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AUTOR: Cooperador: necesario: concepto; inexistencia: homicidio

imprudente y delito contra los trabajadores: representante legal y


jefa de recursos humanos de empresa en la que murió trabajador
por el uso de una máquina para cuya utilización no estaba
debidamente instruido: personas que no tenían directamente a su
cargo a la persona fallecida.
COMPLICE: Requisitos; Complicidad omisiva: requisitos.
HOMICIDIO Y SUS FORMAS: Por imprudencia profesional:
elementos; Sujeto activo: concepto de profesional; inexistencia: no
explicar debidamente a trabajador el manejo de máquina que
ocasionó el siniestro: no consta que para el manejo de la máquina
se requiriera una titulación especial ni que ésta fuera la actividad
esencial de la acusada dentro de la empresa; Por imprudencia
grave: existencia: encargada directa de trabajador que deja en sus
manos totalmente inexpertas el manejo de una máquina apiladora
causante del siniestro sin tener al lado una persona que supervisara
como se llevaba a cabo el trabajo y sin explicarle debidamente el
manejo y los riesgos de utilización de la misma.
DELITOS CONTRA LOS DERECHOS DE LOS
TRABAJADORES: No facilitar los medios necesarios para que los
trabajadores desempeñen su actividad con las medidas de
seguridad e higiene adecuadas: inexistencia: fallecimiento de
trabajador al usar una máquina para cuyo manejo no había sido
debidamente instruido: caso individualizado en empresa en la que
no existía una situación generalizada de peligro para los
trabajadores; Queda absorbido por el homicidio o las lesiones por
el principio de progresión, salvo que estos resultados no sean sino
uno de los posibles, en cuyo caso se castiga por el delito contra los
derechos de los trabajadores en CONCURSO ideal con el de
homicidio o lesiones.

Jurisdicción: Penal

Recurso de Apelación núm. 117/2001

Ponente: Ilmo. Sr. D. Jesús Eduardo Gutiérrez Gómez

El Juzgado de lo Penal núm. 3 de Móstoles, en fecha14-02-2001, dictó Sentencia por la


que condenaba a María de los Desamparados C. P. G. como autora de un delito de
homicidio por imprudencia grave, a la pena de un año de prisión y a indemnizar a
Juliana G. M. y José Carlos H. V en la cantidad de 12.081.640 ptas. y a Sara y Patricia
H. G en 2.196.662 ptas., absolviéndola del delito contra la seguridad en el trabajo por el
que venía siendo acusada; asimismo absolvía a José María G. G. y Eva María A. H. de
los delitos de homicidio imprudente y contra los trabajadores que se les imputaban.
Contra la anterior Resolución se interpusieron recursos de apelación por la acusada y los
perjudicados.

La Sección 23ª de la Audiencia Provincial de Madriddesestimalos recursos interpuestos


y confirma la Sentencia de instancia.

En Madrid a 30 de mayo de 2001.

ENCABEZAMIENTO

Vistas en segunda instancia ante la Sección 23 de la Audiencia Provincial de Madrid, la


causa seguida contra Juliana G. M., José Carlos H. V., Patricia y Sara H. G. y Mª
Desamparados C. P. G. por un delito de Homicidio por imprudencia venido a
conocimiento de esta Sección en virtud de recurso de apelación que autoriza el artículo
795 de la LECrim, interpuesto en tiempo y forma por la representación procesal del
acusado contra la Sentencia dictada por el Ilmo. Sr. Magistrado-Juez del Juzgado de lo
Penal núm. 3 de Móstoles con fecha 14 de febrero de 2001.

ANTECEDENTES DE HECHO

PRIMERO

En la Sentencia apelada se establecen como hechos probados que

«El día cinco de diciembre de 1997 fue contratado Carlos H. G., con la categoría
profesional de cajero-dependiente por el Centro Comercial Alcampo, SA ubicado en la
Avenida de Europa... de Alcorcón, con un contrato temporal a tiempo parcial, con un
salario mensual de 28.821 pesetas y con una duración prevista hasta el once de enero de
1998.

