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G0sta Esping-Andersen

Bruno Palier

Los tres grandes retos


del Estado del bienestar

Traducción de Pau Joan Hernández

C ie n c ia P olítica
ÍNDICE

P resentación. Un Estado d e l bienestar para las envejecidas


sociedades p o s in d u s tr ia le s ..................................................... 7
Estado del bienestar y sociedad in d u stria l................................ 8
Los d ivo rcios................................................................................ 10
Dirigir las políticas sociales hacia el f u t u r o ............................. 13
Los tres grandes retos del Estado del bienestar en el siglo xxi . 16

P rimera lección. F am ilia y re volu ció n d el p a p el de la m u je r . 19


Las mujeres están cambiando el m u n d o ................................... 19
Familia y regímenes de protección social................................... 23
El reto de una nueva p o lít ic a ..................................................... 25
Ayuda a las fa m ilia s ................................................................ 26
Hacia una política de conciliación eficaz................................ 31
Apoyar la ocupación de la mujer a lo largo de su vida............. 37
¿Feminizar la trayectoria vital m asculin a?................................ 42
¿Un nuevo reparto de papeles entre el Estado, el mercado, las
a so cia cion es?........................................................................... 47
La compatibilidad de los regímenes de protección so cia l. . . 51

Segunda lección. H ijos e igu aldad de o p o rtu n id a d e s ............. 55


In tro d u cció n ................................................................................ 55
Nuevos r e t o s ................................................................................ 58
Cada vez más obstáculos............................................................. 62
El aumento de las desigualdades sa la ria les........................... 62
Los retos demográficos............................................................. 64
Identificar los mecanismos de la herencia s o c i a l ..................... 67
La importancia del dinero........................................................ 68
La importancia de la dedicación en tiempo de los padres . . 79
6 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

La importancia del nivel cultural de la fa m ilia ..................... ..... 75


Repensar el Estado del bienestar......................................................77
Reducir el efecto ingresos........................................................ ..... 77
Hom ogeneizar el medio de a p re n d iz a je ......................................80
Ocupación de las madres y resultados de los h ijo s................ ..... 85
Conclusión: ayudar a las familias a invertir en sus hijos................ 91

T e r c e r a l e c c ió n . Envejecimiento y equidad....................... .... 99


In tro d u cció n ................................................................................ ..... 99
El reto del envejecimiento........................................................ ..... 100
Regímenes de protección social y personas m ayores................ ..... 104
Los dos rostros del fam iliarism o............................................. ..... 105
La justicia in tergen era cion a l..................................................... ..... 110
Trabajar durante más tiem po........................................................ 114
Una financiación equitativa..................................................... ..... 116
La reforma de las pensiones para nuestros hijos: más allá del
contrato g e n e ra c io n a l............................................................. .....117
Nueva trayectoria vital, nuevas desigualdades........................ .....118
La reforma del sistema de pensiones empieza por los bebés . . 121
P r e s e n t a c ió n

UN ESTADO DEL BIENESTAR PARA LAS


ENVEJECIDAS SOCIEDADES POSINDUSTRIALES

p o r B r u n o P a l ie r

En un momento en que el advenimiento de la economía posin­


dustrial ha puesto en entredicho los compromisos que han lle­
vado al crecimiento de los Estados del bienestar europeos,1 las
grandes evoluciones sociales recientes (entrada de la mujer en el
mercado laboral, envejecimiento de la población, desigualdades
crecientes...) reclaman nuevas intervenciones. ¿Es hoy posible es­
tablecer los nuevos compromisos que permitirían redefinir las mi­
siones del Estado del bienestar en el siglo xxi? Las tres lecciones
que siguen proponen una auténtica revolución en el planteamien­
to de esta cuestión. Proponen sustituir una concepción tradicio­
nal y estática de las políticas sociales, que tratan de reparar las
situaciones más difíciles o bien a reemplazar los ingresos perdi­
dos, por una perspectiva dinámica que tiene en cuenta los histo­
riales de los individuos, sus circunstancias en la economía del
conocimiento y la aparición de nuevas desigualdades entre los
sexos, las generaciones y los grupos sociales, propias de las socie­
dades posindustriales. Este planteamiento demuestra que las polí-

1. Véase Pierre Rosanvallon, La Crise de VÉtat-providence, Seuil, 1981, y


Trois legons sur la société post-industrielle, de Danien Cohén, Seuil / La Républi-
que des Idées, 2006.
8 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

ticas sociales no pueden continuar contentándose con ser dispo­


sitivos de indemnización, sino que deben comportar una estrategia
colectiva de inversión social. En resumen, se trata de pasar de un
Estado del bienestar esencialmente «enfermero» a un Estado del
bienestar «inversor».

Estado del bienestar y sociedad industrial

Los sistemas de seguridad social, figura principal del Estado


del bienestar en Europa, son emanación y soporte de la sociedad
industrial. Nacen en el siglo xix con la revolución industrial y su
correlato social: la emergencia del salariado.2Destinados a garan­
tizar la continuidad de ingresos de los obreros que han perdido
las redes de solidaridad familiares y locales de la sociedad agríco­
la, permiten al mismo tiempo a los patrones asegurarse la fideli­
dad, la estabilidad y la calidad de su mano de obra.
En el transcurso de los treinta años que siguen a la Segunda
Guerra Mundial, el fordismo y los planteamientos keynesianos
de las políticas económicas permitirán una auténtica explosión de
los gastos sociales (en Europa, del 5 al 25 % del PIB de media).
Durante este período, las políticas económica y social parecen re­
forzarse mutuamente. Los dispositivos de protección social per­
miten entonces sostener y relanzar el crecimiento económico: son
creadores de empleo (profesiones sanitarias, sociales y adminis­
tración de la protección social); permiten sostener la capacidad
de consumir de quienes ya no pueden trabajar (por causa de en­
fermedad, paro, vejez, invalidez); en la medida que garantizan
una seguridad de los ingresos, liberan el ahorro de protección y
permiten dedicar una parte creciente de estos ingresos al consu­
mo (a través de un aumento de las prestaciones sociales o de
creación de empleo en los servicios sociales públicos). El creci­
miento económico de los «Treinta gloriosos» (1945-1975) reposa
en gran parte sobre las beneficiosas interacciones entre desarrollo

2. Véase Robert Castel, Les Métamorphoses de la question sociale, París,


Fayard, 1995 (edición de bolsillo, Gallimard «Folio/Essaís», 1999.
UN ESTADO DEL BIENESTAR PARA LAS ENVEJECIDAS SOCIEDADES... 9

de la industria de bienes estandarizados, de gran consumo, el


consumo de masa y la generalización de la protección social.
Además de ser útil para la economía, la protección social per­
mite al mismo tiempo responder a las necesidades sociales de la
época: mejorar la salud de una población cuya esperanza de vida
raramente supera los 65 años, luchar contra la pobreza, que en
ese momento —y desde hace largo tiempo— se concentra en las
personas ancianas, y apoyar el nuevo reparto de los papeles socia­
les. Mientras que en las sociedades agrícolas todo el mundo en la
granja trabajaba (hombres, mujeres y niños), la sociedad indus­
trial define un nuevo reparto de las tareas, en el que el hombre
garantiza los ingresos y la protección social del resto de la fami­
lia, los niños están cada vez más escolarizados, y las mujeres se
presupone que se quedarán en casa y se harán cargo de las tareas
domésticas.
Si bien todos los Estados del bienestar desarrollados compar­
ten las funciones de apoyo a la demanda y de indemnización de
los riesgos sociales, no todos los países occidentales han puesto
en marcha los mismos dispositivos de protección social. Podemos
agrupar los sistemas de protección social en tres grandes familias
o regímenes (el régimen socialdemócrata de los países escandina­
vos, el régimen liberal de los países anglosajones y el régimen
conservador-corporatívista de los países de la Europa continen­
tal),3 diferenciando al mismo tiempo los objetivos políticos y so­
ciales que tratan de alcanzar (respectivamente: la igualdad entre
los ciudadanos, la simple cobertura social de los más pobres, el
mantenimiento de los ingresos de los trabajadores) y los instru­
mentos que utilizan a tal efecto (respectivamente: políticas uni­
versales y servicios sociales gratuitos, políticas sociales dirigidas
a un sector de población restringido, seguros sociales financiados
por cotizaciones sociales). En un momento en que las condicio­
nes económicas y sociales cambian, los sistemas de protección
social de la Europa continental, los más anclados en el industria­
lismo, son los que mayores dificultades encuentran.

3. G0sta Esping-Andersen, Les Trois Mondes de l'État-providence, París,


PUF, 2007 (2.a edición).
10 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

Los divorcios

La apertura progresiva de las economías y la llegada de nue­


vos países al juego económico mundial han desestabilizado las
economías industriales tradicionales y puesto en tela de juicio la
relación entre políticas económicas y políticas sociales. La cre­
ciente competencia que se hacen entre ellas las empresas euro­
peas pesa sobre los costes, y especialmente sobre los costes no
salariales, como los derivados de la financiación de la protección
social a través de las cotizaciones. La globalización de los inter­
cambios comerciales y la circulación de los capitales han despla­
zado las actividades económicas, deslocalizando hacia el Este (de
Europa, pero sobre todo de Asia) las actividades industriales de
masa, que reposan sobre una mano de obra poco costosa y poco
cualificada. Esta evolución lleva a los países antiguamente indus­
trializados a reconvertirse hacia nuevas actividades posindustria­
les, basadas al mismo tiempo en la innovación tecnológica, las
altas cualificaciones, el saber, y los servicios (cualificados o no),
especialmente los servicios a la persona.4 Los sistemas de protec­
ción basados en los seguros sociales, concebidos en sus orígenes
para proteger a los obreros industriales poco cualificados con
contrato de duración indefinida, la mayoría de las veces en el sec­
tor industrial o de servicios básicos, se muestran mal adaptados
para proteger las vidas laborales más móviles, más caóticas, mu­
chas veces más precarias, típicas de la nueva economía. Cada vez
más personas, pero sobre todo nuevos colectivos, se encuentran
en dificultades (los jóvenes, las mujeres, las personas no cualifica­
das). Y estas personas no son necesariamente las mejor protegi­
das por los sistemas existentes. Los trabajadores asalariados pro­
tegidos se encuentran asimismo en una situación más precaria,
que deriva tanto de las evoluciones demográficas como de las mu­
taciones económicas, que amenazan con debilitar sus sistemas de
protección, antes bien establecidos.
En este nuevo contexto, las políticas sociales parecen haberse
convertido en contraproductívas: a causa de su modo de financia­

4. Véase Daniel Cohén, op. cit.


UN ESTADO DEL BIENESTAR PARA LAS ENVEJECIDAS SOCIEDADES. 11

ción y de la competencia fiscal entre los Estados, son señaladas


como un coste, y ya no presentadas como una forma de apoyar la
economía. A veces, parecen ofrecer su apoyo a la inactividad más
que a la actividad: multiplicación de los sistemas de prejubilación
(Alemania, Francia, Bélgica), número creciente de beneficiarios
de pensiones de invalidez (especialmente en los Países Bajos),
ayuda al mantenimiento o al retorno de las mujeres al hogar (Ale­
mania). Se trata aquí de una evolución paradójica de las políticas
sociales: partiendo de una situación en que deberían apoyar el
pleno empleo, se han ido utilizando gradualmente y cada vez más
para retirar individuos del mercado de trabajo. Semejantes políti­
cas han llevado a un alza de los costes de protección social no
compensada por nuevos recursos.
Las políticas sociales construidas en la posguerra de la Segunda
Guerra Mundial están cada vez más «desajustadas» económica­
mente, pero también socialmente. De la misma manera que la eco­
nomía posindustrial no se parece a la economía industrial, la socie­
dad posindustrial no se parece a la sociedad industrial. En esta
nueva sociedad, las mujeres trabajan, las parejas se divorcian, la
fecundidad desciende, la esperanza de vida se alarga considerable­
mente, la pobreza se desplaza.
Así, en Francia, las mujeres, que habían representado un ter­
cio de la población activa, representan hoy cerca de la mitad, con­
tando con que las tasas de empleo de las mujeres entre 25 y 49
años han pasado del 40 % a principio de los años sesenta del siglo
pasado al 80 % hoy.5 Mientras que la familia típica de los años
cincuenta y sesenta del siglo pasado estaba formada por una pa­
reja casada con tres hijos, hoy, en Francia, una pareja de cada tres
se divorcia (una de cada dos en la región parisina), y la fecundi­
dad ha pasado de 3 hijos por mujer a partir de 1946 y durante los
cincuenta, a 1,7 a mediados de los noventa, para volver a aumen­
tar hasta 2 en 2007.6 Esta tasa de fecundidad, que es actualmente

5. Véase Margaret Maruani (dir.), Femmes, Genre et Société, París, La Dé-


couverte, 2005.
6. Datos INSEE (Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos
francés).
12 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

la más elevada de Europa, no es sin embargo suficiente para re­


novar la población. Además, el estancamiento de los años ochen­
ta y noventa reduce considerablemente el tamaño de la población
activa futura, la cual, sin embargo, deberá financiar un número
cada vez mayor de jubilados,7 que viven cada vez más tiempo8 y
cuyas necesidades sociales aumentan (en materia de sanidad,
pero sobre todo de atención a la dependencia).9Y si bien en Fran­
cia se focalizan los debates en las nuevas necesidades engendra­
das por el envejecimiento de la población, se olvida que la pobre­
za se ha desplazado. En Francia, en 2005, había 7,1 millones de
personas viviendo por debajo del umbral de la pobreza.10De ellos,
6 millones tienen menos de 60 años, y de éstos 2 millones son
niños (menores de 18 años) pobres, y 1,1 millones tienen entre 18
y 29 años.11 La pobreza ya no está concentrada en las personas
ancianas, sino que actualmente es más un problema de las muje­
res solas con hijos, de las personas sin titulación y sin cualifica-
ción, de los parados de larga duración. Todas estas personas reci­
ben muy poca protección por parte de los sistemas tradicionales,
que están concentrados en las pensiones y la sanidad, prestacio­
nes que benefician ante todo a los ancianos.
Los sistemas de protección social se ven directamente afecta­
dos por los cambios demográficos y familiares: el envejecimiento
de la población plantea problemas de financiación a los sistemas
de pensiones, pero tiene asimismo un impacto sobre las cuestio­
nes de la distribución del trabajo a lo largo de la vida y de la
adaptación de las cualificaciones a los avances tecnológicos; los
cambios en las relaciones familiares, el aumento del número de
familias monoparentales, de familias recompuestas, la entrada

7. En Francia, las personas mayores de 65 años, que representaban en 2000


el 16 % de la población, representarán el 21 % en 2020 y el 28 % en 2040.
8. La esperanza de vida era en 1950 de 63 años para los hombres y 69 años
para las mujeres; en la actualidad es de 77 y 84 años respectivamente.
9. El riesgo de llegar a ser dependiente es muy elevado a partir de los 80
años, el número de personas de más de 80 años en la población francesa debería
de pasar de 2,2 millones en 2000 a 4 millones en 2020 y cerca de 7 millones en
2040.
10. Número de personas que viven con menos del 60 % del salario medio.
11. Datos INSEE.
UN ESTADO DEL BIENESTAR PARA LAS ENVEJECIDAS SOCIEDADES. 13

masiva de la mujer en el mercado laboral, perturban el funciona­


miento de sistemas concebidos bajo un modelo familiarista, en el
que los derechos son concedidos a aquel (muy raramente aquella)
que tiene una actividad remunerada y por extensión a los miem­
bros de su familia. Las nuevas formas de pobreza son insuficien­
temente atendidas, y todavía menos evitadas. Estos nuevos retos
mueven a repensar los objetivos y las estrategias de intervención
de las políticas sociales.

