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#3I.S.S.N.: 1138-9877
Indice:
1.- Introducción.
1.- INTRODUCCION.
El ideal ilustrado de una igualación formal de todos los individuos ante la ley cumplió, sin lugar
a dudas -y sigue cumpliendo-, una función muy importante en el tránsito a la modernidad, así como
en la constitución de los sistemas jurídicos y políticos modernos. Sin embargo, el universalismo
jurídico de la igualación fomal tuvo también sus costes, a saber: construyó una lógica cada vez
más neutralizadora y mutiladora de la pluralidad y de la diferencia, la cual valiéndose del
presupuesto epistemológico de la reductio ad unum ha "hipersimplificado" la diversidad, la
diferencia y la complejidad ontológicas de las sociedades y de sus individuos; en definitiva,
construyó una ficción jurídica universal, la cual en la práctica generaba también exclusión. Ahora
bien, todo lo que fue quedando al margen de esa lógica bastracta y neutralizadora del ideal
ilustrado de la modernidad tarde o temprano ha ido resurgiendo, y lo ha hecho, precisamente, en
forma de problema o de conflicto social, el cual, finalmente, acaba siendo también un conflicto
normativo y/o jurídico. La "diferencia" y la "pluralidad", en todos sus sentidos, plantean en la
actualidad un difícil reto a todas aquellas estructuras sociales, políticas y jurídicas, las
cuales homologan universal y formalmente a los seres humanos, produciendo en éllos una importante
vaciedad antropológica, a la vez, que un alto grado de injusticia social en los concretos procesos
sociales. Todo esto nos conduce, consecuentemente, a asumir la crisis de los modelos y las
estructuras de regulación social tradicionales, especialmente, el Estado moderno estructurado como
estado-nación y el derecho entendido únicamente como un sistema jurídico monista, centralista y
soberano.
hace necesario, también, repensar esas conquistas de la modernidad, bajo fórmulas más coherentes
con la etapa de postmodernidad, en la que ya vivimos, y con la específica problemática, que en
élla se da.
Quizás habría que comenzar con una deconstrucción - en los términos del enfoque filosófico-
lingüístico propuesto por Derrida 1 - del concepto formal del sujeto de derecho2, entendido como
un sujeto individual, abstracto y descontextualizado, es decir, deconstruir la subjetividad
kantianamente individualista y anuladora de todas las diferencias, y proseguir con una
reconstrucción del ser humano inmerso en sus raices comunitarias, en sus identidades múltiples, en
una palabra, en una "subjetividad plural", heterogénea, abierta a elementos espúreos e
indeterminados; solamente con este planteamiento inicial sería posible, a mi juicio, reabrir el
diálogo con otras formas de vida y con otras culturas, y llegar así a una verdadera integración
intercultural, que permita mantener la cohesión social sin márgenes de exclusión y ni de
marginación.
Al hablar de la "diferencia" hemos de tener presente que estamos ante un concepto polisémico y, a
veces, incluso ambiguo, que -como ha señalado Fernando Vallespín- "gusta conjugarse en compañia de
otro no menos ambiguo, la identidad, y a la postre busca su enfrentamiento con una de las joyas de
la modernidad: el concepto de "igualdad"3. En efecto, el concepto de "igualdad" -tanto en su
perspectiva menramente formal, como en la perspectiva material o efectiva- nos remite a uno de los
valores básicos de la modernidad, mientras que el concepto de "diferencia" nos translada al
principal valor de la postmodernidad. Ahora bien, ambos conceptos no deben contraponerse de manera
excluyente, ni deben formularse como ontológicamente opuestos, sino que están abocados a
complementarse: "diferencia" e "igualdad" ya no se pueden pensar la una sin la otra desde la
perspectiva jurídico-política actual.
