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MAX WEBER Y LA IDEA DE LIDERAZGO

El nombre de Max Weber ha quedado asociado con la idea de la objetividad de las ciencias
sociales y con su neutralidad valorativa. La distinción por el propuesta entre juicios
fácticos, que serían la materia prima de las ciencias sociales y juicios de valor, que serían
ajenos a ellas, así como su advertencia a los científicos sociales para que se abstuvieran de
formular sus preferencias ideológicas desde sus cátedras, han gravitado fuertemente sobre
la constitución del campo de estudio de las ciencias sociales.
La conciencia de la presencia de las opciones valorativas, de nuestros “presupuestos
básicos”, dentro de la investigación social que hoy comparte la mayoría de la epistemología
contemporánea, no existió en Weber. Este intentó, a su modo, evitar que los valores
entraran en el discurso de los científicos sociales de su época “como polizones”, de
contrabando.
En su búsqueda por establecer los límites entre la investigación empírica, que llevaba a la
determinación de lo que él denominó “tipos ideales” y los juicios de valor, determinados
por las posiciones ideológicas y de estatus de los individuos, Weber intentaba desarticular
la amalgama entre política y ciencia social que, a su criterio, estaba consolidándose en la
Alemania de su tiempo. Las ciencias sociales debían hacer explícitas las opciones de valor
que se escondían detrás de las controversias públicas de una sociedad que mutaba y se
modernizaba aceleradamente, para así permitir que los individuos tomaran decisiones
adecuadas en función de sus propios valores. No era correcto (científica ni moralmente
bueno) sugerir soluciones pretendidamente objetivas para los problemas sociales.
El Estado y el uso legítimo de la fuerza como última ratio. Política y poder político.
Dominación tradicional, legal y carismática. El liderazgo basado en las aptitudes únicas.
Ética, medios y fines en relación a la misión. Legitimidad plebiscitaria de los liderazgos
políticos. Política como fuente de ingresos o política “vocación”. Funcionarios de carrera
vs. Funcionarios políticos. La subordinación política de la burocracia y del saber experto o
la jaula de hierro del carisma. Este cúmulo de contrastes y tensiones forman parte del
núcleo de las ideas de Weber en relación a la política y el liderazgo como causa eficiente de
la misma.
Me propongo con este trabajo aproximarme a una síntesis de las ideas que Max Weber
expone acerca del liderazgo carismático o en otras palabras, del liderazgo político como eje
de la calidad democrática y vertebrador, a partir de sus atributos, del andamiaje que
sustenta la organización del Estado democrático liberal. Repasar las definiciones de Max
Weber acerca de la política, el poder político y los liderazgos políticos es un ejercicio que
no pierde, por repetido, su utilidad, mas aún en estos años en que ciertos liderazgos han
logrado forzar los barrotes, se han liberado de la jaula de hierro y se afirman, al menos en
América Latina, libres y poderosos.

El Estado y la dominación

“…El Estado moderno es una asociación de dominación con carácter institucional que ha
tratado, con éxito, de monopolizar dentro de un territorio la violencia física legitima como
medio de dominación y que, a este fin ha reunido todos los medios materiales en manos de
su dirigente y ha expropiado a todos los funcionarios estamentales que antes disponían de
ellos por derecho propio, sustituyéndolos con sus propias jerarquías supremas” (Weber,
2005 pág. 18-19). Es decir que, toda unidad política y particularmente el Estado moderno
puede definirse sociológicamente en función de un medio específico que le es propio, que
solo él detenta y no comparte. La “empresa de mercado moderna” y la “empresa política”
comparten muchas características para Weber, pero es justamente esta, la del
reconocimiento social de la exclusividad en el uso legítimo de la violencia física, como
último recurso, ante la falta de obediencia a las normas, común y reglamentariamente
estatuidas, lo que distingue a la “empresa política”. Un Estado es entonces una comunidad
humana organizada que reclama para sí y logra obtener el reconocimiento a su autoridad en
un territorio determinado y es considerado como la única fuente del "derecho" a usar la
violencia de manera legal, ergo “todo Estado se basa en la fuerza” y es una estructura de
dominación de algunos humanos que ejercen magistraturas sobre otros humanos que
aceptan voluntariamente ser dominados porque reconocen ese mando.

