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DE LA AUTODEPENDENCIA A LA INTERDEPENDENCIA

Por Alfredo Pérez

¿Cómo podemos conseguir mejorar nuestras relaciones con los demás y obtener todos estos beneficios si no
confiamos? ¿Cómo podemos confiar si hay miedos y rencores en nuestro interior? ¿Cuál es el camino que nos
lleva a vivir libres de temores e integrados a los demás en verdadera solidaridad? Ya conocimos el “qué” y el
“para qué” de las buenas relaciones; en las últimas lecciones nos adentraremos más en los “cómos” que nos
auguren mejores vínculos.

LA AUTODEPENDENCIA.

En su libro “El Camino de la Autodependencia”, el psicólogo gestalt argentino, Jorge Bucay, nos plantea un reto
crucial para que nuestras relaciones sean saludables, maduras, enriquecedoras y evolutivas: el reto de ser
autodependientes.

Para poder comprender este concepto, hacemos ahora alusión a un poema de Gibrán Khalil Gibrán, acerca del
matrimonio, que nos ayuda a comprender cómo es el verdadero amor:

"Nacisteis juntos y juntos permaneceréis para siempre.


Aunque las blancas alas de la muerte dispersen vuestros días.
Juntos estaréis en la memoria silenciosa de Dios.
Mas dejad que en vuestra unión crezcan los espacios.
Y dejad que los vientos del cielo dancen entre vosotros.
Amaos uno a otro, mas no hagáis del amor una prisión.
Mejor es que sea un mar que se mezca entre orillas de vuestra alma.
Llenaos mutuamente las copas, pero no bebáis sólo en una.
Compartid vuestro pan, mas no comáis de la misma hogaza.
Cantad y bailad juntos, alegraos, pero que cada uno de vosotros conserve la soledad para retirarse a ella a veces.
Hasta las cuerdas de un laúd están separadas, aunque vibren con la misma música.
Ofreced vuestro corazón, pero no para que se adueñen de él.
Porque sólo la mano de la Vida puede contener vuestros corazones.
Y permaneced juntos, más no demasiado juntos:
Porque los pilares sostienen el templo, pero están separados.
Y ni el roble ni el ciprés crecen el uno a la sombra del otro. "
(Del matrimonio, en el libro “El Profeta”)

Según este sabio texto de la literatura hindú, el verdadero amor necesita libertad, necesita espacio, necesita
soledad. El verdadero amor se nutre de las profundas raíces del amor interior a uno mismo. Cuando le
preguntaron a Jesucristo para ponerlo a prueba, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley de Dios?, Él
contestó: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. El segundo es
semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos pende toda la Ley y los
profetas”. Mt. 22, 36-40.
Implícita en esta respuesta está un verdad básica del amor maduro: “Amarás… con todo tu corazón y con toda tu
alma y con toda tu mente… y, como a ti mismo”. Nadie puede conocer, aceptar y amar a otros (ni siquiera a
Dios), si no se conoce, acepta y ama a sí mismo primero. Nadie puede poner todo su corazón, alma y mente en
una relación si antes no se apropia de ellos a través de un proceso de autoconocimiento, autovaloración y amor
a sí mismo.

Sin embargo, este proceso de auto amarnos, requiere de que vayamos avanzando en una serie de etapas de
maduración de nuestra persona. Cuando nacemos, como seres humanos que somos, dependemos totalmente
de nuestra madre –o como sucede cuando muere la madre en el parto- de las personas que quedan a cargo
nuestro. Somos seres completamente dependientes; de hecho, el ser humano es la única especie animal en la
que sus recién nacidos no se pueden valer por sí mismos al nacer. La dependencia asegura nuestra
sobrevivencia, por lo menos en principio.

Y ¿qué significa ser dependiente? Según lo explica Bucay: “La palabra dependiente deriva de pendiente, que
quiere decir literalmente que cuelga (de pendere), que está suspendido desde arriba, sin base, en el aire.

