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Aurora Bosch; Historia de los EE. UU.

1776 – 1945

Cap. 1: Revolución, independencia y construcción nacional, 1776 – 1791

Hacia 1760 las 13 colonias británicas de Norteamérica no sólo habían demostrado su viabilidad
económica al constituir ya un tercio de la economía británica sino que eran una sociedad diversa y
conflictiva, en rápido proceso de cambio, que iban afirmando unos rasgos distintivos con respecto
a la metrópoli. A la vez, su población crecía más rápidamente que la de ningún otra colonia del
mundo.

En los inicios, para satisfacer la demanda constante de mano de obra en las plantaciones del sur
fueron deportados 50000 presos británicos, que durante el siglo XVIII se sustituyeron
progresivamente por esclavos africanos. Por otro lado, los inmigrantes libres no eran sólo ingleses.
Esta presión sobre la tierra aumentó el territorio ocupado. Seguía siendo una sociedad muy rural,
con una población muy dispersa, pero al calor de la actividad comercial fueron creciendo algunas
ciudades en la costa atlántica. La principal era Filadelfia con 35000 hab., luego Boston y N. York con
25000 cada uno, y luego los puertos de Charleston y Newport.

En este contexto, el desarrollo agrícola fue el puntal del crecimiento económico colonial del siglo
XVIII y la forma en que la economía colonial se imbricó en la expansión económica británica. La
presión demográfica aumentó la superficie cultivada y gran parte de la producción agrícola ya
fuera en las plantaciones del sur o en las explotaciones familiares del noroeste, se dedicaba a la
exportación a Europa y al Caribe o al incipiente comercio interior e intercontinental, que el
crecimiento de las ciudades y la mejora de los medios de transporte favoreció. Este mercado
interior estimuló también las primeras manufacturas de tejidos. Pero la creciente demanda
colonial de productos manufacturados aún prefería los productos británicos. Las importaciones de
Inglaterra y Escocia pronto superaron a las exportaciones americanas, generando un déficit
comercial, compensado de momento con el comercio ilegal con el Caribe.

Este crecimiento visto en la primera mitad del siglo XVIII elevó la movilidad social y las
posibilidades de enriquecimiento, y consolidó el poder económico de las elites coloniales,
aumentando las desigualdades de riqueza. Por otro lado, aunque los propietarios agrícolas eran
mayoría, no todos los que buscaban acceder a la propiedad lo consiguieron en ese momento y el
arrendamiento se convirtió en una de las formas dominantes de la explotación de la tierra. Así, la
demanda de ésta fue motivo de distintos movimientos de protestas rurales que estallaron en el
campo colonial desde 1740. Entre 1766 y 1771 el Movimiento Regulador reunió a 2000
campesinos pobres de los condados del oeste de Carolina del norte contra el sistema de
impuestos, los comerciantes y los abogados, que recolectaban las deudas.

Estas protestas sociales en el campo y otras en las ciudades expresaban ya el surgimiento de una
ideología popular, que desafiaba el poder de la elite, exigiendo su participación en la política y
cuestionando la distribución de la propiedad. Su máxima expresión fue el movimiento de
disidencia religiosa llamado Gran Despertar, extendido a mediados del siglo XVIII. Era a la vez un
refugio para los pobres de las iglesias establecidas: Congregacionista en N. Inglaterra,
Congregacionista, Luterana y Holandesa; cuáqueros en Pensilvania; anglicanos y católicos en el sur.
Las demandas religiosas de los pobres y los nuevos inmigrantes fueron satisfechas por
predicadores evangelistas que viajaban por todas las colonias, difundiendo un mensaje radical
contra la autoridad establecida, su crítica a la acumulación de riqueza personal y su preocupación
social; era una religión más personal. El Gran Despertar desintegró así la religión institucionalizada,
abriendo el camino a la separación de la Iglesia y el estado, que se formalizaría durante la
revolución en las Constituciones de los Estados y luego en la Constitución federal (1787).

Por último, en cuanto a la evolución política, a mediados del siglo XVIII, las colonias seguían ligadas
a la metrópoli por la figura del gobernador, designado por el rey o propietario de la colonia. Pero
por otro lado las colonias estaban habituadas a autogobernarse por medio de sus órganos
legislativos elegidos (acostumbradas también a votar) – Asambleas coloniales, Town Halls -,
liderados por sus propias elites y a decidir sobre los asuntos internos de cada colonia, incluido el
poder de aprobar impuestos e iniciar la discusión sobre sus leyes.

¿Quién dominará el continente? Guerras coloniales

Las tres guerras imperiales, que desde 1713 tuvieron lugar en las colonias para dirimir qué imperio
dominaría Norteamérica, contribuyeron a aumentar las tensiones.

El Tratado del Ultrech (1713 – 1714), que finalizó la guerra de Sucesión española, supuso el fin de
la hegemonía francesa y el principio de la británica. Desde aquí, Inglaterra usó esta hegemonía
indirecta para mantener la paz y el equilibrio en Europa; pero en América persiguió su política de
desarrollo comercial y expansión colonial, frente a los dos imperios que obstaculizan sus objetivos:
Francia y España.

Por otro lado, la Guerra de la oreja de Jenkins (1739 – 1742) enfrentó a Gran Bretaña y España por
el control de comercio caribeño. Disputada en Florida y el Caribe, donde la primera tenía intención
de invadir Florida y Cartagena de Indias y Cuba. Pero los colonos fracasaron, sufriendo enormes
pérdidas y achacando la derrota a sus oficiales británicos. En la Guerra del rey Jorge (1744 – 1748)
franceses e ingleses se enfrentaron por el control de los bosques de la región del Maine, illinois, el
valle de Ohio y los Grandes Lagos. Los colonos británicos eran una población en expansión de
2.000.000, asentados en colonias de la costa atlántica. Los franceses, centrados en Québec, eran
sólo 80.000, dispersos en un enorme territorio, pero contaban con una población muy homogénea
y eran apoyados por las naciones indias pues ellos no buscaban la explotación agrícola en territorio
de éstos. Los colonos británicos tomaron Louisbourg pero en 1748 Inglaterra la devolvió, dejando
de lado los intereses de los colonos.

Seis años después ambos se volvieron a enfrentar en la Guerra de los siete años (1754 – 1763 en
las colonias norteamericanas), cuyo motivo fue nuevamente el valle de Ohio. En un primer
enfrentamiento cayeron los colonos británicos, a lo que Inglaterra decidió enviar sólo dos
regimientos. En 1755 el pequeño ejército británico sufrió duras derrotas, hasta que Pitt,
entendiendo que lo escencial era el control de Norteamérica, llevó 25.000 soldados y en 1759 los
británicos lograron controlar el valle de Ohio.
Por la Paz de París (1763) todo el Canadá francés y la Florida española – a cambio de la devolución
de Cuba – fueron cedidos a Gran Bretaña, desapareciendo así Francia de Norteamérica.

Estas experiencias bélicas, el desarrollo económico y los cambios sociales de la primera mitad del
siglo XVIII, reafirmaron las particularidades que diferenciaban a las colonias de la metrópoli.
Aquella tenían una economía fundamentalmente agraria, incluso primitiva, pero muy capitalista y
eran una sociedad donde el racismo estaba institucionalizado y era un elemento de cohesión de la
minoría europea. La cohesión y la homogeneidad de la sociedad colonia aumentaba por la
religiosidad común – casi todas las iglesias eran protestantes -, la alfabetización masiva y una
relativa igualdad económica. Así, un 40% de la población blanca eran propietarios agrícolas,
artesanos o tenderos y los colonos blancos en general gozaban de un nivel de vida y una
participación en la sociedad civil muy superior a la europea.

