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Carlos Barrajón

e n a z u l

Prólogo de Luigi Motta

Grabados originales de Carmelo Rubio

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en azul de prólogo

En el principio era el adverbio. Fue antes de la palabra que se busca, de la


justa expresión que se complace cuando se escucha en fuga y nota que el deber
está cumplido, que la armonía conjuga los saberes y el ritmo delicado acaricia el
decir en cromatismos y calla el no decir. Fue antes el lugar: allí no estaba lo que
luego ocupó verdad primera. Aunque primera sea un acertijo de nuestro someter
la vida entera a tan pobre razón. En el azul, nada hay que no exceda la voluntad de
un niño que persigue a la luna con una red de cazar mariposas. Y a la vez, ahí está
esa misma lucha titánica sin la que el verso parece quedarse apagado y no ser. Tal
vez un mandamiento nunca escrito en nuestro pequeño oficio de legisladores:
deshacer el misterio que nos rodea, con leyes naturales o con leyes poéticas.
Es distinto buscar el azul modernista, de tan gran colorismo dariano,
purificado luego en todos sus matices por Juan Ramón Jiménez hasta hacerlo
sustancia pura, aunque luego tuviera que vagar en el espacio. ‘En azul’ es más en
español que en otros idiomas, en los que los matices tienen nombre y el mar y el
cielo piden su propio color. Esto le da el privilegio de una escala, tal vez abierta
siempre a un infinito que se pierde en sus dos magnitudes extremas. Sólo que la
búsqueda de la trascendencia tiene en estos poemas su engaño y más que aspirar a
ser trata de reconocerse “en”. En azul, por supuesto, contiene una geografía de la
vida, un verso táctil, con sabores, capaz de dislocar los nombres y arrebatarlos de
su atlas para que sirvan de brújula en ese mundo donde la Osa Mayor es una
estrella fugaz, donde las mareas se apaciguan haciendo del mar un espejo, o
convirtiéndolo en cristal que penetra la mirada. Brújula de una esfera sin gravedad
ni magnetismo, donde el cartógrafo Carlos Barrajón acudió dispuesto a narrarnos
un mapa con el que incitarnos al laberinto. ¿Qué nos espera allí? Si el reto es verse

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y aceptarse, la recompensa es un convivio, otro lugar común en sus poemas, para
que el conocimiento se deguste en comunión. Una puerta de entrada para este
viaje lírico que nos conduce a la solitaria salida necesitados de vida, invitados por
nuestro buen anfitrión a la nostalgia de lo uno.
¿Qué hay en el camino, en esa tierra de nadie? No intento dar la solución al
lector que va a emprender esta aventura. Transmito, tal vez, la misma respuesta, la
misma interrogante vocación con la que el libro se propone. ¿Mística? Puede ser.
Poca poesía actual se libra enteramente de un atributo que hoy casi forma parte de
su definición. Digamos, mística, pero con trampas, para el libro que ahora está en
nuestras manos. O dejemos que nos lo diga él, que nos lo vaya leyendo en nuestros
ojos. Notaremos enseguida que la palabra es ajena, de carne y hueso. Y que el
mundo interior al que nos lleva está lleno de entradas y salidas, de cambios de voz
y de género con los que un poeta explorador nos narra sustratos de conciencia,
isobaras que su pluma trazó, meridianos y paralelos. Nos llega con el mismo
viento que da entrada a los cirros y a los cúmulos en su poesía, en el mismo
espacio que nos hace partícipes del juego de la toponimia poética. El lector lo
verá, cuando se abra camino, tal vez con mayor nitidez de la que ofrecen todas las
líneas invisibles de nuestra geografía real.

Luigi Motta

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I

t a r d o r

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e n a z u l

La luz asciende y cae por mí.


Sereno y dulce
descanso sobre la tierra.
Azul que canta, Hans Arp

En azul, la visión del sueño que se llena de azul.


Oscurecida la luz, en la penumbra el resplandor es soportable,
visión de uno mismo, trae el aliento
una luz que huele a carne de niño, todos balbuceamos
en las palabras esenciales, y tienen los ojos
brumas de lo que jamás han visto. Lo dice la música
de los silencios. Lo dice la tarde
con el tiempo suspendido, lo dice la apertura de la boca
cuando abierta en plegaria
recibe el beso inesperado que abre la estancia de la paz:
aquí se está tan a gusto, quedémonos, construyamos
tiendas para pasar la noche.

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ii

Pero el tiempo sopla y jamás detiene su sentido,


flecha que avanza recta,
parada en cada uno de sus infinitésimos,
serpiente que repta ondulándose, meandros
donde la vida soñada alberga
un hueco para la vida posible, el sueño
de los sentidos anterior al del espíritu.
El tiempo que llueve ecos de otras vibraciones
de tiempo, de otros tiempos
que nos preceden y de los que nos llega el eco,
vibrando en ondas que apenas
percibimos, pero que nos acarician como una corriente eléctrica,
como un aire en el balcón los días
de abril, los días en que los más jóvenes
quieren volar y abren su pecho
al viento que viene cargado de sal de las estrellas. Y este olor
de la piel, esta llamada del ser
al ser, este perderse para encontrarse, este perderse definitivamente
en los desiertos
de los que buscan con la determinación del loco.

