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Amor, prozac y dudas –1–
Cristina: Lo haré.
Rosa macha.
Cristina: A veces te admiro.
Oscuro.
Amor, prozac y dudas –8–
Escena 5 – De marcha
Kike, Cristina y Line. En un banco de un parque de las afueras de la
ciudad. Cristina y Line escuchan unos walkmans, con un auricular cada
una. Kike se lía un porro y bebe.
Cristina: Ves, eso que suena ahora es “trance”.
Line: ¿Y lo que sonaba antes no era “trance”?
Cristina: Aquello era “hardcore tecno”.
Line: ¿Qué?
Cristina: “Hardcore tecno”. Lo que aquí se conoce como “bacalao”.
Line: Ah. Y qué diferencia hay entre el “hardcore tecno” y el
“trance”? Lo digo porque a mí me ha sonado a lo mismo.
Line: No, el “hardcore tecno” es más…
Kike: …es más machacón, más maquininta, o sea, chunda-
chunda-chunda-chunda, mientras que el “trance” es así
como más envolvente y espacial. Luego está el “jungle”,
que es algo así como el sonido tribal de la música de baile,
pero hecho con ordenador y aceleradísimo.
Cristina: A mí lo que me va es el “trance”. Estoy enganchada.
Kike: No, si al final vas acabar necesitando una terapia de
desprogramación, porque en el bar no paras, tía.
Line: Por cierto, hablando de enganches, ¿cómo te va con Iain?
Cristina: No sé de quien me hablas.
Line: ¿No erais novios?
Cristina: Éramos, tú lo has dicho.
Line: ¿Y habéis roto?
Cristina: Sí, hace un mes. El jueves hizo un mes.
Line: No lo sabia.
Cristina: Como últimamente no te interesas mucho por mí. Lo
siento, pero me pongo borde cuando poso borde cuando
oigo hablar de Iain. Lo siendo, de verdad.
Line: Una chica tan guapa como tú pronto encontrará otro novio.
Cristina: Repite eso.
Line: ¿El qué?
Cristina: Lo de que soy guapa.
Amor, prozac y dudas – 17 –
que sí.
Cristina: O sea que no.
Line: Vale, no.
Kike: ¿Y es muy distinto?
Line: ¿El qué?
Kike: Follar con un tío o con una tía.
Line: ¿Y para ti?
Kike: ¿Cómo que para mí?
Line: Sí, si para ti también es distinto follar con un tío o con una
tía.
Kike: Si yo no he follado con ningún tío. (Las dos lo miran.)
Bueno, cuando éramos adolescentes nos hacíamos pajas
juntos, pero no llegamos a follar.
Line: Me parece que deberás probarlo para saber la respuesta.
Pero voy a darte una pista:
Cristina: …que no tienes que mamarla.
Line: Porque tú no lo sé, pero por ahí hay mucho guarro que no
se lava, y a veces…
Kike: Tia, ¡yo me lavo!
Line: ¿Y te cambias de calzoncillos a diario?
Kike: Sí.
Line: ¿A diario, diario?
Kike: …
Line y Cristina: ¡Cómo todos!
Line: Por no hablar que como está su casa.
Cristina: Cuando entras, no te das cuenta porque son las tantas de la
madrugada y estás más interesada en follar que en
contemplar la decoración, pero cuando de despiertas de frío
por la mañana, entonces es cuando el sueño se hace
realidad: calefacción que no funciona, un calentador
jurásico al que solo le dura tres minutos el agua caliente, un
wáter con “muestras” variadas…
Line: Y después de terminar de ducharte con agua fría, vas a la
nevera y te encuentras con que sólo hay yogures
caducados, un resto de litrona sin gas y con un poco de
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Line: No.
Kike: Venga.
Line: Otro día.
Kike (a Line:) Me debes una.
Line: Te lo juro.
Cristina: Hasta luego.
Line: Hasta luego.
Kike se va.
Line: ¿Te lo has follado?
Cristina: A medias. Un día lo intentamos en el bar, cuando
recogíamos, pero estábamos muy pasados y lo dejamos.
