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Así, como primera gran cuestión, hay que indicar que el concepto de Derecho
político conlleva, necesariamente, el estudio de una relación dialéctica entre
Derecho y política; más específicamente, entre el sistema de normas jurídicas,
por un lado, y el proceso político llamado a ser regulado por aquellas, por el
otro. Aquí el término dialéctica (contraposición sintética) se emplea, al igual
que Hegel, como fusión de los contrarios (tesis + antítesis = síntesis). Donde
el Derecho representa lo racional (tesis), el deber ser, y el poder político
representa lo irracional (antítesis), esto es el ser. Así, el Derecho político viene
a ser una entidad superior (síntesis) de la fusión de dichos contrarios, vale
decir, la síntesis entre el Derecho y la política, más concretamente el conjunto
de normas llamadas a regular la vida política de una sociedad, que busca
esencialmente limitar –racionalizar jurídicamente- el poder; de ahí que se
plantee, en esta relación de regulación, que la Constitución es un límite al
poder.
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cualquier Estado constitucional, sino el Estado constitucional democrático,
como verdadero fundamento del Estado de Derecho.
Ahora bien, para precisar mejor el ámbito de acción del Derecho político y su
vinculación con el Derecho constitucional, se debe abordar la problemática de
las dos grandes ramas del Derecho, esto es, el Derecho público y el Derecho
privado.
El Derecho público es aquel sector del ordenamiento que regula el ejercicio del
poder del Estado, vale decir, las relaciones entre los poderes estatales entre sí
y su relación con los ciudadanos, centrado en la obtención de los intereses
comunes. A su vez, el Derecho privado, por exclusión, serían aquellas normas
que regulan las relaciones entre individuos privados, en defensa de sus
intereses particulares. Interés común y poder del Estado aparecen, pues, como
las grandes diferencias entre el Derecho público y el Derecho privado. En el
ámbito del Derecho público, por regla general, solamente se puede realizar lo
que las normas autorizan, por ende su contenido es obligatorio para los entes
públicos, como principio de vinculación positiva (por ejemplo, art. 32 de la
Constitución). Al contrario, en el Derecho privado los actores pueden efectuar
todo aquello que no esté prohibido por la norma, primando, por ende, el
principio de la autonomía de la voluntad (por ejemplo, art. 1545 del Código
Civil), como principio de vinculación negativa.
-Dº político
-Dº constitucional
DERECHO -Dº internacional público
PUBLICO -Dº penal
-Dº procesal
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la política” y la política señala “yo me gobierno sola”. Como consecuencia de
esto, el proceso político tenderá a dirigirse solo y el Derecho se encontrará con
la dificultad de controlar el poder que, a su vez, es el mentor del proceso
político; todo lo cual con el objeto de imponerle un criterio racional a lo
irracional que es el poder. Sin embargo, hay que manifestar que en toda
sociedad estatal es imposible juridificarlo todo, ya que hay espacios políticos,
de actividad o decisión, que escapan de la juridicidad, cuestión que en última
instancia no es negativa, pues con ello se dinamiza el sistema político, que –
como se verá- siempre es un proceso contínuo y conflictual en las sociedades
democráticas.
Por ello se ha dicho que el poder siempre tenderá a crecer sin límites y el
sustento del mismo viene dado por un mayor poder. De ahí la celebre frase de
Lord Acton que decía “el poder tiende a corromperse y el poder absoluto tiende
a corromperse absolutamente”. Pero a su vez existe un contrasentido, ya que
el Derecho como tal no podría imponerse sin la existencia del poder, el cual
claramente tiene un fuerte componente de dirección y orientación, necesario
para la actividad política.
-En primer lugar, por intermedio de una Constitución democrática, esto es,
aquella que en su origen refleje la legitimidad del pueblo y en su contenido
garantice los derechos fundamentales de los individuos.
- Conjunto de normas.
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- Conocimiento del conjunto de normas.
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Ver texto, que se adjunta, de Luís López Guerra, Introducción al Derecho
Constitucional, pp. 16-26.
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La sociedad, en general, se puede definir como una organización social a la
cual se le agregan un conjunto de creencias colectivas. De esta definición, se
desprenden los dos elementos constitutivos de la sociedad: un elemento
objetivo (la organización social); y un elemento subjetivo (el conjunto de
creencias colectivas).
Ahora bien, el interrogante que surge en esta temática es el siguiente: ¿en qué
circunstancias una sociedad se transforma en sociedad política? Cuando la
organización social y las creencias colectivas poseen una dimensión política,
esto es, cuando está bajo una autoridad en común. En consecuencia, se puede
definir la sociedad política como un grupo de habitantes que viven bajo una
autoridad suprema.
