Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
P R O L E T A R IA D O L A T IN O A M E R IC A N O Y LA C U ESTIO N D EL
P A R T ID O O B R E R O
O S C A R -R E N E V A R G a I O M O N IM B O -S U B T IA V A : LA L U C H A
EN N IC A R A G U A . I I
A D O L F O G IL L j G U E R R IL L A , P R O G R A M A Y P A R T ID O EN
G U ATE M A LA m .-
A d o lfo G illy
41
de la tarde—, entonces la discusión política suele convertirse
en la búsqueda de responsables y culpables, y toda objeti
vidad, condición primera de la verdad, queda perdida.
La lucha guerrillera, no es preciso repetirlo, fue en sus
inicios una sublevación contra la ideología y la práctica re
formistas de las viejas direcciones socialistas y comunistas
de la izquierda tradicional. Pero al realizar una crítica prác
tica pero no teórica de este reformismo, dejó abiertas las
puertas para que él penetrara en sus filas por otras vías.
Todos los caminos del reformismo, aún los más “radica
les”, llevan a un mismo punto: la equivocación sobre el ca
rácter de clase del Estado; la creencia en la posibilidad de
trasformar —de revolucionar, incluso— el Estado de la bur
guesía convirtiéndolo en un Estado “revolucionario”; la con
fusión entre Estado y gobierno; y la idea de que no es im
prescindible destrozar ese Estado y fundar otro sobre nue
vas bases sociales proletarias, sino que simplemente basta
capturar el gobierno y desde allí cambiar el Estado. Pero
la equivocación sobre el Estado no es más que la forma de
expresar un error más profundo: la incomprensión y la equi
vocación sobre la clase obrera, tanto en su dimensión teó
rica como en su manifestación concreta en la formación so
cial dada.
La ideología guerrillera de los años 60 en América Lati
na fue también víctima de esta doble confusión, que se ex
presó en sus programas tanto como en sus alianzas. Llegó a
ella idealizando su propia experiencia de ruptura práctica
con los viejos reformistas, ruptura en la cual el proletariado
les parecía no desempeñar ningún papel y, antes bien, lo
veían como adormecido y subordinado a aquellas corrientes
reformistas, fueran éstas socialistas, comunistas, naciona
listas o sindicalistas. Como fuerza activa de la revolución
se les aparecía entonces el campesinado, los pobres entre los
pobres, aquellos a quienes el capitalismo no podía “corrom
per”. En la idealización del campesinado estaba implícito
todo el contenido moral —en el buen sentido de la palabra—
de la sublevación guerrillera contra las descomposiciones pa
ralelas del capitalismo y de los diversos reformismos, pro
motores de las mil y unas “vías pacíficas al socialismo”.
Pero la indignación moral, por justificada que ella sea,
y la voluntad de militancia y de sacrificio en el combate,
no pueden sustituir a la teoría revolucionaria: tienen que
basarse en ella. Pues sin ella, no es posible tampoco basarse
42
en la única clase antagónica al capitalismo y a su Estado:
el proletariado, por distante que pueda parecer, en un mo
mento dado, el proletariado concreto de un país determinado
de la comprensión concreta de su papel histórico. Sin este
fundamento, la lucha revolucionaria se desvía, se estanca
o se paraliza y la moral se decepciona o se descompone. En
tonces el Estado, organización burguesa de la violencia y de
la conciencia para la extracción del producto excedente mu
cho más vasta, ramificada y sutil que su núcleo central (el
aparato represivo), queda nuevamente dueño del terreno y
de las cabezas mismas de los revolucionarios.
La desintegración del guerrillerismo, que fue también la
dolorosa dispersión de buena parte de la vanguardia más
resuelta y entregada de toda una generación de revolucio
narios latinoamericanos, jalona duramente la verdad de estas
tesis básicas del análisis marxista.
En realidad, uno de los factores que contribuyó en Cuba
(y puede repetirse en otros países) a que la lucha guerrillera
sacudiera al conjunto del Estado ha sido la tradición de
una lucha similar anterior (Martí y Guiteras) por la inde
pendencia nacional junto con una débil e incompleta forma
ción del Estado burgués (enmienda Platt, Guantánamo, el
sargento Batista como jefe del ejército n acional...) y en
consecuencia de la burguesía, y un proletariado aguerrido y
relativamente fuerte. También en Nicaragua el Estado bur
gués nacional se formó tardíamente, con la retirada de los
marines en 1934, y tomó la forma “anormal” de la llamada
“dinastía somocista”, y también allí persiste la tradición de
la lucha guerrillera de Sandino contra el imperialismo. Pero
una diferencia objetiva con Cuba —fuera de las subjetivas,
que hacen tanto a los revolucionarios como a la conciencia ad
quirida por las clases dominantes— reside en la distinta so
lidez, tradición anterior y nivel de organización conquistados
por la clase obrera, notoriamente superiores en Cuba en la
época de la revolución castrista.
Allí donde el Estado nacional se constituyó normalmen
te en el siglo pasado, la lucha guerrillera, incluso en países
con grandes masas campesinas, nunca ha podido superar el
estadio de focos locales o movimientos regionales para abar
car el ámbito nacional donde se ejerce la soberanía de ese
Estado.
Las guerrillas, no obstante, no se han extinguido total
mente, en la medida en que la crisis del capitalismo radi
43
caliza a nuevos sectores de la pequeñoburguesía sin que és
tos encuentren la presencia política independiente del pro
letariado en la sociedad. Pero han declinado notablemente,
también en la medida en que ese proletariado, particular
mente en el último decenio, hace sentir en forma creciente
su presencia social y, sin llegar todavía a constituirse en
dirección política, ejerce un creciente poder de atracción
sobre la radicalización de la pequeñoburguesía.
