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UNIVERSIDAD DEL VALLE

FACULTAD DE LAS CIENCIAS ADMINISTRATIVAS

DE LAS
DOCTRINAS POLÍTICAS

POR:
PEDRO JOSÉ MEZÚ LASSO

APORTE DE LOS ADMINISTRADORES DE EMPRESAS A LA PAZ EN COLOMBIA


DESDE LAS DOCTRINAS POLÍTICAS.
El siguiente ensayo tiene como objetivo responder puntualmente a la pregunta ¿Qué aporte hace la

administración de empresas a la construcción de paz en Colombia desde las Doctrinas Políticas?,

utilizando los diferentes elementos expuestos en la materia de doctrinas políticas en la Universidad

del Valle. Estos elementos que nos entregó la profesora, corresponden a las teorías sistemáticas,

elaboradas a lo largo de los tiempos por los filósofos, los teólogos, los juristas y los sociólogos, que

tienen como objeto el poder, la moral política, las formas de Estados y de gobierno. Por esta razón,

durante el curso, se abordaron las ideas políticas más representativas a partir del nacimiento del

Estado moderno, las cuales son confrontadas con los problemas actuales de orden político,

económico y social tanto en ámbito internacional como en el orden nacional.

En este orden de ideas, nuestra metodología consistirá en abordar un fragmento de cada uno (en una

posible línea de tiempo general), de los principales temas que pueden ayudarnos a argumentar de la

mejor manera la orientación de nuestro enfoque en el proceso de responder a la pregunta propuesta,

precedidos de una conclusión final.

Primeramente, trataremos de definir el concepto de política; según Norberto Bobbio, derivado del

adjetivo de pólis (politikós), que se refiere a todo lo relacionado con la ciudad, es decir ciudadano,

civil, público y, por lo tanto, sociable y social, el término política, se nos ha trasmitido por influjo

de la gran obra de Aristóteles, titulada política, que debemos considerar el primera tratado sobre la

naturaleza, funciones y partes del Estado, y sobre diferentes formas de gobierno, principalmente con

el significado de arte o ciencia del gobierno, es decir de reflexión, ya sea de alcance meramente

descriptivo o prescriptivo sobre las cosas de la ciudad (Bobbio, 1995, pág. 175).
Los administradores de empresas, somos servidores del Estado, y es una obligación para nosotros

desde todo ámbito, conocer a la perfección nuestro lugar y papel dentro del funcionamiento del

mismo. Saber el concepto de política, nos permite referenciar con mayor franqueza el ambiente bajo

el que funcionamos y vivimos, no solo como funcionarios sino también como personas y

ciudadanos, saber que no estamos solos.

Ahora, No existe duda de que los orígenes del Estado se remontan al nacimiento de las primeras

formas de organización política. Todos los teóricos de la política coinciden en atribuir a Nicolás

Maquiavelo ser el primer autor que utilizó el término Estado. Su teoría de las “minorías”, ofrece

particular importancia al campo de la Teoría del Estado por varias razones: la primera, porque

desempeña una función importante en la actividad creadora del Estado. Toda sociedad se estratifica

política y económicamente en dos clases que Maquiavelo llamó el pueblo y los grandes. La clase

adinerada que él llamó los grandes, está integrada por la aristocracia, la nobleza, el alto clero y la

burguesía. Para el florentino son siempre las minorías, quienes tienen a su cargo la creación, el

liderazgo, la estructura natural y jurídica y la renovación del Estado (Echandi, 2008, págs. 160 -

162).

Sin embargo, aunque Maquiavelo señala que la función creadora del Estado viene ofrecida por la

capacidad y por la virtud individual, Cuando Maquiavelo habla de los grandes, no se refiere a la

minoría que es expresión de la virtud colectiva, sino a la clase más poderosa. En otras palabras, dice

más bien lo que las cosas son y no lo que deberían ser (Echandi, 2008). Y esta definición, como

hemos visto en los últimos años de la realidad de Colombia y del mundo, se ha mantenido vigente

sin importar el precio. Las clases altas han luchado incansablemente por mantener al país bajo sus

propias reglas, valiéndose de la corrupción y la violencia. Los aportes de Maquiavelo son de gran
utilidad para los administradores de empresas en el sentido que nos desvelan la realidad detrás de

las bases del funcionamiento del Estado, y solo conociendo la esencia de esta desigualdad es que

podemos intentar enfocar todos nuestros esfuerzos a una Colombia más equitativa.

