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Lluís Hansen

Amor, prozac y dudas

Adaptación libre de la novela de Lucía Extebarria


“Amor, curiosidad, prozac y dudas”

Supervisió castellana: Ana Luis


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Amor, prozac y dudas –1–

Escena 1 – Visita al bar


Rosa, Cristina, Cliente. Bar musical donde trabaja Cristina. Música tecno
de fondo. Ningún cliente todavía. Cristina está detrás de la barra leyendo
un libro. Sigue la música con el cuerpo mientras trabaja. Un trago.
Pastilla. Lectura. Entra un cliente. Rápidamente reacciona, cierra el libro
y dibuja una sonrisa simpática. El cliente es Rosa, su hermana.
Cristina: ¡Hombre! ¡La princesa de Mónaco en persona se ha
dignado a venir a mi humilde tugurio! Por cierto, su alteza
viene guapísima. Qué traje tan elegante… No es
precisamente mi estilo, pero de lejos se ve que debe de
costar una pasta.
Rosa: Las dos sabemos que si a mí me sentaran tan bien los
vaqueros como a ti, no me harían falta los trajes de diseño.
Cristina: ¿Qué quieres tomar?
Rosa: Una cocacola. Light.
Cristina (mientras le sirve la bebida): Por cierto, yo con vaqueros
tampoco soy la bomba atómica. Y si tuviera la pasta que tú
tienes, igual me compraba algo en Loewe. Nunca se sabe.
Y bueno, alteza…
Rosa: ...para de llamarme “alteza”.
Cristina: ¿...a qué se debe la visita a su indigna hermanita?
Rosa: ¡Para ya! He salido del trabajo y me he dicho que de
camino a casa podía parar aquí para…
Cristina: ¿Tan tarde?
Rosa: Me he quedado repasando un informe que tengo que
entregar mañana.
Cristina: Joder, tía. Eso no es vida, qué quieres que te diga. Por
mucha pasta que te paguen.
Rosa: Tampoco es vida la tuya, que tengo que venir a verte aquí
porque nunca puedo localizarte en casa. Y por favor, no
discutamos, que bastante me duele la cabeza por hoy.
Mamá me ha llamado y me ha dicho que está muy
preocupada por Ana. La ha encontrado muy rara. Podrías
pasar a verla.
Cristina: No será para tanto. A Ana lo único que le pasa es que se
aburre y quiere llamar la atención…
Rosa: No creo. Me parece que esto va en serio. Ayer la llamé y la
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encontré muy deprimida. Aunque con la confianza que


tenemos, no sé qué puedo hacer yo.
Cristina: ¿Y qué esperas que haga yo? Si tu no tienes confianza con
ella, ya me dirás yo… Arafat y Sharon son íntimos en
comparación con nosotras.
Rosa: Bueno, ya sabes que le resulta difícil entender lo que haces
con tu vida.
Cristina: ¡Y a mí entender lo que ella hace con la suya! ¡No te jode!
Como si fuera divertido pasarse la vida mano sobre mano.
Y no la critico por eso.
Rosa: Pues yo juraría que ahora mismo estás criticándola.
Cristina: No estoy criticándola. Y no te preocupes, que te juro que
me pasaré a verla lo antes posible. Aunque poco puedo
hacer por ella, porque yo también estoy fatal. Fatal, fatal,
fatal.
Rosa: ¿Y eso?
Cristina: Iain me ha dejado.
Rosa: Acabáramos. Pues menuda novedad. ¿Cuantas veces van?
Cristina: No, esta vez va en serio, tía, te lo juro. Hace ya casi un mes
que estamos separados.
Rosa: Sinceramente, creo que es lo mejor que podía haberte
pasado. Ese hombre no te traía más que disgustos.
Cristina: ¡Qué dices! Era un encanto. Inteligente, tierno, sensible…
Rosa: ¿Sensible? Ya me imagino dónde debe de tener la
sensibilidad. Todavía recuerdo aquel día en que nos
encontramos en el parque con tu pobre amiga Line,
anoréxica perdida que daba pena verla, y tu novio, el
sensible, venga a decir: “Que guapa estás. Como has
adelgazado.” Hay que ser zopenco. Por cierto, ¿como está
Line?
Cristina: Bien. Sigue con el psicólogo y está bastante controlada.
Además, para que lo sepas, no está tan claro lo de su
anorexia, porque la anorexia es una enfermedad mental
bien definida, y Line no responde exactamente al cuadro
clínico.
Rosa: Lo que está claro que es tu amiga parece la radiografía de
un silbido.
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Cristina: Eso sí, pero su cuadro mental no corresponde exactamente


al de una anoréxica. Según mi psiquiatra, las anoréxicas
suelen ser personas muy perfeccionistas e introvertidas, que
renuncian al sexo…
Rosa: ¿Renuncian al sexo? No me digas más. Line no es
anoréxica.
Cristina: Quizá lo eres tú, que hace años que has renunciado al sexo.
Rosa: Nadie ha dicho que yo haya renunciado al sexo.
Cristina: Pues cualquiera lo diría, según los muchos novios que se te
conocen. Hija mía, a tu lado la propia Virgen del Rocío es
un putón verbenero.
Rosa: Que te quede claro: yo no he renunciado al sexo ni a las
relaciones, en principio. Sencillamente he decidido ser
independiente, mantenerme a mí misma, no tener que
soportar numeritos y humillaciones, y estar sola.
Cristina: Digo yo que ambas cosas se podrán combinar: que puedes
seguir siendo independiente y mantenerte a ti misma y aún
así echar un polvo de vez en cuando.
Rosa: Ésa es la teoría. Desengáñate, Cristina. Los hombres de mi
edad han vivido en casa de sus padres hasta los
veintimuchos años. Eso, si no siguen viviendo allí. Y
durante todos esos años han vivido en una casa donde su
mamá no trabajaba y se dedicaba a hacerles la cama y la
comida, en una casa donde ellos no tenían hora de llegada,
pero sus hermanas sí. Y para colmo, la mayoría han ido a
un colegio de curas en el que se les enseñaba a buscar niñas
dulces, calladitas y sumisas.
Cristina: ¿Y?
Rosa: Pues que son una generación de niños grandes que no
pueden entender que yo no pienso dedicarme a arreglar la
casa ni a cuidarlos ni a sustituir a su madre.
Cristina: Pues tendrás que hacerte lesbiana.
Rosa: Ya me pasó por la cabeza, no te creas.
Cristina: ¿Qué?
Rosa: Que es un factor que he tenido en cuenta. Recuerdo que en
la escuela me fijaba en mis compañeras, como vestían y se
maquillaban para gustar a los chicos, pero a mi no me
gustaba ninguno. Pensé que quizá era lesbiana, pero no
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hice nada para acercarme a ninguna de ellas, y no me


preocupé en absoluto. Me fijo más en los hombres, pero
soy muy selectiva y no he encontrado ninguno que cumpla
los requisitos mínimos para una relación igualitaria.
Cristina: ¡No exageres, Rosa!
Rosa: No exagero. En la oficina, se ve claramente. Yo misma
debería ser vicepresidente. Estoy mejor preparada, con
mucho, pero con mucho, que el inútil que tiene el puesto.
Pero soy mujer, así que no me ascienden.
Cristina: Pues mira, qué quieres que te diga, si tan mal están las
cosas, dedícate a vivir la vida y no te amargues en una
oficina.
Rosa: ¿Qué quieres decir con eso de “vivir la vida”?
Cristina: Pues eso, salir, conocer gente, ir de copas… Follar.
Rosa: A mi no me apetece salir de copas todas las noches. Y el
sexo me atrae cada vez menos.
Cristina: Te estarás volviendo anoréxica. Esto de una cocacola light
es muy mala señal.
Rosa: No, no tiene nada que ver. Simplemente, me resulta muy
poco satisfactorio tener sexo con alguien incapaz de
respetarme y de asumir que podemos estar al mismo nivel.
Cristina: Porque no has conocido a alguien como Iain.
Rosa: ¿Iain? Iain es tan inmaduro como el resto. Si tú misma no
hacías más que quejarte de que era un pusilánime. Y él
siempre estaba quejándose de que tú tenías demasiado
carácter.
Cristina: Es que yo tengo mucho carácter.
Rosa: No más que la mayoría de los hombres con los que trato a
diario. Sencillamente, es un rasgo que no está bien visto en
una mujer pero sí en un hombre.
Cristina: Rosa, por Dios, no empieces otra vez con tus sermones
feministas…
Rosa: Si yo me pongo dura con alguien que no ha hecho bien su
trabajo, si grito y me enfado, es un problema. El director de
personal no pierde ocasión de recordarme que debería
suavizar mis modales. Y sin embargo, el director general se
pasa el día tratando fatal a todo el mundo: proveedores,
secretarias, administrativos y directora financiera, o sea, yo.
Amor, prozac y dudas –5–

En la vida le he oído dedicarle una palabra amable a nadie.