Si las instituciones sociales existentes no conocieran y no aceptaran el uso de la violencia,


como medio de mantenimiento del orden, el concepto de Estado quedaría eliminado para
Weber y surgiría una situación que podría designarse como "anarquía”, ausencia de poder
o gobierno.
El Estado debe existir ya que es la estructura que expresa la voluntad común legalmente
instituida y para ello los individuos que lo integran en calidad de dominados, deben
obedecer la autoridad que los poderes constituidos reclaman como propia.
Las fuentes de dominación que señala Weber son tres:

Dominación Tradicional
”Debe entenderse que una dominación es tradicional cuando su legitimidad descansa en la
santidad de ordenaciones y poderes de mando originados en tiempos lejanos, creyéndose
en ella en meritos de esa santidad. El señor o los señores están determinados en virtud de
reglas tradicionalmente recibidas”. (Weber, 1996)
Es decir que rige la autoridad del pasado inmemorial, las costumbres sacralizadas por la
aceptación habitual a someterse, no se discute y es válido porque siempre fue así y así lo
decidió Dios, este es, dice Weber, el tipo de Dominio ejercido por el patriarca, el sultán y
el príncipe patrimonial de antaño.

Dominación racional legal.


“La dominación legal descansa en la validez de las siguientes ideas entrelazadas entre sí:
que todo derecho pactado u otorgado puede ser estatuido de modo racional, con arreglo a
fines o con arreglo a valores o ambas cosas, con la pretensión de ser respetado por los
miembros de la asociación y también por aquellas personas que dentro del ámbito de la
asociación (en las territoriales, dentro de su territorio) realicen o entren en acciones
sociales declaradas importantes por la asociación;…que todo derecho según su esencia es
un cosmos de reglas abstractas, estatuidas intencionalmente;…que la judicatura implica
aplicarlas al caso concreto; que la administración supone el cuidado racional de los
intereses previstos por las ordenaciones de la asociación, dentro de los limites de las
normas jurídicas, según principios señalables que han sido aprobados…y que el soberano
legal típico, la persona que ordena y manda, obedece por su parte al orden impersonal por
el que orienta sus disposiciones… por ejemplo, el presidente electivo de un estado… y el
que obedece solo lo hace en tanto miembro también de la asociación y solo obedece al
derecho” (Weber, 1922)
Es decir que, para Max Weber, el dominio basado en la legalidad se apoya en la aceptación
de la fuerza de lo establecido por las leyes y en la creencia depositada en la competencia
funcional de quienes ocupan los puestos, competencia basada en el conocimiento de reglas
creadas racionalmente. En este caso, la obediencia se espera por el respeto a la obligación
de cumplimiento de las normas. Este es el dominio ejercido por el servidor del estado,
funcionarios de carrera, funcionarios políticos y por todos aquellos individuos investidos de
poder público.