Eliminado los franceses de Norteamérica, los colonos podían expandirse por su gran territorio, que
ahora se extendía desde el Golfo de México a la Bahía de Hudson y de los Apalaches al Mississippi
en el oeste. Pero las necesidades británicas le obligaron a aumentar la imposición colonial. Este
aumento de la tributación coincidió con la crisis económica colonial y provocó entre 1763 y 1775 la
crisis fiscal, que llevaría primero a la rebelión y después a la revolución y la guerra de
independencia.

La reorganización del imperio en América. “No puede haber imposición sin representación”

Los intentos de los Estuardo de centralizar el imperio a inicios del siglo XVIII fracasaron. Las Leyes
de Navegación de 1651, por las que todas las mercancías coloniales debían ir primero a los puertos
británicos y de ahí serían reexportadas no se cumplieron.

Al fin de la guerra franco-india, la reforma del imperio no podía esperar. Era necesario incorporar
una población francófona de 80.000 hab., organizar el enorme territorio que quedó en sus manos
y solucionar el conflicto de tierras entre colonos e indios. Desde 1760, no necesitando ya ayuda
india para enfrentar a franceses, se eliminaron los subsidios dirigidos a esas comunidades, a la vez
que ocupó el ejército los fuertes franceses a la vera del río Ohio, zona que las naciones indias
creían propias. Así, los indios de Ohio se unieron a Pontiac, jefe de los otawa, en la guerra de
independencia india, capturando todos los puestos fronterizos. Ante este levantamiento el rey
firmó en octubre de 1763 la Proclamación Real que, además de crear tres nuevas colonias en las
tierras conquistadas a los dos imperios (Québec, Florida este, Florida oeste), dibujada una frontera
a lo largo de la cima de los Apalaches, que los colonos no podrían traspasar. Sin embargo, la paz
con los indios llegó recién en 1766 y la Proclamación no evitó que los colonos y especuladores
traspasen esa frontera, por lo que Gran Bretaña creía necesario un ejército permanente de 10.000
soldados en esta frontera.

Pero para pagar este gasto, no podía seguir aumentándose los impuestos en la metrópoli. Por lo
tanto, Grenville buscó que los mismos colonos se hagan cargo de estos gastos, aumentando su
tributación – por cierto la más baja de occidente –, primero con reformas aduaneras que hagan
cumplir las Leyes de Navegación y luego con nuevos impuestos.
Hacia 1764, la Ley del Azúcar amplió la lista de productos coloniales que debían exportarse
directamente a Gran Bretaña – al tabaco y azúcar se sumaron pieles, hierro y madrea –, a la vez
aumentaba los registros y fianzas que los comerciantes debían obtener, imponía aranceles a los
tejidos, azúcar, índigo, café y vino importado a las colonias y, sobre todo, bajaba de 16 a 3 peniques
el galón de arancel sobre las melazas, esperando que se cumpla y acabe con el contrabando. Junto
a esto, el mismo año el Parlamento aprobó la Ley de Moneda , extendiendo a todas las colonias la
prohibición de emitir papel moneda, por lo que el dinero colonial perdió valor, cayendo los precios
y agravando la crisis económica y monetaria, la cual tenía como causa estructural la enorme
dependencia de la economía americana del crédito británico.

Estas reformas, en particular la Ley del Azúcar, generaron protestas intercoloniales contra la corona
en 1764. Por esto, Grenville decidió usar un nuevo tipo de impuestos, que por vez primera afectaba
a la economía interior colonial. En marzo de 1765 el Parlamento aprobó la Ley de Timbre, que
gravaba con un impuesto los documentos legales, almanaques, periódicos y cualquier tipo de
papel usado. A la vez, en el mismo año se aprobó la Ley de Acuartelamiento, que obligaba a las
colonias a abastecer y alojar a las tropas británicas.

La imposición, por primera vez, de un impuesto interno movilizó a todos los sectores sociales y a
todas las colonias contra Inglaterra. En este contexto comenzaron a crearse una “ideología whig”,
enfatizando los derechos del individuo frente al estado, y una “ideología popular”, identificando
libertad con representación política e igualdad, la nueva imposición británica dirigió la protesta
social contra Inglaterra misma, y la Ley del Timbre la convirtió en un movimiento de masas
colonial.

La protesta empezó entre las elites de las colonias y lo difundieron a través de los Comités de
Correspondencia, la multiplicación de panfletos, periódicos y organizaciones llamadas Hijos de la
libertad. En los Town meeting estas elites se encontraban con la clase media de pequeños
agricultores, artesanos y tenderos, organizados espontáneamente en clubs y tabernas, que
formaban en todas las colonias grupos de resistencia locales, expresando junto a la multitud su
descontento. El más violento de estos levantamientos fue el que sucedió en Boston en 1765. El
argumento legal de la protesta era la defensa del derecho de los colonos, como “ingleses nacidos
libres”, a no ser obligados a pagar impuestos por una institución como el Parlamento británico, en
la que no tenían representación. Este argumento contenía tanto una protesta contra el
Parlamento, que por vez primera vulneró la costumbre de no imponer impuestos internos, como
un cuestionamiento de la representación virtual en el Parlamento británico. Los colonos británicos,
acostumbrados a que vote entre el 40 y el 80% de los varones blancos y a que hubiera una relación
proporcional entre población, electores y elegidos, no podían entender esta representación virtual.
Estos argumentos se decidieron el 7 de octubre de 1765 en el Congreso contra la Ley del timbre,
reunido en N. York y formado por 27 representantes de nueve colonias, para redactar la
Declaración de Derechos y Quejas de las colonias.

Pese a la ley, los negocios se hicieron sin timbre, los periódicos aparecieron con la calavera pirata
en la esquina donde debía estar el timbre y los comerciantes británicos comenzaron a sufrir los
efectos de los movimientos de no importación. Estos movimientos, unían los intereses de toda la
sociedad en una acción que expresaba tanto una opinión económica a corto y largo plazo, como la
influencia de la ética puritana, que consideraba productiva la agricultura y la artesanía e
improductivo la especulación y el comercio. En este contexto comenzaron a tener voces como B.
Franklin, que cuestionaba el beneficio económico de la relación con Gran Bretaña y veía llegado el
momento de que los americanos se vistieron con sus propios trajes. Sin embargo, la mayoría de los
colonos aún pensaba en recuperar su autonomía económica dentro de la relación imperial.

En 1766 el Parlamento retira la Ley del timbre, pero aprueba la Ley declarativa, que confirmaba
que en el imperio solamente el Parlamento tiene soberanía y la potestad de dictar leyes. A la par,
las autoridades decidieron recurrir a los tradicionales derechos de aduana más indirectos y
externos.

En este contexto, fue en Boston donde las protestas fueron mayores, lideradas por Samuel Adams
que con sus Hijos de la libertad escribía incendiarios artículos en los periódicos, organizaba
protestas en los pubs, town meeting y en la Asamblea colonial. En febrero de 1768 la Asamblea de
Massachusetts aprobó y envió a las otras cámaras coloniales la circular que denunciaba los
aranceles Townsend como una violación constitucional del principio “ninguna contribución sin
representación”. El gobernador disolvió la Asamblea mientras los colonos formaban la Convención
de delegados ciudadanos y bandas errantes intimidaban a los aduaneros y boicoteaban a los
comerciantes proingleses. El 5 de marzo de 1770 una partida de ocho soldados británicos disparó
causando cinco muertos. La matanza de Boston proporcionó así los primeros mártires de la causa
colona.

