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La partida decisiva

A Mariano Shifman

Mirá, te cuento que a mí me gusta jugar al ajedrez. El problema es que no


puedo concentrarme, qué le voy a hacer...
Recuerdo por ejemplo, que tiempo atrás (hará unos diez años mas o menos )
cuando me tocaba jugar, se me ponían en la cabeza los temas de José Velez:
Yo pensaba la jugada, y como telón de fondo estaba la tonada “Que mas dá,
que mas dá, que mas dá / que me llamen el bala perdida...” o si no: “Ven a
brindar / con vino griego que te hará recordar...” Previamente tuve mi etapa
Juan Ramón, y ahora estoy con Nino Bravo (“Cartas Amarillas” y “Noelia” son
las que mas a menudo se me aparecen)
Me dá bronca pero no puedo evitarlo, me disperso....Será por eso que no pude
terminar el secundario. En matemáticas era un desastre, en las otras no mucho
mejor.
La profesora Somaschini, la cuarta vez que rendí mal con ella la previa, me
recomendó: “a vos te convendría aprender a jugar al ajedrez, así aprendés a
concentrarte”. Ella me enseñó. Yo iba todas las tardes a la casa para que me
enseñara. Bah, en realidad estaba caliente con ella, y yo le caía simpático.
“Sos un atorrante simpático”, me decía.
Bueno, en síntesis, al colegio lo dejé, a Somaschini no me la pude voltear (el
marido siempre andaba cerca), pero el ajedrez me enganchó.
Y no es que sea bueno, esta era la decimoquinta vez que jugaba el torneo de
cuarta categoría interna del Adrogué Jaque Club.
Algunos pendejos que no habían nacido cuando yo me inscribí en el Club ya
estaban incluso en segunda. Me daba bronca. Muchos en el club me gastaban,
me decían que no podia ascender porque no podía “trascender mi categoría
espiritual” que era ser un tipo de cuarta. Bueno eso es lo que me decía el hijo
de puta de Siwak, que se las daba de filósofo y astrólogo, pero en realidad era
otro vago como yo. Eso si, el guacho ¡ya estaba en primera! Un poco
inteligente debe ser, entonces.
Bueno la cuestión es que este año lo logré: ascendí a tercera!. Y no es que
esté jugando mejor. Para nada. Pero estoy mas vivo (el paso de los años me
quitó los pelos pero acrecentó mis mañas)
La primera partida fue con un pendejo: Gonzalo Zelada. Me hizo bosta en
pocas jugadas.
La segunda era contra Pancho Gómez. Me enteré de que jugaba con él el día
anterior. Juega mejor que yo, pero está muerto de hambre y es medio
alcohólico. Lo invité a escabiar a condición de que se dejara perder. Aceptó. La
partida al día siguiente fue una risa. La fuimos a jugar totalmente borrachos.
Jugamos varias movidas no reglamentarias, (no a propósito, sino por el pedo
de ambos). En determinados momentos me dormí yo, en otros él. Perdió por
tiempo como habíamos arreglado: Al final, en una de sus múltiples “siestas”
durante la partida, se le cayó la aguja. Poco antes se había levantado para ir al
baño a vomitar...En el club todos se reían al vernos, salvo el amargo del viejo
Bernardis, el fiscal, que a cada rato decía: “esto es poco serio”.
La tercera partida era contra Sonsino, que no se dejó arreglar el hijo de puta.
Me pintó la cara. Al otro día, en venganza, le rayé el auto y le dije que fue el
pendejo Zelada el que le hizo el rayón, al apoyarle la bicicleta. Sonsino lo cagó
a pedos y Zelada se puso todo rojo y no dijo nada. Yo sabia desde el principio
que no iba a reaccionar, por que nunca habla con nadie (problemas de
comunicación dice la madre, cuando lo pasa a veces a buscar), pero para mí
es medio boludo simplemente. Bah, no desentona mucho con el ambiente del
club. Todos son bastante aparatos....salvo honrosas excepciones, entre las que
me cuento y entre las que se cuenta Daniel Varela, un amigote del club y de
alguna que otra farra putañera. Con él justamente me tocaba jugar la siguiente
partida.
Le dije si se dejaba ganar, que yo ya estaba podrido de estar en cuarta, y el se
cagó de la risa y me dijo “jodete”. A él no le iba a hacer algo sucio porque era
amigo, pero tenía que ganarle, si no, quedaba fuera de posibilidades por otro
año. Arreglé con una puta amiga: la Mariela, que está muy buena (tiene unas
tetas y un culo!, te la recomiendo). Se vino con una pollera cortita y con la
pechuga asomando, como le había dicho. La presenté como mi nueva novia y
se sentó en una silla en frente de Varela, haciendo como que me esperaba.
Cada tanto cruzaba y descruzaba las piernas y se le veía la bombachita blanca.
Después pidió un helado palito de agua, y lo lamió despacito durante un buen
rato. Varela jugó al palo toda la partida (incluso me confesó que se fue a pajear
al baño). Obviamente perdió.
