Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
EMOCIONAL”
por Jorge Castelló. Licenciado en Psicología
RESUMEN
La dependencia emocional es un concepto utilizado con cierta frecuencia, pero que no ha sido claramente
delimitado ni estudiado. En el presente artículo se propone analizarlo en Profundidad. Primero, se revisarán
conceptos afines como apego ansioso, sociotropía, Personalidad autodestructiva, codependencia o adicción
amorosa. Se analizarán los paralelismos y las diferencias que presentan con la dependencia emocional obedeciendo
a un doble fin: (1) profundizar en ella sirviéndonos de las similitudes con dichos conceptos, y (2) delimitarla
considerando las discrepancias, ya sean de contenido o de perspectiva. A continuación se detallarán las
características que posee el mencionado constructo, que se define como un patrón persistente de necesidades
emocionales insatisfechas que se intentan cubrir desadaptativamente con otras personas, y se formularán hipótesis
etiológicas fundamentadas en las relaciones afectivas frustrantes y perturbadoras existentes en la historia de estos
sujetos. Finalmente, se efectuarán consideraciones sobre la ubicación de la dependencia emocional en los sistemas
de clasificación psicopatológica actuales, y se propondrá la creación a tal efecto de un trastorno específico de la
personalidad. La citada propuesta nosológica nos conduciría al logro de una entidad propia y a una delimitación
clara del citado concepto, de forma que dejaríamos de asimilar los problemas de estos pacientes a los esquemas
teóricos y clínicos propios del apego ansioso, la sociotropía, la personalidad autodestructiva, la codependencia o la
adicción al amor, que, como mostraremos, no son enteramente satisfactorios.
PALABRAS CLAVE
1.- INTRODUCCIÓN.
Cuando leemos en algún artículo que un paciente presenta un patrón interpersonal de dependencia emocional,
o que depende emocionalmente de su psicoterapeuta, todos sabemos a grandes rasgos de qué tipo de psicopatología
nos están hablando. Igualmente, en medios de divulgación como prensa, radio o televisión, en los libros de
autoayuda, e incluso en conversaciones informales, aparece la “dependencia emocional”. Sin embargo, este término
se utiliza escasamente en la literatura científica y no tiene el estatus de otros constructos personológicos como
“introversión”, “narcisismo” o “asertividad”, por citar sólo algunos conocidos.
Este trabajo tiene varias finalidades. Una de ellas es defender la entidad propia del concepto, a efectos de
disponer de un mayor bagaje de conocimientos sobre él. Esto nos permitiría identificar a los pacientes con
dependencia emocional, comprender mejor sus problemas, realizar hipótesis etiológicas fundadas para contrastarlas
empíricamente, desarrollar instrumentos estandarizados de evaluación, o diseñar estrategias terapéuticas
específicas.
En segundo lugar, y como ya se ha comentado, diferenciar este constructo de otros similares que también se
revisan. Se examinará dónde existe solapamiento y dónde no, discutiéndose el tipo de discrepancia que se produce
(de contenido o de perspectiva).
Apego ansioso
En sus trabajos, J.Bowlby describe un tipo especial de apego infantil, en el que el niño tiene un miedo
constante a la separación de una figura vinculada (por ejemplo, la madre), protesta enormemente cuando se aleja y
se aferra a ella de una manera excesiva. Como su propio nombre indica, el vínculo que mantienen estos niños no es
seguro, y esto produce en ellos un continuo estado de alerta ante la temida separación y desprotección. Según el
citado autor, la explicación radica en que estos miedos son justificados a causa de la frecuente historia de
separaciones como internamientos en orfanatos, hospitalizaciones, etc.; o bien de amenazas recurrentes de
abandono, que como bien describe Bowlby pueden revestir infinidad de formas: desde llevar al niño a un castillo
plagado de monstruos, hasta dejarlo solo en un lugar desconocido, por poner únicamente dos ejemplos(1),(2).
El apego ansioso o ansiedad de separación se ha relacionado con psicopatologías adultas como la depresión y
la agorafobia(1),(3) e indirectamente con el comportamiento violento o antisocial(2).
Las similitudes de este concepto con la dependencia emocional son evidentes; de hecho, en ésta se presentan
los tres subcomponentes fundamentales del apego ansioso: temor a la pérdida de la figura vinculada, búsqueda de
proximidad, y protesta por la separación(4).
En definitiva, nos encontramos con que los dependientes emocionales siempre presentan apego ansioso, pero
lo contrario no es cierto, porque la ansiedad de separación se puede dar también por otros motivos como la
indefensión o la falta de capacidades para desenvolverse en la vida cotidiana, como por ejemplo se produce en las
personas diagnosticadas de trastorno de la personalidad por dependencia (ver más adelante).
Sociotropía
Desde hace tiempo se ha observado que existen dos grandes tipos de estilos cognitivos en los pacientes
deprimidos: uno de ellos centrado en la dependencia interpersonal, la necesidad imperiosa de afecto, o el temor y la
sobrevaloración del rechazo; el otro más independiente y perfeccionista, con rumiaciones sobre el fracaso o la
inutilidad. Al primero de los estilos cognitivos se le denominó “sociotropía” y al segundo “autonomía”, pasando
después a considerarse como rasgos de personalidad predisponentes a la depresión, que interactuaban con eventos
vitales que los pacientes percibían como estresantes de acuerdo con sus creencias(6).(7),(8) y que poseían perfiles
sintomatológicos diferentes(9). En la sociotropía, los acontecimientos desencadenantes estarían más ligados al
rechazo, y en la autonomía a los logros personales(10),(11). Podemos afirmar que la sociotropía ha tenido más
aceptación y evidencia empírica favorable que la autonomía, encontrándose en este constructo hallazgos
contradictorios sobre su validez(6),(9),(12),(13).
Sin duda, la sociotropía es uno de los conceptos más parecidos al que estamos estudiando en el presente
trabajo. Los lamentos y las creencias subyacentes en un caso de depresión sociotrópica son fieles exponentes del
sufrimiento que puede llegar a padecer un dependiente emocional, hasta el punto que podemos hablar de conceptos
solapados. No obstante, para cumplir con nuestro objetivo de situar a la dependencia emocional donde le
corresponde, no podemos considerarla únicamente como un rasgo de personalidad que predispone a la depresión.
Un concepto que ha de tener relevancia propia no debe estar subordinado a otro; sería como concebir a la evitación
solamente como un rasgo que predispone a padecer ciertos trastornos de ansiedad. Situar un rasgo de personalidad
en la perspectiva de la depresión trae como consecuencia descuidar su existencia en pacientes asintomáticos, al
margen de que el término “dependencia emocional” sea mucho más adecuado que el de “sociotropía” para dar
cuenta de los componentes fundamentales de necesidad y anhelo subyacentes.
Personalidad autodestructiva
Desde el psicoanálisis clásico se ha venido estudiando un tipo llamativo de carácter, en el que aparentemente
se busca el dolor y se niega la experimentación de sensaciones agradables o placenteras. Desde su denominación
original de “masoquista”, esta personalidad ha pasado a convertirse en “autodestructiva”, con tal de eliminar la
supuesta necesidad de castigo o el placer en el dolor que se habían sugerido como hipótesis etiológicas desde la
tradición psicodinámica. Actualmente este concepto se considera como un trastorno de la personalidad,
caracterizado por: mantenimiento de relaciones interpersonales de subordinación; rechazo de ayuda o elogios;
estado de ánimo disfórico y/o ansioso; minusvaloración de los logros; tendencia a emparejarse con personas
explotadoras; escasa evitación del dolor; asunción del papel de víctima; etc.(14). Además, poseen escasas
habilidades sociales como la asertividad(15),(16) tienden a padecer trastornos depresivos(17) su autoestima es muy
baja(18), y apenas experimentan placer en sus vidas(19),(20).De acuerdo con el presente trabajo, se ha relacionado
la personalidad autodestructiva con la sociotropía(17) y con apegos ansiosos(21).
El componente más afín de este concepto con la dependencia emocional es, sin duda, el interpersonal. La
descripción de las relaciones de sumisión que llevan a cabo, el anhelo por preservarlas a cualquier coste, o el
emparejamiento con personas narcisistas y explotadoras, son también la esencia de la dependencia emocional, que,
ciertamente, es autodestructiva. Otros rasgos son también comunes, como el estado de ánimo disfórico o la pobre
autoestima. No obstante, existen otros componentes como la escasa evitación del dolor, el rechazo de ayuda, o los
comportamientos autopunitivos y de “sabotaje interno”, que no son propios del concepto objeto del presente
estudio.
Pero la diferencia más fundamental, que se expone a continuación, es de perspectiva. Se han postulado
numerosas hipótesis para explicar este comportamiento, desde las psicoanalíticas tradicionales sobre la génesis del
masoquismo, hasta otras más modernas de diversa procedencia teórica. Desde el conductismo se ha afirmado que el
comportamiento autodestructivo pudo haber sido reforzado con cuidados y atención en la historia de estos sujetos,
pero se ha encontrado que es más bien todo lo contrario: cuando estas personas estaban enfermas recibían una
mayor desatención, inconsistencia y falta de cariño(22). Las hipótesis psicodinámicas más actuales giran en torno a
la psicología del self (utilizaremos “self” en lugar de “sí-mismo”) y se fundamentan en la necesidad crónicamente
insatisfecha de simbiosis con determinadas personas –objetos del self-, a efectos de reafirmar la autoestima(23),
(24). En el capítulo dedicado a las hipótesis etiológicas nos detendremos en esta interesante propuesta. Desde un
punto de vista más ecléctico que integrador, Millon y Davis(25) especulan que los masoquistas -utilizando su
terminología- persisten en las situaciones de sufrimiento para acostumbrarse mejor al dolor, expían sus culpas por
deseos no reconocidos, y asocian el sometimiento con la aceptación.
Como podemos observar, muchas de las hipótesis parten del supuesto de que estos sujetos son masoquistas
(es decir, gozan del dolor) o por lo menos “autodestructivos”, término que continúa recordándonos su procedencia
psicoanalítica y que sigue teniendo connotaciones peyorativas, como la de inculpar a la víctima. Como veremos
más adelante, desde este trabajo se proponen hipótesis etiológicas de naturaleza bastante diferente, quizá más
cercanas a las provenientes de la psicología del self, y que se centran más en las graves carencias emocionales y en
el mantenimiento de pautas relacionales patogénicas como la idealización excesiva, la subordinación a la persona
encumbrada o la continua autoanulación para congraciarse con ella. Los dependientes emocionales no tienen como
fin autodestruirse, y ni mucho menos gozan del dolor, sino que tienen una autoestima deficiente, un sentimiento
continuo de soledad y una insaciable necesidad de afecto que les conducen a emparejarse con personas
explotadoras, que les maltratan y no les corresponden. Ésta es la diferencia fundamental con la personalidad
autodestructiva.
Codependencia
Este concepto, un tanto confuso, se creó para dar cuenta de las diversas perturbaciones emocionales que
ocurrían en las parejas de personas con trastornos relacionados con sustancias. Aunque no se puede definir
claramente un patrón de personalidad codependiente, sí existen ciertas características identificativas de estas
personas: se obsesionan y preocupan más del trastorno relacionado con sustancias –generalmente alcoholismo y
toxicomanías- que la propia persona que lo padece, con la consiguiente necesidad de control de su
comportamiento(26),(27); presentan una gran comorbilidad con trastornos del eje I(28); se descuidan o
autoanulan(28),(29); tienen baja autoconfianza y autoestima(26),(28),(30); y se involucran continuamente en
relaciones de pareja dañinas y abusivas(29).
Aparentemente, los paralelismos con la dependencia emocional son incuestionables: baja autoestima,
subordinación, desarrollo de relaciones interpersonales destructivas, temor al abandono, o falta de límites del ego.
No obstante, analizando más en profundidad este concepto, surgen algunas discrepancias. La primera es de
perspectiva, y es que la codependencia está condicionada por otra persona, generalmente un alcohólico o un
toxicómano, aunque también se haya extrapolado este concepto a otras situaciones como la convivencia con
enfermos crónicos. Los dependientes emocionales no están vinculados necesariamente con personas que sufran
enfermedades o condiciones estresantes crónicas como las mencionadas, e incluso pueden estar solos. El concepto
de codependencia se sitúa en la perspectiva de los trastornos relacionados con sustancias.
La segunda diferencia es de contenido. Aunque, como hemos dicho, no podemos configurar un patrón
homogéneo de la personalidad de los codependientes, sí es frecuente en ellos la autoanulación para entregarse y
cuidar a la persona con problemas. Ciertamente, un dependiente emocional puede realizar los mismos actos, pero
con una diferencia notable de fondo: lo hará únicamente para asegurarse la preservación de la relación, y no por
esa continua entrega y preocupación por el otro que caracteriza a los codependientes. Podríamos calificar a los
codependientes como abnegados, siendo sus motivos altruistas aun con una desatención patológica hacia sus
propias necesidades; estando el dependiente emocional en el caso opuesto, centrado únicamente en sus gigantescas
demandas emocionales. Cuidar y entregarse sería un fin para el codependiente, y sólo un medio para el dependiente
emocional. En todo caso, al no tratarse de una diferencia lo suficientemente manifiesta, muchos dependientes
emocionales emparejados con personas alcohólicas o toxicómanas habrán sido calificados como “codependientes”,
motivo por el cual se incluye este concepto en la revisión de términos afines.
Adicción al amor
Conceptualmente, podemos equiparar la adicción amorosa con la dependencia emocional. Se trata de una de
las nuevas “adicciones sin sustancias”, aunque es posiblemente tan antigua como el propio ser humano. Algunos
trabajos han estudiado este fenómeno comparándolo con el modelo tradicional de los trastornos relacionados con
sustancias(31),(32),(33) encontrando numerosas coincidencias que han justificado su denominación de “adicción”:
necesidad irresistible (“craving”) de tener pareja y de estar con ella; priorización de la persona objeto de la adicción
con respecto a cualquier otra actividad; preocupación constante por acceder a ella en caso de no encontrarse
presente (“dependencia”); sufrimiento que puede ser devastador en caso de ruptura (“abstinencia”), con episodios
depresivos o ansiosos, pérdida aún mayor de autoestima, hostilidad, sensación de fracaso, etc.; y utilización de la
adicción para compensar necesidades psicológicas.
