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Espiritualidad: estar con Jesús y predicar a Jesús

José Jesús Carrera Mendoza

«Jesús subió al monte y llamó a los que él quiso. Cuando estuvieron junto a él, creó un grupo de
doce, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar». (Mc 3,13-14)

Hay personas de las cuales se afirma que hacen mucha oración, pensemos en algún ejemplo de
nuestra comunidad. De ellas se dice, comúnmente, son personas espirituales o de una gran
espiritualidad. A mí me surge una duda: ¿podemos reducir la espiritualidad a la oración, y ésta
reducirla a actos, momentos y ejercicios piadosos? Tal parece que no, y así lo advierte el Papá: «La
vida espiritual se confunde con algunos momentos religiosos que brindan cierto alivio pero que no
alimentan el encuentro con los demás, el compromiso en el mundo, la pasión evangelizadora».
(Evangelii Gaudium, 78)

Si tratamos de buscar una definición en torno al término encontraríamos el significado o


referencia a la «cualidad de lo que es espiritual [v.g. de Dios, de los ángeles, del alma humana, de
la Iglesia]; o sinónimo de piedad, o sea de lo relativo al servicio o relación con lo divino». Y para
nosotros cristianos, ¿qué es la espiritualidad? Parte de la teología que estudia el dinamismo que
produce el Espíritu en la vida del alma, teniendo como base la Revelación, el Magisterio, la teología
misma, nos conduce a alcanzar la santidad a la que Dios nos llama y al compromiso apostólico,
partiendo de la vocación particular que Dios nos ha concedido: la manera concreta de vivencia
evangélica que el Espíritu suscite. Así, «La Espiritualidad de la Iglesia Católica trata de ser
equilibrada entre doctrina y vivencia, entre teoría y práctica, entre contemplación y apostolado»
(P. Antonio Rivero, Legionario de Cristo).

Podemos concluir que la espiritualidad, la vida espiritual de una persona no se puede medir
únicamente por el tiempo que le dedique a la oración, sino se debe contemplar, vislumbrarla a la
luz de su vida según el evangelio, según el ejemplo de Cristo. Será llevar la piedad, entendiéndose
por ésta la disposición total a Dios, más allá de los actos y momentos de oración: partir de ellos;
para ir al encuentro del otro y sumarnos a la labor apostólica de la Iglesia. De esta manera
podemos explicarnos con mayor claridad la palabra misa, que hace referencia a un envió:
«vayamos a vivir lo que aquí hemos celebrado». No desdecimos a la oración, sino la sublimamos;
aún más la litúrgica, pues la reconocemos como fuente y culmen de la vida cristiana.

La espiritualidad es, también, responder al llamado del señor, a esta invitación para vivir la
amistad con Dios, la bienaventuranza del seguimiento, la aventura del discipulado: así la vida
espiritual del discípulo gira entorno a estar con el Maestro y a llevar a todos sus enseñanzas.

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