
cluyentes (necesarios) y los que son provisionales (probables), porque los
argumentos analíticos pueden ser concluyentes o provisionales, y los con-
cluyentes pueden ser analíticos o sustanciales (1958, p. 141/2007, p. 186).
Resumiendo su tesis nos dirá Toulmin que el desarrollo de la teoría ló-
gica comenzó históricamente con el estudio de una clase especial de argu-
mentos, esto es, los que son inequívocos, analíticos y formalmente válidos
con un enunciado universal como “premisa mayor”225. Pero tales argumen-
tos son excepcionales por cuatro razones: 1) el uso de la fórmula “Todo A es
B” en la premisa mayor oculta la distinción entre la garantía por inferencia
y el enunciado que contiene el respaldo; 2) solo en este tipo de argumentos
sucede que carece de importancia la distinción entre los datos y la garantía
que sirve de respaldo (se etiquetan datos, garantías y respaldos de las garan-
tías como “premisas”); 3) por ser analíticos, el procedimiento que verifica
el respaldo verifica ipso facto la conclusión; 4) por ser inequívocos, resulta
imposible aceptar los datos y el respaldo y rechazar la conclusión, sin incu-
rrir en contradicción (1958, pp. 144-145/2007, pp. 190-191).
En general, aceptando que el carácter analítico es una cosa y la validez
formal es otra, Toulmin concluye que “ninguno de ellos es un criterio uni-
versal para medir la necesidad de los argumentos y mucho menos su vali-
dez” (1958, p. 145/2007, p. 191).

5.3. La forma de los argumentos (El esquema de Toulmin)

El objetivo que se propone Toulmin en el segundo capítulo de Los usos


de la argumentación es aclarar la relación entre la validez y la estructura
o forma de los argumentos. Dicho en forma de preguntas: “¿Cómo debe
presentarse un argumento para mostrar las fuentes de su validez? ¿Y en qué
sentido la aceptabilidad o inaceptabilidad de los argumentos depende de sus
méritos o defectos “formales”?” (1958, pp. 94-95/2007, p. 130).

225 Esta hipótesis de Toulmin es válida si entendemos que los Analíticos de Aristóteles son el inicio
de la “teoría lógica”, pero no se sostiene si aceptamos que, históricamente, Aristóteles inició su
estudio con la dialéctica (en los Tópicos y las Refutaciones sofísticas) como vimos en la primera
parte de este trabajo.
175
Pedro José Posada Gómez

Habiendo ya mostrado la crítica del autor a la evaluación de los argu-


mentos desde la perspectiva lógico-formal, nos dedicaremos en esta parte a
presentar su propia propuesta para el análisis y evaluación de los argumen-
tos, es decir, el conocido “esquema de Toulmin”.
En el tercer capítulo (La forma de los argumentos) de su libro del 58, el
autor construye el esquema que representa los elementos comunes a todo
argumento. Aquí partiremos del resultado final y resumiremos las carac-
terísticas y propiedades de cada uno de los elementos de dicho esquema.
Vale la pena mencionar antes dos aclaraciones teóricas importantes: 1) que
Toulmin insiste en que su esquema resulta de mirar los argumentos desde la
óptica del “modelo legal” (como alternativa al “modelo matemático” desa-
rrollado por los lógicos formales) y con la atención puesta en “las categorías
de la lógica aplicada –esto es, en el objetivo práctico de la argumentación
y en las nociones que este empleo requiere” (1958, p. 95/2007, p. 131); y
2) que Toulmin espera que esta “analogía jurídica” le permita “adoptar un
esquema más complejo” que los conocidos. Específicamente lo opone al
modelo de análisis que “desde Aristóteles ha sido habitual”, y que consiste
en “analizar la micro estructura de los argumentos a partir de ejemplos con
una disposición muy simple. Normalmente, se presentan tres proposiciones
a la vez: ‘premisa menor, premisa mayor; por tanto, conclusión’”. Toulmin
se pregunta si esta forma estándar está suficientemente elaborada y si es
suficientemente transparente; si el número reducido de premisas puede dar
lugar a interpretaciones equivocadas; si el nombre de ‘premisa’ cubre una
distinción clara.
Veamos ahora el “esquema de los argumentos”226 que propone Toulmin.
De hecho, contamos con dos versiones, ligeramente distintas. La de The
uses of argument, 1958, y la de An introduction to reasoning, 1979. En la
versión de 1958 el esquema se presenta así:

Data-----------------------So, Qualifier-----------Claim

since unless

Warrant Rebuttal

On account of

Backing
En: Toulmin, The Uses of Argument, 1958, p. 104.

226 “The layout of arguments” (Toulmin, 1958, p. 104).

176
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Una traducción al castellano sería la siguiente:

Ante los datos D se sigue, (en el modo M), la conclusión C

Dado que G A menos que O

Teniendo en cuenta R

Donde M es el modalizador o cualificador modal, G es la garantía, R es


el respaldo o apoyo de la garantía y O las posibles objeciones.
Presentaré primero una interpretación sintética e intuitiva de este esque-
ma, para discutir luego algunos detalles importantes y polémicos y compa-
rarlo con la versión de 1979.
En su texto de 1958, el autor parte de un esquema básico: apoyándonos
en datos que consideramos evidentes o establecidos ‘extraemos’ o inferimos
determinada conclusión (en la forma “Si D entonces C”). A continuación,
Toulmin explicita este esquema elemental con expresiones como “Datos
como D lo autorizan a uno a sacar conclusiones o a hacer aseveraciones
como C”, o, alternativamente: “Dados los datos D, uno puede afirmar que C”.
Un análisis más detenido muestra otros cuatro elementos en la estructura
de un argumento completo: Los datos (D) apoyan la conclusión (C) con una
determinada fuerza o intensidad; ésta queda demarcada por el uso de ex-
presiones como “Si D, posiblemente C —seguramente que C, con absoluta
certeza C, tal vez C, etc.—”. Toulmin llama a estas nociones que indican
la fuerza: “calificadores modales” o ‘modalizadores’ (modal qualifiers). En
términos retóricos estos podrían ser interpretados como señalando el grado
de adhesión que el orador le concede al nexo entre sus premisas y su conclu-
sión (o el grado de adhesión que solicita para ellas a su auditorio).
Pero los datos y hechos que consideramos en cada caso como premisas,
hacen parte de otros tipos de datos y hechos que hemos conocido y clasifi-
cado previamente (clasificamos cada dato nuevo como un caso semejante a
otros anteriores). Ese grupo de hechos, datos, experiencias, recuerdos, etc,
“acompañan, apoyan, refuerzan o respaldan nuestra comprensión del dato
(o datos) que apoya nuestra aseveración final o conclusión”. A este grupo
de datos previos (presupuestos como válidos o verdaderos o verídicos) los
llama Toulmin “respaldos” o “apoyos” (backing). A su vez, los hechos que
respaldan nuestros datos han sido previamente clasificados, originando re-
glas, ‘leyes’, reglamentos, códigos, sistemas de pensamiento, que explican

177
Pedro José Posada Gómez

ese cúmulo de hechos, etc. Toulmin llama “garantías” (warrants227) a este


grupo de tesis, leyes, normas, etc.
Por otro lado, el hecho de que concedamos una relativa fuerza a nuestras
aseveraciones es el reconocimiento implícito de que sopesamos sus posi-
bles debilidades, que podemos concebir la posibilidad de que fueran falsos
si otros hechos o datos fueran verdaderos, o de que hubiera casos excep-
cionales que impedirían su aplicación. Estos últimos refutarían, objetarían,
debilitarían, invalidarían, nuestra pretensión de verdad, nuestra conclusión.
Toulmin llamó a estos posibles hechos “Refutaciones u objeciones” (O)
(Rebuttal).
Para una mejor comprensión del esquema es importante, primero, enten-
der qué son las garantías o garantes y distinguirlas claramente de los datos
(lo dado, los hechos). Las garantías son reglas, principios o “enunciados
hipotéticos, de carácter general” que actúan como puente entre los datos y
la aseveración o conclusión. Las garantías se distinguen de los datos por-
que: “a los datos se apela explícitamente, a las garantías implícitamente”.
Además, las garantías son generales (certifican la validez de todos los argu-
mentos de determinado tipo), y por ello deben establecerse de modo dife-
rente a los elementos justificatorios que ofrecen los datos. Así, la distinción
es semejante a la que establece el derecho entre “cuestiones de hecho” y
“cuestiones de derecho” (1958, p. 99/2007, p. 136).
Otro aspecto importante del esquema es la relación entre las garantías y
los respaldos. Toulmin introduce los respaldos así: “Detrás de las garantías
que empleamos habrá normalmente,..., otras certezas, sin las cuales las pro-
pias garantías carecerían de autoridad y vigencia; a éstas nos referiremos
como el respaldo (R) de las garantías” (1958, p. 103/2007, p. 140). Toulmin
muestra que, en un argumento, el respaldo, necesario para establecer la ga-
rantía, es “variable” o “dependiente del campo”.
La diferencia básica entre respaldos y garantías está en que

(…) los enunciados de las garantías... son enunciados hipotéticos, que fun-
cionan a modo de puente; en cambio, el respaldo para las garantías puede
expresarse en forma de enunciados categóricos sobre hechos, al igual que
sucede con los datos que se alegan para apoyar directamente las conclusio-
nes. (Toulmin, 1958, p. 105/2007, p. 143)

Por su parte, los datos se distinguen de los respaldos por la función que
desempeñan en el argumento: “Para que haya un argumento deben presen-

227 Warrant puede también ser traducido como ‘justificación’ o ‘seguro’. El término “garantía”
permite la analogía con lo que en el comercio se llama “documento de garantía”.

178
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

tarse datos de algún tipo”, sin ellos no hay argumento; mientras que los
respaldos no tienen que ser explícitos, pueden quedar sobreentendidos.
Estas distinciones tendrán un papel importante en la crítica de lo que
Toulmin llama “la ambigüedad del silogismo”. Distinguiendo entre la fuer-
za de las premisas universales, cuando son consideradas como garantías, y
el respaldo que les otorga autoridad, el autor llega a la conclusión de que
“la forma habitual de expresión (“Todo A es B” o “Ningún A es B”, en los
razonamientos silogísticos) tenderá a difuminar ante los hablantes la distin-
ción entre la garantía por inferencia y el respaldo en que se basa” (1958, p.
111/2007, p. 150). Mientras que en el esquema de análisis propuesto por el
autor no hay lugar para tal ambigüedad, puesto que la garantía y el respaldo
del que depende su autoridad están en lugares claramente separados. El he-
cho es que en los enunciados con la estructura “Todo A es B” se puede estar
aludiendo al mismo tiempo a la fuerza de la garantía y al contenido factual
del respaldo en que se basa, y es frecuente que tales enunciados se utilicen
para cumplir ambas funciones, diluyendo así la transición del respaldo a la
garantía.
Además, mientras que los enunciados de la forma “Todo A es B” pueden
ser interpretados como “Puede tenerse la total certeza de que A es B”, con
una fuerza invariante con respecto al campo, “el tipo de razones o respaldo
en que se basa un argumento de este tipo dependerá del campo de la argu-
mentación”. Así, en algunos campos el enunciado significará: “La propor-
ción de A que son B es del 100 por ciento”; en otro podrá significar: “Está
establecido por la ley que A debe tenerse incondicionalmente como B”; en
un tercer caso: “La clase de B incluye taxonómicamente a la clase entera
de A”; o, en un cuarto caso: “La práctica de hacer A lleva a las siguientes
consecuencias intolerables”, etc. (1958, p. 95/2007, p. 112).
La distinción entre garantías y respaldos sirve igualmente para cuestio-
nar la forma tradicional del silogismo conformado por dos premisas y una
conclusión, y la misma noción de “premisa universal”, que a veces ocupa
el lugar de una justificación o garantía y a veces el de un respaldo. Para
Toulmin, «la doble distinción entre “premisas” y “conclusión” parece insu-
ficientemente compleja y, para hacer justicia a la situación, hay que adoptar
en su lugar una cuádruple distinción entre el “dato”, la “conclusión”, la “ga-
rantía” y el “respaldo”» (1958, pp. 113-114/2007, pp. 153-154). También
se puede aclarar el conocido problema lógico del “presupuesto o contenido
existencial” (“implicaciones existenciales” lo llama Toulmin) de las premi-
sas universales, en la medida en que ese contenido viene a depender de que
la premisa en cuestión ocupe el lugar de una garantía o de un respaldo.

179
Pedro José Posada Gómez

Toulmin opone la riqueza del habla cotidiana al empobrecimiento al que


la somete el esfuerzo logicista de precisión; pues en muchos casos resulta
claro que “las elecciones expresivas que hacemos dentro de las posibilida-
des de la lengua, aunque quizá sutiles, reflejan esas diferencias (entre ga-
rantías y respaldos, y entre respaldos de tipo cuantitativo y respaldos de tipo
taxonómico) con notable exactitud” (1958, p. 117/2007, p. 158).
También la noción de validez formal resulta afectada por el enfoque de
Toulmin. Por un lado, encuentra que, si se usa la garantía correcta, cualquier
argumento con la forma: “datos, garantía, luego conclusión” puede expre-
sarse de tal modo que su validez sea evidente a partir de la forma; pero, por
otro lado, si se sustituye la garantía por el respaldo, “estará fuera de lugar
la aplicación del principio de validez formal”, ya que un argumento de la
forma “datos, respaldo; luego conclusión” estará totalmente en orden, pero
no se puede afirmar que su validez sea consecuencia de alguna propiedad
formal de las frases que lo constituyen (1958, p. 120/2007, p. 161). Como
ejemplo de un argumento con la forma “D, R, luego C” Toulmin da este
razonamiento:

“Peterson es sueco.
La proporción conocida de católicos romanos en Suecia es cero;
luego Peterson no es, con total certeza, católico romano”

Los argumentos habituales en el lenguaje cotidiano también se alejan del


concepto de la validez de la tradición lógica en la medida en que en ellos es
posible distinguir entre “argumentos que hacen uso de garantías” y “argu-
mentos que establecen garantías” (mediante respaldos). En el primer caso,
un único dato permitirá sacar una conclusión recurriendo a una garantía
cuya aceptabilidad se da por supuesta; en el segundo, se tratará de estable-
cer una nueva garantía

(…) mediante su aplicación sucesiva a una serie de casos en los que tanto
los “datos” como la “conclusión” han sido verificados de modo independien-
te. En este tipo de argumento, es en la garantía —y no en la conclusión—
donde radica la novedad y por tanto es eso lo que debe probarse. (1958, p.
120/2007, pp. 161-162)

La presentación de la “forma de los argumentos” termina con una sínte-


sis de las distinciones hechas, que permite tomar distancia del “paradigma
analítico como estándar de comparación utilizado para someter a crítica a
los restantes argumentos”:

180
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

La división de los argumentos entre analíticos y sustanciales, entre aquellos


que hacen uso de las garantías y los que las establecen, entre concluyentes
y provisionales y entre los que son formalmente válidos y los que no lo
son, han sido agrupadas con propósitos teóricos según una única distinción,
mientras que la pareja de términos “deductivo” e “inductivo”, que en la prác-
tica (...) se usa para distinguir sólo la segunda de las cuatro distinciones, se
vincula a las cuatro. (1958, p. 145/2007, p. 191)

Es por tanto un error considerar al modelo analítico como paradigma, ya


que “el carácter analítico es una cosa, y otra, la validez formal; y ninguno
de ellos es un criterio universal para medir la necesidad de los argumentos
y mucho menos su validez” (1958, p. 145/2007, p. 191).
Es importante anotar que Toulmin no desconoce que las consideracio-
nes lógicas sobre la coherencia y la no contradicción pueden ser relevantes
“incluso cuando los argumentos que se discuten son sustanciales” (1958,
p. 169/2007, p. 220). Pero para el autor, la congruencia y la coherencia son
apenas “prerrequisitos de la evaluación racional” (1958, pp. 171-172/2007,
p. 223). O, dicho en otros términos:

(…) las consideraciones lógicas no son sino consideraciones formales, es


decir, son consideraciones que tienen que ver con las formalidades prelimi-
nares de la expresión de un argumento y no con los méritos reales de argu-
mento o proposición alguna. Una vez dejadas atrás las formalidades prelimi-
nares, la cuestión de la coherencia y la contradicción sigue siendo relevante
sólo para la clase sumamente limitada de los argumentos analíticos, e incluso
entonces representan, como mucho, las bases de criterio de la posibilidad
y la imposibilidad, pero no la totalidad del significado de dichos términos.
(1958, p. 173/2007, pp. 224-225)

En la versión del esquema o “diagrama analítico básico” de la argumen-


tación que se dará en 1979 (Toulmin et al., 1979, p. 78), será reemplazada
la expresión Data (datos, hechos o información de partida) por la expresión
Grounds, que puede ser traducida como razones, justificaciones, motivos,
fundamentos, etc. Así:

181
Pedro José Posada Gómez

Que puede ser leído como: Los fundamentos (F), soportan, de modo cua-
lificado (M) la aseveración (C), dados los respaldos (R) y las garantías (G),
a menos que tengan lugar las objeciones (O).

5.4. Críticas al esquema de Toulmin

Para finalizar este aparte, pasaré revista a algunas críticas que se han he-
cho al modelo de análisis de la argumentación propuesto por Toulmin. Las
críticas tienen que ver, principalmente, con tres aspectos: a) Si el esquema
de Toulmin logra efectivamente superar las limitaciones de la lógica formal,
especialmente del silogismo analítico; 2) La casi total ausencia de elemen-
tos retóricos y dialécticos en este modelo de análisis, es decir, su centra-
miento en el mensaje o en el λόγος de la argumentación; y 3) Su limitación
al aspecto “procedimental” del habla argumentativa. Las dos primeras críti-
cas las encontramos en autores como M. Meyer, C. Hoogaert, E. Danblon y
F. van Eemeren, la tercera es de J. Habermas.
Corine Hoogaert (2001) considera que lo que construye Toulmin es “una
teoría sobre el discurso, sobre el mensaje” en la cual “el orador y el interlo-
cutor ocupan un lugar restringido” (p. 156), siendo así una teoría “logocén-
trica” (p. 158). Y, mientras que Toulmin considera que el esquema de un ar-
gumento explicita la función de cada uno de los elementos que intervienen,
Hoogaert ve en tal pretensión el olvido del intercambio entre un orador y su
auditorio, pues se estaría considerando que, en el esquema, “el argumento
se hace explícito por sí mismo, por su propia lógica” (2001, p. 159).
Hoogaert reconoce que Toulmin reprocha a Platón el haber creado un
ideal filosófico apodíctico, que influenció a generaciones de filósofos, ha-
ciéndoles preferir el razonamiento matemático al lenguaje humano; pues,
“el lenguaje lógico, que utiliza la demostración, es más estéril que el len-
guaje ordinario” (2001, p. 160)228; pero enseguida reduce a un silogismo
o “cuasi-silogismo” el esquema de Toulmin: «El esquema de análisis que
propone descansa sobre una estructura del tipo: “X es A, lo que se puede
traducir en Toulmin por D, Todos los A son B, que corresponde a (F o G),
donde X es B, y uno llega a C”» (p. 160).
Nótese que este intento de reducir el esquema de Toulmin a un silogismo
se logra solo al precio de difuminar la diferencia entre Garantías (G) y Res-
paldos (F), y de omitir el modalizador y el posible refutador.

228 Hoogaert remite a la conferencia de Toulmin (1992), “Logic and the Criticism of Arguments”,
en The Rhetoric of Western Toughts. Fendall: Hunt, pp. 265-277.

182
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

En el capítulo “Les rhétoriques du XXe siècle”, del libro Histoire de la


rhétorique, Michel Meyer (1999, pp. 247-287) contrasta The uses of argu-
ment, de Toulmin, con el Tratado de la argumentación de Perelman-Olbre-
chts:

Ciertamente, ambos se esfuerzan por desarrollar una racionalidad argumen-


tativa que privilegia un logos reducido al lenguaje natural. Pero Toulmin es
un alumno de Wittgenstein: sólo el lenguaje cuenta, y él no se ocupa ni de
tipologizar los auditorios, ni de considerar el êthos, reducido a un orador que
es intercambiable con el interlocutor. (Meyer, 1999, p. 272)

Se trata pues de la crítica que ya encontramos en C. Hoogaert, el centra-


miento en el logos de la argumentación y el olvido de los elementos retóri-
cos. Meyer también acusa a Toulmin de permanecer en el marco de la lógica
formal: “Porque —continúa—, en el fondo, Toulmin busca principalmente
una lógica natural que sea un calco de la lógica formal...” (1999, pp. 272-
273).
Según Meyer, “Toulmin considera que un buen argumento debe estar
‘blindado’, es decir, debe aproximarse en lo posible a un silogismo lógico”.
Debo confesar que tal afirmación no se compadece con las permanentes
críticas de Toulmin al modelo del silogismo analítico. Más bien, parece ser
un resultado de exagerar el hecho de que Toulmin valore el papel de los
posibles refutadores, al momento de construir un argumento.
Así, agrega Meyer (1999) interpretando a Toulmin: “En lo posible (el
buen orador) no debe dejar ningún espacio de maniobra al auditorio. Para
este fin, el orador debe prever una posible refutación y modalizar adecuada-
mente su conclusión, principalmente una refutación que él debe anticipar”
(p. 273). Aunque parece extraño que un modelo de argumento que no con-
sidera ni el ἦθος, ni el πάθος, pueda estar empeñado en cercenar el papel
del auditorio.
Para Meyer, aunque el modelo de Toulmin es más dinámico que el de la
lógica formal, sigue teniendo a esta como modelo. Pues “la lógica matemá-
tica opera de la misma forma, sólo que en ella el qualifier de la conclusión
es la necesidad...”. Una vez más, Meyer pasa por alto que Toulmin conside-
ra a los argumentos lógico-matemáticos como casos extremos y raros, que
no se producen en la argumentación cotidiana.
F. H. van Eemeren y R. Grootendorst también han sometido a crítica el
modelo de Toulmin. Según los creadores de la pragma-dialéctica, “En una
primera mirada, Toulmin parece situar la argumentación en el contexto dia-
léctico de la discusión entre un hablante y un oyente, pero en una mirada

183
Pedro José Posada Gómez

más atenta, su enfoque resulta ser retórico”. En apoyo de esta apreciación,


los autores comparan el modelo de Toulmin con el propuesto por Cicerón
en De inventione. Específicamente, consideran que la “expansión retórica
del silogismo”, que subyace el modelo de Toulmin, es similar al epiquerema
de la retórica clásica229. Y, aunque anticipa las reacciones del interlocutor, el
modelo está dirigido básicamente a representar los puntos de vista de el ha-
blante o el escritor que argumentan, “la parte contraria permanece pasiva: la
aceptabilidad de la conclusión no depende de una contrastación sistemática
de los argumentos en pro y en contra de ella” (Van Eemeren y Grootendorst,
2004, p. 47).
Los autores agregan que si se da una interpretación retórica al modelo
de Toulmin, resulta posible acercarlo a la Nueva Retórica y presentar los
esquemas argumentativos de Perelman-Olbrechts como descripciones de
distintos tipos de garantías (warrants). Sin embargo, estas teorías “carecen
de una dimensión normativa que haga justicia a las consideraciones dialéc-
ticas” (2004, p. 50). De la solución que proponen los pragma-dialécticos
para esta situación nos ocuparemos en el siguiente capítulo.
Van Eemeren y Grootendorst también cuestionan el concepto de “lógica”
que critica Toulmin, en el sentido de que este desconoce que los lógicos
también han visto a la lógica como una teoría crítica (p. 129)230. Consideran,
además, que el concepto de ‘racionalidad’ que desarrolla Toulmin en The
uses of argument es de tipo antropológico, pues hace depender la aceptabili-
dad de los argumentos de los criterios evaluativos de un grupo de personas,
los representantes del “campo” al que pertenece la argumentación. En sín-
tesis, la “dependencia del campo” de los respaldos de las garantías permiten

229 El profesor Adolfo León Gómez, en el artículo inédito antes citado (Los modelos jurídicos de
las teorías argumentativas de Perelman y Toulmin), hace estas precisiones sobre el epiquere-
ma: «El epiquerema es un silogismo dialéctico para Aristóteles (Tópicos, VIII, 11, 162 a 6), y,
por lo mismo, distinto de los silogismos demostrativo y erístico. En la lógica posterior es un
silogismo en que una, e incluso, sus dos premisas se prueban. Por ejemplo, este de Cicerón en
el que se justifica la muerte de Clodius a manos de Milón: “está permitido matar a un injusto
agresor para defenderse, pues la razón, la ley y la costumbre garantizan el derecho de legítima
defensa”. Ahora bien, Clodius era un injusto agresor, prueba de ello son sus antecedentes, sus
preparativos y las circunstancias del drama. Luego, está permitido a Milón matarlo. Valga
observar que al epiquerema se le puede llamar silogismo retórico, pero en un sentido lato, así
como llamamos retóricos al entimema y al sorites (o polisilogismo). Pero en sentido estricto
no, porque para que ello sea posible se requiere que haya orador y auditorio, cosa que no se da
en el silogismo toulminiano».
230 Los autores remiten para ello al texto de I. C. Jarvie (1976): “Toulmin and the rationality of
science”. En: Cohen, Feyerabend & Wartofsky: Essays in Memory of Imre Lakatos. Dordrecht:
Reidel, pp. 311-333.

184
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

afirmar que su concepción de la racionalidad es de carácter relativista (pp.


130-131)231.
Por último, veamos la crítica al modelo de Toulmin en el libro de E.
Danblon (2005, pp. 59-77): La fonction persuasive. Esta autora empieza
señalando que el libro de 1958 pretende

(…) situarse en el debate filosófico sobre el estatuto de la lógica –íntimamen-


te ligado, según las concepciones de la época, al de la argumentación [...] En
la perspectiva de Toulmin —agrega— es fundamental el aspecto práctico de
la lógica y la argumentación, puesto que ya no se trata de un ideal filosófi-
co encargado de producir inferencias formalmente válidas; se trata, por el
contrario, de una razón práctica que debe producir conclusiones aceptables
orientadas a la toma de decisiones racionales. (Danblon, 2005, p. 59)

Para Danblon, igual que para los críticos que hemos señalado, Toulmin
no logra, sin embargo, escapar al modelo logicista que critica. Así mismo, la
autora señala que, en su análisis de la argumentación, Toulmin se centra en
el mensaje o tema del argumento, adoptando el punto de vista del orador y
no el del auditorio (p. 60). Incluso se queda corto en su pretensión de centrar
su reflexión en el contexto de la razón práctica. En otras palabras, su modelo
seguiría más bien los lineamientos de una racionalidad técnico-científica.
Danblon hace un detenido análisis de los componentes del modelo de
Toulmin y los examina a la luz de sus posibles usos retóricos. Merece es-
pecial mención su tratamiento de la noción de “refutador potencial del ar-
gumento” (Rebuttal - Restriction, en la versión francesa). La autora parte
de una observación de Carl Hempel232, en el sentido de que en un silogismo
estadístico (es decir, en un razonamiento inductivo o probabilístico) es po-
sible llegar a conclusiones contradictorias. Lo que le sirve a Danblon para
mostrar que los razonamientos considerados por Toulmin nunca pueden
satisfacer lo que Carnap233 llamó “el requisito de evidencia total” (“requi-
rement of total evidence”). Se trata para Danblon de que, en el modelo de
Toulmin, “cada refutación puede ser objeto de una nueva refutación que
conduce a una conclusión opuesta”, y esto hace inaccesible “el cumplimien-
to del ‘requisito de evidencia total’, puesto que cada refutación acrecienta el
conjunto de datos considerados como pertinentes” (Danblon, 2005, p. 67).
Y ante la posibilidad de que surjan infinitas restricciones, y para evitar el

231 Por su parte, los pragma-dialécticos se esforzarán por desarrollar una “concepción dialéctica”
de la racionalidad.
232 C. Hempel (1965), “Inductive inconsistencies”, en Aspects of scientific explanation.
233 R. Carnap (1948): On the applications of Inductive Logic

185
Pedro José Posada Gómez

escepticismo y llegar a alguna conclusión razonable, se deberá bloquear la


posibilidad de plantear nuevas refutaciones. Pues en la medida en que las
refutaciones son evaluadas y falsadas la “predicción” (conclusión) aparece-
rá como “más seria” epistemológicamente.
Danblon menciona la opinión de Ch. Plantin (1990) quien señala que la
“restricción” (rebuttal), en tanto refutación de la tesis central, es una alusión
a la posición de un adversario, y, en tal sentido, podría admitir una lectura
“polifónica” (en el sentido de Ducrot, 1984), en la que el orador asume
la responsabilidad de enunciar a un enunciador imaginario que defendería
el punto de vista de un adversario234. Sin embargo, opina Danblon, si se
confronta esta hipótesis con los discursos reales, parece que se confiere al
componente toulminiano de la Refutación una capacidad retórica que supe-
ra ampliamente «el muy dialéctico “requisito de evidencia total”, así como
la polifónica “alusión a una posición contraria”» (Danblon, 2005, p. 68).
Por el contrario, la autora considera que la concepción toulminiana de la
refutación sigue siendo “estrictamente logicista”; pues, mientras que la idea
de una refutación infinita se relaciona con una concepción indeterminista
del mundo, la ficción que construye el orador toulminiano, en la cual solo
se admite una refutación, “sumerge la escena retórica en universo cerrado y
determinista” (pp. 70-71).
También llama la atención Danblon sobre el hecho de que Toulmin pre-
fiere, en sus ejemplos, las conclusiones que expresan predicciones probabi-
lísticas. La autora muestra cómo resulta difícil conservar el análisis toulmi-
niano cuando se consideran otros tipos de acto de habla como las promesas
o las amenazas. Incluso, como el análisis de Toulmin no permite percibir
casos en los que, por ejemplo, una predicción se convierte en una amena-
za, casos que escapan al análisis de una lógica probabilística, que sería la
propuesta por Toulmin (pp. 68-71). Esta imposibilidad de dar cuenta de las
diferentes fuerzas ilicucionarias contenidas en las conclusiones de los argu-
mentos, sería una prueba más del carácter logicista del modelo de Toulmin.
Aún más, tal carencia no permitiría al análisis toulminiano distinguir entre
la conclusión de un proceso, la decisión tomada en una asamblea, o el fin
perseguido por un elogio fúnebre:

En una palabra, la ausencia de toda puesta en obra de una dimensión práctica


y jurídica en el modelo toulminiano, nos impide aprehender las diferentes
posibilidades concretas a las que conduce el discurso argumentativo: pro-
nunciar sentencias, tomar decisiones que sean ‘buenas’ para la ciudad, refor-
zar el lazo social, etc. (Danblon, 2005, p. 75)

234 Danblon remite a Plantin (1990), Essais sur l’argumentation, y a Ducrot (1984): Le dire et le dit.

186
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Como máximo, el modelo de Toulmin podría acercarse al género judicial


(que busca establecer hechos y se expresa en conclusiones asertivas) pero
no al género deliberativo (que busca hacer actuar al auditorio mediante ór-
denes o consejos).
Finalmente, Danblon considera que el análisis de Toulmin no logra arti-
cular los dos aspectos indisociables de la retórica: la validez y la persuasión
(p. 77).
Por mi parte, concluiré esta presentación con un balance de estas críticas
al modelo de Toulmin:
1. El libro de Toulmin de 1958 es una obra pionera235. De allí que tenga
limitaciones debidas al estado de la cuestión en el momento de su
redacción. Los críticos parecen olvidar que el autor no pretendió con
ella resolver problemas de retórica o de teoría de la argumentación.
Como vimos, se trataba de una crítica a la hegemonía del análisis
lógico formal y de un intento de construir un marco teórico para una
lógica informal que a la vez sirviera al desarrollo de una epistemo-
logía. Toulmin insiste en la crítica al uso de nociones lógicas, como
‘deducción’ e ‘inducción’, que están en la base de los debates meto-
dológicos y epistemológicos. Poco eco han tenido esos temas en los
críticos más centrados en la renovación de la retórica.
2. Es explicable que, en su intento por ir más allá del análisis lógico
formal, el modelo conserve aún algunos rasgos de la lógica criticada.
No obstante, los críticos parecen pasar por alto las diferencias para
centrarse en los rezagos que conserva. Sin embargo, parece errado
querer reducir el modelo de Toulmin a una versión apenas revisada
del silogismo clásico (o a un epiquerema). Todo razonamiento puede
ser reducido a un silogismo (se sabe desde Aristóteles), pero al costo,
en el caso que nos ocupa, de eliminar todo lo novedoso que el mode-
lo aporta.
3. Los críticos tienen razón al señalar que, desde el punto de vista re-
tórico, el modelo está centrado en el λόγος, olvidando los elementos
del ἦθος del orador y del πάθος del auditorio. Pero no se puede recla-
mar a un autor por no haber resuelto problemas que nunca se planteó.
Más bien, se debería averiguar hasta qué punto el modelo puede ser
enriquecido con elementos de la retórica, sin que pierda su esencia.
Vimos cómo para algunos críticos es posible una lectura retórica del
modelo de Toulmin (incluso desde la Nueva Retórica perelmaniana),

235 El texto de 1979 tiene más el carácter de un manual, sin el aparato reflexivo y polémico del
libro de 1958.

187
Pedro José Posada Gómez

así como el reconocimiento de un incipiente elemento dialéctico re-


presentado por la introducción del refutador potencial. Pero, en su
concepción más general, el modelo da poco espacio al papel del au-
ditorio y no concede ninguno al ἦθος del orador, haciéndose acreedor
al calificativo de monológico y procedimental (Habermas).

Terminaré este capítulo con una larga cita de un texto de Toulmin de


1990, en el cual el autor precisa el resurgimiento del modelo analítico o
matemático de la argumentación en el racionalismo cartesiano moderno.
Vale la pena resaltar dos aspectos de este texto: el reconocimiento tardío,
por parte del autor, del papel de la retórica en el período del humanismo
renacentista y la omisión del papel fundamental que jugó la obra de Petrus
Ramus (1515-1572) que representa un punto de inflexión que da lugar a la
llamada (por Perelman-Olbrechts) “retórica clásica”, al trasladar a la dialéc-
tica tres de las partes más importantes de la retórica: la inventio, la disposi-
tio y la memoria; dejándole solo la elocutio y la actio. Con lo cual Ramus
se constituye en un precursor de Bacon y Descartes (Timmermans, como se
cita en Meyer, 1999, p. 135). Esta es la cita del libro Cosmopolis, de 1990:

Antes de 1600, tanto la retórica como la lógica eran vistas como campos le-
gítimos de la filosofía. Las condiciones externas en las que los “argumentos”
—es decir, las emisiones públicas— acarrean la convicción de un auditorio
determinado eran aceptadas a la par con los pasos internos ligados con los
argumentos relevantes —esto es, la cadena de enunciados—. Se asumía que
las nuevas formas de plantear argumentos teóricos podrían basarse en cam-
pos meramente empíricos; pero nadie cuestionaba el derecho de la retórica a
estar al lado de la lógica en el canon de la filosofía; ni fue tratada la retórica
como un campo de segundo rango, necesariamente inferior.
Esta postura pre-cartesiana contrasta fuertemente con la que fue asumi-
da durante la historia de la filosofía moderna. En el debate filosófico que
empezó con Descartes, todos entendieron las cuestiones sobre la sensatez
(soundness) o la validez de los “argumentos” como algo referido, no a la
emisión pública ante auditorios particulares, sino a las cadenas escritas de
enunciados cuya validez dependía de relaciones internas. Para los filósofos
modernos ya no es asunto de la filosofía la pregunta retórica: “¿Quién dirige
este argumento a quién, en qué foro, y mediante qué ejemplos?”. Desde su
punto de vista, el mérito racional de los argumentos no puede residir tanto
en hechos relacionados con su aceptación humana como en el mérito de
una prueba geométrica que descansa, para Platón, en la exactitud de los dia-
gramas de que se vale... Así, el programa de investigación de la filosofía
moderna deja de lado las cuestiones acerca de la argumentación —entre
personas particulares en situaciones específicas, tratando casos concretos, y
arriesgando diversos asuntos— a favor de pruebas que podrían ser puestas
por escrito, y juzgadas como tales.