El día once de diciembre de 1997, transcurridos seis días desde que fuera contratado y
habiéndose limitado su trabajo hasta entonces a empaquetar la mercancía para los
servicios a domicilio, recibió la orden de la acusada María de los Desamparados C. P.
G., mayor de edad y sin antecedentes penales para que cogiese una carretilla mecánica
apiladora (carretilla de manipulación de conductor a pie) y transportase palets de cajas
de cartón desde donde estaban apiladas (zona de recepción de bazar, textil hogar) hasta
la zona del primer aparcamiento donde está la salida de los pedidos del servicio de
Entrega a domicilio (SED).

Previamente la acusada, jefa directa de Carlos, le instruyó someramente sobre el manejo


de dicha máquina, y tras esa instrucción dejó completamente sólo a Carlos, a fin de que
realizase tal tarea, no supervisándole directa y personalmente, ni encomendado a un
tercero tal supervisión, lo que motivó que siendo la primera vez que el trabajador
utilizaba tal máquina ésta que tiene un peso de 1.500 kg, cuando había realizado una
primera operación y ya de regreso, al intentar bajar el bordillo de la acera y estando
colocado delante de la maquina apiladora, ésta volcó, cayendo encima del trabajador,
produciéndole graves lesiones que finalmente le ocasionarían la muerte el día 25 de
enero de 1998, cuando se encontraba ingresado en la UCI del Hospital 12 de octubre de
Madrid.
Como consecuencia del accidente laboral, la Inspección Provincial de Trabajo y
Seguridad Social de Madrid, levantó acta de infracción muy grave contra la patronal
“Alcampo”, con propuesta de sanción de 5.000.001 pesetas».

Su Fallo o parte dispositiva, es del tenor literal siguiente «Que debo condenar y condeno
a María de los Desamparados C. P. G., como autora criminalmente responsable de un
delito de homicidio por imprudencia grave sin la concurrencia de circunstancias
modificativas de la responsabilidad penal, a la pena de un año de prisión, con la
accesoria de inhabilitación especial para el derecho de sufragio pasivo durante el tiempo
de la condena. Y absuelvo del delito contra la seguridad en el trabajo que se le atribuye,
y condenándola al abono de un tercio de las costas procesales incluidas
proporcionalmente las de la acusación particular.

Que debo absolver y absuelvo a José María G. G. y a Eva María A. H. de los delitos de
homicidio imprudente y contra los derechos de los trabajadores que se les imputan con
declaración de oficio de las dos terceras partes de las costas procesales causadas.

En vía de responsabilidad civil, María de los Desamparados C. P. G., indemnizará a


doña Juliana G. M. y don José Carlos H. V., la cantidad de 12.081.640 pesetas y a Sara y
Patricia H. G., la cantidad de 2.196.662 pesetas, a cada una de ellas. De tal
indemnización responderá subsidiariamente la entidad Alcampo, SA».

Ha sido ponente el Magistrado don Jesús Eduardo Gutiérrez Gómez que expresa el
parecer de la Sala.

SEGUNDO

Conferido traslado del recurso al Ministerio Fiscal se solicitó la plena confirmación de


la Sentencia recurrida.

TERCERO

Recibidas las actuaciones en esta Sección 23 de la Audiencia Provincial de Madrid, por


resolución de fecha 5 de abril de 2001 se señaló para deliberación el día 29 de mayo
siguiente.

HECHOS PROBADOS

UNICO

Se aceptan los hechos declarados como tales en la sentencia recurrida, en tanto no se


opongan a lo que se señala a continuación.