Dominación Carismática
Carisma, en griego significa encanto, gracia, gozo, festividad, don, favor, mérito,
veneración. En latín el término Charismatis significa gracia divina, don, y está relacionado
con el concepto de “sagrado” en el sentido de cosas y personas “extraordinarias” que son
mediadoras con la divinidad.
“Debe entenderse por carisma la cualidad que pasa por extraordinaria, condicionada
mágicamente en su origen,…de una personalidad por cuya virtud se la considera en
posesión de fuerzas sobrenaturales o sobrehumanas, o por lo menos específicamente extra
cotidianas y no asequibles a cualquier otro, o como enviado de Dios, o como ejemplar, y
en consecuencia como jefe, caudillo, guía o líder”. (Weber, 1996: 74)
La autoridad del líder está basada en un don, una gracia extraordinaria, única, en un sentido
religioso. Se entiende al carisma, como aquella capacidad particular que para los cristianos
le fuera entregada a cada uno de los apóstoles de Jesús por el espíritu santo. La confianza y
la devoción que los seguidores depositan en quien posee el carisma son absolutamente
personales, se basan en el heroísmo demostrado o en las atinadas revelaciones divinas
transmitidas. Este es para Weber, el dominio ejercido por el profeta o, en el terreno de la
política, por el “jefe de un partido político” o por “el gobernante por plebiscito”, es decir el
que resulta seleccionado porque consigue, a partir de su capacidad de atracción, conquistar
la adhesión que se transforma en votos en una elección.
Obviamente estos tres tipos puros aparecen raramente en la realidad, son “tipos ideales”
weberianos, construcciones explicativas que se alcanzan a partir de la colección,
comparación y sistematización de los casos realmente existentes.
Liderazgo carismático
En Weber el concepto de carisma gira en torno a dos ideas centrales. Por una parte, lo
extraordinario del líder carismático y por otra, el reconocimiento que recibe de los
seguidores y que produce un efecto legitimador, es decir, se construye a través de las
relaciones sociales que establece con los mismos.
La devoción con que actúan los adeptos que obedecen a la gracia del profeta, al líder
guerrero o bien al gran demagogo, en la asamblea o en el parlamento, implica que estos
reconocen personalmente al líder como conductor de hombres por un "llamado" interior.
Los hombres obedecen porque creen en el líder. El fervor de los discípulos, seguidores y
partidarios, se orienta a su persona y a sus cualidades. Lo importante para Weber es como
valoran los seguidores al líder, indistintamente de cuáles sean sus características personales.
La extraordinariedad se erige sobre la relación líder - adeptos.
El carisma forma parte, en principio, del mundo de las emociones. La perfección que los
seguidores del líder político le atribuyen, lo acerca a lo divino, lo convierte en representante
de algo más grande que esta mas allá (la divinidad) y por lo tanto en superior.
Cuando el carisma se rutiniza, la acción política de los líderes carismáticos se haya también
vinculada al mundo de la razón. La confianza que entonces se deposita en el líder por parte
de sus adeptos comienza a ser fruto de la racionalización, al líder político se le reconocen
unas virtudes y se espera de él unas acciones que hacen que se sigan sus mandatos.
“En su forma genuina la dominación carismática es de carácter específicamente
extraordinario y fuera de lo cotidiano…en el caso de que no sea puramente efímera sino
que tome el carácter de una relación duradera, congregación…comunidad…asociación de
partido o asociación política…la dominación carismática…tiene que variar esencialmente
su carácter, se racionaliza, legaliza...” (Weber,) 1996
Si aceptamos que el carisma tiene características asociadas con la supervivencia de lo
mágico y lo extraordinario en las estructuras sociales modernas y que aun en su versión
rutinizada contiene formas de inestabilidad y de cambio y por lo tanto responde a distintos
tipos de legitimación y de control social, podemos ver a la rutinización como un
compromiso, una ligazón esencial, entre el carisma como fuente de legitimidad y el
conjunto de normas institucionales que lo envuelven.
La idea de rutinización puede aplicarse a la atracción carismática puesta en juego por los
candidatos en una campaña electoral en democracia. Una vez que el líder político ha
accedido al cargo, se produce una rutinización de su carisma que se corresponde con su
mandato. Los términos carisma y rutinización no son opuestos, pues parten de la evolución
o desarrollo del carisma del líder político, en primer lugar como candidato y después como
mandatario. Podría pensarse que el término rutinización resulta demasiado estático y
definitivo para adjetivar a un concepto como el carisma que preanuncia la ruptura con la
cotidianidad a partir de la maravilla y presupone justamente la ausencia de rutina o de
monotonía.
Esta relación carismática entre líder y seguidores va más allá de una simple comunicación,
es descrita como “comunización de carácter emotivo”, una unión emotiva a través de la
creencia y la coincidencia de ideas, valores y sentimientos. No hay ninguna intención entre
los adeptos de ascender, de escalar jerarquías, no hay tampoco un vínculo material
concreto, los recursos se procuran afuera del grupo, por mecenazgo o patrocinio ajeno.
La dominación carismática se opone a la dominación burocrática por su falta de
organización normativa y a la tradicional por subvertir el pasado. Al romper con la
tradición innova, crea, configurando una situación de características provocadoras, que
para Weber son propias de la modernidad.
El líder carismático genuino impone nuevos mandamientos, que le pueden ser transmitidos
por distintas vías, por oráculos, la propia revelación, o las puede haber creado el mismo y
de tal modo transgrede el orden establecido, las normas y la cotidianidad. Al reconocerlo la
comunidad de creyentes debe obligadamente seguir sus mandatos. La dominación
carismática no se produce por apropiación de poder, ésta existe y es legítima por el
reconocimiento que efectúan los creyentes. Se produce una corroboración que da
legitimidad carismática y como tal constituye el carisma. Éste existe gracias al
reconocimiento de los llamados que se entregan sin límites al líder carismático. Su entrega
a la personalidad carismática hace que sigan el mandato del líder carismático y es el propio
líder carismático, quien establece las limitaciones del carisma, que emanan de su orden
interior.
Con el correr del tiempo los seguidores más próximos inician un proceso de
transformación, que a partir de su creencia, los impulsa a intentar conformar un nuevo
orden social, político y económico.
Más allá de que la vinculación afectiva da origen a la dominación, los dominados deben
sentir que la misma les aporta satisfacción y bienestar, es decir, les tiene que reportar
mejoras materiales. Un pequeño grupo seguirá al líder sólo por vocación, en cambio la
mayoría de los seguidores buscarán a largo plazo poder vivir materialmente de ello. Las
personas pueden actuar movidas por el mundo de las ideas, de las creencias y de los
símbolos, pero detrás de sus actos subyacen intereses materiales, aspiraciones a conseguir
posiciones de prestigio dentro de la sociedad, de honor, de aceptación social.
El éxito del líder depende del funcionamiento de su aparato y de las motivaciones que
animan a sus partidarios, es decir que debe procurar permanentemente recompensas a sus
seguidores, respondiendo a las exigencias de los mismos, aunque éstas no sean éticamente
buenas. Debe conseguir para controlarlos que lo sigan con convicción y fe en su persona,
sublimando los deseos de venganza, de poder o de prebendas.

