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Repaso breve de la evolución de la terapia familiar estructural

El libro Families and Family Therapy fue tan bien acogido hace treinta años porque ofrecía un
modelo sencillo, pero integral, para comprender no solo la dinámica de intercambio entre dos
personas (doble vínculo, perseguidor-perseguido, etc.), sino la organización de toda la familia. Una
de las razones por la que la terapia familiar puede ser tan difícil es que a menudo las familias parecen
ser grupos de individuos capaces de afectarse entre sí de maneras muy eficaces, pero no fáciles de
entender. La terapia familiar estructural ofreció un marco de referencia que dio orden y significado
a esas transacciones, aunque es posible que en el proceso se haya equivocado por no haber tomado
en cuenta la dinámica individual; es decir, por rechazar la influencia de la historia personal en la
construcción de la experiencia familiar, y cuyo significado fue desatendido para favorecer el
proceso. Además, como ha ocurrido en el campo en general a través de los años la terapia familiar
estructural también siguió una trayectoria que pasó de tratar de entender a las familias a crear
estrategias para cambiarlas.

En el primer libro sobre nuestro trabajo, Families of the Slums, el foco fue la organización familiar:
la descripción de los subsistemas, alianzas y coaliciones, límites para diferenciar las funciones y
cómo los miembros de la familia se comportaban de manera diferente en los distintos subsistemas
a medida que los problemas de pertenencia y sus deficientes resultados se desarrollaban en la
organización aglutinada o desligada. La terapia se basaba en la comprensión de la organización
familiar. El objetivo de la exploración terapéutica era descubrir la organización familiar que facilitaba
ciertos tipos de experiencia y conducta, en particular, los tipos de relaciones familiares que
estimulaban el comportamiento antisocial de los adolescentes. Por tanto, la evaluación precisa de
estos era el prerrequisito para la intervención.

En Psychosomatic Famílies, la pregunta era qué tipos de relaciones familiares fomentaban la


somatización. Cuando comprendimos la dinámica, pudimos crear las técnicas para cuestionar la
rigidez patológica y estimular nuevas formas de relacionarse y funcionar. Una vez más, la evaluación
era la primera prioridad.

En Families of the Slums planteamos un tipo desligado de organización familiar en la que los padres
no prestaban atención a la conducta de sus hijos o reaccionaban con control autoritario. La acción
pasaba del descuido a la violencia. Las respuestas de los padres dependían más de su propio humor
que del comportamiento de sus hijos. La falta de predictibilidad en las respuestas de los padres
impedía que los hijos comprendieran las reglas y desarrollaran un control interno. El control siguió
siendo del dominio de los padres y era caprichoso. No sé si hoy suscribiríamos todos los supuestos
que aceptamos en la década de 1960, cuando escribimos Families of the Slums, pero queda claro
que el énfasis de nuestra exploración era la comprensión de los problemas antes de intentar
cambiarlos.

En Psychosomatic Families tratamos de describir la organización de las familias que presentaban


sintomatología somática. Planteamos que estas familias eran aglutinadas, evitadoras de conflictos
y sobreprotectoras, y que el conflicto parental era desviado a través de la triangulación del paciente
identificado. Estudios posteriores de otros investigadores cuestionaron algunas de nuestras
descripciones y propusieron otras. Sin embargo, el poder de nuestras intervenciones radicaba tanto
en la evaluación que habíamos hecho de la dinámica familiar arraigada como en darnos cuenta, por
ejemplo en los casos de familias con hijos anoréxicos, de la urgencia de la inanición. La sesión de
comida que proyectamos para modificar el régimen de hambre estaba guiada por nuestra
comprensión de la organización familiar y tenía el propósito de suscitar conflicto entre los padres y
los pacientes identificados y desafiar el desvío parental del conflicto conyugal a través del paciente
identificado.

Al igual que en nuestro trabajo con niños que utilizan el acting out, el trabajo con anoréxicos
comenzó con la observación del funcionamiento de la familia, la formulación de hipótesis sobre la
organización familiar y después con la creación de técnicas para introducir cambios novedosos en
la relación entre los miembros de la familia. El hincapié en entender a la familia quedó eclipsado
después por el desarrollo de las intervenciones y la exploración del estilo del terapeuta, el contexto
familiar y la organización de las instituciones que ofrecían servicios. El campo de la terapia familiar
avanzaba en la dirección de abandonar la observación de las familias, para centrarse en las técnicas
(cuestionamiento circular, formulación de hipótesis, prescripción invariable), los aspectos de la
responsabilidad del terapeuta y su autoría y, recientemente, en la fuerza de las historias que dan
significado al comportamiento.