Dirigir las políticas sociales hacía el futuro

¿Cómo dar respuesta a las nuevas necesidades sociales? ¿Se


dispone de los medios financieros necesarios? ¿Podrán las polí­
ticas sociales contribuir al nuevo crecimiento económico? No se
trata ahora de una modificación o adaptación de sistemas surgi­
dos del pasado, sino de la formulación de nuevos principios y
nuevas pistas. Los sistemas europeos de protección social son
demasiado diferentes como para poder imaginar que en breve
haya de ver la luz un modelo social europeo perfectamente uni­
ficado. En cambio, a través de una profunda reflexión sobre las
políticas sociales, pero también a partir de las experiencias po­
sitivas llevadas a cabo en varias partes de Europa (en la mayoría
de los casos en los países nórdicos), es posible subrayar las reo­
rientaciones necesarias para permitir a los ciudadanos europeos
vivir en las mejores condiciones posibles la transición de una
economía esencialmente industrial hacía una economía de servi­
cios, que moviliza empleos cada vez más cualificados, pero re­
quiere también de unos servicios a la persona muchas veces
poco cualificados.
Con la transformación de las economías, y especialmente con
la proliferación de empleos poco cualificados y mal remunerados,
aparecen nuevos riesgos de polarización social. G0sta Esping-An-
dersen propone abandonar la perspectiva estática que limita a
aliviar las dificultades presentes de los individuos o bien de man­
tener los ingresos perdidos, para adoptar una perspectiva dinámi­
ca que piensa los problemas sociales en términos de trayectoria
14 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

vital: ¿cuáles son las inversiones necesarias hoy para evitar tener
que indemnizar mañana? ¿Cómo evitar los efectos acumulativos
de las desventajas sociales a lo largo de toda la vida?12 Se trata de
pasar de políticas sociales reparadoras y compensatorias a una
estrategia preventiva basada en una lógica de la inversión social.
Bajo esta perspectiva, quienes primero deberían reclamar nuestra
atención serían las mujeres y los niños, aunque sólo sea porque
son los únicos (las mujeres aún inactivas, los niños futuros acti­
vos) susceptibles de aumentar los recursos a destinar a los jubila­
dos futuros. Abrir a las mujeres la «segunda edad de la emancipa­
ción»,13 permitir a todos adquirir las competencias necesarias
para la economía del conocimiento, son los nuevos retos para el
Estado del bienestar, si queremos que sea además capaz de finan­
ciar las pensiones o los gastos sanitarios del futuro. Se trata en
suma de preparar en vez de reparar, de prevenir, ayudar, armar a
los individuos y no de dejar que el mercado funcione a su aire
para luego indemnizar a los perdedores.
Para hacerlo, hay que invertir el orden de los problemas, rede-
finir el sentido de la solidaridad social y contar de otra forma. ¿Y
cómo encontrar nuevos recursos en un momento en que tenemos
dificultades para financiar unos gastos sanitarios disparados y las
previsiones para los gastos en pensiones son pesimistas? Es en
este punto que G0sta Esping-Andersen propone pensar de otra
forma ciertos gastos sociales: no ya como un coste que supone un
obstáculo al crecimiento económico, sino como una inversión que
acompaña y apoya la transición hacia la economía del conoci­
miento. Ayudar a los niños a adquirir las competencias adaptadas
a las actividades de vanguardia, permitir a las mujeres trabajar,
son garantías de un crecimiento más fuerte y de mejores ingresos
para el Estado del bienestar. Las políticas sociales pueden encon­
trar una utilidad económica si dejan de ser concebidas como un

12. Una infancia en la pobreza puede impedir la adquisición de las com­


petencias necesarias para entrar más adelante en una carrera profesional bien
remunerada y estable, proceso que puede comportar problemas de precariedad,
que acabarán repercutiendo en pensiones bajas.
13. Por retomar el título de la obra de Dominique Méda y Héléne Périvier,
Le Deuxiéme Age de l'émancípation, Seuil / La République des idées, 2007.
UN ESTADO DEL BIENESTAR PARA LAS ENVEJECIDAS SOCIEDADES. 15

gasto (un coste) que interviene en el crecimiento económico y


pasan a ser vistas como un factor de riquezas futuras.
¿Y por qué seguir contando con el Estado? ¿No sería menos
costoso y más eficaz confiar en la protección social al sector y a
la financiación privada? Privatizar no hará ni desaparecer las ne­
cesidades ni tampoco reducir la factura. Hará falta de todas for­
mas cubrir las necesidades de las personas ancianas, necesidades
de ingresos, de salud, de atención a la dependencia. La inversión
social pública parece más eficaz y más justa que el recurso al
mercado o a las familias. Especialmente porque ha de permitir
aumentar las oportunidades de todos los niños, producir en con­
secuencia más personas activas bien ocupadas y protegidas, y
multiplicar los puestos de trabajo para las mujeres (el sector pri­
vado no genera por sí sólo plazas de guardería accesibles para
todos, cosa que incita a las mujeres más desfavorecidas a quedar­
se en casa). La inversión social colectiva puede además garantizar
una mayor igualdad. Si se opta por los recursos privados, enton­
ces las desigualdades engendradas por el mercado se reproduci­
rán. Es aquí que G0sta Esping-Andersen se remite a los principios
de justicia social que deben guiar las nuevas inversiones sociales:
el de la garantía de igualdad de oportunidades para todos los ni­
ños, el de la igualdad para las mujeres (con los hombres, pero
también entre las diferentes capas sociales), el de la igualdad en­
tre las categorías de jubilados, cuyos ingresos amenazan con po­
larizarse, proyectando sobre los jubilados del futuro las polariza­
ciones sociales presentes. En nombre de la igualdad, la presente
obra propone una estrategia de inversión pública en las políticas
sociales para los niños, las mujeres y las personas ancianas. Es un
importante desafío para Francia, ya que aquí las diferencias de
ingresos y las desigualdades generacionales14 son más acusadas
que al norte de Europa o en los Países Bajos.

14. Véase sobre todo Louis Chauvel, Les Classes moyennes á la derive, Seuil /
La République des idées, 2006.
16 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

Los tres grandes retos del Estado del bienestar


en el siglo xxi

El cambio social más importante de las últimas décadas es sin


duda la entrada masiva de la mujer en el mercado laboral. Es por
ello que la primera lección propuesta está dedicada a los retos
que representa para el Estado del bienestar del siglo xxi esta «re­
volución del papel de la mujer». Favorecer el empleo de las muje­
res y la igualdad entre mujeres y hombres es crucial para el desa­
rrollo de los servicios sociales de cuidado de los niños y de otras
personas dependientes. Desarrollar guarderías y otros servicios
sociales es una fuente de creación de puestos de trabajo y permi­
te a las madres trabajar. Esto es algo esencial tanto para los hijos
como para la conciliación de la vida familiar y profesional. Ade­
más, favorecer el trabajo de las mujeres corresponde a un deseo
de éstas (adquirir una autonomía financiera respecto de los hom­
bres), pero también a una triple necesidad social: desarrollar los
servicios de atención a las personas dependientes (jóvenes y an­
cianas), reducir los riesgos de pobreza de los niños (la pobreza de
los niños es siempre inferior en las familias en que ambos padres
trabajan) y aumentar los índices generales de empleo (lo que ge­
nerará recursos para las pensiones). Pero las políticas destinadas
a favorecer a las mujeres no deben conformarse con el solo obje­
tivo de la compatibilidad entre la vida profesional y la vida fami­
liar; han de insistir asimismo en la igualdad entre hombres y mu­
jeres. Se trata naturalmente de igualdad de trato en la vida
profesional. Pero es necesario asimismo reequilibrar el reparto de
las tareas domésticas. La vida profesional de las mujeres, y espe­
cialmente sus carreras, adquiere rasgos cada vez más «masculi­
nos». Una auténtica política de igualdad tendría pues que aspirar
también a «feminizar» las características de la vida de los hom­
bres, incitándoles a dedicarse más al cuidado de los niños y al
hogar.
El objetivo de la segunda lección es garantizar realmente la
igualdad de oportunidades de los niños. Mientras que los siste­
mas actuales de protección social gastan cada vez más en las per­
sonas ancianas, parece necesario invertir en los niños. Más que
UN ESTADO DEL BIENESTAR PARA LAS ENVEJECIDAS SOCIEDADES. 17

luchar contra la exclusión social una vez ésta se ha hecho reali­


dad, más que tener que formar de nuevo una mano de obra atra­
sada, es preferible concentrar los esfuerzos en una acción preven­
tiva centrada en la infancia. Luchar contra la pobreza de los niños
y garantizarles las mejores condiciones de cuidado y de estimula­
ción debe permitir al mismo tiempo prevenir la exclusión (la po­
breza es más frecuente entre los adultos surgidos de ambientes
pobres) y preparar una mano de obra mejor formada, cualificada
y móvil (una socialización precoz en la guardería permite reducir
considerablemente el riesgo de fracaso escolar). Para lograrlo, es
necesario al mismo tiempo garantizar unos ingresos mínimos a
todas las familias (y por lo tanto no abandonar las antiguas polí­
ticas distributivas e incluso desarrollarlas aún más: la lucha con­
tra los efectos de la pobreza y de la precariedad de las familias
sigue siendo esencial) y favorecer el desarrollo de formas colecti­
vas de cuidado de los niños que garanticen una buena socializa­
ción primaria y unas condiciones de aprendizaje que preparen de
forma conveniente el futuro.
Si de esta manera se consigue aumentar los índices de ocupa­
ción femenina y garantizar mejores empleos a los futuros activos,
se podrán dedicar entonces recursos más importantes a los jubi­
lados. La tercera lección subraya que, en el campo de las pensio­
nes, como en los demás, debe prevalecer el principio de igualdad,
manteniendo la equidad entre generaciones, pero también en el
seno de las generaciones. Para mantener la equidad intergenera­
cional, las políticas de pensiones propiamente dichas pueden apli­
car el «principio de Musgrave», según el cual si se modifican los
niveles de cotización (pagados por las personas en activo) o bien
los niveles de las pensiones de los jubilados, se haga en propor­
ción equivalente de manera que no se modifique la relación entre
salario neto de las personas activas e ingresos de los jubilados.
Pero conviene asimismo preparar los dispositivos públicos para
encargarse de las futuras disparidades de ingresos entre los jubi­
lados que fueron en su momento personas activas que consiguie­
ron subirse al tren de la economía del conocimiento, y los que no
pudieron hacerlo.
No se encontrarán en esta obra recetas mágicas y aplicables
18 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

de un día para otro. Pero el mérito de estas orientaciones inspira­


das por ciertas experiencias y reflexiones europeas es proponer un
horizonte nuevo y común para las reformas de la protección so­
cial, que no se límite ya a simples restricciones presupuestarias,
sino que se adapte a los nuevos contextos económicos y avances
sociales.
P r i m e r a l e c c ió n