Hace ya quince años, entre 1963 y 1966, todavía en ple
no ascenso de la ideología guerrillera, tuvo lugar el primer
intento de “ruptura” desde adentro de esa ideología para
asumir un programa proletario. Fue en Guatemala. Del se
no de un movimiento guerrillero, el Movimiento Revolucio
nario 13 de Noviembre, surgió una tendencia que planteaba
el papel del proletariado como fuerza dirigente de la revo
lución, en alianza con la gran masa campesina del país. (Gua
temala era y sigue siendo, estadísticamente, el país más agra
rio de Centroamérica, con apenas un 36% de población ur
bana, contra un 50.6% de Nicaragua y un 51% de Panamá,
en el otro extremo).
De este planteamiento surgían dos conclusiones. Una, el
programa socialista de la revolución, en vez del programa
democráticoburgués como límite infranqueable en esta eta
pa; destrucción, en consecuencia, del Estado burgués y su
sustitución por un Estado de los obreros y campesinos fun
dado sobre sus propios órganos de autogobierno. La otra, la
necesidad de un partido obrero, y no solamente de un mo
vimiento guerrillero, que conquistara la dirección del pro
letariado y las masas con ese programa y organizara la lu
cha por él a escala nacional.
Este primer intento se saldó, en 1966, con una derrota
muy grave. Pese a los años trascurridos nos parece útil,
frente al nuevo curso de la revolución en América Latina
en el cual crece y crecerá el papel de la clase obrera, hacer
un escueto balance de aquella experiencia en términos mar-
xistas, términos que, estamos convencidos, ninguno de los
protagonistas estuvimos en aquel entonces en condiciones de
utilizar a fondo en la polémica. Esta tuvo, así, una fuerte
carga ideológica y pasional que oscureció completamente,
entre la polvareda y el estruendo de las diatribas y las acu
saciones, los errores reales y los aciertos reales de un epi
sodio de la lucha de clases cargado de enseñanzas y digno de
ser analizado y discutido objetivamente. Es este propósito,
44
y no el de reabrir viejas querellas, el que nos lleva ahora
a abordar el tema.
45
Esta combinación de factores —crisis interburguesa, peso
de los problemas agrarios, experiencias anteriores de las
masas, paulatina reorganización y movilizaciones del prole
tariado en luchas económicas— anuncian la forma específica
que toma en Guatemala la transición hacia la nueva fase de
la revolución en América Latina.
Las masas no abandonan nunca del todo sus experien
cias históricas. A nivel de esas masas, viejos militantes del
período de Arbenz (cerrado con el golpe proimperialista de
junio de 1954), oscuros organizadores obreros, campesinos o
maestros milagrosamente escapados a las represiones y las
masacres de los veinticuatro años siguientes, han sido el
eslabón que contribuyó a trasmitir a las nuevas generacio
nes de organizadores sindicales las enseñanzas y las tradi
ciones de aquella época.
A nivel de la vanguardia y de la lucha programática por
la organización del partido marxista, nos parece útil resca
tar en estas páginas algunos puntos fundamentales de la pe
queña experiencia del Movimiento Revolucionario 13 de No
viembre y de su proyecto de revolución socialista. De sus
aciertos y de sus errores podrá también sacar enseñanzas la
nueva vanguardia revolucionaria y obrera que se está for
mando en este período en Guatemala.1
46
Bajo la influencia de la revolución cubana y del cam
pesinado de su país, el movimiento fue radicalizándose pro
gresivamente.23En este proceso, el movimiento hizo una in
fortunada experiencia de alianza con el PGT, en la cual és
te trató de convertir a la guerrilla en un instrumento de
presión (el “brazo armado”) de su política de alianzas con
un sector de la burguesía, bajo la perspectiva de la revo
lución democráticoburguesa como objetivo y de la alianza
de clases como medio para alcanzarla. Esta subordinación
de la guerrilla a los fines del Partido Comunista se asegura
ba mediante diversos tipos de presión, desde el control de
los contactos internacionales por la dirección urbana (es
decir, por el partido), hasta el control y la dosificación de
los abastecimientos a los frentes guerrilleros según su do
cilidad (o no) a los virajes, y las necesidades de la dirección
del PGT.8
En esa combinación de radicalización y decepción, que
provocaba una constante crisis en su dirección y amenazaba
extinguirlo, el MR-13 entró en contacto, a través de uno de
sus dirigentes, Francisco Amado Granados, con los trots-
kistas mexicanos, agrupados entonces mayoritariamente en
el Partido Obrero Revolucionario (Trotskista), hoy desapa
recido, perteneciente a la tendencia del Buró Latinoameri
cano de la IV Internacional (llamada posadista).4* A partir
de 1963, los trotskistas empezaron a ayudar al MR-13-a
romper el cerco de abastecimientos y pertrechos militares
a que lo tenían sometido sus aliados del PGT. Fueron —pre
ciso es decirlo, y lo dicen incluso sus adversarios— eficaces,
responsables y leales en sus compromisos. La guerrilla en
contró los medios para recibir armas, municiones y dinero
47
sin pasar por la “red de apoyo” controlada por los refor
mistas.
Pero esa nunca fue ni dijo ser una simple tarea “solida
ria”. Desde un principio, se entabló también una continua
discusión política entre la dirección del MR-13 y los trots-
kistas. Sería ingenuo atribuir esto, así como la radicalización
del MR-13, a “habilidad” de los trotskistas. Afirmarlo así,
es empobrecer terriblemente la imagen de un proceso rico y
complejo en sus determinaciones.
