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Economía feminista para

cuestionar las relaciones


de poder
5 de septiembre de 2018 | Escribe: Denisse Legrand en Economía feminista |
Foto: Pablo Vignali

Alma Espino propone esta corriente para cuestionar las relaciones


de poder y la economía misma.

La economía feminista podría contribuir al cambio de las estructuras


que sostienen las desigualdades de género. Para comprender este
fenómeno, Alma Espino (licenciada en Economía y docente de la
Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la
Universidad de la República) propone hacer algunas
conceptualizaciones iniciales.

“‘Economía feminista’ es un término relativamente nuevo. Surge a


partir de distintas corrientes de pensamiento, en particular desde una
que se anima a pensar la economía desde otro lugar, desde una óptica
distinta a la que nos enseñan en las universidades”, comienza
definiendo. Espino afirma que lo específico de esta visión es pensar
que el objetivo de la economía es la sostenibilidad de la vida. Explica
que “este es un fundamento específico porque los objetivos de la
economía dentro del marco de los enfoques teóricos predominantes
son los que cumplen con la lógica del capital (aumento de la ganancia,
reproducción de sí mismo). La sostenibilidad de la vida supone
reconocer la interdependencia entre los seres humanos y las
actividades que se realizan fuera del mercado relacionadas con la
reproducción biológica y social”.

Para la economía feminista, la noción de interdependencia supone que


no solamente son dependientes las niñas y los niños, las personas de
tercera edad y los discapacitados; según esta corriente, todas las
personas son dependientes. “Es una economía cuidadosa, porque no
sólo trabaja con los seres humanos sino también con la naturaleza. Por
eso las economistas feministas solemos estar en contra de muchas
propuestas que van contra el ambiente”.

Otro punto fundamental de la economía feminista es cuestionar las


relaciones de poder. “Muchas corrientes se han cuestionado las
relaciones de poder, pero no se han cuestionado las relaciones de
poder entre varones y mujeres, en el ámbito público y privado”.

Espino propone separar la cuestión de género, entendida como una


categoría de análisis, del feminismo. “Cuando hablamos de feminismo
estamos hablando de una propuesta política. Y esto no le quita
carácter científico a la economía feminista. Quienes nos enfocamos de
este modo le damos el mismo valor a la ciencia que otros. Pero esto es
una propuesta política que trata de deslegitimar lo que la economía
tradicional ha venido legitimando: las desigualdades de género y la
jerarquía de los hombres sobre las mujeres”.

Explica que desde esta disciplina hay una propuesta política que
cuestiona explícitamente las cuestiones de género en las que se
relacionan el poder y la economía. “Hablamos de desigualdades
entrecruzadas. Falsas jerarquías entre los blancos y los negros, las
mujeres y los varones. Las desigualdades que existen entre los
capitales, la segmentación del mercado, la productividad. Todo está
relacionado por la presencia de hombres y mujeres”.

Mercados de trabajo
En los sectores industriales con alta tecnificación, que en general
concentran capital y poder, es donde las mujeres tienden a tener menor
presencia, producto de la segregación ocupacional y la desigualdad de
los mercados. Visualizar el entrecruzamiento de estas variables
permite construir estrategias para mejorar el desarrollo de varones y
mujeres en estas áreas, ampliando así las libertades. “Esto permite no
solamente actuar con políticas sociales que trabajen en la
redistribución de la riqueza, sino también operar en los nudos de las
desigualdades, ahí donde empieza a distribuirse el capital”.

Economía de los cuidados


“En los cuidados está el origen de casi todas las desigualdades
presentes a lo largo de todo el ciclo de vida, en todas las clases
sociales”. Según Espino, la economía del cuidado también es una
categoría relativamente nueva; incluso hay disciplinas que discuten su
validez.

