Vous êtes sur la page 1sur 16

Julliette

En su fondo mi alma lleva un tierno secreto solitario y perdido, que yace


reposado;
mas a veces, mi pecho al tuyo respondiendo, como antes vibra y tiembla
de amor, desesperado.

Un sueño de piedra se amontona en mi alma y veo como el caudal de mis


lamentos me degolla, veo mi sangre sucumbir ante ti

La nieve arrastra gotas de sudor arrastra tus huellas diminutas,


mis alargadas venas negras. Las arrastra por el río azul de mi tumba.

¡Eterna y muda, así es tu belleza! Inmortal y peligrosa es mi libertad,


mas sin ese pecho tuyo respondiendo seria imposible evitar lo que hoy
parece una irrealidad.

El silencio irrumpió en el salón. La música dejó de sonar y la gente


ya no bailaba más… En medio de aquel enorme palacio sin eco, una mujer
yacía en el suelo. Un hombre muy nervioso se acercó a ella y la trató de
reanimar. Se puso muy pálido y empezó a temblar al ver que aquella
dama no respondía ante sus llamados. Los murmullos empezaron a
romper el ambiente, él miró a su alrededor como buscando a una persona.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y sin decir nada, cogió a la mujer en sus
brazos y salió como alma que lleva el diablo.
Poco tuvo que hacer ante lo inevitable, un coche lo estaba
esperando en la puerta, aquel desmayo era parte del plan y la impotencia
que sentía era demasiado grande como para resistirse a lo que el destino
ya había marcado desde hacía muchos años atrás… Eduardo siempre lo
quiso ignorar, nunca quiso admitir que la había perdido, que aquel
miserable ser lo había derrotado y que ahora su tan preciado tesoro se
dirigía a su lugar de descanso y de desvelo eterno…
La carroza volaba cortando el viento con los pasos densos de los
caballos, la noche era negra como el vestido de Julliette. Esa delicada
muchacha, tan hermosa, que ahora se encontraba tan pálida en los brazos
de Eduardo… Él la amaba desde el momento que la vio en aquella fiesta

1
hacía ya tantos años. Nunca nadie imaginó lo que ese día significaría para
ambos.
La oscuridad se hacía cada vez más profunda mientras se alejaban
del pueblo. Los árboles del viejo bosque parecían llorar por la pérdida que
esa niña tan hermosa, Julliette…
De repente el carruaje se paró. Cuando Eduardo miró por la
ventana, la puerta del cementerio del pueblo estaba abierta de par en par.
Los caballos atemorizados impedían que el carruaje avanzase. Ahora
tenían que seguir ellos dos; Él, lleno de rencor y de odio junto con la
pequeña dama que llevaba en brazos. Su pelo largo, negro como la misma
noche, le rozaba las rodillas con el movimiento de la caminata, sus labios
estaban rojos como la sangre, pero su piel era tan pálida como la misma
muerte.
Un hombre de mirada inquietante les salió al alcance y los miró de
pies a cabezas. Llevaba una chaqueta negra y tenía el pelo muy rubio. Los
condujo por entre las tumbas sin decir una palabra y Eduardo vio que a lo
lejos estaba la casa de aquel ser que tanto odiaba y al cual tenía que
entregar a su gran amor. Cogió fuerzas de donde pudo y subió la cuesta
que llevaba a la casa, en lo alto de una colina. El viento se hizo cada vez
mas fuerte y el cielo tupido de nubes amenazaba con llover… Todo se
había paralizado ante lo que estaba a punto de suceder.
Llegaron ante un gran portal de rejas que separaban el cementerio
de la casa. El misterioso hombre abrió la puerta y le señaló con la mano
para que siguiese sólo hasta llegar a lo alto. El resto ya todos lo sabían de
sobra. Así que Eduardo subió, respiró profundamente para armarse de
valor y llegó a la gran puerta de madera de la casa y en sus brazos
llevaba a Julliette…
La puerta se abrió sin necesidad de tocarla, dudó un poco antes de
entrar. Quería creer que había todavía una oportunidad más para salvarla
de aquellas garras asesinas, pero en el fondo de su corazón sabía que ya
nada podía hacer.
─ ¡Lo conseguiste!... Es tuya.─Gritó.
Se arrodilló y dejó en el suelo a su pequeña amada. La vio tan
dulce y tan fría a la vez. Su corazón lloraba de dolor, se desgarraba al
soltar los cabellos oscuros en el suelo. Nadie podría aceptar lo que estaba

