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De ahí que el andino no perciba el mundo de abajo, ni los centros energéticos o chakras
inferiores, ni la serpiente que los representa, como algo negativo que hay que superar,
evitar o aniquilar. Para el andino, el mundo de abajo es el origen, la pakarina, el lugar
del que nace la vida, el Lago Titicaca, el vientre de la Pachamama (Madre Tierra), el
centro en la cruz chakana, la realidad de la que procedemos. No tendría ningún sentido
verlo como algo negativo o maligno. Sería como pretender que los niños son malvados
por no haber alcanzado aun la edad adulta, o que los animales son malignos por no
haber adquirido la condición humana. Sería pretender todo eso, para entonces afirmar
que los ancianos siempre son buenos, y los ángeles benignos.
El andino no necesita efectuar tales distinciones, permitiéndole ello evitar muchos de
los dilemas que atrapan a las tres grandes religiones de libro. Constituyen paradojas,
como la de hablar de un Dios único y omnipresente, quien a su vez no incluye el mal; o
de un ángel caído cuyo nombre viene de luz (Lucifer), pero que simboliza las tinieblas.
Ello crea un universo dual en el que Dioses visto como el bien absoluto y Satanás como
el mal absoluto, sin términos intermedios, proyectando un mundo de extremos, en el
que “o está con nosotros o contra nosotros”.
Nada es bueno o malo de-per-se, dado que éstos constituyen términos relativos y no
absolutos. Las cosas pueden ser buenas o malas según el uso que hagamos de ellas o el
ojo que las contemple. Las personas serán buenas o malas según el rostro que nos
muestren, y como lo interpretemos. Pero ante todo, ni las unas ni las otras son buenas o
malas. Son simplemente cosas y personas.
DUALIDAD: ¿A quién ves, a la dama o a la anciana?
Oriente, a diferencia de Occidente, si aprendió a relativizar los conceptos del bien y del
mal. Para el Samkhya, una antigua escuela filosófica de la India, la oscuridad es tamas,
inercia, apatía… No es algo maligno, pero si algo poco evolucionado, algo que aun no
ha sido iluminado por la luz del Espíritu. Mientras que la luz es sattwa, es armonía,
belleza y equilibrio. Entre ambos, se encuentra la cualidad de rajas, del movimiento y
dinamismo propios del mundo intermedio.
Dichas cualidades de tamas (inercia) y sattwa (equilibrio) están mucho más cerca a la
hora de describir los atributos del mundo de abajo y de arriba andinos que las etiquetas
típicamente occidentales del bien y del mal. Sin embargo, el andinismo va aun más allá,
pues el hinduismo y budismo, todo y relativizar ambos conceptos, los aplica. Habla de
los devas (deidades benéficas) y de los asuras (deidades maléficas). En cambio, ya no
solo en los Andes, sino que en ninguno de los pueblos originarios de America se sintió
nunca la necesidad de caer en la dualidad de lo bueno y lo malo. Ni lo hicieron en
términos relativos, como Oriente, y mucho menos lo hicieron con el absolutismo típico
Occidental.
Trascender la dualidad
DUALIDAD SIMBOLIZA LAS dos caras de una misma moneda. Lo que es percibido
como bueno por uno, puede ser malo para el otro. Caer en la dualidad implica negar una
de sus manifestaciones, para afirmar solo la otra. Lo vimos en la dualidad bueno/malo,
en la que nosotros creemos ser los buenos y los otros los malos; pero también se puede
apreciar en otros tipos de dualidad. Por ejemplo, aquella que nos lleva a percibir la
materia como onda y a su vez como partícula. En su dualidad reduccionista, la ciencia
occidental contempló a la materia sólo como partícula, hasta que recientemente empezó
también a percibirla también como onda.
Otras veces, caer en la dualidad implica que en vez de negar una de sus expresiones, la
contemplamos de forma separada, sin llegar a reconocer que son dos expresiones de los
mismo. Ello sucede, por ejemplo, en la dualidad espacio/tiempo. La ciencia occidental
los vio separados, hasta que hace apenas un siglo los unió en el concepto de espacio-
tiempo. Sin embargo, el mundo andino siempre supo que eran lo mismo, y de ahí la
palabra pacha (mundo, tiempo, era). Oriente también lo sabe, y los llama akasha.
