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DESARROLLO, CRECIMIENTO Y POLÍTICA INDUSTRIAL

por José I. Casar1

1. El desarrollo económico como motor del crecimiento

Al comparar las economías de los países considerados ricos con las de los
países pobres, el observador menos riguroso notará de inmediato un
hecho por demás evidente: la economía de los países ricos se caracteriza
por la gran diversidad de actividades que la componen, mientras que, por
el contrario, la economía de los países pobres tiende a concentrarse en
unas pocas, con frecuencia agrupadas en torno a la explotación de algún
recurso natural.

El tránsito de una situación en que la economía está, por así decirlo,


especializada, a otra en la cual la economía se ha diversificado hacia
numerosas actividades que establecen, a través del mercado, multitud de
vínculos entre sí y con el exterior; este tránsito, en mi opinión, es el que
debe ser designado por el término desarrollo económico.2

Ahora bien, dado que el producto por habitante en la economía rica y


desarrollada es, por definición, más alto que en la economía pobre y
especializada, resulta evidente que el proceso de desarrollo, como lo
acabamos de definir, entraña un proceso de crecimiento del producto.
Esto, que a primera vista parece una verdad de Pero Grullo, apunta sin
embargo a un hecho importante, a saber, que el desarrollo económico,

1
El autor agradece los comentarios de Jaime Ros a una versión anterior de este ensayo.
2
Si describiéramos estas economías utilizando matrices de insumo producto, encontraríamos que las economías
desarrolladas, que corresponden a países ricos, presentan una densa trama de transacciones intersectoriales, en
tanto que en el caso de las economías de países pobres encontraríamos numerosas celdas vacías.
esto es, la diversificación de la actividad productiva, es una fuente
importante de crecimiento económico.

Más aun, puede sostenerse que el crecimiento sostenido a largo plazo, es


decir, durante un lapso suficiente como para alcanzar la categoría de país
rico, es imposible sin desarrollo, sin diversificación de la actividad.

Tal vez pueda demostrarse teóricamente que existen condiciones bajo las
cuales el crecimiento a largo plazo de una economía especializada es
posible en ausencia de un proceso de diversificación económica. El punto
es que esas condiciones, de existir, no tendrían mayor relevancia práctica
dada la ausencia casi total de ejemplos reales de países que hayan
mantenido su economía especializada y que, simultáneamente, hayan
alcanzado la condición de países ricos. De manera más sencilla, se
constata simplemente que no hay países desarrollados que sean pobres
y, viceversa, no hay países especializados (podríamos decir
subdesarrollados) que sean ricos.3

¿Qué debemos entender entonces por diversificación o desarrollo? En la


obra de Schumpeter, que es tal vez el economista que más a fondo se ha
ocupado de este tema, la diversificación de la actividad económica es
concebida como un proceso de innovación. La innovación se refiere a la
introducción de cualquier actividad nueva para la economía en cuestión
que genera, por un tiempo más o menos largo, condiciones de
rentabilidad extraordinaria y, en consecuencia, atrae recursos a dichas
actividades.

3
La relación entre nivel de ingreso y diversificación del aparato productivo ha sido sujeta a análisis
econométrico por Imbs & Wacziarg (2003) quienes encontraron una clara relación, tanto en series de tiempo
para países individuales como en sección cruzada para un grupo numeroso de países, entre ambas variables.

2
Así, la innovación puede consistir en producir un bien o servicio nuevo,
en producir un bien existente de una manera nueva o en abrir un nuevo
mercado a la explotación económica. En todo caso, las diversas formas
que adopta la innovación relevante desde el punto de vista del desarrollo,
comparten dos características importantes. Por una parte suponen un
incremento en la productividad, por comparación con las actividades
preexistentes y, por la otra, esa mayor productividad es susceptible de
ser capturada temporalmente por el innovador bajo la forma de una
rentabilidad superior a la rentabilidad normal o promedio en la economía
en cuestión.

Estas características son las que atraen los recursos de inversión,


inicialmente del innovador, y más tarde de los imitadores que tarde o
temprano acaban con la rentabilidad extraordinaria, convirtiendo así a la
actividad innovadora, al paso del tiempo, en una actividad establecida
más.

Es precisamente esa transferencia de recursos hacia las nuevas


actividades, esa ola de inversión en actividades con una productividad
mayor al promedio que suscita la innovación, la que explica el impulso al
crecimiento que, como señalamos más arriba, acompaña a la
diversificación de la economía, al desarrollo a través de la innovación.4

4
Es claro que la relación de causalidad corre también en el sentido contrario, es decir, el crecimiento crea las
condiciones en las que la innovación y el desarrollo se facilitan. Ya Adam Smith señalaba que el límite a la
división del trabajo estaba dado por el tamaño del mercado. De este principio se ha derivado una larga línea de
reflexión, teórica y empírica, que liga el crecimiento de la demanda y el ingreso con la innovación y el progreso
técnico. Cabe señalar, sin embargo, que esta relación es, probablemente, más útil para explicar las innovaciones
menores que caracterizan parte del progreso técnico dada la estructura productiva que para dar cuenta del
surgimiento de nuevas actividades que la modifican sustancialmente. Por otra parte, lo que aquí se trata de
enfatizar es que, como veremos, en el proceso de desarrollo surgen obstáculos que inhiben la aparición de
nuevas actividades y, por tanto, frenan el crecimiento mismo.

3
Se trata de un proceso en el que la innovación, la introducción de nuevas
actividades, constantemente desequilibra, o cambia las condiciones de
equilibrio, del sistema económico, y en el que éste, en respuesta, busca
ajustarse a las nuevas condiciones, dando lugar a oleadas de inversión y
crecimiento.

El desarrollo económico, entendido así, difícilmente puede ser abordado


si se adopta, exclusivamente, la perspectiva analítica convencional. En
efecto, la teoría económica se concentra en el estudio del proceso de
asignación de recursos por el mercado, que conduce al establecimiento
de precios de equilibrio, estando dados o fijos el acervo de factores
productivos de que dispone la economía en cuestión, las preferencias del
consumidor y la tecnología, lo que incluye, por cierto, los bienes que se
pueden producir. En otras palabras, al estudiar la formación de precios
tomando como datos lo que se puede producir, cómo se puede producir y
para quién se puede producir, la economía convencional por definición
excluye del análisis a la innovación pues esta se define como la
introducción de nuevos bienes, nuevas tecnologías o la explotación de
nuevos mercados.