2
haciendo, mas él ya no daba más. Estaba cansado de luchar contra el
destino, de luchar contra un ser superior a él, contra un ser el cual
Julliette amaba…
Era un momento de resignación total, el mundo se había
derrumbado ante los pies de ese ser mitológico… Unos pasos se
escucharon en la oscuridad en medio de ese silencio tenebroso. Era él, el
ser que tanto odiaba Eduardo y que ahora había vencido en la
interminable lucha por el amor de una simple mortal.
Eduardo se levantó del suelo, se secó las lágrimas y esperó lleno de
impaciencia. Los pasos se hacían cada vez más fuertes, el aire se
comprimía y el frío era casi insoportable.
Un hombre muy alto con el rostro cubierto por una larga melena
apareció en la habitación. Llevaba un abrigo negro, su piel era blanca y
pálida. Sus ojos que traspasaban con una fuerza extraordinaria el pelo
que le caía… Aquella imagen Eduardo nunca la iba a olvidar, pero esta no
era la primera vez que se veían. Ya antes habían tenido otros encuentros,
solo que este superaba cualquier otro.
─ Has ganado, es tuya. ─ Repitió con la voz entrecortada.
Esas fueron unas palabras que nunca antes pensó que pronunciaría,
mas el amor que sentía por ella era más fuerte de lo que imaginaba. Se
dio la vuelta y sin volver la mirada, salió del lugar. Trataba de no llorar,
mas las lágrimas no dejaban de caerle sobre el rostro… Marcus nunca la
iba a querer, como él la quería y de eso era lo que mas detestaba...

3
Corría el año 1890, el año en que nació la pequeña Juliette. Sus
rizos negros contrastaban con sus ojos verdes grandes y siempre
misteriosos. La sociedad inglesa era una de las sociedades mas lucrativas
del continente y los nobles eran personas muy adineradas y pudientes.
Entre estas familias se encontraba la familia de Julliette. Su padre John
Brindging junto con su madre, Annabel, eran una pareja envidiable.
Llevaban poco tiempo casados cuando nació su única hija.
Julliette tenía siete años cuando su futuro empezó a cambiar.
Nunca fue una niña muy sociable, pese a la felicidad que le rodeaba en su
casa, no tenía amigas, sólo a su institutriz Beatriz, a la cual quería mucho.
De repente de un día para otro su madre empezó a enfermar. Ya no
era la mujer sana y hermosa que alguna vez lo fue. Siempre estaba muy
cansada y cada día adelgazaba más. Nadie sabía lo que le pasaba, los
doctores creían que se trataba de estrés, pero no daban respuestas
exactas ante lo que estaba pasando. Lo peor vino después, cuando
empezaron las alucinaciones. Anne ya no reconocía a nadie, gritaba
pidiendo ayuda. Decía que un ser extraño la atacaba por las noches, todos
estaban muy asustados, especialmente Julliette.
Ya no quería estar junto a su madre. Le decía cosas muy raras. La
miraba con ojos llenos de dolor, le pedía que se acercase a abrazarla, pero
otras veces la echaba del lugar y le decía que no quería verla más en su
vida, que todo era culpa suya…
Julliette se volvió una niña muy solitaria a raíz de la enfermedad de
su madre. Ya no quería hablar y se dedicaba a jugar con las flores en el
jardín. Una tarde de invierno, en que su madre empezó a sufrir de otras
alucinaciones, salió llorando de la casa y se alejó hacia el bosque que
separaba su casa de la de los vecinos. Ahí se sentó y se puso a llorar
desconsoladamente.
─ ¿Por qué lloras, Julliette?
Ella saltó de un susto y vio a un perro negro muy grande que se
acercaba cariñosamente a ella. Junto a él, estaba un hombre de unos 30
años, aproximadamente que la miraba con ojos de ternura.

