Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
“MEDIATOR DEI”
PIO XII
A los Venerables Hermanos Patriarcas, Primados, Arzobispos, Obispos y demás Ordinarios en paz y comunión con la Sede
Apostólica,
INTRODUCCIÓN
3. Así todos los hombres, felizmente rescatados del camino que los
arrastraba a la ruina y a la perdición, fueron nuevamente encaminados a
Dios a fin de que con su colaboración personal al logro de la propia
santificación, fruto de la Sangre del Cordero inmaculado, diesen a Dios la
gloria que le es debida.
A) RENOVACIÓN LITÚRGICA
7. Bien sabéis, Venerables Hermanos, que hacia finales del siglo pasado y
comienzos del actual se despertó un singular entusiasmo por los estudios
litúrgicos, bien por el esfuerzo de algunos particulares, bien, sobre todo, por
la celosa y asidua diligencia de varios monasterios de la ínclita Orden
benedictina; y así, no sólo en muchas regiones de Europa, sino también al
otro lado del mar, se desarrolló un apostolado útil, digno de toda alabanza.
Las saludables consecuencias de este intenso apostolado fueron visibles
tanto en el terreno de las ciencias sagradas, donde los ritos litúrgicos de la
Iglesia occidental y oriental fueron más amplia y profundamente estudiados
y conocidos, como en la vida espiritual y privada de muchos cristianos.
9. Sin duda conocéis muy bien cómo esta Sede Apostólica ha cuidado en
todo tiempo diligentemente de que el pueblo a ella confiado se educase en
un sentido litúrgico verdadero y práctico; y que con no menos celo ha
procurado que los sagrados ritos resplandezcan también al exterior con la
debida dignidad. Nos mismo, por esta razón, al dirigirnos, según
costumbre, a los predicadores cuaresmales de esta Nuestra ciudad en el
afeo 1943, les habíamos exhortado calurosamente a recomendar a sus
oyentes que participasen -con creciente fervor en el Sacrificio eucarístico; y
así recientemente hemos hecho traducir de nuevo al latín, del texto original,
el libro de los Salmos, que tanta parte ocupa en las preces litúrgicas de la
Iglesia Católica, a fin de que estas preces fueren más exactamente
comprendidas, y su verdad y suavidad más fácilmente percibidas8[8].
10. No obstante, aunque el apostolado litúrgico Nos proporciona no poco
consuelo por los saludables frutos que de él se derivan, Nuestro deber Nos
obliga a seguir con atención esta renovación, a la manera en que algunos la
conciben y de cuidar diligentemente que las iniciativas no sean ni excesivas
ni defectuosas.
11. Ahora bien, si por una parte comprobamos con dolor que en algunas
regiones el sentido, el conocimiento y el estudio de la Liturgia son escasos o
casi nulos, por otra notamos, con temerosa preocupación, que algunos
están demasiado ávidos de novedad y se alejan del camino de la sana
doctrina y de la prudencia, mezclando a la intención y al deseo de una
renovación litúrgica, algunos principios que, en teoría o en práctica,
comprometen esta santísima causa y a veces también la contaminan con
errores que afectan a la Fe católica y a la doctrina ascética.
13. No crean, sin embargo, los pusilánimes que tienen nuestra aprobación
porque reprendamos a los que yerran y pongamos freno a los audaces; ni
los imprudentes se crean alabados cuando corregimos a los negligentes y
perezosos.
C) LA ENCÍCLICA
14. Aunque en esta Nuestra Carta Encíclica tratemos sobre todo de la
Liturgia latina, esto no es debido a menor estimación de las venerandas
Liturgias de la Iglesia Oriental, cuyos ritos, transmitidos por nobles y
antiguos documentos, Nos son igualmente queridísimos; sino que depende
más que nada de las condiciones de la Iglesia occidental, que son tales que
requieren la intervención de Nuestra autoridad.
15. Escuchen, pues, todos los cristianos con docilidad la voz del Padre
común, que desea ardientemente que todos, unidos íntimamente a El, se
acerquen al Altar de Dios, profesando la misma Fe, obedeciendo a la misma
Ley, participando en el mismo Sacrificio, con un solo entendimiento y una
sola voluntad.
17. Creemos, sin embargo, que ningún proyecto ni ninguna iniciativa será
en este caso más eficaz que un fervoroso espíritu y celo religioso, de los
que es necesario estén animados los cristianos y se guíen por ellos, de
forma que aceptando con ánimo sincero las mismas verdades y
obedeciendo dócilmente a los legítimos pastores en el ejercicio del culto
debido a Dios, constituyan una fraternal comunidad, ya que «aunque somos
muchos, formamos un solo cuerpo todos los que participamos de un mismo
pan»9[9].
PRIMERA PARTE
20. Este es un deber que obliga ante todo a cada uno de los hombres en
singular, pero es también un deber colectivo de toda la comunidad humana,
unida entre sí con vínculos sociales, porque también ella depende de la
suprema autoridad de Dios.
21. Hemos de advertir que los hombres se encuentran ligados por este
deber, por haberlos Dios elevado a un orden sobrenatural.
23. Ahora bien, este culto no era otra cosa que la sombra12[12] del que
el Sumo Sacerdote del Nuevo Testamento había de rendir al Padre celestial.
3 ° En el Nuevo Testamento.
a) Jesús.
25. Toda su actividad entre los hombres no tiene otro fin. De niño, es
presentado en el Templo al Señor; de adolescente, vuelve a él; más tarde,
acude allí a menudo para instruir al pueblo y para orar. Antes de iniciar el
ministerio público, ayuna durante cuarenta días, y con su consejo y su
ejemplo exhorta a todos que oren, lo mismo de día que de noche. Como
maestro de verdad «ilumina a todas los hombres»16[16] para que los
mortales reconozcan debidamente al Dios inmortal y no «se oculten para
perdición, Sino que perseveren fieles para ganar el alma»17[17]. Cómo
pastor, pues, gobierna, a su grey, la conduce a los pastos de la vida y le da
una Ley que observar para que ninguno se separe de El y del camino recto
que El ha señalado; sino que todos vivan santamente bajo su influjo y su
acción. En la última Cena, con rito y aparato solemnes, celebra la nueva
Pascua y establece su continuación, mediante la institución divina de la
Eucaristía; al día siguiente, levantado entre el cielo y la tierra, ofrece el
Sacrificio de su vida; y de su pecho traspasado hace en cierto modo brotar
los Sacramentos que repartan a las almas los tesoros de la Redención. Al
hacer esto, tiene como único fin la gloria del Padre y la santificación cada
vez mayor, del hombre.
b) Continuación en la Iglesia
1. Cristo e Iglesia
28. En toda acción litúrgica, por tanto, juntamente con la Iglesia, está
presente su Divino Fundador. Cristo está presente en el Augusto
Sacramento del Altar, bien en la persona de su ministro, bien,
principalmente, bajo las especies eucarísticas; está presente en los
Sacramentos con la virtud que en ellos transfunde para que sean
instrumentos eficaces de santidad; está presente, por fin, en las alabanzas
y en las súplicas dirigidas a Dios, cama está escrito: «Donde están dos o
tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos»22[22].