Esta perspectiva puede, entonces, ayudarnos a entender la tendencia a


buscar un nuevo equilibrio luego de la perturbación que supone una
innovación, pero no ayudará mucho a comprender el proceso mismo de
innovación que significa, precisamente, la modificación de la tecnología y
de las preferencias que deben mantenerse constantes en la teoría
económica convencional.

En particular, interesa notar, para los fines de esta nota, que la


asignación de recursos de inversión a actividades nuevas se diferencia

4
claramente de la inversión en actividades establecidas. En este último
caso, la empresa enfrenta una función de producción conocida, esto es,
sabe qué insumos puede combinar de qué manera para obtener qué
productos, e igualmente le resultan conocidos los mercados de insumos
donde debe abastecerse y los mercados donde habrá de colocar sus
productos. Su actividad consistirá en el cálculo racional, pero rutinario,
de su nivel de producción para, dadas las condiciones del mercado,
obtener la mayor utilidad posible (que en condiciones de competencia
será, por cierto, igual a la utilidad normal de la economía). Conforme
ese nivel de producción óptimo crezca, la empresa irá invirtiendo los
recursos necesarios para ampliar su capacidad.

En contraste, consideremos la situación que enfrenta el empresario que


pretende introducir una innovación, digamos un nuevo producto. Todas
sus decisiones estarán marcadas por un nivel de riesgo e incertidumbre
ajenos por completo a la operación de las empresas que operan en ramas
establecidas. Desde la dificultad de cuantificar de antemano los costos
asociados a cada nivel de producción y la disponibilidad de este o aquel
insumo hasta la aceptación o rechazo del producto en el mercado
potencial pueden determinar, en el peor de los casos, el fracaso de toda
la actividad en cualquier punto del proceso. En el mejor, la
incertidumbre mencionada arriba, hace que la estimación de la
rentabilidad esperada de invertir en actividades innovadoras sea difícil,
incierta y, con mucha frecuencia, inexacta.5

Dado el contraste entre las dificultades de la inversión en actividades


establecidas y en actividades innovadores, resulta fácilmente

5
En palabras de Rodrik (2004) “…los precios de mercado no pueden revelar la rentabilidad de asignaciones de
recursos que aun no existen.”

5
comprensible que la inversión sólo fluirá hacia estas últimas cuando
ofrezcan la perspectiva de una rentabilidad sustancialmente mayor a la
de las primeras. Adicionalmente, como apunta Rodrik (2004), en los
países subdesarrollados la innovación se refiere más que a avances
tecnológicos producto de la investigación y el desarrollo, a la
introducción de alguna actividad nueva en el país pero bien establecida
en los países desarrollados. Esto significa que el innovador no dispone
normalmente de elementos patentables que constituyen el mecanismo
que se usa en los países desarrollados para garantizar la apropiación
temporal de los beneficios de la innovación por parte del innovador.6

A lo anterior, por supuesto, habría que agregar las dificultades que


surgen de la presencia de diversos tipos de externalidades como las
asociadas a las curvas de aprendizaje, y en general a la presencia de
rendimientos crecientes a escala, o las relacionadas a los problemas de
coordinación de inversiones. Las primeras impiden, en un contexto de
libre comercio, el desarrollo de industrias locales que podrían llegar a
competir con las de los países líderes, pero que no pueden sobrevivir el
período de aprendizaje que media entre la instalación de una industria y
el momento en que se alcanza un nivel de costos competitivo. Los
problemas de coordinación surgen cuando la inversión en una actividad
requiere de la inversión simultánea en la producción de algún insumo no
comerciable que no se produce aun en el país en cuestión.7

6
Este tema ilustra los riesgos de confundir forma y función en el análisis de la relación entre instituciones y
desarrollo. Véase Chang (2005). Los sistemas de patentes favorecen la innovación, y por tanto el desarrollo,
porque cumplen la función de proteger, temporalmente, las rentas tecnológicas del innovador. Cuando la
innovación no genera elementos patentables, el contar con la institución de un sistema de patentes tendrá poco
impacto en el desarrollo, y tendríamos que contar con otra institución que cumpla la función de proteger,
temporalmente, la renta de algunos innovadores.
7
Para una revisión exhaustiva de los efectos de la presencia de rendimientos crecientes y de los problemas de
coordinación sobre el crecimiento, véase Ros (2000).

6
En vista de los tres grupos de fenómenos brevemente expuestos,
incertidumbre (o conocimiento imperfecto), dificultad para capturar la
renta extraordinaria y presencia de externalidades, resulta comprensible
que la inversión en actividades innovadoras sea relativamente escasa en
los países subdesarrollados la mayor parte del tiempo. Esto, a su vez,
explica en parte porqué el crecimiento de sus economías a largo plazo,
ha sido generalmente modesto e insuficiente para cerrar la brecha de
riqueza e ingreso por habitante que las separa de los países ricos.

Desde luego, lo anterior no constituye un sino fatal para los países


pobres, como lo comprueba el hecho de que diversos países han logrado
transitar de pobres a ricos, incluso en las últimas décadas (España,
Corea, Irlanda son ejemplos evidentes) y como lo muestran los períodos
más o menos largos de crecimiento del ingreso per cápita de muchos
otros países, notablemente China.

Lo que interesa destacar aquí es que estos episodios de crecimiento


sostenido han coincidido con fuertes procesos de diversificación en la
estructura productiva de las economías en cuestión. Ello, a su vez
sugiere, siguiendo los argumentos presentados hasta aquí, que lo
primero, el crecimiento sostenido, ha sido consecuencia en buena
medida, de lo segundo, esto es, de la diversificación de sus estructuras
productivas a través de la inversión en actividades innovadoras que,
como hemos visto, tantas dificultades enfrenta en el curso normal de las
cosas.

7
2. Desarrollo económico y política industrial

Debemos preguntar entonces ¿qué es lo que le ha permitido a estas


economías superar los obstáculos que tienden a impedir la innovación, la
inversión en actividades nuevas y más productivas, en la mayoría de los
países pobres? Y de hecho, de manera más general, parece pertinente,
dada la coincidencia entre países ricos y economías diversificadas,
preguntarse por las condiciones que han conducido a la aparición de
nuevas actividades en los países que han transitado por la senda del
desarrollo.