El estilo del terapeuta cincuenta años después

El estilo del terapeuta cambia con su desarrollo personal y profesional, y de acuerdo con la época.
El hecho de ser un octogenario me permite mirar al pasado, donde veo no una trayectoria
homogénea, sino un peregrinaje con pausas; y donde vuelvo a empezar, en ocasiones, después de
detenerme a reconocer que he transitado con certidumbre por un camino que era engañoso. Es un
pasaje que se caracteriza por desechar y volver a empezar

Mara Selvini Palazzoli, una extraordinaria pionera, tuvo el valor de publicar sus errores y sus nuevos
comienzos. Cada principio conllevaba una certeza que era necesaria, en apariencia, para infundir la
energía indispensable para transitar por nuevos derroteros. Pero entonces, para consternación de
sus estudiantes y seguidores, había otro comienzo con la misma certeza. Las paradojas se sustituían
con el cuestionamiento circular; los juegos familiares cedían el paso a las prescripciones invariables,
mientras que sus colegas Boscolo y Cecchin cambiaban su enfoque por la perspectiva posmoderna
de la construcción de significado.

Asimismo, a lo largo de más de cincuenta años como terapeuta, he pulido constantemente mi estilo
de intervención, aunque he mantenido más o menos una base de continuidad en mi modo de
pensar. Permítanme admitir, ante todo, que soy alguien acostumbrado a tomar prestado de otros.
Leo el trabajo de mis colegas, por lo general con mi criterio, rara vez con indiferencia. Y lo copio.
Copié a Virginia Satir y Nathan Ackerman; a Bateson y Haley; a Whi-taker, Bowen, Watzlawick, Peggy
Papp y Cloe Madanes. Y luego copié a los posmodernistas, el grupo de Milán, Harlene Anderson y
Harry Goolishian, Michael White y David Epston, Steve de Shazer, y muchos más.

Nunca pensé que alguno de nosotros tuviera derechos exclusivos a sus ideas. Si las ideas de un
terapeuta son buenas, son su regalo para el campo, y están ahí para aprovecharlas. No obstante,
comprendí que cuando copiaba a Carl Whitaker preguntando a un cónyuge cuándo se había
"divorciado" de su pareja y se había casado con los hijos o el golf, no estaba personificando a Carl:
lo estaba incorporando, con el acento español y algunas sutilezas que eran mías y no de él.

La experiencia de la vida pule el estilo de la terapia: Jorge Luis Borges me enseñó el valor del misterio
y la incertidumbre; mi madre, la importancia del orden en la vida; mi padre, las distorsiones de la
justicia, ser judío, la importancia del origen étnico, ser inmigrante, la angustia de no pertenecer.
Experiencias casi olvidadas pueden reavivarse en el encuentro con una nueva familia. Una vez que
se acepta que el terapeuta es un instrumento parcial y prejuiciado, se reconoce la importancia del
conocimiento propio y, con toda confianza, se puede pedir prestado a la vida. Es el uso de uno
mismo en lo que los terapeutas familiares han centrado su entrenamiento.

Por supuesto, también me copié. De continuo estudié y analicé mi repertorio de respuestas.


Seleccioné una frase o un concepto que me pareció eficaz en ciertas situaciones con algunos tipos
de familias y lo repetí en circunstancias similares. Probé los matices, el humor y las tonalidades
emocionales. Esos ensayos ocurrieron de manera espontánea y luego, para mi sorpresa, surgieron
como técnicas. Por último, pasaron a formar parte de mi repertorio, hasta que, como la espada de
un samurai que se vuelve parte de su brazo, perdí la conciencia de que los estaba utilizando. A un
lector de mis libros quizá le parezca entretenido llevar un registro de la frecuencia con que me
repito, aunque siempre como si estuviera innovando espontáneamente.