Como hemos dicho, la equivalencia de contenido con la dependencia emocional es total. No podemos afirmar
lo mismo en el caso de la perspectiva de ambos conceptos, y es que en la adicción amorosa el punto de vista se
focaliza en las relaciones interpersonales, es decir, en la existencia de una dependencia real hacia un objeto de
adicción: la pareja. En este momento reiteramos lo expuesto en la revisión de la codependencia, y es que el
dependiente emocional no necesariamente tiene que estar involucrado en una relación para serlo. Podemos
clarificar esta matización manifestando que el dependiente emocional puede estar “asintomático” -entendiendo la
adicción como el síntoma- pero por supuesto continuar siéndolo, y que sólo se convertirá en un adicto al amor
cuando esté involucrado en una de sus numerosas relaciones destructivas. Esta diferencia de perspectiva es
fundamental, porque si se nos presenta en la consulta una persona con tendencia a ser “adicta al amor” pero que
actualmente se encuentra sola, quizá pensemos que nos baste con una prevención de recaídas dentro de un
planteamiento cognitivo-conductual (por otra parte, totalmente indicado para cualquier otra adicción con o sin
sustancias); mientras que si entendemos al paciente como a un dependiente emocional, enfocaremos la intervención
en la comprensión y reestructuración de su personalidad, utilizando técnicas interpersonales, psicodinámicas, o de
reestructuración cognitiva sobre sus creencias nucleares.
Conclusiones
No cabe duda de que estos conceptos se solapan en gran medida con la dependencia emocional y entre ellos
mismos(17),(32), pero en ningún caso podemos afirmar que sean sinónimos o totalmente equivalentes. Se han
detallado las diferencias existentes con el propósito de delimitar el concepto objeto del presente estudio, matizando
si éstas eran de contenido (comportamiento derrotista y búsqueda del dolor -personalidad autodestructiva-,
abnegación –codependencia-) o de perspectiva de estudio (subordinación a trastornos depresivos –sociotropía-,
influencia de determinados presupuestos etiológicos y connotaciones peyorativas del término –personalidad
autodestructiva-, enfoque prioritariamente conductual –apego ansioso- o existencia imprescindible de otra persona,
sea dependiente de sustancias u objeto de adicción –codependencia y adicción amorosa respectivamente-). Siendo
estos conceptos importantes y necesarios, en el presente trabajo se señala la necesidad de la creación de uno
específico para la dependencia emocional, que nos proporcione a los profesionales de la salud mental un adecuado
marco de referencia para la comprensión y tratamiento de este fenómeno psicopatológico.
Como se ha indicado, se define la dependencia emocional como un patrón crónico de demandas afectivas
frustradas, que buscan desesperadamente satisfacerse mediante relaciones interpersonales estrechas. No obstante,
como expondremos más adelante, esta búsqueda está destinada al fracaso, o, en el mejor de los casos, al logro de
un equilibrio precario. A continuación detallaremos las características que posee este constructo, clasificadas en
diferentes ámbitos. Es preciso recordar en este momento que lo que conocemos sobre las características y la
etiología de la dependencia emocional proviene del análisis de los conceptos afines antes reseñados –sobre todo
aquéllos similares en su contenido-, y por supuesto de la experiencia clínica con estos pacientes.
Relaciones interpersonales
En este apartado nos centraremos en las relaciones de pareja por ser las más representativas, aunque gran
parte de lo expuesto sobre éstas se puede extrapolar perfectamente a otras, con las lógicas diferencias de la
significación que tengan para el individuo. Por ejemplo, un dependiente emocional puede tener pautas similares de
interacción con un amigo y con su pareja, pero la intensidad de sentimientos, pensamientos y comportamiento será
menor.
Para describir las relaciones que llevan a cabo estas personas, nos apoyaremos parcialmente en el trabajo de
B.Schaeffer sobre los adictos al amor(33) y en las interacciones que se producen en la personalidad autodestructiva.
Éstas son las características de las relaciones interpersonales, especialmente de pareja, de los dependientes
emocionales:
Su anhelo de tener pareja es tan grande, que se ilusionan y fantasean enormemente al comienzo de
una relación o con la simple aparición de una persona interesante.
En sus trabajos sobre la adicción al amor, Schaeffer compara este fenómeno con la intoxicación de los
alcohólicos o drogodependientes. Posiblemente, son de los pocos momentos verdaderamente felices de su
vida: cuando empiezan una relación o al menos tienen posibilidades de que esto ocurra. La excesiva euforia
que manifiestan se refleja en expectativas irreales de formar pareja con alguien a quien no conocen bien, o
en su injustificado encumbramiento.
La ruptura les supone un auténtico trauma, pero sus deseos de tener una relación son tan grandes
que una vez han comenzado a recuperarse buscan otra con el mismo ímpetu. Suelen tener una prolongada
historia de rupturas y nuevos intentos.
Tras todo lo expuesto, es inevitable que antes o después devenga una ruptura, aunque curiosamente no
parta del dependiente emocional, sino de su pareja narcisista que, como veremos más adelante, busca a una
nueva persona que le rinda pleitesía. A esto puede contribuir el comportamiento excesivamente apegado de
la persona con necesidades emocionales, su estado de ánimo ansioso y disfórico, el paradójico desprecio
del narcisista hacia la persona que se somete, etc.
A pesar de lo patológico e insatisfactorio de este tipo de relaciones, el trauma que supone la ruptura
es verdaderamente devastador, y constituye con frecuencia el acontecimiento precipitante de episodios
depresivos mayores –aquí situaríamos a la depresión sociotrópica- u otras psicopatologías. No obstante, “el
periodo de abstinencia” les conduce a buscar de nuevo otra pareja, y así se forma un auténtico círculo
vicioso.
Autoestima
La razón de unir en un mismo epígrafe estos dos ámbitos es que están enormemente relacionados, ya que el
estado anímico y sus fluctuaciones determinan en gran medida las frecuentes comorbilidades que se producen.
Elección de objeto
Este término, proveniente del psicoanálisis, denota los rasgos que una persona busca en otra para vincularse
con ella, y suele utilizarse en el contexto de las relaciones amorosas, como haremos en el presente trabajo. Las
parejas u “objetos” hacia los que tienden los dependientes emocionales se caracterizan por:
Hemos comentado que las personas con graves necesidades afectivas realmente no esperan ni buscan
cariño porque nunca lo han recibido –ni siquiera de sí mismas-, y podemos añadir ahora que tampoco están
capacitadas para darlo por el mismo motivo, simplemente se apegan obsesivamente a un objeto al que
idealizan. ¿Por qué sólo se interesan por objetos ”idealizables”? Porque su deficiente autoestima provoca
en ellas un estado de fascinación cuando encuentran a una persona tremendamente segura de sí misma, con
cierto éxito o capacidades (aunque muchas veces sean más supuestas que reales), y que observa al resto del
mundo “desde las alturas”. Las personas con mayor equilibrio emocional buscan objetos similares para
establecer relaciones simétricas, pero en las dependientes sucede todo lo contrario, creen ver a su salvador
en los objetos que poseen todo lo que les falta a ellas: amor propio.
Aunque excede los propósitos del presente estudio, debemos señalar que es un fenómeno similar al de
los ídolos y fans en la adolescencia: fascinación ante objetos susceptibles de encumbramiento por poseer
características que los distinguen de los comunes. Los dependientes emocionales entienden el amor como
apego, sumisión y admiración al objeto idealizado, y no como un intercambio recíproco de afecto.
En sus trabajos con individuos con perturbaciones del self, H.Kohut(37) describe una interacción
similar entre paciente y terapeuta: la transferencia idealizadora. En su teoría sobre el narcisismo, entendido
en un sentido evolutivo, afirma que para poseer una sana autoestima el niño debe internalizar a un objeto
(objeto del self) que sea idealizable y que al mismo tiempo le elogie. A juicio de este autor, los pacientes
con transferencia idealizadora han carecido de un objeto del self idealizado, y por eso ensalzan al terapeuta
y a otras personas. En sus palabras, están “hambrientos de ideal”(38). Volveremos sobre este autor en el
capítulo sobre hipótesis etiológicas.
Como se indica en el mismo epígrafe, los factores etiopatogénicos expuestos en este capítulo son de
naturaleza hipotética; ahora bien, poseen una incuestionable base empírica fruto de la investigación de los
conceptos afines revisados, los trabajos efectuados con estos pacientes desde determinadas corrientes
psicodinámicas, y la experiencia clínica.
Factores causales
A efectos de claridad expositiva, se dividirá este apartado en tres subapartados. Los dos primeros tratarán de
explicar el origen de la dependencia emocional desde el punto de vista que se sostiene en el presente trabajo. En el
tercer subapartado se expondrán de forma crítica y comparativa los planteamientos psicodinámicos más
influyentes, por tratarse de la corriente psicológica más preocupada en el estudio de estos pacientes.
Puede llamar la atención la no inclusión de factores genéticos dentro de los causales. Actualmente se
considera obsoleto cualquier posicionamiento extremista genético vs. ambiental, abogándose por una concepción
interaccionista del ser humano en la que el patrimonio genético y el entorno se afectan recíprocamente. Un ejemplo
indiscutible de la naturaleza interactiva genético-ambiental del ser humano es la inteligencia. Desde este trabajo se
suscribe en su totalidad este posicionamiento, siendo el único motivo de la mencionada exclusión la falta de
información al respecto en la literatura científica actual. Igualmente, y debido a la propia naturaleza de nuestro
objeto de estudio, se considera que los factores ambientales son condición necesaria para el desarrollo de la
dependencia emocional.
De acuerdo con Millon y Davis(25) y multitud de autores y corrientes psicológicas, las experiencias
tempranas juegan un papel trascendental en la constitución psicobiológica del individuo. Con el paso de los años,
las experiencias posteriores se asimilarán fundamentándose en las iniciales, y a su vez el sujeto se acomodará
adaptativamente a dicha información reciente. El concepto de “esquema”, creado por la psicología cognitiva, da
cuenta de este intercambio recíproco entre información pretérita y reciente. Un esquema es un patrón interiorizado
fruto de experiencias iniciales, que sirve de base para el aprendizaje de las posteriores y que es susceptible de
modificación por éstas. Como veremos cuando expongamos los factores mantenedores, se ha extendido la
utilización de los “esquemas” al ámbito afectivo e interpersonal(40).
¿Cómo han sido estas primeras experiencias afectivas en los dependientes emocionales? Podríamos
etiquetarlas como frustrantes, insatisfactorias, frías, menospreciadoras, etc., y sólo tendríamos una remota idea de
lo que significa para estos sujetos no ser adecuadamente queridos y valorados por sus personas significativas,
aunque lo anhelaran con todas sus fuerzas. En cualquier caso, su existencia torturada y las profundas necesidades
emocionales que no dudan en exteriorizar, nos sirven para aproximarnos a sus sentimientos y a su historia.
Consecuentemente, estas primeras experiencias han ido conformando esquemas cognitivos y emocionales como el
pobre autoconcepto, la idealización de los objetos, la búsqueda de las necesidades insatisfechas en dichos objetos,
la sumisión como estrategia -coherente con la baja autoestima- para evitar el abandono, la idea de amor como
apego obsesivo y admiración en lugar de como un intercambio recíproco de afecto, etc.
En los estudios sobre los conceptos afines revisados, se llega a las mismas conclusiones sobre la naturaleza de
estas carencias afectivas tempranas. Refiriéndose al apego ansioso, Rutter(5) afirma que éste es mayor cuando las
relaciones previas con el objeto apegado son perturbadoras e insatisfactorias. Por ejemplo, la repulsión y los
rechazos maternos hacen incrementar y no disminuir la conducta de apego, y la ansiedad tras una separación es
mayor si la relación precedente es negativa. En este mismo sentido pero dentro de su particular marco teórico,
Bowlby2 considera que una “base segura” en la niñez, entendida como la presencia y accesibilidad de figuras
adultas, es condición básica para la autoestima y autoconfianza. En sus trabajos sobre la adicción al amor,
Schaeffer(33) manifiesta que estas personas tratan de cubrir con su dependencia necesidades insatisfechas durante
su infancia. Finalmente, diversos estudios sobre las experiencias vitales tempranas de las personas autodestructivas
llegan a las mismas conclusiones: Williams y Schill(21) informaron que la crianza de dichas personas fue descrita
por ellas mismas como ambivalente, fría y rechazante; y Glickauf-Hugues y Wells(24) aseveran que el ambiente de
su niñez fue errático y frustrante.
2) Mantenimiento de la vinculación.
Con lo expuesto hasta el momento, se puede objetar que dichas carencias afectivas no son exclusivas de los
dependientes emocionales, y que las podemos encontrar incluso más graves y con existencia de abusos de todo tipo
en la historia de pacientes límite y antisociales. Quizá llama más la atención la ostensible diferencia que existe
entre los dependientes emocionales y las personalidades antisociales, y es que los primeros mantienen su
capacidad para vincularse con los demás, mientras que los segundos la tienen gravemente menoscabada.
Vamos a intentar explicar el porqué de esta diferencia, dejando de lado la incuestionable influencia de
factores biológicos, socioculturales y de aprendizaje que se produce en el comportamiento antisocial.
Comenzaremos apoyándonos en un concepto de la teoría de Bowlby: el desapego(1),(2). Éste se produce en los
niños cuando se reencuentran con el padre o la madre después de una separación significativa, y consiste en un
comportamiento activo de rechazo, acompañado de sentimientos de rencor, disgusto y desprecio. Dependiendo de
la intensidad de la mencionada separación –y de la calidad de la relación previa, añadimos nosotros-, el desapego
durará más o menos tiempo.
