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HISTORIA MODERNA.

SEGUNDO CURSO DE HISTORIA UNIVERSAL.

HISTORIA MODERNA
POR

D. M i l i l MRO,
CATEDRÁTICO POR OPOSICION DE GEOGRAFÍA HISTÓRICA,

Y A C T U A L M E N T E D E HISTORIA U N I V E R S A L

EN LA U N I V E R S I D A Í N J E GRANADA.

ir:

GRANADA.
IMP. DE J. LOPEZ GUEVARA,
San Jerónimo, 29.
1882.
HISTORIA MODERNA.

LECCIÓN I.

I. La Edad moderna: su importancia.—2. Estudio impar-


cial de la historia moderna.—3. E l comienzo de esta
Edad.—L Su carácter.—5. Indicaciones geográficas y
etnográficas sobre el mundo moderno.—§. Elementos de
civilización que la Edad moderna recibe de la Edad me-
dia.—7. División de la historia moderna.

1. L a Edad moderna: su importancia. La


Edad moderna se extiende desde la caida de Gons-
tantinopla en poder de los Turcos Otomanos en 1453,
hasta la Revolución francesa, en 1789, comprendien-
do por consiguiente poco más de tres siglos, tiempo
bien escaso por cierto, en comparación con los mil
años que tuvo de duración la Edad media, y más de
dos mil la Edad antigua.
Sin embargo, la Edad moderna encierra mucha
mayor importancia que las anteriores. En primer
lugar, porque los hombres y los pueblos modernos,
aleccionados con la experiencia de las edades pasa-
das, realizan mayor número de hechos que en aque-
llas se verificaron, y porque estos mismos hechos
son mucho más trascendentales, á causa de que co-
nociéndose mejor el hombre á si mismo y á los de-
más, y extendiéndose este conocimiento á pueblos
y naciones, aprenden estas á respetarse mutuamen-
te, disminuyendo las luchas y guerras constantes de
otros tiempos, y progresando más rápidamente la
civilización.
Pero además de esto, la historia moderna encie-
rra para nosotros una superior importancia, por cuan-
to es la historia de nuestros padres, siempre más
interesante que la de los lejanos antepasados. La
humanidad vive hoy la vida que le han legado los
siglos XVI, XVII y XVIII, cuyos resultados estamos
tocando en la actualidad, y obrando con arreglo á
ellos.
Sin embargo, no olvidemos que á su vez la Edad
moderna es el resultado y la consecuencia de la me-
dia y de la antigua, como en el hombre la edad
adulta es el resúmen de su infancia y de su juven-
tud. De esta manera, la humanidad contemporánea
ha recogido la herencia completa de las edades que
pasaron, tocándole á ella desenvolver y multiplicar
este tesoro, para legarlo con grandes creces á las eda-
des futuras.
2. Estudio imparcial de la historia moderna.
De cuanto acabamos de exponer se dedúcela necesi-
dad de estudiar la historia moderna sin prevención y
sin pasión, procurando á toda costa en nuestros jui-
cios la cordura é imparcialidad, tanto más difícil de
conseguir cuanto sus consecuencias nos tocan más
de cerca que las de las edades precedentes, nos afec-
tan de una manera más inmediata, induciéndonos á
error, porque nadie puede ser juez imparcial en cau-
sa propia. Así se observa que, mientras existe una-
nimidad casi completa de pareceres entre los histo-
riadores al juzgar los hechos de la Edad antigua, y
aun los de la Edad media, difieren notablemente sus
juicios en lo relativo á la moderna.
Por otra parte, los acontecimientos de esta Edad
son tales, que por su propia índole inducen á la par-
cialidad: no son buenos ni malos de una manera
absoluta, sino que revisten varios aspectos, y pue-
den ser juzgados de diversas maneras. De aquí nace
la necesidad de estudiar nuestra historia con más
elevación de miras que las anteriores, para poder
conocer los hechos, los hombres y las instituciones
como son en sí, y no como los forje nuestra imagi-
nación ó conveniencia.
Seamos inflexibles con los errores, pero tengamos
caridad y mansedumbre para juzgar á los hombres,
tanto si viven, como si han dejado de existir:
condenemos las doctrinas, pero sin humillar á los
que debemos suponer que lealmente las profesaron,
3. E l comienzo de la Edad moderna. Hemos
adoptado como límite y separación de la Edad media
y la moderna la caida de Gonstantinopla en poder de
los Turcos, en 1453. Sin embargo, no arrancan de
este solo hecho las diferencias entre las dos edades,
antes bien, concurrieron otros varios de índole dis-
tinta, todos los cuales vinieron á cambiar por com-
pleto el carácter de la nueva sociedad.
El descubrimiento de América por Colón, en 1492,
y el del Cabo de Buena Esperanza por Vasco de Ga-
ma, en 1498, transformaron radicalmente las rela-
ciones comerciales. Rafael y Miguel Angel con las
logias del Vaticano y de la Capilla Sixtina, 1508,
inauguran una nueva era en las bellas artes; por el
mismo tiempo echa por tierra Copérnico la ciencia
antigua, dando á luz su nuevo sistema del mundo:
Lutero en 1517 produce una revolución religiosa; y
durante la última mitad del siglo X V y primeros
años del X V I , se transforma ia política de la Edad
media, por la consolidación del despotismo de los
reyes, la creación de las grandes nacionalidades y
el principio de las guerras de carácter general. Por
estos mismo tiempos, los sabios que huyen de Gons-
tantinopla esparcen por las naciones occidentales las
luces de la antigüedad clásica, multiplicadas hasta el
infinito por la imprenta, recientemente descubierta.
Todos estos hechos, que se verifican en menos de
setenta años, transformaron por completo la vida de
la sociedad, poniendo el sello á la Edad media é
inaugurando la moderna. De manera que la separa-
ción de esas edades no se refiere á un solo hecho,
sino á muchos, pudiendo fijarla en cualquiera de
ellos, según el aspecto bajo el cual se considere. Por
estas razones hemos adoptado la toma de Gonstan-
tinopla y la fecha de 1453, que es el primero en el
orden del tiempo; pero es de advertir que, con este
criterio, hay que considerar el primer período de la
Edad moderna como una época de transición entre
una y otra edad.
4. Carácter de la Edad moderna. En medio de
la inmensa variedad que ofrecen los hechos de la
historia moderna, el rasgo característico que mejor
la distingue es la unidad, que se manifiesta en un
espíritu constante de mejora y desenvolvimiento en
todos los pueblos, y en la tendencia á identificarse
en costumbres, religión, política, y todas las demás
aspiraciones de la vida humana.
• A pesar de las diferencias que separan á los cató-
licos, cismáticos y protestantes, todos comulgan en
una sola idea, el cristianismo, disminuyendo al mis-
mo tiempo el número de los que profesan otras reli-
giones, el mahometismo, brahmanismo, etc. En po-
lítica se unen ahora la idea humana que dominó en
la Edad antigua, con la idea divina de la Edad me-
dia, buscándose por todos los medios la debida ar-
monía entre una y otra.
Distingüese también la Edad moderna por el ca-
rácter práctico que revisten todos sus grandes acon-
tecimientos, surgiendo de ellos cuestiones de inme-
diata aplicación á la vida humana. Asi vemos que el
descubrimiento de la imprenta dió lugar á la cues-
tión de la libertad del pensamiento; de la Reforma
nació la libertad de conciencia; del descubrimiento
del Nuevo Mundo la libertad del comercio; del esta-
blecimiento de las grandes monarquías la libertad
política, y del equilibrio europeo la libertad de las
naciones. Todas estas cuestiones planteadas en los
tiempos modernos, y resueltas favorablemente en
principio, se van implantando aunque lentamente
en la sociedad.
5. Indicaciones geográficas y etnográficas sobre
él mundo moderno. E l teatro de la civilización en
las edades anteriores habían sido, primero los pue-
blos del Asia meridional y occidental, y después los
que circundan el Mediterráneo. E n los tiempos mo-
dernos se extienden esos límites tan prodigiosa-
mente, que en menos de tres siglos se completan los
conocimientos ya casi olvidados acerca de algunas
regiones del Ásia, se amplían á toda esta parte del
mundo, al Africa y á la Europa; y sobre todo, se des-
cubre la América, con lo cual se triplica el saber
geográfico de los antiguos, extendiéndose la nave-
gación y el comercio por mares y pueblos antes
ignorados, y tomando posesión de todas las regiones
habitables del globo, y aun penetrando por p u r ^
amor á la ciencia en otms países que, por los ri^ó-
res excesivos del clima, jamás habían sido visitados
por el hombre. / /
Igual revolución se verifica en este tiempo en el(
orden etnográfico. Todas las razas y pueblos desa-
tierra son conocidos por los europeos, que extien-
den los beneficios de su civilización á los habitantes
de las regiones polares, á los negros del interior
del Africa, á los pueblos de color amarillo y aceitu-
nado, y á los cobrizos americanos.
6. Elementos de civilización que la Edad moder-
na recibe de la Edad media. Los tiempos moder-
nos representan la edad adulta de la humanidad, y
son una consecuencia de la infancia y de la juven-
tud, ó sea de las edades anteriores, antigua y me-
2
— 10 —
dia. L a historia moderna recoge como herencia los
elementos permanentes de civilización que aquellas
le legaron, desenvolviéndolos y perfeccionándolos
feajo nuevas leyes y nuevas ideas, más conformes
con este período de la vida de la humanidad.
En el orden político y social, la Edad moderna re-
cibe la unidad romana, representada en los monar-
cas, pero limitada por el principio individual é inde-
pemliente de los germanos, que se manifiesta en las
Cortes ó Parlamentos: las nacionalidades constitui-
das, la clase media emancipada, y desterrada la
esclavitud. Bajo el punto de vista religioso, hereda
la Edad moderna el Cristianismo, extendido por to-
da Europa en sus dos iglesias, griega y laiina, y
el islamismo que domina en Africa y una gran parte
de Asia; encuentra formados los idiomas modernos,
cultivándose en ellos todos los géneros literarios,
mientras que el latín ha pasado á ser lengua muer-
ta, empleada únicamente por la Iglesia y en la i n -
vestigación científica.
A l mismo tiempo recibe los inapreciables tesoros
de la ciencia y del arte griego y romano, cuidadosa-
mente guardados en el imperio de Constantinopla,
y en parte desenvueltos durante la Edad media.
En suma, todos los elementos que constituyen la
vida de la humanidad, despojados de las exagera-
ciones y extravies propios de tiempos anteriores,
pasaron á la Edad moderna, en la cual se desenvol-
vieron y armonizaron con arreglo á leyes nue-
vas y principios diferentes.
7. División de la historia moderna. Comienza
la historia moderna en la caida de Constantinopla
en poder de los Turcos, y concluye en la Revolución
francesa, en 1789. A pesar de su corta extensión de
poco más de tres siglos, por la importancia de los
hechos que en ese tiempo se realizan, suele dividir-
se en tres períodos: el primero, es el Renacimiento,
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que comprende desde 1453 hasta 1517; el segun-
do, caracterizado por la Reforma religiosa, se ex-
tiende hasta 1648, en que tuvo lugar la paz de Wes-
falia; y el tercero, hasta la Revolución francesa en
1789.
RESUMEN DE L A LECCIÓN I.

1. La historia moderna es más importante que las anterio-


res, por el mayor número de hechos que en ella se realizan, y
por su mayor trascendencia; así como por estar más próxi-
ma de nosotros y ser mayor su influencia en los hechos ac-
tuales. — 2. Es tanto más difícil de juzgar con imparciali-
dad la historia, cuanto más próximos están sus hechos á
nuestros tiempos. Además los acontecimientos modernos no
son buenos ni malos en absoluto, y pueden ser juzgados de
distinta manera,— 3. La separación de las Edades media y
moderna, no se encuentra solo en la caida de Constantino-
pía, sino también en los descubrimientos de Colón y Vasco
de Gama, en el nuevo sistema de Copérnico, en los progre-
sos que realizaron en las artes Rafael y Miguel Angel, en la
Reforma de Lutero, en el despotismo de los reyes, en el re-
nacimiento de la cultura griega y en el descubríntiento de
la imprenta.—4. A pesar de la variedad de los hechos de la
historia moderna, se nota en ella una tendencia á la unidad,
en religión, política, etc., y un carácter práctico ó de apli-
cación á la vida humana en todos sus grandes aconteci-
mientos.— 5. La Geografía toma un vuelo prodigioso en la
Edad moderna, por el descubrimiento del Nuevo Mundo, la
circunnavegación del Africa, y el conocimiento completo de
las regiones septentrionales de Europa, y de toda el Asia.
A l mismo tiempo son conocidos todos los pueblos y razas en
que se divide la humanidad.—6. L a Edad moderna recibe de
la Edad media, en política, la unidad romana representada
por los reye§, la personalidad germánica por los Parlamen-
tos, las naciones constituidas y la clase media emancipada:
en religión, el Cristianismo extendido por toda Europa, y
el islamismo por Asia y Africa: los idiomas formados, culti-
vándose en ellos todos los gérmenes literarios: y la ciencia
y el arte griego hasta ahora conservados en Constantinopla.
—7. La historia moderna se divide en tres períodos:!.0, des-
de la toma de Constantinopla hasta la Reforma (1453-1517);
2.°, hasta la paz de Wesfalia (1517-1648); y 3.°, hasta la re-
volución francesa (1648-1789). .
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LECCIÓN II.
PRIMER PERÍODO (1453—1517).
El Renacimiento.
1. Carácter del primer período de la Edad media.—2. El
Renacimiento de la antigüedad clásica.—3. Renacimien-
to de las letras en Italia.—\. En Francia y Alemania.—-
5. Consecuencias.—6. Renacimiento de las Artes.—7. Re-
nacimiento de las ciencias.—%. El Renacimiento en Es-
paña.

