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Antonio Diéguez
Departamento de Filosofía
Universidad de Málaga
Tema 1
La ciencia en la Antigüedad
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Historia de la ciencia
Antonio Diéguez
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constelaciones que la distinguen con doce segmentos de treinta grados cada uno,
dándonos así los signos del zodiaco. Una vez definido, el zodiaco podía funcionar como
un práctico sistema de medida para trazar con exactitud los movimientos del Sol, la
Luna y los demás planetas, y como fuente de predicciones astrológicas.” (cf. Lindberg
(2002), p. 40). Esto se hizo, no a través de métodos geométricos, como hicieron
después los griegos, sino a través de métodos numéricos que extrapolaban las
observaciones pasadas al futuro. (p. 41).
Aun así, sin teorías físicas del cosmos, solo promediando datos no muy exactos
recogidos durante siglos […] lograron resultados notables [algunos de ellos sólo
mejorados en el siglo XIX]. Con sus procedimientos, lograron predecir las oposiciones,
estacionamientos y retrogradaciones de los planetas (cuando por efecto de la
perspectiva, parecen detenerse y retroceder por el Zodíaco). Con todo, que sepamos,
eso no llevó al desarrollo de doctrinas naturalistas sobre un cosmos de carácter divino.
[…].
Retrogradación de Marte
Aunque no nos han llegado textos, sin duda existió una práctica quirúrgica desde
el tercer milenio, dado que en el siglo XVIII a.C. se regula en el Código de Hammurabi
y otros anteriores. […] Lo que parece claro es que sus conocimientos anatómicos eran
burdos, y los fisiológicos imaginarios. (cf. Solís y Sellés 2005, pp. 41 y 27-29).
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enormes obeliscos desde las canteras hasta los lugares donde se erigieron, o llevar a
cabo el trabajo ulterior de alzarlos. Cada nuevo descubrimiento en arqueología egipcia
y babilónica aumenta nuestra admiración hacia esos logros científicos y técnicos que
alcanzaron su zénit cientos de años antes del nacimiento de la ciencia griega. Pero de
todos ellos no surge una imagen uniforme, ni los detalles separados coagulan para
formar un cuerpo único de pensamiento científico fundamentado en una doctrina
filosófica omnicomprensiva, sino que para ello hubo de aguardarse a aquel enfoque
científico del estudio de la naturaleza que sería creación de los griegos en el siglo VI.
Los griegos […] eran conscientes de la antigüedad del saber de los babilonios y
sobre todo de los egipcios, a los que atribuían el origen de la cultura, la escritura, las
drogas, las matemáticas y la astronomía. De los primeros sabios, Tales y Pitágoras, así
como de Demócrito y Eudoxo, se dijo que había viajado a Egipto, Mesopotamia e
incluso la India, donde aprendieron sus saberes. La novedad griega sería más bien de
carácter metodológico o filosófico, consistente en no tomar esa tradición como algo
revelado a repetir y conservar, sino como propuestas que se pueden defender y
justificar, sean mitos religiosos, terapias médicas o proposiciones geométricas. […]
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Tenemos aquí, ante nosotros, una aplicación del principio científico por el que
un máximo número de fenómenos debe ser explicado mediante un mínimo número
de hipótesis, o lo que puede ser considerado un criterio de simplicidad para una teoría,
si ésta lograra asentar el mayor número posible de hechos, mediante el menos número
posible de supuestos. (Sambursky (1990), pp. 26-7).
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Además de la escuela milesia, durante el siglo VI a.C. hubo otra gran escuela, la
pitagórica, originada en el otro extremo del mundo griego (Italia) y que tuvo muchos
seguidores durante un par de siglos y pasó a la historia bajo el manto del platonismo y
del neoplatonismo. No se conserva nada de Pitágoras, si es que escribió algo, lo que
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Uno de los problemas centrales de la filosofía natural griega fue el problema del
cambio, del movimiento en un sentido muy amplio.
Si la realidad última debe ser algo fijo e inmutable ¿es posible explicar, o
incluso aceptar, la realidad del cambio? ¿Es la estabilidad en el nivel de la realidad
última compatible con el cambio genuino en algún otro nivel? […].
Uno de los primeros filósofos en plantear este tema fue Heráclito, que ofreció
una grandilocuente proclamación de la realidad del cambio. Se atribuye a Heráclito el
haber afirmado que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río […]. Todo se
encuentra en estado de flujo. Heráclito también defendió que una condición de
equilibrio o estabilidad general puede ocultar el cambio subyacente en forma de fuerzas
en contrapesos o de lucha de opuestos. […].
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Empédocles defendía los sentidos contra el ataque de Parménides. Puede que los
sentidos no sean perfectos, decía, pero son guías útiles si se emplean con buen criterio.
[…] Los atomistas Leucipo y Demócrito dieron por sentado que el átomo individual es
absolutamente inmutable, de modo que en el nivel atómico no hay generación,
corrupción a alteración de ninguna clase. Sin embargo, los átomos están en perpetuo
movimiento, colisionando y juntándose; y a través del movimiento y de las
configuraciones de los átomos se produce la variedad sin fin del mundo de la
experiencia sensible. Por eso, según los atomistas, la estabilidad fundamental subyace
al cambio superficial; ambos están presentes, y ambos son reales. (Lindberg 2002, pp.