4
Ella estaba muy desconcertada y no respondió. El hombre la miró y
sonrió.
─ Espero que mi perro no te haya asustado. Es muy bueno y nunca
te haría daño… Veo que no quieres hablar, no importa. Yo también soy
una persona muy reservada…
─ ¿Cómo sabes mi nombre?─ Dijo ella de repente.
El hombre sonrió de nuevo.
─ Ves esa casa que está en lo alto de la colina. Cerca del antiguo
cementerio… Ahí vivo yo y conozco a tu madre, ella me habló de ti.
─ ¡Julliette! ¡Julliette!─ Los gritos de Beatriz se escucharon muy
cerca del lugar.
La niña miró hacia su casa ante los ruidos y al girar el hombre ya
no estaba…
─ ¡Te he estado buscando por todas partes! Tu padre me pide que
regreses a la casa, que ya es muy tarde para estar fuera a estas horas.
Regresaron a la casa y pasarían muchos años para que Julliette
volviese a ver a ese hombre, pero aquella imagen nunca la olvidaría…
Un mes después Annabel murió… la enfermedad la había consumido
por completo. Su cuerpo débil ya no podía resistir ni el calor del sol. Sus
últimos días los pasó encerrada en su cuarto, con las cortinas cerradas
para que la luz del sol no le afectase la vista. Había adelgazado mucho y
le costaba mucho levantarse, por eso todos la iban a visitar su habitación.
Justo antes de morir, quiso hablar con su hija. La mandó a llamar y la
pequeña llena de miedo se dirigió al cuarto de su madre.
─ Querida, no tengas miedo. Soy yo, tu madre…
La pequeña se acercó lentamente a la cama donde estaba su
madre. Se estremeció al ver lo que había quedado de aquel hermoso pelo
rubio que tanto le gustaba tocar cuando era más pequeña. Ahora parecía
que muchos años habían caído sobre él y las canas lo cubrían todo.

La muerte de Annabel fue mas un alivio que un dolor. Salvo para


John, quien sintió mucho la pérdida de su esposa. No entendía qué era lo
que la había matado, él tenía que buscar las respuestas, pero en ese
momento no tenía fuerzas para nada.

5
Esa noche un hecho extraordinario le sucedió a la pequeña Julliette,
hecho que nunca en su vida olvidó y que marcó su mundo más de lo que
ella creyó...
Estaba la niña tratando de dormir, aquella tarde había sido
agotadora, muchos invitados, todos llorando y ella en medio de todo eso.
Cuando de repente escuchó a lo lejos, la voz de su madre que la llamaba
desde la puerta de la calle. Creía que era un sueño, mas el insistente
llamado, aquella voz diciendo su nombre, le hicieron dudar. Así que salió
de su habitación y despacio bajó las escaleras de la casa. La voz era cada
vez más fuerte, era ella estaba segura. Le estaba pidiendo ayuda, que la
deje entrar...
Julliette, mi amor. Ábrele la puerta a tu madre. Aquí afuera hace
mucho frió y tengo miedo de la oscuridad. Ábreme, por favor.
La niña no podía creer lo que escuchaba, era ella, era ella... se
acercó a la puerta, tuvo miedo. Algo dentro le decía que algo andaba mal.
¡No! No Julliette, no habrás la puerta...Su padre había
escuchado los mismos gemidos en la puerta y salió a ver qué pasaba.
Cuando vio a su hija frente a la puerta, no dudó en que esa no era su
mujer.
Pero si es mamá, quiere entrar y tiene frío...
John bajó corriendo y sudando las escaleras y la cogió de la mano.
No abrió la puerta, los gemidos eran cada vez más fuertes, los gritos de
dolor eran cada vez más insoportables...
Esa no es quien dice ser...Abrazó a su hija y se la llevó a su
cuarto. Cerró la puerta con cerrojo y esa noche no durmió nada.
A raíz de ese hecho, John se volvió muy misterioso. Estaba seguro
que esa no era su mujer, pero sí el cadáver de ella. Decidió investigar más
acerca de cosas paranormales, de fantasmas, de vampiros...
La desgracia de Julliette era muy grande, ahora su padre también lo
creían loco... No había superado la muerte de su esposa y necesitaba
buscar desesperadamente una razón para aquella pérdida.
Poco tiempo después de lo sucedido en la madrugada, llegó a la
casa desde muy lejos un hombre muy misterioso. Venía desde España y
había investigado muchos hechos no explicables por la ciencia. Escuchó
atentamente el caso de John y decidió ayudarlo.