1. Carácter del primer periodo de la Edad mo-


derna. Extiéndese el primer período de la Edad mo-
derna desde la caida de Constantinopla (1453), has-
ta laReforma (1517), comprendiendo 74 años, duran-
te los cuales se verifican grandes acontecimientos,
que vienen á cerrar y completar la Edad media, y
abrir los nuevos y más extensos horizontes de la
moderna.
Pero nada se presenta con fijeza y estabilidad en
tan corto tiempo; desaparecen las instituciones y los
poderes peculiares de la Edad media, y renacen
otros que habrán de dominar en la moderna. La v i -
da humana adquiere una transformación completa,
comenzando entonces una nueva organización so-
cial, mucho más compuesta que en las edades an-
teriores.
Es, pues, un período de transición, en el que los
elementos sociales, agitados y conmovidos en sus
cimientos, comienzan á recobrar nueva vida, que
habrá de manifestarse y dar sus resultados natura-
les en los tiempos posteriores. El renacimiento de
la civilización clásica; los descubrimientos del Nue-
vo Mundo, de la brújula, la pólvora y la imprenta;
la nueva organización política y la reforma reli-
giosa, hacen cambiar por completo la vida de la hu-
manidad.
— 13 —
2. E l Renacimiento de la antigüedad clásica.
Se conoce en la historia con el nombre de Renaci-
miento, la renovación general de las letras y de las
artes griegas y romanas, olvidadas casi por comple-
to las primeras, y á medias las segundas, en las
naciones occidentales, desde la invasión de los Bár-
baros del Norte. Esta renovación tuvo lugar antes
y después de la toma de Constantinopla, huyendo
del imperio griego, sometido por los Turcos, todos
los sabios profesores de la ciencia antigua, que vi-
nieron á refugiarse en las naciones occidentales, y
principalmente en Italia, donde fueron espléndida-
mente acogidos por los Papas, los reyes y magnates
de los diferentes Estados en que por entóneos se
hallaba dividida la Península'.
Ya hemos dicho anteriormente que durante el si-
glo XIII y XIV había tenido lugar un renacimiento
parcial de la antigüedad clásica, del que fueron re-
presentantes en Italia Dante, Petrarca y Bocacio, y
que ejerció grande influencia en las demás naciones
de Europa. Aquel renacimiento fué más original y
más conforme con el genio italiano; mientras que el
del siglo X V y X V I , aunque más general y más com-
pleto por abarcar toda la ciencia y el arte de los an-
tiguos, era puramente de erudición, procurando los
hombres de aquellos tiempos apropiarse cuanto pen-
saron é hicieron griegos y romanos, sin cuidarse de
amoldarlo al carácter de la época y de las nuevas
nacionalidades.
Por otra parte, hay que tener en cuenta el carác-
ter puramente formal del Renacimiento. La pureza
del gusto antiguo se había perdido durante los tiem-
pos de desorden é ignorancia general de la Edad me-
dia: los modelos clásicos, tipos admirables en cuan-
to á la forma, así en las letras como en las artes,
habían caido en el olvido más completo, sustituyén-
doles las disquisiciones sutiles de la escolástica. Así
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es que los hombres del Renacimiento, seducidos por
la belleza incomparable de las obras maestras de la
antigüedad, se entregaron por completo á su estu-
dio, contentándose con imitarlas servilmente, y sin
aspirar siquiera por entóneos á realizar adelantos
ni progresos en las ciencias ni en la literatura.
3. Renacimiento de las letras en Italia. El re-
nacimiento de las literaturas clásicas tuvo su prime-
ro y principal asiento en Italia, ya porque allí se ha-
bían conservado mejor las tradiciones de la antigua
Roma, ya porque su lengua difería menos que otras
del idioma del Lacio, y sobre todo, porque estando
más próxima al imperio griego, los sabios que
huían de Gonstantinopla, antes que emprender largos
viajes á las otras naciones de Occidente, se estable-
cieron en aquella península, donde fueron acogidos
con esplendidez por los Pontífices, Príncipes y se-
ñores de los diferentes Estados.
Distinguiéronse bajo este respecto Alfonso el Mag-
nánimo, rey de Ñápeles; los Médicis, Cosme y Lo-
renzo, en Florencia; Luis el Moro, en Milán; los Gon-
zagas, en Mantua; la casa de Este, en Ferrara; los
Papas Eugenio IV, Nicolás V, y sobre todos Julio II,
y más todavia León X , que por su amor á las letras
clásicas y por su protección á los literatos, ha mere-
cido dar su nombre al siglo X V I .
Entre los sabios griegos establecidos en Italia me-
recen especial mención Lorenzo Valla, Teodoro Ga-
za y Constantino Láscaris, hábiles gramáticos; A r -
giropulo, traductor de Aristóteles; Gemistio Pletón,
el Cardenal Besarión5y MarsilioFicino, que profesa-
ban la filosofía platónica; y Calcondilas, á quien se
deben las primeras ediciones de Homero y de Isó-
crates.
Recibiendo los italianos con verdadera avidez la
enseñanza de los sabios griegos, bien pronto comen-
zaron á distinguirse el Cardenal Bembo como erudi-
— 15 —
to y poeta, el Cardenal Sadoleto por sus tratados fílo-
sóficosy sus bellas cartas latinas; los dos Escalígeros,
padre é hijo, los más sabios de su tiempo; y Vida,
autor de la Gristiada y de una Poética que puede fi-
gurar dignamente al lado de la de Horacio.
Pero la verdad es que en medio de aquel entusias-
mo literario, y de un caudal tan grande de erudi-
ción clásica, Italia no tuvo en aquel tiempo más poe-
ta original que el Ariosto en su poema el Orlando
furioso, romance caballeresco, obra maestra de
imaginación y de gracia, muy superior al Orlando
inamorato de su predecesor Boiardo; ni más auto-
res en prosa dignos de renombre que Maquiavelo,
el célebre secretario de la república de Florencia,
que escribió su libro del P r í n c i p e , en el que expone
un sistema político sancionando la perfidia y el ase-
sinato si conducen al fin apetecido, y su Historia
de Florencia, que puede figurar al lado de la de Tá-
cito; y Guiciardini, el autor de la Historia de Italia
relativa á su tiempo.
4. Renacimiento de las letras en F r a n c i a y
Alemania. Bien pronto se comunicó el movimiento
literario de Italia á las demás naciones de Europa,
principalmente á Francia y Alemania, que por sus
circunstancias políticas estaban mejor preparadas
para secundarlo.
E l renacimiento de las letras comenzó en Francia
en tiempode Luis X I , protegiendo este monarca á los
impresores, y componiendo él mismo algunas obras,
aunque de escasa importancia. E n el reinado de
Luis X I I se restauraron los estudios clásicos por el
griego Láscaris y el francés Budeo, y Commynes
escribió sus preciosas Memorias. Además pueden
citarse á Rabelais, autor de la historia de Oargantua
y Pantagruel; á Marot, que tradujo en verso los Sal-
mos de D a v i d ; á Roberto de la Marck, por sus M e -
morias; los hermanos Bellay y otros.
— 16 —
No bien formado todavía el idioma alemán, los
autores de aquella nación escribieron en latín en la
época del renacimiento. Entre ellos merecen citarse
Reuchlín, profesor de lengua hebrea; Erasmo de
Rotterdám, uno de los primeros sabios de su época,
solicitado por los Príncipes y los Papas, y que es-
cribió el Elogio de la locura, la traducción del Nue-
vo Testamento en lengua latina, sus Adagios y sus
Coloquios contra los frailes y el clero; Huttén, el
poeta laureado del emperador Maximiliano, autor
de las Epistolce obscurorum virorum,
5. Consecuencias del renacimiento de las letras.
El Renacimiento literario constituia una verdadera
revolución, en la que habían de desaparecer las for-
mas incultas del lenguaje, y la ciencia sutil é indi-
gesta de la Edad media, para ser sustituidas por el
latín elegante del siglo de A.ugust;o, y por la ciencia
de los grandes hombres de Grecia y Roma. Pero es-
ta revolución no se verificó sin lucha; los partida-
rios de lo pasado, dirigidos por los frailes domini-
cos, resistieron todas las innovaciones, teniéndolas
como impías, por lo que fueron calificados de oscu-
rantistas, mientras los hombres del Renacimiento
se llamaron á si mismos humanistas. Estos últimos,
por medio de sus sátiras contra el clero corrompido
é ignorante, causaron grave daño á la Iglesia, prin-
cipalmente en Alemania, donde la cultura se había
extendido en el pueblo más que en las otras na-
ciones.
Por otra parte, el Renacimiento literario fué cau-
sa de que se crearan un gran número de estable-
cimientos científicos, con los nombres de liceos,
academias, universidades, etc., protegidos á porfía
por príncipes y señores, y que contribuyeron en to-
das partes á elevar la cultura general, por la ense-
ñanza de los humanistas. Así nacieron en Italia la
universidad de Roma, la biblioteca del Vaticano, la
— IT-
academia napolitana, la biblioteca Mediceo-Laureta-
na y la academia de la Crusca en Florencia, la Uni-
versidad de Venecia, la de Pavía y otras. E n Fran-
cia el Colegio dé las tres lenguas, ó Colegio de Fran-
cia, y varias universidades; en Alemania las de
Tréveris, Maguncia, Wittemberg, Francfort, etc; y
en España las de Alcalá, Zaragoza, Toledo, Sevilla,
Granada y otras.
6. Renacimiento de las artes. E l movimiento
que impulsaba los espíritus á desenterrar las obras
maestras de las literaturas clásicas, alcanzó de igual
manera á las bellas artes, que se transformaron casi
por completo á principios del siglo X V I , sobresa-
liendo también Italia bajo este respecto por las ra-
zones antedichas.
En cuanto á la arquitectura, había ya decaído el
estilo ogival ó gótico, que tan magníficas catedrales
había producido en el siglo XIII. Bruneleschi co-
menzó á inspirarse en el arte griego y romano, para
la construcción de la cúpula de la Catedral de Flo-
rencia; entre sus sucesores se distinguió Bramante,
á quien Julio II encargó el plano de la iglesia de San
Pedro de Roma, en cuya obra, y en el patio del V a -
ticano, elevó á su mayor perfección la arquitectura
del Renacimiento.
E n la escultura florecieron en el siglo X V Dona-
tello con su obra maestra, San Marcos, y sus discí-
pulos Verocchio y Leopardi.
Pero la gran gloria del arte italiano en la época
del Renacimiento, se refiere principalmente á 1 % pin-
tura. L a aplicación de los principios de la perspec-/
tiva por Ucello, y la perfección de la pintura al óleoj
por los hermanos V a n Eyck, de Brujas, produjeron
una revolución completa en este arte, creándose las
escuelas florentina por Masacio, la umbría por el
Perugkio y la de Venecia por Bellini.
En este tiempo florecieron los primeros pintores
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que se han conocido en todos los tiempos. Leonardo
de Vinci, pintor, escultor é ingeniero, dejó su obra
maestra la Cena, que, como todas las suyas, revela
una profunda observacióa de la naturaleza; Miguel
Angel Bmnarotti, el primero y más general de los
artistas de su época, se distinguió como arquitecto,
concluyendo la iglesia de San Pedro sobre los planos
de Bramante, modificados por él; como escultor, por
la estatua de Moisés, la de Julio II, y la de la iVb-
che; como pintor, por los frescos maravillosos de la
Capilla Sixtina, entre los que sobresale el Juicio fi-
nal; como ingeniero, por las murallas de Florencia;
y aun como poeta, por sus sonetos: el Ticiano, de la
escuela veneciana, que fué el pintor de Garlos V y
se hizo célebre por sus retratos; y sobre todos, el Di-
vino Rafael de Urbino, que pintó las admirables
logias del Vaticano, y que por sus Vírgenes y Sa-
gradas Familias, así como por sus obras maestras,
entre las que sobresale el cuadro de la Transfigura-
ción, ocupa el primer, lugar entre los pintores de to-
dos los tiempos.
En el siglo X V se inventó el grabado encobre, por
Finiguerra, y más adelante el grabado al agua fuer-
te, en el que sobresalió el alemán Alberto Durero;
por estos medios se popularizaron las obras de los
grandes maestros italianos.
El renacimiento de las artes se trasmitió, como el
de las letras, de Italia á las otras naciones, si bien
la mayor parte de sus artistas pertenecen al período
siguiente de la historia moderna.
Para terminar lo relativo al renacimiento de las
artes, apuntaremos que la música religiosa llegó á
su apogeo con Pálestrina, cuyas obras maestras
fueron el Stabat Mater y el Miserere.
7. Rmacimiento délas ciencias. El renacimien-
to de lai ciencia fué más lento que el de las letras y
las artes: su principal representante fué Nicolás Co-
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pérnico, natural de Thorn, en Polonia, que por el es-
tudio de los antiguos filósofos griegos, y por sus
propias observaciones, produjo el maravilloso siste-
ma astronómico que lleva su nombre, en el que,
rompiendo con la tradición científica de toda la Edad
media, y con el testimonio de los sentidos, colocó co-
mo centro de todo nuestro sistema planetario al Sol,
girando en torno suyo los planetas, uno de los cua-
les es la Tierra.
En Filosofía se distinguieron como platónicos, Ge-
mistio Plethón, el Cardenal Besarión, Marsilio Fici-
no, y los príncipes de la Mirándola; y como partida-
rios de Aristóteles, Pompanacio, Calcondilas, Leo-
nico y otros muchos. En matemáticas pueden citarse
Tartaglia y Ferrari, y en la Anatomía el médico
Vesalio y Paracelso.
8. E l renacimiento en España. Por la situación
de España, más alejada del foco del renacimiento,
que era el imperio griego, y por otras causas políti-
cas y religiosas, no se dejó sentir tanto el afán por
conocer la clásica antigüedad; y la parte que alcan-
zó á nuestra Península en aquel movimiento gene-
ral de los espíritus, se debió más principalmente á
nuestras relaciones con Italia, y á la protección otor-
gada á los estudios por los Reyes Católicos; pero no
alcanzaron entre nosotros gran desarrollo las letras,
las artes y las ciencias hasta la segunda mitad del
siglo X V I y primera del XVII, ó sea la época de los
Felipes, como veremos más adelante.