Lo que este concepto de Bowlby nos indica es que los vínculos tempranos con los padres u otras personas
significativas se pueden romper temporal e incluso permanentemente, y que esta ruptura está acompañada de una
profunda ira. Matizando la naturaleza de dicha ruptura, insistimos en que no es imprescindible una separación para
que se produzca el desapego, puede existir presencia física pero no emocional de los padres, por no hablar de
negligencia, malos tratos, etc. La desvinculación -entendiendo “vinculación” y “desvinculación” como los dos
extremos de un continuo-, que es como preferimos denominar a este fenómeno para incidir en su esencia afectiva, y
la agresividad consiguiente, pueden quedar grabadas constituyéndose como esquemas prioritarios de relación
interpersonal. Sin duda alguna esto es lo que sucede con las personalidades antisociales, y lo que explicaría su
insensibilidad hacia los demás, su prepotencia y la rabia descomunal que esconden y por desgracia muchas veces
manifiestan.
Abundando sobre esta cuestión, Rutter(5) afirma con apoyo empírico que las personalidades antisociales
tienen una historia característica de ruptura de vínculos previamente formados, por pobres e inestables que éstos
fueran. Añade que los psicópatas presentan una peculiaridad adicional, y es que nunca han tenido las condiciones
adecuadas para poder formar vínculos, ni siquiera insatisfactorios y patológicos como en los caracteres antisociales.
Aludiendo al fenómeno de la psicopatía, especula sobre posibles periodos críticos para la formación de vínculos,
tema que excede los fines del presente trabajo.
Si las personas antisociales han conseguido desvincularse en mayor o menor medida, ¿por qué los
dependientes emocionales no lo han hecho? En principio, parece que la gravedad de las carencias afectivas no ha
sido tan pronunciada. De hecho, los adjetivos que hemos utilizado en el subapartado anterior refiriéndonos a sus
experiencias tempranas han sido “frías”, “rechazantes”, “ambivalentes” o “erráticas”. Además, las familias de
origen no están tan desestructuradas, prueba de ello es que no son comunes los abandonos graves, las negligencias,
los abusos sexuales, físicos, etc. De esto deducimos que la desvinculación que se produce en las personas
antisociales es fruto de lo peculiar de su entorno, de sus experiencias adversas, y de sus vínculos tan frágiles y
precarios, y hasta podemos calificarla de reacción adaptativa, al menos mientras se producen dichas condiciones.
Sin embargo, los dependientes emocionales han mantenido la vinculación, aun siendo insatisfactoria.
Al margen de no haber sufrido unas experiencias tan terribles, un segundo factor que juega en contra de la
desvinculación es la baja autoestima. A veces tratamos con pacientes que, después de estar hundidos por una
frustración emocional –por ejemplo, un desengaño amoroso-, recuperan su autoestima e inmediatamente
incrementan su desvinculación, acompañada de rencor y desprecio. Es como si el sustento en uno mismo hiciera
falta para ser capaz de separarse emocionalmente de los demás -cabría añadir que la desvinculación potencia a su
vez la autoestima, ya que ésta se hace más independiente y no precisa tanto del soporte afectivo de los demás-; pero
para esto es imprescindible poseer una autoestima con un mínimo de consistencia, hecho que no sucede en los
dependientes emocionales.
Así, sugerimos que las experiencias afectivas tempranas de los dependientes emocionales no son lo
suficientemente negativas como para provocar una desvinculación severa; ni lo suficientemente positivas como
para posibilitar una autoestima mínimamente consistente. Desde siempre, mantienen sus vínculos hacia personas
insatisfactorias emocionalmente.
Los dependientes emocionales aparecen con mucha frecuencia en la literatura psicoanalítica desde su inicio,
adoptando distintas formas o denominaciones: “personalidad masoquista”, “perturbación narcisista”, “self
fragmentado”, etc. En este subapartado nos centraremos únicamente en las corrientes más ambientalistas dentro del
psicoanálisis, que son la escuela británica de las relaciones objetales (Fairbairn, Winnicott, Guntrip, Balint, etc.) y
la psicología del self (Kohut). Por considerarlos menos interesantes, no se tratarán postulados psicoanalíticos
clásicos sobre este tema como la noción de un masoquismo primario, o como la hipótesis de un superyó tiránico
que conduce al sujeto a una necesidad constante de castigo; igualmente, se obviarán las especulaciones kleinianas
como la introyección de pulsiones destructivas dirigidas hacia los objetos, o la teoría de M.Mahler sobre conflictos
en la separación-individuación.
A medio camino entre los planteamientos más clásicos y la teoría kleiniana, D.W.Winnicott fue uno de los
primeros analistas que aceptó la decisiva influencia de la presencia y afecto paternos en las fases más tempranas del
sujeto(41). Las “relaciones objetales” (o relaciones interpersonales, si no utilizamos terminología psicoanalítica) de
las que hablaba eran reales, y no sólo fantaseadas como propugnaba M.Klein. De esta manera, consideraba
condición etiológica básica la falta de un “ambiente facilitador” o “entorno suficientemente bueno”, en el que la
madre ejerciera su función de “sostén” (holding), entendido en sus dos vertientes de protección y de afecto(42).
Una segunda contribución de Winnicott muy relacionada con nuestras hipótesis etiológicas es su descripción de “la
capacidad para estar solo”, requisito necesario para el establecimiento de la autoestima y de unas relaciones
emocionales sanas. Según el citado autor, esta capacidad se adquiere por la internalización de la función de sostén
materna, de tal forma que “la capacidad para estar solo se basa en la experiencia de estar solo en presencia de
alguien”(42), es decir, estar solo pero al mismo tiempo acompañado de objetos interiorizados gratificantes.
Nosotros añadimos que lo contrario ocurre, por ejemplo, con los dependientes emocionales: cuando están solos no
están acompañados, sino que sienten con más intensidad su vacío y su necesidad.
Perteneciente también al grupo británico de las relaciones objetales, M.Balint estudió a pacientes cuyos
problemas no correspondían al ámbito edípico, claro foco de atención del psicoanálisis freudiano, sino al de “la
falta básica”. Muy acertadamente, y desmarcándose de los posicionamientos más ortodoxos, no calificó este
periodo como de “preedípico” o “pregenital” con tal de enfatizar su componente afectivo-interpersonal. Este autor
afirmaba que existían pacientes con graves perturbaciones emocionales que habían carecido en sus primeros años
de vida de relaciones objetales reales gratificantes, y que la esencia de su patología no era el conflicto, como
sucede según estos planteamientos en las psiconeurosis, sino una falta, la “falta básica”(41). Estos pacientes sufrían
en su tratamiento una “regresión maligna”, que les provocaba una avidez descomunal de afecto, un deseo de fusión
con el analista para que cubriera su falta, reacciones de cólera y desesperación si no se satisfacían sus anhelos, etc.
(43). La similitud de estos fenómenos transferenciales con las pautas de interacción propias de los dependientes
emocionales es evidente.
El gran mérito del grupo británico de las relaciones objetales es acentuar el papel patógeno de las carencias
afectivas y de las experiencias adversas tempranas, es decir, adoptar una postura con mayor carga ambientalista que
la propugnada por Freud o sobre todo M.Klein. La crítica que se puede efectuar es que no profundizan lo suficiente
en estos fenómenos, ni sistematizan sus hallazgos. Por ejemplo, Winnicott afirma que la carencia de un ambiente lo
suficientemente bueno puede provocar psicosis o psicopatía, pero no detalla ni cómo ni por qué sólo se producirían
estas dos condiciones patológicas, o cuándo se daría una y cuándo la otra. Balint no efectúa una descripción
exhaustiva de los pacientes con “falta básica”, ni relata con el suficiente detalle sus historias obtenidas mediante el
psicoanálisis. Por otra parte, aunque estamos totalmente de acuerdo en el papel patógeno fundamental de las
carencias tempranas, señalamos igualmente que los determinantes de la dependencia emocional –en este caso,
aunque podríamos generalizar a otros trastornos- no se limitan a ese periodo, sino que continúan en fases
posteriores como la niñez y la adolescencia, y por desgracia se perpetúan en la adultez, como veremos en el
apartado sobre “factores mantenedores”.
Continuando con nuestra revisión, surge a principios de la década de los 70 una nueva corriente dentro del
psicoanálisis: la psicología del self(41). Su creador, H.Kohut(37),(38),(44) elaboró una teoría que acabaría
subordinando los postulados clásicos del complejo de Edipo, la regresión o los conflictos, a los suyos propios
fundamentados en la constitución del narcisismo. Este autor afirmaba que para la adquisición de un narcisismo o
autoestima saludable es necesaria la intervención real de los padres o personas significativas al cuidado del niño,
llamadas por él “objetos del self”. Esta denominación nos indica el carácter constitutivo que para Kohut tienen las
personas más significativas durante la infancia, en tanto son objetos imprescindibles para el desarrollo del self o
individuo. Dichos objetos deben poseer la suficiente empatía como para advertir las necesidades del niño y sus
deseos de ser elogiado cada vez que logra un avance en su desarrollo, o de ser aplaudido cuando sonríe o hace una
gracia, es decir, tienen que cumplir una función especular que alimente su incipiente narcisismo y sus fantasías de
omnipotencia infantiles. Al mismo tiempo, deben servir de modelos a seguir para que el niño les admire,
cumpliendo así su función idealizadora. Estas dos funciones de los objetos del self las incorpora el niño mediante
el proceso de “ internalización transmutadora”, que posibilita la adquisición de un narcisismo equilibrado, y, por
tanto, de una estructura del self cohesionada y normal.
Ahora bien, ¿qué es lo que sucede cuando los objetos del self no cumplen adecuadamente con alguna de estas
dos funciones? La respuesta es que se generan condiciones patológicas en el área narcisista de la personalidad, o
dicho de otra manera, “perturbaciones narcisistas”. Kohut las atribuye a la falta de empatía de los padres o personas
significativas a cargo del niño, con su consiguiente desequilibrio entre las necesidades frustradas de éste:
idealización o grandiosidad. Simplificando, podemos aseverar basándonos en la teoría del citado autor que el deseo
insatisfecho de grandiosidad, que debería haber sido cubierto por la especularidad de los objetos del self, conduce a
lo que ahora denominamos “trastorno narcisista de la personalidad”, o sea, autoestima exagerada, deseo de
alabanzas, ausencia de empatía e hipersensibilidad a la crítica. Aquí, en palabras del autor, el sujeto estaría
“hambriento de espejo”, buscando continuamente personas que le admiren como no hicieron sus objetos del self.
Por otra parte, el deseo insatisfecho de idealización produciría un cuadro clínico similar al que hemos definido en el
presente artículo para la dependencia emocional: depresión difusa, autoestima muy baja, deseos de agradar,
vulnerabilidad ante las críticas, sensación de vacío, anhelo profundo de interés y afecto por parte de los demás,
graves perturbaciones en caso de rupturas sentimentales, etc. En “Análisis del self”(37), Kohut describe un caso de
estas características, en el que el sujeto (el Sr. A) está “hambriento de ideal”.
Por tratar el tema que nos ocupa, profundizaremos en este segundo tipo de perturbaciones narcisistas descrito
por Kohut. Estas personas desarrollan en su análisis una “transferencia idealizadora”, es decir, que siguen con su
terapeuta los mismos patrones de interacción que con sus objetos más significativos (observaremos que Balint llegó
a la misma conclusión cuando se refirió a la “regresión maligna”). El origen de esta perturbación narcisista se
fundamenta en que los objetos del self no han cumplido adecuadamente su función idealizadora, es decir, estos
sujetos no han tenido unos padres susceptibles de modelo y admiración, ya sea por fracasos o por cualquier tipo de
desilusión con respecto a ellos. En consecuencia, su self se verá profundamente alterado, apareciendo la baja
autoestima y la búsqueda en la adultez de objetos del self que compensen las necesidades frustradas de
idealización.
¿Qué paralelismos encontramos entre las características e hipótesis etiológicas de la dependencia emocional,
expuestas en el presente artículo, con la teoría de Kohut? Sin duda alguna, muchos. En primer lugar, se confiere
una importancia trascendental al papel de los padres o personas significativas en el desarrollo emocional de los
individuos. Los objetos del self deben ejercer adecuadamente sus funciones, de lo contrario no se internalizarían y
no se constituirían estructuras sanas y cohesionadas en el individuo. La psicología del self es claramente interactiva
en su concepto del ser humano, y habla de carencias ambientales en fases tempranas de la misma forma que se hace
en el presente trabajo. En segundo lugar, se subraya la influencia que ejerce la baja autoestima en la génesis y
mantenimiento de este tipo de trastornos –dependencia emocional y perturbación narcisista por falta de
idealización-. En tercer lugar, se señala en ambas descripciones el papel central que ejerce la idealización en la
elección de objeto de estos pacientes. Por último, se incide en que en la vida adulta otras personas deben cubrir las
carencias tempranas a las que nos hemos referido, que serían de naturaleza afectiva en nuestras hipótesis sobre la
dependencia emocional, y de falta de objetos a los que admirar en la teoría de Kohut sobre este tipo concreto de
perturbación narcisista.
¿Cuáles serían, entonces, las diferencias? Como acabamos de indicar, y al margen de que tampoco hay
referencias a la existencia de factores mantenedores, residirían sobre todo en la naturaleza de las carencias que
habrían ocurrido en la infancia del individuo. Según Kohut, en la génesis de la perturbación narcisista por falta de
idealización lo esencial estribaría en que el niño no admira a sus padres ni los toma como modelo, ya sea por
haberles visto fracasar reiteradamente, o porque hayan contemplado situaciones traumáticas de humillación de
estos objetos del self. Hemos afirmado que la psicología del self es interactiva, en el sentido de que considera que
el sujeto se desarrolla como tal en su trato con los demás, especialmente con sus personas más significativas. No
obstante, dicha interacción no es un intercambio afectivo, sino una especie de potenciación del narcisismo del niño
a base de elogios y de tomar a los padres como ideales. No cabe duda de que esto es importante, pero se echan a
faltar en el citado autor los componentes básicos de cualquier vínculo afectivo, que se basa en la reciprocidad, en la
preocupación por la otra persona, en su cuidado, en las alegrías y en las penas compartidas, en la identificación
mutua; en definitiva, en su naturaleza bidireccional. Incluso el vínculo afectivo de un padre con su hijo pequeño es
también recíproco, y no se basa únicamente en inflar su ego lanzándole piropos, o en servirle de modelo. La
psicología del self es interactiva, pero unidireccional, porque parece que los objetos del self sólo tienen como
función potenciar y consolidar el narcisismo infantil, y es mucho más que eso. Los dependientes emocionales
sienten que les falta autoestima, pero también les falta afecto, aunque el origen de ambas carencias sea común.