Pendiente significa también incompleto, inconcluso, sin resolver. Si es masculino designa un adorno, una alhaja
que se lleva colgando como decoración. Si es femenino define una inclinación, una cuesta hacia abajo
presumiblemente empinada y peligrosa. Con todos estos significados y derivaciones no es raro que la palabra de-
pendencia evoque en nosotros estas imágenes que usamos como definición:

Dependiente es aquel que se cuelga de otro, que vive como suspendido en el aire, sin base, como si fuera un
adorno que ese otro lleva. Es alguien que está cuesta abajo, permanentemente incompleto, eternamente sin
resolución.” Por eso, concluye, Bucay: “Depender significa literalmente entregarme voluntariamente a que otro
me lleve y me traiga, a que otro arrastre mi conducta según su voluntad y no según la mía.”

Cuando no superamos la dependencia y nos aferramos a una persona en particular porque decimos “la necesito
para vivir” (o para ser feliz, que es lo mismo), porque “sin ella me muero”, entonces llegamos a un nivel
conocido como co-dependencia. Ya se trate de los padres, de la pareja, de un amigo, de un jefe, de un grupo, de
un puesto o hasta de una empresa, de la que no podemos separarnos porque nos sentimos indefensos e
incapaces de sobrevivir sin ello, nos volvemos entonces codependientes.

La codependencia es enfermiza pues limita nuestro desarrollo y maduración. Es en el fondo una vida parásita.
Un parásito es, según el diccionario, un organismo que vive a costa de otra especie. El parásito, que puede ser
animal o vegetal, se alimenta del otro organismo, debilitándolo o enfermándolo aunque, por lo general, sin
llegar a matarlo. De la misma manera, una persona codependiente se vuelve un parásito de otro; le chupa su
vida, pero tampoco él vive por sí mismo, porque en el momento en que se separe de su codependiente, sentirá
que se muere. La codependencia es una adicción y una persona madura no necesita de adicciones, no necesita
de otro para vivir, se basta a sí mismo.

Dice Bucay: “Por eso suelo decir que el codependiente no ama; él necesita, él reclama, él depende, pero no ama.”

No podemos quedarnos eternamente en un estado de dependencia. En nuestra genética están inscritas una
serie de tendencias o instintos que nos mueven a crecer, a madurar, y para ello requerimos liberarnos de la

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dependencia. Y por eso buscamos ser in-dependientes. Socialmente se nos impulsa a lograr la independencia
para poder sobrevivir en sociedad. Ser independiente es la meta o el ideal que nos venden los medios masivos
de comunicación, y es lo que nos exige la adultez occidental.

“Independencia quiere decir simplemente llegar a no depender de nadie. Y esto sería maravilloso si no fuera
porque implica una mentira: nadie es independiente.

La independencia es una meta inalcanzable, un lugar utópico y virtual hacia el cual dirigirse, que no me parece
mal como punto de dirección, pero que hace falta mostrar como imposible para no quedarnos en una eterna
frustración.

¿Por qué es imposible la independencia?

Porque para ser independiente habría que ser autosuficiente, y nadie lo es. Nadie puede prescindir de los demás
en forma permanente. Necesitamos de los otros, irremediablemente, de muchas y diferentes maneras.”, dice el
mismo Bucay.

Si no podemos ser realmente independientes, entonces, ¿dónde se encuentra nuestro desarrollo? En la


autodependencia, que según el propio autor se entiende así: “Autodepender significa establecer que no soy
omnipotente, que me sé vulnerable y que estoy a cargo de mí.
Yo soy el director de esta orquesta, aunque no pueda tocar todos los instrumentos. Que no pueda tocar todos los
instrumentos no quiere decir que ceda la batuta.
Yo soy el protagonista de mi propia vida. Pero atención: No soy el único actor, porque si lo fuera, mi película sería
demasiado aburrida. Así que soy el protagonista, soy el director de la trama, soy aquel de quien dependen en
última instancia todas mis cosas, pero no soy autosuficiente. No puedo estructurarme una vida independiente
porque no soy autosuficiente.
La propuesta es que yo me responsabilice, que me haga cargo de mí, que yo termine adueñándome para siempre
de mi vida.
Autodependencia significa dejar de colgarme del cuello de los otros. Puedo necesitar de tu ayuda en algún
momento, pero mientras sea yo quien tenga la llave, esté la puerta cerrada o abierta, nunca estoy encerrado.
Y entonces, me olvido de todas las cosas que ya no me sirven y empiezo a transitar este espacio de
autodependencia que significa: Me sé dependiente, pero a cargo de esta dependencia estoy yo.”

