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La poesía mexicana del siglo XX se caracterizó por el establecimiento de un diálogo con

Hispanoamérica. Sus preocupaciones centrales fueron la universalidad y el esteticismo,


aunque los movimientos sociales no dejaron de marcar su impronta. La literatura
escrita por mujeres se multiplicó de manera notable, a la par que el ambiente literario
del medio siglo comenzó a ser propicio para los creadores.

En el ámbito latinoamericano, uno de los casos paradigmáticos y hasta míticos es el de


la peruana María Emilia Cornejo. Asistía al taller de Marco Martos en Lima y, en
palabras del propio Martos, “en los pocos poemas que logró escribir, dio un vuelco a la
poesía peruana escrita por mujeres”. A partir de entonces, su poesía se convirtió en
bandera del feminisimo. Y aunque existe un mito en torno a la autoría de sus textos,
sus poemas siguen fascinando por su simpleza y su poder.

Algo muy semejante ocurrió en el caso de María Emilia Cornejo. Al morir, según sus
compañeros de taller, su cuaderno de notas no tenía poemas sino apenas líneas
sueltas y fueron José Rosas Ribeyro y Elqui Burgos quienes le dieron forma a los textos.
Mito o no, tras las dos grandes figuras de la poesía femenina latinoamericana se
ocultaba un ejercicio de travestismo. La mejor poesía de mujeres estaba escrita por
hombres.

Podríamos decir que la fijación del canon se da en la antología Poesía en movimiento


elaborada por cuatro poetas, entre ellos el mexicano Octavio Paz, que escribe en 1993
un ensayo titulado LA LLAMA DOBLE, donde recorre la literatura universal en busca
del origen de la idea poética del amor. El mismo Paz dice en este ensayo que: «la
relación entre erotismo y poesía es tal que puede decirse, sin afectación, que el
primero es una poética corporal y que la segunda es una poética verbal». Aquí aborda
los conceptos del amor, la sexualidad y el erotismo, y los lazos que guardan entre sí: la
sexualidad animal, el erotismo humano y el amor que tiene un poco de las dos. El
autor juega con la idea de que el amor es un lenguaje que no posee significado sin el
contraste del yo con el otro; ese lenguaje es el del cuerpo, la mirada y la imaginación,
movidas por el deseo.
Octavio Paz aporta un contrapunto a la poética erótica mexicana utilizando la
metaforización no ya para encubrir al cuerpo sino para dotarlo de mayor significado,
logrando así dar solemnidad al acto amoroso.

Por otro lado, las jóvenes poetas mexicanas, herederas de un momento histórico en el
que el marxismo aparecía como la más alta bandera a la libertad social, política y
sexual, se encontraron frente a una búsqueda poética femenina –y erótica- un tanto
extrema, desde donde son visibles dos procedimientos recurrentes al describir su
intimidad: el afán de decirlo todo del coloquialismo y el contrario oscurecimiento del
neobarroco.

Encontramos, pues, en la poesía erótica mexicana dos estilos opuestos: y ale jaja
como lo ves

La poesía coloquial con tintes confesionalistas de lucha política, ejemplificada por


Frida Varinia Ramos, que pretende decirlo todo y en la que se elimina el aplazamiento
tan necesario para el erotismo.
Y el oscurecimiento extremo del cuerpo, como veremos en el caso de Coral Bracho, estilo que
no permite vislumbrar claramente el acto amoroso. En esta vertiente, diametralmente opuesta
a la anterior, encontramos un proceso de oscurecimiento del discurso, de la intimidad sexual,
donde la metaforización se utiliza para encubrir al cuerpo

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