58-61)
3. LA ASTRONOMÍA GRIEGA
3.1. Platón
En el Fedro, Platón (427-347 a.C.) describe el universo como una esfera. En el Fedón,
la Tierra se sitúa en el centro de los cielos. Como no tiene mayor razón para caer
hacia un lado que para caer hacia otro, consiguientemente permanece fija en el medio.
El universo gira diariamente en torno a una esfera sin soporte, nuestra Tierra. Las
esferas de las estrellas fijas y de los siete ‘planetas’ están todas montadas sobre un eje
celeste. Sin embargo, Platón nunca señala que los planetas no se mueven en líneas
paralelas o que sus órbitas mantienen distintas inclinaciones con respecto a la eclíptica.
Ni siquiera se da cuenta de que sus órbitas no son paralelas al ecuador celeste, ni pone
en tela de juicio si los planetas se mueven o no con velocidad uniforme. […].
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pretendió que sus lectores tomaran literalmente la figura del Demiurgo es otra cuestión,
muy debatida, y quizás imposible de resolver. Lo que no es discutible es que Platón
quería afirmar que el cosmos es el producto de la razón y de la planificación, que el
orden del cosmos es un orden racional, impuesto desde fuera a los recalcitrantes
materiales.
Platón asociaba cada uno de los elementos con una de estas figuras –el fuego
con el tetraedro, el aire con el octaedro, el agua con el icosaedro y la tierra con el cubo.
Finalmente, Platón halló una función al dodecaedro (el sólido regular más próximo a la
esfera) al identificarlo con el cosmos como un todo.
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El universo platónico
Platón rara vez va más allá de enunciados generales acerca de los aspectos más
burdos del movimiento planetario. Aún así, el Timeo indica que las implicaciones [del
movimiento de retrogradación de los planetas] estaban haciéndose sentir. […] Ninguna
subordinación simple del movimiento planetario al de las estrellas, como el de Platón,
iba a ser capaz de domeñar semejantes vagabundeos. Al menos, no sin ideas mecánicas
radicalmente nuevas relativas a las relaciones del planeta con la esfera estelar. Aún
cuando Platón liga todos los movimientos celestes a la rotación de un poderoso eje
celeste, no nos ayuda lo más mínimo a visualizar cómo se explica, con esta hipótesis,
que los planetas se pueden mover a velocidades distintas (adelante y hacia atrás). […]
Aunque anteriormente a Platón era de sobra conocido [este hecho], [el problema de su
explicación] no se plantea seriamente hasta el Timeo. Anteriormente, los cosmólogos
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podían especular con absoluta libertad acerca de la arquitectura del universo. Ahora, los
matemáticos y filósofos estaban obligados a buscar un único explanans capaz de
armonizar las observaciones de los planetas y las estrellas, estableciendo sus relaciones
mecánicas en un orden inteligible. (Hanson 1985, pp. 51-52).
[Platón, al igual que los pitagóricos, por los que estuvo muy influido, otorgó
también un papel preeminente a las matemáticas]. Dado que [según Platón]
únicamente hay verdadero conocimiento de lo que no cambia, sólo es posible
captar racionalmente lo que permanece invariante en todo cambio, la ley. Pero lo
que la ley expresa son determinadas relaciones invariantes. Son precisamente esas
relaciones invariantes presentes en la Naturaleza, lo que el científico ha de
aprender y conocer.
1. Tanto los cuerpos celestes como la Tierra tienen forma de esfera […].
2. El cosmos tiene forma esférica y, por tanto, es finito.
3. La esfera de la Tierra se halla en el centro de la esfera cósmica.
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[…]
Una manera fácil de interpretar estos datos ha sido disponer que se hallan
adheridas a una esfera, la cual gira constantemente sobre su eje, arrastrándolas. Ahora
bien, la aplicación de un principio de analogía puede llevar a suponer que, al igual que
las estrellas son trasladadas por una esfera en rotación, lo mismo sucede con los demás
cuerpos celestes. Así, cada uno de ellos estará situado en la cara interna de una esfera
transparente que gira en torno a la Tierra. Puesto que son siete los cuerpos celestes a
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alojar (cinco planetas, más el Sol y la Luna), siete serán las esferas que los contengan.
[…].
Se presenta, en consecuencia, una ardua tarea que según la tradición habría sido
encomendada por Platón a los geómetras. No parece, sin embargo, que fuera formulada
por él mismo sino por un discípulo suyo, Eudoxo de Cnido (408-355 a.C.). […]
1 . P. Duhem, . Essai sur la notion de théorie physique de Platon à Galilée. Paris: J.
Vrin, 1990, (1ª ed. 1908).
