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Sanación a través de la contemplación Monseñor Uribe Jaramillo


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SANACION A TRAVES DE LA CONTEMPLACIÓN
Mons. Uribe Jaramillo
"Sed perseverantes en la oración, velando en ella con acción
de gracias; orad al mismo tiempo también por nosotros para
que Dios nos abra la puerta a la Palabra y podamos anunciar
el misterio de Cristo, por cuya causa estoy yo encarcelado,
para darlo a conocer anunciándolo como debo.
Portaos prudentemente con los de fuera, aprovechando bien
la ocasión. Que vuestra conversación sea siempre amena,
sazonada con sal, sabiendo responder a cada cual como
conviene”. (Col. 4)
De nuevo, Jesús, al creer en tu presencia amorosa, te damos gracias por
todo el amor que nos tienes. Con tu gracia creemos más que nunca en tu amor,
por eso nos abrimos a tu acción, Señor, en este momento.
Tú eres el Maestro, eres el Salvador, eres el Señor, eres el Amado,
comunícanos tu mensaje. Señor, en este momento, pon tus palabras en mis
labios, Señor, como se lo prometiste a Moisés, comunica tu mensaje, Señor. Tú
que sabes las necesidades de todos, dínos la palabra que necesitamos, Señor.
Imploramos la protección de María. Derrama tu espíritu de oración sobre todos
nosotros en esta tarde, Señor, que descubramos con su luz la riqueza del
encuentro contigo, Señor. Gracias, Señor.
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El tema de las reflexiones de este día ha sido, "Sanados por la oración",
"La oración, encuentro con el Señor que sana". Recuerden que el enfoque
que desde el principio se hizo fue el siguiente:
Estamos enfermos por el desamor, porque no amamos al Señor con todo
nuestro corazón, porque hemos pecado mucho, y todo pecado es contra el
amor. Estamos enfermos porque no nos amamos, nos rechazamos, no nos
aceptamos. Estamos heridos porque no hemos recibido de los demás todo el
amor que necesitamos y esperamos, y porque no hemos dado a los demás
todo el amor que ellos esperaban de nosotros.
Y un punto que mencionaremos de paso en esta reflexión
es, que estamos enfermos también, porque no hemos amado a la naturaleza
como el Señor quiere que la amemos, porque no la hemos mirado con los ojos
amorosos de Dios, que la creó por amor. En una palabra, porque nos ha faltado
amor, por eso estamos tan heridos. Y la única sanación posible es la
experiencia del amor, recibir de Dios, que es Amor, todo lo que nos ha faltado
para llenar ese vacío.
Estas reflexiones, culminan ahora con la sanación por medio de la
contemplación infusa. Es, esta contemplación, el gran canal del amor de Dios,
el gran medio para crecer en sanación interior.
Esta semana, dimos la definición que, sobre contemplación, trae S.
Gregorio, una definición que agradaba mucho a Maritain, él la trae en el libro
"El campesino del Garona", cuando hace una reflexión muy interesante sobre
la contemplación infusa. "Contemplativos son aquellos que experimentan el
peso del amor de Dios". En la medida en que la persona avanza en la
contemplación infusa recibe el peso del amor de Dios. La contemplación infusa
es una etapa en la cual la persona es más pasiva que antes, su actividad
consiste en abrirse con humildad y confianza a la acción amorosa de Dios. Su
actividad consiste en decirle "Sí" al amor del Señor. Antes, la oración era más
activa por parte de la persona, en la reflexión, en la oración afectiva. En
aquellas etapas, previas a ésta, la actividad era de la persona bajo la acción del
Espíritu, se entiende, pero cuando comienza la etapa de la contemplación, va
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primando la acción del Espíritu y cuanto más intensa sea la contemplación
menor es la actividad de la persona.
Por eso, alguien definió muy hermosamente la contemplación diciendo
que: "Contemplativos son aquellos que son como un cauce que es recorrido,
inundado, por el río del amor de Dios". El cauce no hace sino recibir esa agua
que corre sobre él. Es el lecho sobre el cual corre el torrente de aguas. Es una
descripción bastante buena porque, si el lecho es pasivo, no pone nada sino
recepción. El río es el que se mueve, el que pasa; el río es el que fecunda
orillas, el que da vida, el río lo recibe, el cauce lo recibe. Es el lecho qué recibe
y deja pasar esa agua.