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Dentro de las teorías sobre el origen de la sociedad política se destacan
esencialmente dos grupos: por una lado, la teoría aristotélica o naturalista y,
por el otro, las teorias contractualistas o pactistas.
Hay que tener en cuenta, como indica Victoria Camps, que “en la filosofía
griega, todo conduce a considerar al hombre como un ser que no vive
exclusivamente para sí mismo, sino para y entre sus semejantes”. De ahí que
Aristóteles empieza su obra La política de la siguiente forma: “Vemos que toda
ciudad es una comunidad y que toda comunidad está constituida con vistas a
algún bien”. No debería haber conflicto entre el bien de la comundad y el bien
del individuo, porque el bien del individuo es, precisamente, concebirse y
aceptarse como ciudadano. Todas las cosas tienden hacia un bien, había
escrito el mismo Aristóteles en la Ética a Nicómaco, y el bien último y final es
el que determina la política porque regula la vida de los ciudadanos y fija las
normas que han de asegurar su bien. Definir en qué consiste ese bien que
todos los humanos deberían perseguir para vivir correctamente en comunidad
ha sido, desde los griegos, el objetivo de la filosofía política.
Como es común en los griegos, comparte una definición comunitaria del ser
humano. Sin embargo, posteriormente, la autarquía, que es la forma griega de
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la libertad individual, empieza a sobresalir como valor supremo, en donde
comienza a sobresalir la figura del “individuo soberano”, de ahí que lo que
comienza a importar es preservar la libertad, puesto que sentirse libre es lo
importante. Posteriormente, especialmente a partir del Renacimiento, la
individualización de la ética marca el desarrollo del pensamineto libre que será
el punto de partida de la modernidad. Finalmente, el pensamiento centrado en
el individuo choca con la realidad del poder político –poder absoluto- que
aparece como injustificable por parte de quien se reconoce como núcleo de
libertades.
Para analizar estas teorías hay que distinguir claramente dos momentos: el
estado de naturaleza y la organización política emanada del pacto social.
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Dentro de esta perspectiva Hobbes decía que el hombre estaba determinado
para la guerra y sólo subsistían los que ganaban dicha guerra, es decir,
predominaba la ley del más fuerte. Para Hobbes el estado de guerra –estado
de naturaleza- es una ficción, pero una ficción que se haría real si no existieran
la ley de la espada, que obliga a cumplir esa ley. “La guerra y yo somos
gemelos”, confiesa Hobbes, viendo en las guerras civiles de su tiempo la
amenaza constante de la vuelta al estado de naturaleza. Cierto que existen
unas leyes naturales, pero son insuficientes para garantizar la seguridad de
todos y cada uno. De ahí la necesidad de transferir el poder al Estado o
Leviatán (es “un hombre artificial creado por los hombres” para conseguir la
paz y conservarse a sí mismo). El Leviatán es un monstruo de traza bíblica,
integrado por seres humanos, dotado de una vida cuyo origen brota de la
razón humana. El estado natural encuentra su origen en el miedo y en la
necesidad de dominarlo; la idea central del estado artificial se fundamenta en
la esperanza y en la confiada seguridad de la paz (temor/esperanza). Esta
teoría la plantea en su obra El Leviatán de 1651.
b) Locke: plantea una tesis menos pesimista del hombre dentro del estado de
naturaleza, sosteniendo que las personas son esencialmente libres y se rigen
por una ley natural que ayuda a regular su conducta. No obstante esto, existen
hombres que no cumplen dicha ley natural y tratan de imponer la ley del más
fuerte; pero, el sentido inherente a todos los hombres, lo obliga a pactar una
determinada forma de organización política. Locke plantea esta tesis en su
obra Dos Tratados del Gobierno de 1690.
A) Hobbes: no obstante sostener una tesis pesimista del hombre, plantea que
el alma humana tiene dos principios que la sostienen: la razón y la
autoconservación (el individuo se quiere a sí mismo, quiere ser libre, es
ambicioso y teme a la muerte).1 Estos dos principios impulsan al hombre a
pactar una forma de organización política, que ayude a solucionar sus
problemas de convivencia social (la racionalidad le obligan a pactar con su
1
Son a criterio de Hobbes tres causas principales de discordia entre los hombres: “Primera, la competencia;
segunda, la desconfianza; tercera, la gloria. La primera causa impulsa a los hombres a atacarse para lograr
un beneficio; la segunda, para lograr seguridad; la tercera, para lograr reputación(...)”.
