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Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales

Escuela de Psicología
Seminario de investigación

PARTO HUMANIZADO
“Consideración de la declinación simbólica y la emancipación femenina en el
contexto de nuevas tecnologías”

Romina Inostroza
Noviembre 2018
Guia: Raudelio Machin
En el presente trabajo a través de una búsqueda bibliográfica, se pretende profundizar
respecto al parto humanizado en relación a algunos conceptos psicoanalíticos, que permitan
pensar el parto o nacimiento como una experiencia subjetiva, además de comprender que
posibilita la puesta en escena de la materialización de los deseos y expectativas de los padres, sin
coartar la experiencia libidinal de estos (Revisar redacción). Lo mencionado permitirá pensar
además, cómo es la relación de continuidad que se establece para las mujeres en el proceso de
parto y cómo esto está mediatizado por formas socioculturales de entender los derechos de las
mujeres, la violencia obstétrica y el uso más frecuente de ciertas intervenciones a la hora del
nacimiento.
Se tomará como eje principal, el contexto socio-cultural actual, donde las nuevas técnicas
y avances médicos al servicio del parto, generan a la vez un nuevo concepto de mujer. Es decir,
en la búsqueda de la sociedad actual por dar lugar a lo femenino, se constituye la mujer como
concepto, lo que tiene diferentes implicancias en los diversos ámbitos de la vida y por ende,
también en el parto y como éste se piensa a partir de lo humano, con el propósito de re-
humanizar una experiencia que de por sí es humana (Revisar redacción, en ocasiones las
oraciones muy largas no ayudan).
Lo anterior, se fundamentará por medio de los conceptos que entrega el psicoanálisis para
pensar al sujeto, como sujeto de deseo inconsciente y a través de algunas nociones
antropológicas que permiten ligar las experiencias inconscientes por medio del rito, entendiendo
éste , como rito simbólico que entrega la posibilidad de integración de la experiencia de parto. Lo
anterior, tiene lugar en la medida en que ambos campos consideran dentro de alguno de sus
enfoques, la importancia de la dimensión simbólica como eje fundamental de la experiencia que
implica el nacimiento, teniendo en cuanta que ahí se pone en juego el sujeto en su totalidad, es
decir se expresa más allá de la dimensión concreta y consciente que interpela a la medicina
tradicional.
Por otra parte, se hará una reflexión a partir del concepto de dispositivo para entender las
relaciones de poder y cómo se instauran en la sociedad nuevas nociones de sujeto, mujer, padres,
hijos etc., por medio de la influencia de las nuevas tecnologías. Se instaura algo a nivel social
que opera más allá de lo evidente, puesto que además, moviliza deseos y constituye al sujeto
como tal en su operación.
En el artículo de García, D. (2010), se presenta un análisis teórico de los conceptos de
embarazo, parto y puerperio, a partir de cómo han repercutido las diferencias e inequidades
históricas entre hombres y mujeres, en relación a la falta de protagonismo y la poca autoridad de
las mujeres -y sus familias- durante este proceso. Por lo tanto, el desarrollo de una maternidad y
paternidad responsable implica la concientización y la implementación de una mayor
incorporación en cuestiones como la planificación, ejecución y evaluación de la atención
recibida.
“El sistema médico oficial hegemoniza el control sobre los conocimientos que se refieren
al cuerpo humano, en este caso al cuerpo femenino y sus procesos fisiológicos. Control
medicalizador sobre el cuerpo de las mujeres y su capacidad reproductiva, que ha estado presente
en los últimos dos decenios” (García, D. 2010, s.p.).
La hegemonía de la institución médica entrega el poder y el control de la salud, la
enfermedad y el nacimiento, reduciendo el parto a una visión biológica y fisiológica, aislando el
acontecimiento del entorno, unificándolo, desvalorizando el sentir de la mujer por medio de la
tecnificación, donde el profesional se torna el conocedor y el único autorizado para dirigir el
proceso como lo estime conveniente. Esto a su vez, olvida la integridad del ser humano y no le
presta atención a las diversas variables en las cuales se desarrolla y transita el sujeto.
“En relación con el parto, su humanización implica que el control del proceso lo tenga la
mujer, no el equipo de salud; requiere de una actitud respetuosa y cuidadosa, calidad y calidez de
atención, que se estimule la presencia de un acompañante significativo para la parturienta (apoyo
afectivo-emocional). O sea que, la mujer sea el foco en la atención y los servicios ofrecidos
sensibles a sus necesidades y expectativas” (García, D. 2010, s.p.).
Dos ejes centrales para el progreso y el desarrollo humano en relación a la humanización
del parto, es por un lado el protagonismo de los sujetos y por otro el desarrollo que genera el
acompañamiento social y ambiental. Respecto al protagonismo, se discute que este debe ser
extendido hasta el padre, como elemento a considerar -en la humanización del parto- en paralelo
a la etapa de atención de todo el proceso. En relación al acompañamiento, este debe mantenerse
en cualquier circunstancia, siempre que la madre quiera contar con el apoyo emocional, y
afectivo, que le brinde la tranquilidad, seguridad y la confianza que necesite.
Al proponer estas alternativas de atención, se contempla a la mujer como sujeto de
derecho, lo que reduce la medicalización, entregándole la dignificación y humanización que se
debe. Las nociones respecto a la medicalización en la mujer, se establecen a partir de considerar
el embarazo como un problema de salud, por lo que se configura como una actitud normativa y
controladora, situación que atraviesa un control histórico de la mirada médica por sobre el
cuerpo femenino. “A partir de ello puede comprenderse la importancia de la medicina en la
constitución de las ciencias del hombre: importancia que no es solo metodológica, sino
ontológica, en la medida en que toca al ser del hombre como objeto de saber positivo” (Foucault,
M., 1966, p. 257)
Según Strauss, L. (1961) en la tribu de los indios cuna se cree que el parto difícil se debe
a que Muu se ha apropiado del alma de la madre, por lo que el canto buscaría encontrar dicha
alma pérdida a través de un enfrentamiento espiritual. “Se trata, entonces, de un chamán, aun
cuando su intervención en el parto no ofrezca todos los caracteres que acompañan habitualmente
a esta función” (Strauss, L., 1961, p. 212); junto a esto, el autor señala que se forma un ritual
muy abstracto, cuestión por la cual se dificulta comprender la cura o el efecto psicológico, pero
que si se puede afirmar que el canto corresponde a una manipulación psicológica, dado que el
chamán no toca el cuerpo ni le da remedios. Cabe mencionar, que este canto solo se desarrolla en
casos dificultosos y problemáticos según lo determine la partera.
Levi Strauss en relación a lo señalado, busca distinguir el objetivo del ritual y a que se
debe su eficacia, menciona que:
“La técnica del relato busca, pues, restituir una experiencia real; el mito se limita a sustituir a los
protagonistas. Estos penetran en el orificio natural, y puede imaginarse que, tras toda esta
preparación psicológica, la enferma los siente efectivamente penetrar. No sólo ésta los siente;
ellos «despejan» —para sí mismos, sin duda, y para encontrar el camino que buscan, pero
también para ella, para hacerle «clara» y accesible al pensamiento consciente la sede de
sensaciones inefables y dolorosas— el camino que se disponen a recorrer.” (Strauss, L., 1961, p.
