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35.

- (…) Nos cabe un esfuerzo más responsable y generoso, que consiste en


presentar las razones y las motivaciones para optar por el matrimonio y la familia,
de manera que las personas estén mejor dispuestas a responder a la gracia que
Dios les ofrece.

36.- (…) Tampoco hemos hecho un buen acompañamiento de los nuevos


matrimonios en sus primeros años, con propuestas que se adapten a sus horarios,
a sus lenguajes, a sus inquietudes más concretas. Otras veces, hemos presentado
un ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi artificiosamente
construido, lejano de la situación concreta y de las posibilidades efectivas de las
familias reales. Esta idealización excesiva, sobre todo cuando no hemos
despertado la confianza en la gracia, no ha hecho que el matrimonio sea más
deseable y atractivo, sino todo lo contrario.
38.- (…) Por eso, se aprecia que la Iglesia ofrezca espacios de acompañamiento y
asesoramiento sobre cuestiones relacionadas con el crecimiento del amor, la
superación de los conflictos o la educación de los hijos.

53.- (...) Si bien es legítimo y justo que se rechacen viejas formas de familia
«tradicional», caracterizadas por el autoritarismo e incluso por la violencia, esto no
debería llevar al desprecio del matrimonio sino al redescubrimiento de su verdadero
sentido y a su renovación. La fuerza de la familia «reside esencialmente en su
capacidad de amar y enseñar a amar. Por muy herida que pueda estar una familia,
esta puede crecer gracias al amor».
52.- (…) Pero ¿quiénes se ocupan hoy de fortalecer los matrimonios, de ayudarles a
superar los riesgos que los amenazan, de acompañarlos en su rol educativo, de
estimular la estabilidad de la unión conyugal?

57.- A partir de las reflexiones sinodales no queda un estereotipo de la familia


ideal, sino un interpelante «collage» formado por tantas realidades diferentes,
colmadas de gozos, dramas y sueños. Las realidades que nos preocupan son
desafíos. No caigamos en la trampa de desgastarnos en lamentos autodefensivos,
en lugar de despertar una creatividad misionera. En todas las situaciones, «la Iglesia
siente la necesidad de decir una palabra de verdad y de esperanza […].
72.- El sacramento del matrimonio no es una convención social, un rito vacío o el
mero signo externo de un compromiso. El sacramento es un don para la
santificación y la salvación de los esposos, porque «su recíproca pertenencia es
representación real, mediante el signo sacramental, de la misma relación de Cristo
con la Iglesia. Los esposos son por tanto el recuerdo permanente para la Iglesia de
lo que acaeció en la cruz; son el uno para el otro y para los hijos, testigos de la
salvación, de la que el sacramento les hace partícipes».

72.- El matrimonio es una vocación, en cuanto que es una respuesta al llamado


específico a vivir el amor conyugal como signo imperfecto del amor entre Cristo y
la Iglesia. Por lo tanto, la decisión de casarse y de crear una familia debe ser fruto
de un discernimiento vocacional.
88.-El amor vivido en las familias es una fuerza constante para la vida de la Iglesia.
«El fin unitivo del matrimonio es una llamada constante a acrecentar y profundizar
este amor. En su unión de amor los esposos experimentan la belleza de la
paternidad y la maternidad; comparten proyectos y fatigas, deseos y aficiones;
aprenden a cuidarse el uno al otro y a perdonarse mutuamente. En este amor
celebran sus momentos felices y se apoyan en los episodios difíciles de su historia
de vida […]

88.- La belleza del don recíproco y gratuito, la alegría por la vida que nace y el
cuidado amoroso de todos sus miembros, desde los pequeños a los ancianos, son
sólo algunos de los frutos que hacen única e insustituible la respuesta a la vocación
de la familia», tanto para la Iglesia como para la sociedad entera.
90.- En el así llamado himno de la caridad escrito por san Pablo, vemos algunas
características del amor verdadero: «El amor es paciente, es servicial; el amor no
tiene envidia, no hace alarde, no es arrogante, no obra con dureza, no busca su
propio interés, no se irrita, no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia,
sino que goza con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo
soporta» (1 Co 13,4-7). Esto se vive y se cultiva en medio de la vida que
comparten todos los días los esposos, entre sí y con sus hijos. Por eso es valioso
detenerse a precisar el sentido de las expresiones de este texto, para intentar una
aplicación a la existencia concreta de cada familia.