FAMILIA Y REVOLUCIÓN DEL PAPEL


DE LA MUJER

Las mujeres están cambiando el mundo

El actual debate sobre el futuro del Estado del bienestar, ob­


sesionado con las amenazas asociadas a la globalización y al en­
vejecimiento, ha ignorado de manera sistemática una fuerza de
cambio seguramente mucho más revolucionaria: el cambio del
papel de las mujeres en la sociedad.
La revolución femenina es un fenómeno con ramificaciones
profundas. En primer lugar, el perfil biográfico de las mujeres ha
cambiado radicalmente en un tiempo increíblemente corto: en
realidad, en el espacio de una generación. Mientras que la mujer
prototípica de las décadas de la posguerra estaba destinada a las
tareas del hogar, su hija tenía muchas más posibilidades de elegir
una vida en la que tendría un empleo y una auténtica autonomía
económica. El factor decisivo de esta ruptura generacional ha
sido el nivel de instrucción y el acceso a un buen salario. En cier­
to sentido, las mujeres han experimentado una «masculinización»
de sus experiencias en términos de trayectoria vital. En la mayo­
ría de los países desarrollados, cuentan actualmente con un nivel
de instrucción superior al de los hombres y, allí donde la revolu­
ción femenina se inició antes, es decir, en América del Norte, son
una amplia mayoría (hasta el 75 % ) las que tienen un empleo a lo
20 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

largo de toda su vida, con las interrupciones debidas a la mater­


nidad reducidas al mínimo.
Una buena parte de la Europa continental se sitúa muy atrás,
con tasas de empleo femenino que rondan el 50 % en Europa del
Sur y el 60 % en Francia y Alemania. La diferencia se produce
principalmente entre las mujeres menos cualificadas, y podría
además reducirse más de prisa de lo que suele creerse, en la me­
dida en que la tasa de actividad de las mujeres jóvenes está ga­
nando rápidamente el terreno que llevaba atrasado. Así, los datos
más recientes referidos a España, país particularmente rezagado,
muestran una tasa de actividad del 65 % entre las mujeres de
menos de 35 años.
La modificación de las trayectorias vitales femeninas ejerce,
para lo bueno y para lo malo, considerables «efectos dominó»
sobre la sociedad. El más inmediato es el ocaso de la familia tra­
dicional, aquella en la que el marido tiene un trabajo remunerado
y la mujer permanece en el hogar. Pero el nuevo papel de las mu­
jeres viene igualmente acompañado del desarrollo de los matri­
monios en el seno de una misma categoría social, del retraso en
el tiempo del primer nacimiento, de unos índices de fecundidad
muy inferiores a lo que desean los ciudadanos, de un aumento de
la inestabilidad conyugal y de la proliferación de las familias «atí-
picas», muchas de las cuales sufren de vulnerabilidad económica.
Además, la tendencia de las mujeres a tener menos hijos afecta a
largo plazo a la evolución demográfica. La rapidez del ritmo al
que envejece la sociedad es en gran medida efecto de esta revolu­
ción femenina.
El nuevo papel económico de las mujeres es de buen augurio,
pero anuncia asimismo graves problemas sociales. El endureci­
miento de la tendencia a la paridad que se produce en la forma­
ción de las parejas amenaza con agravar las diferencias de protec­
ción social entre familias ricas en trabajo y familias pobres en
trabajo. El hecho de atrasar el matrimonio y los nacimientos tra­
duce las nuevas prioridades vitales de los individuos (por ejemplo,
cursar más estudios), pero también las imposiciones que pesan
sobre ellos (las mujeres dudan en tener hijos antes de que su si­
tuación profesional esté asegurada). Esto disminuye las posibili­
FAMILIA Y REVOLUCIÓN DEL PAPEL DE LA MUJER 21

dades de conseguir el objetivo de «dos hijos o más» que persigue


la mayor parte de los adultos. Y, sí bien no es imposible ponerse
al día en este sentido, ello no deja de requerir unas condiciones
muy favorables.
Las uniones son asimismo mucho menos estables, y es previ­
sible que esta tendencia continúe a medida que las mujeres vayan
viendo aumentada su autonomía. Tanto en Escandinavia como en
América del Norte, aproximadamente un niño de cada dos no cre­
cerá en el seno de su familia biológica intacta. El divorcio tiene
consecuencias negativas tanto sobre los padres como sobre los
hijos, y la monoparentalidad puede suponer un perjuicio para el
éxito de los niños.
El fenómeno comporta asimismo unos efectos socioeconómi­
cos importantes. La desaparición del ama de casa significa que las
familias deben extemalizar su necesidad de servicios —desde la
comida y la limpieza hasta el cuidado de los niños y las personas
mayores— . La cantidad de empleo a crear es potencialmente con­
siderable, especialmente en el campo de la asistencia social y de
los servicios directos a la persona. La importancia del aporte de las
mujeres a la economía es manifiesta. Actualmente, en Escandina­
via, las mujeres contribuyen de media al 42-43 % de los ingresos
del hogar, cosa que constituye una fuente fundamental de creci­
miento económico y de financiación del Estado, que puede ilus­
trarse mediante un simple ejercicio de simulación: si las mujeres
ganan de media el 75 % del salario de los hombres y su tasa de
empleo oscila entre el 50 y el 75 % (es decir, desde el nivel español
hasta el nivel danés), el aumento de contribución a los ingresos
nacionales que suponen será aproximadamente del 15 %, cosa
que, con una tasa impositiva media del 30 %, añadiría el 10 o el
12 % a los ingresos fiscales del Estado.
La revolución femenina, incluso allá donde más lejos ha llega­
do, permanece sin embargo incompleta, tal como subraya Cathe-
rine Hakim, que distingue tres tipos de preferencias femeninas.1
El primero es el de la mujer tradicional, orientada hacia el hogar,
que trabaja a veces por necesidad, pero cuyos objetivos principa­

1. Key Jssues in Women’s Work, Londres, Athlone, 1996.


22 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

les siguen siendo la maternidad y la familia. Este grupo es mino­


ritario y decrece rápidamente. El segundo tipo —igualmente mi­
noritario— corresponde a la mujer para quien la carrera es
prioritaria y que sólo es susceptible de tener hijos si éstos «enca­
jan en el esquema». El tercer tipo, que representa la gran mayo­
ría, agrupa mujeres que tratan de conciliar vida familiar y conti­
nuidad de su carrera. Elemento importante: la masculinización
de esas trayectorias femeninas afecta principalmente a la vida
económica sin disminuir en la mayoría de ellas el deseo de ser
madres. En consecuencia, una de las tensiones más importantes
de la sociedad moderna tiene que ver con la conciliación entre
carrera profesional y maternidad.
Si la revolución femenina está inacabada, es también porque
obedece a una estratificación social. En la vanguardia, encontra­
mos a las mujeres cualificadas surgidas de la clase media, mien­
tras que las mujeres poco cualificadas están menos interesadas
por el trabajo remunerado y tienen más posibilidades de adoptar
el modelo tradicional del ama de casa. Pero es en este punto don­
de se producen unas variaciones más espectaculares entre unos
países y otros. En los países escandinavos, la diferencia de tasa de
empleo entre las mujeres más y menos cualificadas es menor y, a
todos los efectos, el ama de casa es actualmente una especie desa­
parecida. Esto está aún lejos de ser el caso en la Europa continen­
tal y meridional. Por ejemplo, en Suecia, el 60 % de las mujeres
poco cualificadas trabajan, contra el 27 % en Italia. Francia ocu­
pa, como en tantos aspectos, una posición intermedia, con el 48 %.
El mismo esquema se encuentra cuando nos fijamos en el caso
de las madres con hijos pequeños: en Dinamarca y Suecia no hay
absolutamente ninguna diferencia de tasas de empleo entre las
mujeres que no tienen hijos y las madres de dos niños o más. En
Francia, la diferencia es de 15 puntos.
Que la revolución femenina plantea serios desafíos a nuestros
modelos de protección social no resulta sorprendente, aunque
sólo sea por el hecho de que afecta profundamente el funciona­
miento de lo que constituye uno de sus pilares fundamentales: la
familia.
FAMILIA Y REVOLUCIÓN DEL PAPEL DE LA MUJER 23

Familia y regímenes de protección social

Para comprender bien los desafíos a los que debe enfrentarse


el Estado del bienestar, es indispensable reflexionar en términos
de regímenes de protección social. Tanto el individuo como la so­
ciedad deben necesariamente su protección social a la combina­
ción de la familia, el mercado y las prestaciones sociales de los
poderes públicos. Pero para la mayoría de la gente, la familia y el
mercado son las fuentes principales de protección: el salario nos
viene esencialmente del mercado y, por lo general, el grueso de la
asistencia social nos lo proporcionan los miembros de nuestra
familia. A escala del ciclo de la vida, el papel del Estado del bien­
estar sólo adquiere una importancia primordial en el curso de los
primeros y los últimos años de nuestra existencia.
Estos tres pilares de la protección social ejercen efectos los
unos sobre los otros. Si el mercado falla, recurrimos a la familia
o a los poderes públicos. En efecto, el mercado puede con facili­
dad no satisfacer numerosas necesidades básicas, sea porque los
precios son elevados, sea porque la información está desigual­
mente repartida. La salud y la educación constituyen dos ejem­
plos clásicos de este tipo de fracaso, pero la revolución femenina
pone de relieve dos nuevas necesidades: los servicios de cuidado
de los niños y de las personas ancianas, pues los servicios priva­
dos de ayuda a las personas son por regla general inaccesibles
para la mitad menos rica de los hogares. De igual manera, si la
familia falla nos apoyamos más en el mercado o en los poderes
públicos. El «fallo» de la familia se desarrolla a medida que las
mujeres se van retirando de las funciones de cuidado que les es­
taban tradicionalmente asignadas y las distintas generaciones
dejan de cohabitar bajo un mismo techo. Las sociedades contem­
poráneas se ven pues confrontadas a problemas de fracasos acu­
mulados en la medida en que ni el mercado ni la familia son ca­
paces de responder de forma adecuada a sus necesidades sociales.
El cuidado de las personas ancianas dependientes es un ejemplo
claro: los servicios privados de residencias especializadas son ex­
tremadamente costosos y la reserva tradicional que constituían
las hijas de cierta edad, susceptibles de ocuparse de sus padres
24 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

porque no trabajaban, se agota. En el momento en que se produ­


ce este doble fallo, el único recurso lógico es el Estado del bien­
estar. Pero con la excepción de algunos raros países, el papel de
los poderes públicos en los servicios ofrecidos a la familia sigue
siendo, en el mejor de los casos, marginal. La permanencia de la
adhesión a una política familiarista ha abierto paradójicamente
un vacío de protección que no cesa de crecer.
Al principio, en efecto, el Estado del bienestar moderno estaba
basado en todas partes en el familiarismo. Las políticas sociales
de después de la guerra partían del principio de que el hombre
era el sostén de la familia y su cónyuge ama de casa, cosa que
explica la manera como, hasta hace muy poco, el Estado del bien­
estar ha favorecido las prestaciones en especie por mecanismo de
reemplazo de los ingresos, en detrimento de los servicios sociales.
No es hasta los años setenta del siglo pasado —con el aumento
del empleo femenino— que los países escandinavos empezaron a
dar prioridad a los servicios a la familia. En América del Norte y
el Reino Unido, los poderes públicos han optado por animar el
recurso al mercado, en paite a través de deducciones fiscales. Con
la excepción de los servicios de cuidado de los niños en Bélgica y
Francia a través de la escuela maternal, el principio de familiaris­
mo ha reinado de forma absoluta en la mayoría de los Estados del
bienestar de la Europa continental.
La mayoría de las sociedades desarrolladas se ven así confron­
tadas a un desequilibrio creciente, pues las políticas adoptadas no
han proporcionado una respuesta adecuada a la revolución feme­
nina. Es una paradoja de nuestro tiempo que las políticas sociales
familiaristas impidan formar una familia. La caída drástica de la
fecundidad y el aumento del número de las mujeres sin hijos,
especialmente entre las más cualificadas, en gran parte de Europa
están directamente relacionados con la ausencia de servicios de
cuidado de los hijos. De forma paralela, la ausencia de servicios a
la familia ejerce una presión a la baja sobre la ocupación de las
mujeres, en particular entre las menos cualificadas. Italia y Espa­
ña, que combinan fecundidad excepcionalmente baja y obstácu­
los al empleo de las mujeres, son la ilustración más clara de este
desequilibrio.
FAMILIA Y REVOLUCIÓN DEL PAPEL DE LA MUJER 25

El fracaso a la hora de tratar de conciliar maternidad y vida


profesional conducirá a los individuos a arbitrar entre traer hijos
al mundo y la búsqueda de un empleo para ganar en autonomía
y aumentar los ingresos del hogar. Cosa que se traduce, a escala
social, por uno de los dos escenarios poco deseables siguientes: o
bien un equilibrio tipo «fecundidad baja», o bien un equilibrio
tipo «ingresos bajos, calidad de empleo baja».

El reto de una nueva política

La necesidad de repensar la política familiar se hace sentir


claramente. Si no somos capaces de «desfamiliarizar» las funcio­
nes de protección y especialmente de cuidado de los niños, no
lograremos jamás conciliar maternidad y empleo. Una fecundi­
dad baja no quiere decir que los ciudadanos no quieran tener
hijos, sino más bien que las presiones sobre ellos aumentan. Pese
a todo, la familia sigue siendo una institución clave de la socie­
dad, y el desafío consiste en poner en funcionamiento políticas
que la apoyen. Bajo formas cada vez más variadas, la familia con­
tinúa siendo un elemento clave del bienestar de los niños. Por
consiguiente —y éste será el objeto de la segunda lección de este
libro—, es indispensable una política que proteja a los niños de
todo estado de privación económica. De manera más general, el
coste que representan los hijos aumenta, al mismo tiempo que su
externalidad positiva, como pronto veremos. Necesitamos, pues,
concebir un reparto equitativo de los costes y beneficios que los
niños representan.
Otro elemento: debemos reducir al mínimo la dimensión de
penalización de la maternidad, cosa que implica una conciliación
entre maternidad y carrera profesional, pero estaríamos equivo­
cados si creyésemos que la receta tradicional —una política de
«ayuda a las madres»— será suficiente. Algunos de los principales
obstáculos, invisibles, se sitúan a nivel del mercado de trabajo y
están especialmente ligados a la seguridad del empleo. Una polí­
tica que aspire a combatir este problema tendrá tendencia a com­
portar nuevos dilemas. En definitiva, seguramente tendremos que
26 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

llegar a la conclusión de la necesidad de una «feminización» de la


trayectoria vital masculina si queremos llegar a alcanzar un equi­
librio positivo.