188
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Este cambio de posición tuvo antecedentes históricos. En la antigüedad, Pla-


tón condenó el uso de la retórica por los sofistas, que “hacían parecer bueno
el argumento errado”. Aristóteles replicó a esta difamación: él se ocupó de
cuestiones acerca de las condiciones en las cuales, y las circunstancias en
las que, los argumentos llevan a una convicción, como algo que los filósofos
pueden tratar con clara conciencia. Corrigiendo al siglo XVI, los filósofos
decidieron sin ningún sentido que esas cuestiones eran no-racionales, in-
cluso anti-racionales; el siglo XVII deshizo este buen trabajo. Restableció
la difamación de Platón contra la retórica de manera tan exitosa que desde
entonces los usos coloquiales de la palabra “retórica” son oprobiosos, in-
sinuando que los recursos de la retórica sólo tienen que ver con el uso de
trucos deshonestos en el debate oral (Hasta hoy, los estudiosos serios de la
retórica tienen que explicar que el término no es necesariamente despectivo).
Después de los años 1630s, la tradición de la filosofía moderna de Europa
occidental se concentró en el análisis formal de cadenas de enunciados es-
critos, más que en los méritos y defectos circunstanciales de las emisiones
persuasivas. En esa tradición, surgió la lógica formal y la retórica quedó
fuera. (Toulmin, 1990, pp. 30-31)

En páginas posteriores Toulmin retoma este tema:

El programa cartesiano para la filosofía dejó de lado las “razonables” dudas


e incertidumbre del escéptico siglo XVI, a favor de un nuevo tipo matemáti-
co de certeza y prueba “racional”. Haciendo esto, él podría llevar a la filoso-
fía a un punto muerto (como argumentan Dewey y Rorty). Pero, en la época
siguiente, ese cambio de actitud —la devaluación de lo oral, lo particular, lo
local, lo temporal y lo concreto— pareció un pequeño precio a pagar por una
teoría formalmente “racional” basada en conceptos abstractos, universales
e intemporales. En un mundo gobernado por tales objetivos intelectuales,
la retórica fue, por supuesto, subordinada a la lógica: la validez y verdad
de los argumentos “racionales” es independiente de quién los presente, a
quién, o en qué contexto- tales asuntos retóricos no contribuyen en nada el
establecimiento imparcial del conocimiento humano. Por primera vez desde
Aristóteles, el análisis lógico fue separado, y puesto por encima, del estudio
de la retórica, el discurso y la argumentación. (Toulmin, 1990, p. 75)

189
Capítulo 6

El modelo pragma-dialéctico de análisis


de la argumentación

Surgida hace poco más de tres décadas, la pragma-dialéctica es una teo-


ría que aún está en desarrollo. En esta sección procederé en el siguiente
orden: (1) Hablaré sobre el origen, el desarrollo y los fundamentos teóricos
de la pragma-dialéctica, (2) haré una sinopsis general de las herramientas
teóricas y prácticas que propone la pragma-dialéctica para el análisis de la
argumentación, y (3) sopesaré la presencia en este modelo de los elementos
dialécticos, lógicos y retóricos, y sacaré algunas conclusiones provisionales.

6.1. Orígenes, desarrollo y presupuestos teóricos


de la pragma-dialéctica

La teoría pragma-dialéctica fue creada a fines de la década de los setenta


e inicios de los ochenta por Rob Grootendorst y Frans H. van Eemeren.
Según van Eemeren, “la perspectiva pragma-dialéctica combina un punto
de vista dialéctico de la razonabilidad argumentativa con un punto de vista
pragmático sobre los pasos seguidos en el discurso argumentativo”236. La

236 En esta presentación inicial sigo a Van Eemeren y Houtlosser (2003), “The Development of the
Pragma-dialectical Approach to Argumentation”, en Argumentation, (17), pp. 387-403. Neth-
erlands: Kluwer Academic Publishers. En un artículo del 2000, los autores presentan el origen
de su teoría en estos términos: “In the 1970s, inspired by Karl Popper’s critical rationalism,
an approach to argumentation was developed at the University of Amsterdam that aimed for
a sound combination of linguistic insight from the study of language use often called ‘prag-
matics’ and logical insight from the study of critical dialogue known as philosophical ‘dialec-
Pedro José Posada Gómez

concepción dialéctica de la razonabilidad argumentativa está inspirada en


filósofos racionalistas críticos y analíticos como Karl Popper, Hans Albert
y Arne Naess, así como en los teóricos de la lógica dialéctica como Charles
Hamblin, Paul Lorenzen, Else M. Barth y Erik C. Krabbe. Por el lado del
aspecto pragmático de la argumentación, la pragma-dialéctica se apoya en
la teoría de los “actos de habla” desarrollada por J. L. Austin y J. R. Searle,
y en la teoría de la racionalidad conversacional de P. H. Grice.
La pragma-dialéctica desarrolla un modelo ideal de “discusión crítica”,
en el cual se concibe el discurso argumentativo como un intento de resolver
una diferencia de opinión poniendo a prueba la aceptabilidad de ciertos pun-
tos de partida, aplicando a la vez criterios sobre la “validez-problemática”
y sobre la “validez-intersubjetiva”237. En este modelo se distinguen cuatro
etapas en el proceso de argumentación: el establecimiento del punto de par-
tida, la puesta en duda de un punto de vista, la presentación de argumentos
a favor del punto de vista y la conclusión de la discusión.
Desde el punto de vista meta-teórico, la pragma-dialéctica comprende
cuatro aspectos: (1) Funcionalización, (2) externalización, (3) socialización
y (4) dialectización238.
1) La funcionalización implica tratar a la argumentación como un com-
plejo de actos lingüísticos (e incluso no-lingüísticos) que tienen una
función comunicativa específica en un contexto discursivo, en vez de
considerarla como una estructura de derivaciones lógicas, de actitu-
des psicológicas o de creencias epistémicas.

tics’ (van Eemeren and Grootendorst, 1984). Therefore, its founders labelled this approach
pragmadialectics. In pragma-dialectics, argumentation is viewed as a phenomenon of verbal
communication; it is studied as a mode of discourse characterized by the use of language for
resolving a dispute. Van Eemeren and Houtlosser (2000), “Rhetorical Analysis within a Prag-
ma-Dialectical Framework. The Case of R. J. Reynolds”, en Argumentation, (14), pp. 293-305.
Netherlands: Kluwer Academic Publishers.
237 Las nociones de “validez-problemática” y “validez-intersubjetiva” se basan en ideas desarro-
lladas por Crawshay-Williams e introducidas por Barth y Krabbe (1982). “Validez- problemá-
tica” se refiere a una valoración de la conveniencia de ciertas herramientas teóricas para satis-
facer el propósito para el que ellas fueron diseñadas; “validez-intersubjetiva”, a su aceptación
por el conjunto de personas que se supone que las aplican.
238 Además del artículo de 2002 antes citado, sigo aquí la exposición de Van Eemeren y Grooten-
dorst (2002), Argumentación, comunicación y falacias (una perspectiva pragma-dialéctica).
Chile: Ediciones Universidad Católica de Chile, pp. 29-30. Estos cuatro aspectos fueron pre-
sentados como bases meta-teóricas o metodológicas de la pragma-dialéctica en el artículo del
2000, “Rhetorical Analysis within a Pragma-Dialectical Framework”, antes citado: “In the
pragma-dialectical research programme, argumentative discourse is approached with four ba-
sic metatheoretical, or methodological, starting points: the subject matter under investigation is
to be ‘externalized’, ‘socialized’, ‘functionalized’, and ‘dialectified’”.

192
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

2) La externalización se logra partiendo de lo que las personas han ex-


presado, implícita o explícitamente, y en las consecuencias de ello
para el proceso argumentativo; en lugar de especular acerca de lo que
las personas piensan o creen, de sus motivos o disposiciones inter-
nas.
3) La socialización se logra enfatizando que el habla argumentativa no
se da en un vacío social, sino entre dos o más personas que tienen un
desacuerdo e interactúan para resolverlo.
4) La dialectización se logra trascendiendo el enfoque meramente des-
criptivo de la argumentación y explicitando los estándares críticos
con los que los que argumentan tratan de convencer a sus oponentes,
superando las dudas de un juez racional y mediante una argumenta-
ción reglamentada.

En un libro de 1982, Speech Acts in Argumentative Discussions, van Ee-


meren y Grootendorst presentaron por primera vez las bases de su teoría
pragma-dialéctica. Allí formularon sus ideas sobre las cuatro etapas de la
discusión crítica y las diez reglas que rigen la racionalidad de la discusión.
Esto les permitió además replantear el tema clásico de las falacias, entendi-
das ahora como “pasos” o “movimientos” argumentativos que obstaculizan
la consecución del fin del debate que es la resolución de la diferencia de
opinión. Este nuevo enfoque del tratamiento de las falacias fue inspirado
por el trabajo de Charles Hamblin (1970), que mostró cómo el tratamiento
estándar de las falacias había traicionado el enfoque dialéctico que tal tema
tenía en las Refutaciones de los sofistas de Aristóteles.
Este nuevo tratamiento de las falacias fue presentado de manera sistemá-
tica en el libro de van Eemeren y Grootendorst: Argumentation, Communi-
cation, and Fallacies (1992)239, en el cual, además, se presentan los elemen-
tos teóricos que complementan el enfoque pragma-dialéctico de análisis de
la argumentación: el análisis de las premisas implícitas, la clasificación de
las estructuras argumentativas (coordinadas, subordinadas y múltiples), la
tipificación de los esquemas de argumentación (causales, sintomáticos y
analógicos), el análisis del “mínimo lógico” y del “óptimo pragmático”,
entre otros. En este texto los autores explicitan el aprovechamiento que ha-
cen de las mencionadas teorías de los actos de habla de Austin-Searle y de
la lógica conversacional de Grice. En el siguiente subtítulo volveremos con
más detalle sobre estos elementos teóricos.

239 Existe versión española: Van Eemeren y Grootendorst (2002), Argumentación, comunicación y
falacias (una perspectiva pragma-dialéctica). Chile: Ediciones Universidad Católica de Chile.

193
Pedro José Posada Gómez

En el libro de 1993: Reconstructing Argumentative Discourse, escrito


por van Eemeren, Grootendorst, Jackson and Jacobs, se explicitan los com-
ponentes analíticos de la pragma-dialéctica, mediante la combinación de
las ideas de van Eemeren y Grootendorst sobre las dimensiones normativa
y dialéctica del discurso argumentativo, con el enfoque descriptivo y em-
pírico de la argumentación en la conversación desarrollado por Jackson y
Jacobs240.
Los autores desarrollan en este libro las herramientas analíticas que se-
rán aplicadas en el análisis de la normatividad que permite reconstruir ca-
sos de argumentación crítica, es decir, “las transformaciones de tachadura
(o borrado), suma, permutación, y substitución por medio de las cuales se
eliminan elementos del discurso, como los comentarios que no son directa-
mente pertinentes para el objetivo de resolución de la disputa” y los proce-
dimientos mediante los cuales

(…) se agregan los elementos que se necesitan pero faltan en el discurso,


como los implícitos, las premisas indirectas y los “puntos de vista virtua-
les”; además, se impone en el discurso un orden orientado a la resolución
de la disputa para reemplazar su orden secuencial cuando esto se requiere; y
se asegura la uniformidad en la descripción verbal de los movimientos que
cumplen la misma función crítica. (Van Eemeren y Houtlosser, 2003, pp.
389-390)

La última monografía que escribieron juntos Van Eemeren y Grooten-


dorst fue publicada en el 2003 con el título: A Systematic Theory of Ar-
gumentation. En ella se presenta una síntesis del trabajo conjunto de los
autores durante casi 30 años. Además en ella se explicitan los cinco compo-
nentes del programa de investigación pragma-dialéctico: filosófico, teórico,
analítico, empírico y práctico. Estos cinco elementos suponen que

240 Van Eemeren y Houtlosser remiten a los siguientes textos de Jackson y Jacobs:
- Jackson and Jacobs (1980), ‘Of Conversational Argument: Pragmatic Bases for the En-
thymeme’, Quarterly Journal of Speech, (66), pp. 251-265.
- Jacobs (1982). The Rhetoric of Witnessing and Hackling: A Case Study in Ethno-rhetoric. Ph.
D. dissertation. University of Illinois at Urbana-Champaign.
- Jacobs and Jackson (1981). ‘Argument as a Natural Category: The Routine Grounds for Ar-
guing in Natural Conversation’, Western Journal of Speech Communication, (45), pp. 118-132.
- Jacobs and Jackson (1982). ‘Conversational Argument: A Discourse Analytic Approach’, in
J. R. Cox and C. A. Willard (eds.), Advances in Argumentation Theory and Research, Southern
Illinois University Press, Carbondale, IL, pp. 205-237.
- Jacobs and Jackson (1983). ‘Strategy and Structure in Conversational Influence Attempts’,
Communication Monographs, (50), pp. 285-304.

194
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

(…) el aprovechamiento práctico de los procedimientos y habilidades argu-


mentativos sólo puede comprenderse si primero se explica una concepción
filosóficamente motivada de racionalidad y se da forma a un modelo teórico
de argumentación razonable, si se obtiene una visión empírica sistemática
de las particularidades de realidad argumentativa, y si las herramientas ana-
líticas que son desarrolladas pueden aplicarse para llevar a cabo una recons-
trucción metódica del discurso argumentativo que cierre la brecha entre la
teoría y la práctica. (Van Eemeren y Houtlosser, 2003, p. 390)

Partiendo de que el estudio de la argumentación indaga por cómo se usa


el discurso argumentativo para justificar o refutar racionalmente un punto
de vista, van Eemeren y Grootendorst consideran que “el discurso argumen-
tativo debería ser estudiado como una instancia de la comunicación (...) y
debería ser evaluado en relación a cierto estándar de razonabilidad” (2002,
p. 25). Además, entendiendo la pragmática como el estudio del uso del len-
guaje, proponen “reconocer la necesidad de la convergencia de la idealiza-
ción normativa y la descripción empírica, concibiendo el estudio de la argu-
mentación como parte de una ‘pragmática normativa’” (p. 25). Tal enfoque
busca superar las limitaciones tanto de un enfoque normativo (como el de
la lógica moderna), como las de un enfoque exclusivamente descriptivo
(como el de la lingüística contemporánea). Así, el enfoque pragma-dialéc-
tico busca “crear una línea de comunicación —un trait d’union— entre lo
normativo y lo descriptivo”. Y ello mediante “un programa de investigación
integrador” que incluye “un componente filosófico, uno teórico, uno analí-
tico, uno empírico y uno práctico”. Tales componentes pueden presentarse
sintéticamente así241:

I. En el nivel filosófico, “lo que está en juego es la pregunta por la relación


entre argumentación y razonabilidad”; y dado que los estudiosos de la argu-
mentación parten de diferentes concepciones de razonabilidad, surgen con-
cepciones distintas sobre a qué debe considerarse un argumento aceptable242.
II. En el nivel teórico, los estudiosos de la argumentación plasman sus idea-
les de razonabilidad presentando un modelo particular de lo que significa
actuar razonablemente en el discurso argumentativo. Un modelo ideal aspira
a proporcionar una comprensión adecuada del discurso argumentativo, espe-

241 Sigo a Van Eemeren y Grootendorst (2002, pp. 26-28).


242 Aquí los autores agregan en nota al pie: “Siguiendo a Toulmin (1976), se podría distinguir, a
grandes rasgos, entre perspectivas “geométricas” (formales), “antropológicas” (empíricas) y
“críticas” (trascendentales) sobre la razonabilidad, las que, en líneas generales, subyacen a los
enfoques lógicos, retóricos y dialécticos de la argumentación, respectivamente” (Van Eemeren
y Grootendorst, 2002, p. 26, n. 8). Retomaremos estas referencias a la tríada aristotélica al final
de este capítulo.

195
Pedro José Posada Gómez

cificando qué modos de argumentación son aceptables para un juez racional,


teniendo en cuenta cierta concepción de la razonabilidad. De esta manera se
crea un marco teórico que, si funciona bien, puede cumplir funciones heu-
rísticas, analíticas y críticas para el tratamiento del discurso argumentativo
(Van Eemeren y Grootendorst, 2002)243.
III. El modelo teórico del discurso argumentativo, sea retórico o dialéctico,
“debe ser sometido a alguna interpretación analítica” antes de que pueda ser
aplicado a situaciones prácticas. “En el nivel analítico, la pregunta central es
cómo se puede reconstruir el discurso argumentativo para que se destaquen
todos aquellos aspectos, y sólo aquellos aspectos, que son relevantes en vista
del modelo ideal que determina el foco de atención” (Van Eemeren y Groo-
tendorst, 2002).
IV. A partir de la investigación empírica se pueden comprender los detalles
de la práctica argumentativa que permiten saber si una reconstrucción, basa-
da en un modelo teórico, está justificada.
En el nivel empírico, los estudiosos de la argumentación describen los pro-
cesos reales de producción, identificación y evaluación de porciones de dis-
curso argumentativo y los factores que influyen en sus resultados. Este tipo
de investigación empírica puede variar desde una medición cuantitativa a
estudios cualitativos. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002)
V. En el nivel práctico, los estudiosos de la argumentación emplean sus in-
tuiciones filosóficas, teóricas, analíticas y empíricas para desarrollar métodos
que mejoren la práctica argumentativa, tomando sistemáticamente en consi-
deración, al mismo tiempo, la diversidad de los contextos comunicacionales.
Así, examinan cómo es posible incrementar metódicamente las destrezas y
habilidades de las personas, tanto para producir discursos argumentativos
como para analizarlos y evaluarlos. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002)

Un aspecto interesante de esta presentación de los componentes del pro-


grama pragma-dialéctico es el hecho de que cada uno de ellos será asumido
de modo diferente desde un enfoque retórico y desde uno dialéctico (lo que
permite hablar de una “versión dialéctica” y una “versión retórica” del pro-
grama de investigación). Tomemos nota de esto, que nos servirá para empe-
zar a perfilar la concepción que los pragma-dialécticos tienen de la retórica
y la dialéctica, la cual examinaremos al final de este capítulo.

I. a. En el nivel filosófico

(…) los retóricos, que favorecen una concepción antropológica, asimilan la


razonabilidad a los estándares que prevalecen en una comunidad dada y con-
sideran que un argumento es aceptable si obtiene la aprobación del auditorio.
Al considerar que el ideal de razonabilidad está ligado a un grupo particular

243 El subrayado es mío.

196
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

de personas, en un cierto lugar y tiempo dados, el enfoque retórico puede


ser caracterizado como antropo-relativista. (Van Eemeren y Grootendorst,
2002)

I. b. Los dialécticos, “que mantienen una perspectiva crítica”, consideran


que la racionalidad no solo está determinada por la norma del acuer-
do intersubjetivo, “sino que depende también de la norma ‘externa’
de que este acuerdo debe ser alcanzado de una manera válida”. Para
ellos “toda argumentación es parte de una discusión crítica entre dos
oponentes que tratan de resolver una diferencia de opinión” y, por
ello, “establecen como un criterio adicional de razonabilidad el que
el procedimiento argumentativo sea adecuado al logro de este ob-
jetivo”. Por establecer tal lazo entre el ideal de razonabilidad y la
conducción metódica de la discusión crítica, el enfoque filosófico del
dialéctico será caracterizado como crítico-racional.
II. a. Un modelo teórico retórico recopilará “las técnicas de argumenta-
ción que se piensa que son efectivas en vista del conocimiento y las
creencias de un cierto auditorio”. Por ligar la aceptabilidad de la ar-
gumentación al trasfondo epistémico específico de un auditorio, este
enfoque será llamado epistémico-retórico244.
II. b. Considerando los argumentos como partes de una discusión crítica,
el modelo dialéctico da reglas que especifican qué pasos, en cada
etapa de la discusión, contribuyen a resolver una diferencia de opi-
nión. Y “si este intercambio verbal metódico es concebido pragmá-
ticamente, como una interacción de actos de habla, este enfoque...
puede ser llamado pragma-dialéctico”, que es el que identifica la
teoría de Van Eemeren-Grootendorst.
III. a. El análisis retórico hace énfasis en la efectividad de los modelos
argumentativos sobre las personas que se quiere convencer; así, tal
reconstrucción retórica puede ser caracterizada como orientada al
auditorio.
III. b. “Debido a su énfasis en la función de la argumentación para con-
ducir las diferencias de opinión a una resolución adecuada, una re-
construcción dialéctica puede ser caracterizada como orientada a la
resolución”.
IV. a. La investigación empírica, en la perspectiva retórica, “examina de
qué manera contribuyen los fenómenos estilísticos y de otro tipo a

244 Los autores refieren como ejemplo de modelo epistémico-retórico los trabajos de Willard:
“La retórica como epistémica” (1989) y Argumentation and the Social Grounds of Knowledge
(1983).

197
Pedro José Posada Gómez

que las personas cambien de opinión en un contexto dado”. Por ello,


su investigación se centra en los factores que afectan la persuasivi-
dad del discurso argumentativo.
IV. b. En la perspectiva dialéctica, la investigación empírica “examina qué
elementos, lingüísticos o no-lingüísticos, juegan un rol en el proceso
de aceptar o rechazar, racionalmente, un punto de vista”. Es decir,
se centra en “los factores que afectan la fuerza lógica (cogency) del
discurso argumentativo”.
V. a. En el enfoque retórico, los esfuerzos prácticos consisten en darles
indicaciones a las personas para que argumenten exitosamente, me-
diante un entrenamiento imitativo que se vale de ejemplos paradig-
máticos. Así, el enfoque retórico de los problemas prácticos será ca-
racterizado como orientado a la prescripción.
V. b. “En un enfoque dialéctico, el mejoramiento de la práctica argumen-
tativa se logra estimulando una actitud orientada a la discusión y
promoviendo (...) la comprensión de los prerrequisitos de procedi-
miento necesarios para resolver los conflictos”. Por el énfasis en es-
timular el pensamiento independiente sobre el discurso argumentati-
vo, este enfoque será caracterizado como orientado a la reflexión245.

Los autores resumen estas distinciones en la Tabla 6.1.

Tabla 6.1. Versión Dialéctica versus Versión Retórica (hipotética) del programa
de investigación246
Programa Retórico Programa Dialéctico
I. Filosofía antropo-relativista I. Filosofía crítico-racionalista
II. Teoría epistémico-retórica II. Teoría pragma-dialéctica
III. Reconstrucción orientada al auditorio III. Reconstrucción orientada a la resolución
IV. Descripción centrada en la persuasividad IV. Descripción centrada en la fuerza lógica
V. Práctica orientada a la prescripción V. Práctica orientada a la reflexión

Una versión alternativa de esta oposición se presenta en A Systematic


Theory of Argumentation. The pragma-dialetical approach, en la forma de
preguntas y respuestas (desde las perspectivas retórica y dialéctica), así:

245 Como ya indiqué, he seguido la presentación de este tema en Van Eemeren y Grootendorst
(2002, pp. 26-28). Una presentación más amplia puede ser consultada en Van Eemeren y Groo-
tendorst (2004, pp. 9-41).
246 Tomado de Van Eemeren y Grootendorst (2002, p. 30). Valga anotar que en la concepción de
la Nueva Retórica se considera que hacen parte de esta tanto el esfuerzo de persuadir (a un
auditorio particular) como el de convencer (al auditorio universal).

198
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

I. El nivel filosófico:
P/ ¿Cuándo debería uno, en tanto que crítico racional que juzga razona-
blemente, considerar como aceptable una argumentación?
R/ Retórica: Cuando la argumentación corresponda a los estándares in-
herentes a la comunidad cultural donde ella tiene lugar.
R/ Dialéctica: Cuando la argumentación resuelva una diferencia de opi-
nión de acuerdo con las reglas de discusión sobre la validez del problema
(“problem valid”) que son aceptadas por las partes.

II. El nivel teórico:


P/ ¿De qué instrumentos dispongo para tratar sistemáticamente los pro-
blemas sobre la aceptabilidad de la argumentación?
R/ Retórica: Puedo hacer uso de cierta cantidad de información sobre los
puntos de vista de diferentes auditorios y sobre los modos en que tal infor-
mación puede ser usada en la argumentación.
R/ Dialéctica: Puedo hacer uso de un modelo ideal de discusión crítica
orientado a resolver diferencias de opinión y de una serie de reglas para la
realización de actos de habla que son relevantes en tal discusión.

III. Nivel analítico:


P/ ¿Cómo puedo obtener una imagen clara de todo lo que es relevante
para mi evaluación de un discurso o un texto argumentativos?
R/ Retórica: Mediante la reconstrucción del discurso o texto como un in-
tento de persuadir a un auditorio y la exposición de los esquemas (patterns)
retóricos que son operativos.
R/ Dialéctica: Mediante la reconstrucción del discurso o texto como un
intento de resolver una diferencia de opinión, llevando a cabo las necesarias
transformaciones dialécticas.

IV. Nivel empírico:


P/ ¿Qué conocimiento puedo adquirir de la realidad argumentativa, que
sea de especial importancia para mi uso?
R/ Retórica: Puedo investigar qué tipos de auditorio hay que distinguir
y qué dispositivos retóricos obran persuasivamente en los diferentes audi-
torios.
R/ Dialéctica: Puedo investigar qué factores y procesos son importantes
en el discurso argumentativo para convencer a alguien que duda de la acep-
tabilidad de un punto de vista.

199
Pedro José Posada Gómez

V. Nivel práctico:
P/ ¿Cómo puedo contribuir al mejoramiento de la práctica argumentati-
va?
R/ Retórica: Puedo enseñar a la gente a dirigirse a su auditorio de tal
modo que sean capaces, en distintas circunstancias, de ganar una confronta-
ción argumentativa, y puedo enseñarles los modos más fáciles de refutar la
argumentación de otros.
R/ Dialéctica: Puedo promover la reflexión sobre los procedimientos que
se usan en diferentes prácticas argumentativas y sobre las distintas habili-
dades requeridas para una adecuada producción, análisis y evaluación del
discurso argumentativo247.

Explícitamente los autores enmarcan su trabajo en la perspectiva dialéc-


tica. Examinaremos al final de este capítulo si la concepción de la retórica
que se desprende de esta presentación hace justicia a los teóricos contempo-
ráneos de la retórica como Ch. Perelman o M. Meyer, y también comenta-
remos allí los más recientes trabajos de los pragma-dialécticos que intentan
integrar la perspectiva retórica en el modelo pragma-dialéctico.

6.2. Sinopsis general del modelo pragma-dialéctico


para el análisis de la argumentación

6. 2. 1. Un punto de partida dialéctico:


Puntos de vista y diferencias de opinión
Dado que la pragma-dialéctica se interesa en el modo como se resuelven
las diferencias de opinión mediante el discurso argumentativo, se debe de-
finir primero este último término: Un “Texto argumentativo” “es el nombre
que le damos a aquella parte del discurso argumentativo en la cual se busca
concretamente la resolución de una diferencia (de opinión)”248 Y, más con-
cretamente: “un texto argumentativo es la completa constelación de enun-
ciados (orales o escritos) que han sido presentados en defensa de un punto
de vista”.
Un punto de vista debe ser defendido cuando no hay acuerdo sobre él, o
cuando se sospecha un desacuerdo.

En principio, un texto argumentativo siempre puede ser considerado como


parte de una discusión, real o imaginada por el argumentador, en la cual éste

247 Versión ligeramente adaptada de Van Eemeren y Grootendorst (2002, pp. 38-39).
248 Aquí, y hasta nuevo aviso, me apoyo en la primera parte de Van Eemeren y Grootendorst
(2002, p. 33).

200
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

reacciona ante una crítica que ha sido o que podría ser presentada en contra
de su punto de vista. (2002, p. 33)249

A continuación se presentan las relaciones entre argumentos y puntos de


vista en la resolución argumentativa de una disputa:

Los enunciados presentados en el curso de la argumentación son razones o,


como preferimos llamarlos, argumentos relacionados con un punto de vista.
Los argumentos y los puntos de vista se diferencian de otros enunciados por
la función que cumplen: ni los argumentos ni los puntos de vista se caracte-
rizan en primer término por su forma o contenido. En la comunicación entre
usuarios del lenguaje, mediante un punto de vista se expresa una concep-
ción que supone una cierta toma de posición en una disputa; mediante un
argumento, se hace un esfuerzo por defender esa posición. (Van Eemeren y
Grootendorst, 2002, p. 33)

Cuando la aceptabilidad de un punto de vista es cuestionada —porque a


alguien le parece falso, dudoso o digno de ser examinado— quien lo propo-
ne deberá defenderlo mediante un discurso que tiene como propósito con-
vencer a otro de su aceptabilidad.
Ante una proposición dada cabe tener un punto de vista positivo (“Es
verdad que p”), uno negativo (“No es verdad que p”), o un punto de vista
cero, ni positivo ni negativo (“No sé si es verdad o no que p”, o aun, “La
pregunta por la verdad o falsedad de p no es decidible o pertinente”). En el
primer caso se está positivamente comprometido con la proposición, en el
segundo, negativamente comprometido y en el tercero no existe un compro-
miso, ni positivo ni negativo.
Existen disputas simples y complejas, y estas últimas pueden ser únicas
o múltiples y mixtas o no-mixtas. En una disputa simple alguien presenta
un punto de vista y este es puesto en duda. En una disputa única el punto
de vista que es cuestionado se relaciona con una sola proposición. En una
disputa múltiple se pone en cuestión un punto de vista que se relaciona con
dos o más proposiciones. Si frente a una proposición se cuestiona solo un
punto de vista positivo o uno negativo, se trata de una disputa no-mixta; si,
en cambio, se cuestiona un punto de vista positivo o negativo y se le opone
el contrario, se trata de una disputa mixta.

249 Este carácter dialéctico de toda argumentación ha sido señalado por varios autores, entre ellos
Ch. Plantin (La Argumentación). Van Eemeren-Grootendorst agregan en nota a píe de página:
“En el discurso argumentativo siempre existen, en principio, dos partes involucradas, pero en
un texto argumentativo las contribuciones de una parte están, por lo general, sólo implícita-
mente representadas: el discurso argumentativo, que es básicamente dialógico, se manifiesta
entonces monológicamente” (2002, p. 33, n. 13).

201
Pedro José Posada Gómez

Siendo:
A, B usuarios del lenguaje;
“p” la proposición en discusión;
“+” el signo de un punto de vista positivo;
“-” el signo de un punto de vista negativo;
“?” signo de un punto de vista cero,
las anteriores definiciones pueden ser esquematizadas así (Van Eemeren
y Grootendorst, 2002, p. 38)250:
1. Las dos variantes de la forma simple de disputa:
1a. A: + / p
B: ? / (+ / p)
1b. A: - / p
B: ? / (- / p)

2. Forma general de una disputa única mixta:


A: + / p , ? / (- p)
B: ? / (+ p) , - / p

3. Forma general de una disputa múltiple no mixta:


A: + / p1 ; + / p2 ; …; + / pn
B: ? / (+ / p1) ; ? / (+ / p2) ; ...; ? (+ / pn)

4. Forma general de una disputa múltiple mixta:


A: + / p1 , ? (- / p1); ...; + / pn , ? / ( - / pn )
B: ? / (+ / p1) , - / p1 ; ? / (+ / pn) , - / pn

6.2.2. Argumentación y actos de habla


Hemos anotado antes que el aspecto “pragmático” de la pragma-dialéc-
tica se refiere fundamentalmente al enfoque en los actos de habla como ele-
mentos básicos de la comunicación humana lingüísticamente estructurada.
Van Eemeren y Grootendorst usan una versión levemente modificada de la
teoría estándar de los actos de habla desarrollada por Austin (1962) y Searle
(1969/1989, 1979).
En primer lugar, los pragma-dialécticos hacen una distinción entre los
“aspectos comunicacionales” y los “aspectos interactivos” de la comunica-
ción. Un auditor (o un lector) comprende los actos de habla de un orador
cuando conoce las proposiciones que este usa y su función comunicacional.
Es a esta comprensión a lo que en primera instancia apunta el orador como
“efecto comunicacional” de su discurso. Pero el orador generalmente busca

250 Pueden consultarse algunos ejemplos en Van Eemeren y Grootendorst (2002, pp. 39-40).
202
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

también un “efecto interactivo” que consiste en que el auditor acepte, o


responda de determinada manera, al discurso recibido. En el primer caso,
donde se busca la comprensión, se hablará de un acto comunicacional; en el
segundo, que busca la aceptación, se hablará de un acto interactivo. Es ne-
cesario algún grado de comprensión para lograr un efecto interactivo, pero
no viceversa (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, pp. 47-48)251.
En segundo lugar, la pragma-dialéctica distingue entre actos de habla
elementales y complejos. Los primeros corresponden a aquellos actos de
habla (como afirmaciones, solicitudes, promesas, etc.) que pueden realizar-
se mediante un único enunciado. A diferencia de ellos, la argumentación
consta, en principio, de más de un enunciado. De allí que la argumentación,
nos dicen los pragma-dialécticos

(…) no tiene una función comunicacional en el nivel de la oración (o enun-


ciado), sino en un nivel textual superior: Llamamos actos de habla elemen-
tales a los que se dan en el nivel de la oración [enunciado] y actos de habla
complejos a los actos de habla que se dan en un nivel textual superior. La
argumentación pertenece a esta última categoría. (2002, p. 50)252

Los pragma-dialécticos explican las “condiciones y los efectos del acto


de habla complejo de la argumentación” mediante una adaptación de las
cinco “reglas para el uso del dispositivo indicador de fuerza ilocucionaria”
y sus cuatro condiciones (de contenido proposicional, preparatorias, de sin-
ceridad y esencial) que propuso J. Searle para analizar el acto de habla de
prometer, en su conocido libro Actos de habla (1969/1989, pp. 70-71).
A partir de la noción austiniana de “condiciones de felicidad” de los
actos de habla, la pragma-dialéctica distingue las condiciones de identifi-
cación y corrección que un oyente ha de dar por satisfechas para saber que
está frente a una argumentación. Dando por descontado que el hablante ha
realizado un acto de habla en el que presenta un punto de vista con respecto
a una proposición p y que ahora dirige al oyente los enunciados 1,2,... n;

(…) para que estos enunciados puedan contar como una realización del acto
de habla complejo de la argumentación, deben cumplirse dos tipos de condi-
ciones de identificación:

251 Esta distinción también fue analizada por Habermas (1981/1999) en su Teoría de la acción
comunicativa (Vol. 2, p. 99 ss.).
252 Extrapolando la noción de “macro-acto” de habla desarrollada por Van Dijk, el profesor Adolfo
León Gómez ha propuesto caracterizar a la argumentación como un “mega-acto” de habla: “la
argumentación sería una secuencia ordenada y coherente de argumentos. Es decir, de macroac-
tos, de los macroactos más simples” (Gómez, 2001/2006, p. 96).