FUNDAMENTOS DE DERECHO

PRIMERO

Dos son los recursos que se han interpuesto contra la sentencia dictada en las presentes
actuaciones por el Juzgado de lo Penal que condena a María de los Desamparados P. G.
como autora de un delito de homicidio por imprudencia grave.
El primero de los recursos es el correspondiente a la representación procesal de Juliana
G. M. y otros, y se basa en una serie de motivos que conviene analizar de forma
separada y que lógicamente tienen relación y darán respuesta a otros motivos de
impugnación de la otra recurrente. El primero de ellos se refiere a la posible infracción
de los artículos 281 y subsidiariamente del artículo 29 del Código Penal vigente ( RCL
1995, 3170 y RCL 1996, 777) . Los citados preceptos prevén, el primero de ellos, la
conducta del cooperador necesario, es decir la de aquellas personas que cooperan a la
ejecución del delito con un acto sin el cual no se habría efectuado, y el segundo de los
artículos regula la del cómplice. Hemos de excluir esta segunda «figura» jurídica en
orden a la posible participación de los dos acusados que posteriormente fueron absueltos
en la sentencia. Y ello, como dice la doctrina, porque la complicidad tiene su
fundamento material en «la teoría del favorecimiento», pues la participación del
cómplice y su ayuda accesoria o secundaria al autor del hecho, añade riesgo, intensidad,
mayor peligro de la lesión hacia el bien jurídico protegido por la norma incriminadora,
aunque no en gran medida, y por eso la pena prevista para el cómplice se sitúa en un
grado menor que la correspondiente al autor del hecho (artículo 63 del Código Penal). Y
así, la jurisprudencia del TS exige dos requisitos: «...uno de carácter subjetivo,
consistente en al voluntad de colaborar en la realización de una infracción penal... y otro
objetivo, que es la participación, por medio de un acto anterior o simultáneo, en la
realización de un hecho punible que sea de importancia menor, habida cuenta de su
carácter accesorio o auxiliar» ( SSTS 10-6-1992 [ RJ 1992, 4896] y 7-3-1996 [ RJ
1996, 2012] ). Aplicando esta doctrina a la posible conducta de los acusados es claro
que, en caso de apreciarse responsabilidad penal, sería de la misma entidad o semejante
a la seguida por la condenada, pues es similar el cargo que desempeñaban en la
empresa, aunque con funciones diferentes, razón por la cual el Juzgado de Instancia les
absolvió, pues quedó patente que no tenían directamente a su cargo de forma inmediata
a la persona que desgraciadamente falleció. Es cierto que la jurisprudencia también
admite la complicidad en las conductas omisivas, pero, como señalan las sentencias de
18-2-1983 ( RJ 1983, 1697) y 30-10-1984 ( RJ 1984, 5112) , son necesarios los
siguientes elementos: a) objetivo: «se trate de una omisión eficaz, patente, y
manifiesta»; b) subjetivo: voluntad consciente de cooperar al resultado con esa inacción;
y c) normativo: consistente en el deber de actuar para impedir la consumación del
resultado ilícito que se está gestando; deber impuesto por la Ley o por una situación de
peligro creada anteriormente por el omitente; requisitos estos que tampoco concurrirían
obviamente en la conducta de los acusados.

Y entendemos, por lo anteriormente dicho, relativo a la función y cargo que


desempeñaban en la empresa, que no puede calificarse su conducta como de
cooperación necesaria (art. 281 del Código Penal), José María G. G., era la persona que
acudió al declarar ante el Juzgado de Instrucción como representante legal de Alcampo,
SA, y Eva María A., como Jefe de Recursos Humanos de la empresa. Era otra persona,
la que resultó posteriormente condenada, María de los Desamparados C., quien
ostentaba el cargo de Jefe del Sector de cajas, y quien se encargó, según ella misma, de
instruirle en el manejo de la máquina. Fue pues la actuación de esta persona, actuación
como veremos después imprudente, la que originó directamente el hecho ilícito, y no la
conducta de los anteriores, pues sus actos no resultaron en modo alguno necesarios ni
contribuyeron a la realización del acto u omisión. No es admisible, siguiendo la tesis de
los recurrentes, llegar «en cadena», hasta personas que de forma indirecta o
circunstancial tienen relación con la empresa, pero que en el acto concreto no han tenido
ninguna participación ni directa ni indirecta a través de la cooperación necesaria o de la
complicidad. Compartimos pues los argumentos de la sentencia recurrida y entendemos
que debe confirmarse en este aspecto.