218).
Por lo que el objetivo del ritual correspondería a poder ligar las experiencias que se han
vivido (la del acto sexual y de los dolores presentes), y su eficacia se debe a la actualización
ritualista de un relato mítico que procura a través del canto lograr lo anteriormente descrito,
personificando los dolores, nombrándolos y presentándoselos a la mujer para que pueda
incorporarlos consciente o inconscientemente.
La cura en esta intervención estaría por tanto, orientada a hacer pensable la situación y
aceptar los dolores que el cuerpo experimenta como propios. Además, Levi Strauss recalca que
pese a que la mitología no responde a una realidad objetiva, la enferma y la sociedad creen en
dicha intervención sin dudar. “el chamán proporciona a la enferma un lenguaje en el cual se
pueden expresar inmediatamente estados in-formulados e informulables de otro modo” (Strauss,
L., 1961, p. 221). Esta expresión verbal a su vez permite poder ordenar psíquicamente la
experiencia actual y reorganizar el sufrimiento de la mujer.
Respecto a este capítulo de Levi Strauss, Gonzáles Requena (2009), hace una revisión
crítica a partir de una argumentación de la teoría de lo simbólico y una reconsideración de los
mitos, en relación a cómo opera su función simbólica, dado que construye y estructura
subjetividades. En este texto, se hace una relación entre “el coito y el parto”, señalando que
“todo parece indicar -pues de lo contrario el conjunto de la intervención del chaman carecería de
sentido- que en ella se manifiesta una resistencia inconsciente a aceptar, en lo concreto de su
experiencia vital, esa relación” (Gonzáles, J., 2009, p. 17).
Lo anterior, relata cómo el chamán es quien permite dicha eficacia y funciona como
efecto de ligadura experiencial, reemplazando el lazo simbólico que anuda ambas experiencias
en la mujer, y así poder sobreponerse (mejorarse). La intervención simbólica del chamán,
homologada a la posición del médico, se torna fundamental en estos partos difíciles, debido a
que la carencia simbólica es la que ha llevado a la mujer a esa dificultosa situación; cuestión por
la que se requiere de la persona del chamán, ya que el carácter no simbolizable o inefable de los
dolores, pueden ser integrados en la realidad, a través de su intervención.
Se torna fundamental considerar la eficacia de las palabras del chamán, debido a que en
sus palabras es donde se encarna la eficacia de la intervención, siendo la herramienta principal
que buscará por un lado que la mujer pueda aceptar su condición -de mujer- y como se
mencionaba anteriormente poder ligar sus experiencias. Ahora bien, se señala que no son
arbitrarias las palabras que se relatan o narran a través del ritual, ya que, no han sido igual de
eficaces algunos discursos similares o comunes por los indios cuna. Deben ser palabras que
permitan la asunción de la mujer a su condición como tal, una eficacia de signos ofrecidos en el
momento oportuno, entregadas en un acto de donación simbólica, un discurso que le entrega una
temporalidad y continuidad de sentido al sujeto, una vía de configuración de su deseo
convirtiéndolo en acto a través del rito.
Lo señalado, queda mejor descrito al decir que:
“Mientras que en ese tejido de deseos articulados que es el inconsciente no se halle
presente el deseo de ser mujer, de estar embarazada, de tener un hijo. Y porque, después de todo,
rechaza esa herida narcisista que es la vía inevitable para la asunción de su identidad –es decir,
de la diferencia– sexual, solo puede vivir las sensaciones que acompañan al proceso biológico
que padece como dolores extraños, incomprensibles que la asaltan con la brutalidad ciega de lo
real” (Gonzáles, J., 2009, p. 20).
A partir de lo mencionado, es posible dar lugar al papel que las teorizaciones
correspondientes al campo psicoanalítico, pueden tener al momento de pensar y problematizar el
parto, teniendo a la base la concepción de parto subjetivo, que se manifiesta a través de un
cuerpo hablante, donde se ponen en escena aspectos inconscientes de la mujer-madre. Esto
quiere decir, que en el momento del parto (al igual que cualquier otro) se despliegan fantasías
inconscientes por medio de la actualización de sus propios deseos.
En base a esto, Freud, S. (1914) señala que: “el analizado no recuerda, en general, nada
de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción,
lo repite, sin saber, desde luego que lo hace” (p. 152). De esta manera, es posible extrapolar esta
idea a la vida en general, y en este caso particular, al proceso de parto que vive la mujer; proceso
en el que se conjugan y reeditan mociones pasadas por medio del acto de parir, hay algo en esta
experiencia presente que se repite a nivel inconsciente y del cual es importante tomar
conocimiento al momento de pensar el concepto de parto humanizado.
A partir de lo anterior, es necesario aclarar que si bien, no se considera a la mujer
parturienta como enferma (en este trabajo), en comparación con el analizado al que hace
mención el autor, el sujeto entendido a partir del inconsciente, no puede separarse de este, es
decir, sus dinámicas particulares se manifiestan constantemente en su vida, su actuar o padecer, o
simplemente su posición inconsciente, es por esto que es posible pensar la repetición en acto de
experiencias pasadas más allá del espacio que entrega el análisis clásico.
Continuando con los aportes de Freud, S. (1925), en relación a la diferencia anatómica de
los sexos, plantea que la niña pasa por un proceso pre-edípico de ligazón con la madre, momento
que debe terminar con el cambio de objeto hacia el padre para dar lugar a la femineidad. De esta
manera, la niña pequeña, no vivencia el miedo a la castración, pues ella ya está castrada, sabe
que hay algo que no tiene pero quiere tenerlo; sin embargo, para lograr lo que se llama Complejo
de Edipo Positivo, ella “resigna el deseo del pene para reemplazarlo por el deseo de un hijo, y
con este propósito toma al padre como objeto de amor” (Freud, S., 1925, p. 274).
La mujer entonces, es presentada aquí como castrada desde el nacimiento y el autor
propone que la fantasía de poder tener un hijo del padre podría entregar el sentimiento de
completud que no tenía y así poder acceder a la femineidad por medio de la renuncia al pene. Si
se siguen estas aportaciones, es licito pensar que la mujer, a diferencia del hombre, por medio del
embarazo completa esa falta primordial, la cual se acaba con lo que se puede llamar castración
real, es decir la separación física de la mujer con su bebé, en el acto del corte del cordón
umbilical.