203
Pedro José Posada Gómez

1. Condición de contenido proposicional: los enunciados 1, 2,... n constitu-


yen los actos de habla elementales 1, 2,... n, en los cuales se ha adquirido un
compromiso con las proposiciones expresadas.
2. Condición esencial: la realización de la constelación de actos de habla
formada por los actos elementales 1, 2,...n cuenta como un intento por parte
del hablante para justificar p, es decir, para convencer al oyente de la acepta-
bilidad de su punto de vista con respecto a p.

Hay también dos tipos de condiciones de corrección:

3. Condiciones preparatorias:
a) El hablante cree que el oyente no acepta (o, al menos, no acepta automáti-
camente o completamente) su punto de vista con respecto a p.
b) El hablante cree que el oyente está preparado para aceptar las proposicio-
nes expresadas en los actos de habla elementales 1, 2,... n.
c) El hablante cree que el oyente está preparado para aceptar la constelación
de actos de habla elementales 1, 2,... n como una justificación aceptable de p.
4. Condiciones de responsabilidad:
a) El hablante cree que su punto de vista con respecto a p es aceptable.
b) El hablante cree que las proposiciones expresadas en los actos de habla
elementales 1, 2,... n, son aceptables.
c) El hablante cree que la constelación de actos de habla elementales 1, 2,...
n, es una justificación aceptable de p. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002,
pp. 51-52)253

Esta adaptación de las reglas de Searle amerita algunas precisio-


nes. Para los pragma-dialécticos las condiciones preparatorias de Searle
(1969/1989)254 sirven para la identificación de un acto de habla particular;
pero para ellos no son condiciones de reconocimiento sino de corrección
que se refieren a dos aspectos de la eficiencia:

La identidad de un acto de habla —nos dicen— está determinada por sus


condiciones esenciales y por su contenido proposicional. Aunque estas con-
diciones de reconocimiento son precondiciones para la identificación de un
acto de habla, obviamente ellas no indican exactamente qué medios verbales
o qué otros medios comunicacionales hacen que el acto de habla sea recono-

253 Cfr. Cuadro 3.1 en Van Eemeren y Grootendorst (2002): “Las condiciones y efectos del acto de
habla complejo de la argumentación: un ejemplo”, p. 54.
254 Realmente, en Searle (1969/1989) las reglas preparatorias, derivadas de las condiciones pre-
paratorias son presentadas como parte de las “reglas semánticas para el uso de cualquier dis-
positivo indicador de fuerza ilocucionaria” o “reglas para el uso del dispositivo indicador de
fuerza ilocucionaria”. Para Searle es la regla esencial (regla 5) la que identifica el acto, es
decir, su propósito ilocucionario; ella es una “regla constitutiva” y “en general, determina a las
restantes” (Searle, 1969/1989, pp. 70-71/1989, p. 77).

204
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

cible, es decir, de qué manera puede ser reconocido como tal en la práctica.
(Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 51, n. 24)255

Las condiciones preparatorias b y c no dicen nada sobre la fuerza que el


hablante atribuye a la aceptación de sus proposiciones y justificaciones por
el oyente; deja espacio para la certeza absoluta, la vaga expectativa, o la
débil esperanza de esa aceptación.
Nótese, además, que los pragma-dialécticos cambian la noción searleana
de “sinceridad” por la de “responsabilidad”; esto para evitar el sesgo subje-
tivista que tiene la primera:

(…) las condiciones de responsabilidad no implican que el hablante nece-


sariamente deba ser siempre sincero. Puede estar mintiendo y pensar algo
completamente diferente de lo que dice, pero, incluso en este caso, ha ad-
quirido un compromiso con lo que ha dicho y, en consecuencia, el oyente
puede hacerlo responsable de sus palabras. (Van Eemeren y Grootendorst,
2002, p. 53, n. 27)

La condición de responsabilidad (a) no excluye el razonamiento hipotéti-


co o la reducción al absurdo, en estos casos ella solo supone un compromiso
temporal con lo expresado: “Más que creer —en algún sentido psicológico
más profundo— en la aceptabilidad del punto de vista, (el orador) aparenta,
por así decirlo, profesar una creencia por la cual acepta responsabilidad
mientras pueda serle útil...” (pp. 52-53).
Las condiciones de responsabilidad (b) y (c) no excluyen la posibilidad
de que un hablante no crea realmente en las proposiciones expresadas. Al-
guien puede intentar convencer a un oyente sabiendo que este sí acepta esas
proposiciones:

Esta manera de proceder no surge necesariamente del deseo del hablante


de lograr, a toda costa, el efecto de que la audiencia adhiera a su perspecti-
va. Puede surgir también de un genuino interés por saber exactamente cuá-
les son las consecuencias de proponer ciertos argumentos. (Van Eemeren y
Grootendorst, 2002, p. 53)

Y agregan en nota al pie:

255 Una distinción semejante había sido hecha por Searle (1969/1989) a propósito de las promesas
mendaces o insinceras: “Una promesa incluye una expresión de intención, ya sea sincera o
insincera. Así, para tomar en consideración las promesas insinceras, necesitamos solamente
revisar nuestras condiciones y enunciar que el hablante asume la responsabilidad de tener la
intención más bien que enunciar que la tiene efectivamente” (Searle, 1969/1989, pp. 69-70).

205
Pedro José Posada Gómez

“En el primer caso el objetivo del hablante es retórico, en el sentido de la


Nueva Retórica, en el segundo, es dialéctico, en el sentido de la Nueva Dia-
léctica (Cf. Perelman & Olbrechts-Tyteca, 1958; Barth & Krabbe, 1982)...”
(p. 53, n. 26). Vemos pues que para los autores la Nueva Retórica está cen-
trada en la búsqueda de la persuasión a toda costa, mientras que la dialéctica
incluye lo que Aristóteles llamó el razonamiento crítico o examinativo.
El modelo pragma-dialéctico plantea cuatro etapas dialécticas en el pro-
ceso de resolver una diferencia de opinión, es decir, etapas de la discusión
crítica: 1. Confrontación; 2. Apertura; 3. Argumentación/ contra-argumen-
tación; 4. Clausura o cierre256.
1. En la etapa de confrontación se establece que existe una disputa. Una
parte, llamada proponente, expone un punto de vista y otra parte,
llamada oponente, pone en duda el punto de vista propuesto.
2. En la etapa de apertura se toma la decisión de intentar resolver la
disputa por medio de una argumentación reglamentada. Se definen
los roles de proponente (o protagonista) y oponente (o antagonista),
estableciéndose además las reglas para la discusión, para luego dar
inicio al debate que procura resolver de una manera razonada la di-
vergencia existente entre las partes.
3. En la etapa de argumentación el protagonista defiende su punto de
vista y el antagonista, si tiene dudas, le pide más argumentación. Las
partes intercambian argumentos y contra-argumentos, dando razones
y justificaciones que apoyan la posición expuesta o intentan refutar-
la. En una disputa no mixta solo hay un protagonista que argumenta,
en una mixta hay más de un argumentador.
4. En la etapa de clausura se establece si la disputa ha sido resuelta,
toda vez que, o el punto de vista, o la duda sobre él, ha sido retirado
(a)257.

Tomando como referencia la clasificación estándar de los actos de habla


elaborada por J. Searle (1979/1995, pp. 449-476), la pragma-dialéctica de-
termina el rol de los diferentes tipos de actos de habla en cada una de las
etapas de la resolución de una disputa (Tabla 6.2).

256 Los autores consideran que estas etapas de la discusión son equivalentes, aunque con un crite-
rio de clasificación diferente, a las fases de la retórica clásica: exordium, narratio, argumenta-
tio y peroratio.
257 En los enfoques de Popper y Perelman no se considera que una disputa haya sido resuelta defi-
nitivamente, de una vez por todas, excepto en el caso de la cosa juzgada del derecho.

206
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Tabla 6.2. Función de los actos de habla en las etapas del debate crítico
Etapa Tipo de acto de habla y su rol en el debate*
ASEVERATIVOS
I. - Expresar un punto de vista
II. - Presentar un argumento
III. - Sostener o rechazar un punto de vista
IV. - Establecer el resultado
CONMISIVOS
I. - Aceptar o no-aceptar, sostener la no aceptación de un punto de vista.
II. - Aceptar el desafío de defender un punto de vista.
III. - Aceptar iniciar una discusión; acordar las premisas y las reglas de la
discusión.
IV. - Aceptar o rechazar una argumentación.
V. - Aceptar o rechazar un punto de vista.
DIRECTIVOS
II. - Retar a defender un punto de vista.
III. - Pedir una argumentación
I-IV - Pedir un declarativo de uso.
DECLARATIVOS DE USO**
I-IV - Definir, especificar, ampliar, etc.
* En los enfoques de Popper y Perelman no se considera que una disputa haya sido resuelta defi-
nitivamente, de una vez por todas, excepto en el caso de la cosa juzgada del derecho.
** En la teoría estándar de los actos de habla los declarativos (como abrir una sesión, declarar
a una pareja marido y mujer o despedir a un empleado), son actos que se realizan, generalmente, en
contextos más o menos institucionalizados (procesos legales, asambleas, ceremonias religiosas), y en
los cuales está claro qué persona posee la autoridad para realizar exitosamente el respectivo acto de
habla declarativo. Para los pragma-dialécticos “Una excepción importante la constituyen los declara-
tivos de uso, como las explicaciones, aclaraciones, amplificaciones y definiciones”, cuyo propósito es
“facilitar o incrementar la comprensión del oyente respecto de otros actos de habla, indicándole cómo
deben ser interpretados. Para la realización de un acto de habla declarativo de uso no se requiere una
autoridad especial” (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 60)258.

Por otro lado, los declarativos que no son de uso no hacen ninguna con-
tribución directa a la resolución de una disputa, no tienen una función en la
discusión crítica. Por el contrario, los declarativos de uso pueden ser útiles
en todas las etapas de la discusión:

258 En Searle (1979) se distinguen dos tipos de declarativos, el primero de los cuales no conlleva la
necesidad de una autoridad o institución extralingüística; en este tipo se incluye el acto de defi-
nir (que los pragma-dialécticos clasifican como “declarativo de uso”). Dice Searle: Las únicas
excepciones al principio de que toda declaración requiere una institución extralingüística son
aquellas declaraciones que conciernen al lenguaje mismo, como por ejemplo cuando se dice
“defino, abrevio, nombro, llamo o estipulo” (Searle, 1978/1995, p. 465). Parecería pues que la
categoría de “declarativos de uso” sería solo un nombre para este segundo tipo de declarativos
señalada por Searle.

207
Pedro José Posada Gómez

En la etapa de confrontación (I), pueden desenmascarar disputas verbales


espurias; en la etapa de apertura (II), pueden clarificar confusiones acerca
de los puntos de partida o acerca de las reglas de la discusión; en la etapa de
argumentación (III), pueden evitar una aceptación o un rechazo prematuras,
y en la etapa de clausura (IV), pueden evitar una resolución ambigua. Por lo
tanto, las peticiones de proporcionar declarativos de uso, tales como especi-
ficaciones y amplificaciones, también pueden cumplir un rol muy útil en una
discusión crítica. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, pp. 60-61)

El modelo de análisis pragma-dialéctico también hace uso de los actos de


habla implícitos e indirectos. “En la práctica, todos los actos de habla que
son cruciales para una discusión crítica pueden ser realizados indirectamen-
te por medio de actos de habla que, a primera vista, no expresan su función
primaria” (p. 69).
Aunque no todo acto de habla asertivo es parte de una argumentación,
este modelo recomienda interpretarlo como argumentativo. Así, los actos de
habla asertivos implícitos (y los actos de habla implícitos que a primera vis-
ta parecen ser compromisorios, directivos, expresivos o declarativos), aun-
que cumplan otra función comunicacional, deben ser interpretados como
parte de la argumentación. A este procedimiento lo denominan “estrategia
de interpretación máximamente argumentativa” (p. 70).
La pragma-dialéctica combina su análisis de los actos de habla indirec-
tos (Searle, 1979) con la introducción de las “reglas de la comunicación que
los hablantes y los oyentes normalmente observan”, es decir, las “máximas
conversacionales” de P. Grice (1975/1995, pp. 511-530)259. En la pragma-
dialéctica estas últimas son presentadas así:
Principio de la Comunicación (equivalente al “Principio Cooperativo”
de Grice):

Sé claro, honesto y eficaz y ve directo al punto.


1a Regla: No realices ningún acto de habla incomprensible.
2a Regla: No realices ningún acto de habla insincero.
3a Regla: No realices ningún acto de habla superfluo.
4a Regla: No realices ningún acto de habla inútil.
5a Regla: No realices ningún acto de habla que no se conecte apropiadamen-
te con los actos de habla precedentes. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002,
pp. 71-72)

259 También Searle (1979) había combinado su teoría con la de P. Grice en su análisis de los actos
de habla indirectos y los tropos y figuras literarias.

208
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

6.2.3. El óptimo pragmático y el mínimo lógico


En el análisis de las premisas implícitas en el discurso argumentativo,
la pragma-dialéctica propone establecer el “nivel pragmático” y el “nivel
lógico” de la argumentación:

En el nivel pragmático, el análisis se dirige a la reconstrucción del acto de


habla complejo realizado al presentar la argumentación; en el nivel lógico,
a la reconstrucción del razonamiento que subyace a la argumentación. En la
práctica, el análisis lógico se pone al servicio del análisis pragmático. (Van
Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 81)

Este análisis nos da luces sobre el papel que el modelo pragma-dialéctico


le asigna a la lógica formal. En primer lugar, se considera que el análisis
lógico es indispensable cuando en la argumentación hay partes de los argu-
mentos (premisas o conclusión) que están implícitas. En este caso se propo-
ne partir de lo explícito para identificar lo que se ha dejado implícito y así
reconstruir el argumento “de manera que llegue a ser lógicamente válido”.
Y aquí los pragma-dialécticos introducen una observación (en nota al pie de
página) que me parece interesante:

Aunque en este punto se requiere algún compromiso con un criterio de vali-


dez claro, esto no significa necesariamente que adoptemos un compromiso
dogmático con el deductivismo. En este punto, no queremos tomar una posi-
ción específica y definitiva sobre qué tipo de validez lógica debe preferirse.
Por un propósito de simplicidad, en la presente exposición de las premisas
implícitas nos restringiremos al uso de los instrumentos, bien conocidos y
disponibles, de la lógica proposicional y de la lógica de predicados de primer
orden. Esto no significa automáticamente que estemos de acuerdo con la
concepción de Rescher de que “una inferencia inductiva” es “una inferencia
que aspira a ser deductiva, pero que falla en su intento. (1980, p. 10)

Para una discusión de algunas supuestas desventajas del deductivismo dog-


mático, véase Govier (1987). (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 81, n.
50)260

En primer lugar, no es claro a qué se refieren los autores con “deducti-


vismo dogmático”. Al parecer, se refieren a la tesis de que solo son válidas
las inferencias lógicas obtenidas deductivamente. Desafortunadamente, la
lógica formal contemporánea sería toda “deductivista dogmática”, pues se

260 Las referencias son a N. Rescher (1980), Induction. An Essay on the justification of inductive
reasoning. Oxford: Blackwell. Y a T. Govier (1987), Problems in argument analysis and eval-
uation. Dordrecht: Foris-Berlin.

209
Pedro José Posada Gómez

centra en estudiar los sistemas deductivos; y esto incluye a las versiones ac-
tuales de las lógicas de proposiciones y de predicados. No parece haber otro
criterio de validez lógica que sea claro. Otro problema es que se considere
que solo son aceptables los argumentos lógica y deductivamente válidos en
la argumentación en el lenguaje cotidiano. Pero este ya es el viejo error del
logicismo, denunciado y descartado por Perelman y Toulmin, entre otros
teóricos de la argumentación. Lo que me parece claro es que no es posible
usar las herramientas de la lógica formal (de proposiciones no analizadas
o de proposiciones analizadas, etc.) sin adoptar un criterio deductivo de
validez lógica.
Retomo la exposición de los pragma-dialécticos. Aplicando las reglas de
la comunicación, un hablante sincero, que considera que su argumentación
no es inútil, supone unos criterios de aceptabilidad que también atribuye
a sus oyentes. Entre tales criterios está el de validez lógica. Cuando la in-
terpretación literal de un argumento produce un argumento inválido (por
incompleto, debido a que algo se ha dejado implícito), pareciera que el ha-
blante hubiese violado la regla 4 al hacer un acto de habla inútil; y también
podría aparecer como insincero, violando la regla 2. Pero, dado que “el dis-
curso argumentativo se debe analizar partiendo de la base de que el hablante
observa el principio de la comunicación y que, en principio, desea respetar
todas las reglas de la comunicación”, entonces “el analista debe examinar
si es posible complementar el argumento inválido de manera que llegue a
ser válido” (pp. 82-83). Nótese que los autores no hacen ninguna referencia
explícita a la posibilidad de que el argumento por analizar resulte, después
del análisis, como indefendible lógicamente, es decir no-válido.
Interpretando las premisas implícitas como un tipo especial de actos
de habla indirectos, se encuentra que es necesario distinguir entre una re-
construcción de lo implícito que restablece la validez lógica (obtención del
“mínimo lógico”) y una reconstrucción que establece la premisa implícita
pragmáticamente apropiada para cumplir con todas las reglas. Esto es así
porque la validez lógica no basta para los fines pragmáticos:

El mínimo lógico es la premisa que consiste en una oración [proposición]


“si..., entonces...”, cuyo antecedente es la premisa explícita y cuyo conse-
cuente es la conclusión del argumento explícito. El argumento válido que
resulta de esta adición tiene la forma de un modus ponens. (Van Eemeren y
Grootendorst, 2002, p. 84)

Si, por ejemplo, se cuenta con la premisa “Ángela es una verdadera mu-
jer” y la conclusión: “Por lo tanto, Ángela es curiosa”, se obtiene el mínimo

210
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

lógico agregando la premisa: “Si Ángela es una verdadera mujer, entonces


es curiosa”.
Ahora bien, el mínimo lógico no aporta nada nuevo y, por tanto, puede
ser calificado de superfluo, y viola la regla 3 de la comunicación.
“El óptimo pragmático es la premisa que vuelve válido el argumento,
evitando al mismo tiempo una violación de la Regla 3 y de cualquier otra
regla de la comunicación” (p. 85).
Normalmente, el óptimo pragmático se obtiene generalizando el mínimo
lógico, “haciéndolo tan informativo como sea posible sin adscribirle al ha-
blante compromisos no garantizados y formulándolo de una manera colo-
quial que calce bien con el resto del discurso argumentativo”. En el ejemplo
anterior se obtiene el óptimo pragmático añadiendo la premisa “Las verda-
deras mujeres son curiosas”.
Nótese que el argumento que incluye el mínimo lógico tiene una estruc-
tura que puede ser expresada en una fórmula de lógica proposicional de
la forma: [P ^ (P→Q)]→Q; mientras que el argumento que reconstruye el
óptimo pragmático solamente puede ser expresado correctamente mediante
una fórmula de lógica de predicados, del tipo: {VA ^ Vx [Vx → Cx]}→ CA
El procedimiento que debe seguir el analista para determinar el óptimo
pragmático es el siguiente:

1. Determinar cuál es la argumentación en la que se ha dejado una premisa


implícita.
2. Determinar cuán bien definido es el contexto en el cual tiene lugar la
argumentación.
3. Determinar qué premisas agregadas podrían validar el argumento que
subyace a la argumentación.
4. Determinar cuáles de estas premisas, al ser agregadas, pueden ser consi-
deradas como formando parte de los compromisos del hablante, dado el
contexto.
5. Determinar cuál de las premisas agregadas a las que está comprometido
el hablante es la más informativa en el contexto dado. (Van Eemeren y
Grootendorst, 2002, p. 87)

Por otro lado, para el análisis de las premisas implícitas, los pragma-
dialécticos reconocen la utilidad de otras herramientas de la lógica tradicio-
nal o “clásica” y de la lógica formal, además de las mencionadas: la lógica
clásica del silogismo, las reglas del modus ponens y del modus tollens, y la
regla de doble negación (pp. 88-93).
No nos detendremos en la presentación de otro elemento técnico del aná-
lisis pragma-dialéctico: la clasificación de las estructuras de argumentación
complejas (“argumentación múltiple”, “argumentación compuesta coordi-

211
Pedro José Posada Gómez

nada”, “argumentación compuesta subordinada”) (pp. 95-110) y pasaremos


enseguida a un tema que importa para nuestra indagación: la continuación
del análisis en la evaluación del discurso argumentativo.
Una visión general del análisis de los aspectos del discurso argumenta-
tivo que son relevantes para resolver una diferencia de opinión incluye los
siguientes componentes:
1. determinar cuáles son los puntos que están en discusión,
2. reconocer las posiciones que adoptan las partes,
3. identificar los argumentos explícitos e implícitos, y
4. analizar la estructura de la argumentación. (p. 113)

Para este último punto, la pragma-dialéctica propone una clasificación de


los esquemas de argumentación en tres categorías:
I. - Argumentación sintomática (relación de concomitancia)
II. - Argumentación analógica
III. - Argumentación instrumental (relación de causalidad)

Antes de ampliar estas categorías, conviene tomar nota de algunas ob-


servaciones de los pragma-dialécticos sobre el modo como deben enfrentar-
se las contradicciones lógicas (y las inconsistencias pragmáticas, o de otro
tipo) en la evaluación de las argumentaciones:

Al evaluar los diversos argumentos que se presentan en el discurso, debe


determinarse primero si el discurso argumentativo contiene alguna incon-
sistencia. Si hay algo que puede ser tomado, al mismo tiempo, tanto de una
manera como de otra, ¿qué puede esperarse que creamos? Las contradiccio-
nes lógicas y las inconsistencias pragmáticas y de otro tipo debilitan más
o menos seriamente la fuerza del discurso argumentativo. (Van Eemeren y
Grootendorst, 2002, p. 115)

El concepto de “inconsistencia” es aquí suficientemente amplio como


para abarcar tanto las contradicciones lógicas, como las inconsistencias
pragmáticas, y las ambigüedades en general. Siendo así, abarca tanto al
campo de la lógica formal como al de la retórica y la argumentación en
general. Se reconoce que cualquiera de ellas puede debilitar la fuerza del
discurso, de forma diferenciada.
Los pragma-dialécticos apoyan su argumentación en una cita de Frits
Staal:

Si alguien quiere sostener que las proposiciones “Estoy en Montparnasse”


y “No estoy en Montparnasse” pueden ser verdaderas al mismo tiempo, no

212
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

está siendo racional. Es fácil decir que uno rechaza la camisa de fuerza de la
lógica, que sin lógica la vida es más libre, más cálida y más vital, pero, de
hecho, se está diciendo algo que no tiene sentido. Desde Aristóteles y los ló-
gicos de la India, la gente ha tomado la perspectiva de que las proposiciones
como ésa deberían evitarse. Ningún ser humano racional pretendería afirmar
que los enunciados “El teléfono está allá” y “El teléfono no está allá” pue-
den ser ambas verdaderas al mismo tiempo. Ningún ser humano racional lo
haría; sólo algunos filósofos insisten en que es así. (F. Staal, 1984, como se
citó en Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 115).

Este párrafo merecería amplios comentarios. Los autores dicen que aquí
Staal “enfatiza con gran fuerza” la importancia de evitar las contradiccio-
nes. Pero no es solo que enfatice fuertemente, sino que, además, convierte
al principio lógico de no-contradicción en un criterio universal de racionali-
dad. Los desarrollos de las lógicas (mal) llamadas no-clásicas (polivalentes,
modales, deónticas, temporales, etc.) y, sobre todo, los análisis del uso del
lenguaje realizados desde la teoría de los actos de habla y las teorías de la
argumentación, relativizan (por lo menos) el carácter universal del criterio
lógico de consistencia.
En nota al pie, los autores reconocen que “En el discurso cotidiano mu-
chas veces resulta difícil identificar las contradicciones. También es difícil
a veces decidir si realmente hay una contradicción o alguna otra clase de
inconsistencia”. Y reconocen que,

Tal como Perelman y Olbrechts-Tyteca (1958) han señalado, las contradic-


ciones no tienen que ser retóricamente inaceptables: en los argumentos “cua-
silógicos” las contradicciones aparentes pueden ser métodos efectivos de
persuasión. Tampoco desde un punto de vista pragma-dialéctico es necesario
que sean automáticamente inaceptables: podría quedar claro, por ejemplo, a
partir del contexto en que ocurre, que la misma expresión está siendo usa-
da con dos significados diferentes (“(Físicamente) estoy en Nueva York”/
“(Espiritualmente) estoy en Montparnasse”). (Van Eemeren y Grootendorst,
2002, p. 115, n. 59)

En este reconocimiento queda claro que el mero criterio de consistencia


lógica (que en principio es independiente del contexto) es insuficiente al
momento de evaluar las inconsistencias en el uso del lenguaje cotidiano. No
se desconoce el peso del criterio lógico, pero se lo debe completar con cri-
terios pertenecientes al nivel pragmático del lenguaje (es decir, a la retórica
y a la teoría de la argumentación).
De todos modos los pragma-dialécticos consideran que en la evaluación
de la calidad de los argumentos, tomados individualmente, se debe determi-
nar “si el razonamiento que está a la base de ellos es lógicamente válido o
213
Pedro José Posada Gómez

no y si se apoya en premisas aceptables”. Nótese que esto supone tanto un


criterio lógico formal (validez) como uno perteneciente a la lógica tradicio-
nal: la aceptabilidad de las premisas (que suponen un universo lingüístico y
epistémico compartido por un auditorio).
En un nivel más pragmático, los pragma-dialécticos admiten que no
todo el que argumenta está preocupado por “demostrar cómo la conclusión
se deriva lógicamente de las premisas” (lo que no descarta la posibilidad
de que alguien evalúe lógicamente esta derivación), e introducen una nota
aclaratoria al pie de la página: “Al igual que Harman (1986), que identificó
los principios del razonamiento con principios que permiten revisar las pro-
pias creencias e intenciones, nosotros tampoco equiparamos simplemente
los principios del razonamiento con los principios de la lógica” (p. 115, n.
60)261.
De todos modos, agregan los autores, “el paso de los argumentos hacia
el punto de vista debe ser de tal tipo que la aceptabilidad de las premisas
se transfiera a la conclusión”. Y, una vez más en nota al pie, hacen esta sor-
prendente aclaración:

La lógica no tiene mucho que ofrecer en este punto. A pesar de las importan-
tes diferencias (...) parece existir unanimidad entre ellos [los lógicos] en pen-
sar que su preocupación por la validez es acerca de las relaciones formales
más que de las relaciones sustanciales entre las premisas y las conclusiones,
acerca de los aspectos sintáctico-semánticos más que los pragmáticos, acer-
ca del razonamiento aislado más que en un contexto, de las implicaciones
más que de las inferencias y —lo que es más importante para nosotros en
esta coyuntura— de la transmisión de la verdad más que de la aceptación.
(Van Eemeren y Grootendorst, 2002, pp. 115-116, n. 61)

Es claro, desde Perelman, que en la argumentación se trata de “transferir


la aceptabilidad de las premisas a la conclusión” y de “lograr el efecto inte-
ractivo de que el oyente acepte un punto de vista”, para lo cual “el hablante
intenta presentar su argumento de una manera tal que logre convencer al
oyente”, y, dicho siguiendo la analogía toulminiana, el hablante le comunica
al oyente “que conoce el camino que conduce desde lo ya aceptado hasta el
punto de vista (propuesto)”. Lo que no queda claro es cuál es el papel de la
lógica en este proceso, pues los autores empiezan por reconocer su papel en
la evaluación de los argumentos, pero enseguida enfatizan su irrelevancia.

261 La referencia es a Harman, G. (1986), Change in view. Principles of reasoning. Cambridge,


MA: MIT.

214
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Dejo aquí la reseña de estas observaciones sobre el papel de la lógica y


retomo la presentación de la tipología de los esquemas argumentativos, es
decir de las “maneras más o menos convencionalizadas de representar la re-
lación entre lo que se afirma en el argumento y lo que se afirma en el punto
de vista” (p. 116)262.
I. Argumentación sintomática (relación de concomitancia).
En este tipo de argumentación:

El hablante trata de convencer a su interlocutor mostrando que algo es sin-


tomático de alguna otra cosa. Este tipo de argumentación está basado en un
esquema argumentativo en el que la aceptabilidad de las premisas se trans-
fiere a la conclusión haciendo comprender que existe una relación de con-
comitancia entre lo que se afirma en el argumento y lo que se afirma en el
punto de vista. La argumentación es presentada como si fuera una expresión,
un fenómeno, un signo o algún otro síntoma de lo que se afirma en el punto
de vista. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 116)

II. Argumentación analógica.


En este tipo de argumentación:

El hablante trata de convencer a su interlocutor señalando que algo es simi-


lar a alguna otra cosa. Este tipo de argumentación está basado en un esque-
ma argumentativo en el que la aceptabilidad de las premisas se transfiere a la
conclusión haciendo que se comprenda que existe una relación de analogía
entre lo que es afirmado en el argumento y lo que es afirmado en el punto
de vista. La argumentación se presenta como si existiera un parecido, una
concordancia, una semejanza, un paralelo, una correspondencia o algún otro
tipo de similitud entre lo que afirma en el argumento y lo que se afirma en el
punto de vista. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 117)

III. Argumentación instrumental (relación de causalidad)


En este tipo de argumentación:

El hablante trata de convencer a su interlocutor señalando que algo es un


instrumento para lograr alguna otra cosa. Este tipo de argumentación está ba-
sado en un esquema argumentativo en el que la aceptabilidad de las premisas
se transfiere a la conclusión haciendo que se comprenda que existe una rela-
ción de causalidad entre el argumento y el punto de vista. La argumentación
se presenta como si lo que se afirma en la argumentación fuera un medio,
un camino, un instrumento o algún otro tipo de factor causal para el logro
del punto de vista, o viceversa. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 117)

262 Los autores anotan que el concepto de ‘esquema argumentativo’ también ha sido usado por au-
tores como Hasting (1962), Windes & Hastings (1969) y Perelman & Olbrechts-Tyteca (1958).

215
Pedro José Posada Gómez

Los autores reconocen la existencia de “muchas subcategorías de esque-


mas argumentativos”. Estos “(sub)tipos” de argumentación se ubican den-
tro de las tres categorías mencionadas, así:
I’. Basados en la relación de “concomitancia” (tipo sintomático):
- Los argumentos que presentan algo como una cualidad inherente o
como una característica de algo más general.
II’. Basados en la relación de analogía:
- Hacer una comparación
- Dar un ejemplo
- Hacer referencia a un modelo
III’. Basados en una relación de causalidad
- Argumentos que señalan las consecuencias de un curso de acción
- Argumentos que presentan algo como un medio para lograr cierto
fin
- Argumentos que enfatizan la nobleza de una meta con el fin de
justificar los medios propuestos para lograrla.

A semejanza de las “formas lógicas del argumento” (como el modus po-


nens) “los esquemas argumentativos son marcos de referencia abstractos
que pueden tener un número infinito de instancias de substitución”. Y aquí
introducen los autores una observación que nos da luz sobre la diferencia
entre la ‘forma lógica’ y el ‘esquema argumentativo’ de un argumento:

Debido a que (...) todas las instancias de sustitución de un esquema argumen-


tativo pueden ser analizadas lógicamente como involucrando una inferencia
del tipo modus ponens para conducir de las premisas a la conclusión, las
formas lógicas de sus argumentos no proporcionan, por sí mismas, ninguna
característica distintiva que permita discriminar entre los diversos esquemas
argumentativos. Y, lo que es aún más importante, la simple reconstrucción
de la forma lógica del argumento no es de ninguna manera suficiente para
lograr una adecuada evaluación de la argumentación. (Van Eemeren y Groo-
tendorst, 2002, p. 117)

Una “adecuada evaluación de la argumentación” significa una evalua-


ción de la argumentación concreta en un contexto y frente a un auditorio
determinado. Sobra decir que la forma lógica solo permite evaluar la vali-
dez lógica, lo que no es suficiente para la evaluación general de la validez
de una argumentación específica. No es suficiente, pero ¿hasta qué punto
podría ser necesaria?
La clasificación pragma-dialéctica de los esquemas argumentativos re-
sulta mucho más simple y general que la elaborada por la Nueva Retórica de

216
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Perelman-Olbrechts, y muestra algunas diferencias y coincidencias con esta.


Veámoslo haciendo un cuadro sinóptico de cada una de ellas (Tabla 6.3).

Tabla 6.3 Esquemas y sub-esquemas argumentativos en la pragma-dialéctica


I. Basados en la relación II. Basados en la relación III. Basados en una relación
de “concomitancia” (tipo de analogía de causalidad
sintomático)
Argumentos que presentan Hacer una comparación Argumentos que señalan las
algo como una cualidad consecuencias de un curso de
inherente acción,
Argumentos que presentan Dar un ejemplo Argumentos que presentan
algo como una característi- algo como un medio para
ca de algo más general lograr cierto fin
Hacer referencia a un Argumentos que enfatizan
modelo la nobleza de una meta con
el fin de justificar los medios
propuestos para lograrla.