Cuando se habla de contemplación infusa, la gente cree por lo general
que es una etapa reservada a la oración de los santos y que un seglar o
cualquiera de nosotros no tiene por qué pensar en la contemplación porque es
algo tan grande que no es para nosotros. El P. Garigu Lagrange, el gran
dominico que escribió muchas obras sobre "Las tres edades de la vida
interior", fue el gran defensor de una doctrina que tiene Santo Tomás y que es
la verdadera, cómo la contemplación era el plan de Dios para todos los
cristianos. La razón que expone él es clarísima: la vocación al cristianismo es
ya la vocación a la visión beatífica. El Bautismo es la gracia de adopción, de
inserción en la vida divina en el Cuerpo Místico, que debe terminar en la visión
facial de Dios, en la posesión de Dios, en la visión beatífica. Podría decirse que
la contemplación infusa es una etapa anterior a la visión beatífica, luego si
estamos llamados a "lo más", estamos llamados a "lo menos". Si todo cristiano
está llamado a contemplar cara a cara el rostro de Dios en la visión beatífica
después de la muerte, pues, con mayor razón, está llamado ya a ser
contemplativo ahora.
Y hay una realidad que yo estoy descubriendo todos los días. La
Renovación espiritual Carismática está llenando a la Iglesia de contemplativos.
Y la Renovación Carismática está acortando las vías y etapas que llevan a la
contemplación infusa. Yo creo que una de las grandes necesidades de la
Iglesia en todas las épocas ha sido la de tener contemplativos, y uno de los
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problemas en los años que pasaron fue ése, cómo el desprecio que hubo por la
oración fue empobreciendo a la Iglesia en cuanto a contemplativos.
Contemplativos no son los que están en un convento, ¡ojalá!, tendríamos
entonces millares. Contemplativos son los que, en un convento o fuera de él,
se abren a la acción del Espíritu y experimentan como don de Dios el peso de
su amor. La Renovación espiritual Carismática es, esencialmente, el encuentro
personal y amoroso con Cristo, no olviden esto. Este encuentro personal y
amoroso con Cristo permite a la persona experimentar, a veces, desde el
principio, el amor del Señor. Y cuando la persona es fiel a la acción del Espíritu
y va dejando que Él la depure, que Él la vaya santificando, pronto esa persona
llega a disfrutar, de una manera permanente, de esa comunicación del Espíritu.
Hay que distinguir dos cosas. Cuando una persona recibe, por ejemplo, el
Bautismo en el Espíritu y experimenta aquel gozo que es tan grande,
contagioso, cuando esa persona vive la realidad del primer Pentecostés...
Ustedes recuerdan que cuando los apóstoles recibieron la Efusión del Espíritu
empezaron a pregonar las maravillas de Dios, y experimentaron tanta alegría
que no pudieron reprimirla, tuvieron que manifestarla y dieron la sensación de
estar borrachos; muchos se burlaron de ellos, "están borrachos", y ustedes
recuerdan que S. Pedro tuvo que empezar su discurso defendiéndolos de ese
cargo y defendiéndose de ese cargo. "Es muy temprano -dice- para estar
borrachos". ¿Cuál era la embriaguez que tenían ellos? La embriaguez del
Espíritu, por eso escribirá S. Pablo: "No os embriaguéis con vino donde está la
lujuria, embriagaos con el Espíritu Santo".
Hay muchas personas que tienen un acto o un momento de contemplación
infusa en la Efusión o Bautismo en el Espíritu. Pero una cosa es ese
momento y otra cosa es entrar en el "estado de contemplación infusa".
"Estado" es algo permanente, de la palabra "estar", no es algo transitorio sino
algo que perdura. Pero estas personas que tienen un momento intenso de
contemplación en un Bautismo en el Espíritu y, de veras, se entrega al Señor y
se deja conducir por el Espíritu, llega, a veces, muy pronto, a la contemplación.
Y es que no deja de causar, a veces, fastidio y hasta envidia a muchas
personas consagradas, cuando ellas descubren que hay una persona que,
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incluso estando mal, se entrega al Señor y pronto resulta con una oración bien
intensa; y esa persona consagrada, después de muchos años, está peor que
antes, dice: "¡pero ¿cómo puede ser esto?!", es una mentira, y empieza a
buscar explicaciones para negar la realidad de la obra del Señor en esa
persona.