A yuda a l a s f a m il ia s

Los demógrafos hablan de «segunda transición demográfica»


para describir una tendencia prolongada a la disminución del nú­
mero de nacimientos, que reduce el tamaño de las familias, pero
también su estabilidad. Algunos ven en ello una evolución hacia
los valores posmodemos, que priman la realización del individuo
en detrimento de la paternidad. Si esta teoría fuese cierta, nos
veríamos confrontados, más que al reto de una nueva política, a
un porvenir siniestro. En realidad, un examen más profundo indica
que la teoría de los valores posmodernos carece de fundamento
sólido. La tasa de fecundidad sueca ha evolucionado en forma de
montañas rusas en los años 1980-1990, saltando de 1,5 en 1980 a
2 en 1990, para volver a 1,6 a final de la década de los noventa.
¿Significa eso que los suecos se volvieron primero un poco menos
posmodemos para luego volverlo a ser? Teniendo en cuenta que
la fecundidad de Francia se acercaba mucho al dos, frente a 1,2
en Italia, ¿podemos deducir de ello que la visión italiana de la
vida es un 50 % más posmoderna?
Varios estudios muestran claramente que la norma de los dos
hijos es la que continúa recogiendo más sufragios de un extremo
a otro de Europa. De forma bastante sorprendente, no hay prácti­
camente ninguna variación de Finlandia a Portugal, de Gran Bre­
taña a Grecia. Si el adulto tipo declara desear de media 2,3 hijos,
este deseo tiene tendencia a disminuir a medida que la edad de 1e¡
persona preguntada aumenta, cosa que se podría atribuir bien al
hecho de que nos volvemos más realistas al envejecer, o bien a la
resignación de la población ante un hecho consumado.
He aquí el punto crucial: aunque la norma de los dos hijos
permanezca básicamente intacta y se mantenga omnipresente, :>
la hora de la verdad los ciudadanos ven cómo un abismo separa
sus preferencias de la realidad. Si consideramos el lugar central
FAMILIA Y REVOLUCIÓN DEL PAPEL DE LA MUJER 27

que la familia ocupa en la vida social, éste constituye probable­


mente el indicio más revelador de un serio déficit de política so­
cial en nuestras sociedades.
El déficit de niños es limitado en el puñado de países (Estados
Unidos, Reino Unido, Francia, Dinamarca y Noruega, especial­
mente) que gozan de un índice de fecundidad estabilizado en 1,8
o más. Es, en cambio, considerable en la Europa del Sur y del
Este, donde la fecundidad se acerca a un índice sintético de fe­
cundidad (ISF) de 1,2 o 1,3, pero desciende en ciertas regiones
hasta el 0,8.2
Una fecundidad baja acelera el envejecimiento de la pobla­
ción, y las variaciones, aún menores, tendrán a largo plazo efec­
tos auténticamente dramáticos. Si un índice sintético de fecundi­
dad del 1,9 hace bajar la población un 15 % solamente en un
siglo, un índice sintético de fecundidad de 1,3 desembocará en
una población que no representará más del 25 % de su volumen
actual.3 Por ejemplo, teniendo en cuenta los datos actuales, la po­
blación española podría caer a 10 millones de habitantes, mien­
tras que el declive de la población francesa la llevaría sólo al 85 %
de su nivel presente. Así, las simples variaciones de fecundidad
podrían hacer saltar un 138 % la ratio de dependencia demográ­
fica4 en España en 2050, contra un alza del 36 % en Suecia. Y las
consecuencias macroeconómicas podrían ser graves. Se ha pro­
nosticado que el envejecimiento y el declive de la población ha­
rían bajar el PIB de la Unión Europea 0,7 puntos en el curso de
las próximas décadas.5
Para poner en marcha una política, necesitamos saber qué se
oculta tras el déficit de hijos. La teoría tradicional de la fertilidad
pone el acento sobre dos factores: por un lado, la decisión de tener

2. El ISF depende principalmente de la edad de inicio de la fecundidad en


la mujer y del número de nacimientos que se producen.
3. P. McDonald, «The tool-box of public policies to impact on fertility»,
comunicación presentada ante el Observatorio Europeo de la Familia, Sevilla
(15-16 de septiembre de 2000).
4. Se trata de la relación entre población activa e inactiva.
5. J. Sleebos, Low Fertility Rates in OECD Countries: facts and responses,
OECD Social Employment and Migration Working Papers, n.° 15, 2003.
28 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

hijos depende de los ingresos del cabeza de familia (que es un hom­


bre); por otro lado, si la maternidad representa para las mujeres un
importante coste de oportunidades en relación a los ingresos de
que serían susceptibles de beneficiarse en el curso de su vida, ten­
drán menos hijos.6 Se dispone así de una explicación verosímil de­
bido al hecho de que la fecundidad que tradicionalmente era más
elevada era la de las mujeres poco cualificadas e inactivas. Pero en
la sociedad contemporánea estas explicaciones ya no son suficien­
tes. El cruce de los datos nacionales muestra inmediatamente que
existe una correlación entre empleo y fecundidad. Se pueden cons­
tatar unas tasas de fecundidad más elevadas en los países en los
que el empleo femenino está ampliamente extendido, y viceversa.7
Además, si bien en la mayoría de los países —Francia entre ellos—
la fecundidad se mantiene bastante más elevada entre las mujeres
poco cualificadas, éste no es ya el caso de Escandinavia, donde son
precisamente las mujeres con un bajo nivel de instrucción las que
menos hijos tienen, y la fecundidad más alta se da entre las muje­
res que han cursado estudios universitarios.8
La clave de la fecundidad contemporánea reside —todos están
de acuerdo en ello— en el nuevo papel de las mujeres y, en parti­
cular, en su opción de trabajar a lo largo de toda su vida.9 La ca­
rrera profesional no es necesariamente incompatible con la mater­
nidad, tal como muestra el caso de los países nórdicos. Pero, sea
como fuere, una política que tratase de estimular la fecundidad
incitando a las mujeres a trabajar menos sería del todo contrapro­
ducente. Tal como muestro en la segunda lección de este libro, la

6. V. J. Hotz, J. A. Klerman y R. Willis («The economics of fertility in de-


veloped countries», en M. Rosenzweig, O. Stark (eds.), Handbook o f Population
and Family Economics, vol. 1 A, Ámsterdam, Elsevier, 1997, pp. 276-347) ofrecen
una excelente visión de conjunto de las teorías y la investigación en materia de
fecundidad.
7. N. Ahn y R Mira, «A note of the relationship between fertility and fe-
male employment rates in developed countries», Journal o f Population Econo­
mics, vol. 15, n.° 4, 2001, pp. 667-682.
8. G. Esping-Andersen, «A child-centred social investment strategy», pp. 26-
67, en G. Esping-Andersen, D. Gallie, A. Hemerijck, J. Myles (dir.), Why We Need
a New Welfare State, Oxford University Press, 2002.
9. P. McDonald, art. citado.
FAMILIA Y REVOLUCIÓN DEL PAPEL DE LA MUJER 29

pobreza es extremadamente problemática para el desarrollo de


los hijos, mientras que el trabajo de las madres no lo es en abso­
luto. Y desde el momento en que la pobreza de los niños se ve
claramente reducida por el hecho de que las madres trabajen, el
trabajo debe verse como una ventaja suplementaria. No olvide­
mos tampoco que la perennidad financiera de las sociedades que
envejecen requiere un empleo máximo de las mujeres. Buena no­
ticia: una creciente mayoría de mujeres aspira a tener un empleo
y a ser económicamente autónoma.
Así pues, la búsqueda de un aumento del número de hijos
debe ir a la par con el nuevo papel de las mujeres. En materia de
fecundidad, las decisiones de las mujeres están cada vez menos
ligadas al nivel de ingresos de su compañero, y dependen mucho
más de su propia capacidad de poner pie de forma estable en el
mercado de trabajo, y de la anticipación de los costes en opor­
tunidades que pueda suponer la maternidad. Es sabido que la in-
certidumbre respecto al futuro constituye un obstáculo para la
fundación de una familia. Está claramente establecido que la di­
mensión de penalización del hijo aumenta con la capacidad de
ingresos de la madre. Ante esto, la dilación del momento de los
primeros nacimientos constituye una respuesta lógica. Proporcio­
na a la mujer más tiempo para afianzar su carrera profesional y
permite hacer disminuir sustancialmente el coste de la materni­
dad en términos de ingresos. Esta dilación es evidente en todos
los países, pero es más acentuada en aquéllos en que resulta más
difícil la conciliación entre carrera profesional y maternidad.10No
es, pues, sorprendente que la mayor se dé en España (donde la
edad media de maternidad se eleva hasta los 31 años).
Pero el hecho de atrasar el momento de ser madre no implica
necesariamente una fecundidad baja, siempre y cuando las mujeres
puedan recuperar después el atraso. En Dinamarca e Italia, la edad
de la primera maternidad es la misma (29 años), pero Dinamarca
logra llegar a un índice de fecundidad superior en un 50 % al de

10. S. Gustafsson, «Optimale age at motherhood. Theoretical and empiri-


cal considerations on postponement of matemity in Europe», Journal of Popula-
tion Economics, vol. 14, n.° 2, 2001, pp. 225-247.
30 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

Italia. Es un hecho: se registra una proporción mucho más impor­


tante de mujeres sin hijos entre aquellas que tienen un elevado nivel
de instrucción, y en países como Alemania y España en que la con­
ciliación es comparativamente más difícil.11 Pero, a pesar de este
aumento, el número de mujeres sin hijos no es la principal causa de
la baja fecundidad. El problema es más bien el de las condiciones
que favorecen u obstaculizan el nacimiento de un segundo hijo y de
los siguientes. Así —el hecho es de sobras conocido— , los proble­
mas de conciliación, relativamente limitados con un único hijo, au­
mentan de forma decisiva con dos y más. Tanto en Francia como en
Suecia, más de la mitad de las mujeres tienen en total dos hijos o
más, contra un poco menos del 40 % en Italia.
Las condiciones necesarias para poderse poner al día (es decir,
para alcanzar unas tasas de fecundidad conforme a las preferen­
cias colectivas) son ahora bien conocidas. Nos fijamos sobre todo
en el cuidado de los niños y en las bajas por maternidad, cosa que
no tiene nada de sorprendente. Los servicios de guardería permi­
ten limitar al mínimo las bajas antes y después de cada nacimien­
to, y constituyen un medio esencial de reducir los costes de opor­
tunidad de la maternidad. Un cuidado de calidad, cuando no está
subvencionado, resulta inevitablemente caro, por lo general alre­
dedor de 400 o 500 euros al mes para una prestación diaria. Las
familias con unos ingresos más bajos son, pues, expulsadas del
mercado por los precios. Está empíricamente demostrado que la
existencia de servicios de guardería incrementa la fecundidad.
Doblar estos servicios haría aumentar el índice sintético de fecun­
didad en más de 0,1 puntos12y, en Dinamarca, su universalización
ha contribuido a hacer pasar dicho índice de 1,5 a 1,8.13 Son efec­
tos que no pueden ignorarse.

11. El porcentaje de mujeres sin hijos (a los 49 años) es del 23 % en Fran­


cia, el 27 % en Suecia y el 31 % en España.
12. O. Kravdal, «How the local supply of day-care centers influences fer­
tility in Norway: A paríty-specific approach», Population Research and Policy Re-
view, 15, 1996, pp. 201-218.
13. L. Knudsen, «Recent fertility trends in Denmark. The impact of family
policy in a period of increasing fertility», Danish Center o f Demographie Fertility,
Research report, n.° 11.
FAMILIA Y REVOLUCIÓN DEL PAPEL DE LA MUJER 31

Está todavía más probado que el cuidado de los hijos estimu­


la el empleo de las madres. Según algunos investigadores ameri­
canos, la disminución de los gastos de guardería produce un au­
mento del 14 % del empleo de las madres casadas y efectos
todavía más importantes entre las madres solteras. El impacto de
las bajas por maternidad resulta mucho más ambiguo. Si son de­
masiado breves, muchas madres renuncian pura y simplemente a
su empleo; si son demasiado largas, el resultado podría ser el mis­
mo. En los Estados de la Unión Europea, Francia incluida, las
bajas plenamente retribuidas están limitadas a cuatro meses, cosa
que, teniendo en cuenta la frecuente penuria de soluciones de
guardería asumibles, representa claramente para las madres la
imposibilidad de volver al trabajo.

H a c ia u n a p o l ít ic a d e c o n c il ia c ió n e f ic a z

Tenemos cada vez más conciencia de la necesidad de repensar


la política familiar para adaptarla mejor a las nuevas realidades.
¿Cuáles serían los ingredientes esenciales de una política eficaz de
ayuda a las familias? En la medida en que el coste monetario de
los hijos no puede ignorarse, una ayuda a los ingresos a través
de subsidios familiares podría tener un papel importante. Cada hijo
suplementario comporta, a grandes rasgos, un aumento del 20 %
del consumo de la familia. La generosidad del Estado del bienestar
en la materia es muy variable; Francia y los países nórdicos enca­
bezan la clasificación. A diferencia de la práctica escandinava —un
mismo subsidio para cada hijo— , en Francia no se percibe nada
por el primer hijo, mientras que los nacimientos sucesivos se bene­
fician de una prima. En Escandinavia, el mensaje implícito es el
siguiente: todos los hijos tienen el mismo valor. El planteamiento
francés es implícitamente más natalista, pues atribuye un valor su­
perior al tercer hijo y ninguno al primero.
Pero no es de ninguna manera seguro que las transferencias de
dinero a las familias con hijos tengan un impacto importante sobre
la fecundidad —con la eventual excepción de la prima francesa por
el tercer hijo—. La auténtica justificación de los subsidios familia­
32 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

res es otra. Por una parte, compensan el coste que representa el


hecho de tener hijos y, por otra, suponen un reconocimiento oficial
del hecho de que los hijos producen asimismo un beneficio colec­
tivo y que la subvención a los padres se otorga según un principio
de equidad. Si se considera que ésta es precisamente la intención
principal que sostiene los subsidios familiares, la política familiar
debería en principio conceder el mismo valor a todos los hijos.
Pero el núcleo del problema se sitúa en las tensiones entre
trabajo y familia. Gunnar y Alva Myrdal,14 en los años treinta del
siglo pasado, reflexionaron sobre ello antes que nosotros. Partían
del principio de que las obreras se veían obligadas a trabajar y se
preocupaban por los efectos indeseables de tal obligación sobre la
fecundidad. Eran, pues, conscientes de este dilema: ¿cómo asegu­
rarse de que las mujeres que trabajan tendrán hijos? El debate
actual es menos natalista, y seguramente formularíamos el pro­
blema como sigue: «¿Cómo asegurarse de que las mujeres que
quieren tener hijos no tengan que sacrificar su carrera profesional
para tenerlos? Desde el momento en que un nacimiento supone
previamente, para la mayoría de las mujeres, unas condiciones de
trabajo seguras y estables, el paro elevado y la precariedad laboral
se convierten en importantes obstáculos para la maternidad. Está
sólidamente establecido que la fecundidad se ve perjudicada por
el trabajo temporal o el paro de las mujeres. A la inversa, el hecho
de trabajar en el sector público comporta una fecundidad más
elevada.15 Analizado los datos proporcionados por el panel de las
familias europeas, he descubierto que las mujeres que tienen con­
tratos de trabajo estables poseen el doble de posibilidades de traer
un hijo al mundo que aquellas que tienen contratos temporales.
Los empleos públicos garantizan por regla general una mayor
seguridad y permiten además más flexibilidad; es por eso que la
investigación atestigua una fecundidad sustancialmente superior
entre las mujeres empleadas por el Estado. Esto funciona igual­

