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A inicios del XX, Rusia era considerada una de las grandes potencias de Europa, pero muy
atrasada en comparación con Gran Bretaña, Alemania y Francia. Esto se explica porque
recién en 1860 se acabó legalmente el feudalismo, y porque políticamente hasta 1905 no
habían existido partidos políticos legales ni un parlamento electo, permitiendo que la
autocracia sobreviviera con sus poderes intactos. Además, las ciudades no tenían tradición
de organización política y la nobleza no había desarrollado su sentido de unidad corporativa
fuerte para forzar al trono a hacer concesiones.
El último zar, Nicolás II, percibió que la autocracia peleaba una batalla perdida contra las
influencias liberales de Occidente, por lo que tras la revolución de 1905 cedió y estableció
un parlamento, la Duma, y legalizó los partidos políticos y sindicatos. Pero las
arbitrariedades del gobierno y la policía secreta minaron estas concesiones.
Tras la revolución bolchevique de 1917, muchos emigrados rusos consideraron los años
prerrevolucionarios como una dorada edad de progreso, interrumpida por la Primera Guerra
o la chusma revoltosa o los bolcheviques. Había progreso, pero éste contribuyó a la
inestabilidad y a la posibilidad de trastornos políticos. Para Nikolai Gogol, escritor del siglo
XIX, Rusia era un trineo que atravesaba la oscuridad a toda prisa con destino desconocido,
a lo que el Duma Alexander Guchkov agrega que el conductor era un demente manejando
por la orilla de un precipicio, mientras que los aterrados pasajeros debatían sobre los
riesgos de tomar el volante, hasta que se arriesgan en 1917, iniciando en la revolución.
La sociedad.
Hasta ese entonces, el Imperio ruso era enorme territorialmente, con 126 millones de
habitantes, de los cuales 92 millones estaban en la Rusia europea. Era predominantemente
rural y no urbanizado, con un puñado de grandes centros industriales surgidos de la
reciente y veloz expansión: San Petersburgo (capital), Moscú (la antigua y futura capital
desde 1918), Kiev, Jakov y Odessa; los nuevos centros mineros y metalúrgicos de la
cuenca del Don, actual Ucrania, y las ciudades petroleras del sur. Pero en su mayoría eran
ciudades atrasadas, con pocos comerciantes, escuelas, un mercado y, tal vez, una estación
de FFCC.
En las aldeas, los campesinos poseían la tierra según un régimen comunal que dividía los
campos de la aldea en angostas parcelas trabajadas en forma independiente por los
hombres. El mir (consejo de la aldea) redistribuía periódicamente las parcelas para que
cada hogar tuviese igual participación. La tecnología agraria era desconocida y la
agricultura era de subsistencia. Las chozas de los campesinos estaban a lo largo de la calle
de la aldea, conviviendo con sus animales y la antigua estructura patriarcal de la familia.
La emancipación fue reglamentada con cautela para minimizar el cambio y evitar la
afluencia de masa campesina a las ciudades y la creación de un proletariado sin tierras que
fuera una amenaza. Antes de la emancipación, los campesinos explotaban sus parcelas
comunales, pero también trabajaban la tierra del amo o le pagaban en dinero equivalente a
su trabajo. Tras la emancipación, continuaron trabajando su propia tierra y a veces
trabajaban bajo contrato la tierra de su anterior amo, mientras pagaban al Estado la
“redención” por la compensación dada a los terratenientes. La deuda de redención se había
distribuido en 49 años y la comunidad de la aldea era colectivamente responsable de las
deudas de cada uno de sus integrantes. Ello significaba que los campesinos aún estaban
ligados a la aldea, aunque ahora por la deuda y por la responsabilidad colectiva, no por la
servidumbre. Así, a los campesinos se les hacía casi imposible consolidar sus parcelas,
expandir o mejorar sus posesiones o hacer la transición a la granjerías independientes.
