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ÍNDICE
I. RESUMEN 3
II. INTRODUCCIÓN 4
IV. CONCLUSIONES 8
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RESUMEN
Como ya ha dicho John Locke, la propiedad surge del trabajo, el producto de esa labor es de quien
lo realiza. Pero, ¿Porque el resultado de lo producido no es de la comunidad?, tal cual muchos han
planteado. Pues porque esto solo puede surgir de pensamientos utópicos, basta como ejemplo lo que
paso en regímenes como y entre otros los marxistas donde muchos que aun hoy los defienden dicen
que en realidad se trató de un capitalismo de estado, para evitar ver la realidad. (Debe acotarse que
el Papa Juan Pablo II también expresa que el marxismo no fue más que un capitalismo de estado,
pero lo hace con otro obvio sentido muy distinto de quienes defienden y tratan de justificar aun al
marxismo).
Debe acotarse que aquí el planteo pasa no por contestar a la pregunta ¿para qué sirve el trabajo? , no
hay duda que es algo que de por sí dignifica a las personas y permite que estas puedan lograr el
sustento para su vida, sino a la pregunta ¿quién se queda con lo producido por ese trabajo? – La
atribución inicial del producto del trabajo a otro, no impide la explotación del trabajador, sino que
por el contrario es la causa de la explotación del trabajador.
Quien realmente TRABAJA ES NECESARIA Y RADICALMENTE PROPIETARIO DE LO
PRODUCIDO.
La definición de trabajo de esta forma es una ecuación compuesta por dos partes la primera (todo
hacer humano destinado a crear algo), que es prácticamente el concepto más difundido hoy sobre lo
que es trabajo y la segunda (siempre que quien lo cree se quede con el producto final), es un
elemento poco estudiado y difundido salvo excepciones pero que no puede faltar en ningún
acercamiento desde el punto de vista científico a este concepto.
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INTRODUCCION
Todo trabajo es digno” En frío, sin pensar nada más, sin entrar en ningún tipo de consideraciones,
seguramente respondería afirmativamente, sin dudarlo, a fin de cuentas, toda forma de ganarse la
vida es digna, o mejor dicho, es tan buena o mala como cualquier otra, es un trabajo que permite
que vivas y eso no es poco, todo esto, en principio.
Pero hay trabajos y trabajos, no quiero decir que tal o cual ocupación sea, de por sí y en abstracto
“no digna”, sino que las condiciones de un trabajo (que son, a fin de cuentas, quienes definen una
ocupación) sí son indignas o indignantes, así pues, el trabajo por sí mismo, en abstracto ni es digno
ni deja de serlo, es una actividad, no tiene entidad propia como para definirlo como “digno” o no, a
fin de cuentas, una cosa no puede ser digna o indigna, en todo caso, se tiene que ver la
trascendencia y el uso que le da las personas para saber si mantiene la dignidad de las personas o va
contra las mismas, así que se tiene que analizar cada actividad desarrollada por cada persona desde
las consideraciones y expectativas individuales junto con las permitidas y mutuamente aceptadas
por parte del resto de individuos para saber si una actividad es dignificante o no. Así pues, tenemos
que analizar cuáles serían las condiciones ideales para que una ocupación-trabajo sea digna, o
mejor, que dichas condiciones contribuyan en la dignificación del trabajo como
complemento y ayuda al desarrollo de la persona a lo largo de su vida. ¿Esto qué significa? Que el
trabajo, como actividad humana necesaria para el sostenimiento de todo el colectivo tiene que
necesariamente contribuir al desarrollo de las personas que deben o quieran llevarlo a cabo, así
pues, tiene que ser una parte de la vida y no una carga de la misma, para esto, el trabajo no puede
ser puramente físico ni puramente intelectual, la medida o el equilibrio entre estas dos
características dependerán de las necesidades de la persona, de su vocación, y claro, del contenido
mismo de la actividad a desarrollar (las que no puedan equilibrase se le debiera reducir su carga con
una mayor distribución del mismo trabajo en un mayor número de personas dispuestas a asumir
dicha media-carga). El trabajo ideal debe ser el deseado por la persona, no el asumido por una
situación de necesidad, debe ser, sobre todo, un aliciente para el desarrollo de la personalidad, que
permita una paz interior y exterior, el horario, aunque no totalmente, debe adecuarse a las
necesidades individuales, al deseo del tiempo de ocio y a que pueda dejar margen al cumplimiento
de otras responsabilidades (que en la mayoría de los casos, seguramente sean prioritarias a los
trabajos).
