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EL MODELO ANGLOSAJÓN EN LAS CORTES SUPREMAS:

¿SOLUCIÓN O ELUSIÓN DEL PROBLEMA DE LA


CASACIÓN?

Jordi Nieva Fenoll


Profesor de Derecho procesal
Universitat de Barcelona

1. Introducción............................................................................................................. 1
2. Un ejemplo de tantos: el sistema español de cortes supremas................................ 2
3. El problema central de la casación de todas las épocas: la sobrecarga de asuntos.
...................................................................................................................................... 8
4. ¿Es una solución el “certiorari”?.......................................................................... 10
5. Propuesta de reforma de la estructura y funcionamiento de los tribunales
supremos..................................................................................................................... 13

1. Introducción.
Últimamente, cuando se leen trabajos sobre casación, se echan en falta las
discusiones del pasado1. Se sigue hablando, ciertamente, de la función de la casación, de
la supuesta distinción hecho–derecho, de la concreción de los motivos de casación in
iudicando e in procedendo, del papel de las máximas de experiencia y de algunos temas
procedimentales como la admisión, la vista y el reenvío.
Sin embargo, no se ha avanzado mucho, de un tiempo a esta parte, acerca de la
mayoría de esos temas. De hecho, lo que ha ocurrido es que todas las pasadas polémicas
acerca de la casación parecen haber quedado arrinconadas a favor de una sola discusión:
¿cómo eliminar la sobrecarga de recursos? Normalmente esta cuestión se disfraza un
tanto a través de otra aparentemente más técnica: ¿cuál es la función genuina de la
casación?
Pero lo que en realidad se está queriendo abordar, aunque sea de esa forma
eufemística, es la sobrecarga de asuntos. De hecho, creo que nadie pondría en cuestión

