Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
HISTORIA MODERNA
POR
D. M i l i l MRO,
CATEDRÁTICO POR OPOSICION DE GEOGRAFÍA HISTÓRICA,
Y A C T U A L M E N T E D E HISTORIA U N I V E R S A L
EN LA U N I V E R S I D A Í N J E GRANADA.
ir:
GRANADA.
IMP. DE J. LOPEZ GUEVARA,
San Jerónimo, 29.
1882.
HISTORIA MODERNA.
LECCIÓN I.
RESÚMEN DE LA LECCIÓN IL
LECCIÓN III.
Invenciones y descubrimientos •
1. L a brújula.—2. Importancia de su descubrimiento.—
3. Invención de la pólvora.—4. Sus consecuencias.—5. Des-
cubrimiento de l a imprenta.—6. Sus resultados.—7. Otros
descubrimiedtos menos importantes.
LECCIÓN I V .
Descubrimiento de A m é rica.
1. La América.—2. Cristóbal Colón.—3. Su primer viaje.—
4. Los tres últimos.—5. Otros descubrimientos de los es-
pañoles: Solis, Ponce de León, Balboa y Magallanes.—
6. Consecuencias del descubrimiento del Nuevo Mundo.
LECCIÓN V I L
E s p a ñ a y Portugal lias ta l a Reforma,
1. E s p a ñ a . Felipe el Hermoso—2. Regencia de Don F e r n a n -
do el Católico.—3. Conquista de N a v a r r a . Muerte de Don
Fernando.—4. J u i c i o sobre los Reyes Católicosí—h. Re-
gencia del Cardenal Gisneros.—6. P o r t u g a l en el p r i m e r
periodo de l a E d a d moderna.
LECCIÓN I X .
Inglaterra.
1. Estado interior de Inglaterra a l concluir l a guerra de
Cien años.—2. Causas d é l a guerra de las Dos Rosas.—
3. Principales episodios y personajes de esta guerra. —
4. Muerte de los hijos de Eduardo. Conclusión de la gue-
rra.—5. Enrique VII, Tudor.—6. Enrique YIII, antes de
l a Reforma.—7. Los Estuardos en Escocia.
R E S U M E N DE L A LECCIÓN I X .
LECCIÓN X .
Alctsnasiia é Italia.
1. Estado interior de Alemania al comenzar la Edad mo-
derna.—2. Federico IIIde Austria.—3. Maximiliano I.—
4. L a C á m a r a imperial: el Consejo áulico: d i v i s i ó n en
Círculos.—5. Estado inferior de Italia al comenzar la
historia moderna.—Q. Decadencia de Genova y Venecia.
—7 E l reino de Nápoles.—8. Ducado de Milán.—d. Los
Médieis en Florencia.—10. Lorenzo el Magnifico: Pedro
II: Savonarola.—\l. E l Papado en el primer periodo de
la Edad moderna.
1. Estado interior de Alemania al comenzar la
Edad moderna. Mientras los pueblos occidentales,
España, Francia é Inglaterra se ocupan en destruir
el caos del feudalismo, abatiendo la nobleza, encum-
brando la monarquía y constituyendo nacionalidades
fuertes y poderosas, la Alemania, conservaba la an-
tigua y. viciosa constitución que había dado á los
príncipes y grandes señores la plenitud del poder,
quedando reducido el santo imperio germánico á
una aglomeración anárquica de Estados indepen-
dientes, y la alta dignidad de emperador sin poder,
ni ejército, ni recursos, había venido á ser un vano
título, una autoridad nominal poco apetecida.
Esta falta de unidad y sobra de fraccionamiento,
constituía á la Alemania en una debilidad extrema,
ofreciendo campo favorable para saciar la ambición
de las naciones vecinas,más fuertes y poderosas que
ella, como sucedió tiempos adelante.
— 81 —
2. Federico I I I de A u s t r i a . Después del breve
remado de AlbertoII, primero de la casa de Austria,
que ocupó el trono imperial, y que solo gobernó un
ano, los elecctores nombraron (1440) para sucederle,
á Federico de Estiria, de la casa de Austria, con el
nombre de Federico I I I . Su predecesor Alberto ha-
bía legado sus dominios fuera del imperio, la Bohe-
mia y la Hungria, á su hijo póstumo, Ladislao.
Federico III, de carácter indolente y espíritu apo-
cado, no tenía las dotes necesarias para restablecer
el orden en sus Estados; en su tiempo los Países
Bajos se hicieron inrlependientes del imperio; los
suizos tuvieron que defenderse sólos contra Carlos
el Temerario; los insultos del conde palatino del R i n
al emperador quedaron impunes, y las guerras más
encarnizadas entre los Señores, eran miradas por
Federico con la mayor impasibilidad.
De las posesiones de Alberto II no obtuvo Federi-
co más que el Austria, de la que hizo un archiduca-
do. Intentó apoderarse de la Bohemia y la Hungría,
reteniendo cautivo á Ladislao, pero tuvo que poner-
lo en libertad por las enérgicas reclamaciones de los
húngaros y bohemios; y si más adelante á la muer/
te de Ladislao se apoderó de aquellos Estados, sú
vergonzosa inacción contra las invasiones de los!
turcos, le enagenaron todas las voluntades, y los
bohemios eligieron por su rey á Podiebrado, y los
húngaros á Matias Corvino, el digno sucesor de Juánx
Hunniades en sus campañas contra los turcos. Has-
ta los austríacos, con su propio hermano Alberto, se
sublevaron contra el emperador, lo sitiaron en Vie-
na, y hubiera caido prisionero si no le hubiera so-
corrido Podiebrado.
Más adelante, por la muerte de Alberto, se apode-
ró del Austria Federico; pero no pudo recuperar la
Bohemia, donde á la muerte de Podiebrado eligieron
á Ladislao, hijo del rey de Polonia; y sus maquina-
11
— 82 —
ciones para apoderarse del trono de Hungría, le aca-
rrearon una guerra con Matías Corvino, que consi-
guió derrotar á los austríacos y apoderarse de V i e -
na, conservándola hasta su muerte.
Un solo hecho hay que alabar en el reinado de
Federico; el casamiento de su hijo Maximiliano con
María de Borgoña, hija de Carlos el Temerario,
uniéndose de esta manera al Austria, primero los
Países Bajos, y m á s adelante la inmensa monarquía
española.
3. Maximiliano I. Guerras y tratados. A la
muerte de Federico III (1493) fué elegido emperador
su hijo Maximiliano I, hombre instruido en cien-
cias y artes, valeroso en los combates, pero voluble
y sin constancia, lo que fué motivo para que j a m á s
recogiera en sus empresas los resultados que se
proponía.
Deseando restablecer la antigua soberanía del im-
perio, sostuvo una guerra desastrosa con los suizos,
que terminó en la paz de Basilea; y para hacer valer
sus derechos sobre la Italia, tomó una parte activa
en las guerras de la Península, contribuyendo á la
expulsión de Carlos V I H , que tuvo que cederle por
el tratado de Senlis el Franco-Condado y el Artois,
de que se había apoderado Luis X I á la muerte de
Carlos el Temerario. Unido más adelante con Luis
XII en la liga de Cambray, combatió contra los Ve-
necianos, recobrando algunas plazas de Italia; y por
último formó parte de la Santa alianza contra el mo-
narca francés, cuyos ejércitos sufrieron una gran
derrota por los imperiales y los ingleses en Gui-
negate.
Atento siempre á engrandecer los dominios del
Austria, se hizo ceder algunas ciudades de Baviera,
los grandes dominios del conde de Goritz, y la he-
rencia del archiduque Sigismundo de la rama del
Tirol; llegando á su apogeo la fortuna de la casa de
— 83 —
Austria por el casamiento de su hijo Felipe el Her-
moso con Doña Juana la Loca, heredera de los vas-
tos dominios de los Reyes Católicos; y por el matri-
monio concertado de su nieto Fernando con la her-
mana de Luis 11, hijo único y sucesor de Ladislao,
rey de Hungría y de Bohemia, cuyos Estados se
unieron con el Austria poco después de la muerte
de Maximiliano.
De esta manera vino á reunirse en Garlos V una
dominación más colosal que la de Carlomagno.
4. L a C á m a r a imperial: Consejo áulico: división
en Círculos. Mientras por tales medios preparaba
Maximiliano la grandeza de la Gasa de Austria, la
anarquía feudal había llegado á tal extremo en el
imperio, que no solo era perpétua la guerra entre
los príiacipes, sino entre las ciudades, y las profe-
siones unas con otras; los señores robaban impune*
mente en los caminos, y talaban y destruían sin mi-
ramientos las propiedades.
Y a en tiempo de Federico III las ciudades de Sua-
bia formaron una liga para atajar tanto desórden y
mantener la paz pública; y en el reinado de Maximi-
liano la dieta de Worms generalizó aquella obra
parcial á todo el imperio, decretando unapas1 pública
perpétua, y creando, para castigar las violaciones,
\dí. C á m a r a imperial, 6 tribunal soberano, cuyos
miembros eran nombrados por el emperador.
Por otra parte, Maximiliano creó el Consejo áulico
establecido en Viena, para administrar la justicia
suprema en sus Estados hereditarios, extendiendo
sus atribuciones á expensas de las de la Gámara
imperial; siendo las usurpaciones del Gonsejo áulico
una de las causas de la guerra de treinta años en el
siglo X V I I . Ultimamente, para hacer m á s fácil el
mantenimiento del orden y la buena administración
de justicia, se dividió el Imperio con la Bohemia en
diez círculos 6 cantones, teniendo cada uno su di-
— 84 —
rector, que con las tropas respectivas estaba eocar-
gado de mantener el orden y la paz pública en el
territorio de su mando.
5. Estado de Italia a l comenzar l a historia mo-
derna. No podía ser más calamitoso el estado polí-
tido de Italia á mediados del siglo X V . Los empera-
dores habían olvidado sus antiguas pretensiones de
dominación; los Papas habían perdido su prestigio
durante el cisma; y no quedaba en Italia ni un po-
der, ni una idea que sirviera de bandera común. Un
crecido número de Estados completamente indepen-
dientes, sin otro lazo de unión que la semejanza de
lenguaje y de costumbres, desiguales en poder, de-
semejantes en gobierno, contrarios en intereses, y
consumiendo sus fuerzas en luchas intestinas; tal es
el estado político de Italia al comenzar la historia
moderna. Cuanto es más radical la división, y la
falta de lazos comunes, tanto es mayor su debilidad;
ofreciéndose como fácil presa á la ambición de los re-
yes extranjeros, que no tardan en apercibirse de
ello, y en dirigir hacia aquella Península sus planes
de conquista.
En cambio de tanta desdicha en el orden político,
era Italia en aquel tiempo la nación más culta, rica
y civilizada de Europa; en las ciencias y en las artes
no tenía rival; y en agricultura, industria y comer-
cio excedía con mucho á los demás pueblos. Con ra-
zón podían los italianos de entóneos tratar de bár-
baras á las demás naciones.
A l principiar la Edad moderna, la mayor parte de
los Estados de Italia, republicanos en la Edad media,
se habían entregado á una porción de príncipes,
que establecieron gobiernos absolutos en sus res-
pectivos dominios; tales fueron los Sforcia en Milán,
los Médicis en Florencia, y otros varios en la Lom-
bardía y Romanía. E n la parte central los Papas go-
bernaban de la misma manera sus Estados, y otro
— 85 —
tanto sucedía en el reino de Ñapóles, donde impera-
ba la casa de Aragón. Todas estas pequeñas nacio-
nalidades, depusieron sus odios y rencillas y juraron
en Lodi una eterna concordia (1454), para hacer
frente á los turcos que habían tomado á Constanti-
nopla y amenazaban conquistar la Europa, siendo
Italia por su posición la más directamente amena-
zada.
6. Decadencia de Genova y Venecia. Las dos
ciudades más florecientes y rivales en la Edad me-
dia, Génova y Venecia, perdieron toda su importan-
cia en la segunda mitad del siglo X V . Génova, que
había ensayado en cincuenta años todas las formas
de gobierno, sin encontrarse bien con ninguna, fa-
tigada al mismo tiempo de las querellas interiores,
trasmitió la señoría á la Francia y esta la traspasó
al duque de Milán, Francisco Sforcia; más adelante
se entregó á l o s Angevinos por odio al rey de Ñápe-
les, y por último, se sometió de nuevo á Milán. E n -
tre tanto los turcos se habían apoderado suceciva-
mente de todas sus posesiones en Oriente, quedando
reducidos sus dominios á las costas del golfo de su
nombre.
A l mismo tiempo, Venecia perdía también una
tras otra todas sus posesiones orientales, de que se
fueron apoderando los Otomanos; un tratado de paz
le aseguró el comercio del mar Negro, y quizá por
este medio hubiera recobrado el comercio del Orien-
te, principal origen de sus riquezas; pero el descu-
brimiento del Cabo de Buena Esperanza, y del ca-
mino marítimo á las Indias, reunió aquel comercio
en Portugal, y Venecia decayó rápidamente, per-
diendo en poco tiempo su poderío marítimo, que tan
temible le había hecho en los siglos anteriores.
7. Reino de Nápoles. Por muerte de Alfonso
el Magnánimo, le sucedió su hijo natural Fernando
en el reino de Nápoles, mientras que Juán II unió
— 86 —
al Aragón las islas de Sicilia y Gerdeña. Libre así la
Italia de la dependencia de España, Fernando vino
á ser el representante del partido italiano contra la
familia extranjera de los Angevinos. Un príncipe de
esta casa, Juán de Calabria, favorecido por la noble-
za, intentó apoderarse del reino; pero Fernando, con
la ayuda del duque de Milán lo derrotó en Troja* y
tomó horribles venganzas en todos sus partidarios.
E n esta situación se encontraba el reino de Ñápeles,
cuando el rey de Francia, Carlos VIII, heredero de
los derechos de los Angevinos, se propuso despojar
á la casa de Aragón, según hemos visto anterior-
mente.
8. Ducado de M i l á n . El jefe de los Condottieri,
Francisco Sforcia, combatiendo por cuenta de Vene-
cia y Florencia, derrota al duque de Milán, se casa
con su hija, y á la muerte de su suegro, último de los
Visconti, se hizo proclamar su sucesor, burlando
las pretensiones del emperador de Alemania, del
duque de Orleans y del rey de Nápoles, que tenían
mejor derecho. Sforcia hizo olvidar su bajo origen
con sus talentos y sus victorias. Después de vencer
á los Venecianos, les impuso el tratado de Lodi, por
el que recobró la ciudad de Cremona y otras plazas,
y consiguió que casi todos los Estados italianos se
adhiriesen, para unir sus fuerzas contra los turcos.