Y, hablando de equitatividad, La obligación social, según afirma Rousseau en el contrato, no podría

estar fundada legítimamente en la fuerza. No hay derecho del más fuerte. ¿Qué es un derecho que

perece cuando cesa la fuerza? Si hay que obedecer por fuerza, no se tiene necesidad de obedecer por

deber. La obligación social tampoco está fundada en la autoridad natural del padre, ni en cualquier

otra autoridad de un pretendido jefe "natural" y nacido para mandar. Estas son tesis absolutistas. El

único fundamento legítimo de la obligación se encuentra en la convención establecida entre todos

los miembros del cuerpo que se trata de constituir en sociedad, y cada uno de los cuales contrata,

"por decirlo así, ·consigo mismo", no ligándose, en suma, más que a su sola voluntad

(CHEVALLIER, 1957).

Todo deriva del libre compromiso del que se obliga. El pacto social no puede ser legítimo más que

cuando nace de un consentimiento obligadamente unánime; Lo cual significa que cada asociado se

enajena totalmente y sin reservas, con todos sus derechos, en favor de la comunidad. Así la condición

es igual para todos. Cada uno se compromete hacia todos. Cada uno, dándose a todos, no se da a

nadie. Cada uno adquiere sobre cualquier otro exactamente el mismo derecho que le cede sobre sí

mismo. Cada uno gana, pues, el equivalente de todo lo que pierde, y más fuerza para conservar lo

que tiene (CHEVALLIER, 1957, pág. 136).

Sí el Estado está instituido por medio de un contrato social, estamos de acuerdo con que este

contrato, no puede ser solamente una cuestión de legitimidad de derecho. Pues, este concepto nos es
de gran ayuda para reconocer que toda relación entre individuo y el estado debe estar siempre

inclinada en favor de la comunidad, pues es ella quién ha resguardado su libertad, su igualdad y su

poder bajo la suprema dirección de la voluntad general común. Bajo estas circunstancias, el buen

hacer del administrador es crucial para mantener la igualdad, tratar a cada miembro, como una parte

de un todo.

En este sentido, es acertado destacar al pensador político John Locke, quien se lo aprecia como el

padre del liberalismo por sostener que todo gobierno surge de un pacto o contrato revocable entre

individuos, con el propósito de proteger la vida, la libertad y la propiedad de las personas, teniendo

los signatarios el derecho a retirar su confianza al gobernante y rebelarse cuando éste no cumple con

su función. Recordemos que el liberalismo surge como consecuencia de la lucha de la burguesía

contra la nobleza y la Iglesia, queriendo acceder al control político del Estado y buscando superar

los obstáculos que el orden jurídico feudal oponía al libre desarrollo de la economía. Se trata de un

proceso que duró siglos, afirmando la libertad del individuo y propugnando la limitación de los

poderes del Estado (Varnagy, 2000, pág. 1).

Conocer la verdadera esencia del liberalismo es fundamental para los administradores de empresas,

a fin de que seamos capaces de reconocer, que el mismo, está corriendo el riesgo de convertirse en

un aparato vinculado a la burocracia estatal que, en el mejor de los casos, trate de usar con eficacia

el poder público para coordinar y orientar unos programas de desarrollo económico y social que

sean compatibles con un modelo social capitalista y con el mantenimiento de la capacidad de

decisión del poder político, en manos de los grupos empresariales y sus aliados políticos, y en el

peor, contribuya a una degradación del sistema institucional, al abandonar la defensa incondicional

de los derechos ciudadanos.


En virtud de ello, también es completamente oportuno conocer en este punto, que es la soberanía:

La soberanía es esa fuerza de cohesión, de unión de la comunidad política, sin la cual ésta se

dislocaría. Cristaliza ese trueque de "mando y obediencia" que la naturaleza de las cosas impone a

todo grupo social que quiere vivir. Es la "potestad absoluta y perpetua de una República". Toda la

teoría de la soberanía, por intemporalmente jurídica que Parezca, por desprendida de los accidentes

y de las ambiciones del poder concreto, no deja de traducir ciertas segundas intenciones políticas,

no está menos destinada a producir profundas resonancias políticas. La soberanía, según Bodin,

puede teóricamente residir tanto en la muchedumbre (democracia) o en una minoría (aristocracia)

como en un solo hombre (monarquía) (CHEVALLIER, 1957, pág. 38).

La soberanía hoy por hoy, se ha convertido en un juguete de la aristocracia. En Colombia, según el

artículo 3 de la Constitución política, La soberanía reside exclusivamente en el pueblo, del cual

emana el poder público. Los administradores de empresas al ser servidores del Estado, estamos

directamente implicados en la defensa de la soberanía, la cual no solo se defiende a través de la

fuerza como muchos plantean, sino también a través de la transparencia y la integridad a la hora de

actuar. Pues es éste el único camino para llegar a una Colombia justa, próspera e igualitaria.