6
Este extraño era muy alto. No tenía mucho cabello, salvo en la
cara. Pues llevaba una barba que le cubría la cara. No era muy moreno,
tenía los ojos pardos y se sonrojaba varias veces al día. Tendría unos 50
años, no era viejo, pero tenía una experiencia muy amplia. Había viajado
mucho y conocía historias muy raras de lugares que Julliette no había
escuchado hablar jamás.
Se llamaba Manuel Martín Alba y era dueño de muchas tierras allá
en España. Había escuchado hablar de la historia de Annabel y se interesó
mucho en saber más.
Pasaban horas encerrados en la biblioteca, no dormían ni comían
prácticamente. Lo cual no era bueno para la salud de John, al parecer el
otro señor ya estaba acostumbrado a este tipo de trabajos.
Una madrugada, Julliette escuchó pasos fuera y miró desde su
ventana. Era su padre y el señor español. Los dos llevaban instrumentos
muy raros, los cuales ella no podía ver.
A la mañana siguiente todo cambió radicalmente. Manuel se fue de
la casa al parecer muy temprano, nadie lo vio irse. John no salió de su
cuarto por muchos días y cuando lo hizo, estaba muy demacrado. Los
doctores vinieron inmediatamente a verle, pero su estado ya era
irreparable. Pronto moriría, al igual que su querida esposa...
Sus últimos días los pasó en soledad, susurrando sólo el nombre de
Annabel. A veces mandaba llamar a Julliette y le pedía que se cuidase de
los peligros que estaban ahí afuera. Estaba alucinando, al igual que lo hizo
su mujer antes de morir.
Al poco tiempo del fallecimiento de su padre, Julliette se fue a vivir
con su abuela, la madre de Annabel, Marian Ferrer. Ahí creció y pasó unos
años muy tranquilos, aunque el recuerdo de la muerte de sus padres era
algo que no la dejaba vivir y siempre fue una persona muy cerrada e
introvertida.
Con el tiempo se había vuelto una mujer muy hermosa, su pelo era
negro como la noche y sus ojos intrigaban a cualquier persona.
Especialmente a los hombres, que no dejaban de halagarla ni de
cortejarla.

7
Su abuela la quería mucho y sentía mucha lástima por ella, ya que
temía que aquella enfermedad que afectó a su hija y a su yerno, afectase
a su nieta...
Cuando llegó la primavera del 88, todos estaban muy ansiosos,
llevaban tiempo esperando que el clima se ponga de su parte y se
organizaban muchas fiestas en honor a esta estación.
La prima de Julliette, Susan, fue a visitarla por una temporada y así
hacerle compañía. Se llevaban muy bien y Julliette la quería mucho. Era la
única amiga que tenía y su compañía le ayudaba a superar su terrible
pasado.
Al poco tiempo de la llegada de Susan, Julliette tuvo una aparición
muy singular en su vida... Una mañana muy fría, raro para esa época del
año, salió a dar un paseo. Necesitaba estar a solas y en esos días, nadie
se animaba a salir. Así que decidió investigar un poco los alrededores.
Su abuela vivía en una hermosa casa en medio de la pradera, casi
no tenían vecinos y la propiedad más cercana llevaba años desabitada.
Era una casa ya muy vieja y húmeda, era por eso que nadie la quería
rentar. A parte de eso, su ubicación era muy mala. Se encontraba cerca
de un cementerio cerrado desde hacía tiempo y por las leyendas de las
que se hablaban de él, la gente tenía miedo hasta de acercarse...
Pero esa mañana fría y nublada, Julliette vio que alguien estaba
viviendo en la vieja casa... Se sorprendió, ya que su abuela no le había
comentado nada acerca de nuevos vecinos. Mientras miraba escondida
detrás de un árbol, un perro negro corrió hacia ella. Lo cual eso la asustó
un poco, no porque les tuviese miedo a los perros, sino porque aquel se
parecía mucho al que vio cuando era pequeña.
Se puso muy pálida y no supo qué hacer... En ese momento
escuchó que alguien llamaba al animal. Éste salió corriendo al encuentro
del desconocido que se dirigía hacia ella. Su sorpresa no pudo ser mayor,
al ver que aquel hombre no era sino el mismo misterioso que vio aquella
tarde antes de que su madre muriese.
Se asombró al ver que no había envejecido nada, llevaba el pelo
igual de largo y sus ojos tenían la misma mirada penetrante que alguna
vez estremeció a la pequeña...