Line: Tiene un polvo. Pero seguro que es como todos: mientras te
la meten, piensan en otra.
Cristina: ¡O en su polla!
Line: ¡Eso lo dice Gema!
Cristina: ¿Ah, sí?
Line: ¿Sabes qué me dijo el otro día? Que todas las mujeres
tenemos envidia del pene.
Cristina: Menuda tontería. Con un solo coño te puedes agenciar
todos los penes que te dé la gana.
Line: Ella habla de la sublimación y de la energía que se
concentra en el sexo y todo eso. Mira, dice que si toda la
energía que concentramos en el sexo, que en nuestro caso
es mucha, la empleásemos en otra cosa, nos haríamos
millonarias. Además, no sólo es la energía que empleamos
en hacerlo, sino también la energía que empleas en pensar
en ello, la energía que empleas en hacerlo y la energía que
empleas después para desembarazarte de él. O sea, que si
toda esa energía la empleáramos en hacer otra cosa más
importante, pues eso, que la sublimas.
Cristina: ¿Por ejemplo?
Line: Cuando estaba en COU. ¿Sabías que el gilipollas de
Fernando me pasó unos hongos?
Cristina: Típico de él.
Line: Tuve que pasarme casi un mes sin follar, porque la cosa se
complicó y se me inflamó la vulva y me hizo
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Ana: ¿Sí?
Borja (cortando la sirvienta:) Perdone, tengo prisa. Tengo que ir al trabajo
y no puedo quedarme. Ya nos veremos. Mucho gusto.
Sirvienta: Adiós.
Borja (a Ana:) Hasta luego, cuqui.
Ana: Hasta luego.
Borja se va.
Ana: Hola. ¿Te enseño la casa mientras hablamos de las tareas?
Sirvienta: Sí. ¿Dónde puedo cambiarme?
Ana: Ah, puedes hacerlo en el cuarto de servicio. Hay un
pequeño armario. Pero no te cambies de momento. Primero
te lo enseño.
Sirvienta: Gracias.
Ana: Mira, aquí, en la sala, hay que pasar la aspiradora una vez
al mes, como mínimo, por sillas, sofás y cortinas. El resto,
sacar el polvo normalmente y fregar.
Sirvienta: Muy bien.
Ana: Hay que lavar los visillos también una vez al mes a mano
con jabón neutro y luego sumergirlos en agua con azúcar y
colgarlos todavía húmedos para que no queden arrugas.
Supongo que sabes hacerlo.
Sirvienta: Sí señora.
Ana: Las cortinas de Gastón y Daniela están hechas una pena,
sobre todo por los bordes. Eso es porque el niño se dedica a
colgarse de ellas con sus manos grasientas.
Sirvienta: ¿Tienen un niño?
Ana: Sí.
Sirvienta: ¿Cuánto tiene?
Ana: Dos años. Por eso las cortinas están así. Son de hilo. Pero
se pueden poner a la lavadora y no hace falta plancharlas,
porque si se cuelgan ligeramente húmedas después de
lavarlas con el programa de lana y piezas delicadas, el
propio peso las estira y quedan impecables. Salieron caras,
pero a veces hay que sabe comprar.
Sirvienta: Sí.
Ana: Si la vida se pudiera limpiar igual que las cortinas… El
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subido, nena.
Recoge sus cosas y se marcha.
Cristina: Adiós, polla enana. Y si vuelves por el bar, no te olvides de
saludarme, te serviré una copa con mucho gusto… Y
prometo no decir nada.
Cierra de un portazo. Fuma, bebe, pastillas, etc. Ataque de nervios. Pone
música. Intenta bailar. Se acerca al teléfono y llama. Baja el volumen de la
música. Espera un rato. Habla al teléfono.
Cristina: Hola, soy yo… Te llamaba… para decirte algo… algo muy
simple… sólo una cosa: que por más que lo intente, no
puedo sacárteme de la cabeza. Que te necesito. Que te
quiero. Y te quiero tanto, que si me dijeras de que no te
deja más mensajes en el contestador lo haría, Iain, te lo
juro. Nunca más. No se me ocurre una prueba de amor
mayor.