1
Por poner un solo ejemplo, en la obra colectiva (dir. BONET NAVARRO), titulada El recurso de
casación civil. Cizur Menor 2010, se encuentran recopilados una treintena de artículos en los que
mayoritariamente se aborda el tema de la sobrecarga de asuntos, el control en la admisión, la misión y
valor de la jurisprudencia, sin desdeñar la función del órgano casacional.
actualmente la función de la casación si no fuera por la existencia, precisamente, de este
problema del excesivo volumen de trabajo de los tribunales supremos.
El presente estudio va a intentar eludir ese enfoque, que ya he tratado en otras
2
obras , porque creo que actualmente nadie duda, en general, aunque con diferentes
matices, de que la función de la casación consiste en la protección del ordenamiento
jurídico a través del mantenimiento de una jurisprudencia uniforme, así como de la
anulación de las sentencias recurridas cuando sean contrarias a ese ordenamiento. La
discusión estriba en si para llevar a cabo esa labor es preciso ocuparse de los asuntos de
los litigantes, como pensamos algunos autores, o bien dichos ligantes no son más que un
pretexto para que el tribunal de casación realice las declaraciones jurídicas que entienda
beneficiosas para el ordenamiento jurídico, como entienden otros siguiendo, en parte, la
orientación inicial de CALAMANDREI3.
Por ello, este artículo describirá muy brevemente la realidad española, y
tomándola como pretexto aludirá a la situación de sobrecarga de otros tribunales
supremos, examinando si la raiz del problema es la misma. Seguidamente se afrontará la
cuestión de si el certiorari es la solución de esta situación, o en realidad es todavía más
contraproducente.
Por último, se realizará lo que creo más importante: una propuesta de reforma
realista y realizable, a fin de que sea objeto de debate atacando la cuestión desde una
perspectiva probablemente más compleja, pero quizás a la larga bastante más eficaz.
2. Un ejemplo de tantos: el sistema español de cortes supremas.
Desde el siglo XIX, España sólo había contado con un único tribunal en la
cúspide: el Tribunal Supremo, que desde el principio tuvo funciones casacionales. Sin
embargo, durante los años treinta, por la influencia austriaca del modelo de KELSEN 4,
que también se trasladó a otros lugares como es sabido, se creó en España un efímero
“Tribunal de garantías constitucionales”5, que fue abolido en la Guerra civil, y fue en
cierta medida restaurado a través del actual Tribunal Constitucional con motivo de la
Constitución de 1978, actualmente vigente.
Esta situación no difiere de la de muchos otros Estados. Tenían un solo tribunal
en la cúspide del sistema, y desde hace algún tiempo se añadió otro órgano
jurisdiccional justamente al mismo nivel. Sin embargo, pese al tiempo que ha
transcurrido, al menos en España, desde la instauración del Tribunal Constitucional
2
Sobre casación tengo publicados tres libros (El recurso de casación ante el Tribunal de Justicia de las
Comunidades Europeas (1998), El hecho y el derecho en la casación penal (2000), El recurso de
casación civil (2003), así como los estudios siguientes: La reforma de la labor del tribunal supremo y la
“unificación de doctrina”. Perspectivas de la introducción del modelo anglosajón en nuestro derecho
(2006), La enunciación de los motivos de casación en las leyes procesales (2006), La relevancia social
de la casación: la importancia del ius litigatoris (2006), La casación en materia social (“ordinaria” y
por unificación de doctrina): la decadencia de la casación (2004), El recurso de casación ante el
Tribunal Superior de Justicia de Galicia, tras la L.E.C. 1/2000 (2001), todos ellos recopilados en
“NIEVA FENOLL, Jordi, Jurisdicción y proceso, Madrid 2009, pp. 419 y ss.”
3
CALAMANDREI, Piero, La Cassazione civile, Vol II, Milano 1920, en: “Piero CALAMANDREI,
Opere Giuridiche, Vol. VII”, Napoli 1976, especialmente pp. 133-137.
4
KELSEN, Hans, Wesen und Entwicklung der Staatsgerichtsbarkeit, en: “Veröffentlichungen der
Vereinigung der Deutschen Staatsrechtslehrer”, t. V, Berlín 1929, pp. 30 y ss.
5
Sobre el mismo, ALCALÁ-ZAMORA y CASTILLO, Niceto, Significado y funciones del Tribunal de
Garantías Constitucionales, en: “Ensayos de derecho procesal civil, penal y constitucional”, Buenos
Aires 1944, pp. 403 y ss. ARCAYA y MIRAVETE, El Tribunal de Garantías Constitucionales, Madrid
1934.
sigue existiendo una cierta percepción, en ocasiones, de que dicho Tribunal es una
especie de “cuerpo extraño” dentro del ordenamiento, porque acerca del órgano
constitucional se duda prácticamente de todo: de su posición en el ordenamiento
jurídico; de la eficacia de su jurisprudencia; de la autoridad de sus decisiones; y por
supuesto, de su posición en relación con el Tribunal Supremo. Desde luego, es poco
frecuente encontrar un órgano de ese nivel que llegue a ser más cuestionado6.
Sea como fuere, en lo que se refiere al aspecto estrictamente jurisdiccional, el
Tribunal Constitucional se encarga de resolver los recursos de amparo interpuestos por
los ciudadanos contra las resoluciones de los tribunales situados en el último grado de
jurisdicción. Ello hace que, con frecuencia –aunque no siempre– el Tribunal
Constitucional deba entrar en el análisis de resoluciones del Tribunal Supremo,
pudiendo llegar a anularlas, como ha hecho con alguna frecuencia.
Pues bien, cuando se trata de la anulación de resoluciones de otros órganos
jurisdiccionales de último grado que no son el Tribunal Supremo, normalmente no se
plantea problema alguno. Pero sin embargo, cuando la resolución a anular es del
Tribunal Supremo, se activan todas las alarmas de muchos de los magistrados de este
último, habiéndose producido entre los dos tribunales varios de los conflictos más
suculentos desde el punto de vista periodístico, aunque también más vergonzantes desde
el punto de vista sociológico. Se ha hablado, normalmente, de “guerra de togas”, lo que,
sin duda, constituye un titular sarcástico.
El anecdotario es extenso7. En concreto, desde que inició su andadura el
Tribunal Constitucional, el Tribunal Supremo ha llegado al extremo de pedir una
especie de “amparo” al Rey de España (que carece de todo poder efectivo), para que
intercediera ante los supuestos ataques del Tribunal Constitucional. Además, hace no
tanto, el Tribunal Supremo condenó a los magistrados del Tribunal Constitucional al
pago de una indemnización por responsabilidad civil de magistrados, que llevada hasta
las últimas consecuencias –lo que no se hizo– quizás hubiera podido motivar una
responsabilidad disciplinaria8. Por último, para no hacer el recuento interminable, hubo
un caso en el que el Tribunal Supremo no consideró vulnerado el derecho fundamental
al honor y a la intimidad, y por tanto no condenó al pago de indemnización alguna a la
persona que había sido acusada de haber menoscabado dichos derechos. Sin embargo,
acto seguido el Tribunal Constitucional reconoció la vulneración del derecho
fundamental, anuló la sentencia del Tribunal Supremo y reenvió el asunto al mismo para
6
Vid. GIMENO SENDRA, José Vicente, De nuevo el conflicto entre el Tribunal Supremo y el Tribunal
Constitucional, La Ley: Revista jurídica española de doctrina, jurisprudencia y bibliografía, Nº 7, 2001,
pp. 1363-1365. GARRIDO FALLA, Fernando, Tribunal Constitucional y Tribunal Supremo o un
entendimiento necesario, Anales de la Real Academia de jurisprudencia y legislación, n. 32, 2002, pp. 13
y ss. GONZÁLEZ RIVAS, Juan José, El Poder Judicial y el Tribunal Constitucional, Poder Judicial, n.
extra 11, 1990 (El Poder Judicial en el conjunto de los poderes del Estado y de la sociedad), pp. 31 y ss.
OLLERO TASSARA, Andrés, Poder judicial y justicia constitucional en la sociedad globalizada, en:
“AAVV (coord. por Faustino Gutiérrez-Alviz y Conradi, Javier Martínez Lázaro), El juez y la cultura