En abril de 1770 el Parlamento revocó todos los aranceles Townsend, excepto el de té, y durante
dos años hubo una tranquilidad superficial. Las protestas de los colonos pasaron a ser una rebelión
articulada intercolonial, suficientemente efectiva como para dañar los intereses británicos y hacer
que el Parlamento revoque la Ley del timbre. Pero la metrópoli seguía dispuesta a aumentar el
control económico y político sobre la colonia. La Ley del azúcar, la Ley de la moneda y la Ley de
acuartelamiento se mantenían. Los tribunales del vicealmirantazgo y la Junta de aduanas
continuaban funcionando. En cuanto al ejército, había tenido que abandonar Boston pero
permanecía en los alrededores y la Marina seguía patrullando las costas.

Cuando comenzaron nuevamente las protestas en 1772 las colonias estaban en lo peor de la crisis
económica, y los líderes americanos empezaron a considerar la posibilidad de la independencia.
Conforme la crisis avanzaba, ya no se luchaba por los derechos del inglés nacido libre sino por
preservar la libertad americana frente a la tiranía británica.

En junio de 1772 los habitantes de Rhode Island abordaron y hundieron la goleta de la Armada
británica Gaspée, a lo que la metrópoli respondió enviando una comisión real para investigar los
hechos, con poderes para mandar a los sospechosos a Inglaterra para ser juzgados. En noviembre
del mismo año, bajo el liderazgo de Boston y Samuel Adams, la mitad de las ciudades de
Massachusetts aprobaron The votes of proceeding, el documento en que los bostonianos
expresaban todas las violaciones británicas de los derechos de los colonos – imposición de
impuestos y legislación sin el consentimiento de estos, envío de ejércitos permanentes en tiempos
de paz, supresión del juicio con jurado, restricción de las manufacturas y amenaza de establecer
obispos anglicanos –. En marzo de 1773 la Asamblea de Virginia propuso la formación de comités
de correspondencia intercoloniales y una red de estos comités se expandió, mientras los periódicos
hablaban de independencia.

En mayo de 1773 lord North, el nuevo ministro de Hacienda, dio la ocasión para el enfrentamiento
cuando logró que el Parlamento concediera a la Compañía de las Indias Orientales el monopolio de
vender directamente el té a las colonias. Ante esto, en los principales puertos se impidió que los
barcos descargaran el té. En N. York y Filadelfia los agentes de la compañía tuvieron que dimitir; en
Charleston se descargó el té y se vendió después para financiar la revolución; en Boston, el
gobernador Hutchinson obligó a los capitanes de los barcos a descargar, pero el 30 de noviembre
un grupo de patriotas disfrazados de indios y dirigidos por Samuel Adams, arrojaron al mar el
cargamento valorado en 10.000 libras.

Ante esto, el Parlamento aprobó en abril de 1774 las Leyes coercitivas para disciplinar a Boston.
Desde junio de este año la Ley del puerto de Boston cerraba el puerto hasta que el té fuera
pagado. Una nueva Ley de acuartelamiento otorgaba al gobernador poderes para alojar a las
tropas en edificios privados, confiscándolos si era necesario y la Ley del gobierno de Massachusetts
alteraba la Carta de la colonia y reorganizaba su gobierno, haciendo que los miembros del Consejo
o la Cámara Alta sean nombrados por el gobernador en vez de ser elegidos por la Asamblea
legislativa y se restringían las reuniones ciudadanas.

Al malestar provocado por las Leyes coercitivas se unió en junio de 1774 la Ley de Québec, que
permitía a los habitantes franceses de la provincia el uso de la lengua francesa y la práctica del
catolicismo romano, nombrada un gobernador y Consejo no elegidos y, sobre todo, colocaba
dentro de las fronteras de Québec las tierras occidentales al norte del río Ohio (Pensilvania,
Virginia y Connecticut las habían reclamada como suyas). Estas leyes fueron llamadas por los
colonos “leyes intolerables” ya que demostraban que Gran Bretaña estaba usando su poder contra
los intereses económicos y políticos de los colonos. Su aprobación reavivó la protesta, convertida
ahora en una rebelión abierta contra el poder tiránico de la monarquía británica.

1774 – 1776, de rebelión colonial a revolución. Por la libertad universal

Las Leyes coercitivas aprobadas por el Parlamento para castigar a Boston y Massachusetts,
consideradas el embrión de la protesta colonial, tuvieron el efecto contrario de unir a todas las
colonias en su contestación al poder monárquico y la administración colonial. La revolución
comenzó cuando el pueblo de Massachusetts se resistió a pagar el té y a aceptar la nueva situación
de pérdida de sus derechos e instituciones. Desde 1772 la elite de los comerciantes en alianza a los
artesanos y en ocasiones a la multitud, promovió la formación de Comités de correspondencia,
pero en 1774 el cariz de la agitación social cambió. Por primera vez hubo una presencia de
agricultores, que perjudicados por el cierre del puerto de Boston, decidieron en sus comités unirse
a Boston contras las Leyes coercitivas. Los comités en cada ciudad y condado tomaron el poder
activo, sustituyendo a la autoridad oficial y organizando milicias; en la lucha hubo un
desplazamiento del poder hacia los sectores radicales de la clase media y la multitud, más
interesados en la igualdad política y económica, que convirtieron un movimiento limitado de
resistencia en un movimiento popular.

Pero todas las colonias se sintieron amenazadas por las Leyes coercitivas y decidieron ayudar a
Boston, y para más sorpresa de los británicos en estas resistencia surgió un poder político paralelo
al de la Corona – local, de condado y provincial; pero también interprovincial o colonial –. De N.
York a las Carolinas, todas las localidades establecieron comités de correspondencia, organizaron
milicias y decidieron coordinar intercolonialmente el nuevo poder de los comités, convocando en
septiembre de 1774 el Primer Congreso Continental en Filadelfia.

Asambleas coloniales, comités locales o convenciones irregulares eligieron a los 55 delegados que
asistieron al Primer Congreso, representando a 12 de las 16 colonias – no enviaron representantes
Georgia, Québec, N. Escocia y las Floridas –. Estos delegados aprobaron la postura más radical,
contenidas en las Resoluciones del Condado de Suffolk, Massachusetts. Estas recomendaban la
resistencia abierta a las Leyes coercitivas, reconocían los nuevos poderes y creaban una Asociación
Continental, que ponía en práctica las resoluciones del Congreso referidas a la no importación y
consumo de productos británicos y la persecución de los enemigos de la libertad mediante la
intimidación y la coacción violenta.

Esta revolución que tenía lugar en las colonias entre 1774 y 1776 variaba según la colonia, e incluso
de unas zonas a otras. En Virginia, donde no había habido tensiones sociales desde que en 1676 la
rebelión de Bacon unió a blancos pobres con sirvientes contratados, negros libres y esclavos,
contra indios y la elite de plantadores, la mayoría de los plantadores eligió la revolución. Maryland
también se unió por iniciativa de la elite plantadora, pero no era una sociedad en que los blancos
estaban unidos, ni donde todo era esclavitud y tabaco. En la ciudad de N. York, como en Boston y
Filadelfia, sería la clase media radical la que se haría con el poder desplazando a la elite mercantil.
Filadelfia, centro económico, político y cultural de las colonias en 1774, pasó a convertirse tas las
leyes intolerables en la ciudad más radical.

