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Garrone presenta en SEMINCI un helador relato

sobre el atavismo en el ser humano.

Garrone maravilla con su película Dogman, un neonoir que hiela al espectador. Floja película de
Desiree Ashkavan en el segundo día de la Sección Oficial

La temática LGTB ha hecho acto de presencia en la Sección Oficial del certamen de la mano de dos
largometrajes en las que el lesbianismo es el tema de fondo. The miseducation of Cameron post es
la segunda película dirigida por la cineasta Desiree Akhavan, quien adapta a la gran pantalla la
novela del mismo nombre de la profesora de literatura Emily Danforth. La película se estrenó en el
Festival de Sundance en los Estados Unidos donde ganó el premio del jurado y ,como viene siendo
tristemente habitual en este festival, ya ha pasado por multitud de festivales e incluso exhibida
comercialmente en varios países. Un ejemplo más del escaso riesgo que los actuales gestores de la
Seminci asumen, programando lo que se sabe que va a funcionar, pues la película trata un tema que
conecta con el gran público: la persecución de la orientación sexual diferente y lo hace desde
coordenadas narrativas muy convencionales y ya exploradas en multitud de películas de temática
similar, como la aclamada La vida de Adele , algo más interesante y quizás menos estereotipada
que la película norteamericana.

La directora intenta bucear en los vericuetos existenciales de una adolescente norteamericana de


orientación sexual lésbica, a la que su represiva familia recluye en una institución ultraconservadora
evangélica para que se recupere de su “ perversión pecaminosa” tras descubrirla practicando sexo
con otra compañera de clase. La película discurre a partir de ahí por los derroteros clásicos de este
tipo de películas que narran las intolerancias que todavía padecen las personas con orientaciones
sexuales diversas. El problema de la película es que no aporta nada, incluso los puntos de giro del
guión de la película son los habituales, incluida la típica situación dramática que hace surgir en los
protagonistas la determinación para salir huyendo de tan represora institución religiosa. Los
personajes no tienen profundidad, están estereotipados, y responden a los convencionalismos
clásicos. Tenemos a la directora del centro, una psicóloga de mediana edad con ideas prehistóricas
sobre el origen de la homosexualidad y que ella resume en la película con la imagen de un iceberg
según la cual, los homosexuales son personas que reprimen sus traumas de forma que sólo su
desordenada y pecaminosa existencia salta a la vista, ocultando la verdadera razón de su
“desviación”. Su hermano, quien la ayuda a regentar la institución y que es un antiguo homosexual
que se ha “curado” de su perversión gracias a la ayuda de la comunidad religiosa a la que pertenece,
pero que lamentablemente no ofrece ninguna profundidad psicológica en la película. Su personaje
resulta de los más ridículo y caricaturesco, incluso en su apariencia física que recuerda al personaje
del puritano señor Flanders en los Simpson. Por último un grupo de adolescentes, de lo más
variopinto, que sólo tienen en común la desdicha de tener unos padres poco comprensivos con su
orientación sexual y a través de cuya interacción se van proyectando diversas maneras de afrontar la
propia condición sexuañ

La directora de la película, una gran admiradora del cineasta de los ochenta especializado en cine
para adolescentes inadaptados John Hughes, parece que ha querido rendir un homenaje al autor de
El Club de los Cinco, presentándonos una historia de adolescentes que tienen que luchar tanto con
la represora educación que reciben por parte de fundamentalistas evangélicos, como contra sus
propios miedos e inseguridades derivados de su recién descubierta sexualidad. Esta influencia del
Club de los Cinco e incluso la de Las Vírgenes suicidas de Sophia Coppola es demasiado evidente a
lo largo de toda la película, existiendo planos que son prácticamente calcados en la película. Parece
como si Ashkavan con su película hubiera querido rescatar ese cine adolescente de los 80, al que
ahora se acusa con cierto desdén de propagar clichés machistas, para la causa del movimiento
LGTB.