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semejantes y a delegar poderes en un poder central que es el poder político).
En este pacto el hombre renuncia al derecho de hacerse justicia por si mismo y
cede al Leviatán la totalidad de sus derechos. En esta cesión el hombre no se
deja ningún derecho, por lo que carece en el estado político de ellos, es decir,
no tiene derechos individuales. El Leviatán (Soberano), por ende, es un
monarca absoluto del cual dependen los hombres. Luego, la forma de gobierno
que propone Hobbes es la Monarquía Absoluta.
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c) Rousseau: como ya se ha adelantado, Rousseau planteaba que al hombre la
sociedad lo corrompe, este autor concibe la sociedad política como una
convención inevitable ya que, como expresa textualmente, “llegados a un
punto en que los obstáculos que perjudican a su conservación en el estado de
naturaleza logran vencer a la fuerza que cada individuo perecería si no
cambiase de manera de ser”; luego, sigue Rousseau, “el hombre debe
encontrar una forma de asociación que defienda y proteja de toda fuerza
común a la persona y a los bienes de cada sociedad y por virtud de la cual
cada uno uniéndose a todos no obedezca sino a sí mismo quede tan libre como
antes”. Tal es el problema fundamental respecto del cual pretende dar solución
el “Contrato social”, de ahí que para Rousseau la soberanía sólo radica en el
pueblo, esto hace necesario concebir la soberanía con la característica
específica de ser inalienable, haciendo al pueblo el único depositario de dicha
soberanía y a los ciudadanos, en particular, titulares de una 2da ava parte de
la misma.
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la voluntad general, de la misma comunidad instituida en cuerpo político, con
ello, también, aspira a recuperar la dimensión pública de la libertad.
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Estado ve Hegel la reconciliación de la voluntad individual y la voluntad
general, pues el Estado representa “lo racional en sí y para sí”, el triunfo de la
razón sobre las diferencias que separan y distancian a los individuos.
Tendrá que llegar Marx –prosigue Victoria Camps- para descubrir la gran
mentira que esconde el idealismo hegeliano. La división entre sociedad civil y
sociedad política o Estado, la división entre los intereses privados y públicos,
es falsa. El Estado no es la reconciliación y el fin de las falsas conciencias. Pues
ningún Estado empírico es, de hecho, la representación de lo universal. Al
contrario, en una sociedad donde las relaciones de producción son
profundamente desiguales, el Estado no es más que el reflejo de los intereses
dominantes. Para Marx el Estado es tan clasista como lo es la sociedad civil
burguesa, donde las desigualdades y la explotación impiden la verdadera
libertad. Mientras se mantenga la estructura económica capitalista y la división
de clases que genera, los aparatos del Estado sólo serviran para mantener y
consolidar la desigualdad. Como algo veremos más adelante, Marx va
demasiado lejos, ya que contra lo que él creyó, la historia no lleva a la
desaparición del Estado, pues el Estado es un artificio necesario, sobre todo
para corregir los desmanes de una economía que, por otro lado, es la que
mejor ha demostrado respetar las libertades. El modelo liberal anglosajón se
ha desarrollado con un socialismo que está ya muy lejos del extremismo
anunciado por Marx. Hemos vuelto, desde mediados del siglo XX, a las teorías
del contrato, como fundamento filosófico de una filosofía política que acepta el
capitalismo y propone como modelo de justicia el Estado interventor. John
Rawls es el principal valedor de esta teoría que defiende, al mismo tiempo, el
principio de la libertad igual para todos, y el principio de una igualdad de
oportunidades directamente dirigida a mejorar la situación de los que viven
peor. Son los principios que estructuran el Estado de bienestar. Sin embargo,
en la actualidad, en lugar de propugnar la identidad de la sociedad civil y la
sociedad política, como quería Hegel, lo que hoy se propugna es la necesidad
de mantener la separación entre ambas. El Estado de bienestar ha acabado
siendo un Estado insuficiente para atender a todas las necesidades, y, además,
paternalista: los individuos que viven bajo su poder se vuelven irresponsables
por lo que hace a los intereses comunes. Por último, aunque el modelo que
parece funcionar mejor, en orden a preservar las libertades, es el liberal –o el
socioliberal-, muchas de las críticas de Marx a un Estado que protege sólo a los
más poderosos y a las clases dominantes siguen siendo válidas.
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tradujo al castellano esta obra no es preciso, ya que el termino inglés
empleado por Rawls “fairness” implica mas bien la idea de rectitud, de
ecuanimidad, lo que no es lo mismo que imparcialidad.