14. Este matrimonio sueco, en que el marido fue Premio Nobel de Econo­
mía y la mujer Premio Nobel de la Paz, estuvo entre los grandes pensadores y
actores del modelo sueco de Estado del bienestar.
15. G. Esping-Andersen, «A child-centred social investment strategy», art.
citado.
FAMILIA Y REVOLUCIÓN DEL PAPEL DE LA MUJER 33

mente en sentido contrario: las mujeres eligen empleos públicos


porque ven en ellos la forma de minimizar la incertidumbre y
maximizar la conciliación, aunque ello deba implicar un sacrificio
salarial.
En definitiva, el éxito del cónyuge en su función de sostén de
la familia tiene un papel menos esencial que antes en las decisio­
nes relativas a la fecundidad, lo que no quiere decir tampoco que
los hombres ya no tengan nada que ver. Los investigadores han
realizado recientemente un sorprendente descubrimiento: la con­
tribución de los hombres a las tareas domésticas, en particular las
vinculadas al cuidado de los hijos, es ahora decisiva, y las mujeres
hacen depender los nacimientos de la posibilidad de poder contar
con el marido para ayudar a reducir los costes de la maternidad.16
La capacidad de la madre para convencer al padre para que la
releve depende en gran parte de su posición en la negociación en
el seno de la pareja. La posición de fuerza de la que se benefician
comparativamente las mujeres escandinavas favorece una mayor
igualdad de sexos en el reparto de las tareas domésticas, a dife­
rencia de lo que sucede en la Europa del Sur, incluso en el seno
de familias en las que la madre debería estar en buena posición
para negociar.17 Quizá se trata simplemente del funcionamiento
de las normas tradicionales en materia de relaciones entre los
sexos, que hace imposible un reparto más equitativo. En este
caso, las mujeres que siguen una carrera profesional tienen poco
margen de elección desde el punto de vista de la vida de pareja y
de la maternidad: esas mujeres se ven obligadas o bien a aceptar
que su trayectoria profesional se vea seriamente penalizada, o
bien a renunciar al mismo tiempo al matrimonio y a los hijos.1®

16. L. P. Cooke, «The gendered división of labor and family outcomes in


Germany», Journal of Marriage and the Family, 66, 2004, pp. 1246-1259; G. Es-
ping-Andersen, M. Guell, S. Brodmann, «When mothers work and fathers care.
Second births in Denmark and Spain», DEMOSOC Working Paper, 5, 2007.
17. B. Álvarez, D. Miles, «Gender effect on household work allocation: evi-
dence from Spanish two-eamer couples», Journal o f Population Economics,
16(2), 2003, pp. 227-242.
18. Catherine Hakim (op. cit.) hace esta misma observación cuando com­
para mujeres británicas y españolas.
34 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

Considerado todo esto, parece ser que la fundación de una


familia en las sociedades desarrolladas obedece actualmente a un
conjunto de reglas cualitativamente nuevas. Las mujeres ganan
terreno en materia de control de los recursos económicos y de
capacidad para ejercer su autonomía. Da testimonio de ello un
estudio comparativo entre Dinamarca y Francia. Casi todas las
parejas danesas de menos de 55 años (el 83 %) están calcadas so­
bre la nueva norma: ambos cónyuges trabajan, ambos tienen una
carrera profesional. Y la danesa media contribuye en un 43 % a
los ingresos totales de la familia. En Francia, donde la revolución
femenina está mucho menos avanzada, sólo hay un 59 % de las
parejas en las que hombre y mujer se ganen la vida y la aporta­
ción de los ingresos de la mujer media es muy inferior (30-35 %).
Ello debería comportar unas diferencias notables en el poder de
negociación de la mujer en el seno de la familia. Existiría la ten­
tación de concluir que las mujeres dudan cada vez más en ser
madres si las normas tradicionales en materia de relación entre
los sexos continúan dominando la familia. En esta hipótesis, las
políticas que tengan como objetivo reducir el déficit de nacimien­
tos deberán también reforzar el poder de negociación de la mujer
en el seno de la familia. Es interesante señalar que en este punto
los subsidios familiares pueden resultar eficaces. Las investigacio­
nes muestran, en efecto, que la posición de las mujeres en la ne­
gociación se ve sensiblemente reforzada cuando las transferencias
a las familias se realizan a su nombre y en su propia cuenta ban­
cada.19
Una política estándar de «ayuda a las madres» tendría que
incluir un régimen impositivo neutro e individualizado, un permi­
so de maternidad o paternidad con empleo asegurado y ayudas
que permitiesen pagar el cuidado de los hijos. El régimen impo­
sitivo común penaliza los ingresos marginales de las mujeres y
resulta discriminatorio. El acceso a un sistema de guarderías de
calidad y asequible es la condición sine qua non de un equilibrio
futuro viable.

19. S. Lundberg, R. Pollak, T. Wales, «Do husbands and wives pool their
resources?», Journal of Human Resources, 32, 1997, pp. 463-480.
FAMILIA Y REVOLUCIÓN DEL PAPEL DE LA MUJER 35

Es importante comprender que los costes que representa el


cuidado de los hijos equivalen a un impuesto regresivo sobre la
oferta de trabajo de las madres. Los servicios de calidad de cuida­
do de los niños están socialmente sesgados en la medida en que,
cuando son privados, resultan demasiado caros para muchas fa­
milias: las madres con escasos ingresos se ven en particular obli­
gadas a sacrificar el empleo remunerado, cuando son precisamen­
te sus ganancias las que resultan esenciales para el bienestar de
la familia. La solución familiarista tradicional —los abuelos— es
cada vez más irrealista: también ellos tienen cada vez mayor ten­
dencia a trabajar. Los nuevos datos de la encuesta SHARE pro­
porcionados por la Unión Europea permiten hoy apreciar de ma­
nera relativamente satisfactoria que el papel de los abuelos en el
cuidado de los niños es significativa en todas partes. La mitad de
los abuelos franceses declara ver regularmente a sus nietos. Pero
hay algo más sorprendente: la frecuencia con la que los abuelos
se ocupan de sus nietos es inversamente proporcional a la intensi­
dad de dicho cuidado. En Dinamarca, donde la mayoría de las
abuelas trabaja, la frecuencia es excepcionalmente elevada (60 %),
pero la intensidad es baja (7 horas por semana de medía). Italia
representa el extremo opuesto, con una frecuencia baja (40 %),
pero una duración que se acerca a una jornada laboral normal
(28 horas por semana). En Francia, el tiempo que el abuelo medio
dedica a ocuparse de un nieto — 14 horas por semana, es decir, el
doble que los daneses—20 es el resultado de la falta de plazas en
guardería (y de la ausencia de escuela los miércoles). Parece ser
que los abuelos se ocupan de peor grado de sus nietos cuando se
ven ante la perspectiva de unos cuidados demasiado absorbentes.
La misma lógica parece aplicarse a los padres: parecen dedicar
más horas a sus hijos en las familias en las que éstos son cuida­
dos por otros durante el día.
Aunque el familiarismo no haya desaparecido, todas las eva­
luaciones realistas nos muestran que su eficacia para conciliar
vida laboral y familiar declinará cuando, en el curso de los años
a venir, la revolución femenina casi se haya completado en el res­

20. Agradezco a Mario Albertini el haberme proporcionado estas cifras.


36 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

to de Europa. Esto quiere decir que debemos encontrar un mode­


lo capaz de asegurar un cuidado de los niños universal y de gran
calidad. En Francia, como en la mayoría de los países europeos,
las escuelas de enseñanza infantil (maternales) garantizan ya un
acceso universal a los niños de 3 a 6 años. El gran reto está ahora
en la atención a los menores de 3 años.
El establecimiento de una cobertura universal no resulta one­
roso. Suecia ofrece lo que sin duda constituye el dispositivo más
generoso, con una financiación pública que cubre el 85 % del
coste total; Dinamarca, un poco menos generosa (66 % del coste
total), es manifiestamente capaz de proporcionar una cobertura
universal, en parte porque el servicio es gratuito para los padres
con ingresos bajos. El coste total para las finanzas públicas se
eleva a un poco menos del 2 % del PIB, teniendo en cuenta que
esa cifra engloba a todos los niños de 0 a 6 años. El coste del
cuidado diario de los menores de 3 años representa aproximada­
mente la mitad.
Si nuestro objetivo es asegurar una conciliación máxima, la
política danesa será sin duda el mejor modelo, teniendo en cuen­
ta las dos caras del problema de la conciliación. Por un lado, ga­
rantiza de forma manifiesta a todas las madres con hijos peque­
ños la posibilidad de continuar trabajando: su tasa de empleo es
del 78 % (frente al 63 % en Francia). Las investigaciones han de­
mostrado asimismo que la sanción en términos de ingresos, a es­
cala de una vida, es relativamente marginal, cosa que se debe
principalmente al hecho de que casi todas las madres vuelven al
trabajo tras su baja por maternidad. Por otra parte, el recurso a
los servicios de guardería de los niños es universal. Las estimacio­
nes oficiales más recientes reflejan un índice de cobertura del 85 %
entre los niños de 1 y 2 años.
La madre danesa tipo recurre a la baja por maternidad duran­
te el primer año del hijo y luego vuelve al trabajo, con jornada
reducida durante un tiempo y después a jornada completa. Desde
el punto de vista económico, esta política presenta una relación
coste-eficacia del todo inhabitual. Su lógica reside en una dinámi­
ca a largo plazo. Conocemos la importancia de la pérdida de in­
gresos que suponen, a escala de una vida, unas interrupciones
FAMILIA Y REVOLUCIÓN DEL PAPEL DE LA MUJER 37

largas del ejercicio profesional a causa del nacimiento de los hi­


jos. A grandes rasgos, una madre que deja de trabajar durante cin­
co años para ocuparse de sus hijos ganará en el curso de su vida
un 40 % menos que si no se hubiese detenido. Cosa que, natural­
mente, implica también que el Estado percibirá durante el mismo
período menos impuestos. A partir de los cálculos referidos al
caso danés, estimo que las mujeres que se benefician de un siste­
ma de cuidado subvencionado acaban, a largo plazo, por rembol­
sar (¡con intereses!) la subvención inicial gracias al incremento de
sus ganancias a escala de una vida y a los impuestos que se deri­
van. Así, si el gasto público inicial se eleva a 72.850 euros, el im­
puesto sobre la renta suplementario percibido por los poderes
públicos se evalúa en 110.000 euros, y el reembolso sobre la in­
versión del Ministerio de Hacienda será del 43 % (cuadro 1).
Pero el hecho de financiar un servicio público de cuidado de los
niños pequeños produce unos beneficios mucho más elevados si,
tal como mostraré en la segunda lección, se lo considera también
como una inversión eficaz en las capacidades de aprendizaje de los
niños. Dos argumentos principales defienden que el Estado del bie­
nestar prevalezca sobre el mercado. En la medida en que los servi­
cios de pago de cuidado de niños constituyen un impuesto regresi­
vo sobre el empleo de las mujeres, la financiación pública es de
forma manifiesta un prerrequisito de la equidad y la justicia. Y, en
el caso de que estos servicios de pago sean accesibles a la mayoría
de las familias, presentarán inevitablemente, como en Estados Uni­
dos, grandes diferencias cualitativas, cosa que significa que la desi­
gualdad de poder adquisitivo de las familias se traducirá en una
calidad desigual de los cuidados a los niños, cosa que comporta a
su vez diferencias de desarrollo entre niños.

Apoyar la ocupación de la mujer a lo largo de su vida

Allí donde prevalece la solución familiar, la necesidad de cui­


dados amenaza con convertirse en una pesada carga para las mu­
jeres que llegan a la edad madura. La probabilidad de tener pa­
dres ancianos dependientes aumenta rápidamente después de los
38 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

Cuadro 1. Contabilidad dinámica de los costes e ingresos sobre la


inversión resultante de modos de cuidado fuera de la familia

Hipótesis
— Una mujer de 30-35 años tiene dos hijos.
— N o deja de trabajar (excepto un permiso de maternidad de un año).
— Su salario representa el 67 % del salario medio.
— Sigue trabajando hasta los 60 años.