RESÚMEN DE LA LECCIÓN IL

ti El primer período de la Edad moderna representa ver-


daderamente la transición de la historia y civilización de
la Edad media á los tiempos modernos: es el fin y la tras-
formación de lo pasado á lo porvenir.—2. Se llama renaci-
miento la renovación de la cultura y civilización de Grecia
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y Roma, á consecuencia de la toma de Constantinopla por
los Turcos. Este renacimiento era en un principio solo de
erudición, y se refería únicamente á la belleza de la forma.
—3. Los príncipes italianos protegieron á porfía á los sa-
bios griegos, distinguiéndose, sobre todos, los Papas Julio I I
y León X . A pesar de la inmensa erudición atesorada en Ita-
lia, no hubo más poeta original que el Ariosto, ni más auto-
res en prosa, dignos de renombre, que Maquiavelo y Gui-
ciardini.—4. En Francia protegieron las letras Luis XI y
XII y Francisco I; florecieron Budeo, Cominos, Rabelais y
otros; y en Alemania Reuchlín, Erasmo y Hutten.—5. Los
que tomaron parte en el renacimiento se llamaron Huma-
nistas; y los que lo combatieron Oscurantistas, á cuyo fren-
te estaban los frailes dominicos. En este tiempo se crearon
gran número de Universidades y otros establecimientos de
enseñanza.—6. En el Renacimiento de las artes figuran co-
mo arquitectos BruneJeschi y Bramante; como escultores,
Donateilo y Leonardi; como pintores, Leonardo d e V i n c i ,
Miguel Angel, el Ticiano y Rafael de Urbino; y como músi-
co, Palestrina.—7. Los principales representantes del Rena-
cimiento cientifico, fueron Copórnico, autor de un nuevo sis-
tema del mundo; el Cardenal Besarión y M . Ficino, filósofos
platónicos, y Pomponacio, peripatético.—8. Los resultados
del Renacimiento en España no tuvieron lugar en grande
escala hasta la época de los Felipes.

LECCIÓN III.
Invenciones y descubrimientos •
1. L a brújula.—2. Importancia de su descubrimiento.—
3. Invención de la pólvora.—4. Sus consecuencias.—5. Des-
cubrimiento de l a imprenta.—6. Sus resultados.—7. Otros
descubrimiedtos menos importantes.

1. L a Brújula. En los últimos tiempos de la


Edad media se realizaron grandes descubrimientos,
que contribuyeron á cambiar la faz del mundo, tras-
formando por completo la civilización. Entre estos in-
ventos fueron los principales, por sus consecuencias,
la brújula, la pólvora y la imprenta.
Se llama brújula un aguja imantada que, puesta
—21-
en equilibrio sobre un estilete, puede moverse en to-
das direcciones, señalando sus polos constantemen-
te al Norte, cualquiera que sea la posición de la ca-
jita en que está colocada. Aun cuando esta singular
propiedad parece que fué conocida muchos siglos an-
tes por los Chinos, y se extendió por Europa tal vez
desde el siglo XI, es lo cierto que hasta principios
del X I V no se pensó en aplicarla á la navegación,
siendo ya su uso general á fines del mismo. Atribú-
yese esta aplicación al italiano Flavio Gioja, de
Amalfl,cerca de Ñápeles.
2. Importancia del descubrimiento de la brú-
jula. Desde los tiempos primitivos la navegación
venía siendo costanera ó de cabotaje; se había per-
feccionado la construcción de los buques, y se habían
aumentado considerablemente sus dimensiones; pero
no había medio de conocer su situación cuando se
alejaban de las costas, y sobre todo cuando el esta-
do del cielo no permitía distinguir la estrella polar.
Por esta circunstancia la navegación se había limita-
do hasta entonces al Mediterráneo, en el que por su
corta extensión y por la multitud de accidentes que
en él se encuentran, era fácil la orientación de los
buques; limitándose los marinos en los mares ma-
yores, como el Atlántico, á recorrer las costas, por
temor de perderse en alta mar.
Así se comprende la gran importancia de la brú-
jula en la navegación. Con su auxilio el navegante,
en cualquier punto en que se encuentre, conoce su
situación y la dirección de su marcha, con la mis-
ma seguridad que si estuviera á la vista de la costa;
puede lanzarse á los mares extensos y desconocidos,
emprender largos viajes y caminar en todas direc-
ciones. Desde entóneos comenzaron á surcarse las
olas del Océano; los Portugueses recorrieron las cos-
tas y las islas de Africa occidental; un atrevido na-
vegante, partiendo de las costas de España, se engol-
— 22 —
fó en aquel mar, objeto de terror y lleno de misterios
en los antiguos tiempos, alejándose centenares de le-
guas de sus costas, en busca de otras tierras y otros
hombres, en los extremos occidentales.
Tales fueron las inmensas consecuencias de la
aplicación de la brújula: por ella se trasformó por
completo la navegación, se hicieron grandes descu-
brimientos, tomó nuevos y extraordinarios rumbos
el comercio, enriqueciéndose unas naciones y deca-
yendo otras; se extendieron considerablemente las
relaciones humanas, y con ellas los beneficios de la
civilización.
Este descubrimiento se hizo en Italia, porque las
ciudades costaneras de aquella península vivian ex-
clusivamente de la navegación y el comercio duran-
te la Edad media; y sin embargo, aquel invento fué
Ja causa de la ruina de Génova y Venecia, y del en-
cumbramiento de otras naciones, como España, Por-
tugal é Inglaterra, mejor situadas en las nuevas vias
comerciales del Atlántico.
3. Descubrimiento de la pólvora. Uno de los
descubrimientos que más contribuyeron á trasfor-
mar el estado social de la Edad media, fué la aplica-
ción de la pólvora á las armas de la guerra.
Aunque se ha venido atribuyendo el descubri-
miento de la pólvora al monge alemán Schioartz
en el sigio XIV, su conocimiento y hasta su aplica-
ción á la guerra es mucho más antigua. Probable-
mente fué conocida muchos siglos antes en la China,
pasando de aquí á la India, donde la aprendieron los
árabes. Lo cierto es que el documento más antiguo
en que se menciona la pólvora, es un poema árabe
de Egipto sobre las máquinas de guerra á mediados
del siglo XIII. Del Egipto pasó la pólvora á Europa
por la costa de Africa y España, empleándose, quizá,
por primera vez, en el sitio de Niebla (1237).
Habíase también atribuido ia invención de la pól-
— 23 —
vora á Rogerio Bacón, en el siglo X I I ; pero si bien
es cierto que la menciona en sus obras, declara á
l a ve^ que en su tiempo se empleaba únicamente en
Juegos de niños. Lo que es indudable es que durante
el siglo X I V se aplicó ya á la guerra en casi todas
la naciones de Europa.
4. Consecuencias de la invención de la pólvora.
E l empleo de la pólvora en las armas de fuego, y su
aplicación á la guerra, produjo consecuencias im-
portantísimas en el orden social, acelerando la muer-
te de algunas instituciones de la Edad media, y con-
tribuyendo en gran manera á los progresos de la
humanidad.
En primer lugar, cambió por completo el arte de
la guerra y la táctica militar. L a destreza y el valor
personal, que ántes decidían de las batallas, se su*
bordinaron ahora á la inteligencia y .á las combina-
ciones del general, resolviéndose las guerras sin de-
rramar á torrentes la sangre de los combatientes.
Hasta entóneos las guerras se hacían con armas
blancas; los combatientes podían acercarse, y la lucha
era de hombre á hombre, personal, convirtiéndose
los campos de batalla en matanzas espantosas y san-
grientas carnicerías. Con las armas de fuego, por el
contrario, los combatientes permanecen alejados, y
los proyectiles, tirados al acaso, producen menos
daño al enemigo. Así es que bajo el punto de vista
humanitario, las armas de fuego constituyen un
grande adelanto, porque suponen ménos destrucción
de personas, aunque sea mayor la de edificios.
Por otra parte, las armas de fuego hicieron inú-
tiles las pesadas armaduras de la Edad media, con
lo cual perdió toda su importancia la antigua caba-
llería, que desapareció como institución poco des-
pués. E n cambio, creció en importancia la infantería,
formándose los ejércitos de hombres á sueldo (sol-
dados), que sometidos á una severa disciplina y con
— 24 —
el carácter de tropas permanentes, que no habían
existido desde el tiempo de los romanos, tomaron
parte desde ahora en las grandes guerras europeas;
y como tales ejércitos eran muy costosos, y solo
los reyes podían sostenerlos, la nobleza feudal, em-
pobrecida, tuvo que dar de mano á sus luchas con
la monarquía, robusteciéndose más y más esta úl-
tima institución.
Al mismo tiempo, con el empleo de los cañones, y
con las voladuras por medio de minas cargadas de
pólvora, los castillos feudales no ofrecieron seguri-
dad ni defensa á sus señores, que tuvieron que
abandonarlos, para refugiarse en la ciudades.
En suma, la invención de la pólvora y su aplica-
ción á las armas de fuego, concluyó con las dos ins-
tituciones turbulentas de la Edad media, el feudalis-
mo y la caballería; disminuyó las guerras y las hizo
menos sangrientas, y nació la táctica militar mo-
derna, convirtiendo los ejércitos desordenados de la
Edad media en cuerpos disciplinados, regidos por
la ciencia de su general.
5. Descubrimiento de la imprenta. Quizá co-
nocieron también los Chinos el arte de imprimir
muchos siglos antes que la Europa; pero ni su im-
prenta tenía las ventajas que la nuestra, ni se tras-
mitió su invento á las naciones occidentales; así es
que la gloria de este descubrimiento pertenece ex-
clusivamente á los europeos.
Es casi unánime la opinión de que el inventor de
la imprenta fué Juan Guttemberg; natural de Ma-
guncia y residente en Estrasburgo; su primera in-
vención (1438) consistía en tablas de madera que te-
nían esculpidos caracteres de escritura (imprenta
tabelaria). Por este procedimiento se necesitaban
tantas tablas como páginas tuviera la obra que se
había de imprimir, resultando por esta causa lento
y dispendioso. Poco después imaginó Guttemberg la
— 25 —
conslrucción de carácteres separados y movibles,
que pudieran colocarse en un orden cualquiera, se-
pararlos después y volverlos á colocar en otro orden
diferente; con lo cual quedó inventada la imprenta,
tal como hoy la conocemos (1440).
Agotados sus cortos recursos con estos ensayos,
volvió Guttemberg á Maguncia, y se asoció con Juan
Fust, abogado maguntino que le facilitó el dinero
necesario para continuar sus experiencias, que die-
ron por resultado sustituir los caracteres de madera
por letras esculpidas en metal. Por último, otro aso-
ciado, el hábil calígrafo Schoeffer, completó el des-
cubrimiento, inventando la fundición de los carac-
teres y la tinta de imprenta. De esta manera en
pocos años se perfeccionó aquel maravilloso invento,
y en 1455 salió á luz el primer libro impreso, que A
fué la Biblia, llamada Mazarina.
6. Consecuencias del Descubrimiento de la im-
prenta. L a imprenta es el descubrimiento quizá
más importante y trascendental de los tiempos mo-
dernos: no costó una lágrima á la humanidad, y ha
influido como ninguno en los progresos de la civi-
lización.
Antes del descubrimiento de la imprenta se había
ya generalizado el uso del papel de algodón en Ita-
lia y otras naciones, y el de hilo en España.
Esta materia, por su baratura, sustituyó bián
pronto al costoso pergamino; y empleada desd0 el
principio en la imprenta, contribuyó eficazmente á / ^ ~ | M
su rápido desenvolvimiento. 1 / /
Coincidió también con el descubrimiento de la /
pronta el renacimiento de la antigüedad clásica, y ^ - ^
deseo general en Europa de ilustrarse por el cono-
cimiento de aquellas literaturas. De todo lo cual re-
sultó que, á pesar del secreto que procuraron guar-
dar los inventores, la imprenta se extendió en pocos
años por toda Europa, y se dieron á luz y se expen-
— 26 —
dieron un número muy considerable de ediciones de
obras antiguas y modernas, á precios veinte veces
más baratos que los que antes tenían manuscritas, ex-
tendiéndose de esta manera la instrucción hasta las
clases más modestas de la sociedad, cuando en los
tiempos anteriores era patrimonio exclusivo de los
ricos potentados.
La imprenta, cuyos resultados, lejos de disminuir,
aumentan cada dia, ha cambiado la faz del mundo.
Por ella se han disipado las tinieblas de la Edad me-
dia, para no volver jamás. Se ha abusado con fre-
cuencia de tan santo y humanitario descubrimiento,
haciendo servir la imprenta para propagar el errer;
pero también es el arma más poderosa para exten-
tender por todas partes las luces de la verdad. Por
mucho que se exageren los inconvenientes de la im-
prenta, siempre serán mayores los beneficios que
produce; en todo domina el bien sobre el mal, la vi-
da sobre la muerte. Si la imprenta es buena en su
esencia, nada deben importar los abusos; pues has-
ta de las más santas instituciones han abusado los
hombres en todos los tiempos.
7. Otros descubrimientos menos importantes.
En los últimos tiempos de la Edad media se verifi-
caron otros descubrimientos, que, aunque menos
importantes que la brújula, la pólvora y la impren-
ta, no dejaron de inñuir en los progresos déla cien-
cia y de la industria. La pintura al óleo, de que antes
nos hemos ocupado, los relojes de campana, el arte
de la destilación inventado por Bacón, y que tanta
influencia ejéreió en los progresos de la química, y
otros muchos que sería prolijo enumerar, contribu-
yeron á la trasformación completa que por aquel
tiempo experimentó la sociedad de la Edad media.
— 27 —
RESÚMEN DE L A LECCIÓN III.