En realidad, esa radicalización era un curso que tenía
hondas raíces objetivas, tanto en la experiencia vivida por
los dirigentes del MR-13 como, sobre todo, en la tradición
de la revolución guatemalteca misma. Durante el período del
presidente Jacobo Arbenz, bruscamente cortado por la con
trarrevolución de Castillo Armas y Foster Dulles en 1954,
Guatemala había hecho la experiencia más completa y amar
ga de revolución democrático burguesa frustrada por no des
arrollarse en revolución socialista y no destruir a la contra
revolución burguesa, y de reforma agraria incompleta por
no movilizar y armar a las masas campesinas para repartir
las tierras y defenderlas. El trágico fin de la revolución
guatemalteca en 1954, así como marcó a fondo a uno de los
revolucionarios que vivieron esos acontecimientos, Ernesto
Che Guevara, y lo preparó para contribuir a llevar hasta
el fin socialista la revolución cubana, también quedó gra
bado en la conciencia de muchos obreros, campesinos, inclu
so militares guatemaltecos cercanos a Arbenz. El resultado
contrario de la revolución cubana apenas seis o siete años
después, que pudo afirmarse porque no se detuvo a mitad
de camino en la etapa democrática, sino que continuó en
forma ininterrumpida hasta destruir el Estado de la bur
guesía y culminar en revolución socialista, fue la otra gran
enseñanza complementaria para muchos de esos guatemal
tecos. No sólo esta última, sino la combinación de estas dos
experiencias, la más dura de ellas vivida en carne propia,
fue lo decisivo para la maduración empírica de sus concien
cias.
Allí hay que buscar la explicación de su encuentro con
el trotskismo. Ninguna cantidad de “habilidad” de los trots
kistas hubiera servido para hacer aceptar a los militares na
cionalistas revolucionarios guatemaltecos el programa de la
revolución permanente, si esa experiencia empírica no hu
biera estado grabada de antemano en sus cabezas. Por eso
48
fue en Guatemala, no en Colombia o en Venezuela, donde
primero apareció la revolución socialista en el programa de
un movimiento guerrillero. Puede decirse que fueron los
guatemaltecos quienes, impulsados por esas determinaciones
no totalmente candentes de sus experiencias anteriores,
buscaron a la corriente del comunismo trotskista. La encon
traron a través de una de sus tendencias que, con todas sus
virtudes y defectos, como veremos más adelante, era enton
ces mayoritaria en América Latina y venía de una antigua
tradición obrera.
De las discusiones entre esos trotskistas y el MR-13 y de
la experiencia de colaboración práctica surgió un acuerdo
programático. A fines de 1963, el MR-13 lanzó el programa
de la revolución socialista para Guatemala. Esto quiere decir
que rompió con la concepción reformista de que es inevi
table una etapa histórica previa y extensa de revolución de
mocrático burguesa, diferenciada de la revolución sodalista,
antes de pasar a ésta, con una separación tajante entre am
bas etapas. La concepción democráticoburguesa de la revo
lución implica el mantenimiento de la estructura del Estado
burgués y la introducción de reformas sociales por un go
bierno progresista, tipo Arbenz en Guatemala o Salvador
Allende en Chile; es decir, implica la concepción reformista
del Estado de’ que hablábamos al comienzo de este artículo.
El MR-13, en cambio, hizo suya la perspectiva de la li
gazón ininterrumpida entre la fase democrática y la fase
socialista de la revolución, a través de un proceso de revolu
ción permanente en el cual la primera se radicaliza y, bajo»
la dirección proletaria, se trasforma y culmina en la segun
da. El MR-13 incluía así en su programa objetivo las conclu
siones de la trasformación subjetiva que había sufrido su
propia dirección, pasando del programa nacionalista demo
crático al programa socialista, bajo la influencia de su pro
pia experiencia, de aquellas discusiones y de la observación
empírica del proceso similar de la revolución cubana, enton
ces fresco y presente en la mente de todos los revolucionarios;
latinoamericanos.
Como resultado de ese acuerdo sobre el programa, los
trotskistas se integraron en el movimiento guerrillero gua
temalteco, al mismo tiempo que uno de los principales di
rigentes de éste, Francisco Amado, ingresaba en la IV In
ternacional (Buró Latinoamericano). No fue aquella una “in
filtración” clandestina, sino una integración abierta acorda-
49 '
Coyoacán.—4
da con la dirección del MR-13. Inútil volver a explicar lo
que cualquier revolucionario entiende en las condiciones de
Guatemala: que ese ingreso no podía ser publicado en los
periódicos y debía permanecer reservado a los marcos de
la organización.
Lo que en cambio fue publicado y propagado, fue el pro
grama socialista adoptado por el MR-13. Así fue como él
movimiento guerrillero guatemalteco fue el primero —des
pués de los trotskistas— que proclamó clara y abiertamente
el carácter socialista de la revolución latinoamericana, ha
ciendo explícito lo que estaba implícito en la experiencia
de Cuba aunque contradecía el dogma democrático heredado
de los Partidos Comunistas y sus aliados.5
El paso dado por él MR-13 fue un momento importante
de la batalla programática en toda América Latina. Así lo
recibieron movimientos y militantes de otros países. Sus ecos
sé registraron en él curso de 1965, con mayor o menor pro
fundidad, en Venezuela (un sector de las FALN), en Perú
(él MIR de Luis de la Puente Uceda), en Uruguay (Raúl Sen-
dic), en Ecuador, en Colombia, en Argentina, en Brasil e
incluso en Estados Unidos. Podemos afirmar, sin temor a
error, que llegaron hasta el último documento del Che Gue
vara en 1967, en una frase que luego dio la vuelta al mun
do: “O revolución socialista, o caricatura de revolución”.
Era la brecha abierta por el MR-13.
50
Un programa sin un partido que lo lleve a la práctica y
cuya organización y educación corresponda precisamente a
los fines y a los métodos de ese programa, no es más que
una declaración intelectual de buenos deseos. Era necesario
avanzar de movimiento guerrillero a partido obrero, y al
mismo tiempo mantener la lucha armada. Estos objetivos,
también explícitamente discutidos y acordados con la di
rección del MR-13, marcaran la etapa subsiguiente.