Se comunica con la gente a gritos. Pero en su caso se trata
de un ejecutivo agresivo, de modo que está bien visto.
Mientras que yo, claro está, debería suavizar mi
comportamiento…
Cristina: ¿Ves? Yo de camarera no tengo esos problemas.
Rosa: Ni ninguna posibilidad de promoción. Todavía no entiendo
porque dejaste aquél trabajo. Era un puesto de
administrativa, de acuerdo, pero si hubieses aguantado
hubieras tenido posibilidades de ascender, en vez de
cogerte una de tus rabietas y borrar toda la memoria del
ordenador.
Cristina: No temas, aquí no tengo ordenadores.
Rosa: Ni futuro. Ahora quedas muy mona en una barra, pero
dentro de diez años, cuando se te caiga esa delantera y
puedas ponerte a jugar al fútbol con tus tetas, no habrá
quien te quiera de camarera. Y entonces caerás en la cuenta
de cómo has desaprovechado tu tiempo y tu cabeza.
Cristina: En primer lugar, no te metas con mis tetas. En segundo,
que te quede claro que yo no desaprovecho mi cabeza.
Rosa: Eres demasiado inteligente para estar trabajando en una
barra.
Cristina: Ya salimos con la de siempre. Yo trabajo en una barra si me
sale del coño.
Rosa: ¿Y qué satisfacción intelectual te reporta eso?
Cristina: Rosa, estoy harta de discutir el mismo tema. La
satisfacción intelectual me la busco en el tiempo libre.
Cuando salgo de aquí leo, voy al cine…
Rosa: Leer es pasivo. Estoy hablando de hacer algo productivo.
De ser y sentirte útil.
Cristina: ¡Ya salió la feminista! Como si tú fueses muy útil,
arreglándole los problemas a una multinacional que tiene
puteados a todos sus empleados, jodiéndoles la vida ocho
horas al día a cambio del salario mínimo. Y tú te encargas
de que Hacienda no les pille en los chanchullos que se
monta. ¡Pues menudo orgullo! Prefiero ser una inútil. Al
menos no voy a tener problemas de conciencia moral, y
además, yo no trabajo para una estructura machista que
putea a sus empleados.
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Entra el primer cliente de la noche.


Cristina (a Rosa): ¿Me perdonas? (al Cliente:) Dime.
Cliente (a Cristina): Un whisky con cocacola.
Cristina: ¿Algún whisky en especial?
Cliente: No lo sé. ¿Cómo se llama el de aquella botella de allá
arriba?
Cristina: Eso no es whisky; es ginebra.
Cliente: Entonces quiero una ginebra con coca-cola. Esa ginebra.
Cristina: Te advierto que esa ginebra es carísima.
Cliente: No importa. El dinero no es problema.
Cristina: Es que no llego…
Cliente: Pues te subes a una silla o a una caja. Yo soy el cliente y tú
la camarera, y si pido una ginebra determinada estás
obligada a servírmela, ¿o no?
Cristina sube a una caja para coger la ginebra. El cliente le mira
descaradamente el culo. Ella se da cuenta. Rosa también.
Rosa: ¿Te importaría dejar de mirar el culo de mi novia con
semejante descaro?
Cliente (confundido): ¿Es tu novia?
Rosa: Ella es mi novia y yo hago taekwondo. Cinturón negro.
¿Por qué no te vas yendo a la pista, guapetón? En breve
empezarán a llegar hordas de adolescentes a las que podrás
mirar el culo con toda tranquilidad.
El cliente se marcha.
Rosa: ¿Estructura machista y que putea a los empleados? Bueno,
tengo que irme. Mañana a primera hora tengo que estar
preparada para trabajar en una estructura… machista. No te
olvides de llamar a Ana.
Rosa marcha. Cristina la para.
Cristina: ¡Rosa!
Rosa gira la cabeza.
Rosa: ¿Qué?
Cristina: Gracias.
Rosa: No te olvides.
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Cristina: Lo haré.
Rosa macha.
Cristina: A veces te admiro.
Oscuro.
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Escena 2 – Cristina visita a Ana


Cristina, Ana. Rosa en casa, estirada en el sillón. Se ha quedado dormida
mirando la tele. Llaman a la puerta. Se mueve un poco. Vuelven a llamar.
Se despierta. Vuelven a llamar. Se levanta y va hacia la puerta.
Ana: ¿Quién hay?
Cristina: Ana, soy yo, Cristina.
Ana abre la puerta.
Ana: ¿Qué haces aquí?
Cristina: Pues… tenía que venir aquí al lado a comprar unas cosas y
he pensado que podía pasarme un momento a verte.
Ana: Ya… Pasa, pasa.
Cristina: ¿Te encuentras bien?
Ana (escondiendo las pastillas:) ¿Eh?
Cristina: Tienes mala cara.
Ana: Creo que tengo una gripe. Me duele mucho la cabeza.
Estaba descansando.
Cristina: Si quieres vuelvo otro día…
Ana: No, perdona. Siéntate. ¿Quieres tomar algo?
Cristina: Un vaso de agua. Pero no te preocupes, ya voy yo. No hace
falta que te levantes.
Cristina se levanta y va hacia la cocina.
Cristina: Bueno, pues… ¿qué has hecho últimamente?
Ana: Nada, absolutamente nada, nada de nada,.
Cristina: Mujer, algo habrás hecho.
Ana: Comer y dormir. Comer poco y dormir menos aún. Mirar la
tele: las series y los concursos. Me distraen.
Cristina: ¿Y ya está?
Ana: Sí. Ya ni cocino, ni me preocupo por la limpieza. Ni
siquiera me maquillo. Me dedico a cuidar de Borja y del
niño. Cuidarles poco.
Cristina: Por cierto, ¿dónde está el niño?
Ana: En la guardería. Hay que llevarlos pronto para que
adquieran un temperamento sociable.
Cristina: ¿Y quien dice eso?
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Ana: Los psicólogos.


Cristina: Sí, fíate tú mucho de los psicólogos. Ya ves como me han
dejado a mí.
Ana: Tú no estás tan mal.
Cristina: Sí estoy mal. He cortado con Iain. Hace un mes.
Ana: ¿Le dejaste tú?
Cristina: No. Me dejó él a mí.
Ana: Vaya, lo siento. De todas formas, no tardarán en encontrar a
otro. A ti nunca te ha costado mucho.
Cristina: Sobreviviré.
Ana: Claro que sí. Tú sobrevivirías a una guerra nuclear.
Cristina: Sí, ¡también!
Ana: Pues sí. Rosa y tú podríais comeros el mundo.
Cristina: ¿Qué estás diciendo?
Ana: Nada, no sé qué digo. Últimamente no me encuentro muy
bien.
Cristina: Deberías salir a la calle, que te diera el aire. No te puede
sentar bien pasarte todo el día encerrada en casa.
Ana: Eso mismo dice mamá.
Cristina: Venga, procura hacerlo.
Silencio.
Ana: ¿Qué tal por el bar?
Cristina: Bien, no está mal.
Ana: ¿Y no querrías volver a trabajar en una empresa?
Cristina: ¡Ya estamos! El bar también es una empresa. ¿Porqué voy
a querer trabajar en otra cosa?
Ana: Mujer, con la carrera que tienes y los idiomas que
dominas…
Cristina: Pareces mamá. Con las mismas palabras. ¿Pues sabes qué?
Gracias a los idiomas puedo atender mejor a los clientes
extranjeros. ¿Os apetece más así?
Ana: Yo lo único que quería decir es que…
Cristina: Lo he entendido perfectamente.
Silencio.
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Ana: Ah, por cierto, a Borja han vuelto a ascenderlo. No sólo de


categoría. También de sueldo.
Cristina: Mmmm, ¡felicidades!
Ana: Trabaja mucho. Él sí que se lo merece. Hemos decidido
tener sirvienta. Ahora podremos. Borja dice que me
ayudará a no sentirme tan sola y poder hacer otras cosas.
Silencio.
Cristina: Hoy hace un día gris.
Ana: Sí. En cambio hace sol. Es curioso.
Cristina: Sí, muy curioso.
Rosa pone la tele. Oscuro lento.
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Escena 3 – Rosa y el becario


Rosa, Becario. Oficina de Rosa. Ella tiene un dossier en la mano. Delante
suyo, de pie, el Becario.
Becario: Lo siento.
Rosa: No basta con sentirlo. El trabajo debe realizarse bien a la
primera. Error cero. Supongo que lo habrás estudiado.
Becario: Sí.
Rosa: ¿Te imaginas que este dossier hubiese llegado a todos los
miembros del consejo?
Becario: Gracias.
Rosa: No lo hice por ti, sino por la empresa.
Becario: Tendría que habérselo consultado.
Rosa: Pues sí. En un núcleo de equipo es importante consultar las
dudas a los otros miembros. Si todos nos atreviéramos a
reconocer nuestra ignorancia en algún aspecto puntual,
mejorarían las relaciones y los resultados. (Pausa.) Bien,
hoy hace dos meses que empezaste en la empresa, ¿verdad?
¿Cómo te sientes?
Becario: Muy bien. No me esperaba que me diera tanta
responsabilidad de entrada.
Rosa: ¿Porqué no?
Becario: Porque se supone que un becario todavía no tiene la
formación suficiente.
Rosa: No es verdad. La actitud importa mucho más que la
formación.
Becario: No estoy acostumbrado.
Rosa: ¿A qué exactamente?
Becario: A todo en general…
Rosa: ¿Puedes precisar tu información?
Becario: ¿Puedo serle sincero?
Rosa: Reflexiona lo que vayas a decir y actúa en consecuencia.
Becario: No estoy acostumbrado a ser tratado con tanta corrección.
Rosa: ¿Y lo encuentras un defecto o una virtud?
Becario: Una virtud, claro.
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Rosa: No lo interpretes como un signo de debilidad. Corresponde