Factores mantenedores
De la misma manera que no profundizamos antes en los factores genéticos, tampoco lo haremos ahora en los
biológicos para explicar el mantenimiento del trastorno. De ninguna manera esto significa que no se reconozca su
papel: es evidente que la interacción entre los citados factores genéticos y los ambientales debe tener su correlato
en diversas estructuras y funciones psicobiológicas. Por ejemplo, a causa de la mencionada depresión clínica y
subclínica que sufren estos pacientes, deberán producirse disfunciones en los sistemas de neurotransmisión
serotoninérgico y noradrenérgico, que, como es lógico, consolidan y mantienen la dependencia emocional.
En otro ámbito, siguiendo la línea propuesta por T.Millon(25), consideramos que en fases posteriores a la
infancia y la niñez se consolidan los rasgos de personalidad, sean éstos sanos o disfuncionales, mediante lo que
podríamos denominar “procesos de autoperpetuación”. Los esquemas interpersonales(40) o pautas de relación
adquiridas serían los principales responsables de que el trastorno se perpetuara por sí mismo en fases posteriores de
la vida del sujeto. Recordemos que los dependientes emocionales parten de una base de baja autoestima, necesidad
descomunal de afecto, adhesión excesiva hacia las personas significativas, y elección de objeto fundamentada en la
idealización y la sumisión. Todo esto configura las pautas relacionales que estos sujetos utilizarán con cada nueva
interacción.
Al igual que en la mayoría de personas, en los dependientes emocionales estos esquemas de relación
adquiridos se perpetúan o alimentan a sí mismos. Sintetizando, podemos afirmar que este mantenimiento se
produce por las respuestas o reacciones complementarias(40) de las personas con las que interactúan. Dentro del
tema que nos ocupa, pensemos en un dependiente emocional, con todas las características citadas anteriormente,
que se relaciona con una persona que pudiéramos calificar de “normal”. Dicha persona acabaría rechazando de una
manera más o menos manifiesta al dependiente, por su baja autoestima (no es agradable tratar con personas que se
quieren y respetan poco) y por el agobio que generarían sus deseos de acceso constante y de exclusividad en la
relación. Esto, a su vez, reforzaría la mencionada baja autoestima y los deseos emocionales.
Imaginemos ahora que intenta relacionarse con una persona narcisista y explotadora, carácter que, como
hemos visto, cumple adecuadamente con los requisitos de idealización del objeto. La interacción duraría mucho
más tiempo, porque el narcisista sí encuentra atrayente una persona que le admira y que se somete continuamente.
Esto también reforzaría las pautas de relación del dependiente emocional, porque minaría todavía más su ya pobre
autoestima, incrementaría su tendencia a la idealización y la sumisión, y no cubriría adecuadamente sus
necesidades emocionales porque una persona narcisista no podría proporcionarle el afecto genuino que realmente
necesita.
En este capítulo revisaremos las opciones diagnósticas para la dependencia emocional que nos ofrecen los
sistemas actuales de clasificación psicopatológica, concretamente el DSM-IV(45).
Trastorno depresivo con síntomas atípicos.
Sería la categoría diagnóstica elegida para dar cuenta del concepto ya explicado de “adicción al
amor”, por lo que nos remitimos al capítulo correspondiente. Reiteramos que al tratarse de un trastorno del
Eje I no podríamos utilizarlo cuando el sujeto estuviera asintomático, en este caso cuando no estuviera
involucrado en una relación adictiva.
Aunque no figura en el DSM-IV, sí se efectúa una propuesta de inclusión en el apéndice del DSM-III-
R. Si incluimos aquí esta malograda categoría diagnóstica es porque para muchos profesionales de la salud
mental tiene validez, y porque su definición se solapa en gran medida con la dependencia emocional, como
hemos indicado también más arriba. En definitiva, sería actualmente la opción más válida dentro del Eje II,
si exceptuamos la propuesta que a continuación efectuaremos.
Diagnóstico diferencial
La dependencia emocional debe distinguirse de dos trastornos de la personalidad con los que puede existir
confusión:
Aparentemente, y no sólo por el término común “dependencia”, existen paralelismos entre ambos
cuadros: excesivo aferramiento interpersonal, sumisión, ansiedad de separación, descompensaciones en
caso de rupturas, etc. Pero se da una diferencia que desde nuestro punto de vista es fundamental, y que
reside en la naturaleza de la referida dependencia. Como hemos señalado, en nuestro objeto de estudio la
necesidad es emocional, está basada en un anhelo irresistible de ser querido, escuchado o atendido, y de
tener alguien al lado al que adorar que proporcione el ansiado suministro afectivo, suministro que por otro
lado el propio sujeto no se da a sí mismo.
En estos pacientes sí aparece con claridad la dependencia emocional, sólo que alternada con periodos
totalmente opuestos en los que son más autónomos y agresivos. Se produce “un patrón de relaciones
interpersonales inestables e intensas caracterizado por la alternancia entre los extremos de idealización y
devaluación”(45), fenómeno que podríamos denominar “oscilación vinculatoria” y que en absoluto es
exclusivo de los pacientes límite, si exceptuamos la notable intensidad con la que dichos pacientes
establecen y luego rompen sus lazos afectivos, transitando entre periodos de gran vinculación y de
tremenda desvinculación.
Propuesta diagnóstica
Sobre la base de todo lo expuesto en el presente artículo, y siguiendo los criterios diagnósticos generales para
los trastornos de personalidad(45), podemos afirmar que la dependencia emocional cumple con todos los requisitos:
afecta la cognición, la afectividad, la actividad interpersonal y el control de los impulsos; es persistente, inflexible y
abarca numerosas situaciones personales y sociales; es de larga duración y de inicio temprano; y no se debe a otro
trastorno mental, a los efectos de sustancias o a enfermedades médicas. Como en otros trastornos específicos de la
personalidad, la dependencia emocional se sitúa en el extremo de un continuo basado en un rasgo adaptativo, que
en este caso es la vinculación interpersonal. Así, tener cierta dependencia emocional es frecuente e incluso
deseable, igual que sucede con el narcisismo, la suspicacia o la introversión.
Por tanto, efectuamos la propuesta nosológica de creación de un trastorno específico de la personalidad para
la dependencia emocional. Mientras tanto, se puede utilizar la categoría residual para el Eje II “trastorno de la
personalidad no especificado”, al margen de los diagnósticos que sean necesarios en el Eje I por la gran
comorbilidad que presenta este cuadro.
6.- CONCLUSIONES.
El objetivo del presente artículo ha sido proporcionar a la dependencia emocional un esquema teórico y
clínico propios, por considerar que los utilizados actualmente para estos pacientes, y que se corresponden con los
de los conceptos afines revisados, no son enteramente satisfactorios. La propuesta diagnóstica de un trastorno
específico de la personalidad tiene como fin la utilización unívoca del término y su adecuada ubicación nosológica.
Finalmente, se espera que se estimule la investigación sobre este fenómeno, incluyendo ámbitos no tratados aquí
como la evaluación y el tratamiento.
¿POR QUÉ DEJO QUE ME PEGUE?
por Rocío Toledo
En las ultimas semanas, todos hemos escuchado en alguna ocasión testimonios y noticias sobre el trato que
reciben algunas mujeres por parte de sus parejas. También es verdad de que no siempre este trato es producido
exclusivamente por ellos sino también por otros miembros cercanos de su familia.
La palabra maltrato es mencionada por los medios de comunicación como forma de definir una situación en
la que la mujer permite durante años vivir completamente sometida a una persona. Cada vez que aparece una mujer
asesinada o lesionada en manos de su marido todos nos estremecemos, pero también es verdad que nos
preguntamos “por qué deja que le haga eso”. Estos pensamientos surgen en más de una ocasión en las personas que
actuamos como observadores, expresiones como “yo no permitiría nunca que nadie me diese una bofetada” surgen
inmediatamente después de que nos enteramos que se ha producido una nueva agresión de violencia doméstica.
Todos estamos de acuerdo en que, generalmente, la mujer es la víctima y el marido el agresor, pero cuando
criticamos a la víctima por haber aguantado esa situación, lo que estamos haciendo es volver a agredirla, la estamos
convirtiendo nuevamente en una víctima.
A continuación voy a intentar esbozar brevemente el por qué una mujer, que aparentemente no tiene
necesidad alguna de aguantar estas situaciones, lo hace. En ello han influido diferentes factores: el entorno familiar
en el que la mujer creció, el nivel de autoestima que posea, el apoyo familiar que recibe, la percepción que tenga de
las relaciones de pareja y la sociedad en la que viva.
Intento que comprendamos a las víctimas de agresiones domésticas, que las apoyemos y que no les exijamos
conductas y actitudes que bien no han aprendido o que no las saben aplicar.
Si nos fijamos bien, este tipo de agresiones van asociadas a las relaciones amorosas por lo que la forma en
que ellas perciben este tipo de relaciones es diferente a otras mujeres. La víctima percibe las relaciones como amor
romántico. El amor romántico se ha inculcado en la educación de las niñas, las adolescentes y las mujeres en
general. Desde las telenovelas pasando por los millones de novelitas “rosas” siempre encontramos la misma
estructura: conquista, amor deslumbrante, apasionada entrega interrumpida por terribles desencuentros,
malentendidos, obstáculos de todo tipo, impedimentos gravísimos y, después de grandes sacrificios y
transformaciones, llega el final, donde todo se aclara y se encamina a una gloriosa felicidad. Las ideas acerca de
este tipo de amor que nos han inculcado se caracterizan por:
- La entrega total.
- Pensar todo el tiempo en el otro, hasta el punto de no poder trabajar, estudiar, comer,
dormir o prestar atención a otras personas “no tan importantes”.
- Prestar atención y vigilar cualquier señal o signo de altibajos en el amor o el interés del
otro.
A esta forma de concebir el amor, le sumamos una autoestima baja o desvalorización. Muchas circunstancias
familiares responden a un contexto social estructurado a partir de la inferioridad y marginalidad de la figura
femenina. Se establece un círculo vicioso en el que las experiencias negativas vividas en la familia se intensificarán
por los factores sociales y culturales que establecen la discriminación de la mujer. La familia es un pilar
fundamental en el fortalecimiento de la autoestima en cualquier niño. Si la familia no ayuda al niño a que desarrolle
adecuadamente su personalidad, y que no crezca creyendo en él mismo; cuando el niño/a sea adulta irá arrastrando
el sentimiento de inferioridad ante los demás y justificará positivamente las acciones de los demás hacia él/ella.
Esta forma de menoscabo de la propia persona se encuentra incorporada a la personalidad como secuela de la
crianza, propiciada por un contexto social en el que la mujer ocupa un lugar secundario. A todo esto, como hemos
comentado anteriormente, se agrega el concepto de amor romántico, con su carga de altruismo, sacrificio,
abnegación y entrega, que se les enseña a las mujeres desde que nacen a través de múltiples canales por los que se
filtra la cultura vigente. Algunas de las vivencias de una mujer de baja autoestima son:
- Se siente inferior y cree que los demás son más inteligentes, más capaces o tienen más
suerte.
- Cree que no puede bastarse a sí misma y que nadie le prestará atención, ni le dará
trabajo ni la oportunidad que necesita.
- Se siente insignificante, fea, frágil, desvalida, defectuosa, muy gorda o muy flaca, pero
siempre mal.
- Aunque triunfe, siente que está engañando a la gente y que en cualquier momento
descubrirán que no sabe nada o no sirve para nada.
- Admite todas las críticas y los rechazos que recibe como si los mereciera o fueran
todos justos.
- Creer que todos la miran y están pendientes de lo que hace o que pueden adivinar sus
pensamientos.
- Tiene que dar todo, prestar todo, ser buena con todos.
- Está siempre atenta a satisfacer a la madre, al marido, a los hijos, creyendo que así la
van a querer más.
- No sabe qué le gusta, qué prefiere, qué opina o qué piensa a cerca de las cosas.
- Vive temerosa de mostrarse sucia, de tener mal olor, de estar arrugada, de que su ropa
la deje en ridículo o de hacerse notar por algo.
Cuando una persona se siente capaz y valiosa porque ha sido aceptada desde que nació, puede reconocer su
derecho al respeto y a la defensa de sus necesidades. Se siente dispuesta y capaz de afrontar los problemas. Se
permite equivocarse, aprender, rectificar y seguir adelante sin sentir desconfianza de sí misma. Cuando le va bien
disfruta y se siente contenta consigo misma, pues tiene conciencia de que posee méritos legítimos.
Podemos decir que una persona así tiene una buena autoestima. Confianza y respeto por la propia persona son
la base de la autovaloración positiva. Está centrada en un sentimiento que expresa la valoración y el conocimiento
de la capacidad y de las cualidades personales reales, incluyendo una evaluación no exagerada de sus limitaciones o
defectos humanos.
Cuando nuestra individualidad, con sus rasgos, sus proyectos y sus ideas, deja de ser el eje de nuestra vida
para que otra persona ocupe totalmente ese lugar, se produce un desequilibrio y un vacío interior, la anulación de la
personalidad y la gestación de una enorme dependencia. Todo lo que dice, hace o piensa el otro pasa a ser vital
para nuestra seguridad. La extrema necesidad de aprobación y la esclavización espiritual y hasta física (“no salgo
por si llama justo en ese rato”) llevan a un estado de inquietud permanente. Todo se vuelve amenazante para ese
amor dependiente (¿y si él se cansa, se aburre, compara, descubre …?).
En este sentido, el hombre violento también es dependiente de su esposa. Su baja autoestima le lleva a
controlar todo lo que ella hace, pues se siente inseguro de que lo quiera y lo acepte por él mismo. De ahí que utilice
todas las técnicas de abuso emocional para socavar la autoconfianza de la mujer, haciéndole creer que no puede
arreglárselas sola y que es una inútil.