La imagen que con más frecuencia se asocia al cambio y la innovación


económica en gran escala es la que se refiere a la Inglaterra de la
Revolución Industrial y de las décadas posteriores en que se convirtió en
el centro de la manufactura mundial. Se trata de un período en el que,
para decirlo con Schumpeter, “…encontramos que la industria, el
comercio y las finanzas estaban sustancialmente abandonadas a sus
propios recursos…” Esta edad de oro del laissez faire produjo un oleada
de innovaciones sin precedente, y es con ellas con las que se ha dibujado
tradicionalmente la imagen de cambio económico en los textos de
historia económica. Es a partir de las condiciones históricas únicas de la
revolución industrial inglesa que se construye la idea del capitalismo
competitivo, sin interferencia del Estado, como el entorno institucional
ideal para la innovación y el cambio económico.

Pero incluso dejando a un lado la posible discusión del papel del Estado
británico en la construcción de las condiciones en que se dio la explosión

8
de innovación de la revolución industrial,8 el hecho es que al convertir
este caso particular en la fuente de inspiración del paradigma de la
innovación, se ha tendido a soslayar la enorme diversidad de
experiencias históricas en materia de innovación y surgimiento de nuevas
actividades.

De hecho, dadas las dificultades que normalmente enfrenta la


innovación, a lo largo de la historia nos encontramos con que los Estados
han echado mano de muy diversos recursos para interferir con la libre
asignación de recursos a través del mercado con el fin de crear las
condiciones de rentabilidad extraordinaria en las que florece la actividad
innovadora y se desarrollan las economías.9

Los ejemplos históricos de lo anterior abundan. Desde la prohibición de


exportar lana de Inglaterra a Europa continental en el Siglo XVI para
fomentar el surgimiento de la industria textil o el sistema de flotas
oficiales en Venecia para monopolizar el comercio y minimizar el riesgo, y
por tanto el costo de las travesías, pasando por la prohibición de las
manufacturas de algodón en la India para abrir mercado a la industria
inglesa a principios del XIX, hasta la protección de la industria en EU en
ese mismo siglo o la industrialización por sustitución de importaciones en
América Latina a mediados del Siglo XX.

8
Pensemos tan sólo en el papel jugado por la exclusión de la competencia extranjera en el transporte marítimo
establecido por las Actas de Navegación, o en el del monopolio sobre el comercio con las colonias que
garantizaba un vasto mercado a las manufacturas inglesas.
9
La disputa por el poder en las relaciones internacionales ha constituido también un aliciente a la intervención
del Estado en la promoción del surgimiento de nuevas actividades. En vista de la relación positiva entre
innovación y riqueza relativa de las economías nacionales, y la relación también positiva entre riqueza relativa
y poder relativo de los Estados nacionales, no resulta sorprendente que dichos Estados hayan desplegado todo
tipo de estrategias para fomentar el desarrollo económico.

9
En épocas más recientes podemos citar como ejemplos, la recuperación
del liderazgo por parte de los fabricantes de microprocesadores en EU
con apoyo gubernamental a fines de la década de los ochenta a través
del consorcio público-privado Sematech,10 o el desarrollo con apoyo
gubernamental de la industria aeroespacial tanto en EU como en Europa.

La lista de ejemplos podría extenderse casi indefinidamente11, y aun


cuando es evidente que pueden encontrarse ejemplos de innovación
atribuibles puramente a la iniciativa de empresas individuales, el hecho
es que a lo largo de la historia del desarrollo económico, buena parte de
las historias de éxito en materia de diversificación económica, de
innovación en el sentido en que he venido usando el término, han estado
vinculadas directamente con la acción pública encaminada a desviar
flujos de recursos hacia actividades nuevas que se perciben como
importantes desde el punto de vista colectivo y que las fuerzas de
mercado por si mismas no producirían por las razones discutidas más
arriba.

Esta intervención consciente en la asignación de recursos para superar


los obstáculos al surgimiento de nuevas actividades, a la innovación, es
lo que a mi juicio debe entenderse por el término “política industrial” o

10
La página de internet de Sematech señala que en 1986 “Impulsadas por varios años de deterioro de la
participación del mercado de semiconductores de EU, la Asociación de la Industria de Semiconductores y la
Corporación para la Investigación en Semiconductores… hicieron un llamado a la cooperación para proveer a
la industria de semiconductores de EU de la capacidad de reconquistar el liderazgo mundial en la manufactura
de semiconductores.” En 1987 Sematech se incorpora con 13 empresas miembros, el Congreso aprueba el
primer año de fondos federales para 1988 y el presidente Reagan, campeón del libre mercado, firma el decreto
correspondiente. Desde entonces, la corporación basada originalmente en Austin, Texas, ha sido responsable
de diversas innovaciones tanto de producto como de proceso que han llevado a las empresas de EU a colocarse
como líderes en el campo. El éxito ha sido tal que Sematech Internacional es hoy un consorcio con socios de
diversos países y, desde 1995, opera sin fondos públicos, aunque sigue involucrada en el apoyo a compañías
nuevas con proyectos tecnológicos atractivos en cooperación con autoridades locales y federales.
11
Para un resumen de las políticas industriales puestas en práctica en EU, Canadá y Europa hasta principios de
los noventa, véase el Vol. 1 de Clavijo y Casar (1994)

10
más precisamente “política industrial para el desarrollo y el crecimiento”
para diferenciarla, en todo caso, de la multitud de propuestas de
intervención del Estado en la economía con fines diversos, tales como el
crecimiento del empleo, el desarrollo regional, el apoyo a sectores en
decadencia o el apoyo a pequeñas y medianas empresas.

A este respecto, cabe señalar que muchos de estos objetivos de la


intervención pública son importantes en sí mismos y con frecuencia se
plantean en respuesta a una correcta identificación de fallas de mercado
que conducen a resultados subóptimos desde el punto de vista colectivo.
Lo que interesa resaltar aquí es que, al margen de sus bondades
respecto de otros fines, estas políticas, que suelen incluirse en el rubro
genérico de políticas industriales, no tienen una relación directa e
inmediata con la innovación y la diversificación estructural de la
economía y que, en consecuencia, su aporte al crecimiento por esta vía
será, en el mejor de los casos, circunstancial.