Euros

Coste para las finanzas públicas


Dos años de guardería (x 2) 24.000
Tres años de educación infantil (x 2) 48.850

T otal 72.850

Ganancias para la madre


a) Cinco años de salario pleno 114.300
b) Ganancia salarial debida a la ausencia de interrupción
(a escala de una vida) 200.100

T otal 314.000

Ganancias para las finanzas públicas


Ingreso suplementario resultante de (a) 40.000
Ingreso suplementario resultante de (b) 70.000

T otal 110.000

Reembolso neto sobre la inversión inicial para


las finanzas públicas (110-000 - 72.850) 37.150

50 años. Cuando los cuidados deben ser intensos, obligan a poner


fin prematuramente a la carrera profesional. Además, la posibili­
dad misma del cuidado de una generación por parte de la siguien­
te se degrada. Quienes envejezcan en el transcurso de las próxi­
mas décadas tendrán muchos menos hijos que sus predecesores,
lo que significa que la reserva potencial de miembros de la familia
susceptibles de ocuparse de ellos se reducirá. Simultáneamente,
la población de personas mayores de riesgo aumentará muy rápi­
FAMILIA Y REVOLUCIÓN DEL PAPEL DE LA MUJER 39

damente. Y tenemos que partir del principio de que la gran ma­


yoría de las mujeres que llegarán a los 50 años en el transcurso
de las próximas décadas tendrán una clara preferencia por su ca­
rrera profesional. Es raro que las mujeres que hoy tienen 55 años
se beneficiasen en su momento de un grado de instrucción eleva­
do, pero ésta será la norma para las mujeres en 2020. Así, actual­
mente, sólo el 29 % de las francesas de 60 años tienen estudios
secundarios; esta tasa se elevará hasta casi el 60 % para las muje­
res que tengan 60 años en 2020. Finalmente, las necesidades se
transforman con la longevidad, y se hacen mucho más intensas:
cuidar de una persona afectada por la enfermedad de Alzheimer
constituye un trabajo a plena dedicación.
Examinemos las tasas de actividad entre las mujeres de edad
madura (55-64 años). En Suecia, el 65 % continúa trabajando,
frente a sólo el 25 % en Francia y todavía menos — 16 %— en
Italia. Naturalmente, estas diferencias no resultan únicamente de
la obligación de ocuparse de miembros de la familia, sino que
reflejan también unas tasas de empleo femenino globalmente ba­
jas a lo largo de toda la vida. La edad oficial de la jubilación tiene
también un papel. En cualquier caso, y de la misma manera —ya
lo hemos visto— que en el caso de los abuelos que se ocupan de
los nietos, el hecho de tener que ocuparse de un pariente anciano
se impone aproximadamente de manera idéntica en toda Europa.
Si las escandinavas parecen librarse con más frecuencia, la inten­
sidad es, una vez más, bastante modesta: un(a) danés(a) le dedica
de promedio dos horas y media por semana. La intensidad es
mucho más elevada en Francia (9 horas por semana) y equivale
de hecho a un trabajo a jornada completa en Italia (29 horas por
semana).21 En Escandinavia, ninguna mujer, o casi ninguna, se ve
obligada a acortar su vida profesional para ocuparse de un pa­
riente; en Europa del Sur, esto es y sigue siendo la norma. Dejar
de trabajar a los 50 años implica renunciar a una parte esencial
de los ingresos a escala de una vida y reduce probablemente los

21. El porcentaje de mujeres de edad madura que se ocupan de los demás


a plena dedicación es de casi un 10 % en España, del 2 % en los Países Bajos y
casi nulo (0,6 %) en Dinamarca (estimaciones según la ola de encuestas 2001 del
observatorio europeo de los hogares).
40 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

derechos de cara a la pensión. Para una sociedad esto implica


renunciar a ingresos fiscales.
La búsqueda de servicios de cuidados en el exterior de la fa­
milia conocerá inevitablemente un aumento brutal. Una demanda
que no puede ser satisfecha por el mercado, ya sea bajo la forma
de cuidados en un centro especializado o a domicilio, por la sen­
cilla razón de que estos dos tipos de servicios resultan demasiado
caros para la mayoría de las familias. El coste de estancia en una
residencia llega fácilmente al equivalente del sueldo femenino
medio. La política danesa ofrece, una vez más, un modelo ideal,
ya que la oferta de cuidados debe corresponderse (por ley) a la
demanda. La cobertura total de las necesidades a través de la ayu­
da a domicilio y de las residencias cuesta aproximadamente el 3 %
del PIB (la ayuda a domicilio está completamente financiada por
los poderes públicos, mientras que aproximadamente la quinta
parte del coste de la residencia se cubre por la aportación del
paciente). El modelo da preferencia a la ayuda a domicilio y trata
de reducir al mínimo el recurso a las residencias, no sólo porque
la primera solución es la preferida por las personas ancianas, sino
también porque presenta una mejor relación coste-eficacia. Aun­
que las visitas sean diarias, el coste por cliente de la ayuda a do­
micilio representa menos de un tercio del de un alojamiento en
residencia. Por otro lado, en caso de escasez de residencias, las
familias recurrirán a la hospitalización, que es por lo menos el
doble de cara que éstas.
En la medida en que basta tener necesidad de estos servicios
para poder aspirar a ellos, el modelo es equitativo en lo que se
refiere al acceso. Pero no olvidemos que la necesidad va ligada a
la posición social; la financiación, pues, debería ser progresiva. El
sistema danés está financiado por los ingresos fiscales generales,
cosa que garantiza naturalmente un mínimo de equidad, que se
vería mejorada si la parte financiada por los clientes fuese tam­
bién objeto de una retención progresiva. Un seguro de dependen­
cia al estilo alemán es necesariamente no equitativo, a causa al
mismo tiempo del tope de ingresos sometidos a contribución y de
unos baremos fiscales esencialmente proporcionales (y no progre­
sivos). En cuanto al sistema anglosajón —servicios gratuitos para
FAMILIA Y REVOLUCIÓN DEL PAPEL DE LA MUJER 41

los pobres, condicionados por los recursos, a los que se añaden


servicios de pago (subvencionados por impuesto) para los de­
más— , garantizará quizá una cierta equidad a los ciudadanos con
ingresos muy bajos, pero al coste de desigualdades mayores y de
diferencias de cuidados para el resto de la población.
¿Un planteamiento al estilo danés es tan eficaz como equitati­
vo? Sí, en la medida en que absorbe el conjunto del mercado de
la dependencia, pero el coste que conlleva haría retroceder a mu­
chos. Sin embargo, si nuestro objetivo es satisfacer la demanda,
la solución de pago no tiene muchas posibilidades de suponer un
ahorro, por el simple hecho de que los beneficios a generar y de
los elevados costes de transacción. Y para la mayoría de los ciu­
dadanos esos servicios siguen siendo inaccesibles sin subvencio­
nes públicas. Para mejor evaluar los costes, los podemos compa­
rar con los ingresos suplementarios que proporciona al Gobierno
un aumento del empleo de las mujeres de edad madura. Si éstas
siguen trabajando diez años más que la norma actual, los ingre­
sos de la familia experimentarán un aumento sustancial, cosa que
hará disminuir la pobreza, y por tanto la necesidad de asistencia
social, y mejorará los ingresos fiscales del Estado.
A título ilustrativo, pongamos como hipótesis que la tasa de
empleo de las francesas de edad madura se doblase para alcanzar
los niveles escandinavos si Francia adoptase el modelo danés en
materia de asistencia a las personas. Esto querría decir que un
35 % más de francesas, de edades comprendidas entre 50 y 55
años, se ganarían la vida durante diez años suplementarios. Inclu­
so si todas ellas trabajasen a tiempo parcial, la suma de sus con­
tribuciones al impuesto compensaría probablemente en gran
parte el conjunto de lo que cuestan al Estado los cuidados a las
personas ancianas. No olvidemos que la pobreza de las personas
ancianas es particularmente acentuada entre las viudas, sobre
todo porque el importe de sus pensiones, cuando las tienen, es
tradicionalmente muy bajo. Animando a las mujeres a tener una
vida profesional más larga, dispondremos de un antídoto eficaz
contra la pobreza de las personas ancianas.
40 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

derechos de cara a la pensión. Para una sociedad esto implica


renunciar a ingresos fiscales.
La búsqueda de servicios de cuidados en el exterior de la fa­
milia conocerá inevitablemente un aumento brutal. Una demanda
que no puede ser satisfecha por el mercado, ya sea bajo la forma
de cuidados en un centro especializado o a domicilio, por la sen­
cilla razón de que estos dos tipos de servicios resultan demasiado
caros para la mayoría de las familias. El coste de estancia en una
residencia llega fácilmente al equivalente del sueldo femenino
medio. La política danesa ofrece, una vez más, un modelo ideal,
ya que la oferta de cuidados debe corresponderse (por ley) a la
demanda. La cobertura total de las necesidades a través de la ayu­
da a domicilio y de las residencias cuesta aproximadamente el 3 %
del PIB (la ayuda a domicilio está completamente financiada por
los poderes públicos, mientras que aproximadamente la quinta
parte del coste de la residencia se cubre por la aportación del
paciente). El modelo da preferencia a la ayuda a domicilio y trata
de reducir al mínimo el recurso a las residencias, no sólo porque
la primera solución es la preferida por las personas ancianas, sino
también porque presenta una mejor relación coste-eficacia. Aun­
que las visitas sean diarias, el coste por cliente de la ayuda a do­
micilio representa menos de un tercio del de un alojamiento en
residencia. Por otro lado, en caso de escasez de residencias, las
familias recurrirán a la hospitalización, que es por lo menos el
doble de cara que éstas.
En la medida en que basta tener necesidad de estos servicios
para poder aspirar a ellos, el modelo es equitativo en lo que se
refiere al acceso. Pero no olvidemos que la necesidad va ligada a
la posición social; la financiación, pues, debería ser progresiva. El
sistema danés está financiado por los ingresos fiscales generales,
cosa que garantiza naturalmente un mínimo de equidad, que se
vería mejorada si la parte financiada por los clientes fuese tam­
bién objeto de una retención progresiva. Un seguro de dependen­
cia al estilo alemán es necesariamente no equitativo, a causa al
mismo tiempo del tope de ingresos sometidos a contribución y de
unos haremos fiscales esencialmente proporcionales (y no progre­
sivos). En cuanto al sistema anglosajón —servicios gratuitos para
FAMILIA Y REVOLUCIÓN DEL PAPEL DE LA MUJER 41

los pobres, condicionados por los recursos, a los que se añaden


servicios de pago (subvencionados por impuesto) para los de­
más— , garantizará quizá una cierta equidad a los ciudadanos con
ingresos muy bajos, pero al coste de desigualdades mayores y de
diferencias de cuidados para el resto de la población.
¿Un planteamiento al estilo danés es tan eficaz como equitati­
vo? Sí, en la medida en que absorbe el conjunto del mercado de
la dependencia, pero el coste que conlleva haría retroceder a mu­
chos. Sin embargo, si nuestro objetivo es satisfacer la demanda,
la solución de pago no tiene muchas posibilidades de suponer un
ahorro, por el simple hecho de que los beneficios a generar y de
los elevados costes de transacción. Y para la mayoría de los ciu­
dadanos esos servicios siguen siendo inaccesibles sin subvencio­
nes públicas. Para mejor evaluar los costes, los podemos compa­
rar con los ingresos suplementarios que proporciona al Gobierno
un aumento del empleo de las mujeres de edad madura. Si éstas
siguen trabajando diez años más que la norma actual, los ingre­
sos de la familia experimentarán un aumento sustancial, cosa que
hará disminuir la pobreza, y por tanto la necesidad de asistencia
social, y mejorará los ingresos fiscales del Estado.
A título ilustrativo, pongamos como hipótesis que la tasa de
empleo de las francesas de edad madura se doblase para alcanzar
los niveles escandinavos si Francia adoptase el modelo danés en
materia de asistencia a las personas. Esto querría decir que un
35 °/o más de francesas, de edades comprendidas entre 50 y 55
años, se ganarían la vida durante diez años suplementarios. Inclu­
so si todas ellas trabajasen a tiempo parcial, la suma de sus con­
tribuciones al impuesto compensaría probablemente en gran
parte el conjunto de lo que cuestan al Estado los cuidados a las
personas ancianas. No olvidemos que la pobreza de las personas
ancianas es particularmente acentuada entre las viudas, sobre
todo porque el importe de sus pensiones, cuando las tienen, es
tradicionalmente muy bajo. Animando a las mujeres a tener una
vida profesional más larga, dispondremos de un antídoto eficaz
contra la pobreza de las personas ancianas.
42 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

¿Feminizar la trayectoria vital masculina?

Si la revolución femenina está inacabada, es también porque


la adquisición por parte de las mujeres de un comportamiento
más «masculino» en su trayectoria vital no ha encontrado equi­
valente en términos de «feminización» del de los hombres. Su­
poniendo que los padres dejen de trabajar en el momento del
nacimiento de los hijos, esta interrupción es poco más que sim­
bólica (de una duración análoga a la de una baja por enferme­
dad debida a una gripe). Suecia y Noruega ofrecen la única ex­
cepción auténtica: las políticas en vigor promueven activamente
que los padres se tomen sus «meses de papá», un permiso de
paternidad prolongado. En el transcurso de su vida profesional,
los hombres han cambiado muy poco de comportamiento res­
pecto al trabajo, con la única excepción notable del adelanto en
la edad de jubilación.
Si nos fijamos en su utilización del tiempo, veremos aparecer
cambios más significativos. Las encuestas sobre el tema nos mues­
tran que la contribución de los hombres al trabajo doméstico no
retribuido ha dado un salto adelante en el transcurso de las últi­
mas décadas, salto espectacular en dos tipos de actividades: las
actividades ordinarias (la limpieza, por ejemplo) y las actividades
relativas a los hijos (la contribución de los padres se ha doblado
desde los años ochenta del siglo pasado en países tan distintos
como Dinamarca, Francia y Estados Unidos). La división del tra­
bajo entre cónyuges (producción remunerada para el uno, trabajo
doméstico para la otra) se vuelve más equilibrada, con las muje­
res trabajando y los hombres dedicando más horas a las tareas
domésticas.
La tendencia es significativa, pero no de una amplitud revolu­
cionaria. En primer lugar, la diferencia entre sexos en materia de
actividad doméstica sigue siendo importante. Incluso cuando las
mujeres tienen un empleo, su tiempo de trabajo es menor, y el
aumento del trabajo de los hombres en casa sólo hace disminuir
muy modestamente la carga de trabajo doméstico de las mujeres.
Así, los franceses dedican de media 4 horas diarias a su trabajo,
contra 2,3 horas para las francesas. En lo referente al trabajo do­
FAMILIA Y REVOLUCIÓN DEL PAPEL DE LA MUJER 43

méstico, el cuadro es exactamente opuesto: 2,2 horas para los


hombres, 4,3 horas para las mujeres.22
Todavía más importante: el aumento de la contribución de los
hombres está fuertemente marcado de manera social, ya que se
refiere a los hombres con más titulación y a las familias en que la
mujer se halla en posición de fuerza para negociar. No sólo hay
un abismo que separa la manera en que los hombres más y me­
nos cualificados se ocupan de sus hijos, sino que este abismo se
está haciendo cada vez mayor. La feminización de la trayectoria
vital de los hombres afecta principalmente a la cúspide de la pi­
rámide social.
La simetría entre los sexos tiene un papel cada vez más impor­
tante en el comportamiento social. Lo hemos dicho anteriormen­
te: está demostrado que la posibilidad de contar con la participa­
ción del compañero es un factor decisivo de fecundidad entre las
mujeres que trabajan. Está asimismo demostrado que la contri­
bución del marido a las tareas domésticas hace disminuir el ries­
go de separación y de divorcio.23 Esto podría explicar por qué el
riesgo de divorcio se concentra cada vez más en las capas sociales
inferiores. Y si las desigualdades sociales en materia de estimula­
ción de los hijos se intensifican —cosa que veremos en la siguien­
te lección— es en gran parte porque los hombres más cualificados
dedican más tiempo a sus hijos que los menos cualificados. El
hecho de que los segundos parezcan tan reticentes a ver abolida
la división del trabajo entre los sexos consolida la dimensión dual,
o polarizada, de la revolución femenina.
La homogamia marital (el hecho de casarse en el seno de un
mismo medio social) constituye un factor de mayor simetría entre
los sexos. Cuando los cónyuges tienen el mismo nivel de formación
u otras características en común, hay más posibilidades de que
tengan las mismas preferencias; las ventajas de una división de
papeles son entonces igualmente reducidas. Sabemos que la selec­
ción marital es particularmente pronunciada en la parte más alta