En este orden de ideas, es conveniente traer a colación al Filosofo Immanuel Kant, para él, el

problema propio de la política es, «conseguir la felicidad del público, conseguir que todo el mundo

esté contento con su suerte». La política en sentido kantiano tiene que ver, pues, con el problema de

cómo es posible que los hombres alcancen su felicidad en este mundo. «Ser feliz, escribe Kant, es

necesariamente el anhelo de todo ser racional pero finito, y, por tanto, un inevitable fundamento de
determinación de su facultad de desear. A través del derecho, la moral puede, además de exigirle al

hombre que limite sus aspiraciones de felicidad de acuerdo con las exigencias del deber, obligarlo,

mediante la facultad de coacción —el Estado—, a someter el uso de su libertad a la posibilidad de

existencia de una legislación universal. Finalmente, la política, entendida como aplicación de la

doctrina del derecho, tiene como fin crear las condiciones para que todos los hombres puedan

obtener su propio bienestar (RODAS, 2002, pág. 127).

El pensamiento Kantiano, es ciertamente fundamental en la formación de todo Administrador de

empresas. Sus ideas sobre la moral lograron permear la esencia de todas y cada una de las relaciones

entre el ciudadano, el Estado y la libertad, “¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro

que piensa por mí, un pastor que reemplaza mi conciencia moral, un médico que juzga acerca de

mi dieta, y así sucesivamente, no necesitaré del propio esfuerzo”. Conocer a Kant, no solo nos ayuda

a impulsar a todos al uso de la razón propia en su diario vivir, sino que además sus ideas sobre la

moral son la llave para el éxito de nuestro sistema tal y como está diseñado.

Y Hablar del éxito de nuestro sistema, trae necesariamente a colación al escenario, a la Democracia.

Bárbara Goodwin la define como un sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el

derecho del pueblo a elegir y controlar a sus gobernantes. Etimológicamente la palabra significa “el

imperio de los demos, la masa del pueblo”, y denota una forma de gobierno que difiere de la

aristocracia y la oligarquía, la dominación de unos pocos. Los demócratas modernos han propuesto

que la democracia se basa en el consentimiento del pueblo, el cual, una vez que se ha expresado a

través del proceso de sufragio, se obliga a sí mismo a obedecer al gobierno que ha elegido

(GOODWIN, 1997, págs. 233-234).


Según Tocqueville, la democracia es un estado social, es decir, un conjunto de relaciones sociales

del que derivan las costumbres, creencias, opiniones, e instituciones de un pueblo. Básicamente una

forma de vida, puesta en forma sentido del poder social. La democracia es para Tocqueville el

principio que permite comprender a la nueva sociedad. Tocqueville hacía referencia a la igualdad y

la desigualdad como fenómenos sociales que se relacionan con el rol que desempeña cada individuo

en la sociedad que influyen en sus interacciones con los demás, a diferencia de la libertad y el

despotismo que son fenómenos políticos que se refieren a la forma en que los individuos por medio

de sus acciones construyen un régimen para la vida en común (Rodríguez, 2006).

Tener pleno conocimiento de estas teorías, indudablemente, nos ayuda a los administradores de

empresas a contribuir al fortalecimiento de la democracia, conociendo plenamente cuáles son sus

fines dentro del Estado y que se busca defender a través de ella. Como participantes directos de la

misma, contribuimos a su fortalecimiento no solo a través del ejercicio consciente del voto, sino

también, siendo funcionarios del Estado mediante la entrega de información fiable, verídica y justa

de todos y cada uno de los procesos en los que intervenimos.

Cabe resaltar, que la democracia como tal, está íntimamente ligada al carácter central de la actividad

económica en la humanidad. Marx infiere que el modo en que esta actividad se organiza determina

todos los otros aspectos de la vida social. El modo de producción, junto con la forma de distribución,

Constituye la estructura económica y determinan la superestructura. Las relaciones de producción

determinan las relaciones sociales en las que se basan el sistema político y todas las demás

peculiaridades de la organización social. La economía capitalista se apoya en la dicotomía

fundamental entre el capital y el trabajo, los dos lados de la contradicción del capitalismo y esto se

transfiere al nivel de las relaciones sociales para conformar las relaciones antagónicas y
potencialmente conflictivas entre la burguesía y el proletariado. La manufactura capitalista se basa

en la propiedad privada. Capital acumulado que, concentrado en las manos del capitalista, le permite

a éste contratar trabajo viviente, el trabajador asalariado, cuya posición en el proceso productivo se

define por no poseer los medios de producción (GOODWIN, 1997, págs. 88-89).