A partir de lo anterior, la mujer (entendiendo este concepto a partir de su aparato
reproductor) pasa por un proceso anterior de relación con su primer objeto de amor, su madre, y
si se sigue la lectura de Freud, esto podría llevarla a diferentes destinos, de los cuales el hombre
estaría exento. Esto es de interés para problematizar los procesos de parto y las prácticas
médicas. “Puesto que esa fase deja espacio para todas las fijaciones y represiones a que
reconducimos la génesis de las neurosis.” (Freud, S. 1931, p. 228). Esto quiere decir que, al
considerar, en el mejor de los casos, que ese periodo de ligazón con la madre, desembocó en la
elección de objeto hacia el padre, ya existiría gran material inconsciente frente al cual poner
atención, como por ejemplo en el parto, lo cual podría ser aún mucho más complejo en casos en
los que la niña toma otra dirección.
Existe en Freud, S. (1931) la idea de que con la universalización de ese carácter negativo
en la mujer, se desvaloriza la femineidad y junto con esto, la madre. Esto podría dar respuesta a
las interrogantes que surgen sobre la pasividad que comúnmente es adjudicada a la mujer y cómo
esto las pone en un lugar donde se es permitido, por ejemplo, el maltrato en las salas de parto;
donde se podría pensar que la mujer paga el precio de su deseo sexual.
Por lo tanto, como dice Freud, S. (1931), “no debiéramos pasar por alto que aquellas
primeras mociones libidinales poseen una intensidad que se mantiene superior a todas las
posteriores, y en verdad puede llamarse inconmensurable” (p. 244).
Este trabajo se desarrolla a partir de la idea de que tampoco debiese pasarse por alto, que
la mujer se configura a partir de múltiples y complejas experiencias, por lo tanto entender que lo
que se pone en escena en el parto tiene que ver con su propia historia, permitiría el espacio para
la consideración del cuerpo libidinal, como cuerpo hablante de una historia, como dice el autor,
inconmensurable.
Teniendo en consideración el hecho de que el parto es una experiencia compleja donde se
ponen en juego muchas sensaciones tanto a nivel físico como psíquico “la sobreexcitación
experimentada en la zona genital desencadena fantasías sexuales en las que el dolor y el placer
adquieren un significado”. (Zelaya, C., 2003, p. 22). La autora plantea que esto puede traducirse
en parte de un proceso que está dirigido a dar vida, en tanto acto creativo de satisfacción, como
también podría vivirse como una experiencia masoquista, donde aparecerían angustias de
desintegración producto de la separación simbiótica madre-bebé.
Como plantea Kristeva (1980) la experiencia de la separación reedita las separaciones
primordiales que han sido registradas inconscientemente, aquellas producidas con el cuerpo de la
propia madre. Esta idea permite pensar el parto como una actualización de aquellas experiencias
arcaicas que se desplegaron durante el nacimiento de esa mujer que posteriormente está
pariendo, por ende el proceso de parto está ligado a la propia relación que esa mujer ha
establecido con su madre en momentos anteriores a los registros conscientes.
Zelaya (2003) recalca que el parto es una experiencia del todo movilizadora en términos
inconscientes y subjetivos, dejando al descubierto la irrupción de impulsos y ansiedades, lo que
pone a prueba los recursos yoicos y su capacidad de contención de dichas ansiedades. Es por
esto, que el ambiente se torna importante durante este proceso, en cuanto a las relaciones que la
mujer parturienta establezca con su madre, con otras mujeres, su pareja y el equipo médico, pues
estas podrían facilitar la integración de la vivencia del parto.
Continuando con la importancia del ambiente, para Winnicott (1957) es fundamental que
la futura madre, tanto sana, como también enferma (en términos psiquiátricos), conozca al
médico y a la matrona que estarán a cargo de su proceso de parto; esto, el autor lo plantea como
lo más importante anterior al parto, dado que si ella no confía en quienes la atenderán la
experiencia pierde valor. La mujer entonces, tiene el derecho y la necesidad de ser informada y
de contribuir durante el parto.
“Así, a través de estos enfoques, el psicoanálisis aporta a la obstetricia, y a todas las tareas que
implican relaciones humanas, un aumento en el respeto que los individuos sienten con respecto a
los demás y a los derechos individuales. La sociedad necesita técnicos incluso en la labor de los
médicos y las nurses, pero cuando se trata de personas y no de máquinas, el técnico debe estudiar
la forma en que la gente vive, imagina y crece en cuanto a experiencia”. (Winnicott, D., 1957,
s.p.)
Lo mencionado, es importante, debido a que el ambiente debería ser capaz de instruir y
contener en caso de ser necesario, de manera cercana, dado que la mujer que va a parir se
encuentra en un estado particular, donde la partera u otros profesionales, podrían volverse
persecutorios, dando cuenta de fantasías que apuntan al miedo por la pérdida de su bebé.
Rodríguez, M. (2003) señala que cuando el psicoanálisis habla de cuerpo, se refiere a
cómo la palabra y el sexo se anudan en él. Se presenta por tanto, el cuerpo de la embarazada
como un cuerpo hablante y sexual que corresponde al territorio del primer encuentro, es decir la
piel de la madre, dicho cuerpo hablante, según dice la autora, corresponde a aquel que esta
investido con el poder de dirigir un acto a otro. “No es el cuerpo que significa algo para alguien,
sino el cuerpo significante, y significante quiere decir que produce un efecto en un otro”
(Rodríguez, M. 2003, p. 57). Se dice que la madre es todo para el hijo hasta que le enseña su
lengua materna, por medio de la cual da lugar a la separación. Aquello que se traspasa por medio
de la palabra la constituye como objeto perdido y buscado.
El puerperio, según la autora, es el momento que marca la retirada de la madre,
estableciendo su distancia por medio de la pérdida de sí misma, en cuanto a objeto privilegiado,
donde predomina la dicotomía entre retener-perder; lo que hace posible considerar el parto como
una experiencia compleja, que se caracterizaría por el sentimiento de ambivalencia, volviendo
aún más importante una adecuada atención de parte de quienes forman parte de esta vivencia.
Para entender lo mencionado en la práctica hospitalaria, es relevante pensar sobre cómo
se lleva a cabo el proceso de parto en el contexto institucional; en relación a esto Casal, N. y
Alemany, M. (2013) señalan que el parto en la sociedad actual, ha adquirido el lugar de
patología, por lo tanto se trata a la mujer embarazada como alguien que debe someterse a los
criterios profesionales. Proponen que el modelo biomédico en el cual se basa el proceso de
embarazo, parto y puerperio, es de estructura jerárquica, entregando el saber y el poder a los
equipos médicos; para esclarecer estos enunciados, se afirman en el concepto de “violencia
simbólica” propuesto por Pierre Bourdieu y lo extrapolan a lo que ocurre en la atención del
parto, para explicar que lo que ahí se pone en juego es un tipo de violencia normalizada, donde
no hay agresión física, pero si se pasa a llevar a la mujer en sus derechos y en su capacidad de
opinar e informarse sobre lo que implica cada procedimiento; aclaran que este tipo de violencia
se ejerce en complicidad con quien es subordinado, en este caso la partera, puesto que requiere
de aquella sumisión para desarrollarse.
Es por esto que se puede pensar el parto como un fenómeno social donde ambas partes
tienen un lugar definido por la cultura y por ende se hace muchas veces invisible la violencia que
los médicos ejercen y las mujeres embarazadas permiten.