Las mujeres involucradas en estas situaciones, impulsadas por su desvalorización, no perciben la humillación
que implica el esfuerzo de intentar arrancar amor, interés o cuidados auténticos a quien no puede o no quiere darlos
o sentirlos. Por eso, esas mujeres en vez de protegerse, perseveran: “si supiera qué le está pasando; si lo pudiera
ayudar más; si me esforzara por ser mejor y darle todos los gustos”.
Si tomamos entonces las circunstancias familiares, les agregamos el estereotipo femenino de la tolerancia, la
pasividad y la sumisión, complementario del masculino de la actividad, la independencia y el dominio, y juntamos
todo con la imagen cultural del amor romántico, estaremos en condiciones de comprender mejor cómo se llega a
ser una mujer maltratada y por qué es tan grande el número de ellas en todas las sociedades que sustentan tales
pautas. La mujer maltratada no es una enferma o una persona masoquista, sino un ser humano que, al fin y al cabo,
no ha pretendido más que ajustarse estrictamente a lo que la sociedad y la institución familiar le han inculcado y
han exigido de ella.
Por todo ello, aceptemos nuestra responsabilidad como miembros de una sociedad intolerante, impulsemos la
co-educación, rebelémonos ante las leyes y la permisividad social, colaboremos activa y diariamente en un cambio
social, y evitemos el victimismo y el ataque continuado que recibe una víctima por la sociedad.
COMPLEJOS SENTIMIENTOS
por Mª José Hernando. Licenciada en Psicología
Uno de los asuntos que más quebraderos de cabeza traen a la mayoría de las personas son los de caracter
emotivo. Estamos educados en una forma muy simplista de experimentar nuestras emociones y afectos. Desde
pequeños nos acostumbramos a sentimientos positivos (cariño, amistad, amor, etc) y a sentimientos negativos
(celos, odio, resentimiento, etc) Pero además nos acostumbramos a relacionar estos sentimientos con «objetos»
concretos: A papá y mamá cariño; a la sopa odio; a mi compañero de clase, amistad... Es decir, a cada «objeto» de
nuestro entorno le corresponde un determinado sentimiento.
Pero la realidad siempre nos acaba metiendo en líos porque las cosas no funcionan nunca de una forma tan
simple. Como en tantos otros asuntos relacionados con nuestro psiquismo, las cosas funcionan en estructura y están
en dinámica, evolucionan siguiendo un complejo proceso que no suele ser compatible con esquemas estáticos e
ideas preconcebidas. Antonio Machín cantaba hace cincuenta años una canción que se hizo muy popular y cuyo
estribillo preguntaba ¿Cómo se puede querer a dos mujeres a la vez y no estar loco? Desde el punto de vista de la
psicología casi resultaría más conflictiva la situación de una persona que solo pudiera querer a una al mismo
tiempo. Otra cosa es que sus sentimientos le lleven a la bigamia. Pero eso es asunto de otras disciplinas.
En el lenguaje popular se dice: «No ofende quien quiere sino quien puede». Como en tantas ocasiones, los
dichos populares encierran la sabiduría que da la experiencia porque la fuerza de una ofensa radica en la «unión
emotiva» entre el ofensor y el ofendido. Lo cual nos lleva a la conclusión de que las mayores ofensas, las mayores
heridas provendrán, seguramente, de nuestros seres más queridos.
Estos ejemplos extraídos de la calle nos ponen en la pista de lo complejo que puede ser el mundo de nuestros
sentimientos. De hecho, en la consulta de un psicoterapeuta es muy habitual encontrarnos con casos de lo que
podemos llamar «contradicción emotiva». La contradicción emotiva en una sensación de desconcierto producida
por el hecho de experimentar sentimientos contrapuestos hacia un mismo objeto. Un caso muy habitual es el que se
da con los padres: se les quiere pero al mismo tiempo se arrastran heridas (ofensas) que han sido producidas por
ellos, precisamente porque no ofende quien quiere sino quien puede. También sucede mucho con las parejas, los
hermanos, etc. Algunas veces, la sensación de confusión es profunda y acaba alterando la capacidad emotiva de los
indivíduos. En algunos casos la consecuencia es una especie de «bloqueo emotivo»: si no quiero a nadie, nadie me
podrá hacer tanto daño. En otros se emplea la represión de uno de los elementos: o se elimina el afecto «para
siempre» evitando la exposición al daño (padres que no se hablan con sus hijos, p.ej.) o se «niega» la ofensa
sumiéndola en las profundidades psicológicas para salvaguardar la relación. Lo que menos se ve en una consulta
psicológica es a personas con la suficiente «elasticidad» para poder vivir sus emociones y sus sentimientos de
forma estructurada y dinámica. No solo se puede querer a dos mujeres (o a dos hombres, o a un hombre y una
mujer, o a una mujer y a un hermano...) sino que es de lo más normal (insisto en que aquí no entramos en lo que se
hace a consecuencia del sentimieto).
Claro que se puede querer mucho a una persona y al mismo tiempo estar enfadadísima por una ofensa
recibida. ¿Acaso vemos lógico que un hijo deje de querernos porque le hemos castigado? Nuestros sentimientos
son complejos, interactúan, evolucionan, pueden ser controlados, alentados, reprimidos, confundidos, sublimados...
Pretender que funcionan a piñon fijo es una ingenuidad. Y cuando la cosa se complica la ayuda profesional no debe
ser entendida como un fracaso: A veces la mirada ajena aporta una perspectiva muy esclarecedora.
¿Co-dependencia o Bondad?
por Marlene M. Maheu, Doctora en Psicología
“Yo no quiero reprocharle a mis seres queridos que les cuido, pero acabo sintiéndome
resentida cuando después veo que ellos no hacen lo mismo por mí”. “Si ellos
fueran tan considerados conmigo como yo lo soy con ellos, estaría más
contenta y me sentiría más segura”. “Algo no acaba de funcionar bien”.
Ser de ayuda para sus seres queridos puede ser muy agradable y remunerador. En
muchos libros se ha tratado el tema de la co-dependencia, pero a veces es
difícil establecer la diferencia entre co-dependencia y bondad. Aunque co-
dependencia no es un término psicológico oficial, describe un tipo de relación
donde un individuo da de sí mismo incluso cuando, por su propio bienestar,
uno no quiere o no debe.
· Busque el equilibrio.
Ahora que usted ha leído en qué consiste el ejercicio, saque un papel y hágalo.
(Valdrá la pena). Si trata a los demás mejor que usted es tratado/a y se siente
frecuentemente resentido/a con el trato de los demás, considere la posibilidad
de que está en desequilibrio, o lo que es lo mismo, que es co-dependiente.
Según la edad de la persona que usted puso en la lista, decida si usted se está dando a
ella libremente o si se trata de alguna obligación tácita que le deja resentido/a.
Peor aún, decida si usted se ha estado dando porque teme las consecuencias
(enfado, malas caras, amenazas, gimoteos, culpabilización, ...). Tenga en
cuenta que a los niños se les permite obtener más de lo que ellos dan, ese es el
compromiso que usted adquirió cuando decidió tener hijos. Sin embargo,
conforme van creciendo deben aprender que el mundo no complacerá cada
uno de sus antojos. Deben aprender que los demás también tienen necesidades
y que las relaciones requieren negociación. Es su trabajo como padre o madre
enseñarle estas lecciones.
El cambio será difícil de aceptar por parte de los demás, así cómo de llevarlo a cabo.
A cada una de las personas involucradas será necesario hacerles saber
previamente que usted va a cambiar su forma de actuar. Deberá prepararse
para recibir respuestas negativas. Será sólo una parte del proceso de cambio.
A las personas que antes conseguían de esa forma sus objetivos
probablemente les supondrá un problema el oírle que les dice “no”.
· Practique diciendo “no” a cosas pequeñas en casa, con otros familiares o con
amigos.
Un buen comienzo puede ser empezar a decir “no” a pequeñas cosas que antes habría
hecho porque “no supone un gran esfuerzo”, o porque “no merece la pena
crear un problema”. Vaya despacio, pero tome posiciones en aquellas cosas
que usted sabe que puede hacer. Por ejemplo, si usted siente resentimiento por
tener que hacer la colada de su hijo adolescente, enséñele a que lo haga él solo.
Si se niega a hacerlo, haga que le pase a usted una asignación mensual por
lavarle la ropa.
Este es el precio que deberá pagar por sentirse libre. Dentro de unos pocos meses
seguro que habrá aprendido a separar y lavar su ropa correctamente, e
incluso a colocarla en la secadora. A menudo, las personas hacen cosas que
realmente no desean hacer porque “no merece la pena decir no”. Si usted
realmente no quiere ver determinada película, no le apetece comer en un
determinado restaurante, no quiere quedarse más tarde de lo habitual, no
quiere llevar a alguien a algún sitio, no quiere hacer un recado porque está
demasiado cansado, ... no lo haga. (Tenga la precaución de practicar esto con
personas conocidas y cuando esté seguro/a podrá aplicarlo en su ámbito
laboral).
Si la otra persona no está siendo razonable, use la técnica del disco rayado: “La
próxima vez, por favor, pregúntamelo antes” ... “La próxima vez, por favor,
pregúntamelo antes” ... “La próxima vez, por favor, pregúntamelo antes”.
Esta técnica evita la escena de estar ante la “inquisición”, porque de esta
forma no se le da a la otra persona ningún arma que pueda usar contra usted.
Ellos lo entenderán tarde o temprano y usted dejará de ser manipulado/a en
cosas que no quiera realmente hacer.
Hable con aquellos amigos que usted vea que se muestran felices en sus relaciones y
pregúnteles cómo equilibran ellos la balanza del dar y del recibir. Únase a una
terapia grupal o a un grupo de apoyo para recibir las sugerencias y los ánimos
de otras personas. Acuda a los grupos CODA y escuche hablar a los demás
sobre cómo ellos están “encontrando su propia voz” en las relaciones con los
demás. Los encuentros de grupos CODA tienen entrada libre y están
disponibles en la mayoría de las ciudades de los Estados Unidos de América
· Confíe en usted.
Cualquier cosa que haga puede hacer que las cosas cambien y usted no tiene por qué
vivir una vida de callado resentimiento. Si decide dar algo de corazón, porque
realmente lo siente en ese momento, sin que el miedo le motive a ser amable,
disfrútelo. ¡El entregarse a otros puede ser un regalo para uno mismo,
siempre que se haga por las razones correctas!.
Cuando hablamos de maltrato psíquico nos referimos a toda conducta, intencionada, que produce
desvalorización y sufrimiento.Estas conductas abarcan un espectro que va desde el abuso verbal hasta la toma de
decisiones, que la involucran, sin consultar a la mujer.Este abanico no excluye burlas, ridiculizaciones,
manipulación, control abusivo de la economía familiar o desprecio.
Esta destrucción resulta “visible”a través de síntomas varios: depresión, ansiedad, insomnio, complacencia
excesiva por miedo a provocar ataques; en casos extremos deseos de suicidio.
El maltratador alterna días de ataque con arrepentimientos y días de “cariño”.estos días son, precisamente, el
gran enemigo de la mujer maltratada porque descansa en esta “paz aparente” y “se olvida”.
Estos días de calma devienen, además, en impedimento para cortar el vínculo –porque hay que cortarlo-.
Cuando la relación está en sus comienzos y nada parece delatar el futuro calvario los primeros indicios
encuentran a la mujer desprovista de respuestas .Estos ataques primeros resultan increíbles; ser agredida, humillada
por “su amor” le parece inimaginable.
Los pequeños actos de dominación cotidianos son tomados como normales hasta que empiezan aparecer las
faltas de respeto, las burlas, las mentiras…
Claro que la reacción es improbable porque su falta de valoración personal le impide reclamar por sus
derechos, la hace propensa a ocupar ese sitio en el que será insultada, despreciada, se le negará dinero, se le
impedirá trabajar o estudiar y no podrá salir sin justificar la salida.
La dominación es el arma que da poder a estos hombres cuya valoración personal da por tierra y por esta
razón necesita de una compañera inmóvil.
Restringe todo movimiento de su mujer por la no disponibilidad de dinero.
Son hombres débiles que utilizan la dominación como modo de “creerse” superiores-al menos para no
“saberse” débiles.
Esta falta de seguridad y fortaleza es reemplazada por el hipercontrol y los celos sin medida ni causa real.
Consideran a su mujer y sus hijos como su propiedad y, con las pertenencias “uno hace lo que quiere”.
Son mujeres de muy baja valoración personal a quienes acompaña una marcada sensación de no poder valerse
por si mismas, es precisamente este rasgo de personalidad el que las hace dependientes pues sienten que si se
quedan solas no sabrían qué hacer.
Fueron mujeres educadas con responsabilidades excesivas, no acordes con su edad; o por el contrario muy
protegidas en su infancia; tanto que buscan un hombre que tome las decisiones por ellas.
¿MARCHARSE DE CASA?
Cuando esté en peligro tu propia seguridad o la de tus hijos puedes abandonar el domicilio sin incumplir el deber de
convivencia, siempre que en el plazo de 30 días solicites unas medidas provisionalísimas o presentes demanda de separación.
Previstas para los casos de urgencia y necesidad, la Ley te faculta para solicitarlas personalmente del juez de Familia sin
necesidad de Abogado ni de Procurador.
Contienen la autorización para vivir separados, medidas sobre la custodia de los hijos, disposición de la
vivienda y auxilios económicos.
LA DEMANDA
Se interpone en el juzgado de Familia por medio de Abogado y Procurador. Si careces de recursos económicos y has
solicitado asistencia jurídica gratuita encontrarás asesoramiento en el Colegio de Abogados, con la finalidad de orientar y
encauzar tus pretensiones.
El libro de familia
DNI propio y el de tus hijos
Nómina de la persona con la que convives o copia de la declaración del Impuesto de la Renta de las Personas Físicas
(IRPF)
- El primer paso de este arduo camino es hablar.Hablar sobre aquello que “no puede decirse”.
- Más tarde vendrá el tratamiento psicológico que les devuelva las riendas de su propia
vida.Porque accederán a ellas.