A lo largo de décadas de ser terapeuta, he dejado de ser un retador activo (confrontando, dirigiendo
y controlando) para adoptar un estilo más suave, en el que uso humor, aceptación, apoyo,
sugerencia y seducción en beneficio de los mismos objetivos a los que aspiraba con el estilo más
áspero. He evolucionado de ser directivo a ser más colaborativo, sin abandonar mí papel de experto;
de ver a las familias y las personas integradas en su contexto social a observar los sistemas familiares
y las psiques individuales, sin perder de vista la influencia mutua que ejercen; y de centrarme en
exclusiva en el presente a explorar la influencia del pasado, aunque siempre con la meta de facilitar
el cambio en el presente. Estos cambios han influido en que mi estilo sea más complejo y
diferenciado.

A través de esta evolución, algunas acciones y frases se han vuelto mi sello personal. Las compartiré
con ustedes ahora, en es-pera de que las tomen prestadas cuando sea apropiado.

Intervenciones no verbales

Utilizo el espacio como indicador de proximidad emocional. Por ejemplo, como verán más adelante,
le pedí a Sara, la joven hija parental que vi en España, que alejara su silla de su familia como forma
de sugerir independencia. Hago esto con frecuencia. Pedí a la madre de la familia austriaca que
hiciera lo mismo y a veces le solicito a alguno de los miembros de una familia desligada que se
acerque más a otra persona. Se trata de una intervención sencilla, fácil de entender tanto por los
adultos como por los niños. Y corno pedir a la gente que mueva su silla es una sugerencia sin
palabras, los miembros de la familia le dan su propio significado.

Cuando trabajo con niños pequeños, a menudo les pido que se pongan de pie al lado de sus padres,
y a veces pido a los padres que tomen al niño en brazos. Si estoy trabajando con algún niño de los
llamados imposibles, le pido que golpee mi palma abierta hasta que se canse e insisto en que lo haga
con mucha fuerza. Estas son formas gráficas de recordar a las personas que los niños no son pesos
com-pletos, que no son fuertes y que, en comparación con sus padres, en realidad no tienen poder.

En ocasiones, estrecho las manos de los miembros ,cle la familia para indicar aprobación por algo
que dijeron o hicieron; y cuando Irabajo con una familia rural, es probable que cierre el contrato de
cambio con un apretón de manos, basándome en mi experiencia de lo que era vinculante en el
pequeño pueblo donde crecí.

El uso de la metáfora

Las metáforas permiten cuestionar a los miembros de la familia sin que se pongan a la defensiva. Es
más fácil, por ejemplo, que un padre oiga que debe ser más delicado con su hija porque "su voz es
fuer-te, mientras que la de ella es suave", a que le digan que su manera dominante la intimida. Una
metáfora bien elegida puede traspasar la postura cortés de una familia. En las familias en las que
los hijos están atrapados en medio del conflicto entre los padres, preguntar "quién es el alguacil en
esta familia" pone perfectamente en claro algunas cosas, y muy pronto. Seguir con "¿y su pareja es
el ayudante del alguacil o el abogado defensor?", ayuda a redondear la idea.

Trato de expresar mis directivas de cambio con un desafío en dos partes que yo describo como "una
caricia y un puntapié". Por ejemplo: "Eres muy inteligente, pero no eres prudente" O: "Ya que eres
tan amorosa y protectora, ¿cómo es posible que no te des cuen-ta del daño que Causa lo que dices
(o lo que haces)?" O bien: "Es curioso cómo familias tan preocupadas tienden a cegarse algunas
veces". Y así sucesivamente.

Como se verá, en más de un caso en este libro digo: ",EI amor es una jaula de oro... las personas no
se dan cuenta de que es una jau-la porque es de oro... sin embargo, sigue siendo una jaula... y no te
deja remontar el vuelo". Este tipo de intervención ha sustituido los anteriores desafíos que
planteaba a la aglutinación, porque a veces se oían como una acusación y una exigencia de cambio.

Acerca del efecto circular que hijos y padres tienen unos sobre otros, digo: "Los padres son
carceleros que están presos, y los hijos son presos que son carceleros". "Los hijos lanzan el señuelo
y los padres pican como peces atrapados por sus hijos... Hay un ciclo de pescador y pez, y cada uno
fluctúa del uno al otro."

Sobre las personas que se extralimitan en su disponibilidad y están abrumadas de responsabilidades,


como la madre de la fami-lia Martínez, puedo decir "Hay una diosa hindú (o mexicana, grie-ga o
cristiana) que tiene ocho brazos. Tú solamente tienes dos, pero crees tener ocho... no sabes pedir
ayuda... no delegas".