Esto quiere decir que si bien este artículo propone pensar el lugar del sujeto deseante y su
cuerpo libidinal, considerando éste como un cuerpo hablante de aquellas marcas inconscientes;
en primer lugar se ha hecho necesario ir un paso hacia atrás y problematizar en primera instancia
lo que ocurre con la atención al parto en el contexto concreto, práctico y consciente de dicha
experiencia, debido a que, la insuficiencia del ambiente para contener y soportar las vivencias
yoicas, difícilmente podría dar lugar a los aspectos inconscientes.
Si se considera como análisis la atención biomédica del parto hospitalario, la mujer ha
estado definida como incapacitada para poder lidiar con todo el proceso que está viviendo,
situándola en una posición pasiva -de paciente-, existiendo una despersonalización o
expropiación del propio cuerpo, relegando su integridad, su desarrollo y cualquier tipo de
decisión que considere, dado que su sentir es acallado por el saber médico. El proceso de parto,
que pudiese ser vivido con mayor naturalidad o como un proceso normal, es tratado como una
intervención compleja, totalmente mediatizada por el personal médico, donde se sitúa a la mujer
en la condición de enferma, por lo que al parecer no tuviera nada que decir al respecto, dada
dicha condición.
Frente a este contexto, es que la mujer en el parto hospitalario queda aislada de cualquier
red social de apoyo, impidiéndole ser acompañada, opinar o participar, debido a la concepción
biologicista y patológica del parto. Por otra parte, el cuerpo es fragmentado en función de las
diversas especialidades médicas que se ponen en juego, donde existe una jerarquización del
personal en función de su tarea y la relación con el cuerpo femenino, en este sentido se puede
pensar que cada profesional se posiciona en relación al poder que encarna en esta escena, como
lo son anestesistas, matronas, ginecólogos, entre otros, y que esto puede variar en función de si
es un parto normal o cesárea.
“Como resultado de la estandarización y rutinización del sistema, no existe un
mecanismo institucional para separar los partos normales de los que presentan complicaciones, y
por ello se tratan todos los partos con el mismo set de procedimientos” (Sadler, M., 2004, p. 11).
Por lo que, independiente de las condiciones del parto, es habitual que exista una interferencia
del curso normal de este, siempre estando la intervención como posibilidad durante el proceso.
Un ejemplo de esto es la inyección intravenosa que estimula el trabajo de parto; donde, como se
ha señalado, la mujer no es participe del procedimiento, pasando a llevar los ritmos normales y
naturales de cada mujer, estandarizando el parto en función de una cuestión meramente técnica
que responde solamente a la preparación de los profesionales.
Sadler (2004), también señala que en la atención hospitalaria hay un comportamiento
normativo adecuado al que las mujeres deben responder, el cual consiste en seguir las normas
médicas y no interferir en el trabajo del personal, no importando para nada las necesidades
individuales, la experiencia corporal, los dolores y todo lo que su cuerpo pudiese expresar.
Esta supresión de la experiencia de la mujer, podría ser comprendida en relación a la
violencia simbólica, dado que, el personal tiene el conocimiento autoritario portador de todas las
decisiones, determinaciones y empleos a ejercer, estando todos autorizados a obrar en función de
cómo lo establezcan, no teniendo la mujer el protagonismo, sino como se ha señalado, siguiendo
mandamientos, órdenes y siendo escasamente informada; internalizando las normas y siendo
cómplice de su propia subordinación, ya que, su comportamiento pudiese incidir en el trato
recibido, introyectando culpa, responsabilizándose y procurando “cooperar” en todo momento.
“La violencia simbólica se define como aquella amortiguada, insensible e invisible para sus
propias víctimas, que es ejercida esencialmente a través de los caminos simbólicos de la
comunicación y el conocimiento o, más exactamente, del desconocimiento. En este sentido, los
sometidos aplican a las relaciones de dominación unas categorías construidas desde el punto de
vista de los opresores, haciéndolas aparecer como naturales, lo que puede llevar a una especie de
autodenigración sistemática, generalmente visible en la adhesión a una imagen desvalorizada de
la mujer” (Bourdieu, P., 2000, p. 12).
Para problematizar lo anterior, Clément, C. y Kristeva, J. (2000) señalan que:
“Ahora bien, puesto que habla, la mujer está sujeta al mismo sacrificio; su excitabilidad se
somete a lo prohibido, el goce de su cuerpo engendrador se traduce en la representación de una
palabra, imagen o estatua. Sin embargo, el sacrificio no logra imponerse como un absoluto capaz
de someter sin más toda la pasión. Además, las propias representaciones -cánticos, palabras,
esculturas- no permanecen en su lugar de representación, sino que se sumergen en la carne no tan
sacrificada como parecería, y la hacen resonar, llena de gozo” (pp. 24-25).
El cuerpo, la imagen y el yo, es por tanto el lugar que permitiría dar paso a las vivencias
inconscientes y es por esto que se vuelve fundamental entregar poder a la parturienta, permitirle
hablar sobre su cuerpo y poder decidir en la medida de lo posible, sobre las prácticas que se
llevaran a cabo en su cuerpo; pues se piensa que solo de esta manera podría tener espacio el
cuerpo libidinal de los padres y por ende sus deseos y fantasías en relación al nacimiento.
La autora, propone además que por medio de las puestas en escena lideradas por las
mujeres, puede observarse el hecho de que la diferencia sexual, permite la diversidad de
experiencias y discursos, donde se vuelve importante pensar en el pasado de la mujer y lo
femenino para por medio del acto nombrar y re-nombrar el mundo, con palabras sin descanso.
Se propone entonces, pensar a la mujer parturienta como un sujeto, que fuera de estar
enferma, se encuentra en un estado particular que no invalida sus capacidades y sus derechos,
por lo tanto se hace imprescindible que en la atención médica al parto se dé lugar al
conocimiento y decisión de esa mujer que esta por parir; nadie mejor que ella conoce su cuerpo,
su historia y su pasado, sea de manera consciente o no, todas las experiencias psíquicas se
movilizan en ese momento y por ende en la medida en que el ambiente se adapte a la
singularidad de cada mujer, más opciones hay de que se piense a las protagonistas del parto
como sujetos deseantes y cuerpos hablantes de aquello inconsciente.
Luego de profundizar respecto al parto humanizado en relación a algunas nociones
antropológicas y a algunos conceptos psicoanalíticos, se procurará pensar y preguntarse por
¿Cómo se podría -teóricamente- entender que opera la dimensión simbólica en el proceso de
parto humanizado? Para esto, se pensará en las diferentes teorías ya expuestas y en la
incorporación de nuevos elementos que permiten pensar lo que se pone en juego tanto en el
proceso de parto, como en el concepto de mujer y de madre.