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iii

Mientras tanto charlemos, cojamos los periódicos,


alberguemos con otros
la vida propia, hay que planchar la ropa,
limpiar el polvo, salir a encontrarnos, a decirnos
palabras y sentir próximos
los alientos, las pieles, los vestidos nuevos, las frescas
noticias con las que asentimos cada día a la vida. Y nos reímos,
y hay quien tiene la gracia
de reírse de uno mismo, y eso nos reconforta
y nos une y nos alcanza en una onda
más solícita que la del látigo inmisericorde
del ser en soledad: ¿quién me purifica,
quién me dora en días como panes que se abren
sobre la vieja madera de la mesa del padre? Con el olor
a pana y a rebaño, con el salobre
tragar saliva y saber que estamos a resguardo.

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iv

Reír, comer, amar


con compasión a estos compañeros,
estos hermanos que me han tocado en el banquete.
No sé si es bautizo, boda,
cumpleaños, pero sí, estoy aquí, y algo se celebra, oh, sí,
y ya sé algo de este banquete y de mis compañeros,
que también me quieren,
a los que también fastidio, a los que en azul
oscuro miro por las noches, en su sueño
que sueña un banquete, o un barco que se detiene
en un puerto, y uno siente
una emoción que jamás ha sentido, con el barco que atraca,
con la mirada cerrada de los que duermen
en el azul profundo de la noche, con este banquete
donde río y hablo, con esta soledad
del desierto donde no hay nadie, sólo yo
soñando, y espero, espero, espero, sobre él, la llegada
del viento salvaje del espíritu.

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nacimiento de la palabra

La palabra nace de la tierra, golpea el


corazón y se eleva hacia el cielo

Tiziana Paganelli

Golpea, corazón, la tierra,


arráncale los frutos y las flores,
la veta mineral que arde
en los páramos subterráneos.

Golpea con el corazón la tierra


y eleva los brazos y las manos
y vuelve a golpear con cada pálpito.

Están el silencio y el pálpito,


el silencio y el pálpito batiendo,
contrapunto primero, primer conocimiento.

Ábrele, corazón, los pozos a la tierra


y haz vibrar las aguas de su seno,
bajo continuo que abre la conciencia,
y el agua y el silencio y el pálpito, a tres voces,
salmo de fecundación del canto.

Estruja la tierra con las manos,


y no te importe la piel desollada
ni las uñas partidas,
légamo de sangre y barro
que te lleva hacia el grito.

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Grita con el corazón a la tierra.
Con el grito horadadas y perforas,
topo loco el corazón batiendo,
y haces surgir un sonido carnal
que está naciendo.

Sigue golpeando, corazón, la tierra,


pues está ya pariendo,
la palabra surgiendo, que crece,
palabra singular que encierra todos los plurales,
y te golpea, te golpean ahora las palabras,
y ascienden, encendidas, hacia el cielo.

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universo

Universo: un solo verso nos contiene,


galaxias caníbales, agujeros de gusano,
un solo molinero nos aventa,
en la quietud, la sombra, el grano.
Cabalgan viejos caballos, nos buscan y trotan
y posiblemente no estemos
cuando nos encuentren.
Es larga onda y aquí la paro,
no más allá, conforme, a mí me buscaba,
o a cualquiera que la mire, que la sepa,
que la arrope. Viene desde tan lejos,
onda azul y verde, onda que, como nosotros,
se calienta al contacto de cuerpos buscados.

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ii

Cuerda tendida, cuelgo mi ropa, la ropa limpia.


Cuerda extendida, cuerda entendida,
locura cuerda de extender la mirada, las manos,
único verso, látido de Dios, ondea la cuerda.
Y yo tendido. Y yo entendido.

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sueño incierto

Razón y azar, se riza el sentimiento y se deja acariciar


por la mano que vibra sobre el azul de lo cierto,
certeza cuando huye
la sed de la mañana
y se concentra el tropel de luces
que amanecen la noche,
aquí, ahora, no más, ni antes ni después,
infinito cuajado en el instante,
razón de la luz que implosiona
y obra un agujero por donde puedes ver
el uno, el dos, el tres, el cuatro, el cinco,
pitagórico gesto que rompe la vasija
que contiene oro líquido:
libaremos sin sombra, de luz nos haremos,
la trampa que se tiende y que se duerme,
esperando la palabra del verbo redentor,
razón y azar en el azul del sueño.

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columna invertida

El mar silencioso y los potros


sudorosos en las tardes de invierno,
los arrabales del olvido donde
radian como estufas en el frío
el barro en los zapatos y el agua solitaria
de los charcos: un hilo que
mantiene unidos, una cuerda que
sube el cubo desde el pozo
donde se rompe en ondas el espejo del cielo.
Después, antes y junto, la herida,
el arrebato, el óxido en la sangre,
el tedio y la maraña de luz y hollín
de los encuentros, el puente y el sureste,
y el reparo al cruzarlo: el desmayo
y la mirada que oye los gritos de los peces,
el mundo al revés, la columna invertida,
la caída y los frutos; una tristeza
que sube como la niebla entretejida
al humus de los campos.