Después dejé que se la cogiera, para que no me guarde rencor. Yo corrí con los
gastos...a fin de cuentas somos amigos.
La quinta partida fue un regalito: a la mujer de Etcheguía le agarró no sé qué
carajo en el cerebro (¿el infarto no es en el corazón, nada mas?) y quedó
medio del otro lado. Por eso no pudo venir y... papita pa’l loro: un puntito mas.
Sin darme cuenta, ya estaba casi en la recta final con tres puntos sobre cinco.
La penúltima partida fue con otro pendejo: Gabrielito Reggi, que tiene 11 años.
Ahí usé la psicológica: le dije que si no se dejaba ganar le iba a contar al padre
(un animal de dos metros que lo pasa a buscar al club) del día que lo había
visto fumar en la plaza con otros pendejos. El purrete, aterrorizado, aceptó:
¡Cuatro puntos sobre seis!
La última partida era la decisiva, contra Rafael Díaz. Tenía que ganar sí o sí
para salir tercero en el Torneo y ascender, justamente, a tercera.
Diaz usaba anteojos culo de botella. Cada vez veía menos y debido a eso fue
bajando de categoría: de primera a segunda, de segunda a tercera y luego de
tercera a cuarta. Solo le faltaba la marcha atrás y el punto muerto, le decía yo,
y se calentaba. Pero yo nunca pude ganarle una partida, y sabía que todavía le
quedaba resto para reventarme.
Desde el vamos la cosa empezó mal: me hizo un doblete de caballo a mis dos
torres en la jugada 10 y perdí una torre. Después hice un sacrificio, y le
sacrifiqué la torre que me quedaba por el caballo que le quedaba para que no
tuviera oportunidades de hacerme otro doblete (a ver si todavía me enchufaba
la dama en un jaque doble de caballo!). Luego en un descuido le cambié las
damas y empecé a respirar tranquilo. Después perdí no me acuerdo si dos o
tres peones, pero eso no tenía importancia: Diaz sin caballos y sin dama era
como un Sansón sin pelos, ya no me podía enchufar en ningún doblete. Yo
empecé a separar mucho mis alfiles, los movía de un extremo al otro para
marearlo. El pobre viejo acercaba la napia como a cinco centímetros del tablero
y trataba de distinguir las diagonales, porque los alfiles, no sé si sabés, mueven
en diagonal. Iba y venia la mirada de Diaz sobre el tablero y a veces
enganchaba una diagonal, que después se le perdía y terminaba
confundiéndose con otra. Yo, a propósito, demoraba mucho en contestar mis
jugadas para que se hiciera de noche y pudiera distinguir cada vez menos,
porque el club tiene muy mala iluminación. Pero al último de todo me cagó: me
hizo jaque mate metiéndome la torre en ocho caballo y a mí se me fue el alma
al piso: otro año mas en cuarta no lo podía soportar!!! Así que me inspiré, y le
comí la torre que me daba el jaque del jaque-mate con un alfil a pesar de que
no se podía: o sea que agarré el alfil que yo tenía en dos caballo, y le morfé la
torre que estaba en ocho caballo, del otro flanco, un movimiento imposible pero
que el viejo no advirtió porque a esas alturas estaba casi ciego. Ciego y
daltónico, porque no se dio cuenta de que me quedaron en esa jugada los
alfiles del mismo color. Cuando le morfé la torre el viejo se puso pálido (pobre),
dijo “¡qué boludo!” y movió la otra torre, que también se la comí con el otro alfil
haciendo el mismo truco. De esa forma volvía a tener dos alfiles de distinto
color, le saqué al viejo la otra torre y zafé de que me pescara Bernardis, que
cuando escuchó el anuncio de “jaque mate” de Díaz se había empezado a
acercar (¿no soy un genio?).
El viejo, se deprimió al verse sin torres y abandonó. Y menos mal que
abandonó, porque con tan pocas piezas que me quedaban (a esa altura solo
dos alfiles, un caballo y dos peones) yo no sabía cómo dar mate, porque el
viejo seguro que no me iba a dejar coronar.
En fín, salí tercero por sistema de desempate. Sistema que, entre paréntesis
nunca entendí, pero bueno aquí estoy. Nadie lo podía creer y menos yo: ¡ya era
tercera categoría! ¡Cinco puntos sobre siete! Fue uno de los días mas felices
de mi vida.
Del viejo Díaz supe que poco después se quedó ciego. Algunos amigotes me
dicen en joda (otros no tanto) que yo puse mi granito de arena para ello en esa
partida. No creo que sea para tanto, hablarán de envidia.
La medallita la colgué en la repisa. Mi vieja se la mostró a los vecinos y dijo que
mi viejo hubiera estado orgulloso de mi de estar vivo, pero que era tiempo de
que hiciera algo de mi vida y me dejara de hacer boludeces, que ya tenía casi
30 años y que con la pensión y la jubilación de ella ya no alcanza. Ella no
entiende que, desde hace tiempo, el ajedrez es mi vocación.
¿Y vos, que pensás?

David Litovicius, CNC, 2003

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