29. La Sagrada Liturgia es, por tanto, el culto público que nuestro
Redentor rinde al Padre como Cabeza de la Iglesia, y es el culto que la
sociedad de los fieles rinde a su Cabeza, y, por medio de ella, al Padre
eterno; es, para decirlo en pocas palabras, el culto integral del Cuerpo
místico de Jesucristo; esto es, de la Cabeza y de sus miembros.
32. Así el alma se eleva más y mejor hacia Dios; así el -Sacerdocio de
Jesucristo se mantiene activo en la sucesión de los tiempos, no siendo otra
cosa la Liturgia qué el ejercicio de este Sacerdocio. Lo mismo que su
Cabeza divina; también la Iglesia asiste continuamente a sus hijos, los
ayuda, los exhorta a la santidad, para qué adornados con está dignidad
sobrenatural, puedan un día retornar al Padre, que está en los cielos.
Devuelve la vida- celestial a los nacidos a la vida terrenal, los llena del
Espíritu Santo para la lucha contra el enemigo implacable; congrega a los
cristianos alrededor de los altares y con insistentes invitaciones los exhorta
a celebrar y tomar parte en el Sacrificio Eucarístico, y los alimenta con el
pan de los Ángeles para que estén cada vez más fuertes; purifica y
consuela á aquellos a quienes el pecado hirió y manchó; consagra con
legítimo rito a aquellos que por vocación se sienten llamados al ministerio
sacerdotal; revigoriza con gracias y dones divinos el casto connubio de
aquellos que están destinados a fundar y constituir la familia cristiana;
después de haberlos, confortado y restaurado con el viático eucarístico y la
santa, Unción, en sus últimas horas de vida terrena, acompaña al sepulcro
con suma piedad los despojos de sus hijos, los compone religiosamente y
los protege al amparo de la cruz, para que, puedan resucitar un día
triunfantes sobre la muerte; bendice con particular solemnidad a cuantos
dedican su vida al servicio divino, en el logro de la perfección religiosa, y
extiende su mano auxiliadora a las almas que en las llamas de la
purificación imploran oraciones y sacrificios para conducirlas finalmente a la
eterna beatitud.
A)EXTERNO
33. Todo el culto que la Iglesia rinde a Dios debe ser interno y externo. Es
externo, porque así lo reclama la naturaleza del hombre, compuesto de
alma y cuerpo; porque Dios ha dispuesto que «conociéndolo por medio de
las cosas visibles, seamos atraídos al amor de las cosas invisibles»26[26].
Además, todo lo que sale del alma es expresado naturalmente con los
sentidos; y el culto divino pertenece no solamente al individuo, sino
también a la colectividad humana, y por lo tanto, es necesario que sea
social, lo que es imposible, incluso en el terreno religioso, sin vínculos y
manifestaciones externas. Por último, es un medio que pone de relieve la
unidad del Cuerpo místico, acrecienta sus santos entusiasmos, aumenta sus
fuerzas e intensifica su acción, «si bien, en efecto, las ceremonias en sí
mismas no contengan ninguna perfección o santidad, no obstante son actos
externos de religión que, como signos, estimulan el alma a la veneración de
las Cosas sagradas, elevan la mente a la realidad sobrenatural, nutren la
piedad, fomentan la caridad, aumentan la fe, robustecen la devoción,
instruyen aun a los más sencillos, adornan el culto de Dios, conservan la
religión y distinguen a los verdaderos de los falsos cristianos y de los
heterodoxos»27[27].
B) INTERNO
1) Es elemento esencial.
34. Pero el elemento esencial del culto debe ser el interno: es necesario, en
efecto, vivir siempre en Cristo, dedicarse por entero a El, a fin de que en El
y por El se dé gloria al Padre.
35. La Sagrada Liturgia exige que estos dos elementos estén íntimamente
unidos, lo que no se cansa dé repetir cada vez que prescribe un acto
externo del culto. Así, por ejemplo, a propósito del ayuno nos exhorta: «A
fin de que lo que nuestra observancia profesa exteriormente se obre de
hecho en nuestro interior»28[28]. De otra forma la religión se convierte en
un ritualismo sin fundamento y sin sentido.
37. La Iglesia, por tanto, quiere que todos los fieles se postren a los pies
del Redentor para profesarle su amor y su veneración; quiere que las
multitudes, como los niños que salieron con gozosas aclamaciones al
encuentro de Cristo cuando entraba en Jerusalén, saluden y acompañen, al
Rey de reyes y al Sumo Autor de todas las cosas buenas con el canto de
gloria y la acción de gracias; quiere que en sus labios haya plegarias, bien
sean de súplica, bien de alegría y gratitud, con las cuales, lo mismo que los
Apóstoles junto al lago de Tiberiades, puedan experimentar la ayuda de su
misericordia y de su potencia, o como Pedro en el monte Tabor, se
abandonen a Dios en los místicos transportes de la contemplación.
3) Falsedad y Verdad
38. No tienen por esto una exacta noción de la Sagrada Liturgia aquellos
que la consideran como una parte exclusivamente externa y sensibles del
culto divino ó como un ceremonial decorativo; ni yerran menos aquellos que
la consideran como una mera suma de leyes y de preceptos, con los cuales
la Jerarquía eclesiástica ordena al cumplimiento de los ritos.
39. Por tanto, deben todos tener bien sabido que no se puede honrar
dignamente a Dios si el alma no se dirige al logro de la perfección de la
vida, y que el culto rendido a Dios por la Iglesia, en unión con su Cabeza
divina, tiene la máxima eficacia de santificación.
5) Doctrina verdadera.
44. Es cierto que los sacramentos y el sacrificio del altar tienen una virtud
intrínseca en cuanto son acciones del 'mismo Cristo, que comunica y
difunde la gracia de la Cabeza divina en los miembros del Cuerpo místico;
pero para tener la debida eficacia exigen una buena disposición de nuestra
alma. Por esto advierte San Pablo, a propósito de la Eucaristía: «Examínese
cada uno a sí mismo y después coma de este pan y beba de este
cáliz»30[30]. Por esto la Iglesia define breve y claramente todos los
ejercicios con que nuestra alma se purifica, especialmente durante la
Cuaresma, como «el entrenamiento de la milicia cristiana»31[31]. Son,
pues, acciones de los miembros que con la ayuda de la gracia quieren
adherirse a su Cabeza, a fin de que repitiendo las palabras de San Agustín
«se nos manifieste en nuestra Cabeza la fuente misma de la gracia»32[32].