SEGUNDO

Por otra parte los recurrentes hacen relación a una posible infracción del número 3 del
artículo 142 del Código Penal, relativo a la imprudencia profesional. La propia
sentencia del Juzgado de lo Penal también da respuesta exacta y puntual a esta cuestión,
en sentido negativo, es decir, no considerando la posibilidad de que existiera tal
posibilidad, citando a tal efecto jurisprudencia, y señalando que la conducta imprudente
de la acusada no estaba ligada a la omisión de normas específicas de carácter técnico o
inherentes a un cargo o profesión. A ello hay que añadir simplemente que la
imprudencia llamada profesional, fue introducida por el Código Penal de 1944 ( RCL
1945, 953) referida a las infracciones cometidas por vehículos de motor; y en una
primera interpretación del precepto de carácter excesivamente estricto, aplicó la
agravación a todos los supuestos en los que interviniera un profesional, por el mero
hecho de serlo; sin embargo en una posterior evolución jurisprudencial, se restringió su
aplicación, fijándose más en la naturaleza de la imprudencia, que en la condición del
sujeto. Y finalmente la jurisprudencia requiere una serie de elementos que se pueden
concretar: a) realización de actos negligentes en el ejercicio de la profesión, de la cual
hace su medio de vida ordinario y dedicación laboral; b) respecto a la conducta,
perteneciente a la serie de actos que de manera habitual se exigen y practican para los
profesionales del ramo; c) la producción de un resultado lesivo de muerte o lesiones
graves; d) en cuanto a la culpabilidad se exige que el resultado se produzca a
consecuencia de su impericia o negligencia profesional, incompatibles con la profesión,
practicándola con peligrosidad manifiesta, caracterizada por un «plus» de culpa sobre la
temeraria; y e) la apreciación de tales factores ha de realizarse con criterio de
relatividad, ponderando en todo caso las circunstancias, personas, y la actividad
profesional desarrollada. Y así, la doctrina se plantea en primer lugar quién puede ser el
sujeto activo de esta agravación, respondiendo la jurisprudencia del TS en el sentido de
exigir el requisito de la profesionalidad tanto para la llamada impericia como para la
negligencia ( SSTS de 5-11-1990 [ RJ 1990, 8667] ; 8-11-1991 [ RJ 1991, 7989] , entre
otras); y el segundo de los problemas se refiere al concepto de profesional, que puede
enfocarse desde una perspectiva meramente formal o bien darle un alcance material o
sustantivo, es decir en el primer caso, sería suficiente con que el autor tuviera el título
profesional correspondiente, aunque no se dedicara a desempeñar la profesión con
asiduidad; y en el segundo supuesto, no sería requisito imprescindible la posesión del
correspondiente título acreditativo de una profesión. La jurisprudencia del Tribunal
Supremo parece seguir un sistema mixto, esto es exige el título profesional y además el
ejercicio habitual de la profesión como medio de vida; y así la STS de 31-1-1976 ( RJ
1976, 249) señala que «la agravación de profesionalidad que para el delito de
imprudencia... no surge cometiendo tal delito, ante el simple carácter personal del sujeto
activo... ejerciendo habitualmente su oficio, del que haga el modo de vivir o actividad
preferente»; en este mismo sentido, la STS de 18-1-1988 ( RJ 1988, 305) ; y por
último, dicha doctrina científica, destaca que se trata de un subtipo agravado que
solamente puede cometerse por determinados autores cualificados.

En el presente supuesto que estamos enjuiciando está claro que la conducta de la


acusada no la podemos encuadrar dentro de esta agravación por cuanto que no se ha
constatado que para enseñar el manejo de la máquina que ocasionó el siniestro tuviera o
fuera necesaria una titulación especial, ni que la acusada tuviera como única tarea ni que
fuera la más esencial dentro del ámbito más amplio de la labor que desarrollaba dentro
de la empresa.