La contradicción entre el capital y el trabajo se manifiesta en el curso del proceso productivo; Marx

supone que a los trabajadores se les pagana salarios de subsistencia. Las mercancías que estos

producen tienen cierto valor de cambio que se mide en términos de dinero, determinado por la

cantidad de trabajo que requieren y que también pueden variar de acuerdo con la coyuntura del

mercado. Por ejemplo, un obrero que trabaja 10 horas al día, en seis horas produce bienes cuyo valor

de cambio (precio) es igual a los salarios que gana en una jornada. Marx llama a estas seis horas

trabajo necesario, el trabajo necesario para que sobreviva el obrero y su familia, la siguiente

generación de trabajadores. Pero no se le pagan las restantes cuatro horas que trabaja y su valor es

expropiado por el capitalista. Marx denomina a esto plusvalía y que sirve como vara de medir para

evaluar el grado de explotación del trabajador. El remanente de la plusvalía, una vez que han sido

descontados el alquiler, los dividendos y otros costos, se convierte en la ganancia del capitalista, que

Marx supone que debe ser reinvertida en la producción, con cada nueva inyección de capital aumenta

el poder del capitalista para contratar (apropiarse) más trabajo, y expandir así su negocio

(GOODWIN, 1997, pág. 89).

La teoría Marxista en general, pero más específicamente la económica, son un conjunto de

postulados sumamente útiles para los administradores de empresas. Pues describen muy

detalladamente los puntos de inflexión del sistema capitalista, mostrando claramente las tendencias

que rigen posiblemente regirán al mismo. Decimos regirán porque episodios como la crisis de 1929,

apoyan y comprueban sin lugar a dudas todo lo que Karl Marx había propuesto. Y es que, visto
desde un punto de vista sistemático, es claro que no tener en cuenta en la ecuación a los factores

humanos en un sistema que se fundamenta en el uso del recurso humano, es una falla fatal; que tarde

o temprano, deja al descubierto sus consecuencias.

Llegados a este punto, es inevitable mencionar las dos ideologías predominantes en Colombia, el

Conservadurismo y el Liberalismo. Del primero podemos decir que el significado literal del término

proviene de la idea de conservación, y la ideología conservadora se formula cada vez como respuesta

a un ataque contra el orden social existente que los conservadores desean conservar. Así, en los

últimos dos siglos, los conservadores se han enfrentado sucesivamente al radicalismo, al liberalismo

y al socialismo (GOODWIN, 1997, págs. 182-183).

En primer lugar, es un hecho común decir que los conservadores no gustan del cambio. La

estabilidad es, por tanto, un ideal conservador dominante, producido por su aversión al cambio: la

paz y el orden son ideales instrumentales que ayudan a promover la estabilidad social, aunque

también tienen valores propios. En primer lugar, puede decirse que cualquier forma política que

existe y funciona, por imperfecta que sea, es preferible a un nuevo sistema surgido del cambio. Más

vale malo conocido que bueno por conocer. Todo cambio debido exclusivamente a la mano del

hombre es arriesgado, puesto que el efecto de la reforma -y, a fortiori, de la revolución- no puede

predecirse con precisión, y por consiguiente no puede determinarse por anticipado si es deseable o

no (GOODWIN, 1997, pág. 184).

Es importan observar que la tesis de los conservadores en contra del cambio se apoya a menudo en

una versión distorsionada de las alternativas disponibles. Se plantea una falsa dicotomía, afirmando
que hay que optar entre: a) lo que existe en el momento presente, y b) una alternativa no deseada

en particular (GOODWIN, 1997, pág. 185).

Con respecto al Liberalismo, la marca liberal es su preocupación por los límites de la autoridad y su

oposición y su oposición a las interferencias del Estado en el campo de las actividades individuales.

El colorario de ello es el acento que pone en la importancia del individuo y la promoción de los

derechos y las libertades humanas que sirven para delimitar el área en que el Estado no debe

interferir. EL pensamiento liberal surgió en una época en que el método científico favorito era

descomponer los objetos y las sustancias en sus partes más pequeñas para examinar cómo se

combinaban para crear el todo, así pues, Hobbes, Locke y otros pensadores consideraban al inviduo

como la unidad básica de medida de la sociedad, Y a ésta como un simple agregado de individuos

(GOODWIN, 1997, pág. 46).

La preservación del individuo y el logro de la felicidad individual son los objetivos supremos del

sistema político liberal, al menos en teoría. En este sistema, la persona individual se considera

inviolable y toda vida humana es sagrada. Por consiguiente, la violencia está prohibida, salvo en la

guerra porque se trata de preservar la propia sociedad liberal. Este individualismo se basa en una

moral en la que se experimenta el mismo respeto por todas las personas como seres morales con

idéntica sensibilidad. La consecuencia general del individualismo es la disminución de la

importancia del todo social, que es visto como algo que no supera la suma de sus partes y, por esta

razón, carece de un “interés público” que le sea propio, o de cualquier clase de derechos por encima

de los individuales (GOODWIN, 1997, pág. 47).