I. hsibrújula es una aguja imantada, puesta en equilibrio


sobre un estilete, y cuyos polos señalan constantemente a l
Norte: su aplicación á la navegación es del siglo X I V , y se
atribuye á Flavio Gioja, de AmalíL—2. Por el descubrimien-
to de la brújula pudieron los marinos alejarse de las costas
y lanzarse á los mares desconocidos, como lo verificaron
algo después los portugueses, descubriendo el paso á las I n -
dias por el Cabo de Buena Esperanza, y Colón y los españo-
les atravesaron el Atlántico para descubrir la América.—
3. E l uso de la pólvora en las armas de guerra fué impor-
tado por los árabes en Europa, durante el siglo X H I , y se
hizo general en todas las naciones en el X I V . — 4, E l empleo
de las armas de fuego hizo cambiar la táctica militar, dis-
minuyó el número de victimas en las batallas, dió impor-
tancia á la infantería y concluyó con la antigua y gastada
caballería; por esta causa se crearon ejércitos permanen-
tes, con los cuales los reyes acabaron de sobreponerse á la
nobleza.—5. El descubrimiento do la imprenta se atribuye
á Quttemberp, de Maguncia, asociado con Fust¡j Schoeffer,
y consiste en la fabricación de caracteres sueltos de escri-
tura, para poderlos colocar en un orden cualquiera.—6. Las
consecuencias del descubrimiento de l a imprenta fueron
abaratarse los libros de una manera extraordinaria, y ex-
tenderse la instrucción hasta á las clases menos acomoda-
das, contribuyendo más que todos los inventos modernos á
los progrosos de la civilización.—7. En los últimos siglos de
la Edad media, se descubrieron también la pintura al óleo,
los relojes, la destilación, etc.; todo lo cual contribuyó á
trasformar el estado social de Europa.

LECCIÓN I V .
Descubrimiento de A m é rica.
1. La América.—2. Cristóbal Colón.—3. Su primer viaje.—
4. Los tres últimos.—5. Otros descubrimientos de los es-
pañoles: Solis, Ponce de León, Balboa y Magallanes.—
6. Consecuencias del descubrimiento del Nuevo Mundo.

i . L a América. Mientras una parte de la huma-


nidad realizaba la historia que hasta ahora hemos
recorrido en Asia, Africa y Europa, otra parte ha-
— 28 —
bía pasado en tiempos desconocidos, probablemente,
desde la Siberia á otras tierras completamente igno-
radas de los hombres del viejo mundo, extendiéndo-
se por ellas y desarrollando en varios lugares los
gérmenes de civilización que llevaron consigo al
abandonar las regiones asiáticas. Aquellas tierras
se extendían de una á otra zona glacial y encerraban
una variadísima naturaleza y gran diversidad de
climas y producciones; pero rodeadas de mares muy
dilatados é imposibles de atravesar por el atraso
de la navegación, habían pasado siglos y siglos sin
que nuestros antepasados pudieran sospechar si-
quiera la existencia de otro mundo distinto del que
habitaban y conocían; siendo general creencia que
un inmenso mar cubría toda la Tierra desde las cos-
cas de España hasta la China.
Los atrevidos normandos, en los primeros siglos
de la Edad media, habían llevado sus expediciones al
Norte de Inglaterra, á las islas Feroe, á Islandia, y á
Groenlandia, desde donde, arrojados por una tempes-
tad al Labrador, visitaron hasta las costas de los Esta-
dos Unidos, á cuyo país dieron el nombre de Vinland.
Sus establecimientos en Islandia y Groenlandia du-
raron hasta el siglo XIV; pero estos hechos fueron
completamente desconocidos en el Mediodía de Eu-
ropa, por la falta de comunicaciones con aquellos
países septentrionales. De manera que no puede
disputarse á Colón la gloria del descubrimiento del
Nuevo Mundo.
2. Cristóbal Colón. Aquel mundo hasta enton-
ces desconocido, iba á ser revelado á la Europa por
un marino italiano al servicio de España, Cristóbal
Colón.
Natural de Génova, y habiendo estudiado en Pa-
vía las matemáticas y la cosmografía, se dedicó á
la navegación desde su juventud, acompañó á los
portugueses en algunas expediciones á la costa de
— 29 —
Africa; y conociendo las vagas indicaciones de los
autores antiguos sobre la posibilidad de que exis-
tieran nuevas tierras más allá de los mares desco-
nocidos de Occidente, y participando del error de
Tolomeo, que colocaba las regiones de la China mu-
cho más al Oriente de su verdadera situación; cono-
ciendo además la relación del viaje del veneciano
Marco Polo; todo ello obró poderosamente en la men-
te del navegante genovés, haciéndole concebir la
idea de que, caminando desde España al Occidente,
se había de llegar á las costas de la China (Catay),
en menos tiempo y con más facilidad que rodeando
el Africa, como por entónces lo intentaban los por-
tugueses; el gran navegante no buscaba el Nuevo
Mundo, que la casualidad, ó por mejor dicho, la Pro-
videncia, le hizo descubrir.
Con una fe inquebrantable en su proyecto, pidió á
su patria los auxilios necesarios para realizarlo,
viéndose despreciado como un insensato: acudió á
Portugal, centro entónces de las expediciones marí-
timas, y fué también rechazado. Acudió á España,
y aunque sus primeras gestiones fueron igualmente
infrucctuosas, encontró al fln un hombre que le com-
prendiera, y que se decidió á favorecerlo; este fué
Fr. Juan Pérez de Marchena, guardián del convento
de la Rávida, cerca de Huelva, por cuya gestión y
recomendaciones fué presentado el genovés á los
Reyes Católicos, que después de acogerlo bondado-
samente, sometieron su proyecto á una junta de
sabios de Salamanca, y estos lo rechazaron como
contrario á los textos de la Biblia y de los Santos
Padres.
A pesar de ello, los reyes le prometieron su apoyo
para cuando concluyese la guerra de Granada, en
que se encontraban á la sazón empeñados. Harto
de esperar, se disponía Colón á abandonar á España
cuando el P. Marchena, presentándose á los Reyes
— 30 —
en Santa Fe, consiguió inclinar su ánimo en favor
de aquel proyecto, y con recursos de Aragón y de
Castilla se hicieron los aprestos para la expedición.
3. Primer viaje de Colón. Descubrimiento de
América. Tres carabelas, la Santa María, la Pinta y
la Niña, mandadas por Colón y por los Pinzones, par-
tieron del puerto de Palos de Moguer el dia 3 de
Agosto de 1492. Pocos dias después llegaron á las
Canarias, y variando su rumbo hacia Occidente, se
engolfaron en la inmensidad del Océano, hasta en-
tóneos completamente desconocido.
Después de algunas semanas de navegación peli-
grosa, la tripulación, creyéndose perdida para siem-
pre, y sin esperanza de poder volver á su patria, se
subleva contra el Almirante, poniendo en grave pe-
ligro sm existencia. L a energía de Colón logra cal-
mar los ánimos; y tres dias después, el 11 de Oc-
tubre, descubren una isla de las Lucayas, llamada
Guanahani, cuyo nombre cambió Colón por el de
San Salvador.
Sucesivamente fueron descubiertas otras islas de
aquel archipiélago, y las de Cuba y Haiti, llamada
esta última desde entóneos la Española; después de
lo cual regresó Colón á España á los siete meses de
su partida, siendo recibido por los Reyes y por el
pueblo todo con trasportes de alegría, colmándole
de honores, y otorgándole el título de almirante y
y virey del Nuevo Mundo.
Para evitar colisiones por causa de los descubri-
mientos españoles en América y los de los portugue-
ses en la costa de Africa, el Papa, invocado como
árbitro por los reyes de ambas naciones, señaló una
línea de demarcación á 276 millas al Occidente de
las Azores, entre los dominios de una y otra nación.
4. Los restantes viajes de Colón. A l año s i -
guiente emprendió Colón su segundo viaje, descu-
briendo la Jamaica y varias de las Pequeñas Anti-
—S i -
llas, y costeando toda la isla de Cuba. Durante su
ausencia, sus envidiosos, que siempre los tiene el
genio, le calumniaron ante la reina Isabel, pero
consiguió justificarse Cácilmente, y cinco años des-
pués (1498), emprendió su tercer viaje, en el que
descubrió la isla de la Trinidad y las bocas del Ori-
noco, comprendiendo por la importancia de aquel
rio, que había descubierto un nuevo continente en
lugar de las costas del Asia , como había sido su pro-
pósito.
Mientras Colón se ocupaba en estos descubrimien-
tos y en apaciguar las disenciones de los colonos
que había dejado en la Española, arreciaron las ca-
lumnias de sus enemigos, y el infame Bobadilla, en-
cargado de examinar su conducta, lo mandó á Es-
paña, encadenado como un criminal. Este hecho pro-
dujo una indignación general; y si bien es cierto
que por influencia de la reina se le quitaron aquellas
cadenas y recobró su libertad, también lo es que no
volvió á recobrar sus bienes ni los honores que le
habían sido otorgados antes de su primer viaje, y
que en su lugar se nombró gobernador de las tierras
descubiertas á Nicolás Ovando.
Todavía hizo Colón un cuarto y último viaje, en
que descubrió la Martinica; pero maltratada su es-
cuadra por las tormentas, y no permitiéndole Ovan-
do desembarcar en la Española, tuvo que regresar
á España; y mal recibido por Don Fernando, y pri-
vado de la generosa protección de la reina, que fa-
lleció por aquel tiempo, el descubridor del Nuevo
Mundo se vió reducido á la miseria, y murió agobia-
do por los disgustos en Valladolid (1506), encargan-
do á su hijo colocara en su sepulcro las cadenas con
que regresó á España de su tercera expedición.
No fué esta la única injusticia que hubo de expe-
rimentar el gran Colón. El Nuevo Mundo, cuyo des-
cubrimiento nadie le disputa, recibió su nombre de
— 32 —
América, de un aventurero Florentino, Américo
Vespucio que algunos años después recorrió los
países descubiertos, y publicó en Europa una rela-
ción de su viaje.
5. Otros descubrimientos de los españoles. SoUs,
Ponce de León, Balboa y Magallanes. La grande-
za de los hechos de Colón, y las inmensas riquezas
que comenzaron á descubrirse en el Nuevo Mundo,
dispertaron el afán por los descubrimientos en todas
las naciones de Europa, y más principalmente en
España, donde aquellos hechos habían producido
más inmediatas consecuencias. Todos los hombres
de valor y prácticos en la navegación, lanzaron
ahora sus proas á los mares de Occidente, en busca
de nuevos países que descubrir y ricas minas que
explotar. Los que más se distinguieron entre nos-
otros fueron Diaz de Solís, Ponce de León, Vasco Nu-
ñez de Balboa y Fernando de Magallanes.
Biaz de Solis recorrió las costas del Brasil, antes
descubierto por los portugueses, y llegó al rio de la
Plata, donde fué devorado por los indios; Ponce de
León descubrió la Florida; y Balboa, atravesando el
Istmo, llegó al opuesto mar, que recibió el nombre
de mar del Sur, y del cual tomó posesión en nom-
bre del rey de España.
Fernando Magallanes, portugués al servicio de
España, saliendo de San Lúcar de Barrameda, reco-
rrió las costas de la América meridional, descubrió al
Sur el estrecho que lleva su nombre; penetró en el
mar Pacífico, y después de tocar en las islas Maria-
nas ó de los Ladrones, fué á morir en lucha con los
salvajes de las Filipinas. Su segundo, Sebastián de
Jí'ZcawOj continuó la expedición; y después de atra-
vesar el mar de las Indias, y rodear el Cabo de Bue-
na Esperanza, regreso á España á los tres años de
su partida, completando así por primera vez la vuel-
ta al mundo.
— 33 —
6. Consecuencias del descubrimiento de Améri-
ca. No hay en la historia, después de la venida de
Jesucristo, un acontecimiento tan importante y tras-
cendental como el descubrimiento del Nuevo Mundo.
Su influencia fué grandísima en todas las esferas de
la vida humana.
En primer lugar, este descubrimiento abrió el ca-
mino á todos los que se verificaron poco después, que
dieron por resultado el conocimiento del continente
americano, pudiendo decirse desde entonces que el
hombre ha tomado posesión de toda la Tierra. E l
comercio, antes reducido al Mediterráneo, se ejerce
ahora principalmente en el Atlántico, adquiriendo
los países situados en sus costas, como España, Por-
tugal, Inglaterra y Holanda, la importancia que en
tiempos anteriores había alcanzado los fenicios, los
griegos y las ciudades italianas de la Edad media.
Cambió el régimen dietético de Europa por la in-
troducción de nuevos alimentos, el cacao, el maiz,
la patata y otros muchos; se enriqueció la medicina
con nuevas drogas, la quina, zarzaparrilla, etc.; se
produjo una verdadera revolución económica perlas
inmensas cantidades de oro y plata extraídas de las
minas de Méjico y del Perú; crecieron las necesida~
des y con ellas se desarrolló la industria y el am
al trabajo, se desarrollaron las ciencias físicas y
naturales por el estudio de nuevos séres, animajies
y vegetales; y las ciencias morales por el conici-
miento de nuevos hombres y nuevas sociedades.
En suma, repetiremos que la influencia del descN^.-
hrimiento de América se dejó sentir" en todas las
manifestaciones de la actividad humana, cambiando
por completo la manera de ser de la sociedad euro-
pea. España tiene la gloria de haber llevado á cabo
aquel descubimiento, pero no supo aprovechar sus
ventajas, y en lugar de aumentar su riqueza y su
prosperidad, vió por ello disminuida su población,
— 34 —
arrumada su industria, su agricultura y su comer-
cio y rebajado el nivel de su moralidad.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN ÍV.