En una obvia puesta al día de las viejas teoría del contrato social, Rawls hace
depender la justicia y el orden político justo de una decisión democrática
colectiva previa a la entrada en liza de nuestras pasiones, estrategis e
inclinaciones en la vida real. Se trata, como encasi todas las teorías del
contrato, de una ficción, pero es una ficción poderosa, pues intriduce un
criterio eficaz en la determinación de las leyes justas. No se trata solamente de
una argumentación filosófica sin asidero en situaciones vividas. Las leyes
justas no tienen por qué medirnos a todos por el mismo rasero. Una
comunidad de gentes libres puede decidir qué desigualdades son admisibles
(por ejemplo las atribuibles a mérito o a gustos estéticos que a nadie dañan u
ofenden) y cuáles no. Para ello es crucial que las personas hagan abstracción
de sus propias posiciones ventajosas y que adopten, metodológicamente, el
velo de la ignorancia. Ésa es la garantía de la imparcialidad.
Este autor cree que gracias al “fairness” las personas deben cumplir el rol que
les asignan las reglas de las instituciones, a fin de que sean justas o
ecuánimes, es decir, que satisfagan los dos principios de justicia y que,
además, hayan aceptado voluntariamente los beneficios que esas instituciones
proporcionan y las oportunidades que ellas ofrecen para lograr sus intereses
propios. Para Rawls los dos principios de justicia son:
1.- Cada persona debe tener derecho al mayor grado de libertad posible pero
que, a su vez, sea compatible con la libertad de otras personas.
2.- Las desigualdades sociales y económicas han de ser adecuadas para hacer
posible otra libertad.
Rawls piensa que en todas las sociedades está presente lo que él denomina “la
estructura básica”. Esta estructura se identifica con la Constitución Política del
Estado y con los principales acuerdos y planes sociales y económicos. Por
ejemplo, para Rawls en un Estado democrático liberal y representativo se
deben necesariamente resguardar ciertas libertades fundamentales como parte
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de esta estructura básica (la libertad de pensamiento, conciencia, etc.). Por
esta razón, la justicia como “fairness” es una concepción política de la justicia
y no una concepción puramente filosófica, y más específicamente una forma
de liberalismo político. De ahí los intentos de Rawls por el estudio del
liberalismo político y poder de esa forma avanzar en su teoría de la justicia
hacia una dimensión más política y, a su vez, poder diferenciarse de otras
doctrinas liberales.
Por último, hay en Rawls una síntesis entre los principios liberales, por una
parte, y los igualitarios y redistributivos, por otra. En efecto, este autor pone
en el centro de su pensamiento la inviolabilidad de los derechos humanos y
civiles, el derecho del ciudadano a pensar y definir lo que es justicia y a
intervenir democráticamente para que se haga realidad. En ese sentido Rawls
concede prioridad y soberanía a lo justo, lo conforme a Derecho, por encima de
lo que alguien puede describir como meramente bueno. (Bueno ¿para quién?
¿para quién lo define según su propia conveniencia?) “La justicia es la primera
virtud de toda institución social” sentencia Rawls. Todo bien injusto no puede
justificarse racionalmente porque no reúne las condiciones que impone la
posición de partida, el “velo de la ignorancia” inicial.
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1. Origen etimológico y la base social de las élites y las masas
El término política proviene del griego polis, es decir, en este sentido la política
era toda actividad concerniente a la polis (ciudad-estado griega). Más
contemporáneamente, la política sigue siendo una actividad humana pero, eso
sí, encuadrada dentro de una forma societaria más compleja, heterogénea y
plural que la antigua sociedad griega.
El vocablo élite proviene de la obra que, con el título Los Sistemas Socialistas,
publicó a principios del siglo XX Wilfredo Pareto. Sin embargo, ya
anteriormente (en 1896), Gaetano Mosca se había ocupado del fenómeno
elitista. Este autor, en su obra Elementos de Ciencia Política, escribió lo
siguiente:
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Ahora bien, siguiente con la teoría de Gaetano Mosca, que diferencia entre dos
clases políticas: los gobernantes y los gobernados, éste plantea que el dominio
de la clase gobernante no se apoya exclusivamente en el necesario uso de la
fuerza, sino que los gobernantes elaboran una fórmula política que, sobre
bases morales y legales, legitima su poder y actúa como generadora del
consenso social. Solamente cuando la fórmula política se cuestiona, fenómeno
que coincide con la debilidad de los gobernantes para imponer los principios
sobre los que se asienta su dominio, se abre un período que puede culminar
con el acceso al poder de una nueva minoría. La democracia, para Mosca, es
simplemente la vía que permite el ingreso pacífico de individuos que proceden
de la masa desorganizada en la minoría organizada cuando se duda de la
legitimidad de la clase política existente.
