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LAS 20 REGLAS DE S. S.

VAN DINE PARA ESCRIBIR UNA NOVELA POLICÍACA

S. S. Van Dine es el seudónimo (o sea el nombre falso o nombre de pluma) de Willard


Huntington Wright, un crítico de arte y escritor estadounidense que vivió entre 1888 y 1939. Es
el creador de un personaje muy famoso, el detective Philo Vance, que primero apareció en sus
libros durante los 1920s, para luego aparecer también en películas y en la radio. Entre 1910 y
1919 escribió varios libros que no eran de ficción y trabajó como editor de varias revistas, hasta
que cayó enfermo. Se dijo al público que por exceso de trabajo, pero en realidad era por adicción
a la cocaína. Permaneció confinado a su cama por dos años y, frustrado y aburrido, empezó a leer
vorazmente numerosos documentos sobre crímenes y trabajo detectivesco. Toda esa lectura
rindió frutos porque pocos años después, en 1926, publicó su primera novela policial, luego una
decena más, hasta inventar finalmente a su famoso personaje, Philo Vance, un detective que, al
igual que Van Dine, tenía un gusto diletante por la estética. Ganó mucho dinero pero se lamentó
para siempre de ya no ser considerado un escritor serio (porque la novela policial era un género
considerado comercial, de entretenimiento, pero no serio). A pesar de eso, fue y es respetado por
su vigor para construir el argumento de sus historias, así como por su amplio conocimiento de
novelas policiales. Sus 20 reglas para escribir novelas policíacas (título original: 20 rules for
writing detective stories) sigue siendo un modelo en base al cual se escriben muchas historias de
otros autores.

1) El lector debe tener igual oportunidad con el detective para resolver el misterio. Todas las
pistas deben ser claramente presentadas y descritas.

2) No se debe hacer ningún truco o engaño deliberado al lector, excepto por aquellos que el
criminal utiliza sobre el propio detective.

3) No debe haber ningún interés emocional en la historia. Introducir amor es desordenar una
experiencia puramente intelectual con sentimiento irrelevante. El asunto en cuestión es
llevar a un criminal a la justicia, no llevar a una pareja enferma de amor al altar
matrimonial.

4) El detective, u otro de los investigadores oficiales, nunca debe acabar siendo el culpable
(o criminal). Esto sería puro truco, falsas pretensiones.
5) El culpable debe ser determinado por deducciones lógicas, nunca por accidente,
coincidencia o confesión desmotivada. Resolver un problema criminal de esta forma sería
como enviar al lector a una cacería de gansos salvajes para luego decirle, cuando fracase,
que tú tenías lo que él buscaba en la mano todo el rato. Un autor que hace eso no es más
que un bromista.

6) La novela policial debe tener un detective; y un detective no es detective a menos que


detecte cosas. Su función es reunir pruebas que eventualmente conducirán hacia la
persona que hizo el trabajo sucio en el primer capítulo; y si el detective no saca sus
conclusiones a partir del análisis de sus pruebas, entonces no ha hecho su trabajo
realmente.

7) Siempre debe haber un cadáver en una novela policial, y mientras más muerto esté mejor
(o sea mientras más terrible su muerte mejor). Ningún crimen menos grave que el
asesinato será suficiente. 300 páginas es demasiado camino para otro crimen más
pequeño. Después de todo, el esfuerzo del lector debe ser recompensado. La gente (en el
original dice: los estadounidenses) es esencialmente humanitaria, por lo tanto hasta el
más tranquilo asesinato despierta su sentido de venganza y horror. Desean llevar al
perpetrador (o criminal) a la justicia; y ni qué se diga cuando el asesinato sí que es
despiadado.

8) El problema del crimen debe ser resuelto por medios estrictamente naturales. Otros
medios tales como la adivinación, la ouija, leer la mente o cosas parecidas son tabú (o sea
son prohibidas). Un lector tiene chances de descifrar el misterio por sí mismo cuando su
ingenio compite con un detective racional, pero cuando tiene que competir con espíritus o
la cuarta dimensión metafísica es derrotado ab initio (o sea desde el principio).

9) Sólo debe haber un detective; es decir, un solo protagonista en la deducción, un solo deus
ex machina (o sea una expresión griega que significa dios desde la máquina, o sea la
mano todopoderosa que interviene en la historia). Meter 3 o 4 mentes o una pandilla de
detectives ocasiona dos cosas: 1) dispersa el interés del lector y rompe el hilo lógico y 2)
impone una desventaja injusta al lector, quien, desde el principio, pone su mente en
competencia con la del detective y permanece en batalla mental a lo largo de toda la
historia. Si hay más de un detective, el lector no sabrá quién es su co-deductor.
10) El criminal debe acabar siendo un personaje que tuvo un rol relativamente prominente en
la historia; es decir, alguien con quien el lector está familiarizado y en quien se siente
interesado. Si la persona que escribe la novela policial decide, en el último capítulo, que
el criminal sea un extraño o alguien sin importancia, entonces es como si perdiera el
desafío mental con su co-deductor: el lector.

11) Los sirvientes, el mayordomo, el lacayo, etc. (o, en nuestro caso, la empleada doméstica,
el plomero), nunca deben ser escogidos como el criminal. Sería una solución demasiado
fácil, insatisfactoria y haría al lector sentir que ha perdido su tiempo. El criminal debe ser
una persona que valga la pena, alguien que normalmente no levantaría ninguna sospecha.

12) Sólo debe haber un criminal, sin importar cuántos asesinatos sean cometidos. Puede
tener, eso sí, un colaborador, pero toda la carga de responsabilidad debe recaer sobre una
sola persona. A toda la indignación del lector debe concedérsele la posibilidad de
concentrarse en una sola naturaleza despreciable.

