Mirá, te cuento que a mí me gusta jugar al ajedrez. El problema es que no
puedo concentrarme, qué le voy a hacer... Recuerdo por ejemplo, que tiempo atrás (hará unos diez años mas o menos ) cuando me tocaba jugar, se me ponían en la cabeza los temas de José Velez: Yo pensaba la jugada, y como telón de fondo estaba la tonada “Que mas dá, que mas dá, que mas dá / que me llamen el bala perdida...” o si no: “Ven a brindar / con vino griego que te hará recordar...” Previamente tuve mi etapa Juan Ramón, y ahora estoy con Nino Bravo (“Cartas Amarillas” y “Noelia” son las que mas a menudo se me aparecen) Me dá bronca pero no puedo evitarlo, me disperso....Será por eso que no pude terminar el secundario. En matemáticas era un desastre, en las otras no mucho mejor. La profesora Somaschini, la cuarta vez que rendí mal con ella la previa, me recomendó: “a vos te convendría aprender a jugar al ajedrez, así aprendés a concentrarte”. Ella me enseñó. Yo iba todas las tardes a la casa para que me enseñara. Bah, en realidad estaba caliente con ella, y yo le caía simpático. “Sos un atorrante simpático”, me decía. Bueno, en síntesis, al colegio lo dejé, a Somaschini no me la pude voltear (el marido siempre andaba cerca), pero el ajedrez me enganchó. Y no es que sea bueno, esta era la decimoquinta vez que jugaba el torneo de cuarta categoría interna del Adrogué Jaque Club. Algunos pendejos que no habían nacido cuando yo me inscribí en el Club ya estaban incluso en segunda. Me daba bronca. Muchos en el club me gastaban, me decían que no podia ascender porque no podía “trascender mi categoría espiritual” que era ser un tipo de cuarta. Bueno eso es lo que me decía el hijo de puta de Siwak, que se las daba de filósofo y astrólogo, pero en realidad era otro vago como yo. Eso si, el guacho ¡ya estaba en primera! Un poco inteligente debe ser, entonces. Bueno la cuestión es que este año lo logré: ascendí a tercera!. Y no es que esté jugando mejor. Para nada. Pero estoy mas vivo (el paso de los años me quitó los pelos pero acrecentó mis mañas) La primera partida fue con un pendejo: Gonzalo Zelada. Me hizo bosta en pocas jugadas. La segunda era contra Pancho Gómez. Me enteré de que jugaba con él el día anterior. Juega mejor que yo, pero está muerto de hambre y es medio alcohólico. Lo invité a escabiar a condición de que se dejara perder. Aceptó. La partida al día siguiente fue una risa. La fuimos a jugar totalmente borrachos. Jugamos varias movidas no reglamentarias, (no a propósito, sino por el pedo de ambos). En determinados momentos me dormí yo, en otros él. Perdió por tiempo como habíamos arreglado: Al final, en una de sus múltiples “siestas” durante la partida, se le cayó la aguja. Poco antes se había levantado para ir al baño a vomitar...En el club todos se reían al vernos, salvo el amargo del viejo Bernardis, el fiscal, que a cada rato decía: “esto es poco serio”. La tercera partida era contra Sonsino, que no se dejó arreglar el hijo de puta. Me pintó la cara. Al otro día, en venganza, le rayé el auto y le dije que fue el pendejo Zelada el que le hizo el rayón, al apoyarle la bicicleta. Sonsino lo cagó a pedos y Zelada se puso todo rojo y no dijo nada. Yo sabia desde el principio que no iba a reaccionar, por que nunca habla con nadie (problemas de comunicación dice la madre, cuando lo pasa a veces a buscar), pero para mí es medio boludo simplemente. Bah, no desentona mucho con el ambiente del club. Todos son bastante aparatos....salvo honrosas excepciones, entre las que me cuento y entre las que se cuenta Daniel Varela, un amigote del club y de alguna que otra farra putañera. Con él justamente me tocaba jugar la siguiente partida. Le dije si se dejaba ganar, que yo ya estaba podrido de estar en cuarta, y el se cagó de la risa y me dijo “jodete”. A él no le iba a hacer algo sucio porque era amigo, pero tenía que ganarle, si no, quedaba fuera de posibilidades por otro año. Arreglé con una puta amiga: la Mariela, que está muy buena (tiene unas tetas y un culo!, te la recomiendo). Se vino con una pollera cortita y con la pechuga asomando, como le había dicho. La presenté como mi nueva novia y se sentó en una silla en frente de Varela, haciendo como que me esperaba. Cada tanto cruzaba y descruzaba las piernas y se le veía la bombachita blanca. Después pidió un helado palito de agua, y lo lamió despacito durante un buen rato. Varela jugó al palo toda la partida (incluso me confesó que se fue a pajear al baño). Obviamente perdió. Después dejé que se la cogiera, para