Reservamos, entonces, el término “política industrial” para aquellas


medidas que buscan modificar la asignación de recursos que el mercado
determina con el fin de facilitar o hacer posible la aparición de
innovaciones en el sentido descrito más arriba.12

Lo expuesto hasta aquí se puede resumir diciendo, primero, que la


diversificación de la estructura productiva hacia actividades de mayor
productividad –el desarrollo económico- es condición necesaria para el
crecimiento del ingreso por habitante a largo plazo; segundo, que hay
razones analíticas para suponer que, en el curso normal de las cosas, la

12
Huelga decir que la política no tiene, necesariamente, que circunscribirse al sector industrial. Este es, sin
embargo, el sector donde con más frecuencia se han aplicado estas políticas y es el término convencional.

11
inversión encontrará severas dificultades para fluir hacia actividades
nuevas y, por tanto, lo hará sólo ante la perspectiva de obtener
ganancias extraordinarias; tercero, que a lo largo de la historia, lo mismo
que en la época contemporánea, los Estados han recurrido a diversos
expedientes (políticas industriales) para propiciar la aparición, el
desarrollo y la consolidación de nuevas actividades (productos,
tecnologías y mercados) más allá de lo que dictaría la operación sin
trabas del mercado.

En un contexto de muy pobre crecimiento económico como el que ha


caracterizado a la economía mexicana en los últimos 25 años, una
conclusión lógica de lo anterior es que parece un despropósito el
renunciar al complejo conjunto de instrumentos de política económica
que se agrupa bajo el término genérico de política industrial que en
muchas otras circunstancias, en México tanto como en el resto del
mundo, han jugado un rol sustantivo en el proceso de desarrollo.

La necesidad de transitar hacia nuevas y más productivas actividades


parece particularmente urgente en el caso mexicano al considerar que,
por una parte, el país tiende a perder ventajas en la producción y
exportación de bienes estandarizados en que hay pocas barreras a la
entrada y en la que nuevos competidores, notablemente China y la India,
que disponen de costos laborales menores, han venido ganando terreno;
y por la otra, que los avances espontáneos hacia actividades de mayor
productividad y contenido tecnológico que sin duda se han observado en
algunos campos, sobretodo a partir de la apertura de la economía a la
competencia externa y, en particular, a partir de la entrada en vigor del
Tratado de Libre Comercio de América del Norte, han sido insuficientes
para impulsar un proceso de crecimiento acelerado.

12
Ahora bien, sostener que es necesario diseñar y poner en práctica una
política industrial como condición necesaria, o si se quiere partir de una
hipótesis más suave, como auxiliar para incentivar la aparición de nuevas
actividades y, por esta vía, lograr tasas de crecimiento económico
elevadas y sostenidas en el tiempo es sólo el primer paso para replantear
el debate sobre el posible papel de la acción colectiva13, más allá de la
acción individual de los agentes económicos, en el proceso de desarrollo
económico. Cualquier propuesta de política industrial debe hacerse
cargo, acto seguido, de dos cuestiones fundamentales: ¿qué
características deben considerarse en el diseño de la política industrial,
dada la muy variada gama de resultados observables de la intervención
pública? y, en segundo lugar, ¿es posible poner en práctica dicha política
en el entramado institucional de la globalización? En los apartados
siguientes se ensayan algunas líneas de argumentación a tener en cuenta
para responder a estas preguntas.

3. Características generales de una política industrial para la


diversificación productiva14

La historia de la intervención pública en la asignación de recursos que las


fuerzas de mercado determinarían por sí solas muestra, en todo el
mundo, pero de manera muy particular en América Latina y en México,
una gran variedad de objetivos y de instrumentos no siempre
compatibles entre sí. En la historia temprana de buena parte de los
sectores de la economía mexicana, por ejemplo, se encuentra la mano

13
Cabe señalar, sin embargo, que aun este primer paso constituye una herejía mayor en el actual clima de
discusión económica.
14
En esta sección se retoman y reelaboran (bajo la responsabilidad exclusiva del autor) algunos argumentos
presentados en Clavijo y Casar (1994).

13
visible del Estado. El desarrollo agrícola no se entiende sin la reforma
agraria y las políticas agropecuarias posteriores; sectores tan diversos
como los servicios financieros, la industria eléctrica, la pesca y las
telecomunicaciones han sido objeto de políticas específicas y deben,
cuando no su existencia, al menos buena parte de sus características,
para bien y para mal, a la intervención del Estado. La industria
manufacturera, por supuesto, nace y se desarrolla al calor que genera la
protección del mercado interno por una política comercial diseñada con el
objetivo explícito de industrializar la economía.

Esta densa trama de intervenciones destinada a crear o a consolidar y


desarrollar una serie de sectores, fue cediendo su lugar, a partir de los
sesenta, y más aun en los años setenta, a un conjunto de políticas que
perseguían diversos objetivos económicos y sociales. La creación de
empleos, el desarrollo regional, la sustitución de importaciones, las
exportaciones, la producción de diversos productos agropecuarios, el
transporte terrestre de carga y pasajeros, las actividades bancarias y
financieras son sólo algunas de las actividades y sectores que recibían
diversos tipos de apoyo público.

Cada uno de los instrumentos aplicados tenía detrás de sí, por supuesto,
un argumento que lo justificaba. Al margen de que dichos argumentos
fueran válidos o no en cada caso particular, lo que interesa destacar aquí
es que al considerar los distintos subsidios, exenciones, estímulos y
controles en conjunto, parece claro que el sentido general del impacto de
estas medidas sobre la rentabilidad relativa de las diversas actividades, y
en consecuencia sobre la asignación de recursos, resulta muy difícil de

14
determinar y, en todo caso, no obedecía a un diseño consciente
predeterminado.15

Muchos, si no es que todos, los instrumentos de intervención en la


economía a que venimos aludiendo forman parte de lo que se conoce
como política industrial, y dicho sea de paso, su aplicación indiscriminada
y sin una visión de conjunto clara, contribuyó en buena medida al
déscredito en que cayó la política industrial a partir de la crisis de la
deuda.16

Debiera quedar claro a estas alturas, sin embargo, que la suma de


intervenciones estatales al estilo de la que se practicó en México en los
años setenta no constituye una verdadera política industrial en el sentido
que se da aquí al término, precisamente porque carecía de un objetivo
claro en términos de favorecer la rentabilidad relativa de determinadas
actividades y conseguir, así, un flujo de recursos hacia actividades
nuevas y más productivas, mayor al que se daría si las fuerzas de
mercado operaran libremente.