Los artesanos, que podían votar, a raíz de la lucha contra los impuestos británicos comenzaron a
plantear una organización política independiente, que cristalizó en 1770 formada en la Sociedad
Patriótica. Tras las leyes intolerables un grupo de jóvenes mercaderes y abogados, principalmente
presbiteranos, apoyados por pequeños comerciantes y la comunidad artesana, tomaron el control
del movimiento de resistencia, formando un Comité de doce miembros. Desde los comités, esta
clase media radical fue desplazando a la elite moderada del poder, derrocando en junio de 1776 a
la vieja Asamblea provincial.

En un marco general, la revolución comenzó cuando las elites coloniales lucharon por mantener el
poder en las asambleas provinciales frente a los gobernadores – Massachusetts, Virginia – y en
esta lucha arrancó una sustitución del poder monárquico y la administración federal por los nuevos
poderes de los comités y las milicias. En la mayoría de los casos las antiguas elites, con la
incorporación de la clase media, siguieron controlando los nuevos poderes revolucionarios, pero
en las principales ciudades – Boston, N. York, Filadelfia –, los nuevos estratos sociales de la clase
media se hicieron con el poder incorporando a los blancos pobres. Todas las situaciones
revolucionarias tuvieron en común la formación de grandes alianzas, que iban de las elites a la
clase media y el populacho. En este momento, el enfrentamiento principal no era entre pobres y
ricos sino entre patriotas y cortesanos.

La toma de partido se aceleró con los primeros enfrentamientos entre la milicia de Massachusetts
y el ejército británico en abril de 1775. El inicio de la lucha armada hizo que la principal función del
Segundo Congreso Continental en Filadelfia fuera asumir las tareas del gobierno central para las
colonias. Así, decidió crear un ejército continental al mando de G. Washington, comandante el jefe
de la milicia de Virginia, emitir moneda para financiarlo y formar un comité para negociar con otros
países. Los representantes de las colonias en el Congreso estaban de acuerdo en que debían
defenderse frente a la conspiración del Parlamento y la Corona, pero la mayoría de ellos no
pensaba que el problema fuera el Imperio en sí. En invierno de 1775 – 1776 los colonos intentaron
infructuosamente la conquista de Canadá para que los canadienses se les unieran en la lucha
contra Inglaterra, pero sufrieron una dura derrota en Québec. Por esta misma fecha, los rebeldes
comenzaron a tener bien en claro por qué luchaban. En enero de 1776 se publicó en Filadelfia
“Common Sense” (sentido común), el primer texto que demostraba que la lucha contra Inglaterra
debía ser por la independencia inmediata y la república igualitaria. Su autor fue Thomas Paine
(pág. 21 – 22), quien usando como única autoridad la Biblia, arrancaba el texto con una crítica
voraz de la Constitución inglesa (compleja, ineficaz) y de las supuesta superioridad de la monarquía
británica (es imperfecta, incapaz de hacer lo que promete, no acaba con la tiranía real), luego
agregaba una crítica de la monarquía hereditaria y del supuesto derecho divino de ésta, usando la
Biblia y demostrando que Dios está contra el gobierno monárquico. Después analizaba la situación
de las colonias en ese momento y los pros y contras de la independencia. Su diagnóstico a favor de
ésta era primero económico: beneficiaría a la manufactura y el comercio, la llegada de inmigrantes
y la paz con Francia y España; en segundo lugar, creía que América tenía potencial humano y
territorial para favorecer la expansión económica y defenderse contra Inglaterra. Finalmente, para
borrar el miedo a la independencia, trazaba el plan de gobierno igualitario, republicano y
democrático que debía sustituir a la antigua política colonial.

En junio el congreso encargó la creación de una Declaración de Independencia a una comisión


formada por Franklin, John Adams, Roger Sherman, Robert Livingston y T. Jefferson, quien se
encargó de la redacción. (Pág. 23). Esta Declaración era la expresión de las ideas del contrato de
gobierno de Locke y de la ilustración, pero también tenía la impronta radical del Common Sense.
Sus primeras palabras se referían a la igualdad de todos los hombres y a declarar universales
derechos como la vida, la libertad y el alcance de la felicidad, restringidos a los ingleses nacidos
libres. Este comienzo, como hiciera Paine en Common Sense, convertía ya la causa de América en
la de toda la humanidad. Luego, el pueblo americano – no sólo los blancos propietarios – tenía
derecho a destituir a los gobiernos tiránicos, como Gran Bretaña, y a elegir a sus gobernantes. A
continuación, en la parte más larga del texto, se enumeraban los ataques que el rey hizo contra la
autonomía política colonial, la administración y la economía. Por último, concluyó que al no
obtener reparación ni del rey, ni de nuestros hermanos británicos, las colonias unidas se
declaraban una entidad política separada del Imperio y Estados libres e independientes. Así, se
aprobó en el Segundo Congreso Continental el 4/7/1776.

De esta forma, la Declaración sirvió para unir a los distintos sectores sociales en una guerra de
siete años y medio contra Inglaterra. A pesar de que justificaba el cambio de gobierno no fue
utilizada durante la revolución y la guerra como referencia por las constituciones de los estados, ni
por los radicales, y entre 1790 y 1815 no hubo consenso respecto a ella. Mientras los republicanos
de Jefferson la defendían, los federalistas la denigraban por ser antibritánica y justificar la
revolución.

Una guerra revolucionaria por la independencia, 1776 – 1783

En el planteamiento de una guerra convencional del siglo XVIII la fuerzas británicas eran muy
superiores, enviando a Norteamérica 44.000 soldados profesionales, a la vez que participó la mitad
de sus barcos y, encima, en territorio americano contaban con el apoyo de los indios y la población
tory. Por su lado, el ejército continental dirigido por Washington partió de la nada. El Congreso
Continental decidió en 1775 que para luchar había que hacerlo con un solo ejército, pero crearlo
fue difícil. Las milicias de los estados servían para la defensa local pero eran reacias a desplazarse a
otros estados y a integrarse en el ejército, por lo que el congreso llamó a voluntarios de distintos
estados y, cuando estos no fueron suficientes, recurrió al alistamiento. A la vez siempre existieron
problemas para financiarlo y mantener un número permanente de soldados. Su tamaño varió de
50.000 a 20.000. Pasados los primeros momentos de entusiasmo, los que mantuvieron el ejército
no fueron blancos propietarios sino blancos pobres, trabajadores itinerantes, inmigrantes
alemanes e irlandeses, sirvientes contratados, presidiarios, nativos americanos, esclavos negros,
todos atraídos por la paga (20 dólares), la posibilidad de acceder a 40 acres de tierra, la concesión
de ciudadanía o la promesa de libertad. Aún peor era la falta de oficiales expertos.

