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Asesor
Vicente Quirarte Castañeda
AVISO LEGAL
ISBN: 978-607-02-3379-1
FRONTERAS DILUIDAS ENTRE HISTORIA Y
LITERATURA. México. Siglo xix
Instituto de Investigaciones Filológicas
Colaboradores
María Esther Guzmán Gutiérrez y
Cristian Ordoñez Santiago
Asesor
Vicente Quirarte Castañeda
México, 2012
Primera edición: 2012
Fecha de término de edición: 19 de junio de 2012
ISBN: 978-607-02-3379-1
E
l naturalismo fue una escuela literaria que brotó al calor de la hege-
monía inapelable que el discurso científico imponía avasalladoramente
en la Europa decimonónica, irradiándose al resto de Occidente en su
forma concreta de avances tecnológicos que derivaron en la revolución indus-
trial. La ciencia con su método permitió el alumbramiento de la sociología,
por medio de la cual el espíritu occidental inició la aplicación del método
científico al estudio de las sociedades, buscando fórmulas para afirmar, para
saber, para conocer de manera total y para siempre. Cuando estos principios
tuvieron oídos en los artistas, la fascinación por la infalibilidad atrajo entre
otros a Émile Zola lo suficiente para dar origen a una escuela literaria que
planteara con claridad un método y un fin para la obra literaria: la sociedad
era el fenómeno, el autor el observador-experimentador y la literatura el
microscopio a través del cual se comprendían los mecanismos del continuum
de hechos que componía a las sociedades.2
De tal forma que igual que para la ciencia se planteó necesario para el
autor-sociólogo observar y reproducir en condiciones semejantes el fenó-
meno observado para después experimentar, conduciendo los fenómenos
hacia donde quisiera.3 Sin embargo, los críticos han repetido una y otra vez
que las propuestas de Zola no fueron seguidas ni siquiera por él mismo.4 Así,
el naturalismo ha sido identificado por algunos rasgos en exceso generales:
complicidad entre un determinismo genético y el medio que circunda a los
personajes para condicionar sus acciones, creando un conflicto con la noción
de libre albedrío que fungía como pilar del movimiento romántico; el natu-
12 El positivismo exaltó el perfil del más apto basándose en las ideas darwinianas acerca
de la selección natural, prefiriendo a los fuertes por encima de los débiles, la fortaleza se
identificó con la “dureza” que se atribuyó por extensión no sólo al cuerpo, sino también al
alma, en una lógica de fortaleza guerrera inflexible. De tal suerte que lo débil se identificaba
con el vencido, con lo retrasado y condenado a la extinción, el mundo sentimental con su
amplia gama de sensaciones era opuesto a lo “inflexible”; lo sensible quedó relegado y padeció
poco a poco mayor desprecio. A esta postura radical se le conoció como “materialismo” por
los creadores del finales del siglo XIX mexicano, como ejemplo, cito la defensa que de la
poesía sentimental hizo Manuel Gutiérrez Nájera tan temprano como 1876, en una serie de
artículos titulados “El arte y el materialismo”, ver apartado 2.2.
13 E. O’Gorman, México. El trauma de su historia, p. 84.
14 Así sucede con Jacinto, personaje de Metamorfosis: “el infierno, tal como nos lo
presentan, no se impone ni inspira temores serios, a mí a lo menos, porque se me antoja
que pugna con nuestra época, que no puede existir adefesio semejante... Ahora, si por
infierno hemos de entender un castigo para después de la muerte, cuando nuestro humano
Durante los últimos veinte años del siglo XIX en México convivieron por
lo menos cuatro grandes corrientes literarias: romanticismo, realismo, natu-
ralismo y modernismo. Y cuando apunto “convivir” lo hago en sentido literal,
los autores se conocían, formaban parte del sólido escaño de los intelectuales
y hombres públicos de la nación; a un tiempo se publicaban obras compro-
metidas con la técnica realista, poemas modernistas y novelas y cuentos de
traza naturalistas de Gamboa y Ángel de Campo. El periodismo era el suelo
común que pisaron nuestros escritores de todas las corrientes; el periódico
proveía medio de subsistencia y espacio de expresión y generador de amis-
tades.15 La obra gamboana manifiesta una sólida asimilación y apoyo en estas
cuatro corrientes.16
23 Mario Praz asienta al respecto: “Un romántico [...] tratará de vivir los extravíos de su
fantasía o por lo menos intentará sugerir un trasfondo de experiencia” La carne, la muerte y
el diablo, p. 59.
28 Manuel Prendes Guardiola señala la filiación de ideas con Los cuatro evangelios
inconclusos, de Zola.