Tabla 6.4. Los esquemas argumentativos en la teoría de la argumentación de


Perelman-Olbrechts (Basado en: Roland Schmetz, 2000)

217
Pedro José Posada Gómez

La categoría III (relación de causalidad) de la pragma-dialéctica puede


ser asimilada a los argumentos basados en la estructura de lo real, del sub-
grupo de los nexos de sucesión de la tipología perelmaniana. Los argumen-
tos del tipo II (relación de analogía) pueden ser acercados a los argumentos
que fundan la estructura de la realidad (el ‘ejemplo’ pragma-dialéctico equi-
vale a la ‘ilustración’ perelmaniana); sin embargo, el análisis perelmania-
no es más fino, por distinguir analogía y metáfora (analogía condensada),
y estas de los argumentos simples por el caso particular (los argumentos
por el ejemplo, la ilustración y el modelo). La categoría I de los pragma-
dialécticos (relación de “concomitancia”, tipo sintomático) es más difícil
de asociar con la tipología perelmaniana. Y esto por una ambigüedad in-
herente a los términos usados para caracterizarla: la ‘concomitancia’ pue-
de darse entre muchas cosas, y muchas cosas pueden ser ‘sintomáticas’ de
otras. Cuando se distingue entre argumentos que “presentan algo como una
cualidad inherente” (de algo) y argumentos que “presentan algo como una
característica de algo más general”, podemos distinguir al menos dos tipos
de casos: cuando el ‘algo’ del que se predica algo es un ‘alguien’ (o un gru-
po, cultura, etc.) podemos hablar de argumentos que involucran la relación
‘persona-acto’ y estamos ante el segundo tipo de los argumentos basados en
lo real que plantean relaciones de coexistencia (lo que concuerda con la idea
de concomitancia). Pero si el ‘algo’ está en el lugar de una cosa o un evento,
estamos ante el tipo de argumentos cuasi-lógicos que plantean relaciones
entre la parte y el todo (algo como una característica de algo más general).
Por otro lado, la idea de síntoma, referida a hechos y cosas, remite otra vez
a la idea perelmaniana de nexos de sucesión. Nótese, además, que los prag-
ma-dialécticos eluden la problemática noción de argumentos cuasi-lógicos.
Termino este esquema de los elementos analíticos de la pragma-dialécti-
ca con una breve presentación de su teoría de las falacias y la propuesta de
las diez reglas de la discusión crítica, que constituyen tal vez el elemento
más novedoso y útil de la teoría pragma-dialéctica.
Van Eemeren y Grootendorst toman como punto de partida la revisión
minuciosa a la que sometió Charles Hamblin (1970) el tratamiento tradicio-
nal de las falacias, especialmente en la tradición occidental posterior a Aris-
tóteles. Mientras que la tradición definió una falacia como un argumento
“que parece ser válido, pero no lo es”, Hamblin mostró que esa definición es
errada en varios sentidos: 1. Muchas falacias no caen dentro de esta defini-
ción, 2. Algunas falacias no son argumentos, propiamente dichos (p. ej. La
falacia llamada de las preguntas múltiples o el argumentum ad baculum),
3. Algunas falacias son inferencias válidas desde el punto de vista estricta-
mente lógico (p. ej. El razonamiento circular), 4. En algunos casos el error

218
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

en que incurre una falacia no radica en la invalidez del argumento (p. ej. El
argumentum ad verecundiam o el argumentum ad populum), 5. La referen-
cia, en la definición clásica, a que un argumento “parece válido” contiene un
sesgo subjetivo y no es un criterio claro de identificación263.
Comparando el desarrollo histórico del tratamiento de las falacias con
la versión original de Aristóteles, Hamblin encontró una diferencia funda-
mental: para el filósofo griego las falacias eran errores que se producían
(voluntaria o involuntariamente) en el desarrollo de un encuentro dialéctico
(aunque en los Analíticos intentó dar un análisis lógico formal de algunos
de ellos).
A partir de Hamblin, y coincidiendo parcialmente con Toulmin (1979)
Perelman-Olbrechts (para quienes ningún argumento es falaz por sí mismo,
pues todos dependen del contexto y del auditorio frente al cual se argumen-
ta), Van Eemeren y Grootendorst definirán las falacias como “pasos (moves)
que impiden la resolución de una diferencia de opinión” (2002, p. 121).
No hay, por tanto, falacias lógicas, pues toda falacia surge en una situación
dialéctica.
Para el desarrollo de su teoría sobre las falacias, los pragma-dialécticos
intentan superar las limitaciones del trabajo de John Woods y Douglas Wal-
ton, quienes desarrollaron un análisis de las falacias alternativo al trata-
miento estándar (cuestionado por Hamblin) acudiendo al uso de las lógicas
no clásicas para construir un análisis de cada falacia. Para los pragma-dia-
lécticos, el análisis de Woods-Walton tiene dos inconvenientes: 1. Al apo-
yarse en sistemas lógicos diferentes para analizar cada falacia produce des-
cripciones fragmentarias y no permite hacer un cuadro global y sistemático
de ellas, 2. Supone un amplio conocimiento de las herramientas lógicas y le
da un valor excesivo a la lógica en el análisis de las falacias.
Sobre este segundo punto los pragma-dialécticos son enfáticos:

En nuestra opinión, es importante no exagerar el rol de la lógica al tratar


con las falacias, aun cuando se sacrifique la certeza absoluta que un enfoque
puramente lógico parece ofrecer. La importancia práctica de los errores “ló-
gicos”, en comparación con otros pasos o movidas falaces, solo puede ser
apropiadamente evaluada si primero se tiene claro qué lugar ocupan en la ar-
gumentación, o en el acto de habla en el que éstos ocurran, en el contexto más
amplio de la discusión crítica. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 123)

263 Por su parte, A. L. Gómez (1993) había llegado a conclusiones similares en: un capítulo dedica-
do al argumento ad hominem (pp. 15-18), otro a la Petición de principio (pp. 19-44), así como
un par de capítulos dedicados a analizar críticamente la clasificación tradicional de las falacias
(pp. 61-118).

219
Pedro José Posada Gómez

Los pragma-dialécticos consideran que una adecuada teoría de las fala-


cias debe cumplir los siguientes requisitos:
1) Proporcionar normas que permitan distinguir, en el discurso argu-
mentativo, entre los pasos o movidas que son razonables y los que no
lo son.
2) Proporcionar criterios que permitan decidir cuándo se ha violado una
norma de este tipo.
3) Proporcionar procedimientos de interpretación que permitan deter-
minar si un enunciado satisface o no estos criterios.

La determinación de cada uno de estos requisitos (normas, criterios y


procedimientos) surge de acuerdos que son independientes entre sí:

El acuerdo sobre las normas generales que rigen un comportamiento razona-


ble en una discusión crítica no coincide automáticamente ni con el acuerdo
sobre los criterios que permiten decidir qué se considera una violación de
estas normas, ni con el acuerdo sobre el procedimiento de interpretación
que determina si un enunciado satisface o no estos criterios. (Van Eemeren y
Grootendorst, 2002, p. 123)264

A continuación nuestros autores proceden a postular un “modelo ideal”


que contiene las diez “reglas de un discurso argumentativo razonable”, que
servirán de base para mostrar cómo las falacias argumentativas pueden ser
presentadas como “pasos o movidas incorrectos en que se viola alguna de
las reglas de la discusión”. Las reglas sirven para indicar, en cada una de las
cuatro etapas de la discusión, “cuándo los participantes que intentan resol-
ver una disputa, tienen derecho, o incluso están obligados, a realizar un paso
o movida particular. Es obligatorio que los participantes observen todas las
reglas que conducen a resolver la disputa” (p. 123)265.
Las reglas de la discusión crítica son las siguientes266:

264 Los autores aclaran que “en su estado actual (la pragma-dialéctica) es básicamente una teoría
de las normas y no una teoría de los criterios” (p. 125).
265 Aquí los autores introducen una importante nota al pie: “Solo en conjunto con el cumplimiento
de las ‘condiciones de orden superior’ apropiadas puede el cumplimiento de las reglas consti-
tuir también una condición suficiente (de primer orden) para la resolución de una disputa. Para
las condiciones de segundo orden, relacionadas con las actitudes y disposiciones de los que
discuten, y las condiciones de tercer orden, relacionadas con las circunstancias en las que tiene
lugar la discusión, véase Van Eemeren y Grootendorst (1988)” (Van Eemeren y Grootendorst,
1988, (2), pp. 271-291).
266 Sigo la versión de F. van Eemeren y R. Grootendoorst (1996, pp. 229-230). Los títulos iniciales
fueron agregados en Van Eemeren, Grootendorst y Snoeck Henkemans (2002, 2006).

220
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

1. Regla de libertad: Los participantes no deben obstaculizar la expre-


sión o el cuestionamiento de los puntos de vista.
2. Regla de la carga de la prueba: La parte que ha avanzado un punto
de vista está obligada a defenderla si la otra parte se lo pide.
3. Regla del punto de vista: El ataque debe recaer sobre el punto de
vista tal como ha sido presentado por la otra parte.
4. Regla de la relevancia: Una parte no puede defender su punto de
vista sino avanzando una argumentación relativa a dicho punto de
vista.
5. Regla de la premisa no expresada: Una parte no debe atribuir abusi-
vamente al adversario ninguna premisa implícita. No debe rechazar
una premisa que ella misma ha dejado sub-entendida.
6. Regla del punto de partida: Una parte no debe presentar una premi-
sa como un punto de partida aceptado cuando tal no es el caso. No
debe tampoco rechazar una premisa si constituye un punto de partida
aceptado.
7. Regla del esquema de la argumentación: Una parte no debe consi-
derar que un punto de vista ha sido defendido de manera concluyente
si esta defensa no ha sido conducida según un esquema argumentati-
vo adecuado y correctamente aplicado.
8. Regla de la validez: Una parte no debe utilizar sino argumentos lógi-
camente válidos, o susceptibles de ser validados mediante la explici-
tación de una o varias premisas.
9. Regla de clausura: Si un punto de vista no ha sido defendido de ma-
nera concluyente, entonces el proponente debe retirarlo. Si un punto
de vista ha sido defendido de manera concluyente, entonces el opo-
nente no debe ponerlo ya en duda.
10. Regla del uso: Las partes no deben utilizar formulaciones insuficien-
temente claras o de una oscuridad susceptible de engendrar la con-
fusión; cada una de ellas debe interpretar las expresiones de la otra
parte de la manera más cuidadosa y pertinente posible.

Mediante estas reglas, el enfoque pragma-dialéctico logra un análisis


que:
1. Permite clasificar las falacias a partir de tres criterios: a) Cuál de las
diez reglas es violada, b) en qué etapa o etapas ocurre la violación, y
c) cuál de los dos miembros del debate, el protagonista o el antago-
nista, comete la falacia.
2. Permite obtener una explicación de todas las falacias tradicionales.
Así, por ejemplo, la falacia de afirmar el consecuente (confundir las

221
Pedro José Posada Gómez

condiciones necesarias y suficientes, tratando a una condición nece-


saria como si fuese suficiente) sería una violación de la regla 8, por
parte del proponente, en la etapa de argumentación.
La falacia de ambigüedad (manipular la ambigüedad referencial, sin-
táctica o semántica) sería una violación de la regla 10, que podrían
cometer, tanto el proponente como el oponente, en cualquier etapa de
la discusión.
El argumento ad baculum (presionar a la parte contraria amenazán-
dola con sanciones) sería una violación de la regla 1, en la etapa de
confrontación), por cualquiera de las partes en el debate, etc.
3. El análisis puede ser más sistemático y refinado que el tradicional,
pues permite distinguir claramente algunas falacias agrupadas no-
minalmente y reunir algunas que estaban separadas. Por ejemplo: el
argumentum ad populum contiene dos variantes que corresponden a
las violaciones de las reglas 4 y 7, y se muestra que una variante del
argumento ad verecundiam y otra del argumentum ad populum son
la misma falacia, que es una violación de la regla 7. Así mismo, es
posible señalar dos variantes de la falacia denominada el hombre de
paja, bien como violación de la regla 4 o de la regla 3. Tres varian-
tes de la falacia ad verecundiam, violaciones de las reglas 7, 2 y 4,
respectivamente; y dos variantes de la falacia de evadir el peso de la
prueba, como violaciones de las reglas 2 y 6. De esta última se dis-
tingue la falacia de desplazar el peso de la prueba, que tiene también
dos variantes, ambas violaciones de la regla 2: exigir que el antago-
nista demuestre que el punto de vista del protagonista es incorrecto, o
exigir que solo la parte contraria defienda su punto de vista, apelando
al criterio de equidad (o “principio de presunción”).
4. El enfoque pragma-dialéctico permite distinguir algunas falacias que
no estaban en la lista tradicional: negar una premisa implícita (viola-
ción de la regla 5), negar un punto de vista aceptado (violación de la
regla 6), absolutizar el éxito de la defensa (violación de la regla 9),
entre otras (Cfr. Van Eemeren y Grootendorst, 2002, Cap. 19).

Por todo ello, posiblemente el enfoque pragma-dialéctico es, actualmen-


te, el que permite un análisis más sistemático, coherente y objetivo de los
argumentos falaces; al menos, de aquellos que pueden presentarse en la ar-
gumentación vista desde la perspectiva dialéctica; es decir, como intento de
resolver una disputa o diferencia de opinión mediante una argumentación
racional.

222
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Los autores resaltan las diferencias entre este enfoque y el enfoque tra-
dicional de las falacias:

Nuestro enfoque de las falacias es más amplio y, al mismo tiempo, más espe-
cífico que el enfoque tradicional centrado en la lógica. Es más amplio porque
abarca en su análisis, desde un comienzo, todas las violaciones de las reglas
de la discusión, no sólo los errores “lógicos” relacionados con la validez. Es
más específico, porque las falacias se conectan sistemáticamente con la re-
solución de las diferencias de opinión. La consecuencia más significativa de
esto es que nuestro enfoque permite comprender por qué algo es considerado
una falacia. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 124)

Finalmente, reconociendo que no siempre es claro que un discurso esté


orientado a la resolución de una disputa, la pragma-dialéctica propone la es-
trategia del “análisis máximamente dialéctico”, que consiste en interpretar
el discurso (o parte de él) como si fuera parte de una discusión crítica (pp.
124-125).

6.3. Dialéctica, lógica y retórica en la teoría pragma-dialéctica

El carácter dialéctico del modelo pragma-dialéctico es evidente por la


orientación misma de su análisis centrado en los mecanismos que operan
en la resolución de una disputa y por su inspiración en los desarrollos de la
dialéctica formal de Hamblin, Lorenzen, Barth y Krabbe.
Más complejo es precisar el lugar de la lógica y la retórica en este mo-
delo. Empezando por el caso de la lógica, hemos encontrado varias pistas
indicadoras. En primer lugar, los pragma-dialécticos critican los modelos de
Perelman y Toulmin por haber negado que la lógica desempeñe algún papel
en el desarrollo de la argumentación.
En varios lugares, los pragma-dialécticos parecen conceder algún papel a
los criterios lógicos en la producción y elaboración de los argumentos. Así,
en la caracterización del programa de investigación se opone el enfoque
retórico (centrado en la persuasividad) al enfoque dialéctico (centrado en
la “fuerza lógica” de la argumentación). Vimos también cómo se distinguió
entre un “nivel pragmático” y un “nivel lógico” del análisis de las premisas
implícitas en el discurso argumentativo:

En el nivel pragmático, el análisis se dirige a la reconstrucción del acto de


habla complejo realizado al presentar la argumentación; en el nivel lógico,
a la reconstrucción del razonamiento que subyace a la argumentación. En la
práctica, el análisis lógico se pone al servicio del análisis pragmático. (Van
Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 81)

223
Pedro José Posada Gómez

Vimos allí cómo la lógica formal es usada para determinar el “mínimo


lógico” y el “óptimo pragmático” en el análisis de las premisas implícitas.
Vimos también que este uso de las herramientas de la lógica formal iba
acompañado de un rechazo del “deductivismo absoluto”.
También encontramos que para los pragma-dialécticos la validez lógica
es un elemento que se debe considerar en la evaluación de argumentos:
“Las contradicciones lógicas y las inconsistencias pragmáticas y de otro
tipo debilitan más o menos seriamente la fuerza del discurso argumentati-
vo” (p. 115). En este caso, la consistencia lógica es solo un tipo entre otros
de consistencia y apenas se le reconoce un modesto papel, subordinado a
los elementos pragmáticos: “la simple reconstrucción de la forma lógica
del argumento no es de ninguna manera suficiente para lograr una adecuada
evaluación de la argumentación”.
Ahora bien, si tomamos en cuenta que una de las reglas de la discusión
crítica hace alusión explícita a la validez (la regla 8 o Regla de la validez:
“Una parte no debe utilizar sino argumentos lógicamente válidos, o suscep-
tibles de ser validados mediante la explicitación de una o varias premisas”)
podemos concluir que la pragma-dialéctica considera a la validez lógica
como un elemento necesario de los argumentos, pero que no es suficiente
por sí mismo para determinar la validez total de la argumentación.
Queda por determinar la función de los elementos retóricos en el modelo
pragma-dialéctico. Parece haberse operado un cambio entre la idea que se
expresa sobre la versión retórica (o sobre el enfoque retórico) del programa
de investigación presentado como opuesto al enfoque dialéctico en el libro
Argumentación, comunicación y falacias (cuya primera edición es de 1999)
y trabajos posteriores en los que los pragma-dialécticos se proponen expli-
citar el papel de la retórica en su modelo.
Recordemos las características que se asociaron inicialmente a la pers-
pectiva retórica del programa de investigación: Filosofía antropo-relativis-
ta; teoría epistémico-retórica; reconstrucción orientada al auditorio; des-
cripción centrada en la persuasividad; y práctica orientada a la prescripción.
Estas se enfrentan a las características del enfoque dialéctico: Filosofía
crítico-racionalista; teoría pragma-dialéctica; reconstrucción orientada a la
resolución; descripción centrada en la fuerza lógica; y práctica orientada a
la reflexión.
Examinaremos si esta concepción de la retórica es modificada substan-
cialmente en los trabajos posteriores de los pragma-dialécticos. Veámoslo.
Frans H. van Eemeren y Peter Houtlosser han publicado algunos artículos
sobre el tema de la integración de la perspectiva retórica en la pragma-dia-

224
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

léctica. Revisaremos dos de ellos: “Rhetoric in pragma-dialectics” (2006)267


y “Rhetorical Analysis within a Pragma-Dialectical Framework. The Case
of R. J. Reynolds” (2000).
Los autores parten de reconocer el carácter de ideal dialéctico que tiene
su modelo de análisis: “The pragma-dialectical model of a critical discus-
sion is, in fact, a description of what argumentative discourse would look
like if it were solely and optimally aimed at resolving a difference” (2006,
p. 3).
En la vida cotidiana, sin embargo, el intercambio dialéctico puede estar
motivado por fines diferentes a la resolución de una disputa, como el pare-
cer simpáticos o inteligentes. En un sentido general y débil del concepto:
“hay un aspecto retórico (pragmático) de todo el discurso argumentativo:
los participantes están siempre buscando los efectos que más le convienen”.
Pero hay también un sentido más fuerte en el cual todo discurso es retórico:
“quien toma parte en un discurso argumentativo trata de resolver la diferen-
cia de opinión en su propio beneficio, y su uso del lenguaje y otros aspec-
tos de su conducta son diseñados para alcanzar precisamente este efecto”
(2006, p. 3).
Antes de profundizar en este aspecto retórico del discurso, conviene re-
cordar que este es paralelo o simultáneo con el objetivo dialéctico de los
que debaten:

Como una regla, pretenderán, por lo menos, que están interesados prima-
riamente en la resolución de sus diferencias de opinión. La gente que se
compromete en el discurso argumentativo puede considerarse como com-
prometida con lo que ha dicho o implicado. Si un movimiento no es exitoso,
no se puede evadir de su responsabilidad dialéctica diciendo “era sólo retó-
rica”. Aunque busque de todas las formas posibles que su punto de vista sea
aceptado, debe sostener la imagen de alguien que juega a resolver el juego
mediante reglas. (Van Eemeren y Houtlosser, 2006, p. 4)

El elemento retórico del discurso es analizado, en el artículo de 1997,


bajo el subtítulo “Racionalidad instrumental en el discurso ordinario”. Y el
principal concepto del análisis es la idea de “maniobras estratégicas”:

El balance que hacen las personas entre el objetivo (dialéctico) de disposi-


ción a la resolución (de la diferencia de opinión) y el objetivo retórico de
hacer aceptar su propia posición, regularmente da lugar a un maniobrar
estratégico, en tanto que las personas buscan satisfacer sus obligaciones

267 Artículo basado en las ponencias presentadas por los autores en la 10th AFA/SCA Conference
on Argumentation in Alta, Noruega.

225
Pedro José Posada Gómez

dialécticas sin sacrificar sus objetivos retóricos. Ellos intentan hacer un uso
retórico de las oportunidades ofrecidas por la situación dialéctica para resol-
ver la diferencia de opinión en su propio beneficio268.

La referencia a la “racionalidad instrumental”, en el artículo de 1997, es


reemplazada, en el artículo del 2000, por una a la “strategic maneuvering
in argumentative discourse”. Esta variación nos permite entender que los
autores asimilan las “maniobras estratégicas” a una forma de “racionalidad
instrumental” (que nosotros, siguiendo a Habermas, podremos denominar
también “racionalidad estratégica”).
Los pragma-dialécticos insisten en que las personas que discuten, a pesar
de que también persiguen el objetivo “retórico” de hacer triunfar su punto
de vista, por regla general deben mantener la apariencia de que están inte-
resados en el objetivo dialéctico de resolver la diferencia de opinión: “As a
rule, they will therefore at least pretend to be primarily interested in having
the difference of opinion resolved” (2000, p. 295). Acto seguido, los autores
introducen una nota aclaratoria que merece ser comentada. Dicen: “We do
not follow Perelman and Olbrechts-Tyteca in differentiating between dia-
lectical discussion as ‘a sincere quest for the truth’ and rhetorical debate in
which the protagonists ‘are chiefly concerned with the triumph of their own
viewpoint’ (1969, p. 38)” (2000, p. 303, n. 5)269.
Hago aquí un paréntesis para mostrar que esta crítica a Perelman y Ol-
brechts-Tyteca es errada, como puede verse en una lectura atenta de lo que
dicen los creadores de la Nueva Retórica en el texto citado, el Tratado de
la Argumentación. Se trata de una sección de la Primera Parte del Tratado
(The Framework of Argumentation), bajo el parágrafo 8: “la argumentación
ante un único oyente” (Argumentation Before a Single Hearer), en la cual

268 “The balancing of people’s resolution-minded objective with the rhetorical objective of having
their own position accepted regularly gives rise to strategic manoeuvring as they seek to
fulfil their dialectical obligations without sacrificing their rhetorical objectives. They attempt
to make rhetorical use of the opportunities offered within the dialectical situation in order to
conclude the difference of opinion in their own favour” (1997, p. 4). En el artículo de 2000, los
autores presentan esta misma idea así: “People engaged in argumentative discourse are charac-
teristically oriented toward resolving a difference of opinion and may be regarded committed to
norms instrumental in achieving this purpose – maintaining certain standards of reasonableness
and expecting others to comply with the same critical standards. This does, of course, not mean
that they are not interested in resolving the difference in their own favor. Their argumentative
speech acts may even be assumed to be designed to achieve primarily this effect. There is, in
other words, not only a dialectical, but also a rhetorical dimension to argumentative discourse”
(2000, p. 295).
269 La referencia es a la edición inglesa del Tratado de Perelman-Olbrechts (1969), The New Rhe-
toric. A Treatise on Argumentation. London: University of Notre Dame Press.

226
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

los autores caracterizan el tipo de auditorio que se da en el diálogo y dife-


rencia entre los conceptos de “discusión” y “debate”, aclarando y tomando
distancia tanto de los autores clásicos como de los modernos. Veamos.
Perelman-Olbrechts comienzan haciendo referencia a la primacía de la
dialéctica —como argumentación para un único oyente— sobre la retórica
—argumentación dirigida a un auditorio amplio—, por parte de algunos au-
tores de la antigüedad. Quienes tal hacen, reconocen el valor filosófico de la
dialéctica para la búsqueda de la verdad, en términos de la Nueva Retórica,
el hecho de estar dirigida al auditorio universal (del cual, el otro en el diálo-
go, sería una encarnación), rasgo que acerca a la dialéctica con la lógica, a
la cual fue a veces asimilada.
Para Perelman-Olbrechts, este modelo filosófico del diálogo ha sido en-
tendido por los autores más modernos como un tipo de discusión y no como
un tipo de debate. Pues la discusión se plantea desde un punto de vista
heurístico (de búsqueda de una conclusión válida), mientras que el debate
se ubica en un punto de vista erístico (la defensa de una tesis o posición
asumida por cada una de las partes). Es en este contexto donde P-O afirman:
“... resulta comprensible que la discusión se presente como una búsqueda
sincera de la verdad, mientras que, en el debate, la preocupación está, sobre
todo, en el triunfo de la propia tesis” (1969, p. 38/1989, p. 82).
Vemos cómo para P-O no se trata de una oposición entre dialéctica y
retórica sino entre dos formas del intercambio dialéctico: la discusión y
el debate (que corresponden a dos de los tipos de discurso dialéctico que
Aristóteles llamó examinativo y erístico, respectivamente). Pero, además,
en el párrafo siguiente, P-O critican esta idea clásica del diálogo (como
discusión), pues consideran que es solo por una “generalización audaz”
que se llega a asimilar a los interlocutores en una discusión desinteresada
como portavoces del auditorio universal y que solamente una “visión muy
esquemática de la realidad” “asimilaría la determinación del peso de los
argumentos a una pesada de lingotes”. Así, P-O enfatizan el carácter ideal
del modelo del diálogo filosófico y señalan que, aparte de algunos casos
especiales como el proceso jurídico o el debate parlamentario, es difícil
mantener la distinción entre “un diálogo que tiende a la verdad y un diá-
logo que sólo sería una sucesión de alegatos”. Los diálogos estrictamente
erísticos o heurísticos son casos excepcionales, además de que la mayoría
de los discursos (incluidos muchos discursos de los autores clásicos) están
dirigidos a auditorios particulares (Perelman y Olbrechts, 1994, pp. 82-83).
Después de este paréntesis aclaratorio, retomo la presentación de la pro-
puesta de integración del enfoque retórico en la pragma-dialéctica. Para los
pragma-dialécticos, las “estrategias retóricas” son “diseños discursivos que

227
Pedro José Posada Gómez

consisten en un uso sistemático y deliberado de las oportunidades disponi-


bles para adelantar movimientos que lleven a la resolución de una diferen-
cia de opinión en beneficio propio”270.
Ahora bien, las estrategias retóricas empleadas en el discurso por el es-
critor o el hablante pueden manifestarse en tres niveles:
1. En la selección del material,
2. En su adaptación al auditorio, y
3. En el modo de su presentación.
Es decir:

Para alcanzar un resultado retórico óptimo, los movimientos seleccionados


deben ser opciones efectivas de un potencial disponible, los movimientos
deben ser adaptados al auditorio de modo que incluyan las demandas de la
audiencia, y la presentación de los movimientos debe ser discursiva y estilís-
ticamente apropiada. (Van Eemeren y Houtlosser, 2006, p. 4)

De este modo “una estrategia retórica es exitosa si los esfuerzos retóricos


en los tres niveles son convergentes, y se da así una fusión de las influencias
persuasivas” (p. 4)271.
Los autores son enfáticos al afirmar que este uso estratégico de la retó-
rica no es incompatible con los objetivos dialécticos de resolver razonable-
mente la diferencia de opinión:

A primera vista, el objetivo retórico de obtener una posición favorable en la


confrontación parece contrario al fin dialéctico de la resolución de la diputa,
pero no es necesariamente así. En la medida en que el que confronta no os-
curezca la diferencia mistificando las posiciones mutuas o trate de inmunizar
su punto de vista contra la crítica, no hay nada incorrecto en que trate de dar
forma a la diferencia en el sentido que lo lleve a alcanzar una resolución
que le permita triunfar en el debate. Lo único no admitido es ser contra-
dialéctico, por ejemplo, reducir las posibilidades de alcanzar una resolución
razonable del debate. (Van Eemeren y Houtlosser, 2006, p. 12)272

270 “Rhetorical strategies in our sense are designs of discourse consisting in the deliberate and
systematic use of opportunities available for carrying out moves aimed at resolving a difference
of opinion to one’s own advantage” (Van Eemeren y Houtlosser, 2006, p. 4).
271 “In order to achieve the optimal rhetorical result, the selected moves must be an effective
choice from the available potential, the moves much be in such a way adapted to the audience
that they comply with auditorial demands, and the presentation of the moves must be discur-
sively and stylistically appropriate” (...) “A rhetorical strategy is, in fact, optimally successful
if the rhetorical efforts at the three levels converge, so that a fusion of persuasive influences is
generated” (Van Eemeren y Houtlosser, 2006, p. 4).
272 Cuando las estrategias retóricas se comportan de modo contra-dialéctico incurrirán en falacias.

228
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Cada una de las etapas o niveles del proceso de resolución de una dispu-
ta (confrontación, apertura, argumentación y conclusión) tiene un objetivo
dialéctico específico y, además, conlleva su propio objetivo retórico: “the
dialectical objective of a particular discussion stage always has a rhetorical
complement” (Van Eemeren y Houtlosser, 2000, p. 298).
Así, por ejemplo, en la etapa de confrontación, pueden presentarse las
siguientes maniobras estratégicas:

I.- En primer lugar, hacer una selección estratégica del espacio de des-
acuerdo potencial inherente al acto argumentativo. Si el acto es no
asertivo, sus condiciones de felicidad son la fuente principal para la
identificación de este potencial. Si el acto es asertivo, la teoría clásica
brinda una especificación de las condiciones de felicidad, que pueden
ser refinadas incluso más adelante por la diferenciación entre los varios
tipos de proposición a los cuales el asertivo puede pertenecer (descrip-
tivo, evaluativo o incitativo).
II.- En segundo lugar, el hablante puede poner el tema en una perspectiva
que esté de acuerdo con las visiones del antagonista o del auditorio.
III.- En tercer lugar, el hablante puede emplear herramientas de presentación
que refuercen su posición ante el auditorio, por ejemplo, eligiendo for-
mulaciones que brinden atributos positivos a su caso. (Van Eemeren y
Houtlosser, 2006, p. 13)

Estos “tres aspectos del maniobrar estratégico que apuntan a la consecu-


ción de los objetivos retóricos” son presentados en el artículo del 2000, de
modo más preciso y general:

(…) three different aspects of strategic maneuvering aimed at realizing rhe-


torical aims are to be distinguished: (1) making an adequate selection from
the options constituting the topical potential associated with a particular dis-
cussion stage, (2) selecting a responsive adaptation to audience demands in
that stage, and (3) exploiting the presentational devices appropriate for the
moves made in that stage. (Van Eemeren y Houtlosser, 2000, p. 298)

Nótese que en la versión de 1997 se hace referencia a “una selección es-


tratégica del espacio de desacuerdo potencial”, mientras que en la del 2000
se trata de una adecuada selección del “potencial tópico”. El cambio es de
énfasis y precisión terminológica pero no significa que se haya abandonado
la idea del espacio de desacuerdo potencial, pues en el mismo artículo del

Omitimos aquí el desarrollo de este punto. Por otro lado, la idea de inmunizar un argumento
contra la crítica proviene del racionalismo crítico de Hans Albert y Popper.

229
Pedro José Posada Gómez

2000 se hace referencia a este como un elemento en la escogencia del “po-


tencial tópico”:

Al considerar la elección del potencial tópico, el maniobrar estratégico, en la


fase de la confrontación, apunta a elegir la opción más eficaz entre los pro-
blemas potenciales en discusión, restringiendo el “espacio de desacuerdo”
de tal manera que la confrontación se concentre en el asunto o los puntos
que el hablante o escritor considera más fáciles de manejar. (Van Eemeren y
Houtlosser, 2000, p. 298)

Los autores señalan las coincidencias de este primer momento del aná-
lisis de los elementos retóricos en el debate dialéctico con los aportes de la
Nueva Retórica de Perelman-Olbrechts:

El potencial tópico asociado con una fase dialéctica particular puede ser con-
siderado como el juego de movimientos alternativos pertinente en esa fase
del proceso de la resolución. Perelman y Olbrechts-Tyteca acertadamente
enfatizan que, por el mismo hecho de que se seleccionen ciertos elementos,
“queda implícita su importancia y la pertinencia en la discusión” (1969, pág.
119). Además de dotar a los elementos de una presencia, la supresión delibe-
rada de un movimiento es también un notorio fenómeno de elección (1969,
p. 116). (Van Eemeren y Houtlosser, 2000, p. 298)

También los recursos retóricos de las etapas II y III son pensados si-
guiendo el modelo de la Nueva Retórica:

For optimal rhetorical result, the moves that are made in the various stages
of the discourse must be adapted to audience demand in such a way that they
comply with the listeners’ or readership’s good sense and preferences. In
general, adaptation to audience demand will consist of an attempt to create
a certain amount of empathy or ‘communion’ between the arguer and his
audience. This endeavor may manifest itself in the confrontation stage in the
avoidance of unnecessary or unsolvable contradictions. As a rule, an actor’s
effort in the opening stage is directed to provide (the basis for) his argumen-
tation with ‘the status enjoying the widest agreement’ (1969, p. 179). (Van
Eemeren y Houtlosser, 2000, p. 298)

Y, para la fase III:

For optimally conveying rhetorical moves and making them have a real ef-
fect on the listener or reader, the various presentational devices that can be
employed must be put to good use. It is not surprising that Perelman and
Olbrechts-Tyteca observe that all argumentative discourse presupposes ‘a
choice consisting not only of the selection of elements to be used, but also

230
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

of the technique for their presentation’ (1969, p. 119). (Van Eemeren y Hout-
losser, 2000, p. 299)

En síntesis, los creadores de la pragma-dialéctica consideran que su en-


foque es una revisión de la tradicional separación estricta entre los enfoques
dialécticos y retóricos de la argumentación, que muestra cómo “el discurso
argumentativo puede ser analizado y evaluado más adecuadamente si los
dos se combinan sistemáticamente” (p. 293).
Antes de concluir nuestro examen de este intento de incorporar el enfo-
que retórico en el marco de la pragma-dialéctica, veamos cómo se sitúan los
autores frente a la tradición de la dialéctica y la retórica occidentales.
En varios de sus escritos, los autores hacen un recuento de la historia de
las disciplinas retórica y dialéctica, que tiene por objeto situar a su teoría en
esta tradición. Cito dos párrafos que resumen este recuento:

A pesar de su conexión íntima inicial, desde Aristóteles ha habido una clara


distinción entre la retórica y la dialéctica. El armazón conceptual para el es-
tudio de retórica fue proporcionado por Aristóteles en la Retórica al definir
argumentativamente la retórica como “una habilidad o capacidad (dýnamis)
para ver en cada caso los medios disponibles de persuasión. Al lado de la
perspectiva aristotélica, se desarrolló una tradición isocrática más concen-
trada en el estilo y los aspectos literarios. En el De oratore Cicerón integra
estos aspectos en el armazón aristotélico. Hasta el siglo XVII la historia oc-
cidental de la teoría de retórica es, sobre todo, ciceroniana; después de su re-
descubrimiento en el siglo XV, la Institutio oratoria de Quintiliano (1999) se
convirtió en la mayor autoridad clásica de la retórica en la educación (Ken-
nedy, 1994, pp. 158-181). (Van Eemeren y Houtlosser, 2000, pp. 295-296)273

La dialéctica fue vista por los sofistas como erística, mientras que Platón la
vio como un medio para encontrar la verdad. Según Reboul (1990), Aris-
tóteles desarrolló la dialéctica en los Tópicos como un sistema de diálogos
regulados para refutar una afirmación, partiendo de las concesiones de la otra
parte. En la época medieval la dialéctica logró una importancia a expensas
de la retórica, la cual —después de que el estudio de la inventio y la disposi-
tio fuera trasladado de la retórica a la dialéctica— se redujo a una doctrina de
la elocutio y la actio. Con Ramus este desarrollo culminó en una separación
estricta entre la dialéctica y la retórica; la retórica que será exclusivamente
consagrada al estilo, y la dialéctica será incorporada en la lógica (Meerhoff,
1988). (Van Eemeren y Houtlosser, 2000, pp. 295-296)274

273 La referencia incluída es a: Kennedy, G. A. (1994), A New History of Classical Rhetoric. Princ-
eton, NJ: Princeton University Press.
274 La referencia es a: Meerhoff, C. G. (1988), ‘Agricola et Ramus: Dialectique et Rhétorique’,
in F. Akkerman and A. J. Vanderjagt (eds.), Rodolphus Agricola Phrisius 1444-1485. Leiden:

231
Pedro José Posada Gómez

Después de señalar que Aristóteles conjugó en su Retórica los puntos de


vista opuestos de Platón y los sofistas, los pragma-dialécticos se reconocen
deudores de la tradición de Boecio y Agrícola, que subsumieron los elemen-
tos de la retórica en la dialéctica:

Según Mack, para Boecio la dialéctica es más importante, pues proporcio-


na su base a la retórica (1993, pág. 8, n. 19). El desarrollo del humanismo
“provocó una reconsideración del objeto de la dialéctica y una reforma de la
relación entre la retórica y la dialéctica” (1993, pág. 15). En De inventione
dialectica libri tres (1479), una contribución mayor a la teoría humanista de
la argumentación, Agrícola construye un punto de vista ciceroniano según el
cual la dialéctica y la retórica no pueden ser separadas, e incorpora las dos en
una teoría. A diferencia de Perelman y Olbrechts-Tyteca quienes —mucho
más tarde— trajeron los elementos de la dialéctica a la retórica, Agrícola
fusiona los elementos de la retórica en la dialéctica. (Van Eemeren y Hout-
losser, 2000, pp. 296-297)275

Quedando señalada esta diferencia con la Nueva Retórica de Perelman-


Olbrechts, puntualizan su concepción de la dialéctica y el vínculo de ella
con la retórica en el marco pragma-dialéctico: “To overcome the sharp and
infertile ideological division between rhetoric and dialectic, we view dia-
lectic —in line with Agricola— as a theory of argumentation in natural
discourse and fit rhetorical insight into our dialectical framework” (2000,
p. 297)276.
Y agregan enseguida una precisión sobre la dialéctica —que usa prag-
máticamente la lógica— y de la retórica —como “estudio de las técnicas de
persuasión”—:

Concibiendo la dialéctica como discurso dialéctico, promovemos una con-


cepción que no sólo difiere de la dialéctica aristotélica, sino también de las
dialécticas formales. Teóricamente, nosotros definimos la dialéctica como
“un método de oposición regimentada” en la comunicación verbal y en la
interacción “que toma en cuenta la aplicación pragmática de la lógica, un
método colaborativo de usar la lógica para mover de la conjetura y la opinión
a la creencia más segura” (Van Eemeren, Grootendorst, Jackson y Jacobs,
1997, pág. 214). Nosotros vemos a la Retórica como el estudio teórico de

Brill, pp. 270-280.