Todo estos indicios hicieron creer a los británicos que triunfarían rápidamente, sin embargo, tan
lejos de su tierra tuvieron graves problemas de comunicación. En 1776 y 1777 los británicos
siguieron una estrategia convencional de vencer al enemigo en una batalla decisiva, trasladando su
base de Boston a N. York, donde había más tories, era un puerto más importante y tenía mejores
vías de comunicación con el interior. En el inviero de 1776 – 1777 Washington se había refugiado
en Filadelfia, cansado, desprestigiado y con sólo 3000 hombres; pero el día de Navidad cruzó el río
Delaware y capturó 1000 prisioneros alemanes. En enero, tomó el fuerte Princeton. Estos golpes
generó nuevas esperanzas y acabaron obligando a los británicos a retirarse a lugares más
expuestos. New Jersey cayó nuevamente en mano rebeldes. Había que destruir y dispersar al
ejército enemigo y aislar N. Inglaterra – columna vertebral de la rebelión – ganando el control de
valle de Hudson.
Saratoga cambió el curso de la guerra. Cuando Burgoyne llegó allí con un ejército muy mermado,
se enfrentó a 10.000 norteamericanos al mando de Gates, y tras dos sangrientas batallas aquel se
rindió el 17 de octubre de 1777. Esta tremenda derrota demostró a los británicos que no podían
ganar rápidamente. A la vez, convenció a los franceses para firmar un acuerdo comercial con EE.
UU. en 1778 y un tratado que le garantice la ayuda francesa en la indep´cia norteamericana. Por
otro lado, España se alió con Francia en 1779 contra Inglaterra. Al año siguiente ésta declaró la
guerra a los holandeses, que comerciaban con Francia y EE. UU., y Suecia, Dinamarca y Rusia se
unieron en la Liga de la Neutralidad Armada, cerrando el Báltico a los barcos de guerra británicos.

Con una Inglaterra aislada diplomáticamente y una guerra que se convirtió en un conflicto mundial
disputado en varios continentes, algunos políticos como lord North creían que este conflicto no
valía la pena. Sin embargo, el rey y su estratega lord George Germain no lo creían así. Tras la
derrota de Saratoga el mando británico fue asumido por Henry Clinton, que adoptó una estrategia
defensiva en el norte, y a partir de allí dirigieron sus esfuerzos principales al sur y las Antillas. Esta
nueva estrategia no veía la guerra como de orden público, ni como una de tipo convencional, sino
como una guerra revolucionaria en la que lo más importante era contar con el apoyo de la
población civil. Por esto, se centraron en conseguir primero el control de algunas colonias claves
del sur profundo y restaurar totalmente el gobierno monárquico civil, para luego extenderse con el
ejército al norte.

Esta elección del sur parecía correcta ya que, excepto Virginia, la situación era políticamente más
débil para la causa rebelde. Las elites estaban divididas en whigs y tories. La elite plantadora no
tenía el apoyo de la mayoría de los blancos pobres para la defensa armada rebelde. Las grandes
desigualdades de riqueza y la exclusión política de la mayoría de los blancos convirtió a éstos en
desafectados o neutrales. Pero justamente esta falta de legitimidad de la elites se convirtió en crisis
de poder durante la revolución y la guerra, en una situación de anarquía. Este caos fue
aprovechado por los británicos que conquistaron Savanna en 1778 y toda Georgia; luego tomaron
el puerto de Charleston en Carolina del sur.

Pero desde la primavera de 1780, una guerra civil cruel se extendió por todo el bajo sur hasta
1783, sin que ninguno de los dos ejércitos pudiera mantener el orden. Los soldados cambiaban con
facilidad de bando, los tories y los whigs se perseguían a muerte. Pero las cosas empezaron a
cambiar desde 1781, cuando los británicos atacaron Carolina del norte y el gral. Green se hizo
cargo del ejército rebelde del sur. Éste comenzó a dividir su ejército en pequeñas partidas para
hostigar a los británicos, sin enfrentarse en alguna batalla decisiva y tratar a los habitantes con
consideración.

En este contexto, lord Cornwallis avanzó como para atacar Virginia pero se detuvo a esperar a
Clinton y la flota de Yorktown, pero ésta tuvo que enfrentarse a las armadas de Francia y España,
intentar proteger las Compañías de las Indias y apoyar el ataque en el sur, por lo que no llegaron a
tiempo, rindiéndose las tropas británicas el 17/10/1781.
La guerra se podía entonces dar por terminada. Al final, además de la decisiva ayuda exterior, fue
también clave la politización progresiva de la sociedad estadounidense durante la guerra. Pero no
se podía firmar la paz por separada con Inglaterra por el tratado de Alianza con Francia; sin
embargo, temiendo que la espera hasta que España recupere Gibraltar pueda hacer perder la
independencia, Franklin, Adamas y Jay negociaron solos, consiguiendo términos de paz muy
favorables. Gran Bretaña reconocía la independencia de sus colonias en Norteamérica y límites
para el nuevo país mucho más extensos de los que franceses y españoles pretendían (al oeste
hasta Mississippi, hasta la frontera de la actual Canadá al norte y hasta el paralelo 31 al sur). Una
vez logrado esto, convencieron a Francia de que lo acepte y España tuvo que abandonar sus
exigencias sobre Gibraltar, aceptando a cambio Florida oriental y occidental.

De la Paz de París (9/1783) salió una nueva república. Su régimen republicano, el compromiso con
la Ilustración, la apuesta por el libre comercio, la paz, el individualismo y el capitalismo, y la propia
independencia, eran un desafío en medio de un continente donde el resto seguía siendo colonia.

Efectos sociales y políticos de la guerra: blancos libres e iguales

Sin dudas la experiencia de una guerra revolucionaria alteró la naturaleza de la coalición


revolucionaria y las sociedades de los distintos estados.

Las tierras y propiedades de la Corona y de los tories huidos fueron confiscadas y subastadas. No
hubo vacío de poder pero sí renovación de la elite. En general, las elites coloniales que dirigieron la
revolución ocuparon el espacio dejado por las familias de los tories, permitiendo el ascenso de
nombres y caras nuevas de la clase media.

No en vano la transformación de la protesta de las elites coloniales contra el aumento del control y
la imposición británica, en una guerra por la independencia y la república, había convertido a la
clase media de propietarios y artesanos en el eslabón principal de la coalición revolucionaria. Ellos
eran el prototipo del ciudadano republicano, que podía ser libre y virtuoso por el hecho de ser
independiente. Extender a la mayoría de los varones blancos esta independencia era el objetivo de
la igualdad republicana.

Durante la guerra de independencia, la mayoría de las naciones indias se alió con la corona para
proteger sus tierras. Tras la guerra, EE. UU. asumió que la victoria contra Inglaterra les dio
automáticamente los derechos de conquista sobre las tierras indias, por lo que en lugar de
negociar asignaron unilateralmente las fronteras de las reservas indias. Los indios del oeste
lucharon nuevamente hasta que en 1794 se derrotó a la Confederación de indios del oeste. En
1795 el tratado de Greenville logró finalmente la paz con ellos. Dicho tratado, que consideraba a
las naciones indias como extranjeras, reconocía el derecho de los indios de disfrutar sin ser
molestados de las tierras del oeste del Mississippi, a cambio de tierras en el territorio noroeste.

También cientos de esclavos negros lucharon por su libertad en el ejército continental, y muchas
mujeres participaron activamente. La guerra de independencia y la revolución no abolieron la
esclavitud, que se reforzó en el sur profundo; pero el impulso antiesclavista que la guerra generó
aumentó el número de negros libres, evitó la expansión de la esclavitud en los nuevos territorios
del noroeste, favoreció su eliminación en el norte, la suavizó en el alto sur y puso las bases de la
cultura afroamericana. Los miles de esclavos negros que lucharon en el ejército británico se
establecieron como negros libres en Canadá o el Caribe británico, pero cientos o miles quedaron
en EE. UU.. A estos negros libres se unieron los 5000 que lucharon en el ejército continental y
aquellas decenas de miles que habían escapado al norte.