Tal era el prestigio del antiguo condottieri, que el
rey de Nápoles se casó con su hija, y Luis X I le ce-
dió la ciudad de Génova por los auxilios que le ha-
bía prestado durante la guerra del Bien público.
Su hijo y sucesor. Galeaza Sforcia gobernó des-
póticamente, y fué asesinado por los nobles en la
catedral de Milán, dejando un hijo de ocho años,
J u á n Galeazo, bajo la tutela de su madre. Su tio,
L u i s Sforcia, llamado el Moro, se apoderó de la re-
gencia, y gobernó en nombre de su sobrino; pero
cuando este fué mayor edad y hubo casado con una
— 87 —
nieta del rey de Ñápeles, Luis el Moro, que ambicio-
naba ser duque de Milán, encerró al marido y á la
mujer en el castillo de Pavía. E l rey de Ñápeles le
exigió la restitución del gobierno á Juán Galeazo, que
era el legítimo soberano; Pedro II de Médicis le ame-
nazaba con sus tropas, y temiendo el usurpador que
todos los Estados italianos se volvieron en contra
suya, para poder satisfacer sus deseos de domina-
ción y de venganza, llamó en su auxilio al rey de
Francia Carlos VIII, que poco después penetró en
Italia.
9. Los Médicis en Florencia. En el último pe-
ríodo de la Edad media se había encumbrado en Flo-
rencia por su talento y por sus riquezas la familia
de los Médicis, Un individuo de esta familia, Juán
de Médicis, aumentó con sus virtudes el renombre
de su casa, dándole los florentinos el nombre de P a -
dre de los pobres. Su hijo Cosme empleó sumas i n -
mensas- en favorecer á los pobres y obligar con
préstamos á los ricos; y aunque, temiendo su popu-
laridad, fué desterrado, esto mismo contribuyó á su
prestigio, y cuando volvió á Florencia, su autoridad
fué completa y absoluta, aunque no quiso aceptar el
poder supremo. E l antiguo banquero vino á ser el
dueño de la república.
E! gobierno de Cosme de Médicis constituye uno
de los períodos m á s brillantes de la historia. Las
inmensas riquezas adquiridas en el comercio, fueron
empleadas en construir iglesias y palacios magnífi-
cos, hospitales y bibliotecas, en favorecer los talen-
tos y proteger á los sabios y á los artistas. Reinaba
en todas partes el orden y la paz, y se aumentó la
riqueza y el bienestar general por la protección dis-
pensada á la agricultura, á la industria y al comer-
cio. Los florentinos agradecidos, llamaron á Cosme
P a d r e de la Patona.
Cosme dejó el poder á su hijo Pedro (1468) pero
no pudo legarle sus grandes cualidades. L a nobleza,
envidiosa del prestigio de los Médicis, y dirigida por
la poderosa famila de los P a z z i , trató de recobrar
las antiguas libertades; Pedro consiguió destruir sus
maquinaciones; pero á su muerte crecieron los des-
contentos, y tramaron una conspiración con el fin de
asesinar á los hijos de Pedro, Julián y Lorenzo de
Médicis, mientras se celebraba la misa en la iglesia
de Santa Reparata. De este atentado fué víctima Ju-
lián, cosido á puñaladas por los conjurados; pero sa-
lió ligeramente herido su hermano Cosme, que se
defendió con su espada y pudo ponerse en salvo.
Indignado el pueblo de Florencia se sublevó contra
los asesinos; el jefe de los Pazzi fué arrastrado por
la población y colgado de una ventana del palacio
de los Médicis: el arzobispo de Pisa, complicado en
la conjuración, fué también ahorcado.
10. Lorenzo él Magníco. Pedro I I . Savonarola.
Lorenzo de Médicis, librado milagrosamente de la
conjuración de los Pazzi, se ocupó desde entónces
exclusivamente del bien y de la grandeza de su pa-
tria, elevando á su mayor apogeo el renombre de
su familia y la gloria de Florencia. Por medio de
tratados ventajosos aseguró la paz exterior, y por
sus acertadas medidas de gobierno restableció el or-
den y la tranquilida en el interior. Fué llamado con
razón el Magnífico y el Padre de las Musas, por la
decidida protección que dispensó á los sabios y á los
artistas, premiando espléndidamente á los griegos
expulsados de Gonstantinopla, haciendo que M . F i -
cino tradugera á Platón, y Calcondilas á Homero; fa-
voreció á Poggio, Angel Policiano, Ghiberti, y otros.
E n el espacio de veinte y cuatro años gastó en estas
cosas el inmenso capital que le legaron sus antece-
sores; pero consiguió hacer á su patria feliz y flore-
ciente, y dejar un nombre glorioso á las generacio-
nes futuras, que en reconocimiento á sus inmensos
—SO-
servicios por las ciencias y las artes, han dado su
nombre á la época del Renacimiento.
Su hijo Pedro II siguió el camino opuesto, atra-
yéndose la odiosidad de los florentinos, que comen-
zaron á buscar el apoyo de los reyes extranjeros,
como por entonces lo hacían los otros pueblos de
Italia.
Por este tiempo, Jerónimo Savonarola, monje do-
minico de Ferrara, de puras costumbres y acendra-
do patriotismo, combatió con elocuencia la corrup-
ción del clero y el gobierno de los Médicis; negó la
absolución á Lorenzo en el artículo de la muerte, por
no haber querido restituir la libertad á su patria; y
se opuso con energía á la vida licenciosa de Pedro
II, anunciándole proféticamente los desastres que
habían de sobrevenir á Italia con la dominación ex-
tranjera, que él veía próxima, como sucedió poco
después.
H . E l Papado en el p r i m e r periodo de la Edad
moderna. L a elección de Nicolás V puso final Cis-
ma de Ocidente. En su tiempo cayó Gonstantino-
pla en poder de los turcos; y tanto este Pontífice co-
mo sus sucesores Calixto III, Pió II (Eneas Silvio
Piccolímini) y Pablo II, procuraron en vano levan-
tar una cruzada contra los enemigos de la fe y de
la civilización. En cambio, los Papas que ocuparon
después la Cátedra de San Pedro, se olvidaron de
los intereses de Italia y de la santidad de su carga
como representantes de la cristiandad, para dedicar-
se exclusivamente á favorecer á sus familias, em*
pleando para ello los medios m á s indignos é inmo-
rales.
Sixto I V colocó en las principales dignidades á
sus sobrinos, que tomaron parte en la conjuración
de los Pazzi contra los Médicis; Inocencio VIII, de-
jándose llevar por favoritos ambiciosos, siguió por
el mismo camino que su antecesor; y por último,
12
— 90 —
Alejandro V I manchó el Pontificado con sus desór-
nenes, crueldades y perfidias, secundado por su hijo,
el malvado y corrompido César Borgia; reanimó las
discordias civiles en Italia, se alió con los extranje-
ros, y no tuvo escrúpulo en tratar con los infieles,
destruyendo así los frutos de la obra cristiana y po-
lítica de sus predecesores.
RESÚMEN DE L A LECCIÓN X .
LECCION X I .
WA i m p e r i o turco• L o s E s t a d o s E s l a v o s y los
Eseandinavos.
1. Estado interior de Turquía a l comenzarla Edad moder-
na.—2. Mahomet II: sus conquistas después de l a toma de
Constantinopla.—3. Mahomet y los Venecianos.—4. B a -
yaceto II.—5. Selim I: conquista de Siria, Egipto y Argel.
—6. Eootensión del imperio turco á l a muerte de Selim I.
—7. L a Rusia en el primer período de l a Edad moderna.
—8. Polonia.—9. Estados Escandinavos. Suecia.—10. Di-
namarca.
RESÚMEN DE L A LECCIÓN X l L
LECCIÓN XIII.
SEGUNDO PERÍODO. (1517—1648).
I.a Reforma. Preliminar.
RESÚMEN DE L A LECCIÓN X I I I .
LECCIÓN X I V .
Causas generales que preparan la reforma.
RESÚMBN D E L A LECCIÓN X V .
LECCION X V I .
L.a Keffopma.
í. Pontificado de León X.—2. Quién era Lutero?—3. P r e -
dicación de las i n d u l g e n c i a s . — L a s 96tésis.—5. Nego-
ciaciones y disputas con Lutero.—6. E l 15 de Junio y 10
de Diciembre de 1520.—7. Dieta de Worms.
RESÚMEN DE L A LECCIÓN X V I .
LECCIÓN X V I I
C a u s a s de l a p r o p a g a c i ó n de l a R e f o r m a .
1. L a propagación de la Reforma.—2. Estado político de
Europa.—3. Estado religioso.—4. Estado político de Ale-
mania.—h. Protección de los Principes alemanes d ía
R e f o r m a . — P r o t e c c c i ó n de los sabios.—1. Protección del
clero.—S. Protección del pueblo.—9. E l carácter de L u -
tero.
1. L a propagación de la Reforma. "Del hecho en
apariencia insignificante, llamado por León X , que-
rella de frailes, Invidie fratesche, resultó una revo-
lución en pocos años, que al cabo de medio siglo
había arrancado del Catolicismo la mitad de las na-
ciones de Europa. Un éxito tan extraordinario no
pudieron esperarlo los mismos autores de la Refor-
ma, ni puede explicarse por la bondad intrínseca
del Protestantismo, ni por las grandes condiciones
personales de Lulero y demás jefes de aquella revo-
lución. Por beneficiosas que sean las ideas, no lle-
gan á aplicarse cuando la sociedad no esta bien pre-
parada para recibirlas: y por grandes que sean los
hombres, tampoco pueden hacer una revolución du-
radera, cuando el carácter y condiciones de los pue-
blos la rechazan. Por consiguiente, si la Reforma se
propagó con una rapidez tan asombrosa, seguramen-
te debieron estar los pueblos dispuestos para recibirla,
y existir causas más ó menos ajenas á la religión
que la favorecieron.
En efecto, el estado político de Europa, y princi-
palmente de Alemania, el estado religioso de los
pueblos del centro de Europa, y el favor de los prín-
cipes, de los sabios, del clero y del pueblo, y el mis-
mo carácter y hasta los vicios de Lutero, son otras
tantas causas que contribuyeron á la propagación
de la Reforma.
2. Estado político de Europa. L a política de
—142—
Europa en el siglo X V I , se comprende casi toda ella
en la guerra de la casa de Austria con la Francia.
Elegido emperador de Alemania Carlos V , bien
pronto surgió la rivalidad y la guerra con Francis-
co I, rey de Francia, que había sido desairado en sus
pretensiones á la misma corona. Para sostener esta
lucha gigantesca, los dos monarcas más poderosos
de Europa necesitaron concentrar sus fuerzas; y el
emperador además con sus pretensiones á la monar-
quía universal, procuró por todos los medios man-
tener la paz, y acallar otros motivos de guerra, con-
temporizando por esta causa tanto con la Reforma,
como con el Papa, aunque sin inclinarse demasiado,
ni á la una, n i al otro; con lo cual los reformadores
no encontraron por entonces obstáculo alguno á su
propaganda.
Más adelante Clemente VII, que temía el predomi-
nio de Carlos en Italia, se unió con su enemigo
Francisco I, por lo que el ejército imperial mandado
por el Condestable de Borbón, asaltó á Roma, y tu-
vo preso al Pontífice en el castillo de Santángelo.
Reunidas las fuerzas respectivas del emperador
y el rey de Francia con el interés del Pontificado, y
marchando de común acuerdo para destruir la Re-
forma, tal vez lo hubieran conseguido; pero dividi-
das estas fuerzas, y distraidas en aquellas guerras,
ni el Papa ni el Emperador pudieron ocuparse de la
cuestión religiosa, favoreciendo de esta manera los
progresos de la Reforma.
8. Estado religioso de Europa. Así como el es-
tado político de Europa fué un auxiliar poderoso pa-
ra la propagación de la Reforma, así también le fa-
voreció el estado de las creencias religiosas, bastan-
te decaídas en algunas naciones desde la Edad
media.
Procedía esto de las doctrinas sembradas por
Wiclef en Inglaterra, los Husitas en Alemania, y
—143—
los Valdenses y Albigenses en el Mediodía de la
Francia y regiones circunvecinas. L a Iglesia había
conseguido ahogar en sangre la voz de los herejes;
pero sus doctrinas habían penetrado en el corazón
del pueblo, y se mantenían vivas cuando Lulero
comenzó á predicar la Reforma. Y como entre unas
y otras había de común la condenación de los abu-
sos de la Iglesia, y la aspiración á restablecer la pu-
reza evangélica de los primeros tiempos del cristia-
nismo, la nueva doctrina fué perfectamente acogida
en todos aquellos pueblos, que creyeron encontrar
en ella la confirmación de sus creencias, y revivir
en los modernos reformadores la personalidad de los
antiguos herejes.
4. Estado poh'tico de Alemania. E l poder del
emperador era casi nulo en Alemania: los Prín-
cipes y grandes señores gozaban de una indepen-
dencia casi absoluta, y reunidos en la dieta cons-
tituían la soberanía del imperio. L a mayor parte de
estos señores se habían adherido á la Reforma, cu-
yas ideas les favorecían. Así es que Garlos V no po-
día oponerse abiertamente á la nobleza alemana, y
tuvo que respetaren consecuencia la Reforma, per-
mitiéndole toda la holgura necesaria para su desen-
volvimiento y propagación por todas las clases so-
ciales de Alemania.
Agréguese á esto que los turcos amenazaban á
Italia por el Mediterráneo, y penetraron en Hungría
en 1529. Garlos, para combatirlos, tuvo que pedir re-
cursos á los príncipes alemanes, y por esta causa
contemporizar con ellos en la cuestión religiosa.
De manera que la necesidad de tener fuerzas
siempre dispuestas para combatir á Francisco I, al
Papa y á los turcos, y la limitación del poder impe-
rial por la nobleza alemana, dificultaron grande-
mente la posición de Carlos V respecto de la Refor-
ma, que en muchos años no pudo tomar ninguna
—144—
medida importante para atajar su propagación.