Pero hay que advertir que estos miembros están vivos, dotados de razón; y
de voluntad propia, y por esto es necesario que acercando los, labios a la
fuente, tomen y asimilen el alimento vital y eliminen todo lo que pueda
impedir su eficacia. Hay pues, que afirmar, que la obra de la Redención,
independiente en sí de nuestra voluntad requiere el último esfuerzo de
nuestra alma para que podamos conseguir la eterna salvación.
C) NO HAY REPUGNANCIA
51. Por graves motivos la Iglesia prescribe a los ministros de los altares y
a los religiosos que en los tiempos señalados atiendan a piadosa
meditación, al diligente examen y enmienda de la conciencia y a los demás
ejercicios espirituales37[37], puesto que están destinados de manera
particular a cumplir las funciones litúrgicas del sacrificio y de la alabanza
divina.
A) La doctrina
53. Para comprender mejor la Sagrada Liturgia es necesario considerar otro
de sus caracteres, no de menor importancia.
B) LOS ARGUMENTOS
57. En efecto, así como el Bautismo distingue a los cristianos y los separa
de aquellos que no han sido lavados en el agua purificadora y no son
miembros de Cristo, así el Sacramento del Orden distingue a los Sacerdotes
de todos los demás cristianos no consagrados, porque sólo ellos, por
vocación sobrenatural, han sido introducidos al augusto ministerio que los
destina a los sagrados altares, y los constituye en instrumentos divinos, por
medio de los cuales se participa en la vida sobrenatural con el Cuerpo
místico de Jesucristo. Además, como ya hemos dicho, sólo ellos están
investidos del carácter indeleble que los configura al Sacerdocio de Cristo, y
sólo sus manos son consagradas «para que sea bendito todo lo que
bendigan, y todo lo que consagren sea consagrado y santificado en el
nombre de nuestro Señor Jesucristo»43[4].
58. A los Sacerdotes, pues, deben recurrir todos los que quieran vivir en
Cristo, para que de ellos reciban el consuelo y el alimento de la vida
espiritual, la medicina saludable que los curará y los revigorizará para que
puedan felizmente resurgir de la perdición y de la ruina de los vicios; de
ellos finalmente recibirán la bendición que consagra a la familia, y por ellos
el último suspiro de la vida mortal será dirigido al ingreso en la eterna
beatitud.
59. Por tanto, puesto que la Sagrada Liturgia es ejercida sobre todo por
los Sacerdotes en nombre de la Iglesia, su organización, su regulación y su
forma no pueden depender más que de la autoridad de la Iglesia.
a) Estrechas relaciones.
b) Un error y la verdad.
62. A este propósito, Venerables Hermanos, queremos plantear en sus
justos términos algo que creemos no os será desconocido: el error de
aquellos que han pretendido que la Sagrada Liturgia era sólo un
experimento del Dogma, en cuanto que si una de sus verdades producía los
frutos de piedad y de santidad, a través de los ritos de la Sagrada Liturgia,
la Iglesia debería aprobarla, y en caso contrario, reprobarla. De donde
aquel principio: La ley de la Oración, es le ley de la Fe44[5].
63. No es, sin embargo, esto lo que enseña y lo que manda la Iglesia. El
culto que ésta rinde a Dios es, como breve y claramente dice San Agustín,
una continua profesión de Fe católica y un ejercicio de la esperanza y de la
caridad: «A Dios se le debe honrar con la fe, la esperanza y la
caridad»45[6]. En la Sagrada Liturgia hacemos explícita profesión de fe, no
sólo con la celebración de los divinos misterios, con la consumación del
Sacrificio y la administración de los Sacramentos, sino también recitando y
cantando el Símbolo de la Fe, que es como el distintivo de los cristianos;
con la lectura de los otros documentos y de las Sagradas Letras escritas
bajo la inspiración del Espíritu Santo. Toda la Liturgia tiene, pues, un
contenido de fe católica, en cuanto atestigua públicamente la fe de la
Iglesia.
64. Por este motivo, siempre que se ha tratado de definir un dogma, los
Sumos Pontífices y los Concilios, al documentarse en las llamadas fuentes
teológicas, no pocas veces han extraído también argumentos de esta
Sagrada Disciplina, como hizo, por ejemplo, Nuestro Predecesor de inmortal
memoria Pío IX, cuando definió la Inmaculada Concepción de la Virgen
María. De la misma forma, la Iglesia y los Santos Padres, cuando se discutía
de una verdad controvertida o puesta en duda, no han dejado de recurrir
también a los ritos venerables transmitidos desde la antigüedad. Así nació
la conocida y veneranda sentencia: «Que la ley de la Oración establezca la
ley de la Fe».46[7]
A) OBJETO
B) CAUSAS
68. No pocas, en verdad, son las causas por las que se despliega y
desenvuelve el progreso de la Sagrada Liturgia durante la larga y gloriosa
historia de la Iglesia.
74. Por esto, sólo el Sumo Pontífice tiene derecho de reconocer y establecer
cualquier costumbre del culto, de introducir y aprobar nuevos ritos y de
cambiar aquellos que estime deben ser cambiados51[12]; los Obispos,
después, tienen el derecho y el deber de vigilar diligentemente para que las
prescripciones de los Sagrados Cánones relativos al Culto divino sean
puntualmente observadas52[13]. No es posible dejar al arbitrio de los
particulares, aun cuando sean miembros del clero, las cosas santas y
venerables que se refieren a la vida religiosa de la comunidad cristiana, al
ejercicio del Sacerdocio de Jesucristo y al culto divino, al honor que se debe
a la Santísima Trinidad, al Verbo Encarnado, a su augusta Madre y a los
otros Santos y a la salvación de los hombres; por el mismo motivo a nadie
le está permitido regular en este terreno acciones externas que tienen un
íntimo nexo con la disciplina eclesiástica, con el orden, con la unidad y la
concordia del Cuerpo Místico, y no pocas veces, con la misma integridad de
la Fe católica.
D) VERDADERA DOCTRINA
2) Excesos.
78. Del mismo modo se deben juzgar los esfuerzos de algunos para
resucitar ciertos antiguos ritos y ceremonias. La Liturgia de la época antigua
es, sin duda, digna de veneración; pero una costumbre antigua no es, por
el solo motivo de su antigüedad, la mejor, sea en sí misma, sea en su
relación con los tiempos posteriores y las nuevas condiciones establecidas.
También los ritos litúrgicos más recientes son respetables, porque han
nacido bajo el influjo del Espíritu Santo, que está con la Iglesia hasta la
consumación del mundo53[14], y son medios de los cuales se sirve la
Esposa Santa de Jesucristo para estimular y procurar la santidad de los
hombres.