275 Referencia a: Mack, P. (1993). Renaissance Argument. Valla and Agricola in the Traditions of
Rhetoric and Dialectic. Leiden: Brill.
276 “Para superar la aguda e infecunda división ideológica entre la retórica y la dialéctica, nosotros
vemos a la dialéctica —en línea con Agricola— como una teoría de argumentación en el dis-
curso natural y asumimos la visión retórica en nuestro armazón dialéctico.”

232
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

las técnicas prácticas de persuasión. (Van Eemeren y Houtlosser, 2000, p.


297)277

En un trabajo posterior, los autores mostrarán cómo esta integración de


los elementos retóricos en la pragma-dialéctica permite incluso perfeccio-
nar el análisis de las falacias (los “descarrilamientos” del intercambio dia-
léctico):

Porque la función estratégica de movimientos argumentativos puede ahora


ser tenida en cuenta, la teoría extendida permite también un tratamiento más
exacto y realista de las falacias en la evaluación del discurso argumentativo,
que explica su potencial de persuasión así como su carácter traicionero. De
esta manera se crea una nueva perspectiva para el estudio de la argumenta-
ción que supera la división tradicional entre el acercamiento dialéctico y el
acercamiento retórico del discurso argumentativo mediante la habilitación
de un enfoque integrado en el que la visión dialéctica y la retórica son te-
nidas en cuenta sistemáticamente. (Van Eemeren y Houtlosser, 2006, pp.
381-392/2007, p. 390)278

Intentemos ahora extraer algunas conclusiones sumarias sobre el tra-


tamiento pragma-dialéctico de las tres disciplinas aristotélicas: dialéctica,
lógica y retórica. A modo de hipótesis general quisiéramos mostrar que la
teoría pragma-dialéctica es una teoría sobre la forma dialéctica o delibera-
tiva de la argumentación, que toma en cuenta algunos elementos básicos de
la lógica y la retórica.
La lógica es usada como herramienta del análisis pragma-dialéctico en
varios sentidos: la búsqueda de consistencia, el establecimiento del mínimo
lógico y el óptimo pragmático de los argumentos implícitos, la regla de
mantener la consistencia lógica como una regla del discurso racional. Este

277 Referencia a: Eemeren, F. H. van, R. Grootendorst, S. Jackson and S. Jacobs, (1997), ‘Argu-
mentation’, in T. A. van Dijk (Ed.), Discourse as Structure and Process. Discourse Studies:
A Multidisciplinary Introduction, Vol. I, Ch. 8. London: Sage, pp. 208-229. En un artículo
posterior darán esta definición de la retórica: “rhetoric is the theoretical study of the potential
effectiveness of argumentative discourse in convincing or persuading an audience in actual
argumentative practice.” Frans H. van Eemeren & Peter Houtlosser (2006/2007), ‘Strategic
Maneuvering: A Synthetic Recapitulation’, en Argumentation (20), pp. 381392. Springer, p.
383.
278 En un trabajo posterior los autores agregan que “The dialectical phasing is instrumental in
resolving the difference of opinion; the rhetoric phasing is instrumental in acquiring the
audience’s assent” (“La fase dialéctica es instrumental para resolver la diferencia de opinión;
la fase retórica es instrumental para adquirir el asentimiento del público”) (Van Eemeren y
Houtlosser, 2007, p. 10, n. 8).

233
Pedro José Posada Gómez

uso está sustentado en una concepción de la racionalidad que no excluye


la coherencia ni la validez lógica, aunque no las considera primordiales
ni suficientes en el análisis de la argumentación. En este sentido, la teoría
pragma-dialéctica difiere de las teorías de Perelman-Olbrechts y Toulmin,
tal como lo señalaron los autores en 1992:

Tanto Toulmin como Perelman trataron de presentar una alternativa a la lógi-


ca formal que fuera más adecuada para analizar la argumentación cotidiana.
Ambos lo hicieron tomando como modelo inicial los procedimientos racio-
nales del razonamiento legal. Sin embargo, en nuestra opinión, el resultado
no es completamente satisfactorio en ninguno de los dos casos. Esto se debe,
al menos en parte, a su inadvertido prejuicio de que la lógica no tiene nada
que ofrecerle al análisis de la argumentación. Sin prestarle ninguna atención
a los desarrollos modernos, consideran a la lógica formal como equivalente
a la silogística o, en todo caso, la declaran inaplicable a los argumentos coti-
dianos. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 23)

Excepto la equivalencia entre lógica formal y silogística —que posi-


blemente Perelman y Toulmin, conocedores de la lógica formal clásica y
contemporánea, no aceptarían— el diagnóstico me parece acertado. He-
mos visto cómo Toulmin denuncia la estrechez de los métodos y conceptos
lógico-formales para analizar los argumentos concretos de la vida real; y
cómo Perelman reacciona contra el logicismo derivado de los teóricos del
positivismo lógico, excluyendo primero a la lógica formal de su modelo
teórico y considerándolo luego como un caso límite de argumentación, casi
inexistente en la argumentación cotidiana.
Excede los límites de mi indagación el decidir si la introducción de las
herramientas y nociones lógicas en el modelo pragma-dialéctico es la más
precisa y adecuada para una teoría general de la argumentación. Harán falta
más investigaciones para refinar el análisis de los elementos lógicos en la
argumentación cotidiana y la aplicabilidad de los nuevos desarrollos de la
lógica en estos análisis.
Más interesante resulta el intento de superar la dicotomía entre el análisis
dialéctico y el análisis retórico, introduciendo elementos de la última en el
modelo pragma-dialéctico.
Señalamos al comienzo que, en su ya casi clásico libro Argumentación,
comunicación y falacias, los autores plantearon una contraposición entre
“enfoque dialéctico” y “enfoque retórico”. Y si bien los trabajos posteriores
insisten en el esfuerzo por superar la división, quedan dudas sobre si man-
tienen o no la concepción de la retórica que allí se presentaba. Recordemos
que en esa época los autores caracterizaban el enfoque retórico como uno

234
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

que expresaba: “1. Una filosofía antropo-relativista, 2. Una teoría epistemo-


retórica, 3. Una reconstrucción orientada al auditorio, 4. Una descripción
centrada en la persuasividad y 5. Una práctica orientada a la prescripción”
(Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 30).
Los trabajos posteriores no parecen desmentir esa concepción, solo que
ya no consideran a la retórica como contrapuesta sino como complemen-
taria del “enfoque dialéctico”. Ahora bien, cuando en los trabajos más re-
cientes se asume la idea de la retórica como búsqueda de los medios de
persuasión y se denomina a estos medios como “maniobras estratégicas”,
queda la sensación de que esta concepción de la retórica incorpora el tipo
de intercambio dialéctico que Aristóteles llamó erístico. Sería entonces una
retórica erística en su objetivo (ganar la adhesión del otro para el propio
punto de vista) y persuasiva en sus medios (la selección de los tópicos acep-
tables para el auditorio, la elección de recursos lingüísticos y estilísticos
apropiados al fin, etc.). Evaluaremos en nuestras conclusiones si el modelo
integrado de la pragma-dialéctica (con sus componentes lógicos y retóricos)
resulta adecuado para todo tipo de intercambio y expresión lingüística, o
si debemos mantener una división entre el trabajo de la dialéctica (como
búsqueda racional de resolución de las diferencias de opinión) y el de la
retórica (como búsqueda incondicional de obtener, por cualquier medio, la
persuasión del auditorio).

235
Capítulo 7

Teoría de la argumentación como acción comunicativa


(Habermas)

En este último capítulo presentaré y analizaré la propuesta habermasiana


de una Teoría General de la Argumentación esbozada en el marco de la
Teoría de la Acción Comunicativa. Desarrollaré los siguientes temas: 1) La
argumentación como un tipo especial de acción comunicativa; 2) Los tres
momentos, lógico, dialéctico y retórico del habla argumentativa; 3) Un mo-
delo para la argumentación en el discurso de la racionalidad práctica; y 4)
Conclusiones provisionales sobre la propuesta de Habermas.
Las tesis de Jürgen Habermas sobre la teoría de la argumentación fue-
ron presentadas por el autor en dos textos: En el “Excurso sobre teoría de
la argumentación” que hace parte del volumen I de su Teoría de la acción
comunicativa (1981/1999) y en el tercer capítulo de Conciencia moral y
acción comunicativa titulado “Ética del discurso. Notas sobre un programa
de fundamentación” (1983/1985, pp. 57-134). Como en este segundo texto
Habermas se apoya en el trabajo de Robert Alexy, expondremos las tesis de
este último en la sección 7.3.

7.1. La argumentación como un tipo especial de acción comunicativa

Uno de los aportes fundamentales de Habermas a la reflexión filosófica


contemporánea es el que aparece en los dos volúmenes de su Teoría de la
acción comunicativa. Dicha obra ha sido objeto de numerosos comentarios
y recensiones279, por lo que aquí me limitaré a presentar los lineamientos

279 McCarthy, Thomas (1987). La Teoría Crítica de Jürgen Habermas. Madrid: Tecnos; Gabás,
Pedro José Posada Gómez

generales de la teoría, enfatizando los lineamientos que en ella se dan para


la teoría de la argumentación.
La Teoría de la Acción Comunicativa es el compendio sistematizado de
una serie de investigaciones sobre el uso del lenguaje como instrumento
de comunicación y entendimiento, que el autor venía desarrollando desde
mediados de los años setenta del siglo pasado, y de los cuales el trabajo
más emblemático podría ser el ensayo de 1976 “¿Qué es una pragmática
universal?”280. En él se usan ya muchos de los conceptos que harán parte
del libro de 1981. No nos detendremos aquí en la evolución de la teoría
habermasiana. De este trabajo previo solo retomo aquí la determinación
general del objetivo de esa “pragmática universal”, mediante algunas citas
y un comentario:
Inicialmente nos dice: “La pragmática universal tiene como tarea iden-
tificar y reconstruir las condiciones universales del entendimiento posible”
(Habermas, 1993, p. 299).
Y un poco más adelante nos lo dice en otros términos: “He propuesto el
nombre de ‘pragmática universal’ para el programa de investigación que
tiene por objeto reconstruir la base universal de validez del habla” (p. 302).
Habermas entiende por reconstrucción un procedimiento científico que
no es ni inducción empírica, ni deducción lógica (la epistemología de Piaget
y la gramática generativo-transformacional de Chomsky serían modelos de
tal procedimiento). En relación con el objeto de esta reconstrucción, nos
dice más adelante:

Voy a sostener la tesis de que no sólo el lenguaje [la lengua] sino también el
habla, es decir, el empleo de oraciones en emisiones, es accesible a un aná-
lisis formal. Al igual que las unidades elementales del lenguaje (oraciones),
también las unidades elementales del habla (emisiones) pueden analizarse en
la actitud de una ciencia reconstructiva. (Habermas, 1993, p. 304)281

Raúl, (1980), J. Habermas: Dominio técnico y comunidad lingüística. Barcelona: Ariel; Corti-
na, Adela, (1985), Crítica y utopía: la Escuela de Fráncfort. Madrid: Cincel; entre otros.
280 Habermas, J. (1976). “Was heisst Universalpragmatik”. En Apel, K.O. (Ed.), Sprachpragmatik
und Philosophie. Fráncfurt. Cito aquí la versión española en Habermas, J. (1993).
281 En un escrito posterior titulado “Ciencias sociales reconstructivas vs. Comprensivas (Verste-
hende)” encontramos esta aclaración: “Me refiero a las reconstrucciones racionales del know-
how del sujeto capaz de hablar y de actuar y al que se confía la producción de manifestaciones
válidas y que también es capaz de distinguir entre las manifestaciones válidas y Las no válidas,
al menos de un modo intuitivo (...) las reconstrucciones racionales pueden explicar los casos
desviados, y con esta autoridad legislativa indirecta también pueden aspirar a ejercer una fun-
ción crítica (...) Y si conseguimos analizar condiciones de validez muy generales, pueden darse
reconstrucciones racionales que pretendan describir universales y, por lo tanto, representar un
conocimiento teórico competitivo” (Habermas, 1983/1985, p. 45).

238
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Habermas apoya su trabajo en una interpretación de la teoría de los actos


lingüísticos de Austin y Searle, teoría que el autor reconoce como pionera
en el análisis del aspecto pragmático (del uso) del lenguaje; interpretación
que, como veremos, será retomada en las obras posteriores del autor.
Usando la terminología austiniana, nos define más ampliamente la tarea
de la pragmática universal:

La intención básica que la teoría de los actos de habla comparte con el pro-
yecto de desarrollar una pragmática universal se refleja en que esa teoría
tematiza las unidades elementales del habla (emisiones, Ausserungen) con la
misma actitud que la Lingüística tematiza las unidades del lenguaje (oracio-
nes, Sätze). Meta del análisis reconstructivo del lenguaje es la descripción
explícita de las reglas que un hablante competente tiene que dominar para
formar oraciones gramaticales y emitirlas de forma aceptable (...) Se supo-
ne, además, que la competencia comunicativa tiene un núcleo tan universal
como la competencia lingüística. Una teoría general de los actos de habla
describiría, por tanto, exactamente el sistema fundamental de reglas que los
hablantes adultos dominan en la medida en que son capaces de cumplir las
condiciones de un empleo afortunado de oraciones en actos de habla- con
independencia del lenguaje particular al que esas oraciones pertenezcan y de
los contextos contingentes en que tales emisiones estén insertas. (Habermas,
1993, pp. 325-326)

Th. McCarthy, en un trabajo ya clásico, sobre este período del pensa-


miento de Habermas, interpreta así la idea habermasiana de “pragmática
universal”:

La concepción de Habermas de una pragmática universal se basa en la pre-


tensión de que no sólo los rasgos fonéticos, sintácticos y semánticos de las
oraciones, sino también ciertos rasgos pragmáticos de las emisiones —esto
es, no sólo la lengua sino también el habla, no sólo la competencia lingüísti-
ca sino también la “competencia comunicativa”— admiten una reconstruc-
ción racional en términos universales. (McCarthy, 1978/1987, p. 317)

Aunque el concepto de “acción comunicativa” ya era usado por Haber-


mas en algunos escritos de los años setenta, aquí nos limitaremos a la ver-
sión que aparece en el libro de 1981 (y posteriores). El concepto es defini-
do aquí en el contexto de la explicitación de lo que el autor denomina los
“cuatro conceptos sociológicos de acción”, a saber: la acción teleológica
(instrumental o estratégica), la acción normativa (o regulada por normas),
la acción dramatúrgica (o expresiva) y la acción comunicativa (a veces de-
nominada: “acción orientada al entendimiento”).

239
Pedro José Posada Gómez

En el primer volumen de la Teoría de la acción comunicativa (TAC)


tales tipos de acciones son definidas así (cito en extenso):

El concepto de acción teleológica ocupa desde Aristóteles el centro de la


teoría filosófica de la acción. El actor realiza un fin o hace que se produzca
el estado de cosas deseado eligiendo, en una situación dada, los medios más
congruentes y aplicándolos de manera adecuada. El concepto central es el
de una decisión entre alternativas de acción, enderezada a la realización de
un propósito, dirigida por máximas y apoyada en una interpretación de la
situación.
La acción teleológica se amplía y convierte en acción estratégica cuando
en el cálculo que el agente hace de su éxito interviene la expectativa de
decisiones de a lo menos otro agente que también actúa con vistas a la rea-
lización de sus propios propósitos. Este modelo de acción es interpretado
a menudo en términos utilitaristas; entonces se supone que el actor elige y
calcula medios y fines desde el punto de vista de la maximización de utilidad
o de expectativas de utilidad. Este modelo de acción es el que subyace a los
planteamientos que en términos de teoría de la decisión y teoría de los juegos
se hacen en Economía, Sociología y Psicología Social.
El concepto de acción regulada por normas se refiere no al comportamien-
to de un actor en principio solitario que se topa en su entorno con otros ac-
tores, sino a los miembros de un grupo social que orientan su acción por va-
lores comunes. El actor particular observa una norma (o la viola) tan pronto
como en una situación dada se dan las condiciones a que la norma se aplica.
Las normas expresan un acuerdo existente en un grupo social. Todos los
miembros de un grupo para los que rige una determinada norma tienen de-
recho a esperar unos de otros que en determinadas situaciones se ejecuten u
omitan, respectivamente, las acciones obligatorias o prohibidas. El concepto
central de observancia de una norma significa el cumplimiento de una expec-
tativa generalizada de comportamiento. La expectativa de comportamiento
no tiene sentido cognitivo de expectativa de un suceso pronosticable, sino el
sentido normativo de que los integrantes del grupo tienen derecho a esperar
un determinado comportamiento. Este modelo normativo de acción es el que
subyace a la teoría del rol social.
El concepto de acción dramatúrgica no hace referencia primariamente ni
a un actor solitario ni al miembro de un grupo social, sino a participantes en
una interacción que constituyen los unos para los otros un público ante el
cual se ponen a sí mismos en escena. El actor suscita en su público una de-
terminada imagen, una determinada impresión de sí mismo, al develar más
o menos de propósito su propia subjetividad. Todo agente puede controlar el
acceso de los demás a la esfera de sus propios sentimientos, pensamientos,
actitudes, deseos, etc., a la que sólo él tiene un acceso privilegiado. En la ac-
ción dramatúrgica, los implicados aprovechan esta circunstancia y gobiernan
su interacción regulando el recíproco acceso a la propia subjetividad, la cual
es siempre exclusiva de cada uno. El concepto aquí central, el de autoesce-
nificación, significa, por tanto, no un comportamiento expresivo espontáneo,

240
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

sino una estilización de la expresión de las propias vivencias, hecha con


vistas a los espectadores. Este modelo dramatúrgico de acción sirve prin-
cipalmente a las descripciones de orientación fenomenológica de la acción.
Finalmente, el concepto de acción comunicativa se refiere a la interacción
de a lo menos dos sujetos capaces de lenguaje y de acción que (ya sea con
medios verbales o con medios extraverbales) entablan una relación inter-
personal. Los actores buscan entenderse sobre una situación de acción para
poder así coordinar de común acuerdo sus planes de acción y con ello sus
acciones. El concepto aquí central, el de interpretación, se refiere primor-
dialmente a la negociación de definiciones de la situación susceptibles de
consenso. En este modelo de acción el lenguaje ocupa (...) un puesto promi-
nente. (Habermas, 1981/1999, Vol. 1, pp. 122-125)

Nos interesa ahora el concepto de acción comunicativa, pues, como se


anuncia en el título de este capítulo, Habermas considera a la argumenta-
ción como un tipo especial de acción comunicativa. Pero antes de entrar en
esta concepción de la argumentación, es necesario mostrar el contexto más
amplio en el que Habermas sitúa su problemática, que es el de la determina-
ción de la racionalidad de la acción humana. En este sentido se expresa ya
en los primeros párrafos de la TAC:

Siempre que en la filosofía actual se ha consolidado una argumentación co-


herente en torno a los núcleos temáticos de más solidez, ya sea en Lógica
o en teoría de la ciencia, en teoría del lenguaje o del significado, en Ética o
en teoría de la acción, o incluso en Estética, el interés se centra en las con-
diciones formales de la racionalidad del conocimiento, del entendimiento
lingüístico y de la acción, ya sea en la vida cotidiana o en el plano de las
experiencias organizadas metódicamente o de los discursos organizados sis-
temáticamente. La teoría de la argumentación cobra aquí una significación
especial, puesto que es a ella a quien compete la tarea de reconstruir las
presuposiciones y condiciones pragmático-formales del comportamiento ex-
plícitamente racional. (Habermas, 1981/1999, Vol. 1, p. 16)

El autor no explicita aquí a qué desarrollos de la teoría de la argumen-


tación hace referencia, y si bien más adelante hará mención a las teorías de
Toulmin y Perelman, todo parece indicar que el autor piensa en una teoría
que estaría aún por ser desarrollada. Nótese que en este párrafo insiste en el
mencionado procedimiento de reconstrucción y liga la tarea de la pragmáti-
ca con la noción de racionalidad.
Un poco más adelante, el autor desarrollará la que denomina una “ver-
sión cognitiva del concepto de racionalidad” definida por referencia a un
saber descriptivo. Aquí contrapone dos direcciones de análisis:

241
Pedro José Posada Gómez

Si partimos de la utilización no comunicativa de un saber proposicional en


acciones teleológicas, estamos tomando una predecisión en favor de ese con-
cepto de racionalidad cognitivo-instrumental que a través del empirismo
ha dejado una profunda impronta en la autocomprensión de la modernidad.
Este concepto tiene la connotación de una autoafirmación con éxito en el
mundo objetivo posibilitada por la capacidad de manipular informadamente
y de adaptarse inteligentemente a las condiciones de un entorno contingente.
Si partimos, por el contrario, de la utilización comunicativa de saber propo-
sicional en actos de habla, estamos tomando una predecisión a favor de un
concepto de racionalidad más amplio que enlaza con la vieja idea de logos.
Este concepto de racionalidad comunicativa posee connotaciones que en úl-
tima instancia se remontan a la experiencia central de la capacidad de aunar
sin coacciones y de generar consenso que tiene un habla argumentativa en
que diversos participantes superan la subjetividad inicial de sus respectivos
puntos de vista y, merced a una comunidad de convicciones racionalmente
motivada, se aseguran a la vez de la unidad del mundo objetivo y de la
intersubjetividad del contexto en el que desarrollan sus vidas. (Habermas,
1981/1999, Vol. 1, p. 27)

La oposición entre racionalidad instrumental y racionalidad comunicati-


va es central en la teoría de Habermas y puede ser entendida como correlato
de los conceptos mencionados de acción teleológica-instrumental y acción
comunicativa. En el párrafo citado aparecen ya dos características de la
racionalidad y la acción comunicativas que le dan el sesgo ético a la teoría
de Habermas: “la capacidad de aunar sin coacciones” y de “generar consen-
so” que tiene el “habla argumentativa”. Nótese este nexo de la racionalidad
comunicativa con la argumentación, y su papel en la tarea de asegurar “la
unidad del mundo objetivo y de la intersubjetividad del contexto en el que
desarrollan sus vidas”.
El ejercicio de estas dos formas de racionalidad produce diferentes ren-
dimientos y compromisos en lo referente a la autonomía de los sujetos:

Un mayor grado de racionalidad cognitivo-instrumental tiene como resulta-


do una mayor independencia con respecto a las restricciones que el entorno
contingente opone a la autoafirmación de los sujetos que actúan con vistas a
la realización de sus propósitos. Un grado más alto de racionalidad comuni-
cativa amplía, dentro de una comunidad de comunicación, las posibilidades
de coordinar acciones sin recurrir a la coerción y de solventar consensual-
mente los conflictos de acción (en la medida en que éstos se deban a diso-
nancias cognitivas en sentido estricto). (Habermas, 1981/1999, Vol. 1, p. 33)

Resumiendo (y usando nociones que todavía tendremos que aclarar),


considera Habermas que “las acciones reguladas por normas”, “las autopre-
sentaciones expresivas” y las “emisiones evaluativas”

242
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

(…) vienen a completar los actos de habla constatativos282 para configurar


una práctica comunicativa que sobre el trasfondo de un mundo de la vida
tiende a la consecución, mantenimiento y renovación de un consenso que
descansa sobre el reconocimiento intersubjetivo de pretensiones de validez
susceptibles de crítica. (Habermas, 1981/1999, Vol. 1, p. 36)

Esta práctica posee una racionalidad inmanente que se manifiesta en el


hecho de que “el acuerdo alcanzado comunicativamente ha de apoyarse en
última instancia en razones”. Además, la racionalidad de los participantes
en esta práctica comunicativa reside en su capacidad para “fundamentar
sus manifestaciones o emisiones en las circunstancias apropiadas”. Esto le
permite concluir que

(…) la racionalidad inmanente a la práctica comunicativa cotidiana remite


a la práctica de la argumentación como instancia de apelación que permite
proseguir la acción comunicativa con otros medios cuando se produce un
desacuerdo que ya no puede ser absorbido por las rutinas cotidianas y que,
sin embargo, tampoco puede ser decidido por el empleo directo, o por el uso
estratégico, del poder. (Habermas, 1981/1999, Vol. 1, p. 36)

Aquí está implícita una primera definición de lo que Habermas está en-
tendiendo por argumentación. Veamos:
1. La argumentación es una instancia de apelación,
- que permite la continuación de la acción comunicativa (con otros
medios),
- que se hace presente cuando se produce un desacuerdo (desacuerdo
que no puede ser absorbido por las rutinas cotidianas, ni por el uso
del poder).
2. Alude a la racionalidad de la argumentación como instancia de ape-
lación para dirimir mediante deliberación una diferencia de opinión.
3. Señala los “medios” especiales de los que se valdrá la argumenta-
ción, que estarán enmarcados en el tipo de “discurso” o “crítica” del
que se trate en cada caso (Como ampliaremos más adelante, Haber-
mas distinguirá tres tipos de discurso: teórico, práctico y explicativo,
y dos tipos de críticas: estética y terapéutica).
4. Alude a que la argumentación busca resolver un desacuerdo, por me-
dios diferentes a la mera costumbre y al uso del poder.

282 “konstative Sprechhandlungen”, Habermas se refiere al tipo de actos de habla que Austin
(1962) llamó “verdictives” y que Searle (1979) denominó “assertives”.

243
Pedro José Posada Gómez

Habermas va más allá en la tarea que asigna a la teoría de la argumen-


tación: “... pienso que el concepto de racionalidad comunicativa, que hace
referencia a una conexión sistemática, hasta hoy todavía no aclarada, de
pretensiones universales de validez, tiene que ser adecuadamente desarro-
llado por medio de una teoría de la argumentación” (p. 36).
Hablaremos enseguida sobre esas “pretensiones universales de validez”,
pues ellas están ligadas a la tipología de la argumentación que presentará el
autor, así como a los tres conceptos de “mundo” (objetivo, social y subjeti-
vo) a los cuales ellas se refieren.
Habermas nos ofrece una definición más directa de la argumentación:
“Llamo argumentación al tipo de habla en que los participantes tematizan
las pretensiones de validez que se han vuelto dudosas y tratan de desempe-
ñarlas o de recusarlas por medio de argumentos” (p. 37)283.
“Tematizar” significa aquí someter a discusión; el desacuerdo se expresa
como dudas sobre las pretensiones de validez; y se señalan los dos roles de
defensor o proponente y contradictor u oponente de la situación dialéctica.
Agrega el autor que una argumentación contiene razones “ligadas siste-
máticamente con la pretensión de validez284 de la manifestación o emisión
problematizada”. La pertinencia de estas razones es el índice de la fuerza de
la argumentación en un contexto dado. Y esta pertinencia se manifiesta en
la medida en que la argumentación pueda convencer a los participantes en
un discurso, en el sentido de motivarlos a aceptar la pretensión de validez
que está en litigio. Como previamente lo han hecho Perelman y Toulmin,
Habermas expresa la idea de “pretensión de validez” acudiendo a una ana-
logía jurídica:

Acerca de qué es una pretensión de validez podemos aclararnos recurrien-


do al modelo de una pretensión o demanda jurídica. Una pretensión puede
entablarse, es decir, hacerse valer, puede discutirse o defenderse, puede re-
chazarse o reconocerse. Las pretensiones que son reconocidas cobran fuerza
jurídica. (Habermas, 1993, p. 115)

El desempeño en la argumentación de los sujetos, “capaces de lenguaje y


acción”, permite juzgar su racionalidad. En apoyo de lo cual el autor cita un
párrafo del libro de Toulmin, Riecke y Janik, An introduction to Reasoning:

283 En Teorías de la verdad (1972) Habermas había definido un argumento como “la razón que nos
motiva a reconocer la pretensión de validez de una afirmación o de una norma o valoración”
(Habermas, 1993, p. 141).
284 En alemán: Geltungsansprüche, que está formada por las palabras Geltung (valor, validez) y
anspruch (pretensión, reivindicación).

244
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Cualquiera que participe en una argumentación demuestra su racionalidad


o su falta de ella por la forma en que actúa y responde a las razones que se
le ofrecen en pro o en contra de lo que está en litigio. Si se muestra abierto
a los argumentos, o bien reconocerá la fuerza de esas razones, o tratará de
replicarlas, y en ambos casos se está enfrentando a ellas de forma racional.
Pero si se muestra sordo a los argumentos, o ignorará las razones en contra,
o las replicará con aserciones dogmáticas. Y ni en uno ni en otro caso estará
enfrentándose racionalmente a las cuestiones. (Toulmin, 1979, como se citó
en Habermas, 1981/1999, Vol. 1, p. 37)

Agrega Habermas que para una persona que se comporta racionalmente


hay una correspondencia entre el hecho de que las emisiones o manifesta-
ciones sean susceptibles de fundamentación y la disponibilidad para expo-
nerse a la crítica y para participar formalmente en argumentaciones. Y dado
que tales emisiones y manifestaciones son susceptibles de crítica, ellas son
también susceptibles de corrección. Es por ello que la argumentación tiene
un papel tan importante en los procesos de aprendizaje. Para Habermas “el
concepto de fundamentación va íntimamente unido al de aprendizaje” (p.
37). Más adelante explicitará mejor este vínculo de la argumentación con el
aprendizaje: “... los procesos de aprendizaje por los que adquirimos conoci-
mientos teóricos y visión moral, ampliamos y renovamos nuestro lenguaje
evaluativo y superamos autoengaños y dificultades de comprensión, preci-
san de argumentación” (p. 43).
Desde el trasfondo teórico de la racionalidad de los participantes en un
discurso, Habermas introduce su tipología de la argumentación:
I. El discurso teórico es “la forma de argumentación en que se convier-
ten en tema (de discusión) las pretensiones de verdad285 que se han
vuelto problemáticas”. Dicho de otro modo, el discurso teórico es el
medio en el que pueden ser elaboradas productivamente, convertidas
en objeto de aprendizaje, las “experiencias negativas” del desacier-
to, la refutación de hipótesis o el fracaso en las intervenciones en el
mundo; pues, nos dice Habermas:

285 El concepto de verdad había sido analizado por Habermas en Teorías de la verdad (1972).
Aquí se trata del primero de los tipos de pretensiones de validez: Las pretensiones de validez
podrán adoptar la forma de verdad proposicional, eficacia de las reglas de acción teleológica
(instrumental o estratégica), rectitud de las normas de acción intersubjetiva (práctico-moral),
adecuación de los estándares de valor de tipo cultural, veracidad (o autenticidad) de las ma-
nifestaciones o emisiones expresivas de los actores sociales, o de inteligibilidad y corrección
constructiva de los productos lingüísticos y simbólicos.