No se trataba de construir un partido desde cero, a par
tir de un grupo de propaganda. Se trataba de la autotras-
formación.de un movimiento existente, sobre la base del
programa socialista, en medio de una lucha armada sin
cuartel contra la dictadura militar de Peralta Azurdia. Esto
obligaba a los trotskistas a ayudar al MR-13 con .cuadros
experimentados y, al mismo tiempo, a ganar la confianza
de los dirigentes y militantes del movimiento hacia esos
cuadros, que era la vía práctica a través de la cual ellos
iban a medir al trotskismo.
Contra lo que afirmaron después algunos periodistas y
narradores superficiales, Yon Sosa no era ningún ingenuo
bonachón a quien convencían las palabras bonitas. Tenía
la astucia y la inteligencia pragmática de los campesinos
cuyo dirigente era, medía a los hombres por sus actos y no
por sus discursos y los observaba larga y desconfiadamente
antes de otorgarles su confianza (a diferencia de Turcios,
más joven e impulsivo, menos reflexivo). Con ese criterio,
sin decir palabra, iba juzgando a quienes llegaban a la gue
rrilla. Quien ha escrito lo contrario, no ha hecho más que
ofender gratuitamente su memoria.
Así se incorporaron a la guerrilla guatemalteca, entre
1963 y 1965, por lo menos cinco dirigentes del trotskismo
mexicano y algunos otros militantes en tareas de apoyo,
además de los trotskistas de Guatemala. De tres de ellos
—han muerto— conozco los nombres y puedo consignarlos
aquí: David Aguilar Mora, Eunice Campirán, Felipe Galván.
El POR de México tuvo que formar, en consecuencia, prác
ticamente una nueva dirección central de cuadros jóvenes
para sustituir a los que había enviado a combatir a Guate
mala. Cualesquiera hayan sido sus errores y su desintegra
ción posterior como partido, algo dice de la educación mili
tante de un pequeño movimiento el que haya aceptado se
mejante sangría en nombre de una tarea internacional.
Pero a esos militantes no les valían sus títulos en México.'
51
Tenían que ganarse su autoridad sobre el terreno, como, or
ganizadores y como combatientes (ni más ni menos, para
tomar un ejemplo clásico, como se la ganó el Che en las gue
rrillas de Cuba). Los trotskistas participaron, pues, en el
abastecimiento de armas y pertrechos, en las tareas de pro
paganda, en las acciones armadas y en las más modestas
pero no menos importantes de cortar leña e ir por agua en
la montaña o de manejar el mimeógrafo, hacer la comida o
repartir volantes en la ciudad. Así, con la responsabilidad
expresa de ser los primeros en la acción y el esfuerzo y
los últimos en el reparto de alimentos o de ropa, ganaron la
confianza de Yon Sosa y de sus compañeros por la sola
vía posible: no la palabra florida, sino la acción práctica
y el ejemplo militante, única prueba veraz de la teoría. Ese
comportamiento severo y austero, normal en un militante
comunista, más todavía en la lucha clandestina cuya tra
dición se remonta a la III Internacional de los años 20, ser
vía además para educar a un movimiento cuyos hábitos no
venían de la clase obrera sino de su origen pequeñoburgués
radical.
A la dictadura no la pueden derribar las solas acciones
guerrilleras. La puede conmover, descomponer y finalmente
tumbar la movilización social de las masas. Al ejército no
lo disuelve la guerrilla o la ejecución de uno o diez de sus
jefes, a quienes de inmediato sustituye con otros (cosa que
no puede hacer la guerrilla cuando matan a los suyos). Lo
puede desintegrar la influencia de las movilizaciones socia
les sobre los soldados y suboficiales. Las acciones guerrille
ras no pueden reemplazar a esas movilizaciones. Su función
es estimularlas o apoyarlas, facilitar las condiciones para
que se organicen. Pero, a su vez, esas movilizaciones se di
suelven en el aire si no tienen a su frente un partido revo-r
lucionario, arraigado en las masas, que las pueda organizar
en objetivos políticos contra la dictadura y darles un pro
grama y una perspectiva. Esta serie de verdades elementales
de la lucha de clases y de la concepción marxista de la or
ganización, vividamente ejemplificadas en la experiencia
vietnamita, se discutieron en el MR-13 antes que en cual
quier movimiento guerrillero latinoamericano de esa etapa.
Quedaron incorporadas a sus documentos públicos e internos
donde se explica la necesidad de construir el partido.
Había que organizar ese partido en el seno de los tra
bajadores, partiendo de lo que ya era como organización
52
el propio MR-13. Había que pasar de la concepción casi
puramente militarista del pasado a la concepción marxista,
proletaria, de la revolución. Esto significaba comprender la
realidad social del país, formular consignas transitorias ade
cuadas, organizar células obreras y comités campesinos (for
zosamente clandestinos en las condiciones terribles de la
dictadura), favorecer la discusión política y la formación
política de los militantes en torno a sus problemas concretos,
educarlos en una severa disciplina militante que abarcara
en una sola unidad vida política y vida “privada”, editar
un periódico central que llevara a la población las ideas,
las propuestas, los análisis políticos y las acciones del mo
vimiento guerrillero, formar un equipo de redactores y co
rresponsales de ese periódico, asegurar su circulación en los
lugares de trabajo de la ciudad y en las zonas de influencia
campesina del movimiento. Como la experiencia lo mostró
todo esto era el paso más difícil,- aquel en que aparecerían
a plena luz los errores, los esquematismos, las insuficien
cias de unos y otros, y en particular de los trotskistas.