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el universo conocido estuviera formado realmente por esas esferas, bastaba con que su
movimiento fuera del tipo metafísicamente permitido y con que las posiciones relativas
de los cuerpos celestes concordaran en un grado suficiente con las posiciones
observadas. El modelo era una herramienta matemática, no una representación de la
realidad física. Utilizaba tres esferas para reproducir los movimientos de la Luna y el
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Sol –ya que no tenían movimientos de retrogradación– (una esfera para el movimiento
diario; otra, en sentido contrario, para el movimiento anual del Sol y cada mes de la
Luna a lo largo de la eclíptica, y una tercera para la desviación del Sol y de la Luna con
respecto a la línea de la eclíptica (en el caso del Sol esta desviación es despreciable) y
cuatro esferas para cada uno de los otros cinco planetas (además de las dos primeras, la
de revolución diaria y la que gira con la duración del “año” de cada planeta –la vuelta
completa al zodíaco– dos esferas más girando en sentido contrario para reproducir el
movimiento de retrogradación dando lugar a una curva llamada hipopeda). En total, 27
esferas, contando la de las estrellas. El modelo de Eudoxo permitía explicar los
movimientos aparentes de los planetas, incluido el de retrogradación, pero sus
principales problemas eran que no explicaba las diferencias observables en el brillo
de los planetas (Mercurio y Venus brillan más cuando retrogradan) ni de la variación
en el tamaño aparente de la Luna, ya que todos ellos permanecían siempre a la
misma distancia de la Tierra; no era sistemático (no integraba todos los planetas en un
solo sistema); no explicaba la variación de la velocidad en el giro de los planetas; y
no era capaz de predecir con exactitud la posición de los planetas (la curva descrita
por cada planeta según el modelo de Eudoxo era sólo una aproximación al tipo de curva
que los planetas realmente describen).
2 . C. f. P. Duhem, Le Système du Monde, 10 vols. (1913-1959), Paris: Herman, 1974, vol. I, p. 126., y S.
Sambursky, El mundo físico de los griegos, (trad. M. J. Pascual Pueyo), Madrid: Alianza, 1990, pp. 83-84. N. R.
Hanson corrobora esta opinión sobre Eudoxo en el detallado análisis que hace de su modelo de esferas. "El
esquema de Eudoxo –afirma– no es sistemático en absoluto, [...]. Puede tratar los movimientos de los planetas uno
cada vez, pero nunca todos juntos. Esto no constituye ni un sistema cosmológico ni un sistema astronómico
siquiera. Esa maquinaria se considera como un producto imaginario que puede dar cuenta de los movimientos de
los planetas, pero que no permite una representación cosmológica integrada de todos los cuerpos celestes a la vez
ni de sus relaciones espaciales compuestas con la tierra. Los cálculos de Eudoxo relativos a un planeta tampoco
dependen ni están conectados con los relativos a cualquier otro cuerpo celeste. El esquema en su conjunto no es
fundamentalmente más que un expediente calculístico para Eudoxo". Hanson, Constelaciones y conjeturas, (trad.
Carlos Solís), Madrid: Alianza, 1985, p. 62.
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Para la segunda tradición, sin embargo, este método matemático era insuficiente
y necesitaba ser completado con el método físico. En efecto, cuando de lo que se trata
es de encontrar hipótesis empíricamente adecuadas para ciertos fenómenos, hipótesis
que sirvan para calcularlos y predecirlos sin más, el elenco de posibilidades es muy
variado, por no decir infinito. Los movimientos aparentes de los astros, por ejemplo, se
pueden salvar mediante diversas combinaciones de movimientos circulares y
uniformes.
Hubo, pues, quienes vieron necesario utilizar algún criterio para seleccionar las
hipótesis, y qué mejor criterio que la propia realidad de las cosas. Una hipótesis
matemática capaz de salvar los movimientos aparentes de los cuerpos celestes no
debería ser aceptada en atención a ese mérito sólo. Los cuerpos celestes tendrían
además que poseer las propiedades, y moverse realmente según los mecanismos,
que la hipótesis postulaba. Calcular correctamente la posición de un planeta sería
sólo una parte de la tarea del astrónomo, la otra consistiría en averiguar los
procesos físicos que determinan esa posición y que sirven para explicar por qué el
planeta está en ella.
3 . Hanson, Op. cit., p. 99. Cf. Sambursky, Op. cit., pp. 83-85.
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Pero el modelo de las esferas, en su formulación aristotélica, tuvo que rivalizar pronto
con una nueva respuesta al problema platónico, otro modo de salvar las apariencias con
movimientos circulares. No se puede situar con exactitud el origen del modelo de los
epiciclos. Ptolomeo atribuye su invención a Apolonio de Perga (siglo III a. C.), si bien
probablemente es anterior. En cualquier caso, Hiparco de Nicea (siglo II a.C.) fue
quien lo perfeccionó y difundió. Dicho modelo tropezó con el peso de la opinión
aristotélica y con la simplicidad del modelo de las esferas, pero la exactitud en la
correspondencia con las observaciones jugaba de su lado y le propició una favorable
acogida y una amplia utilización, convirtiéndose más tarde con la obra de Ptolomeo en
un instrumento de predicción bastante satisfactorio. Tal como explica Duhem, ya “al
final de la vida de Aristóteles, en tiempos del reinado de Alejandro, se conocían las
variaciones que experimentan los diámetros aparentes de diversos astros errantes; se
sabía que en su movimiento ninguno de estos astros permanece a una distancia
invariable de la Tierra; se había concluido de esto que la hipótesis de las esferas
homocéntricas estaba condenada y que hacía falta recurrir a otras hipótesis para salvar
las apariencias”. Una de esas hipótesis fue justamente el modelo de los epiciclos de
4
4 . Duhem, Le Système du Monde, vol. I, p. 404. Las apariencias conocidas que el modelo de las esferas
homocéntricas no salvaba eran esencialmente la variación en el brillo de Venus y Marte, la variación del diámetro
aparente de la Luna y la existencia de eclipses solares unas veces totales y otras sólo anulares. Todo ello resultaba
inexplicable si se suponía que los astros permanecen fijos en sus esferas a una distancia constante de la Tierra.