El Señor, ya lo hemos dicho tantas veces estos días, no se detiene frente
a ninguna miseria, a Él no lo detiene ni el pecado nuestro, porque Él se hizo
pecado por nosotros. La maravilla del amor de Jesús es que se hizo pecado
por nosotros, como dice S. Pablo. Por eso, no lo detiene ningún pecado. El
pecador más grande del mundo cuando se abre a la misericordia del Señor se
ve libre de todo pecado en ese momento. Él es el Cordero de Dios, Jesús, que
quita el pecado del mundo. Lo único que pide Jesús es que se le permita
entrar, lavar, purificar. No conocemos a Jesús mientras no conozcamos su
amor al pecador.
Hoy, como en todas las épocas de la Iglesia, encontramos a personas
que vienen de muy hondo, de abismos de pecado, pero que encuentran la
mano salvadora de Jesús, se dejan purificar por su Sangre, reciben de Él la
Efusión del Espíritu y pronto llegan a experimentar: primero actualmente, y
luego de una manera permanente, el peso del amor de Dios.
Cuando hablamos de "estado de contemplación" no queremos decir que
la persona pase todo el día y toda la noche en contemplación infusa, no, sino
que es frecuente en su vida la experiencia de ese peso del amor de Dios; habrá
días en que no lo tenga, pero ya no es algo transitorio, sino algo de suyo
permanente que empieza a repetirse y a intensificarse, según el plan del Señor
primero y también de acuerdo con la apertura y colaboración de la persona.
Vemos otras definiciones de contemplativos, para que comprendamos
mejor lo que se está diciendo. Contemplativos, dice una mujer americana que
no es religiosa, pero que fue feliz en una definición de la contemplación, “son
aquellos en quienes ora el Espíritu Santo". Para mí es una definición
maravillosa. Contemplativos son aquellos en quienes ora el Espíritu Santo.
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Esta definición está de acuerdo con el texto de S. Pablo, en el cap. octavo
de la carta a los Romanos, dice: "El Espíritu viene en ayuda de nuestra
debilidad porque no sabemos orar como conviene y Él ora en nosotros con
gemidos inenarrables y el que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo
del Espíritu porque ora según Dios". Hay que explicar estas palabras, no es
que el Espíritu Santo ore, porque el Espíritu Santo es Dios, Él, lo que hace es
poner la oración en la persona. Cuando S. Pablo dice que el Espíritu Santo ora
en nosotros, lo que quiere decir, es que el Espíritu pone la oración en nosotros.
Entonces, contemplativo es aquel que recibe la oración que pone el Espíritu en
él. O sea, usando el mismo lenguaje de S. Pablo, aquel en quien ora el
Espíritu. Es la misma idea anterior. La persona no tiene sino debilidad,
impotencia, miseria, es el lecho seco de un río, pero puede recibir, si se abre
libremente, a esa comunicación del Espíritu Santo.
El agente de la contemplación es el Espíritu Santo, no olviden esto. Toda
gracia tiene un autor: el Espíritu Santo. Tiene una causa: la Pasión y Muerte del
Señor, pero el que comunica toda la santidad es el Espíritu Santo. Señor y
Dador de Vida. Decimos en el Símbolo, Él es el Santificador. Todo lo que
recibimos en el área de la gracia viene del Espíritu Santo y en el área de la
gracia ocupa un lugar ya muy alto la contemplación infusa, luego, es
una”acción especial del espíritu santo”.
Pensar entonces en contemplación infusa sin apertura total a la acción del
Espíritu Santo es pensar en lo imposible. Aquellas personas que no han
descubierto todavía la acción del Espíritu, creen, que el Espíritu Santo es una
novedad, que no van a recibir estas comunicaciones... Hay que recibir primero
a la Persona, para luego recibir lo que esa Persona comunica. Si yo no le abro
la puerta del corazón al Espíritu Santo y no le invito a entrar allí, Él no va a
actuar en mí. Y no va a actuar en mí en éste área maravillosa de la
contemplación. Él seguirá, claro, dando gracias y haciendo llamamientos, pero
esa acción maravillosa de la transformación, del cambio, de la nueva creación,
exige mi apertura total. Recuerden las palabras del Apocalipsis: "Estoy a la
puerta y llamo, si alguno me abre, entraré, cenaré con él y él conmigo". Es el
gran caballero que no entra por una puerta falsa, que no va a tumbar una
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cerradura, toca gentilmente y espera, pero si no se le abre allí permanece. El
perjuicio no es para Él, el perjuicio es para nosotros que vamos a permanecer
con nuestra miseria, sin esa comunicación del amor del Señor.