Si bien la antropología y el psicoanálisis, nos enriquecen teóricamente con diversas
nociones, ya sea por separado o en conjunto, se ha podido ver que hay cuestiones que se repiten
y por tanto, trascienden sus diferencias epistemológicas. Por un lado, la antropología enfatiza la
importancia de la eficacia del rito, como un proceso o momento que permitiría darle continuidad
o ligazón a la experiencia, cuestión que se lee muy similar en el psicoanálisis, en relación a
pensar el parto como una reedición de algo, cuestión que es discutida en función del enfoque
teórico, pero que sostiene que existe ahí la posibilidad de tramitar, cambiar, repetir, elaborar, etc.
Pues, como se infiere a partir de los postulados de Kristeva, J. (1980), el parto sería una
reedición de aquellas experiencias arcaicas de la mujer que está por parir; aludiría en este
contexto a la experiencia de la separación primera de esa mujer con su madre.
También se ve en común, la relevancia que adquiere la cultura en la antropología, vale
decir el contexto inmediato y las creencias que se sostienen; y en el psicoanálisis el ambiente,
como facilitador de confianza, de respeto y posible despliegue libidinal en la experiencia.
Por tanto, se ha visto que existen diversos elementos que se pueden pensar como
portadores de efecto y/o impacto simbólico, por lo que se propone considerar el parto
humanizado como rectificación simbólica del lugar que la mujer utiliza para la sociedad y la
medicina; entregando a través de la “humanización” la posibilidad de empoderamiento, un
control sobre su experiencia - y cuerpo-, lo que le permitiría apropiarse de su vivencia, ponerla
en palabras y subjetivarse, para no vivir esta como una estandarización y un mero procedimiento
al servicio de la intervención médica.
En relación a lo anterior, las prácticas intervencionistas propician que el proceso no se
experimenta como propio, sino como un acontecer médico, quitándole la experiencia subjetiva a
mujer y la posibilidad de ser protagonista durante el proceso, lo que permite pensar que
simbólicamente como concretamente la margina y cosifica respecto a su propio proceso,
aceptando dicha intromisión médica, por el valor, la validación y el poder que a la medicina se le
ha atribuido. Dado que, se “entiende como un proceso patológico que legitima la intervención y
el control médicos quitando de la esfera de la experiencia subjetiva de la mujer la posibilidad de
protagonizar el nacimiento de su hijo” (Fornes, 2009, s.p.)
Por tanto, lo que propone esta autora, es que el empoderamiento va de la mano con que
los sujetos se hagan partícipe de su experiencia, esto a través de expresar libremente sus miedos,
sus temores, adoptar las posturas o movimientos que estimen conveniente y concientizando su
capacidad de participación. Además, posibilitar que el parto esté al servicio de re-significar
experiencias obstétricas negativas anteriores, vale decir, que tienen la posibilidad de reeditarse en
la actualidad, modificando simbólicamente su concepción de parto, de embarazo, del proceso en
general y su posición frente a esto puesta en juego en las prácticas obstétricas como rituales.
Lo anterior, hace necesario retomar el concepto de “violencia simbólica” ya expuesto,
dado que se ve que estas prácticas -y su violencia- están naturalizadas, sosteniendo dinámicas
que no permiten escuchar la opinión de la mujer, no le atribuyen un lugar activo y que la
mantienen constantemente desinformada. Por lo tanto, surgen diversas preguntas, tales como ¿Se
coarta simbólicamente el lugar de la mujer? ¿De qué manera repercute esta violencia en la
dimensión simbólica? y además, ¿qué impacto tiene en la reedición psíquica de la mujer y el
despliegue de sus fantasías? (Estas preguntas abren todo un nuevo campo de investigación)
Para esbozar alguna respuesta de lo anterior, o poder problematizar las interrogantes, es
importante considerar el vínculo social que se establece con la mujer parturienta, esto ya sea, a
través del chamán o el médico, ya que, de una u otra forma se instala una posición de saber en la
escena, donde hay por un lado una “padeciente” y un supuesto sujeto de saber que está
autorizado a curarla, sea por la vía del rito simbólico o a través de la medicina tradicional y sus
implementaciones; que sostienen sus intervenciones por el reconocimiento de otros, ya sea la
cultura o la sociedad médica.
Por lo que se permite pensar, que ambas disciplinas se relacionan y/o vinculan con la
mujer de una manera parecida, pero lo que difiere es la vía de intervención que se lleva a cabo, y
por tanto, la relación con la dimensión simbólica se ve significativamente diferente. Esto queda
ejemplificado al pensar que la intervención chamánica se sostiene en la eficacia simbólica y la
vía del mito, donde se acepta dicho advenimiento y la enferma puede incorporar el lenguaje
propiciado por este tercero, para poder representar, pensar y subjetivar la experiencia inefable.
Por otro lado, y de manera muy adversa, la medicina no le entregaría a la parturienta un
mito del cual poder adherirse, sino que le entrega un mito elaborado por la ciencia, para que
pasivamente lo incorpore. Esto permite diferenciar, entre lo que sería el mito individual, el cual
respeta los tiempos, las diferencias, la subjetividad y la vida personal, y por otro lado, el mito
social que la mujer recibe desde el exterior. Ahora bien, es inevitable por tanto preguntarse por
sus efectos y saber ¿Como lo recibe?, ¿Como lo adopta? y ¿Como vive dicho transito subjetivo?
(Estas preguntas hacen mucho más específica tu búsqueda, da la impresión que acá comienza
una nueva investigación)
“Esto puede sonar familiar, por lo menos a los que conocen salas de parto. Me refiero al
borramiento manual que del cuello uterino se realiza, así como la forma en que el avance de
dicho borramiento se lleva a cabo. Obviamente aquí la estrategia terapéutica no se efectúa por la
vía de lo simbólico sino por la vía de lo real” (Hoyos, 1999, s.p.)
Sería interesante discutir sobre la noción de real implícita en esa afirmación.
Si bien, las prácticas se posicionan de manera similar en ambos casos inaugurando una
forma de vinculo social particular, hay diferencias marcadas en sus procedimientos que tienen
relevancia para los fines de este artículo, dado que se podría estipular que la medicina con su
intervención concreta y física, se trataría de una cura de lo real por lo real y en el chamanismo se
trataría de una cura de lo real por lo simbólico. Este mito impuesto por la vía de lo real, es lo que
las diferenciaría radicalmente en su aproximación simbólica llevada a cabo (Revisar redacción,
no se entiende esta afirmación).
Para poder complementar y entender de forma más clara las relaciones entre lo que
propone la antropología y el psicoanálisis, se tomarán como referencia los planteamientos de
Roudinesco (2002) quien expresa que existirían distintas representaciones de la femineidad. Una
es considerar a la mujer como complemento exacto del hombre, otra es inferiorizar (este es un
neologismo, debe ir en cursivas, o entrecomillado) a la mujer o finalmente idealizarla. En la
primera se relaciona a la mujer directamente con lo maternal y en las otras dos lo femenino y lo
maternal se disocian. De estos diferentes modelos representaciones de lo femenino se inauguran
diferentes mecanismos de poder: complementariedad, sometimiento o exclusión.