Fue, por tanto, el entronque del modelo de las esferas con la física aristotélica, y la posibilidad de ser construido
como un modelo real, lo que permitió su supervivencia más o menos marginal.
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[Un primer hecho que se intentó explicar mediante estos recursos fue el de la
anomalía zodiacal del Sol, es decir, la desigual duración de las estaciones (el Sol tarda
seis días más en pasar del equinoccio de primavera al de otoño que del de otoño al de
primavera)]. [Esto] puede resolverse [de la forma más simple, es decir, apelando a
menos movimientos] postulando […] que la órbita circular de este astro no es
concéntrica sino excéntrica a la Tierra y a la esfera de las estrellas.
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dar cuenta del comportamiento de todos y cada uno de los cuerpos celestes. El nuevo
modelo geométrico, en cambio, parece quebrar esa armonía desde el momento en que
se sirve de supuestos distintos: excéntricas y epiciclos. Su restablecimiento únicamente
puede venir por vía matemática, lo cual no permite la unificación del cosmos desde el
punto de vista físico. El hecho es que [Apolonio e Hiparco], en efecto, establecerán la
equivalencia formal entre la hipótesis de los círculos epiciclo-deferente de rotación
distinta y la hipótesis del círculo excéntrico. […]
Resulta que los “bucles” o “lazos” que como consecuencia [del movimiento de
retrogradación] describen [los planetas] en el Cielo no son todos iguales en forma o
tamaño, ni se distribuyen uniformemente a lo largo de la eclíptica, lo que quiere decir
que el movimiento de los planetas sufre serias variaciones. La introducción de la
excentricidad del círculo deferente resuelve parte del problema, pero no explica por qué
unos lazos son más anchos que otros. En definitiva, hay una asignatura pendiente
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[La conclusión de todo esto únicamente puede ser que] el sistema de círculos
epiciclo-deferente-ecuante viola un principio astronómico básico como es el de la
uniformidad de los movimientos alrededor de sus centros de rotación. […] Esta
cuestión alcanzará una enorme relevancia cuando, trece siglos después, Copérnico
aduzca como razón fundamental de la reforma astronómica la necesidad de eliminar el
ecuante a fin de restablecer la validez del principio de uniformidad. (Rioja y Ordóñez
1999, pp. 60-75).
El modelo de Ptolomeo
Las cosas se complican cuando hay que aclarar la posición de Ptolomeo (siglo
II d. C.) entre las tradiciones instrumentalista y realista de las que hemos hablado antes.
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Las diversas rotaciones sobre círculos concéntricos o excéntricos, sobre epiciclos, que es
necesario componer para obtener la trayectoria de un astro errante son artificios combinados
para salvar los fenómenos con la ayuda de las hipótesis más simples que se puedan encontrar.
Pero hay que guardarse mucho de creer que estas construcciones mecánicas tengan la más
mínima realidad en el cielo.6
5 . Esa simplicidad era sólo relativa. En realidad el sistema ptolemaico era bastante complejo. La leyenda recoge
que, al conocerlo por primera vez, Alfonso X el sabio comentó: "Si el Todopoderoso me hubiera consultado antes
de embarcarse en la Creación, le hubiera recomendado algo más sencillo". Por otro lado, el éxito del sistema de
epiciclos para encajar los movimientos aparentes de los planetas se torna menos sorprendente si se tiene en cuenta
que con las combinaciones adecuadas de epiciclos y velocidades de giro se puede obtener una variedad infinita de
curvas de simetría bilateral (elipses, ovoides, cicloides, etc.), y hasta trayectorias rectilíneas, triangulares y
cuadradas. Cf. Hanson, Op. cit., pp. 117-130.
6 . Duhem, ., p. 19.
7 . Cf. A. Koyré, Estudios de historia del pensamiento científico, (trad. E. Pérez Sedeño y E. Bustos), Madrid: Siglo
XXI, 1983, pp. 78 y 81-82.
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Desde entonces han sido muchos los historiadores que han cuestionado las tesis
de Duhem sobre las dos tradiciones en la astronomía griega. Se arguye contra ellas,
entre otras cosas, que es un anacronismo aplicar el concepto de instrumentalismo a las
doctrinas antiguas, que ningún astrónomo dejó jamás completamente de lado en sus
análisis los aspectos físicos, que el programa astronómico de “salvar los fenómenos” se
formuló en realidad bastante después de Platón y Eudoxo (probablemente se debe a
Posidonio), cuando los conflictos entre las distintas hipótesis comenzaron a cobrar
fuerza. Sin embargo, lo que más se ha discutido ha sido la interpretación duhemiana de
Ptolomeo como campeón del instrumentalismo. A. C. Crombie , por ejemplo, ha 8
sostenido que la intención de Ptolomeo era la de proporcionar una imagen del universo
que se adecuara no sólo a las apariencias sino también a ciertos principios físicos y
metafísicos. Como confirmación de esa actitud recuerda que Ptolomeo rechazó por
razones físicas basadas en Aristóteles, muy parecidas a las que después se esgrimirían
contra Copérnico, la teoría heliocéntrica de Aristarco, aún cuando era de mayor
simplicidad. No obstante, Crombie admite que Ptolomeo subordinó la cuestión de las
trayectorias físicas reales y los principios metafísicos aristotélicos a la exactitud del
cálculo. Eso favoreció una interpretación instrumentalista de su sistema que hizo que,
hasta el siglo XIII, en que quedó como vencedor tras su recepción en el mundo cristiano
a través de los árabes, compartiera honores con el sistema menos exacto
matemáticamente pero más “real” de las esferas homocéntricas de Aristóteles, al que
nunca hizo desaparecer totalmente.