Ese paso se inició con una medida concreta: la publica
ción del periódico “Revolución Socialista” a partir de la
mitad de 1964, primero mensual, luego quincenal, del cual
alcanzaron a salir veinte números. No era un órgano de
difusión de las acciones armadas o de simple denuncia de
la dictadura. Esto se hacía sobre todo en volantes. Era un
instrumento de formación y discusión, un orientador político,
un “organizador colectivo” del partido. Imperfecto, con erro
res políticos, unos superados progresivamente, otros no, muy
bien hecho técnicamente, sus dieciséis pequeñas páginas se
centraban en el análisis internacional y nacional y en los
problemas de organización del movimiento obrero y campe
sino. “Revolución Socialista”, mientras apareció, se convirtió
en el centro político de los órganos de base en formación
—obreros, campesinos, estudiantiles— del MR-13, y en su
lazo más amplio con los sectores de la población influidos
por las acciones de la guerrilla.
En aquellos organismos —comités campesinos en las al
deas, patrullas de la guerrilla, células obreras y estudiantiles
en la ciudad— “Revolución Socialista” era leído y discutido
colectivamente, como material de información y de forma
ción y como requisito para que los militantes del movimiento
pudieran a su vez discutir su contenido en sus sectores de
trabajo e intervenir en la formulación dé la política del
53
MR-13. El periódico llegó a circular en la ciudad, en sectores
de trabajadores electricistas, ferroviarios, telegrafistas, ca-
mioneros, de la salud y en el movimiento estudiantil, así como
en trabajo barrial. Posiblemente llegó a otros sectores tam
bién, pero nó podemos asegurarlo. A fines de 1965 o comien
zos de 1966, había penetrado en ingenios azucareros.
Los progresos políticos del movimiento tuvieron una afir
mación decisiva en la Conferencia de la Sierra de las Minas,
realizada en el campamento Las Orquídeas, en diciembre
de 1964. Allí se aprobó la Declaración de la Sierra de las
Minas, que se convirtió en el programa central del MR-13.
Regis Debray6 y algunos otros han dado versiones fantásti
cas, de tercera mano, de esa reunión. Lo que habrían debido
hacer, en cambio, es discutir el contenido y el significado
del programa allí aprobado. Ni él ni sus amigos lo han he
cho. En esa discusión podría verse que, en medio de muchos
límites de esquematismo y falta de profundización de la
realidad, ese programa era el único, en ese momento, que
aparecía trazando una perspectiva socialista para la revolu
ción guatemalteca y proponiendo las vías, las formas orga
nizativas de masas y las consignas de lucha intermedias para
alcanzar aquel objetivo. Su elaboración fue producto de la
discusión y la experiencia del movimiento, incluidas no po
cas ideas contenidas en un documento que a esa misma con
ferencia presentó el Frente Guerrilléro Edgar Ibarra, en
cabezado por Luis A. Turcios Lima. En todo eso radica, aún
con todas sus limitaciones, su valor perdurable en la lucha
de clases guatemalteca y en el movimiento guerrillero latino
americano, así como el eco que tuvo en otros movimientos
más allá de las fronteras de Guatemala. Todo el año siguien
te fue, para el MR-13, principalmente la implementación de
las resoluciones y del programa de esa conferencia.7
6 Ver Regis Debray, Las pruebas de juego, tomo 2, Siglo XXI,
México, 1975.
7 Asistieron a la conferencia como delegados por el Frente Gue
rrillero Edgar Ibarra: Turcios, Socorro, Pascual, Efigenio; por el
Frente Alejandro de León: Yon Sosa, Evaristo, Ismael, Tamagaz,
Monte y César; por el Frente Urbano: Amado, Loarca, David Agui-
lar y el autor de este artículo. Socorro fue el guerrillero que mu
rió junto con Yon Sosa, en territorio mexicano en 1970, a manos
de una patrulla militar. De los catorce que recordamos y mencio
namos, once, al menos, han muerto en combate. La Declaración de
la Sierra de las Minas fue publicada en “Revolución Socialista”, nú
mero 8, enero 1965, Guatemala, Centroamérica.
54
5
Esta evolución de un sector importante de la guerrilla
guatemalteca —que de un modo u otro influía también a los
otros sectores, y en especial a las FAE de Turcios, el cual se
había separado del MR-13 en febrero de 1965 pero sin haber
roto jamás del todo* sus viejos lazos con él— llevaba inevita
blemente a un conflicto programático de envergadura y con
secuencias que trotskistas y no trotskistas no alcanzaban,
posiblemente, a imaginar. Ciertamente no lo imaginábamos
nosotros, envueltos en el optimismo acrítico y la exaltación
guerrillera.
Esa lucha programática estaba lejos de las formas edu
cadas de los debates académicos. Se desarrollaba bajo la fe
roz represión de la dictadura y pagaba el precio de la clan
destinidad y del atraso político del conjunto del movimien
to revolucionario guatemalteco, que agudizaban el sectaris
mo y el ultimatismo en unos y otros.
Ella se combinó con un viraje acentuado de la situación
mundial, que los trotskistas del Buró Latinoamericano fui
mos totalmente incapaces de medir y comprender. El golpe
de marzo de 1964 en Brasil ya lo anunciaba. El año 1965
fue testigo de una ofensiva del imperialismo norteamericano:
los incidentes del golfo de Tonkin y la invasión de Vietnam
del Norte a principios de año, la invasión a la República
Dominicana, la caída de Nkrumáh en Ghana y —parcial
mente distinta— la de Ben Bella en Argelia, la terrible y
profundísima derrota de la revolución en Indonesia a co
mienzos de octubre, la muerte de Luis de la Puente Uceda
y la derrota de las incipientes guerrillas peruanas ■—cerca
nas a las posiciones del MR-13— en octubre de 1965. Esta
ofensiva iba a culminar en 1967 en la guerra de Israel contra
Egipto y, en América Latina, en las masacres mineras en
Bolivia que preludiaron el exterminio de la guerrilla del Che.