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tardor

Tardor, ardor tardío, ardor de las brasas,


cada vez más presentes en la estancia
cuando muere la tarde y vuelve esta sensación
de que está lejos lo que amas,
pero tan cerca, que te hace sufrir
como sufren los cántaros vacíos
cercanos a la fuente.
Huye el animal herido,
la esponja desmaya su última humedad
y las calles se ensanchan
cuando en la boca el aire toma consistencia de cuerpo
y respiras con miedo, acá te tenía,
y ahora esta gana de sorberte en el aire,
de devolverte, de aliviarte.
Cada minuto ido toma forma de límite,
circular, como el amor, como un anillo, como el universo,
como la boca de un cántaro,
que siempre está rezando en silencio,
si vacío, en anhelo,
y en plenitud de agradecimiento
cuando el agua colma su cuello.
Ardor tardío, tardor,
de cántaro antiguo muchas veces llenado,
tantas como vaciado
por manos que al inclinar su cuello
se deleitaban en su vientre fresco.

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tarde en La Mancha

Los sonidos de la tarde llegan amortiguados por un eco,


monótono ruido del rugoso pastor de la montaña
que celebra las uvas que nos precedieron
y el iris de las estrellas,
mansedumbre de hojas que rozan el arriate,
se abren ventanas del cielo
al evocar la estela que nos dejó
varados en el poyo de la casa,
mirando el río, adiós, arriero,
cornamenta en la fragua,
despidiendo con capas rojas la era,
balón entre los cuernos,
tauro solar, venerable viejo, aquí estoy tan bien,
estoy tan solo
con estos sonidos que me deja la tarde.

No miente el corazón,
pero se engaña con la verdad
cuando la verdad es sorberse las lágrimas
que las piedras vierten, río sobre arcillas recientes,
viejas cuarcitas del paleozoico,
viejo hocico del viejo animal bien muerto
que muestra su desgarrada piel hiriente.
En bruto, con la vibración sin armonía
del eco de las esquilas, muy tarde en la tarde,
me estoy yendo
en la vibración acorde del primer sonido,
fluyo con las últimas luces del horizonte,
y antes de irme me refugio en el viejo comedor,
un arreglo, una modestia, una decencia,

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cómo espesa la vida
con la carne de membrillo sobre la mesa
y el feliz zumbido de una mosca tardía,
penumbra, ardor resuelto
en tantísimas tardes donde posa lo vivido,
restalla la luz en la carretera bacheada,
todo azul brillante la cinta remendada,
muy marrones los campos,
me voy cuando me quedo,
y no se si estoy en el río naufragando
palabras que la mar algún día
hará inteligibles.

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ilusión

Como la mar se va enredando en un panal de espumas y desdicha,


plásticos, garzas, camaleones secos, chicharrones de estío en cada paso, en
cada gota de sudor sudado, grasa, antiuva, alta protección de las algas y el
silencio, cemento reverdecido en cada puente, estío, locura del buen hombre
que abre su coche, Moratalaz, mi vida, aquí empezamos a vivir, estío, hastío,
con este coche venceremos esta pegajosa legaña que me impide ver cada día,
y la música en el auto imprime una libertad que hay que apurar muy rápido,
la música se curva en cada curva y el gesto elegante y capaz de la mano en el
volante y la otra que se atreve a posarse en la rodilla mate, antes del
bronceado, antes, cuando la rodilla se llenaba de costras y las costras eran
medallas en la guerra de la lata oxidada, el vidrio verde que requema la
hierba ya quemada por otro sol de estío. Y la belleza en el labio que se llena
de un bálsamo en la dulce caída, caída de la bici contra un árbol, caída del
sol, chiringuito playero, tu labio, amor, tu labio, enredado en mi pelo,
¿cómo vender estos botes vacíos, esta paella, esta mirada clavada en un mar
enredado en la belleza de los barcos en su partida, adiós, barcos, adiós,
puerto, adiós, labio partido. Y el diente en la mano, llorando en la cama
hasta que mamá viene, te consuela, toma, toma este beso, aquí en el hueco
del aliento, llena el hueco con tus besos, amor partido, amor, como un
enredo azul sobre el agujero seco del olvido.

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inminencia

La luz de la tarde sobre los cabellos, inminencia


de la gracia, una razón
de sombras en el difuminado de la sonrisa
interminable del rostro de Dios.
Visiones tan ligeras que alumbran
facultades para las que no he preparado
nada, ¿cómo iba a saberlo? Pero el don
se da en una sucesión de brisas que orean
lo que ya parecía material manchado,
trapos sucios inservibles se nos vuelven
lienzos santos, texturas de una dicha
entera y dispersa, alumbrándolo
todo en esta tarde de gracia: la mirada de la estrella
sobre el que la contempla ávido, húmedo, loco:
¿qué hacer con tanta gracia?