80. Así, para poner un ejemplo, está fuera del recto camino el que quiere
devolver al Altar su antigua forma de mesa; el que quiere excluir de los
ornamentos el color negro; el que quiere eliminar de los templos las
imágenes y estatuas sagradas; el que quiere que las imágenes del Redentor
crucificado se presenten de manera que su Cuerpo no manifieste los dolores
acerbísimos que padeció; finalmente, el que reprueba e1 canto polifónico,
aun cuando esté conforme con las normas emanadas de la Santa Sede.
81. Lo mismo que ningún católico de corazón puede refutar las sentencias
de la doctrina cristiana, compuestas y decretadas con gran provecho en
épocas recientes por la Iglesia, inspirada y asistida del Espíritu Santo, para
volver a las fórmulas de los antiguos Concilios; ni puede rechazar las leyes
vigentes para volver a las prescripciones de las antiguas fuentes del
Derecho Canónico; así, cuando se trata de la Sagrada Liturgia, no estaría
animado de un celo recto e inteligente el que quisiese volver a los antiguos
ritos y usos, rechazando las nuevas normas introducidas, por disposición de
la Divina Providencia, debido al cambio de las circunstancias.
E) RECAPITULACION
PARTE SEGUNDA
EL CULTO EUCARISTICO.
B) EL SACRIFICIO EUCARISTICO
1.° Institución.
85. Cristo, Nuestro Señor, «Sacerdote eterno según el orden de
Melchisedec»57[1], que «habiendo amado a los suyos que estaban en el
mundo»58[2], «en la última cena, en la noche en que era traicionado, para
dejar a la Iglesia, su Esposa amada, un sacrificio visible -como lo exige la
naturaleza de los hombres-, que representase el sacrificio cruento que
había de llevarse a efecto en la Cruz, y para que su recuerdo permaneciese
hasta el fin de los siglos y fuese aplicada su virtud salvadora a la remisión
de nuestros pecados cotidianos... ofreció a Dios Padre su Cuerpo y su
Sangre, bajo las especies del pan y del vino, y las dió a los Apóstoles,
entonces constituidos en Sacerdotes del Nuevo Testamento, a fin de que
bajo estas mismas especies lo recibiesen, mientras les mandaba a ellos y a
sus sucesores en el Sacerdocio, el ofrecerlo»59[3].
2.° Naturaleza.
a) No es simple conmemoración.
86. El Augusto Sacrificio del Altar no es; pues, una pura y simple
conmemoración de la Pasión y Muerte de Jesucristo, sino que es un
Sacrificio propio y verdadero, en el cual, inmolándose incruentamente el
Sumo Sacerdote, hace lo que hizo una vez en la Cruz, ofreciéndose todo El
al Padre, Víctima gratísima. «Una... y la misma, es la Víctima; lo mismo que
ahora se ofrece por ministerio de los Sacerdotes, se ofreció entonces en la
Cruz; sólo es distinto el modo de hacer el ofrecimiento»60[4].
1) Idéntico Sacerdote.
87. Idéntico, pues, es el Sacerdote, Jesucristo, cuya Sagrada Persona está
representada por su ministro. Este, en virtud de la consagración sacerdotal
recibida, se asimila al Sumo Sacerdote y tiene el poder de obrar en virtud y
en la persona del mismo Cristo61[5]; por esto, con su acción sacerdotal, en
cierto modo; «presta a Cristo su lengua; le ofrece su mano»62[6].
2) Idéntica Víctima.
3) Distinto modo.
4) Idénticos fines.
1) Afirmación de Trento.
94. Por tanto, se comprende fácilmente la razón por qué el Sacrosanto
Concilio de Trento afirma que con el Sacrificio Eucarístico nos es aplicada la
virtud salvadora de la Cruz, para la remisión de nuestros pecados
cotidianos71[15].
3) La aplicación.
97. Por lo tanto, para que cada uno de los pecadores se lave con la Sangre
del Cordero, es necesaria la colaboración de los fieles. Aunque Cristo,
hablando en términos generales, haya reconciliado con el Padre, por medio
de su Muerte cruenta, a todo el género humano, quiso, sin embargo, que
todos se acercasen y fuesen conducidos a la Cruz por medio de los
Sacramentos y por medio del Sacrificio de la Eucaristía, para poder
conseguir los frutos de salvación, ganados por El en la Cruz. Con esta
participación actual y personal, de la misma manera que los miembros se
configuran cada día más a la Cabeza divina, así afluye a los miembros, de
forma que cada uno de nosotros puede repetir las palabras de San Pablo:
«Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en
mí»74[18]. Como en otras ocasiones hemos dicho de propósito y
concisamente, Jesucristo «al morir en la Cruz, dio a su Iglesia, sin ninguna
cooperación por parte de Ella, el inmenso tesoro de la Redención; pero, en
cambio, cuando se trata de distribuir este tesoro, no sólo participa con su
Inmaculada Esposa de esta obra de santificación, sino que quiere que esta
actividad proceda también, de cualquier forma, de las acciones de
Ella»75[19].
A) RESUMEN DE LA DOCTRINA
1.° La verdad.
101. Por esto aquello del Apóstol: «Tened los mismos sentimientos que
tuvo Cristo Jesús», exige de todos los cristianos que reproduzcan en sí
mismos, cuanto lo permite la naturaleza humana, el mismo estado de
ánimo que tenía el mismo Redentor cuando hacia el Sacrificio de Sí mismo:
la humilde sumisión del espíritu, la adoración, el honor y la alabanza, y la
acción de gracias a la divina Majestad de Dios; exige además que
reproduzcan en sí mismos las condiciones de víctima: la abnegación de sí
mismos, según los preceptos del Evangelio, el voluntario y espontáneo
ejercicio de la penitencia, el dolor y la expiación de los propios pecados.
Exige, en una palabra, nuestra muerte mística en la Cruz con Cristo, de tal
forma que podamos decir con San Pablo: «Estoy crucificado con
Cristo»81[25].
2 ° El error.
104. Inútil es explicar hasta qué punto estos capciosos errores estén en
contradicción con las verdades antes demostradas, cuando hemos hablado
del puesto que corresponde al Sacerdote en e1 Cuerpo Místico de Jesús.
Recordemos solamente que el Sacerdote hace las veces del pueblo, porque
representa a la Persona de Nuestro Señor Jesucristo, en cuanto El es
Cabeza de todos los miembros y se ofreció a Sí mismo por ellos: por esto
va al altar, como Ministro de Cristo, siendo inferior a El, pero superior al
pueblo83[27]. El pueblo, en cambio, no representando por ningún motivo a
la Persona del Divino Redentor, y no siendo mediador entre sí mismo y
Dios, no puede en ningún modo gozar de poderes sacerdotales.