La "diferencia" ha de pasar, así, de ser una simple realidad social, cultural o biológica a
elevarse también a un valor jurídico-político, evitando, por tanto, que las "diferencias" de
cualquier tipo (de raza, de religión, de género, de cultura, económicas....) puedan ser -como lo
han sido en diferentes procesos históricos- utilizadas para inferiorizar y para justificar, por
tanto, situaciones de dominación, marginación o exclusión4. Se podría afirmar, que la "igualdad"
entre los seres humanos puede o, incluso, debe admitir "diferencias" entre éllos -puesto que éstas
son las que los identifican como tales-, pero no puede admitir desigualdades5. Las "diferencias",
pues, sirven para identificar a los seres humanos en sus diferentes contextos culturales de co-
pertenencia6, frente a la abstracción y a la homologación universal, que ha sido provocada por la
puesta en marcha de una igualación meramente formal.
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lado los referentes empíricos relacionados con la historia, el territorio, el idioma, las
diferencias cultunales y etnicas, etc..., lo cual se debe a que Habermas llega a disociar
totalmente los conceptos de ciudadanía y de identidad. Por ello, el "patriotismo constitucional"
no consigue, a mi juicio, dar una respuesta adecuada a los problemas derivados de las
reivindicaciones de las identidades etnoculturales, de la diversidad y de la pluralidad dentro de
una mismma organización política, porque la integración social de una comunidad diferenciada no
puede llevarse nunca a cabo mediante la asimilación o la homologación, sino mediante el
reconocimiento, la aceptación y la integración social de todas las diferencias, sin posibilidad de
exclusión, marginación o inferiorización de alguna de éllas.
El igual derecho de todos a ser diferentes implica, por el contrario, una negociación y discusión
públicas de las diferencias. A su vez, de dicha negociación se deberá derivar un reconocimiento
(y/o aceptación) pública de las diferencias en cuestión10, a la vez que la puesta en práctica de
medidas que ayuden a preservar la "diferencia" cuando ello sea necesario. Esto implica -como ya he
señalado- entender la "diferencia" no solo como un hecho, sino también como un valor o principio
jurídico-político, que exiga, a su vez, un desarrollo legal-normativo y que propicie la tutela y
garantía de derechos diferenciados para los grupos (derechos de representación política, de
autogobierno, de autorregulación y de resolución de conflictos, derechos lingüísticos...). Por
ello, no basta con tolerar "pasiva" y "privadamente" la diferencia, porque esta actitud se
convierte en la práctica en una no aceptación de la misma. No olvidemos, que, a veces, es
necesario primero preservar la diferencia, para que luego los individuos que forman parte de una
comunidad etnocultural diferenciada puedan ejercer sus derechos individuales y, en definitiva,
puedan integrarse en las estructuras políticas y jurídicas, que tradicionalmente les han sido
negadas; o dicho con otras palabras, el mero reconocimiento formal de los derechos individuales,
en ocasiones, no es suficiente, si no se contemplan las especificas necesidades de aquellas
comunidades, especialmente, las que se han visto sometidas a procesos históricos de dominación
social, cultural, económica, política, jurídica e, incluso, medioambiental.
¿Es posible construir y desarrollar una "ciudadanía diferenciada" -como proponen Will Kymlicka e
Iris Young- o una "ciudadanía fragmentada", como aquí se plantea? De nuevo, en este caso, la
respuesta no es fácil, y el debate en torno a ella se está planteando en términos bastante
conflictivos. Y ello, porque el concepto de ciudadanía ha cumplido siempre una función integradora
social, jurídica y políticamente de los individuos supuestamente "semejantes" en estructuras
homogeneizadoras. Por eso, cuando se plantea la posibilidad de llegar a construir una idea de
"ciudadanía fragmentada", con diferencias jurídica y políticamente estables, inmediatamente se
piensa en la ruptura de la cohesión social, jurídica y política, a la vez que en la vuelta a
situaciones premodernas. Sin embargo, frecuentemente, se olvida que contribuyen mucho más a la
ruptura de la cohesión social las propuestas neoliberales de desrregulación y de desprotección
social de los ciudadanos, que la propuesta de reconocimiento y preservación de las diferencias en
el ámbito de las estructuras públicas. Por otra parte, el cuestionar el concepto tradicional de
ciudadanía en favor de un concepto "diferenciado" o "fragmentado" de la mismma, no implica el
cuestionar la igualdad de todos los individuos ante la ley, sino considerar, que esa igualdad
formal requiere hoy día ser articulada con el reconocimiento de circunstancias especiales que
están presentes en determinados grupos diferenciados, porque, en ocasiones, aquellas
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circunstancias especiales impiden que los individuos pertenecientes a dichos grupos puedan ejercer
sus derechos de forma igual a como la ejercen otros individuos, en los que no confluyen las
referidas especialidades. De lo contrario, se seguiría generando un sutíl mecanismo de exclusión.