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atardecida

La música, esta tarde ya anochecida, me deja


arquitecturas que un corazón de tarde
sostiene con la melancolía plácida de los instantes
que sólo pueden permanecer en la fuga.
Soplo, y deshojo el bosque que creció con la música,
semillas de carballos, de fresnos,
de sauces, vecinos del río, caen
sobre mi ser abierto en la escucha
de estos sonidos que han solidificado
las palabras que sólo se dicen hacia dentro.
Y todo se va permaneciendo.

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relatividad

Frágiles minutos de tiempo ido, ¿quién os necesita?


¿Acaso volcáis desde una rabia negra
la venganza del ser devenido en tiempo?
Pureza de la acción, paisaje sin sujeto,
condensado fluir, ¿quién os abandona?
¿Dónde os retuerce esta angustia sin ángel,
esa negrura transparente que os sopla
desde los siglos y desde los templos?

Más asusta la conciencia del eterno discurrir del desasosiego,


las campanas que no llaman a nadie,
la señal que te mira y eres tú la señal,
perdida la sustancia, clamamos sin oírnos
y llenamos los cuencos del presente de un viscoso tiempo,
saciados, ahítos, beodos,
reclamamos una imposible vuelta a los antiguos ritos,
a la vieja pureza de un Newton
a la sombra del manzano, satisfecho.

Cuando las acciones se empujan en una prisa de vértigo,


(ay, la luz, la luz, más luz),
¿puedes tú decirme?: ¿a qué tiende la conciencia?,
¿quizás es a infinito?, ¿o es a cero?

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lazo

Me estoy atando los zapatos


y al anudar el lazo, otro lazo
que ata a la memoria otros zapatos:
te estoy atando los zapatos
y al subir la cabeza, tu mirada
y el sol filtrándose en el cuarto.

Un dulce rayo que traspasa el alma,


entonces escribí;
no hay alma traspasada,
sólo su hueco en un bucle del lazo
del tiempo que ata
tu mirada y mi zapato.

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qibla

Los ojos giran y obedecen al imán que les guía,


hacia el sur la mirada
porque el sur es un anhelo lento
que no quiere saciarse
y los ojos no pueden sino seguir mirando
mientras el paño violáceo de la noche se tersa,
se endulza, se abomba hasta romperse
y los ojos no pueden sino
romperse húmedos,
sino bajarse mansos
y el olvidado cuerpo se siente repasado
por una mano antigua,
alfarero sabio que consuela a su barro.

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sombra de sueño

Se extiende la sombra de los sueños sobre el día,


la piel va desprendiendo sus aromas,
y al esperar que nos den el cambio en la panadería,
un rostro se nos abre
y obra un agujero en su tersura la luz;
por la tarde ya tienen un letargo los sueños,
alargada es su sombra,
malla inconsistente por donde escapan
los acres olores de un perfume marchito.
Retengo por la noche el recuerdo
de la sombra de un sueño,
ya todo es agujero que se traga el rostro soñado,
queda sólo una mancha de luz.

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521

Un autobús, de noche, en la periferia,


el tiempo se aprieta en los asientos
y carga de ternura las miradas
de viajeros ocasionales, como yo,
en este día de nubes afiladas.

Qué recogido es este espacio público


en el que se desmayan las urgencias del día.
Un aire de pequeña desdicha nos une a los viajeros,
suspendida la acción en el trayecto,
pensar, mirar, imaginar, soñar,
esta hermandad anónima como un sudor cercano,
este sentirse pequeño, pobre,
extrañamente amparado,
que hace brotar piedad,
frágil, fugaz, por todo lo creado.

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atenta

Por la mañana acecha en mi ventana


una esperanza atenta de compartir el día
con alguien que va conmigo y desconozco.
Por la tarde se me cumple el cansancio
de dialogar a medias sin que nada se aflija,
sólo el eco destemplado de la llamada matutina,
que se repite ya, otra mañana acechando
esta esperanza atenta de compartir el día.

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carbones

Despertar de la sangre,
los cantos que circulan por la sangre,
consumir en el grito los viejos carbones,
haciéndolos brillar con una luz más pura,
mientras el mundo hace crepitar ramitas jóvenes.

33
constelador

Constelador, desde aquí tus figuras caprichosas


trazan redes en nuestros ojos.
Hay un secreto que se revela
sólo con mirar
el reguero de luces esparcido
en la curva oscura del cielo.
Descubres en nosotros lo que no sabemos,
y te desvelamos a ti lo que ignoras de ti, constelador,
sólo con mirar, el secreto.
Cuando descubres la forma oculta
que tu imaginación constela, no olvides que a ti también
te miran. Tú eres el constelador y el constelado.

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dinero

El dinero en tus manos,


turbio azogue refleja tus manos en el dinero.
Me has invitado y, en vez de agradecimiento,
siento un filo, la línea curva de tus manos
que agarran dinero, la línea quebrada
de tu perfil en el espejo.
Esperando el cambio me miras con impaciencia.
Sonríes: un brillo frío en tus dientes. Dinero.

Salimos a la calle: el sol disuelve la amenaza.