105. Todo esto consta de fe cierta, pero hay que afirmar, además, que los
fieles ofrecen la Víctima divina, aunque bajo un distinto aspecto.
a) Los argumentos.
107. Con no menor claridad, los ritos y las oraciones del Sacrificio
Eucarístico significan y demuestran que la oblación de la Víctima es hecha
por los Sacerdotes en unión del pueblo. En efecto, no sólo el sagrado
Ministro, después del ofrecimiento del pan y del vino, dice explícitamente
vuelto al pueblo: «Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro
sea aceptado cerca de Dios Omnipotente»86[30], sino que las oraciones
con que es ofrecida la Víctima divina, son dichas en plural, y en ellas se
indica repetidas veces que e1 pueblo toma también parte como oferente en
este augusto Sacrificio. Se dice, por ejemplo: «Por los cuales te ofrecemos
y ellos mismos te ofrecen... por eso Te rogamos, Señor, que aceptes
aplacado esta oferta de tus siervos y de toda tu familia... Nosotros, siervos
tuyos, y también tu pueblo santo, ofrecemos a tu Divina Majestad las cosas
que Tú mismo nos has dado, esta Hostia pura, Hostia santa, Hostia
inmaculada...»87[31].
b) El carácter bautismal.
2. Razones.
110. Hay, ante todo, razones más bien remotas: A veces, por ejemplo,
sucede que los fieles que asisten a los ritos sagrados unen alternativamente
sus plegarias a las oraciones sacerdotales; otras veces sucede de manera
semejante -en la antigüedad esto ocurría con mayor frecuencia-, que
ofrecen al ministro del Altar pan y vino para que se conviertan en el Cuerpo
y Sangre de Cristo, y, finalmente, otras veces, con limosnas, hacen que el
Sacerdote ofrezca por ellos la Víctima divina.
111. Pero hay también una razón, más profunda, para que se pueda decir
que todos los cristianos, y especialmente aquellos que asisten al Altar,
participan en la oferta.
114. Que los fieles ofrecen el Sacrificio por medio del Sacerdote es claro,
por el hecho de que el Ministro del Altar obra en persona de Cristo en
cuanto Cabeza, que ofrece en nombre de todos los miembros; por lo que
con justo derecho se dice que toda la Iglesia, por medio de Cristo, realiza la
oblación de la Víctima.
116. Con gran alegría de Nuestro ánimo hemos sido informados de que esta
doctrina, principalmente en los últimos tiempos, por él intenso estudio de la
disciplina Litúrgica por parte de muchos, ha sido puesta en su justo lugar.
Pero no podemos por menos de deplorar vivamente las exageraciones y las
desviaciones de la verdad, que no concuerdan con los genuinos preceptos
de la Iglesia.
117. Algunos, en efecto, reprueban por completo las Misas que se
celebran en privado y sin la asistencia del pueblo, como si se desviasen de
la forma primitiva del Sacrificio; no falta tampoco quien afirma que los
Sacerdotes no pueden ofrecer la Víctima divina al mismo tiempo en varios
altares, porque de esta forma disocian la comunidad y ponen en peligro su
unidad; asimismo, tampoco faltan quienes llegan hasta el punto de creer
necesaria la confirmación y ratificación del Sacrificio por parte del pueblo,
para que pueda tener su fuerza y eficacia.
122. Pero sobre todo cuando los fieles participan en la acción litúrgica con
tanta piedad y atención, que se puede verdaderamente decir de ellos:
«cuya fe y devoción Te son bien conocidas»91[35], no puede ser por menos
de que la fe de cada uno actúe más ardientemente por medio de la caridad,
se revigorice e inflamé la piedad y se consagren todos a procurar la gloria
divina, deseando con ardor hacerse íntimamente semejantes a Cristo, que
padeció acerbos dolores, ofreciéndose con el mismo Sumo Sacerdote y por
medio de El, como víctima espiritual.
126. A esto, pues, deben dirigir y elevar su alma los fieles que ofrecen la
Víctima divina en el sacrificio eucarístico. Si, en efecto, como escribe San
Agustín, en la mesa del Señor está puesto nuestro Misterio, esto es, el
mismo Cristo. Nuestro Señor96[40], en cuanto es Cabeza y símbolo de
aquella unión, en virtud de la cual nosotros somos el Cuerpo de
Cristo97[41] y miembros de su Cuerpo98[42]; si San Roberto Belarmino
enseña, según el pensamiento del Doctor de Nipona, que en el Sacrificio del
Altar está significado el sacrificio general con que todo el Cuerpo Místico de
Cristo, esto es, toda la ciudad redimida es ofrecida a Dios por medio de
Cristo Sumo Sacerdote99[43], nada se puede encontrar más recto y más
justo que el inmolarnos todos nosotros con Nuestra Cabeza, que por
nosotros ha sufrido, al Padre Eterno. En el Sacramento del Altar, según el
misma San Agustín, se demuestra a la Iglesia que en el Sacrificio que
ofrece es ofrecida también Ella100[44].
3 ° Recapitulación.
127. Consideren, pues, los fieles a qué dignidad los eleva el Sagrado
Bautismo y no se contenten con participar en el Sacrificio Eucarístico con la
intención general que conviene a los miembros de Cristo e hijos de la
Iglesia, sino que libremente e íntimamente unidos al Sumo Sacerdote y a su
Ministro en la tierra, según el espíritu de la Sagrada Liturgia, únanse a él de
modo particular en el momento de la Consagración de la Hostia Divina y
ofrézcanla conjuntamente con él cuando son pronunciadas aquellas
solemnes palabras: «Por El, en El y con El a Ti, Dios Padre Omnipotente,
sea dado todo honor y gloria por los siglos de los siglos»101[45], a las que
el pueblo responde: «Amén». Ni se olviden los cristianos de ofrecerse a sí
mismos con la Divina Cabeza Crucificada, así como sus preocupaciones,
dolores, angustias, miserias y necesidades.
128. Son, pues, dignos de alabanza aquellos que, a fin de hacer más
factible y fructuosa para el pueblo cristiano la participación en el Sacrificio
Eucarístico, se esfuerzan en poner oportunamente entre las manos del
pueblo el «Misal Romano», de forma que los fieles, unidos con el Sacerdote,
rueguen con él, con sus mismas palabras y con los mismos sentimientos de
la Iglesia, y aquellos que tienden a hacer de la Liturgia, aun externamente,
una acción sagrada en la que comuniquen de hecho todos los asistentes.