1. Los antiguos no sospecharon siquiera la existencia de


un nuevo continente entre la Europa y la China: los nor-
mandos lo visitaron en los primeros siglos dala Edad media,
pero este descubrimiento se olvidó después, y no fué cono-
cido en los pueblos del Mediodía de Europa. —2. Cristóbal
Colón, genovés al servicio de España, concibió el proyecto
de que caminando hacia Occidente, se había de llegar al
Asia más fácilmente que rodeando el Africa. Rechazado co-
mo visionario en su patria y en Portugal, vino á España,
donde al fin fué acogido su pensamiento por los Reyes Cató-
licos.—3. Con tres carabelas partió Colón del puerto de P a -
los, y después de vencer los peligros de la navegación, y los
que le ofrecía la tripulación sublevada, en 11 de Octubre de
14=92, descubrió la isla de Guanahani en las Lucayas, la de
Cuba y Haiti, y regresó á España, donde fué colmado de ho-
nores y distinciones.—4. Colón hizo después otros tres v i a -
jes, descubrió en el tercero el continenteamericano, y volvió
á España cargado de cadenas: habiéndose desgraciado el
cuarto y último, fué mal recibido en España, y murió en la
miseria, en Valladolid.—5. Entre los descubridores españo-
les posteriores á Colón, se cuentan Solis, que murió en el
Rio de la Plata, Ponce de León, que descubrió la Florida;
Balboa, el mar del Sur, y Magallanes emprendió por prime-
r a vez la vuelta al mundo, que fué terminada por Elcano.
—6. El descubrimiento del Nuevo Mundo extendió considera-
blemente las relaciones comerciales de Europa; trasformó
el régimen dietético, las ciencias físicas y naturales, las
relaciones económicas, la industria y el trabajo, y hasta las
ciencias morales y políticas.
— 35 —
LECCIÓN V .
Descubrimientos de los Portugueses.

1, E l infante Don Enrique y los primeros descubrimientos


de los.portugueses —2. Nuevos descubrimientos.—3. Vas-
co de Gama: su viaje á las Indias orientales.—Alvares
Cábral, enla India. Descubrimiento del Brasil.—5. Yirei-
nato de Almeida.—Q. Vireinato de Alburquerque.—1. Im-
perio colonial portugués. — 8. Resultados de los descubri-
mientos de los portugueses.—9. Sistema colonial.

1. E l infante Don Enrique y los primeros descu-


brimientos de los portugueses. La actividad desple-
gada por Castilla y Portugal en la guerra contra los
moros, se empleó, concluida esta, en los descubri-
mientos y conquistas fuera de la Península, dando
por resultado los gloriosos hechos de los españoles
en América, y los no ménos heróicos de los portu-
gueses en Africa y Asia.
Siendo mucho menor la extensión de Portugal,
concluyó antes que Castilla la parte que le corres-
pondía en la Reconquista, apoderándose de los A l -
garves. Así es, que desde principios del siglo X V , el
rey Don Juán I llevó sus armas á la costa de Africa,
por la parte del Estrecho, y se hizo dueño de la im-
portante plaza de Ceuta (1415). Su hijo el infante
Don Enrique^ que le acompañaba en aquella expe-
dición, concibió el proyecto de extender los descu-
brimientos y la dominación portuguesa por la costa
de Africa, á cuyofincreó una escuela de náutica en
Sagres, cerca del Cabo de San Vicente, donde se edu-
caron la mayor parte de los marinos que tanta gloria
dieron á Portugal. Por espacio de cuarenta años se
sucedieron casi sin interrupción las expediciones
marítimas, protegidas por el infante, descubriendo
en ellas casi toda la costa occidental de Africa.
El Cabo Nun, venía siendo por aquella parte el lí-
mite de los conocimientos de la Edad media. En la
— 36 —
primera expedición, se adelantaron los portugueses
al Cabo Bojador , y poco después llegaron á la isla
de Porto Santo y á las de la Madera, cubiertas de bos-
ques, que según parece, incendiaron los descubrido-
res, introduciendo allí el cultivo de la vid y de la caña
de azúcar.
2. Nuevos descubrimientos. Por una bula de
Martin V, se concedió á los portugueses el dominio
de todas las tierras que descubriesen en la costa de
Africa; alentados con este favor, prosiguieron con
mayor entusiasmo sus expediciones, y después de
descubrir las Azores, llegaron al cabo Blanco, al Se-
negal y al cabo Verde.
La muerte de Don Enrique (1464) no fué obstáculo
para que los atrevidos navegantes prosiguieran sus
descubrimientos. Desde el Senegal comenzaron á
recorrer las costas de Guinea, obteniendo allí el oro
en polvo, el marfil y otros producctos de gran esti-
mación para los europeos. En el fondo del gran gol-
fo de Guinea, descubrieron las islas de Fernando Po,
Santo Tomás y Annobón (1484), y comenzaron á re-
correr las costas de la Guinea meridional.
Continuando este camino Bartolomé D i a z , llegó á
la punta meridional de Africa, dándole el nombre de
Cabo de las Tormentas, por los grandes huracanes
que allí experimentó su pequeña flota; nombre que
cambió el rey Don Juán II por el de Buena Esperan-
za, con que después se le conoce.
3. Vasco de Gama: su viaje á las Indias Orien-
tales. Vasco de Gama, gentil hombre portugués, ma-
rino experimentado y valiente capitán, fué el hom-
bre destinado para dar solución al problema plantea-
do veinte y dos siglos antes por los fenicios, sobre
la circunnavegación del Africa.
En 1497, cinco años después del descubrimiento
de América por Colón, partió Vasco de Gama de L i s -
boa con el propósito de continuar los descubrimien-
— 37 —
tos en el punto en que los había dejado Bartolomé
Diaz. Con una pequeña flota de cuatro buques, dobló
el Cabo de Buena Esperanza, y comenzó á recorrer
la costa oriental de Africa, de Sur á Norte, tocando
en las importantes poblaciones de Mozambique,
Mombaza y Melinda. De este último punto, guiado
por un piloto que le facilitó el rey, y favorecido por
los vientos periódicos de aquellos mares, los mon-
zones, se dirigió á la India, llegando á Galicut (1498).
Venciendo con entereza los peligros que le presen-
taron los indios de aquella ciudad populosa, obligó
al rey Zamorz'n á aceptar la amistad del rey de
Portugal, regresando á Lisboa con la buena nueva
de haber descubierto el camino por mar, desde E u -
ropa á las Indias orientales, y siendo colmado de ho-
nores por el rey Don Manuel el Afortunado.
4. Alvarez Cdbral, en la India. Descubrimiento
del B r a s i l . Abierto ya el camino para la Indias
orientales, al año siguiente partió en aquella direc-
ción una flota más numerosa, mandada por Alvarez
Cabra!. Llegado á la India inauguró la política tan
provechosa para los portugueses primero, y para
los ingleses más tarde, de mezclarse en las quere-
llas y guerras de aquellos reyes, concluyendo por
someterlos. Obligó á los reyes de Cochin y Cranga-
nor á aceptar la alianza de Portugal y fundó una
factoría en Galicut.
A l regresar á Europa, las tempestades del Atlán-
tico lo arrojaron á la costa del Brasil, tomando po-
sesión de aquellas tierras en nombre del rey de
Portugal, á pesar de haberlas visitado antes el es-
pañol Pinzón, y estar comprendidas entre las con-
quistas señaladas á España por la línea de demar-
cación.
Una traición de los indios contra los portugue-
ses establecidos, en Galicut, obligó al rey á mandar
una nueva expedición á las ordenes de Vasco de
— 38 —
Gama, que, después de bombardear aquella pobla-
ción, consiguió que reconociera la soberanía de Por-
tugal.
5. VireinatodeAlmeida. Los descubrimientos
délos portugueses, cambiaron las vías comerciales
de la Europa con la India, saliendo en ello perjudi-
cados el Egipto, que venía siendo el centro de aquel
comercio en los tiempos anteriores, y los venecia-
nos, que recogían en aquellos puertos de Levante
las ricas mercancías del Asia, para llevarlas al co-
mercio europeo. Asi es que los venecianos y el Su-
dán de Egipto, se unieron contra los portugueses,
y sublevaron contra ellos los pueblos de la India.
Francisco Álmeida, primer vi rey de la India,
consiguió hacer frente á tantos enemigos, alcanzan-
do una victoria decisiva contra los indios y los egip-
cios en la batalla naval de Diu (1508), extendiendo
la dominación portuguesa sobre varios Estados y
destruyendo á Calicut, á la vez que hacía explorar
las islas de Ceylán y Madagascar.
6. Vireinato de Alburquerque. E l verdadero
fundador del poder de los portugueses en la India,
fué Alfonso de Albur quer que, conquistador de la isla
de Ormuz en tiempo de Altneida, y que siendo ya
virey, se apoderó de la isla de Soco tora, con lo que
quedaron interceptadas las dos vías principales del
comercio de la India con Europa, por el golfo Pér-
sico y el mar Rojo.
Alburquerque se apoderó de Goa y la hizo capital
de los dominios portugueses en la India; tomó á Ma-
laca en la península de este nombre, llamada en la
antigüedad Quersonero de Oro, y ordenó fuesen re-
conocidas las islas de la Sonda y las Molucas, de
donde se obtenían las riquísimas especias, tan apre-
ciadas y pagadas tan caras en Europa.
Alburquerque elevó á su apogeo el imperio de los
portugueses en la India; pero tuvo la misma suerte
— 39 —
que sus contemporáneos, Colón y Cortés, en España:
cayó en desgracia de su rey por infundadas y odio-
sas calumnias, se vió despojado del vireinalo, y mu-
rió agobiado de pesares, dejando un profundo re-
cuerdo de sus virtudes entre los indios, que frecuen-
temente y por largo tiempo acudieron á su sepulcro
á pedir justicia contra las vejaciones de sus suce-
sores.
7. Imperio colonial portugués. Con los descu-
brimientos y conquistas que acabamos de enumerar,
y con los que'añadieron en el período siguiente Ñu-
ño de Acuña y Juan de Castro, formaron los portu-
gueses el imperio colonial más dilatado que hasta
entonces se había conocido.
Los establecimientos portugueses, rodeaban toda
el Africa, desde el Estrecho hasta el mar Rojo; des-
de este último hasta el Japón en Asia, se habían he-
cho dueños de todos los puntos importantes; y ocu-
paban en la Oceanía las islas de las especias, Tórnate
y Timor en las Molucas. Por añadidura se extendie-
ron también sus colonias y factorías por el Brasil,
en la América meridional. En suma, la pequeña é
insignificante nación portuguesa, llevó su domina-
ción en medio siglo por una extensión de 4.000 le-
guas de costas, en las cuatro partes del Mundo, creó
un imperio más dilatado y más rico que el de Alejan-
dro y el romano, venciendo para ello tantos obtácu-
los y tantos enemigos, que seguramente hubieran
arredrado á los héroes de la antigüedad. Tan mara-
villosos resultados demuestran el poder y las exce-
lencias de la civilización sobre la barbarie.
8. Resultados de los descubrimientos portugue-
ses. La grandeza de los descubrimientos de los
portugueses, y el mayor y más trascendental de to-
dos, el del Cabo de Buena Esperanza, y camino di-
recto por mar á las Indias orientales y demás regio-
nes del Asia y Oceanía, produjeron una verdadera
— 40 —
revolución comercial, tanto por la extensión de las
comunicaciones como por la variedad y cantidad
inmensa de producctos importados en Europa por
los portugueses.
De la Guinea y costa oriental de Africa, obtenían
en abundancia el oro en polvo, el marfil, las gomas
y el incienso; de la India sacaban telas de algodón,
piedras preciosas y otros productos; de sus islas re-
cogía n las perlas; del Japón los metales; de la China
el le, la seda y la porcelana; y de la India y de las
Molucas las especias. Todos estos productos eran
conducidos en cantidades fabulosas por las naves de
Portugal á Lisboa, que vino á ser por esta causa el
primer mercado de Europa.
De aquí resultó la decadencia y la ruina de las
ciudades del Mediterráneo, que hasta ahora habían
monopolizado el comercio del Oriente, muy especial-
mente Alejandría en Egipto y las de Italia, sobre to-
das Venecia que no recobró jamás su antigua impor-
tancia y sus riquezas, á pesar de sus grandes es-
fuerzos para contrarrestar el comercio de los portu-
gueses.
Otro resultado fué abaratarse considerablemente
todos los productos orientales, por ser mucho m á s
económicas las comunicaciones marítimas por elCabo
de Buena Esperanza, que las terrestres por medio
de caravanas hasta llegar á los puertos del Medite-
rráneo, como se empleaban antes.
Sin embargo, como España respecto de América,
Portugal no recogió los inmensos beneficios que sus
descubrimientos podían proporcionarle. Careciendo
de industria y siendo escasa su agricultura, no te-
n í a productos propios para cambiarlos por los extra-
ños; tuvo que comprarlos de otras naciones, espe-
cialmente de Holanda, á donde iban á parar en de-
finitiva la mayor parte de las riquezas del Oriente,
y Lisboa fué solo un mercado de tránsito, m á s pro-
— 41 —
vechoso á los extranjeros que á los portugueses.
Por último, el afán de expediciones y conquistas,
la necesidad de mantener una dominación tan -iila-
tada y el deseo inmoderado de riquezas, alejaron
una buena parte de la población de Portugal; y los
que quedaron, enriquecidos porque eran menos,
abandonaron el trabajo, entregándose al lujo y la
relajación; con lo que Portugal, comunicando la sá-
via de su civilización á tantos pueblos, vino á perder
su antigua virilidad, y á valer menos que en los
siglos anteriores.
9. Sistema colonial de los portugueses. Por la
índole especial de los establecimientos portugueses,
situados á tan larga distancia unos de otros y de la
metrópoli, fué necesario conceder á los vireyes ó
gobernadores generales una autoridad absoluta, pe- A
ro restringiendo á tres años la duración del gobier- * !
no; con lo cual, aspirando todos á enriquecerse j v
pronto, vino á ser la dominación portuguesa una du- \
ra explotación de sus colonias, decayendo estas rá- \
pidamente, y perdiéndose en su mayor parte en el
mismo siglo de su fundación.
Mayor dureza, si cabe, emplearon los portugueses
en su colonia americana del Brasil, reduciendo á es-
clavitud á los indígenas que no se retiraron á los
bosques, é introduciendo más adelante esclavos ne-
gros, cuando los habitantes del país escasearon.
A pesar de todo, Portugal sembró los primer^
gérmenes de civilización en las dilatadas regiones
que ocupaban sus colonias, principalmente por/ha-/"
ber introducido en ellas las luces del Evangelio!, en[
cuya obra se distinguió principalmente la Gompáñía\
de Jesús, y entre los misioneros, San Francisco Xa- V
vier, que por sus virtudes, por sus fundaciones r é -
ligiosas y por su celo en la propagación de la fé cris-
tiana entre los indios y los japoneses, mereció el
nonbre de Apóstol de las Indias.
— 42 —
RESÚMEN DE L A LECCIÓN V .

