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Utilización del “lenguaje” del paciente

Una de las diferencias básicas entre la psicoterapia tradicional y ciertas técnicas de terapia breve
(incluidas las de hipnoterapia) consiste en que la primera se comienza por llevar al paciente a una
nueva “lengua” la lengua de la correspondiente teoría psicoterapéutica.

Este proceso de aprendizaje consume inevitablemente mucho tiempo y contribuye a prolongar de


forma sustancial las terapias clásicas.

En la hipnosis se viene empleando, en cambio, desde hace mucho tiempo, el procedimiento


radicalmente contrario: el hipnotizador aprende y utiliza el lenguaje del cliente (entendiendo aquí
el concepto de lenguaje tanto en su sentido metafórico como literal).

Es decir, el terapeuta no sólo se esfuerza por comprender con la mayor rapidez y amplitud posible
las expectativas, temores, esperanzas, prejuicios, en una palabra, la concepción del mundo de su
paciente, sino que además presta atención a su lenguaje en el más estricto sentido de la palabra y
lo utiliza para expresar con él sus propias comunicaciones.

Debería ser claro y patente que a un niño debe hablársele de distinta manera que a un
catedrático. Además, el uso de ciertas palabras revela las modalidades de sentido con que la
persona en cuestión afronta primariamente el mundo.

Es de todos sabido que existen “tipos visuales”, mientras que otros conciben el mundo
básicamente a través de sus sensaciones corpóreas. Es, en cambio, menos sabido o menos
atendido el hecho de que estas modalidades de concepción se expresan también en el lenguaje
cotidiano del interesado: “No lo veo claro” “…y sólo entonces se me abrieron los ojos”, la mención
de formas y colores, la descripción de una persona o de una situación con detalles casi fotográficos
son evidentemente formas visuales de expresión.

“Me produce dolor de estómago”, “sentí un escalofrío en su presencia”, “aquella afrenta se le


clavó en los huesos”, y otras innumerables frases de este tenor son manifestación de una vivencia
del mundo que es primariamente sensitiva, propioceptiva. Todo esto es fácil de entender y de
utilizar, una vez que se aprende a prestar atención no sólo al contenido sino también a la forma de
las comunicaciones.

No es menos cierto que todo esto exige un cambio esencial en la actitud del terapeuta mismo. En
vez de considerarse como sólida roca en medio del oleaje, tiene que hacer oficio de camaleón.

Y aquí es donde se dividen los espíritus. Algunos se atrincheran tras la divisa: “Todo menos esto”
Para otros, la necesidad de siempre nuevas adaptaciones a la imagen del mundo de sus pacientes
constituye una fascinante tarea.

En la necesidad de aprender la lengua del paciente se halla exactamente lo que Viehweg ha


designado (refiriéndose al tópico aristotélico) como procedimiento de búsqueda de premisas. Y es
que, efectivamente, nos hallamos en búsqueda de premisas, que luego ponemos al servicio del
cambio que intentamos conseguir. Ya Jenofonte nos dice: “Cuando el mismo Sócrates quería
explicar algo, comenzaba por los presupuestos que contaban con mayor probabilidad de
asentimiento, ya que consideraba que éste era el camino más seguro para argumentar con otros”.

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