Esto puede realizarse de varias formas, a saber: cuando todo el pueblo,
según las normas rituales, o bien responde disciplinadamente a las palabras
del Sacerdote, o sigue los cantos correspondientes a las distintas partes del
Sacrificio, o hace las dos cosas, o, finalmente, cuando en las Misas
solemnes responde alternativamente a las oraciones del Ministro de
Jesucristo y se asocia al canto litúrgico.
3.° Excesos.
132. Hay que advertir también. que están fuera de la verdad y del camino
de la recta razón aquellos que, arrastrados por falsas opiniones, atribuyen a
todas estas circunstancias tanto valor que no dudan en afirmar que, al
omitirlas, la acción sagrada no puede alcanzar el fin prefijado.
137. En realidad, por varias que puedan ser las formas y las circunstancias
externas de la participación del pueblo en el Sacrificio Eucarístico y en las
otras acciones litúrgicas, se debe siempre procurar con todo cuidado que las
almas de los asistentes se unan al Divino Redentor con los más estrechos
vínculos posibles y que su vida se enriquezca con una santidad cada vez
mayor y crezca cada día más la gloria del Padre celestial.
1. La Comunión.
143. Desea ante todo que los cristianos (especialmente cuando no pueden
con facilidad recibir de hecho el alimento eucarístico) lo reciban al menos
con el deseo, de forma que, con viva fe, con ánimo reverentemente
humilde y confiado en la voluntad del Redentor divino, con el amor más
ardiente se unan a El.
144. Pero no basta. Puesto que, como hemos dicha más arriba, podemos
participar en el Sacrificio también con la Comunión Sacramental, por medio
del Convite de los Ángeles, la Madre Iglesia, para que más eficazmente
«apodamos sentir en nosotros de continuo el fruto de la
Redención»105[49], repite a todos sus hijos la invitación de Cristo Nuestro
Señor: «Tomad y comed... Haced esto en mi memoria»106[50].
145. A cuyo propósito, el Concilio de Trento, haciéndose eco del deseo de
Jesucristo y de su Esposa inmaculada, nos exhorta ardientemente «para
que en todas las Misas los fieles presentes participen no sólo
espiritualmente, sino también recibiendo sacramentalmente la Eucaristía, a
fin de que reciban más abundantemente el fruto de este Sacrificio»107[51].
148. Es bastante oportuno también (lo que, por otra parte, está
establecido por la Liturgia) que el pueblo acuda a la Santa Comunión des-
pués que el Sacerdote haya tomado del Altar el alimento divino; y, como
más arriba hemos dicho, son de alabar aquellos que, asistiendo a la Misa,
reciben las Hostias consagradas en el mismo Sacrificio, de forma que se
cumpla en verdad que «todos los que participando de este Altar hayamos
recibido el Sacrosanto Cuerpo y Sangre de tu Hijo, seamos colmados de
toda la gracia y bendición celestial»112[56].
149. Sin embargo, no faltan a veces las causas, ni son raras las ocasiones
en que el Pan Eucarístico es distribuido antes o después del mismo
Sacrificio y también que se comulgue, aunque la Comunión se distribuya
inmediatamente después de la del Sacerdote, con Hostias consagradas
anteriormente. También en esos casos, como por otra parte ya hemos
advertido, el pueblo participa en verdad en el Sacrificio Eucarístico y puede,
a veces con mayor facilidad, acercarse a la Mesa de la Vida eterna.
150. Sin embargo, si la Iglesia, con maternal condescendencia, se esfuerza
en salir al encuentro de las necesidades espirituales de sus hijos, éstos, por
su parte, no deben desdeñar aquello que aconseja la Sagrada Liturgia, y
siempre que no haya un motivo plausible para lo contrario, deben hacer
todo aquello que más claramente manifiesta en el Altar la unidad viva del
Cuerpo místico.
1.° Su conveniencia.
2.° El error.
152. Se alejan, por tanto, del recto camino de la verdad, aquellos que,
aferrándose a las palabras más que al espíritu, afirman y enseñan que
acabada la Misa no se debe prolongar la acción de gracias, no sólo porque
el Sacrificio del Altar es ya por su naturaleza una Acción de Gracias, sino
también porque esto es gestión de la piedad privada y personal y no del
bien de la comunidad.
3.° Razones que la exigen.
A) SUS FUNDAMENTOS
B) SU ORIGEN Y DESARROLLO
1. Origen histórico.
2. Motivo.
3. Desarrollo.
168. Así dice San Juan Crisóstomo : «Cuando lo veas ante ti (el Cuerpo
de Cristo), di para ti mismo: Por este Cuerpo no soy ya tierra y cenizas, no
soy ya esclavo, sino libre; por esto espero lograr el cielo y los bienes que en
él se encuentran, la vida inmortal, la herencia de los Ángeles, la compañía
de Cristo; este Cuerpo traspasado por los clavos, azotado por los látigos, no
fue presa de la muerte... Este es aquel Cuerpo que fue ensangrentado,
traspasado por la lanza, y del cual brotaron dos fuentes salvadoras: la una
de Sangre, y la otra de agua... Este Cuerpo nos dio qué tener y qué comer,
lo cual es consecuencia del intenso amor»125[6].
4. Exhortación.
170. Procurad, pues, Venerables Hermanos, con Vuestra suma diligencia
habitual, que los templos edificados por la fe y por la piedad de las
generaciones cristianas en el transcurso de los siglos, como un perenne
himno de gloria a Dios y, como digna morada de Nuestro Redentor oculto
bajo las especies eucarísticas, estén abiertos lo más posible a los fieles,
cada vez más numerosos, a fin de que, reunidos a los pies de su Salvador,
escuchen su dulcísima invitación «Venid a Mí todos los que andáis
agobiados con trabajos y cargas, que Yo os aliviaré»127[8]. Que los
templos sean verdaderamente la Casa de Dios, en la cual el que entre para
pedir favores se alegre al conseguirlo todo128[9] y obtenga el consuelo
celestial.
PARTE TERCERA
I. El Oficio Divino
EL OFICIO DIVINO Y EL AÑO LITURGICO
A) FUNDAMENTOS
172. El ideal de la vida cristiana consiste, en que cada uno se una íntima y
continuamente a Dios. Por esto, el culto que la Iglesia rinde al Eterno, y que
está recogido principalmente en el Sacrificio Eucarístico y en el uso de los
Sacramentos, está ordenado y dispuesto de modo que por el Oficio Divino
se extienda a todas las horas del día, a las semanas, a. todo el curso del
año, a todos los tiempos y a todas las condiciones de la vida humana.
B) HISTORIA
A) NATURALEZA
177. El Oficio Divino es, pues, la oración del Cuerpo Místico de Cristo,
dirigida a Dios en nombre de todos los cristianos y en su beneficio, siendo
hecha por Sacerdotes, por los otros ministros de la Iglesia y por las
religiosos para ello delegados por la Iglesia misma.