Personalmente, consideramos que, aunque por fortuna, en la práctica, no existen teorías puras

aplicadas. Una cierta inclinación conservadurista es sumamente conveniente, sin tener que dejar de

lado la innovación, la libertad económica de cambio y el respeto por el individualismo que

propuestos por el liberalismo. Puede que para países como los de nuestro continente, seguir

proyectos políticos que estén trazados a más de cuatro años, sean una alternativa sumamente

conveniente e inteligente para enfocar los esfuerzos totales en resolver los problemas que

generalmente nos aquejan.

Pues ya hemos visto por décadas el fracaso constante de la malinterpretación por parte de nuestros

dirigentes del pensamiento liberal y con él, como muchos buenos logros de un gobierno en particular

son arruinados por el gobierno siguiente, ya sea por diferencias políticas o simplemente porque así

puede pasar, y con esto no nos referimos a que un gobierno deba seguir lo mismo del anterior (como

nos han tenido acostumbrados), pero sí a que es conveniente conservar y proteger de forma

tradicionalista, los aportes positivos que nos encaminan innegablemente a cumplir verdaderamente,

los intereses comunes de todas las partes del país.

Ahora, ya que hacemos mención de los intereses comunes de todas las partes del país, es vital para

nosotros, mencionar que, La Constitución política define a Colombia en su artículo 1.o como un

“Estado social de derecho”. Fue ésta una de las mayores innovaciones introducidas en 1991, pues

ella constituye una norma fundamental o estructural del Estado, de aquellas que configuran la

esencia misma del Estado colombiano y no podrían ser reformadas ni sustituidas sin un completo

cambio de la Constitución (BORDA, 2007, págs. 73-74).


El concepto de Estado de derecho, tal como se le conoce en la época moderna, nace en el ámbito

jurídico-político alemán entre los siglos XVIII y XIX y tiene un origen claramente liberal. Se trata

de oponer un Estado respetuoso de la ley y de las libertades del ciudadano al despotismo del Estado

absolutista. La idea básica de este concepto de Estado de derecho consiste en que su tarea es el

aseguramiento de la libertad y propiedad del ciudadano, su objeto la promoción del bienestar del

individuo y, de esa manera, conformar su carácter como “ente común (res publica)”. Se trataría de

un orden estatal justo expresado a través de una Constitución escrita, el reconocimiento de los

derechos del hombre, la separación de poderes y garantizado por leyes producidas y promulgadas

conforme a procedimientos debidamente establecidos (BORDA, 2007, pág. 74).

Como Estado social se define aquel que acepta e incorpora al orden jurídico, a partir de la propia

Constitución, derechos sociales fundamentales junto a los clásicos derechos políticos y civiles. La

característica de los derechos sociales es que no plantean, como las libertades civiles y políticas,

derechos negativos de defensa, sino fundan derechos de prestaciones a cargo del Estado (BORDA,

2007, pág. 83).

El creador del concepto de Estado social de derecho es el jurista alemán Hermann Heller (1891-

1933). Por primera vez en 1930 plantea la tesis al formular la alternativa entre Estado de derecho y

dictadura. El Estado de derecho es insuficiente para hacer realidad el principio formalmente

consagrado de la igualdad, pues el legislador no tiene en cuenta, dentro de tal Estado, las relaciones

sociales de poder, convirtiendo así el derecho en una expresión de los más fuertes. Por el contrario,

el Estado social de derecho ha de proponerse favorecer la igualdad social real. Esto trae como

consecuencia la obligación de proteger derechos tales como el del empleo, el del arrendatario, el de

la mujer y la juventud, el de seguridad social y asistencia médica, el de educación, etc. Como ya se

dijo, algunos de esos derechos tenían una historia anterior, pero la novedad está en la tipificación de
una forma de Estado, el Estado social de derecho. El concepto, que inicialmente tenía una definición

bastante vaga y general, se ha ido concretando a través de la legislación y la jurisprudencia. Su

aplicación puede decirse que comprende principios como el de la dignidad humana, el libre

desarrollo de la personalidad, derecho a la vida y la integridad personal, igualdad, prohibición de

toda discriminación, protección del matrimonio y de la familia, derecho a la vivienda, a la educación,

obligación social de la propiedad, derecho a un ambiente sano y derecho a la cultura (BORDA, 2007,

pág. 84).

Para nosotros como administradores de empresas es fundamental conocer el concepto de Estado de

derecho, Estado social y Estado social de derecho, pues estos marcan en orden la evolución misma

que ha tenido el enfoque político de nuestro propio país. Además, responde a las cuestiones de hacia

dónde debe ir encaminada toda la superestructura de nuestro órgano empresarial en general, o sea,

dignidad humana, el libre desarrollo de la personalidad, derecho a la vida y la integridad personal,

igualdad, prohibición de toda discriminación, protección del matrimonio y de la familia, derecho a

la vivienda, a la educación, obligación social de la propiedad, derecho a un ambiente sano y derecho

a la cultura.