En las primeras décadas de la emancipación, la práctica del trabajo estacional estaba bien
establecida, especialmente en las aldeas menos fértiles (en éstas, los propietarios exigían a
sus siervos el pago con dinero más que con trabajo), trasladándose a regiones productivas
para desarrollar trabajos no agrarios, mientras el resto de la familia se encargaba de la tierra
de la aldea. En efecto, uno de cada dos hogares campesinos tenía un integrante que había
dejado la aldea en busca de trabajo, dando la engañosa impresión de que la vieja Rusia
sobrevivía casi inmutable. Por lo general, los jóvenes varones estaban más predispuestos a
desplazarse a las ciudades industriales modernas, mientras que las mujeres y ancianos sólo
conocían la aldea y la antigua forma de vida campesina, lo que influyó directamente en las
cifras de alfabetización según el censo de 1897: los jóvenes estaban más alfabetizados que
los viejos, los hombres más que las mujeres, y la alfabetización era más alta en las áreas
menos fértiles (emigración estacional más común) que en la fértil “región de la tierra negra”.
La clase obrera urbana aún estaba muy cerca del campesinado. En números, los obreros
industriales permanentes era inferior a los campesinos que trabajaban estacionalmente.
Aún entre los trabajadores permanentes, muchos conservaban tierras en sus aldeas, donde
habían dejado a sus mujeres e hijos; otros vivían en las aldeas mismas y se trasladaban a
la fábrica. Sólo en San Petersburgo muchos trabajadores habían cortado lazo con el campo.
A pesar de esto, en algunos aspectos la industria estaba muy avanzada antes de la Guerra.
El sector industrial era pequeño, pero de una concentración inusualmente alta, tanto
geográficamente como en tamaño de las plantas industriales. Gerschenkron señaló que la
industrialización tardía y la inversión extranjera permitió saltar algunas etapas, adoptar
tecnología avanzada y enfocarse a la producción a gran escala.
La fuerza del sentimiento revolucionario de los obreros rusos puede explicarse de muchas
formas. En primer lugar, la protesta económica era muy difícil porque el gobierno tenía una
importante participación en la industria y en la protección de las inversiones extranjeras, y
no tardaban en suministrar tropas cuando las huelgas parecían endurecerse. Ellos
significaba que las huelgas por reclamos económicos podían tomar un sesgo político.
En segundo lugar, el componente campesino de la clase obrera hacía que ésta fuese más
revolucionaria. Los campesinos rusos no eran, como en Francia, pequeños propietarios
conservadores con un sentido de la propiedad. La tradición campesina de rebelión violenta
y anárquica contra terratenientes y funcionarios, ejemplificada en la revuelta de 1770, se
volvió a manifestar en 1905-6. La emancipación de 1861 no había acallado su espíritu
rebelde por no considerarla justa ni adecuada, reclamando las tierras que no les habían sido
concedidas. Además, los campesinos que emigraban eran jóvenes sin ataduras familiares,
pero no acostumbrados al trabajo en fábrica, padeciendo el desarraigo y la asimilación
incompleta de un ambiente poco familiar. Hasta cierto punto, la clase obrera fue
revolucionaria, pues no tuvo tiempo de adquirir la “conciencia sindical” que describía Lenin.
La tradición revolucionaria.
La misión que la inteliguentsia era mejorar a Rusia: primero, trazando los mapas sociales y
políticos del futuro del país y luego, de ser posible, haciéndolos realidad, siempre teniendo
como referencia Europa occidental.
Los “populistas” afirmaban que la industrialización capitalista había producido degradación
del tejido social de Occidente y que, por lo tanto, debía evitarse a toda costa. El rótulo de
populistas supone una organización coherente que, de hecho, no existía, siendo sólo la
corriente principal del pensamiento radicalizado desde 1860 hasta 1880.
En la década de 1880, como resultado de estos dos desastres populistas, los marxistas
surgieron como grupo dentro de la inteliguentsia rusa, repudiando el utopismo idealista, las
tácticas terroristas y la orientación campesina. Debido al clima político desfavorable y a su
propio rechazo del terrorismo, el impacto inicial de los marxistas se dio en el debate
intelectual más que en la acción revolucionaria. Argüían que la industrialización capitalista
era inevitable, y que el mir campesino ya estaba en un estado de desintegración interna,
apenas sustentado por el estado y las responsabilidades de recaudación de impuestos y
pagos. Afirmaban que el capitalismo era la única vía posible al socialismo, y que el
proletariado industrial era la única clase en condiciones de producir la auténtica revolución
socialista. Estas premisas, decían, podían ser demostradas científicamente mediante las
leyes expuestas por Marx y Engels. Los marxistas desdeñaban a los que escogían al
socialismo como ideología por considerarlo éticamente superior, pues el socialismo, al igual
que el capitalismo, era una etapa predecible en el desarrollo de la sociedad humana.