245
Pedro José Posada Gómez

Llamamos racional a una persona que en el ámbito de lo cognitivo-instru-


mental expresa opiniones fundadas y actúa con eficiencia; sólo que esa ra-
cionalidad permanece contingente si no va a su vez conectada a la capacidad
de aprender de los desaciertos, de la refutación de hipótesis y del fracaso de
las intervenciones en el mundo. (Habermas, 1981/1999, Vol. 1, pp. 37-38)

II. El discurso práctico “es el medio en el que puede examinarse hi-


potéticamente si una norma de acción, esté o no reconocida de he-
cho, puede justificarse imparcialmente”, es decir, que es “la forma
de argumentación en que se convierten en tema las pretensiones de
rectitud normativa”. Este discurso también es un ejercicio de racio-
nalidad, pues,

(…) llamamos racional a aquel que en un conflicto normativo actúa con luci-
dez, es decir, no dejándose llevar por sus pasiones ni entregándose a sus in-
tereses inmediatos, sino esforzándose por juzgar imparcialmente la cuestión
desde un punto de vista moral y por resolverla consensualmente. (Habermas,
1981/1999, Vol. 1, p. 38)

III. La crítica estética es la forma de argumentación en la que “se con-


vierte en tema de discusión la adecuación o propiedad de los están-
dares de valor y, en general, de las expresiones de nuestro lenguaje
evaluativo”. Así como el discurso teórico corresponde al ámbito cog-
nitivo-instrumental y el discurso práctico al ámbito práctico-moral,
la crítica estética corresponde al ámbito de las manifestaciones eva-
luativas. No se denomina “discurso” sino “crítica” porque “las argu-
mentaciones que sirven a la justificación de estándares de valor no
cumplen las condiciones del discurso”; y esto debido a que “el halo
de reconocimiento intersubjetivo que se forma en torno a los valo-
res culturales no implica todavía en modo alguno una pretensión de
aceptabilidad culturalmente general o incluso universal”. Dicho de
otro modo:

Los valores culturales, a diferencia de las normas de acción, no se presentan


con una pretensión de universalidad. Los valores son a lo sumo candidatos a in-
terpretaciones bajo las que un círculo de afectados puede, llegado el caso, des-
cribir un interés común y normarlo. (Habermas, 1981/1999, Vol. 1, pp. 39-40)

Podríamos decir, en términos perelmanianos, que los valores adscritos a


una comunidad particular no se presentan, en principio, como dirigidos al
auditorio universal. No por ello la forma de argumentación que constituye
la “crítica estética” habermasiana es menos racional, pues

246
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

(…) llamamos racional a una persona que interpreta sus necesidades a la luz
de los estándares de valor aprendidos de su cultura; pero sobre todo cuando
es capaz de adoptar una actitud reflexiva frente a los estándares de valor con
que interpreta sus necesidades. (Habermas, 1981/1999, Vol. 1, pp. 39-40)

IV. La crítica terapéutica es la forma de argumentación “que sirve para


disipar autoengaños sistemáticos”. Ella corresponde al ámbito de las
manifestaciones expresivas del sujeto. Su nombre surge por analogía
con el modelo de argumentación que se da en el diálogo psico-tera-
péutico entre médico y paciente. Su racionalidad se expresa en que
consideramos racional “el comportamiento de una persona que está
dispuesta a, y es capaz de, liberarse de sus ilusiones, ilusiones que no
descansan tanto en un error (sobre hechos) como en un autoengaño
(sobre las propias vivencias)”. Esta crítica se ejerce sobre las mani-
festaciones de los propios deseos e inclinaciones, de los sentimientos
y estados de ánimo, que se presentan con la pretensión de veracidad,
pues

(…) quien sistemáticamente se engaña sobre sí mismo se está comportando


irracionalmente, pero quien es capaz de dejarse ilustrar sobre su irracionali-
dad, no solamente dispone de la racionalidad de un agente capaz de juzgar
y de actuar racionalmente con arreglo a fines, de la racionalidad de un su-
jeto moralmente lúcido y digno de confianza en asuntos práctico-morales,
de la racionalidad de un sujeto sensible en sus valoraciones y estéticamente
capaz, sino también de la fuerza de comportarse reflexivamente frente a su
propia subjetividad y penetrar las coacciones irracionales a que pueden estar
sistemáticamente sometidas sus manifestaciones cognitivas, sus manifesta-
ciones práctico-morales y sus manifestaciones práctico-estéticas. También
en este proceso de autorreflexión juegan su papel las razones... (Habermas,
1981/1999, Vol. 1, pp. 41-42)

V. El discurso explicativo es “la forma de argumentación en la que no se


supone o se niega ingenuamente que las expresiones simbólicas sean
inteligibles, estén bien formadas o sean correctas, sino que el asunto
se convierte en tema como una ‘pretensión de validez’ controverti-
da”. Se trata aquí de la forma de comportamiento de “un intérprete
que ante dificultades de comprensión tenaces, se ve movido, para
ponerles remedio, a convertir en objeto de comunicación los medios
mismos de entenderse”. Este discurso puede seguir dos líneas: “por
un lado, se trata de ver si las manifestaciones simbólicas son inteli-
gibles o están bien formadas, es decir, si las expresiones simbólicas
son correctas, esto es, si han sido producidas de conformidad con el

247
Pedro José Posada Gómez

correspondiente sistema de reglas generativas (...). Por otro lado, se


trata de explicar el significado de las manifestaciones o emisiones —
una tarea hermenéutica, de la que la práctica de la traducción repre-
senta un modelo adecuado—”. Aquí también hay una expresión de
racionalidad, pues “se comporta irracionalmente quien hace un uso
dogmático de sus propios medios simbólicos de expresión”. (p. 42)

En la Tabla 7.1 se resumen los elementos básicos de esta tipología haber-


masiana de la argumentación y los tipos de “pretensión de validez” que se
involucran en cada caso286.

Tabla 7.1 Tipos de argumentación (Habermas, 1981/1999, p. 44)


Objeto de la
argumentación Manifestaciones Pretensiones de validez
o emisiones controvertidas
Formas de problemáticas
argumentación
Verdad de las proposiciones;
Discurso teórico Cognitivo-instrumentales Eficacia de las acciones teleológicas
(instrumentales o estratégicas)
Rectitud de las normas intersubjeti-
Discurso práctico Práctico-morales vas de acción
Adecuación de los estándares de
Crítica estética Evaluativas valor (culturales)
Veracidad de las manifestaciones o
Crítica terapéutica Expresivas emisiones expresivas
Inteligibilidad y corrección cons-
Discurso explicativo ----------------* tructiva de los productos simbólicos
* El discurso explicativo no posee un tipo específico de “manifestación o emisión problemática”,
pues él se puede ejercer sobre todas ellas: cognitivo-instrumentales, práctico-morales, evaluativas o
expresivas.

Y en la Tabla 7.2 se ponen en relación los tipos de acción social (excep-


to la acción comunicativa) y los tipos de argumentación que acabamos de
exponer.

286 En sus “Observaciones sobre el concepto de acción comunicativa” (1982) anota: “Una teo-
ría de la argumentación planteada en términos de pragmática formal puede, partiendo de los
diferentes papeles de las pretensiones de validez en la acción comunicativa, distinguir entre
distintas formas de discurso y clarificar las relaciones internas entre esos tipos de discurso”
(Habermas, 1984/1989, p. 507).

248
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Tabla 7.2. Aspectos de la racionalidad de la acción


(Habermas, 1981/1999, p. 428)
Tipos de Tipo de saber Forma de Tipo de saber
acción materializado argumentación transmitido
Acción
Saber utilizable en
teleológica: Tecnologías y estra-
técnicas y estrate- Discurso teórico
Instrumental o tegias
gias
estratégica
Actos de habla
Saber teórico-
constatativos* Discurso teórico Teorías
empírico
(conversación)
Acción regulada Saber práctico- Representaciones
Discurso práctico
por normas moral morales y jurídicas
Acción dramatúr- Saber práctico- Crítica terapéutica
Obras de arte
gica estético y crítica estética
* “konstative Sprechhandlungen”, Habermas llama aquí constatativos al tipo de acto de habla
que Searle (1979) denominó “assertives” y que ha sido traducido como “representativos” (Valdés
Villanueva), y como “asertivos” o “aseverativos” (esta última versión es del profesor Adolfo León
Gómez).

Es importante agregar que la reflexión habermasiana sobre el lenguaje y


la acción está también sustentada en una reflexión ontológica. Esta es desa-
rrollada en TAC como una alternativa a la teoría popperiana de los tres mun-
dos (Habermas, 1981/1999, pp. 112-122)287. Aquí me limito a mencionar de
modo sintético el resultado de esa reflexión. Cada uno de los tipos de acción
presupone un concepto de “mundo” con el cual (o en el cual) se relacio-
nan los actores sociales: la acción teleológica supone que existe un mundo
objetivo, en el cual puede desempeñarse un actor (que puede ser un actor
solitario). Cuando asume la forma de acción estratégica, puede incluir a los
demás sujetos (sus deseos y expectativas) como parte del mundo objetivo;
en la acción regulada por normas se supone, además del mundo objetivo,
un mundo social constituido por normas que acatan al menos dos actores;
la acción dramatúrgica introduce un tercer mundo, el mundo subjetivo,

287 Para Habermas “Popper se atiene (...) al primado del mundo frente a la mente y entiende el
segundo y tercer mundos ontológicamente por analogía con el primero” (p. 113). “De esta
determinación del status del tercer mundo se siguen dos importantes consecuencias: la primera
concierne a la interacción entre los mundos y la segunda al estrechamiento cognitivista que
representa la interpretación que Popper hace del tercer mundo” (p. 114), y hace una crítica al
intento de I. C. Jarvie (Concepts and Society, 1972) de usar la teoría popperiana de los tres
mundos en una teoría sociológica, transfiriendo a aquella desde el contexto epistemológico en
el que la desarrolló Popper, hacia un contexto de la teoría de la acción social (pp. 115-122).

249
Pedro José Posada Gómez

al que cada uno tiene un acceso privilegiado. Solo la acción comunicativa


supone simultáneamente los tres tipos de mundos, pues con ella los sujetos
buscan entenderse en sus distintas pretensiones de validez. Podríamos decir
que la acción comunicativa se desarrolla en el mundo de la vida, que inclu-
ye todas las interacciones cotidianas.
Hasta aquí la idea de la argumentación que nos presenta Habermas,
como un tipo especial de continuación de la acción comunicativa con los
medios del discurso y la crítica, cuando se hace necesario poner en discu-
sión una pretensión de validez. El autor ve necesario incluir en su libro un
“Excurso sobre teoría de la argumentación” para dar unas puntadas más a
su idea de argumentación. En este excurso el autor planteará la existencia
de tres aspectos de la argumentación: como proceso, como procedimiento y
como producto, que pondrá en relación directa con el “canon” aristotélico
conformado por la lógica, la dialéctica y la retórica. A este tema dedico el
siguiente subtítulo.

7.2. Los aspectos lógicos, dialécticos y retóricos


del habla argumentativa

Habermas considera que la teoría de la argumentación, a pesar de tener


una antigua tradición que se remonta a Aristóteles, no ha sido plenamente
desarrollada. Haciendo uso de un concepto general de “lógica” el autor nos
dice que:

La lógica de la argumentación no se refiere, como la formal, a las relaciones


de inferencia entre unidades semánticas (oraciones), sino a relaciones inter-
nas, también de tipo no deductivo, entre las unidades pragmáticas (actos de
habla) de que se componen los argumentos. (Habermas, 1981/1999, p. 43)

Como esta “lógica de la argumentación” también ha sido denominada


“lógica informal”, Habermas acoge las razones y motivos expresados por
los organizadores del primer simposio internacional sobre lógica informal
(1980):
- Serias dudas acerca de que los planteamientos de la lógica deductiva y de
la lógica inductiva estándar sean suficientes para modelar todas, o siquiera
las principales, formas de argumentación legítima.
- La convicción de que existen estándares, normas o reglas para la eva-
luación de argumentos que son decididamente lógicos —no simplemente
retóricos o específicos de un determinado ámbito— y que al mismo tiempo
no son captados por las categorías de validez deductiva y fuerza inductiva.
- El deseo de proporcionar una teoría completa del razonamiento que vaya
más allá de la lógica formal deductiva e inductiva.

250
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

- La convicción de que la clarificación teórica del razonamiento y de la


crítica lógica en términos no formales tiene implicaciones para otras ramas
de la filosofía tales como la epistemología, la ética y la filosofía del lenguaje.
- El interés por todos los tipos de persuasión discursiva unido al interés
por trazar los límites entre los distintos tipos y señalar los solapamientos
que se producen entre ellos. (Blair y Johnson, Eds., 1980, como se citó en
Habermas, 1981/1999, pp. 44-45)

Habermas dedica buena parte de su Excurso a una discusión crítica del


modelo propuesto por Toulmin en The uses of argument (1958) y a la apli-
cación de este modelo en las “ciencias experimentales” realizado por Wol-
fgang Klein (1980, como se citó en Habermas, 1981/1999, p. 49 ss.). En
esta presentación dejaré de lado esta discusión con el modelo toulminiano,
para centrarme en la propuesta de Habermas288.
Habermas distingue así los “aspectos del habla argumentativa” conside-
rada como proceso, procedimiento y producto, que remiten a la retórica, la
dialéctica y la lógica, respectivamente:

En el habla argumentativa pueden distinguirse tres aspectos.


1. Considerada como proceso, se trata de una forma de comunicación in-
frecuente y rara, por tratarse precisamente de una forma de comuni-
cación que ha de aproximarse suficientemente a condiciones ideales.
(Habermas, 1981/1999, p. 46)

288 Habermas critica del modelo toulminiano su centramiento en el aspecto lógico de la argumen-
tación y su ambivalencia entre un aspecto universalista y otro relativista: “Toulmin desarrolla
su programa extrayendo siempre el mismo esquema de argumentación de las formas de argu-
mentación dependientes de cada campo; en este sentido, esos cinco campos de argumentación
pueden entenderse como diferenciaciones institucionales de un marco conceptual general vá-
lido para todas las argumentaciones en general. Según esta lectura, la tarea de la lógica de la
argumentación se reduciría a desarrollar un marco para todas las argumentaciones posibles. De
este modo, las distintas empresas, como son el derecho y la moral, la ciencia, la dirección de
empresas, la crítica de arte, deberían su racionalidad a este núcleo común. Pero en otros con-
textos Toulmin se vuelve decididamente contra tal interpretación universalista, pues pone en
tela de juicio la posibilidad de que nos podamos hacer directamente con un marco fundamental
e inmutable de racionalidad. Y así, al procedimiento ahistórico de la teoría normativa de la
ciencia popperiana le opone una investigación de tipo histórico-reconstructivo del cambio de
conceptos y del cambio de paradigmas” (1981/1999, p. 57). Además, “Toulmin no empuja con
suficiente decisión la lógica hacia los campos de la Dialéctica y la Retórica. No establece los
adecuados cortes conceptuales entre las acuñaciones institucionales, por un lado, y las formas
de argumentación, por otro” (p. 59). Y “... el error radica en que Toulmin no distingue clara-
mente entre pretensiones convencionales dependientes de los contextos de acción y pretensio-
nes universales de validez” (p. 60).

251
Pedro José Posada Gómez

Para aclarar esta alusión a las “condiciones ideales” Habermas remite


a un trabajo anterior en el que ha tratado de explicitar los “presupuestos
comunicativos generales de la argumentación”, entendiéndolos como de-
terminaciones de una “situación ideal de habla”. Este esfuerzo de expli-
citación lo realizó nuestro autor en uno de los escritos previos a la teoría
de la acción comunicativa, en el ensayo Teorías de la verdad (1973/1993,
pp. 113-158), que anticipa muchos de los temas del libro del 81. De él solo
retendremos por ahora la definición de la situación ideal de habla, a la que
apunta la argumentación como proceso:

Llamo ideal a una situación de habla en la que las comunicaciones no sola-


mente no vienen impedidas por influjos externos contingentes, sino tampoco
por las coacciones que se siguen de la propia estructura de la comunicación.
La situación ideal de habla excluye las distorsiones sistemáticas de la comu-
nicación. Y la estructura de la comunicación deja de generar coacciones sólo
si para todos los participantes en el discurso está dada una distribución si-
métrica de las oportunidades de elegir y ejecutar actos de habla. (Habermas,
1973, p. 153)

Esta situación ideal de habla tiene que cumplir dos condiciones “trivia-
les”: la posibilidad de participación general de todos los potenciales impli-
cados en el discurso, y la tematización de todas las opiniones y puntos de
vista (pp. 153-154)289.
Volviendo al texto de 1981, Habermas confiesa que ahora avala con re-
servas esta intención de “reconstruir las condiciones generales de simetría
que todo hablante competente tiene que dar por suficientemente satisfechas
en la medida en que cree entrar genuinamente en una argumentación”; no
obstante, agrega que:

Los participantes en la argumentación tienen todos que presuponer que la


estructura de su comunicación, en virtud de propiedades que pueden descri-
birse de modo puramente formal, excluye toda otra coacción, ya provenga
de fuera de ese proceso de argumentación, ya nazca de ese proceso mismo,
que no sea la del mejor argumento (con lo cual queda neutralizado todo otro
motivo que no sea el de la búsqueda cooperativa de la verdad). (Habermas,
1981/1999, p. 46)

289 Habermas agrega otras dos condiciones o presupuestos que deben satisfacer los actos de habla
en esta situación ideal. Las cuatro serán retomadas por Alexy (1978) y otra vez por Habermas
(1983/1985).

252
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Y concluye su presentación de la argumentación como proceso diciendo


que “bajo este aspecto la argumentación puede entenderse como una conti-
nuación con otros medios, ahora de tipo reflexivo, de la acción orientada al
entendimiento” (p. 46).
Por el momento solo sacamos en claro que la argumentación como pro-
ceso debe aspirar a satisfacer las condiciones de una “situación ideal de
habla”.

2. cuando se considera la argumentación como procedimiento se trata de


una forma de interacción sometida a una regulación especial. Efectiva-
mente, el proceso discursivo de entendimiento está regulado de tal modo
en forma de una división cooperativa de trabajo entre proponentes y
oponentes, que los implicados,
[a] tematizan una pretensión de validez que se ha vuelto problemática y,
[b] exonerados de la presión de la acción y la experiencia, adoptando
una actitud hipotética,
[c] examinan con razones, y sólo con razones, si procede reconocer o
no la pretensión defendida por el proponente. (Habermas, 1981/1999,
pp. 46-47)

Este procedimiento alude, pues, a una forma de interacción discursiva


reglamentada, con distribución de los roles de proponente (s) y oponen-
te (s), quienes discuten racionalmente una pretensión de validez, a la que
examinan como hipótesis, sin estar sometidos a las presiones de la acción
inmediata. Nótese que esta última exigencia del uso del habla como proce-
dimiento también contiene características de tipo ideal.

3. Finalmente, desde un tercer punto de vista, la argumentación tiene por


objeto producir argumentos pertinentes, que convenzan en virtud de sus
propiedades intrínsecas, para desempeñar o rechazar las pretensiones de
validez. Los argumentos son los medios con cuya ayuda puede obtenerse
un reconocimiento intersubjetivo para la pretensión de validez que el
proponente plantea por de pronto de forma hipotética, y con los que, por
tanto, una opinión puede transformarse en saber. (Habermas, 1981/1999,
pp. 46-47)

Desde el punto de vista del producto, la argumentación se asimila enton-


ces a la producción de argumentos pertinentes y convincentes “en virtud de
sus propiedades intrínsecas”, que permiten apoyar o rechazar las pretensio-
nes de validez que están en disputa, con vistas a obtener reconocimiento in-
tersubjetivo. Esas “propiedades intrínsecas” de los argumentos que apoyan
o refutan las pretensiones de validez, serían, como veremos, de tipo lógico.

253
Pedro José Posada Gómez

Nótese el carácter ideal de los tres aspectos. En el aspecto proceso, la


argumentación se remite al punto de vista de una situación ideal de habla
en la que se determina el mejor argumento; en el aspecto de procedimiento,
Habermas pone un modelo ideal de diálogo, donde los participantes están
exonerados de los afanes de la acción cotidiana; en el aspecto del producto
se avalan propiedades intrínsecas (de tipo lógico-sintáctico).
Veamos ahora como, para Habermas, este triple punto de vista permite
“deslindar entre sí las tres conocidas disciplinas del canon aristotélico”: “La
Retórica se ocupa de la argumentación como proceso; la Dialéctica, de los
procedimientos pragmáticos de la argumentación, y la Lógica, de los pro-
ductos de la argumentación” (p. 48).
En cada caso la argumentación muestra estructuras distintas: “las estruc-
turas de una situación ideal de habla especialmente inmunizada contra la
represión y la desigualdad” (en el “proceso retórico”); “las estructuras de
una competición, ritualizada, por los mejores argumentos” (en el “proce-
dimiento dialéctico”); “y finalmente, las estructuras que definen la forma
interna de los argumentos y las relaciones que los argumentos guardan entre
sí” (como “productos lógicos”).
Es claro que la lógica puede ocuparse de la “forma interna de los ar-
gumentos” y de las relaciones de unos argumentos con otros; así como es
pertinente asignar a la dialéctica la preocupación por las “estructuras” de
una competición por los mejores argumentos; pero no resulta tan clara la
idea de un “proceso retórico” que se produce bajo las condiciones de una
situación ideal de habla. Desde esta perspectiva, el proceso retórico apun-
taría, idealmente, a la satisfacción de las condiciones ideales del habla, del
mismo modo que el procedimiento dialéctico propendería al seguimiento
riguroso de las reglas del debate y el producto lógico aspiraría a la ausencia
de contradicciones internas e injustificadas en la argumentación.
Agrega Habermas que ninguno de estos tres “aspectos analíticos” (pro-
cedimiento dialéctico, proceso retórico y producto lógico), tomados por se-
parado, puede dar cuenta suficiente de “la idea que el habla argumentativa
lleva en su seno”, puesto que:

Bajo el aspecto de proceso, por lo que mejor podría caracterizarse la intui-


ción fundamental que vinculamos a las argumentaciones sería por la inten-
ción de convencer a un auditorio universal y de alcanzar para la manifesta-
ción o emisión de que se trate un asentimiento general. Bajo el aspecto de
procedimiento, por la intención de cerrar la disputa en torno a las pretensio-
nes de validez hipotéticas con un acuerdo racionalmente motivado; y bajo el
aspecto de producto, por la intención de desempeñar o fundamentar una pre-
tensión de validez por medio de argumentos. (Habermas, 1981/1999, p. 48)

254
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Si relacionamos estas “intuiciones fundamentales” sobre las argumen-


taciones con las disciplinas aristotélicas, tendríamos entonces una retórica
ocupada en determinar el carácter universalizable o generalizable de las
pretensiones de validez discutidas; una dialéctica que se ocupa del modo
de lograr acuerdos “racionalmente motivados” y una lógica simplemente
suministrando argumentos y garantizando su coherencia.
Habermas considera que los conceptos básicos de la teoría de la argu-
mentación usados en el párrafo que acabamos de citar —a saber: “asenti-
miento de un auditorio universal” (Perelman-Olbrechts, 1958), “obtención
de un acuerdo racionalmente motivado” (Habermas, 1973) y “desempeño
discursivo de una pretensión de validez” (Toulmin, 1958)— solo pueden
ser analizados correctamente si no se separan los tres planos analíticos (Ha-
bermas, 1981/1999, pp. 48-49)290. Con lo que parece sugerir que un análisis
que se centrara exclusivamente en la forma lógica de los argumentos, o
en el procedimiento dialéctico que posibilita el acuerdo (la resolución de
la disputa), o en el nivel de universalidad del convencimiento alcanzado
mediante los argumentos, estaría, en cada caso, omitiendo otros aspectos
analíticos fundamentales291.
Veamos ahora cómo Habermas retoma estas ideas unos años después,
si bien modificando un poco los términos de su descripción. Esto sucede,
como ya anticipé, en el contexto de su ensayo titulado “Ética del discurso.
Notas sobre un programa de fundamentación”, que hace parte de su libro
Conciencia moral y acción comunicativa (1983/1985, pp. 57-134). En este
texto Habermas se refiere a los mencionados aspectos del habla argumenta-
tiva como “tres esferas de presupuestos de la argumentación: presupuestos
en la esfera lógica de los productos, en la esfera dialéctica de los procedi-
mientos y en el círculo retórico de los procesos” (p. 110)292 que explica así:
Para el caso de la esfera lógica de los productos: “En principio, las argu-
mentaciones han de servir para producir argumentos atinados y convincen-

290 Las referencias entre paréntesis son aportadas por Habermas en notas al pié que corresponden
a obras de Perelman-Olbrechts, Toulmin y Habermas, ya citadas aquí (ver bibliografía).
291 De hecho, en su análisis del enfoque de W. Klein, llegará a la conclusión de que está errado por
centrarse exclusivamente en el aspecto del producto (de la validez de los argumentos), elimi-
nando el factor de la eficacia de la argumentación.
292 El autor remite a pie de página a B. R. Burleson (1979), “On the Foundation of Rationality”,
en Jour. A. Forensic Assoc., (16), pp. 112 ss. Nótese, además, que el orden de presentación en
el texto de 1981 había sido: Proceso (retórico), Procedimiento (dialéctico) y Producto (lógi-
co), aquí se parte de la esfera lógica de los productos y se cierra con el círculo retórico de los
procesos. Veremos que este cambio de orden puede no ser casual. Por otro lado, el cambio de
“esfera” a “círculo” no parece entrañar ninguna diferencia importante.

255
Pedro José Posada Gómez

tes, desde el punto de vista de sus propiedades intrínsecas, con los que se
puedan comprobar o rechazar las aspiraciones de validez” (p. 110).
Se trata, pues, de elaborar argumentos lógicamente válidos, en un senti-
do amplio de la palabra ‘lógica’ (Habermas considera ejemplos “las reglas
de la lógica mínima que se discuten en la escuela de Popper, o bien aquellas
exigencias de consistencia planteadas por Hare, entre otros”293).

• En la perspectiva procedimental (dialéctica) las argumentaciones se


manifiestan como procesos de comprensión regulados de tal modo que
los proponentes y los oponentes en situación hipotética, y liberados
de la presión de la acción y de la experiencia, pueden comprobar las
aspiraciones de validez que han resultado problemáticas. (Habermas,
1983/1985, p. 111)

Agrega Habermas que en esta esfera están los “presupuestos pragmáti-


cos de una forma especial de interacción”: “todo aquello que es necesario
para una búsqueda cooperativa de la verdad concebida como competición”,
por ejemplo “el reconocimiento de la responsabilidad y de la honestidad de
todos los participantes”. Esta perspectiva dialéctico-procedimental incluye
también, por un lado, “las reglas generales de competencia y relevancia
para el reparto de las cargas de la argumentación, para el ordenamiento de
los temas y de las aportaciones, etc.”, cuando estas no vienen fijadas institu-
cionalmente; y, por otro, “los presupuestos que el discurso en general com-
parte con la acción orientada al entendimiento, por ejemplo, las relaciones
de reconocimiento recíproco”. Estos presupuestos de la dialéctica, enten-
dida como “competición sin reservas a favor de los mejores argumentos”
se oponen a la afirmación dogmática que se supone a salvo de toda crítica.
- Con respecto al aspecto del proceso (retórico), el discurso argumentati-
vo se presenta, por último, como un proceso de comunicación que tiene
que satisfacer condiciones inverosímiles con relación al objetivo de una
comprensión racionalmente motivada”. Desde la perspectiva del proceso
retórico, el discurso argumentativo supone las “estructuras de una situa-
ción de habla... inmunizada de forma especial contra la represión y la
desigualdad: se presenta como una forma de comunicación suficiente-
mente próxima a las condiciones ideales. (Habermas, 1983/1985, p. 112)

293 Desafortunadamente, Habermas no da datos más precisos sobre esta “lógica mínima” poppe-
riana y no he podido encontrar referencias exactas de ella. Es sabido que Popper considera a la
lógica como Órganon de la crítica de teorías y para ello se atiene a la lógica clásica bivalente
de primer orden (debo esta precisión al profesor Adoldo León Gómez).

256
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Como en el texto de 1981, aquí remite Habermas a su idea de una situa-


ción ideal de habla. Solo que en esta última formulación este presupuesto
de la argumentación solamente exige que los argumentos se aproximen a las
condiciones ideales. Habermas sigue considerando que es válida la inten-
ción de “reconstruir las condiciones generales de simetría que todo hablante
competente ha de presuponer como suficientemente dadas en la medida en
que pretende participar en una discusión” (1983/1985, p. 112).
Habermas considera que mediante una especie de prueba por reducción
al absurdo, que él denomina de “realizaciones contradictorias” (o “contra-
dicciones performativas”)294, se puede fundamentar el presupuesto de una
“comunidad ilimitada de comunicación”. Noción esta última desarrollada
por O. Apel (siguiendo a Peirce y Mead), y que sería el antecedente teórico
de la “situación ideal de diálogo”. Desde esta perspectiva:

Los participantes en la discusión no pueden soslayar el presupuesto de que,


en función de unos rasgos que se han de describir formalmente, la estructura
de su comunicación: excluya toda coacción que, no siendo un argumento
mejor, influya en el proceso de comprensión procedente de fuera o nacida
en su propio interior, y neutraliza todos los motivos, excepción hecha de
la búsqueda cooperativa de la verdad. (Habermas, 1983/1985, pp. 110-112)

Estas condiciones ideales que ha de satisfacer el proceso retórico se ve-


rán luego reflejadas en las reglas de la argumentación (especialmente del
“discurso práctico”, y las argumentaciones jurídicas y normativas) desarro-
lladas por R. Alexy y el mismo Habermas, de las que nos ocuparemos en la
siguiente sección (7.3).
Para terminar este punto, intentemos sintetizar las características de los
aspectos de la argumentación que él ha denominado “tres aspectos del ha-
bla argumentativa” o “tres esferas de presupuestos de la argumentación”
—“presupuestos en la esfera lógica de los productos, en la esfera dialéctica
de los procedimientos y en el círculo retórico de los procesos”— (Haber-
mas, 1983/1985, p. 110):

294 En otro lugar se refiere a ellas como contradicción realizativa (o performativa). Para Adela
Cortina, la contradicción performativa (o contradicción pragmático-trascendental) funciona
como una regla de reducción al absurdo y le sucede a “quien, entrando en un discurso, pretende
abjurar de los presupuestos que le dan sentido”. Un ejemplo trivial sería el enunciado “Yo no
existo” (dicho aquí y ahora) (Cortina, 1985, pp. 163, 169). Jaakko Hintikka se ha referido a este
fenómeno como “enunciados doxásticamente incompatibles” y Searle-Vanderveken (Speech
Acts and Pragmatism) como “inconsistencias ilocucionarias”.

257
Pedro José Posada Gómez

1. La esfera lógica de los productos (o el aspecto de producto del habla


argumentativa) se caracteriza por la intención fundamental de de-
sempeñar o fundamentar (comprobar o rechazar) una pretensión de
validez (presentada como hipótesis) por medio de argumentos. Vistas
desde este aspecto las argumentaciones han de servir para producir
argumentos que sean pertinentes y que convenzan en virtud de sus
propiedades intrínsecas.
Pertenecen a este aspecto las estructuras que definen la forma inter-
na de los argumentos y las relaciones que los argumentos guardan
entre sí.
2. La esfera dialéctica de los procedimientos (o el aspecto de procedi-
miento del habla argumentativa) se caracteriza por la intención fun-
damental de cerrar la disputa en torno a las pretensiones de validez
hipotéticas con un acuerdo racionalmente motivado.
En este aspecto la argumentación es una forma de interacción so-
metida a una regulación especial (las argumentaciones se manifies-
tan como procesos de comprensión regulados), de tal modo que los
implicados asumen una división cooperativa de trabajo entre propo-
nentes y oponentes, y tematizan una pretensión de validez que se ha
vuelto problemática y, “exonerados de la presión de la acción y la ex-
periencia, adoptando una actitud hipotética, examinan con razones, y
sólo con razones, si procede reconocer o no la pretensión defendida
por el proponente”.
Pertenecen a esta esfera las estructuras de una competición, ritualiza-
da, por los mejores argumentos.
3. El círculo retórico de los procesos (o el aspecto de proceso del ha-
bla argumentativa) tiene la intención fundamental de “convencer a
un auditorio universal”. Aquí el discurso argumentativo se presenta
como un proceso de comunicación que tiene que satisfacer condicio-
nes ideales: pues supone las “estructuras de una situación de habla
inmunizada de forma especial contra la represión y la desigualdad”
y se presenta como una forma de comunicación “suficientemente
próxima a las condiciones ideales”.
Su estructura corresponde a una situación ideal de habla especial-
mente inmunizada contra la represión y la desigualdad.

En la Tabla 7.3 se resumen los aspectos principales de las tres esferas


argumentativas.

258
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Tabla 7.3. Las tres esferas de presupuestos del habla argumentativa


Esfera lógica de los Esfera dialéctica de Círculo retórico de
productos los procedimientos los procesos
Fundamentar una pre- Cerrar las disputas
Intención Convencer a un audi-
tensión de validez por con un acuerdo ra-
fundamental torio universal
medio de argumentos cionalmente motivado
Forma interna de los Competición regla-
Estructura Situación ideal de
argumentos y relacio- mentada por el mejor
argumentativa habla
nes entre ellos argumento
Pasado (productos
Presente (del diálogo, Futuro (del entendi-
Tiempo heredados de la tra-
debate o disputa) miento posible)
dición)
Máximas de la
Premisas, datos, Discursos teóricos y
conversación,
Otros conte- reglas de inferencia prácticos; ciencias;
reconocimiento del
nidos (formales) nexos filosofías universalis-
otro; erística; crítica;
argumentales, etc. tas, etc.
estética; etc.

Más adelante haré algunas observaciones críticas a este modelo haber-


masiano. Antes de ello, veremos cómo aplica el autor su perspectiva de los
tres aspectos o esferas de la argumentación al caso del discurso práctico-
moral (7.3).

7.3. Un modelo para la argumentación en el discurso


de la racionalidad práctica

Habermas ha usado su esquema de los tres momentos del habla argumen-


tativa en su ensayo de fundamentación de la ética del discurso. Él ilustra
algunas reglas de este tipo de discurso tomando como referencia el trabajo
realizado por Robert Alexy (1978/1997) en su Teoría de la argumentación
jurídica (La teoría del discurso racional como teoría de la fundamenta-
ción jurídica)295. Se trata aquí de un trabajo de influencia o colaboración
recíproca entre los dos autores, pues Alexy reconoce la influencia de las
teorías sobre el discurso desarrolladas por Habermas (al menos hasta la fe-
cha de publicación del libro citado, 1978); y Habermas cita explícitamente
las reglas propuestas por Alexy, aunque con ligeras variaciones de orden

295 Theorie der juristischen Argumentation. Die Theorie des rationales Discurses als Theorie der
juristischen Begründung. Francfort del Meno: Shurkamp. 1978. Aquí cito la edición española
del Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1997. Traducción de Manuel Atienza e Isabel
Espejo.

259
Pedro José Posada Gómez

y denominación. Presentaré en primer lugar las reglas de Alexy y luego la


interpretación habermasiana.
Para Alexy (1997, p. 32, 34, 35, 206 ss.) la argumentación jurídica es un
caso particular del discurso práctico general cuya teoría ha desarrollado Ha-
bermas. El libro de Alexy está dividido en tres partes: Las dos primeras (“A.
Sobre algunas teorías del discurso práctico” y “B. Bosquejo de una teoría
del discurso práctico racional general”) se concentran en el discurso prác-
tico, mientras que la tercera (“C. Una teoría de la argumentación jurídica”)
se enfoca en la argumentación jurídica. Aquí nos interesa especialmente la
segunda parte (B), por lo que dejaremos de lado la tercera y solo haremos
referencias puntuales a la primera.
La teoría de Alexy surge de una evaluación crítica de varias teorías que se
han ofrecido para la fundamentación de los enunciados normativos, las teo-
rías de Stevenson, Hare, Toulmin, Baier, Habermas, Lorenzen, Schewem-
mer y Perelman. No desarrollaremos aquí el contenido de esta evaluación,
para centrarnos en los resultados propuestos por Alexy y en su relación con
la teoría habermasiana.
En el contexto de la discusión de los presupuestos de la situación ideal
de habla —propuestos por Habermas en 1973—, Alexy inicia su propia
formulación de las reglas del discurso. La primera de ellas será denominada
“Regla general de la fundamentación”: “Todo hablante debe, si se le pide,
fundamentar lo que afirma, a no ser que pueda aducir razones que justifi-
quen en negar una fundamentación” (p. 135).
Esta regla está en relación estrecha con la situación ideal de habla, de allí
que las exigencias que esta plantea (de igualdad de derechos, universalidad
y ausencia de coacción) se puedan formular como tres reglas que Alexy de-
nominará “reglas de razón”, pues definen las condiciones más importantes
para la racionalidad de los discursos (p. 137)296.
La primera de tales reglas se refiere a la admisión en el discurso:

“(1) Cualquiera que pueda hablar puede tomar parte en el discurso”

La segunda regla regula la libertad de discusión y se descompone en tres


exigencias:

296 Más adelante nos dirá que las reglas de razón, junto con las de fundamentación, “constituyen las
reglas fundamentales de una teoría general del discurso práctico racional” (p. 142).