8
Hola Julliette, veo que nos volvemos a encontrar... ¿Te acuerdas
de mí?
Sí...Respondió con mucha dificultad.
No tienes que asustarte... Es una hermosa casualidad
encontrarnos aquí. Por qué tienes esa carita, acaso mi perro te ha
asustado... No vayas a pensar que es el mismo de esa vez. Ese murió
hace años, éste es su hijo. Es un buen muchachoLo dijo mientras le
acariciaba la cabeza al animal.
Será mejor que me vaya, ya es tarde...
Espera, prométeme que nos volveremos a ver... El destino nos
está diciendo algo y creo que sería bueno escucharlo, no lo crees.
Julliette se asustó ante aquellas palabras y salió corriendo sin decir
nada. Llegó pálida y jadeando, pero no dijo dónde había estado. Aquella
imagen del desconocido le había impresionado mucho, salvo que no sabía
si era por el poco cambio de su aspecto o porque le había interesado la
proposición...
No volvió a salir sola por un tiempo, tenía ganas de volver a ver al
extraño, mas prefería no hacerlo. Decidió quedarse con su prima y
disfrutar de su compañía.
Pasó un mes desde esa aparición y una noche en que cenaban las
tres juntas, la abuela comentó acerca del nuevo vecino.
Saben chicas, tenemos nuevo vecino... Está viviendo en la vieja
casa abandonada de los Ford. Es un hombre muy raro, prácticamente no
se sabe nada de él. Lo que he escuchado es que es un aristocrático del
norte y se llama Marcus Atcher, de la casa de los Atcher. Eso quiere decir
que es conde o duque, no sabría asegurarlo.
¿Es guapo?Preguntó Susan y se sonrojó ante sus propias
palabras.
Querida, eso no lo sé. Yo no lo he visto, pero tengo entendido que
está invitado a la fiesta de disfraces organizada en la casa del duque suizo
Eggly... Así que ahí lo averiguaremos.
¡No sabía que estuviésemos invitadas! Es una excelente noticia,
no te parece Julliette... ¿Por qué estás tan callada?
No por nada, es sólo la noticia. Nunca antes he ido a una fiesta y
me intriga mucho cómo será.

9
No se preocupen chicas, será una fiesta inolvidable para las dos,
de eso estoy segura...

Y en eso ella tenía razón, no sólo por ser la primera vez que iban a
una, sino por otros acontecimientos que cambiarían para siempre todo.
Cuando llegaron, ya había gente bailando y divirtiéndose. Al ver a
las dos muchachas, todos quedaron maravillados con la belleza de las dos.
Pero sobre todo de Julliette, quien no dejaba de buscar por todo el lugar a
aquel conde misterioso.
Se les acercaron dos hombres, al parecer muy amigos de la abuela
de ella, saludaron cordialmente. La señora estaba un poco fastidiada ante
la presencia de uno de los dos caballeros, el mayor de los dos. A Julliette
su cara le resultaba familiar, pero por los años que habían pasado, le
costó un poco reconocerlo. Era el mismo hombre que estuvo con su padre
antes de que éste enloqueciera... Era el misterioso español Manuel Martín
Alba y venía acompañado de un joven también español, al parecer era el
sobrino de éste; su nombre era Eduardo...
El día que conoció Eduardo a Julliette, quedó impresionado por la
belleza de la muchacha y desde ese día su vida daría un giro inesperado,
que años más tardes desearía haber olvidado aquel encuentro...
A pesar de las miradas inquietantes del joven, ella no se inmutaba
para nada. No dejaba de buscar a su alrededor la presencia del conde, el
cual ya había sido anunciado. Y fue de repente, entre la gente y el ruido
de las voces y risas de su prima con el nuevo joven, que lo vio... La había
estado observando desde un rincón, esperando que ella se diese cuenta
de su presencia. Cuando sus miradas se cruzaron, se puso colorada. No
esperaba que él también estuviese buscándola.
Disculpen un momento, necesito salir a tomar un poco de aire
fresco.Dijo de repente, lo cual intrigó a Eduardo. Vio cómo aquel extraño
no dejaba de mirarla, esa fue la primera vez que los dos se cruzaron.
Julliette salió al jardín que daba a la parte trasera del gran palacio y
se sentía muy nerviosa y agitada, aunque no sabía por qué...
Al poco rato, el desconocido se le acercó...
Hola Julliette... Te sientes bien.