TERCERO

El tercero de los motivos alegados por los recurrentes es la posible infracción de los
artículos 316 y 318 del Código Penal. Tales preceptos se encuentran dentro del Título
XV regulador de los delitos contra los derechos de los trabajadores, castigando el
primero de ellos aquellas conductas consistentes en la infracción de las normas laborales
y el no facilitar, por parte de aquellos que están obligados a ello, los medios necesarios
para que los trabajadores desempeñen su actividad con las medidas de seguridad e
higiene adecuadas, de tal forma que pongan en peligro su vida, salud o integridad física;
y el segundo de ellos se refiere a cuando tal conducta se atribuyeren a personas
jurídicas. Entiende esta Sala que el delito previsto en el citado artículo 316 no requiere
que se produzca un resultado lesivo, en cuyo caso nos encontraríamos con un
CONCURSO de normas, sino que es suficiente que exista ese peligro grave, que sea
real e inminente y que atente contra la salud de los trabajadores. El problema es
determinar exactamente cuando pueden concurrir ambos delitos ( CONCURSO
ideal de delitos del artículo 77 del Código Penal), y cuando, como en el presente
caso, se ha producido un resultado de muerte, nos encontramos con un
CONCURSO de normas que ha de resolverse mediante la aplicación del principio
de consunción (art. 8.3 del Código Penal), en el sentido de que una norma absorbe
a la otra. En la sentencia de 14-7-1999 ( RJ 1999, 6180) se estudia el mismo
problema o prácticamente idéntico, pues se denunciaba una posible infracción del
artículo 8.3 del Código Penal al no apreciarse absorción o consunción delictiva del
delito contra los derechos de los trabajadores por el, de homicidio imprudente ,
señalando que «el delito de peligro, seguido de otro de resultado de igual o mayor
rango penal queda subsumido en este último y absorbido por él...», para luego
sentar el criterio básico, diciendo que «cuando como consecuencia de la infracción
de normas de prevención de riesgos laborales se produzca el resultado que se
pretendía evitar con ellas (la muerte o las lesiones del trabajador), el delito de
resultado absorberá al de peligro (artículo 8.3 del Código Penal), como una
manifestación lógica de la progresión delictiva; más cuando, el resultado producido
(la muerte de uno de los trabajadores) constituye solamente uno de los posibles
resultados de la conducta omisiva del responsable de las medidas de seguridad,
debe estimarse correcta la tesis... al entender que ha existido un CONCURSO ideal
de delitos». Compartimos de igual forma los argumentos expuestos en la sentencia
dictada por el Juzgado de lo Penal, en el sentido de que en el presente caso no se ha
probado debidamente que existiera una situación generalizada para todos los
trabajadores de peligro para su integridad por la falta de medidas laborales de
prevención, sino que se trató en el supuesto de autos de un caso individualizado y
concreto que afectó únicamente a ese trabajador. El hecho de que por la Inspección
de Trabajo se hubiera impuesto una sanción administrativa, no implica de forma
automática la existencia y la aplicación de los requisitos y las condiciones que prevé
la aplicación del artículo 316 del Código Penal, pues es claro que no toda conducta
irregular desde el punto de vista administrativo conlleva automática e
indefectiblemente una conducta penal. En consecuencia dicho motivo también ha de
desestimarse, así como el motivo expuesto en el ordinal cuarto de su escrito al referirse
a la posible existencia de una errónea valoración de la prueba practicada, pues las
declaraciones de los acusados que recoge dicho escrito, evidencian a nuestro juicio, que
ha existido una imprudencia o negligencia, como veremos después por parte de aquella
persona, la acusada, que legalmente estaba obligada y tenía a su cargo al trabajador
fallecido, por no haber adoptados las medidas más elementales de prudencia a la hora de
evitar el suceso, que desgraciadamente se produjo; pero de tales declaraciones,
insistimos, en que no se advierte ni se ha constatado que existiera una vulneración de las
normas de prevención de riesgos laborales o de las normas de higiene que pusieran de
manera generalizada y global la seguridad de los demás trabajadores, sino más bien una
situación concreta que se tradujo en ese momento en el fallecimiento de Carlos H. G.

CUARTO

En lo que se refiere a la responsabilidad civil, también hemos de compartir el criterio de


la sentencia recurrida, por cuanto que si bien es cierta y patente la imposibilidad de
valorar económicamente la pérdida de una vida humana, pues efectivamente ésta tiene
un valor infinito y por lo tanto incalculable, también es cierto que a la hora de otorgarse
una cantidad indemnizatoria por los daños y perjuicios ocasionados por la muerte de
una persona ha de recurrirse, en la medida que sea posible, a unos criterios que sean o
puedan ser lo más objetivos posibles, y para ello la sentencia acude a un criterio, que no
es vinculante para estos supuestos, como es el que se señala en la Ley 30/1995 ( RCL
1995, 3046) de Ordenación y Supervisión del Seguro Privado, que nos puede «acercar»
y orientar en el otorgamiento de una indemnización que, en el presente supuesto,
teniendo en cuenta las circunstancias personales, familiares y sociales de la víctima, nos
parece una cantidad prudente y adecuada y ajustada a derecho.

