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Domingo de Pentecostés (b)

¡Queridos hermanos!
La fiesta de Pentecostés es una fiesta muy significativa ya que en ella celebramos
e triunfo de Dios en el mundo, su triunfo en el corazón humano.
Recordemos la trama de los primeros seres humanos en el paraíso, que al rechazar
la voluntad de Dios le cerraron su corazón, y provocaron una historia extraviada
en la que lo humano se iba cada vez más desdibujando.
Dios había creado al hombre y a la mujer, y les había dado un “corazón”, que en
Pentecostés hemos entendido que había sido hecho para que Dios morara en él.
Por eso, lo que en el paraíso se clausuró para Dios, en Pentecostés se ha abierto.
Por eso la liturgia dice con entusiasmo: “El Espíritu de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones”. Ahora el Señor puede derramar, en efecto, su Espíritu en
nosotros y reinar en nosotros en este mundo.
1. La primera lectura, sacada de los Hechos de los Apóstoles, condensa en una
sencilla pero compleja narración la dinámica de la vida eclesial. Las lenguas
que suscita el Espíritu de Dios en los discípulos, tienen como meta dar a
conocer el Evangelio a todos los pueblos. ¡Miren nada más!, la primera
Iglesia, hecha de gente sencilla, fue capaz de aprender por el impulso del
Espíritu tantos idiomas como fuera necesario para contribuir al milagro de
Dios morando en el corazón de todas las gentes. Las lenguas de Egipto, de
Mesopotamia, de Arabia, de Grecia y más allá, etc. fueron aprendidas por
los primeros discípulos, deseosos de compartir la nueva vida en el Señor.

2. Por otra parte, tengamos en cuenta que no es posible una nueva lengua, o
lenguas, en la Iglesia, si no hay nueva vida. La nueva vida en el Espíritu del
Señor es el fundamento de un nuevo hablar, de una nueva forma de
comunicarnos con los demás, de una nueva relación con el mundo. En este
punto, el evangelio de hoy, sacado del evangelio de Juan, nos ilumina
cuando nos presenta a Jesús señalando la misión de los discípulos: “Reciban
al Espíritu Santo. A los que les perdones los pecados, les quedarán
perdonados…”. La nueva vida parte del perdón de Dios a cada persona. A
partir de ahí se puede hablar un lenguaje nuevo. Sólo la persona
profundamente reconciliada, puede hablar diferente, puede hablar la
lengua del amor y, por lo tanto, construir.

La persona ya no habla nada más por hablar, como sucede con muchos
cristianos que hablan por hablar el evangelio mismo, pero sin ningún efecto
en los demás. Pero con la reconciliación que Jesús nos ha ofrecido, la
persona tiene la posibilidad de hablar desde el corazón, desde la propia
vida, y su palabra resulta coherente y, por lo tanto, más convincente.

Les decía a los niños que han visto películas de terror, que una persona
endemoniada, es decir, cuyo corazón ha sido usurpado por el demonio, tiene
un semblante totalmente transformado, sólo que es un semblante de
muerte, que provoca terror en quien lo ve; habla con una voz tenebrosa y
ridícula, desfasada, un niño habla como un hombre adulto de voz gruesa;
además destruye todo lo que está a su alrededor mostrando una tremenda
ira. En cambio, imaginemos o recordemos, porque puede ser que ya
hayamos visto a alguien, a una persona poseída por el Espíritu de Dios. Su
semblante está lleno de vida, y el brillo de su alma se nota en el brillo de
sus ojos, en la forma de mirar, genera confianza, mira como Jesús, con
compasión como con la viuda de Naín o con complacencia como con el joven
rico; su voz es amable, pacífica, da confianza como cuando Jesús dice que
sus ovejas al escucharle le siguen, es enérgica cuando haya que defender a
los más necesitados; y en lugar de destruir su entorno, lo purifica, lo limpia,
lo ordena, lo vuelve cálido, lo transforma en espacio para la comunión, los
demás no se sienten rechazados sino acogidos como en casa, y ese entorno
es tan ancho que la persona siente preocupación por el mundo entero como
decía Jesús “he venido a traer un fuego al mundo y como quisiera que ya
estuviera ardiendo”.

3. ¿Cuáles son esas nuevas lenguas que el Espíritu de Dios quiere suscitar hoy
en día en su Iglesia, y de su Iglesia para el mundo?
- El lenguaje del amor y de la paz. El lenguaje que muestra verdadero
interés por las personas y que ante los problemas no se desespera. Con el
don del Espíritu, la agresividad de nuestras palabras se convierten en
palabras de respeto, de cariño y en expresiones de consolación…
- El lenguaje humilde. El lenguaje realista. Con el don del Espíritu, la
soberbia de nuestras expresiones cede a la humildad de no creerse más
que los demás, de no creer que siempre se tiene la razón… No es el
lenguaje de quien cree que por estar cerca de la Iglesia, por eso soy
perdonado, o de quien piensa que por pecar poco y sin gravedad, merece
más prontamente el perdón de Dios que los demás. El lenguaje humilde
sabe entablar diálogo y produce encuentros en los que las personas se
enriquecen mutuamente.
- El lenguaje personal. Es el que sabe llamar a la persona por su nombre.
El don del Espíritu nos lleva a involucrarnos con respeto y amor
incondicional en la vida de los demás; sabe preguntar por la vida concreta,
y se ofrecer sin tener que saber a fondo la vida del otro…
De este modo el mundo entiende que Dios habla a través de los cristianos,
que como Jesús, tienen palabras que dan vida. Estas nuevas lenguas
desembocarán en la única lengua de la vida comunitaria, la del amor
fraterno.

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