10
Es sólo que no entiendo por qué se toma esas ligerezas conmigo.
Yo a usted no lo conozco de nada y no veo el motivo de esa informalidad
al dirigirse a mí.
Lo que pasa Julliette, y creo que esto lo sabes tú, es que dentro
de ti sientes que tenemos una conexión especial... Algo que otros no ven,
una amistad que ha sido forjada hace muchos años y que la muerte no
podrá destruir.
Por qué menciona a la muerte en este asunto...
Verás Julliette, todos tenemos que pasar por ese final tan cruel, el
cual obviamente no queremos. La amistad y sobretodo el amor son los
únicos capaces de destrozar ese final...
¿El amor?
Sí el amor, mas hay algo que nadie sabe y que es un secreto muy
grande... El cual lo sé yo...
Secretos sobre la muerte...
Sí, secretos sobre la muerte. Veo que eres muy inteligente, mi
querida Julliette. Hay algo que los humanos no saben sobre ella, algo que
puede quebrantar las leyes de la ciencia, de la fe... Un deseo que muchos
quisiesen poseer y que muy pocos han logrado conseguirlo.
¡Julliette! ¿Dónde estás?
Esa es mi prima Susan, debo irme.
Ahora sí me vas a prometer que nos vamos a volver a ver.
La mirada de aquel misterioso hombre era demasiado penetrante
para ella y eso la hizo estremecer. Sus palabras le habían sonado muy
crueles y frías, pero el modo en que las había pronunciado, le dejaron una
inquietante curiosidad por saber más.
Esta vez no dudó que quería volver a ver a ese hombre y con un
movimiento de cabeza le afirmó que sí...
Volvió a la fiesta con su abuela y los amigos que ahí estaban
presentes. Entre ellos el joven Eduardo, quien se alegró mucho al verla de
nuevo. En cambio ella ni había prácticamente notado su presencia... No
dejaba de pensar en la conversación que había tenido pocos minutos
antes. Las palabras del conde aun daban vuelta en su cabeza; la muerte,
el amor, la eternidad...

11
A la mañana siguiente, el señor Manuel y su sobrino fueron a
visitarlas y se quedaron para almorzar.
Le extrañó mucho a Julliette la presencia de aquel hombre, no sabía
que su abuela lo conocía. Pues desde que su padre falleció, no volvió a
saber de él. Ahora lo tenía en su casa y junto a él a su sobrino.
Eduardo era un hombre muy tímido y reservado. Físicamente era
muy atractivo, llevaba el pelo rubio no muy largo y tenía unos ojos azules
muy bonitos. Él no se consideraba un hombre agraciado para las mujeres,
siempre fue muy tímido con ellas. Ahora que había conocido a Julliette,
estaba encantado con ella, mas no sabía cómo hablarle.
La abuela de ella, Marian, salió un largo rato a conversar con el
señor Manuel. Mientras tanto Susan hablaba animadamente con Eduardo
y junto a ellos, muy callada estaba Julliette...
¿Te sucede algo, querida prima?
No, no es nada. Me tendrán que disculpar, me gustaría dar un
paseo a solas. Espero que me comprenda, señor Martín, no es nada
personal.
No se preocupe, usted es libre de hacer lo que quiera. Al decir
esto, se puso de pie y esperó a que se marchase.
Ella, por su parte, no sabía si ir o no al encuentro con el misterioso
conde. Quería aceptar la proposición, sólo que algo dentro le decía que
estaría entregando más de lo que creía...
Caminó por el mismo lugar que días atrás, ahora se estaba
acercando a la casa del extraño, su corazón latía fuertemente, estaba
temblando...
Al poco rato sintió una presencia cerca de ella. Su cuerpo se había
paralizado, no podía mover los brazos y sus piernas no le respondían. El
miedo era aterrador, pero a pesar de esa sensación, algo le gustaba y no
sabía qué era…
Sintió cómo una mano le tocaba la suya, sus ojos se cerraron llenos
de lágrimas… sentía cómo aquellos dedos le acariciaban los brazos
desnudos y subían hasta su cuello. Ahí se detuvo y una respiración fría le
estremeció todo el cuerpo… sabía que era él, sabía lo que le estaba
ofreciendo, no era sólo aquel placer intenso del amor o del miedo,