a la política de recursos humanos.
Becario: No lo interpreto como una debilidad.
Rosa: Yo también te voy a serte sincera: si fuese un hombre,
¿pensarías lo mismo?
Becario: Supongo que sí.
Rosa: Supones.
Becario: No me lo había planteado.
Rosa: ¿Y no te sorprendería que un superior tuyo, un hombre,
tuviese alguna deferencia contigo y te tratara con…
corrección?
Becario: Creo que no.
Rosa: ¿Seguro?
Becario: En principio, no veo la diferencia.
Rosa: Pues la hay. Pero veo que algo está cambiando con las
nuevas generaciones. ¿Cuantas profesoras has tenido en la
carrera?
Becario: No lo sé. La mitad, más o menos.
Rosa: Me sorprende. Pero te creo. ¿Cuales son tus aspiraciones en
relación con la empresa?
Becario: No se lo puedo decir. De momento, tengo que finalizar las
prácticas y hacer el trabajo de final de carrera.
Rosa: ¿Y después?
Becario: ¿Está ofreciéndome un puesto?
Rosa: ¿Siempre eres tan directo?
Becario: Debo haber interpretado mal sus palabras.
Rosa: Me gusta tu sinceridad. Es verdad: pensaba en cuando
termines este período de formación.
Becario: Pues no le diría que no.
Rosa: ¿Te gusta la empresa?
Becario: Me gusta la empresa… y el puesto de trabajo y… la forma
de trabajar.
Rosa: Lo tendré en cuenta. Siempre que puedas demostrarme que
eres capaz de trabajar con error cero.
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Becario: Estoy seguro de que no volverá a ocurrir.


Rosa: Así lo espero. ¿Has preparado la reunión?
Becario: Sí.
Rosa: ¿Cómo?
Becario: Convocando solamente los miembros imprescindibles,
disponerse a escuchar, comprobar el lugar, no olvidar la
cortesía y sobretodo, saber qué se quiere obtener de la
reunión.
Rosa: Muy bien. Y como se tienen que mantener las formas y hoy
te estrenas, te sugiero que cojas la corbata del cajón y te la
pongas. Vamos.
Becario: ¿Porqué me trata tan bien?
Rosa: No lo hago. Procuro ser justa.
Oscuro.
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Escena 4 – Rosa en casa


Rosa. Casa de Rosa. Rosa llega a casa después del trabajo. Lleva el
correo en la mano. Extractos bancarios y publicidad. Cuando se oye la voz
en off, se para.
Voz en off: “El informe Dress for Success (Vestuario para el éxito),
publicado en 1977, recomienda a las ejecutivas el uso de un
traje sastre en la oficina. Las mujeres que llevan ropa
discreta tienen muchas más probabilidades de sentirse
tratadas como ejecutivas Y que los hombres no cuestionen
su autoridad. Una indumentaria que proyecte una imagen
de sexualidad menoscaba el éxito profesional de quien la
vista. En el mundo laboral, vestirse para el éxito
profesional y vestirse para resaltar el atractivo sexual son
dos cosas que se excluyen mutuamente.”
Cuando acaba la voz en off, emprende de nuevo el movimiento que estaba
haciendo. Deja los sobres encima de la mesa. Cuelga la americana. Se
sienta en la silla al lado de la mesa como si estuviera en la oficina.
Espalda recta y piernas cruzadas, manteniendo la pantorrilla y los tobillos
paralelos, ligeramente inclinados. La posición está perfectamente
estudiada. De nuevo la voz en off Y para el movimiento:
Voz en off: “Las mujeres ejecutivas deben controlar la postura de las
piernas. Un hombre puede sentarse de cualquier manera:
piernas separadas o con un tobillo sobre la rodilla de la otra
pierna o con las piernas cruzadas. Las mujeres deben tener
más cuidado en el ambiente profesional, para evitar que la
visibilidad de las piernas distraiga al resto de empleados. Si
se cruzan las rodillas, pantorrillas y tobillos deben juntarse
en línea recta, no separarse en forma de uve puesta al revés.
Esta postura se acompaña con demasiada frecuencia de
agitación nerviosa o balanceo de la pierna colocada sobre
la otra. En estas condiciones se anula el aspecto de
seguridad que es obligatorio ofrecer a los colegas
masculinos y se sustituye por una apariencia infantiloide o
algo coqueta.”
Se dirige al armario. Se saca los zapatos de tacón y se pone zapatillas. Se
saca el vestido y se pone un pijama de satén. Todo de color negro, blanco
o gris. Se dirige maquinalmente a la nevera y saca un zumo. Llena un
recipiente de medir hasta una medida exacta. Lo vuelca en un vaso
normal. Consulta su reloj. Se traga una pastilla. Saca de su attaché
agenda y bolígrafo. Lo lleva a la mesa. Con un mando a distancia, oye los
mensajes del contestador.
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Mensaje: “Hola, buenas tardes, le llamo de la consulta del doctor


Gallardo para comunicarle que el doctor está enfermo y no
la podrá visitar mañana a las diecisiete cuarenta y cinco. Si
no tiene ningún inconveniente, podemos pasar la visita al
lunes próximo a la misma hora. Le agradeceríamos nos
llamara para confirmarlo. Gracias por su atención buenas
tardes.”
Anota el cambio en la agenda electrónica. Abre el correo. Guarda las
cartas del banco en un archivador negro. Parte minuciosamente en dos la
publicidad y la tira a la papelera. Coge del attaché una micrograbadora.
Habla al aparato:
Rosa: “Miércoles 22. Coses para hacer hoy por la mañana. Uno.
Consultar con el Sr. González Fraile las inversiones
previstas antes de finalizar el trimestre. Dos. Llamar al
doctor Gallardo para confirmar cambio de hora de visita.
Tres. Tarde. Recoger traje gris de la tintorería.”
Apaga la microgravadora. Pone la tele. Dan el Gatopardo. Se sienta
confortablemente en el suelo, apoyada en el sofá. Bebe. Suena el teléfono.
Lo coge. Espera tres timbres. Descuelga.
Rosa: ¿Diga? (Pausa.) ¿Diga?
A través del auricular se oye “La hora fatal” de Purcell. Cuelga de golpe
el teléfono. Respira profundamente. Se toma el pulso. Pastilla. Recupera el
autocontrol. Vuelve a sentarse. Otra vez para el movimiento:
Voz en off: “Según el informe Harvard-Yale, publicado en 1987 por los
sociólogos Bennet y Bloom, a los treinta años las mujeres
solteras con estudios universitarios tienen un 20% de
posibilidades de casarse, a los treinta y cinco este
porcentaje ha descendido al 5% y a los cuarenta al 1,3 %.”
Oscuro lento.
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Escena 5 – De marcha
Kike, Cristina y Line. En un banco de un parque de las afueras de la
ciudad. Cristina y Line escuchan unos walkmans, con un auricular cada
una. Kike se lía un porro y bebe.
Cristina: Ves, eso que suena ahora es “trance”.
Line: ¿Y lo que sonaba antes no era “trance”?
Cristina: Aquello era “hardcore tecno”.
Line: ¿Qué?
Cristina: “Hardcore tecno”. Lo que aquí se conoce como “bacalao”.
Line: Ah. Y qué diferencia hay entre el “hardcore tecno” y el
“trance”? Lo digo porque a mí me ha sonado a lo mismo.
Line: No, el “hardcore tecno” es más…
Kike: …es más machacón, más maquininta, o sea, chunda-
chunda-chunda-chunda, mientras que el “trance” es así
como más envolvente y espacial. Luego está el “jungle”,
que es algo así como el sonido tribal de la música de baile,
pero hecho con ordenador y aceleradísimo.
Cristina: A mí lo que me va es el “trance”. Estoy enganchada.
Kike: No, si al final vas acabar necesitando una terapia de
desprogramación, porque en el bar no paras, tía.
Line: Por cierto, hablando de enganches, ¿cómo te va con Iain?
Cristina: No sé de quien me hablas.
Line: ¿No erais novios?
Cristina: Éramos, tú lo has dicho.
Line: ¿Y habéis roto?
Cristina: Sí, hace un mes. El jueves hizo un mes.
Line: No lo sabia.
Cristina: Como últimamente no te interesas mucho por mí. Lo
siento, pero me pongo borde cuando poso borde cuando
oigo hablar de Iain. Lo siendo, de verdad.
Line: Una chica tan guapa como tú pronto encontrará otro novio.
Cristina: Repite eso.
Line: ¿El qué?
Cristina: Lo de que soy guapa.
Amor, prozac y dudas – 17 –

Line: Pues nada, pues eso, que eres muy guapa.