En primer lugar, si partimos de la base de que el reconocimiento y la garantía del igual derecho
de todos a ser diferentes tiene como último objetivo la integración social y política de los
"diferentes", desde su diferencia -y, por tanto, no obviandola, ni vaciándola de contenido-, en
una sociedad cohesionada, que, consecuentemente, acepte y respete las diversas maneras de ser
diferente, entonces creo que no debería verse ningún tipo de amenaza en la articulación de un tipo
de ciudadanía "fragmentada". Y ello, porque la diversidad o la "diferencia" de cualquier tipo no
es realmente una amenaza para la cohesión social, siempre y cuando aquélla sea reconocida,
aceptada y, consecuentemente, preservada y protegida. En otras palabras, la "diferencia" y la
"pluralidad" aceptadas y preservadas pueden ser -y deben ser- consideradas también como un factor
de cohesión e integración social, y nunca como un factor de desintegración. Una política de
reconocimiento de las "diferencias" contribuye, a mi juicio, a resolver muchos de los conflictos
sociales, políticos y jurídicos que se les plantean a los actuales Estados estructurados como
estado-nación, contribuyendo, pues a una mayor cohesión social, pero no desde la homogeneidad y
uniformidad de la igualdad formal como concepto universal y, a la vez, excluyente, sino desde la
"diferencia" y la aceptación del "otro" en pie de igualdad.
En segundo lugar, aunque desde un punto de vista teórico sigue existiendo todavía una fuerte
resistencia a la consolidación de un concepto de ciudadanía como el que se defiende en este
trabajo, lo cierto es que nuestras actuales democracias, paulatina pero irremediablemente, han ido
reconociendo algunos derechos "especiales" para grupos social y culturalmente diferenciados. Desde
derechos derivados del denominado proceso de especificación, como los derechos de la mujer, los de
los minusválidos, los de la infancia, los de la ancianidad, los de los consumidores, etc..., hasta
el reconocimiento de algún tipo de derechos etnoculturales, como los derechos de representación
política, los derechos lingüísticos, los derechos de autogobierno o de reconocimiento de
mecanismos consuetudinarios de resolución de conflictos. Tales situaciones se dan ya, por ejemplo,
en las últimas Constituciones de Perú y Colombia respectivamente, donde se reconoce el pluralismo
jurídico de las comunidades indígeneas existentes en ambos paises; o el reconocimiento de derechos
de autogobierno a comunidades culturalmente diferenciadas en España, Canadá o Australia. Pues bie,
en cierta medida todos ellos constituyen ya rasgos de un tipo de ciudadanía "fragmentada".
Ahora bien, quizás todavía con respecto a las situaciones donde la fragmentación política en el
interior de los Estados se está produciendo de forma más radical e, incluso, violenta, como
consecuencia de reivindicaciones de las identidades etnoculturales, es cuando se hace más preciso
cuestionarse sobre, cuál sería la forma más adecuada para conseguir la pertenencia y la cohesión
armónica de dos o más grupos diferenciados etnoculturalmente en una misma comunidad política.