12
también le mostraba a través de su respiración, cada vez más cerca, el
mundo rendido a sus pies.
─ Todo lo que ves, todo eso te lo puedo dar…
Aquel susurro bastó para que se abriese ante ella como una visión
del futuro, un mundo mágico y misterioso.
Pudo ver frente a ella un campo abierto muy grande y en él se
alzaban los muertos de sus tumbas y se arrodillaban ante ella como su
reina…
Dentro de ella una sensación de dolor mezclado con terror creció
más al ver que entre aquellos seres estaban sus padres. Su madre ya no
tenía ese aspecto tan enfermizo del día que ella la vio por última vez y su
padre reflejaba en su cara una tranquilidad infinita.
─ No ves que al final la muerte no es tan fea como todos creen…
Pero a pesar de esa tranquilidad que crees ver, tienen envidia de lo que
yo te puedo ofrecer. La eternidad, la inmortalidad…
No sabe cómo, pero en ese momento Julliette recuperó sus
movimientos y cayó al suelo sin casi fuerzas para poder seguir. La figura
ya no estaba y aquellas visiones de los muertos se habían desvanecido.
Ahora se encontraba sola frente a la casa del conde y detrás vio su casa
que se levanta como nunca antes la había visto. Al parecer el destino le
estaba haciendo escoger entre lo terrenal y la magia de la inmortalidad…

El aire volvió a correr por su cara y la vida le estaba llamando a


gritos para que se incorporase. Los pájaros estaban cantando y los árboles
seguían su curso de vida. Parecía como si nada se hubiese percatado de
aquellas visiones y creyó que era tan solo su imaginación y decidió volver
a su casa. No tenía el valor suficiente para enfrentarse al conde en esos
momentos.

─ Usted cree, señor Martín, que mi nieta estará libre de aquella


terrible enfermedad de mi hija…
─ Yo no creo que deba de preocuparse mucho por ahora, salvo que
no estoy seguro si esto durará por mucho tiempo. Debo pedirle que
mantenga en secreto todo lo que le voy a estar informando, no quiero que
Julliette sospeche que estamos vigilándola.

13
─ No me asuste de ese modo. Temo por la vida de mi nieta y lo que
sea que haya visto usted con mi yerno prefiero que se lo guarde. No
quiero creer las habladurías de que mi hija era un…
─ Nunca voy a olvidar ese día y no creo que se merezca usted el
que sepa de eso. Lo que quiero es que cuide mucho de su nieta, puede
que esto no haya acabado con su madre… Temo que aquel ser está
pendiente de ella y yo haré lo que sea para evitarlo… me pienso marchar
para Venecia dentro de unos días, he encontrado una información sobre el
conde Atcher que me gustaría corroborar.
─ ¿Sobre el conde Atcher? No entiendo lo que tiene que ver ese
señor en todo esto…
─ Por lo que sé ese señor oculta mucho de su vida. Sé que durante
la época de la enfermedad de Annabel estuvo hospedado en la casa que
está ahora y tras la muerte de ésta, desapareció misteriosamente. Tengo
que averiguar si lo que se dice de él es cierto… Dejaré a mi sobrino
Eduardo a cargo del cuidado de su nieta, sé que le tiene mucho afecto y
hablaré con él sobre el conde y de que no se fíe de él.
─ Dios nos libre del mal… Dios nos libre.