13) Las sociedades secretas, camorras, mafias, et al (y otros) no tienen lugar en una novela
policial. Si no, sería meterse en otro género: ficción de aventuras o romance de servicio
secreto. Un asesinato fascinante y realmente hermoso se echa a perder irremediablemente
por una culpabilidad tan al por mayor. De seguro, a todo asesino debe dársele una
oportunidad, pero darle toda una sociedad secreta en la cual apoyarse (con sus refugios
ubicuos y su protección en masa, etc.) sería ir demasiado lejos. Ningún asesino de alta
categoría y que se respete a sí mismo querría tales ayudas en su contienda con la policía.

14) El método de asesinato y los medio para detectarlo deben ser racionales y científicos. Es
decir, seudociencia y artefactos puramente imaginarios no serán tolerados en el roman
policier (francés para decir: novela policial). Una vez que un autor se remonta al reino de
la fantasía, a la manera de Julio Verne, está fuera de los límites de la ficción detectivesca,
vagando por los desconocidos paraderos de la aventura.

15) La verdad del problema debe ser aparente en todo momento—suponiendo que el lector
sea lo suficientemente mordaz como para verlo. Esto quiere decir que si el lector, luego
de haber aprender la explicación del crimen, releyera el libro, debería notar que la
solución siempre estuvo, de cierta forma, en su plena cara—que todas las pistas
verdaderamente apuntaban al que resultó ser el culpable—y que, si hubiese sido tan
astuto como el detective, podría haber resuelto el misterio él mismo sin necesidad de
llegar hasta el último capítulo (que es donde se revela todo en una novela policial). Por lo
tanto, demás está decir que el lector sagaz sí resuelve el misterio por su cuenta a veces. Y
una de mis teorías básicas de la ficción detectivesca es que, si una historia está justa y
legítimamente construida, resulta imposible retener la solución a todos los lectores.
Inevitablemente habrá un cierto número entre ellos que sea tan sagaz como el autor; y s el
autor ha jugado limpio y sido honesto en su planteamiento y proyección del crimen y las
pistas, estos lectores perspicaces serán capaces, por medio de análisis, eliminación y
lógica, apuntar al culpable al mismo tiempo que el detective. Y justamente ahí yace el
chiste del asunto. Ahí yace el motivo para que lectores que desprecian la ordinaria novela
“popular” ni se mosqueen al agarrar una novela policial.

16) Una novela policial no debe contener pasajes de descripción largos, ningún regodeo
literario con asuntos secundarios, ningún sutil análisis de personaje, ninguna
preocupación atmosférica. Tales cosas no tienen importancia vital en el registro de un
crimen y de su deducción. Sólo interfieren con la acción e introducen elementos
irrelevantes al propósito central, el cual consiste en presentar un problema, analizarlo y
llevarlo hacia una conclusión exitosa. Sin duda, debe haber suficiente descripción y
delineamiento de personajes como para dar verosimilitud a la novela; pero cuando el
autor de una novela policial ha llegado a ese punto en el que ha logrado un intrigante
sentido de realidad y ha alcanzado el interés y la simpatía del lector en los personajes y el
problema, significa que ya ha ido hasta donde debía ir en el sentido técnico puramente
“literario” que el género permite. Una historia de detectives es un asunto siniestro, y el
lector no acude a ella para enredos literarios y estilo y bellas descripciones y proyección
de estados de ánimo, sino para obtener estímulo intelectual.

17) No debe haber criminales profesionales involucrados. Eso es trabajo del FBI. Un crimen
realmente fascinante es el que fue cometido por un amateur, por ejemplo un cura o un
chofer de trufi: alguien de quien no esperabas tal cosa.
18) Nunca debe resultar que el crimen era un accidente o un suicidio. Si el comprador de una
novela así, decepcionado, demandase que se le devuelva el dinero, cualquier corte de
justicia con sentido común daría el fallo (el veredicto) en su favor.

19) Los motivos para el crimen deben ser personales. Argumentos internacionales y guerra
política pertenecen a otra categoría de ficción—cuentos de servicio secreto, por ejemplo.
Pero una historia de asesinato debe permanecer gemütlich (alemán para decir acogedora),
por así decir. Debe reflejar las experiencias que el lector vive en su día a día, y así darle
un cierto alivio a sus propios deseos y emociones.

20) Y (para darle a mi credo un número par de reglas) a continuación doy una lista de los
lugares comunes de la novela policial, que ninguna escritora de novelas policiales que se
respete a sí misma utilizaría. Han sido usados demasiado a menudo, y ya le son familiares
a todo verdadero amante del crimen literario. Usarlos sería como una confesión de la
ineptitud y completa falta de originalidad en el autor.

1) Que una colilla de cigarrillo encontrada en la escena del crimen coincida con la marca
de cigarrillos que fuma el asesino.

2) La tonta intervención espiritual para convencer al culpable de que se entregue a sí


mismo.

3) Huellas digitales falsificadas.

4) La coartada del maniquí.

5) El perro que no ladra y a lo así delata que el fugitivo ya le es familiar.

6) Que el culpable tenga un gemelo o pariente muy parecido al que se descubre sólo al
final de la investigación.

7) La jeringa con líquido para dormir.

8) Que se cometa el delito en un cuarto cerrado cuando la policía ya ha entrado a la casa.

9) El test de asociación de palabras para demostrar culpabilidad.

10) La cifra o código secreto que es eventualmente descubierto por el detective.

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