Los estados del norte comenzaron gradualmente el proceso de abolición de la esclavitud. El


impulso antiesclavista de la revolución, la menor importancia económica de la esclavitud en el
norte y la progresiva entrada de inmigrantes europeos a inicios del siglo XX favorecieron que en
1804 todos los estados tuvieron leyes de emancipación gradual y que en 1840 sólo hubiera 1000
esclavos en el norte.

En el alto sur, el impulso esclavista de la revolución, la diversificación agrícola que aumentó el


cultivo de cereal y el inicio de la industria ligera, favorecieron que las legislaturas y los tribunales
liberalizaran las Leyes de manumisión y relajaran las críticas contra las demandas de libertad. Eb
estos estados no había compromiso de abolición.

En cambio, en el bajo sur la tendencia fue diferente, lugar donde se concentraba la mayor cantidad
de esclavos. Durante la guerra estos estados rechazaron las peticiones del congreso de armar a los
esclavos, tras la independencia no aparecieron sociedades antiesclavistas y pocos amos liberaron a
sus esclavos; al contrario, la tendencia fue aumentar su cantidad. Además, la expansión del cultivo
del arroz y del algodón reforzó la esclavitud.

De esta forma vemos que EE. UU. seguía siendo un país con esclavitud, pero ésta paso de ser una
institución nacional a la institución del peculiar sur. Muchos negros libres terminaron emigrando a
Canadá, Haití o inclusive África, pero la mayoría se quedó. Generalmente eran libres pero pobres,
pues el racismo blanco les impedía ejercer sus habilidades como artesanos, pero una pequeña elite
negra consiguió ascender, porque reforzaba la comunidad negra a través de las iglesias evangélicas
y las escuelas.

Por otro lado, las mujeres blancas claramente no eran esclavas, pero sin articulación política como
grupo participaron en la revolución y en el esfuerzo bélico sin esperar recompensa especial. El
estatus legal de las mujeres casadas o viudas de las áreas comerciales – urbanas, donde tenían
derechos a poner pleitos, dirigir negocios, firmar contratos, vender propiedades o tener poderes
en ausencia de sus maridos. Claramente las mujeres ejercieron un papel activo en el boicot a los
artículos importados de Inglaterra o en las campañas para hilar y tejer, pero no exigieron igualdad
política ni voto, ni siquiera para las mujeres con propiedad. Luego de la independencia, el
desarrollo del capitalismo y de la división del trabajo relegó a la mujer al ámbito del hogar, privado,
mientras que lo público era de los hombres.

Trece repúblicas. Las constituciones de los estados


Como no podía ser de otra forma, la construcción nacional comenzó por los gobiernos nacionales
de cada estado. En la primavera de 1776 los ciudadanos de las ex colonias eran sobre todo leales a
sus estados y no se sentían miembros de una entidad superior. El congreso continental reflejó esta
situación y en su resolución del 15/5/1776 recomendaba al pueblo de los estados sustituir los
gobiernos provisionales o sus restos por nuevos gobiernos nacionales republicanos elegidos por el
pueblo; pero no pudo llegar a un acuerdo sobre la formación de una Confederación de Estados
hasta 1781. En este contexto, todos se dedicaron a redactar constituciones de cada estado,
abandonando muchos el congreso continental. De éstas, la mayoría se aprobaron en 1776. Algunos
antes de la resolución de mayo como New Hampshire y Carolina del sur; otros poco después, como
Virginia, y hasta diciembre no llegaron las de N. Jersey, Delaware, Pensilvania, Maryland y Carolina
del norte. Rhode Island y Connecticut, que ya eran repúblicas, adoptaron las mismas cartas
constitucionales. Los cuatro estados restantes dilataron la redacción por la guerra: Georgia y N.
York lo hicieron en 1777, al año siguiente Carolina del sur revisó la suya; Massachusetts aprobó la
suya en 1780. Sólo el nuevo estado de Vermont, que aprovechó las circunstancias para separase de
N. York no aprobó la suya hasta 1790.

Desde luego no partían de la nada; la mayoría había tenido más de un siglo de gobierno colonial
semi – indep´te, a lo que agregaron unos 10 años de resistencia y lucha contra Inglaterra, en medio
de una dura discusión política en que las elites whig tuvieron que compartir su espacio con las
masas que por vez primera entraban en la política. Además, la rapidez en la elaboración de las
cartas expresaba cierta uniformidad: aunque como pasara con la revolución, hubo grandes
diferencias entre ellas, pues reflejaban las relaciones de poder en cada estado y los avatares de la
guerra.

La constitución más radical fue la de Pensilvania, donde la mayoría de la vieja elite se opuso a la
independencia y los pocos miembros destacados de la elite patriota – como Franklin – estaban
ocupados en el Congreso o en el ejército; dejando un vacío de poder que fue aprovechado por los
nuevos líderes de clase media, cercanos a T. Paine. Esta constitución rechazaba el equilibrio de
poderes, aprobando una única cámara legislativa y sustituyendo la figura del gobernador con veto
por un ejecutivo elegido. Intentó prevenir las diferencias entre legisladores y el pueblo con la
elección anual de representantes, la rotación de cargos, los debates legislativos abiertos al pueblo
y la elección cada siente años de un Consejo Censor, que determinaría si la constitución fue
violada. Además introdujo reformas que favorecían a las clases bajas como la eliminación de las
penas de prisión para los deudores no culpables de fraude o cuotas bajas para acceder a las
escuelas de los condados. En cuanto al sufragio, lo extendió a varones blancos mayores de 21 que
pagaban impuestos. Fue aprobada el 28/9/1776.

La siguiente en aprobarse fue la de Maryland, la más opuesta a la de Pensilvania por ser la más
conservadora. La elite de plantadores se adhirió a la independencia sin entusiasmo, mientras
intentaba mantener su poder. Ante la amenaza de una rebelión esclava y acosados por las milicias
tories crearon una constitución que hizo de la posesión de grandes propiedades el fundamento del
gobierno y la condición para ser elegido y ocupar cargos públicos. Además, los votantes sólo
elegían directamente a los miembros de la cámara baja y un sheriff, mientras que 15 miembros del
senado eran elegidos por el Colegio electoral cada 5 años, por electores con tierras valoradas en un
mínimo de 500 libras. En definitiva, el 90% de los blancos que pagaban impuestos estaban
excluidos para poder detentar algún cargo, sólo el 7% podía ser elegido para la Cámara alta y el
10% para la baja.

Tanto en N. York como en Massachusetts la elite whig intentó que no se repita lo sucedido en
Filadelfia (democracia participativa), reforzando el poder del senado, el ejecutivo y la judicatura. En
el primer estado, la elite patriota logró redactar una constitución que reflejara sus ideas e
intereses, pero fuera aceptable para la mayoría de los ciudadanos. Lo logró porque la elite toy huyó
en el invierno de 1775 – 1776 y la invasión británica de 1776 convirtió a N. York en escenario de
guerra. De esta forma pudieron crear una legislatura bicameral, en la que las dos cámaras tenían
los mismos poderes, y los representantes de la baja se elegían cada año y los de la alta (senadores)
cada tres. El gobernador era elegido por tres años, y junto a los jueces del tribunal supremo,
formaba el Consejo de revisión – modificación, que podía vetar leyes.

También en Massachusetts mantuvieron provisionalmente la Antigua Carta Colonial, hasta la


redacción de la constitución en 1780, la cual resultó más conservadora que la de N. York. La
asamblea o cámara baja representaba a las ciudades, el senado tenía una representación
proporcional de acuerdo a la riqueza de cada distrito. Para votar se requería un mínimo de 60
libras de propiedad. Pero introdujo la novedad de que las constituciones escritas, como
documentos fundamentales que eran, no debían ser redactadas por los gobiernos provisionales,
sino por convenciones constitucionales elegidas para tal fin. A la vez, debían ser ratificadas
popularmente para entrar en vigor.