jurídica contemporánea, vol. 2, 2009 (Poder judicial y jurisdicción en una sociedad global. El poder
judicial en la construcción europea), pp. 233 y ss.
7
Puede consultarse en XIOL RÍOS, Juan Antonio, La posición constitucional del Tribunal Supremo, en:
“AAVV (coord. por Enrique Bacigalupo Zapater, Pablo Lucas Murillo de la Cueva, Ramón Trillo
Torres), El Tribunal Supremo en el ordenamiento constitucional: jornadas en conmemoración del XXV
Aniversario de la Constitución de 1978”, Madrid 2004, pp. 89 y ss, mencionando las SSTC 17/1985
(admisión de recursos de casación), 73/1988 (valor de la jurisprudencia del Tribunal Supremo), 7/1994
(prueba de paternidad, que hasta propició un llamado al Rey para que hiciera de mediador entre el
Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional), 186/2001 (asunto Isabel Preysler), entre otros casos.
8
STS 23-1-2004 (nº rec. 1/2003).
que fijara la indemnización, momento en que éste determinó un resarcimiento de
cuantía irrisoria, que lógicamente fue recurrido en amparo ante el Tribunal
Constitucional, que por supuesto lo corrigió al alza. Como se ve, toda una crónica del
despropósito.
Pero es que, además, por desgracia han existido demasiados casos últimamente
que están poniendo en cuestión incluso las figuras de juristas de las personas que
ocupan los cargos de magistrados. Han salido con gran reiteración a la luz pública, en
términos escandalosos, las vinculaciones políticas de unos y otros magistrados, ligando
dichas vinculaciones con la razón por la que fueron designados para el cargo, lo que es
fatal para la necesaria independencia de cualquier órgano jurisdiccional. Por otra parte,
ciertos magistrados han hecho una exhibición pública, a veces incluso ostentosa, de esas
ideologías. Por añadidura, en ocasiones, los curricula de varios de los designados no
cumplían, en realidad, los requisitos de juristas de reconocida competencia. Además, los
magistrados se han desautorizado con cierta frecuencia con la filtración de sus propias
deliberaciones a la prensa, antes de que las sentencias fueran publicadas. Por último,
algunos incluso han observado una conducta social impropia, lo que es contrario a la
imparcialidad, real y aparencial, que debe poseer inexcusablemente cualquier juez o
magistrado9. Y todo ello mientras otros muchos magistrados, juristas verdaderamente
brillantes, prudentes y discretos, observaban cómo el prestigio de las instituciones
judiciales a las que servían se deterioraba socialmente de forma difícilmente reparable,
sin que ninguno de estos últimos magistrados, obviamente, hubieran tenido ninguna
culpa en ello. Pero poco podían hacer para remediarlo10.
Al mismo tiempo, por desgracia, en España se ha perdido el prestigio jurídico de
buena parte de la jurisprudencia de ambos órganos, al menos al nivel que lo tuvo en
otras épocas. Ello ha sido consecuencia de diferentes factores relacionados directamente
con lo anterior, puesto que una de las más poderosas razones por la que el Tribunal
Constitucional no ha evolucionado en algunos aspectos su jurisprudencia en los últimos
años, ha sido precisamente para evitar conflictos con el Tribunal Supremo, al menos en
parte. Son dos buenos ejemplos la actual jurisprudencia del Tribunal Constitucional
sobre la inmediación en la práctica de la prueba 11, o bien la jurisprudencia del régimen
de admisión de recursos extraordinarios12.
Pero también hay que reconocer que buena parte de la culpa de la parálisis
parcial de la jurisprudencia ha provenido del empeño en la copia directa, con gran
9
RUIZ VADILLO, Enrique, La independencia y la imparcialidad de los jueces en la Constitución
Española, La Ley, 1996, Tomo VI, p. 1641.
10
Entenderá el lector que excuse la cita de las referencias de todos los hechos denunciados en este párrafo,
que puede ser encontrada con facilidad en la base de datos de cualquier periódico.
11
STC 2/2010, 11-1-2010, FJ 4: “En el presente supuesto la Audiencia Provincial de La Coruña
directamente consideró que con el visionado de la grabación audiovisual del juicio oral ante el Juez de
lo Penal resultaba suficiente para revalorar las pruebas de carácter personal practicadas en aquel
juicio, determinantes de la culpabilidad, declarando además en la Sentencia núm. 250/2006 recurrida,
que el Juez de lo Penal de Santiago de Compostela había incurrido en error de calificación, fijando por
ello un nuevo relato de hechos probados que desembocaba en la condena de quien había sido
inicialmente absuelto. Al actuar así, y sin esgrimir una causa que impidiere la nueva comparecencia de
los acusados y testigos (pruebas personales), olvidó -por más que se le había solicitado por la
contraparte de apelación- que privaba al recurrente del derecho constitucional a la inmediación, y que
se inhabilitaba para revalorar la credibilidad de dichas pruebas personales en segunda instancia sin
nueva vista. Por ello, en aplicación de la referida doctrina, cabe estimar vulnerado el derecho al proceso
con todas las garantías del art. 24.2 CE.”
12
Vid. SSTC 150 y 164/2004, entre otras.
frecuencia textual, de resoluciones anteriores. De esa manera, actualmente no es
demasiado dificultoso estar al día de la jurisprudencia de ambos tribunales, puesto que
sin conocerse en España el sistema del precedente, los órganos jurisdiccionales
supremos están actuando respecto a su propia jurisprudencia como si tal precedente
existiera, lo que está empezando a anquilosar la jurisprudencia en algunos terrenos en
los que, sin duda, debiera evolucionar. Además, para sustentar los fallos, y
aprovechando las ventajas informáticas actuales, se hacen citas verdaderamente
abusivas de jurisprudencia que nada añaden a lo dicho por el tribunal, sin que en no
pocas ocasiones, buena parte de la jurisprudencia citada a mayor abundamiento no sea
en realidad aplicable al caso concreto, por lo que su cita es totalmente innecesaria e
inconducente.
Con todo, hay algo en lo que sin duda coinciden ambos tribunales: los dos tienen
un problema con el volumen de asuntos que les llega a su jurisdicción, lo que ha
provocado históricamente retrasos de hasta 8 años en el Tribunal Supremo, y de más de
10 en el Tribunal Constitucional. Ambos han ingeniado estrategias para hacer frente a
ese volumen de asuntos, o al menos han favorecido que el legislador creara algunas
soluciones ciertamente discutibles, en ocasiones.
Empezando por el Tribunal Constitucional, desde hace varios años empezó a
aplicarse una política de admisión que califiqué hace una década de “certiorari de
facto”13, habida cuenta de que no existía ninguna norma legal que la amparara
realmente. Lo que hizo el Tribunal Constitucional fue declarar la inadmisión de una
cifra en torno al 95 % de los recursos de amparo que le llegaban, argumentando, no sin
una breve motivación, que el asunto carecía de contenido constitucional. Estando
especializado el Tribunal Constitucional en la vulneración de derechos fundamentales,
cuando se le planteaba algún tema que consideraba que en realidad era de legalidad
ordinaria, inadmitía motivadamente –aun de manera discutible– el amparo. Y ello en
muchos casos, como veremos enseguida, era ciertamente discutible, dado que es
difícilmente imaginable que realmente el 95% de los recurrentes en amparo formulen
indebidamente sus recursos.
En cualquier caso, gracias a esa política de inadmisión, el Tribunal empezó a
seleccionar los casos de los que conocía en función de diversos criterios que, por
desgracia, nunca fueron hechos públicos, lo que favoreció la inseguridad jurídica. La
situación se agravó al observar que algunos casos de relevancia pública –porque
hubieran salido en medios de comunicación– curiosamente sí que obtenían la admisión,
lo que provocó una soterrada indignación que fue alejando, poco a poco, a los