“Así, la sexualidad de las mujeres surgió con toda su fuerza, en primer lugar, de la decli
nación del poder divino del padre y su transferencia a un orden simbólico cada
vez más abstracto, y luego, de la maternalización de la familia. Después de
haber sido tan temido, pudo brotar entonces un dese femenino fundado a la
vez en el sexo y el género, a medida que los hombres perdían el control del
cuerpo de las mujeres.” (Roudinesco, 2002, p. 126). (Formato)
Así, como señala la autora, a finales del S.XX. las mujeres toman el control total ante la
procreación, alcanzando un nivel de poder temible, pues podrían convertirse en madres sin la
voluntad de los hombres. En relación a esto, se piensa que el parto humanizado, busca
reivindicar el lugar de la mujer, por medio del acto humanizado hacia ellas, devolviéndoles a
través de lo simbólico su lugar como sujeto de derecho.
Lo anterior, adquiere importancia al pensar las posiciones simbólicas que ha utilizado la
mujer a lo largo de la historia, dado que, pensar cómo ha sido posicionado lo femenino frente a la
maternidad, a los procesos de procreación y/o al parto en sí mismo, favorece el entendimiento de
todo lo que ahí se pone en juego. Puesto que, si existe un deseo femenino que logra desarraigarse
de lo maternal, la subjetividad que tiene lugar en el parto va mucho más allá de la madre, es mera
subjetividad humana. “La sexualidad psíquica fundada en la existencia del inconsciente. Ese
tercer término hace del ser humano -hombre y mujer- un sujeto deseante, y este orden del deseo
no compete ni a lo social ni a lo biológico” (Idem).
Por lo tanto, gran parte de lo que se expresa en el proceso de parto, escapa al discurso
médico y a su capacidad de abordaje. Como señala Sladogna (1998) el aumento de tecnologías,
promueven la declinación de una forma simbólica, un ejemplo de esto es la disminución de los
partos naturales, para reemplazarlos por sistemas asistidos de reproducción, partos inducidos, e
intervenidos, entre otros.
“No se trata de valorar una circunstancia en detrimento de otra, sino de constatar un cam
bio, ni más ni menos. Es necesario calcular que cada uno de los problemas reales
que esos avances han permitido resolver no carecen de un costo, y sostenemos
que esos costos y sus facturas se procesan en el orden subjetivo”.
(Slandogna, 1998, p. 65). (Formato)
Continuando con los postulados del autor, esto se explica debido a que la ciencia además
de entregar soluciones genera nuevos problemas, concernientes a otras dimensiones, pues por su
estructura, señala que la ciencia tiende a expulsar la subjetividad y si no la expulsa, igualmente
no la considera.
Es por esto, que para los fines de esta investigación, se vuelve crucial entregar a la
dimensión simbólica y subjetiva un lugar imprescindible para sortear los avances científicos y las
diferentes técnificaciones del trato con personas en el contexto hospitalario, ya que, si bien no se
pretende generar una estigmatización frente a las técnicas médicas, en cuanto a buenas o malas,
si se busca dar lugar a lo que la ciencia busca excluir, es decir lo simbólico y subjetivo de la
experiencia humana, especialmente en el parto, donde el embarazo, parto y puerperio implican la
aparición y actualización de deseos y fantasías que, ni con la mejor técnica médica, encontrarán
lugar si no se pone escucha en otra dimensión, la dimensión simbólica e inconsciente.
Se vuelve interesante pensar, cómo las nuevas tecnologías médicas que se han inventado
bajo el discurso de liberación femenina, han promovido de igual manera a la declinación de la
función simbólica. La concepción de “dispositivo” de Deleuze (1975), permite entender cómo se
ha gestado una nueva construcción del concepto de mujer. Para el autor el término de
“dispositivo” implica la formación de una red de saber/poder y subjetividad, dado que para él un
dispositivo produce subjetividad, en tanto que somos el dispositivo. El dispositivo cómo
máquina que funciona unida a determinados regímenes históricos, implica que estos regímenes
distribuyan lo enunciable y lo no enunciable en la medida en que dan lugar o no al objeto, que no
existe fuera de ellos.
Por lo tanto, si consideramos que como efecto de los avances médicos y técnicos, se ha
iniciado un nuevo concepto de mujer, que le entrega cierta autonomía, por ejemplo en la
reproducción, que le permite posicionarse fuera de lo que se entiende por castración, que la
empodera y le devuelve un lugar como sujeto de derecho capaz de decidir por sí misma en lo que
a ella y a su cuerpo respecta, y si no es así como en el caso del aborto, existe un discurso
incipiente que se dirige a ello. (Este no será un nuevo engaño a favor del “dispositivo”)
Sin embargo, lo que se plantea acá, es cómo a pesar de los cambios de paradigmas (más
que a pesar, según tu propia interpretación sería, gracias a…) , de la presencia implícita de la
posmodernidad y los discursos menores, las tecnologías siguen construyendo una noción de ser
humano y principalmente de mujer, que inhibe completamente la dimensión simbólica, es decir
que los avances científicos a pesar de que se sitúan en un discurso de libertad y mejoras para la
vida humana, continúan repitiendo la violencia de los meta-relatos, aportando solamente en un
nivel imaginario la sensación de libertad y control sobre sí mismos.
En este contexto, la mujer, en tanto concepto, sigue siendo anulada en su dimensión
simbólica por los nuevos dispositivos que aparecen de la mano de las nuevas técnicas, en la
medida en que objetivizan la reproducción, llegando a establecerse una relación de mercado con
la vida; pues se entrega poder solo en un nivel médico, pero ¿qué ocurre con el proceso de
subjetivación en una gestación asistida? ¿qué lugar tiene el deseo del hijo/a en este dispositivo?
¿qué ocurre con la historia libidinal de padres que solo sirven como herramienta para la creación
de hijos de otra pareja? ¿Hasta qué punto puede considerarse esto como una práctica de libertad
o de resistencia?! Esta pregunta, de nuevo abre otro universo de trabajo interesante.
“En Estados Unidos nacieron anualmente entre seis mil y 10 mil niños desde que se puso
en práctica la técnica de la procreación médica asistida. Se parecen hasta el punto de confundirse
con los otros niños y nada permite decir que son mejores o peores. Las técnicas cambian como
las costumbres, los usos y las culturas; pero el amor, la pasión, el deseo, la locura, la muerte, la
angustia y el crimen son inmutables” (Roudinesco, 2002, p. 180).
La autora, en su intento por analizar lo que ocurre con la nueva idea de familia, entrega la
posibilidad de pensar y responder algunas de las preguntas planteadas en esta investigación. Ella
expresa cómo ciertas manipulaciones en la procreación han generado consecuencias graves a
nivel psíquico, frente a las cuales nadie puede responder ni hacerse cargo, pues “solo un sujeto
hablante es capaz de dar testimonio de la tragedia de su existencia. (ÍDEM). La autora agrega
que ese privilegio que entrega el pensamiento reflexivo por medio el psicoanálisis es la única
forma que tiene el hombre moderno para reivindicarse en un mundo donde él esta siendo
absuelto por su propio poder.