Ese curso fue después progresivamente quebrado entre
la ofensiva del Tet en Vietnam en enero de 1968, las gran
des luchas del proletariado europeo a partir del mayo fran
cés de 1968, la victoria definitiva de Vietnam entre 1973
y 1975 y la recesión generalizada de las economías impe
rialistas entre 1974 y 1976. Pero en 1965 estaba todavía as
cendiendo, y se cernía sobre Guatemala anunciando las de
rrotas que amenazaban a las guerrillas y que se hicieron
reales a partir de 1966-67.
55
En estas condiciones tuvo lugar la lucha entre el pro
grama de la revolución permanente y el programa de la re
volución por etapas, lucha que en realidad se dio y se re
solvió en los hechos, más que en las palabras y en los do
cumentos.
Ella fue agravada por un acontecimiento interno que, a
su modo, era también un reflejo de ese curso de la revo
lución en el mundo. En octubre de 1965, Fidel Castro anun
ció la salida del Che de Cuba. Esta salida era, indiscutible
mente, una derrota del ala izquierda de la revolución cubana
(sin que significara, por eso, un triunfo de su ala derecha,
ya golpeada en la época de Escalante). Significaba que la
dirección cubana se alejaría progresivamente de su política
de extensión de la revolución en América Latina. Sin duda,
no sólo las dificultades de Cuba y la situación internacional
tuvieron un papel importante en estas decisiones, sino tam
bién, en forma determinante, la presión de la burocracia
soviética en pleno auge de su política de “coexistencia pacífi
ca”. La Conferencia Tricontinehtal fue sólo una cobertura
“dé izquierda” pala este viraje, que se haría mucho más evi
dente para todo el mundo a partir de 1967. Un síntoma in
confundible del significado de esta conferencia fue no sólo
el peso del reformismo en sus delegaciones, sino sobre todo
el ataque de Fidel Castro al programa de la revolución per
manente y a los trotskistas del MR-13 en su discurso de
clausura. Lanzado desde esa tribuna y por el dirigente de
la revolución cubana, este ataque tuvo consecuencias te
rribles para el MR-13.8
56
El MR-13 se vio atrapado entre dos fuegos. La lucha por
el programa se convirtió, bruscamente, en un combate por
la supervivencia. El último episodio, tal vez, de aquella lu
cha fue la toma de posición frente a la candidatura de Ma
rio Méndez Montenegro a la presidencia de Guatemala. El
MR-13, fiel a su programa, llamó a boicotear la farsa elec
toral y a anular el voto con un “13” o con una consigna de
apoyo a las guerrillas. Su posición —confirmada con creces
por los hechos— era que Méndez Montenegro establecería
una dictadura tanto o más feroz que la de Peralta Azurdia
y que los revolucionarios no tenían por qué apoyar a un
sector de la burguesía contra el otro ni legitimar esas elec
ciones fraudulentas. El PGT y las FAR, también siguiendo
su concepción de revolución democrático burguesa, llama
ron en cambio a votar por Méndez Montenegro para favo
recer, supuestamente, un cambio democrático en el Estado.
En vísperas de la elección, anunciando los días terribles que
vendrían, el ejército apresó, torturó y asesinó a veintiocho
dirigentes y militantes del MR-13, el PGT y las FAR, arro
jando luego sus cadáveres al mar. En la masacre perecieron
Francisco Amado, Eunice Campirán (su compañero David
Aguilar había sido asesinado en diciembre de 1965), Iris
Yon y toda la dirección trotskista de la ciudad de Guatemala.
La liquidación física del principal dirigente trotskista gua
temalteco, Francisco Amado, precipitó los acontecimientos.
En abril la represión se abatió sobre los trotskistas de Mé
xico y, en pocos meses, toda su dirección fue a la cárcel,
donde pasaría varios años. En la primera represión9, la po
licía se apoderó de una cantidad de dinero guatemalteco.
No nos interesa ahora entrar en la ola de mentiras y ca
lumnias antitrotskistas, algunas cínicas y otras irresponsa
bles, que este hecho desencadenó. Bástenos registrar que en
el proceso campesino realizado con motivo de esas acusa
ciones en las montañas de Guatemala, en presencia de Yon
Sosa, los trotskistas supervivientes en la guerrilla pudieron
demostrar sin lugar a equívoco que eran falsas todas las
acusaciones de robo de dinero a las guerrillas y que, más
bien, ellos habían contribuido a asegurar más de una vez
desatinos políticos, que indicaban ya la progresiva descomposición
política y moral de J. Posadas. Nada de esto alcanzamos a com
prender en aquel tiempo.
o En dicha ocasión fue apresado el autor de este artículo. Salió
de la cárcel de Lecumberri seis años después, en marzo de 1972.
57
que éstas dispusieran de fondos y de medios de lucha. El
proceso duró ocho días y los trotskistas fueron declarados
inocentes de esos cargos por los campesinos presentes. Se
les pidió, no obstante, a los mexicanos que abandonaran la
guerrilla y regresaran a su país, para evitar nuevos conflic
tos con cubanos y soviéticos que, al parecer, exigían la salida
de los trotskistas del MR-13; y se les devolvieron sus armas
(que les habían quitado al inicio del proceso). Este solo gesto,
devolverles sus armas, debería bastar para ilustrar el resul
tado de ese proceso a quienes entienden algo de psicología
y de principios de las guerrillas. Ultimo gesto, entre curioso
y trágico: antes de partir, Yon Sosa les pidió que lo ayuda
ran a redactar una declaración del MR-13 sobre la situación
política post-electoral. Discutieron con él y así lo hicieron
entre todos. Nunca después, a nuestro conocimiento, hasta su
asesinato en junio de 1970, Marco Antonio Yon Sosa atacó
o hizo campaña política contra los trotskistas.10
Nada de esto quita el profundo retroceso político que
significó la salida de los trotskistas de la guerrilla guate
malteca, así como la muerte de sus principales cuadros en
la ciudad. El MR-13, aunque declaró que seguiría defen
diendo el programa socialista, no se recuperó del golpe, y
se fue extinguiendo hasta la muerte de su jefe cuatro años
después.