Con la dualidad espacio/tiempo a Occidente le sucedió aquello que siempre nos sucede
cuando no reconocemos una dualidad, y negamos una de sus expresiones o las
contemplamos por separado. En el caso de la dualidad espacio/tiempo, el mundo
occidental pretendió poseer una de sus expresiones, el espacio, y acabó poseído por su
dual, el tiempo. Pretendimos poseer la tierra (espacio), y sin embargo ahora nos
gobierna el reloj (tiempo). No debe pues extrañarnos que hablemos de los ‘bienes’, no
solo para referirnos a algo que percibimos intrínsecamente como bueno, sino también
para referirnos a bienes materiales, a esas partículas a las que les hemos negado su
expresión como onda. Incluso utilizamos la palabra ‘bien’ para referirnos al espacio que
creímos poseer, por ejemplo en la palabra “bienes raíces”.
Así fue cómo Occidente construyó un mundo de átomos (partículas), que creyó que
podía poseer (espacio), y que vio como el único verídico. Ese mundo lo opuso a la
cosmovisión del ‘otro’, especialmente a la visión indígena, que es paritaria. Lo opuso
para negarle al ‘otro’ su mundo y así forzarlo a que se convirtiera a su fe. Pero ese
mundo de bienes materiales que pueden ser poseídos ahora se desmorona, pues por
definición la dualidad no dispone de un punto de equilibrio.
Equilibrar la complementariedad
A DIFERENCIA DE la dualidad, la complementariedad si posee un punto de equilibrio.
En ella dos expresiones complementarias se unen para dar nacimiento a algo nuevo. Por
ejemplo, la complementariedad hombre―mujer, que busca en la pareja ese equilibrio y
tiene en los hijos el fruto.
Ayni
EN LA CIENCIA del yoga, karma yoga simboliza el sendero de la acción. Oriente, al
reconocer que la acción intrínsecamente positiva o negativa no existía, encontró una
manera de evitar los efectos negativos (karma duro) que nuestras acciones pudieran
acabar acarreando. La solución consistía en no apegarse a los frutos de tales acciones. Si
en vez de apegarnos a los frutos, los dábamos como ofrenda a la Divinidad, entonces
aquellas repercusiones negativas que nuestros actos pudieran causar no nos afectaría,
pues esa acción no la llevamos a cabo para ayudarnos a nosotros sino para ayudar al
otro.
El andino llama ayni a ese acto de generosidad sin apego a los frutos, y sabe que por la
ley de la reciprocidad, lo que sembremos nos será devuelto. Tal fue el conocimiento de
esa ley, que sus gentes se rigieron por ayni para regular sus transacciones. Ellos no
necesitaron el dinero, ni el trueque, el cual es tan solo el paso previo al dinero, sino que
uno daba sin esperar nada a cambio, y a partir de dicho principio rigieron sus
intercambios y alcanzaron el equilibrio, el buen vivir o Sumaq Kawsay.
La evolución en el andinismo
LA COSMOVISIÓN ANDINA considera que el ser humano evoluciona y de ahí que
defina siete grados de sacerdocio. Con ellos nos está definiendo siete niveles distintos
de la conciencia humana. Pero en su mundo, aquello que rige el nivel evolutivo
alcanzado por una persona es su capacidad de generar ayni, de dar sin esperar nada a
cambio, de ser un verdadero karma yogui o yoguini.
Ellos consideran que la actual humanidad vive en el tercer nivel de la consciencia y que
muy pronto vamos a poder alcanzar el cuarto y quinto, para seguir progresando hasta
lograr el séptimo. Una vez alcanzado dicho máximo nivel aquí en la Tierra, el fruto
estará maduro. Con el séptimo nivel, el mundo intermedio se habrá manifestado en su
plena potencialidad, la flor habrá dado su fruto, el día se habrá iluminado, para, tal
como rige la ley de los ciclos, marchitarse el fruto y caer la noche.