5. Protección de los Principes alemanes d l a
Reforma. L a nobleza alemana, verdadera repre-
sentante del carácter libre ó independiente de los
germanos, había conservado su organización y su
prestigio de la época feudal, mientras que había su-
cumbido ante el poder de los reyes en las naciones
de raza latina. Por este espíritu individualista, ene-
migo constante de todo poder central, la aristocracia
alemana en su mayor parte odiaba la autoridad po-
lítica del Emperador, y la autoridad religiosa del
Pontificado: se amoldaba mejor á su manera de ser
y á sus ideas la completa libertad de la Reforma.
Así se comprende la decidida protección que otorgó
á Lutero el Elector de Sajonia, y la adhesión de casi
toda la nobleza á las nuevas ideas religiosas.
La misma protección encontró la Reforma en las
ciudades libres de Alemania, que gobernándose con
independencia, teniendo una aventajada ilustración
y grandes riquezas acumuladas por el comercio, se
veían amenazadas por el poder absorbente del impe-
rio, y favorecidas por la libertad de la doctrina de
Lutero.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que el es-
tímulo más poderoso que tuvieron los Príncipes y
las ciudades para adherirse á la Reforma, fué el de-
seo de apoderarse de los bienes secuestrados á las
iglesias en sus respectivos dominios, por cuyo me-
dio aumentaron considerablemente su poder y sus
riquezas.
6. Protección de los Sabios. L a Reforma en-
contró igualmente una protección decidida en los
sabios alemanes, y en todas las personas que con
tanto entusiasmo se dedicaban al renacimiento de
los estudios.
La Iglesia católica tiene sus misterios, y no tolera
la libre interpretación de los libros santos; a s í es
—145—
que castigaba á todos los que, llevados del espíritu
libre é independiente del renacimiento, intentaban
investigar el sentido de la Biblia, sometiéndola á dis-
cusión como se hacía con las obras científicas y lite-
rarias de Grecia y Roma; y llevaba en esta materia
sus escrúpulos hasta el punto de imponer castigos
severos por simples sospechas, como sucedió en
España.
Naturalmente, los que por esta causa más tuvie-
ron que temer los rigores de la Iglesia, fueron los
llamados humanistas, esto es, todos aquellos que
con entera libertad se dedicaron al estudio de la an-
tigüedad sagrada y profana. Y como esa libertad que
constituía el alma del renacimiento, no la podían en-
contrar en la Iglesia, y sí en la Reforma, todos ellos
desertaron del Catolicismo y se hicieron acérrimos
partidarios de las nuevas doctrinas, prestándoles el
valioso apoyo de su gran saber y de su poderosa
actividad intelectual. Entre estos debemos citar á *fiA
Erasmo de Rotterdára, tan notable por su inmensa \
erudición como por su ciencia profunda, que con su
elegante traducción del Nuevo Testamento, y otras
obras, popularizó en toda Europa las ideas de la Re-
forma; el amigo íntimo de Lutero, Melanchtón sabio
catedrático de lengua griega en la Universidad de
Wittemberg, de carácter dulce y contemporizador, y
que contribuyó eficazmente con sus obras á la orga-
nización de la iglesia luterana; Reuchlin, H u t t e n , ^ S
otros muchos hombres importantes del renacimiento,/
todos los cuales combatieron á los oscurantista^ yj
prestaron eficaz apoyo á las nuevas ideas religiosas. •
7. Protección del clero. L a Reforma encontró:
en el clero católico, uno de los elementos que m á s
favorecieron su desarrollo y propagación.
Varias causas contribuyeron á este resultado. E n
primer lugar el disgusto general de los Obispos con-
tra la corte de Roma, que les había despojado de
19
—146—
muchos derechos y grandes intereses que en otro
tiempo disfrutaban; otro tanto sucedía con el clero
secular, despojado de su prestigio y de sus ingresos,
por la protección, preeminencias y exenciones con-
cedidas á las ordenes mendicantes, que se habían
extendido de una manera extraordinaria por toda la
cristiandad. Por estas razones, así como por el ca-
rácter individualista y hostil á toda autoridad de la
raza germánica, los sentimientos religiosos se ha-
bían resfriado en el clero alemán, y mucho más to-
davía su devoción al Pontífice romano. A todo ello
hay que agregar la corrupción de costumbres, ex-
tendida de una manera lamentable, como en todas
partes, lo mismo entre el clero regular que en. las
ordenes monásticas.
Dispuesto así el clero contra la autoridad de Ro-
ma, la supresión del celibato por Lutero, como con-
trario á la naluraleza humana, fué recibida con en-
tusiasmo por gran número de sacerdotes y de frailes,
y aun algunos obispos, que por satisfacer sus pasio-
nes, abandonaron el catolicismo y se convirtieron
en ardientes defensores de la Reforma.
8. Protección del pueblo alemán. Las ideas de
libertad é independencia predicadas por los reforma-
dores, tuvieron un eco maravilloso en el pueblo i g -
norante de Alemania, preparado también de anti-
guo para recibirlas.
Durante la Edad media, la aristocracia feudal, así
los señores eclesiásticos como los seculares, habían
explotado y oprimido duramente al pueblo alemán,
como sucedió en las otras naciones. Pero al paso
que en estas, el pueblo, apoyado por los reyes, iba
sacudiendo la opresión de la nobleza, en Alemania
se perpetuó aquella opresión y quizá se había agra-
vado por el aumento de poder y autoridad que allí
obtuvieron los príncipes y señores. Esta tiranía se
hizo tan insoportable que mucho antes do la Refor-
—147—
ma, á fines del siglo X V y principios del X V I , hubo
terribles insurrecciones contra la nobleza, principal-
mente en la Suabia y en los Países Bajos.
Exaltado así el pueblo alemán contra los nobles,
recibió con entusiasmo las ideas de la Reforma, in-
terpretando el espíritu de caridad del Evangelio por
una igualdad absoluta en las personas, y mancomu-
nidad completa de bienes, y por la supresión de to-
da autorirlad civil ó religiosa.
9. C a r á c t e r de Lutero. Aun cuando las perso-
nas sean una cosa muy secundaria en las revolucio-
nes, es indudable que para hacerlas estallar, diri-
girlas y propagarlas, se necesitan ciertas condiciones
de carácter que pocos poseen, y que constituye la
gloria de los grandes hombres que con razón llevan
el nombre de revolucionarios, porque en ellos pare-
ce que se encarna y resume la vida y el alma de la
revolución.
Esto sucedía precisamente con Lutero que, sin ser
un sabio de primer orden ni un genio extraordina-
rio, reunía sin embargo todas las cualidades necesa-
rias para llevar á feliz término la Reforma. Juntá-
banse en él todos los defectos y buenas cualidades
del carácter alemán: era soñador y visionario, frió,
severo y tenaz; su franqueza dura, su carácter
enérgico le atrageron la simpatía del pueblo y de
todas las clases sociales. Era indudablemente el hom-
bre más apropósito para llevar á cabo aquella re-
volución, debiéndose en gran parte á sus cualidades
personales la portentosa propagación de la Reforma.
Por otra parte, el anunciarse aquella revolución
no como un cambio, sino como una reforma en las
creencias: la influencia decisiva de los escritos de
Lutero, especialmente la traducción del Nuevo Tes-
tamento en la lengua alemana, con cuyas obras
se educó el pueblo; todo ello contribuyó á aumentar
el ascendiente de las nuevas creencias, y á facilitar
de un modo extraordinario su propagación.
—148—
De cuanto hemos expuesto en esta lección se de-
duce que la rápida propagación de la Reforma fué
debida al estado de la política y de las creencias re-
ligiosas en Europa en la época de su aparición, y
más especialmente en Alemania: y á la protección
decidida que le otorgaron en este país los príncipes,
los sabios, el clero y el pueblo; contribuyendo al mis-
mo resultado las condiciones personales de Lutero.
LECCION XVIII.
C o n t i n u a c i ó n de l a Reforma.
RESÚMEN DE L A LECCIÓN X V I I I .
RESÚMEN DE L A LECCIÓN X I X .
LECCIÓN X X .
Consecuencias de la Reforma.
L Diferencias é n t r e l a s Iglesias protestantes.—2. Diferen-
cias é n t r e l a Reforma y el Catolicismo.—3. Consecuencias
de la Reforma.—4. Consecuencias religiosas inmediatas.
—5. Consecuencias políticas.—Q. Consecuencias lejanas.
—7. E n el orden intelectual—S. E n el orden p o l í t i c o y
en el religioso.
m•
—172—
la salvación: y rechazaban los otros cinco por ser
de institución humana/Condenaban igualmente la
invocación de la Virgen y de los Santos, no admi-
tiendo entre Dios y el hombre más Medianero que
Jesucristo.
En cuanto al culto, suprimieron la misa y todos
los actos exteriores del catolicismo, admitiendo úni-
camente la lectura y explicación de la Biblia. Por
último, los sacerdotes perdieron su carácter sagra-
do, y el celibato dejo de ser obligatorio. Tales son
los puntos principales en que se separaron los pro-
testantes del catolicismo.
3. Consecuencias de la Reforma. L a revolución
religiosa del siglo X V I , atacando lo m á s íntimo que
hay en el hombre, que son las creencias, produjo re-
sultados importantes no solo en el orden de la reli-
gión, sino también en lo relativo al gobierno y á la
soeiedad; que no es posible variar las ideas de los
hombres, sin que con el tiempo se modifiquen tam-
bién la vida entera de la sociedad.
Entre estas consecuencias hay unas que se des-
arrollan á raiz de la misma Reforma, y van ordina-
riamente acompañadas de la violencia que es inhe-
rente á toda revolución, siendo con frecuencia aje-
nas y contrarias á la índole del hecho que les da
nacimiento; y otras que en el transcurso del tiempo
se desarrollan pacíficamente, y son las que más se
conforman con el espíritu y carácter de la Reforma.
Es decir, que en este, como en todos los grandes he-
chos históricos, si se quiere formar un juicio des-
apasionado y completo, hay que distinguir las con-
secuencias próximas ó inmediatas, y las remotas ó
lejanas.
4. Consecuencias religiosas inmediatas de la
Reforma. Las consecuencias inmediatas de la Re-
forma en el orden religioso, se reducen á cuatro:
1.a, la separación de varias naciones de la obedien-
—173—
cia de Roma y de la doctrina católica; 2.a, conver-
tirse la religión en base social y política de los Esta-
dos; 3.a, aumentarse la fuerza y el poder de la In-
quisición; y 4.a, la institución de la Compañía de
Jesús.
Por la primera consecuencia quedaron separa-
das de la obediencia de Roma la mitad de las na-
ciones de Europa. Con esta ruptura, y con la se-
paración de la Iglesia griega por el Cisma de
Oriente, se producen dos girones en la religión ca-
tólica, desapareciendo la unidad de creencias de la
Edad media. A pesar de todo, estas religiones con-
servan un punto de unidad, y es que todas parten de
la doctrina de Jesucristo, si bien esa doctrina es
creída de diverso modo: así se puede decir que toda
Europa no es cotólica, pero es cristiana. Esta ruptu-
tura produce otra división dentro de los mismos Es-
tados, por haberse establecido en ellos la libertad de
conciencia, y l a libertad de cultos, esto es, que á
nadie se pueda perseguir porque profese estas ó las
otras creencias, y dé culto á unas ú otras doctrinas.
Desde luego se comprenden las ventajas de la
unidad de creencias que aumentan el orden, la fuer-
za y energía de las naciones, sobre la multiplicidad
que lleva consigo la división, la lucha y la debilidad.
Para que la unidad produzca esos beneficios, ha de
estar arraigada en el tiempo pasado, y ha de ser es-
pontánea, universal é incontrastable. Pero cuando
la fe desaparece, la libertad de conciencia y de cultos
es un gran bien, porque satisface la necesidad de
creencias en los pueblos, y evita que estos caigan
,en el escepticismo y la incredulidad.
La segunda consecuencia de la Reforma en el or-
den religioso consiste en identificarse la religión
con los Estados, tanto en los pueblos católicos como
en los protestantes. E n efecto, siendo la religión lo
m á s íntimo y lo que más afecta al hombre, y exalta-
—174—
das las creencias en aquel tiempo por efecto de la
lucha, no es extraño que influyesen en el gobierno
y en las instituciones de los Estados, viniendo á re-
flejarse en todos ellos el carácter de la religión que
profesaban. Así se observa que la religión de Galvi-
no determinó la constitución de Ginebra, de Holanda
y de Escocia: la luterana fijó la posición de los prín-
cipes alemanes: y en Inglaterra las instituciones y
el Estado, todo está identificado con la religión an-
glicana. El mismo hecho puede notarse en los Esta-
dos católicos, como sucedió en España identificándo-
se por completo la política y la religión en tiempo de
Felipe II.
Las dos últimas consecuencias religiosas de la
Reforma, ó sean, el aumento de fuerza y poder de
la Inquisición, y la fundación de la Orden de los Je-
suítas, serán examinadas con más detención en la
lección siguiente.
5. Consecuencias políticas de la Reforma. Tres
son las principales consecuencias inmediatas de la
Reforma en el orden político: 1.a, las guerras civiles
y políticas que de ella se originaron; 2.a, la inde-
pendencia de algunos Estados; y 3.a, el carácter ab-
soluto que toman los gobiernos en todas la naciones.
En cuanto á la primera, sabido es que por causa
de la Reforma comienzan las luchas y persecuciones
interiores en Inglaterra en tiempo de Enrique VIII,
y se continúan cada vez más encarnizadas en los
reinados siguientes; interviniendo también aquella
nación en las guerras de Francia y España, por mo-
tivos igualmente religiosos. En Alemania, á causa de
la Reforma, la guerra civil se hace general por mu-
chos años en todos los Estados. Otro tanto sucedió
en Francia hasta Enrique IV, y aun después; en Espa-
ña no hubo que lamentar la guerra civil, porque aquí
no se introdujo la Reforma; pero también por moti-
vos religiosos tuvo que sostener Felipe II la guerra
—175—
desastrosa de los Países Bajos, é intervenir en las
guerras interiores de Francia. De manera que puede
asegurarse que todas las guerras que afligieron á
Europa hasta la de Treinta años fueron causadas
en primer lugar por la Reforma.
Respecto á la segunda consecuencia política de la
Reforma, algunos Estados se hicieron independien-
tes, y otros perdieron parte de su territorio. Así se
vio que en Alemania los príncipes aumentaron su
poder y su independencia del Imperio: el ducado de
Prusia, que antes pertenecía á los caballeros teutóni-
cos, fué secularizado por Alberto de Brandemburgo,
bajo la protección de Polonia. Por otro lado Ginebra
se hizo independiente de Saboya, y los Países Bajos
sacudieron la dominación española. Todos estos he-
chos tuvieron su principal fundamento en la Re-
forma.