El líder político
Weber define al ejercicio de la política como el esfuerzo por acceder al poder, compartirlo
o influir en su distribución, “convenimos en entender por política solamente la dirección o
la influencia sobre la dirección de una asociación política, es decir en nuestro tiempo de
un Estado” (Weber, 2006, pág.8). La competencia por la decisión sobre los asuntos
comunes se da entre “los distintos grupos humanos”, sectores nucleados en partidos, que
forman parte de la organización estatal. “Se alzan hoy abruptamente las más modernas
formas de organización de los partidos. Son hijas de la democracia, del derecho de las
masas al sufragio, de la necesidad de hacer propaganda y organizaciones de masas…”
(Weber, 2005: pág.46)
Los que actúan en política compiten y se esfuerzan por obtener el poder, ya sea como
medio, para servir a otros fines, ideales o egoístas, desde la transformación de la realidad a
obtener beneficios pecuniarios personales, o como "poder por el poder mismo" es decir
para gozar del sentimiento de prestigio que este confiere. El poder lo detentan los poderes
constituidos y la legitimación de estos se encuentra en los tres tipos puros: tradicional,
carismático y legal y es el maridaje entre estos dos últimos, la dominación racional legal y
el carisma del líder plebiscitado, materializada la primera en la organización burocrática del
estado y seleccionado el segundo, mediante la elección, para regir los destinos comunes, lo
que permite el nacimiento y “evolución hacia una dirección más unificada y una disciplina
mas rígida de… la empresa política moderna”. Quienes pretendan participar en la lucha
por el poder deberán, según Weber, tener una formación especial y ser capaces de aplicar
los métodos desarrollados para la práctica política. “La empresa política queda en manos
de profesionales a tiempo completo…” (Weber, 2005: pág.46). Formación y métodos
específicos destinados a envolver al "carisma" puramente personal del "líder".
Weber considera que la actividad política en democracia lleva implícita la necesidad de
tomar partido, explicitar la posición personal y lograr que los otros adhieran a esta. El líder
político y sus partidarios deben entonces siempre imperiosamente “combatir”, tomar
posición, ser apasionados. La conducta del líder político está guiada por su vocación, sujeta
a la pasión por lo que hace y encaminada invariablemente a obtener la adhesión a su causa.
Propio del político es la lucha, el combate por imponer su ideal y convencer a los otros,
manifestando siempre con responsabilidad su posición, manejándose con pasión "pues,
nada es valioso para el hombre como tal sí no puede hacerlo con pasión", pero esta llama,
este entusiasmo, deben siempre manifestarse en su justa proporción.
El honor del líder político, del estadista, reside en un principio de responsabilidad, una
responsabilidad exclusivamente personal por lo que él hace, que no puede, ni le
corresponde rechazar, ni transferir. “Quien quiera participar en la política y especialmente
quien sienta la política como vocación tiene que comprender que es responsable de lo que
pueda ocurrir bajo el impacto de sus acciones.” No debe caer en la tentación de ser
vanidoso o arrogante en su lucha por el poder, no debe perder la objetividad ni tomar
decisiones con ligereza y debe, sobre todo, saber mantener la distancia de las cosas y de
los hombres.
Existe una gran tensión entre los medios y los fines cuando se los concibe éticamente. Si se
quiere asumir la política como profesión debe tenerse en claro, que la política utiliza la
violencia como medio, y sentirse responsable de las consecuencias de sus acciones. El
hombre con autentica vocación política debe guiarse tanto por la ética de los fines últimos
como por una ética de responsabilidad, sabiendo cómo seguir adelante, pero también
cuando detenerse.
La conducta puede estar orientada por una "ética de la responsabilidad" o por una "ética
de fines últimos". Esto no quiere decir que una ética de los fines últimos sea idéntica a la
irresponsabilidad, o que una ética de la responsabilidad sea igual a un oportunismo sin
principios pero si que existe una distancia, una brecha abismal entre la conducta de quien
sigue la máxima de una ética de fines últimos y la conducta de quien actúa siguiendo una
ética de la responsabilidad.
El partidario de la ética de fines últimos se siente "responsable" sólo de cuidar que la llama
de las intenciones puras no se apague; por ejemplo, la llama de la protesta contra la
injusticia del orden social.
Pero ninguna ética puede ignorar que en algunos casos el logro de fines "buenos" debe
valerse de la utilización de medios moralmente dudosos o peligrosos, que generen
consecuencias dudosas. No puede establecerse en qué medida un fin éticamente bueno
justifica "medios éticamente peligrosos y sus consecuencias". No sería lógico predicar "la
no violencia" reclamando a la vez el uso de la violencia para aniquilar la misma. Si se
hacen concesiones, justificando cualquier "medio" para arribar a un "fin" es imposible unir
la ética de los fines últimos con la ética de la responsabilidad (Que fin justifica que
medios?).
La política necesariamente utiliza la violencia como medio. Por lo tanto los problemas
éticos de la política están determinados por el uso de la violencia legítima como medio.
Todo político utiliza medios violentos para alcanzar su fin, quedado por lo tanto expuesto a
sus consecuencias. “Quien quiera participar en la política se entrega a las fuerzas
diabólicas qué acechan en toda violencia. Los grandes virtuosos del amor cósmico a la
humanidad y de la bondad, nacidos en Nazaret o en Asís o en castillos reales de la India,
no han obrado con los medios políticos de la violencia. Su reino no era de este mundo...
Quien busca la salvación del alma, de la propia y de los demás, no debe buscarla en el
camino de la política, porque las diversas tareas de la política sólo pueden resolverse con
la violencia. El genio o el demonio de la política viven en eterna tensión con el dios del
amor.” Sólo aquel que esté convencido de que “no se desintegrará aunque el mundo,
desde su punto de vista, sea demasiado estúpido o demasiado mezquino para merecer lo
que él pretende ofrecerle, sólo aquel que sea capaz de decir: ¡A pesar de todo!”, tiene
"vocación" política. Pero el hombre capaz de realizar tal esfuerzo debe ser un jefe, y no
solamente un jefe, sino también un héroe en el sentido más simple de la palabra.