Vermont, logró adoptar el modelo radical de Pensilvania al separarse de N. York. Pero estos dos
junto con Maryland fueron excepciones. En la mayoría de los casos la elite whig consiguió controlar
el proceso de elaboración de las nuevas constituciones, con el apoyo de la clase media. Eran
constituciones escritas, que generalmente incluían una declaración de derechos individuales,
definiendo las libertades que el gobierno no podía invadir: libertad de prensa, derecho a la
petición, juicio por jurado, habeas corpus. Todas asumían que el poder emanaba del pueblo y que
los cargos debían ser elegidos directa o indirectamente por el pueblo. el disfrute de los cargos se
limitaba normalmente a un año, excepto en el caso de los jueces. A la vez, tendieron a dar mucho
más poder al legislativo que al ejecutivo; en la mayoría de los casos el gobernador seguía
existiendo pero sin derecho a veto y controlado por el legislativo, que muchas veces era quien lo
elegía y lo destituía, el cual solía dividirse en dos cámaras.

En cuanto a la representación, no era igual para todos. En muchas colonias – de Pensilvania al sur –
las zonas de frontera del oeste estaban menos representadas que las del este. Los que tenían
propiedad tenía más posibilidad de ser elegidos; no podían votar los blancos que no pagaban
impuestos, tampoco los que no eran libres, ni los no blancos, no las mujeres, con excepción de N.
Jersey. Ni siquiera la constitución más radical estableció el sufragio universal masculino.

Una confederación de estados. El “período crítico” (1781 – 1787)


La aprobación de una constitución nacional no avanzó con igual rapidez. Aunque ya antes de la
Declaración de indep´cia se constituyó un comité para crear un borrador constitucional (Informe
Dikinson) hasta noviembre de 1777 el Congreso no aprobó los artículos de la Confederación, que
tardarían cuatro años en ser ratificados por todos los estados.

Para ganar la guerra los estados sabían que debían unirse en la acción y tener una autoridad
común, pero el odio a un fuerte poder central – como el de la corona – y la competencia y rivalidad
entre los estados en ausencia de un nacionalismo, les hacía reacios a adoptar un gobierno central
permanente. Sólo las dificultades financieras durante la guerra, la necesidad de resolver el
problema de la colonización del oeste y las presiones de Francia los llevaron a ratificar los artículos
de la Confederación en febrero de 1781.

Como el Congreso no fue directamente elegido por el pueblo no podía imponer impuestos para la
guerra y decidió imprimir papel moneda, que mientras avanzó el conflicto se devaluaba cada vez
más.

A esta crítica situación financiera se sumó la necesidad de un arbitraje central para resolver las
disputas sobre las futuras tierras del oeste. Los estados sin tierras allí creían que el Congreso debía
tener autoridad para limitar la pretensión de colonizar estas tierras sólo por parte de aquellos
estados que, según sus cartas, tenían el Pacífico como frontera occidental. El argumento de los
estados sin tierra era que el derecho a colonizar el oeste se estaba ganando en una guerra en la
que todos participaban, por lo que esas tierras debían ser de dominio nacional. La unanimidad
final se logró gracias a la presión francesa. Cuando en 1781 Maryland y toda la bahía de
Chesapeake sufría las incursiones británicas, el embajador francés sugirió que la protección naval
francesa sólo llegaría si Maryland ratificaba los artículos de la Confederación, cosa que hizo en ese
mismo año y así al Confederación fue oficialmente anunciada.

Los artículos de la constitución asignaban mucho poder al Congreso – relaciones exteriores, poder
de resolver disputas entre estados, acuñación de monedas, pesos y medidas, comercio con indios,
comunicación y correos, préstamos –. Pero estos poderes eran los que de facto ya había ejercido el
Congreso desde 1774 y los estados seguían reteniendo la mayoría del poder: seguían siendo
soberanos e indep´tes, mantenían el poder y la jurisdicción en todos los ámbitos que no se habían
delegado expresamente en el Congreso y retenían la facultad de financiación.

El período en el que estuvieron en vigor los artículos de la Confederación, entre 1781 y 1788, fue
conocido como el “período crítico”, pues coincidió con las complicaciones económicas, políticas y
diplomática del final de la guerra.

Gracias a esto, distintas ordenanzas entre 1784 y 1787 regular las tierras del noroeste. En 1784 se
las dividió en 7 distritos que serían admitidos en la Unión en iguales términos que los estados
originales. En el inicio, el congreso establecería un período de tutela hasta que haya 5000 varones
adultos.
Pero excepto esta cuestión de la tierra, cuando acabó la guerra los estados dejaron de interesarse
por la unidad y los artículos mostraron su impotencia para legislar y ejecutar sobre temas claves.
Los estados comenzaron por ignorar sus obligaciones financieras, y no podían pagarse ni las
pensiones al ejército ni las deudas a Holanda y Francia. Tampoco los términos del tratado de paz
con Gran Bretaña, pues los estados no devolvían las propiedades incautadas a los tories y a pagar
las deudas previas a la guerra. A la vez, la Confederación se mostraba impotente para resolver la
depresión económica posbélica. Luego de 1783 volvieron a comprar manufacturas a Inglaterra, no
podían comerciar libremente con el Caribe Británico, muchos estados no querían aceptar la
libertad de comercio, por lo que se necesitaba urgentemente una regulación del comercio que la
Confederación no podía imponer.

Pobres y endeudados. La rebelión de Shay, 1786

El aumento de representación en la política de los estados significó la aparición allí de una nueva
elite política de clase media y una multiplicación de intereses que satisfacer a nivel local.
Precisamente, uno de los principales conflictos de posguerra y del período crítico fue el que existía
entre deudores y acreedores en torno a la forma de pagar las deudas prebélicas. En Rhode Island,
donde los representantes de los deudores dominaban la legislatura, la solución fue seguir
emitiendo papel moneda con el cual pagaban a sus acreedores, dejándolos en bancarrota. La
legislatura del Massachusetts tomó la vía contrario: los agricultores pobres del oeste no estaban
representados allí, por lo que Massachusetts se negó a emitir papel moneda, mientras que los
jueces dictaban sentencias que permitían embargar ganado y cosechas. Ante esta amenaza, el
descontento de los agricultores se unió al de muchos ex veteranos que no cobraron sus bonos de
guerra y se armaron para defender sus intereses frente a abogados, jueces y la legislatura del
estado. El más importante de estos ejércitos estaba formado por 700 hombres y liderado por el ex
capitán Daniel Shay en el verano de 1786.

Mientras en Boston Samuel Adams redactó la Ley de motines que permitía detener a los
alborotadores sin juicio, Shay reunió 1000 hombres y marchó hacia esa ciudad. Ante la muestra de
simpatía de la milicia hacia los campesinos, los comerciantes de Massachusetts financiaron un
ejército que dispersó a Shay, cuyo ejército terminó siendo derrotado pero obteniendo ciertas
demandas: fin de los impuestos directos del estado, menos costos judiciales, exención de las
herramientas de trabajo indispensables como concepto de pago de las deudas.

Una república federal. La Constitución federal (1787) y la Declaración de derechos (1791)

La rebelión de Shay daba cuenta de la impotencia de los estados para resolver siquiera un conflicto
armado local.