Hemos dicho que la tercera consecuencia política
de la Reforma es el carácter absoluto que adquieren
los gobiernos, así católicos como protestantes. Se ha
creido, y es un error, que los países protestantes ha-
bían adquirido la libertad con la Reforma, y que por
no haberla admitido se había consolidado el despotis-
mo en los países católicos. L a negación de la autori-
dad en el orden espiritual llevaba inevitablemente á
la negación de la autoridad en el orden social; y con
el tiempo había de contribuir á la emancipación de
los pueblos y á su libertad. Pero los reformadores
no pensaron siquiera en tan lejana consecuencia;
antes al contrario, todos ellos contribuyeron con sus
doctrinas á aumentar el despotismo de los gobiernos
y de los reyes, otorgándoles el poder espiritual ade-
más del temporal que de derecho les corresponde.
E n esta época y por tales razones se hizo despótico
el gobierno de los reyes de Inglaterra, de Suecia y
Dinamarca; el de los príncipes alemanes; y sucedió
lo mismo hasta en los países democráticos, convir-
—176—
tiéndese Calvino en dictador absoluto de Ginebra, ti-
ranizando Zuinglio á la Suiza, y los Statouders á la
Holanda.
Y es natural que así sucediera, tanto en los países
católicos como en los protestantes. E l interés de
aquellos por conservar su religión, les hacía forzo-
samente enemigos de los segundos, que también es-
taban interesados en conservar y propagar la Re-
forma. Esta mutua enemistad dio margen á largas y
sangrientas guerras, que hicieron necesaria la con-
centración de todos los poderes en los jefes de los
Estados, para poder repeler á los enemigos.
Tales son las consecuencias que en el orden políti-
co se derivaron inmediatamente de la Reforma.
6. Consecuencias lejanas de la Reforma. Todas
las revoluciones producen á la larga consecuencias,
en las que no pensaron, ni pudieron pensar los mis-
mos que la llevaron á cabo: consecuencias que por
lo mismo no pueden atribuirse á los revolucionarios,
sino al estado de la sociedad, á las aspiraciones de
los pueblos, y que en realidad constituyen el verda-
dero fondo y carácter de esas revoluciones: conse-
cuencias que desarrollan pacífica y ordenadamente
los principios generadores de cada revolución; con-
secuencias estables y duraderas, á diferencia de las
inmediatas, que por lo mismo que son violentas, son
también efímeras y pasajeras, siempre accidentales
y á veces contrarias al espíritu y á la índole propia
de las mismas revoluciones.
Todas las revoluciones conmueven profundamen-
te la sociedad, mucho más las religiosas por cuanto
afectan á lo que hay de más íntimo en el hombre,
que son sus creencias, en las que por esta razón es-
tán todos interesados: después de esas conmociones
la sociedad se encuentra modificada, ha adquirido
un nuevo modo de ser, una nueva vida, desarrollán-
dose con arreglo á otros principios y otras ideas, an-
—177—
íes desconocidas. Esos principios y esas ideas que á
la larga implanta la Reforma en la vida de la socie-
dad, constituyen las consecuencias lejanas de aquel
hecho que ahora nos corresponde examinar.
7. Consecuencias lejanas de la Reforma en él
orden intelectual. L a Reforma estableció como ba-
se y principio fundamental de las creencias el libre
examen, ó sea la lectura é interpretación de los l i -
bros sagrados por todos los hombres, según el cri-
terio de cada uno, y con entera independencia de
toda autoridad. Este principio representa la emanci-
pación de la razón humana de todo poder espiritual
ó religioso; y naturalmente ejerció una influencia
decisiva en la cultura intelectual europea, que re-
viste después un carácter libre é independiente, ori-
ginado del libre examen. Descartes, proclamando la
libertad filosófica, y G-rocio, estableciendo la libertad
de los mares y del comercio, y el derecho natural y
de gentes, son un eco fiel de la Reforma.
Pero donde mejor se muestra la influencia del l i -
bre exámen es en la Filosofía del siglo X V I I I . Los
fllosófos alemanes adoptan como base de sus inves-
ligaciones ideas humanas, ideas del hombre y de la
naturaleza, sin atenerse á una autoridad superiorj \
y prescindiendo por completo de la divinidad. De es4 \
ta manera el libre exámen vino á convertirse en el\ V
racionalismo, negando toda revelación. Los encielo-
pedistas franceses invocan el mismo principio de la
Reforma para combatir la religión y negar á los re-
yes el derecho de gobernar á los pueblos.
Este movimiento libre intelectual contribuyó á
desenvolver en el clero protestante la crítica sagra-
da; ó sea, el estudio de los libros sagrados con solo
el auxilio de la razón individual, sin cortapisa de
ningún género, principalmente en Alemania.
No se olvide, sin embargo, que la Reforma en un
principio fué un obstáculo al desarrollo intelectual.
23
—178—
Los sabios abandonaron los estudios clásicos para
ocuparse exclusivamente de cuestiones teológicas,
como en los tiempos de la escolástica; y los artistas
desaparecieron por el furor de las persecuciones re-
ligiosas.
8. Consecuencias lejanas en el orden palitico, y
en él religioso. El racionalismo nacido de la Refor-
ma produjo dos resultados prácticos de la mayor im-
portancia en el orden político: primero, la indepen-
dencia de los Estados Unidos, llevada á cabo por los
ingleses calvinistas que, perseguidos eu su patria,
se refugiaron en América, implantando allí las ideas
de libertad é independencia de la Reforma, sacu-
diendo al fin la dominación de su metrópoli; y se-
gundo, la Revolución francesa, que no fué otra cosa
más que la aplicación al orden social y político de
los principios religiosos de la Reforma.
Por otra parte, el socialismo derivado inmediata-
mente de la Revolución francesa, tiene su primera
causa en las ideas de la Reforma. Gomo el imperio
romano se propuso educar á los pueblos, y estos lo
destruyeron, y la Iglesia educó á los reyes y á las
naciones, y estos le arrancaron su autoridad: así
también los reyes desde el siglo X V I extienden la
educación á todas las clases, especialmente á la cla-
se media, y esta arrancó su poder á los reyes en la
Revolución francesa; esta clase media ha educado
desde entonces á las masas, que á su vez reclaman
hoy el dominio de la sociedad.
En el orden religioso la Reforma dió lugar al jan-
senismo del siglo XVII, que es una nueva forma del
protestantismo; y al mismo tiempo imprimió en el
regaüsmo un carácter marcadamente hostil á la au-
toridad del Pontífice, como sello de la influencia de
las ideas protestantes.
Entre las. consecuencias lejanas de la Reforma an
el orden religioso, deben contarse además, la líber-
—179—
tad de conciencia y de cultos, den tro de las religio-
nes cristianas, que hoy existe en todas las naciones
civilizadas, no por gracia ó centrado pasajero, sino
en virtud del derecho natural: la indiferencia é in-
credulidad en materias religiosas, y la subordina-
ción de estas á las sociales y políticas; por último,
la sustitución de la moral cristiana por el derecho
natural y de gentes en las relaciones internacio-
nales.
Tales son las consecuencias próximas y lejanas
que produjo la Reforma religiosa del siglo XVI.
RESÚMEN D E L A LECCIÓNXX.
LECCIÓN X X I .
L a Reforma Católica.
LECCIÓN X X I I I .
IVuevas guerras hasta la muerte de Carlos V.
1. Conquista de T ú n e z . — T e r c e r a g u e r r a con F r a n c i s c o
1: sus e a u s a s . - S . Tregua de N ñ a . — 4 . E x p e d i c i ó n de
Carlos V á Argel.—5. C u a r t a guerra.—6. Muerte de
F r a n c i s c o í.—1. E n r i q u e II. Q u i n t a g u e r r a entre Carlos
Y y l a F r a n c i a . Muerte del Emperador.—8. J u i c i o sobre
el E m p e r a d o r Carlos V.
RESÚMEN DE L A LECCIÓN X X I I I .
LECCIÓN XXIV.
Felipe II.
1. Extensión y pode?' de l a m o n a r q u í a española al adveni-
miento de Felipe II.—2. Carácter y pi-oyectos de este rey.
—3. Guerra con Francia: batalla de San Quintín: p a z
de Catean-Cambresis.—4. Resultados de las guerras en-
tre España y Francia por l a posesión de Italia.—5. E x -
pediciones á la costa dp Africa.—6. Guerra de los moris-
cos.—7, Batalla de Lepanto.—8. Conquista de Portugal.
—9. Absolutismo político de Felipe II.
1. Extensión y poder de la m o n a r q u í a española
al advenimiento de Felipe I I . A u n cuando Garlos
V al morir dividió sus estados entre su hijo y su
hermano, quedaba sin embargo la monarquía espa-
ñola como la primera de la cristiandad. Poseía Felipe
II la Península española, excepto Portugal que con-
quistó más adelante; Gerdeña, Sicilia, Nápoles y el
Milanesado, le hacían dueño de Italia: las ricas pro-
vincias de los Países Bajos, el Franco Condado y el
Rosellón, le permitían tener un pié en Francia: su
casamiento con María Tudor puso á sus órdenes las
—208—
fuerzas y el poder de Inglaterra: en Africa le perte-
necían Túnez y Orán, las Canarias, las islas del Ca-
bo Verde y Fernando Po; en América se habían ex-
tendido ya los dominios españoles á las Antillas,
Méjico, Tierra Firme, Nueva Granada, el Perú, Chi-
le y la Plata; era dueño de las Filipinas en la Ocea-
nía; y con la conquista de Portugal adquirió también
sus inmensas colonias en Asia, Africa y América.
Con razón se decía que el sol no se ponía en los do-
minios de Felipe II.
Además de tantos elementos de poder, la fortuna
le había deparado otros no menos importantes. Su
padre le dejó el ejército más disciplinado de Europa;
disponía de los mejores generales, como el duque
de Alba, Manuel Filiberto, duque de Saboya, Don
Juán de Austria y el duque de Parma; habían muer-
to los monarcas más poderosos de Europa que po-
dían ser sus competidores, como Francesco I, E n r i -
que VIII y Solimán el Magnífico; disponía de los i n -
mensos tesoros del Nuevo Mundo, y tenía las pri-
meras escuadras de su tiempo. Agréguese á todo
esto, el carácter absoluto de su gobierno sin res-
tricción alguna en todos sus Estados, y el amor
verdadero que le profesaban los españoles; y se po-
drá formar una idea aproximada del inmenso poder
concentrado en las manos de Felipe II desde el co-
mienzo de su reinado.
2. C a r á c t e r y proyectos de Felipe 11. E l nuevo
monarca español carecía de las dotes militares de
su padre; pero poseía en cambio un celo más pro-
nunciado por la fe católica, mayor apego á la políti-
ca absoluta, y una ambición desmedida de mando y
de poder, que en cierto modo justifica los propósitos
que sus adversarios le atribuían de aspirar á la mo-
narquía universal. De carácter severo, frió é impa-
sible, ajeno á t o d o sentimiento humanitario; político
egoísta y suspicaz, que encuentra buenos todos los
—209—
medios si conducen á su fin: tenaz en sus propósitos
y dotado de una actividad incansable, dirigiendo por
sí mismo desde el retiro de su gabinete el gobierno
de sus dilatados dominios y la complicada política
de su tiempo.
Sus proyectos fueron los mismos de su padre:
establecer ante todo su supremacía política sobre
todas las naciones de Europa: mantener á toda cos-
ta la unidad religiosa en sus Estados é imponerla
por todos los medios á los demás, constituyéndose
en campeón armado del catolicismo, y en persegui-
dor implacable de los enemigos de la fe, así herejes
como mahometanos; y consolidar su autoridad ab-
soluta, extirpando para ello hasta los últimos restos
de las libertades públicas. Para la realización de
estos fines consagró con una constancia admirable
toda la energía de su carácter inflexible, todos los
recursos de su genio, sus inmensas riquezas, sus
ejércitos, en una palabra, todo el inmenso poder que
le proporcionaban sus grandes condiciones perso-
nales y los inmensos recursos de su vasto imperio.
3. Guerras de Felipe I I con la F r a n c i a : batalla
de San Quintín: paz de Cateau-Camhresis. E l
inmenso poder de Felipe II era una amenaza cons-
tante para la Francia. Así lo comprendió Enrique t i , /
que aliándose con el belicoso y anciano Pontífice^
Pablo IV, enemigo de la dominación española en
Italia, rompió la tregua de Vaucelles, y emprendió
la guerra mandando un ejército á Italia y otro á Ips /
Países Bajos. V^
E l duque de Guisa, el defensor de Metz, deseen-"*
diente de la casa de Anjou, recibió del Papa la i n -
vestidura de rey de Ñápeles, penetró con un ejército
francés en Italia, atravesó sin obtáculo el Milanesa-
do y entró triunfante en Roma; pero no consiguió
apoderarse de una sola plaza del reino de Ñápeles,
y diezmadas sus tropas por las enfermedades, tuvo
27
—210—
que regresar á Francia; mientras que el duque de
Alba penetró en los Estados pontificios, dirigiéndose
sobre Roma., y obligando al Papa á desistir de sus
propósitos belicosos contra España.
Al mismo tiempo un ejército español mandado por
Felipe II y Filiberto de Saboya penetró en Francia
por los Paises Bajos, poniendo sitio á la plaza de
San Quintín; acudieron á defenderla las tropas fran-
cesas al mando de Montmorency, y sufrieron com-
pleta derrota quedando sa jefe prisionero de los es-
pañoles. En memoria de aquel triunfo obtenido el
dia de San Lorenzo (10 de Agosto de 1557) mandó
construir Felipe II el monasterio del Escorial. En lu-
gar de dirigirse á Paris como aconsejaban las cir-
cunstancias y los generales, y como lo supuso el Em-
perador en su encierro de Yuste al tener noticia de
la victoria de su hijo, este prefirió apoderarse de San
Quintín, Noyón y otras plazas, dando lugar á que el
rey de Francia levantara nuevos ejércitos, haciendo
venir de Italia al duque de Guisa para dirigirlos,
quien se apoderó al año siguiente de la plaza de Ca-
lais, única que quedaba en poder de los ingleses
después de la guerra de Cien años, muriendo de
sentimiento por esta pérdida la reina María Tudor.