13
NIEVA FENOLL, El hecho y el derecho en la casación penal, cit. p. 284.
ciudadanos del Tribunal Constitucional, que era justamente el efecto contrario al que se
pretendía admitiendo esos casos de relevancia pública.
El proceso de “certiorarización” se culminó con la Ley Orgánica 6/2007 de 24
de mayo, que dispuso una reforma del art. 50 de la Ley Orgánica del Tribunal
Constitucional, según la cual solamente se admitirán recursos de amparo cuando “el
contenido del recurso justifique una decisión sobre el fondo por parte del Tribunal
Constitucional en razón de su especial trascendencia constitucional, que se apreciará
atendiendo a su importancia para la interpretación de la Constitución, para su
aplicación o para su general eficacia, y para la determinación del contenido y alcance
de los derechos fundamentales.” Ello suponía, como veremos después, la adopción de
un sistema similar al vigente ante el Tribunal Supremo de los EEUU, pero que ante su
inconcreción tuvo que ser un poco más acotado por el Tribunal Constitucional, aunque
dicho acotamiento tampoco satisfizo las expectativas iniciales, puesto que siguió
existiendo una tremenda inconcreción, como se deriva de la lectura de la jurisprudencia
14
. Sin embargo, ciertamente, con ello el Tribunal Constitucional ha reducido los
tiempos de espera, que ahora están en unos dos años, según los más recientes recursos
de amparo resueltos.
En el Tribunal Supremo la situación es distinta dependiendo de la Sala que se
considere. El citado órgano jurisdiccional tiene 5 salas. Una de ellas, la de lo
contencioso–administrativo (Sala tercera) con un ingente volumen de trabajo y
tremendos retrasos en la resolución. En el otro extremo una sala quinta, de lo militar,
con escaso volumen de asuntos. Una Sala segunda (de lo penal) con un considerable
14
Vid. STC 155/2009 de 25-6, FJ 2: “(…) Este Tribunal estima conveniente, dado el tiempo transcurrido
desde la reforma del recurso de amparo, avanzar en la interpretación del requisito del art. 50.1 b)
LOTC. En este sentido considera que cabe apreciar que el contenido del recurso de amparo justifica una
decisión sobre el fondo en razón de su especial trascendencia constitucional en los casos que a
continuación se refieren, sin que la relación que se efectúa pueda ser entendida como un elenco
definitivamente cerrado de casos en los que un recurso de amparo tiene especial trascendencia
constitucional, pues a tal entendimiento se opone, lógicamente, el carácter dinámico del ejercicio de
nuestra jurisdicción, en cuyo desempeño no puede descartarse a partir de la casuística que se presente la
necesidad de perfilar o depurar conceptos, redefinir supuestos contemplados, añadir otros nuevos o
excluir alguno inicialmente incluido.
Tales casos serán los siguientes: a) el de un recurso que plantee un problema o una faceta de un derecho
fundamental susceptible de amparo sobre el que no haya doctrina del Tribunal Constitucional, supuesto
ya enunciado en la STC 70/2009, de 23 de marzo; b) o que dé ocasión al Tribunal Constitucional para
aclarar o cambiar su doctrina, como consecuencia de un proceso de reflexión interna, como acontece en
el caso que ahora nos ocupa, o por el surgimiento de nuevas realidades sociales o de cambios
normativos relevantes para la configuración del contenido del derecho fundamental, o de un cambio en
la doctrina de los órganos de garantía encargados de la interpretación de los tratados y acuerdos
internacionales a los que se refiere el art. 10.2 CE; c) o cuando la vulneración del derecho fundamental
que se denuncia provenga de la ley o de otra disposición de carácter general; d) o si la vulneración del
derecho fundamental traiga causa de una reiterada interpretación jurisprudencial de la ley que el
Tribunal Constitucional considere lesiva del derecho fundamental y crea necesario proclamar otra
interpretación conforme a la Constitución; e) o bien cuando la doctrina del Tribunal Constitucional
sobre el derecho fundamental que se alega en el recurso esté siendo incumplida de modo general y
reiterado por la jurisdicción ordinaria, o existan resoluciones judiciales contradictorias sobre el derecho
fundamental, ya sea interpretando de manera distinta la doctrina constitucional, ya sea aplicándola en
unos casos y desconociéndola en otros; f) o en el caso de que un órgano judicial incurra en una negativa
manifiesta del deber de acatamiento de la doctrina del Tribunal Constitucional (art. 5 de la Ley
Orgánica del Poder Judicial: LOPJ); g) o, en fin, cuando el asunto suscitado, sin estar incluido en
ninguno de los supuestos anteriores, trascienda del caso concreto porque plantee una cuestión jurídica
de relevante y general repercusión social o económica o tenga unas consecuencias políticas generales,
consecuencias que podrían concurrir, sobre todo, aunque no exclusivamente, en determinados amparos
electorales o parlamentarios.”
volumen de asuntos, pero con unos tiempos de resolución muy razonables (inferiores a
los dos años), y por último dos salas con un funcionamiento algo peculiar en lo que a la
admisión se refiere: la Sala cuarta (social o laboral) y la Sala primera (civil).
Empezando por la Sala cuarta, la misma desarrolló en los años noventa un
régimen de admisión muy estricto, que redujo espectacularmente el número de asuntos.
En pocas palabras, consistía en admitir los recursos de casación única y exclusivamente
cuando se acreditara una discrepancia jurisprudencial entre la sentencia recurrida y otra
sentencia de los tribunales de instancia, o de la propia Sala cuarta, pero siempre y
cuando, como dispone el artículo 217 de la Ley del Procedimiento Laboral, en la
sentencia recurrida y en la de contraste se hallaren “los mismos litigantes u otros
diferentes en idéntica situación donde, en mérito a hechos, fundamentos y pretensiones
sustancialmente iguales, se hubiere llegado a pronunciamientos distintos”. Y
lógicamente, ante tales exigencias legales, la Sala cuarta pudo optar por ser permisiva y
favorecer el derecho al recurso, o bien, por el contrario, muy restrictiva, estrechando
radicalmente el cauce. Se optó por esta segunda vía, con el beneplácito del Tribunal
Constitucional15, y provocando con ello que la jurisprudencia se llenara de resoluciones
de poquísima utilidad, en las que la Sala cuarta se dedica exclusivamente a destacar por
qué no concurren las identidades exigidas en un determinado recurso. Este es el llamado
“recurso de casación para la unificación de doctrina”, que al haber reducido el tiempo
de resolución a un año aproximadamente, ha atraido la atención de otras salas del
Tribunal Supremo, aunque sin parar mientes en el fondo de lo que se había hecho
realmente.
Por último, la Sala de lo civil del Tribunal Supremo ha discurrido por derroteros,
en el fondo, similares, aunque creo que, con el debido respeto, bastante más
inaceptables aún. El régimen de admisión de la casación ante esta Sala fue modificado a
través de la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil de 2000. El legislador, influido por las
tendencias alemanas, quiso introducir un criterio (art. 477 de la Ley de Enjuiciamiento
Civil) según el cual se admitirían incondicionalmente los recursos de cuantía superior a
150.000 euros, y además aquellos recursos de cuantía inferior, pero que presentaran
“interés casacional”, lo cual sucedía, simplificando mucho, cuando la sentencia
recurrida era contraria a la jurisprudencia del Tribunal Supremo, o bien se justificara la
existencia contradictoria en los tribunales de segunda instancia sobre el punto recurrido,
o bien se alegara la ausencia de jurisprudencia en función de que la ley vulnerada
hubiera estado en vigor menos de 5 años.
Sin embargo, el Tribunal Supremo realizó una interpretación de estos criterios
que, aunque pueda sorprender al lector, claramente no tenía sustento alguno en la letra
de la ley. La Sala primera concluyó, primero en una junta celebrada el 12 de diciembre
del 2000 y luego en su reiteradísima jurisprudencia, que la vía del “interés casacional”
solamente se abría si la sentencia había sido dictada en un proceso sustanciado a través
de los cauces de un procedimiento especial (v.g. arrendamientos, divorcio o monitorio),
15
STC 256/1994 de 26-9-1994, FD 2: “En el caso del recurso de casación para la unificación de
doctrina, como ya ha tenido ocasión de afirmar este Tribunal (SSTC 234/1993, 126/1994 y ATC
260/1993, entre otros), los arts. 215 y ss. L.P.L. lo han configurado como un recurso extraordinario y
excepcional que tiende fundamentalmente a garantizar la homogeneidad de la doctrina de los tribunales
laborales y la supremacía jurisdiccional del Tribunal Supremo (art. 123 C.E.); y aquel carácter de
recurso extraordinario justifica la estricta exigencia de los presupuestos de admisibilidad materiales y
formales para evitar que se convierta en un tercer grado jurisdiccional con el único objetivo de examinar
la infracción legal, función que la ley no le ha atribuido, como el propio Tribunal Supremo ha dicho con
reiteración y así lo recuerda precisamente en la Sentencia ahora recurrida.” Vid. También STC
318/1994 de 28-11-1994, FJ 2.
lo que dejaba la vía de la cuantía superior a 150.000 euros únicamente para los asuntos
sustanciados por los cauces del procedimiento declarativo ordinario. Y esa decisión del
Tribunal Supremo no era una interpretación, sino que, directamente, suponía que el
Tribunal Supremo estaba “legislando”, es decir, usurpando las atribuciones del Poder
legislativo, porque la ley no decía por ninguna parte, en absoluto, lo que estaba
declarando el Tribunal Supremo16. Sin embargo, el Tribunal Constitucional no entró en
el análisis de esta interpretación de la Sala primera por considerarla de legalidad
ordinaria, es decir, que no afectaba a ningún derecho constitucional 17. Dicho de otro
modo, el Tribunal Constitucional español resolvió que era constitucional que el Poder
judicial se atribuyera facultades legislativas, y al mismo tiempo no consideró contrario
al derecho a la tutela judicial efectiva (en su vertiente del derecho al recurso), el hecho
de que el Tribunal Supremo hubiera restringido el acceso a un recurso legalmente
establecido, disponiendo trabas que, de manera obvia, no estaban en la ley.
Sorprendente, increible, inaceptable, pero completamente cierto.
En el fondo, todo lo anterior tiene una razón de fondo que en absoluto es
exclusiva de España. Detrás de todo ello solamente está el problema de siempre: la
acumulación de asuntos, y las diferentes maneras de controlar dicha acumulación por
parte de los tribunales supremos españoles. Tratemos, por tanto, este problema en el
siguiente epígrafe.
3. El problema central de la casación de todas las épocas: la sobrecarga de asuntos.
No es necesario hacer un repaso país por país, o tribunal por tribunal, para darse
cuenta de que en todos aquellos lugares en los que existe un órgano jurisdiccional a
nivel supremo, dicho tribunal padece una ingente acumulación de asuntos, salvo en los
tribunales de la órbita anglosajona por las razones que veremos después. Es muy
conocida la dramática situación –en este sentido– de Italia, aunque tampoco son ajenos
los casos de la Cour de cassation francesa, o del Tribunal de Justicia de la Unión
Europea, o del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, o las sucesivas reformas
alemanas para controlar la carga de trabajo. Además, la situación ni siquiera es
exclusiva de nuestros días. Limitándome al caso español, las reformas de la casación
con enorme frecuencia han ido enfocadas siempre hacia el mismo objetivo: el control
del volumen de recursos.
Tuvo esa intención la reforma de 1838 18, que introdujo el entonces llamado
“recurso de nulidad” en España, y que poseía unos motivos de recurso precisamente
para corregir la indiscriminada presentación de los recursos anteriores (injusticia notoria
y segunda suplicación) que habían ahogado al predecesor del Tribunal Supremo: el
Consejo de Castilla. También intentó controlar el volumen de trabajo la reforma
emprendida en 1855, que creó dos salas de admisión, una para motivos in procedendo
(que resolvía primero) y la otra para los motivos in iudicando, y que además limitó el
ámbito del recurso de casación a los procedimientos de mayor cuantía 19. En 1864 se
procedió a una nueva reorganización de las salas, exactamente con el mismo objetivo de
16
Así lo denunció con justicia toda la doctrina. Por todos, DÍEZ-PICAZO GIMÉNEZ, Ignacio, Un
torpedo a la casación, Tribunales de Justicia, 2001, nº 2, pp. 1 y ss. AGUILERA MORALES, Marien,
Los recursos extraordinarios: casación, extraordinario por infracción procesal, en interés de ley y queja,
Tribunales de Justicia, 2001, nº 11, pp. 15 y ss.
17
Sucedió en las antes citadas SSTC 150 y 164/2004.
18
Aunque se elude de manera elegante la expresión de esa intención en la exposición de motivos del
Decreto. Vid. Gaceta de Madrid de 6-11-1838, nº 1451.
19
Art. 1014 de la Ley de Enjuiciamiento Civil de 1855.
control del número de asuntos. En 1870 se establecieron tres procedimientos distintos
para los dos tipos de motivos, y un tercero para el caso de que se formulara recurso con
ambas clases de motivos, intentando con ello, vanamente, una mayor agilidad de la
tramitación. Esa tripartición se mantuvo en las reformas posteriores (las de 1878 y
1881) durante más de un siglo, periodo en el que, no obstante, se produjo una nueva
reforma para estrechar la admisión 20: la introducción de una summa gravaminis de
300.000 pesetas en 196621. Además, el Tribunal Supremo fue acrecentando el uso de
otra táctica para hacer frente, nuevamente, al volumen de asuntos: el formalismo en la
admisión de los recursos.
Y así quedaron las cosas hasta que en 1984, precisamente el Tribunal
Constitucional le recordó al Tribunal Supremo que mantener una actitud formalista era
contraria al derecho fundamental a la tutela judicial efectiva 22. Por ello, en ese mismo
año, pocos meses más tarde, acaeció una nueva reforma destinada a simplificar la
casación, lo que abrió el cauce a más recursos, tendencia que intentó ser controlada, no
obstante, aumentando la summa gravaminis a 3 millones de pesetas 23, que en aquellos
años no era una cantidad en absoluto despreciable 24. Sin embargo, en 1992 se
incrementó nuevamente la summa a 6 millones de pesetas, y además se suprimió un
motivo clave de la casación: el error en la apreciación de la prueba. Además de ello se
produjo un nuevo estrechamiento –no era ni mucho menos el primero– del régimen de
admisión, y todo con una única y exclusiva finalidad: reducir el volumen de asuntos.
Si analizáramos la trayectoria de otros países encontraríamos situaciones
parecidas. Y ello no es debido ni a la casación ni a los recurrentes. Los recurrentes
siempre han pretendido defender sus derechos hasta el límite, y siempre lo pretenderán.
Y la casación, en concreto, no es más que un recurso que debido a la complejidad de la
formulación de sus motivos, lo cierto es que es menos frecuente que un recurso de
apelación. Pero con la debida habilidad, es factible hacer entrar por los cauces de dichos
motivos, por estrechos que sean, prácticamente cualquier error que contenga la
sentencia recurrida. Al final todo acaba siendo una cuestión de argumentación jurídica y
de conocimiento y detenida consulta de la jurisprudencia del Tribunal Supremo.
Por tanto, hay que concluir de una vez por todas que el problema de la
acumulación de recursos no está en la casación, ni por su naturaleza, ni por los motivos
por los que cabe, ni mucho menos por el procedimiento a través del que se tramita. Lo
cual lleva a la conclusión forzosa de cualquier reforma en cualquiera de los citados
puntos está condenada al fracaso, como así lo demuestra la experiencia vivida hasta el
momento. En este sentido, lo único que resulta eficaz es una fase de admisión que sea