260
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

“(2) a) Cualquiera puede problematizar cualquier aserción.


b) Cualquiera puede introducir cualquier aserción en el discurso.
c) Cualquiera puede expresar sus opiniones, deseos y necesidades”.

Alexy resalta la regla c) que podrá formular la exigencia de apertura en


el discurso práctico. La tercera regla busca proteger al discurso frente a la
coacción:

“(3) No se puede impedir a ningún hablante ejercer sus derechos estableci-


dos en (1) y (2) mediante coacción existente dentro o fuera del discurso”.
(p. 136)

Alexy (como Habermas) reconoce que estas reglas no pueden ser cum-
plidas en un sentido pleno, pero no por ello deben ser consideradas como
carentes de sentido, pues sirven a cuatro propósitos:

(1) Definen un ideal que puede ser cumplido por aproximación, (2) son un
instrumento de crítica de las limitaciones injustificables de los derechos y
posibilidades de los interlocutores, (3) (son) al menos un criterio hipotético
y negativo sobre la corrección o veracidad y (4) ofrecen una explicación de
las pretensiones de corrección o verdad. (Alexy, 1997, p. 137)

Después de haber formulado, en diálogo con Habermas, estas “reglas


fundamentales de una teoría general del discurso práctico racional”, y des-
pués de hacer un balance de las teorías propuestas por Lorenzen y Perel-
man, Alexy presentará ya de forma sistemática las que denomina “reglas y
formas del discurso práctico general”.
Al primer grupo de ellas las denomina “reglas fundamentales”, pues su
validez “es condición de posibilidad de cualquier comunicación lingüística
en que se trate de la verdad o la corrección” (p. 185)297. Tales reglas son:

(1.1) Ningún hablante puede contradecirse.


(1.2) Todo hablante sólo puede afirmar aquello que él mismo cree.
(1.3) Todo hablante que aplique un predicado F a un objeto a debe estar
dispuesto a aplicar F también a cualquier otro objeto igual a a en todos
los aspectos relevantes.
(1.4) Distintos hablantes no pueden usar la misma expresión con distintos
significados. (Alexy, 1997, p. 185)

297 Llama la atención la referencia a la noción de “verdad” que, como hemos dicho, correspondería
para Habermas al “discurso teórico”, no al discurso práctico.

261
Pedro José Posada Gómez

Como aclaración de estas reglas Alexy agrega algunas características


que resumo puntualmente:
(1.1) remite a las reglas de la lógica (que aquí se presumen); las reglas
de la lógica son aplicables también a las proposiciones normativas (y es
posible construir semánticas —teorías de modelos— en las que también los
enunciados normativos puedan ser evaluados como verdaderos o falsos);
(1.1) no remite solo a las reglas de la lógica clásica, sino sobre todo a las
de la lógica deóntica; por tanto, la prohibición de caer en contradicción se
refiere también a incompatibilidades deónticas.
(Esta regla puede ser analizada y revisada desde las perspectivas de los
conceptos de “contenido proposicional” de los actos de habla, susceptibles
de evaluar desde condiciones de veracidad; desde la noción perelmaniana
de los argumentos cuasilógicos de incompatibilidad; y desde la tesis tam-
bién perelmaniana sobre la regla de justicia como regla fundamental de
la razón práctica, que da la posibilidad de presentar el principio lógico de
identidad como consecuencia de la misma regla de justicia. Retomaré esto
en mis conclusiones).
(1.2) asegura la sinceridad de la discusión; es constitutiva de toda comu-
nicación lingüística; sin ella no sería posible mentir (pues si no se presupo-
ne ninguna regla que exija sinceridad, no es concebible el engaño; por ello,
(1.2) no excluye la expresión de conjeturas, solo exige que sean caracteri-
zadas como tales.
(Por mi parte señalaré las coincidencias de (1.2) con la searleana “con-
dición de sinceridad” y con la alternativa de “responsabilidad” propuesta
por Van Eemeren-Grootendorst. La actitud hipotética que se señala como
posibilidad para (1.2) recuerda uno de los tipos de intercambio dialéctico
clasificados por Aristóteles. Habermas ubicará esta regla entre los presu-
puestos del procedimiento dialéctico).
(1.3) Se refiere al uso de expresiones por un hablante; le exige estar dis-
puesto a “actuar coherentemente”. Aplicada a expresiones valorativas (1.3)
adopta la forma: “(1.3’) Todo hablante sólo puede afirmar aquellos juicios
de valor y de deber que afirmaría así mismo en todas las situaciones en las
que afirmare que son iguales en todos los aspectos relevantes” (p. 187)298.
(Considero que (1.3) también puede ser entendido como una aplicación
de la regla de justicia, que tiene como efecto evitar la falacia de ambigüedad
semántica).

298 Alexy agrega que (1.3’) es una formulación del principio de universalidad de Hare.

262
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

(1.4) Se refiere al uso de expresiones por diversos hablantes; exige una


comunidad de uso de lenguaje299. En caso de oscuridad sobre el uso de las
palabras se debe proceder a determinaciones analíticas (usando, si es nece-
sario, lenguajes artificiales como el de la lógica deóntica).
Es importante notar que, si bien las cuatro reglas han sido introducidas
por Alexy como reglas del discurso práctico, solo la regla (1.3’) parece ex-
clusiva para este tipo de discurso; (1.2) sería válida también para cualquier
otro tipo de discurso; y (1.1), (1.3) y (1.4) pueden ser aplicadas al discurso
teórico, debido a su componente lógico-semántico.
Al siguiente grupo de reglas del discurso práctico general las denomina
Alexy “reglas de razón”, toda vez que ellas “definen las condiciones más
importantes para la racionalidad del discurso”. La primera de ellas se refie-
re a la “pretensión de fundamentabilidad” inherente al “acto de habla de la
asersión (aseveración)”:

“(2) Todo hablante debe, cuando se le pide, fundamentar lo que afirma, a no


ser que pueda dar razones que justifiquen el rechazar una fundamentación”.

(Esta regla equivale a la mencionada “regla general de la fundamenta-


ción” y se corresponde con la segunda de las reglas de la discusión crítica
de la pragma-dialéctica: “La parte que ha avanzado un punto de vista está
obligada a defenderla si la otra parte se lo pide”).
Las reglas (2.1), (2.2) y (2.3) se corresponden con las reglas de la situa-
ción ideal de diálogo propuesta por Habermas. La primera de ellas regula la
admisión en el discurso:

“(2.1) Quien pueda hablar puede tomar parte en el discurso”.

La siguiente regla regula la libertad temática de la discusión:

“(2.2) (a) Todos pueden problematizar cualquier aserción.


(b) Todos pueden introducir cualquier aserción en el discurso.
(c) Todos pueden expresar sus opiniones, deseos y necesidades”.

La última de las reglas de razón busca proteger al discurso de la coerción:

“(2.3) A ningún hablante puede impedírsele ejercer sus derechos fijados en


(2.1) y (2.2), mediante coerción interna o externa al discurso”. (p. 189)

299 En nota al pié 39, Alexy remite a La nouvelle rhétorique (Tratado de la argumentación) de
Perelman-Olbrechts para la idea del “carácter comunitario del uso del lenguaje como presupues-
to indispensable de toda argumentación”.

263
Pedro José Posada Gómez

Alexy aclara que el literal (c) de (2.2) es especialmente importante para


el discurso práctico. De hecho es la única que introduce elementos exclusi-
vos de este tipo de discurso, mientras que el resto de las “reglas de razón”
serían igualmente aplicables a un discurso teórico. Alexy les sale al paso a
los críticos que podrían pensar que con estas reglas no se ha logrado mu-
cho toda vez que “por razones de tipo práctico está excluído que todos los
hablantes ejerzan sus derechos regulados en (2.1) y (2.2)” y que “además,
puede dudarse de si alguna vez pueda alcanzarse la inexistencia de coerción
exigida por (2.3)”. A estas posibles críticas contesta con tres argumentos:
1) Las argumentaciones que no cumplan con las reglas (2.2)-(2.3) deben
considerarse como no válidas, pues estas reglas, junto a las otras anotadas,
conforman “un criterio hipotético-deductivo para la corrección de las pro-
posiciones normativas”. Si tales reglas se cumplen, “en la medida óptima
alcanzable” en cada caso, ellas proporcionan un criterio provisional. 2) Las
reglas cumplen además una función como “instrumento de crítica de las
restricciones de derechos y oportunidades de los participantes en el dis-
curso, que no sean justificables”, pues ellas “definen un ideal al que cabe
aproximarse por medio de la práctica y de medidas organizativas”. 3) Estas
reglas “proporcionan una explicación de la pretensión de verdad o correc-
ción” (p. 190).
Dejo por ahora de lado las formas de argumentos y tres grupos adicio-
nales de reglas del discurso práctico propuestas por Alexy: las reglas de
la carga de la argumentación, las reglas de fundamentación y las reglas
de transición, que no son relevantes para este paralelo con la propuesta de
Habermas.
Veamos finalmente cómo Habermas re-clasifica las reglas fundamentales
y de razón propuestas por Alexy, en el marco de su esquema tripartito de
la teoría de la argumentación. Como anoté antes, esta presentación de las
reglas de Alexy la introduce Habermas para dar ejemplos (ilustraciones)
de reglas que caben en las que denomina: Esfera lógico-semántica de los
productos, esfera dialéctica de los procedimientos y círculo retórico de los
procesos, que son “tres esferas de presupuestos de la argumentación” distin-
guidas “desde la perspectiva del canon aristotélico” (Habermas, 1983/1985,
p. 110).

I. Retomando la caracterización anotada antes, en la esfera lógico-semánti-


ca:
Las argumentaciones han de servir para producir argumentos atinados y
convincentes desde el punto de vista de sus propiedades intrínsecas, con
los que se puedan comprobar o rechazar las pretensiones de verdad”; del
catálogo de Alexy serían ejemplos:

264
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

I.1. Ningún hablante debe contradecirse.


I.2. Cualquier hablante que aplique un predicado F a un objeto a, debe
estar dispuesto a aplicar el predicado F a cualquier otro objeto que coin-
cida con a en todos los aspectos relevantes, y
I.3. Distintos hablantes no pueden emplear la misma expresión con dis-
tintos significados. (Habermas, 1983/1985, p. 110)

Agrega que estas reglas lógicas y semánticas carecen de contenido ético


(por tanto no le brindan un apoyo suficiente en su búsqueda de un argu-
mento “pragmático trascendental” que sirva de base a la ética dialógica;
asunto que no tocaremos aquí). Nótese que estas tres reglas corresponden a
las reglas (1.1), (1.3) y (1.4) de Alexy (Habermas desplaza la regla (1.2) a
la esfera dialéctica y omite mencionar la regla (1.3’)). Valen aquí las mis-
mas observaciones y anuncios que hicimos en la lista de Alexy; por lo que
me limito a resaltar de nuevo que las tres reglas anotadas son pertinentes
para todo tipo de discurso (teórico, práctico, explicativo, en el sentido de
Habermas).

II. En la esfera dialéctica de los procedimientos la argumentación aparece


como una búsqueda cooperativa de la verdad (o del mejor argumento),
en un proceso regulado de tal modo que proponentes y oponentes puedan
situarse hipotéticamente por encima de las presiones de la acción y traten
de evaluar las pretensiones de validez problematizadas. Del catálogo de
Alexy serían ejemplos:
II.1. Cada hablante sólo puede afirmar aquello en lo que verdaderamen-
te cree.
II.2. Quien introduce un enunciado o norma que no es objeto de la dis-
cusión debe dar una razón para ello. (Habermas, 1983/1985, p. 111)

Anota Habermas que algunas de las reglas de esta esfera tienen un claro
contenido ético (en el ejemplo, la regla (II.1), que es la (1.2) de Alexy, y que
hemos asociado con la regla de sinceridad de Searle). Además, nos dice el
autor, en este nivel ya se suponen presupuestos que comparten el discurso y
la acción orientada al entendimiento (acción comunicativa) tales como las
relaciones de reconocimiento recíproco. La regla (II.2) presenta una formu-
lación ligeramente distinta de su equivalente en la lista de Alexy, la regla
(2): “Todo hablante debe, cuando se le pide, fundamentar lo que afirma, a no
ser que pueda dar razones que justifiquen el rechazar una fundamentación”.
La formulación habermasiana parece centrada en evitar la violación de la
máxima de la conversación (Grice): “Sé pertinente” (a menos que puedas
justificar el argumento que parece impertinente); mientras que la versión de
Alexy se enfoca en el deber de fundamentar las aserciones (a menos de que
se pueda justificar el no hacerlo).
265
Pedro José Posada Gómez

III. En el círculo retórico de los procesos, la argumentación aparece como


un proceso de comunicación que aspira a satisfacer las condiciones de
una situación ideal de habla; es decir, una situación que estuviera inmu-
nizada contra la represión y la desigualdad; una que, en la búsqueda del
entendimiento, excluye toda coacción que no sea la del mejor argumento.
Serían ejemplos en el catálogo de Alexy:
III.1. Cualquier sujeto capaz de lenguaje y acción puede participar en la
discusión.
III.2. A. Cualquiera puede cuestionar cualquier afirmación.
B. Cualquiera puede introducir cualquier afirmación en el discurso.
C. Cualquiera puede expresar sus posiciones, deseos y necesidades.
III.3. A ningún hablante puede impedírsele el uso de los derechos es-
tablecidos en 3.1 y 3.2 mediante coacción interna o externa al discurso.
(Habermas, 1983/1985, pp. 112-113)

Observa Habermas que (III.1) determina que no se excluya a ninguno de


los potenciales participantes en la discusión que esté en capacidad de parti-
cipar; (III.2) garantiza igualdad de oportunidades a todos los participantes
de aportar contribuciones a la discusión y expresar argumentos propios; y
(III.3) establece condiciones que garanticen el acceso a la participación en
el discurso en condiciones de igualdad y sin ser objeto de presiones abiertas
o veladas.
Habermas considera que es posible demostrar que semejantes reglas del
discurso no son meras convenciones sino presupuestos inexcusables. Tal
demostración operaría mediante el recurso a esa especie de reducción al
absurdo que he mencionado antes, que Habermas denomina “realizaciones
contradictorias” (o “contradicciones performativas”).
A modo de ejemplo, mientras que la frase “(1) Finalmente he convencido
a H con buenas razones de que p” informa la conclusión de un discurso en
el que alguien ha convencido mediante buenas razones a H de que acepte
la pretensión de verdad de p (pues “pertenece al sentido general de ‘con-
vencer’ el hecho de que, mediante buenas razones, (se logra que) un sujeto
adopte una opinión”; la frase “(1)* Finalmente he convencido a H con una
mentira de que p” es una “paradoja semántica” que contradice la regla (2.1),
y (1)* significa que H ha llegado al convencimiento en condiciones en las
que no es posible establecer convencimientos; “condiciones que contradi-
cen los presupuestos pragmáticos de la argumentación en general”; por ello,
un proponente que defienda la verdad de (1)* incurre en una “realización
contradictoria” (pp. 113-114).
Un análisis semejante le permite mostrar a Habermas que incurre en
una realización contradictoria alguien que pretenda defender un enunciado
como “(3)* Una vez que hayamos excluido de la discusión a A, B, C... (...)

266
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

podremos convencerlos de que la norma n es correcta” (siendo A, B, C...


personas pertenecientes al círculo de afectados por la norma y que poseen
las mismas calidades de los participantes en la discusión); pues (3)* contra-
dice las reglas (3.1) y (3.2).
Habermas reconoce, sin embargo, que en muchos casos las argumen-
taciones reales no cumplen con alguna o algunas de estas reglas, y cons-
tituyen solo aproximaciones. Y dado que los discursos están sometidos a
limitaciones de espacio y tiempo, y que los participantes en él pueden estar
movidos por otras razones que la búsqueda cooperativa de la verdad, se
hacen necesarias las medidas institucionales que ayuden a neutralizar las
limitaciones empíricas inevitables y las evitables intervenciones internas y
externas, para que las condiciones ideales previstas puedan alcanzarse en un
grado razonable (p. 115).
Hoyos y Vargas sintetizan e interpretan así el bosquejo habermasiano de
una teoría de la argumentación:

La teoría de la argumentación buscada consta de tres momentos íntimamente


relacionados entre sí: la lógica de los argumentos, como productos de una
tradición, la dialéctica de los procedimientos comunicativos en el presente,
en un futuro abierto por la retórica como proceso de entendimiento posible.
(Hoyos & Vargas, 1997, p. 203)

Retomaré esta interpretación temporal de los tres momentos argumenta-


tivos.

7.4. Conclusiones provisionales sobre la propuesta de Habermas

Lo que Habermas nos ha presentado no es todavía una teoría de la ar-


gumentación desarrollada, es un esquema o bosquejo. Este esquema fue
presentado primero en el marco de un intento de mostrar el carácter racional
de la acción comunicativa (Habermas, 1981) y usado después para dar una
ilustración sintética de las posibles reglas de una argumentación en el dis-
curso de la razón práctico-moral (Habermas, 1983/1985). Se trata pues de
una teoría por desarrollar.
Algunos estudiosos de la argumentación han señalado el enfoque ético
de la teoría habermasiana300 (e incluso se la ha catalogado como una teoría

300 Por ejemplo, para Michel Meyer: “Mais la tentative de Habermas reste intéressante en raison de
ce besoin de revivifier l’êthos par une théorie de l’argumentation centrée, cette fois, sur le locu-
teur soumis au logos universalisant, parce que logos en situation” (Meyer, 2008, p. 73). También
en Meyer, 1999, p. 280.

267
Pedro José Posada Gómez

para la argumentación filosófica). Sin entrar ahora a evaluar esas aprecia-


ciones, sí creo necesario plantear un interrogante doble: ¿Una teoría como
la propuesta por Habermas es aplicable para el análisis de la argumentación
cotidiana? ¿O se trata de una teoría pensada exclusivamente para los deba-
tes intelectuales especializados?
A favor de la segunda alternativa se podrían resaltar dos hechos: 1) que
Habermas define a la argumentación como un tipo especial de acción comu-
nicativa, una continuación de la acción comunicativa con otros medios, los
medios del discurso y la crítica, y 2) que el único ejemplo que nos ha ofreci-
do de ella pertenece al campo del discurso práctico y de la fundamentación
filosófica de la ética dialógica.
Pero podríamos argumentar a favor de la primera alternativa partiendo
de que Habermas concibe los principios de la argumentación como parte de
una “racionalidad inmanente a la práctica comunicativa cotidiana” y reco-
nociendo además que el autor no señala ninguna ruptura entre las discusio-
nes cotidianas y los discursos especializados (de hecho, todos los ejemplos
de argumentos que analiza en su argumentación pertenecen al discurso de
la vida cotidiana).
El carácter ideal de las reglas del discurso práctico desarrolladas por Ha-
bermas y Alexy no debe interpretarse como referido exclusivamente a los
discursos especializados; pues la función crítica que ellas cumplen es igual-
mente aplicable a la argumentación cotidiana. Basta con señalar que los
debates teóricos especializados suelen estar organizados de tal modo que se
acercan más a las condiciones ideales; pero no habría razón para confinar
la aplicabilidad de la propuesta habermasiana a este tipo de argumentación.
Al menos, será posible encontrar en las discusiones cotidianas fragmentos
de argumentación que cumplan con el modelo planteado por Habermas. Así
queda disuelta la alternativa del doble interrogante del que partíamos.
Más pertinentes podrían ser las preguntas por la corrección analítica y la
viabilidad crítica del modelo triádico propuesto por Habermas. Entendien-
do por corrección analítica la adecuación del modelo para dar cuenta de lo
que hacemos cuando argumentamos, y por viabilidad crítica su capacidad
para permitir la crítica racional de los argumentos.
La primera cuestión entraña la pregunta por la corrección del modelo
lógico-dialéctico-retórico para dar cuenta de las argumentaciones. Si es
correcto, una teoría habermasiana de la argumentación debería poder dar
herramientas para clarificar: 1) el tipo de lógica que está implícito en las
argumentaciones y el tipo de sistema lógico que permitiría su análisis, 2)
las reglas del procedimiento dialéctico que garanticen el triunfo del mejor

268
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

argumento, y 3) las reglas del proceso retórico que permitan decidir el grado
de universalidad del convencimiento logrado en cada caso.
Sobre 1): Mientras que Alexy apela a la lógica formal en general (y a la
lógica deóntica, para los argumentos que contienen enunciados normativos)
Habermas se limita a la insinuación vaga de una “lógica mínima” de inspi-
ración popperiana o una apelación a la regla de consistencia de Hare, que
cumplirían esta función.
Sobre 2): Aparte de las dos reglas tomadas de Alexy, a modo de ejem-
plos, Habermas tampoco ofrece una lista detallada del tipo de reglas del
procedimiento dialéctico que cumplirían con la tarea asignada.
Sobre 3): Si interpretamos la idea de “proceso retórico” como una bús-
queda de aproximarse a las condiciones de una “situación ideal de habla”,
que sería equivalente a una apelación a la idea perelmaniana de “auditorio
universal”, resta aún resolver, al menos, un problema: ¿dónde quedan los
usos persuasivos de la retórica que, en principio, no buscan convencer al
auditorio universal sino persuadir a auditorios particulares (Perelman)?, es
decir ¿cómo evaluar el proceso retórico de las argumentaciones que no son
ni científicas ni filosóficas?301
En mis conclusiones generales intentaré dar una respuesta a estos inte-
rrogantes. Por el momento podemos sacar las siguientes conclusiones:
El modelo habermasiano posee dos características que lo distinguen de
otras teorías de la argumentación: su intento de integrar las perspectivas de
la lógica, la dialéctica y la retórica, y su carácter de modelo ideal o formal.
La primera característica parece darle una ventaja en relación con otras teo-
rías que (como la de Toulmin o la de Perelman) se han construido sobre la
separación del aspecto lógico respecto de los aspectos retóricos y dialécti-
cos. Esta separación, inspirada en la distinción aristotélica entre los razona-
mientos apodícticos y los dialécticos, tiende a olvidar que para Aristóteles
era posible y necesario percibir el carácter lógico de ambos tipos de razona-
miento. En esta separación se asume primero la reducción positivista de la

301 Paul Ricoeur ha señalado este problema a propósito del auditorio universal de Perelman: “... el
objetivo de la discusión filosófica, si ella está a la altura de lo que acabamos de llamar auditorio
universal, trasciende el arte de persuadir y de gustar, bajo sus formas más honestas, que prevale-
ce en las situaciones típicas susodichas [la asamblea política, la asamblea judicial y la asamblea
festiva]” (Ricoeur, como se citó en Meyer, 1986, p. 147). Esta separación entre un tipo de argu-
mentación que busca convencer al auditorio universal (la ciencia y la filosofía) y otra que busca
persuadir a auditorios particulares no aparece en Habermas, posiblemente porque para él toda
argumentación busca ser convincente. Aunque hemos señalado la analogía de esta separación
con la que establece Habermas entre los contenidos del discurso práctico y los de las críticas
estética y terapéutica.

269
Pedro José Posada Gómez

lógica a su forma de cálculo axiomatizado de leyes, y se la opone a la dia-


léctica y la retórica. Posiblemente, si se tuviera en mente la presentación de
la lógica como un sistema de reglas de inferencia, se vería mejor el carácter
complementario de la lógica, en relación con las otras dos esferas. No debe
olvidarse que por su génesis y por su función de herramienta de análisis de
la validez y coherencia de los argumentos, el sistema de reglas de inferencia
posee una tradición que desborda su forma meramente calculística.
El segundo aspecto de la propuesta habermasiana, su énfasis en los pre-
supuestos ideales que deben satisfacer las argumentaciones —especialmen-
te en los aspectos del procedimiento dialéctico y el proceso retórico—, pue-
de ser justificado si se piensa en una teoría que tendría esencialmente una
función crítica o evaluativa de los argumentos reales; sería una especie de
ideal regulativo de la argumentación. Pero, si se pretende una teoría que
además pueda describir la argumentación cotidiana, se tendría que avanzar
en la reconstrucción, no solo de los presupuestos formales de la argumen-
tación, sino además, de las desviaciones y patologías argumentativas. Esto
permitiría refinar los criterios para evaluar la fuerza de los argumentos (efi-
cacia y validez), y para distinguir el modo como la persuasión de auditorios
particulares puede pretender (explícita o implícitamente) el convencimiento
de un auditorio universal mediante sus pretensiones de validez; es decir,
el modo como “una opinión puede transformarse en saber”. La distinción
habermasiana entre ‘discurso’ y ‘crítica’ refleja esta tensión entre los aspec-
tos universalistas y particularistas de la argumentación.
Finalmente, creo necesario reconocer que la definición (implícita) de las
tres disciplinas del canon aristotélico, dada por Habermas, no parece coin-
cidir completamente con la idea que comúnmente se tiene de ellas (espe-
cialmente de la retórica y la lógica). De allí que la adición del “parámetro
temporal” mencionado antes resulte importante para dar una interpretación
dinámica del modelo de Habermas. Este parámetro temporal ha sido in-
troducido por Hoyos y Vargas en la cita antes anotada: “La teoría de la
argumentación buscada consta de tres momentos íntimamente relacionados
entre sí: la lógica de los argumentos, como productos de una tradición, la
dialéctica de los procedimientos comunicativos en el presente, en un fu-
turo abierto por la retórica como proceso de entendimiento posible”. Esto
significaría que en el momento ‘lógico’ reunimos la herencia recibida en el
lenguaje cotidiano, con toda su carga de verdades, valores, y sus relacio-
nes sistemáticas; en el momento dialéctico confrontamos esta herencia con
otras concepciones y pareceres; y en el momento retórico tratamos de deter-
minar el nivel de universalidad de los acuerdos logrados dialécticamente. El
resultado de este ‘proceso retórico’ será decantado como tradición cultural

270
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

que engrosará la ‘lógica recibida’ y será el nuevo punto de partida. Esta


interpretación dinámica del modelo habermasiano, que intentaré apoyar en
mis conclusiones finales, podría representarse gráficamente (Figura 7.1).

Figura 7.1. Dinámica de las tres esferas de la argumentación

Es decir, que los presupuestos “lógicos” recibidos serían puestos a prueba


en el procedimiento “dialéctico” y “procesaríamos” las conclusiones según
el grado de “universalidad” de sus “pretensiones de validez”. El “producto”
de ese “proceso” engrosaría el acerbo de presupuestos (“premisas”) para fu-
turas argumentaciones (La aclaración de los términos entrecomillados será
asumida en las conclusiones finales).

271
Capítulo 8

Conclusiones

En primer lugar haré una breve síntesis del camino recorrido en los capí-
tulos anteriores, en segundo lugar, finalmente, presentaré, también de modo
esquemático, un modelo de análisis de la argumentación que sigue la idea
básica del esquema habermasiano pero trata de mejorarlo, o al menos com-
pletarlo, con elementos de los capítulos precedentes.
En los primeros tres capítulos de este texto hicimos un repaso de las tesis
de Aristóteles sobre las tres disciplinas que Habermas llama “el canon aris-
totélico”: Dialéctica, lógica y retórica.
Acogiendo el criterio del posible orden cronológico de su composición,
empezamos este análisis con los textos aristotélicos que presentan su teoría
dialéctica: Los Tópicos y las Refutaciones sofísticas. En el capítulo 1: “El
concepto de ‘razonamiento’ en los Tópicos y las Refutaciones sofísticas”
pudimos constatar que Aristóteles concibió primero una teoría general so-
bre los razonamientos, luego determinó las funciones de los razonamientos
dialécticos (y de los erísticos) y dejó planteado el espacio de los razona-
mientos demostrativos apodícticos, que serían el objeto de los Analíticos I y
II. Tal como anotábamos allí: 1. El desarrollo de la teoría lógica aristotélica
se deriva de su reflexión sobre el diálogo y la dialéctica, y, como un caso
especial de ella, deriva los razonamientos demostrativos o científicos, que
parten de premisas verdaderas y aplican las formas correctas de razonar;
y 2. Para Aristóteles, los argumentos dialécticos no se distinguen de los
demostrativos por su aspecto formal, sino por la calidad epistémica de sus
premisas (el ser verdaderas o el ser plausibles). Con ello, redescubrimos que
la prioridad de la dialéctica aristotélica con respecto a su teoría lógico for-
Pedro José Posada Gómez

mal no es solo cronológica sino también metodológica, en un doble sentido:


1. Los razonamientos demostrativos son un caso especial de razonamientos
dialécticos, y 2. La tipología de razonamiento que se desarrolló en la dialéc-
tica sigue vigente cuando Aristóteles desarrolla su lógica formal y su teoría
retórica, como pudimos constatar en los capítulos 2 y 3.
Vimos que para Aristóteles la dialéctica es una técnica interrogativa y
crítica (que no pregunta sobre las cosas primordiales, pues las toma como
punto de partida de la interrogación (172a 17)), y considera el filósofo que
aun los que no conocen las artes específicas pueden ejercer la crítica, pues
“también los ignorantes emplean de algún modo la dialéctica y la crítica:
pues todos, hasta cierto punto, se esfuerzan en poner a prueba a los que
hacen profesión de sabios” y “todos refutan: pues participan sin técnica de
aquello en lo que consiste técnicamente la dialéctica...” (172a 30-35). Con
esto quiero resaltar el hecho de que para el autor no hay una separación
cualitativa entre el dialéctico y el hombre común que discute; la distinción
es de grado.
En el capítulo segundo (2. “La concepción aristotélica de la lógica y
sus relaciones con la dialéctica”) pudimos constatar que: 1. La “lógica”,
“analítica” o “apodíctica” aristotélica surge como una ampliación o especi-
ficación del estudio del razonamiento iniciado en los Tópicos, es decir, en la
dialéctica aristotélica. 2. Aristóteles mantiene una perspectiva dialéctica a
lo largo de su presentación del razonamiento analítico. 3. Cuando descubre
el silogismo válido, Aristóteles lo considera como un instrumento aplicable
a todo tipo de razonamiento: dialéctico, demostrativo o retórico.
Vimos también que Aristóteles, aunque distingue la validez formal del
valor de verdad de los elementos del silogismo, prioriza el papel de los
silogismos que poseen premisas apodícticas, o verdaderas, y que permiten
determinar la causa o razón de un fenómeno, es decir, los silogismos que
considera útiles para determinar la verdad de la conclusión a partir de la
verdad de las premisas y la corrección formal del razonamiento. No obs-
tante, resaltamos que el interés de Aristóteles está más en los usos del razo-
namiento que en su formalización. Coincidimos pues con Toulmin cuando
afirma que “Aristóteles era más pragmatista, y menos formalista, de lo que
habían considerado los historiadores por norma general desde la Alta Edad
Media” (Toulmin, 2007, p. 10).
En el capítulo 3, “La retórica como antistrofa de la dialéctica”, pudimos
constatar que Aristóteles construye su versión de la retórica teniendo como
marco de referencia los tipos de razonamiento que había estudiado en la
dialéctica (Tópicos y Refutaciones sofísticas), por lo cual su retórica no es

274
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

opuesta al razonamiento dialéctico (y lógico) sino que brinda una muestra


de un uso persuasivo de los razonamientos analizados en sus obras pre-
vias. En este sentido, la retórica es homóloga de la dialéctica, un “esqueje”
de ella, y contiene un componente estrictamente racional en las “pruebas”
(πίστεις) propias del arte, que son los entimemas y ejemplos. Todo ello al
servicio de la tarea de convencer o persuadir a un auditorio.
Estos tres primeros capítulos no permitieron ver cómo el concepto aristo-
télico de “razonamiento” (συλλογισμός) sufre un proceso de especificación
que sigue el programa trazado en los Tópicos, se especifica en su aspecto
demostrativo en los Analíticos, y cumple un papel persuasivo en la Retó-
rica. Mostrado esquemáticamente, el devenir cronológico del concepto de
razonamiento sería: habría empezado con un concepto amplio de “esquema
de razonamiento” (“De algo se sigue algo”, con determinado grado de va-
lidez o verosimilitud), mostrando primero sus formas dialécticas o críticas
(Top. y Ref. Sof.), luego la forma analítica de razonar, lógica y demostrativa
(Anal. I y II)302 y, finalmente, en la Retórica deriva hacia un uso persuasivo
de la racionalidad dialéctica (pues se trata de una retórica filosófica, que
responde a la sofística, y es homóloga y esqueje de la dialéctica) compuesta
de elementos dialéctico-analíticos y de elementos “éticos”-“políticos”303).
En otras palabras, la analítica es un aspecto de la dialéctica de los Tópicos,
en su sentido amplio, un aspecto que se volvió ciencia. Así, pues, la lógica
expone y demuestra, la dialéctica cuestiona y refuta, y la retórica persuade.
En la segunda parte de este texto, intentamos rastrear la influencia de las
tres disciplinas del que Habermas llama el canon aristotélico (lógica, dia-
léctica y retórica) en algunas teorías contemporáneas de la argumentación:
la Nueva Retórica de Perelman-Olbrechts, la “lógica informal” de Toulmin,
la pragma-dialéctica de Van Eemeren et al. y la teoría de la acción comuni-
cativa de Habermas. Revisemos brevemente este segundo trayecto del re-
corrido.
Perelman-Olbrechts presentan su teoría como una recuperación de la
distinción aristotélica entre los razonamientos necesarios (demostrativos
y analíticos) y los razonamientos dialécticos (plausibles o verosímiles):
“Nuestro análisis se refiere a las pruebas que Aristóteles llama dialécticas,
que examina en los Tópicos y cuyo empleo muestra en la Retórica” (Perel-

302 La lógica aristotélica supone un sistema conceptual preciso (las Categorías y los Peri Herme-
neias) y este sistema se levanta sobre una ontología del sentido común y su perfeccionamiento
por la ciencia.
303 La Retórica no solo refleja el uso persuasivo de la dialéctica (los elementos críticos de la lógica
y el razonamiento verosímil), sino también los elementos éticos del conocimiento de los carac-
teres y los elementos agonísticos del ejercicio de la “fuerza simbólica” del debate.