Los franceses sufrieron nueva derrota en Graveli-
nas (1559), viéndose obligado Enrique II á pedir la
paz, que se firmó en Catean Cambresis, restituyen-
do mútuamente las partes beligerantes los países
conquistados. De este modo quedó asegurada la do-
minación española en Italia: el Pontificado perdió su
importancia temporal; Florencia, Parma y Ferrara
quedaron sujetos á España: el duque de Saboya re-
cobró sus Estados; y los franceses si perdieron sus
derechos sobre aquella Península, consolidaron en
cambio la posesión de los tres Obispados y de la
plaza de Calais, que eran para ellos mucho más in-
teresantes.
—211—
4. Resultado de las guerras entre España y
Francia por la posesión de Italia. Las guerras
sostenidas con tanta tenacidad por Carlos V y Fran-
cisco I, y continuadas por sus hijos Felipe II y En-
rique II, en las que se disputaba principalmente el
predominio en Italia, terminaron por el tratado de
Gatean Cambresis, que consolidó la dominación es-
pañola en aquella Península. Sin embargo, tal vez
Francia aunque derrotada, sacó más ventajas de
aquella lucha que la monarquía española; pués re-
dondeó su territorio con Calais y los obispados, y
con su auxilio á los príncipes alemanes impidió que
el Imperio bajo Carlos V recobrara el poder y la im-
portancia de tiempo de los Otones, y se convirtiera
en una amenaza constante contra la independencia
francesa.
Por otra parte, aquellas guerras produjeron el
equilibrio europeo, que consiste en la protección de
los Estados pequeños contra la ambición de los gran-
des, y contribuyeron poderosamente á la extensión
del Renacimiento y de la brillante civilización ita-
liana á las demás naciones.
Por último, durante aquellas guerras en países
enemigos, la nobleza acabó por someterse á la auto-
ridad de los reyes; y por igualarse en cierto modo
con los villanos por la larga vida común que hacían
en los campamentos.
5. Expediciones á la costa de Africa en tiempo
de Felipe II. Ocupado el rey de España, en los
asuntos políticos y religiosos de Europa olvidó casi
por completo nuestros intereses en la costa de Afri-
ca, tan atendidos por el rey Católico, por Cisneros
y por su mismo padre Carlos V . Durante su largo
reinado no hizo otra cosa que mandar contra Trípoli
una expedición que tuvo un éxito desgraciado, sien-
do derrotada la escuadra española por la de Turquía
en la batalla naval de los Gelves. Más afortunadas
—212—
fueron nuestras armas en la defensa de Orán y Ma-
zalquivir, y en la reconquista del Peñón de la Go-
mera, de que se habían apoderado los moros en el
reinado anterior; y solo mandó auxilios tardíos y
poco eficaces á los Caballeros de Malta, sitiados en
su isla por los Turcos.
6. Guerra délos Moriscos. En su celo por la
religión no tuvo inconveniente Felipe II en faltar á
lo prometido por los Reyes Católicos á los moros de
Granada, obligándoles á renunciar á su idioma y á
sus usos y costumbres. Obligados antes á bautizarse,
habían conservado sin embargo sus creencias ma-
hometanas, y hostigados entóneos por aquellas dis-
posiciones, se declararon en abierta rebelión en las
Alpujarras y en la sierra de Ronda, eligieron por
rey á Don Fernando de Válor, con el nombre de
Abenhumeya, y se apoderaron de algunos pueblos de
la costa para recibir auxilios de Berbería.
Después de una larga lucha sin resultados por la
mala dirección de los generales Marqués de Mondé-
jar, duque de Sesa y Marqués de los Velez, encar-
gado de su persecución Don Juán de Austria, consi-
guió derrotar en varios encuentros á los moriscos,
que se entregaron á discreción y fueron expulsados
de España, privando de un gTan número de brazos
útiles á la agricultura y á la industria del reino de
Granada.
7. Batalla de Lepanto. E l hecho más glorioso
del reinado de Felipe II fué la batalla de Lepanto
contra los Turcos, y lo hubiera sido mucho más si
hubiera sabido sacar de ella todo el partido que le
ofrecían las circunstancias.
Había sucedido á Solimán el Magnífico su hijo Se-
lím II, que arrebató á los Venecianos la isla de Chi-
pre, dominando desde entónces sin oposición en el
Mediterráneo oriental, y amenazando con sus es-
cuadras los mares occidentales. Para detener los
—213—
progresos de los mahometanos se estableció una
liga compuesta del Papa Pió V , la República de Ve-
necia y el rey de España; reunióse una poderosa es-
cuadra á las órdenes de Don Juán de Austria, que
encontró la de los Turcos á la entrada del golfo de
Lepante, alcanzando sobre ella una completa victo-
ria (1571).
En esta batalla quedó destruido el poder marítim
de Turquía, cesando desde entóneos los temores de
nuevas invasiones de los otomanos.
8. Conquista de Portugal. Otro de los grandes
hechos del reinado de Felipe II fué la conquista de
Portugal en 1580, formando por primera y única
vez, después de los godos, una sola monarquía toda
la Península ibérica.
A Don Manuel el Afortunado sucedió su hijo Juán
III, que introdujo la Inquisición en Portugal, por cu-
yo medio consolidó la monarquía absoluta. A su
muerte ocupó el trono su nieto el infante Don Sebas-
tián (1557), que murió ó desapareció poco después en
la batalla de Alcazarquivir, recayendo la corona en
su tio el cardenal Enrique, que falleció á los dos
años. Concluidas de esta manera las dos líneas mas-
culinas de la casa de Avis, correspondía la corona á
la línea femenina, procedente de la hija mayor de
Don Manuel el Afortunado, Doña Isabel, madre de
Felipe II. A pesar de la evidencia de este derecho,
los portugueses, enemigos siempre de la dominación
castellana, proclamaron á Don Antonio, Prior de
Ocrato, hijo bastardo del infante Don Luis, y este á
su vez hijo del rey Don Manuel. Para hacer valer su
derecho Felipe II mandó un ejército á las órdenes del
duque de Alba, que derrotó á los portugueses en A l -
cántara, entró en Lisboa y sometió en poco tiempo
todo el reino á la obediencia del rey de España.
9. A bsolutismo de Felipe II, Dos hechos principa-
les manifiestan el carácter absoluto de la política de
—214—
Felipe II; su proceder con las Cortes de Castilla, y
con los fueros de Aragón, con motivo del proceso de
Antonio Pérez.
Aunque desautorizadas las cortes desde los Reyes
Católicos, y mucho más después de la derrota de los
Comuneros de Vülalar, Don Carlos las había conser-
vado, y se reunieron hasta doce veces en el reinado
de Felipe II. En ellas no tenían ya participación los
dos brazos de la nobleza y el clero, componiéndose
únicamente del tercero, ó sea, délas ciudades, repre-
sentadas por sus diputados ó procuradores. Este últi-
mo resto de las libertades castellanas perdió duran-
te aquel reinado todo su prestigio, por la conducta
del monarca, menospreciando sus peticiones, obran-
do en todo como si tales cortes no existiesen. A las
quejas repetidas de los procuradores para que se
cumpliesen los acuerdos de aquellas asambleas, con-
testaba siempre Don Felipe: «en esto, como en todo,
pensaremos lo más conveniente.» De esta manera
los mismos pueblos llegaron á convencerse de la
inutilidad de aquella institución, y en adelántelos
reyes solo las reunieron para jurar al heredero del
trono, ó en ocasión de guerras importantes.
Todavía fué menos noble la conducta de Felipe II,
para concluir con los fueros de Aragón. Antonio Pé-
rez, secretario y confidente del rey, fué acusado de
haber dado muerte á Don Juán de Escobedo, secre-
tario á su vez de Don Juán de Austria. Tal vez este
crimen tuvo por causa los amores de la princesa de
Eboli con Antonio Pérez, severamente censurados
por Escobedo; la envidia y ojeriza con que miraba
el rey á su hermano Don Juán de Austria y á su se-
cretario, y su odio á la princesa porque había des-
preciado sus favores. Es lo cierto que Escobedo fué
asesinado, la princesa de Eboli recluida en el casti-
llo de Pinto, y Antonio Pérez encausado y confisca-
dos sus bienes; pero consiguió escapar de su prisión
—215—
disfrazado con el traje de su mujer, y se huyó á
Aragón, presentándose en la cárcel del Justicia ma-
yor, acogiéndose al fuero de la manifestación. A
pesar de todo, Felipe II insistió en apoderarse de An-
tonio Pérez y entregarlo como hereje á la Inquisi-
ción, pero este pudo escapar, y se refugió en Fran-
cia. Irritado el rey contra el Justicia mayor, Juán
de Lanuza, lo mandó decapitar, haciendo lo mismo
con otros muchos nobles aragoneses y suprimiendo
los principales fueros en las cortes de Zaragoza
(1592).
RESÚMEN DE LA LECCIÓN X X I V .
LECCIÓN X X V .
Felipe II y el Catolicismo*
RESÚMEN DE L A LECCIÓN X X V I I .
RESÚMEN DE L A LECCIÓN X X I X .
LECCIÓN X X X I .
Causas de la guerra de Treinta años.
1, Carácter d é l a guerra de Treinta años.—2. Causas ge-
nerales.—3. Causas particulares.—4. L a reacción católi"
ca en Alemania.—5, L a Liga evangélica y la Liga católi-
ca.—6. Causas inmediatas.—7. Periodos en que se divide
l a guerra de Treinta años.
RESÚMEN DE L A LECCIÓN X X X I .
LECCIÓN X X X I I .
G u e r r a de T r e m í a a ñ o s . P e r í o d o s palatino
y
1. Fernando II) emperador.— 2. Federico Y y Maximiliano
de Baviera.—3. Periodo palatino.—i.'Periodo dinamar-
qués. Cristián IV. Waldstein.— 5. Resultados de l a paz
de Lubec.—6. Edicto de restitución.—1. Deposición de
Waldstein.
LECCIÓN X X X I I I .
G a e r r a d e T r e i n t a a ñ o s . P e r í o d o s sueco
y francés.
1. Gustavo Adolfo, rey de Suecia.—2, Su intervención en la
guerra de Treinta años.—S. Toma de Magdeburgo y da-
talla de Leipzig.—4. 'Vuelta de Wallenstein. Batalla de
Lutzen. — 5. Muerte de Wallenstein. Fin del periodo
sueco.—Q. Reinado de Luis XIII en Francia.~l. Ministe-
rio de Richelieu.— 8. Periodo francés de la guerra de
Treinta años.
i . Gustavo Adolfo, rey de Suecia. A la muertej
de Garlos I X , ocupó el trono de Suecia su hijo Gus-
tavo Adolfo, de edad de 17 años (16H), rodeándose
de un consejo de hombres importantes, á cuya cabe-
za colocó al canciller Oxentierna. Hallábase á la sa-
zón en guerra la Suecia con Dinamarca, con la Po-
lonia y con la Rusia; y haciendo la paz con las dos
primeras, sostuvo una larga campaña con la últi-
ma. Comenzando de nuevo la guerra con Polonia,
consiguió apoderarse de la Libonia y de una parte
de la Prusia; pero fué al fin derrotado por los pola-
cos, unidos á los austríacos (1629), firmando una tre-
gua con sus enemigos.
En estas circunstancias, el cardenal Richelieu y la
Inglaterra estimulan al rey de Suecia á tomar parte
en la guerra de Alemania contra los católicos y k
casa de Austria, ofreciéndole su apoyo moral y re^
cursos pecuniarios de grande importancia. Además
tenía Gustavo Adolfo otros motivos para emprender
aquella guerra, cuales eran, el despojo de sus pa-
rientes, los duques de Mecklemburgó, cuyo Estado
se había concedido por el Emperador á Wallenstein,
y el auxilio prestado por Fernando II á los polacos
en sus guerra con el rey de Suecia. Por todas estas
causas se decidió al fin á intervenir en la guerra de
Treinta años, cuando m á s abatidos estaban los pro-
—294—
testantes por la derrota del rey de Dinamarca y por
el edicto de restitución.
2. Intervención del rey de Suecia en la guerra
de Treinta años Precedido de la fama de gran
guerrero y consumado político, Gustavo Adolfo de-
sembarca en las costas de Pomerania (1630), anun-
ciándose como libertador de sus hermanos los pro-
testantes, oprimidos por la casa de Austria: en pocos
meses consigue apoderarse de todo aquel ducado,
ocupando la isla de Rugén y la plaza de Stetin.
Las devastaciones causadas por los ejércitos im-
periales para cumplimentar el edicto de restitución,
y la licencia desalmada de los soldados de Tillí y
Wallenstein, habían irritado sobre manera á los
protestantes; en cambio el rey de Suecia por sus
prendas personales, por la severidad de sus cos-
tumbres, y por la moderación y disciplina de sus tro-
pas, consiguió atraerse bien pronto todas las volun-
tades.
Sin embargo, no encontró Gustavo Adolfo el auxi-
lio que debía esperar de los príncipes protestantes;
entre ellos los más importantes, los electores de
Brandeburgo y de Sajonia, ó por temor al Empera-
dor, ó porque no quisieran deber favores á un ex-
tranjero, se negaron á unirse con el Rey de Suecia.
3. Toma de Magdéburgo y batalla de Leip-
zig. Sitiada la plaza de Magdéburgo por el general
Tillí, se propuso el rey de Suecia socorrerla y hacer
levantar el sitio, pero para ello necesitaba atravesar
el territorio de los Electores, que no se lo permitie-
ron, retrasando por esta causa su expedición, y dan^
do lugar á la ocupación de la plaza por los imperia-
les, después de una desesperada resistencia. Mag-
déburgo sufrió por tres dias un saqueo espantoso
autorizado por Tillí, y después un incendio que la
dejó arrasada por completo, pereciendo, según se
cuenta, más de 30.000 de sus habitantes (1631).
—295—
Los electores principales causantes de aquel de-
sastre, temerosos ahora de las tropas de Tillí, se
unen con el Rey de Suecia; le dejan el paso franco
por sus Estados, y bien pronto se encuentran los
suecos y los imperiales en los campos de Leipzig,
sufriendo estos últimos una completa derrota, y te-
niendo que retirarse Tillí con grandes pérdidas, mien-
tras los sajones penetran en Bohemia para dirigirse
á Viena, y Gustavo Adolfo se encamina al Rin, apo-
derándose del Palatinado y de la Franconia, logran-
do de esta manera separar á los españoles y á los
imperiales. Conseguido esto, penetra en Baviera, y
en las orillas del Lech derrota á Tillí, que pierde la
vida á consecuencia de las heridas recibidas en la
batalla. Poco después el héroe sueco entró victorioso
en Munich (1632) abandonada por el duque Maximi-
liano y por ei gobierno.
