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Es por demás significativo que en poco más de medio siglo Colombia haya pasado
de ser un país rural, de economía agrícola y campesina, a ser un país urbano, con
el 75% de su población habitando las ciudades, con una economía en su mayoría
informal, que la sostiene en muchos aspectos, el trabajo de las personas que, por
diversas razones, migraron del campo. Quizás, se pueden revisar distintos factores
que llevaron a esta situación, como el conflicto armado, el narcotráfico, la
violencia; la concentración inequitativa de la tierra; el cambio climático; la poca
presencia del Estado con institucionalidad rural e inversión social; la
vulnerabilidad y exclusión social; la falta de pluralismo; el trabajo precario, en fin,
la falta de oportunidades de un buen vivir.
Esta aprobación lleva un largo proceso hacia su adopción formal. Sin embargo, de
manera inexplicable, Colombia se abstuvo de ratificar esta Declaración, entrando
a un club de 49 Estados que omitieron, y 7 más en contra, que esta declaración se
adopte en pleno en la Asamblea General de la ONU. A pesar de que estos
instrumentos como las declaraciones, no tienen una aplicación inmediata, así como
con los convenios, sus efectos demandan, además, reglamentaciones en el
ordenamiento interno, después de ser suscritas; sin embargo, la poca voluntad del
Estado de garantizar derechos a la población campesina, no sólo tiene este ejemplo,
sino también está la aún aplazada reglamentación de Convenios de la Organización
Internacional del Trabajo, como el 141 de 1975, que busca ampliar el derecho de
asociación de las organizaciones de trabajadores rurales, para su desarrollo
económico social y su calidad de vida.
@rvillasanchez