22. Calculado a partir de los últimos datos Eurostat (europa.eu.int/comm./


eurostat/statistics in focus).
23. L. P. Cooke, «The gendered división of labor and family outcomes in
Germany», Journal o f Marriage and the Family, 66, 2004, pp. 1246-1259.
44 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

y en la más baja de la pirámide social. Pero las cifras sugieren que


tan sólo en la cúspide favorece la igualdad de sexos.24 Segundo
factor: la posición de las mujeres en la negociación en el seno del
hogar. Su fuerza de negociación emana principalmente de su grado
de independencia económica, que depende a su vez de su capaci­
dad de ingresos. Pero el problema es que ésta es muy limitada en­
tre las menos cualificadas. Desde este punto de vista, nos vemos
confrontados a un nudo gordiano fundamental, que solamente es
posible cortar de forma eficaz prolongando la revolución femenina
hacia abajo.
Las aspiraciones de las mujeres a ser económicamente autó­
nomas y a tener hijos producen beneficios privados, pero también
un valor colectivo sustancial, razón suplementaria para recurrir a
políticas públicas. El papel del Estado del bienestar en materia de
bajas de maternidad y paternidad, de cuidado de niños y de aten­
ciones a las personas ancianas es simple: la cuestión es esencial­
mente la de los costes y de los beneficios que están asociados.
Pero si las desigualdades entre familias suponen un serio obstáculo
para llegar a un mejor equilibrio, ¿qué puede hacer el Estado del
bienestar? Al fin y al cabo, se trata de un problema estrechamen­
te ligado a la intimidad familiar.
En Europa no faltan declaraciones simbólicas y llamamientos
ideológicos, pero no hay muchas posibilidades de que de esta ma­
nera se vayan a cambiar las cosas. Son las incitaciones y las limi­
taciones las que tienen un papel clave; es por ello que necesitamos
identificarlas.
Las limitaciones pueden residir en primer lugar en la negativa
de los individuos a romper con las normas tradicionales en mate­
ria de relación entre los sexos. Pero esto no explica realmente
nada, ya que sabemos que un número cada vez más elevado de
parejas están unidas por una relación de mayor igualdad entre los
sexos. Se trata principalmente de los hogares en que tanto el hom­
bre como la mujer tienen un nivel de cualificación elevado y tra­

24. J. Bonke, G. Esping-Andersen, «Parental Investments in Children: Ho


Educational Homogamy and Bargaining Affect Time Allocation», Demosoc,
Working Paper, 13, 2007.
FAMILIA Y REVOLUCIÓN DEL PAPEL DE LA MUJER 45

bajan ambos, y en que la esposa se beneficia de una autonomía


económica importante. Si éste es el caso, decidir que la ayuda
aportada por el Estado a las familias debe ser pagada a la esposa
e ingresada en su cuenta bancaria podría ser uno de los elemen­
tos de una estrategia eficaz. Segundo factor esencial que obstacu­
liza el trabajo de las mujeres que tienen un bajo nivel de cualifi-
cación: la diferencia salarial entre ambos sexos, mucho más
elevada, en numerosos países, entre los menos cualificados que
entre quienes lo están más. La elevada tasa de empleo de que se
benefician en Escandinavia las mujeres poco cualificadas está in­
dudablemente ligada a una diferencia salarial muy modesta si se
compara a escala internacional. La solución consistente en au­
mentar los salarios de estas mujeres poco cualificadas, por ejem­
plo elevando el salario mínimo, podría llegar a provocar un au­
mento del paro. Si las nórdicas poco cualificadas encuentran
trabajo pese a unos salarios relativamente elevados, es principal­
mente porque el Estado del bienestar ha creado en su seno un
enorme mercado de trabajo femenino, consecuencia de una ofer­
ta pública de servicios muy rica.
Pero, como ya hemos dicho, para bailar el tango hacen falta
dos: es en el lado masculino de la ecuación donde podemos en­
contrar los principales obstáculos. ¿Qué podría impulsar a los
hombres a «feminizar» su comportamiento en su trayectoria vi­
tal? Recordemos que el coste potencial de las interrupciones de
carrera profesional o del aumento del tiempo dedicado a la tareas
domésticas es marginalmente más elevado para los hombres que
para las mujeres, ya que los hombres suelen beneficiarse de ga­
nancias más elevadas, sean cuales sean los niveles de formación
y de competencia. Pero esto se explica ante todo por una discri­
minación estadística: como los empresarios esperan que la mujer
interrumpirá su carrera, compensan este riesgo pagando a las
mujeres menos que a los hombres. Si el riesgo pudiese ser neutra­
lizado por los dos sexos, tendríamos motivos para esperar una
mayor convergencia entre los salarios. De hecho, la diferencia de
salario entre los sexos es más reducida en los países nórdicos
para todos los niveles de competencia, muy probablemente por­
que el comportamiento de las mujeres en el mercado de trabajo
46 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

está excepcionalmente «masculinizado». Y ya volvemos a encon­


trarnos ante el nudo gordiano fundamental, ahora bajo una nueva
forma.
Una estrategia habitual estos últimos años ha consistido en
animar a los padres a prolongar su permiso de paternidad. Esta
política generalmente ha fracasado. Pero podemos sacar alguna
enseñanza de los dos casos en que ha dado frutos: en Noruega y
en Suecia. Entre los años ochenta y los noventa, el porcentaje de
padres que optaban por el permiso de paternidad se dobló para
llegar a más del 40 %, y la duración del permiso medio aumentó.
Lo que permitió a estos países desmarcarse claramente de los de­
más fue la forma en que esta política se había concebido. En
primer lugar, el permiso no puede transferirse de un miembro de
la pareja al otro, cosa que significa que el permiso específico para
el padre se pierde si éste decide no recurrir a él. En segundo lu­
gar, el subsidio era del 80 % del salario habitual. Pero un examen
más atento de la situación permite descubrir que los permisos de
los padres, sobre todo los permisos de larga duración, correspon­
den esencialmente a empleados del sector público (en que el sub­
sidio se eleva al 100 % del salario).
Ésta es una lección importante. El carácter de penalización de
las interrupciones de la carrera es mínimo en los empleos que
corresponden con lo que podríamos llamar «economía blanda»,
pero éste no es el caso en la «economía dura», en que se ejercen
presiones sobre la competitividad. Así, la igualación de los sexos
a través de los permisos de paternidad podría ser más limitada de
lo que suele pensarse. Podría ser, en cambio, mucho más eficaz en
todas partes una estrategia de igualación de sexos a través de la
contribución de los hombres a las tareas domésticas y al cuidado
de los hijos. Recientes investigaciones nos han mostrado que exis­
ten tres medios de mover a los hombres a participar más. Una, ya
abordada, viene de la fuerza relativa de la negociación de la espo­
sa en el seno de la familia, que depende básicamente de su nivel
de ingresos. Otra se relaciona simplemente con el volumen reque­
rido de trabajo y de cuidados. Los datos de que disponemos sobre
relación entre generaciones nos aportan enseñanzas muy impor­
tantes: la probabilidad de aceptar ocuparse de un pariente es in-
FAMILIA Y REVOLUCIÓN DEL PAPEL DE LA MUJER 47

versámente proporcional a la intensidad del cuidado. Y cuando se


trata del tiempo que los padres dedican a sus hijos, vemos en ac­
ción la misma lógica: aumenta de forma significativa cuando los
niños son cuidados durante el día. Una política de atención uni­
versal a la primera infancia tendría, por lo tanto, que contribuir
ampliamente a introducir en la vida familiar más simetría entre
los sexos. El tercer factor está relacionado con la duración de la
jornada laboral estándar. En Europa, los países mediterráneos re­
presentan un caso extremo: en ellos, la jornada de trabajo normal
dura hasta las 8 o las 9 de la noche, cosa que impide de facto
cualquier contribución significativa del hombre, por más igualita-
rista que éste sea. Podría ser conveniente, pues, reformar los ho­
rarios de trabajo.
En el núcleo de la nueva política familiar encontramos esta
aparente paradoja: el bienestar de la familia en las sociedades con­
temporáneas presupone una «desfamiliarización» de ciertas tareas.
Esto no implica evidentemente una intrusión coercitiva en la vida
familiar. Se trata esencialmente de ofrecerle opciones realistas. Si
la ausencia de soluciones de cuidado de los niños abordables cons­
tituye un obstáculo importante para la fertilidad, un servicio públi­
co para la primera infancia debería permitir a los ciudadanos fun­
dar una familia que se correspondiese realmente con sus deseos.
Según una creencia muy extendida, la externalización de las res­
ponsabilidades familiares viene a comprometer la calidad de vida
de la familia y erosiona sus solidaridades. Todo muestra exacta­
mente lo contrario. Ya hemos visto cómo los lazos entre las distin­
tas generaciones de una misma familia parecen más fuertes y más
frecuentes cuando la obligación potencial de ocuparse de los pa­
dres está razonablemente limitada; lo mismo sucede en el caso del
grado en que los padres se ocupan de sus hijos.

¿Un nuevo reparto de papeles entre el Estado,


el mercado, las asociaciones?

¿Cuál debería ser, pues, el peso respectivo del mercado y del


Estado cuando sustituyen a la familia para generar protección?
48 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

Los contrarios a las privatizaciones, para quienes todo lo privado


es malo, se oponen regularmente a los que sostienen que todo lo
que es público es malo. Pero la verdad está en los detalles, no en
las generalizaciones ideológicas. El abanico de la privatización es
muy amplio, desde un régimen puramente comercial hasta la in­
troducción de principios casi comerciales en la financiación pú­
blica. Entre ambos se pueden encontrar las asociaciones sin áni­
mo de lucro, los proveedores privados regulados o subvencionados,
los sistemas públicos de bonos de compra, etc.
Primer punto sobre el que hay que insistir: en términos ma-
croeconómicos, los costes totales de la protección social no serán
probablemente muy diferentes sea cual sea la manera en que se
combinarán las aportaciones del mercado y del Estado. Dinamar­
ca y Estados Unidos, dos extremos opuestos en términos de gasto
social público, llegan pese a ello prácticamente al mismo resulta­
do desde el punto de vista de los gastos sociales totales netos
(véase más adelante para más detalles). Si el mercado es realmen­
te competitivo, se puede esperar una mejora cualitativa y, en cier­
tos casos, puede mostrarse que es posible limitar los costes a tra­
vés de la provisión privada de servicios. Los servicios de ayuda a
domicilio serán inevitablemente más caros si son asegurados por
agentes de la función pública que si son cubiertos por personal
contratado. Pero en muchas residencias y centros del sector pri­
vado, el coste por persona del servicio será normalmente superior
a su equivalente en el sector público. Esto se explica en parte por
la necesidad del sector privado de obtener beneficios, pero sobre
todo por el nivel elevado de los costes de transacción (dedicados
a hacer publicidad, o bien a las facturaciones). Incluso si los pro­
veedores de servicios sociales del sector privado son más caros,
esto no implica necesariamente que la financiación por parte de
los poderes públicos sea la única solución alternativa. Las asocia­
ciones de asistencia social católicas y protestantes representan
una parte esencial de la asistencia social disponible en ciertos
países. En Dinamarca, una tercera parte de los centros que se
ocupan de los niños están fundados y dirigidos por asociaciones
de padres, y, en Suecia, una escuela de cada diez es independien­
te. El auténtico problema que se nos plantea es más bien el de los
FAMILIA Y REVOLUCIÓN DEL PAPEL DE LA MUJER 49