Lo mencionado, ese lugar de escucha y discurso, de deseo y pulsiones, es lo que se ve
imposibilitado una vez más por los avances científicos de los que se sirven las personas en la
actualidad. Según Deleuze (1975) los nuevos dispositivos, continúan al servicio o de la
“producción o del consumismo” de las personas, pero en ningún caso, estos se encuentran a
favor de la subjetivación o de la realización simbólica.
Para entender de mejor manera, cómo la gestación puede tener consecuencias a nivel
psíquico en los sujetos, Spielrein (1912) plantea que lo que se pone en juego en el acto sexual
tiene dos polos, tanto sentimientos positivos, como negativos, lo que hace aún más compleja esta
experiencia. Los sentimientos negativos, como el miedo y es asco, forman parte del componente
destructivo del instinto sexual.
La autora, recalca que cada experiencia nueva no tiene lugar en el presente, si no es a
través de las experiencias primitivas de nuestra infancia que se registran a nivel inconsciente y
por medio de una asociación tienen lugar en la actualidad. Esto podría reafirmar la hipótesis de
que en el proceso de parto se re-actualizan ciertas nociones infantiles que aluden a experiencias
primitivas, por lo tanto, el lugar de la parturienta, debiese inscribirse también en la dimensión
simbólica inconsciente, dado que “en las fuentes de placer infantiles encontramos los orígenes
del placer sexual en el adulto”. (Spielrein, 1912, s.p.)
Según lo descrito, es fundamental reconocer, que las prácticas están sujetas a discursos y
estos discursos a la vez se ven influenciados por las prácticas, por lo tanto, el dispositivo en tanto
red, engloba todo lo mencionado; es por esto, que no se piensa la práctica como negativa en sí
misma, sino más bien que se critica a partir de lo que ocurre a nivel social con respecto a la
concepción de mujer, de parto, de madre, etc.
“Es un error juzgar según la apariencia, pues no es ésta la que enriquece a alguien, ni a
los intercambios, sino la manera en que cada uno vive simbólicamente sus pulsiones y su
compromiso al servicio de acciones constructivas, porque el deseo sexual cobra todo su sentido
en el amor, y el deseo por el otro en toda su persona” (Doltó, 1998, p. 15)
Como bien lo menciona la autora, lo que realmente permite el despliegue del sujeto es la
forma en que éste vive, desde su singularidad la dimensión simbólica de sus deseos y pulsiones.
Es por esto, que se piensa que el parto humanizado, va dirigido a la puesta en práctica de
acciones al servicio de que todos quienes forman parte de ese rito, puedan expresar su forma de
vivir sus pulsiones. Si el deseo cobra sentido en el amor, es esto lo que debe estar a la base de
una técnica u otra, dado que más allá, de lo que ésta implique en sí misma, lo importante es cómo
se da espacio a aquello desconocido de la experiencia.
El concepto que aquí se pone en juego alude a lo que la autora llama “madre simbólica”,
las cuales pueden o no, ser “madres naturales”. No toda mujer que pasa por la experiencia del
parto, se constituye como madre desde lo simbólico, pero lo que, en su psiquismo y cuerpo
ocurre al momento del parto, tendrá repercusiones en su posición simbólica.
Un proceso de parto que sostenga la desmanda inconsciente de quien va a parir,
permitiría sortear de mejor manera los deseos y pulsiones que ahí se despliegan, daría lugar a que
esa experiencia adquiera un sentido y re-elaboraría la relación sociocultural de la mujer con la
culpa por el acto sexual. Doltó (1998) señala que una ley de despenalización de aborto, tiene
como sentido descargar de culpa el acto sexual, para promover una procreación fruto del acuerdo
entre ambos padres. Entonces, ¿es posible pensar que el parto humanizado, en tanto práctica,
puede homologarse a lo que se plantea aquí desde la ley de aborto? ¿podría una experiencia de
parto simbólico y subjetivo, contribuir a la despenalización de la culpa en la mujer? Si se logra
coger a esa mujer embarazada, desde todas sus dimensiones, es posible abrir un lugar simbólico
de re-actualización de las primeras experiencias pulsionales, que se traducirían en una
experiencia especial, sin violencia, sin coartar el deseo.
El parto humanizado, las nuevas tecnologías médicas que se crean al servicio de la
reproducción, el aborto y otras manifestaciones sociales y políticas que tienen a la mujer como
eje principal de su ejecución; forman parte de una nueva manera de entender el lugar de la mujer,
otorgándole la posibilidad de emanciparse del orden social patriarcal dominante históricamente.
En este sentido, Foucault (1984), menciona que la liberación es posible en la medida en que se
empleen ciertas prácticas de libertad. Sin embargo, “Hay casos en los cuales, en efecto, la
liberación y la lucha de liberación son indispensables para la práctica de la libertad” (p. 260).
Esto se acompaña con la idea de que la libertad debiese ponerse en práctica de forma ética, es
decir, siendo consciente de la forma en que cada quién decide vivir su vida sin perder de vista las
relaciones con los otros.
El autor se basa en las culturas antiguas para expresar que lo que se entiende aquí como
liberación tiene directa relación con la consideración de aspectos individuales, y que a partir de
eso es posible la consideración por los otros. “No hay que anteponer el cuidado de los otros al
cuidado de sí; el cuidado de sí es éticamente primero, en la medida que la relación consigo
mismo es ontológicamente primera” (p. 264).
En relación a esto, es posible proponer que las prácticas antes mencionadas podrían
considerarse como prácticas de libertad en pro de la emancipación femenina, dado que
establecen nuevas formas de procreación y de contacto en las relaciones de poder que de alguna
manera permiten que el concepto de mujer esté en constante actualización, permitiendo que la
mujer, como manifiesta el autor, tenga la capacidad de ejercer su propio poder sobre sí misma.
En el parto humanizado, por ejemplo, es ella quien puede decidir cómo vivir su parto, siendo la
figura principal de un proceso que es netamente de ella, pues como se ha dicho antes, es la
parturienta quién sabe mejor que nadie qué es lo que necesita. Por ende, el parto humanizado
podría considerarse una práctica de libertad.
La idea de liberación de la mujer, tiene directa relación con las nuevas técnicas que se
han generado tanto para favorecer la reproducción, como para evitarla. En este sentido Bellucci
(1990), entrega ciertas directrices a partir de lo que ocurre en Argentina con el Anarquismo, la
sexualidad y la emancipación femenina. Esto en relación al concepto de familia y de maternidad,
para proponer que en siglo XIX a pesar de los deseos del anarquismo por empoderar a la mujer,
seguía existiendo un pensamiento patriarcal, que ligaba a la mujer con la maternidad como algo
inseparable.
“Interesa reparar en las limitaciones ideológicas patriarcales de la propuesta que
“supuestamente” intenta ser emancipatoria: las mujeres optan entre amar una familia numerosa y
una familia reducida pero no está en consideración la posibilidad de una elección voluntaria por
la no procreación”. (Bellucci, 1990, s.p.)