Si, "contemplativos son aquellos en quienes ora el Espíritu", nosotros
necesitamos abrirnos con toda generosidad y con toda alegría a la acción del
Espíritu y darle libertad por parte nuestra para que Él corte, quite, destruya todo
obstáculo que impida la recepción de ese fuego divino.
El Señor no va a compartir su amor, lo hemos visto también, con ningún
ídolo. Si de veras, queremos disfrutar de esta gracia de la contemplación,
tenemos que destruir todo ídolo que nos muestre el Espíritu del Señor,
tenemos que darle a Él carta blanca para que ordene lo que quiera. Estar, de
veras, abiertos a su Voz, a su acción y dejar que Él actúe según sus planes. El
Espíritu del Señor es amor, pero no olviden que el amor es siempre exigente y
mientras más grande es el amor más exigente es. Pero la exigencia del amor
del Señor, que es muy grande, tiene esta ventaja para nosotros y es que nos
da la gracia para darle lo que nos pida. Él sabe que nada podemos por
nuestras propias fuerzas, "conoce el barro del que hemos sido hechos", nos
dice la Palabra de Dios, "Él, nos da el querer y el hacer", nos dice S. Pablo, Él,
nos pide algo y nos da la gracia para dárselo; nos exige, pero nos da la gracia
para realizar lo que nos exige.
Lo que Él pide es apertura, humildad, pobreza de parte nuestra. Nunca
digan: "yo voy a superar tal defecto", van a perder el tiempo, pueden tener la
mejor intención, pueden tener la voluntad más firme, pero van a encontrar al
momento la debilidad que todos tenemos. La gran fortaleza nuestra,
precisamente, está en la debilidad. Aquel que se siente débil, que sabe que no
puede ni edificar ni conservar la ciudad sin la gracia del Señor, no cuenta con
él, cuenta con el amor del Señor. Aquel que se siente débil y pobre huye del
peligro, no se expone, porque sabe que caerá. Aquel que se siente pobre y
débil acude al Señor, pide, los pobres son los que piden y ellos son los que
reciben.
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En la medida en que nosotros, por la bondad del Señor, entremos en
la contemplación infusa, en la medida en que seamos el lecho recorrido por
el Amor, en la medida en que sea el Espíritu el que ore y ame en nosotros,
en la medida en que nosotros poseamos ese amor del Señor, en esa
medida nos iremos sanando. Sana el Amor porque las heridas que hay en
nosotros son desamor. Y cuando la persona experimenta más amor del
Señor es cuando entra en la etapa de contemplación infusa. Ya no se trata
de experiencias transitorias del amor de Dios en un día de profesión, al final
de determinados Retiros, sino que es ya lo habitual en ella, va recibiendo y
recibiendo comunicaciones del amor del Señor y cada día se va sanando
más.
El Señor quiere que nosotros deseemos sus regalos y quiere que se
los pidamos. "Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, tocad y se os abrirá".
Él lo da todo generosamente, pero Él quiere dos cosas: deseo, de recibir su
don y luego, gratitud, por haber recibido su don. Hay que unir las dos cosas,
S. Pablo lo dice: "Que vuestras peticiones estén acompañadas de acciones
de gracias".
Yo tengo que anhelar este don de la contemplación si de veras lo aprecio
y debo pedirlo con humildad al Señor. Pedirlo con humildad para, que seamos
santos. La contemplación nos irá santificando cada día más porque nos va
uniendo cada vez más con el Señor. Apreciar el don, pedirlo con acciones de
gracias.
Si alguien debe ser agradecido, ha de ser el contemplativo porque sabe
que la contemplación es, ante todo, la acción amorosa del Espíritu. Él no hace
sino recibir, él es la NADA que recibe el TODO, el carbón negro que recibe el
calor del fuego, el lecho seco que recibe el río de aguas vivas. Entonces, no
puede sino agradecer, bendecir, alabar, porque va a ser ante todo alabanza y
acciones de gracias; * porque vamos a ver hasta dónde nos amó el Señor.