210.- Lamentablemente, muchos llegan a las nupcias sin conocerse. Sólo se han
distraído juntos, han hecho experiencias juntos, pero no han enfrentado el desafío
de mostrarse a sí mismos y de aprender quién es en realidad el otro.
132.- Optar por el matrimonio de esta manera, expresa la decisión real y efectiva
de convertir dos caminos en un único camino, pase lo que pase y a pesar de
cualquier desafío. Por la seriedad que tiene este compromiso público de amor, no
puede ser una decisión apresurada, pero por esa misma razón tampoco se la puede
postergar indefinidamente. Comprometerse con otro de un modo exclusivo y
definitivo siempre tiene una cuota de riesgo y de osada apuesta. El rechazo de
asumir este compromiso es egoísta, interesado, mezquino, no acaba de reconocer
los derechos del otro y no termina de presentarlo a la sociedad como digno de ser
amado incondicionalmente.

169.- […] No es posible una familia sin soñar. Cuando en una familia se
pierde la capacidad de soñar los chicos no crecen, el amor no crece, la vida
se debilita y se apaga ».185 Dentro de ese sueño, para un matrimonio cristiano,
183.- Un matrimonio que experimente la fuerza del amor, sabe que ese amor está
llamado a sanar las heridas de los abandonados, a instaurar la cultura del
encuentro, a luchar por la justicia. Dios ha confiado a la familia el proyecto de
hacer «doméstico» el mundo, para que todos lleguen a sentir a cada ser humano
como un hermano: «Una mirada atenta a la vida cotidiana de los hombres y
mujeres de hoy muestra inmediatamente la necesidad que hay por todos lados de
una robusta inyección de espíritu familiar […] En cambio, las familias abiertas y
solidarias hacen espacio a los pobres y a los que peor lo pasan.

204.- «Los caminos y cursos de formación destinados específicamente


a los agentes de pastoral podrán hacerles idóneos para inserir el mismo
camino de preparación al matrimonio en la dinámica más amplia de la
vida eclesial».
207. Invito a las comunidades cristianas a reconocer que acompañar el camino de
amor de los novios es un bien para ellas mismas. No se trata de darles todo el
Catecismo ni de saturarlos con demasiados temas. Porque aquí también vale que
«no el mucho saber harta y satisface al alma, sino el sentir y gustar de las cosas
interiormente». Interesa más la calidad que la cantidad, y hay que dar prioridad a
aquellos contenidos que, comunicados de manera atractiva y cordial, les ayuden a
comprometerse en un camino de toda la vida con gran ánimo y liberalidad.

211.- La pastoral prematrimonial y la pastoral matrimonial deben ser ante todo


una pastoral del vínculo, donde se aporten elementos que ayuden tanto a madurar
el amor como a superar los momentos duros. Estos aportes no son únicamente
convicciones Doctrinales
223.- Resulta de gran importancia en esta pastoral la presencia de esposos con
experiencia. La parroquia se considera el lugar donde los cónyuges expertos
pueden ofrecer su disponibilidad a ayudar a los más jóvenes, con el eventual apoyo
de asociaciones, movimientos eclesiales y nuevas comunidades.

260.- La familia no puede renunciar a ser lugar de sostén, de acompañamiento, de


guía, aunque deba reinventar sus métodos y encontrar nuevos recursos. Necesita
plantearse a qué quiere exponer a sus hijos.