QUINTO

Corresponde ahora el examen del recurso de apelación interpuesto por la acusada María
de los Desamparados C. P. G., quien en síntesis un error en la apreciación de la prueba
realizada por el Juzgado de lo Penal, en orden a que no ha existido por parte de aquélla
una conducta imprudente, y menos aún procede calificarla de grave, para luego alegar la
vulneración del principio de presunción de inocencia. Procede comenzar diciendo que
existe una reiterada doctrina que establece que en el recurso de apelación, sin olvidar la
extensión de facultades que por su contenido y función procesal, se concede al órgano
jurisdiccional que ha de resolverlo aspirando a una recta realización de la justicia,
mediante su interposición no se juzga de nuevo íntegramente. La extensión no puede
llegar nunca al enjuiciamiento de la base probatoria, a sustituir sin más el criterio
valorativo del Juez «a quo» por el del Tribunal «ad quem», ni mucho menos por el del
apelante, ya que no se puede prescindir de la convicción y estado de conciencia de aquél
ante quien se ha celebrado el juicio, y es por ello por lo que únicamente cuando se
justifique de algún modo que ha existido error notorio en la apreciación de algún
elemento probatorio, procede revisar aquella valoración. A partir de esto, el Juzgador de
instancia, teniendo a su presencia las pruebas practicadas en el acto del juicio oral y las
que obran en las actuaciones, procedió a realizar una valoración de las mismas
conforme a lo dispuesto en el artículo 741 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal,
valoración en la que, entiende esta Sala, que no ha existido error u omisión de carácter
esencial.

Nos encontramos con que concurren en el presente caso todos los requisitos y elementos
necesarios para la existencia de un delito de imprudencia grave, y que no procede
repetir ya que han sido expuestos de forma extensa en la sentencia impugnada, pues no
cabe duda que la conducta llevada a cabo por la recurrente, prescindió de las más
elementales normas de cuidado y de diligencia que se le pueden exigir, primero, a
cualquier persona, y en segundo lugar a la acusada, que era la encargada y Jefe del
Sector de Cajas de Alcampo, y que tenía, entre otros cometidos, el de enseñar a los
trabajadores el manejo de la máquina. Y fundamentalmente, se deriva de determinadas
actuaciones que fueron puestas de manifiesto no sólo por los testigos que depusieron en
el acto de la vista, sino por el informe de varios peritos expertos en la materia, informes
que en modo alguno han sido desvirtuados ni rebatidos en aquellos aspectos que
resultaron ser esenciales a la hora de determinar las condiciones de seguridad, y que en
consecuencia tienen pleno valor probatorio. El hecho de que el trabajador fallecido, con
el escasísimo tiempo que llevaba trabajando en la expresa, realizara una labor diferente
a la que por Convenio Laboral se le atribuía; el hecho de que no consta que la acusada le
informara debida y puntualmente, no sólo del manejo de la máquina apiladora, sino de
los riesgos que traía consigo su utilización, las condiciones en las que se debía manejar,
etc. y el hecho en sí, como dice la sentencia recurrida, de dejar en manos de una persona
inexperta totalmente la utilización de una máquina de las características que aparecen
descritas suficientemente en las actuaciones, sin que tuviera al lado una persona que
supervisara cómo se llevaba a cabo el trabajo realizado por la persona fallecida (como
se establecía por obligación legal), revela por sí mismo una falta de diligencia y respeto
a las normas más mínimas y esenciales de cuidado debidas y exigibles en ese momento
a la acusada.