Al igual que Mosca, Robert Michels se inscribe entre los elitistas clásicos que
conceden especial importancia al fenómeno organizativo. Michels trata de
averiguar las tendencias que subyacen al fenómeno organizativo y, en
especial, la viabilidad de que estas tendencias coexistan con la realización de la
democracia. Para ello centra su estudio en el análisis de las organizaciones
obreras, y más concretamente en el partido socialdemócrata alemán, y sus
conclusiones pueden resumirse en su fórmula de la “ley de hierro de las
oligarquías”, Según esta ley, toda organización tiende inexorablemente hacia
la oligarquía, es decir, hacia la dominación de una minoría organizada sobre
una mayoría desorganizada.
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es, principalmente, un “método político” y no puede constituir un fin en sí
misma, vale decir, se trata de una democracia –formalmente- procedimental o
instrumental, que excluye cualquier elemento finalista o de contenido, por ello
método y fin son compartimentos estancos. Dicho en otros términos, dentro de
esta noción elitista de la democracia, ésta se traduce en un conjunto de reglas
a través de las cuales se crean ciertas formas de convivencia que excluye
cualquier elemento normativo de la misma, vale decir, se trata de una
democracia procedimental formal, en ningún caso sustancial (como se plantea
en el sistema poliárquico de DAHL), donde se considera que el principal
acuerdo de los ciudadanos está en torno a ciertas reglas del juego y no una
comunidad de valores, ya que para este autor cada ciudadano tiene valores
distintos que persigue individualmente
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2. Definición y faces de la política
Ahora bien, la realidad política contiene una actividad y una relación, esto es,
se ponen de manifiesto dos faces conceptuales diferentes: la faz estructural y
la faz dinámica; esta última se subdivide en las ya mencionadas faz agonal y
faz arquitectónica.
Faz agonal. Esta faz consiste en la lucha por el poder (agon: lucha, guerra)
entre los adversarios políticos para lograr su conquista. La faz agonal, como
tal, no puede llegar a un estado de exacerbación, por cuanto si ello fuese así
en la sociedad política existiría un permanente caos, debido a las constantes
luchas electorales. Al hablar de faz agonal, necesariamente, hay que distinguir
entre generación democrática y no democrática de los gobernantes.
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cumplimiento de este mandato constitucional se dictó en el año 1987 la ley
orgánica nº 18.700 sobre votaciones populares y escrutinios. De acuerdo a la
Constitución y la ley orgánica en comento, para elegir el cargo de Presidente
de la República se aplicará un sistema de mayoría, con la posibilidad de una
segunda vuelta electoral; y en el caso de la elección de Diputados y Senadores
se aplicará el sistema binominal mayoritario (art. 109 bis). El debate sobre la
reforma del sistema electoral chileno, se plantea, sobre todo, respecto al
artículo 109 bis de la ley orgánica 18.700.
Faz arquitectonica: esta faz se traduce en el ejercicio del poder una vez que
este se ha conquistado, y los detentadores del poder (generalmente partidos
políticos) lo ejercitan a fin de cumplir su programa o proyecto político. Esto se
lleva a cabo en un sistema democrático con plena sujeción a las normas de un
Estado democrático y constitucional de Derecho.
3. El poder político
El estudio del poder político se realiza dentro de este capítulo por cuanto la
realidad política y específicamente la actividad política llevan implícitas el
fenómeno del poder. Así, por ejemplo, el autor Italiano Norberto Bobbio señala
que “el alfa y omega de la teoría política es el problema del poder, como se
conquista, como se conserva y como se pierde, como se ejercita, como se
defiende y como nos defendemos de él” (El tiempo de los Derechos de 1991).
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Como ya sabemos, este poder se ejerce dentro de la sociedad como una
relación de mando y obediencia, y se traduce en un control de los detentadores
del poder hacia los destinatarios del mismo; que no es otra cosa que el poder
de dirección u orientación de los mismos. Cuando se habla poder político se
hace referencia a un poder como verbo, es decir, expresa una acción o un
movimiento; pero, a su vez, el poder se manifiesta como un sustantivo que se
deriva del verbo y se traduce en la capacidad de, en la facultad de, o la
posibilidad de realizar un fin determinado. En este contexto, cuando
analizamos el término poder político, se está haciendo referencia al poder
como sustantivo.