1. E l infante Don Enrique de P o r t u g a l , creó una Acade-


m i a de n á u t i c a en Sagres, y protegió las expediciones m a -
r í t i m a s , que dieron por resultado el descubrimiento del C a -
bo Bojador y de l a isla de Porto Santo y de l a Madera. —
2. E n las expediciones sucesivas, descubrieron las Azores y
el Cabo Verde. Después de l a muerte del infante, r e c o r r i e -
ron las costas de Guinea, v i s i t a r o n sus islas, y B a r t o l o m é
Diaz llegó á l a punta meridional de A f r i c a , á, que dió e l
nombre de Cabo de las Tormentas, llamado después de Bue-
na Esperanza. — 3. Vasco de Gama, dobló por p r i m e r a vez
este Cabo (1498); y d e s p u é s de recorrer la costa oriental de
A f r i c a , a t r a v e s ó ol m a r de la India, y d e s e m b a r c ó en C a l i -
cut, descubriendo asi un camino m a r í t i m o p a r a las Indias.
—4. Cabral e x t e n d i ó la d o m i n a c i ó n portuguesa en l a India,
tomando p a r t e e n las querellas que sostenían los reyes de
aquel p a í s : á su regreso á Europa, fué arrojado por una
tempestad á las costas del B r a s i l . — 5. Almeirla consolidó l a
dominación portuguesa en l a India, venciendo en la b a t a l l a
de Vitcá los indios unidos con los egipcios y favorecidos por
los venecianes. — 6. Alburquerque se a p o d e r ó de l a isla de
Ormuz y de Socotora; e s t a b l e c i ó la capital en Goa, y e x t e n -
dió el dominio de Portugal hasta las Molucas; á pesar de sus
virtudes, c a y ó en desgracia del rey y m u r i ó agobiado de pe-
sares.—7. E l imperio colonial de los portugueses se e x t e n d í a
4,000 leguas en las costas de A f r i c a , Asia, A m é r i c a y Ocea-
n í a . — 8 . Los descubrimientos de los portugueses causaron
una verdadera r e v o l u c i ó n comercial, por l a v a r i e d a d , r i -
queza y cantidad inmensa de productos que se i m p o r t a b a n
en Lisboa, a r r u i n á n d o s e en cambio el comercio de V e n e c i a y
de otras ciudades del M e d i t e r r á n e o ; pero aquellas inmensas
riquezas engrandecieron á Holanda y otras naciones m á s
que á Portugal, que con l a prosperidad y l a c o r r u p c i ó n p e r -
dió su a n t i g u a pujanza y v a l i m i e n t o . — 9. Los vireyes te-
n í a n una autoridad absoluta p o r tres años, y no cuidaron
m á s que de enriquecerse: los portugueses introdujeron l a
esclavitud en el B r a s i l ; pero á pesar de todo, hicieron un
gran bien á l a humanidad, extendiendo el cristianismo y l a
civilización en tantas regiones antes b á r b a r a s ó salvajes.
— 43 —
LECCIÓN VI.
E s p a ñ a hasta l a muerte de l a reina Católica*
1, Estado de España al comenzar la Edad moderna.—
2. Enrique IV de Castilla.—2. Juan II de A r a g ó n . — L o s
' Reyes Católicos: origen de la nacionalidad española.—
5, Pensamiento político de los Reyes Católicos.—6. Esta-
blecimiento de la unidad política en España.—7. La uni-
dad territorial: conquista de Granada.—S. Unidad reli-
giosa: expulsión de los judíos: la Inquisición.—9. Política
exterior de los Reyes Católicos: conquista del reino de
Nápoles. Muerte de la reina Católica.