Deslumbrado, cierro los ojos y los aprieto:
un agujero negro en el centro de la luz dorada.
Cojo tus manos, las beso.
Las retiras, las subes a la cara, hueles tus manos,
afilas la nariz, el sol te da de lleno:
tu perfil es nítido, dorado y tenso.
Dinero.

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charcos

Piso charcos, me mojo, los pies en el agua,


me empapo en lo que hace unas horas era alto vapor,
nube con forma en el cielo.
La nube deshecha me ha llenado de barro, y ando,
un poco despegado a pesar del peso de las botas,
levitando un poco como memoria de nube que ha sido,
que ha dejado de ser para ser con la tierra y conmigo,
embarrados los dos, y el sol ahora,
que sale y bebe la humedad y me hace sentir
una dicha de nube mientras ando.

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variaciones sobre un título de Rodrigo Muñoz

La médula caliente de los huesos,


el humo de los campos,
el silencio infinitesimal de lo salado,
las escombreras de la noche,
los ríos subterráneos,
la bicicleta sin frenos entre las hierbas altas,
el olor antiguo de la habitaciones que ocupamos,
el dolor que abren las caricias,
las olas de estaño en mares de sargazos.

Los nombres que nombran a los nombres,


el frío de los otoños jugando a los dardos,
el túnel sin relojes,
los bosques del leopardo,
el fervor de las plegarias de los candelarios,
el fango entre los labios,
los puntos de linea que se esta curvando,
el cuello que se inclina,
los juegos de los niños que nos están jugando,
quien me mira por el retrovisor del coche,
la confesión del santo.

Lo que no sabemos
nos condena a los límites,
nos salva del espanto,
nos salva de olvidarlo,
a los que no sabemos que no lo sabemos
y estiramos el canto.

37
a amor le sonreías

El amor te miraba,
ojos que muy despacio van lamiendo la piel,
mudo y blanco,
el amor sonreía
a la absorta presencia que en la noche respira.
El amor te quería,
luna que se refugia en las aguas, espejos,
y tú, ensimismado, al amor rehuías,
ni atracción ni rechazo, lo buscabas en ti,
negros ojos abiertos que se ahondaban por dentro,
consumado naufragio,
el amor te miraba,
y tú, mientras te ahogabas,
a amor le sonreías

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40
II

u m b r í a

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exaltación, canto y caída

Exaltación del ser que sabe a luz abierta sobre las luces, flecha y tensión,
cuerpo estirado, el alma se ensancha y se contrae en amplios espasmos que
meten hacia dentro las palabras. Perseguidor de luces en la luz más nueva,
el sentido está en el propio sentido, en la dirección armónica de todas las
direcciones que marcan un camino. Pero no hay otro camino que el camino
de la exaltación que no tiene camino. Así, después, la desaceleración, los
ojos embriagados de alegría que busca donde posarse, el paso que de pronto
vacila, bueno, hay que pararse un poco, hay que sentarse, el tiempo se
contrae, y descanso feliz en la onda que retiene y halla el punto justo de
equilibrio entre la expansión y el seno que vibra y se dilata contrayéndose.
Respiro con las luces, con los ojos, con los objetos quietos, con seres que se
mueven, y contagio al cuerpo de una dirección querida donde concentro
toda la fuerza que antes desparramaba su abundancia. Y entonces canto.
El canto sube, aprieta sus cuerdas, las abre, afina en la piel, la frontera
se franquea con los poros abiertos, pero no entra nadie. Busca su ser el canto
en el oído latiente que le acoja, y sigue cantando esperando un ser que
escuche, y el tiempo cambiante mueve también las ondas de voces que
suplican ahora, y la suplica se afina tanto que rasga al propio ser que canta.
Busca entonces uno volver a la fuente de donde había manado esa alegría
sin fin, ese ser porque sí, retornar a lo inmotivado, a la desposesión, a la
nada. Y ya no puede, y el canto cesa, y lee cosas tristes la mente para encontrar
cobijo blando en los entresijos de las cosas blandas.

43
ángel enfermo

Recojo unas migajas de mi mismo y me alimento.


Así me voy adelgazando en las entrañas
mientras crece el tormento de ser
paseante por las calles intangibles del aire.
He bajado a la tierra, habitada por hombres.
Me he manchado las alas en sus cocinas,
he sentido mis oídos machacados por sus palabras,
he notado una continua vibración de miedo en sus pieles húmedas.

Y he marchitado, ángel enfermo, contagiado.


Y en esta enfermedad he sido también cuidado,
me han ofrecido alimento y he bebido
en sus copas caldos que me han reconfortado.
Y en sus bocas rientes y en sus lenguajes
he encontrado consuelo.
He sentido manos cálidas que acariciaban
mis alas desflecadas. Y me he acostumbrado a sus sitios,
a sus patios,
al sol en la cal mientras en la sombra
el frescor me bajaba la fiebre;
a sus plazas y a sus calles. Los hombres
que me enfermaron, con sus canciones
también me curaron.

Ahora he tenido que irme. Temían los efectos del contagio.