4. Vuelta de Wallenstein. Batalla de Lut-
zen. Los sajones, dueños de la Bohemia, y los sue-
cos que dominaban en la mayor parte de Alemania,
podían unirse en un momento dado, y poner sitio á
Viena, colocando en una situación desesperada al
Emperador, que no tenía ejércitos ni generales que
oponer á sus enemigos victoriosos. En tal situación,
Fernando pasó por la humillación de llamar á Wa-
llenstein, á quien había tratado antes como enemi-
go. El orgulloso general supo aprovechar la ocasión,
y exigió y hubo que concederle una autoridad mili-
tar absoluta, y promesa de grandes títulos y seño-
ríos. Solo con estas condiciones, que le daban un po-
der tal vez superior al mismo Emperador, consintió
en ponerse al frente de las tropas.
El gran prestigio de su fama, y la esperanza del
botín, reunió bien pronto un ejército numeroso á las
órdenes de Wallenstein. Este se dirige primero con-
tra los sajones, arrojándolos de Bohemia, y marcha
después en busca del rey de Suecia. Encontrándose
—296—
en Nuremberg, ó por respeto ó por múluo temor,
permanecieron mes y medio frente á frente sin ata-
carse; pero al retirarse Wallenstein para combatir
la Sajonia, le persigue Gustavo Adolfo en defensa de
su aliado, trabándose la batalla en Lutzen. Llevaban
la acción ganada los suecos, cuando su rey recibió
una herida mortal; pero en lugar de desanimarse,
juraron tomar venganza y continuando la acción
con un valor extraordinario á las órdenes de Ber-
nardo de Sajonia-Weimar, al fln del día Wallenstein
tuvo que batirse en retirada, dejando que sus ene-
migos tributasen en paz los últimos honores al héroe
que tantas veces los había conducido á la victoria
(1632).
5. Muerte de Wallenstein; fin del periodo sue-
co. La guerra continuó á pesar de la muerte de
Gustavo Adolfo. El canciller Oxentierna, apoyado
patrióticamente por el senado de Suecia, y con los
auxilios de Francia, fué nombrado director de ia
confederación: y los generales formados en la escue-
la de Gustavo, sostuvieron la lucha, no sin gloria
para las armas suecas.
Entre tanto, el Emperador, que temía la excesiva
ambición de Wallenstein, á pesar de que le debía
su trono, lo mandó asesinar, deshaciéndose de él,
como Enrique III del duque de Guisa. Poco después
fueron vencidos los suecos en Nordlinga por los
imperiales; y abandonando la lucha los príncipes
protestates, se firmó lapa^ de Praga (1635), entre
el Elector de Sajonia y el Emperador, confirmando
el edicto de restitución con algunas modificaciones.
6. Reinado de Luis X I I I en Francia. Después
del asesinato de Enrique IV, fué proclamado suce-
sor su hijo Luis XIII, de edad de nueve años, ba-
jo la regencia de su madre María de Médicis (1610).
Aconsejada esta por el italiano Concini, abandonó
la política de Enrique IV contra la casa de Austria,
—297—
inclinándose á los españoles, y negándose á interve-
nir en los asuntos de Ateraania.
Concini, favorito de la reina, fué objeto de tantas
liberalidades, que llegó á comprar el marquesado de
Ancre, y consiguió ser nombrado gobernador de la
Normandía, y mariscal de Francia. Los nobles, diri-
gidos por el príncipe de Condé, se sublevaron con-
tra Concini y contra la reina, y lograron que esta
les otorgase el, gobierno de las principales provin-
cias, y que se comprometiese á convocar los Esta-
dos generales. E n ellos comenzó á darse á conocer
un jóven obispo de Lucon, de edad de veinte y nue-
ve años, llamado Armando Juán du Plessis de R i -
cheliéu. Los Estado generales se disolvieron sin to-
mar acuerdo importante.
Declarado el rey mayor de edad á los catorce
años, su madre concertó su matrimonio con Ana de
Austria, hija de Felipe III de España, cuyo enlace
se verificó en Burdeos: pero los príncipes y los pro-
testantes trataron de oponerse á aquella unión, con-
siguiendo la reina apaciguarlos con nuevas conce-
siones. E n una nueva sublevación de la nobleza con-
tra Concini, en la que tomó parte el mismo rey, el
italiano fué asesinado de orden de Luis XIII, su mu
jer condenada á muerte como hechicera, la reina
madre encerrada en un castillo, y Richelieu deste-
rrado.
L a privanza de Concini fué sustituida por lá de
Luynes, contra el cual se sublevaron otra vez líos
nobles y los protestantes, unidos con la reina m a ¿ /
dre; pero fueron derrotados por el rey en persona,
y tuvieron que someterse. E l favorito, que había re-
cibido los títulos de duque f par, obtuvo la primera
dignidad del reino, la de condestable, á pesar de no
saber le que pesaba una espada. Los hugonotes vol-
vieron á tomar las armas, pero vencidos por Condé,
tuvieron que aceptar la paz de Mompelter, que con-
38
—298—
firmó el edicto de Nantes, pero no dejando en su po-
der más que las plazas de Montaubán y la Rochela.
7. Ministerio de Richelieu. Richelieu, que ha-
bía recibido un mes antes el capelo de Cardenal,
fué llamado á formar parte del consejo del rey,
cuando la casa de Austria había recobrado toda la
influencia que tenía en tiempo de Carlos V ; la no-
bleza se había hecho casi independiente, como en
los tiempos feudales, y los hugonotes^ con sus domi-
nios en el Mediodía, formaban una potencia temible
para la monarquía. E l ministro, contando con la
confianza del rey, se propuso seguir la política de
Enrique I V , que se puede concretar en estos tres
puntos: humillar la casa de Austria, reducir los pro-
testantes á la impotencia de turbar la paz del Esta-
do, y someter definitivamente la nobleza á la monar-
quía.
Los protestantes que fueron los primeros en rebe-
larse contra la autoridad de Richelieu, fueron ven-
cidos, y obligados á aceptar la renovación del trata-
do de Mompeller. Siguió poco después la conjuración
de la nobleza, en la que tomaron parte la reina y
el duque de Orleans, hermano del rey; pero todos
ellos fueron aprisionados, alguno condenado á muer-
te, y los demás desterrados. Después de estos acon-
tecimientos reunió una asamblea de notables que se
ocupó en mejorar la hacienda y el ejército y en
organizar la marina real.
Poco después estalló la guerra con Inglaterra, y.
animados por la^escuadra de esta potencia., se vol-
vieron á sublevar los protestantes. Pero los ingleses
fueron vencidos en l a isla de Ré, y Richelieu consi-
guió rendirla plaza de lar Rochela, principal abrigo
de los protestantes, destruyendo sus muros, y p r i -
vándola de sus privilegios. Las demás plazas fueron
tomadas y los protestantes se vieron obligados á fir-
mar el tratado de Alais, que puso fin á las guerras
—299—
religiosas, concediendo á los vencidos el libre ejer-
cicio de su culto, pero cesando desde entonces de
formar un Estado independiente dentro del Estado.
Alarmados otra vez los nobles con la humillación
de ,los protestantes, tramaron nueva conspiración
contra Richelieu, tomando también parte en ella la
reina madre, la mujer del rey y el duque de Orleans.
Sin embargo el ministro salió triunfante, pués la rei-
na madre fué desterrada, el de Orleans tuvo que
huir, y los nobles fueron severamente castigados.
Después de las conspiraciones vino la sublevación
del Languedoc por su gobernador el duque de Mont-
morency, unido con el duque de Orleans; ambos fue-
ron derrotados por las tropas reales en la batalla de
Castelnadary, Montmorency condenado á muerte
y decapitado, y el de Orleans tuvo que someterse.
Con estos castigos y otros no menos severos en di-
ferentes individuos de la nobleza, cesaron desde en-
tónces las turbulencias de los señores, recobrando
la monarquía todo el prestigio de tiempos anteriores,
contribuyendo á este resultado la supresión de los
cargos de condestable y de gran almirante, la demo-
lición de las fortalezas, y la creación de los inten-
dentes que ejercían la administración civil con de-
pendencia exclusiva del rey.
Una vez realizados sus proyectos en el interior del
reino por la sumisión de los protestantes y d é l a
nobleza, Richelieu, nombrado primer ministro, co-
menzó á poner en práctica su plan de humillar l a
casa de Austria en sus dos ramas, alemana y espa-
ñola. E n Italia consiguió que los españoles levanta-
ran el sitio de Cásale, se apoderó de Piñerol, y por
la paz de Ratisbona y de Gherasco quedó el Monfe-
rrato y Mantua en poder del duque de Nevers, prín-
cipe francés.
Richelieu á pesar de su dignidad de cardenal, pa-
ra proseguir su política contra la casa de Austria,
—300—
se puso al frente de la liga protestante contra los
católicos y contra el emperador, buscando para diri-
gir aquella guerra á Gustavo Adolfo, rey de Suecia,
y prestándole considerables auxilios pecuniarios.
Muerto el rey de Suecia en la batalla de Lutzen, y
derrotado después el ejército sueco en Nordlinga, se
decidió el ministro francés á continuar la guerra de
Treinta años á nombre de la Francia.
8. Periodo francés de la guerra de Treinta
años. Para emprender la guerra con el imperio y
con España. Richelieu tomó á sueldo el ejército mer-
cenario de los suecos con su hábil general el duque
de Sajonia-Weimar, renovó la alianza con los prín-
cipes protestantes de Alemania, y se unió con Ho-
landa; después de esto declaró la guerra á España
(1635).
La lucha comenzó á la vez en Italia y en los Paí-
ses Bajos. Los franceses ocuparon la Valtelina, lo
que les valió la alianza de Florencia y de Saboya y
los españoles penetraron en Picardía en dirección
á París. Richelieu, con el rey á la cabeza del ejér-
cito, consigue detenerlos, mientras los imperiales
son rechazados también de la Borgoña.
\ Poco después el duque de Weimar venció á los
-Imperiales en Rheinfeldén, y se apoderó de Fribur-
..go y de Brisach, muriendo al año siguiente. En los
Países Bajos los franceses se apoderaron de Arras
y otras plazas, y en Italia de Casal y de Turín. A l
mismo tiempo se sublevó Portugal contra España,
elegiendo por rey al duque de Braganza; y el Rose-
llón y Cataluña se declararon también independien-
tes, ofreciendo la soberanía al rey de Francia. Por
el mismo tiempo, descubrió Richelieu la conspira-
ción tramada contra su persona por Cinq-Mars con
la cooperación del hermano del rey y otros nobles,
y en connivencia con España. Los principales jefes
fueron decapitados en Lión, y los restantes se some-
tieron al cardenal.
—301—
Richelieu murió cinco meses antes que el rey
Luis XIII (1663). La política del cardenal francés
encontró un continuador en otro cardenal italiano,
Mazarino, que desde tres años antes había pasado
del servicio del Papa al del rey de Francia.
La guerra siguió con el mismo ardor por ambas
partes. El duque de Enghiéo, después el gran Con-
dé, ganó la célebre batalla de Rocroy, donde encon-
traron su sepulcro los invencibles tercios españoles.
Unido al año siguiente con Turena, derrotó á los
imperiales en Friburgo; á la vez que Torstensón,
general sueco, CODsigue desbaratarlos en varios en-
cuentros, y castigar á la Dinamarca, aliada del Im-
perio. Reunidos de nuevo Turena y Gondé, alcanza-
ron una brillante victoria sobre sus enemigos en
Nordlinga (1645).
Dos años después Turena, unido con Wrangel,
general sueco, que había sucedido á Torstensón,
consigue derrotar repetidas veces á los imperiales
en Alemania; mientras Gondé les ganaba la batalla
de Lens en el Artois (1648).
Tantos descalabros hicieron necesaria la paz, que
se concertó en el mismo año en Wesfalia.
RESÚMEN DE L A LECCIÓN X X X I I I .
LECCIÓN X X X I V .
Paz d© Wesfalla.
1. Consecuencias de la guerra áe Treinta a ñ o s . — L a p a z
de Wesfalia.—3. Sus disposiciones generales.—4. E n el
órden religioso.—^. Constitución interior del imperio
alemán.—Q. Arreglos territoriales.—7. E l equilibrio euro-
peo.—2). Otras consecuencias de la p a z de Wesfalia.
RESÚMEN DE L A LECCIÓN X X X I V .
RESÚMEN DE LA LECCIÓN X X X V .
LECCIÓN X X X V I .
Revolución de Inglaterra.
RESÚMEN DE LA LECCIÓN X X X V I .
LECCIÓN X X X V I I .
RESÚMEN DE L A LECCIÓN X X X V I I .
LECCIÓN X X X V I I I .
TERCER PERÍODO DE LA EDAD MODERNA. (1648-1789).
Reinado de Luis XIV, hasta la paz
de Nimega.
1. Nueva tendencia de la p o l í t i c a europea desde el tratado
de Wesfalia.—2. Menor edad de L u í s XIY.—3. L a guerra
de l a Fronda.—4. Guerra con España.—5. Muerte de M a -
zarino: su gobierno.—5. Luis XIV: Colbert y Lonvois.—
7. Nueva guerra con E s p a ñ a : sus causas y resultados.
—8. Guerra con Holanda: sus causas.—§. Primeras cam-
p a ñ a s . — 1 0 . Ultimas c a m p a ñ a s y paz de Nimega.
LECCIÓN X X X I X .
Reinado de Luis XIV, liasta la paz
de Biswick.
I. Estado de la Francia después de la p a z de Nimega.-~2.
Conducta p o l í t i c a de Luis X I V . — L a s libertades gali-
canas.—A. Revocación del edicto de Nantes—-5. L a liga
de Augshurgo.—6. Guerra de la liga de Augshurgo.—7.
P a z de Riswick.
RESÚMEN DE L A LECCIÓN X X X l X .
LECCIÓN X L . 1
Guerra de sucesión de España.
RESÚMEN DE L A LECCIÓN X L L
LECCIÓN X L I I .
LECCIÓN X L I I I .
A l e m a n i a lias ta l a r e v o l u c i ó n francesa.