178. Cuáles deban ser el carácter y valor de esta Alabanza divina se deduce
de las palabras que la Iglesia aconseja decir antes de comenzar las
oraciones del Oficio, prescribiendo que sean recitadas «digna, atenta y
devotamente».
E) LOS SALMOS
182. Los Salmos, como todos saben, constituyen la parte principal del
Oficio divino. Abrazan toda la extensión del día y le dan un carácter de
santidad. Casiodoro dice bellamente a propósito de los Salmos distribuidos
en el oficio divino de su tiempo: «Ellos... con el júbilo matutino, nos hacen
favorable el día que va a comenzar, nos santifican la primera hora del día,
nos consagran la tercera, nos alegran la sexta en la fracción del pan, nos
señalan en la nona el fin del ayuno, concluyen el fin de la jornada
impidiendo a nuestro espíritu entenebrecerse al acercarse la
noche»140[11].
183. Los Salmos repiten las verdades, reveladas por Dios al pueblo
escogido, a veces terribles, a veces penetradas de suavísima dulzura;
repiten y encienden la esperanza en el libertador prometido que en un
tiempo era animada con cánticos en torno al hogar doméstico y en la
misma majestad del Templo; ponen bajo una luz maravillosa la profetizada
gloria de Jesucristo y su supremo y eterno Poder, su venida y su muerte en
este destierro terrenal, su regia dignidad y su potestad sacerdotal, sus
benéficas fatigas y su Sangre derramada por nuestra Redención. Expresan
igualmente la alegría de nuestras almas, la tristeza, la esperanza, el temor,
el intercambio de amor y el abandono en Dios, como la mística ascensión
hacia los divinos Tabernáculos.
F) PRACTICA
191. Durante todo el curso del año, la celebración del sacrificio eucarístico y
el oficio divino se desenvuelve, sobre todo, en torno a la persona de
Jesucristo, y se organiza de forma tan concorde y congruente que nos hace
conocer a la perfección a nuestro Salvador en sus misterios de humillación,
de redención y de triunfo.
193. Conforme con estos modos y motivos con que la Liturgia propone a
nuestra meditación en t'_empos fijos la vida de Jesucristo, la Iglesia nos
muestra ejemplos que debemos imitar y los tesoros de santidad que
hacemos nuestros, porque es necesario creer con el espíritu lo que se canta
con la boca, y traducir en la práctica de las costumbres públicas y privadas
lo que se cree con el espíritu.
4 ° Error.
204. Y así como sus acerbos dolores constituyen el misterio principal de que
proviene nuestra salvación, está conforme con las exigencias de la fe
católica el destacar esto todo lo posible, porque esto es como el centro del
culto divino, siendo el sacrificio eucarístico su cotidiana representación y
renovación y estando todos los sacramentos unidos con estrechísimos
vínculos a la Cruz148[19].
209. La Liturgia pone ante nuestros ojos todos estos adornos de santidad, a
fin de que los contemplemos saludablemente y para que «a nosotros, a
quienes alegran sus méritos, enfervoricen sus ejemplos»151[22]. Es
necesario, pues, conservar «la inocencia en la sencillez, la concordia en la
caridad, la modestia en la humildad, la diligencia en el gobierno, la
vigilancia en el auxiliar al que sufre, la misericordia en el cuidar a los
pobres, 1a constancia en defender la verdad, la justicia en la severidad de
la disciplina, para que no falte en nosotros ninguna de las virtudes que nos
han sido propuestas como ejemplo. Estas son las huellas de los Santos, que
nos dejaron en su retorno a la patria, para que, siguiendo su camino,
podamos también seguirles en la santidad»152[23].
211. Pero hay todavía otra razón para el culto de los Santos por el pueblo
cristiano: la de implorar su ayuda y «ser sostenidos por el patrocinio de
aquellos con cuyas alabanzas nos regocijamos»154[25]. De esto se deduce
fácilmente el por qué de las numerosas fórmulas de oraciones que la Iglesia
nos propone para invocar el patrocinio de los Santos.
a) Culto preeminente.
212. Entre los santos tiene un culto preeminente la Virgen María, Madre de
Dios. Su vida, por la misión que le fue confiada por Dios, está
estrechamente unida a los misterios de Jesucristo y seguramente nadie ha
seguido más de cerca y con mayor eficacia que ella el camino trazado por el
Verbo Encarnado, ni nadie goza de mayor gracia y poder cerca del Corazón
Sacratísimo del Hijo de Dios y a través del Hijo cerca del Padre.
213. Ella es más santa que los querubines y los serafines, y sin ningún
parangón, más gloriosa que todos los demás santos, siendo «llena de
gracia»155[26] y Madre de Dios, y habiéndonos dado con su feliz parto al
Redentor. A Ella, que es «Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza
nuestra», recurrimos todos nosotros, «gimiendo y llorando en este valle de
lágrimas»156[27] y encomendamos con confianza a nosotros mismos y
todas nuestras cosas a su protección. Ella se convirtió en nuestra Madre al
hacer el Divino Redentor el sacrificio de Si mismo y, por esto, con este
mismo título, nosotros somos hijos suyos. Ella nos enseña todas las
virtudes, nos da a su Hijo y, con El, todos los auxilios que nos son
necesarios, porque Dios «ha querido que todo lo tuviéramos por medio de
María»157[28].
4 ° Recapitulación.
214. Por este camino litúrgico que todos los años se nos abre de nuevo
bajo la acción santificadora de la Iglesia, confortados por la ayuda y los
ejemplos de los Santos y, sobre todo, de la Inmaculada Virgen María,
«acerquémonos, con sincero corazón, con plena fe, purificados los
corazones de las inmundicias de la mala conciencia, lavados en el cuerpo
con el agua limpia del Bautismo»158[29], al «gran Sacerdote»159[30] para
vivir y sentir con El y penetrar por medio de El «por el velo»160[31] y allí
honrar al Padre celestial por toda la eternidad.
218. Ahora bien, queremos que el pueblo cristiano no sea tampoco ajeno a
estos ejercicios. Estos son, por hablar tan sólo de los principales, la
meditación de temas espirituales, el examen de conciencia, los retiros
espirituales, instituidos para reflexionar más intensamente sobre las
verdades eternas, las visitas al Santísimo Sacramento y las oraciones
particulares en honor de la bienaventurada Virgen María, entre las cuales
sobresale, como todos saben, el rosario.
PARTE CUARTA
DIRECTIVAS PASTORALES
218. Ahora bien, queremos que el pueblo cristiano no sea tampoco ajeno a
estos ejercicios. Estos son, por hablar tan sólo de los principales, la
meditación de temas espirituales, el examen de conciencia, los retiros
espirituales, instituidos para reflexionar más intensamente sobre las
verdades eternas, las visitas al Santísimo Sacramento y las oraciones
particulares en honor de la bienaventurada Virgen María, entre las cuales
sobresale, como todos saben, el rosario.