De la discusión anterior se puede deducir una primera característica


general deseable al diseñar una política industrial. Esta es que debemos
olvidarnos de establecer objetivos múltiples para la política industrial y
concentrar la estrategia en la detección y aprovechamiento de

15
Puede argumentarse que una excepción a esta afirmación se encuentra en los intentos deliberados de
profundizar el proceso de sustitución de importaciones a través de una estrategia para establecer, en el México
de los años setenta, una industria productora de bienes de capital; véase NAFINSA (1977). Los incipientes
logros de esta política desaparecieron en los ochenta como resultado de la crisis de la deuda y del viraje de
política económica de esos años. El punto a resaltar es que la intervención en el resto de los sectores hace muy
difícil establecer la medida en la que esta estrategia favorecía, en términos netos y una vez considerado el
conjunto de la intervención pública, a la rentabilidad del sector productor de bienes de inversión.
16
La proliferación de políticas e instrumentos apunta en el sentido de que se sobreestimaron las fallas del
mercado al tiempo que se subestimaron las fallas del gobierno. Véase Peres (1993).

15
oportunidades para innovar, para detonar el establecimiento de nuevas
actividades (tecnologías, productos o mercados nuevos para la economía
en cuestión).

El apoyo a las pequeñas y medianas empresas, el fomento a la creación


de empleos o el estímulo a la inversión en general pueden ser objetivos
de política válidos en determinadas circunstancias, pero no deben ser
considerados como parte de una política industrial que busca la
diversificación del aparato productivo hacia nuevas actividades, salvo
cuando su aplicación en determinadas actividades contribuya al logro de
los objetivos de dicha política industrial.

En todos los demás casos la instrumentación de políticas para lograr


otros objetivos, cuando se juzgue conveniente su aplicación, debe poner
particular atención en ser lo más neutra posible, en no discriminar entre
sectores, en suma en evitar al máximo la distorsión del sistema de
precios y rentabilidades relativas de la economía, no sólo porque ello es
benéfico en sí mismo, sino también porque es preciso evitar que dichas
políticas socaven la efectividad de la política industrial que busca sesgar
la estructura de rentabilidades hacia derminadas actividades
innovadoras.

Una segunda característica deseable de una política industrial para la


innovación tiene que ver con los criterios de selección o priorización de
las oportunidades de intervención que se presenten como viables. En
circunstancias normales, el organismo encargado de diseñar y llevar a la
práctica la política industrial deberá enfrentar una situación en que los
recursos, tanto económicos como humanos y técnicos, son limitados. El
criterio más razonable, a mi juicio, para elegir de entre la gama de

16
acciones posibles es doble. En primer lugar, las actividades innovadoras
seleccionadas como objeto de política deben contribuir a elevar, directa o
indirectamente a través de sus efectos sobre otras actividades
(externalidades postivas), la productividad o el ritmo de crecimiento de la
productividad de la economía.

Huelga decir que al seleccionar actividades que potencialmente pudieran


ser objeto de la política industrial, el universo a explorar debe estar
integrado por actividades cuyo surgimiento se ve inhibido por los
problemas mencionados en el apartado anterior. Esto es, lo que se
busca es detectar oportunidades de innovación que no se aprovecharían
en condiciones normales (en ausencia de políticas deliberadas) debido a
la presencia de externalidades, incertidumbre o dificultades para capturar
las rentas extraordinarias de la innovación que compensen el riesgo,
también extraordinario, de invertir en ellas.

De entre las actividades que cumplan con la condición de hacer un aporte


significativo a la productividad, el orden de prelación debería estar dado
por el aporte potencial, de nuevo directo o indirecto, de cada una de ellas
a la competitividad,17 en los mercados externo e interno, de las empresas
establecidas en el país. Este parece un curso lógico de acción en el
marco de globalización prevaleciente, y en el caso particular de México
de manera especial, dada su añeja tendencia al desquilibrio externo
cuando se acelera el crecimiento económico.

17
Una buena definición del concepto de competitividad es la que ofrece el Comité de Industria de la OCDE; se
trata de “la habilidad de compañías, regiones, naciones o regiones supranacionales para generar, expuestos a la
competencia internacional, elevados ingresos a los factores de la producción (capital y empleo) de manera
sostenible.” Citado en Clavijo y Casar (1994).

17
Esta manera de aproximarse a la política industrial se aleja de la idea,
frecuentemente criticada, de que dicha política consiste en un ejercicio
gubernamental de selección de industrias ganadoras y perdedoras. Por
el contrario, de lo que se trata es de encontrar oportunidades para la
innovación que eleven la productividad de la economía, que generen
mayores externalidades positivas y que fortalezcan la competitividad del
país, contribuyendo en el proceso, a hacer más densa la trama de las
relaciones entre insumo y producto. En suma, contribuyendo al
desarrollo de la economía.

Además de definir con claridad su objetivo, y de establecer los criterios


de selección entre las oportunidades a apoyar, la política industrial debe
hacerse cargo del hecho insoslayable de que, al favorecer la rentabilidad
de determinadas actividades por encima de la de otras está creando un
interés, de parte de las empresas involucradas en las actividades
favorecidas, en mantener las condiciones y las políticas que les permiten
disfrutar de una rentabilidad mayor a la normal. En efecto, el riesgo de
fomentar conductas rentistas, que por cierto está en la base de buena
parte de los argumentos en contra de una política industrial activa, está
en la naturaleza misma de cualquier esquema de política industrial.

Con frecuencia se ha señalado, al comparar la experiencia de Asia


oriental con la de América Latina, que una de las claves para explicar el
muy inferior desempeño de las economías latinoamericanas estriba en
que en ellas las rentas asociadas al proteccionismo perduraron mucho
después de que hubieran cumplido con su objetivo inicial de crear el
clima en que pudiera florecer la industria local.

18
Al posponer, de manera indefinida, la exposición de la industria a la
competencia internacional – limitando a las empresas, en los hechos, a
un mercado local en el que con frecuencia cabían solo un puñado de
ellas, lo que a su vez inhibía la competencia interna – la política de
sustitución de importaciones, en su versión latinoamericana, habría
perpetuado, sin causa justificada, las condiciones de rentabilidad
extraordinaria requeridas inicialmente para detonar la industrialización.