- Una vez que logran este movimiento, casi todo lo demás es posible.
- Una mujer que logra dar este paso comienza a recuperar la confianza en si misma.
Un divorcio es siempre percibido como una situación traumática tanto para la pareja que da por terminada su
relación física y afectiva, como para los hijos que experimentan la pérdida significativa de la estabilidad familiar de
diversas maneras. Y se ha observado que cuando el divorcio se da en malos términos sin proteger a los hijos del
conflicto producido, se genera una desorganización familiar. De hecho hay padres que llegan a utilizar a los hijos
para sacar alguna ventaja del conflicto, o bien, tienden a desligarse de sus responsabilidades y tareas parentales en
la crianza de los hijos. Sin embargo, cuando el divorcio se vive como una etapa más del ciclo vital, se tiende a
proteger a los hijos aún cuando se experimenta dolor por la pérdida.
La desintegración familiar ha aumentado significativamente en los últimos años, lo que ha motivado a los
investigadores a determinar de qué manera la experiencia de divorcio durante la infancia está relacionada con la
salud subjetiva y conductual durante la adolescencia. Breidablik & Meland (1999) encontraron diferencias
significativas en relación a un grupo de adolescentes miembros de familias con padres divorciados, en los que se
presentaban quejas físicas y emocionales, menor bienestar psicológico, un desempeño menos eficiente, así como
una mayor presencia de conductas de riesgo como el hábito de fumar. Concluyeron que la experiencia de divorcio
para los hijos durante la infancia representa un evento estresante significativo con consecuencias en la salud mental
durante la adolescencia. Y que dichas consecuencias deben ser consideradas al momento de planificar programas de
prevención para este tipo de población. Eso sin mencionar que existen etapas y tareas durante el desarrollo
psicosocial normal de los adolescentes, que se ven afectadas por el divorcio de los padres (Steinman & Petersen,
2001).
En el presente ensayo vamos a centrarnos específicamente en las reacciones emocionales de los adolescentes,
ya que los dos casos atendidos en el Centro Psicológico (CEPUC) provienen de familias con padres separados, lo
que de alguna forma ha influido en su proceso de individuación. En el caso de Jorge (22 años) la separación de sus
padres se dio en buenos términos, no así en el caso de María (21 años) donde la separación se llevó a cabo en un
ambiente poco favorable, presentando síntomas depresivos desde hace más de dos años. Uno de los motivos que
trajo a María a la consulta fue justamente la pena que aún le produce la ausencia del padre en el hogar y la
responsabilidad que siente con todos los miembros de la familia por ser la hermana mayor. Así como también el
hecho de ser utilizada por ambos padres para comunicarse mensajes de un lado para otro desde la separación,
situación que le es muy incómoda y que enfrenta sola ante la indiferencia de sus hermanos.
Como veremos a lo largo de este ensayo, son muchos los factores que aumentan la vulnerabilidad de los
adolescentes para presentar problemas físicos y psicológicos después del divorcio de los padres: la ausencia del
padre, conflicto entre los padres, problemas económicos, estresores de la vida diaria, adaptación de los padres y la
duración de la crisis. (todos ellos presentes en el caso de Maria, mas no en el de Jorge). Thompson (1998) analizó
los problemas sociales y clínicos en un grupo de adolescentes con padres divorciados utilizando el enfoque
sistémico, con el propósito de explicar dicha vulnerabilidad e identificar las intervenciones más apropiadas para
promover la salud mental en esta población. Entre otras medidas recomienda la mediación durante las distintas
etapas del divorcio, las remisiones tempranas y la terapia entre hermanos (sibling therapy), así como la
implementación de programas en los centros educativos con el objetivo de identificar a aquellos estudiantes que
requieran de este apoyo. Coincidiendo con Emery & Laumann-Billings (1998) en la necesidad de asistir a estos
jóvenes y a sus familias durante las distintas etapas de transición.
Spruijt & Goede (1997) decidieron realizar una investigación para estudiar los efectos del divorcio en la
dinámica familiar, con variables como la estructura familiar, la salud física y mental, las ideas de suicidio, el
bienestar psicológico y la situación laboral en un grupo de adolescentes; de acuerdo a cuatro tipos de estructuras:
familias intactas y estables, familias intactas y con conflictos, familias con un solo padre, y familias reconstruidas.
Los adolescentes miembros de familias divorciadas presentaron más problemas relacionales y experiencia de
desempleo en relación a aquellos miembros de familias intactas y estables. Estos resultados no fueron tan
significativos en los adolescentes miembros de familias intactas y con conflictos, así como en las familias
reconstruidas. Resultados muy similares a los encontrados por Forehand, Armistead & David (1997), en donde los
resultados demostraron ante todo una interrupción en los procesos familiares.
McCurdy & Sherman (1996), también estudiaron el efecto de la estructura familiar en el proceso de
individuación de acuerdo a tres tipos de estructura: familias intactas; padres divorciados, con la custodia materna y
sin volver a contraer nupcias; y familias divorciadas, con la custodia materna y con un nuevo matrimonio. Los
componentes del proceso de individuación analizados fueron el apego a los padres, conflictos para lograr la
independencia, timidez, identidad, y autoestima. Los resultados sugerían que los adolescentes miembros de familias
intactas se percibían a sí mismos con más conflictos de independencia pero con más relaciones emocionales
positivas con sus padres, que aquellos pertenecientes a familias divorciadas o reconstruidas. Como veremos más
adelante, el apego, la identidad y los conflictos para lograr la independencia de los padres, estuvo asociada con la
autoestima.
Otra línea de investigación sugiere que no es la configuración familiar lo que determina la efectividad del
funcionamiento familiar y el bienestar psicológico de los adolescentes, sino el estilo de relación parental
(McFarlane, Bellissimo & Norman, 1995) y los conflictos de la pareja previos al divorcio (Kelly, 2000). Devine &
Forehand (1996) realizaron una investigación para analizar la relación entre algunos factores de la pareja
(satisfacción conyugal), y algunos factores relacionados con los hijos (número de hijos, la presencia de un hijo
varón, los niveles de ansiedad en los hijos y problemas de conducta) que pudieran ser predictores de una situación
de divorcio. No se encontró entre los factores relacionados con los hijos, ninguno que pudiera ser considerado
como predictor del divorcio; sin embargo, la baja satisfacción en la relación conyugal fue un alto predictor.
Caspi & Elder (citado por Amato & Booth, 2001) también encontraron que los conflictos de pareja estaban
asociados con un elevado número de problemas de conducta en los hijos pequeños. Y que posteriormente, cuando
adultos, experimentaban problemas con las relaciones interpersonales, afectándose negativamente la calidad de sus
propios matrimonios. Esto se debe al hecho de que los niños aprenden una variedad de conductas interpersonales a
través de la simple observación de los modelos adultos, lo que se evidencia en la utilización de estrategias similares
para la resolución de conflictos tanto en padres como en hijos (Dadds, Atkinson, Turner, Blums & Lendich, citado
por Amato y Booth; 2001), en los estilos afectivos similares (Katz & Gottman, citado por Amato & Booth, 2001), y
en la tendencia a presentar niveles similares de rabia (Jenkins, citado por Amato y Booth, 2001).
En este sentido, los conflictos de pareja entre los padres son considerados un factor de riesgo por ser un
estresor que actúa directamente sobre los hijos, porque los hijos muchas veces se atribuyen la culpa de los
conflictos entre los padres, y porque los conflictos de pareja muchas veces vuelve a los padres menos afectivos y
más críticos con los hijos (Davies & Cummings, citado por Amato & Booth, 2001). Esto explica, como veremos
más adelante, por qué existe un aumento de síntomas depresivos en los hijos, no sólo durante la infancia sino a lo
largo de la vida. Lo planteado anteriormente nos lleva a considerar un aspecto relevante, y es que existe suficiente
evidencia empírica que demuestra que la calidad de las relaciones de pareja es transmitida a través de las
generaciones. Pareciera existir una correlación entre la percepción del propio matrimonio y la percepción del
matrimonio de los padres, por lo que, aquellas personas que tuvieron padres infelizmente casados tienden a
presentar un mayor número de problemas en sus propios matrimonios (Amato & Booth, 2001).
Partiendo del supuesto de la transmisión intergeneracional, las investigaciones han reflejado el hecho de que
el divorcio de los padres es un factor de riesgo que afecta la percepción de los hijos en cuanto a su propio
matrimonio, aumentando la posibilidad de repetir la situación de divorcio. Aún cuando esta conclusión puede
resultar prematura, ya que no todas las parejas que optan por un divorcio han tenido un período considerable de
conflictos previo a este. No obstante, según la investigación realizada por Amato & Booth (2001), pareciera existir
algunas conductas de los padres que pueden ser consideradas predictoras de problemas en el matrimonio, como los
celos, la dominancia, las rabietas, la crítica constante y los estados de humor, entre otros.
Por otro lado, existen algunos factores que durante la infancia, y ante la presencia de un divorcio, generan una
depresión durante la adolescencia (Palosaari & Aro, 1995). Palosaari, Aro & Laippala (1996), concluyeron que la
baja autoestima durante la edad de 16 años era un factor que hacía más vulnerables a los jóvenes para desarrollar
síntomas de depresión, indistintamente del género. Se observó que entre las hijas mujeres, los efectos a largo plazo
estuvieron asociados a la baja autoestima y a la falta de acercamiento con el padre. Sin embargo, cuando la relación
con el padre era estrecha disminuía el riesgo de desarrollar síntomas depresivos. A su vez, no se observó relación
entre la baja autoestima, las relaciones poco satisfactorias con los padres y la depresión en los hijos hombres
después de un divorcio.
Recientemente, numerosos estudios epidemiológicos han analizado aquellos elementos de dolor y apoyo al
dolor que se presentan indistintamente de la situación de pérdida (Marwit & Carusa, 1998), lo que ha permitido
demostrar que los trastornos depresivos tanto en niños como en adolescentes, son más comunes de lo que se piensa.
Por esta razón, decidimos incluir algunas de las últimas contribuciones en materia de depresión en adolescentes, ya
que muchas veces se subestiman las consecuencias a corto y largo plazo de este trastorno (Laget, 2000).
Se ha podido demostrar empíricamente, que los trastornos depresivos parecen aumentar con la edad, y que los
adolescentes logran adaptarse a la experiencia de depresión de manera distinta, según el género. Price &
Lavercombe (2000) llevaron a cabo un análisis de regresión al respecto y observaron que los patrones de relación
eran diferentes en hombres y mujeres. En base a los resultados concluyeron que los varones tendían a externalizar,
pero no se pudo aceptar la hipótesis de que las mujeres tendían a la internalización. Más adelante veremos
nuevamente este hecho, cuando citemos las investigaciones más recientes en relación a las estrategias de
afrontamiento utilizadas por este tipo de jóvenes.
Se ha observado que la respuesta de los hijos ante la separación de sus padres va a depender entre otras cosas
de la edad, ya que su forma de percibir la situación será distinta. Por ejemplo, alguien de 3 años puede que no
comprenda lo que sucede y llegue a sentirse culpable de la separación de sus padres, mientras que alguien de 10
años refleje sus sentimientos en una baja del rendimiento escolar. Por otro lado, los adolescentes tienen edad
suficiente para entender más la separación de los padres, sin embargo experimentan las mismas emociones que
experimentan los niños más pequeños; y muchas veces se debe a que desconocen las razones verdaderas por las que
sus padres decidieron separarse. Lo cierto es que, común a todas las edades existe la mayor parte de las veces un
grado de alteración emocional y conductual.
Fergusson & Woodward (2002) realizaron un estudio longitudinal con un grupo de jóvenes diagnosticados
con depresión durante la etapa de adolescencia media (14-16 años). De acuerdo a los resultados, concluyeron que
un diagnóstico de este tipo y a esa edad, aumentaba significativamente el riesgo de padecer una depresión mayor en
la adolescencia tardía (16-21 años), así como desórdenes de ansiedad, dependencia a la nicotina, abuso o
dependencia al alcohol, intentos de suicidios, bajo desempeño académico, desempleo y una paternidad temprana.
Estos resultados confirman los encontrados por Sampson & Mrazek (2001), acerca del riesgo significativo de
recurrencia durante la edad adulta debido a un trastorno de depresión durante la adolescencia.
En lo que respecta al caso de nuestra paciente depresiva, logramos encontrar evidencia teórica que puede
llevarnos a asociar sus síntomas depresivos con una falta de individuación y un apego inseguro con
representaciones parentales negativas. Esta hipótesis nos la planteamos en base al modelo formulado por Milne &
Lancaster (2001), que explica la relación entre variables como el proceso de individuación, conflictos
interpersonales, autocrítica, estilos de apego, representaciones parentales y síntomas depresivos, todas ellas
involucradas en el proceso de desarrollo psicológico en los adolescentes.
Aún cuando en el caso de María no se tiene información acerca de intentos de suicidio entre sus antecedentes,
consideramos la posibilidad de que mínimo se hayan presentado ideas al respecto (Sampson & Mrazek, 2001). No
perdemos de vista el hecho de que las conductas suicidas son una de las causas de muerte más frecuente a esta edad
(Laget, 2000).
Essau & Petermann (2000) lograron identificar algunos de los factores de riesgo asociados a este trastorno
tales como: algún tipo de psicopatología en los padres, disfunción familiar y eventos de la vida negativos. De esta
forma, la depresión frecuentemente se veía acompañada de otros trastornos y de la tendencia a que se volviera un
trastorno crónico. En esta misma línea de investigación, Shiner & Marmorstein (1998) estudiaron una muestra de
adolescentes gemelos cuyas madres tenían un trastorno de depresión, y se evaluó el funcionamiento familiar en
base a las siguientes condiciones: adolescentes depresivos con madres depresivas, adolescentes depresivos con
madres no depresivas, y un grupo control conformado por adolescentes no depresivos. Los resultados indicaron que
un gran porcentaje de adolescentes deprimidos tenían madres deprimidas, lo que resalta la importancia de
considerar la depresión de los padres en el tratamiento de los adolescentes con este mismo trastorno. Y subraya el
hecho de determinar los patrones de interacción familiar, sobre todo en aquellas familias con más de un miembro
con este tipo de trastorno.