I. Estado de Alemania después d é l a paz de Wesfalia.—2.
Leopoldo I.—3. José I y Carlos VI.—4. La Pragmática
sanción.—5. Guerra de sucesión de Austria.—6. Fin de la
guerra y paz de Aquisgrdn.—I. Guerra de Siete años.—
8. Fin de la guerra y paz de P a r í s . — C o n s e c u e n c i a s
de la guerra de Siete años.—José II: sus reformas.
RESÚMEN DE LA LECCIÓN X L I I I .
LECCIÓN XLIV.
L a Prusia basta la revolución francesa.
LECCIÓN X L V .
LECCIÓN X L V I .
Rusia y "Polonia. Catalina II*
l . L a Polonia en el tercer periodo de la Edad moderna.—
2. Vicios de la c o n s t i t u c i ó n polaca.—3. Reinado de Cata"
lina Hde Rusia.-—4:. Primer reparto de Polonia.—o. Re-
formas en Polonia. Nueva guerra con "Rusia; sqg/unda
repartición.—-ñ. Ultima guerra, y reparto definitivo.—7.
Juicio sobre l a r e p a r t i c i ó n de Polonia.—8. Querrás de
Catalina con Suecia y con Turquía.—9. Juicio sobre el
reinado de Catalina II.
LECCIÓN X L V I I .
Turquía é Italia.
1. TURQUÍA. Mahomet I V y Kopro¡i.—2. Decadencia de Tur-
quía. Tratados de Carlowitz y de Passarowitz.—3. L a
Turquía hasta l a revolución francesa.—ITALIA. L a
Sahoya.—S. Génovay Yenecia.—Q. Toscana y Parma.—
7. Estados Pontificios.—8. Ñapóles y el Milanesado.
1. TURQUÍA Mahomet I V y Koproli. L a Tur-
quía habia dejado de ser una potencia terrible para
Europa desde la batalla de Lepante, y se habia de-
_424—
bilitado en el interior por la fatal influencia de los
genízaros, que como los pretoria nos romanos, eleva-
ban y deponían á los sultanes sin otro criterio que
su capricho ó su particular conveniencia.
Los primeros años del reinado de Mahomet I V
(1648) pasaron en completa anarquía, sucediéndose
sin cesar las revoluciones en Gonstantinopla y en
las provincias. Nombrado gran visir, ^ c / m ^ í i i r o p r o -
U pudo contener la ambición de los genízaros,
ocupándolos en guerras extranjeras contra Vene-
cia, renovando los ataques contra Gandia y pene-
trando en Hungría al frente de un ejército de 300.000
hombres. En la batalla de San Gotardo fué derro-
tado el visir por Montecúculli, y tuvo que firmar
una tregua por veinte años.
Dirigióse entóneosKoproli contra Gandia, heróica-
menle defendida durante veinte años por los vene-
cianos, que después de cincuenta y seis asaltos en
que perdieron la vida más de 100.000 otomanos,
consiguieron una honrosa capitulación, entregando
á los enemigos la ciudad convertida en un montón
de ruinas (1669)-
Muerto Koproli, le sucedió en el visirato su yerno
Kara Mustafd, que con un ejército de 200.000 hom-
bres llegó á poner sitio á Viena, siendo derrotado
por el valiente Sobieski, rey de Polonia, dejando en
poder de los cristianos un campamento lleno de r i -
quezas.
2. Decadencia de Turquía. Paz de Carlowitz
y de Passarowifz. Después de la derrota de Viena^
comenzó un período de decadencia en Turquía, du-
rante el cual los visires sucesores de Mustafá tuvie-
ron que limitarse á defender su territorio, invadido
en todas direcciones por los cristianos. E n los bre-
ves reinados de Solimán III (1687) y Achmet II
(1691) los turcos perdieron la Morea, conquistada
por los venecianos, y la Transilvania, cuyo príncipe
—425—
se hizo vasallo del emperador de Alemania; y fue-
ron vencidos en Mohacs y en Salan-Kenem.
En el reinado de Mustafá I I , el príncipe Eugenio
alcanzó una gloriosa victoria sobre los otomanos en
Zenta: dos años después (1699) por la paz de Car-
lowitz, perdió la Puerta sus posesiones en Hungría,
y una parte de la Esclavonia y de Croacia. E n
tiempo de Achmet I I I (1703) la guerra contra el
Austria y contra Venecia terminó por la paz de
Passarowitz (1718) cediendo Belgrado y parte de
Valaquia y de Servia al Austria, y varias plazas de
la Albania á Venecia. Achmet III recibió en sus es-
tados al rey de Suecia, Garlos X I I , fugitivo después
de la batalla de Pultawa; y por sus excitaciones de-
claró la guerra á Pedro el Grande, que se vió en-
vuelto por los turcos en las orillas del Pruth, y debió
su salvación á su mujer Catalina.
3. L a T u r q u í a hasta la revolución francesa.
Mahomet I V (1730) después de varias victorias so- ||
bre los austríacos y los rusos, les obligó á aceptar
la paz de Belgrado (1739), y á devolverle la Servia
y la Valaquia, y todas las conquistas hechas duraáte
la guerra. Este monarca sostuvo largas luchas icoyc
N a d i r , rey de Persia, á cuya muerte se desmembró
este reino. En el reinado de Othmdn I I I (1754| {m
terrible incendio destruyó la mayor parte de Co
tantinopla.
En tiempo de Mustafá I I I (1757) comenzaron las
luchas con Catalina II de Rusia, declarándose la
Puerta aliada de Polonia á consecuencia del primer
repartimiento. Los turcos fueron derrotados en el
Pruth, y su escuadra incendiada por los rusos; m á s
adelante Catalina invadió la Crimea, y las nuevas
victorias de sus generales impusieron á Mustafá l a
paz de K a i n a r d j i (1774) obligándole á reconocer la
independencia de Crimea, que algunos años después
pasó al dominio de la Rusia.
5á
—426—
Los proyectos ambiciosos de Catalina, que preten-
día desmembrar Isi Turquía, como habia hecho con
Polonia, obligaron á Achmet I V (1774) á declarar
la guerra á la Rusia, que se prolongó hasta el rei-
nado de su sucesor Selim J7J (1789). Los turcos
experimentaron grandes derrotas, y tal vez en esta
ocasión hubiera concluido el imperio otomano en
Europa, si la intervención de Federico Guillermo de
Prusia en favor de Turquía, no hubiera obligado a l
emperador José II á devolver sus conquistas, y á
Catalina á firmar la p a z de Jassy (1792) quedando
el Dniéster como frontera entre los dos imperios.
4. ITALIA. L a Sáboya. L a Italia, en el tercer
período de la Edad moderna, continúa fraccionada
en gran número de Estados independientes, y some-
tida á la influencia de España primero, y después
del Austria, que dominaban todavía en sus m á s be-
llos é importantes territorios, la Lombardía y Ña-
póles con Sicilia.
En la parte septentrional, los duques de Saboya y
de Piamonte, tomando parte en las cuestiones de
las grandes potencias, extendieron sus dominios en
Italia, al paso que perdían los de Suiza. A la muer-
te de Carlos Manuel I I (1675) le sucedió Víctor
Amadeo I I , que mezclándose en las guerras de Luis
X I V y en la de sucesión de España, obtuvo por la
paz de Utrech el título de rey de Sicilia, que cambió
á poco por el de Gerdeña. Este soberano procuró
aumentar la prosperidad de su reino, protegiendo
la instrucción, limitando los privilegios de la noble-
za y mejorando la legislación.
En tiempo de su hijo Carlos Manuel I I I (1730)
continuó el engrandecimiento del reino de Gerdeña
por la supresión de los servicios feudales, por la
creación de nuevas y provechosas instituciones, y
por l a adquisición de algunos territorios del ducado
de Milán, á consecuencia de la guerra de sucesión
—427—
de Austria. Su sucesor Víctor Amadeo I I I (1773)
se declaró enemigo de la revolución francesa, y de-
rrotado por Bonaparte, perdió una parte de sus Es-
tados por la paz de París.
5. Génova y Venecia. Las dos célebres repúbli-
cas rivales en la Edad media, continuaron con su
viciosa constitución aristocrática. Génova fué bom-
bardeada por las escuadras de Luis XIV por haber
prestado auxilio á los argelinos contra Francia: en
el interior se encontraba dividida en dos partidos,
uno afecto á España y otro á Francia, La isla de
Córcega, duramente explotada por los comerciantes
genoveses, se sublevó contra sus dominadores,
proclamando rey á un barón alemán con el nombre
de Teodoro I. Génova restableció allí su dominación
con el auxilio de los franceses; pero en una nueva
insurrección promovida por Paoli, las tropas geno-
vesas fueron derrotadas, y Génova cedió aquella
isla á la Francia: después de una lucha desespe-
rada, los patriotas fueron vencidos y la Córcega in-
corporada á la monarquía francesa.
Venecia en lucha con los turcos, perdió la isla de
Candia, cuya capital se resistió heróicamente más
de veinte años contra todo el poder de los otomanos.
Los venecianos obtuvieron en la paz de Carlowitz la
península de Morea, pero la perdieron poco después
por la de Passarowitz, no quedándoles de sus ex-
tensas posesiones de otro tiempo, más que la isla de
Corfú y la Dalmacia. Procuró guardar una neutrali-
dad absoluta entre las potencias vecinas, y conser-
vó de sus antiguas instituciones el tribunal de los
Diez, con su misteriosa y sangrienta jurisdicción.
6. Italia media. Toscana y Parma. En tiempo
de Fernando II (1628) comenzó la decadencia de
Toscana, desorganizada en el interior, y á merced
de los extranjeros, como los demás Estados italia-
nos. Su sucesor Cosme III (1670) aumentó la mise-
—428—
ria de Toscana por sus fastuosas prodigalidades y
por su protección desmedida á los conventos y á los
misioneros. L a familia de los Mediéis, ya degenera-
da, concluyó en Juan Gastón (1723) que favoreció
escandalosamente la corrupción de costumbres en
Toscana.
Francisco Esteban, duque de Lorena y esposo
de la emperatriz María Teresa, heredó el Gran du-
cado, bajo la condición de que no se reuniría con el
imperio; y si bien esto se cumplió, no pudo librarse
de la influencia constante del Austria. Su segundo
hijo y sucesor, Leopoldo (1765) gobernó con acierto,
y restableció la prosperidad y la brillantez de la
época de los Médicis. Dejando la Toscana para ocu-
par el imperio, le sucedió su segundo hijo Fernan-
do José (1780), en cuyo tiempo estalló la revolución
y los franceses se apoderaron del país.
E l ducado de Parma estuvo en poder de la familia
Farnesio, hasta que por el matrimonio de Isabel con
Felipe V , se unió á la corona de España; gobernan-
do allí primero el infante Don Garlos, y después el
infante Don Felipe (1748). Bajo sú hijo y sucesor,
Fernando (1765) prosperó en gran manera aquel
ducado, introduciéndose importantes reformas en la
administración.
7. Estados pontificios. Durante el tercer perío-
do de la Edad moderna, el gobierno del Estado ecle-
siástico fué tan desastroso como en las épocas ante-
riores, así por la decadencia de la agricultura, la
industria y el comercio, como por los onerosos tri-
butos que redujeron el pueblo á la miseria, y por "la
falta de seguridad en las comunicaciones, á causa
de la impunidad de las partidas organizadas de ban-
didos que infestaban el país.
Los Pontífices continuaron protegiendo los estu-
dios, y embelleciendo á Roma con magníficos monu-
mentos; pero desde la paz de Wesfalia perdieron su
—429—
influencia en los asuntos políticos de Europa, viendo
cercenadas sus atribuciones por los príncipes y los
reyes. Inocencio X (1644) fué justiciero, y aumentó
sus Estados á costa del ducado de Parma; Alejan-
dro K//(1665) acogió en el capitolio á Cristina de
Suecia; Inocencio X I (1676) sostuvo con energía
largas querellas con Luis X I V ; Clemente X I (1700)
mejoró la situación moral y material en Roma;
Benedicto X Í V favoreció la instrucción, afirmó la
justicia, protegió el comercio, y por sus virtudes
y por su ciencia, mereció la estimación general,
hasta de los mismos protestantes. íín tiempo de
Clemente X l t l (1758) fueron expulsados los jesuitas
de Portugal y de los países donde dominaban los
Borbones; Clemente X Í V (1769) decretó la supre-
sión de la Compañía de Jesús, y recobró á Aviñon y
Benevento. Pió V I (1774) hizo un viaje á Viena
para apartar á José II del camino de las reformas^
sin conseguir resultado alguno.
8. Ñápales y el Milanesado. L a dominación es-
pañola continuó en el Milanesado y en Ñápeles
hasta la guerra de sucesión. Por el tratado de Utrech
pasó Ñapóles y la isla de Gerdeña, al dominio del
Austria. Algunos años después pasó la Cerdeña á
poder del Piamonte, cediendo en cambio al Austria
la Sicilia, unida desde entóneos con Ñápeles.
Poco más adelante el emperador Carlos V I compró
el reconocimiento de la P r a g m á t i c a Sanción por
Felipe V , cediendo Ñápeles y Sicilia con título de
rey al infante Don Carlos, que tomó el nombre de
Carlos VII. Con la cooperación de su ministro
Tanucci, mejoró la legislación, limitó las inmiini-
dades del clero y los privilegios de la nobleza. Su
hijo y sucesor Fernando I V (1759) inspirado en el
mismo espíritu reformista, expulsó á los jesuitas,
disminuyó el clero y los conventos, y mejoró todos
los ramos de la administración. Estas modificacio-
—430—
nes atrajeron á Tanucci gran n ú m e r o de enemigos,
que al fin le obligaron á dejar el ministerio, cayen-
do con él todas sus reformas y renaciendo todos los
abusos anteriores. E n este reinado los republicanos
franceses se apoderaron de Ñápeles, y Fernando I V
tuvo que huir á Sicilia; pero vivió lo bastante para
volver á ocupar su trono después de la caida de
Napoleón.
E l Milanesado, como Ñápeles, pasó por la paz de
Utrech al dominio del Austria; fué conquistado por
los republicanos franceses, y después de la caida de
Napoleón volvió al poder del Austria, que lo ha con-
servado hasta hace pocos años.
LECCIÓN XLVIII.
E s p a ñ a . Felipe V y Fernando VI. Portugal.