El poder social, en general, es aquel detentado por algún grupo social o por la
sociedad entera (por ejemplo: el poder detentado por un grupo social, como la
Iglesia Católica, o el poder que se encuentra diseminado en toda sociedad y
comprende a todos los habitantes de la sociedad). A su vez, el poder político se
encuentra en estrecha vinculación con la sociedad política; la cual, como
sabemos, está conformada por un conjunto de ciudadanos que posee el
derecho a gobernarse por sí mismos y se traduce en dos aspectos relevantes:
el derecho a darse su propio estatuto jurídico (Constitución) y el derecho a
generarse sus propios gobernantes (es decir la sociedad política por voluntad
de sus miembros se colocan bajo una autoridad en común, que es una de las
características estructurales de ella).
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no se dan de una manera pura, sino que pueden estar combinadas; solamente
se plantea para efectos didácticos y de comprensión.
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Hay que hacer presente, por último, que no debe confundirse la legitimidad
con la legalidad. Por ejemplo, un régimen autoritario puede ser perfectamente
legal o constitucional, pero ello no lo transforma inexorablemente en un
gobierno legítimo. La legitimidad denota un consentimiento que, en última
instancia, le da “valor” al ejercicio del poder, es la manifestación de la
democracia en la estructura orgánico-constitucional del poder, que se va
revitalizando con su propio ejercicio. Al contrario, la legalidad es meramente
formal y objetiva, pues sólo representa el sometimiento del poder a la
juridicidad, desprovisto de cualquier elemento legitimador. No obstante, eso sí,
que puedan coincidir legitimidad y legalidad (juridicidad). El gobierno actual del
presidente Lobos en Honduras, es un ejemplo en donde la comunidad
internacional le exige recomponer su legitimidad a fin de obtener su
reconocimiento por los diversos Estados.
Al hablar de poder se está haciendo referencia a una dualidad, esto es, quien
lo detenta respecto a quien se ejerce y, a su vez, obedece dicho poder. Desde
la óptica del Derecho político lo importante es analizar el poder desde una
perspectiva democrática, es decir, el poder legitimado por el pueblo, el poder
que le otorga un derecho al gobernante a ejercerlo. Existen tres
particularidades sobre el poder que es necesario destacar:
-a) se refiere a los conceptos de detentadores y destinatarios del poder, que
son conceptos más amplios que el de gobernante y gobernado;
-b) en el día de hoy, particularmente dentro de un régimen democrático, se
vislumbra la clara relación entre gobierno y oposición, cuya misión más
importante dentro de este régimen es la de controlar el poder gubernamental,
es decir, una de las funciones básicas de la oposición es la de controlar las
acciones básicas del gobierno; y
-c) no es lo mismo hablar de disidencia que de oposición, la disidencia es
propia de un régimen autocrático, ya que el detentador del poder no reconoce
la existencia de ella y ésta existe independientemente de su voluntad; al
contrario, en un régimen democrático existe una oposición, la cual es
reconocida por el gobierno y en ciertos casos, como acontece en el Reino
Unido, se encuentra institucionalizada o de Derecho (La Oposición de Su
Majestad o también llamada “Gabinete en las Sombras”), liderada por el jefe
del partido opositor y se la ve como una verdadera alternativa de gobierno.
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dejando siempre la posibilidad a la oposición de mostrarse como una
alternativa en el poder. Además, en el contexto del régimen democrático la
oposición se puede clasificar en: oposición constructiva y destructiva. La
oposición constructiva es aquella que se realiza con el objeto de mejorar y
perfeccionar el sistema político, controlando a los detentadores del poder y
presentándose como una verdadera alternativa de gobierno (ej: una forma de
oposición constructiva se vio en el gobierno de Patricio Aylwin donde la
oposición y el gobierno llevaron a cabo una amplia política de acuerdos o
consensos; cuestión que quiere revitalizar el actual presidente Sebastián
Piñera). La oposición destructiva, en cambio, es aquella que tiene por objeto
obstaculizar y entorpecer el funcionamiento del sistema político, busca
erosionar y deteriorar la imagen y función del Gobierno, y a partir de ello
pretende mostrarse como una alternativa en el poder. En Chile, durante el
período de Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende se aplicó esta política de
oposición destructiva, empleándose célebres frases como “no te vamos a dejar
pasar ni una” o “te negaremos la sal y el agua”, entre otras. Dentro de la
oposición destructiva están los llamados partidos antisistemicos, es decir,
aquellos partidos que pretenden alterar o destruir el sistema político imperante
(por ejemplo, partidos neo-nazi o los anarquistas en Europa).