Marx aplaudía la lucha de la Voluntad del Pueblo contra la autocracia rusa. Su impacto
sobre la inteliguentsia fue mucho mayor cuando se cumplió una de las predicciones
marxistas (que Rusia debía industrializarse). Si bien la industrialización fue producto del
aval del Estado y de la inversión extranjera, siendo una vía independiente de la occidental,
el proceso fue considerado por los contemporáneos como una espectacular demostración
de que las predicciones de los marxistas eran acertadas y que, al menos, tenían algunas de
las respuestas a las “grandes preguntas” de la inteliguentsia rusa.
Los marxistas hicieron otra elección importante respecto al populismo: escogieron la clase
obrera urbana como base de sustentación y principal fuerza revolucionaria. Los populistas,
o vieja tradición de la inteliguentsia, apostaban por el campesinado, mientras que los
liberales contaban con una revolución “burguesa” y obtuvieron el respaldo de la nueva clase
profesional y de la nobleza progresista enrolada en los zemstvos.
La clase obrera a la que apuntaron los marxistas era pequeña en relación al campesinado y
a las clases altas urbanas, carecían de estatus, educación y recursos financieros. Por lo
mismo, los primeros contactos de los marxistas con los obreros fueron educativos,
conformando círculos y grupos de estudio, asustando a los zaristas.
La ventaja de los marxistas de otros grupos primitivos de revolucionarios es que dieron con
un sector de las masas dispuestos a escucharlos. Los obreros eran más alfabetizados que
los campesinos y al menos algunos habían adquirido un sentido moderno, urbano, de que
podían “mejorarse”. La educación era un medio de ascenso social tanto como la vía para la
revolución, a ojos de los maestros marxistas, pero, además, y a diferencia de los misioneros
populistas, tenían algo más que acoso policial para ofrecerles a sus estudiantes.
Antes de 1905, éste no era un problema, ya que no había revolución en marcha y los
marxistas estaban teniendo éxito relativo en organizar a la clase obrera. Sin embargo, un
pequeño grupo, los “marxistas legales”, llegó a identificarse marcadamente con los objetivos
de la primera revolución (liberal), perdiendo interés en el objetivo final de la revolución
socialista. La herejía del marxismo legal fue denunciada por líderes socialdemócratas, en
particular Lenin. También repudiaron la herejía del economicismo, es decir la idea de que el
movimiento obrero debía enfatizar los objetivos económicos más que los políticos. Los
marxistas rusos dejaban claramente asentado que eran revolucionarios, no reformistas, y
que su causa era la revolución obrera socialista, no la revolución de la burguesía liberal.
La Rusia zarista era una potencia militar en expansión, con el mayor ejército permanente de
todas las potencias de Europa. Sin embargo, desde mediados del siglo XIX las guerras
rusas no habían tendido ni a ser exitosas ni a fortalecer la confianza en el gobierno.
La nobleza terrateniente aprendió que sus intereses estaban ligados a la autocracia (los
podía defender del vengativo campesinado) y no a los liberales. La revolución de 1905 no
produjo una conciencia tan clara de la polarización de clases. Los liberales se hicieron a un
lado, pero tampoco se unieron régimen en el ataque contra la revolución delos trabajadores.
El resultado político de la revolución de 1905 fue ambiguo e insatisfactorio para todos los
implicados. En las leyes de 1906 Nicolás dejó clara su creencia de que Rusia era una
autocracia, y aunque ahora existía el Parlamento y los partidos, la Duma tenía poderes
limitados. Y una vez que las dos primeras Dumas demostraron ser insubordinadas, fueron
arbitrariamente disueltas y se introdujo un nuevo sistema electoral que les quitó toda
autoridad a varios grupos sociales y dio excesiva representación a la nobleza terrateniente.