Por el contrario, el manejo de la política comercial y, de hecho, del resto


de los instrumentos de la política industrial, en el caso asiático, tendió a
combinar elementos de fomento, como la protección o los préstamos a
tasas preferenciales, con otras medidas, tales como la fijación de metas
de exportación, que sometían a las empresas a la disciplina del
mercado.18

No es el objeto de este ensayo hacer un análisis comparativo de la


política de industrialización de Asia y América Latina. Pretendo señalar,
simplemente, el punto evidente de que si bien el riesgo de generar
comportamientos rentistas es inherente a los intentos de apoyar la
innovación y la diversificación estructural, no es de suyo imposible evitar
que las ventajas que se otorgan a determinadas actividades se
transformen en rentas permanentes que inhiban la ulterior
competitividad de las actividades favorecidas.

En el fondo, lo que resulta deseable, y constituye un tercer rasgo general


que una política industrial adecuada debe presentar, es que las rentas
que genera la intervención sean durables pero no permanentes, al

18
Véase World Bank (1993) y Wade (1990)

19
tiempo que el cuadro de estímulos y penalizaciones en que se plasma la
política garantice un comportamiento similar al que se observaría en un
régimen de competencia. El establecimiento de cláusulas de ocaso en la
política, que fijen el horizonte de tiempo durante el cual estarán vigentes
los estímulos y la imposición de criterios de desempeño (metas de
exportación o de crecimiento de la productividad, por ejemplo)
constituyen mecanismos que han tenido éxito en generar
comportamientos competitivos por parte de las empresas favorecidas.

De hecho, de lo que se trata es de simular las condiciones en que ocurre


la innovación (en el sentido schumpeteriano) en ausencia de
intervención. Las empresas que desarrollan, por ejemplo, una nueva
tecnología, disfrutan de una renta (ganancias por encima de lo normal)
que es más o menos durable, pero no permanente, pues está siempre
expuesta a la imitación por parte de los competidores en el mercado.
Dicha renta es la que atrae recursos a la innovación, mientras que la
competencia por parte de los imitadores es lo que garantiza que la renta,
eventualmente, desaparezca.

Por otra parte, cabe señalar que hay muchas medidas dentro del campo
de la política industrial en las cuales no está presente el riesgo de
fomentar un comportamiento rentista. Pensemos tan sólo en el caso de
políticas en las que se busca, por ejemplo, eliminar las fallas de
coordinación, esto es en los casos en que una inversión en una actividad
requiere, para ser rentable, la inversión simultánea de recursos en una
actividad complementaria, o bien en la inversión pública en
infraestructura para abrir nuevos mercados o para hacer viable
determinados proyectos de inversión.

20
Si el objetivo de la política industrial, como se señaló al inicio de esta
sección, es la detección y aprovechamiento de oportunidades concretas
para innovar, entonces es poco lo que se puede decir ex ante y en
general sobre el contenido específico de la política para cada economía
particular.

El diseño de la política, más que como un ejercicio de análisis académico


o intelectual que se expresa en un documento rector a ser ejecutado,
debe entonces verse, como ha sugerido Rodrik, como un proceso. En
este proceso deben participar los actores relevantes: el sector público,
como agente coordinador, representante del interés colectivo en el
desarrollo de la economía, y el sector privado que, a final de cuentas, es
el que ha de llevar a cabo la mayor parte de las inversiones y los
proyectos.

El mismo Rodrik presenta una serie de sugerencias valiosas respecto a


como organizar el proceso a través del cual los actores participantes
descubren los obstáculos y las oportunidades para la innovación.

En primer lugar señala la necesidad de que la política cuente con apoyo


político del más alto nivel. Así como las “finanzas sanas” o la estabilidad
macroeconómica cuentan, normalmente, con un defensor de primer
orden en el ministro de finanzas, dice Rodrik, la política industrial
requiere de “un abogado político con acceso al presidente o primer
ministro, que pueda interactuar con el resto del gabinete en pie de
igualdad”19. Con ello, se eleva el perfil de la política y se genera y
difunde la idea de que la diversificación productiva es un objetivo de

19
Rodrik (2004), p. 19.

21
primer nivel, al tiempo que se cuenta con un responsable de la
coordinación de las dependencias que participan en la ejecución de la
política.

Dado que la política ha de basarse en un proceso conjunto de detección


de oportunidades, Rodrik sugiere, y parece razonable, el establecimiento
de consejos de deliberación y coordinación para el intercambio de
información. Ahí se gestarían los proyectos a apoyar, se establecerían
las condicionalidades y se crearían las condiciones para la coordinación
de las inversiones. En vista de que, como resultado de su
funcionamiento, un consejo de esta naturaleza estaría, de hecho,
asignando recursos públicos, sus deliberaciones deberían ser públicas y la
evaluación de sus actividades, tal vez por parte del congreso,
permanente.

Una arquitectura institucional de este tipo permitiría, además, resolver el


dilema que, con frecuencia, enfrenta la política industrial; a saber, que
para ser eficaz debe propiciar un estrecho contacto entre los funcionarios
públicos y los empresarios involucrados, pero ello abre la posibilidad de
corrupción y “captura” de los funcionarios por los intereses privados.

Un consejo que decida, de manera pública y transparente, las actividades


a emprender, los recursos a emplear y los controles a establecer,
aportaría el contacto necesario entre los sectores público y privado, en
tanto que la operación directa de los programas podría quedar en manos
de las dependencias gubernamentales establecidas que cuentan con los
controles burocráticos normales para guardar la distancia apropiada
respecto de los empresarios individuales que participan en los
programas.

22
Para acotar el ámbito de discrecionalidad de un consejo de este tipo,
podría explorarse la posibilidad de emitir una “ley de industrias nuevas”,
al estilo de las promulgadas en el Porfiriato y en los años cuarenta, que
garantice que los estímulos se dirijan, de manera exclusiva, a actividades
nuevas para la economía y que enfrenten obstáculos a su desarrollo del
tipo que se han comentado aquí. En dicha ley se podrían sentar,
además, los criterios que se juzguen adecuados para la operación de la
política (cláusulas de ocaso, criterios de transparencia, criterios de
elegibilidad etc.). Hacer explícita, a través de una ley, la voluntad de
diversificar el aparato productivo contribuiría, además, a elevar el perfil
político de la política industrial y el compromiso del gobierno con el
desarrollo económico.

Un último tema que conviene tener en presente al discutir las


características deseables de la política industrial tiene que ver con las
posibilidades de error. Por su propia naturaleza, la política se plantea
como una actividad de búsqueda, de exploración de posibilidades de
éxito en actividades que aun no existen en la economía en cuestión. El
éxito, sin embargo, no está garantizado, y lo más probable es que
algunos proyectos salgan adelante en tanto otros fracasan, con el
consecuente desperdicio ex post de recursos. Esto es inevitable y, bien
mirado, es algo similar a lo que ocurre en el mercado con la inversión de
los empresarios en lo individual.