Ahora bien, es imperativo que adentremos un poco más en lo que significó el Estado social de

derecho O “Welfare” para el mundo como tal, pues se convertiría en la base para el nacimiento de

un veneno contra el que él mismo fue el antídoto alguna vez, estamos hablando pues, del

Neoliberalismo. Este paso del uno al otro, se basa esencialmente en el Bienestar como bien colectivo

a su consideración como mercancía privada. El Estado Benefactor o Estado de bienestar consiste en

un conjunto de instituciones públicas destinadas a elevar la calidad de vida de la fuerza de trabajo o

de la población en su conjunto y a reducir las diferencias sociales ocasionadas por el funcionamiento


del mercado. Ellas operan en el terreno de la distribución secundaria del ingreso mediante

transferencias monetarias directas (pensiones, prestaciones por desempleo o asignaciones

familiares) o indirectas (subsidios o productos de consumo básico), provisión de bienes (programas

de complementación alimentaria) y prestación de servicios (educación o salud) (Rafart, 2000, pág.

1).

Desde fines de la segunda guerra mundial y por veinticinco años, El Estado de Bienestar actuó con

un éxito considerable. Ello fue posible en un período de crecimiento económico sin precedentes,

capaz de asegurar a la mayor parte de las sociedades del Occidente capitalista desarrollado, un alto

nivel de vida para su población, pleno empleo, servicios sociales básicos –salud, educación,

jubilación- incentivando el mercado y la producción, fomentando la paz, la estabilidad social y

siendo un ferviente defensor del consenso entre las distintas fuerzas sociales1. La estabilidad y el

consenso social del Estado de Bienestar fue posible con el crecimiento económico y la expansión de

servicios sociales en el marco de una gestión de Estado que aceptaba la puesta en práctica de

instituciones democráticas (Rafart, pág. 1).

Sin embargo, debido a excesivas cargas fiscales y al aumento de la burocracia y en general de la

mano de obra empleada en el sector terciaria, con la consiguiente pérdida de protagonismo de los

sectores primarios y secundarios de la economía, la década del setenta presenciaría el final del

consenso que fundaba el Estado de Bienestar. Abriendo paso al neoliberalismo, una política

promovida por gobiernos “Neoconservadores” quiénes promovían principalmente el crecimiento

económico bajo la égida de libre mercado. Es fácilmente deducible que se trataba de la vuelta del

capitalismo indiscriminado, pues este “Neoliberalismo” se caracterizó principalmente por una

amplia política de privatización y disminución del presupuesto social (Rafart, 2000, pág. 13).
A partir de allí regresaron al escenario intelectual y sobre todo al de las políticas gubernamentales

un recetario que algunos autores prefieren denominar como neoliberal y otros neoconservador. El

término neoliberalismo es usado por primera vez en 1955 por Carl J. Friedrich. Para muchos se trata

de un vocablo impreciso, Detengamos a analizar someramente el sentido del prefijo neo. ¿Hay un

liberalismo nuevo, distinto al de los padres fundadores? ¿El conservadurismo actual toma distancia

con respecto al del pasado? ¿Sucede lo mismo con el liberalismo? ¿Entonces, es correcto el uso de

los términos neoconservadurismo y neoliberalismo? (Rafart, 2000, pág. 18).

Anthony Giddens prefiere hablar de nueva derecha o neoliberalismo para dar cuenta de este amplio

movimiento de ideas y de acciones políticas que están a favor de la expansión indefinida de las

fuerzas de mercado. Ideas que han asumido cierta posición radical, especialmente en territorio

norteamericano. En esa nueva derecha tiene cabida el neoliberalismo en tanto liberalismo económico

extremo de Friederick J. Hayek o de Milton Friedman, así como también, las fuentes inspiradoras y

consecuentemente el conjunto de medidas de corte conservador llevadas a cabo durante las gestiones

de gobierno de Ronald Reagan en los EEUU y Margaret Thatcher en Gran Bretaña durante la década

del ochenta del siglo XX (Rafart, 2000, pág. 19).

Lo cierto es que el neoliberalismo, solo es la máscara de la vuelta del capitalismo indiscriminado a

gran escala. Sus políticas de privatización hacen del “Neoliberalismo” un modelo de funcionamiento

estatal que atenta directamente contra el desarrollo colectivo y social de cualquier estado u sociedad

en beneficio de unos pocos, “el comienzo del fin”. La única manera en la que podemos evitar su

expansión en Colombia, es no permitir que las clases dominantes que han tenido el poder durante

tanto tiempo, sigan con semejante reinado de terror, los colombianos no podemos permitir que la

corrupción, la desfachatez y el descaro de personas, supuestamente preparadas académicamente se

conviertan en los principales fundamentos de paz que regirán el futuro de nuestra patria.
Análogamente, hemos de profundizar también en el significado del neoliberalismo como