i . Estado de España al comenzar la Edad mo-


derna. A mediados del siglo X V estaba todavía
dividida nuestra Península en cinco Estados inde-
pendientes, muy diversos en poder y valimiento.
Ocupaba casi todo el centro el reino de Castilla,
que no había podido concluir la parte que le corres-
pondía en la Reconquista, teniendo aún como cam-
po perpétuo de combate el reino de Granada, que
se sostenía en poder de los moros, merced á las di-
visiones y guerras de sus enemigos los príncipes
cristianos.
Al Este el reino de Aragón, y al Oeste el de Por-
tugal, habían terminado la Reconquista por la toma
del reino de Valencia y los Algarbes, y habían co-
menzado á extender sus empresas fuera de la Pe-
nínsula, el primero por Italia y las grandes islas
del Mediterráneo, y el segundo por las costas de
Africa desde los tiempos del Infante Don Enrique.
Además se encontraba el pequeño reino de Navarra.
encerrado entre el Ebro y los Pirineos y entre Ara-
gón y Castilla, sin tomar participación alguna direc-
ta en el asunto de la Reconquista, desde siglos an-
teriores.
La larga vida independiente de estos Estados, los
hechos gloriosos que todos ellos registraban en su
— 44 —
historia, las rivalidades frecuentes nacidas de la
vecindad, todo ello contribuía á sostener la división,
la falta de unidad y de una patria común. Por otra
parte, la debilidad de los monarcas había desarro-
llado la osadía y el poder de la nobleza, creciendo
sus privilegios y su independencia, y aumentando
de esta manera la división y el fraccionamiento en
los diferentes Estados, poco más ó menos como en
plena Edad media.
2. Enrique I V de Castilla. Después del largo
y calamitoso reinado de Don Juan II, ocupó el trono
su hijo Enrique I V , sobre el que pesaba la mancha
de haber hecho armas contra su padre. Por esta
causa, y por haberse desgraciado sus expediciones
contra el reino de Granada, se enagenó la voluntad
de sus pueblos; creciendo el descontento general por
haber hecho jurar corno heredera del trono de Cas-
tilla áDoña Juana, llamada la Beltraneja, pues aun-
que nacida en su matrimonio con Doña Juana de
Portugal, era generalmente considerada como hija
del favorito de la reina, Don Beltran de la Cueva, y
no del rey, que era tenido por impotente, con cuyo
nombre se le conoce en la historia.
La nobleza se levantó al fin contra Don Enrique,
lo destronaron en estatua en la plaza de A v i l a , y
proclamaron á su hermano Don Alfonso. En la bata-
lla de Olmedo contra las tropas reales quedó indecisa
la victoria; y muerto el infante, los magnates ofre-
cieron la corona á su hermana Doña Isabel, que no
la quiso aceptar mientras viviera Don Enrique. Es-
te la declaró al flnpor heredera, en perjuicio de la
Beltraneja; pero intentó de nuevo desheredarla por
haberse casado á disgusto suyo con Don Fernando,
príncipe y después rey de Aragón. No pudo, sin em-
bargo, conseguir su objeto de trasmitir el reino á la
Beltraneja; y á su muerte (1474) fué proclamada sin
dificultad Doña Isabel.
— 45 —
En este reinado se tomó á los moros, entre otras
plazas, la de Gibraltar.
3. Aragón. Juán II. A la muerte de Alfonso el
Magnánimo (1458), ocupó el trono de Aragón y de
Sicilia su hermano Don Juán II, casado con Blanca
de Evreux, reina de Navarra; de los tres hijos que
tuvieron, el desgraciado príncipe de Viana, que de-
bía heredar la corona de Navarra por muerte de su
madre, se vió despojado de sus derechos por su pa-
dre, y después de la larga y sangrienta guerra en-
tre Beamonteses y Agramonteses, perdió la vida,
quizá envenenado por el autor de sus dias, dejando
por heredera á su hermana Doña Blanca; esta á su
vez fué encerrada por su otra hermana Leonor en
el castillo de Ortez, y murió también envenenada,
habiendo legado antes sus derechos al trono de Na-
varra á su antiguo esposo el rey de Castilla.
En estas luchas parricidas, los catalanes, celosos
de sus fueros é indignados por los crímenes é injus-
ticias de Don Juán II, defendieron primero al prín-
cipe de Viana y después á Doña Blanca; intenta-
ron por último entregarse á Castilla., á Portugal y á
Juán de Lorena, y solo después de once años de gue-
rra, se sometieron al rey de Aragón. Este empeñó á
Francia el Rosellón y la Cerdaña, y dejó al morir
por heredero á su hijo Don Fernando II en el trono
de Aragón, y en el de Navarra á Doña Leonor, que
murió en el mismo año, recayendo aquella corona
en su nieto Francisco Febo, conde de Foix, y des-
pués en la hermana de este, Doña Catalina, casada
con Juán de Albret.
4. Los Reyes Católicos. Origen de la nacionali-
dad española. Reconocida Doña Isabel como reina
de Castilla ála muerte de su hermano Don Enrique
IV, y reconocido igualmente su marido Don Fer-
nando como rey de Aragón y de Sicilia al falleci-
miento de su padre Don Juán II, quedaron para siem-
— 46 —
pre unidas las dos coronas, que habían nacido y se ha-
bian desarrollado separadas, viviendo largos siglos
independientes y realizando una historia á cual más
gloriosa, por sus respectivos hechos en la Recon-
quista. Esta unión de las dos monarquías más pode-
rosas de la Península, vino á constituir la naciona-
lidad española, siendo la base y el fundamento de
todos los grandes hechos que registra nuestra histo-
ria en la Edad moderna.
Aun antes de la reunión de las dos coronaSj sien-
do Don Fernando infante de Aragón, tuvo que de-
fender los derechos de su esposa contra el rey de
Portugal, que representando los de su mujer la Bel-
traaeja, penetró en España, y con la ayuda del Mar-
qués de Villena y del Arzobispo de Toledo, se apo-
deró de Toro y de Zamora. Don Fernando le salió
al encuentro, y trabada la batalla cerca de Toro,
quedaron los portugueses completamente derrota-
dos, y tuvieron que evacuar á Castilla, quedando
Doña Isabel en pacífica posesión de este reino (1478).
En el año siguiente murió el rey de Aragón, Don
Juán II, sucediéndole su hijo Don Fernando, unién-
dose definitivamente las dos coronas de Aragón y
de Castilla.
5. Pensamiento político de los Reyes Católicos,
Realizada la unidad material de España por el ma-
trimonio de Don Fernando y Doña Isabel, faltaba
sin embargo la unidad moral, por el diverso origen
y desarrollo de los elementos que vinieron á formar
el nuevo Estado, y por el carácter turbulento de la
nobleza, envalentonada por la debilidad é impoten-
cia de los reyes anteriores. L a tendencia de la época
llevaba á los monarcas de Europa á concluir con los
últimos restos del feudalismo, constituyendo nacio-
nalidades fuertes por su organización interior y po-
derosas para influir en las demás. LosReyes Católi-
cos, obedeciendo á esa misma tendencia, trabajaron
__47 —
por establecer: 1.°, la unidad política, por la eleva-
ción de la monarquía y el abatimiento de la noble-
za; 2.°, la unidad territorial, por la conquista del
reino de Granada y el de Navarra; y 3.°, la unidad
religiosa, por el establecimiento de la Inquisición y
la expulsión de los judíos. Todo ello era necesario
para constituir la nacionalidad española, que fué la
grande obra del reinado de los Reyes Católicos.
6. EstaUecimiento de la unidad política en E s -
p a ñ a , L a autoridad y el poder de los señores feu-
dales, lejos de disminuir como en otras naciones,
fué creciendo con ligeros intervalos en Castilla des-
pués de San Fernando, y desde el reinado de Pedro
III, en Aragón; y tomó tales proporciones en los úl-
timos tiempos el desorden y la anarquía, que nadie
respetaba la ley, se miraban con desprecio las auto-
ridades reales, se robaba y se saqueaba sin reparo
ni miramientos, y se atrepellaba impunemente á las
personas.
Los Reyes Católicos se propusieron concluir con
un estado de cosas semejante; y á este fln se reor-
ganizaron las antiguas hermandades creadas por al-
gunas ciudades, y empleadas con frecuencia contra
los reyes, fundándose la Santa Hermandad, insti-
tución militar y armada, puesta ahora al servicio
de los reyes, para mantener el orden público, perse-
guir á los criminales, defender la ley y proteger la
administración de justicj^. Por este medio se esta-
bleció la policía y la seguridad en el país, la ley re-
cobró su prestigio y la administración de justicia su
importancia. Por otra parte, algunos nobles turbu-
lentos fueron severamente castigados y sus casti-
llos demolidos, con lo cual se acabaron sus desma-
nes y tropelías, renaciendo el orden, la seguridad y
la paz en toda España.
Sometida la nobleza feudal, se propusieron los Re-
yes Católicos concluir con otro elemento desord^-
— 48 —
nado y anárquico, que existía en Castilla, y que por
su gran poder y riqueza era m á s temible que la mis-
ma aristocracia. Hablamos de las Ordenes militares,
que durante la Reconquista habían prestado gran-
des servicios, adquirieron á la vez extensos domi-
nios y grandes riquezas, y disponían de milicias nu-
merosas y bien organizadas. Y a en los últimos
reinados, olvidada ó poco atendida la guerra contra
los moros, las órdenes militares, apartándose de su
instituto, comenzaron á mezclarse en los asuntos
políticos y en las guerras civiles, dirigiendo sus ar-
mas frecuentemente contra los monarcas, y contri-
buyendo por consiguiente a l desorden y la anarquía
en todo el reino. Por estas razones, los Reyes Cató-
licos, firmes en sus propósitos de restablecer el or-
den en sus Estados, y encumbrar la monarquía so-
bre todos los demás poderes, pidieron y obtuvieron
del Papa Alejandro V I la incorporación, durante su
vida, de los Mestrazgos de las Ordenes Militares á
la Corona, ampliándose esta concesión á perpetui-
dad en tiempo de Carlos V por el Papa Adriano V I .
De esta manera los Reyes Católicos aumentaron
considerablemente el poder y los recursos del trono,
destruyendo los elementos anárquicos de la Edad
media, y encumbrando sobre ellos el prestigio y la
autoridad de la monarquía. Así quedó realizada la
revolución política que separa en España las dos
edades, constituyéndose un Estado fuerte y podero-
so, capaz de llevar á cabo las grandes empresas de
los reinados subsiguientes.
7. L a unidad territorial. Conquista de G r a n a -
da. Las guerras civiles casi continuas en que se
vieron envueltos los monarcas castellanos durante
los dos últimos siglos, habían impedido la conclusión
de la Reconquista, que se encontraba al advenimien-
to de los Reyes Católicos como la dejó San Fernan-
do, reducido el dominio de los moros al reino de
Granada.
— 49 —
Reunidos ahora Castilla y Aragón, y pacificado
el reino, se propusieron los reyes concluir de una
vez para siempre con la dominación agarena en
nuestra Península; y á este fin reclamó Don Fernan-
do del rey de Granada, Muley Hassan, el tributo con-
venido desde San Fernando. Por haberse negado á
pagar el granadino, y por haberse apoderado este
de la plaza de Zahara en plena paz, Don Fernando
le declaró la guerra, penetrando en su reino con
ejército formidable.
En el espacio de nueve años fueron tomadas suce-
sivamente todas las plazas del reino granadino,-
hasta quedar reducidos los moros á sola la capital.
A pesar de las divisiones y luchas intestinas, resis-
tió Granada nueve, meses el sitio y los ataques del
ejército cristiano, compuesto de setenta mil hom-
bres. A l cabo de ese tiempo, la ciudad de las mil to-
rres, último baluarte de la morisma, cayó en poder
de los Reyes Católicos, el dia 2 de Enero de 1492.
Con este hecho se puso fin á la Reconquista á los
782 años de haber entrado los árabes en España con-
ducidos por Tarif; y los Reyes Don Fernando y
Doña Isabel recibieron el título de Católicos, que les
concedió el Papa Inocencio VIII, y pusieron el sello
á la unidad territorial, que constituía uno de los
fines principales de su glorioso reinado.
8. Unidad religiosa. Expulsión de los j u d í o s . / '
Restablecimiento de la Inquisición. Dueños ya los
reyes Católicos de toda la Península (menos Nava-
rra y Portugal), se propusieron establecer la unidaa
de creencias religiosas, á cuyo fin, tres meses d e s \
pués de la toma de Granada, se publicó un edicto s
por el cual fueron expulsados de España los judíos,
dándoles un plazo de cuatro meses para realizar SUSÍ
bienes; casi todos ellos prefirieron expatriarse á re-
negar de su fé, y España se vió privada de cerca de
un millón de individuos ricos é industriosos, que
7
—SO-
fueron á establecerse en otras naciones. Esta medi-
da antipolítica, tiene sin embargo su explicación por
el odio con que eran mirados los judíos en todas
partes, no tanto por sus creencias religiosas, como
por dedicarse á la cobranza de los tributos, y á los
préstamos usurarios, por cuyos medios explotaban
el país, y hubieran terminado por apoderarse de to-
da la riqueza del Estado y de los particulares.
A l mismo tiempo los moros del reino de Granada,
que á la rendición de esta ciudad, obtuvieron de los
Reyes Católicos la promesa de respetar sus bienes,
sus leyes y su religión, sea que trataran de suble-
varse con el auxilio de los africanos, ó sea por otras
causas ménos justifica bles, es lo cierto que se vieron
también obligados á bautizarse ó á pasar al Africa,
como lo hicieron cerca de 900,000, antes que abjurar
de sus creencias.
Para establecer y consolidar la unidad religiosa
los Reyes Católicos introdujeron en sus Estados
el Tribunal d é l a Inquisición, dándole un carácter
político y valiéndose de él como un medio de gobier-
no y un instrumento de despotismo.
La unidad religiosa así establecida, libró á Espa-
ña de grandes males que otras naciones experimen-
taron poco después; pero los medios que para con-
seguirla se emplearon, trageron la ruina d é l a agri-
cultura, de la industria y del comercio.
9. Política exterior de los Reyes Católicos. Muer-
te de Doña Isabel. La fundación de la nacionalidad
española se debe á los Reyes Católicos por haber
conseguido establecer la unidad política, territorial
y religiosa. Esta organización interior, fuerte y pode-
rosa, puso en manos de aquellos reyes grandes ele-
mentos de poder, que no teniendo por entóneos ocu-
pación en España, se emplearon en otros asuntos
exteriores, tomando desde ahora parte nuestra na-
ción en la política europa.
— 51 —
En primer lagar, Cristóbal Colón, protegido por los
Reyes Católicos, descubrió el Nuevo Mundo, y en
pocos años adquirió España allende los mares in-
mensos territorios con inagotables fuentes de rique-
za, implantando á la vez en aquellas regiones sus
costumbres y su religión, su idioma y su carácter,
en una palabra, la vida toda exuberante creada en la
península por la acertada política de nuestros mo-
narcas.
A la vez que Colón y otros insignes varones lleva-
ban la vida y la civilización española á las Américas,
el rey Católico se prepuso sostener en Italia la política
y la influencia de sus antepasados, los reyes de
Aragón. Después de Alfonso V el Magnánimo, le
sucedió en el trono de Ñápeles su hijo Fernando I, á
cuya muerte el rey de Francia, Carlos VIII, heredero
de los derechos de los Angevinos, penetró en Italia
con un poderoso ejército, y sin encontrar resisten-
cia alguna llegó hasta Ñápeles, y se hizo dueño de
la ciudad y del reino. Entre tanto, á la muerte de
Don Fernando ocuparon en poco tiempo el trono de
Ñápeles, primero su hijo Alfonso II (1494), que ab-
dicó poco después en el suyo, Fernando II, y muer-
to este al año siguiente le sucedió Don Fadrique I.
E l rey católico, que lo era también de Sicilia, formó
una liga con el Austria y los principales Estados ita-
lianos contra Carlos VIII; pasó alia Gonzalo de Cór-
doba y expulsó á los franceses de la capital, obligan-
do al rey de Francia á pedir un armisticio.
Luis X I I , sucesor de Carlos VIII, hizo un tratado
con el rey Católico para repartirse el reino de Ñápe-
les; pero habiendo surgido algunas dudas sobre la
posesión de la Basilicata y la Capitanata, que ambos
creían pertenecerles, se renovó la guerra, y Gonza-
lo de Córdoba, llamado ya el Gran Capitán, derrotó á
los franceses en las batallas de Seminara, de Ceri-
ñola y del Careliano, y los arrojó del reino de N á -
— 52 —
poles, desde entonces (1504) unido á la corona de
España.
En el mismo año en que el Gran Capitán conquis-
taba un nuevo trono para sus reyes, murió en Medi-
na del Campo la reina Isabel, agobiada por el dis-
gusto de haber perdido á sus hijos el infante Don
J u á n , y Doña Isabel, casada con el rey de Portugal;
haber perdido la razón su hija Doña Juana, casada
con Don Felipe, Archiduque de Austria; su otra hija
Doña Catalina casó con Enrique VIII, rey de Ingla-
terra. La virtuosa Doña Isabel dejó en su testamento
la corona de Castilla á su hija Doña Juana, y por su
muerte á su nieto Don Carlos, encargando de la re-
gencia hasta que éste cumpliese los veinte años, al
rey Don Fernando.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN VI.

L A mediados del siglo X V existían en nuestra Península


cinco Estados independientes: en el centro, Castilla, al Este,
Aragón, al Oeste Portugugal, al Norte Navarra, y al Sur el
reino de Granada, que todavía se corservaba en poder de los
moros, y cuya reconquista correspondía á castilla.—2. E n -
rique IV de Castilla hizo jurar como heredera del trono á
Doña Juana la Beltraneja; la nobleza se sublevó contra el
rey, lo destronaron en efigie en Avila, y proclamaron á su
hermano Don Alfonso; muerto este, y después Don Enrique,
fué reconocida como reina su hermana Doña Isabel. —
3. Juán II de Aragón, después de la muerte desgraciada de
sus hijos Don Carlos de Viana y Doña Blanca, sostuvo larga
guerra con los catalanes defensores de los infantes, y que
después intentaron separarse de Aragón: dejó á su muerte
el reino de Aragón y Sicilia á su hijo Fernando II, y el de
Navarra á su otra hija Doña Leonor.—4. Por el matrimonio
de Don Fernando y Doña Isabel se unieron para siempre las
dos coronas de Aragón y de Castilla, constituyendo la nacio-
nalidad española. E l rey de Portugal, que había penetrado
en Castilla para hacer valer los derechos de su mujer, la
Beltraneja, fué derrotado en la batalla de Toro por Don
Fernando, y tuvo que retirarse á su reino. — 5, Los Reyes
Católicos se propusieron, 1.° establecer la unidad política-,
— 53 —
2.° completar la unidad t e r r i t o r i a l ; y 3.° consolidar la u n i -
dad religiosa en sus Estados. — 6. P a r a establecer l a unidad
p o l í t i c a , crearon la Santa Hermandad, castigaron severa-
mente los desmanes de la nobleza ó incorporaron á la coro-
na los Maestrazgos de las Ordenes M i l i t a r e s ; por cuyos m e -
dios a u m e n t ó considerablemente el poder de la m o n a r q u í a ,
—7. P a r a realizar la unidad t e r r i t o r i a l , emprendieron la
conquista del reino de Granada, y después de nueve c a m p a -
ñ a s consecutivas se apoderaron d é l a c a p i t a l , dando fin a l a
guerra de los moros que h a b í a durado cerca de 800 años. —
8: P a r a consolidar l a unidad religiosa expulsaron á los j u -
díos y d e s p u é s á los moros que no quisieron abjurar sus
creencias: con el mismo objeto establecieron la Inquisición,
dándole un c a r á c t e r político, y convirtiéiadola en instrumen-
to de despotismo. — 9. En los asuntos exteriores los Reyes
Católicos protegieron á Colón p a r a el descubrimiento del
Nuevo Mundo, y en lucha con F r a n c i a se apoderaron del
reino de Nápoles. E n el mismo año en que esto sucedía (1504),
m u r i ó l a reina Católica en Medina del Campo, dejando por
herederos á su hija Doña Juana l a Loca y á su nieto Don
Carlos.