20
Aunque en la exposición de motivos de la reforma se dijo que se pretendía justamente lo contrario
(B.O.E 25-07-1966, pp. 9493).
21
Art. 1694, en la versión de ese año (B.O.E 25-07-1966, pp. 9492 y ss).
22
STC 57/1984 de 8 de mayo, FJ 3º: “El derecho, constitucionalmente garantizado, a obtener la tutela
efectiva de los Jueces y Tribunales, no puede ser comprometido u obstaculizado mediante la imposición
de formalismos enervantes o acudiendo a interpretaciones o aplicaciones de reglas disciplinadoras de
los requisitos y formas de las secuencias procesales, en sentidos que aunque puedan parecer
acomodados al tenor literal del texto en que se encierra la norma, son contrarios al espíritu y a la
finalidad de ésta, y, desde luego, no ajustados a una consideración de tales reglas reinterpretadas a la
luz del art. 24.1 de la C. E.”
23
El doble en términos relativos a la cantidad de 1966, según explica SERRA DOMÍNGUEZ, Manuel, Del
recurso de casación, en: “Comentarios a la reforma de la Ley de Enjuiciamiento Civil”, Madrid 1985, p. 802.
24
Era más o menos lo que podía costar un apartamento de unos 50 metros en el centro de Barcelona.
muy difícilmente superable, pero ello acaba siendo contrario a la tutela judicial efectiva,
puesto que finalmente se dispone de un órgano jurisdiccional que no sirve a los
ciudadanos, sino que más bien sirve al control del volumen de asuntos, que no es
ninguna finalidad que los ciudadanos aprecien, con mayor razón cuando con ello,
obviamente, se les está denegando la justicia. Es decir, se está vulnerando el ius
litigatoris.
El problema está, en realidad, en el propio órgano que se encarga de resolver el
recurso de casación, o cualquier otro recurso análogo que se cree en el futuro. El órgano
debe estar preparado para conocer de los asuntos que se le dirijan. Y sin embargo, pocas
veces se ha pensado en ello, y las reformas que se han realizado en este sentido han sido
poco más que palos de ciego. Como se ve, se ha dividido el Tribunal Supremo en salas,
o bien se ha aumentado el número de magistrados. Y nada de ello es eficaz, porque de
esa forma se rompe la uniformidad jurisprudencial que debería conservar, por su propia
esencia, todo tribunal supremo. De ese modo, lo único que se consigue es que cualquier
recurrente busque en la jurisprudencia cualquier precedente que le interese, y que lo
encuentre, por supuesto. El problema de ello es que los precedentes pueden ser
absolutamente contradictorios, lo que da al traste con la función nomofiláctica que debe
proteger siempre un tribunal de casación. Esto es, se está infringiendo el ius
constitutionis.
Desde luego, tras la lectura de lo anterior pareciera que nada que se intente está
llamado, de ningún modo, a ser eficaz. Y es justamente esta constatación lo que
probablemente ha llevado a muchos a proponer la solución de los tribunales
anglosajones, porque estos son los únicos que no padecen esta dramática situación. Pero
esa solución también posee sus desventajas.
4. ¿Es una solución el “certiorari”?
Para responder a esa pregunta, es necesario dar un repaso a las rules of the
Supreme Court of the United States en cuanto al certiorari (regla 10). Según esas reglas,
un asunto sólo es admisible cuando se produzca alguno de estos casos25:

- Falta de jurisprudencia del Tribunal Supremo sobre una cuestión relevante de


Derecho Federal.

25
Los reordenaré para mayor claridad, pero la norma dice así: Rule 10. Considerations Governing
Review on Writ of Certiorari. Review on a writ of certiorari is not a matter of right, but of judicial
discretion. A petition for a writ of certiorari will be granted only for compelling reasons. The following,
although neither controlling nor fully measuring the Court's discretion, indicate the character of the
reasons the Court considers:
(a) a United States court of appeals has entered a decision in conflict with the decision of another United
States court of appeals on the same important matter; has decided an important federal question in a way
that conflicts with a decision by a state court of last resort; or has so far departed from the accepted and
usual course of judicial proceedings, or sanctioned such a departure by a lower court, as to call for an
exercise of this Court's supervisory power;
(b) a state court of last resort has decided an important federal question in a way that conflicts with the
decision of another state court of last resort or of a United States court of appeals;
(c) a state court or a United States court of appeals has decided an important question of federal law that
has not been, but should be, settled by this Court, or has decided an important federal question in a way
that conflicts with relevant decisions of this Court.
A petition for a writ of certiorari is rarely granted when the asserted error consists of erroneous factual
findings or the misapplication of a properly stated rule of law.
- Jurisprudencia contradictoria entre dos de los Tribunales de apelación (Courts
of Appeals) en una cuestión relevante.
- Jurisprudencia contradictoria entre un tribunal de apelación, y el tribunal de
última instancia de un estado (state court of last resort), también en una cuestión de
relevancia.
- Jurisprudencia contradictoria entre un tribunal de última instancia del estado, y
otro tribunal de última instancia o un tribunal de apelación, que verse sobre una cuestión
federal de relevancia.
- Contradicción con la jurisprudencia del Tribunal Supremo, sobre una cuestión
federal de relevancia, propiciada por un tribunal de apelación o por el tribunal de última
instancia de un estado.
- Alejamiento, por parte de un tribunal de apelación, de la jurisprudencia
habitual, de motu proprio, o bien confirmando una sentencia de un tribunal inferior, de
manera que sea imprescindible la intervención del Tribunal Supremo.
- Cuestión prejudicial de un Tribunal de apelación, si se trata de un caso de tal
importancia pública que justifique el planteamiento de dicha cuestión (regla 11)26.