Es necesario mencionar en este punto que la madre de María estuvo en psicoterapia por un diagnóstico de
depresión igualmente. Y recientemente ha sido posible determinar que uno de los factores que permiten predecir
con más apoyo empírico la depresión en adolescentes, es la presencia de una madre depresiva. Hammen & Brennan
(2001), después de controlar los síntomas y ciertas variables psicosociales, observaron que los hijos depresivos con
madres depresivas mostraban significativamente más conductas y pensamientos negativos que los hijos depresivos
con madres no depresivas. En este sentido, nuevamente se utiliza una perspectiva de transmisión intergeneracional
para explicar cómo la presencia de una madre con diagnóstico de depresión, tiende a generar síntomas de depresión
en los hijos. Estos se reflejan por un lado en la dificultad para establecer relaciones interpersonales, y por el otro en
una disfunción cognitiva acerca de sí mismos y del mundo.
Garber, Keiley & Martín (2002) plantearon un diseño de investigación que incluía el género y la presencia de
una madre depresiva en un grupo de adolescentes con trastorno depresivo. Encontraron que las mujeres
demostraban un mayor aumento de los síntomas depresivos en relación a los hombres; y que aquellos adolescentes
con madres depresivas tuvieron inicialmente más síntomas, que aquellos con madres sin un diagnóstico de
depresión. Sólo cuando se controlaron estas dos variables, fue posible predecir significativamente los niveles
iniciales de síntomas depresivos a partir de las atribuciones negativas y los estresores.
Se ha utilizado por mucho tiempo la teoría del apego para explicar los desórdenes de personalidad, partiendo
de la premisa que existe una estructura común a ciertos estilos de apego y ciertos desórdenes de personalidad.
Brennan & Shaver (1998) evaluaron un grupo de adolescentes para investigar la relación entre personalidad y
factores antecedentes familiares como: la muerte de uno de los padres, el divorcio de los padres y sus
representaciones actuales de la relación con sus padres durante la infancia. Los resultados indicaron una alta
correlación entre el tipo de apego y los desórdenes de personalidad, recomendando realizar más investigaciones al
respecto, con el objeto de seguir obteniendo evidencia empírica que demuestre que, el apego inseguro y la mayoría
de los desórdenes de personalidad comparten antecedentes similares de desarrollo.
No descartamos con todo lo anterior la explicación orgánica del trastorno. Más aún cuando el desarrollo
tecnológico ha permitido encontrar numerosas evidencias experimentales y clínicas sobre este trastorno afectivo.
Algunas de las investigaciones más recientes (Lenti, Giacobbe & Pegna, 2000), se apoyan en un modelo
neuropsicológico para identificar una lateralidad de las funciones emocionales desde el inicio del desarrollo, con
dominancia del hemisferio derecho. Esto permitiría abordar el trastorno como una disfunción de hemisferio
derecho, en pacientes de distintas edades. Y como éste, son muchos los estudios con diseños longitudinales (Pine,
Kentgen, Bruder, Leite, Bearman, Ma & Klein, 2000) que siguen sugiriendo una relación entre la lateralidad
cerebral y la psicopatología a lo largo del desarrollo.
De hecho, se ha evaluado la posibilidad de que la asociación entre el divorcio de los padres y la adaptación de
los hijos esté mediada por factores genéticos, a través de estudios longitudinales con familias adoptivas y
biológicas (O´Connor, Plomin, Caspi & DeFries, 2000). Los hijos biológicos de padres divorciados mostraron más
problemas de conducta, abuso de sustancias y problemas de adaptación social, en comparación con hijos biológicos
de familias intactas. Resultados similares se observaron en los hijos adoptados con padres adoptivos separados, en
relación a las familias adoptivas intactas, aún cuando no hubo diferencias significativas en cuanto a la adaptación
social. Esta y otras investigaciones que atribuyen un componente genético a los efectos negativos que se producen
en los hijos debido a una situación de divorcio, por un lado sugieren que la influencia genética del divorcio no se da
en forma directa sino sobre ciertos rasgos de personalidad asociados al divorcio. Otros han sugerido una influencia
sobre rasgos de personalidad, que permiten no solo predecir el divorcio por sí mismo, sino también la tendencia a
presentar los conflictos interpersonales y familiares que preceden y siguen a la separación de la pareja. Por
ejemplo, Kelly (2000) concluye que muchos de los síntomas psicológicos observados en niños y adolescentes
después del divorcio de los padres, pueden ser identificados en las etapas previas del divorcio. Y por ultimo, están
aquellas investigaciones que sugieren una influencia sobre algunos índices de adaptación en los hijos, sobre todo
los relacionados con problemas conductuales y emocionales, abuso de sustancias y autoestima entre otros. En
definitiva, pareciera que los problemas conductuales en hijos de familias divorciadas son el resultado de cierta
vulnerabilidad en los padres transmitida genéticamente, y que sumado a determinados factores ambientales logran
expresarse en términos de conflicto.
El conocimiento de todo lo anteriormente señalado, obliga a seguir realizando investigaciones que permitan
una mayor precisión al momento de hacer un diagnóstico de este trastorno, a partir de criterios fundamentados
empíricamente (Goodman, Schwab-Stone, Lahey, Shaffer & Jensen, 2000). Sobre todo cuando sus efectos influyen
negativamente en el normal funcionamiento de los adolescentes. Hasta ahora, uno de los instrumentos más válidos
para el diagnóstico de depresión en adolescentes en un contexto clínico es el Inventario de Depresión de Beck
(Beck Depression Inventory), a partir de cuatro factores principales que son: una actitud negativa sobre sí mismo,
dificultades en el funcionamiento, síntomas somáticos y la preocupación física (Bennett, Ambrosini, Bianchi,
Barnett, Metz & Ravinovich, 1997).
Para finalizar el presente ensayo, hemos decidido incluir igualmente algunas de las contribuciones más
recientes en materia de psicoterapia para adolescentes diagnosticados con un trastorno de depresión,
específicamente la psicoterapia cognitiva. Sobre todo porque a partir de la última mitad del siglo pasado, las
investigaciones en psicoterapia se han visto en la necesidad de aumentar su rigor metodológico, y permitir con ello
el comienzo de una nueva generación de investigaciones que evalúan la efectividad de la psicoterapia (Hibbs,
2001). Uno de las principales defectos metodológicos en la realización de algunos estudios es la utilización de
muestras demasiado pequeñas para detectar diferencias entre dos o más grupos experimentales. Kazdin (citado por
Diamond & Siqueland, 2001) argumenta que resulta esencial utilizar muestras conformadas por 150 personas como
mínimo para detectar diferencias significativas entre grupos experimentales, y sin embargo pocos son los estudios
que cumplen con este criterio.
Como una alternativa a la terapia con fármacos, la psicoterapia cognitiva promete ser una herramienta
terapéutica estructurada y posible de realizar en un período corto de tiempo. En este sentido, Sauteraud, Marque &
Bourgeois (1995) presentaron el caso de una adolescente de 18 años y con un diagnóstico de depresión crónica, con
varios intentos de suicidio, varias hospitalizaciones previas y una psicoterapia psicoanalítica. Sin embargo, la
verdadera recuperación se observó cuando fue sometida a 16 sesiones de psicoterapia cognitiva, utilizando el
método Beck en combinación con fluvoxamina, cuyo efecto por sí solo resultaba insuficiente.
Rosselló & Bernal (1999) llevaron a cabo una investigación para evaluar la eficacia de la Terapia Cognitiva-
Conductual (TCC) y la Psicoterapia Interpersonal (TIP), en una muestra de adolescentes puertorriqueños con un
diagnóstico de depresión y asignados a tres condiciones: TCC, TIP, o LE (lista de espera). Se evaluaron los
síntomas depresivos, la autoestima, la adaptación social, el ambiente emocional en la familia y la presencia de
problemas de conducta; antes del tratamiento, después del tratamiento y tres meses después de finalizado el mismo.
Los resultados indicaron que la TIP (82%) y la TCC (59%) lograron reducir significativamente los síntomas de
depresión en comparación con el grupo de adolescentes en lista de espera.
Birmaher, Brent, Kolko, Baugher, Bridge, Holder, Iyengar & Ulloa (2000), no observaron diferencias
significativas en los resultados a largo plazo de una investigación longitudinal que incluía en su diseño una terapia
cognitiva-conductual, una terapia familiar sistémica y una terapia de apoyo no dirigida. No obstante, aún cuando la
mayoría de los participantes de este estudio eventualmente lograron recuperarse, aquellos con una depresión severa
y con conflictos en la relación padre-hijo, presentaron un mayor riesgo de desarrollar una depresión crónica o
recaídas. Más reciente aún, Diamond & Siqueland (2001) demostraron que la terapia cognitiva-conductual
resultaba ser más efectiva que otras intervenciones para el tratamiento de los adolescentes con un trastorno
depresivo mayor, logrando reducirla incluso más rápido que la terapia familiar y la terapia de apoyo.
Un aspecto que no quisiéramos dejar de mencionar es, que la depresión parece tener mayor consecuencias a
lo largo del tiempo en lo concerniente a la autoeficacia, sobre todo en las adolescentes mujeres (Bandura, Pastorelli,
Barbaranelli & Caprara, 1999). Muris, Schmidt, Lambrichs & Meesters (2001), llevaron a cabo recientemente un
estudio con miras a determinar los factores protectores y de vulnerabilidad en el desarrollo de síntomas depresivos.
Observaron que la depresión estuvo relacionada con niveles altos de rechazo por parte de los padres, atribuciones
negativas, estrategias de enfrentamiento pasivas y bajos niveles de autoeficacia. En este sentido, proponen un
modelo que considera a las conductas parentales negativas y los estilos de atribución negativa como fuentes
primarias del trastorno depresivo, mientras que los estilos de enfrentamiento y la autoeficacia juegan un papel de
mediadores en la formación de los síntomas depresivos.
Un estudio realizado por Grossman & Rowat (1995), permitió analizar el impacto que tiene la calidad de la
relación de pareja y la relación familiar sobre las estrategias de enfrentamiento, el apoyo recibido y el bienestar
psicológico de los adolescentes miembros de familias separadas, divorciadas y casadas. Demostraron que la
existencia de una relación parental poco afectiva y la ausencia de una estructura familiar sólida, estaba asociada con
una baja satisfacción personal y sentido de futuro; así como por altos niveles de ansiedad en adolescentes miembros
de familias con padres divorciados. Huss & Lehmkuhl (1996) también indicaron que las familias con un clima
familiar de apoyo caracterizado por la confianza y el control, era un importante predictor de estrategias positivas y
activas de enfrentamiento. En cambio, aquellas familias con un clima familiar menos afectivo permitía predecir
estrategias de evitación.
La prueba más evidente para los hijos de una ruptura familiar, es la ausencia de uno de los padres en el hogar,
lo que es experimentado en ocasiones con sentimientos de rabia y tristeza. Ante esto, los padres pueden reaccionar
de distintas maneras:
Comparten con los hijos el enojo que sienten por el ex-cónyuge (“No se hablan
desde que se separaron”).
Desplazan el enojo que sienten hacia los hijos (“Si no hubiera sido por ti a lo
mejor estaríamos casados todavía”).
No responden a las necesidades de los hijos por estar pendientes de sus propias
necesidades (“Casi no lo vemos nunca”).
Se conversa de temas personales y propios de la pareja con los hijos (“Siempre
se vive quejando del otro cada vez que tiene la oportunidad”).
No se fijan los límites apropiados.
Se responsabiliza a los hijos mayores del cuidado de los menores (“Me preocupa
que no pueda terminar mi carrera a tiempo para poder pagarle la carrera a mi
hermana”)
Si los hijos se desarrollan en un ambiente favorable como en el caso de Jorge, en donde ambos padres ejercen
una función paterna conjunta y muestran una conducta que es percibida por Jorge como consistente, permite
explicar mejor su adaptación frente al divorcio de sus padres. Todo lo contrario se observa en el caso de María,
donde la separación se produjo de manera destructiva, desarrollando en la paciente disfunciones cognitivas
asociadas a sentimientos de culpa, abandono e inadaptación social. En este caso, es evidente que cada ex-cónyuge
logre mantenerse intensamente involucrado con cada uno de sus hijos, de manera que les sea posible conservar o
recuperar la confianza en sí mismos y poder enfrentarse a las necesidades de sus hijos sin la presencia del otro
como pareja.
Partiendo del supuesto de que, el padre facilita en cierta forma el proceso de individuación en la relación
madre-hijo, una situación de divorcio termina complicando este proceso. Saintonge, Achille & Lachance (1998)
realizaron una investigación con adolescentes hijos de padres separados y con la figura de un hermano mayor como
sustituto de la figura paterna, quienes fueron comparados con un grupo control conformado por adolescentes sin
hermanos mayores. Los resultados indicaron que aquellos adolescentes con la figura de un hermano mayor,
estuvieron menos afectados por la separación de los padres que aquellos que no tenían dicha figura paterna
sustituta.
Todos estos resultados dejan ver la importancia de realizar intervenciones con los adolescentes, considerando
el contexto de las relaciones familiares. Razón por la cual se decidió utilizar del genograma para identificar las
etapas del ciclo vital y los aspectos relacionales presentes en la familia (Revilla de la, Constan, Ubeda, Fernández,
Fernández & Casado,1998; Patiño & Vázquez, 2000).
En este sentido, los hijos deben ser considerados tanto en el contexto previo como en el contexto posterior al
divorcio, ya que la mejor decisión es aquella que menos los perjudique y no sólo aquella que más conviene a la
pareja que desea separarse. En otras palabras, aún cuando la pareja que presenta el conflicto llega a dar por
finalizada la relación conyugal en términos de divorcio, es supremamente importante que ambos padres mantengan
y compartan la "función parental"; de lo contrario dicha situación puede generar ambivalencia y la formación de
coaliciones con los progenitores, afectando el bienestar psicológico de los hijos. Lo ideal sería que los padres de
María logren separar los resentimientos que resultaron de la situación de divorcio, y que sean capaces de tolerar las
frecuentes comunicaciones en torno a las decisiones que afectan la crianza de sus cuatro hijos.