1. Felipe V. —2. Ministerio de Alberoni.— 3. Ministerio de
Riperdd.—k. Conquistas en Italia.— 5. Juicio sobre el rei-
nado de Felipe V, —6. Reinado de Fernando VI. —7. Es-
tado de Portugal en este tiempo.— 8. José l y el marqués
de Pombal.
LECCION X L I X .
España. Carlos III y Carlos IT.
1. Advenimiento de Carlos 111.-2. Expulsión de los Jesui-
tas.~3. Guerra con Inglaterra.—A. Gobierno y reformas
de Carlos III.—5. Garlos IV. Ministerio de Godoy. —
6. Guerra con Francia. Paz de Basilea.—7. Tratado de
San Ildefonso: Guerra con Inglaterra.—Abdicación de
Carlos /Y.
LECCIÓN L .
F r a n c i a . I.uis X V y ¿ u i s X V I .
1. Luis XV. Regencia del duque de Orleans.—2. Política in-
terior de la regencia. Sistema de Law.—3. Política exte-
rior.—i. Mayor edád de Luis XY: sus ministros.—5. Po-
lítica exterior de los últimos años del reinado de Luis
XV.—6. Política interior.—7, Primeros años del reinado
de Luis XYI.—%. Ministerios de Calonne y de Brienne.—
9. Segundo ministerio de Necker.
RESÚMEN D E L A LECCIÓN L .
LECCIÓN LI.
Juicio solí re el tercer período
de la Edad moderna.
1. Resumen de l a historia del tercer periodo de l a Edad
moderna.—2. Geografía y e t n o g r a f í a . — G o b i e r n o é ins-
tituciones.—L Religión y sacerdocio.—§. Las ciencias y
los descubrimientos científicos.-~Q. Literatura.—7. Bellas
artes.—8. Agricultura, industria y comercio.
RESÚMEN DE LA LECCIÓN L l .
LECCIÓN LII.
R e v o l u c i ó n francesat Sus caracteres.
1. L a Revolución francesa.—2. ¿Qué es?—Caracteres de
esta revolución.—4. Su universalidad.—¿h. Cosmopoli-
tismo.
RESÚMEN DE L A LECCIÓN L l I .
K M
1. L a revolución francesa tuvo lugar desde la convoca-
ción de los Estados generales (1789) hasta el entronizamien-^
to de Napoleón. Es el acontecimiento más importante de
historia después del Cristianismo, no tanto por lo que sig-
nifica en sí mismo, como por sus trascendentales consecuen-
cias en la vida de los pueblos modernos.—2. Según unos, la
revolución francesa no es más que un conjunto de crímenes,
los mayores de la historia; para otros ha sido la regenera-
ción de la humanidad. Para nosotros representa la desapa-
rición de ideas y poderes caducos que habían cumplido su
misión en la historia, sustituyéndoles otros más conformes
al estado de la humanidad.—3. L a revolución tiene en pri-
mer término un carácter político, puesto que su fin principal
fué combatir el absolutismo de los reyes y los privilegios de
las clases superiores, para sustituirlos con el gobierno del
pueblo y la igualdad de todos los hombres.—4. Por su ca-
rácter religioso la revolución no fué atea, pero sí contraria
á la Iglesia y al Cristianismo, tratando de sustituirlos por
la religión natural; pero este carácter se subordina al polí-
60
—474—
tico.—5. Distingüese además la revolución por su universa-
lidad, esto es, por haber conmovido todos los fundamentos
de la vida social á diferencia de las revoluciones anteriores,
que tuvieron siempre un fin y objeto determinado.—6. Esta
revolución reviste también un carácter cosmopolita, obran-
do y extendiéndose por todas las naciones; gracias á la pro-
paganda y al proselitismo que es más propio de las revolu-
ciones religiosas.
LECCIÓN LIIL
R e v o l u c i ó n francesa. Causas generales.
1. Causas déla revolución francesa.—2. Progreso natural
de la sociedad.—Excesos del absolutismo.—4. Desa-
cuerdo de las ideas é instituciones.—t. Centralización
política y administrativa.—Aislamiento de las clases
sociales.—7. Resumen de las causas generales.
LECCIÓN L V .
REVOLUCIÓN FRANCESA.
Causas particulares é inmediatas.
I. Causas particulares de la revolución francesa.~2. La
Regencia y el reinado de Luis .XT.—3. La proximidad de
Inglaterra.—4. La independencia de los Estados Unidos,
—5. Las reformas de los monarcas: su carácter.—6. Cómo
se evitan las revoluciones,—1. Necesidad de la revolución
francesa.
LECCION LVI.
Revolución francesa*
l. Los Estados generales. Asamblea constituyente, 2. To-
ma de la Bastilla.—3. Trabajos de la Asamblea.—Hui-
da del rey.—5. La Asamblea legislativa.—6. Suspensión
del reinado.—1. La Convención. Abolición de la monar-
quía. Muerte de Luis XVÍ,—8. Epoca del. Terror.—9. L a
guerra exterior.
LECCIÓN LVIL
E l Directorio y e l Consulado*
RESÚMEN DE L A LECCIÓN L V I I .
LECCION LVIII.
£ 1 imperio f r a n c é s .
1. Establecimiento del Imperio francés.—2. Tercera coali-
ción. Campaña de Austerlitz y paz de Preshurgo.—3. La
guerra de Prusia. Jenay Friedland. Paz de Tilsitt.—i.
La guerra de la Península Ibérica.—5. Segunda guerra
con el Austria. Wagram. Prisión del Papa.—6. Apogeo
del Imperio.—1. Campaña de Rusia.
67
—530—
que se apoderaron de Madrid y se extendieron por
las provincias.
Sin embargo, el pueblo español, que á pesar de su
decadencia, conservaba más virilidad y energía que
sus reyes, rechazó con las armas en la mano los
planes ambiciosos de Napoleón, sosteniendo una
guerra heroica contra los ejércitos franceses, consi-
guiendo al cabo de seis años arrojar sus últimos
restos al otro lado de los Pirineos; como veremos
más adelante.
5. Segunda guerra con el Austria. Wagram.
Prisión del Papa. Mientras Napoleón se ocupaba
de los asuntos de España, el Austria, que no podia
olvidar sus derrotas y su humillación, se unió de
nuevo con Inglaterra, comenzando las hostilidades
con un ejército de 300.000 hombres al mando del
archiduque Garlos.
Napoleón, al frente del ejército francés, consiguió
derrotar á los austríacos en las primeras acciones á
orillas del bajo Danubio, (Abensberg, Eckmuhl y
Ratisbona), haciéndoles 40.000 prisioneros, y ade-
lantándose al archiduque, entró en Viena (13 de
Mayo de 1809) convocando la dieta húngara para
elegir un nuevo rey. Entre tanto, el archiduque era
dueño de la orilla izquierda del rio, y deseando Na-
poleón concluir con el enemigo, atravesó con su
ejército el Danubio, para librar entre Essling y As-
pern una sangrienta batalla, que costó la vida á
12.000 franceses, entre ellos el Mariscal Lannes^
que antes de morir dijo á Napoleón: vos sois la cau-
sa de mi muerte; nos haréis matar d todos por
vuestra insaciable ambición. La tenaz resistencia
de los austríacos obligó á Napoleón á desistir por
seis semanas de la continuación de la guerra.
Entre tanto Eugenio Beauharnais, persiguiendo
á los austríacos desde Italia, consiguió derrotarlos
en Raab y unirse con Napoleón, que con este refuer-
—531—
zo pasó de nuevo el Danubio, y atacó el archiduque
en Wagram, causándole una sangrienta derrota y
obligándole á retirarse á la Bohemia. El Austria pi-
dió un armisticio, y firmó después la paz de Viena,
cediendo á la Francia las provincias Ilíricas, algu-
nos territorios á Baviera y la mayor parte de la
Galitzia al ducado de Varsovia; en total, perdió el
Austria cinco millones de subditos, pagando además
85 millones como gastos de guerra.
Durante la guerra de Austria, Napoleón, disgus-
tado de la resistencia del Papa Pió VII á sus injus-
tas pretensiones de pronunciar el divorcio de su
hermano Jerónimo Bonaparte, y cerrar el puerto
de Givita-Vechia al comercio inglés, mandó ocupar
los Estados pontificios, y apoderarse de Roma, in-
corporándolos al Imperio. E l Papa y los Cardenales
fueron trasladados á Savona y después á Fontaine-
bleau, donde permaneció prisionero por espacio de
cuatnf años.
6. Apogeo del imperio napoleónico. Por este
tiempo (1810) alcanzó su mayor esplendor el impe-
rio francés. La Holanda, donde reinaba Luis, her-
mano de Napoleón, por haber mostrado cierta
laxitud en el bloqueo continental, fué incorporada
al Imperio: igual suerte tuvieron las ciudades an-
seáticas y los territorios entre el Elba y el Weser,
y el Valais en Suiza; por el mismo tiempo, el gene-
ral Bernardote ocupó el trono de Suecia. De esta
manera el Imperio contaba ciento treinta departa-
mentos, cuarenta millones de habitantes, y se ex-
tendía desde Danzig á los Pirineos, y desde Ham-
burgo á Corfú. A este inmenso poder hay que
agregar los Estados aliados y que constituyen su
principal defensa, España, el reino de Italia, la Sui-
za, la Confederación del Rin, el reino de Wesfalia y
Suecia.
A pesar de tanta grandeza, apenaban á Napoleón
—532—
a falta de heredero inmediato, temiendo quizá que
a obra de tantos trabajos y sacrificios se derrum-
base á su muerte, como la de Alejandro. Para evi-
tarlo, disolvió su matrimonio con Josefina, y después
de la paz de Viena, pidió al Emperador de Austria
la mano de su hija María Luisa, celebrándose con
grandes fiestas el matrimonio de Napoleón con la
hija de los Césares. A l año siguiente (1811) nació de
este matrimonio un hijo, que recibió el título de rey
de Roma, y que vino á colmar los deseos del Empe-
rador.
Pero la ambición y el despotismo de Napoleón ha-
bían crecido á medida que aumentaban sus con-
quistas y se extendían los límites de su poder y de
su imperio. L a Francia, cansada ya de tanta gloria,
comenzaba á echar de menos su perdida libertad,
lamentando juntamente la decadencia de la agricul-
tura, y la ruina de la industria y el comercio por la
falta de brazos y por los desastrosos resultados del
bloqueo continental. Por otra parte, los Estados
aliados, cambiando y variando con frecuencia de
gobiernos y de reyes, según los deseos ó caprichos
de Napoleón, y sufriendo ruinosos impuestos y la
odiosa conscripción, se manifestaban también pro-
fundamente disgustados; y todo anunciaba un cam-
bio de fortuna en aquel coloso del siglo X I X : que la
suerte de los hombres no es ilimitada, ni las glorias
humanas infinitas.
7. Campaña de Rusia. E l apoyo prestado por
Napoleón á la Polonia; su falta de cumplimiento en
¡as promesas que había hecho á la Rusia de repar-
tirse la Turquía; los sacrificios que imponía á todas
las naciones aliadas el bloqueo continental, y otros
motivos más secundarios, todo contribuyó á enfriar
la amistad establecida en Tilsitt entre Napoleón j
el emperador Alejandro de Rusia. De las quejas
recíprocas, se pasó á las recriminaciones, hasta He-
—533—
gar á un rompimiento completo. Napoleón hizo
alianza con el Austria y con la Prusia, que le ofre-
cieron ayudarle con fuerzas considerables: la Rusia,
por su parte, se unió con Bernardote, rey de Suecia
y traidor á Napoleón, con la Inglaterra, España y
Turquía (1812).
Reunidos en Dresde? los franceses, austríacos y
prusianos, en número de 570.000, emprendió Napo-
león la campaña de Rusia. Apoderóse de W i l n a , an-
tigua capital de la Lituania, y de Witepsk: tomó á
Smolensko después de una tenaz resistencia; los ru-
sos, asolando los campos é incendiando las poblacio-
nes, se retiran sin combatir atrayendo al enemigo
hácia el interior. E n Borodino de la Moskowa, los
rusos hacen frente á Napoleón, que si bien ganó la
batalla, perdió en cambio 70.000 hombres. Siete dias
después entran los aliados en Moscou, la segunda
capital de Rusia, abandonada de la mayor parte de
sus habitantes; y á la m a ñ a n a siguiente aparece la
ciudad incendiada por diferentes puntos, consu-
miendo el fuego en cuatro dias los nueve décimos
de los edificios.
Ante situación tan crítica, á 800 leguas de París
y en medio de los desiertos de un país enemigo. Na-
poleón entabla negociaciones con Alejandro, que lo
entretiene con falsas promesas hasta la entrada del
invierno. Por fin, el 18 de Octubre emprendió N a -
poleón una desastrosa retirada. Con una tempera-
tura de 18 grados bajo cero, acosados por el ham-
bre y atacados sin cesar por los rusos y cosacos, los
ejércitos aliados quedaron bien pronto reducidos á
40.000 hombres. E n Smolensko no encontraron los
víveres que esperaban, aumentándose de una ma-
nera espantosa la miseria. Llegados al Beresina, se
vieron atacados por dos ejércitos rusos que, les im-
pedían el paso de este rio de funesta memoria; des-
pués de prodigios extraordinarios de valor, solo 8.000
—534—
consiguieron pasar á la orilla opuesta, pereciendo
los demás por las armas de los rusos ó ahogados en
el rio. E l héroe de aquella desastrosa campaña fué
el mariscal Ney, él valiente de los valientes, que con
un valor sin igual ocupó la retaguardia, defendien-
do la retirada.
Comprendiendo Napoleón los resultados que po-
dría tener para su trono las noticias de aquel desas-
tre, abandonó los restos del ejército al mando de
Murat, y atravesando rápidamente la Alemania, se
presentó de improviso en París, donde la falsa noti-
cia de su muerte estuvo á punto de producir una
sublevación general.
RESÚMEN DE L A LECCIÓN L Y I I L
LECCIÓN L I X .
Fin del Imperio francés.
I. Campaña de Alemania.—2. Campaña de Francia.—3. Ab-
dicación de Napoleón. Primera restauración de los Bor-
lones.—Los Cien Días. Waterlóo.—5. Fin de Napoleón. -
6. Juicio sobre Napoleón. — 1. El Congreso de Viena. —
8. Mn de la Revolución francesa.— 9. Sus consecuencias.
RESÚMEN DE LA LECCIÓN L l X .
Tercer período.
73
INDICE.
HISTORIA MODERNA.