Cuelga el teléfono. Vuelve a subir el volumen de la música. Vuelve a bailar.
SE dirige a la cocina y vuelve con un vaso de agua. Saca de un pote un
montón de pastillas de colores. Se traga una, y dos, y tres, hasta terminar
con el contenido. Sigue bailando.
Con el oscuro, la música cesa.
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Escena 8 – En el hospital
Ana, Rosa, una médico. Sala de espera de urgencias. Rosa se pasea. Entra
Ana.
Ana: ¿Qué te han dicho?
Rosa: Aún no saben nada.
Ana: Es horrible. ¿Porqué lo habrá hecho?
Rosa: Solamente ella lo sabe.
Ana: Y cómo lo has sabido?
Rosa: Por un compañero suyo del bar. No te lo vas a creer, pero
Cristina había puesto en la agenda de que en caso de
accidente me llamaran a mí.
Ana: Siempre ha confiado en ti.
Rosa: Me ha sorprendido. Pero se lo agradezco.
Ana: ¿Y que tenemos que hacer ahora?
Rosa: Esperar. Es lo único que podemos hacer.
Ana: ¿Y no ha dicho nada? ¿No has hablado con ningún médico
o ninguna enfermera?
Rosa: No. Bueno, sí. La están haciendo un escáner. No saben si
tiene el cerebro dañado.
Ana: Se morirá.
Rosa: Ana, por favor.
Ana: Se quedará subnormal.
Rosa: ¡Ana, no digas tonterías!
Ana: Pues paralítica.
Rosa: Ana, ¡basta! ¿Cómo quieres que se quede subnormal?
Ana: Puede que tenga una parte del cerebro afectada.
Rosa: Mira, Ana, con esto no podemos hacer nada. Pero hay más:
puede que nos pidan para ingresarla en un psiquiátrico. No
tenemos no siquiera el derecho a decidir sobre nuestra
propia vida. Si conseguimos suicidarnos, no pasa nada,
evidentemente, pero si fracasamos, nos pueden encerrar.
Ana: Ya estuvo a punto la otra vez.
Rosa: Seguramente nos lo pedirán. Pero no sé de qué servirá. Lo
que me da más miedo es que si sale de ésta, vuelva a
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intentarlo.
Ana: Dios mío.
Rosa: No sé si Dios tiene mucho que ver, la verdad.
Ana: Porque tú ya no crees.
Rosa: Por lo que sirve.
Ana: Pues suerte tengo yo, a veces, con rezar. A ti no te hace
falta, porque siempre has sido muy fuerte, pero yo…
Rosa: Ana, para ya de hacerte la víctima y de autocompadecerte.
Siempre has querido dar pena a los otros.
Ana: No es verdad.
Rosa: Ah, no. Nunca has superado dejar de ser la pequeña cuando
ella nació. Pasaste de las rabietas para llamar la atención a
hacerte la víctima.
Ana: Y tú la sobreprotegías.
Rosa: Porque tú la atacabas, y porque alguien tenía que cuidarla
mientas mamá trabajaba.
Ana: Y tú se lo consentías todo.
Rosa: Y tú no parabas de llorar.
Ana: Porque no entendía porque papá se había marchado.
Rosa: Y todavía no lo has entendido, ¿verdad?
Ana: No.
Rosa: Yo tampoco.
Ana: Mira, en algo nos parecemos.
Rosa: Es verdad.
Se ríen.
Rosa: En eso, y en la competencia que teníamos por Gonzalo.
Ana: Tú estuviste muy enamorada de él, ¿verdad?
Rosa: Sí. ¿Y tu?
Ana: También.
Rosa: Me duró un verano. Fue una locura. Estuve todo el invierno
pensando en él, sabía que volveríamos a vernos al verano
siguiente. Y llegó el primer día de vacaciones, y me dijo
“hola”, como si no hubiera pasado nada. Me cayó el alma a
los pies.
Amor, prozac y dudas – 32 –
seguir adelante.
