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Étienne Souriau
Étienne Souriau
LOS DIFERENTES MODOS DE EXISTENCIA
seguido por
Del modo de existencia
de la obra por hacer
Editorial Cactus
Perenne
Souriau, Étienne
Los diferentes modos de existencia / Étienne Souriau; prefacio de Bruno Latour; Isabelle Stengers
1a ed. volumen combinado. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Cactus, 2017.
256 p.; 20 x 14 cm. - (Perenne)
Traducción de: Sebastián Puente
ISBN 978-987-3831-20-1
1. Filosofía. 2. Estética. 3. Filosofía del Arte. I. Latour, Bruno, pref. II. Stengers, Isabelle, pref.
III. Puente, Sebastián, trad. IV. Título.
cdd 121
Cet ouvrage, publié dans le cadre du Esta obra, publicada en el marco del
Programme d'Aide à la Publication programa de Ayuda a la Publicación
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ÍNDICE
Étienne Souriau
Los diferentes modos de existencia
Apéndice
Del modo de existencia de la obra por hacer
por Étienne Souriau��������������������������������������������������������������������������������������������������������������������������������225
La esfinge de la obra
(Selección)
por Isabelle Stengers1 y Bruno Latour2
Las grandes filosofías solo son difíciles por la extrema simplicidad de las
experiencias que buscan captar y para las cuales no encuentran en el sen-
tido común más que conceptos prefabricados. Esto es lo que sucede con
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La esfinge de la obra
12
La esfinge de la obra
13
Isabelle Stengers y Bruno Latour
10 Esa misma relación es la que uno de nosotros ha intentado designar con el
neologismo de “factiche”. Ver Latour, 2009.
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La esfinge de la obra
Un proyecto monumental
14 Souriau, 1925, p. 232. Volveremos a encontrarnos con este tema capital en
la definición de los reicos, p. 38 y siguientes.
15 Souriau, 1925, p. 234.
16 Término de filosofía antigua que significa “plenitud”. Existen numerosos
pléromas para Souriau, y por ejemplo el de los “filosofemas”, que hace existir la
labor de los filósofos –ver Souriau, 1939–.
21
Isabelle Stengers y Bruno Latour
Al pie de la obra
31 Souriau, 1925, p. xiii. La cita interviene en un texto intitulado “Treinta años
después”, escrito por Souriau en 1952, con motivo de la reedición de su libro.
29
Isabelle Stengers y Bruno Latour
(fin de la selección)
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apéndice
Étienne Souriau
del MODO DE EXISTENCIA
de la obra por hacer
Apéndice
Del modo de existencia
de la obra por hacer1
Anhelo poner a prueba aquí algunas ideas que me son caras. Me son
caras, y sin embargo anhelo ponerlas a prueba, ofreciéndolas a vues-
tra discusión. ¿Por qué? Porque no son de esas en las que uno deba
entregarse demasiado fácilmente al placer de afirmar.
Planteo un problema. Digo que nos concierne a todos, en tanto
que hombres y en tanto que filósofos. ¿Cómo podría decirlo, si no
obtengo el asentimiento de otros filósofos, de formación y de ideales
tan diversos como sea posible, de acuerdo conmigo para afirmar la
urgencia y la universalidad de este problema?
Y para intentar resolver ese problema, intento apelar a una experien-
cia de un cierto género. Pero cuanto más crucial y preciada me parece
esa experiencia, y más me parece que interviene en la trama íntima de
todas las cosas que no existen más que a medias. Admitiendo que todo
esto cae bajo la ley de una suerte de intuición intelectual, arriesgaría
caer en la fantasía o la superstición filosófica. Tomaré igualmente severas
precauciones. Evitaré toda apelación a la idea de finalidad, veremos en
un rato por qué, pues volveré sobre ello. Buscando la relación entre la
existencia virtual y la existencia concreta (les pido que me permitan
estos términos provisorios, necesarios para que no avance en nada que
no sea positivo y seguro), me parece que no tengo aquí más que un
único asidero existencial, el del pasaje de un modo al otro, y de esa
transposición progresiva por la cual, en un proceso instaurativo, lo
que primero solo estaba en lo virtual, se metamorfosea estableciéndose
progresivamente en el mundo de la existencia concreta.
Una metamorfosis... Conocen sin duda ese texto tan delicioso del
filósofo chino Tchouang Tseu: una noche, Tchouang Tseu soñó que era
una mariposa que revoloteaba sin preocupación. Después se despertó,
y se dio cuenta de que era el miserable Tchouang Tseu. “Ahora bien
–agrega– no se puede saber si Tchouang Tseu se ha despertado después
de haber soñado que era una mariposa, o si la mariposa ha soñado que
se convertía en Tchouang Tseu despierto. Pero pese a ello –agrega el
filósofo– entre Tchouang Tseu y la mariposa hay una demarcación. Esa
demarcación es un devenir, un pasaje, el acto de una metamorfosis”.
Nada es más filosófico. Y pensándolo como hay que pensarlo, tengo
aquí efectivamente el principio de una solución a mi problema.