que no me guarde rencor. Yo corrí con los gastos...a fin de cuentas somos amigos. La quinta partida fue un regalito: a la mujer de Etcheguía le agarró no sé qué carajo en el cerebro (¿el infarto no es en el corazón, nada mas?) y quedó medio del otro lado. Por eso no pudo venir y... papita pa’l loro: un puntito mas. Sin darme cuenta, ya estaba casi en la recta final con tres puntos sobre cinco. La penúltima partida fue con otro pendejo: Gabrielito Reggi, que tiene 11 años. Ahí usé la psicológica: le dije que si no se dejaba ganar le iba a contar al padre (un animal de dos metros que lo pasa a buscar al club) del día que lo había visto fumar en la plaza con otros pendejos. El purrete, aterrorizado, aceptó: ¡Cuatro puntos sobre seis! La última partida era la decisiva, contra Rafael Díaz. Tenía que ganar sí o sí para salir tercero en el Torneo y ascender, justamente, a tercera. Diaz usaba anteojos culo de botella. Cada vez veía menos y debido a eso fue bajando de categoría: de primera a segunda, de segunda a tercera y luego de tercera a cuarta. Solo le faltaba la marcha atrás y el punto muerto, le decía yo, y se calentaba. Pero yo nunca pude ganarle una partida, y sabía que todavía le quedaba resto para reventarme. Desde el vamos la cosa empezó mal: me hizo un doblete de caballo a mis dos torres en la jugada 10 y perdí una torre. Después hice un sacrificio, y le sacrifiqué la torre que me quedaba por el caballo que le quedaba para que no tuviera oportunidades de hacerme otro doblete (a ver si todavía me enchufaba la dama en un jaque doble de caballo!). Luego en un descuido le cambié las damas y empecé a respirar tranquilo. Después perdí no me acuerdo si dos o tres peones, pero eso no tenía importancia: Diaz sin caballos y sin dama era como un Sansón sin pelos, ya no me podía enchufar en ningún doblete. Yo empecé a separar mucho mis alfiles, los movía de un extremo al otro para marearlo. El pobre viejo acercaba la napia como a cinco centímetros del tablero y trataba de distinguir las diagonales, porque los alfiles, no sé si sabés, mueven en diagonal. Iba y venia la mirada de Diaz sobre el tablero y a veces enganchaba una diagonal, que después se le perdía y terminaba confundiéndose con otra. Yo, a propósito, demoraba mucho en contestar mis jugadas para que se hiciera de noche y pudiera distinguir cada vez menos, porque el club tiene muy mala iluminación. Pero al último de todo me cagó: me hizo jaque mate metiéndome la torre en ocho caballo y a mí se me fue el alma al piso: otro año mas en cuarta no lo podía soportar!!! Así que me inspiré, y le comí la torre que me daba el jaque del jaque-mate con un alfil a pesar de que no se podía: o sea que agarré el alfil que yo tenía en dos caballo, y le morfé la torre que estaba en ocho caballo, del otro flanco, un movimiento imposible pero que el viejo no advirtió porque a esas alturas estaba casi ciego. Ciego y daltónico, porque no se dio cuenta de que me quedaron en esa jugada los alfiles del mismo color. Cuando le morfé la torre el viejo se puso pálido (pobre), dijo “¡qué boludo!” y movió la otra torre, que también se la comí con el otro alfil haciendo el mismo truco. De esa forma volvía a tener dos alfiles de distinto color, le saqué al viejo la otra torre y zafé de que me pescara Bernardis, que cuando escuchó el anuncio de “jaque mate” de Díaz se había empezado a acercar (¿no soy un genio?). El viejo, se deprimió al verse sin torres y abandonó. Y menos mal que abandonó, porque con tan pocas piezas que me quedaban (a esa altura solo dos alfiles, un caballo y dos peones) yo no sabía cómo dar mate, porque el viejo seguro que no me iba a dejar coronar. En fín, salí tercero por sistema de desempate. Sistema que, entre paréntesis nunca entendí, pero bueno aquí estoy. Nadie lo podía creer y menos yo: ¡ya era tercera categoría! ¡Cinco puntos sobre siete! Fue uno de los días mas felices de mi vida. Del viejo Díaz supe que poco después se quedó ciego. Algunos amigotes me dicen en joda (otros no tanto) que yo puse mi granito de arena para ello en esa partida. No creo que sea para tanto, hablarán de envidia. La medallita la colgué en la repisa. Mi vieja se la mostró a los vecinos y dijo que mi viejo hubiera estado orgulloso de mi de estar vivo, pero que era tiempo de que hiciera algo de mi vida y me dejara de hacer boludeces, que ya tenía casi 30 años y que con la pensión y la jubilación de ella ya no alcanza. Ella no entiende que, desde hace tiempo, el ajedrez es mi vocación. ¿Y vos, que pensás?