Para resaltar la dinámica de padres-aglutinados-y-parejas-des-ligadas, pregunto: "¿Cuándo te


divorciaste de tu pareja y te casaste con los niños?" Una variación de esta metáfora cuando no hay
hijos podría incluir algo así: "¿Cuándo te divorciaste de tu pareja y te casaste con tu carrera (o la
raqueta de tenis)?"

Los cuestionamientos eficaces describen los actos de las perso-nas y sus consecuencias. Sin
embargo, para que los clientes presten atención a lo que se les está señalando, no deben sentirse
regañados. 'Así, por ejemplo, a menudo decimos: "Qué interesante... ", an-tes de señalar algo, para
convertirlo en objeto de curiosidad, más que en una ocasión para ponerse a la defensiva.
Además, aunque resulta tentador decirle a la gente lo que debe-ría hacer, seguir este impulso
reduce en gran medida la probabili-dad de que aprenda a ver lo que está haciendo y sus
consecuencias.

Si trabajo con una pareja, es probable que diga: "No, puedes cambiarte a ti mismo, pero puedes
cambiar a tu pareja. ¿Qué cam--bios quieres que él (o ella) realice para que tu vida sea más fácil?"
En seguida ofrezco una varita mágica (que congiste en un lápiz o algo por el estilo) y le pido a uno
de ellos que examine a su pareja como un escultor examinaría un bloque de mármol, pensando y
hablando sobre los cambios necesarios. Quizá comente que en el yin-yang uno puede cambiar al
otro si cambia el contexto del todo.

Estas intervenciones invitan a los miembros de la familia a ver-se como parte de una historia contada
por un narrador juguetón. Utilícenlas y modifíquenlas según sea necesario; no hace falta una receta
médica.

En este punto, el lector podría preguntarse: con todos estos préstamos de técnicas de otros
terapeutas, la evolución del estilo y la influencia de las experiencias vitales que ponen en entredicho
certezas anteriores, ¿dónde está la esencia de la terapia familiar es-tructural y dónde está la
escenificación, que ha sido una técnica dis-tintiva en la caja de herramientas de los terapeutas
estructurales? Permítanme responder primero esta última pregunta. La escenifi-cación evolucionó
de la desconfianza que nos inspiran las historias que las familias cuentan al terapeuta y de las
distorsiones inheren-tes a la forma en que el terapeuta escucha y responde.

Supusimos que los miembros de la familia cuentan historias en-sayadas y que sería mejor si la
novedad surgiera de conversaciones e interacciones entre ellos que los terapeutas pueden rastrear
y con-tinuar. En algún punto de este proceso, las respuestas emocionales interfieren con la
coherencia, de esta manera los miembros de la familia y los terapeutas se encuentran en territorios
desconocidos, donde es posible explorar nuevas conductas y nuevos significados.

Nos parece que los terapeutas que se interesan en la construc-ción colaborativa de significado
podrían adoptar esta técnica, pero la verdad es que, en la terapia familiar estructural, la
escenificación ha pasado a un nivel superior y es menos una técnica que una acti-

tud predominante.

Acerca de la esencia de la terapia familiar estructural, puedo afirmar que, aunque cambié mi estilo
de intervención, me man-tengo fiel a los conceptos que desarrollé en la década de 1960: que las
familias son organismos sociales estructurados en subsistemas separados por límites; que los
subsistemas definen las funciones de sus miembros; que los miembros de las familias se organizan
en alianzas, afiliaciones y coaliciones; que las familias evolucio-nan y pasan por periodos de
transición conforme cambian, etcé-tera.

La parte medular de la terapia familiar sistémica sigue siendo, por un lado, concentrarse en la familia
como contexto para enten-der cómo se desarrollan sus miembros y modifican el concepto que
tienen de sí mismos y de los demás, y, por el otro, observar el poder que tiene la familia para influir
en la experiencia y el comporta-miento de sus miembros.
El campo de la terapia familiar ha cambiado con el paso del tiempo y ha corregido sus anteriores
escotomas; por su parte, la te-rapia familiar estructural también ha adquirido una lente nueva y más
amplia que abarca al individuo como unidad psicológica e in-cluye la exploración del pasado como
un medio para comprender el presente. Los cuatro .pasos descritos en este libro son mi forma de
crecer con el campo, y representan puntos de vista más amplios que desarrollé con el tiempo, la
reflexión y la experiencia.

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