Algo que no cambió con la revolución fue el régimen policial. El proceso de justicia ordinaria
continuaba suspendido, porque incluso en 1908, un año considerado tranquilo, hubo 1800
funcionarios heridos y 2083 muertos en ataques políticos, lo que generaba que el régimen
siguiera a la defensiva. En muchos puntos, las reformas políticas no eran más que fachada:
los sindicatos que, en principio, habían sido legalizados, pero a menudo gremios específicos
eran clausurados por la policía. Los partidos políticos eran legales, y hasta los partidos
socialistas revolucionarios podían competir en las elecciones de la Duma; pero los
integrantes de estos partidos continuaban siendo arrestados con tanta frecuencia como en
el pasado y los jefes partidarios fueron obligados a migrar para evitar la cárcel y el exilio.
Por otra parte, y para desgracia de los revolucionarios, el régimen se estaba embarcando
en una reforma agraria a causa de las insurrecciones campesinas de 1905-7, abandonando
la premisa de que el mir generaba estabilidad rural y apostando por la creación de una
nueva clase de pequeños granjeros independientes. Así, se alentaba a los campesinos a
consolidar sus posesiones y separarse del mir, dando por hecho que los pobres venderían
su parte y se irían a las ciudades, mientras que los más prósperos expandirían sus
propiedades, adquiriendo la mentalidad conservadora y pequeño burguesa. Para 1914, un
40% de los hogares campesinos se habían separado del mir, aunque por la complejidad del
proceso unos pocos habían completado los pasos ulteriores. Estas reformas eran
“progresistas” según la terminología marxista, ya que sentaba las bases para un desarrollo
capitalista de la agricultura. Pero las implicaciones de corto y mediano plazo fueron muy
deprimentes para el régimen, pues el campesinado tradicional era dado a la insurrección.
En 1906 Rusia recibió un enorme préstamo que permitió que la industria nacional y de
capital extranjero se expandiera velozmente en la posguerra. Pero la protesta laboral
disminuyó abruptamente durante algunos años tras el feroz aplastamiento del movimiento
revolucionario durante el invierno de 1905-6, y sólo recuperó fuerza en 1910. Las huelgas a
gran escala se hicieron cada vez más frecuentes previo a la guerra, culminando con la
huelga general de Petrogrado en el verano de 1914, que fue tan seria como para que
algunos observadores dudaran de si Rusia debía movilizar su ejército para ir a la guerra.
Cuando empezó la guerra en 1914 y Rusia se alió con Francia e Inglaterra contra Alemania
y Austria-Hungría, los emigrados políticos quedaron casi completamente aislados de Rusia.
Los rusos tenían poca inclinación al patriotismo, pero la mayor parte adoptó la posición
“defensista” que implicaba respaldar el esfuerzo bélico de Rusia para defender su territorio.
Pero para otros, como Lenin, pertenecientes a los “derrotistas”, la guerra era imperialista y
lo mejor que se podía esperar era una derrota rusa que tal vez provocase la guerra civil y la
revolución. Todos los bolcheviques conocidos fueron arrestados durante la guerra.
Al igual que en 1904, la declaración de guerra produjo una oleada pública de entusiasmo
patriótico. Pero los ánimos no tardaron en agrietarse. El ejército ruso sufrió aplastantes
derrotas y pérdidas (cinco millones de bajas entre 1914-7), y el ejército alemán penetró
profundamente en los territorios occidentales del imperio, provocando un caótico ingreso de
refugiados a Rusia central. [esta parte la pongo sólo porque a la marcela le gustan los
cahuines rosas...y bueno a mí también] Se generaron sospechas sobre traición en los altos
niveles, y uno de los blancos fue la esposa de Nicolás, la emperatriz Alejandra, quien, por
nacimiento, era princesa alemana. El escándalo rodeaba la relación de Alejandra con
Rasputín, un personaje dudoso pero carismático, en quien ella confiaba por creerlo hombre
de Dios y por controlar la hemofilia de su hijo. Cuando Nicolás asumió como comandante en
del ejército y se alejó de la capital, Alejandra y Rasputín comenzaron una desastroza
influencia sobre las designaciones ministeriales, deteriorando drásticamente las relaciones
entre el gobierno y la Duma, hasta que a fines de 1916 Rasputín fue asesinado por algunos
jóvenes nobles cercanos a la corte para salvar el honor de Rusia y de la autocracia.