"La política consiste en un esfuerzo tenaz y enérgico por taladrar tablas de madera dura.
Este esfuerzo requiere pasión y perspectiva. Puede afirmarse que el hombre jamás habría
podido alcanzar lo posible si no se hubiera lanzado siempre e incesantemente a conquistar
los imposible."

las fronteras divisorias entre la esfera de influencia de lo político y lo religioso son difusas
y se producen superposiciones. A su vez, encontramos ciertos paralelismos entre lo político
y lo religioso en el proceso de construcción del liderazgo (aislamiento y separación de la
familia, encomendarse a la realización de una misión) y en las formas de ritualizar la
comunicación con los adeptos.
En sus orígenes el líder carismático tenía un “poder” mágico o religioso, por sus dones
sobrehumanos y sobrenaturales, entendidos como tales por ser cualidades no accesibles a
todos. Así, en las sociedades simples, el carisma se atribuía a gente con sabiduría legal y
terapéutica, a líderes cazadores, chamanes, héroes de guerra.
Está condición permite ejercer una dominación sobre los actores que por deber siguen los
mandatos del carismático produciéndose un reconocimiento que no es fundamento de
legitimidad sino un deber, fruto de la vocación y entrega al carismático. Esta relación se da
en el carisma genuino o puro, donde se produce una entrega personal por las circunstancias
de indigencia o

Existe una diferencia entre "vivir para la política" y”vivir de la política” la distinción está
en el aspecto económico. Quien trata de hacer de la política una fuente permanente de
ingresos "vive de la política" mientras que quien no lo hace "vive para la política” como
vocación. Por regla general, el hombre hace las dos cosas en la práctica. El político debe ser
económicamente independiente del ingreso que la política pueda producirle. El político
profesional debe ser también económicamente "disponible", lo cual significa que la
adquisición de su renta no lo obligue de manera constante y personal, en todo o en parte, a
consagrar su habilidad y su pensamiento a su subsistencia. El político profesional que vive
"de" la política puede ser un simple "prebendario" o un "funcionario" remunerado.
Todas las luchas de partidos no son únicamente luchas por programas, sino también, y
sobre todo, rivalidades por controlar la distribución de los puestos.