275
Pedro José Posada Gómez

man y Olbrechts, 1958/1994, p. 35)304. Este énfasis en un elemento común a


la dialéctica y la retórica aristotélicas explica, en parte, que los autores con-
sideren que su teoría podría ser denominada tanto retórica como dialéctica.
No obstante, los autores dan dos razones para preferir el nombre de Nue-
va Retórica, en vez de Nueva Dialéctica, para su teoría de la argumentación:
el hecho de que desde Hegel la noción de dialéctica se haya alejado de su
sentido primitivo, y la tendencia a asignar a la dialéctica (desde la antigüe-
dad) un carácter impersonal (semejante a la lógica), mientras que la noción
de retórica no ha sufrido tales cambios de sentido y desde sus inicios ha
estado ligada a la búsqueda de la adhesión, por lo que el concepto de audi-
torio siempre ha sido central en ella: “Nuestro acercamiento (a la retórica)
pretende subrayar el hecho de que toda argumentación se desarrolla en
función de un auditorio” y agregan: “Dentro de este marco, el estudio de lo
opinable, en los Tópicos, podrá encontrar su lugar” (p. 36).
Así, pues, partiendo de que tanto la retórica como la dialéctica se ocu-
pan de lo opinable, Perelman-Olbrechts parecen considerar que la dialéctica
de los Tópicos puede quedar inserta en su Nueva Retórica. Esta impresión
se refuerza si recordamos que el tipo de auditorio que constituyen los que
interactúan en el diálogo o debate no ocupa un lugar privilegiado en la cla-
sificación que nos ofrecen de los auditorios. Tanto el interlocutor de la de-
liberación (o diálogo íntimo) como la contraparte en el diálogo pueden ser
subsumidos en las categorías generales de auditorio universal o auditorios
particulares. Además, con el énfasis en el carácter de opiniones de los com-
ponentes de la dialéctica, parece dejarse en segundo plano la idea de técnica
de la discusión o del debate, idea que viene desde los griegos y es retoma-
da en el siglo XX por varios autores (entre ellos los pragma-dialécticos y
Habermas). No obstante, esta impresión general puede modificarse a favor
de Perelman-Olbrechts, si consideramos que su punto de partida es el mo-
delo judicial, en el cual el juez está inmerso en un debate que es de tipo
dialéctico.
Por nuestra parte hemos propuesto reinterpretar la oposición entre audi-
torio universal-auditorios particulares, valiéndonos de la idea habermasia-
na de “pretensiones de validez”. En este sentido, el orador se dirige siempre
a auditorios concretos (desde sí mismo, hasta una hipotética humanidad) y
a esos auditorios puede presentarles tesis que pretenden validez universal
(válidas para el “auditorio universal”) o tesis que solo pretenden ser válidas
para una categoría especial de personas (los “auditorios particulares” de

304 Por nuestro análisis previo podemos agregar que en los Tópicos y las Refutaciones también se
analizan los argumentos demostrativos y erísticos, y que ellos, además de los dialécticos, son
empleados en la lógica y la retórica de Aristóteles.

276
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Perelman)305. Este énfasis en el carácter de las pretensiones de validez no se


opone al conocimiento que el orador debe tener de las opiniones que comparte
su auditorio concreto; ni al papel de juez que se asigna al auditorio. Por otro
lado, hemos propuesto la conveniencia metodológica de partir del supuesto
de que todo el que argumenta pretende, en principio, decir algo verdadero,
válido o verosímil (como si fuera válido para el auditorio universal) y que
solo el debate ulterior aclarará si esta pretensión de universalidad es pertinen-
te o aceptable, o si debe ser considerada como un caso de validez particular.
En cuanto al papel de la lógica en la Nueva Retórica de Perelman-Ol-
brechts, y como vimos en su momento, su valoración de la lógica pasó por
varias etapas: 1) una de oposición, que se puede ver en el libro Logique
et Rhétorique (1950), 2) otra de complementariedad, como se expresa en
algunos pasajes del Tratado (1958), y 3) una de inclusión de la lógica en la
retórica, como lo aclara L. Olbrechts-Tyteca en una nota al pie del artícu-
lo de 1963: “Rencontre avec la rhétorique”: “Creo que, en este momento,
nuestras investigaciones tenderían más a hacer de la lógica una parte de la
retórica” (Olbrechts-Tyteca, 1963, p. 17). Esto se entiende si recordamos
que en un primer momento la Nueva Retórica se opone al intento de reducir
el razonamiento humano al cálculo lógico-matemático; en el segundo, la
Nueva Retórica se presenta como organón de la razón práctica, complemen-
tario del dominio del pensamiento lógico formalizable; y en el tercero, la
Nueva Retórica subsume al lenguaje lógico-formal como un caso especial
suyo, aquel en el cual la reducción de las diferencias y la estandarización
del lenguaje y las reglas de inferencia permiten el proceso lógico-deductivo.
A pesar de ello, la teoría de la argumentación de Perelman-Olbrechts
parece haberse desarrollado principalmente con la idea de oposición y com-
plementariedad entre análisis lógico y análisis argumentativo (o “retórico”),
como queda reflejado 1) en el hecho de que tanto en el Tratado (1958) como
en el Imperio (1978) casi todos los capítulos comienzan con la distinción
tajante entre esos dos tipos de análisis, 2) en la afirmación enfática de que
la Nueva Retórica abarca “el campo inmenso del pensamiento no formali-
zado” (1997, p. 11)306 y 3) en la eliminación del criterio de validez lógico-
formal para la valoración de los argumentos denominados “cuasilógicos”.

305 Parodiando la distinción que hace M. Meyer entre los aspectos efectivo y proyectivo del ἦθος y
el πάθος, podríamos decir que el auditorio concreto es un auditorio efectivo, mientras que las
pretensiones de validez (sean universales o particulares) se dirigen a un auditorio proyectivo
(Meyer, 2004, p. 42 ss.).
306 En un escrito titulado “¿Pueden ser formalizados los argumentos retóricos?” el profesor Adolfo
León Gómez (2001/2006) ha puesto en duda la relevancia de la formalización para valorar los
argumentos retóricos.

277
Pedro José Posada Gómez

En el quinto capítulo hemos examinado la propuesta de Toulmin para


el análisis de los argumentos. Que no fue planteada en principio como una
teoría de la retórica o de la argumentación sino como una revisión crítica
del desarrollo de la lógica hacia el formalismo y su alejamiento de la ar-
gumentación cotidiana. A pesar de ello, el análisis que hace Toulmin de
la estructura de los argumentos se ha constituido en un modelo de análisis
argumentativo.
En la revisión de la crítica toulminiana al formalismo lógico encontra-
mos esta pregunta:

Debemos preguntar en qué medida el carácter formal de un argumento váli-


do puede concebirse more geometrico, como si su validez formal fuera úni-
camente cuestión de presentar el tipo correcto de configuración, y hasta qué
punto es necesario que se conciba más bien en términos de procedimiento,
como una cuestión que consiste en seguir formalidades que deben observar-
se con el fin de hacer posible la evaluación de los argumentos. (Toulmin,
1958, p. 43/2007, p. 67)307

La respuesta afirmativa a la segunda alternativa de la pregunta corrobora


que, contra la absolutización del criterio de validez lógico-formal (la con-
figuración), Toulmin propone evaluar los argumentos en términos del pro-
cedimiento que hace posible evaluarlos. Pero si quisiéramos interpretar los
términos de Toulmin en analogía con la tríada habermasiana de producto,
procedimiento y proceso, esto nos posibilitaría decir que Toulmin opone al
mero criterio lógico de los productos (evaluado en su validez sintáctica), la
consideración del procedimiento (¿dialéctico?) que permite evaluar el argu-
mento (¿proceso retórico?). Sea así o no, es claro que la “lógica informal”
de Toulmin se presenta como alternativa a la lógica formal, para el análisis
de la argumentación cotidiana (así como en su momento la Nueva Retórica
opuso el análisis de los argumentos no formalizados al análisis lógico for-
mal). Vale la pena recordar que, así como hiciera Perelman, Toulmin tomó
como modelo argumentativo para su teoría, el modelo jurídico de argumen-
tación (centrado en el papel del litigante, y no en el del juez).
Vimos que para Toulmin, la congruencia y la coherencia (lógicas) son
apenas “prerrequisitos de la evaluación racional” (Toulmin, 1958, pp. 171-
172/2007, p. 223). O, dicho en otros términos: “las consideraciones lógicas
no son sino consideraciones formales”, es decir, son consideraciones que
tienen que ver con las formalidades preliminares de la expresión de un ar-
gumento y no con los méritos reales de argumento o proposición alguna.

307 Subrayados míos.

278
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

No podríamos pedirle a la teoría de Toulmin una reinterpretación de la


retórica o la dialéctica antiguas. Sus críticas al carácter limitado y ambiguo
de las nociones lógicas como deducción, posibilidad, necesidad, etc. las
realiza en el espíritu de quien quiere ampliar la terminología lógica al uso,
para acercarla más a los múltiples usos del razonamiento en el lenguaje
cotidiano.
Aparte de la pertinencia de sus críticas a las nociones de la lógica for-
mal, el esquema propuesto por Toulmin deja poco o nulo espacio para los
aspectos vinculados con el ethos del orador (o de los dialogantes) y con el
pathos del auditorio. Su aplicabilidad inmediata parece restringida a una
ampliación del análisis lógico de la estructura de los argumentos, y en un
análisis más ambicioso de la argumentación tendrá que ser complementado
con otros modelos teóricos.
En nuestro capítulo 6 revisamos el modelo pragma-dialéctico de análisis
de la argumentación. Allí pudimos constatar que este modelo parte de un
ambicioso programa de investigación que todavía se encuentra en su fase
de desarrollo. Los principales logros de este modelo son, a nuestro juicio,
un enfoque dialéctico de la argumentación como intento de resolver una di-
ferencia de opinión, un decálogo de reglas para evaluar de manera racional
el procedimiento dialéctico de la disputa y que, a la vez, permiten sistema-
tizar de una forma novedosa el tema de las falacias que se presentan en las
argumentaciones.
Vimos también que el modelo pragma-dialéctico intenta incluir los as-
pectos lógicos y retóricos de la argumentación. Los primeros, incluyendo
la “corrección lógica” como una de las reglas de la disputa racional y los
segundos, incorporando el análisis de las “maniobras estratégicas” en el
modelo de análisis. Ambos elementos, sin embargo, no perecen haber sido
desarrollados de forma satisfactoria en la pragma-dialéctica. El aspecto ló-
gico, porque los autores pretenden escapar a lo que llaman el “deductivis-
mo” lógico-formal, pero sin haber aportado una alternativa clara a él. El as-
pecto retórico, porque los autores mantienen una concepción de la retórica
como “maniobras” que se agregan como elementos adicionales al proceso
dialéctico, con el único objeto de ganar la disputa a toda costa. Dijimos en
su momento que esta concepción de la retórica parece coincidir mejor con
lo que Aristóteles llamaba la erística, en su teoría dialéctica.
Visto desde la tríada habermasiana, el modelo pragma-dialéctico parece
estar centrado en el procedimiento dialéctico, prestando poca atención a los
presupuestos lógicos (producto) y al proceso retórico. Tratándose de una
teoría en desarrollo, es posible que sus autores refuercen la teoría en próxi-
mas versiones.

279
Pedro José Posada Gómez

Nuestro último capítulo presentó la propuesta de Habermas, de mirar al


“habla argumentativa” desde los tres aspectos del proceso retórico, el proce-
dimiento dialéctico y el producto lógico. No agregaremos aquí nada a lo di-
cho en las conclusiones de ese capítulo, sino que trataremos de usar ese mo-
delo para delinear nuestra propia concepción de lo que podría ser el análisis
de la argumentación desde una versión revisada de la tríada habermasiana.

Elementos para una Teoría General de la Argumentación

Para terminar estas conclusiones expondré de manera esquemática al-


gunos elementos que podría y debería contemplar una teoría general de la
argumentación que cumpla con el requisito habermasiano de distinguir los
aspectos de procedimiento, proceso y producto del habla argumentativa y
que incluya aportes de las otras teorías de la argumentación que hemos con-
siderado aquí. En todos los casos partimos de una interpretación y valora-
ción de esas teorías. Incluso en el caso de la teoría de Habermas, modificaré
algunos aspectos de su conceptualización.
Empezaré con una aclaración sobre los conceptos de “argumento” y “ar-
gumentación” (a), para presentar enseguida una versión del papel de los
tres momentos (que llamaré: el pre-acuerdo epistemo-lógico; el desenlace
dialéctico del desacuerdo y la evaluación “retórica” del acuerdo logrado)
en la dinámica del intercambio argumentativo (b), y terminaré con algunas
observaciones sobre el tipo de contenidos que debería contemplar el análisis
de esos tres momentos (c).
(a) Si bien desde una perspectiva lógica, un argumento es un “razona-
miento”, que puede ser interpretado como una cadena sintáctica de
proposiciones lógicas, desde la pragmática de los actos de habla, el
argumento es un enlace entre actos de habla, cuya estructura pro-
posicional tiene además una intención ilocucionaria determinada. Y
así como desde una perspectiva meramente formal, un razonamien-
to es una inferencia a partir de una o más proposiciones, desde la
pragmática un argumento supone al menos dos actos de habla que
desempeñan los roles de premisa y conclusión.

En Teorías de la verdad Habermas había definido un argumento —desde


una perspectiva que podemos considerar como dialéctica— como “la razón
que nos motiva a reconocer la pretensión de validez de una afirmación o de
una norma o valoración” (Habermas, 1993, p. 141)308.

308 Esta doble perspectiva, epistémica y moral, también está implícita en la clasificación perel-

280
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Desde esa perspectiva se supone que una norma o valoración ha sido


puesta en duda (por alguien) y alguien ha dado un argumento para justificar
su validez. Aquí el “argumento” ocupa el lugar de una justificación (en tér-
minos de Toulmin, una garantía o respaldo) para una tesis (que la norma o
valoración tal merece reconocimiento). Y como siempre que ofrecemos un
argumento “a favor de” algo, estamos suponiendo el argumento contrario,
el contra-argumento (el potencial refutador del esquema de Toulmin, que
es su elemento más dialéctico), desde este punto vista, todo argumento se
puede considerar como enmarcado en un debate potencial. Todo argumento
es dialéctico.
Habermas también ha presentado una definición dialógica de la argu-
mentación: “Llamo argumentación al tipo de habla en que los participantes
tematizan las pretensiones de validez que se han vuelto dudosas y tratan
de desempeñarlas o de recusarlas por medio de argumentos” (Habermas,
1981/1999, p. 37).
Aquí se supone, además de argumentos y contra-argumentos, la presen-
cia de dos sujetos en los roles de proponente y oponente, embarcados en
el juego de dar y pedir razones (De allí que no tenga sentido, en esta pers-
pectiva dialéctica, definir la argumentación en términos de las propiedades
lógico formales de las cadenas de argumentos y contra-argumentos que la
componen; aunque el debate mismo sea susceptible de algún nivel de for-
malización).
Así como un argumento supone al menos dos actos de habla (en los roles
de premisa y conclusión), la argumentación supone al menos dos argumen-
tos: el argumento que se propone y el contra-argumento que se le opone309.
Desde esta perspectiva, el esquema de Toulmin se puede entender como el
de un argumento complejo (con al menos tres premisas con las funciones de
datos, garantías y respaldos) que podrá volverse dialéctico, y ser catalogado
como una argumentación, mediante la construcción del contra-argumento
que se le opone (ampliando el refutador potencial del argumento de partida).
Los argumentos pueden adquirir el estatus de “tópicos”, es decir, hacer
parte de un arsenal de esquemas argumentativos potenciales que el hablante
podrá explicitar y poner a prueba en las argumentaciones310.

maniana de las premisas de la argumentación como “relativas a lo real” (hechos, verdades,


presunciones) y “relativas a lo preferible” (valores, jerarquías de valores y lugares comunes de
lo preferible).
309 Esta idea de la argumentación es conciliable con la definición de la retórica propuesta por Mi-
chel Meyer (2008, p. 21): “La rhétorique est la négociation de la distance entre des individus
à propos d’une question donnée”.
310 Esta aproximación al concepto de “argumentación” es compatible con la definición del profe-

281
Pedro José Posada Gómez

(b) Vista como una actividad, la argumentación presenta un aspecto di-


námico que podríamos descomponer en tres momentos: el momento
del pre-acuerdo epistemo-lógico; el momento del desenlace dialécti-
co del desacuerdo y el debate, y el momento de la evaluación “retó-
rica” del acuerdo logrado:
- 1. El momento epistemo-lógico que corresponde al conjunto de
acuerdos (preconceptos, premisas y presunciones) aceptados de en-
trada por los interlocutores antes de surgir la duda o controversia. Di-
cho en otras palabras, el momento epistemo-lógico está constituido
por el entorno de los acuerdos1 que posee el hablante en un mundo de
la vida, en tanto capaz de lenguaje y acción. De él hacen parte un len-
guaje común y unos sistemas de reglas y máximas provenientes de
la experiencia vital, organizados con cierta lógica311 (que a veces se
condensan como sentido común, mentalidades, ideologías, doctrinas
y reglas explícitas). El entorno epistemo-lógico es nuestra respuesta
implícita a la pregunta ¿qué sabemos? o ¿qué creemos saber?312.
- 2. El momento dialéctico. Que corresponde al conjunto de pro-
cedimientos usados para defender o cuestionar un punto de vista.
Procedimientos aceptados por los interlocutores. En este momento se
supone la decisión de los participantes de tematizar o debatir los dis-
tintos puntos de vista mediante argumentos controvertibles. En otros

sor Adolfo León Gómez que hemos citado en el capítulo 4: Extrapolando la noción de “ma-
cro-acto” de habla desarrollada por Van Dijk, el profesor Adolfo León Gómez ha propuesto
caracterizar a la argumentación como un “mega-acto” de habla: “la argumentación sería una
secuencia ordenada y coherente de argumentos. Es decir, de macroactos, de los macroactos más
simples” (Gómez, 2001/2006, p. 96).
311 Una “lógica” que está interpretada semánticamente, y para la cual vale lo que anota Popper a
propósito de las reglas lógicas de inferencia: “... si por lenguaje entendemos un simbolismo que
nos permite hacer enunciados verdaderos (...) Una regla válida de inferencia con respecto a tal
sistema semántico de lenguaje sería una regla a la cual, en el lenguaje en cuestión, no puede
hallarse ningún contraejemplo, porque no existe ningún contraejemplo” (Popper, 1967, p. 256).
312 Esta concepción del componente lógico de la argumentación podría ser conciliada con la “teo-
ría expresiva de la lógica” defendida por Robert Brandom, según la cual “la importancia filosó-
fica de la lógica no consiste en capacitar a los que dominan el uso de las locuciones lógicas para
probar una clase especial de afirmaciones, es decir, de legitimarse a sí mismos para un tipo de
compromiso en un estilo formal privilegiado. Más bien, la importancia del vocabulario lógico
consiste en lo que permite decir a aquellos que lo dominan, o sea en capacitarlos para expresar
esta clase especial de afirmaciones. El vocabulario lógico dota a los participantes en la prác-
tica lingüística del poder expresivo para hacer explícitos como contenido de sus afirmaciones
precisamente aquellos rasgos implícitos en la práctica lingüística que en primer lugar confieren
contenido semántico a sus enunciados. La lógica es el órgano de la autoconciencia semántica”
(Brandom, 2005, pp. 25-26).

282
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

términos, el momento dialéctico explicita la duda o el desacuerdo,


como momento de antagonismo, y da lugar a la crítica, al debate. La
crítica, el debate y el diálogo suelen estar regidos por reglas (implí-
citas o explícitamente acordadas). El momento dialéctico responde a
la pregunta: ¿Cómo enfrentar y resolver el desacuerdo?
- 3. El momento retórico es el que da cuenta de los criterios de
persuasión y validez que permitirán el logro del acuerdo2. Criterios
para determinar el logro de una persuasión eficaz y de un conven-
cimiento razonable. Dicho de otro modo, el momento retórico es el
modo de concluir el proceso en litigio, determinando la fuerza de los
argumentos en disputa y el mayor o menor grado de universalidad de
sus pretensiones de validez. El momento retórico intenta responder
a la pregunta ¿mediante cuáles elementos de persuasión (eficacia) y
qué criterios de convencimiento (validez) se ha logrado el acuerdo2?

Esquemáticamente, esta dinámica de la acción argumentativa se podría


representar en un esquema circular (Tabla 8.1).

Tabla 8.1 Las tres esferas de la teoría habermasiana de la argumentación


Esfera lógica de los Esfera dialéctica de los Círculo retórico de los
productos procedimientos procesos
Fundamentar una pre- Cerrar las disputas
Intención Convencer a un audi-
tensión de validez por con un acuerdo racio-
fundamental torio universal
medio de argumentos nalmente motivado
Forma interna de los Competición regla-
Estructura Situación ideal de
argumentos y relacio- mentada por el mejor
argumentativa habla
nes entre ellos argumento
Pasado (productos
Presente (del diálogo, Futuro (del entendi-
Tiempo heredados de la tra-
debate o disputa) miento posible)
dición)
Premisas, datos, Discursos teóricos y
Máximas de la con-
Otros reglas de inferencia prácticos; ciencias;
versación; erística;
contenidos (formales) nexos filosofías universalis-
crítica estética; etc.
argumentales, etc. tas, etc.

Si nos valemos de los tres elementos del discurso persuasivo que postu-
ló Aristóteles en su Retórica, podemos afirmar que el momento epistemo-
lógico hace énfasis en el aspecto del logos, entendido como las propiedades
formales del discurso; el momento dialéctico lo hace en el ethos de los
interlocutores del diálogo o debate; y el momento retórico-evaluativo en las
características del pathos de los auditorios.

283
Pedro José Posada Gómez

(c) Finalmente, intentaré precisar qué tipos de contenidos deberían ser


analizados en cada uno de los tres momentos del intercambio argu-
mentativo.
1. El momento de los presupuestos epistemo-lógicos comprende todo
el conocimiento del que están dotados los hablantes al momento de
iniciar la argumentación. De ese inmenso contenido, el analista debería
considerar:
- Las premisas de la argumentación (en el sentido de la Nueva Retóri-
ca), es decir, las premisas relativas a lo real (hechos, verdades y pre-
sunciones) y las relativas a lo preferible (valores, jerarquías de valores
y lugares comunes de lo preferible). Este conjunto de premisas pueden
variar entre uno y otro auditorio (o comunidad de lenguaje) y entre un
campo del saber y otro.
- Las reglas formales que explicitan conexiones inferenciales entre
proposiciones o entre actos de habla313. Entre ellas ocupan un lugar
privilegiado las que señalan relaciones de implicación, identidad, con-
tradicción, causalidad, transitividad, etc.
- Los esquemas argumentativos, bien sea en la versión perelmaniana
(que considera nexos cuasilógicos, basados en la estructura de la rea-
lidad y que fundan la estructura de lo real, además de las disociacio-
nes de nociones) o en la versión de la pragma-dialéctica (sintomáticos,
analógicos o instrumentales). Hemos subrayado las ventajas analíticas
del modelo de Perelman.

- De las reglas de Alexy-Habermas:

- La primera “regla fundamental”: “(1.1) Ningún hablante debe contrade-


cirse”

Que se puede hacer aceptable desde una perspectiva pragmática si le


agregamos: “... a menos que el hablante pueda mostrar que su contra-
dicción es aparente, es decir, que puede disolver la incompatibilidad de
que se le acusa”.

- las reglas (1.3) y (1.4) de Alexy (en Habermas (1.2) y (1.3)) que son reglas
básicas de consistencia semántica:

313 J. Searle y D. Vanderveken (Foundations of Ilocutionary Logic. Cambridge: Cambridge Uni-


versity Press, 1985) han desarrollado a este respecto una “lógica ilocucionaria”. Para una apro-
ximación general a este proyecto puede consultarse el capítulo V (“Lógica ilocucionaria, para-
dojas pragmáticas y argumentación”), en Adolfo León Gómez (1988).

284
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

1.2. “Cualquier hablante que aplique un predicado F a un objeto a, debe estar


dispuesto a aplicar el predicado F a cualquier otro objeto que coincida con a
en todos los aspectos relevantes, y
1.3. Distintos hablantes no pueden emplear la misma expresión con distintos
significados”. (Habermas, 1983/1985, p. 110)

Valga anotar que estas reglas son comunes a todo tipo de discurso (teó-
rico, práctico) y a la argumentación cotidiana. Además, podrían ser
derivadas de la “Regla de justicia” perelmaniana.

2. En el momento del procedimiento dialéctico deberán ser tenidas en


cuenta las reglas de este tipo de encuentro que ya involucran al menos
dos sujetos o dos roles argumentativos. La teoría pragma-dialéctica ha
hecho importantes aportes para el análisis de las argumentaciones en
su aspecto dialéctico. En este nivel es pertinente valerse de las reglas
para la discusión crítica propuestas por los pragma-dialécticos, espe-
cialmente las siete primeras:
1. Regla de libertad: Los participantes no deben obstaculizar la expre-
sión o el cuestionamiento de los puntos de vista.
2. Regla de la carga de la prueba: La parte que ha avanzado un punto
de vista está obligada a defenderla si la otra parte se lo pide.
3. Regla del punto de vista: El ataque debe recaer sobre el punto de
vista tal como ha sido presentado por la otra parte.
4. Regla de la relevancia: Una parte no puede defender su punto de
vista sino avanzando una argumentación relativa a dicho punto de vista.
5. Regla de la premisa no expresada: Una parte no debe atribuir abu-
sivamente al adversario ninguna premisa implícita. No debe rechazar
una premisa que ella misma ha dejado sub-entendida.
6. Regla del punto de partida: Una parte no debe presentar una pre-
misa como un punto de partida aceptado cuando tal no es el caso. No
debe tampoco rechazar una premisa si constituye un punto de partida
aceptado.
7. Regla del esquema de la argumentación: Una parte no debe consi-
derar que un punto de vista ha sido defendido de manera concluyente
si esta defensa no ha sido conducida según un esquema argumentati-
vo adecuado y correctamente aplicado (Van Eemeren y Grootendorst,
1996, pp. 229-230).

De las restantes reglas pragma-dialécticas, la octava (8. Regla de la


validez: Una parte no debe utilizar sino argumentos lógicamente váli-
dos, o susceptibles de ser validados mediante la explicitación de una
285
Pedro José Posada Gómez

o varias premisas) pertenece más al momento de los presupuestos


lógicos, y solo podría ser aceptable con una salvedad semejante a la
que le introdujimos a la regla (1.1) de Alexy-Habermas: si por razones
formales un argumento aparece como no-válido, la parte debe hacer
su justificación como argumento retórico (posiblemente cuasilógico),
inmunizándolo contra el criterio formal de validez.
La novena regla pragma-dialéctica: «9. Regla de clausura: Si un pun-
to de vista no ha sido defendido de manera concluyente, entonces el
proponente debe retirarlo. Si un punto de vista ha sido defendido de
manera concluyente, entonces el oponente no debe ponerlo ya en duda
(Van Eemeren y Grootendorst, 1996, pp. 230-231)» alude a las condi-
ciones prácticas del cierre del debate y en nuestro esquema se ubica en
el momento de la evaluación retórica.
La décima regla: «10. Regla del uso: Las partes no deben utilizar for-
mulaciones insuficientemente claras o de una oscuridad susceptible de
engendrar la confusión; cada una de ellas debe interpretar las expresio-
nes de la otra parte de la manera más cuidadosa y pertinente posible
(Van Eemeren y Grootendorst, 1996, p. 232)» supone un reconocimien-
to recíproco de las reglas semánticas (1.2) y (1.3) de Habermas-Alexy.

- De las reglas de Alexy-Habermas pertenecen al momento dialéctico
las reglas (2.1) y (2.2) de Habermas —(1.2) y (2) de Alexy—:

2.1. Cada hablante sólo puede afirmar aquello en lo que verdaderamente


cree.
2.2. Quien introduce un enunciado o norma que no es objeto de la discusión
debe dar una razón para ello. (Habermas, 1983/1985, p. 111)

La regla 2.1. equivale a la regla de sinceridad de Searle y no pare-


ce pertinente para el momento epistemo-lógico, de allí que Habermas
acierte al ubicarla en su esfera de los procedimientos dialécticos. La
regla 2.2. (que es una regla de la “carga de la prueba”) coincide con la
regla 2 de la pragma-dialéctica.
Dado que el momento dialéctico involucra la interacción de dos o más
sujetos, serán pertinentes los elementos vinculados con el ἦθος de los
oradores y merecerán especial cuidado los nexos argumentativos que
aluden a la calidad de los sujetos (como en los clásicos argumentos de
autoridad, ad baculum, ad verecundiam, etc. Y todos los nexos que se-
ñala Perelman bajo la denominación de relaciones persona-acto, toda
vez que argumentar es un acto de un sujeto).

286
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

Las máximas de la conversación de Paul Grice parecen ubicarse tam-


bién en este momento dialéctico. Sin embargo, ellas solo resultan per-
tinentes para un caso especial de intercambio: aquel que se propone
lograr la comunicación más efectiva de un contenido. De allí que quepa
la duda de si ellas no serán exclusivas del tipo de discurso que sola-
mente pretende informar, más bien que debatir un punto de vista.
En el momento dialéctico, el debate y el diálogo pueden quedar truncos
o no llegar a ningún acuerdo (y hasta profundizar las diferencias de
opinión); pero cuando las partes llegan a una determinada solución de
la disputa, reconstituyen el marco del saber a nivel de un nuevo acuer-
do o acuerdo2, que aquí separamos como un tercer momento.
3. En términos de la Nueva Retórica, la argumentación tiene por ob-
jeto persuadir (o disuadir) o convencer. Perelman define la diferencia
entre persuadir y convencer apelando a si el discurso se dirige al au-
ditorio universal o a un auditorio particular. Por nuestra parte, hemos
propuesto interpretar esta dicotomía perelmaniana en términos de una
diferencia de grado (no de naturaleza) entre el estado de persuasión y el
de convencimiento (parodiando a Aristóteles, el convencimiento no es
sino el grado más alto de persuasión). Y hemos propuesto, además, di-
solver la diferencia entre “auditorio universal” y “auditorio particular”
en aquella de “pretensiones universales de validez” y “pretensiones
particulares (o singulares) de validez” que están adscritas a las tesis
que defendemos o queremos refutar.
Desde este punto de vista, el momento conclusivo y evaluativo de la
argumentación puede ser visto como el “proceso retórico” en el cual se
juzga el grado de adhesión logrado por el defensor (o el cuestionador)
de una tesis. Este grado de adhesión es la medida “retórica” de la fuerza
de un argumento. Y si esta fuerza es una mezcla de criterios de eficacia
y criterios de validez, la evaluación retórica de las conclusiones sope-
sará el grado de persuasión efectiva sobre un auditorio concreto con
los criterios de validez que le darían aceptación universal. La filosofía
y la ciencia serían así modelos de discursos que aspiran a una validez
universal (así solo un puñado de hombres sean competentes para hacer
de jueces). Pero también es posible que en la argumentación cotidia-
na, los sujetos asuman como propios el tipo de problemas teóricos y
éticos que ocupan a científicos y filósofos; pues no se debe subvalorar
el aporte de la alta cultura a la conversación cotidiana ni el hecho de
que el pensamiento religioso popular está basado en una teología con
pretensiones universalistas. Es decir, es posible que en las discusiones

287
Pedro José Posada Gómez

cotidianas aparezcan fragmentos de los discursos teóricos y práctico-


morales de alto vuelo.
Quisiera ir más allá y suponer que todo el que habla, satisfaciendo
la regla de sinceridad, aspira a que sus tesis (que tienen como premi-
sas sus creencias y valores) fueran aceptadas por todos. Dicho de otro
modo, quien considera que ha dicho algo verdadero o válido espera
aceptación universal de su tesis. Obviamente, muchos argumentos se
pueden presentar como solo válidos para un determinado grupo o cate-
goría de personas, y las pretensiones de validez de una argumentación
pueden ser particularistas (desde los criterios del gusto subjetivo hasta
los intereses de una iglesia, partido, etnia o nación, pasando por las
estrategias económicas para maximizar las ganacias o las estrategias
políticas para hacerse al poder), y logran su objetivo persuadiendo al
máximo de individuos que compartan sus premisas y argumentos.
Las reglas que Habermas señala para el “círculo del proceso retórico”
parecen aplicarse exclusivamente al tipo de argumentación que se di-
rige a un auditorio universal (es decir, que defiende pretensiones de
validez universalistas). Concretamente, las reglas tratan de asegurar:
1) que todos los sujetos capaces de lenguaje y acción (y que estén im-
plicados en el tema en discusión) puedan participar en el uso de la
palabra, y 2) que todos los temas y argumentos puedan ser discutidos:

3.1. Cualquier sujeto capaz de lenguaje y acción puede participar en la dis-


cusión.
3.2. A. Cualquiera puede cuestionar cualquier afirmación.
B. Cualquiera puede introducir cualquier afirmación en el discurso.
C. Cualquiera puede expresar sus posiciones, deseos y necesidades.
3.3. A ningún hablante puede impedírsele el uso de los derechos establecidos
en 3.1 y 3.2 mediante coacción interna o externa al discurso. (Habermas,
1983/1985, pp. 112-113)

Estas reglas también podrían ser consideradas como condiciones del mo-
mento dialéctico, pero su carácter ideal las hace aptas para satisfacer las
condiciones de la “situación ideal de diálogo”, que es la versión haberma-
siana de las condiciones en las que se pueden lograr conclusiones que sean
válidas universalmente.
Desde esta perspectiva, las argumentaciones con pretensiones particula-
ristas no pueden ser objeto de discursos universalistas, sino tal vez de crí-
ticas terapéuticas o estéticas y de evaluación en términos de su adecuación
a contextos particulares del discurso (a sus “auditorios particulares”). Sin
embargo, un aporte importante de la teoría habermasiana es su tipología

288
Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación)

de cinco tipos de argumentación (discurso teórico, discurso práctico, críti-


ca estética, crítica terapéutica y discurso explicativo) pertenecientes a los
campos de saber de de las ciencias, la filosofía, las tecnologías y estrate-
gias, las representaciones morales y jurídicas y las obras de arte, y permiten
evaluar sus resultados en términos de las pretensiones de validez que son
controvertidas en cada campo: la verdad de las proposiciones; la eficacia de
las acciones teleológicas (instrumentales o estratégicas), la rectitud de las
normas intersubjetivas de acción, la adecuación de los estándares de valor
(culturales), la veracidad de las manifestaciones o emisiones expresivas,
y la inteligibilidad y corrección constructiva de los productos simbólicos.
Posiblemente, cada uno de estos tipos de argumentación tendría que ser des-
crito con una teoría de la argumentación específica, derivada de una teoría
general (recordemos que Perelman considera la existencia de teorías regio-
nales de la argumentación —filosófica, jurídica, etc.— derivadas de una
teoría general de la argumentación).
El análisis del momento retórico de la argumentación también deberá
ser complementado con los aportes teóricos de los estudiosos del πάθος de
los auditorios y del papel de las pasiones en la retórica. Una de las últimas
obras de Michel Meyer (2008): Principia Rhetorica. Une théorie générale
de l’argumentation podría ser una base para esta tarea de ampliar el análisis
del momento retórico.

289
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