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Agustín de Hipona

Hidalgo Linares, Rodrigo

Agustín de Hipona, mejor conocido como San Aurelio Agustín de Hipona, nació el
13 de noviembre del año 354 de nuestra era en Thagaste (antigua provincia
romana, actualmente conocida como Souk Ahras, Argelia). Fue un escritor, filósofo
y teólogo prolífico, entre sus grandes obras se encuentran sus Confesiones y la
Ciudad de Dios.

La familia de Agustín no profesaba una única doctrina, pues su madre era cristiana
(y así fue educado Agustín en su infancia), mientras que su padre era pagano;
este contraste de ideologías formaría, en un Agustín adolescente, una confusión
sobre el camino (espiritual) que debería seguir. Lo que nunca cambió en Agustín
fue su inclinación hacia la retórica, por lo cual, años más tarde, en el 371, se
dedicaría al estudio de dicha materia en la ciudad de Cartago. En dicha ciudad,
Agustín desarrollaría una vida “desordenada”, causada por la búsqueda de una
doctrina que lo oriente, además, aquí inicia relaciones con una mujer que sería la
madre de su hijo Adeodato. Dos años más tarde, Agustín se vuelve filósofo al leer
el Hortensius de Cicerón y se adhiere al maniqueísmo (religión basada en una
dualidad bien-mal). En dicho círculo es donde principia su búsqueda por encontrar
una solución al problema del mal (problema que lo perseguirá gran parte de su
vida). En el año 374, Agustín se convierte en profesor en su ciudad natal. Aquí
retoma una vieja amistad (la otra mitad de su alma, [1]) que, después de su
muerte, le dejaría una gran tristeza que lo seguirá un largo tiempo. Dos años
después, Agustín se vuelve profesor en Cartago, y es aquí donde llega al clímax
de su vida pecadora, tanto así que llega al extremo de compararse con Catilina
(político romano que, según sus adversarios, era de lo más vil).

El año 380 marcaría fuertemente al imperio romano en el plano religioso, pues el


emperador Teodosio, mediante el Edicto de Tesalónica, decreta al cristianismo
como la religión oficial del imperio. En esta época, Agustín empieza a dudar del
maniqueísmo, el cual abandona en el año 384, año durante el cual viaja a Milán
para ejercer como profesor. Aquí se vuelve adepto de los sermones de San
Ambrosio y decide convertirse en catecúmeno para poder bautizarse. En el año
387, la madre de Agustín muere, dicha pérdida parece orillarlo a escribir su tratado
Sobre la Inmortalidad del Alma. Para el año 388 Agustín goza de una vida muy
distinta a sus inicios en Cartago: en el plano filosófico, lleva dos años como adepto
al neoplatonismo; en el religioso, se ha bautizado junto con su hijo Adeodato, y en
el profesional, ha abandonado su plaza como profesor. Además, posterior al
fallecimiento de Adeodato, se volvió a la vida de monasterio y fue ordenado como
sacerdote por el obispo Valerio (en Hipona). En tales años (393), se celebrarían
los últimos juegos olímpicos (de la era antigua) en Grecia. Para el año 397, muere
el obispo Valerio y Agustín lo sucede como obispo de Hipona; un año después,
Agustín escribe sus Confesiones. Para el 24 de agosto del 410, el rey Alarico
saquea Roma y el cristianismo es acusado (por Volusiano, líder pagano de la
época) de ser la causa de su caída. Entre muchos otros factores, este
acontecimiento empuja a Agustín a escribir la Ciudad de Dios, dicha obra está
fuertemente basada en la idea de trascendencia y el neoplatonismo es la filosofía
encargada de defenderla. Tal obra (22 libros) sería finalizada en el 426.

Una de las consecuencias del Edicto de Tesalónica, fue la intolerancia religiosa


contra las religiones paganas, una de sus consecuencias más lamentables fue la
muerte de Hipatia (415), quién fuera la primer mujer matemática (de la que se
tiene conocimiento seguro y detallado). Finalmente, Agustín muere el 28 de agosto
del 430 durante el ataque del rey Genserico a la ciudad de Hipona. Al final se su
vida, Agustín se volvió un gran erudito en temas diversos como la retórica, la
música, la geometría y la aritmética.

