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Antes del tiempo: Graciela Iturbide

Avanza el siglo y con él los nuevos mitos del progreso. En el continente Americano las
dictaduras militares que azotan el sur hacen eco en México cuyo gobierno da asilo político
a un amplio número de luchadores sociales de estos países, mientras encarcela y asesina a
los luchadores sociales del territorio nacional. Estamos en la guerra fría. El trágico
desenlace del movimiento estudiantil de 1968 así lo constata: “éramos comunistas y
buscábamos la toma de poder” escuche decir en una entrevista a un ex líder estudiantil de
la época. La represión a los estudiantes marca la vida política del país, es una cerrazón del
estado a toda posibilidad de dialogo con organizaciones independientes, un claro mensaje
del monopolio de la violencia por parte del estado y de su posterior uso indiscriminado
durante la llamada guerra sucia.

La revolución institucionalizada devino entonces en dictadura partidista, cuya proximidad


con el siglo XXI la fue acercando al proyecto neoliberal. La crisis agrícola de los años
setenta ocasionada por el abandono sistemático del campo por parte del estado
mexicano1, es solo una de sus manifestaciones. Ahora bien, me gustaría por un momento
hacer hincapié en la palabra crisis, cuyo significado dentro del contexto de la medicina es:
“Mutación considerable que acaece en una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya sea
para agravar al enfermo”, esta definición viene a colación porque es justamente en la
década de los años setenta y dentro del contexto de la crisis agrícola que se dará una
recuperación generalizada de la lengua indígena en el país2. Ante la crisis las luchas
indígenas ganaran presencia nacional, como rio candente que prepara la llegada del siglo
XXI. Surgen entonces organizaciones que manteniendo la reivindicación de la identidad,
adhieren y se adhieren a otros sectores de la población cuyas demandas no son
obligadamente de carácter étnico3. Obreros, estudiantes, campesinos e indígenas
conforman un bloque frente a los temperamentos del mercado.

Otro elemento importante en la conformación de los movimientos indígenas en México


serán las revoluciones de los años setenta y ochenta llevadas a cabo en Centro América
por grupos armados de corte socialista, cuya influencia se dejara ver sobre todo en
Chiapas en la década de los noventa.

Estas experiencias de autonomías y de autogobiernos, aunque pueden entenderse dentro


de un contexto político e histórico determinado, en su fundamento base escapan a la
historia de México, sumergiéndose en el colectivismo pre colonial, en el Capulli, en la
práctica de la democracia directa. Estos movimientos no son sino revelación de una

1 Warman, Arturo, Ibíd. P. 67


2
Vázquez Sandrin, German, ibíd.
3 López y Rivas, Gilberto, Nación y pueblos indios en el neoliberalismo, Edit. Plaza y Valdez, México, 1995. P. 57.
tradición antigua de los pueblos indígenas, cuyo paralelismo con el socialismo, los
hermanos Magón supieron ver4.

Si bien, el levantamiento zapatista de 1994 es el rostro más visible de la lucha indígena por
la autonomía, no es el único. Allí están la COCEI -Coordinadora Obrero-Campesino-
Estudiantil del Istmo- o el MULTI de la región Triqui en Oaxaca, la CRAC en Guerrero.

Como en tiempos de la revolución, el fotoperiodismo evoluciona de estos eventos,


adaptándose a la circunstancia histórica que hoy reclama nuevas maneras de mirar. Rafael
Doniz y Lourdes Groubet en el Juchitán Coceista, Antonio Turok y Francisco Mata en la
selva Lacandona zapatista. Estos fotógrafos se arrojan a los números rojos del ámbito
político nacional, regresan trayendo consigo testimonio vivo de la permanencia de
resistencias coloniales. Otra vez como en tiempos de Casasola, aparece el indio como ser
activo, organizado e insurrecto.

Surgen entonces los puños en alto, las señoras con sus huipiles marchando, las pancartas,
las tomas de palacios municipales, las armas, la neblina, la montaña. La aculturación como
proyecto que asimila y desindianiza, se muestra lejano, se pierde en estos rostros.
Aparece retratada la fuerza y la altura moral de quien da la vida por su derecho a la
autodeterminación.

El Ejercito Zapatista de Liberación Nacional como el rostro más visible de las distintas
luchas indígenas, hizo uso de su imagen mediática de una manera hasta entonces
impensable para un grupo guerrillero, de esta manera los doce días de enfrentamientos
armados entre el EZLN y el ejército federal fueron agudamente observados por una
sociedad civil cuya simpatía por los zapatistas gozaba de tintes mesiánicos.

Dicha simpatía hacia el levantamiento armado de Chiapas se verá reflejada en los


fotógrafos antes mencionados. Ocupando primeras planas en periódicos y revistas, estas
imágenes de indios sublevados trastocarán la visión que tenemos del indígena dentro del
imaginario fotográfico de México.

Esta nueva forma de ver, propia del fotoperiodismo de los años ochenta y noventa, y de
los casos concretos de Oaxaca y sobre todo Chiapas, traspasará los territorios ávidos de
inmediatez propios del fotoperiodismo, para influir en trabajos documentales cuyos
alcances dentro del ámbito artístico serán sumo importantes. Tanto Eniac Martínez como
Flor Garduño dan fe de este cambio de mirada que sin temor se aleja de lo testimonial,
pero es en la figura de Graciela Iturbide donde estos cambios de paradigmas visuales
encuentran su más grande expresión.

4 Cano Ruiz. B, Ricardo Flores Magón su vida. Su obra, edit. Tierra y libertad, México, 1976. P.13.
Al igual que Álvarez Bravo –del cual fue alumna- , Graciela Iturbide adhiere al indígena a su
libertad creativa, rodeándolo de significados abiertos. Fotografía Juchitán durante los años
ochenta, década en la que a pesar de los encarcelamientos, desapariciones y asesinatos
de dirigentes de la COCEI, ésta llega al poder por la vía democrática. Más aún Iturbide no
toma la ruta ya marcada por el fotoperiodismo de la época, no denuncia la injusticia vivida
en Juchitán, ni hace fotografía panfletaria en apoyo al movimiento, Iturbide no politiza sus
fotografías –actitud que contrasta con su militancia Coceista-, abriendo la mirada,
exprimiendo los alcances de la fotografía documental, pone “nuevo nombre a la
distancia”5. Así el indígena en su fotografía se aleja de su siempre denunciada pobreza, de
su realidad descrita, para acercarse de lleno a los terrenos de la revelación poética.

5 Ramírez Castañeda, Elisa, Espejismos, en De fotógrafos y de indios, Edit. Tecolote, México D.F 2000 p. 53

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