Por otra parte en cuanto a la valoración de las declaraciones de los acusados y de los
testigos, debe indicarse que es función del Juez «a quo» valorarlas y otorgar mayor
credibilidad a una de ellas, función de valoración en la que juega un papel decisivo la
inmediación, de la que no dispone este Tribunal. Y en este sentido la STS de 24-5-1996
( RJ 1996, 4544) ha establecido en consonancia con la STC de 21-12-1989 ( RTC 1989,
217) que «la oralidad, publicidad, contradicción, y sobre todo la inmediación,
representan las ventajas del proceso celebrado a la presencia de los jueces que ven y
oyen lo que ya después otros ojos y oídos no percibirán. Se trata de valorar en la vista
los gestos, las actitudes, las turbaciones, las sorpresas de cuantos intervienen en el
plenario todo lo cual permite a aquéllos fundar su íntima convicción acerca de la
veracidad o mendicidad de las respectivas declaraciones, de manera que así se
constituyen en los “dueños de la valoración”, sin que este Tribunal pueda interferirse en
tal proceso valorativo, salvo que se aprecie un error notorio en dicha valoración». Y
exactamente igual sucede con los testigos respecto a los que debe indicarse que el hecho
de conferir mayor credibilidad a unos testigos sobre otros es parte de la esencia misma
de la función de juzgar y que no supone, desde luego, violación del principio de
igualdad, como tiene ya declarado el Tribunal Supremo en sentencias de 19-11-1990
y 14-3-1991 ( RJ 1991, 2138) , entre otras muchas.

Así pues, la sentencia impugnada declara la condena del acusada, no en base a simples
presunciones, como trata de hacer ver en el escrito del recurso de apelación, sino en
base a verdaderos elementos probatorios que se convierten en prueba de cargo capaz de
enervar y desvirtuar la presunción de inocencia consagrada en el artículo 24 de
la Constitución Española ( RCL 1978, 2836; ApNDL 2875) . En este sentido la STC
31/1981 ( RTC 1981, 31) , en su F. 3º afirma que «el principio de libre valoración de la
prueba recogido en el artículo 741 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, supone que
los distintos elementos de prueba puedan ser ponderados libremente por el Tribunal de
instancia, a quien corresponde, en consecuencia, valorar su significado y trascendencia
en orden a la fundamentación del fallo de la sentencia. Pero para que dicha ponderación
pueda llevar a desvirtuar la presunción de inocencia, es preciso una mínima actividad
probatoria producida con las garantías procesales que de alguna forma puedan
entenderse de cargo y de las que se pueda deducir por tanto la culpabilidad del
procesado,...», o como señala la STC de 24-9-1986 ( RTC 1986, 109) «el derecho a ser
presumido inocente, que sanciona y consagra el apartado 2º del artículo 24 de la
Constitución... es un derecho subjetivo público que posee su eficacia en un doble plano.
Por una parte opera en las situaciones extraprocesales y constituye el derecho a recibir
la consideración y el trato de no autor o no partícipe en hechos de carácter delictivo o
análogos a éstos... y opera, además y fundamentalmente en el campo procesal, en el cual
el derecho y la norma que lo consagra, determinan una presunción, la denominada
“presunción de inocencia”, con influjo decisivo en el régimen jurídico de la prueba.
Desde este punto de vista, el derecho a la presunción de inocencia significa, como es
sabido, que toda condena debe ir precedida siempre de una actividad probatoria
impidiendo una condena sin pruebas... y que las pruebas tenidas en cuenta para fundar
la decisión de condena han de merecer tal concepto jurídico y ser constitucionalmente
legítimas... y significa asimismo que la carga de la actividad probatoria pesa sobre los
acusadores y que no existe nunca carga del acusado sobre la prueba de inocencia con no
participación en los hechos...»; o finalmente como declara la STC 64/1986 ( RTC 1986,
64) «...la presunción de inocencia queda destruida desde el momento en que se realizan
pruebas de cargo legalmente válidas...».

SEXTO

No apreciándose temeridad o mala fe en la interposición de los recursos, procede


declarar de oficio las costas procesales causadas en la presente alzada.

Por todo ello

LA SALA ACUERDA:

Con desestimación de los recursos de apelación interpuestos por la Procuradora de los


Tribunales doña Pilar P. G. en nombre y representación de Juliana G. M., José Carlos H.
V., y Patricia y Sara H. G., así como del interpuesto por el Procurador de los Tribunales
don Antonio J. A. en nombre y representación de María de los Desamparados C. P. G.,
debemos confirmar en su integridad la sentencia de fecha 14 de febrero del 2001 dictada
por el Juzgado de lo Penal número 3 de Móstoles, y con declaración de oficio de las
costas procesales causadas en la presente instancia.

Notifíquese la presente resolución a las partes personadas, haciéndoles saber que contra
la misma no cabe recurso y devuélvanse las actuaciones, con certificación de la presente
Sentencia al Juzgado de procedencia a los fines procedentes.

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