“Hay más de una definición, pero lo importante de este enunciado es


reunir lo que tiene de afectivo, de relación social, todo esto que refiere
a los cuidados con respecto a lo que tiene de aporte a la economía”.
Explica también que cuando se habla de economía del cuidado no sólo
se refiere a los cuidados en los hogares en base al trabajo doméstico
no remunerado, sino también a otra serie de trabajos que tampoco son
remunerados, que se hacen en la comunidad, e incluso a algunos
remunerados. Refiere, por ejemplo, a los cuidados que son
terciarizables: “Yo no puedo pagar para que quieran a mis hijos, pero
sí para que los cuiden en base a un trabajo remunerado”.

Un elemento fundamental de esta economía es que son las mujeres las


que están empleadas en estos trabajos. “Esa es la división sexual del
trabajo tradicional que la economía ha legitimado. La
economía mainstream justifica la ventaja que esto significa y no
reconoce las formas de subordinación y restricciones para las
libertades de unas y de otras”, comenta Espino.

La economía del cuidado deja en evidencia una parte de la economía


que no se visualizaba hasta ahora y que permite ver el nudo de las
desigualdades. En esta economía del cuidado aparece otro concepto,
que es la corresponsabilidad. Puede ser ejercida por medio de la
participación del Estado, del sector privado y de los varones en forma
corresponsable en todo lo que tiene que ver con el trabajo doméstico y
de cuidados.

Espino explica que el Estado no es solamente corresponsable de


cuidar, sino que también es responsable de que aquellas personas que
trabajan en las áreas de cuidado en forma remunerada lo hagan con la
calidad y el nivel de formalidad que corresponde a una tarea tan
importante. Ejemplifica la importancia de esta tarea: “Se supone que
no hay nada más importante que tus hijos. Sin embargo, las mujeres
que cuidan a tus hijos suelen ser las que ganan peor y las que trabajan
en peores condiciones laborales. Lo mismo pasa con las maestras.
Terminamos pagando peor a aquellos que se supone que se dedican al
cuidado de los que más queremos”. Agrega que nuevamente esto está
entrecruzado por las desigualdades de género.

Los cuidados pueden transformar la sociedad


Según Espino, es preciso levantar algunas premisas, ya que “las
mujeres somos las que cuidamos” y “si nos hacemos todos
responsables de esa cuestión podemos contribuir para que haya
muchos cambios”. Dice también que esto obliga a repensar si el
mercado de trabajo, tal como lo conocemos ahora, puede seguir siendo
el mismo. “El mercado actual piensa en un varón adulto que no tiene
que hacerse cargo de nada fuera de su trabajo, porque tiene a alguien
más que le resuelve esas cosas que no le importan a la economía
porque no tienen precio”. Espino está convencida de que esto tiene
que cambiar. “No son sólo ellos los que ocupan el mercado de trabajo.
Debemos tener claro qué aspectos culturales, laborales, sindicales y
económicos tenemos que cambiar”.

Todo es una novedad


En términos estratégicos es necesario analizar las diferencias entre las
mujeres que están empleadas. “Las mujeres en el pasado eran una
proporción menor de la fuerza de trabajo, entonces recién ahora
estamos pudiendo ver las desigualdades de género y la desigualdad
intragénero con mayor claridad”.

De hecho, hace bastante poco que importa el tema del género. “Hasta
hace no mucho el tema que preocupaba a la Banca Multilateral [de
Desarrollo en América Latina], por ejemplo, era la pobreza. Recién
ahora preocupa el crecimiento. En este escenario preocupa también la
desigualdad no solamente para combatir la pobreza sino para
promover el crecimiento”.

Espino cree que es “importante señalar que durante los gobiernos


progresistas, que coincidieron con una época de crecimiento y entorno
internacional favorable, la pobreza disminuyó, y también en algunos
países disminuyó la desigualdad”. Sin embargo, “cuando empiezan a
sucederse las crisis, la ralentización de las economías y la tardía
recuperación, las estrategias deberían considerar las diferencias que
existen entre hombres y mujeres y también entre mujeres”. Observar
estas diferencias se hace clave en particular para orientar la política
social enfocada en los sectores más pobres.