Kike: Tu también eres muy guapa.
Line: Gracias.
Cristina: Pues nunca me lo habías dicho.
Line: Porque no hace falta decirlo. Es obvio. Además, no eres el
tipo de chica a la que parece que haga falta decírselo, ni
tampoco apetece.
Cristina: ¿Y porqué no va a apetecer?
Line: Porque, Cristinita querida, con lo borde que eres no sólo ni
ibas a dar las gracias, sino que ibas a darme un chasco de
los tuyos.
Cristina: ¿Borde yo?
Line: No, qué va. Dejémoslo en que a tu lado Cruella de Vile era
una santa.
Cristina: Ya me lo han dicho muchas veces. Iain, por ejemplo,
también me lo decía, con lo tiquismiquis que era.
Line: Porque es inglés.
Cristina: Pero aún; irlandés. Católicos y borrachos.
Kike: Pero los mejores amantes. Ya lo dijo Marilyn Monroe.
Line: Nene, se refería a los Kennedy, que eran yanquis. Además,
seguro que follaba muy bien, pero era un pedante de
cuidado. Con ese rollo de que era escritor…
Cristina: Y un cutre, como toda la gente de pelas. ¿Sabías que
cuando cortamos me envió una caja con lo que me había
dejado en su apartamento? Al principio estaba tan jodida
que ni me atreví a abrirla, pero hace dos días la abrí, Y
resulta que el muy cabrón se ha quedado con mis dos
mejores camisetas y mis bolas chinas.
Kike: Ya se las debe estar metiendo a otra.
Line: Hombre, a lo mejor no.
Cristina: ¿Que no? Si él no aguanta dos días sin follar. Mira, en eso
se te parece.
Line: ¿Y porqué lo dejasteis exactamente?
Cristina: ¿Qué pasa? ¿Quieres que te dicte mis memorias o qué?
Line: Ves como eres borde.
Amor, prozac y dudas – 18 –

Cristina: Por eso me dejó Iain, ¿qué pasa?


Line: Pues que no lo llevas muy bien, ¿no?
Cristina: No. En realidad el otro día dudaba entre hacerme lesbiana o
meterme a monja.
Line: Ambas cosas son compatibles. Y si no, acuérdate de esa
monja que nos perseguía por los pasillos.
Cristina: ¡Que horror! Ni me acordaba.
Line: Pero si buscas un consejo, yo de ti optaba por la primera
opción, porque sería una pena que ocultaras tus encantos
bajo un hábito talar.
Cristina: ¿Me estás tirando los tejos?
Line: Bueno, si te haces lesbiana, quiero apuntarme la primera al
club de fans.
Kike: Si sobro no tenéis más que decirlo y me largo.
Cristina: ¿Puedo hacerte una pregunta indiscreta?
Line: Las preguntas no son indiscretas, tal vez las respuestas.
Oscar Wilde.
Kike: Creía que el pedante era su novio.
Cristina: Ex novio.
Line: ¿Cuál era la pregunta indiscreta?
Kike: Si has hecho un trío alguna vez, como si lo viera.
Line: ¿Era ésa?
Cristina: Sí.
Kike: A partir de ahora, llamadme Rappel.
Line: Pues sí.
Cristina: Sí, ¿qué?
Line: Que lo he hecho. Y más de una vez. Por ejemplo, con el
profesor de lingüística y un colega suyo.
Cristina: ¿El de lingüística? ¡Qué asco!
Line: Y qué.
Kike (a Cristina:) ¿Y tú te los has montado con alguna tía?
Cristina: No.
Line: O sí. Ésta y yo nos hemos morreado a menudo, y un día
terminamos las dos con un chaval que conocimos, o sea
Amor, prozac y dudas – 19 –

que sí.
Cristina: O sea que no.
Line: Vale, no.
Kike: ¿Y es muy distinto?
Line: ¿El qué?
Kike: Follar con un tío o con una tía.
Line: ¿Y para ti?
Kike: ¿Cómo que para mí?
Line: Sí, si para ti también es distinto follar con un tío o con una
tía.
Kike: Si yo no he follado con ningún tío. (Las dos lo miran.)
Bueno, cuando éramos adolescentes nos hacíamos pajas
juntos, pero no llegamos a follar.
Line: Me parece que deberás probarlo para saber la respuesta.
Pero voy a darte una pista:
Cristina: …que no tienes que mamarla.
Line: Porque tú no lo sé, pero por ahí hay mucho guarro que no
se lava, y a veces…
Kike: Tia, ¡yo me lavo!
Line: ¿Y te cambias de calzoncillos a diario?
Kike: Sí.
Line: ¿A diario, diario?
Kike: …
Line y Cristina: ¡Cómo todos!
Line: Por no hablar que como está su casa.
Cristina: Cuando entras, no te das cuenta porque son las tantas de la
madrugada y estás más interesada en follar que en
contemplar la decoración, pero cuando de despiertas de frío
por la mañana, entonces es cuando el sueño se hace
realidad: calefacción que no funciona, un calentador
jurásico al que solo le dura tres minutos el agua caliente, un
wáter con “muestras” variadas…
Line: Y después de terminar de ducharte con agua fría, vas a la
nevera y te encuentras con que sólo hay yogures
caducados, un resto de litrona sin gas y con un poco de
Amor, prozac y dudas – 20 –

surte, algo de embutido… con moho.


Kike: Os estáis pasando un poco.
Cristina: Pero si no lo dice por ti. Tu no eres un hombre, eres un
amigo.
Line: Y luego viene la odisea a de volver a casa, porque yo no sé
cómo lo hago, hija, pero siempre acabo ligando con tíos
que viven al quinto pino. Creo que a partir de ahora voy a
preguntarles dónde viven, por muy puesta que esté, y si no
dicen que viven a menos de tres paradas del centro, la han
cagado.
Kike: Pues yo vivo en el centro.
Line: Ah, cuando quieras me pongo a tiro. Pero tendrás que
currártelo. Tendrás que ser… sutil.
Kike: O sea que si te digo que me gustan tus tetas, no sirve.
Line: Es un principio, aunque mejor que me dijeras que te gusta
mi mirada, por ejemplo.
Kike: Eso es evidente; claro que me gusta.
Cristina: Pues no está mal recordarlo de vez en cuando. Mira como
me he puesto yo de sorprendida con su piropo.
Kike: ¿No os meterías otra pasti?
Line: No, algo distinto.
Kike: Yo me metería un chute, pero no llevo encima.
Line: No lo he probado nunca.
Cristina: No te pierdes nada. A mi, eso de tener el cuerpo relajado
pero solo estar contigo misma, no me mola. Prefiero las
pastis. Son más fáciles y más baratas.
Line: Me gustaría probarlo. Si uno quiere vivir la vida de verdad
debe estar preparado para introducir toda clase de objetos y
sustancias por todos los orificios de su cuerpo. Pero nos
meteremos otra pasti.
Cristina saca pastillas para todos.
Cristina: Yo también. Toma. (A Kike:) ¿Quieres?
Kike: Paso. Voy a ver si pillo algo.
Cristina: Como quieras.
Kike (a Line): ¿Te vienes?
Amor, prozac y dudas – 21 –

Line: No.
Kike: Venga.
Line: Otro día.
Kike (a Line:) Me debes una.
Line: Te lo juro.
Cristina: Hasta luego.
Line: Hasta luego.
Kike se va.
Line: ¿Te lo has follado?
Cristina: A medias. Un día lo intentamos en el bar, cuando
recogíamos, pero estábamos muy pasados y lo dejamos.
Line: Tiene un polvo. Pero seguro que es como todos: mientras te
la meten, piensan en otra.
Cristina: ¡O en su polla!
Line: ¡Eso lo dice Gema!
Cristina: ¿Ah, sí?
Line: ¿Sabes qué me dijo el otro día? Que todas las mujeres
tenemos envidia del pene.
Cristina: Menuda tontería. Con un solo coño te puedes agenciar
todos los penes que te dé la gana.
Line: Ella habla de la sublimación y de la energía que se
concentra en el sexo y todo eso. Mira, dice que si toda la
energía que concentramos en el sexo, que en nuestro caso
es mucha, la empleásemos en otra cosa, nos haríamos
millonarias. Además, no sólo es la energía que empleamos
en hacerlo, sino también la energía que empleas en pensar
en ello, la energía que empleas en hacerlo y la energía que
empleas después para desembarazarte de él. O sea, que si
toda esa energía la empleáramos en hacer otra cosa más
importante, pues eso, que la sublimas.
Cristina: ¿Por ejemplo?
Line: Cuando estaba en COU. ¿Sabías que el gilipollas de
Fernando me pasó unos hongos?
Cristina: Típico de él.
Line: Tuve que pasarme casi un mes sin follar, porque la cosa se
complicó y se me inflamó la vulva y me hizo
Amor, prozac y dudas – 22 –

costra/escara/postilla… En fin, gore total. Pues es mes tenía


exámenes y saqué tres sobresalientes por primera vez en mi
vida. Sublimación.
Cristina: ¿Tú has tenido sobresalientes alguna vez?
Line: Sí, aquella vez. Pero no creo que la cosa se repita, porque
yo, qué quieres que te diga, por muy mal que me salga
soy una adicta al sexo. No pasa una semana sin que lo
intente otra vez. Pero es como la lotería.
Cristina: Exacto: nunca toca.
Line: ¡Mujer! Nunca, nunca… Digamos que toca poco. Muy
poco. Y es verdad que todos son unos inútiles. La mayoría
se cree que con metértela, hala, ya está todo hecho. Y
encima tienen el morro de preguntarte después si te lo has
pasado bien. ¿Qué te ocurre?
Cristina: De tanto hablar de tíos, me ha venido Iain a la cabeza.
Line: Pues sí que estás colgada.
Cristina: Nadie me ha follado como él.
Line: Ja encontrarás otro.
Cristina: Y tampoco nadie me ha amado como él. No sé qué hacer,
Line, pero no hay día que no piense en él y me ponga a
llorar.
Line: Procura distraerte.
Cristina: Ya me dirás como, con el horario que tengo.
Line: Puedes hacer algo por las tardes, antes de ir al bar.
Cristina: No me apetece. Además, casi todos los días termino hecha
caldo.
Line: Tampoco está mal currar como tú.
Cristina: No te creas.
Line: Ahora vas a decirme que quieres volver a hacer de
administrativa y pasarte ocho horas delante de una
pantallita.
Cristina: No. Pero el bar tampoco es la solución. Al principio me
gustaba, porque hacía lo que me daba la gana, pero llega un
momento en que estás hasta el coño de aguantar a
borrachos, hijos de papá, candidatos a yonquis, y niñas que
se creen yo qué sé, y todo este mundo repleto de música
y… La noche no es divertida, Line.
Amor, prozac y dudas – 23 –