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MARCO TEORICO
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EL TRABAJO DIGNO
Para iniciar, cabe aclarar que no es general el uso de la noción de “trabajo digno” (la cual
aparece en la lucha zapatista en México), ya que en algunos casos se habla de “trabajo auténtico”,
“trabajo autónomo”, “trabajo autogestionado”, o “trabajo genuino”. Esto muestra que estos
conceptos surgen “desde abajo”, desde las luchas particulares, y no es un concepto propuesto
“desde arriba”, como sería el de trabajo decente de la OIT.
Como decíamos, el sujeto es diferente de la clase obrera porque la figura del trabajador implica la
separación de lo económico y lo político. Marca la existencia de una obligación para que vendamos
nuestra fuerza de trabajo mientras que somos abstractamente libres e iguales en el plano de los
derechos liberales. Frente a esto, la dignidad implica la reconciliación de las esferas política y
económica. Es la generación de una subjetividad integrada, contrapuesta a la fragmentación
capitalista (Ferrara, 2003). Entonces, mientras que el trabajo decente afirma la identidad
de clase (trabajadora) en tanto la puesta en el centro de la relación salarial, el trabajo
digno niega esa misma identidad, ya que va más allá del salario. No obstante, el sujeto digno nace
de la misma realidad que el obrero sindicalizado, es decir, de la misma sociedad productora de
valor. El sujeto digno surge en-contra-y-más allá de la clase obrera.
El ejemplo del zapatismo mexicano es claro en la tendencia a la unidad de las esferas. Las Juntas
del Buen Gobierno (JBG) asumen no sólo la representación política, sino que llevan adelante las
decisiones en el ámbito económico: deciden sobre la producción, así como sobre la circulación y
comercialización. En este sentido, no existe la producción “privada”, individual, por fuera de las
necesidades de la comunidad. Cada JBG decide acerca de lo económico (qué producir y cómo
hacerlo) pero no de modo separado a las propias comunidades, ya que lo central es el ida-y-vuelta
que se produce a partir del diálogo entre los sujetos que viven la cotidianeidad comunitaria y los
miembros de la JBG (Dinerstein, Pascual y Ghiotto, 2009). Esto ha dado pie a hablar de “otra
economía” y de “otro comercio”. De todo ello se desprende el principio del “mandar obedeciendo”.
El trabajo digno no puede concebirse como una actividad individual, sino que parte del colectivo.
Aquí es central la autogestión colectiva. Pero aunque el objetivo del trabajo no sea la obtención de
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un beneficio monetario individual, la ley del valor continua imponiéndose sobre el colectivo. Esto
sucede con las fábricas recuperadas (en Argentina) y con todas las cooperativas que surgieron a
partir de los emprendimientos productivos de los movimientos sociales. Es decir que la
productividad del trabajo se impone, por lo cual estos procesos deben ser vistos en todas sus
contradicciones. Mismo así, el objeto en este caso no es la rentabilidad, sino el colectivo: se
constituyen subjetividades distintas.
Luchar por el trabajo digno no implica dejar de lado las reivindicaciones salariales o dejar de pelear
por mejores condiciones laborales, sino que ese ya no es el objetivo buscado. Hay claridad acerca
de un hecho: “lo que es indigno es la explotación” (Colectivo Situaciones, 2002: 69). Entonces, el
problema es la venta de la fuerza de trabajo, la propia economía de mercado. A diferencia de lo que
vimos con la OIT, donde mediante la regulación del trabajo se intenta lograr “menos explotación”,
en estas organizaciones el horizonte es generar otras relaciones sociales que no sean de explotación.
Esto se entiende como un proceso lento, que va al ritmo de la práctica cotidiana del hacer colectivo.
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CONCLUSIONES