Ahora bien, dentro de las características del poder estatal se menciona que es
soberano, es decir, se trata de un poder que no admite la coexistencia de
ningún otro poder igual o superior, ya sea en el ámbito interno o externo; es lo
que se denomina como soberanía estatal. Dentro de las características de la
soberanía, se destacan su carácter absoluto e ilimitado; sin embargo, en la
actualidad estas características no se presentan con la claridad necesaria,
particularmente en su relación con el orden Internacional.
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esta razón en la actualidad ningún país es absolutamente soberano en el
ámbito de los Derechos Humanos. Por ejemplo, nuestro país el 5 de enero de
1991, publicó en el Diario Oficial el Decreto nº 873, que ordenó cumplir en
todas sus partes La Convención Americana de Derechos Humanos, también
conocida como “Pacto de San José de Costa Rica”, que fue aprobado en la
Conferencia de Estados celebrada en San José el 22 de Noviembre de 1969.
Antes de la entrada en vigor de dicha convención internacional, en Chile se
realizó una importante reforma constitucional en el año 1989, reforma que,
entre otros asuntos, modificó el art. 5º, inciso 2º, de la Constitución. Este
artículo, antes de la reforma, reconocía como limitación al ejercicio de la
soberanía los derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana; a
partir de la reforma, se le agrega: “Es deber de los órganos del Estado
respetar y promover tales derechos, garantizados por esta Constitución, así
como por los tratados internacionales ratificados por Chile y que se encuentren
vigentes”. Según la doctrina mayoritaria de los constitucionalistas, los tratados
internacionales que contengan Derechos Humanos son parte del contenido
material de la Constitución, y, como tales, directamente aplicables a los
podesres públicos y a los particulares.
Cuando hablamos de las faces de la política digimos que tenía dos caras: faz
agonal y faz arquitectónica. Las cuales de un modo simultáneo, y dentro de un
proceso dinámico, describen la dialéctica del proceso político (entendiéndose
por procesio político, la actividad política ordenada, concatenada hacia un fin
determinado); la cual para ser comprendida se debe analizar dentro del
contexto de un régimen democrático y de un régimen no democrático.
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Cabe señalar sobre este tema, que el cambio es consustancial a la propia
existencia de la sociedad; es lo que se denomina en sociología como dinámica
social o cambio social. Característica que, a su vez, pone en evidencia una
sociedad en permanente conflicto (es decir, el sistema democrático es
esencialmente conflictual, de donde precisamente emana su dinamismo y
complejidad), el cual pretende generar el consenso necesario para lograr su
solución. Por ello, conflicto y consenso son también dos constantes de la vida
social democrática.
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2. Cómo se enfrenta y resuelve un conflicto en un sistema no democrático
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A principios del siglo XVI comienza a utilizarse el término Estado, para
hacer referencia a algunas sociedades políticas territoriales y soberanas que no
reconocen ningún poder que no sea ellas mismas. También surge el Derecho
Internacional Público, con la relación de sociedades políticas de igual categoría
llamadas Estados.
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Valores como la libertad y dignidad de todos los hombres, la confianza en el
progreso, la soberanía nacional, la división de los poderes, el imperio de la ley
y la representación política.
Hay que recordar del mismo modo que la propia formulación del Estado de
Derecho en los comienzos del siglo XIX se produce en un contexto histórico
concreto, el de un liberalismo que propugnaba, por ejemplo, unos derechos
predemocráticos propios de la burguesía de la época. No son derechos
económicos ni sociales, ni se extienden a toda la población.
Cabe tener presente que el Estado liberal o clásico de Derecho nace como
una consecuencia de la lucha de la burguesía emergente contra las monarquías
absolutas. Su objetivo principal fue establecer un claro ámbito de las libertades
individuales a fin de limitar el poder estatal. El Estado liberal, filosóficamente
es racionalista e individualista, políticamente liberal, y económicamente
plantea la existencia de un Estado abstencionista.
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que la corona estaba sometida al parlamento. Como indica este mismo autor,
se trataba de una forma tosca de gobierno de clase, que en el curso del siglo
XVII presentó uno de los peores abusos propios de ese tipo de régimen, pero
que a pesar de ello era, a su modo, representativo y que, en comparación a
cualquier otro gobierno europeo, podía ser calificado de liberal.