8 . A. C. Crombie, Historia de la ciencia. De San Agustín a Galileo, (trad. José Bernia), Madrid: Alianza, 1985, vol.
1, pp. 82 y ss.
9 . Cf. Ptolomeo, Las hipótesis de los planetas, (trad. J. García Blanco y A. Cano Ledesma), Madrid: Alianza, 1987.
Es una traducción del texto completo con una útil introducción de E. Pérez Sedeño que pone el énfasis en la
cuestión que tratamos. Para una crítica de la dicotomía duhemiana y de la interpretación instrumentalista de
Ptolomeo véanse las obras de A. Elena, Las quimeras de los cielos, Madrid: Siglo XXI, 1985, esp. pp. 21-31, y A
hombros de gigantes, Madrid: Alianza, 1989, cap. 3. Recogiendo la opinión de algunos filósofos e historiadores
recientes, Elena desarrolla la tesis de que la distinción astronomía matemática/astronomía física "no era una simple
expresión del conflicto entre dos formas contrapuestas de considerar las teorías científicas
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[Por otra parte,] en la teoría de Eudoxo-Aristóteles todas las esferas tienen como
único centro común el del universo ocupado por la Tierra. Giran, por tanto, en torno al
cuerpo que, debido a su naturaleza pesada, le corresponde la posición central. En
cambio en la astronomía ptolemaica ningún cuerpo gira alrededor de la Tierra sino que
todos lo hacen alrededor de un punto geométrico, que, en cuanto tal, carece de entidad
física. […] No hay criterio físico que permita comprender qué es lo que pueda llevar a
un cuerpo celeste a mantenerse eternamente equidistante de un lugar vacío cualquiera.
(instrumentalismo/realismo)", sino "una disputa gremial", es decir, una disputa entre disciplinas diferentes, entre
dos enfoques distintos del estudio de la naturaleza: el matemático y el físico natural, los cuales nunca estuvieron
disociados por completo. Hay que decir, no obstante, para ser justos con Duhem que, como no podía ser de otro
modo en un historiador de su talla, él era perfectamente consciente de las pretensiones físicas y cosmológicas de
Ptolomeo en Las hipótesis de los planetas. Su comentario sobre esta obra no puede ser más claro: "[Ptolomeo] va
a combinar y disponer los cuerpos sólidos cuyos movimientos reproducen las excéntricas y los epiciclos descritos
por los astros. Pero no ofrecerá este mecanismo como una simple imagen, como un puro modelo de las hipótesis
concebidas para salvar las apariencias; lo considerará como la expresión de la constitución real de las esferas
celestes; e intentará demostrar la exactitud de esta opinión deduciéndola de la naturaleza de la sustancia que forma
el cielo. Por tanto, las teorías astronómicas que la Sintaxis [el Almagesto] había presentado se encontrarán
comprendidas en una doctrina física análoga a la que Aristóteles había formulado en el tratado Sobre el cielo y en
la Metafísica, en una doctrina destinada a reemplazar al sistema peripatético, condenado a partir de entonces." ( Le
Système du Monde, vol. II, p. 88). Bien es verdad que, a continuación, Duhem atribuye este hecho a un cambio de
opinión de Ptolomeo, que se dejó así arrastrar por la corriente que desde el origen de la astronomía intentaba
someter la razón a la imaginación.
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Hay sobrados motivos para poner en duda que Ptolomeo lograra restablecer la
unidad de la imagen física del cosmos que Aristóteles persiguió con tanto afán. Lo que
sí consiguió es sistematizar y perfeccionar la más exacta teoría astronómica que se
formuló en muchos siglos. Durante la Baja Edad Media y el Renacimiento, Aristóteles
y Ptolomeo simbolizarán dos modos distintos e incompatibles de enfocar el estudio del
Cielo. El filósofo estagirita proporciona una concepción sistemática del cosmos en su
totalidad, fundamentada en criterios físicos y cosmológicos. No arroja, en cambio,
ninguna luz acerca de cómo calcular y predecir las posiciones de los astros. (Rioja y
Ordóñez 1999, pp. 78-79 y 83).