La película es entretenida y puede servir para ilustrar la naturaleza ultraconservadora de ciertos


sectores de la sociedad estadounidense pero dista mucho de ser ese cine gourmet con el que Javier
Angulo nos quiere vender su proyecto de Seminci. En definitiva una película impropia de una
sección oficial. Su temática, eso si, la hace firme candidata la Espiga Arcoiris.

Con Dogman del italiano Matteo Garrone el público congregado en el Teatro Calderón ha tenido la
oportunidad de visionar una película propia de Sección Oficial, tan sórdida y descarnada en la
presentación del viaje a los infiernos de su protagonista, Lucio, como bien facturada en lo visual
con unos planos muy impactantes y que se adscriben claramente al género del neo-noir.

La película nos vuelve a situar, como en otras cintas de Garrone, en el submundo de la Italia más
sórdida esa que magistralmente nos presentaran cineastas como Passolini o Francesco Rossi. La
película se inspira en un hecho real, un sórdido y brutal asesinato acaecido en Italia a finales de los
años 80 por parte de un toxicómano y cuidador de perros. Garrone se inspira en estos luctuosos
hechos para presentar una fábula moral sobre cómo personas aparentemente dóciles y poco
asertivas pueden esconder dentro de si brutales asesinos en un contexto de injusticia, traición y
violencia. Lucio, el protagonista de la película, es un peluquero canino, de constitución enclenque
cuya vida mezquina transcurre entre los ratos que pasa con un matón toxicómano, especialista en
meterse en líos, y su hija con la que sueña poder salir de su marginal barriada para ver mundo.
Lucio se las apaña para mantener un frágil equilibrio entre su amistad con Simoncino, que le lleva a
bordear la criminalidad en varias ocasiones, su condición de padre responsable y su estatus de
pequeño comerciante que se lleva a las mil maravillas con otros dueños de negocios colindantes,
Sin embargo todo se tuerce para él, cuando es obligado por Simoncino a participar en un robo al
tendero de al lado de su establecimiento. Su decisión de permanecer fiel a su amigo y no delatarlo le
origina un aislamiento brutal y nuevas humillaciones por parte de Simoncino hacia éste que lo
llevan a planear una cruel venganza. La película de Garrone guarda curiosamente ciertos
paralelismos con la cinta de Miguel Ángel Vivas que abrió el Festival, Tu Hijo.

Ambas son películas sobre venganzas ejecutadas por personajes que no están preparados ni
emocional ni existencialmente para llevarlas a cabo. En ambas películas se narra con extrema
crudeza lo terrible qué es matar a un ser humano y las implicaciones morales que esto conlleva. Sin
embargo la película de Garrone es mucho más convincente y ambiciosa, permitiendo una crítica
social y moral mucho más brutal que la del director Sevillano.

Resulta muy interesante el hecho de que el protagonista de la película de Garrone sea un cuidador
de Perros. Se da la infeliz circunstancia de que a Lucio lo tratan como a un “perro”, sin respeto ni
consideración, cuando este es más “humano” con los que le rodean ya sean personas o animales,
mientras que cuando se comporta salvajemente, y se aproxima a la teórica animalidad, se gana un
respeto, que en la película se manifiesta en el hecho de que los ladridos de los perros, omnipresentes
en la mayoría del metraje, desaparecen cuando Lucio exhibe toda su crueldad. La película parece
suscribir la tesis Hobbesiana de que el hombre es un lobo para el hombre: el mayor y más cruel
depredador de la escala evolutiva, y de que la sociedad no está hecha para los dóciles ni los débiles.
Este idea de la evolución, o mejor dicho involución, hacia lo atávico tan presente en películas como
Perros de Paja de Peckinpah o El Sirviente de Losey, hacia formas más territoriales y agresivas en
el ser humano, más etológicas y menos psicológicas, está perfectamente descrita en la película de
Garrone en una serie de planos que dejan literalmente helado al espectador que las contemple. Sólo
cabe felicitar al Festival por traer, en este caso sí, algo que ya se exhibió en Cannes para deleite de
la crítica y del público.

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