Relación entre ética, medios y fines en cuanto a la misión que ellos deben cumplir. La
"paradoja ética"

La aplicación de las reglas o normativa pueden ser técnicas o normas propiamente. Quien
las aplique de una forma racional debe ser un miembro de la asociación con formación,
quien supere las pruebas y demuestre estos conocimientos puede pasar a ser funcionario e
integrar el cuadro administrativo burocrático de la asociación y establecer una dominación
legal. La dominación la ejercen los miembrosde esta asociación, los funcionarios y el
dirigente de la misma cuyas profesionalizaciones están debidamente reglamentadas
(jerarquía de cargos, retribución, perspectiva de ascenso. Sometidos a una vigilancia
administrativa conciben el cargo como única profesión). Este funcionamiento lo
encontramos desde organismos oficiales, como puede ser la Hacienda pública, hasta
organismos privados como Fundaciones, partidos políticos, incluso, ONGs y órdenes
religiosas. Esta dominación se ejerce de forma más pura donde se rigen por funcionarios.
Se pueden distinguir dos tipos de burocracia, la de libre elección de los funcionarios: la
burocracia moderna y la burocracia patrimonial basada en un funcionario servil. A la
burocracia moderna debe acompañarle la profesionalización de sus integrantes, quedan
exentos los líderes de estas organizaciones (presidentes, gerentes generales) que tan solo
son funcionarios en un sentido formal pues la dominación burocrática en su cima no tiene
un elemento burocrático puro.
Weber nos describe un mundo teñido de elementos burocráticos, esta burocracia es el
germen del estado moderno. A la burocracia, actual, le acompañan toda una complejidad
moderna como son la utilización de las comunicaciones y los medios de comunicación. La
dominación burocrática se aplica gracias al saber, el conocimiento a fondo, no solamente
teórico, sino también práctico, el conocimiento de aquellos
La dominación racional y la tradicional son formas de dominaciones rutinarias, cotidianas,
vinculadas al pasado y orientadas por normas. En cambio, como hemos visto, la
dominación carismática genuina rompe con este pasado, y es considerada
10 Generalmente son revelaciones, pero la frase que utilizan los profetas Estaba escrito,
pero yo en
verdad os digo nos lleva a creer en su propia creación, siguiendo unos principios generales.
WEBER,
Max. Economía y sociedad. Fondo de Cultura Económica: Madrid, 1993 [1922], p. 195.
90
extraordinaria, extracotidiana, fuera de la cotidianidad e incluso de la normalidad, por lo
tanto es más inestable que las otras formas de dominación mencionadas. Weber destaca la
extraordinaridad del carisma pero nos encontramos con una falta de descripción con detalle
de cuáles son los atributos del líder portadores de carisma, que a su vez no son ampliamente
explicitados por los seguidores. No siempre hay una relación consciente entre seguidor y
líder referente a los aspectos que son portadores de carisma.16 Se deja un tanto a un lado la
objetivación de las cualidades del líder y lo importante pasa a ser la relación que se
establece entre el líder y sus seguidores o adeptos. Sin duda, el carisma se crea con la
relación o comunicación que se establece entre el líder y sus seguidores,
independientemente de cuales sean las características personales del líder. En otras
palabras,
Para poder vislumbrar las cualidades que en cada caso son consideradas como
características carismáticas, un elemento imprescindible es profundizar en la figura del
líder político carismático, definir cuáles son sus características personales.
Weber, en su libro La ciencia como profesión; La política como profesión, aborda alguna
de las características de forma concreta del líder político (pasión, sentido de la
responsabilidad y mesura) pero no profundiza suficientemente en aquellos elementos que
configuran las características extraordinarias del líder. Por lo tanto, en su argumentación
falta un análisis donde se expliciten las características que, en cada contexto histórico, o
atemporalmente, constituyen la percepción de excepcionalidad del carisma de la que nos
habla. Hay que destacar, la propia genuidad de cada líder político carismático -ya que no se
podrá encontrar una persona idéntica a otra-, lo genuino es Intransferible pero,
paradójicamente, imitable a su vez.

BIBLIOGRAFIA

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