Line: Te comprendo. Pero procura follar, que la vida se ve de


otro color después de un buen polvo.
Oscuro.
Amor, prozac y dudas – 24 –

Escena 6 – Ana en casa


Borja, Ana, Sirvienta.
Ana: ¿No vendrás a comer?
Borja: No puedo. A primera hora de la tarde tenemos reunión de
departamento.
Ana: De acuerdo.
Borja: Ana, de verdad, si pudiera lo haría, pero es imposible.
Ana: Ahora que tenemos más ingresos...
Borja: Razón de más, así podrás ir más descansada.
Ana: Pues no sé si la quiero, una sirvienta.
Borja: Pero si entiendo que estés harta de todas las tareas del
hogar. Ahora podrás hacer lo que de verdad te guste. ¿No
me dijiste que querías pintar o apuntarte a un curso de arte
floral? Siempre te han gustado las plantas y las flores bien
cuidadas.
Ana: Supongo que sí.
Borja: Seguro, Ana. Ya verás. A la que le encuentres gusto, no
querrás oír hablar de planchar ni de sacar el polvo, ni nada
del hogar. ¡Mira, ya lo tengo! Yo no tengo tiempo de
venirme a casa, pero si tu vas cerca del trabajo, nos
podemos ver a mediodía y comer juntos en un restaurante.
¿Qué te parece?
Ana: ¿Lo dices en serio?
Borja: ¿Claro, porqué no?
Ana: No sé. Gracias.
Borja: Me gustaría quedarme, pero se me hace tarde.
Ana: Vete, ya hablaré yo con ella. Estará al caer.
Borja: ¿Seguro?
Ana: Sí, vete.
Llaman a la puerta.
Borja: Debe ser ella.
Abre la puerta. Es la sirvienta. Trae una bolsa con ropa de trabajo.
Borja: ¿Sí?
Sirvienta: ¿La señora Ana? Soy la nueva sir…
Amor, prozac y dudas – 25 –

Ana: ¿Sí?
Borja (cortando la sirvienta:) Perdone, tengo prisa. Tengo que ir al trabajo
y no puedo quedarme. Ya nos veremos. Mucho gusto.
Sirvienta: Adiós.
Borja (a Ana:) Hasta luego, cuqui.
Ana: Hasta luego.
Borja se va.
Ana: Hola. ¿Te enseño la casa mientras hablamos de las tareas?
Sirvienta: Sí. ¿Dónde puedo cambiarme?
Ana: Ah, puedes hacerlo en el cuarto de servicio. Hay un
pequeño armario. Pero no te cambies de momento. Primero
te lo enseño.
Sirvienta: Gracias.
Ana: Mira, aquí, en la sala, hay que pasar la aspiradora una vez
al mes, como mínimo, por sillas, sofás y cortinas. El resto,
sacar el polvo normalmente y fregar.
Sirvienta: Muy bien.
Ana: Hay que lavar los visillos también una vez al mes a mano
con jabón neutro y luego sumergirlos en agua con azúcar y
colgarlos todavía húmedos para que no queden arrugas.
Supongo que sabes hacerlo.
Sirvienta: Sí señora.
Ana: Las cortinas de Gastón y Daniela están hechas una pena,
sobre todo por los bordes. Eso es porque el niño se dedica a
colgarse de ellas con sus manos grasientas.
Sirvienta: ¿Tienen un niño?
Ana: Sí.
Sirvienta: ¿Cuánto tiene?
Ana: Dos años. Por eso las cortinas están así. Son de hilo. Pero
se pueden poner a la lavadora y no hace falta plancharlas,
porque si se cuelgan ligeramente húmedas después de
lavarlas con el programa de lana y piezas delicadas, el
propio peso las estira y quedan impecables. Salieron caras,
pero a veces hay que sabe comprar.
Sirvienta: Sí.
Ana: Si la vida se pudiera limpiar igual que las cortinas… El
Amor, prozac y dudas – 26 –

otro día me di cuenta de que hay una abolladura bien


visible en el costurero. Es una pieza de anticuario, pero
¿cómo puedes explicarle eso a un niño de dos años?
Sirvienta: Sí.
Ana: Y cuando agarra una de sus rabietas no hay quien le pare.
Para arreglar una abolladura sobre la madera hay que
aplicar un trapo blanco húmedo, procurando que empape la
madera, colocar otro trapo grueso, también humedecido, y
aplicar la plancha de vapor caliente, porque la acción del
calor dilatará las fibras y las nivelará. No es urgente, pero
tendremos que pensar en hacerlo.
Sirvienta: Ya lo haré.
Ana: El parquet está lleno de arañazos que ha hecho el niño
arrastrando su camioncito. En buena hora le regaló su
padre el dichoso camión. Hace dos meses lo habría hecho
yo misma, pero ahora me siento demasiado cansada. Pero
no te preocupes, que lo encargaremos a la misma empresa
que nos lo instaló. Si no han cerrado, claro.
Sirvienta: Sí, señora.
Ana: Pronto será hora de podar los rosales. ¿Sabes cómo se
hace?
Sirvienta: Sí, lo he hecho alguna vez.
Ana: El objetivo es que la planta tenga un aspecto más ordenado.
Se cortan todas las ramas que nacen debajo del injerto y se
deja en cada rama sólo dos o tres yemas, las más cercanas a
la base. Con unas buenas tijeras se cortan todos los brotes
rebeldes y así la planta crece como quiere el jardinero.
Alguien me podó a mí, creo, y por eso me gusta ser
ordenada y que todo tenga un buen aspecto. ¡Pero cortar las
yemas impide que nazcan las flores! (Pequeña pausa.)
Bueno, pasemos a la cocina. El otro día se me cortó la
mayonesa. ¿Sabes como se recupera una mayonesa
cortada?
Sirvienta: Sí. Con agua caliente.
Ana: Hirviendo. Mucho mejor con una cucharada de agua
hirviendo. Aunque es difícil volver a ligar una pareja
cuando ya no hay nada en común, ¿no te parece? (Pequeña
pausa.) Venga, vamos a hacer la lista de la compra.
Oscuro.
Amor, prozac y dudas – 27 –

Escena 7 – Polla pequeña y suicidio


Cristina, Un ligue. Casa de Cristina. Mañana. Música de fondo. Él la
observa. Ella apaga la música.
Él: ¿Que te ocurre?
Cristina: Nada.
Él: Va, dime que te ocurre.
Cristina: Te digo que nada.
Él: De acuerdo.
Silencio.
Él: Escucha…
Cristina: ¿Podrías terminar de una vez, por favor? Quiero estar sola.
Él: ¿Ves cómo te ocurre algo?
Cristina: ¿Querer estar sola significa que te ocurre algo?
Él: Me parece que sí.
Cristina: Ya.
Silencio.
Cristina: ¿Quieres que te diga qué me ocurre?
Él: Estaría bien.
Cristina: Muy bien. Ocurre que no me enterado de nada.
Él: ¿Qué?
Cristina: ¿Te lo repito? Ayer no me corrí, esta mañana no ha habido
forma de excitarte ni de hacer nada, y ahora quiero estar
sola.
Él: ¿No te corriste?
Cristina: Pues no, no me corrí, no llegué al orgasmo.
Él: Pero si con los gemidos que hacías parecía que estuvieras
no sé dónde.
Cristina: Ay, hijo mío...
Él: Venga, me estás engañando…... Si estuvo… Si tú
también… Si cuando yo me corrí… tú también te…
Cristina: Venga, sigue, estabas a punto de decirlo. Yo también ¿qué?
Él: ¿No?
Cristina: No.
Amor, prozac y dudas – 28 –

Él: Coño. Lo siento.