Trabajo sí, martirio no


El trabajo remunerado de las mujeres es una herramienta para
promover la autonomía económica y mejorar la capacidad para tomar
decisiones. “Para muchas mujeres es una base de empoderamiento
pero para otras es un martirio, porque las condiciones de trabajo en las
que se mueven son tan malas que no les dan opción de pensar en una
posible autonomía, ya que el deseo está dado en el regreso a los
hogares”.

El ingreso masivo de mujeres al mercado de trabajo no


necesariamente cambia las relaciones de poder. “Estamos estudiando
qué pasa en este período de 15 años en el que hubo una entrada
masiva de las mujeres al mercado de trabajo. La hipótesis es que si
entran más mujeres al mercado laboral esto debería resultar en menos
segregación ocupacional. Malas noticias: los niveles de segregación
no disminuyen o disminuyen muy poco”. Espino cree que este
fenómeno se puede deber a que “las mujeres ingresan a los lugares
típicamente femeninos”. Agrega que si bien hay mujeres que acceden
a otros espacios porque son más formadas, en definitiva siguen
enfrentando el techo de cristal. “Son muy pocas las que están
incentivadas y que estudian disciplinas históricamente masculinizadas.
Tenemos que ver qué tipo de trabajo remunerado asumimos”.

El futuro del trabajo


“El futuro del trabajo no está cambiando de hoy para adelante, se
viene dando por la revolución tecnológica desde hace unos 20 años,
cuestión que ha impactado en los mercados laborales”. Según Espino,
ha habido también transformaciones familiares y de las subjetividades.

“Si tomamos como antecedentes lo que ha pasado en los últimos años,


si no se toman medidas van a seguir existiendo las mismas
desigualdades, en particular las que están instaladas entre las
mujeres”. Por eso cree que es necesario estimular para que haya
cambios. “Los antecedentes no son buenos: América Latina no ha
cambiado la matriz productiva en el boom productivo. Es para pensar
qué parte de los grandes cambios científico-tecnológicos que se
vienen imponiendo y su impacto nos van a tocar, y cómo nos van a
tocar las desigualdades de género”. Agrega que “el trabajo reproduce
las desigualdades de género que se dan en los hogares y en la
comunidad, e incluso las multiplica”.

Los sindicatos y las empresas son claves para cambiar la pisada. “El
trabajo en el campo sindical es fundamental para entender esto, y hay
que ver cuánto están cambiando los sindicatos para enfrentar estos
cambios. Lo mismo desde el sector empresarial, porque acá se juega
un conjunto de intereses”.
Parte de lo que hay que comprender es que para cambiar la realidad es
preciso considerar el trabajo remunerado y no remunerado. También
lo es dejar la fantasía de que todo se soluciona con el ingreso al
mercado laboral. “Que entraran todas las mujeres al mercado laboral
no sería real. Colapsaría el sistema. Nadie podría cuidar a nadie. Hay
que pensar en una interrelación necesaria con cambios en las reglas
del mercado laboral y las relaciones de género dentro de los hogares”,
explica.

Según Espino, no hay respuestas únicas para abordar la realidad


económica desde una óptica feminista. “Tampoco hay soluciones
exactas, ni para aquellas mujeres que necesitan el uso de servicios ni
para las que son las manos de obra de esos servicios; lo mismo entre
lo urbano y lo rural”.

Además de la economía, la seguridad pública que necesitan las


mujeres también tiene influencia en su inclusión en el mercado
laboral; “Algunas mujeres consiguen empleo y luego no pueden
sostenerlo porque tienen miedo de que les roben sus casas o tienen
miedo de que sus hijos se queden solos. Hay que analizar las políticas
barriales y municipales para contemplar estas realidades y construir
soluciones comunitarias”.

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