La norma también recuerda que este recurso no es un derecho, sino un producto


de la discrecionalidad del Tribunal Supremo de los EEUU, lo que es toda una
declaración de intenciones, que se ve confirmada cuando la regla 10 concluye
afirmando que en raras ocasiones entrará el Tribunal Supremo en cuestiones de hecho o
en erróneas aplicaciones del Derecho positivo.
En el Reino Unido la situación no es distinta. El Tribunal Supremo de ese
Estado, que empezó su andadura el 1 de octubre de 2009, conserva en lo fundamental
las antiguas reglas que marcó la jurisprudencia de la House of Lords en cuanto al
llamado entonces “leave to appeal”, hoy denominado “permission to appeal”. Y esas
directrices jurisprudenciales establecían una total discrecionalidad en cuanto a la
admisión, que no ha sido corregida por las Reglas de 1 de julio de 2009 27. Ni siquiera en
las directrices prácticas del propio tribunal se hace una referencia taxativa al tema, salvo
en la número 3 (Applications for Permission to Appeal), en la que se viene a sugerir que
el Tribunal Supremo podría estar interesado en analizar el recurso planteado si:

- El recurrente plantea un cambio en la jurisprudencia.


- Alega la vulneración de la Human Rights Act de 1998
- Pretende el planteamiento de una cuestión prejudicial ante el Tribunal de
Justicia de la Unión Europea28.
26
Rule 11. Certiorari to a United States Court of Appeals Before Judgment
A petition for a writ of certiorari to review a case pending in a United States court of appeals, before
judgment is entered in that court, will be granted only upon a showing that the case is of such imperative
public importance as to justify deviation from normal appellate practice and to require immediate
determination in this Court.
27
Estas reglas, así como el resto de directrices a las que haré referencia, son fácilmente accesibles en
www.supremecourt.gov.uk.
28
3.1.3 If an application for permission to appeal (a) asks the Supreme Court to depart from one of its
own decisions or from one made by the House of Lords; (b) seeks a declaration of incompatibility under
Pero nada de ello es más que una directriz, y ni siquiera es la única que cabe
encontrar entre la documentación admonitiva hecha pública por el propio tribunal.
Estos sistemas, en todo caso, garantizan que el tribunal supremo autorregule su
volumen de jurisprudencia a su entera disponibilidad, de manera que ambos tribunales
acaban dictando, decena arriba o abajo, un centenar de resoluciones cada año. Por
ejemplo, los 11 Lords del Tribunal Supremo del Reino Unido, en su primer año de
andadura, han dictado unas 60 resoluciones.
La pregunta es si los cientos de resoluciones que los tribunales supremos de
buena parte del resto del mundo dictan cada año, realmente se pueden sustituir por 100
sentencias. Y mi opinión personal es que no, por tres razones muy precisas.
En primer lugar, la existencia de un sistema semejante obligaría a disponer la
vinculación al precedente de los tribunales inferiores, porque de lo contrario serían
miles las sentencias que discreparían del ordenamiento jurídico sin ningún tipo de
control. Y ello ocasionaría el problema, no sólo de que la jurisprudencia se anquilosaría,
sino que además esa vinculación al precedente nos obligaría a cambiar la concepción
que tenemos de algo que creo irrenunciable: la independencia judicial. Un juez debe ser
independiente de cualquier ingerencia externa para poder dictar sus resoluciones con
libertad de juicio. Si esa libertad ya no existe, sino que tiene que seguir directrices de un
organo superior, desde luego que la independencia, no sé si deja de existir, pero por
supuesto no es como la que existe actualmente.
En segundo lugar, en un sistema de Derecho legislado, y además en un momento
de inflación normativa como el presente, me parece muy poco realista pensar que unas
pocas resoluciones van a conseguir realizar correctamente la función nomofiláctica.
Bien al contrario, enormes parcelas del ordenamiento jurídico escaparán del control del
tribunal supremo, lo que puede hacer que el Derecho legislado pase a ser una simple
referencia admonitiva para los ciudadanos y los poderes públicos, pero no una norma de
obligatorio cumplimiento, como lo es en los momentos actuales. Porque si nadie se
encarga de reprimir las desobediencias de la norma, estas aumentarán
exponencialmente.
Y en tercer lugar, si lo que se desea realmente es convertir a los tribunales
supremos en órganos meramente simbólicos, lo mejor es alejarlos de los ciudadanos
haciendo que dicten el menor número de resoluciones posible. Si se consulta la encuesta
GALLUP de 2009, el Tribunal Supremo de los EEUU sólo tiene un 38% de aceptación
en la ciudadanía, por detrás del ejército (82%), la policía (59%), las Iglesias (52%) y la
presidencia (51%). Probablemente si se hiciera la misma encuesta en cualquier país que
no fuera del ámbito anglosajón, la consideración por el Tribunal Supremo no sería
mejor, no obstante. Pero lo que queda claro viendo esas encuestas es que, desde luego,

the Human Rights Act 1998; or (c) seeks a reference to the Court of Justice of the European
Communities, this should be stated clearly in the application and full details must be given.
al menos desde este punto de vista, no mejoraría en nada la situación si se procediera a
la adopción de la mecánica anglosajona de admisión de recursos ante las cortes
supremas.
Por tanto, parece recomendable cambiar por completo el paradigma y pensar en
otras soluciones alternativas, que desde luego existen, pero discurriendo por caminos en
parte distintos a los recorridos hasta el momento, y por supuesto realizando una toma de
consciencia de la situación de las cortes supremas en general como órganos
jurisdiccionales. Veámoslo.
5. Propuesta de reforma de la estructura y funcionamiento de los tribunales
supremos.
El problema de la sobrecarga de asuntos ante las cortes supremas es estructural,
pero no en el sentido de que dicho problema sea tan grave que pareciera que fuera casi
inevitable, o al menos muy difícil de combatir. Al contrario, afirmo que el problema es
estructural porque la clave de la solución está precisamente en la estructura de las cortes
supremas.
Para comprenderlo es preciso retroceder unos cuatro siglos, y observar cómo
funcionaba en 1599 la corte suprema de un territorio relativamente pequeño: Cataluña.
En aquella época la población catalana debía de comprender unas 60.000 personas
(actualmente son casi 8 millones). Pues bien, la Reial Audiència de Catalunya en 1599
tenía dos Salas de seis magistrados cada una 29, y una sala de refuerzo 30 para conocer de
todo tipo de asuntos. Es decir, que la composición no era muy diferente, y hasta
superior, que la actual del Tribunal Supremo de los EEUU (9 magistrados), o la del
Tribunal Supremo del Reino Unido (11 magistrados). Y por los datos históricos que se
poseen, ese tribunal también estaba colapsado de asuntos.
Pero lo que quiero evidenciar es que si nos fijamos en la composición de otros
tribunales supremos del mundo (salvando el caso italiano), la estructura del órgano
jurisdiccional es más o menos la misma que hace cuatro siglos. Entre 10 y 20
magistrados que conocen, a veces en pleno, a veces en salas o secciones, de todos los
casos que ingresan en el Tribunal Supremo. Si el sistema ya no funcionaba en 1599, de
manera que hasta hubo que crear una sala de refuerzo, parece verdaderamente
incomprensible que la misma estructura se haya perpetuado en el tiempo, y los
tribunales supremos hayan prácticamente copiado la formación y modo de
funcionamiento de los antiguos consejos reales de justicia, a los que vinieron a
suceder31. Y es aún más incomprensible que actualmente no hayamos sido capaces de
pensar en nada mejor, salvo aumentar de forma desproporcionada el número de