Cristina: Gracias.
Él: ¿Seguro?
Cristina: Estuviste mucho rato encima mío, moviéndote, venga,
chiqui-chiqui, chiqui-chiqui, y anda que te estuviste rato,
sudando, venga, pero no notaba nada, o sea que yo, o tengo
el coño demasiado ancho o insensible, o tú la tienes más
pequeña de lo que crees, pero no, no notaba nada.
Él: Oye tía…
Cristina: ¿Qué?
Él: Me parece que mi polla está bastante bien. (Cristina
sonríe.) ¿O no?
Cristina: ¿Empalmada?
Él: Claro.
Cristina: Ya.
Él: Tía, mi polla está bien.
Cristina: Uy, ya hemos tocado el tema tabú: el tamaño de la polla.
Pues sí, lo siento: la tienes pequeña, muy pequeña. Estaba
por decirte que me dieras por el culo, a ver si sentía algo.
Él: ¿Entonces porqué gemías?
Cristina: Era para ver si acababas por correrte, aunque fuese por
empatía. Pensaba que si fingía pasármelo teta acabarías por
correrte y así acabábamos de una puñetera vez. Pero no, ni
tocándome las tetas, ni pasándome la barba por todo el
cuello, ni con la lengua ni con todas esas babas, ni yo
pellizcándote los pezones, ni casi clavándote las uñas,
había manera de que acabaras.
Él: ¿No os gusta hacerlo durar, a las mujeres?
Cristina: Si el polvo está bien, sí. Pero los dos tienen que estar
excitados y les vaya el morbo. Pero cuando una nota que el
otro, tú en este caso, la tiene… blandita (y pequeña, ya te lo
he dicho), pues mejor terminar de una vez. Si hasta me he
pensado que ayer te mataste a pajas tu solito y por eso no
dabas la talla. Porque, claro, el primer día que conocéis a
una tía, tenéis que dar la talla, y eso significa que os tenéis
que correr; si no, ¡habéis fracasado!
Él: Será mejor que te quedes sola, porque está de un imbécil
Amor, prozac y dudas – 29 –

subido, nena.
Recoge sus cosas y se marcha.
Cristina: Adiós, polla enana. Y si vuelves por el bar, no te olvides de
saludarme, te serviré una copa con mucho gusto… Y
prometo no decir nada.
Cierra de un portazo. Fuma, bebe, pastillas, etc. Ataque de nervios. Pone
música. Intenta bailar. Se acerca al teléfono y llama. Baja el volumen de la
música. Espera un rato. Habla al teléfono.
Cristina: Hola, soy yo… Te llamaba… para decirte algo… algo muy
simple… sólo una cosa: que por más que lo intente, no
puedo sacárteme de la cabeza. Que te necesito. Que te
quiero. Y te quiero tanto, que si me dijeras de que no te
deja más mensajes en el contestador lo haría, Iain, te lo
juro. Nunca más. No se me ocurre una prueba de amor
mayor.
Cuelga el teléfono. Vuelve a subir el volumen de la música. Vuelve a bailar.
SE dirige a la cocina y vuelve con un vaso de agua. Saca de un pote un
montón de pastillas de colores. Se traga una, y dos, y tres, hasta terminar
con el contenido. Sigue bailando.
Con el oscuro, la música cesa.
Amor, prozac y dudas – 30 –

Escena 8 – En el hospital
Ana, Rosa, una médico. Sala de espera de urgencias. Rosa se pasea. Entra
Ana.
Ana: ¿Qué te han dicho?
Rosa: Aún no saben nada.
Ana: Es horrible. ¿Porqué lo habrá hecho?
Rosa: Solamente ella lo sabe.
Ana: Y cómo lo has sabido?
Rosa: Por un compañero suyo del bar. No te lo vas a creer, pero
Cristina había puesto en la agenda de que en caso de
accidente me llamaran a mí.
Ana: Siempre ha confiado en ti.
Rosa: Me ha sorprendido. Pero se lo agradezco.
Ana: ¿Y que tenemos que hacer ahora?
Rosa: Esperar. Es lo único que podemos hacer.
Ana: ¿Y no ha dicho nada? ¿No has hablado con ningún médico
o ninguna enfermera?
Rosa: No. Bueno, sí. La están haciendo un escáner. No saben si
tiene el cerebro dañado.
Ana: Se morirá.
Rosa: Ana, por favor.
Ana: Se quedará subnormal.
Rosa: ¡Ana, no digas tonterías!
Ana: Pues paralítica.
Rosa: Ana, ¡basta! ¿Cómo quieres que se quede subnormal?
Ana: Puede que tenga una parte del cerebro afectada.
Rosa: Mira, Ana, con esto no podemos hacer nada. Pero hay más:
puede que nos pidan para ingresarla en un psiquiátrico. No
tenemos no siquiera el derecho a decidir sobre nuestra
propia vida. Si conseguimos suicidarnos, no pasa nada,
evidentemente, pero si fracasamos, nos pueden encerrar.
Ana: Ya estuvo a punto la otra vez.
Rosa: Seguramente nos lo pedirán. Pero no sé de qué servirá. Lo
que me da más miedo es que si sale de ésta, vuelva a
Amor, prozac y dudas – 31 –

intentarlo.
Ana: Dios mío.
Rosa: No sé si Dios tiene mucho que ver, la verdad.
Ana: Porque tú ya no crees.
Rosa: Por lo que sirve.
Ana: Pues suerte tengo yo, a veces, con rezar. A ti no te hace
falta, porque siempre has sido muy fuerte, pero yo…
Rosa: Ana, para ya de hacerte la víctima y de autocompadecerte.
Siempre has querido dar pena a los otros.
Ana: No es verdad.
Rosa: Ah, no. Nunca has superado dejar de ser la pequeña cuando
ella nació. Pasaste de las rabietas para llamar la atención a
hacerte la víctima.
Ana: Y tú la sobreprotegías.
Rosa: Porque tú la atacabas, y porque alguien tenía que cuidarla
mientas mamá trabajaba.
Ana: Y tú se lo consentías todo.
Rosa: Y tú no parabas de llorar.
Ana: Porque no entendía porque papá se había marchado.
Rosa: Y todavía no lo has entendido, ¿verdad?
Ana: No.
Rosa: Yo tampoco.
Ana: Mira, en algo nos parecemos.
Rosa: Es verdad.
Se ríen.
Rosa: En eso, y en la competencia que teníamos por Gonzalo.
Ana: Tú estuviste muy enamorada de él, ¿verdad?
Rosa: Sí. ¿Y tu?
Ana: También.
Rosa: Me duró un verano. Fue una locura. Estuve todo el invierno
pensando en él, sabía que volveríamos a vernos al verano
siguiente. Y llegó el primer día de vacaciones, y me dijo
“hola”, como si no hubiera pasado nada. Me cayó el alma a
los pies.
Amor, prozac y dudas – 32 –

Ana: También yo estuve enamorada, pero tampoco me hizo caso.


Rosa: Y va Cristina a la fiesta y él la mira, Y ella lo mira…
Ana: Ella sí se atrevió.
Rosa: ...y se fueron a la cama.
Ana: En cambio, nosotras, esperábamos que él diera el primer
paso, y no lo dio nunca.
Rosa: Yo diría que fue a partir de aquél éxito que Cristina decidió
llevarse a la cama todo lo que se le pusiera por delante.
¡Cómo ha cambiado! La quería con locura, de pequeña,
cuando le ponía los pañales, y le calentaba el biberón.
Ana: Y todavía la quieres. Entre hermanas, siempre te quieres.
Rosa: No siempre. Estoy segura de que ella no me puede ver, que
me ve como una feminista radical resentida de los
hombres.
Ana: Porque no has tenido suerte.
Silencio.
Rosa: ¿Y a ti, qué tal con Borja?
Ana: Bien. Todavía trabaja mucho, con el nuevo puesto.
Pensábamos que sólo sería al principio, pero creo voy a
tener que acostumbrarme. Menos mal que tengo la
sirvienta, para poder hablar. Pero es muy reservada y a
penas da conversación.
Rosa: Ana, estás encerrada en un castillo y te crees la princesa.
Pero es un castillo de arena, y las princesas sólo existen
porque existen los príncipes. Procura hacer algo por ti
misma. Trabajar a media jornada, o hacer algún cursillo,
algo que te guste…
Ana: No es verdad que sea una princesa encerrada. Además, me
he apuntado a un curso por las tardes.
Rosa: Ya, de bordados Richelieu, como si lo viera.
Ana: ¿Cómo lo sabes?
Rosa: ¡Ana, por favor!
Ana: Me lo paso muy bien. Me distrae. Y allí puedo charlar.
Rosa: No quería decir eso.
Ana: ¿Pero si me gusta, qué tiene de malo?
Rosa: No sé si llegaré a comprenderte nunca. Pero si te gusta me
Amor, prozac y dudas – 33 –

parece muy bien, no tengo nada que decir.