Como ya se mencionó antes, la filosofía de San Agustín es esencialmente


neoplatónica (el máximo exponente del neoplatonismo es Plotino), en este
aspecto, el Uno es interpretado por Agustín como Dios, y aunque no pretende
describirlo (para él es inefable en muchas ocasiones), si aclara que es la
naturaleza superior a todo lo creado y que no es corpórea. El nous (razón) y el
alma son las otras dos naturalezas que emanan de Dios. Respecto a estas dos
naturalezas, Agustín trata de distinguirlas, pero a lo más que llega es a concluir
que la razón es el alma o la razón está en el alma [4]. El alma es la encargada de
razonar y coexiste con la razón de modo inseparable, tanto que si la razón es
inmortal, entonces el alma es inmortal. En ocasiones [4], la razón es confundida
con Dios, de modo que la razón es única, inmutable e invencible. Respecto al
dualismo platónico (cuerpo y alma), Agustín propone que el alma es superior al
cuerpo y se encuentra en cada rincón de este. Además, propone que el alma
puede degradarse (cambiar según las pasiones del cuerpo), pero ésta no puede
llegar nunca a ser cuerpo. Respecto al alma y Dios, el alma nunca puede superar
a Dios. El único problema con el que se topa Agustín, al disertar sobre el alma, es
que no conoce su origen, de hecho, él establece cuatro hipótesis: se transmite de
generación en generación, se crea con cada nacimiento, preexiste en algún lugar
y Dios nos la asigna o se unen con el cuerpo voluntariamente.

Con relación a la muerte, Agustín no expone su naturaleza pero sí describe que


existen dos tipos de muerte: una por la cual el alma se separa del cuerpo y otra
por la cual el alma se separa de Dios, ésta muerte es la peor. La muerte ha sido
adquirida (por la humanidad) mediante el pecado original y es transmitida de
generación en generación. Dios creó todo y ordena todo, pero del pecado sólo es
ordenador; la creación viene de la nada y sólo su hijo fue creado a partir de él. Por
otro lado, Dios ha impregnado en nuestra alma leyes eternas, alguna de esas
leyes son el orden divino y las layes de los números. A veces, Agustín equipara a
Dios con la sabiduría, la verdad eterna, de hecho menciona que la felicidad es
encontrar a Dios [1]. En relación con el plan divino, Agustín expone que dicho plan
ya ha sido determinado de una vez y para siempre, además, Dios no interviene en
nuestras decisiones, debido a que para eso nos dio el libre albedrío. En este
aspecto, el pecado o el error no es lo contrario a Dios, pues las sustancias
esenciales no tienen un contrario [3]. Así pues, Agustín expone al mal como una
deficiencia o ausencia del bien que desvía al alma del camino de Dios y terminan
corrompiéndola (aunque no todo tipo de corrupción es viciosa, sólo esta es
reprobable). Existen dos tipos de mal: el moral y el físico; Dios es autor del
segundo, mientras que del primero, los autores son la pasión (no en el sentido
erótico), la voluntad y el libre albedrío. Este último nos fue otorgado para que
podamos vivir de manera recta. Así, el obrar mal es despreciar los bienes eternos
por los temporales. Agustín clasifica los bienes en tres categorías: grandes,
medianos y pequeños; las virtudes como la justicia, la prudencia y la templanza
son bienes grandes, la libertad y los valores sin los que no se puede vivir de
manera recta son los bienes medianos [2]. Respecto a la libertad, ésta consiste en
someterse a la verdad suprema.

De cierto modo, la ética de Agustín es como la de Aristóteles; otros de los


conceptos que Agustín abordó son la teoría de conocimiento, en la cual parece
aplicar la mayéutica [2], aquí propone que creer es igual a entender y que todos
poseemos un sexto sentido que domina a los sentidos exteriores; Agustín también
define el olvido y la ignorancia como un estado en que nuestra alma se encuentra
“ocupada” en otras actividades y no le permiten poner atención a lo que sucede en
el presente. Finalmente, aunque la filosofía de Agustín refleja mucho de la filosofía
griega, se basa fuertemente en principios lógicos y puede decirse que su
aportación principal está reflejada en [3]. Dicha obra fue utilizada, entre otras
cosas, para defender el derecho divino de los gobernantes en la Edad Media.

Referencias:

[1] San Agustín de Hipona. Confesiones, trad. de Vega Rodríguez, A., en


[https://www.augustinus.it/spagnolo/confessioni/index.htm].
[2] San Agustín de Hipona. Del libre albedrío, trad. de Seijas, E., en
[https://www.augustinus.it/spagnolo/libero_arbitrio/index.htm].
[3] San Agustín de Hipona. La ciudad de Dios, trad. de Montes de Oca, F.,
México, Porrúa, 2003.
[4] San Agustín de Hipona. La inmortalidad del alma, trad. de Cilleruelo, L., en
[https://www.augustinus.it/spagnolo/immortalita_anima/index.htm].

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