Respecto a esta última cuestión, me parecen aceptables propuestas tales como la de Charles Taylor,
el cual sugiere la posibilidad de consolidar una sociedad basada en el reconocimiento de una
"diversidad profunda"11, a la vez que la puesta en marcha de una "política de la diferencia", como
superadora de la política de la igualdad propia del liberalismo individualista; o, la de Pietro
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Barcellona, que, desde una perspectiva más teórica, habla de la consolidación de una nueva
"universalidad de la diferencia"12; o, finalmente, la propuesta de Will Kymlicka, consistente en
intentar una integración social mediante la existencia de "diferentes formas de pertenencia
política y cultural" en una misma organización política13.
En resumen, creo que la integración social, política y jurídica de varios grupos diferenciados en
una única comunidad política abierta y plural -y, a la vez, fragmentada- sólo se puede conseguir
mediante la voluntad de compartir y de "dialogar", transformando entonces el pendular y
tradicional conflicto dialéctico en "una tensión dialógica" o -como dice Panikkar- en un "diálogo
dialógico", en virtud del cual "no se asume, de antemano, situaciones no negociables".....,
"incluso con el riesgo de la ruptura"14. La inegración y el diálogo entre las culturas diferentes
se deben basar en los valores de la solidaridad y de la reciprocidad, en virtud de los cuales se
debería producir un reconocimiento y aceptación "recíprocos" entre todos los grupos diferenciados
existentes, sin pretensiones de ningún tipo de supremacia y/o dominación etnocultural, y
procurando, a su vez, alcanzar la "igualdad" entre los grupos (los grupos también como titulares
del derecho a la igualdad), lo cual supone partir siempre de la conciencia "recíproca" de que
ninguna cultura es "pura y excluyente"15. Unicamente así, una ciudadanía "fragmentada", además de
viable, puede llegar a ser integradora e igualitaria, y no -como sostienen muchos autores
liberales- disgregadora. Unicamente así, es posible mantener la cohesión social, siendo el punto
de partida de ésta, precisamente, la política de reconocimiento del igual derecho de todos a ser
diferentes.
En primer lugar, la pérdida creciente de soberanía nacional de los Estados modernos estructurados
como estado-nación en favor de instancias internacionales o de regiones globales, las cuales
refuerzan la protección de los derechos humanos, de manera que el sujeto de los derechos es cada
vez más un sujeto "transfronterizado" o -siguiendo la terminología de John Rawls- "cosmopolíta",
esto es, un sujeto que ejerce los derechos derivados de su ciudadanía no sólo dentro de los
límites de la soberanía nacional de su Estado, sino también fuera. Esto quiere decir, que la
protección jurídica, política y social -estructurada en sus diferentes derechos fundamentales-
derivada de la ciudadanía ya no responde hoy día a un proceso unilateral por parte de la soberanía
del Estado nacional, sino que deriva de una interrelación entre múltiples y diferentes esferas
jurídicas, tanto internas (las propias de cada uno de los Estados) como externas (las derivadas de
las distintas instancias transnacionales).
NOTAS
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1.Cfr. D. DERRIDA, De la gramatología, Buenos Aires, Madrid, Ed. Siglo XXI, 1971.
2. Sobre esta propuesta véase más ampliamente, María José FARIÑAS DULCE, Los derechos humanos:
desde la perspectiva sociológico-jurídica a la "actitud postmoderna", Madrid, Ed. Dykinson, 1997,
pp-40 y ss. y la bibliografía allí citada.
3.Fernando VALLESPIN, "Igualdad y Diferencia", en Manuel- Reyes MATE (ed.), Pensar la igualdad y
la diferencia, Madrid, Ed. Visor, 1995, pp. 15-33 (la referencia en p. 22).
4.Más ampliamente, véase, María José FARIÑAS DULCE, Los derechos humanos: desde la perspectiva
sociológico-jurídica a la "actitud postmoderna", cit., pp.22-24, donde se hace una apuesta fuerte
por la "diferencia" como valor jurídico.
5.En este sentido, Angeles J. PERONA ha propuesto una muy acertada definiciónn nominalista de los
términos "igualdad" y "diferencia": "Notas sobre igualdad y diferencia", en Manuel-Reyes MATE
(ed.) Pensar la igualdad y la diferencia, cit., pp. 35-46.