Conforme las relaciones envejecen y nos vamos volviendo más mayores el deseo sexual, en ocasiones,
disminuye. Esta situación es aún más problemática en las relaciones dónde uno de los miembros de la pareja tiene
una tasa “alta” y el otro tiene una tasa “baja”. Un ejemplo ilustrativo lo encontramos en una de las escenas de la
película “Annie Hall”. El personaje caracterizado por Woody Allen y su novia se encuentran en la consulta de un
psiquiatra. Éste les pregunta a los dos por la frecuencia de sus relaciones sexuales. “Casi nunca”, responde Allen
defraudado, “quizás tres veces por semana”. “Constantemente”, responde Diane Keaton, “yo diría que tres veces
por semana”. Muchas personas no están seguras sobre qué hacer. A continuación se plantean algunas cuestiones a
considerar si usted encuentra que está prefiriendo segar el césped, limpiar la cocina,...
El deseo sexual está formado por dos componentes: biológicos (físicos) y psicológicos.
Dado que una intervención psicológica no ayudará si existe un problema biológico comenzaremos en primer
lugar por los factores físicos. Aunque no nos lo parezca cuando somos más jóvenes, el sexo es un sistema biológico
muy frágil, que se ve afectado fácilmente por nuestro estado de salud.
Las posibilidades a explorar incluyen las medicaciones que esté tomando en la actualidad.
La mayoría de medicaciones, comúnmente tomadas bajo prescripción, que pueden afectar el deseo sexual son
los antidepresivos, ansiolíticos (medicamentos anti-ansiedad), y los antihipertensivos. Las diferentes medicaciones
actúan de forma diversa según las personas y no todas tienen por qué verse afectadas. Si usted no está seguro sobre
el potencial de una medicación para reducir el deseo sexual, acuda a un farmacéutico o a su médico y consúlteselo.
Mejor todavía, acuda a ambos y hágales exactamente la misma pregunta. Compare sus respuestas. A veces una
medicación diferente para tratar el mismo problema puede tener menos efectos negativos en el deseo sexual.
También debe saber que, en algunas personas, el consumo de alcohol y el consumo de tabaco puede influir en su
deseo y en su respuesta sexual.
Muchas personas pueden tener una relativa ausencia de problemas en su respuesta sexual hasta muy avanzada
edad. Sin embargo, puede haber periodos breves en la vida en que los cambios corporales disminuyan el apetito
sexual. Muchas mujeres presentan síntomas de pre-menopausia años antes de llegar a ser menopausicas. Uno de los
síntomas es la reducción del deseo sexual. Las mujeres ya están experimentando señales de pre-menopausia a los
35 años. Los hombres también pueden pasar por cambios hormonales. Se pueden medir los niveles de la
testosterona y controlarlos a través de un simple análisis de sangre que le puede realizar su médico de cabecera.
Tanto hombres como mujeres se pueden beneficiar de un reemplazo hormonal si sus niveles hormonales son
escasos.
Las personas que padecen enfermedades crónicas (dolor de espalda, jaquecas, lupus, artritis, etc.) a menudo
experimentan difícultades en lograr un apetito sexual suficiente como para mantener una actividad sexual vigorosa.
La sensibilidad y la buena comunicación sobre lo que es y no es posible pueden de alguna manera hacer que el
contacto sexual sea satisfactorio para ambos, incluso si no es tan "salvaje" como uno desearía.
Las emociones y el humor pueden tener un efecto negativo en el deseo sexual. Tanto la depresión como la
ansiedad, la ira, el miedo, la frustración, la tensión y los problemas en la relación pueden tener un efecto inhibidor.
Es difícil conseguir "tener humor " y sentirse cercano si usted acaba de tener una discusión con su pareja o si ha
tenido varios días de trabajo agotador. Los desórdenes en la alimentación que lleven a comer excesivamente pueden
también provocar dificultades sexuales. Practicar el sexo con el estómago excesivamente lleno puede ser
extremadamente incómodo. El problema psicológico se da cuando la persona sabe que esa tarde tiene planeado un
encuentro sexual y se encuentra a sí misma comiendo en exceso hasta el extremo de no poder mantener un
encuentro sexual completo.
Intente sentarse y discuta serenamente la situación con su pareja cuando no estén enfadados. Plantear las
insuficiencias sexuales en el calor de la batalla no va a ayudarle para la próxima vez que usted se sienta romántico.
Escoja un momento en que no vayan a ser interrumpidos y ambos estén dispuestos a hablar racionalmente.
Concierte si es necesario una cita. Cerciórese de que la mantiene. Planee algo divertido para que el tema no se
vuelva demasiado pesado. Repase las posibilidades descritas anteriormente y decida si usted puede hacer algo para
ayudar a superar esta situación. Evite discutir, pinchar, humillar, o emplear la culpabilidad para llevar a su terreno a
su pareja.
Solicite ayuda.
Si usted lo intenta y no puede encontrar soluciones adecuadas, sea lo bastante fuerte como para buscar la
ayuda de un psicólogo o de un consejero matrimonial especializado en terapia sexual. Insistir en decir que “esto no
es un problema" o “yo no necesito ayuda" puede costarle años de placer sexual. ¿Vale tanto su orgullo?.
Si decide pedir ayuda, no asuma que todos los terapeutas están entrenados para ayudarle en sus problemas
sexuales. Entreviste telefónicamente al que pueda ser su futuro terapeuta antes de concertar una cita con él.
Pregúntele a cuantas parejas ha tratado con su mismo tipo de problema. Si considera que no tiene la suficiente
experiencia como para que usted confíe en él, consiga el nombre de algunos especialistas o terapeutas sexuales
más. Llame al Colegio de Psicólogos de su provincia y solicite los datos de especialistas en el tema.
Si usted y su pareja consideran seriamente que lo necesitan, hay una amplia variedad de opciones para
ayudarle a descubrir maneras de mejorar físicamente su vida sexual. Permítase avergonzarse si es necesario, pero
continúe haciendo esfuerzos para mejorar la situación. La mayoría de las personas se sienten avergonzadas cuando
deben hablar de su vida sexual, pero se hace más fácil una vez que consiguen empezar. Hay buenos médicos y
terapeutas que se preparan para ayudarle a encontrar la manera de decir lo que usted necesita decir. Probablemente
superará rápidamente su vergüenza y ¡seguro que se alegrará de haberlo hecho!.
Existen muchas personas que realizan atracones alimentarios de vez en cuando pero esta conducta se
transforma en un Trastorno de la Alimentación cuando se da una pérdida de control y cuando ocurre
periódicamente. El Binge Eating o Trastorno por Atracón es un Trastorno Alimentario que se caracteriza por
atracones recurrentes en ausencia de la conducta compensatoria inapropiada típica de la Bulimia Nerviosa (p.ej.
autoinducción del vómito, abuso de laxantes u otros fármacos, ayuno y ejercicio físico excesivo).
Durante estos episodios, la persona afectada ingiere de forma incontrolada grandes cantidades de comida,
generalmente en menos de dos horas, pudiéndose llegar a tomar en estos atracones hasta 20.000 calorías.
Hay que añadir, sin embargo, que la duración del atracón puede variar enormemente, y a muchos individuos
les cuesta diferenciar los verdaderos de episodios menos importantes.
En ocasiones la persona puede llevar a cabo estrategias compensatorias (p.ej. abstenerse de comer, recurrir a
purgas o practicar el ejercicio físico de forma excesiva) pero, a diferencia con trastornos como la Anorexia
Nerviosa o la Bulimia Nerviosa, éstas no se realizan como práctica habitual para contrarrestar los efectos de los
atracones, o sea para no engordar. En algunos casos, el Trastorno por Atracón puede ser origen o consecuencia de
otros Trastornos de la Alimentación.
El peso corporal de aquellos que sufren este trastorno suele ser más elevado que el apropiado y en muchos
casos se trata de personas obesas, lo cual constituye un factor de riesgo adicional para su salud.
Al igual que en la Anorexia Nerviosa y la Bulimia Nerviosa, se da bastante más en mujeres que en hombres,
aunque la diferencia es mucho más pequeña que en estos dos trastornos ya que se estima que una tercera parte de la
población afectada es del sexo masculino.
A. Episodios recurrentes de atracones. Un episodio de atracón se caracteriza por las dos condiciones
siguientes:
D. Los atracones tienen lugar al menos dos días a la semana durante seis meses.
E. El atracón no se asocia a estrategias compensatorias inadecuadas (p.ej. purgas, ayuno, ejercicio físico
excesivo) y no aparecen exclusivamente en el transcurso de una Anorexia Nerviosa o una Bulimia Nerviosa.
Muchas personas comentan que comen más o que comen demasiado cuando tienen problemas psicológicos,
p.ej. cuando se sienten solas, tristes o estresadas. Existen estudios que revelan que a los individuos que están
pasando por dificultades emocionales a menudo les es imposible separar el hambre de otras sensaciones de
malestar y no pueden reconocer el estado de saciedad.
De acuerdo con el DSM-IV, algunas personas manifiestan que sus atracones están desencadenados por
estados de ánimo disfóricos, como depresión o ansiedad. Otros sujetos no se ven capaces de identificar
desencadenantes concretos, pero sí pueden manifestar una sensación inespecífica de tensión, que el atracón
consigue aliviar. Otro grupo de personas otorga una cualidad disociativa al atracón que experimenta como una
sensación de embotamiento o de estar drogado. Pero también hay muchos individuos que pasan todo el día
comiendo sin horarios ni desencadenantes definidos.
Frecuentemente, las personas con este trastorno utilizan el atracón como una forma de huir de sus emociones,
para llenar un vacío interno o para evadir el estrés, la angustia y el dolor. También hay casos en que mediante la
conducta alimentaria del atracón se intenta inconscientemente poner una separación entre la persona afectada
misma y los demás ("como soy gordo/a, no les gusto a los demás y nadie se me acercará"). Sin embargo, al mismo
tiempo suelen ser personas necesitadas de cariño y, como en el caso de la Bulimia Nerviosa, el atracón puede ser
utilizado como un "autocastigo" por no estar satisfechas consigo mismas.
Aparte de constituir un círculo vicioso difícil de abandonar para la psique de las personas que sufren este
Trastorno de la Alimentación, éste puede originar también importantes enfermedades físicas, como diabetes
mellitus, hipertensión y colesterol, ataques cardiacos, patología renal, artritis, etc., e incluso llevar a un riesgo de
muerte más elevado.
Por tanto, a la hora de tratar el trastorno, deben tenerse en cuenta también estos aspectos, junto a los de una
pérdida de peso a menudo necesaria y la imprescindible Psicoterapia.
Para el tratamiento psicológico de este trastorno se ha mostrado efectivo tomar como base los 3 ejes
siguientes:
2. Reeducación alimentaria:
Finalmente, cabe mencionar que hoy por hoy no existe una bibliografía demasiado amplia en torno al
Trastorno por Atracón y que este término es relativamente nuevo ya que hace unos años no existía como tal y este
trastorno se categorizaba como perteneciente al grupo de los "trastornos de la conducta alimentaria no
especificados".
Sin embargo, este déficit desaparecerá seguramente en un futuro próximo ya que el tema está adquiriendo
cada vez más importancia y despertando el interés de los investigadores al descubrirse su considerable presencia
dentro de nuestra sociedad
Evaluación y Tratamiento Cognitivo-Conductual de las Drogodependencias -
Psicologia Clinica
Presentación
El Centro de Psicología AARON BECK desde su Área de Formación en Psicología Clínica y Jurídica ofrece
este curso de Evaluación y Tratamiento de Cognitivo-Conductual de las Drogodependencias, partiendo de los
conocimientos adquiridos en la licenciatura de Psicología.
El consumo de drogas es un fenómeno complejo que está presente en la mayor parte de las sociedades y en las
últimas décadas, debido en parte a la aparición de nuevas sustancias en el mercado y a factores socio-culturales que
favorecen su consumo, este fenómeno se ha convertido en un problema de salud pública de gran magnitud.
Todavía hoy las personas que desarrollan dependencia del consumo de drogas, presentan asociado un estigma
social en el que estas personas son vistas como viciosas, con falta de voluntad, agresivos o de segunda categoría.
Desde la psicología científica, se ha luchado por erradicar estos estigmas y ofrecer una visión constructiva del
problema de las drogodependencias. Se reconoce que existen rasgos de personalidad que pueden hacer más
vulnerable a la persona al consumo de drogas, pero lo más importante, es que este problema es susceptible de ser
analizado desde los principios de la modificación de conducta y por tanto, ser tratado mediante técnicas que han
mostrado gran eficacia en otros tipos de problemas.
En este curso, se pretende que el alumno adquiera el bagaje de términos y conceptos, necesarios para
conceptualizar, detectar, diagnosticar, diferenciar y tratar este tipo de problemas.
El material de este curso es eminentemente práctico, sin renunciar con ello a la precisión y profundidad que
requiere todo tipo de conocimiento que sea útil.
METODOLOGÍA
El alumno recibirá en su domicilio el material escrito del curso. Dispondrá, a partir de ese momento, de 3 meses
para su estudio y consultas de posibles dudas a la tutora, en este caso, el Ldo. Pedro Núñez Elvira.
Antes de finalizar los tres meses, el alumno deberá presentar a sus tutoras el examen teórico del curso, bien por
correo electrónico, bien por correo postal.
PROGRAMA TEÓRICO
I. CUESTIONES GENERALES SOBRE LAS DROGODEPENDENCIAS
____1. INTRODUCCIÓN
____2. DEFINICIÓN DE DROGODEPENDENCIA. CONCEPTOS RELACIONADOS.
____3. CLASIFICACIÓN DE LAS SUSTANCIAS PSICOACTIVAS
____4. VÍAS DE ADMINISTRACIÓN Y FORMAS DE CONSUMO
____5. CRITERIOS DIAGNÓSTICOS DE LOS TRASTORNOS POR CONSUMO DE SUSTANCIAS
____6. EPIDEMIOLOGÍA DEL ABUSO DE SUSTANCIAS.