Se puede afirmar que a partir de Proclo (siglo V d. C.) y durante toda la Edad
Media el sistema ptolemaico fue tenido en general como un artificio geométrico y un
instrumento de cálculo, función que cumplió razonablemente bien, aunque cada vez con
mayor dificultad y complejidad. La tensión entre la astronomía ptolemaica y la
cosmología aristotélica fue evidente para muchos, y en especial para los astrónomos
árabes, como veremos en el próximo tema. Sólo gracias a la interpretación
instrumentalista de la astronomía ptolemaica pudo ésta ir de la mano de la cosmología
aristotélica como si no existieran incompatibilidades entre ellas. (Diéguez). 10
10 . Cf. A. Elena, Las quimeras de los cielos, pp. 51 y ss., M. Sellés y C. Solís, Revolución científica, Madrid:
Síntesis, 1991, pp. 74-75 y 85-86, Hanson, Op. cit., pp. 178-186 y T.F. Glick, Tecnología, ciencia y cultura en la
España medieval, Madrid: Alianza, 1992, pp. 106-107. Este conflicto entre la astronomía ptolemaica y la
cosmología aristotélica no fue jamás resuelto. Como escribe Hanson (Op. cit., p 182) "para el de Aquino, Bacon,
Chaucer, Cusa, Dante y Oresme (entre muchos otros) en cuestiones celestes se podía tener o bien una descripción
y predicción matemática o una comprensión y explicación cosmológica; pero no ambas cosas a la vez".
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separadas por la esfera de la Luna, pero no asumirá la tesis según la cual sólo es posible
el conocimiento de los inmutables seres supralunares. Por el contrario, defenderá la
posibilidad de una ciencia del Cielo y de una ciencia de la Tierra, lo cual quiere decir
que aspira a conocer en el ámbito de lo sensible algo distinto de lo que pretende Platón.
(Rioja y Ordóñez 1999, pp. 46-47).
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[Como hemos dicho,] Aristóteles consideró que este universo eterno era una
gran esfera dividida en una región superior y otra inferior por el caparazón esférico en
el que está situada la Luna. Por encima de la Luna está la región celestial; por debajo la
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Además de ser caliente o frío y húmedo o seco, cada uno de los elementos es
también pesado o ligero. La tierra y el agua son pesados, pero la tierra es el más pesado
de los dos. El aire y el fuego son ligeros, siendo el fuego el más ligero de ambos. Al
atribuir levedad a dos de los elementos, Aristóteles no estaba diciendo […]
simplemente que son menos pesados, sino que son ligeros en un sentido absoluto. La
levedad no es una versión debilitada de la gravedad, sino su contrario. Debido a que la
tierra y el agua son pesados, está en su naturaleza descender hacia el centro del
universo; debido a que el aire y el fuego son ligeros, está en su naturaleza ascender
hacia la periferia [de la región terrestre]. […] En el caso ideal (en que no hubiera
cuerpos mezclados y nada impidiera que las naturalezas de los cuatro elementos se
realizaran), los elementos formarían un conjunto de esferas concéntricas: el fuego en la
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parte exterior, seguido por el aire y el agua, y finalmente la tierra en el centro. [Cada
uno de estos lugares sería el lugar natural de los elementos]. […]
Hasta aquí, esto parece sensato. Sin embargo, una dificultad obvia consiste en
explicar por qué un proyectil lanzado horizontalmente, y por tanto, que tiene un
movimiento forzado, no se detiene inmediatamente cuando pierde contacto con lo
que lo ha impulsado. La respuesta de Aristóteles fue que el medio actúa como motor.
Cuando proyectamos un objeto también actuamos sobre el medio circundante (el aire,
por ejemplo) impartiéndole el poder de mover objetos. Este poder se comunica de una
parte a otra, de tal modo que el proyectil está siempre en contacto con una porción del
medio capaz de mantenerlo en movimiento. […]
¿Cuál es la causa del movimiento en los cielos? […] Las esferas celestes están
compuestas de la quintaesencia. Su movimiento, siendo eterno, debe ser natural, no
forzado. La causa de este movimiento eterno debe ser ella misma inmóvil, pues si no
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Todo organismo está constituido por materia y forma: la materia consiste en los
varios órganos que forman el cuerpo; la forma es el principio organizador que moldea
estos órganos en un todo orgánico unificado. Aristóteles identificó la forma con el
alma y le asignó la responsabilidad de las características vitales de los seres vivos: la
nutrición, el crecimiento, la sensación, el movimiento, etc. Efectivamente, Aristóteles
organizó los seres vivos en una jerarquía sobre la base de su participación en varias
clases de alma, cada una de las cuales lleva a cabo ciertas funciones. Las plantas
poseen un alma nutritiva que las capacita para obtener alimento, crecer y
reproducirse. Los animales poseen, además, un alma sensible, que explica la
sensación e (indirectamente) el movimiento. Finalmente, los humanos añadimos a
éstas un alma racional, que proporciona las capacidades más elevadas de la razón.
Si como sostiene Aristóteles, el alma no es más que la forma del organismo, entonces
está claro que esta alma (incluida el alma humana) no es inmortal; al morir el
organismo se desintegra, y su forma se diluye en la nada. [En cuanto forma del cuerpo,
el alma no es separable de él, sino que es su programa de desarrollo (Solís y Sellés
2005, p. 126)].
En cuanto al desarrollo del animal a partir del germen […], el punto de vista de
Aristóteles está claramente expuesto en sus obras. Dos escuelas se enfrentan en esta
cuestión: los preformacionistas, basados en la autoridad de Hipócrates, y los
epigenistas, a cuya cabeza figura Aristóteles. Los preformacionistas suponen que en el
esperma se encuentran partículas que proceden de todas las partes del cuerpo, y que la
presencia de dichas partículas diferenciadas explica la formación de los miembros que
les corresponden. Según esta teoría, un hombre mutilado de un miembro debería
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engendrar un hijo igualmente mutilado. […] Pero esto es contrario a los datos de la
experiencia. Según los epigenistas, la herencia de los caracteres adquiridos, sin llegar a
ser negada, se concibe de modo distinto: el esperma aportado por el macho (pues la
hembra suministra la materia) no se compone de partículas heterogéneas, sino que
contiene en potencia todas las formas cuya actualización llevará primero al
embrión y luego al organismo evolucionado. (Taton 1988, I, p. 302).