Ahora paseo más y vuelo menos,
sólo alimentándome de mi mismo
por las calles sin voces, sin casas, sin gente,
por los pasillos que imagino en el aire. Solo en el aire,

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con todo el azul, todo el éter para mi.
Y sé del tormento,
y a veces sudo. Y hablo solo. Y quiero volver para curarme.

45
nerpio 909

Cerro de los Pechos, cortijo de Alfarico,


casas de santo Lope, Revolcadores.
Pronuncio nombres que designan lugares que desconozco,
ante un mapa topográfico, Nerpio, MTN 909.
Camino por las sendas que me abren las palabras:
al cortijo del Marquesito siguiendo el barranco
de los Macalones. Junto al río de la Acedas,
ante la cuerda de la Gitana, pico Galocho.

En la soledad de mi gabinete, abro mi rostro


(umbría de Servalejo, La Rogativa)
a los topónimos ( Tubilla de los Calamares,
Los Chorretites), ecos que no encontraré
ni en el hervor (Hornico, La Mulata)
ni en la plaza (cortijo del Mosquito, fuente La Puerca)
y enciendo la interrogación (cuerda del Lobo, Torcas Altas)
ante su sonido (cerro de Mingarnao,
casas de Amurrio) resonando entre las piedras,
lugares muy solos, un posible poema de insignificancias
peña de Moratalla, Tobarico,
una posible geografía que, en vez de lugares, nombra palabras,
para jugar cuando uno está solo en tardes solitarias,
y no le apetece leer a sus poetas,
umbrías de Zumeta, cumbres de Huebras,
ni seguir sus consejos de bajar a la plaza.

46
luz que regresa

Afilados los labios, resquebrajado el aire,


cuando no es sabia la lengua
y la dulce saliva que embalsama los besos
ya no es dulce ni bálsamo,
sólo estupor, veneno,
y la sangre fluyente es una lava ardiente que se enfría de pronto,
y hay un roce de dientes y un estruendo de pechos
que llaman a la lucha,
y los poros de piel son ya finas espuelas,
van ardiendo los brazos y gime el aire herido,
y el cuerpo que no cabe en la piel encogida
por la luz que regresa.

Nubes de humo, polvo,


un paisaje de rocas erizadas de estío,
sientes un pulso débil, fluye frágil la luz,
y los brazos rotos, lentos, muy lentos,
buscan el abrazo amoroso del cuerpo enemigo.

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umbría

Me he sentado en la herida de sombra que se asoma a tu orilla,


he visto pájaros con las alas vencidas,
crepúsculos que sonrosan relicarios y los olores de incienso
rancio y desvanecido pegado a las cortinas
que parecen caer sobre tu lecho,
mortajas de otros días en que
la espada fuerte de tu risa coronaba mi alegría.
Me he apoyado en los árboles viejos
que se miraban antes en tus aguas de vida,
y he visto cubrirse de polvo el sin discurrir de tus caricias,
encenagadas ahora por el sordo fermentar de la lascivia.
He visto y he sentido que tu vida era mi vida.

48
melancolía

Melancolía, apuesto trabajo


del ensimismamiento y el buceo,
esteril llanura, árido corazón
de madrugada, uno se embriaga
con el humor espeso de uno mismo,
se anega la mirada de mares interiores,
donde presurosos cruzan monstruos fugaces,
desleídas formas del pasado
que proyectan un océano infinito
de tedio y sepultura.

Melancolía, tristeza ahíta,


resol de los ocasos,
pegajosa mixtura de los días perpetuos,
otoño levantisco y hosco,
piedras huérfanas, viento agrio.

Libertad de encerrarse, de negarse los actos,


cuando tus brazos te abrazan
y te están besando tus labios, con la ruda saliva
que sabe a sillón gastado y a velos
deshilachados, acidia, un incensario donde arden
los besos que no diste, las piadosas ofrendas
con los ojos cerrados, así será siempre, así,
aquí me quedo, sangrando en el anhelo,
con las manitas juntas, una voz se ha quebrado.

Integrales y derivadas, infinitesimal cálculo,


de aquí ya no paso, o me estiro hacia el todo,
hacia infinito tiendo, pero de aquí ya no paso,

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ojos para ver, mente para escrutar
desde el punto infinito todos los infinitos puntos
que me llaman con sus voces hermosas
por la distancia al acto.

50
estatua

Lo amable descompone su iris de sonrisas


sobre la flor del verso donde liban las bocas
que nunca conocieron el placer de la estatua,
ser mirado sin ver,
que la mirada muerta acreciente su luz,
su celo naufragando en la charca de sombra
donde juncos hacen mimbres y encajes con la luna
y conversan sin hablar de más nada
que de espumas remotas,
voces que ponen en el labio un pasmo de pena
y dividen en dos lo que se hizo uno
para ser dividido por la sombra inmensa
de la voz sobre el trueno.

51
dolor

Viene a por ti la oscura, la intratable,


la presencia de sombra que en la luz reverbera.
La piedad no te salva. No te salva la pena.
A anonadarte viene, a sumirte en sus venas
de cristales helados, a probar tu prudencia.
Te trata la intratable y al tratarte te prueba.
Eres fruto granado, te quiere y te corteja.
Verás como el néctar de tus días mejores
se te va adelgazando, una alquimia a la inversa,
y al apurar las heces de su copa más negra,
se irá como ha venido: tu luz será más cierta.