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individual; y todo lo que significara un menoscabo de lo libertad personal fue
vista con desconfianza e incluso prohibida (por ejemplo, se prohibieron las
corporaciones, o gremios, las congregaciones religiosas, todas las asociaciones,
etc.). La libertad liberal, en definitiva, fue concebida como una liberación de la
represión y de la arbitrariedad política, es decir, como una libertad frente al
Estado, o también llamada libertad negativa. Esta idea de la libertad se
traduce, como es lógico, en una concepción restrictiva del poder político, en un
gobierno mínimo, escasamente interventor en el ámbito social.
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profesor español Angel Garrorena, para definir a un Estado como social se
deben considerar los siguientes aspectos: 1º la corrección de las desigualdades
sociales; 2º la existencia de una regulación constitucional del proceso
económico y del estatuto de sus principales protagonistas; 3º el
reconocimiento de determinados derechos y libertades de contenido social; 4º
todo lo que se traduce, en fin, en la ampliación del ámbito funcional del
Estado, y con ello, la transformación estructural de la institución estatal
misma.
32
derecho no sea afectado y tutelar la preservación de la naturaleza”? Cualquiera
que sufra mínimamente los efectos devastadores de la contaminación de
nuestras ciudades, de nuestros bosques, sabe cuán imposible es de hecho que
dicho “derecho” se garantice a pesar de estas recogido en la Carta
Fundamental. Sucede además, que las demandas de los ciudadanos se
incrementan mucho más rápido que la capacidad del sistema político-
económico de satisfacerlas. Esa sobrecarga que pesa sobre el Estado tiene que
traducirse necesariamente en una deficiente, insuficiente, y a veces nula,
prestación de los servicios públicos. De ahí que hayan surgido críticos del
Estado social, particularmente del movimiento neoliberal, que preconizan la
retirada del Estado de muchos ámbitos socio-económicos y la vuelta al Estado
mínimo.
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afinidad. Es más, como indica este mismo autor, existe un campo en el que la
democracia y el Estado de derecho se solapan y cubren el mismo contenido: es
el del grado en que ambos se refieren a la libertad de los ciudadanos. En la
democracia –prosigue el autor citado- esto se pone de manifiesto en lo que
atañe a los derechos de libertad democrática (libertad de opinión, prensa,
información, reunión y asociación), que constituyen un soporte imprescindible
de la libertad de participación democrática. Ahora bien –continúa-, estos
derechos de libertad son también fin y contenido del Estado de Derecho,
aunque no lo sean, desde luego, como referidos específicamente a la formación
de la voluntad política, sino desde el punto de vista general del status de
libertad de los ciudadanos.
Dicho todo esto, por último, el interrogante que surge por sí solo es el
siguiente: ¿El Estado constitucional chileno es un Estado liberal o un Estado
social de Derecho? Para responder a este interrogante se debe partir de los
propios fundamentos del actual régimen constitucional chileno; que tiene su
punto de partida con la Declaración de Principios del Gobierno de Chile de 1974
y las Actas Constitucionales de 1976, ambas predecesoras de la Carta de 1980.
Que ponen en evidencia una ideología político-económica muy cercana –a mi
parecer- al Estado liberal. En efecto, constata en la estructura material y
dogmática de la Constitución una marcada corriente inspirada en la doctrina
neoliberal, cuyo predominio se manifiesta en una fuerte garantía del derecho
de propiedad (art. 19 nº 24) y de la libertad económica (art. 19 nº 21), donde
el recurso de protección, por regla general, excluye de su tutela los derechos
de contenido económico-social. Al respecto Raúl Bertelsen sostiene que los
derechos sociales son aspiraciones o expectativas reconocidas por la
Constitución a las personas, pero sin que sean verdaderos derechos subjetivos
reclamables ante el órgano jurisdiccional. Sin embargo, importantes autores
nacionales, como Alejandro Silva Bascuñan o José Luís Cea, expresan que la
Constitución refleja una postura lejana tanto del liberalismo como del
colectivismo, en consecuencia más cercana al Estado social. Todo ello ha
llevado a darle una lectura social a la actual Carta. En efecto, cuando en
nuestro sistema constitucional se hace referencia a los derechos sociales
(DESC), hay que tener presente que, por una parte, la actual Carta no los
reconoce expresamente (incluso le desconoce la calidad de derechos); pero,
por la otra, no impide el desarrollo de políticas sociales (art. 1º inc. 4º),
especialmente, por la vía normativa meramente legal, como ha ocurrido con la
salud, la seguridad social y la educación. Especialmente relevante es la lectura
social que se le está dando a específicos derechos de clara configuración
liberal, por ejemplo, el derecho a la vida, libertad de enseñanza, etc.
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