6.Al respecto son significativas las palabras de Isaiah BERLIN en una entrevista realizada en
1995 sobre "Autodeterminación cultural"; palabras recogidas por José Iganacio LACASTA ZABALZA y
José Martínez de PISON CAVERO, "Nacionalismo y crisis del Estado", en AA.VV. Derecho y Sociedad,
Valencia, Ed. Tirant lo blanch, 1998, pp.73-97: "Que la `gente no puede desarrollarse a menos que
pertenezca a una cultura' y hasta quien se rebela contra esto lo hace `perteneciendo a una
corriente de tradición'; porque sigue en nuestro mundo el deseo de `huir de la inmensa autoridad
impersonal que ignora diferencias étnicas, regionales y religiosas...". (la referencia en la
p.95).
7.Así, por ejemplo, Will KYMLICKA, Ciudadanía multicultural, Barcelona, Ed. Paidós, 1996, p.16,
donde se muestra en contra de la actitud de "muchos liberales de postguerra" que "han considerado
que la tolerancia religiosa basada en la separación de la Iglesia y el estado proporciona un
modelo para abordar las diferencias etnoculturales".
9. Javier de LUCAS llama también la atención sobre "las dificultades de conciliación entre
`identidad cultural' y `patriotismo constitucional'"....."(y es que, mal que pese a Habermas,
resulta muy difícil disociar la dimensión étnico-cultural y la jurídica, por lo que se refiere a
las reglas de juego básicas)", en "En los márgenes de la legitimidad. Exclusión y ciudadanía", en
Doxa, 15-16, vol. I, 1994, pp.353-365 (las dos referencias, respectivamente, en pp. 354 y 364).
10. Esto debería conseguirse "no solamente tomando como base el principio pasivo o negativo de la
tolerancia -porque sólo se tolera lo que no se acepta- ni siquiera adoptando una concepción
dogmática de la democracia representativa, sino partiendo de un pleno `reconocimiento' -...- y de
una aceptación, en términos de igualdad real, de las diferencias y diversidades culturales.....,
es decir, partiendo, en suma, del respeto a la pluralidad, en términos de igualdad", en María José
FARIÑAS DULCE, Los derechos humanos: desde la perspectiva sociológico-jurídica a la...., cit., p.
21.
11. Tesis defendida, principal aunque no únicamente, por Charles TAYLOR, "Shared and Divergent
Values", en Ronald WATTS y D. BROWN (Eds.) Options of a New Canada, Toronto, University of Toronto
Press, 1991, pp. 53-76; y, "The Politics of Recognition", en Amy GUTMANN (Ed.), Multiculturalism
and the "Politics of Recognition", Princenton, NJ, Princenton University Press, 1992, pp. 25-73.
13.Will KYMLICKA, Ciudadanía multicultural..., cit., pp. 240 y ss. También del mismo autor,
"Derechos individuales y derechos de grupo en la democracia liberal", en Isegoría, nº14, 1996, pp.
5-36, donde defiende la compatibilidad de los derechos de los grupos con los valores propios de la
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15.Veáse más ampliamente, María José FARIÑAS DULCE, Los derechos humanos: desde la perspectiva
sociológico-jurídica a la "actitud Postmoderna", cit., pp.40 y ss.; y, Boaventura de Sousa SANTOS,
"Hacia una concepción multicultural de los derechos humanos" en Análisis Político, nº 31, 1997,
Colombia, pp.3-16, donde propone, también, una "hermenéutica diatópica" para alcanzar un diálogo
transcultural en el ámbito de los derechos humanos.
16.John RAWLS, "El derecho de gentes" en Isegoría, nº 16, 1997, pp. 5-36, donde reconoce por
primera vez la posibilidad de que los "pueblos" puedan ser titulares de derechos, y también los
pueblos o sociedades organizadas jerárquicamente y no liberal y democráticamente.
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