Ana: Tuvo el valor de decirle que fue precisamente en una de
aquellas fiestas cuando yo perdí mi virginidad con él. Y
puso cara de extrañada. ¡No lo recordaba! Para él, debió de
ser un polvo más. Pero yo lo recuerdo perfectamente.
Recuerdo cómo nos tendimos en aquél suelo mojado, cómo
é me desabrochó la blusa y comenzó a manosearme los
pechos, cómo después me bajó las bragas y me metió
mano entre las piernas, cómo de pronto me encontré con
que le tenía encima e intentaba metérmela, pero no podía,
porque me escurría, y él venga insistir, y yo procurando
moverme continuamente, pero él no me dejaba, cómo
intenté arañarle la cara, y cómo me cayó aquél golpe en
toda la cara, y la sangre que fluía por mi nariz, y no podía
respirar porque me ahogaba, cómo intentaba mantener
unidas mis piernas para que no me penetrase, y como mis
gritos se perdían por el espacio, y su aliento, y sus babas, y
el dolor que sentí cuando por fin consiguió meterme dentro
aquel pedazo de hierro candente, como una aguja, como un
dolor más intenso que el de una quemadura, y cómo él
empezó a jadear cada vez más fuerte hasta que al final se
paró con todos sus músculos en tensión. Y cómo él se
levantó, y cómo me agarró para que me levantara, y llevó a
rastras hasta la moto, y me llevó a casa, y cómo yo,
mientras subía por las escaleras me sentía culpable, porque
era yo quién le había pedido para ir en aquel bosque, los
dos, solos.
Cristina: Una vez bebió demasiado y cuando salimos del bar empezó
a gritarme. Siguió gritando hasta que llegamos a casa. Le
dije que no era suya, que no era de nadie, y que hacía con
mi cuerpo lo que me daba la gana. Que no soporto que me
griten. Que ya he oído suficientes gritos a lo largo de mi
vida. Pero él seguía gritando. Entonces cogí un cuchillo de
la cocina y le advertí que si se acercaba a mí le mataría.
Dijo que no tenía valor, pero levanté la mano y me corté.
Fuimos al dispensario. De vuelta a casa, empezó a besarme
las puntas de los dedos, una por una, y no dejaba de repetir
que lo sentía, que lo sentía mucho. Me folló una y otra vez,
y cada vez que acababa yo repetí que tendría que irse, que
podía follarme todo lo que quisiera y que eso no cambiaría
las cosas. Dijo que si le pedía que se marchara no volvería
más. Y se lo dije: vete.
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Oscuro.
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Ana: Aún hay más. He dicho a Borja que puede quedarse con el
niño, que me da igual. Estaba muy nerviosa. ¡Claro que lo
quiero! Pero no sé si él podrá utilizar esto de ingresarme en
un centro para reclamar legalmente la custodia del niño.
Rosa: Hablaré con mi gabinete de abogados, a ver quien se ocupa
de temas matrimoniales.
Ana: Gracias.
Pausa.
Ana: ¿Cómo lo ves?
Rosa: La vida es una lucha y no se puede salir derrotada.
Ana: No Tengo nada contra Borja. Soy yo, únicamente yo.
Rosa: Lo entiendo perfectamente.
Pausa.
Rosa: Ana...
Ana: Dime.
Rosa: Enhorabuena.
Ana: Gracias.
Rosa: ¿Te llamo luego?
Ana: Sí, gracias.
Rosa: Hasta ahora.
Ana: Hasta ahora.
Cristina: Hola, soy yo. Llamo para decirte…
Rosa cuelga y prepara unos documentos. Ana ha acabado llorando. Se
seca las lágrimas. Coge el disco de Purcell y llama por teléfono. Vuelve a
sonar el teléfono de Rosa. Descuelga.
Rosa: Dime. (Pausa.) ¿Ana?
Se oye La hora fatal, de Purcell. Rosa se queda inmóvil. Mientras suena la
música, Rosa se sienta lentamente, coge sus cápsulas y las vacía de una en
una. Cristina sigue dejando mensajes en el contestador de Iain. Sigue la
música.
Oscuro lento.