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oreo

Cómo calla naturaleza. Hoy, primavera,


esplende y restalla lo creado,
sol sobre el verde, después del tunel de lluvias,
la luz sobre la tierra esponjosa de aguas.
Cómo consuela oír su ruido,
y la música grave de los frutos restituidos tras su ciclo,
la muerte y el marrón, los pájaros heridos,
mariposa que es apenas tocada por las manos de un niño
y cesa ya en su vuelo.
Cómo el corazón se extiende al sol,
se orea y sólo late,
con que extraño sosiego aprendo, quizás para olvidarla,
una vez más la lección,
después del ruido loco del corazón-reactor,
de los gritos al cielo del sentimiento herido,
del tremendo rugido de la carne atrapada en la miel de la trampa.
Naturaleza recrea, muere y calla,
y es gozo un instante la rosa,
las hojas que ahora verdes en silencio de octubre
vestirán su marrón,
y la vida y su ruido, corazón extendido, corazón encogido,
seguirán escondiendo el silencio de amor.

53
54
III

c a l

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56
muchachas en la lluvia

El hallazgo de otro corazón que a la huida se entrega,


sin reparar en las celadas, sin detenerse en los presagios,
atento sólo a unos solos ojos, a una sola mirada,
y en los ojos, la huella de la dicha,
el signo del amor, un jinete blanco
sobre el azul montado.

Los dolorosos límites, las cercas, las espinas,


aeroplano loco que pretendiese marcar con su estela
los límites del cielo.
Estremecido el salto, el furor de la huida,
mientras corre la calle
y el roce de los peces en la red atrapados
es un grave sonido que se eleva en los pórticos,
igual que brazos adolescentes
se elevan desde las ventanas a las estrellas
buscando en el misterio
el encuentro de la razón y el anhelo
El hallazgo de otro corazón que a la huida se entrega,
estelas vegetales, incorpóreos fluidos,
la calle que se comba y parece cerrarse
y locos que sueñan carreras por arcos de triunfo,
que sudan neón y miran hacia el cielo,
deshilachado como un tapiz antiguo que borroso mostrase
bellísimas muchachas sorprendidas por una fuerte lluvia.

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soplo

Cuerda afinada, se vestía por la tarde


y exhalaba el perfume de los altos cipreses
que doblaban su copa sobre las pupilas húmedas.
Ante el espejo dibujaba la boca.
Pasaban las horas, miraba las nubes,
esperaba señales. Un hermano abría la puerta
y se sobresaltaba y se alegraba.
El aire que nos rodeaba recogía
esas marcas, quedaban en surcos finísimos
retenidos los instantes.

Alguien sopla, se afina y sale a la calle.


Y va con su cuerpo tensando el aire,
acecha y teme, sopla y canta.

Dejó de esperar los signos, las marcas,


las señales. Ella ya señal, ya camino,
haciéndose y desdibujándose en cada paso.
Yo aquí la dibujo, la escribo, la grabo, la marco.
Y soplo. Tiembla el aliento y vibra la cuerda
que une el aire que sale de su boca
y el aire que respiro en estas palabras.

58
sobre mis labios

Ella está de pie sobre mis labios


y protege con su luz la sombra mía.
Cerró mis ojos para guardar la luz,
quemó mi casa para desnudarme,
secó la fuente de mis risas pequeñas.
Ella está fluyendo como un río
y yo reposo ahogado
y me ama en su seno.

59
herida

Relumbraba la piel,
el fiel herido, un compás de música
en el agua. Esperaba el herido,
restallaba el afán, anegaba el olvido.
Todo un juego de lilas,
todo el amor quemado
en un incensario blanco,
la luz en círculos.

60
amor secreto

Eres mi amor secreto, mi luz, mi paz,


jardín del alma, verdor que asoma
por los muros altos del que te guarda.
Eres mi amor que dura en lo que pasa,
rumor íntimo, carne de agua,
aurora y crepúsculo, cenit acaso,
velado por la piedra de los pórticos,
fresco en la cal, breve y tan largo,
brida del ansia, lucidez dorada
de la piel en letargo,
casa y camino, horizonte y plaza,
y silencio, silencio, para no despertarlo.

61
dos voces

Este afán me sostiene,


me constriñe y me niega,
es un arco tensado
sin que contenga flecha.
Este afán de absoluto,
de perfecta belleza concreta,
de remanso y de sueño,
me conduce a la piedra,
al deseo del río me lleva,
sin memoria ni olvido,
puro presente en tierra.
Es un ansia cansada
contra la gravedad serena.

No quisiera ser árbol,


ni ser rio, ni ser piedra.
Contenta con mi vivir,
mis afanes no me duelan,
la pena tras la alegría,
tras la alegría la pena,
ondulándose la vida,
cresta y valle,
valle y cresta,
una música de agua
que se cumple en su cadencia.