Ana: Porque tu nunca has sufrido los trabajos del hogar y las
cosas de costura, pero a mí…
Entra una doctora.
Doctora: ¿Familiares de Cristina Gaena?
Ana y Rosa: ¿Sí?
Doctora: Pueden acompañarme, por favor.
Rosa: ¿Cómo está?
Ana: ¡Rosa!
Doctora: De momento está fuera de peligro, pero debemos tenerla en
observación.
Rosa: ¿Y los aspectos legales?
Doctora: Hablamos dentro, por favor.
Salen las tres. Oscuro.
Amor, prozac y dudas – 34 –

Escena 9 – Ana en casa – Monólogos


Tres espacios simultáneos: casa de Rosa, de Ana y de Cristina. En un
primer momento, Ana en casa. Suena el teléfono. Lo coge.
Ana: Dígame. […] Sí, soy yo. […] Ay, ¡hola! No te había
conocido. ¿Cómo estáis? […] Vaya, ¿qué ha ocurrido? […]
Antonio? ¿Cómo ha sido? […] ¿Dónde, en qué hospital?
[…] No puede ser… Estuvimos cenando con él hará dos
meses.... […] Era muy amigo, de Borja sobretodo. […] Ya.
[…] Sí, ja se lo diré. […] Estará reunido. […] Gracias. […]
No sé qué decir. […] Gracias. […] Hasta luego.
Cuelga. Llora. Entra la Sirvienta.
Sirvienta: Señora, ¿dónde guardo la funda de la…? ¿Qué le ocurre?
Ana: Antonio ha muerto / Se ha muerto Antonio.
Sirvienta: Lo siento. ¿Era muy mayor?
Ana: Tenía la misma edad que Borja. Eran compañeros de
colegio.
Sirvienta: ¡Caramba!
Ana: Tráeme un paquete de clínes, haz el favor.
Sirvienta: Enseguida.
La Sirvienta sale. Entran Cristina y Rosa en sus respectivos espacios.
Cristina: Cuando vivía con mis hermanas y mamá, se ve que yo era
muy rebelde. En más de una ocasión mamá me dijo que no
podía conmigo y que cualquier día iba a hacer una
barbaridad. Pero nunca hizo nada: yo fui la primera. A los
dieciséis. Era un día que había bebido y volvía a casa a las
tantas de la mañana. Mamá me esperaba despierta y
tuvimos una bronca: que allí era su casa, que a ella se la
tenía que obedecer, que yo todavía era menor… en fin. La
dejé con la palabra en la boca y me encerré en mi
habitación.
Ana: Antonio ha sido el amor de mi vida. Borja no lo sabe. Se
cree que para mí sólo es un buen amigo.
Rosa: No puedo decir que tenga amigos, aunque es cierto que
mantengo cierta vida social. Mi vida es bastante previsible.
De hecho, el único misterio de mi vida, la única nota de
aventura, es esa retahíla de llamadas telefónicas sin sentido.
Todas las noches, en casa, desde hace unos días me llaman
casi siempre a la misma hora. Descuelgo el auricular y al
Amor, prozac y dudas – 35 –

otro lado de la línea escucho siempre la misma canción: La


hora fatal, de Purcell. No me imagino quien puede ser.
Cristina: Cuando pudieron abrir me encontraron inconsciente y me
llevaron a urgencias. Estuve ocho días en la UVI. Me había
tragado un montón de pastillas y había vaciado una botella
de pacharán. A mi no me gustaba en especial, pero la había
cogido porque sabía que era el licor preferido de mamá. Me
salvé por los pelos. Desde entonces mamá dice que haga lo
que quiera con mi vida, no porque hubiera ganado la
batalla, sino porque dice, para joderme, que estoy viviendo
de regalo. Pero aquello solo fue el primer susto. El
psicólogo al que me mandaron no sirvió de nada: dos años
más tarde, lo volvía a intentar. Esta vez fueron las venas.
Me las corté en la bañera, mientras me bañaba. Se
enteraron per el agua roja que salía por debajo de la puerta.
Me llevaron a una psiquiatra joven que se las daba de
simpática diciéndome que a ella también le había ocurrido
lo mismo. Mentira. Ella no era la pequeña de tres hermanas
ni su padre las había abandonado para rehacer su vida. El
suyo murió de accidente. Desde entonces me he
comportado, y no había vuelto a hacer ninguna tontería.
Rosa: Intenté que la compañía telefónica me hiciese llegar un
listado de las llamadas recibidas, pero me dijeron que era
técnicamente imposible. He reflexionado mucho, y he
llegado a la conclusión de que tiene que ser alguien que
conoce mi pasado, porque es una canción que me empeñé
en cantar en el colegio, cuando tenía nueve años, aunque la
profesora procuró dejarme bien claro que era imposible que
a mi edad pudiera entender algo de lo que Purcell quería
transmitir. Pero no era cierto: lo entendía, Y llegué a llorar
cantando aquella canción. En definitiva pues, he llegado a
la conclusión de que tiene que ser uno de los cuatro
amantes que he tenido. Ya sé que no son muchos, dada mi
edad, pero considero que ha sido más por circunstancias
que por otra cosa. Al primer momento, creí que era aquel
profesor casado con quien me enrollé, no porque me
gustara, sino porque decidí que ya iba siendo hora de dejar
de ser virgen a los veintiuno. Pero no creo que ni él ni
ninguno de los otros haya podido conseguir mi teléfono. O
sea, que no sé quien es.
Ana: Cuando tenía quince años, salí con Antonio. No llegamos a
hacer nada, pero recuerdo perfectamente sus labios cuando
Amor, prozac y dudas – 36 –

los colocaba suavemente en mi nuca, aquí, y se estaba


quieto, casi sin respirar, Y entonces presionaba poco a
poco, hasta que me daba el beso. Cada vez me ponía la
carne de gallina. Sólo fue un verano. Después nos volvimos
a ver, pero ya fue como amigos. Hasta que hace dos meses,
Borja lo invitó a pasar un fin de semana en casa.
Rosa: Hay momentos en que incluso deseo que me llamen para
ponerme la canción.
Cristina: Nunca he intentado suicidarme de verdad. Quien lo quiere
hacer de verdad, lo consigue a la primera.
Rosa: Mientras tanto, sigo produciendo información que sirva
para tomar decisiones al equipo directivo de la empresa.
Toda la información que produzco está almacenada en mi
ordenador y sólo yo tengo la llave de acceso. Yo y la caja
de seguridad del banco, lo que significa que la información
que produzco no se perdería, lo que significa que soy
sustituible, y que si me muriera, no pasaría absolutamente
nada.
Ana: Me pasé toda la semana con pesadillas. Me aparecía en
cada sueño. Pero lo superé y les ofrecí una cena espléndida.
Luego salimos a tomar una copa, y Antonio me sacó a
bailar. Y se puso a recordar la fiestas de verano, cuando
teníamos quince años, y dijo que lo recordaba con
diversión.
Cristina: Me han preguntado muchas veces sobre mi infancia y mis
experiencias sexuales. Algunos se escandalizan cuando les
cuento que perdí mi virginidad a los nueve años. Enseguida
ponen cara de excitados y se imaginan a mi padre
violándome. Pero la verdad es mucho más simple. Me follé
a Gonzalo, un primo que traía de culo a mis dos hermanas
mayores. Y me lo follé porqué quise. Pero no me quedé
preñada. Aún no tenía la regla.
Rosa: La semana pasada fue mi cumpleaños. Calculé la esperanza
de vida queme queda, y por primera vez desde que trabajo
en la empresa, decidí pedir un día libre. Era un viernes. Me
subí al coche dispuesta a marchar donde fuera, dónde me
llevase el coche. Alguna fuerza extraña e insistente me
condujo hasta Fuengirola, done veraneábamos antes de que
papá nos dejara. Cuando llegué ya era más de media tarde
y me dirigí directamente a la playa. Hacía viento. Y de
repente, hice balance de mi vida: diez millones al año, un
Amor, prozac y dudas – 37 –

BMW, un apartamento en propiedad en una buena zona


residencial, ninguna perspectiva de casarme o tener hijos,
nadie que me quiera de manera especial. Y no me sentí
mal. Deben de ser las pastillitas blancas y verdes que tomo
a diario. Las preocupaciones me resbalan, como el agua
sobre una sartén engrasada. Era fuera de temporada, pero
encontré un chiringuito abierto y pedí una copa de vino. Y
después otra, y otra. Estaba dispuesta a beberme tantas
copas como años cumplía aquél día. No recuerdo cuantas
tomé. Cuando salí de aquella terraza, ya había caído la
noche. Me descalcé y empecé a caminar per la playa,
directa hacía las olas. El agua era fría, pero seguí andando
dispuesta a ahogarme y morir joven y con elegancia. Como
Virginia Woolf.
Ana: No entiendo como podía recordarlo con diversión. No hubo
diversión. Nunca.
Cristina: He reflexionado sobre el porque de este último intento, y
he llegado a la conclusión de que es porque ha sido la única
vez que me enamorado de verdad. Iain era extraordinario.
Bueno, todavía lo debe ser. Sus besos no eran besos
normales. Apoyaba sus gruesos labios en mi piel, como si
fuesen ventosas. Me besaba sin parar. El milagro de los
peces y los besos. Más hay cuanto más repartes. Y cuando
estoy deprimida, enseguida aparece el diagnóstico:
ciclotimia, personalidad depresiva, carencia de serotonina,
exceso de testosterona. Tomo pastillas. Cuando salgo de
marcha también tomo pastillas. Desde hace bastante.
Sobretodo cuando salía con Iain. Con él, el éxtasis nos
amplificaba la sensibilidad hasta puntos inimaginables. El
roce de la piel era suficiente para llevarnos al orgasmo.
Rosa: La luz del día me despertó. Lo único que recuerdo es tener
mucha sed y un dolor de cabeza denso y profundo.
Mientras regresaba por la autopista, no podía dejar de
pensar en qué había fallado en mi vida. Las ganancias
apenas superaban las pérdidas. Entre las rayas discontinuas
de los carriles de la autopista, me di cuenta de que estaba
trazada para seguir los deseos de los demás. Pensé en soltar
las manos del volante y dejar que el coche se despeñada en
una curva. Pero no lo hice, porque en el fondo soy idéntica
a mi ordenador, que dispone de una batería de emergencia
que se conecta automáticamente en caso de un fallo en la
corriente eléctrica. Diseñada para durar y programada para
Amor, prozac y dudas – 38 –