efectos secundarios de tal o cual tipo de combinación sobre la


redistribución y sobre los componentes.
A menos de ser subvencionados (por ejemplo, a través de de­
ducciones de impuestos o mediante bonos públicos de compra),
los servicios sociales privados son generalmente demasiado caros
para la mitad menos rica de las familias. Lo mismo puede decirse
de los seguros de enfermedad y los planes de pensiones privados.
Los seguros de enfermedad en Estados Unidos nos ofrecen un
ejemplo trágico: hasta 45 millones de norteamericanos no están
en absoluto cubiertos. Es importante referir siempre a la equidad
toda potencial ganancia de eficacia. Por regla general, una ganan­
cia en eficacia se ve casi siempre compensada por un precio a
pagar en términos de equidad.
En cuanto a los efectos sobre los comportamientos, hay tres
categorías particularmente dignas de atención. En primer lugar,
los efectos de incitación —incitación, principalmente, al ahorro y
al trabajo— . Aunque sea difícil encontrar pruebas empíricas fia­
bles, es plausible que un sistema de protección social con una fi­
nanciación principalmente pública implique un nivel impositivo
susceptible de reducir las incitaciones al trabajo y al ahorro de las
familias. Al contrario, podemos esperar ver progresar el trabajo y
el ahorro cuando los ciudadanos deben financiar ellos mismos su
protección social. Pero sin estimación creíble de los efectos de
cada solución sobre el ahorro y sobre el trabajo, prestación por
prestación, no estamos de momento en condiciones de hacer una
elección razonada en uno u otro sentido.
Un segundo efecto se relaciona con los déficit y asimetrías de
información. La competencia puede favorecer mucho la calidad,
pero muchos ámbitos de la protección social suponen un cierto
grado de conocimientos que los individuos tienen pocas posibili­
dades de poseer. Muy pocos son capaces de escoger entre diferen­
tes tipos de trasplante cardíaco. Incluso el hecho de tener que
elegir entre diferentes escuelas puede plantear grandes dificulta­
des. Las asimetrías de información aparecen en el momento en
que el cliente es cautivo de los conocimientos de quien vende la
prestación. Además, la capacidad de los ciudadanos para infor­
marse está desigualmente repartida. Los que tengan más estudios
50 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

quizá no tendrán dificultades en un mercado competitivo, pero


los menos cualificados pueden verse en una seria desventaja. Los
débiles podrán serlo todavía más si la competitividad del mercado
lleva a prácticas de clasificación y exclusión de una parte de la
clientela. Un asegurador privado racional tendrá así tendencia a
evitar los clientes de riesgo.
El tercer tipo de efecto se refiere a las externalidades sociales.
El hecho de que una parte importante de la población no pudiese
pagarse los servicios de protección social podría tener repercusio­
nes nada despreciables sobre la sociedad. Pongamos por ejemplo
el acceso a las guarderías. Si los padres con un nivel de ingresos
bajo no pueden permitirse recurrir a servicios de calidad, reaccio­
narán quizá adoptando una solución peor para sus hijos («insta­
lándolos» frente al televisor, por ejemplo) o decidiendo que la ma­
dre deje de trabajar. La primera «solución» es innegablemente
perjudicial para los niños. La otra reduce el empleo agregado (y
los ingresos fiscales) y aumenta la pobreza de los niños (cosa que
reclamará transferencias de dinero público). Además, la inaccesi­
bilidad de los cuidados externos hará descender la fecundidad.
Considero esencial integrar en la forma en que elaboramos
nuestras cuentas públicas todos estos efectos sobre los comporta­
mientos y sobre la redistribución. Debemos asimismo replicar a
los defensores y a los adversarios de cada opción y proporcionar
una contabilidad social completa.
El argumento de más peso en favor de la privatización consis­
te en decir que acentúa la libertad de elección y la competencia,
que pueden, tanto la una como la otra, mejorar la calidad. Pero
la debilidad de esta posición viene del hecho de que se podrían
obtener beneficios idénticos aplicando principios «casi comercia­
les» en los servicios públicos (o regulados por los poderes públi­
cos). Un abanico de posibilidades más amplio es compatible con
unos objetivos igualitaristas si los prestadores de los servicios es­
tán sometidos a una regulación adecuada y si los consumidores
están correctamente informados. Las investigaciones empíricas
rebosan de casos de buena y de mala práctica de los que podría­
mos sacar numerosas lecciones. Si se autoriza a los proveedores
a seleccionar los riesgos o a decidir las tarifas como les parezca,
FAMILIA Y REVOLUCIÓN DEL PAPEL DE LA MUJER 51

hay muchas posibilidades de desembocar en una segregación en


materia de protección social. El problema fundamental es el esta­
blecimiento de un marco de regulación coherente y eficaz.

LA COMPATIBILIDAD DE LOS REGÍMENES DE PROTECCIÓN SOCIAL

Sea cual fuere la forma en que un país decide combinar lo


público y lo privado, una nueva política familiar eficaz exigirá un
incremento del gasto público. Según una estimación aproximati-
va basada en las cuentas sociales de los países escandinavos, unos
permisos de paternidad y maternidad óptimos y un sistema de
atención universal y de alta calidad para los niños y las personas
ancianas dependientes necesitan un gasto equivalente al 5 % del
PIB. Teniendo en cuenta las presiones que se ejercen hoy día so­
bre las finanzas públicas, especialmente a causa del envejecimien­
to de la población, semejante carga podría parecer prohibitiva.
Pero no olvidemos que la protección social comporta tres pilares
que cada uno representa una utilización, directa o indirecta, del
PIB. El hecho de no poder aumentar el gasto público no implica
necesariamente un descenso del gasto total, pues los ciudadanos
lo compensan comprando prestaciones de pago o recurriendo a la
ayuda familiar gratuita (que tiene, indirectamente, un valor mo­
netario).
El problema fundamental de nuestra contabilidad social es
que se limita de forma excesiva y miope a los gastos públicos. En
las comparaciones internacionales estándar, únicamente se nos
presenta el gasto social público bruto. Y se constata normalmente
que los países escandinavos y Francia gastan mucho (34 % del
PIB en Dinamarca, 33 % en Francia), aparentemente mucho más
que Estados Unidos (16 %) o la Gran Bretaña (25 %).25
Estas cifras están en lo esencial carentes de sentido, ya que no
tienen en cuenta el hecho de que muchas de las prestaciones so­
ciales están inmediatamente gravadas fiscalmente tanto en los Es­

25. Para los gastos, todas las cifras han sido proporcionadas por la OCDE
y se refieren al año 2001.
52 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

tados del bienestar en que los gastos sociales públicos son eleva­
dos como en los países nórdicos, donde la mayoría de los ingresos
surgidos de subvenciones públicas son declarables. No tienen en
cuenta los gastos fiscales ocultos consistentes en desgravaciones y
subvenciones fiscales que tienen por objetivo favorecer la protec­
ción social privada (desfiscalización de las aportaciones a los fon­
dos de pensiones, por ejemplo). El recurso a las deducciones o
exenciones fiscales es en efecto muy importante en los sistemas
de protección social que animan a recurrir al mercado. Si se tiene
en cuenta por un lado la imposición de las prestaciones sociales
y por el otro los gastos fiscales ocultos (exenciones y deducciones
de impuestos), se llega a un indicador mucho más realista del
gasto social público neto. Y la considerable distancia entre los
diferentes países se reduce: el gasto público neto de Dinamarca es
sólo del 26 % del PIB, y el de Francia del 29 %, mientras que el
de Estados Unidos se eleva al 17 %.
Pero estas cifras siguen sin tener demasiado sentido, ya que no
tienen en cuenta los gastos privados de protección social, que
pueden también ser muy elevados en los Estados poco generosos
en materia de protección social pública. El gasto social privado
(neto) es, como era de esperar, marginal en Escandinavia (sólo el
0,8 % en Dinamarca), así como en Francia (2,1 % del PIB), y con­
siderable en Estados Unidos (11 %) y en Gran Bretaña (4 %). En
el momento en que se tiene en cuenta el gasto privado, las dife­
rencias internacionales empiezan a parecer mínimas. El gasto so­
cial neto (público + privado) es entonces del 26 % en Dinamarca,
el 31 % en Francia y el 25 % en Estados Unidos. De hecho, según
este procedimiento contable, de todos los países de la OCDE,
Francia es el que más gasta. El cuadro 2 proporciona una visión
de conjunto.
Primera lección: gastos cuya amplitud parecía desmesurada,
como los de Dinamarca, resultan ser en realidad modestos. En otras
palabras, lo que cuenta no es tanto la carga global como: a) la pro­
cedencia del dinero, y b) los resultados en términos de protección
social para un nivel dado de gastos. En Dinamarca y en Suecia casi
todo el dinero viene del contribuyente; en Estados Unidos viene en
gran parte del consumidor. Al final, el danés medio y el americano
FAMILIA Y REVOLUCIÓN DEL PAPEL DE LA MUJER 53

C u a d r o 2. Gasto social aparente y gasto social real en porcentaje


del P IB (2001)

Dinamarca Francia Estados Unidos

Gasto social público bruto 34 33 16


Gasto social público neto 26 29 17
Gasto social privado neto 1 2 11
Gasto social total neto 26 31 25

F u ente .- W. Adema, M. Ladaique, Net Social Expenditure, 2005 Edition. Docu­


mento de trabajo de! ELSA (OCDE), 8 (2005: cuadro 6).

medio pagan más o menos lo mismo. Pero está claro que los otros
daneses y los otros americanos no recibirán lo mismo.
Porque no todos los ciudadanos son ciudadanos medios, y es
esto lo que da a la contabilidad global de los regímenes de protec­
ción social toda su pertinencia. Si el dinero debe venir en buena
parte del consumidor, el acceso a la protección social dependerá
de su capacidad adquisitiva. Una familia americana media puede,
en general, pagarse el seguro de enfermedad y los servicios de
asistencia a la persona, pero estas mismas prestaciones están fue­
ra del alcance de la mayoría de los hogares pertenecientes a la
mitad menos rica. Es por esto que 45 millones de norteamerica­
nos no tienen ningún seguro de enfermedad, y es también por
esto que la calidad de la asistencia a los niños y a las personas
ancianas en Estados Unidos es extraordinariamente variable. Por
citar un ejemplo análogo, a final de los años noventa, el gobierno
Blair empezó a desarrollar en proporciones considerables los ser­
vicios de guardería para los niños pequeños, y creó 600.000 pla­
zas suplementarias en pocos años. Su política se apoyaba en
guarderías privadas de vocación comercial, pero en la medida
en que las ayudas públicas eran muy modestas, el acceso de las fa­
milias a estos servicios fue difícil. Al final, casi la mitad de los
centros fueron cerrados «por falta de demanda».
Debe considerarse como una perspectiva realista el aumento
futuro del gasto en beneficio de los servicios a la familia. Es ne­
cesario hacer entender bien una cosa muy simple: a) si queremos
54 LOS TRES GRANDES RETOS DEL ESTADO DEL BIENESTAR

realmente alcanzar estos objetivos sociales, la carga financiera su­


plementaria es inevitable, independientemente de la manera como
se combine lo privado y lo público; b) si no accedemos rápida­
mente a este gasto suplementario, debemos esperar unas caren­
cias de protección social mayores.
La carga financiera suplementaria será inevitablemente varia­
ble según los países de la Unión Europea. En países como Dina­
marca o Suecia, una parte importante de las nuevas necesidades
ha sido ya financiada, pues el cuidado de los niños y de las perso­
nas ancianas dependientes es casi universal. Estos dos países de­
dican ya aproximadamente el 5 % de su PIB a estos dos aspectos.
Los gastos suplementarios que se impondrán en el transcurso de
las próximas décadas sólo servirán, pues, para adaptar el sistema
a la cantidad de población o a eventuales mejoras cualitativas. En
el extremo opuesto, países como Italia o España han de salvar un
retraso considerable. Entre los dos extremos, encontramos Fran­
cia, donde la necesidad de nuevos gastos será un poco más limi­
tada, pero seguirá siendo significativa a la vista de las graves in­
suficiencias de la financiación del cuidado de los niños y, todavía
más, de las personas ancianas dependientes.
En resumen, necesitamos contar con un sistema de contabili­
dad social consolidada que nos permita: a) identificar el gasto pú­
blico real (por oposición a una presentación engañosa), y b) estu­
diar la evolución del gasto privado y público, su combinación entre
mercados y gobiernos. Lo que cuenta es la utilización global de la
producción nacional, la parte real, neta y total del PIB destinada a
la protección social. Si este planteamiento resulta tan valioso es
porque permite una evaluación mucho mejor de la redistribución
organizada por los diferentes modelos sociales. La cuestión no es
si tendremos los medios para financiar más gasto social: tendremos
que hacerlo de todas formas. La auténtica cuestión consiste en pre­
guntarnos quiénes son los ganadores, quiénes son los perdedores y
cuáles serán los efectos sociales de tal o cual combinación entre
privado y público. Si pudiésemos asimismo desarrollar un sistema
fiable que permitiese cuantificar los costes implícitos de los servi­
cios a la familia, podríamos aspirar a un auténtico sistema de con­
tabilidad de los regímenes de protección social.
S e g u n d a l e c c ió n

HIJOS E IGUALDAD DE OPORTUNIDADES

Introducción

Una crítica clásica al Estado del bienestar consiste en repro­


charle el hecho de sacrificar la eficacia a la igualdad. Se dice que
las ventajas sociales que aporta erosionan la incitación al trabajo,
reducen nuestra tendencia al ahorro y hacen disminuir la produc­
tividad. Si es cierto que la protección social muerde la mano que
la alimenta, estamos sometidos a un cruel arbitraje.
Pero esta teoría del arbitraje reposa sobre una creencia más
que sobre pruebas sólidas. Las evaluaciones empíricas serias ge­
neralmente han fracasado a la hora de poner de manifiesto esos
graves déficit de eficiencia imputables al Estado del bienestar.1
Argumentos igualmente plausibles muestran, al contrario, su ca­
pacidad para reforzar la economía: unos ciudadanos sanos y cua­
lificados son más productivos y, si se sienten seguros, están más
inclinados a aceptar cambios rápidos. Además, el aspecto «igual­
dad» del arbitraje es en general un poco demasiado indetermina­
do. Para llegar a un nivel mínimo de claridad, debemos por lo
menos distinguir entre igualdad de resultados e igualdad de opor­
tunidades. Debemos asimismo reconocer que los vínculos entre

1. Véanse, por ejemplo, N. Bair, The Economics o f the Welfare State, Stan-
ford University Press, 1998, y A. Atkinson y G. Viby-Mogensen, Welfare and Work
Incentives, Clarendon Press, 1993.

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