Ustedes ven cómo en la Renovación espiritual Carismática va
prevaleciendo la alabanza en los grupos de oración y en la oración
personal, porque las personas van descubriendo, en la Renovación, la
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acción amorosa del Señor y van admirando esa acción amorosa; y la
admiración crea la alabanza, produce la alabanza, alaban los labios de los
agradecidos, alaban los labios de los que son felices por el don que han
recibido. María alaba, Jesús alaba, todos los que reciben la plenitud del
Espíritu alaban. Hay que empezar, desde ahora, a crecer, con la gracia del
Señor, en la alabanza, porque la alabanza agrada de una manera especial
al Señor.
Unas cortas palabras, acerca de la contemplación de la naturaleza,
mejor, de la contemplación del rostro de Dios en la naturaleza, de la
contemplación del amor de Dios en la naturaleza.
El contemplativo que va recibiendo el peso del amor de Dios, recibe
los dones del Espíritu Santo y uno de ellos es, el don de Sabiduría, por
medio del cual, va saboreando cada vez más intensamente el amor de Dios.
Y recibe, el don de Entendimiento, que le permite ver con mayor claridad
toda la riqueza de Dios, la riqueza de su revelación, lo que él nos ha
manifestado. Y recibe, el don de Ciencia, que perfecciona la virtud de la
Esperanza, por medio del cual nosotros aprendemos a descubrir el rostro
de Dios en toda la Creación.
El contemplativo descubre y saborea a Dios en toda la Creación.
Primero, en su persona. La persona toda, llega a ser admirable porque va
descubriendo en ella, el ser humano, la maravilla del amor, de la sabiduría,
del poder del Señor. Y empieza a descubrirlo en los hermanos. Cuando no
somos contemplativos, generalmente tenemos una visión muy negativa y
muy pobre, encontramos defectos en todos, ¿por qué?, porque estamos
llenos de resentimientos con nosotros. Cuando ustedes sientan fastidio por
algo de otro, ojalá tengan la Sabiduría de reconocer "eso es lo que yo estoy
rechazando en mi interior y por eso me fastidia tanto en los demás". Cuando
se vaya sanando la persona de todo aquello y se vaya amando, mirará con
más amor a los demás, irá participando del amor de Dios que ama a todos y
"hace salir el sol sobre justos y pecadores". No ama el pecado, pero ama
siempre al pecador.
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Y ese amor se va extendiendo a toda la naturaleza: a una flor, al agua, al
aire, a la estrella..., a toda la Creación. Todo se convierte progresivamente en
una especie de sacramento, a través del cual la persona va comulgando a
Dios, va recibiendo comunicación del amor de Dios. Aquella persona que está
en oración, cuando dialoga con el Señor frente a un sagrario o en la soledad de
su habitación y demás, sale a un campo un día de paseo y continúa gozando
con la manifestación del amor de Dios. De S. Ignacio de Loyola se cuenta que
cuando estaba ya anciano recorría el jardín y con su bastoncito se detenía y le
decía a una flor: "Cállate, que sé lo que quieres decirme, que ame a mi Dios", y
empezaba a llorar. Recuerden ustedes en la vida de Sta. Teresita, estaba ya
enferma, con tuberculosis, muy grave y un día la sacan al jardín y de pronto
comienza a llorar y la hermana se acerca y le dice: "¿Tienes mucho dolor?" y le
contesta: "No, mis lágrimas son de ternura, estaba mirando a una gallina que
cobijaba a sus polluelos y recordaba las palabras del Señor". En esa gallina
estaba viendo la manifestación del amor de Dios hacia ella y se sintió
conmovida hasta las lágrimas, al descubrir, en esa gallina que cobijaba a los
polluelos, el amor de su Señor y se sintió entonces cobijada por el amor del
Señor.
Cuando nosotros herimos la naturaleza, la tratamos mal, estamos
manifestando el resentimiento que tenemos con nosotros mismos. ¡Cuantas
veces, cuando uno se tropieza, le da golpes a la piedra y quiere volverla
añicos! Eso le pasa a uno de niño y a veces hasta cuando crece... Está
manifestando un resentimiento que tiene en su interior con algo que nada tiene
que ver con nosotros. Tropezamos porque nos falta mirar mejor, poner mayor
atención, ¡la pobre piedra qué culpa va a tener! Somos nosotros los causantes
de todo esto.