El camino que llevó a Filadelfia arrancó en 1784, cuando James Madison medió entre Virginia y
Maryland sobre los impuestos de navegación en el rio Potomac y la bahía de Chesapeak. Ambos
estados llegaron al acuerdo de imponer una tarifa única; pero la legislatura de Virginia encargó a
Madison convocar a una reunión de todos los estados para que concedieran al Congreso el poder
de regular el comercio. A la reunión en Annapolis, Maryland, en 1786, sólo fueron doce
representantes de cinco estados, pero Hamilton (N. York) y Madison (Virginia), convencidos de la
necesidad de reformar los artículos de la Confederación, convocaron otra reunión en Filadelfia en
mayo de 1787 para discutir todos los problemas económicos, financieros y políticos a los que se
enfrentaba el país. El 21/2/1787 el Congreso continental apoyó la celebración de la Convención
constitucional de Filadelfia, siempre que ésta se limitara a la revisión de los artículos. Pero el
trabajo preparatorio que Madison hizo en el invierno y la primavera era un cambio radical respecto
a 1776, para crear un gobierno nacional, basado en la división de poderes que eliminara la tiranía
de las asambleas.

74 delegados de doce estados – Rhode Island no mandó – fueron designados para asistir a la
Convención, pero sólo fueron 55, pertenecientes todos a las elites. De la generación de la
revolución sólo estaban Washington, fue el presidente, y Franklin, el resto era más joven. Este
grupo estaba de acuerdo en lo básico: el gobierno nacional debía reforzarse. Este gobierno,
representativo y basado en la división de poderes, debía ser capaz de recaudar sus propios
impuestos, aprobar leyes y hacerlas cumplir con su propia administración. Estuvieron tres meses y
medio – del 8/5 a 9/1787 – debatiendo el borrador del Madison. Aislados de la presión pública, se
reunían en sesiones secretas.

Dos compromisos fueron esenciales. Apelando a la igualdad, los estados pequeños exigían una
representación igual de los estados; mientras que los grandes señalaban que la igualdad era de
hombres más que de estados, por lo que la representación debía ser proporcional al número de
habitantes. El “Gran compromiso o Compromiso de Connecticut logró el acuerdo, estableciendo
una legislatura bicameral (el congreso) con dos cámaras y sistemas de representación distintos. En
la cámara de representantes, éstos serían elegidos popularmente en proporción al número de
habitantes (uno cada 4000) y en el senado, todos los estados tendrían dos senadores elegidos por
sus legislaturas.

Aún existía mayor división entre el norte y el sur. Por un lado, los del norte tenían mayoría de
población libre, pero se esperaba que pronto ésta lo fuera en el sur, pues el suroeste se estaba
poblando más rápidamente que el noroeste. Por otro lado, les dividía la esclavitud y la pretensión
del sur de no abolirla, así como de poder contar con la población esclava para aumentar el número
de sus representantes. El acuerdo al que se llegó consistía en que con igual representación de los
estados en el senado, el sur tenía la seguridad presente de mayoría frente al norte; mientras que el
norte aseguraba una mayoría futura frente al sur, una vez se hubieran convertido en estados los
territorios del noroeste. Asimismo, la Convención otorgó una proporción extra de poder a los
blancos del sur, al incluir 3/5 de los esclavos en el recuento de población. Por supuesto, la
Constitución no se refería a la esclavitud pero se comprometía a prohibir el tráfico de esclavos
internacional en 1808 y mientras tanto impondría un impuesto de 10 dólares por cada esclavo.

Al ejecutivo se le daba enorme poderes. El presidente era el jefe de las fuerzas armadas, tenía
derecho de veto, podía firmar tratados internacionales con el consentimiento de 2/3 del senado,
podía nombrar diplomáticos y jueces del Tribunal Supremo (aunque éstos debían ser ratificados
por el senado) y tenía su propia administración. Era elegido cada 4 años, con poder de reelección,
mediante el procedimiento elitista e indirecto del Colegio electoral, formado por un número de
electores igual al número de representantes y senadores de cada estado. Las legislaturas estatales
decidirían si estos electores serían designados por ellas o elegidos por voto popular.

A la vez, se otorgaba al gobierno federal competencias para imponer impuestos, dirigir las
relaciones exteriores, regular el comercio nacional e internacional, crear una armada y un ejército,
acuñar moneda. Pero los estados seguían detentando la mayoría del poder. El gobierno nacional
no podía vetar las leyes de los estados y las legislaturas estatales decidían tanto en la elección de
senadores como el procedimiento para elegir electores. Legislaban sobre los propios procesos
electorales, la educación, aspectos civiles, comercio interior; establecían las condiciones para crear
negocios, cuidaban de la seguridad pública y la moral.

Escrita, la Constitución necesitó de 8 meses para ser ratificada por el mínimo de 9 estados y más
de dos años para que sea ratificada por todos.

En general, muchos agricultores pobres, habitantes del oeste y deudores en general se sintieron
perjudicados; pero los artesanos de las ciudades y manufactureros la apoyaban. Entre la elite, los
propietarios de esclavos eran menos entusiastas que los comerciantes, banqueros y poseedores de
deuda pública. A todo esto, se unía el recelo a un poder central.

Pero a pesar de esta oposición, la Constitución se ratificó porque algunos sectores populares la
apoyaron, porque los sectores más influyentes usaron todos los medios, lícitos e ilícitos, para que
se aprobara y se hicieron algunas concesiones antifederalistas. Algunos sectores populares, como
artesanos de las ciudades y cierto campesinado, apoyaron un gobierno nacional que protegiera sus
intereses. Los federalistas, antes llamados nacionalistas, tuvieron la habilidad de apropiarse del
término federal para denominar a la república y el gobierno nacional, de identificarse como
federalistas, calificando a sus adversarios como antifederalistas.

Los primeros en ratificar fueron los estados pequeños, liderados por Delaware en 12/1787, seguido
por N. Jersey, Georgia y Connecticut; Pensilvania lo hizo en 1/1788 al igual que Massachusetts.
Luego Maryland, Carolina del sur, N. Hampshire, Virginia, N. York, Carolina del norte al año
siguiente (luego de que primero sea rechazada) y por último Rhode Island en mayo de 1790.

En la primera reunión del Congreso, el 25/9/1789, J. Madison, en nombre del primer gobierno de
la república, presentó en doce enmiendas el borrador de la Declaración de los Derechos, que
muchos estados exigieron para ratificar la Constitución. Las diez primeras enmiendas añadidas a la
Constitución garantizaban la libertad de religión, expresión, prensa y derecho de reunión; el
derecho del pueblo a defenderse y a portar armas; prohibían a los soldados alojarse en casas
particulares sin el permiso de sus dueños, las incautaciones arbitrarias, juzgar a personas dos veces
por el mismo delito, obligar a una persona a testificar en su contra. Garantizaba la rapidez en
juicios y el juicio por jurado. Prohibía las fianzas excesivas y los castigos crueles. Aseguraba que el
individuo retenía los derechos no enumerados en la Constitución y declaraban reservado a los
estados todo derecho no concedido específicamente al gobierno federal.
La Constitución federal establecía una forma de estado totalmente nueva: una república en un
gran país en crecimiento, con una estructura federal, que aún dejaba un enorme poder a los
estados, cuando en Europa la modernización del estado significaba centralización. Era también el
sistema político más representativo del mundo occidental (1/3 de la población), con posibilidades
de evolucionar a la democracia, pero con exclusiones que desafiaban el principio de igualdad
anunciado en la Declaración de independencia.

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