[Por otra parte, para Aristóteles,] los tipos animales, más que especies discretas,
son puntos en un continuo: la escala de la naturaleza que va desde la materia al primer
motor, ascendiendo sin solución de continuidad por las plantas, las zoofitas (animales-
planta, como la esponja), los “insectos” [y demás animales sin sangre roja (moluscos,
crustáceos, cefalópodos –por utilizar terminología actual)], [y, pasando después por los
de sangre roja, como los peces, los pájaros] los cuadrúpedos ovíparos [reptiles y
anfibios], los [cuadrúpedos] vivíparos y el hombre. (Solís y Sellés 2005, pp. 124-125).
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5. LA CIENCIA HELENÍSTICA
11 La vida de la biblioteca original terminó trágicamente en el año 48 adC, durante la guerra entre Roma y
Egipto. Se dio una batalla terrible en el mar, entre la flota egipcia y la romana y la consecuencia fue un
espantoso incendio en la ciudad que afectó a casi toda el área urbana y por supuesto al gran edificio del
Museo donde estaba ubicada la gran biblioteca. Después del desastroso incendio de Alejandría, cuando
pelearon las naves de Julio César y las naves egipcias, Cleopatra VII se refugió en la ciudad de Tarso (en
la actual Turquía) junto con Marco Antonio. Fue entonces cuando le ofreció los 200.000 manuscritos
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Para dar una muestra de la ciencia durante este periodo, nos concentraremos en
cuatro figuras relevantes: Euclides, Arquímedes, Eratóstenes y Herón (éste fuera ya del
periodo helenístico, pero perteneciente también a la tradición alejandrina).
5.1. Euclides
Sabemos poco sobre los orígenes de las matemáticas griegas. No hay duda de que los
matemáticos de la Grecia primitiva tuvieron acceso a los logros matemáticos egipcios y
especialmente a los babilonios. Pero la matemática griega fue diferente desde el inicio,
y la diferencia radicaba sobre todo en la geometría griega, con su orientación hacia el
conocimiento geométrico abstracto y sus métodos formales de inferencia y prueba. […]
traídos desde la biblioteca de Pérgamo (en Asia Menor) pertenecientes a la Biblioteca del rey Attalo.
Cleopatra los entregó a la nueva biblioteca. Fue una especie de recompensa por las pérdidas ocasionadas
en el incendio. Pero la nueva biblioteca corrió el mismo designio de tragedia y destrucción. En el siglo III
después de Cristo, el emperador Diocleciano quien —según cuentan los historiadores— era muy
supersticioso, ordenó la destrucción de todos los libros relacionados con la alquimia. Más tarde, en el año
391, el patriarca de Alejandría Teófilo atacó la biblioteca al frente de una muchedumbre enfurecida con
ardores religiosos. El Serapeo fue entonces demolido piedra a piedra y sobre sus restos se edificó un
templo cristiano. Seguramente se salvaría una buena parte de los libros de la biblioteca y seguramente
pusieran también a salvo el sepulcro de Alejandro Magno. Los arqueólogos no pierden la esperanza de
encontrar ambas cosas enterradas quizás en el desierto de Libia. En el siglo VI hubo en Alejandría luchas
violentas entre los cristianos monofisitas y los melquitas y más tarde aún, en el 619 los persas acabaron de
destruir lo poco que quedaba en esta ciudad. La historia que se cuenta de la destrucción ocasionada por el
emir musulmán Amir ibn al-Ass no cuadra con las fechas de la destrucción. Los historiadores aseguran
que cuando este caudillo entró en Alejandría no encontró más que desolación y ruinas. Sin embargo la
leyenda dice que cuando el comandante musulmán Amir ibn al-Ass terminó la conquista de Egipto,
comunicó a su jefe el califa Omar I todo lo que había encontrado en la mítica ciudad de Alejandría, y le
habló de la biblioteca para pedirle las instrucciones sobre qué hacer con esa cantidad de libros. A lo que el
califa, según cuentan, respondió: “Si los libros contienen la misma doctrina del Corán, no sirven para
nada porque repiten; si los libros no están de acuerdo a la doctrina del Corán, no tiene caso conservarlos”.
Lo cierto según los hechos históricos es que no existía entonces ya tal biblioteca. (Tomado de Wikipedia).
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5) [“Si una recta al incidir sobre otras dos hace que los ángulos del mismo lado
sean menores que dos rectos, prolongadas indefinidamente se encontraran por ese
lado”. Esto es lo mismo que decir que por un punto exterior a una recta sólo se puede
trazar una línea paralela a dicha recta.]
5.2. Arquímedes
Nació en Siracusa (287 a.C.-212 a.C.), donde pasó casi toda su vida. Estudió en la
escuela de Alejandría con los discípulos de Euclides. Al caer Siracusa en manos de los
romanos, murió asesinado por un soldado que venía a prenderlo, cuando Arquímedes,
que estaba trazando figuras en la arena de una playa, le dijo que se apartara mientras
terminaba una demostración. Destacó sobre todo como matemático. Escribió estudios
sobre geometría, hidrostática, mecánica y astronomía, entre otros temas. Sus
demostraciones eran sumamente elegantes, y mejoró el valor del número pi.