274.- La familia es la primera escuela de los valores humanos, en la que se aprende


el buen uso de la libertad. (…) En el ámbito familiar también se puede aprender a
discernir de manera crítica los mensajes de los diversos medios de comunicación.
276.- La familia es el ámbito de la socialización primaria, porque es el primer lugar
donde se aprende a colocarse frente al otro, a escuchar, a compartir, a soportar, a
respetar, a ayudar, a convivir. La tarea educativa tiene que despertar el sentimiento
del mundo y de la sociedad como hogar, es una educación para saber «habitar»,
más allá de los límites de la propia casa. (…) La familia tiene que inventar todos
los días nuevas formas de promover el reconocimiento mutuo.

287.- La educación de los hijos debe estar marcada por un camino de transmisión
de la fe, que se dificulta por el estilo de vida actual, por los horarios de trabajo, por
la complejidad del mundo de hoy donde muchos llevan un ritmo frenético
para poder sobrevivir. Sin embargo, el hogar debe seguir siendo el lugar donde se
enseñe a percibir las razones y la hermosura de la fe, a rezar y a servir al prójimo.
316.- Una comunión familiar bien vivida es un verdadero camino de santificación
en la vida ordinaria y de crecimiento místico, un medio para la unión íntima con
Dios. (…) Entonces, quienes tienen hondos deseos espirituales no deben sentir
que la familia los aleja del crecimiento en la vida del Espíritu, sino que es un
camino que el Señor utiliza para llevarles a las cumbres de la unión mística.

EL ENCUENTRO. Nos parece importante vivir este momento en nuestra


diócesis en clave de ENCUENTRO. Esta palabra puede ser la banda sonora que
ponga música y ritmo a este tiempo. Queremos ser una comunidad diocesana
que se configura y se manifiesta con el rostro y los rasgos del encuentro.
"Iglesia del encuentro", debemos crear con nuestra fe una 'cultura del
encuentro. “Iglesia del encuentro" que recoge la llamada evangélica a ser
discípulos misioneros "ponerse en camino" y "salir" de nosotros mismos hacia
el Dios de Jesús hacia los demás hacia las periferias existenciales hacia el
cuidado de la casa común. (Plan Pastoral Diocesano)
RENOVARNOS. Para renovarnos como Iglesia diocesana en fidelidad al
Evangelio el punto de partida es plantear y facilitar la experiencia de
encuentro con el Señor en el encuentro con los hermanos. La experiencia y
vivencia del encuentro no puede reducirse a una "espiritualidad del bienestar
individualista", sino que ha de ser "una espiritualidad de la fraternidad", vierte
"en feliz amistad e intimidad con Él"; "en la experiencia de ser amados y
salvados por Él, de sentirnos cautivados por su amor; de ponernos ante Él con
nuestro corazón abierto" en "gustar de su amistad y su mensaje" en caminar;
respirar; hablar; trabajar con Él y en Él descansar" en "leer con el corazón las
páginas de su Evangelio y detenernos para descubrir su forma de tratar y sus
gestos". (Plan Pastoral Diocesano)
CASA ABIERTA: Desde esta experiencia es posible crecer como comunidad que
"abre la puerta para acoger a cualquiera que llegue y llame". "La comunidad
cristiana está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre...todos pueden
integrar la comunidad; todos pueden participar de alguna manera en la vida
eclesial" (EG47). Pues "la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde
hay lugar para cada uno con su vida a cuestas" (EG47). "Es una madre de
corazón abierto" (EG 46). Una comunidad habitable y en la que quienes
estemos y cualquiera que se acerque o se asome a ella escuche ese tono,
respire ese clima y guste esa experiencia. (Plan Pastoral Diocesano)

Estar ABIERTOS AL CAMBIO a la nueva época nueva cultura nuevos valores,


nuevas dinámicas sociales, culturales y religiosas. RENOVACIÓN. Partiendo de
donde estamos reconociendo su valor y posibilidades nuevos lenguajes nueva
espiritualidad nuevas formas de vivir la experiencia creyente. (Plan Pastoral
Diocesano)

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