seguir adelante.
Ana: Tuvo el valor de decirle que fue precisamente en una de
aquellas fiestas cuando yo perdí mi virginidad con él. Y
puso cara de extrañada. ¡No lo recordaba! Para él, debió de
ser un polvo más. Pero yo lo recuerdo perfectamente.
Recuerdo cómo nos tendimos en aquél suelo mojado, cómo
é me desabrochó la blusa y comenzó a manosearme los
pechos, cómo después me bajó las bragas y me metió
mano entre las piernas, cómo de pronto me encontré con
que le tenía encima e intentaba metérmela, pero no podía,
porque me escurría, y él venga insistir, y yo procurando
moverme continuamente, pero él no me dejaba, cómo
intenté arañarle la cara, y cómo me cayó aquél golpe en
toda la cara, y la sangre que fluía por mi nariz, y no podía
respirar porque me ahogaba, cómo intentaba mantener
unidas mis piernas para que no me penetrase, y como mis
gritos se perdían por el espacio, y su aliento, y sus babas, y
el dolor que sentí cuando por fin consiguió meterme dentro
aquel pedazo de hierro candente, como una aguja, como un
dolor más intenso que el de una quemadura, y cómo él
empezó a jadear cada vez más fuerte hasta que al final se
paró con todos sus músculos en tensión. Y cómo él se
levantó, y cómo me agarró para que me levantara, y llevó a
rastras hasta la moto, y me llevó a casa, y cómo yo,
mientras subía por las escaleras me sentía culpable, porque
era yo quién le había pedido para ir en aquel bosque, los
dos, solos.
Cristina: Una vez bebió demasiado y cuando salimos del bar empezó
a gritarme. Siguió gritando hasta que llegamos a casa. Le
dije que no era suya, que no era de nadie, y que hacía con
mi cuerpo lo que me daba la gana. Que no soporto que me
griten. Que ya he oído suficientes gritos a lo largo de mi
vida. Pero él seguía gritando. Entonces cogí un cuchillo de
la cocina y le advertí que si se acercaba a mí le mataría.
Dijo que no tenía valor, pero levanté la mano y me corté.
Fuimos al dispensario. De vuelta a casa, empezó a besarme
las puntas de los dedos, una por una, y no dejaba de repetir
que lo sentía, que lo sentía mucho. Me folló una y otra vez,
y cada vez que acababa yo repetí que tendría que irse, que
podía follarme todo lo que quisiera y que eso no cambiaría
las cosas. Dijo que si le pedía que se marchara no volvería
más. Y se lo dije: vete.
Amor, prozac y dudas – 39 –

Oscuro.
Amor, prozac y dudas – 40 –

Escena 10 – Ana pide el divorcio


Ana, Borja. Borja termina de vestirse para ir a trabajar. Ana en bata.
Ana: ¿Te hago café?
Borja: No tengo tiempo, ya lo tomaré en la oficina.
Ana: Tampoco hoy vendrás a comer.
Borja: No creo, pero procuraré hacer un hueco. Si puedo te llamo,
¿de acuerdo?
Ana: Borja.
Borja: Qué.
Ana: Quisiera hablar contigo.
Borja: ¿Qué te ocurre?
Ana: Hace días que estoy dándole vueltas.
Borja: ¿Con qué?
Ana: Con nosotros dos.
Borja: Ana, tienes que procurar distraerte.
Ana: No soy feliz.
Borja: Ana, por favor... (Intenta consolarla.)
Ana: Borja...
Borja: Qué.
Ana: Quiero divorciarme de ti.
Borja: ¿Qué?
Ana: Quiero divorciarme.
Borja: Quieres divorciarte.
Ana: Sí.
Borja: De mi.
Ana: Sí.
Borja: ¿I porqué?
Ana: No lo sé, pero quiero divorciarme.
Borja: ¿Cómo se llama?
Ana: Borja, quiero divorciarme de ti, no quiero juntarme con
nadie más.
Borja: Pero hay alguien.
Amor, prozac y dudas – 41 –

Ana: No hay nadie, te lo aseguro.


Borja: ¿Entonces porqué quieres divorciarte?
Ana: Porque... no puedo continuar viviendo así. Lo necesito.
Borja: ¿Y el niño?
Ana: No lo sé. Tendremos que hablarlo. Será mejor que te lo
quedes tú.
Borja: Ana, ¿qué es esto? Lo tienes todo: me tienes a mí, tienes al
niño, tienes una casa, una casa de casi cien millones,
tienes… tienes sirvienta para que no vayas tan… vaya, lo
tienes todo.
Ana: Borja: sólo quiero divorciarme.
Borja: ¿Y tu madre?
Ana: ¿Qué mi madre?
Borja: ¿Qué va a decir tu madre cuando sepa que quieres
divorciarte?
Ana: No creo que diga nada. Además, me da igual.
Borja: ¿Y desde cuanto tienes esta manía?
Ana: No lo sé.
Borja: No lo sabes.
Ana: No. Ayer lo vi claro. Eso es todo.
Borja: Mira, Ana, quédate en casa, duerme si quieres, relájate,
tómate lo que quieras , y hablamos por la noche, ¿de
acuerdo? O a mediodía. Ya te llamaré. Tengo que
marcharme, ahora. ¿De acuerdo?
Ana: De acuerdo. Adiós.
Borja: Hasta luego. Ya te llamaré.
Borja se va. Pausa. Ana coge el teléfono y llama.
Ana: Hola, soy yo. […] No, era pare decirle que no hace falta
que venga hoy. Borja se ha tomado el día libre y nos vamos
fuera. […] No, no hace falta, ya lo hará mañana. […] Sí,
seguro. No se preocupe. […] Tómese el día libre usted
también. […] Muy bien, hasta mañana.
Cuelga. Se sienta. Llora. Coge las pastillas y se dispone para tomárselas.
Cristina llama por teléfono.
Cristina: Hola, soy yo. Te llamo para decirte que te hecho de menos,
Amor, prozac y dudas – 42 –

que no hay día en que no me ponga a llorar pensando en ti.


Llámame por favor.
Cuelga. Ana mira las pastillas. Las lanza a un rincón. Ataque de nervios.
De repente, vuelve a llamar por teléfono. Se oye el teléfono de casa de
Rosa. Descuelga.
Rosa: ¿Diga?
Ana: ¿Rosa?
Rosa: ¿Si?
Ana: Soy Ana.
Rosa: ¿Qué ocurre?
Ana: Tenías razón, Rosa, vivo en un castillo de arena y me creo
la princesa. Pero está llegando una ola gigante para acabar
con todo: castillo, príncipe y final feliz.
Rosa: Ana, iba a marcharme. ¿Te importa que te lame desde la
oficina?
Ana: He dicho a Borja que quiero el divorcio.
Rosa: Ana...
Ana: No se lo ha creído, pero es verdad. (Pausa.) ¿Me oyes?
Rosa: Sí.
Ana: Hay otra cosa. Quiero que me ingresen. Levo días, meses,
con tranquilizantes…
Rosa: Bueno, también yo tomo Prozac desde hace meses.
Ana: También estoy tomando anfetaminas, para adelgazar. Lo
mezclo todo. Un cóctel fantástico, explosivo. Estoy
intoxicada.
Pausa. Cristina vuelve a llamar por teléfono.
Cristina: Hola, soy yo. Te llamo para decirte que te hecho de menos,
que no hay día en que no me ponga a llorar pensando en ti.
Llámame por favor.
Cuelga. Ana y Rosa siguen hablando por teléfono.
Ana: ¿No dices nada?
Rosa: ¿Que quieres que diga?
Ana: No lo sé, ¿qué te parece?
Rosa: Nada.
Amor, prozac y dudas – 43 –

Ana: Aún hay más. He dicho a Borja que puede quedarse con el
niño, que me da igual. Estaba muy nerviosa. ¡Claro que lo
quiero! Pero no sé si él podrá utilizar esto de ingresarme en
un centro para reclamar legalmente la custodia del niño.
Rosa: Hablaré con mi gabinete de abogados, a ver quien se ocupa
de temas matrimoniales.
Ana: Gracias.
Pausa.
Ana: ¿Cómo lo ves?
Rosa: La vida es una lucha y no se puede salir derrotada.
Ana: No Tengo nada contra Borja. Soy yo, únicamente yo.
Rosa: Lo entiendo perfectamente.
Pausa.
Rosa: Ana...
Ana: Dime.
Rosa: Enhorabuena.
Ana: Gracias.
Rosa: ¿Te llamo luego?
Ana: Sí, gracias.
Rosa: Hasta ahora.
Ana: Hasta ahora.
Cristina: Hola, soy yo. Llamo para decirte…
Rosa cuelga y prepara unos documentos. Ana ha acabado llorando. Se
seca las lágrimas. Coge el disco de Purcell y llama por teléfono. Vuelve a
sonar el teléfono de Rosa. Descuelga.
Rosa: Dime. (Pausa.) ¿Ana?
Se oye La hora fatal, de Purcell. Rosa se queda inmóvil. Mientras suena la
música, Rosa se sienta lentamente, coge sus cápsulas y las vacía de una en
una. Cristina sigue dejando mensajes en el contestador de Iain. Sigue la
música.
Oscuro lento.

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