La ciencia de los pesos, o de la balanza, fue un […] tema que cedió al análisis
matemático durante el periodo helenístico. En realidad, lo hizo de un modo mucho más
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completo que [la astronomía y la óptica]. […] En la ciencia del brazo de la balanza […]
la física parecía casi completamente reducible a lo matemático.
En su obra Sobre los cuerpos flotantes estableció y demostró también con ayuda
de la geometría lo que se conoce como Principio de Arquímedes: “Todo cuerpo
sumergido en un líquido experimenta un empuje vertical hacia arriba igual al peso
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del líquido que desaloja”. O dicho de otro modo, el cuerpo será menos pesado en
una cantidad igual al peso del fluido desplazado.
Con este principio descubrió que el rey Hierón había sido objeto de una estafa al
encargar una corona de oro. Cuenta la leyenda que descubrió la solución mientras se
estaba bañando y salió corriendo desnudo de su casa gritando "eureka" (¡lo he
descubierto!). (Tomado de Internet).
5.3. Eratóstenes
Eratóstenes (Cirene, 276 a.C - Alejandría, 194 a.C), fue un célebre matemático,
astrónomo y geógrafo, de origen probablemente caldeo.
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primero pasaba revista crítica a sus predecesores y exponía las investigaciones acerca
de la forma de la Tierra, que él creía una esfera inmóvil; el segundo contenía lo que hoy
se llama geografía física, incluyendo el ensayo acerca del tamaño de la Tierra que ahora
comentaremos; y el último libro versaba sobre geografía política y en el se incluían las
descripciones de las comarcas conocidas tomadas de los relatos de viajeros y geógrafos
precedentes.
Tal como hiciera Dicearco antes, para situar las ciudades tiró una línea paralela
al ecuador desde las columnas de Hércules (estrecho de Gibraltar) hasta el extremo
oriental de Asia, dividiendo las tierras habitadas en dos partes, y trazó el meridiano por
Alejandría y Siena. La obra, según parece, contenía un mapa en el que se indicaban las
ciudades y accidentes geográficos, ríos, montañas, lagos, etc. Esta obra no está exenta
de polémica ya que Marciano acusó a Eratóstenes de haber plagiado el tratado de
Timóstenes Sobre los puertos, lo que desmiente Estrabón cuando afirma que si bien
Eratóstenes concedía gran valor a la obra de Timóstenes, en no pocas ocasiones no
compartía sus opiniones. Los fragmentos entonces disponibles fueron recopilados y
publicados con el título Eratosthenica por Gottfried Bernhardy (Berlín, 1822) junto con
otras obras de Eratóstenes.
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También se afirma que Eratóstenes para calcular la distancia entre las dos ciudades, se
valió de un regimiento de soldados que diera pasos de tamaño uniforme y los contara.
El geómetra no se limitó a hacer este cálculo, sino que también llegó a calcular
la distancia Tierra-Sol en 804 millones de estadios (139.996.500 km) y la distancia
Tierra-Luna en 708.000 estadios (123.280,500 km). Estos errores son admisibles,
debido a la carencia de tecnología adecuada y precisa. (Wikipedia, en español).
5.4. Herón
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En matemáticas pasó a la historia sobre todo por la fórmula que lleva su nombre
y que permite calcular el área de un triángulo conocidos sus tres lados, aparecida por
primera vez en su obra "La Métrica". En esta obra también encontramos ejemplos
numéricos de medida de longitudes, áreas y volúmenes, así como alguna demostración.
(Obtenido de http://es.wikipedia.org/wiki/Her%C3%B3n_de_Alejandr%C3%ADa).
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Desde hace más de medio siglo se viene diciendo que la existencia de abundante
mano de obra barata impidió el desarrollo de estas tendencias, pues habría restringido el
interés por desarrollar mecanismos ahorradores de trabajo. Pero habría que probar que
los esclavos salían más baratos. De hecho, los mayores esfuerzos de mecanización se
dieron en la guerra, desarrollada por hombres libres, y en la minería de metales
preciosos, a pesar del recurso a mano de obra esclava. Da la impresión de que los
griegos mecanizaron los sectores estratégicos, como la minería o la guerra,
independientemente del uso o no de mano de obra esclava. Si el recurso a la tecnología
mecánica no se imbricó con la producción y la organización social, se debe más bien a
esta última. Aunque las conquistas de Alejandro pusieron en circulación los tesoros
orientales y quintuplicaron el comercio, es dudoso que los mercados pudiesen absorber
el posible aumento de la productividad generado por las máquinas. En cualquier caso,
no fue así, y no por ausencia de teorías, técnicas y visiones mecánicas. Tampoco ocurrió
tal cosa en Roma o Bizancio, sino en la Europa renacentista, que disponía de los
recursos de ciudadanos privados (mientras que en la Antigüedad los principales clientes
eran las monarquías) y estaba decidida a apropiarse del viejo y del nuevo mundo con
barcos y cañones que demandaban instrumentos matemáticos para la artillería y la
navegación. (Sellés y Solís 2005, p. 158).
BIBLIOGRAFÍA
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