movimiento ligeramente reciente, y es aquí cuando nos topamos con la razón de su degenerado

surgimiento, la Globalización. Con la demolición pacífica del muro de Berlín y el colapso del

imperio soviético fueron muchos los que creyeron que había sonado el final de la política y nacía

una época situada más allá del socialismo y el capitalismo, de la utopía y la emancipación. Pero, en

los últimos años, estos defenestradores de lo político han bajado bastante el tono de su voz. En

efecto, el término globalización, actualmente omnipresente en toda manifestación pública, no apunta

precisamente al final de la política, sino simplemente a una salida de lo político del marco categorial

del Estado nacional y del sistema de roles al uso de eso que se ha dado en llamar el quehacer político

y no-político (BECK, 1997).

En efecto, independientemente de lo que pueda apuntar, en cuanto al contenido, la nueva retórica

de la globalización (de la economía, de los mercados, de la competencia por un puesto de trabajo,

de la producción, de la prestación de servicios y las distintas corrientes en el ámbito de las finanzas,

de la información y de la vida en general), saltan a la vista de manera puntual las importantes

consecuencias políticas de la escenificación del riesgo de globalización económica: es posible que

instituciones industriales que parecían completamente cerradas a la configuración política «estallen>

y se abran al discurso político. Los presupuestos del Estado asistencial y del sistema de pensiones,

de la ayuda social y de la política municipal de infraestructuras, así como el poder organizado de los

sindicatos, el superelaborado sistema de negociación de la autonomía salarial, el gasto público, el

sistema impositivo y la “justicia impositiva”, todo ello se disuelve y resuelve, bajo el sol del desierto

de la globalización, en una (exigencia de) configurabilidad política (BECK, 1997).


La puesta en escena de la globalización permite a los empresarios, y sus asociados, reconquistar y

volver a disponer del poder negociador política y socialmente domesticado del capitalismo

democráticamente organizado. La globalización posibilita eso que sin duda estuvo siempre presente

en el capitalismo, pero que se mantuvo en estado larvado durante la fase de su domesticación por la

sociedad estatal y democrática: que los empresarios, sobre todo los que se mueven a nivel planetario,

puedan desempeñar un papel clave en la configuración no sólo de la economía, sino también de la

sociedad en su conjunto, aun cuando sólo fuera por el poder que tienen para privar a la sociedad de

sus recursos materiales (capital, impuestos, puestos de trabajo) (BECK, 1997).

La economía que actúa a nivel mundial socava los cimientos de las economías nacionales y de los

Estados nacionales, lo cual desencadena a su vez una subpolitización de alcance completamente

nuevo y de consecuencias imprevisibles. Los empresarios han descubierto la nueva fórmula mágica

de la riqueza, que no es otra que «capitalismo sin trabajo más capitalismo sin impuestos». La

recaudación por impuestos a las empresas -los impuestos que gravan los beneficios de éstas- cayó

entre 1989 y 1993 en un 18,6%, y el volumen total de lo recaudado por este concepto se redujo

drásticamente a la mitad (BECK, 1997).

También saltan a la vista las contradicciones del capitalismo sin trabajo. Los directivos de las

multinacionales ponen a salvo la gestión de sus negocios llevándoselos a la India del sur, pero envían

a sus hijos a universidades europeas de renombre subvencionadas con dinero público. Ni se les pasa

por la cabeza irse a vivir allí donde crean los puestos de trabajo y pagan muy pocos impuestos. Pero

para sí mismos reclaman, naturalmente, derechos fundamentales políticos, sociales y civiles, cuya

financiación pública torpedean. Frecuentan el teatro; disfrutan de la naturaleza y el campo, que tanto

dinero cuesta conservar; y se lo pasan bomba en las metrópolis europeas aun relativamente libres de

violencia y criminalidad. Sin embargo, con su política exclusivamente orientada a la generación de


beneficios están contribuyendo a la vez al hundimiento de este modo de vida europeo. Pregunta:

¿dónde desearán vivir, ellos o sus hijos, cuando nadie financie ya los Estados democráticos de

Europa? (BECK, 1997).

Encima, mediante la tendencia secular a la individualización, se dice luego, se torna poroso el

conglomerado social, la sociedad pierde conciencia colectiva y, por ende, su capacidad de

negociación política. La búsqueda de respuestas políticas a las grandes cuestiones del futuro se ha

quedado ya sin sujeto y sin lugar. Según esta negrísima visión, la globalización económica no hace

sino consumar lo que se alienta intelectualmente mediante la posmodernidad y políticamente

mediante la individualización, a saber, el colapso de la modernidad. El diagnóstico es el siguiente:

el capitalismo se queda sin trabajo y produce paro. Con esto se quiebra la alianza histórica entre

sociedad de mercado, Estado asistencial y democracia que hasta ahora ha integrado y legitimizado

al modelo occidental, es decir, al proyecto de modernidad del Estado nacional. Vistos desde esta

perspectiva, los neoliberales son los liquidadores de Occidente, aun cuando se presenten como sus

reformadores. Por lo que se refiere al Estado asistencial, la democracia y la vida pública, la suya es

una modernización condenada a muerte.

