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Sábado | 12.03.

2005

Clarín.com » Edición Sábado 12.03.2005 » Revista Ñ » El fracaso de lo feo

ADIOS A LA BELLEZA
El fracaso de lo feo
La fascinación romántica por lo horrendo llevó a que la belleza
incorporara todos los rasgos que antes pertenecían a lo feo, su
contrario. Se convirtió así en objeto de consumo o provocación, al
punto que hoy hasta el terror, la miseria o el sufrimiento pueden
llegar a resultarnos agradables. Todo es belleza. Al fin de
cuentas, la fealdad nunca logra imponerse.

SILVIA SCHWARZBCK
Cuando uno termina de leer la Historia de la belleza queda con la
sensación algo pasmosa de que, tanto en el arte como en la vida, lo feo
nunca ha logrado imponerse sobre lo bello. Pero como Umberto Eco quiere
incorporar a su libro todas las formas de belleza posibles, sin privilegiar las
formas artísticas por sobre las que están ligadas a la vida cotidiana, no
puede darle la debida importancia al fracaso de la fealdad. Porque a la
fealdad la ha buscado y la ha querido el arte, no la sociedad. Por lo tanto, es
algo de lo que lamentarse —y no algo para celebrar— que aun cuando los
artistas se empecinaran en representar lo feo como feo, el solo hecho de
poder representarlo terminara por convertirlo en bello. La representación es
siempre tranquilizadora. Por eso el modernismo la cuestiona hasta el punto
de negarla. No es un dato menor que el arte moderno haya querido ser feo
él, en lugar de representar lo feo.

El verdadero modelo de la fealdad artística no habría que buscarlo en la


plástica, sino en la música. La máxima fealdad no se encuentra ni en la
abstracción, ni en la materia revalorizada, ni en la provocación vanguardista,
sino en la disonancia (de ahí que para Eco, al dedicar la mayor parte de su
libro a la plástica, no sea crucial el problema de cómo lograr que lo feo sea
feo). Lo disonante tiene como ventaja que no es agradable al oído. De todos
modos, la fealdad no está hecha para durar. La medida de lo feo es la
molestia que provoca en el receptor, y si el receptor es habitué de los
ambientes donde circulan las novedades artísticas, rápidamente se pondrá al
día con lo nuevo, y la molestia, con un buen aprendizaje, desaparecerá.

Hay un aspecto de este problema el de la rapidez con que aceptamos lo feo,


que, en parte, ya había advertido Karl Rosenkranz en su Estética de lo feo
(1853), aunque no en relación al arte, sino a la vida cotidiana. Si lo feo
fracasa, es porque lo bello es convencional. Lo bello, para él, es lo que está
de moda. Entre lo que está de moda puede haber fenómenos que, juzgados
desde el ideal clásico de belleza, nos parezcan feos. Pero si la época los
reconoce como bellos nos acostumbramos a verlos como los ven nuestros
contemporáneos y, al cabo de un tiempo, terminamos aceptándolos
temporalmente como bellos. La aceptación de la belleza es irremediable,
pero temporaria. Ese es el aspecto del problema que comprende bien
Rosenkranz. Pero así como lo feo sólo es feo de manera temporaria, porque
puede volverse bello en cualquier momento, lo temporalmente bello está
destinado a volverse feo. Esta segunda fealdad, la de la obsolescencia, no es
idéntica a la primera, a la del momento original, en que lo feo todavía no era
bello. Cuando algo ha dejado de ser bello se vuelve cómico. Ese es el nuevo
sentido de lo feo. Si la moda consiste en convertir en bello lo feo, las modas
del pasado reciente, por ser inmediatamente anteriores a la actual, resultan
ridículas. Las del pasado más lejano, en cambio, son objeto de respeto,
nostalgia, y admiración. Por supuesto que el paso del tiempo terminará
dignificando a lo que se ha vuelto ridículo, otorgándole esa pátina de
distinción que le cabe a todo aquello que lleva varias generaciones en
desuso y se vende caro por ser escaso.

Pero en el arte, la fealdad ha querido tener otro estatuto que el que


Rosenkranz describe bien dentro de los límites de la vida cotidiana. Aunque
los consumidores culturales se comporten habitualmente como él dice, su
precaria dialéctica entre lo bello y lo feo no termina de explicar el fracaso de
lo feo. La estética incorporó lo feo como una categoría complementaria de la
de lo bello. Cuando lo bello estaba todavía ligado a lo bueno y a lo
verdadero, como en la Edad Media, la Iglesia recomendaba saber ver lo feo
dentro del conjunto de la Creación, pero no ignorarlo. Si el orden del
universo es bello, loAyuda
feo contribuye
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Lo bello y lo sublime
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Cuando la estética se vuelve una disciplina autónoma, en el siglo XVIII, y la
belleza se disocia del bien y de la verdad, la relación necesaria entre lo bello

consiste ni en la proporción ni en la conveniencia. Hay un nuevo concepto de


belleza, ligado a lo que el hombre puede dominar. Lo que no puede ser
dominado por el hombre no es feo, sino sublime. Una obra artística es bella
por el mismo principio que hace que una rosa sea bella y que ninguna de las
dos pueda ser sublime.

Lo bello, pertenezca a la naturaleza o al arte, es finito, cercano y confiable;


lo sublime, en cambio, es infinito, distante y temible. La belleza tiene las
proporciones de un mundo que el hombre considera hecho a su medida. La
cercanía y la distancia, respectivamente, dan la pauta de que el hombre es la
medida de lo estético.

En el siglo XIX, Hegel es el primero en presentar como verdad la certeza que


ni Burke ni Kant habrían podido confesar en público. Para él, directamente,
la fealdad es la naturaleza misma, cuando todavía no ha sido dominada por
el hombre. Por eso lo sublime, en tanto evoca el terror primitivo causado por
una naturaleza todopoderosa, es la forma más fea de arte, ya que el arte
sólo puede ser bello.

A partir del romanticismo, con su fascinación con lo horrendo, el concepto de


belleza incorpora progresivamente todos aquellos rasgos que antes
pertenecían a su contrario. Lo informe, indeterminado, caótico,
desproporcionado, irregular, absurdo, raro, exótico, monstruoso, horrible,
terrorífico, maléfico, cruel, tenebroso o prohibido, pero también lo
decadente, patético, vulgar, asqueroso, estúpido, banal, bajo o escatológico
entran dentro del terreno de lo estético.

Provocación es consumo

Al quedarse sin contrario, la belleza se convierte en objeto de consumo o en


objeto de provocación, dos formas radicales de combatir el aburrimiento,
aun cuando Eco no quiera verlas así y en su libro las presente
equivocadamente como alternativas.

Si las vanguardias terminaron rapiñadas por la industria cultural, eso les


pasó porque tenían la misma voluntad que ella de sacudir a las masas y
sacarlas de la apatía. Si el consumo agota cualquier novedad, por radical que
sea, debe ser porque lo nuevo no es más que el concepto de lo que nace
para vivir una temporada. Hasta la miseria, con la suficiente distancia que
requiere todo lo que provoca terror, puede ser consumida como la
experiencia turística o televisiva más radical de nuestro tiempo.

A la pregunta sobre cómo es que pueden resultarnos agradables el


sufrimiento o el terror, Burke respondía correctamente: porque no nos tocan
demasiado de cerca. El desinterés, tan bien teorizado por Kant como
condición del juicio estético, parece un concepto clave para entender qué
tipo de contemplación se merece la belleza intrascendente del arte y de la
vida actuales.

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