29
BOSC, Andreu, Summari index o epitome dels admirables, y nobilissims titols de honor de Cathalunya,
Rossello, y Cerdanya, y de les gracies, privilegis, prerrogatives, preheminencies, llibertats, è immunitats
gosan segons les propries, y naturals lleys, Perpinyà 1628, p. 283. Vid. también CONSTITUCIONS Y
ALTRES DRETS DE CATHALUNYA, compilats en virtut del Capítol de Cort LXXXII de les Corts per
la S.C.Y.R. Majestat del Rey Don Philip IV. nostre Senyor en la ciutat de Barcelona any MDCCII,
Barcelona 1704, reedición facsímil de esta edición, Col. “Textos jurídics catalans”, Lleis i costums IV/2,
Generalitat de Cathalunya, Departament de Justícia, Barcelona 1995, Cap. de Corte de Philip II, Primera
Cort de Barcelona, 1599, p. 85.
30
CYADC, Philip, Cort de Montsó, 1585, p. 84.
31
Ese fue el caso del llamado Conseil de parties en Francia, con respecto al Tribunal de cassation
revolucionario a finales del siglo XVIII. Vid. CALAMANDREI, Cassazione civile, Vol. I, cit. p. 318 y 331
y ss. HALPERIN, Jean-Louis, Le Tribunal de Cassation et les pouvoirs, Libraire Générale de droit et de
jurisprudence, Paris 1987, p. 23.
magistrados, o disminuir, también de forma desproporcionada, los casos de los que
conocen.
En 200432 formulé una propuesta de cambio que hasta el momento no ha sido
tenida en consideración. Aunque sí que se ha observado que allí donde se han aplicado
algunos de los elementos de la propuesta, la situación ha mejorado, al menos en
términos de reducción de los retrasos. La propuesta se basa en una consideración que
me han realizado en privado varios magistrados de tribunales de casación, que por la
reiteración con que se me ha hecho, y los diferentes países desde donde ha venido,
considero definitivamente cierta: Más del 90% de los casos que se le plantean a un
tribunal supremo, son casos reiterativos y, por ello, sencillos. Algunos magistrados
elevan la cifra incluso hasta el 95%. En todo caso se trata de la inmensa mayoría.
Pues bien, la propuesta consiste en crear la siguiente estructura en los tribunales
supremos. Centrándonos en una sola jurisdicción, se trataría de crear una sala oficial de
dimensiones reducidas, nunca superior a 9 magistrados, y a la vez una sala de apoyo de
unos 20 magistrados. La sala oficial se encargaría solamente de los casos más
dificultosos, es decir, de ese 5%. Teniendo en cuenta, por ejemplo, que una Sala de un
tribunal de casación ingrese unos 3.000 recursos al año (como es el caso de la civil en
España), ese 5% serían entre 100 y 150 sentencias cada año. Es decir, justo el mismo
número de asuntos que penden ante los tribunales anglosajones.
La sala de apoyo, por su parte, se encargaría del resto de casos de resolución
sencilla, siguiendo una estricta vinculación al precedente. Siendo así, cada magistrado
se encargaría de unos 200 casos al año, lo que es un número más que razonable
considerando que se trata de casos reiterativos. Y de ese modo, un tribunal con esa
estructura estaría en condiciones de dictar más de 4.000 sentencias cada año. Y si se
aumentara el ritmo de trabajo de la sala de apoyo, podría llegarse incluso al doble de
sentencias, que por poner un solo ejemplo, jamás han sido dictadas en ese número en
ningún año, conjuntamente, por las salas civil y penal del Tribunal Supremo español. Es
obvio que numéricamente el sistema funciona.
El sistema tiene la ventaja, además, de que no somete a los recurrentes a trabas
discrecionales para la admisión. Por añadidura, el tribunal supremo dicta una sentencia
en cada uno de sus casos, lo que incrementa la sensación de justicia del ciudadano, o de
que al menos la Justicia se ocupa de él. Por otra parte, la vinculación al precedente,
concebida en esos términos y sólo en el Tribunal Supremo, contribuye a la coherencia
de la jurisprudencia, así como a la detección de lagunas y errores en la misma, que
serían observados por la sala de apoyo, siendo reenviado el asunto, en esos casos, a la
sala oficial. Ni siquiera el coste de las salas de apoyo es demasiado alto, considerando
que se disminuye la formación de las salas oficiales y, con ello, se ahorran también
recursos económicos.
El único inconveniente que me ha sido planteado, a lo largo de estos años, es el
peligro de disgregación de la jurisprudencia de la Sala de apoyo, así como cuál habría
de ser la consideración o rango de los magistrados que formen dicha sala. El segundo es
un problema simplemente político, y que desaparece si se piensa que la sala de apoyo
puede ser un lugar perfecto de formación para futuros magistrados de la sala oficial. Y
en cuanto al primero, si la vinculación del precedente se establece en los términos del
Derecho anglosajón, parece difícilmente imaginable que pueda producirse ese peligro,
al menos en una medida ni siquiera discretamente alarmante.

32
NIEVA FENOLL, La casación en materia social, cit. p. 61 y ss.
La propuesta tiene más detalles, que excuso explicitar en este momento, puesto
que ya fueron expuestos en el trabajo antes citado. En todo caso, impulsar dicha
propuesta, o al menos ensayarla como prueba-piloto, podría solucionar por fin de una
forma satisfactoria el problema que se ha examinado en este trabajo. Sea como fuere, la
someto, por supuesto, a la crítica futura.

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