221. Puesto que, por otra parte, las opiniones manifestadas por algunos a
propósito de la confesión frecuente son del todo ajenas al espíritu de Cristo
y de su Esposa inmaculada y verdaderamente funestas para la vida
espiritual; recordamos lo que a este propósito hemos escrito con dolor en
nuestra encíclica «Mystici Corporis», e insistimos de nuevo para que
propongáis a vuestros rebaños, y especialmente a los candidatos al
sacerdocio y a1 clero joven, la seria meditación y el fiel cumplimiento de
cuanto allí hemos dicho con graves palabras.
227. Por todo lo cual haría una cosa perniciosa y errónea quien osase
temerariamente arrogarse la reforma de estos ejercicios de piedad para
reducirlos a los solos esquemas litúrgicos. Es necesario, sin embargo, que el
espíritu de la sagrada liturgia y sus preceptos influyan benéficamente sobre
ellos para evitar que en ellos se introduzca algo inepto o indigno del decoro
de la casa de Dios, o que vaya en detrimento de las sagradas funciones o
sea contrario a la sana piedad.
A) NORMAS GENERALES
229. Os exhortamos, pues, con instancia, Venerables Hermano, para que
eliminados los errores y las falsedades, y prohibido todo lo que caiga fuera
de la verdad y del orden, promováis las iniciativas que dan al pueblo un
conocimiento más profundo de la sagrada liturgia, a fin de que pueda
participar más adecuada y fácilmente en los ritos divinos con disposición
verdaderamente cristiana.
B) CONSEJOS PRÁCTICOS
1. Decoro.
3. Música.
236. Además, «para que los fieles participen más activamente en el culto
divino, ha de ser resucitado el canto gregoriano también en el uso del
pueblo y en la parte que al pueblo corresponde. Y urge verdaderamente que
los fieles asistan a las ceremonias sagradas, no como espectadores mudos y
ajenos, sino profundamente emocionados por la belleza de la liturgia... que
alternen, según las normas prescritas, sus voces con la voz del sacerdote y
del coro; si esto, gracias a Dios, se verifica, no sucederá más que el pueblo
responda apenas con un leve y ligero murmullo a las oraciones comunes
dichas en latín yen lengua vulgar»170[10]. La multitud que asiste
atentamente al sacrificio del altar, en el cual nuestro Salvador, juntamente
con sus hijos redimidos con su sangre, canta el epitalamio de su inmensa
caridad, ciertamente no podrá callar, porque «cantar es propio de quien
ama»171[11] y, como ya decía un antiguo proverbio «Quien bien canta
reza dos veces». De esta manera, la Iglesia militante, clero y pueblos
juntos, unirán su voz a los cantos de la Iglesia triunfante y a los coros
angélicos y todos juntos cantarán un magnífico y eterno himno de alabanza
a la Santísima Trinidad, como está escrito: «Con los cuales te rogamos que
te dignes acoger también nuestras voces»172[12].
4. Artes.
239. Lo que hemos dicho de la música, dicho queda a propósito de las otras
artes, y especialmente de la arquitectura, de la escultura y de la pintura. No
se deben despreciar y repudiar genéricamente y como criterio fijo las
formas e imágenes recientes más adaptadas a los nuevos materiales con
los que hoy se confeccionan aquéllas, pero evitando con un prudente
equilibrio el excesivo realismo, por una parte, y el exagerado simbolismo,
por otra, y teniendo en cuenta las exigencias de la comunidad cristiana más
bien que el juicio y gusto personal de los artistas, es absolutamente
necesario dar libre campo al arte moderno siempre que sirva con la debida
reverencia y el honor debido a los sagrados sacrificios y a los ritos
sagrados; de forma que también ella pueda unir su voz al admirable cántico
de gloria que los genios han cantado en los siglos pasados a la fe católica.
240. No podemos por menos, sin embargo, movidos por nuestro deber de
conciencia, que deplorar y reprobar aquellas imágenes, recientemente
introducidas por algunos, que parecen ser depravaciones y deformaciones
del verdadero arte y que a veces repugnan abiertamente al decoro, a la
modestia y a la piedad cristiana y ofenden miserablemente al genuino
sentimiento religioso; estas imágenes deben mantenerse absolutamente
alejadas de nuestras iglesias, como en general «todo aquello que no esté en
armonía con la santidad del lugar»175[15].
C) EL ESPIRITU LITURGICO
242. Pero hay una cosa todavía más importante, Venerables Hermanos, que
recomendamos de modo especial a vuestra solicitud y a vuestro celo
apostólico. Todo lo que afecta al culto religioso externo tiene su
importancia, pero urge, sobre todo, que los cristianos vivan la vida litúrgica
y con ella alimenten e incrementen su espíritu sobrenatural.
244. Procurad también por todos los medios que con los procedimientos
que vuestra prudencia estime más apropiados, el pueblo y el clero sean una
sola mente y una sola alma y que así, el pueblo cristiano participe
activamente en la liturgia, que entonces será verdaderamente la acción
sagrada, en la cual el sacerdote que atiende a la cura de las almas en la
parroquia que le ha sido confiada, unido con la asamblea del pueblo, rinda
al Señor el culto debido.
245. Para obtener esto será ciertamente útil que se escojan jóvenes
piadosos y bien instruidos entre toda clase de fieles, para que, con
desinterés y buena voluntad, sirvan devota y asiduamente al altar, misión
que debería ser tenida en gran consideración por los padres, aun los de alta
condición social y cultural.
250. No os dejéis desanimar por las dificultades que surjan, sino que
éstas sirvan para estimular vuestro celo pastoral. «Tocad la trompa en Sión,
convocad la asamblea, reunid al pueblo, santificad la Iglesia, congregad a
los vecinos, recoged a los niños»180[20] y haced por todos los medios que
se llenen por doquier las Iglesias y los altares de cristianos, que, como
miembros vivos unidos a su Cabeza divina, sean restaurados por las gracias
de los sacramentos, celebren el augusto sacrificio con El y por El, y den al
Eterno Padre las alabanzas debidas.
Conclusión
255. Que el Dios que adoramos y que «no es Dios de discordia, sino de
paz»184[24], nos conceda benigno a todos el participar en este destierro
terrenal con una sola mente y un solo corazón en la sagrada Liturgia; que
sea como una preparación y auspicio de aquella liturgia celestial, con la
cual, como confiamos, en compañía de la excelsa Madre de Dios, y
dulcísima Madre nuestra, cantaremos: «Al que está sentado en el trono y al
Cordero, bendición y honra, y gloria, y potestad por los siglos de los
siglos»185[25].