29 Federico Gamboa, Novelas, p. 342. El léxico médico o científico se manifiesta en las
siguientes citas: “estaba enfermo [Carlos Winterhall] sentía jaqueca y náuseas, un positivo
malestar.” Federico Gamboa, El evangelista, 143. O bien :“el placer es un libro voluminoso, cuya
lectura enferma a la larga, pero cuyas páginas andan llenas de asuntos y grabados encantadores”,
“el síntoma de la verdadera pasión femenina es una pasividad hechicera y noble”, “la suprema
belleza es como un desinfectante que ha de purificar y borrar hasta las deformidades morales”
Gamboa, Novelas, en Apariencias, pp. 213, 87, 94; “¿Para qué servía el linajudo pasado? Para
parar en la degeneración, en el aborto sociológico [...]?” Ibidem, cita de Metamorfosis, p. 493.
En Metamorfosis:
En Santa:
De fijo que sor Noeline tenía calentura, sentíase arder [...]. Cuando de
nuevo alzó la cara, advirtió que la lamparilla se extinguía; y antojándo-
sele de súbito que la flama de la veladora respresentaba su existencia
monástica, y que si esa débil flama se extinguía antes de que amane-
ciese, ella, sor Noeline, era perdida, apresuróse a alimentarla. Pero ¿con
qué? [...] Si con sangre ardiera, sacaría la suya, una poca, la indispensable
para hacerla durar... Y siempre a medio vestir, buscaba algo que supliese
el aceite [...].
Su alucinación persistía, y la lámpara acabábase en efecto, por lo que
sor Noeline resolvió subirse en el reclinatorio, que era bien poco lo que
le faltaba para alcanzar a la veladora. [...] encaramándose en él, comenzó
a derretir la estearina de la vela en la mismísima flama trémula, de pun-
tillas en el cojín, en fatigante postura, muy empinada y en alto uno de
los brazos, mientras con la otra mano se apoyaba en el reborde supe-
rior del reclinatorio [...]. Sor Noeline , en sus ansias, no advirtió que
44 Ibid., p. 831.
46 Ibid., p. 476. En esta cita se narra el despertar, más adelante se describe el sueño de
las niñas: “Como la infancia sólo inspira ideas buenas, como en el dormitorio flotaba una
atmósfera de quietud de Cielo, ni quien advirtiese las repentinas desnudeces de aquellas
mujeres futuras, que en su sueño mostraban pedazos de espalda, brazos doblados o piernas
estiradas”, p. 617.
47 Recordemos aquí el poema “Tu cabellera”, de Manuel M. Flores; así como el cuento
“La cabellera” de Guy de Maupassant, y el poema en prosa Un hemisferio en una cabellera
de Charles Baudelaire, en los cuales la cabellera negra y rizada resulta irresistible para los
personajes como símbolo de la muerte, hecho que se consuma en la novelita Salamandra del
mexicano Efrén Rebolledo publicada en 1915, donde Eugenio León, su protagonista se ahorca
con la cabellera negra y sedosa de la mujer fatal a quien idolatra.
Ante esta imagen el hombre ya no se mira como hijo dilecto de Dios, nace
de un “fisiológico evento”,52 los misterios de la carne se columbran profundos:
vida-muerte; salud-enfermedad; corrupción (en ambos sentidos, de putrefac-
ción y de corrupción moral, en cronológica correspondencia) y lozanía.
La carne se revela como la materialización de los sufrimientos morales
que se albergan en el alma, en ella quedan las “huellas [que el] insomnio y las
caricias les habían dejado en el rostro”53 Esto en lo que de cientificismo y de
naturalismo hay en la prosa gamboana, alma y cuerpo no son independientes,
en éste se muestra ineludiblemente aquélla, influencia positivista sin duda,
aprendida de los maestros franceses, pero es justamente en tanto instru-
mento de alma y sus dolencias que la carne cobra una dimensión simbólica.
El imperio de lo sensual lo comparten la carne y el sentimiento, lo que
señala, personalmente, un claro vaso comunicante con el eros negro del deca-
50 Ibid., p. 212.
51 Ibid., pp. 489-490.
52 Ibid., p. 487.
53 Ibid., p. 75.
empuja, el amor que desean alcanzar y conservar. Carne y alma juntas, razón y
emoción, quizá por eso mismo Gamboa se considerara realista, pues el mundo
—ese continuum inaprensible en su totalidad— no es todo leyes físicas y deter-
minantes, ni todo emoción, sino una mezcla dolorosa, triste, una mezcla de
sentimientos y pensamientos, porque “¿qué es el hombre en la naturaleza? Una
nada frente al infinito, un todo frente a la nada, un medio entre nada y todo”,61
en eso radica su miseria que Gamboa hace padecer a sus personajes.
77 Ibid., p. 21.
78 Ibid., p. 31.
Hay que señalar que el teatro gamboano tiene profusas marcas literarias,
pueden leerse como si fueran novelas, pues los apuntes a las escenas más que
especificaciones, son explicaciones de la escena y su hondura dramática de
forma paralela a la escenificación:
BIBLIOGRAFÍA
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WITTMANN, Reinhard, “¿Hubo una revolución en la lectura a finales del siglo
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