Lo mencionado permite pensar, ¿Hasta qué punto en la sociedad actual las nuevas
prácticas y tecnologías al servicio de la mujer funcionan como liberadoras?
Conclusiones

Finalmente, luego de profundizar respecto al parto humanizado en relación a algunas


nociones antropológicas y a algunos conceptos psicoanalíticos, se procurará pensar algunas
cuestiones esbozadas en el comienzo. Si bien, lo desarrollado en este artículo ha sido una
discusión de lo que dicen algunos textos de antropología y psicoanálisis; esta, fue una separación
artificial, realizada para poder comprender el parto humanizado en mayor profundidad. Más que
contraponer teorías, se buscará en esta parte final poder complementar y así, esbozar
conclusiones respecto a cómo estas disciplinas entregan razones teóricas y aportaciones
fundamentales para reconsiderar diversos factores que repercuten en el parto, pensándolo en
torno a la calidad de atención entregada y porque no, a su mejora.
Si pensamos en la aportación de la antropología respecto al tema, no se puede no destacar
o señalar como importante pensar el parto como ritual, vale decir como un momento que produce
un efecto en el sujeto, por lo que se puede pensar el papel del chamán o profesional en esta
cuestión y cómo su intervención pudiese ser la que genera dicho efecto. Además, se permite
analizar cómo la experiencia individual se pone aquí en juego, a propósito de las modificaciones
que pudiese generar en algún sujeto.
La antropología si bien destaca el rito y quién está al mando de este, enfatiza en que no es
importante solo por ser una autoridad, sino que, es relevante este tercero en la escena por la
dinámica simbólica a la cual pertenece, por la importancia del lenguaje que se despliega y las
creencias culturales que la sociedad avala en su quehacer y prácticas. Si consideramos esto en el
parto humanizado, el rito podría ser pensado como el parto mismo, en el sentido de una
intervención que afecta a cada uno de los sujetos. El lenguaje estaría encarnado por todos
quienes comparten la escena y las creencias, las que determinan cómo las cosas deben hacerse;
en los indios cuna se creía en la intervención del chamán, de la misma forma en que la mujer
parturienta debería creer en el equipo médico a cargo. Esto se fundamenta en la idea de que los
profesionales deben trabajar a favor de la simbolización, es decir, realizar un acto de donación
simbólica, con el fin de operar como ambiente sostenedor de lo que ahí se despliega.
La consideración del parto como una vivencia que moviliza las mociones pulsionales
inconscientes, en tanto reedición de las primeras separaciones que el sujeto ha vivido, genera la
necesidad de pensar en el ambiente en que la mujer va a parir, puesto que de esto puede depender
que la experiencia de parto sea menos agresiva para la parturienta.
También se ve en común, entre el psicoanálisis y la antropología, la relevancia que
adquiere la cultura en la antropología, vale decir el contexto inmediato y las creencias que se
sostienen; y en el psicoanálisis el ambiente, como facilitador de confianza, de respeto y posible
despliegue libidinal de la experiencia.
En síntesis, ¿qué sería humanizar el parto a ojos de la antropología y el psicoanálisis -
según todo lo anteriormente desarrollado-? Se podría concluir que el psicoanálisis promueve la
consideración del caso a caso, por lo que humanizar el parto tendría que ver con respetar las
diferencias de las mujeres parturientas, adaptando el proceso y la intervención a cada
singularidad.
Es importante considerar que existe la necesidad a nivel social y cultural, de reivindicar
la posición de la mujer embarazada, entendiendo que ella esta envuelta en una experiencia
compleja, que excede los límites de lo consciente y de lo médico, y por lo tanto requiere de
atención especial, desde la cercanía y el amor, con el propósito de permitir la puesta en escena de
todo lo que ahí se vive a nivel simbólico.
El parto humanizado, vendría a restituir el lugar de la mujer, en tanto sujeto de derecho y
de deseo, quien siente y piensa por si misma; tomándose de la idea de que es ella, quien mejor
sabe como llevar su experiencia, por lo tanto, pensar el parto humanizado desde el psicoanálisis,
se trata de entregar escucha a su demanda inconsciente, a los deseos que en ella circulan y a su
historia, puesto que todo lo que ahí se manifiesta, forma parte de un pasado que se trae al
presente en diferentes formas.
Informar a la mujer embaraza desde el comienzo de su proceso, permite despojarla de
posición de objeto en que la pone el discurso médico, para favorecer lo humano y subjetivo, en la
medida en que ella con el conocimiento recibido tome decisiones sobre sí misma.
Si bien, este recorrido bibliográfico nos muestra lo crucial que es el contexto inmediato y
la intervención en el momento oportuno, se cree que la práctica institucional actual, en su
mayoría, imposibilita o no considera lo que el psicoanálisis aborda; centrando su atención en la
estandarización del parto y su técnica, al ser la intervención siempre una posibilidad del quehacer
médico.
Diversos factores externos a la mujer, la incorporan en tanto cuerpo, cosificado, a tal
punto de objetivación que es fragmentada, donde diversos profesionales la asisten por partes
según su especialización. Por ende, según lo expuesto, se vuelve fundamental prestar la escucha
al proceso de parto institucional actual, para promover mejoras que se dirijan hacia la calidad de
atención en todas sus aristas.
Las nuevas tecnologías entregan una nueva concepción de mujer que continúa alejándose
de la dimensión simbólica y que por lo tanto, repiten un discurso imponente y poco conciliador
con respecto a las diferencias y a la importancia de la dimensión simbólica e inconsciente. Dado
que, a pesar de sus esfuerzos por reivindicar una posición de mujer, esto se realiza solo a nivel
imaginario, dado que se sigue utilizando a la mujer como objeto, ahora de las nuevas tecnologías
que le entregan la ilusión de poder y control sobre el parto y el nacimiento.
Sin embargo, lo anterior no quita que las nuevas prácticas al servicio de la reproducción
operen como liberadoras en las mujeres, dado que le permiten desligarse del hombre para
procrear y esto les entrega poder, a pesar de que ese poder se desarrolle bajo las mismas
dinámicas de objetivación de la vida actual.
Esto último, abre una nueva posibilidad de análisis para futuros trabajos de investigación,
en relación a las prácticas liberadoras que la sociedad puede estar promoviendo para los
hombres. Es decir, este trabajo puede permitir cuestionarse sobre cómo se desarrolla el concepto
de hombre y en base a esto, el concepto de padre dentro de la cultura actual.

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Consideraciones sobre el trabajo.


Se trata de un tema de investigación interesante y amplio, que daría lugar a varias preguntas de
investigación. En ese sentido, el texto se configura como una suerte de paréntesis de preguntas dentro de
paréntesis de preguntas. Casi como una “fractalización” de la escritura, que impide seguir
consecuentemente hasta las últimas consecuencias una idea.
Unas conclusiones bien extensas dan cuentas de esta lógica del texto que no logran atrapar del todo.
En lo formal, se cumple con lo esperado. Aún requeriría de una revisión ortográfica, de redacción y estilo
más detallada. Persisten algunas omisiones en las referencias.

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