En busca de la Paz verdadera, el concepto de Globalización nos compete a los administradores de

empresas en un nivel sumamente amplio y profundo, por no decir, que está en nuestras manos, pues,

aunque los gobiernos también tienen suma responsabilidad en lo que pueda desembocar esta

globalización, es cierto también que en nuestras manos está la decisión final de permitir o no todo

este proceso, tal como el neoliberalismo lo promueve. Y es que cabe resaltar que muchos de los

aspectos de la globalización juegan en contra para empresarios de media o pequeña capacidad.

Adicionalmente, podemos destacar, que la globalización como fenómeno, siempre ha sido

inminente, debido no solo a la naturaleza del ser humano, más concretamente, al turismo, la internet,
al Tv por cable, los celulares, las redes sociales Etc. más, sin embargo, acelerar este proceso

indiscriminadamente, puede tener consecuencias fatales para todos.

En conclusión, nosotros consideramos que, desde las doctrinas políticas, el administrador de

empresas participa en la construcción de paz en Colombia, cuando contribuye fielmente a la esencia

del Estado Colombiano a través del buen hacer en su vocación. El objetivo del Estado como tal, es

defender la libertad, la vida, la convivencia, el trabajo, la justicia, la igualdad y el conocimiento,

elementos fundamentales para la construcción de paz desde cualquier punto de vista. La corrupción

queda claramente expuesta ante todos como un acto anticonstitucional, que atenta bruscamente

contra los más sublimes principios de la sociedad organizada y el Estado como tal. Así que, la

influencia que tienen los resultados del buen obrar de los administradores a lo largo de los años,

determina el patrón de comportamiento, no solo económico, sino social, político y en ultimas

cultural de nuestro país; la visión del administrador, es la visión del futuro.

Sin embargo, Colombia cada vez se acerca más a su inevitable cita con el destino, víctima de su

propia maldad, de una infamia y perfidia sin límites, atorada en su ignorancia e inconsciencia,

resignada e incapaz de salir de ese nefasto modelo criminal producto de su complaciente

complicidad con el delito. Un país trágicamente encunetado entre un derrumbe y un profundo

abismo.

La sociedad colombiana ha visto cómo durante más de dos siglos las elites y las dirigencias políticas

se han venido repartiendo el poder entre los dos partidos impuestos por la misma oligarquía, partidos

que tan solo han sido expresiones diferentes de un mismo modelo criminal y cuyo objetivo principal

siempre ha sido el de mantener dividida a la sociedad colombiana. Imponiendo desde hace varias
décadas un “modelo” que no ha cesado de saquear y desangrar a Colombia, haciéndole creer al

pueblo cada 4 años que la alternancia de estos dos partidos en el poder, traería la “solución” tanto

esperada. Un vergonzoso modelo que mantiene en rehén a Colombia y que hoy, constituye lo que

fácilmente se puede denominar un estado fallido, si, un estado criminal, un estado mafioso que

insiste en ser ante los ojos del mundo, un modelo “ejemplar”, “un modelo de democracia” … un

narco estado belicoso y camorrero, hazme reír de la región, que esconde su profunda crisis detrás de

los problemas internos y soberanos de los otros países hermanos. Un estado tramposo que convirtió

la guerra y la paz en un jugoso negocio, haciendo trampa e irrespetando a todos, desde los que le

dieron la medalla, hasta los que le dieron las donaciones para ayudar a implementar los acuerdos de

paz.

Un estado que sabía pertinentemente que nunca le iba a cumplir a nadie ni al pueblo colombiano ni

mucho menos a la guerrilla, y sí que menos a todos esos países que ayudaron en el fracasado proceso,

un estado que nunca tuvo la menor intención de terminar con la guerra que le declaró al pueblo

colombiano hace más de 200 años. Para la oligarquía y la delincuencia política la guerra y la paz

siempre han sido un simple negocio, pues se trataba a través del engaño de desmovilizar y rendir a

la guerrilla, desarmarlos y apropiarse de todos los dineros y los activos de esta agrupación y luego

deshacerse de ellos tramite falsos positivos judiciales y el acostumbrado exterminio contra todo

aquel que ose contravenir al pensamiento único impuesto por la oligarquía y el establecimiento

colombiano. La prueba más fehaciente salta a la vista, el asesinato de más de 250 líderes sociales,

reclamantes de tierras y excombatientes asesinados en medio de la implementación de los famosos

acuerdos, en plenas elecciones presidenciales.


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