Ahora bien, cuando yo tomo las riendas de mi vida y decido hacerme responsable de ella, entonces, el
verdadero amor, aquel que surge de las profundidades de mi propio ser, el amor que soy capaz de darme a mí
mismo pero que no se puede contener sólo en mí mismo, pues el amor es una energía tan poderosa que no
puede quedarse sólo en mí, tiende a buscar cómo entregarse a otros. Es expansivo, me arroja fuera de mí para
unirme con todo lo que me rodea.

Así surge la interdependencia solidaria. Cuando yo, aunque soy autodependiente y no te necesito para vivir,
decido libremente “necesitarte”, o mejor dicho, recibir de tu riqueza para enriquecer mis carencias; y decido
darte de mi riqueza y esperar a que tú la quieras recibir y aprovechar, respetando tu libertad de aceptarla o no.
Eso es ser interdependientes.

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Nadie es totalmente autosuficiente, siempre necesitaremos de los demás en algún aspecto, y saber aceptar y
recibir lo que los demás pueden aportarme y yo no puedo proveerme, requiere de madurez, de humildad, de
amor. Y viceversa, si soy capaz de ofrecer lo mío para proveer a aquellos que carecen de lo que yo puedo
ofrecer, requiere igualmente de madurez, humildad y amor de su parte. Eso es la solidaridad, compartir nuestra
riqueza mutuamente para ayudarnos a crecer todos.

CONCLUSIÓN

En nuestra vida personal, familiar, social o laboral, vamos descubriendo que nos necesitamos mutuamente, y
que la oportunidad de crecer y vivir una existencia feliz, depende en gran medida de nuestra capacidad de
aceptar lo que otros nos pueden dar a cambio de lo que nosotros les ofrecemos. Pero eso sólo puede ser útil
para ellos y para nosotros, si está cimentado en una autodependencia madura. Por ahora, conviene revisar si mi
relación con las personas que amo, así como mi relación con las personas con las que convivo a diario en mi
trabajo es realmente libre y autodependiente, o si la he convertido en una relación codependiente y enfermiza.

ACTIVIDAD PRÁCTICA

Utilizaremos el ejercicio “Completar la oración” diseñado por Nathaniel Branden, para reflexionar sobre
nuestras relaciones actuales. El mismo ejercicio lo realizarás tres veces, cada una pensando en una persona
distinta. En la primera piensa en tu pareja o en un familiar muy cercano a ti; el segundo pensando en un amigo o
amiga a quien aprecias mucho; y el tercero, pensando en tu jefe o en un compañero del trabajo con quien es
importante que mantengas una buena relación. No es necesario que los hagas todos en el mismo momento;
puedes hacer cada uno en día u hora distinta.

Dedica unos minutos para completar las siguientes frases. No debes pensar mucho en la respuesta, simplemente
anota lo primero que venga a tu mente al leer la frase, no importa que suene descabellado. Escribe al menos 6
terminaciones para cada frase. Escribe todos los finales que se te ocurran en uno o dos minutos, al repetir en
voz alta la frase.

Al terminar de escribir tus complementos a todas las frases, analiza lo que escribiste. Subraya aquellas
respuestas que tienen más sentido para ti. Analiza de qué te das cuenta al momento de revisar esas
terminaciones y anota a un lado de cada frase lo que aprendes al revisarlas. Haz algún compromiso contigo
mismo para realizar eso que acabas de descubrir.

Si me acepto a mí mismo un 5% más…

Para mejorar mi relación conmigo mismo…

Para tener más amor en mi vida…

Para mejorar mi relación con “X” en un 5%...

Si acepto a “X” un 5% más…

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Si soy más abierto en mi relación un 5%...

Si confío un 5% más en “X”…

Si confío un 5% más en mí mismo…

A veces me siento atado a…

Empiezo a darme cuenta de que…

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