Julliette regresó a la casa y estaba muy pálida y tenía los ojos como
idos. Todos se percataron de eso y la llevaron muy asustados a su cama.
No entendían qué era lo que le había causado ese efecto, pero las
sospechas de que se hubiese encontrado con el conde Atcher eran cada
vez mas sustentadas.
Eduardo habló con su tío antes de que éste partiese con urgencia a
Venecia. Le advirtió de la presencia maligna del conde y que tuviese
mucho cuidado con las reacciones de Julliette. No estaba seguro de lo que
aquel ser le había hecho, pero temía lo peor…
Los días pasaban interminables, pero para Julliette todo había
cambiado. Las luces del día se desvanecían ante sus ojos y el dolor en sus
ojos era cada día más insoportable. No toleraba el aire ni aquellos cantos
de aves que escuchó ese día mortal. Algo estaba cambiando dentro de
ella, algo que la alejaba del mundo que conocía.

14
Sentía una presencia extraña en su habitación y le daba miedo
quedarse a solas. Siempre había alguien con ella, ya sea Beatriz o su
prima Susan.
Sudaba mucho durante el día y en la noche su humor cambiaba
radicalmente. Parecía que se estuviese recuperando, pues su color de piel
era mucho más rosado que durante el día y sólo tenía apetito por la
noche. Aquellos cambios preocupaban muchísimo a su abuela que ya no
sabía qué hacer para curarla. Sentía que la estaba perdiendo y no era la
muerte la que se la estaba arrebatando.
Una noche muy calurosa del mes de junio, Julliette decidió dormir
sola, pues ya no había vuelto a tener la sensación de un ser en su
habitación. Muchos creyeron que después de tantos meses enferma, al fin
se estaba recuperando y así decidieron dejarla sola.
Las luces estaban apagadas y la luna daba a la habitación un tono
especial y de color azul. Las sábanas blancas de seda se movían con el
viento que entraba por la ventana. Ella estaba echada y sentía la brisa en
su rostro. Eso la reconfortaba, pues por primera vez sentía otra vez
aquella sensación de vida…
El susurro del viento chocando con los árboles le tranquilizaba y le
daban seguridad. El sueño empezó a vencerla y al poco rato se quedó
profundamente dormida…
Había pasado más de una hora desde que se quedó dormida cuando
las pesadillas del campo de muertos volvieron a su cabeza. Temblaba al
ver a sus padres suplicándole que los salvase, que no los abandonase en
ese infierno…
El viento sopló un poco más fuerte y entró a la habitación como un
ser a acariciar su cuerpo bajo las sábanas blancas de seda…
Julliette no podía despertarse, pero el miedo desapareció
misteriosamente. Ahora se encontraba en un gran castillo. Llevaba un
vestido negro de terciopelo con gasas muy suaves que le cubrían el cuello.
Alrededor de ella la gente se amontonaba para intentar tocarla. No se
asustó de aquellos seres con máscaras en la cara, al contrario se sentía
poderosa y deseada…
Frente a ella un hombre de porte elegante y alto se alzó de entre
los otros y tras una máscara dorada sus ojos se fijaron en los de Julliette.

15
Llevaba el pelo largo hasta las rodillas de color negro y reflejaba una
sensación muy extraña en su rostro.
Se miraron por un rato, mientras ella trataba de separarse de los
demás que la miraban con asombro y respeto. Ella se acercó a aquel ser
misterioso y para cuando estuvo ahí, él había desaparecido.
Miró por todos lados, buscó desesperadamente, pero sólo veía
máscaras y más máscaras. Un miedo se apoderaba poco a poco de ella.
Quería salir de ese lugar, ya no le gustaba esa sensación que causaban
esos seres. Sólo quería salir y buscar a ese, él era el único que la podía
salvar, el único que la podía ayudar…
Corrió y corrió, empujando a todo el que se pusiese en su camino.
Hasta que por fin vio a lo lejos la puerta de la calle. Una luz de esperanza
le iluminó el rostro y fue en ese momento que se despertó sobresaltada.
La habitación seguía a oscuras y el viento soplaba cada vez con
más fuerza. La ventana chocaba intentando cerrarse, los árboles se
aferraban a sus raíces… Pronto iba a llover.
La pobre de Julliette no entendía todo aquel sufrimiento, ella sólo
quería volver a su vida normal, quería ser otra vez una niña y no estar
dentro de un círculo vicioso lleno de máscaras, muertos y sobretodo de
seres inmortales…

16

Vous aimerez peut-être aussi