La historia de la política industrial está marcada por numerosos proyectos


fracasados, pero también por muchas historias de éxito. Por cada
proyecto Concorde - que consume más recursos de los que genera en el
mercado - podemos encontrar un proyecto Airbus - que incursiona

23
eficazmente en una industria que parecía reserva exclusiva de Boeing (la
cual, por cierto, debe no poco de su éxito a su relación privilegiada con el
Departamento de Defensa de los EU). El costoso fracaso de la industria
química en Corea se cita con frecuencia20 como ejemplo del riesgo de
equivocarse al apoyar sectores específicos; al mismo tiempo debería
considerarse el éxito de su industria automotriz.

En vista de la diversidad de experiencias específicas que es posible listar


en apoyo o en contra del uso de instrumentos de política industrial, una
lección a tener en cuenta para la política industrial podría ser que si bien
los fracasos son inevitables, la política debe tener la flexibilidad suficiente
para reconocerlos de manera temprana y retirarse minimizando pérdidas.

4. ¿Se puede hacer política industrial en un mundo globalizado?

En la discusión en torno a la política industrial, y en general en torno a la


política económica, se ha puesto en boga la idea de que, conforme el
mundo avanza en el proceso de integración global, el espacio para poner
en práctica medidas de política económica que interfieren con el libre
funcionamiento del mercado se ha reducido al grado de que lo único que
pueden hacer los gobiernos es seguir al pie de la letra un conjunto de
recetas aplicables por igual a todos los países.

Es indudable que la sustitución del GATT por la Organización Mundial del


Comercio (OMC) ha implicado un endurecimiento de las restricciones en
materia de política comercial, y que en combinación con la adopción de
acuerdos de libre comercio ha eliminado, para todos efectos prácticos, a
la política comercial del arsenal de instrumentos de la política industrial.

20
World Bank (1993) pp. 309

24
Los subsidios directos a la exportación y la protección del mercado
interno son hoy, prácticamente imposibles de utilizar. En el caso de
México, el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica impide, además,
el uso de requisitos de desempeño relacionados con el comercio. Así,
entre otras restricciones, las inversiones no pueden sujetarse, por
motivos de política industrial o por cualesquiera otros, a criterios de
exportación de un porcentaje de su producción o a criterios de contenido
local de insumos.

Por otro lado, los acuerdos en materia de protección a la propiedad


intelectual, en el seno de la OMC y en el contexto de algunos tratados
comerciales, pueden ser vistos como restricciones al uso de la “ingeniería
en reversa” y a la copia de tecnologías, mecanismos tradicionalmente
utilizados para cerrar la brecha de ingresos entre países.

Finalmente, en el caso de México, la membresía en la OCDE supone


también ajustarse, de manera más o menos estricta, a las prácticas
consideradas como razonables en dicha organización. Ello, en general
supone dar preferencia a políticas de corte horizontal en materia
financiera, de capacitación, de apoyo al desarrollo tecnológico y de apoyo
a las empresas pequeñas y medianas.

Recordemos sin embargo que bajo el respetable manto de las políticas


horizontales se cubren, a menudo, apoyos sectoriales predeterminados,
no sólo porque los distintos sectores presentan intensidades distintas en
el uso de los factores que las políticas buscan apoyar (capacidades,
intensidad tecnológica, presencia de empresas pequeñas etc.) sino
porque los programas horizontales se expresan normalmente en
programas sectoriales: desarrollo de capacidades en tal o cual sector;

25
apoyo al desarrollo de tal o cual tecnología que, aunque genérica, tiene
su uso principal en determinado sector o sectores.

A pesar de todo lo anterior, si por política industrial entendemos el


tratamiento diferencial a favor de un sector o una actividad por parte de
la política económica, debería resultar evidente no sólo que hacer política
industrial es perfectamente posible en el mundo de hoy sino que,
contrariamente a lo que a veces se piensa, se hace política industrial
cotidianamente tanto en los países avanzados como en los que no lo son.

Los Estados nacionales (y las agrupaciones supranacionales como la


Unión Europea) intervienen continuamente en la asignación de recursos,
a través de múltiples instrumentos – crediticios, fiscales, otorgamiento de
subsidios, asignación de contratos, compras del sector público,
financiamiento del desarrollo tecnológico, programas de adquisición de
habilidades, y provisión de infraestructura – y para múltiples propósitos.

Lo que no es frecuente encontrar, sobre todo en América Latina y luego


del abandono del talante desarrollista en la década de los ochenta, es el
despliegue consciente de los instrumentos a disposición del Estado con el
objetivo explícito de promover la diversificación de la economía hacia
actividades más productivas.

La conclusión de Rodrik al abordar la cuestión de si la política industrial


ha muerto es particularmente clara: “En la mayoría de los países, el reto
no es restablecer la política industrial, sino redesplegar la maquinaria

26
existente de una forma más productiva… lo que se necesita no es más
política industrial sino mejor política industrial.”21

En suma, parece claro que las condiciones son menos favorables al


desarrollo de una política industrial para la diversificación productiva hoy
que hace un par de décadas, sobretodo por las modificaciones
registradas en el sistema de comercio mundial. No es menos cierto, sin
embargo, que de contarse con las instituciones que tuvieran la visión de
detectar los obstáculos y las oportunidades de innovación en colaboración
con el sector privado, encontraríamos que los instrumentos disponibles
son suficientes para superar los primeros y aprovechar las segundas.

En otras palabras, es posible articular, en el clima ideológico actual y en


el marco de restricciones vigentes a la política económica, una política
industrial centrada en la detección y aprovechamiento de oportunidades
para innovar que requieren de recursos y coordinación por parte del
Estado. La mejor manera de demostrarlo tal vez sea presentar un
ejemplo concreto. Y que mejor si este proviene de los Estados Unidos, la
cuna de la teoría (y la ideología) del libre mercado.

Consideremos el proyecto FutureGen. Se trata de un proyecto por valor


de mil millones de dólares, financiado por el Departamento de Energía
(75% aproximadamente) y un consorcio privado sin fines de lucro, la
FutureGen Industrial Alliance (25% de los fondos) compuesta por diez
grandes compañías de distintas áreas del sector energético.22

21
Rodrik (2004) p. 31.
22
Tres de estas corporaciones son de otros países: una es inglesa, otra australiana y la tercera es china. ¿Podría
ser el caso que este proyecto marcara el inicio de una tendencia a una política industrial global?