No puedo captar separadamente ni la existencia llana y simple de
la cosa física, por ejemplo, en cualquier caso dada concretamente, sin
su halo de llamadas hacia una consumación; ni la virtualidad pura de
esa consumación, sin los datos confusos que la bosquejan y la llaman
en lo concreto. Pero en la experiencia del hacer, capto la metamorfosis
progresiva de una a otra, veo cómo esa existencia virtual se transforma
poco a poco en existencia concreta. Mirando obrar al estatuario, veo
cómo la estatua, primero obra por hacer absolutamente distinta del
bloque de mármol, se encarna poco a poco en el mármol con cada
golpe del cincel y del mazo. Poco a poco el mármol se metamorfosea
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Apéndice
habría creación. No me dejo llevar aquí por una suerte de mística del
esfuerzo creador, constato simplemente que el creador casi no escapa a
esta suerte de mística por la cual se justifica su esfuerzo. Particularmente
en la creación artística, habría una suerte de prostitución en el hecho
de hacer de la humanidad propia un medio para la obra, si no hubiera
en la obra algo que parece ameritar el don de un alma, y a veces de una
vida; en cualquier caso, de inmensos trabajos. Es eso efectivamente lo
que permite hablar como de una realidad de esa obra que todavía no
existe, y que quizás nunca se haga. No postulo lo que está en discusión
cuando supongo el ser de la obra en esta doble existencia, si realmente
sostengo a esta última en ese acto de la metamorfosis que intento captar.
Es por esto que, como les he dicho, para designar esta forma espiritual
dejo completamente de lado todo lo que podría remitirse a la idea de
proyecto. Al igual que por un lado he descartado la idea de finalidad,
con la futuridad de la obra lograda, descarto asimismo por otro lado el
proyecto, es decir lo que bosqueja en nosotros mismos la obra en una
suerte de impulso, y por así decirlo la arroja hacia adelante de nosotros
para volver a encontrarla en el momento de la consumación. Pues al
hablar así, se suprimen de otra manera, de los datos de la cuestión,
toda experiencia sentida en el transcurso del hacer. Particularmente
se desconoce la experiencia, tan importante, del avance progresivo de
la obra hacia su existencia concreta en el transcurso del trayecto que
conduce hacia ella. Permítanme retomar aquí una idea que me es cara
desde hace un largo tiempo (la he presentado desde la primera obra
que publiqué), oponiendo así el proyecto y el trayecto. Al considerar
solamente el proyecto, se suprime el descubrimiento, la exploración, y
todo el aporte experiencial que adviene a lo largo del decurso historial
del avance de la obra. La trayectoria así descripta no es simplemente
el impulso que nos hemos dado. Es también la resultante de todos
los encuentros. Una forma esencial de mí mismo, que asumo como
estructura y como fundamento de mi persona, no está, en el transcurso
de mi trayecto vital, sin exigir constantemente mil esfuerzos de fide-
lidad, mil aceptaciones dolorosas de lo que capta esta forma a través
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Del modo de existencia de la obra por hacer
en el único de esos Emaús que revienta el techo habitual del arte y nos
transporta en plena sublimidad.
Tal es esta primera forma de la experiencia de la obra por hacer,
que he llamado la situación interrogante. La forma espiritual postula y
define con precisión la naturaleza de una respuesta que no es insuflada
al artista por ella, sino que ella exige de él.
En segundo lugar, señalaré lo que llamo la explotación del hombre
por la obra.
Esa proposición que deberá hacer el artista en respuesta a la pregunta
planteada por la obra, evidentemente la saca de sí mismo. Galvaniza
todas sus potencias de imaginación o de recuerdo, hurga en su vida y
en su alma para encontrar en ellas la respuesta buscada. Sabemos (hice
alusión a esto hace un momento) que cuando Beethoven buscaba el
motivo musical que precede en la Novena al Himno a la alegría, terminó
por encontrarlo en una obra que ya había hecho, un “divertimento”
sin mucho alcance, pero al que un simple cambio de ritmo lo elevó
a la altura que exigía la obra. Bajo la pluma de Goethe, Charlotte
está hecha con rememoraciones de sus amores con Frédérique Brion
o con Charlote Buff, y así sucesivamente. Pero es la novela que está
escribiendo la que hurga en su alma, la que toma los recuerdos y las
experiencias utilizables para nutrirse. ¿Se debe decir que Dante utilizó
en la Divina Comedia las experiencias de su exilio, o que la Divina
Comedia necesitaba el exilio de Dante? Cuando Wagner se enamora de
Mathilde, ¿no es Tristán la que necesita a Wagner enamorado? Pues así
es que somos concernidos y empleados por la obra, y que arrojamos a
su crisol todo lo que encontramos en nosotros que pueda responder a
su demanda, a su llamado. Todas las grandes obras toman al hombre
en su totalidad, y el hombre ya no es más que el servidor de la obra, ese
monstruo que hay que alimentar. Científicamente hablando, se puede
hablar de un verdadero parasitismo de la obra respecto del hombre.