Un agua que ya es lava


y elevándose, estalla
y se desliza mansa
como si no arrastrase árboles antiguos,

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y se agrieta, enfriándose,
reflejando los gestos de un amor consumido,
corazón coronado de cenizas,
los excesos duelen, vulgar filosofía de los días,
persigue Séneca la medida,
como yo persigo, huyendo,
otro corazón huido,
jinete sobre azul,
cabalgando lomas, colinas,
placeres y dicha que no avisen abismos.

Dejémonos, amor, las ideas-cuchillo,


llenemos los sentidos,
los geranios, la cal, las fuentes y su liquido,
gocémonos, amor, en el tacto, la piel,
la curva del mentón, los brazos y sus ritos.
Dejemos que nos huyan dolores,
cenizas, horizontes repetidos
y aceptemos el zumo de las uvas,
la luz de las estatuas, la ciudades, los ríos,
y sean, hombre en tierra, mis labios, tu navío,
nos huyan las celadas, los límites,
las sombras y el olvido.

63
pasillo de cal

Cuando uno se recoge en si mismo


y se vuelve regazo
en el regazo de una ausencia de tiempo.
Luz lechosa vibrando en onda lenta, acunando
otras ondas que serpean bailando en el ritmo
pausado de palabras extensas que evocan la pereza,
el hábil marchitarse de uno mismo,
un otoño encarnado en pálpitos ligeros. Allí
hay un secreto que no quieres descubrir,
una llave, una carta, un papel donde alguien ha escrito
palabras que, ignoradas, se conocen y aman
mejor que las sabidas.

Hay también un pasillo,


por donde se avanza, de irregulares paredes
muy blancas de cal, rugosas,
como pieles trabajadas por plegarias antiguas. Ando
y siento que éste es el principio y el fin del laberinto.

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66
IV

r e g r e s o

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del tiempo

El tiempo es un espacio donde suceden nubes y frentes


y aguaceros y ojos que lloran
y gotas frías y rostros que hielan
¡
( en el 72, fue en el 72, aquel invierno,
la fuente de la plaza helada!)
y huracanes con sus calmos ojos y suspiros
e inversiones térmicas y relaciones súbitamente rotas
y cirros y cúmulos y canciones tristes
que alguien escucha
en algún sitio donde alguien dice:
«mejor esperamos a que escampe».

El tiempo es un espacio donde suceden ciclones


y cíclopes soplones y humedades.
y vientos regionales y banderas y gritos de locos
y declaraciones de cuerdos, maromos bien planchados,
y guitarras y balas que ondean el aire próximo y lo estrangulan,
jet stream local, y dejan caer una lágrima fría que levanta
el cálido aire de corazones rotos como una plegaria.

Espacio, el tiempo que tarda un frente en recorrer tu frente,


cúmuloestratos que pasan rozando la nariz de la tierra,
y arrugan la piel, la acarician y lavan,
espacio bien lavado, arrasado por el tiempo que levanta hojas,
como esta, hacia ti levantada,
hacia tu ojo calmo, centro de un huracán,
hijo de un tiempo que llueve con violencia
palabras y ahoga la voz,
borrasca honda que a su paso aligera su carga de conciencia
con una lluvia ácida de palabras, como azufre, amarillas.

69
nostalgia de lo uno

El ojo no duerme,
los sueños se desvanecen
por sí mismos.
Si el espíritu no se pierde
En las diferencias,
Las diez mil cosas no son
más que una identidad única.
Del Sin-sin-ming, texto zen atribuido a Seng-Tsan, siglos VI-VII

El espíritu se pierde en tardes


desabridas donde lo distinto esta pálido
y sin brillo. Y aún así sabe que las diez mil
cosas no son más que una identidad única.
El espíritu se pierde en el reflejo dorado
de una copa donde la amistad es cercana y blanda. Y aún así sabe
que las cien mil cosas no son más que una identidad única.
El espíritu se pierde en las lianas
de los anuncios luminosos y las luces rápidas
de la ciudad y aún así sabe que el millón de cosas
no son más que una identidad única.
El espíritu se pierde en trabajos minuciosos
y cansados que absorben la atención y secan
la mente y aún así sabe que los diez
millones de cosas no son más que una identidad única.
El espíritu ama perderse en lo diverso, acercarse
atento y curioso a lo que desconoce, ama amar
la inmensa variedad de lo creado, incluso perdido
en la maraña de las diez mil millones de cosas que lo enjaulan.
Porque aún así sabe que se inicia
el camino que le lleva de la admiración y de la melancolía

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a la región blanca donde todo retorna a lo Uno.
Y cuando el espíritu no se pierde
en las diferencias ni ama ni odia, ni busca
ni encuentra, e incluso ya transmutado en luz,
aún así el espíritu humano ama lo diverso e inicia
el camino de retorno que le hace sentir
el germen de lo Uno en cada cosa distinta. Y la nube
que recorre solitaria el cielo contiene en su fugacidad
la inmensa nostalgia de lo eterno, porque lo Uno
eterno está repleto de nostalgia por cada brizna
de hierba, por la mirada de los ciervos, por la línea de sombra
y luz de las nubes que pasan van dibujando en la tierra.

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