27
El objetivo del proyecto es construir la primera planta de generación de
electricidad a base de carbón de “cero emisiones”. La planta tendrá una
capacidad de generación de alrededor de 275 MW y producirá hidrógeno
y otros gases, al mismo tiempo que capturará y “secuestrará” el dióxido
de carbono ya sea en formaciones salinas subterráneas o bien
inyectándolo en pozos petroleros en decadencia para aumentar la
proporción del petróleo que se puede recuperar.

Las tecnologías para gasificar el carbón e integrarlo a una planta de ciclo


combinado, para capturar el CO2 y almacenarlo o para usarlo en la
recuperación de petróleo de pozos técnicamente exhaustos ya existen
por separado. El costo y el rendimiento esperados de reunir estas
tecnologías es, sin embargo, incierto y el riesgo de fracaso comercial es
importante. De ahí la necesidad de fondos públicos (del Estado y de las
empresas de manera colectiva) para establecer la planta piloto.

El proyecto ilustra las características deseables de la política industrial


que se mencionaron más arriba. El sector privado y el sector público en
colaboración detectaron una oportunidad de desarrollar una nueva
tecnología. Su nivel de riesgo, producto de la incertidumbre sobre costos
y rendimientos en una actividad nueva, inhibe el flujo de recursos
privados hacia su desarrollo.

Sin embargo es una actividad prometedora que al parecer justifica la


asignación de fondos públicos: podría bajar los costos de generación de
electricidad (y así los costos de muchas industrias) en un contexto de
altos precios de otros energéticos, utilizando un recurso abundante en
EU. Podría tener importantes efectos sobre otras actividades como el
desarrollo de turbinas y otros equipos eléctricos; promete, además,

28
convertirse en una fuente segura de hidrógeno que, a su vez, bien podría
jugar un rol como energético importante en el futuro. El uso del CO2 en
el aprovechamiento de pozos en desuso genera una externalidad positiva
más. Por último, la reducción de emisiones en la generación de
electricidad es probablemente el mayor atractivo del proyecto.

Como ejemplo de política industrial, el proyecto no sólo podría detonar el


surgimiento de un nuevo subsector de la industria eléctrica con múltiples
efectos secundarios positivos, sino que al parecer está diseñado para
evitar los problemas que suelen acompañar a la política industrial. El
sitio para la construcción de la planta es objeto de un concurso público en
el que participan consorcios compuestos por gobiernos, empresas y
universidades de distintas regiones. La ubicación del proyecto es visto
por los distintos intereses locales como clave para convertir a sus
regiones en punta de lanza de lo que puede ser el desarrollo de un nuevo
sector.

Las rentas iniciales de la nueva tecnología, de existir, se distribuirían a


las empresas participantes en el Consorcio mencionado ya que tendrían
acceso inmediato a la tecnología. Estas rentas serían, en todo caso
transitorias, pues si se demuestra la viabilidad comercial de la tecnología,
los imitadores no tardarían en hacerlas desaparecer. Por último, el
horizonte temporal del proyecto pone un límite claro al compromiso de
fondos públicos para el proyecto.

La iniciativa FutureGen puede, por supuesto fracasar. Sin embargo, de


tener éxito, la industria de Estados Unidos habrá tomado el liderazgo en
una tecnología que puede convertirse en estándar mundial. En el
proceso habrá generado numerosos efectos secundarios positivos y habrá

29
contribuido al desarrollo de otros sectores y a fortalecer el entramado de
relaciones entre ellos. En suma, habrá hecho un aporte nada
despreciable al desarrollo de la economía norteamericana.
5. A modo de conclusión.

La falta de crecimiento de la economía mexicana en el último cuarto de


siglo se ha convertido, con sobrada razón, en el tema central de
discusión económica en el país. En el debate se han presentado los más
diversos argumentos para explicar el pobre desempeño económico,
particularmente desconcertante para buena parte de los economistas
luego de veinte años de reformas que se pensaron destinadas,
precisamente, a crear condiciones favorables al crecimiento.

Rara vez se repara, sin embargo, en el hecho de que el crecimiento a


largo plazo supone la diversificación del aparato productivo hacia
actividades con niveles de productividad cada vez más altos. El
crecimiento sostenido por plazos largos es inviable sin un proceso de
innovación, esto es, sin el surgimiento de productos, tecnologías y
mercados nuevos para la economía, aunque existan hace décadas en
otras economías.

La innovación, en el sentido en que he usado el término, enfrenta serias


dificultades en el curso normal de las cosas. No constituye el camino
más atractivo para los inversionistas pues el riesgo es mucho mayor que
en las actividades establecidas y no siempre es posible apropiarse de las
ganancias que pudiera reportar. A veces es estrictamente imposible sin
un agente coordinador o sin la socialización de los costos de aprendizaje.
Sin embargo, a final de cuentas, la riqueza de los países depende
crucialmente de lo que son capaces de producir. Visto en perspectiva

30
histórica lo anterior equivale a decir que el crecimiento depende de la
capacidad de innovación.

No sorprende, entonces, el hecho de que a lo largo de la historia, y hasta


el día de hoy, los estados echen mano continuamente de expedientes
que facilitan, estimulan o directamente dan lugar a nuevas actividades de
mayor productividad, al margen de lo que dictan las fuerzas del mercado,
precisamente porque el cálculo individual que es el sustento de dichas
fuerzas de mercado, con frecuencia inhibe la inversión en actividades
nuevas.

Esos expedientes que favorecen la innovación constituyen la política


industrial y han jugado un papel de primerísima importancia en el
desarrollo económico mundial. Es evidente que deben ser usados con
cuidado y prudencia pues, por su naturaleza, pueden crear intereses
difíciles de cancelar posteriormente y pueden, por otra parte, dar lugar al
dispendio de recursos públicos. Sin embargo, renunciar a su uso por
temor al mal uso que se pueda hacer de ella no parece un curso de
acción racional.

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Referencias

Clavijo, F. y J. Casar (1994), La Industria Mexicana en el Mercado Mundial, Fondo de


Cultura Económica, México.

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Rodrik, D. (2004), Industrial Policy for the Twenty-First Century, UNIDO, mimeo.

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