Los poetas a veces dicen cosas muy sabias, y un poeta dice que cuando
herimos una rosa se estremece una estrella. Y yo creo que al contrario, cuando
amamos a una rosa se alegra una estrella, y sobre todo se alegra el Señor.
Cuando nosotros mostramos amor a cualquier criatura, el Señor se complace,
porque Él ama a esa criatura y porque ve que entonces nosotros nos estamos
asemejando un poco a Él, estamos empezando y aprendiendo a amar lo que él
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ama. Porque todo lo que el Señor ha hecho lo ha hecho por amor. Y recuerden
lo que dice el Génesis: "Vio que todo era bueno". Es una frase para significar
que amó todo lo que hizo, porque Dios ama todo lo bueno, y si vio que todo era
bueno, pues, lo amó todo y todo es tan bueno porque es fruto, hechura del
amor de Dios. Nada ha hecho Dios que no lo haya hecho por amor. Y por eso,
todo lo del Señor es bueno, lo único malo es lo que no ha hecho Dios, el
pecado. Por eso, Dios nunca amará el pecado, porque el pecado no es obra
suya, pero amará siempre al pecador porque es obra suya.
Yo creo que nosotros tenemos una doctrina que el Señor en su bondad
nos ha comunicado para descubrir dos realidades:
1a. La realidad de nuestras heridas interiores. Todos tenemos un corazón
herido, por eso, Jesús vino, recibió la unción de su Espíritu y fue enviado "para
sanar los corazones heridos". Y todo lo que nosotros profundicemos en este
campo será benéfico, nos servirá y servirá a muchos.
2a. La otra realidad es que, si esas heridas han sido causadas por el
desamor, tienen su sanación en el Amor. Estamos viviendo una hora
maravillosa, la hora del Espíritu. Esta Renovación espiritual que es
despreciada por muchos, incluso combatida, es, según Pablo VI "una gracia
para la Iglesia y para el mundo". Él dijo, con toda sabiduría, que "para un
mundo cada vez más secularizado, nada tan necesario, como esta
Renovación, que el Espíritu de! Señor está suscitando en los medios y
ambientes más diversos". Y después de afirmar que es una gracia para la
Iglesia y para el mundo dice: "Y entonces, ¿cómo no promoverla por todos los
medios posibles?". Cuando alguien pregunte, ¿que qué piensa la Santa Sede?,
pues, díganlo, si ya lo ha dicho tantas veces, lo que pasa es, que cuando no se
quiere oír, no se oye. Si queremos doctrina pontificia, la tenemos clarísima
también. Ya sabemos todo lo que ha dicho Juan Pablo II de la acción del
Espíritu, las maravillas que dijo en Puebla, las que nos dijo a nosotros en el
Encuentro que tuvimos con él, las que dirá en el futuro, porque todo hombre de
Dios tiene que apreciar la acción del Espíritu y ser un convencido de que sin la
fuerza del Espíritu no podemos nada y que este mundo actual necesita como
nunca el dinamismo del Espíritu, nos lo ha dicho Juan Pablo II, ahora.
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Yo espero que ustedes, al volver a sus casas, no se dejen desconcertar ni
desanimar porque oigan cualquier crítica o cualquier burla, que tengan la
personalidad suficiente para ser fieles al Señor. Si ustedes descubren dónde
está el Señor y cómo obra el Señor, pues deben actuar de acuerdo con esa
gracia recibida. Aquellas personas "veletas" que un día se animan y que
después, porque oyen cualquier frase, se desaniman, no van a ninguna parte.
"El Reino de los cielos padece violencia, solamente los que hacen violencia lo
arrebatan". Hay que arrebatar el Reino, hay que sacrificar muchas cosas por el
Reino, hay que morir para vivir en el Reino, hay que dejarnos despojar, llegar a
la pobreza para recibir la riqueza del Espíritu. Preparémonos con mucho fervor
para que en esta Eucaristía recibamos más efusión del Señor y
experimentemos más intensamente su amor.
Por todo lo que nos has dado y vas a darnos, gracias Señor.

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