58
y otra vez el pueblo unido ha sido vencido a causa de la
política desastrosa de sus dirigentes.
Si una necesidad tenemos en el movimiento revolucio
nario latinoamericano, es la de hacer la crítica de nuestros
errores, como condición previa para criticar los que veamos
en los demás. Es un método equivocado el que consiste en
decir que mientras los demás no reconozcan los suyos, uno
no reconocerá los propios. La autocrítica no es para dar sa
tisfacción al adversario político o para que éste tenga el
gusto de decir: “teníamos razón”. En general, los que bus
can sólo tener razón en todo momento antes que hacer pro
gresar objetivamente los intereses y el frente de clase del
proletariado, no valen gran cosa como organizadores revolu
cionarios. En cambio, para favorecer ese progreso y para
intervenir en él es una contribución indispensable el aná
lisis crítico de los propios errores y, sobre todo, del método
que los engendró. Pocas de las muchas autocríticas en cir
culación alcanzan a cumplir este último requisito.
Seguimos creyendo que el objetivo central planteado por
los trotskistas en Guatemala —programa socialista, partido
obrero marxista a partir de la lucha guerrillera en curso y
de sus objetivos agrarios y antimperialistas— era esencial
mente correcto. Fue la contribución principal del movimien
to trotskista en Guatemala a la revolución latinoamericana
y al conjunto de los movimientos guerrilleros que en ese
momento atravesaban una crisis —que luego demostró ser
fatal—• proveniente de la contradicción entre sus métodos
radicales de lucha y el contenido democrático-burgués de su
programa.
En cambio, la misma magnitud del objetivo agigantó los
efectos de los errores políticos de la tendencia trotskista que
intentó llevarlo adelante, la del Buró Latinoamericano (po-
sadista). Esos errores, cuyos resultados fueron catastróficos,
estaban todos ligados a una concepción esencialmente sub
jetiva de la revolución, separada del análisis de las bases
económicas de la sociedad en general y de la formación so
cial dada en particular. Esta concepción terminaba por con
vertir a la revolución mundial en una entidad mítica, que
explicaba todo y resolvía todo, fuente permanente de estí
mulos y de victorias cualesquiera fueran las situaciones es
pecíficas locales. Esta visión se complementaba con la pos
tulación de un proletariado nacional igualmente mítico, que
terminaba por ignorar las determinaciones concretas del
59
proletariado real del país, aunque hiciera ciertos esfuerzos
para comprenderlas. No eran los esfuerzos concretos de los
militantes trotskistas en la clase obrera de Guatemala, que
no faltaron, los que fallaban para explicar la realidad, sino
la teoría idealista y subjetiva que estaba debajo de ellos
e impedía generalizar correctamente las comprobaciones de
la experiencia empírica.11
A la idealización de la función del campesinado, e inclu
so de los indígenas, en la revolución, que distinguía a otras
tendencias del movimiento revolucionario guatemalteco; o
a la idealización de las posibilidades de presión sobre la bur
guesía, de alianza con la supuesta “burguesía democrática”
y de establecimiento; de una democracia burguesa en Guate
mala, qüe distinguía a las diversas tendencias del reformis-
mo; el MR-13 y los trotskistas respondían con una idealiza
ción del pápél concreto e inmediato —no de la función his
tórica, que es otra cosa— de la clase obrera guatemalteca.
La discusión tomaba, entonces, un carácter marcadamente
ideológico.
Había una separación insalvable entre la afirmación teó
rica de la función de la clase obrera en la revolución socia
lista, que los trotskistas querían llevar inmediatamente y
sin mediaciones a la realidad, y el curso real de los aconteci
mientos en el país y en América Latina, donde algunas de
las condiciones que aquéllos daban por realizadas ya en
tonces sólo comenzarían a presentarse diez años después.
Esto no significa que el programa era equivocado o que
ninguna lucha por él era posible, sino que era precisa una
táctica concreta completamente diferente, infinitamente más
11 Esta concepción llevó a esta tendencia a un creciente ais
lamiento de la realidad y a responder a los golpes que por ello
recibía en todas partes con una exacerbación de sus propios rasgos
voluntaristas. La derrota de Guatemala aceleró ese proceso y el
cambio de la situación mundial, a partir de 1968-69, para el cual
no estaba ni lejanamente preparada, lo completó. Fue cuestión de
unos años más el que esta corriente, pese a haber contado con
un número notable de cuadros probados, templados y educados en
el seno de la clase obrera, entrara en un proceso de disgregación
organizativa irreversible. La teoría es implacable con quienes creen
que pueden pasar impunemente por encima de ella. En otros docu
mentos, algunos de los militantes provenientes de dicha tendencia
hemos hecho el balance autocrítico de ese proceso, que no es el
caso retomar aquí: ver, en especial, Balance crítico de la ex-ten~
dencia del Buró Latinoamericano de la IV Internacional, en “Bo
letín Marxista”, Génova, Italia, número 8, abril 1977.
60
apegada a la realidad, para poder llevarlo adelante. Esa se
paración, como un abismo, se tragó entera en ese lapso de
años a la tendencia posadista en toda América Latina.