Y ese llamado de la obra, es un poco como ese llamado del niño que
despierta a su madre en pleno sueño. Ella siente de inmediato que él
la necesita. Ese llamado de la obra lo conoce todo el mundo, porque
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Del modo de existencia de la obra por hacer
épocas, los artistas cuyos bosquejos o bocetos son mejores que las
obras terminales. No creamos tampoco que se trata, como llegado
el caso podría pensarse que se trata en la dialéctica platónica, de una
adición sucesiva de determinaciones, de suerte que su número mediría
la distancia, no respecto del acabamiento, sino respecto del punto de
partida. Todos sabemos que a veces el bosquejo, más complicado,
físicamente, geométricamente, tiene formas mucho menos simples
que la obra terminal, con frecuencia más despojada y más pura en sus
formas. Por lo tanto, uno pensaría un poco rústicamente si buscara
cualquier solución de este tipo al problema del acabamiento. Ahora
bien, no necesito decirles que este problema del acabamiento es muy
a menudo la piedra con la que tropieza toda teoría de la instauración.
Ni siquiera recuerdo haber leído nada que responda a este problema
del acabamiento, no digo de una manera suficiente, sino solamente
de una manera cualquiera, en ninguno de los autores filosóficos o en
otros que han abordado este problema de la dialéctica instaurativa.
Ni en Hegel, ni en Hamelin. No ocurre, por otra parte, que incluso
el artista más experimentado o más genial no tenga sus inquietudes
y sus errores al respecto. Un Da Vinci era de los que no se decidían
a abandonar la obra. Y se puede pensar que un Rodin, a veces, por
temor a ir demasiado lejos, ha abandonado en un momento demasiado
temprano. Estimación difícil, en la cual luchan confusamente entre
sí factores tales como la pena por alienar completamente la obra, por
cortar el cordón umbilical, por decir: ahora no soy nada para ella.
O también la nostalgia de la obra soñada, el horror a esa inevitable
dimensión de fracaso de la que hablaba hace un momento. Y a veces
también el miedo a estropear la obra ya satisfactoria, por un error de
último momento. Pero a través de todos estos tormentos del último
momento que no quisiera ser el último, o que teme extralimitarse, no
deja de ser cierto que es efectivamente una experiencia directa la que
interviene, en ese último momento. Experiencia cuyo contenido, de
cualquier manera que se lo interprete, supone siempre esa referencia
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Apéndice
todo lo que obró una vía por la cual no hemos avanzado; por todo lo
que dibujaba fuerzas más tarde inutilizadas, anquilosadas, desecadas
por la vida, que no siempre es consumación. Y si pensamos en un
mundo terrenal digno de ser habitado por el hombre verdaderamente
consumado, ese Hombre consumado, llegado a su estadio sublime y
convertido en el maestro de los destinos de todos los demás seres de
ese mundo, toma a su cargo esos destinos. Me gustaría haberles hecho
sentir un poco conmigo este tema que filosóficamente me obsesiona,
que desde este punto de vista, no hay ningún ser –la mínima nube,
la flor más pequeña, el pájaro más pequeño, una roca, una montaña,
una ola del mar– que no dibuje tanto como el hombre, por encima
de sí mismo, un posible estado sublime, y que de esta manera no
tenga aquí algo que decir por los derechos que tiene sobre el hombre
en tanto que este se haga responsable de la consumación del mundo.
No solo la consumación filosófica, lo cual es evidente, sino incluso la
consumación concreta de la Gran Obra.
Podría comentar estas cosas planteando problemas más técnica-
mente filosóficos. Por ejemplo, evocando el Cogito bajo ese aspecto
de obra, con todo lo que implica de hacer, y de ayuda recibida;
mostrando todas las solidaridades que dibuja entre nosotros, el Yo
del Cogito, y todos los datos cósmicos que cooperan con su obra,
en una experiencia común donde todo junto busca su camino a la
existencia. Pero esto es otra historia. No quisiera caer aquí en ese
pan de cada día, a veces un poco seco, de las discusiones filosóficas
técnicas en las que con demasiada facilidad perdemos de vista el
aspecto más vital de nuestros problemas.
Quisiera haber contribuido un poco a poner aquí el acento sobre lo
que tiene efectivamente de vital la cuestión que he querido someter a
vuestras reflexiones. Dije que sometía estas ideas a vuestras reflexiones
para mi beneficio personal. Pero lo que más me cautiva, es lo que
aquí no tiene nada de personal, es lo que, por el contrario, debe ser
compartido entre todos, sentido por todos ustedes, si todo lo que he
bosquejado ante ustedes es exacto. Hablo de ese llamado que se dirige
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Del modo de existencia de la obra por hacer
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Esta primera edición en castellano se terminó de imprimir
en los Talleres Gráficos Elías Porter y Cía. srl, Plaza 1202, Buenos Aires, Argentina,
en el mes de julio del año dos mil diecisiete.