Dicho subjetivismo político se expresó, fundamentalmen
te, en los siguientes errores: 1) Falsa apreciación de la si
tuación internacional, que impedía ver la ofensiva imperia
lista y su próxima proyección sobre Guatemala, y en con
secuencia preparar al movimiento para ella. 2) Esquematis
mo en la comprensión de las fuerzas sociales y de la estruc
tura económica del país, y en consecuencia, falso cálculo
de los plazos y de la relación de fuerzas real entre el mo
vimiento revolucionario y el Estado, entre el campesinado
y la represión militar y entre el proletariado, la burguesía
y el imperialismo. 3) Como resultado, acentuación del vo
luntarismo organizativo y subestimación del enemigo (error
compartido por todas las tendencias del movimiento guerri
llero de entonces). 4) Particularmente a fines de 1965, bajo
la presión del propio Posadas, curso más y más sectario em
prendido por los trotskistas de Guatemala, buscando ace
lerar el proceso interior del MR-13 y violentando en la prác
tica el ritmo y la lógica según los cuales se desarrollaba
la comprensión socialista y marxista de sus dirigentes y
cuadros.
En estos errores de cuatro tipos: subjetivos, vanguardis
tas, sectarios y burocráticos, se mezclaban las inclinaciones
provenientes de los trotskistas con las originarias del propio
MR-13. No eran tales errores, preciso es recordarlo, un mo
nopolio de esas tendencias. Bajo formas y en combinaciones
diferentes, estuvieron presentes en todos los movimientos
guerrilleros, incluida la tentativa del Che en Bolivia en 1967.
Aparecieron tanto entre quienes sostenían el programa so
cialista como entre quienes proponían el programa democrá
tico. No eran, pues, un producto del programa: en otra parte
hay que buscar su origen.
Creemos que podemos reducirlos a un común denomina
dor: desconocimiento, teórico o práctico, del papel de la clase
obrera en la revolución; sustitución, por lo tanto, de la clase
real por su imagen mítica o por la acción de las vanguardias;
incapacidad, en consecuencia, de organizar a la clase y a
sus luchas a su nivel real y, a partir de allí, elevar éste
mediante la experiencia hasta el programa histórico.
Esto es mucho más fácil de detectar en los movimientos
de origen guerrillero: está presente directamente en su con-
61
cepcíón militarista de la lucha, que subordina el programa a
las normas organizativas, y se expresa en forma nítida en la
teoría del “foco”.
Se presenta más mediado, en cambio, en el caso de los
trotskistas, porque éstos aparecen defendiendo el programa
histórico del proletariado, el programa de la revolución so
cialista, y la necesidad de partido obrero para llevarlo ade
lante. Pero entre la teoría y la historia, entre el programa
y los niveles reales de conciencia y de organización de la
clase que es su portadora en la historia, hay una distancia
que es el partido marxista quien debe saber franquear. En
el caso concreto de Guatemala, los trotskistas no supieron
ni comprendieron cómo organizar esa transición. Y sin em
bargo, en esta tarea se resume, en definitiva, el arte de la
dirección revolucionaria.
En los trotskistas del Buró Latinoamericano, este distan-
ciamiento entre sus proposiciones y la realidad de la clase
obrera y el campesinado dados —distanciamiento que, repe
timos, no era sólo monopolio de ellos— tomaba tintes inclu
so trágicos. Los rasgos que les habían permitido ligarse a
los revolucionarios guatemaltecos y les habían ganado su
confianza, en los cuales se basaba su autoridad moral indis
cutida, eran rasgos propios de una tendencia formada en el
seno de la clase obrera latinoamericana, en sus luchas, sus
huelgas, sus sindicatos. La experiencia organizativa que tras
mitían, invalorable para el MR-13, tenía el mismo origen.
La certidumbre de su programa, confirmada por la expe
riencia negativa anterior de los guatemaltecos, también.
Pero ninguno de esos rasgos empíricos, como tampoco la
afirmación general de un programa correcto, alcanzaba a
compensar sus errores teóricos y a traducir, en consecuen
cia, ese programa en la realidad.
Sin una fundamentación teórica correcta, la relación em
pírica con la clase obrera, por determinante que ella pueda
parecer a quienes la viven, no basta para comprender a la
clase real. Y la ausencia de esa comprensión, que se expresa
en la política concreta, no puede ser sustituida por declara
ciones “proletarias” o por invocaciones a las experiencias
pasadas o presentes en el seno de la clase. El desconocimiento
de esta verdad elemental del marxismo —y, en general, del
conocimiento científico— está en la raíz de ésta y de otras
derrotas —■y no sólo de las de esta tendencia del trotskismo.
Precisamente por esto, creemos que las enseñanzas que
62
se desprenden de esta derrota en Guatemala trascienden am
pliamente los límites de la tendencia que la vivió y pueden
ser útiles, si se interpretan correctamente, para el movi
miento revolucionario latinoamericano y sus tareas futuras.
La presencia activa de la clase obrera es hoy mucho* más
visible y evidente en el conjunto de América Latina, en
Centroamérica e incluso en Guatemala. Esa presencia plan
tea en nuevos términos, pero no los resuelve, los antiguos
problemas: programa socialista de la revolución, partido re
volucionario de la clase obrera, ruptura de ésta con las ideo
logías burguesas y con el Estado, alianza obrera y campesina.
Creemos que para responder a ellos, es necesaria la dis
cusión crítica de las experiencias anteriores de la revolución
latinoamericana, el balance de fracasos y aciertos sin de
tenerse en consideraciones de prestigio personal o partidario,
y la contribución política de los revolucionarios formados en
esas experiencias, una buena parte de los cuales ha pasado,
en un momento u otro, por distintas tendencias del movi
miento guerrillero latinoamericano.
El partido marxista no puede construirse sin hacer con
fluir esas experiencias, decantadas críticamente, con las que
vienen del movimiento sindical obrero, y también campe
sino, de estos países. Todas ellas son parte de la larga, dura
y difícil acumulación originaria de fuerzas de la revolución
latinoamericana. Por eso son imprescindibles para funda
mentar su porvenir.
Marzo 1978
63