LECCIÓN V I L
E s p a ñ a y Portugal lias ta l a Reforma,
1. E s p a ñ a . Felipe el Hermoso—2. Regencia de Don F e r n a n -
do el Católico.—3. Conquista de N a v a r r a . Muerte de Don
Fernando.—4. J u i c i o sobre los Reyes Católicosí—h. Re-
gencia del Cardenal Gisneros.—6. P o r t u g a l en el p r i m e r
periodo de l a E d a d moderna.

1. ESPAÑA. Felipe I, el Hermoso. Por disposición


testamentaria de la reina Católica le sucedió en sus
Estados de Castilla su hija Doña Juana, casada con
Don Felipe, Archiduque de Austria, hijo del Empe-
rador Maximiliano y de María de Borgoña, y here-
dero por consiguiente del imperio de AJemania y de
los extensos dominios de Carlos e] Temerario. Ha-
llándose en Alemania Doña Juana, tomó las riendas
del gobierno hasta su regreso su padre Don Fernan-
do. En el breve tiempo que desempeñó la regencia
de Castilla pudo convencerse el rey Católico del poco
— 54 —
amor que le tenían los castellanos; y esto unido á la
poca cordialidad que reinó en su primera entrevista
con su yerno Don Felipe en el Remesa!, decidieron
á Don Fernando á abandonar á Castilla, dirigiéndose
á sus Estados de Aragón, y después á Ñápeles.
Felipe I, inauguró la dominación de la casa de
Austria en España. Durante su breve reinado casi
no hizo otra cosa que remover de sus cargos y em-
pleos á los castellanos para dárselos á los flamencos
que consigo había traido. Esta conducía hubiera
acarreado fatales consecuencias á no haber sobreve-
nido su muerte á los nueve meses de reinado.
Muerto el rey y no pudiendo gobernar la reina por
el estado de su razón, se formó un consejo de re-
gencia presidido por Fr. Francisco Jiménez de Cis-
neros, arzobispo de Toledo. Entre los consejeros no
hubo unanimidad de pareceres, creyendo unos que
debía encargarse del gobierno el emperador Maximi-
liano, y pensando otros, entre los que figuraba Gis-
neros, que debía llamarse á Don Fernando. Para re-
solver este conflicto se reunieron las cortes, que se
decidieron por esta última opinión, confiriendo la re-
gencia al rey Católico.
2. Regencia de Don Fernando él Católico. Las
pocas simpatías de que gozaba Don Fernando en
Castilla fueron causa de que algunos consejeros se
opusieran á su nombramiento de regente; y cuando
este nombramiento se realizó por el acuerdo de las
cortes, se sublevaron varias ciudades, entre otras las
de Segovia, Córdoba y Niebla. Dadas las condiciones
de carácter del regente, no era deesperar que le in-
timidaran estas demostraciones de hostilidad; antes
al contrario, castigó severamente las ciudades rebel-
des, desterró y confiscó los bienes de algunos no-
bles, con lo que aseguró el orden público sériamen-
te amenazado por los descontentos.
No teniendo nada que temer en el interior de sus
— 55 —
Estados, continuó en el exterior la política comen-
zada, favorable á sus intereses de Italia. Con este
objeto se formó por su iniciativa la famosa liga de
Cambray, en la que tomaron parte el Papa, el Em-
perador y el rey de Francia, contra la república de
Venecia, que fué vencida por Luis X I I en la batalla
de Agnadel. Poco después el Papa Julio II, temeroso
de la preponderancia francesa en Italia, promovió
la Santa Liga, en la que tomó parte también el rey
Católico, con el Emperador, la Inglaterra y Suiza,
que dió por resultado la expulsión de los franceses
de aquella Península.
Mientras velaba de esta manera por sus dominios
italianos, el rey Católico comenzó á extender la in-
fluencia de España por la costa de Africa; ayudó á
Cisneros en la conquista de Oran, nido de piratas;
su escuadra se apoderó de Bugía y Trípoli, é hizo
tributarios á los reyes de Túnez y de Tánger.
3. Conquista de N a v a r r a . Muerte del rey C a -
tólico. La desgraciada Doña Blanca de Navarra ha-
bía hecho renuncia solemne de sus derechos á favor
de su marido en otro tiempo, Enrique IV de Cas-
tilla. Estos derechos pasaron á la reina Católica, y
ahora los representaba Don Fernando, como regente
del reino.
A la muerte de Don Juán II, le sucedió en el reino
de Navarra su hija Doña Leonor, casada con el Con-
de de Foix. A los pocos meses de reinado, falleció
también Doña Leonor, pasándola corona de Navarra
á su nieto Francisco Febo, de la casa de Foix; y de
este á su hermana Doña Catalina, casada con Juán
de Albret.
Para hacer valer los derechos de Castilla á la co-
rona de Navarra, Don Fernando obtuvo del Papa
una bula que declaraba excluidos del trono á sus úl-
timos reyes. Doña Catalina y Juán de Albret; y pe-
netrando en aquel reino con su ejército, en pocos
— 56 —
dias consiguió destronarlos, incorporando á Castilla
toda la Navarra al Sur de los Pirineos (1512), reu-
niéndose de esta manera en el rey Católico to las
las coronas de la Península, excepto la de Portugal.
Mientras tantos y tan grandes hechos realizaba
Don Fernando en el antiguo continente, no dejó de
favorecer los descubrimientos y conquistas en el
Nuevo Mundo, figurando entre otros el de la Florida,
el mar del Sur, el Yucatán y el Rio de la Plata.
El rey católico murió en 1516, dejando por here-
dera á su hija Doña Juana, y después de su muerte
á su nieto Don Carlos; encargando la regencia de
Castilla al Cardenal Gisneros, y la de Aragón al ar-
zobispo de Zaragoza, hasta que el Príncipe cumplie-
se los 20 años.
4. Juicio sobre los Reyes Católicos. E l reinado
de los Reyes Católicos, que ocupa casi todo el primer
período de la Edad moderna (1474-1516) representa
la Irasformación completa de la nacionalidad espa-
ñola. En su tiempo, y merced á las grandes dotes
de aquellos monarcas, concluye la vida anómala de
los tiempos medios y entrado lleno España en los
más anchos caminos de la época moderna. E n nin-
guna otra nación como en España puede aplicarse
tan oportunamente la palabra Renacimiento á este
período; puesto que la vida toda de nuestra nación se
modifica y renueva en el todo y en las partes, en el
interior y en el exterior.
Los Reyes Católicos encontraron á España dividi-
da y fraccionada en varias monarquías, rivales en-
tre sí, y debilitadas todas por sus frecuentes gue-
rras; y al fin de su reinado dejaron una España
unida y compacta, fuerte y poderosa, que figura
dignamente entre las primeras, y quizá es la prime-
ra de las naciones europeas. Encontraron la digni-
dad real menospreciada por los nobles, y poco aten-
dida por los pueblos que no hallaban en ella amparo
— 57
y protección contra los desmanes de la aristocracia;
y ellos consiguieron levantar su prestigio, domeñan-
do á los señores, y restableciendo en todas partes
el orden, la paz y la justicia. Y á ellos se deben la
renovación de los estudios, importantes reformas
legislativas y judiciales, el orden en la administra-
ción y la pureza en las costumbres.
En lo tocante al orden material y al bienestar de
sus súbditos, los Reyes Católicos fomentaron la agri-
cultura, protegieron la industria y procuraron el des-
arrollo del comercio, con cuyas medidas se aumentó
de tal manera la riqueza, que las rentas públicas
produgeron treinta veces más al final de su reinado
que al principio, y esto sin crear nuevos impuestos
ni gabelas. 1
Y si á todo esto se agregan las adquisiciones te-
rritoriales de Granada y Navarra en la Península;
Ñápeles en Italia; las Canarias, Oran y otras plazas
en Africa, y los extensos territorios descubiertos y
comenzados á colonizar en América; bien puede de-
cirse con razón que los Reyes Católicos representan
el apogeo de la nacionalidad española, y que á ellos
se debe toda la grandeza que ostentó España en los
reinados de Carlos V y Felipe II.
En aquel reinado tan glorioso la crítica encuen-
tra algunos lunares que señalar, tales son la expul-
sión de 10=? judíos y deles moriscos, y el establfici-
miento de la Inquisición con el carácter político que
después conservó siempre en España. Pero es juáto/
reconocer que si aquellos hechos considerados eml
absoluto son dignos de reprobación, en parte pueden,
explicarse por el estado de la sociedad y las preocu-
paciones de aquellos tiempos; y deberemos añadir
que, si á Don Fernando se le critica con justicia la
política pérfida y astuta, su falta de respeto á la
verdad y fe que prometía, y el anteponer siempre
su propia conveniencia á lo que era justo y honesto,
— 58 —
en cambio no hay gloria más pura que la de la vir-
tuosa reina Isabel, que, según opinión unánime de
los historiadores, supo asociar su nombre á todos
los hechos nobles y gloriosos de su reinado, sin que
le alcance mancha ni responsabilidad por los demás.
5. Regencia del Cardenal Cisneros. A la muer-
te del rey Católico, y según lo dispuesto en su testa-
mento, se encargó de la regencia de Castilla hasta
la venida de Don Carlos, el Arzobispo de Toledo y
Cardenal, Jiménez de Cisneros, que á pesar de su
avanzada edad de 80 años, manifestó en el gobierno
un gran talento político, una entereza de voluntad y
una rectitud de intenciones que le colocan entre los
primeros hombres de estado de la historia moderna.
En vida de Don Fernando (1509) realizó Cisneros
la conquista de la importante plaza de Orán; y du-
rante su gobierno consiguió enfrenar las pretensio-
nes insolentes de la nobleza, manteniendo incólu-
mes los derechos de la monarquía, y se manifestó
no menos enérgico y celoso de su dignidad de re-
gente, contra las exigencias de Adriano de Utrech,
deán de Lovaina, y preceptor de Don Carlos, man-
dado por este á España como representante de su
autoridad.
Distinguióse principalmente Cisneros, como res-
taurador de los estudios; á él se debe la fundación
de la Universidad de Alcalá y el Colegio de San Il-
defonso, la impresión de la Biblia Poliglota, llama-
da Complutense, otras muchas obras sagradas y
profanas, así como la reforma de la vida monástica.
A l llegar Don Corles á España (1517), salió á re-
cibirle el regente Cisneros; pero antes de encontrarle
y darle cuenta de su gobierno, le asaltó la muerte
en Roa, tal vez por su vejez, ó quizá por el disgus-
to de no ver estimados por Don Carlos sus leales
servicios.
6. Portugal en el p r i m e r periodo de la Edad
— 59 —
moderna. L a historia de Portugal en el primer pe-
ríodo de la Edad moderna, está casi toda ella consa-
grada á los descubrimientos en las cosías de Africa
y de Asia, de que antes nos hemos ocupado.
Don Alfonso V , el Africano, dirigió sus expedicio-
nes al Estrecho, apoderándose de Arcila y Tánger:
defendió con las armas los derechos de su mujer Do-
ña Juana la Beltraneja á la corona de Castilla, y
fué vencido en Toro por Don Fernando el Católico;
renunció el trono en su hijo Don Juán II y pasó en
peregrinación á Tierra Santa.
En el reinado de Don Juan II, á la vez que se pro-
siguieron los descubrimientos, llegando Bartolomé
Diaz al Cabo de las Tormentas, se realizó otro hecho
de grande importancia en el orden político de Por-
tugal, cual fué concluir con el prestigio de la nobleza
feudal, mandando el rey quitar la vida al duque de
Braganza, encumbrándose por este medió la autori-
dad de la monarquía.
Sucedió á Don Juán II su primo Don Manuel el
Afortunado, llamado así principalmente porque en
su tiempo tuvieron lugar los más importantes des-
cubrimientos de los portugueses, como fueron, el
doblar el Cabo de Buena Esperanza y arribar á la
India Vasco de Gama, abriendo así un camino marí-
timo á las Indias orientales, con lo cual se concentró
en Portugal y sobre todo en Lisboa, el comercio que
antes explotaban Alejandría, Génova y Venecia; el
descubrimiento del Brasil por Alvarez Gabral; la co-
lonización de las costas del Africa y del Asia, y la
organización del vireinato de Jas Indias orientales
por Almeida y Alburquerque.
Como acabamos de ver, el reino de Portugal, arrin-
conado hasta ahora en el último extremo de la Pe-
nínsula, con escasa influencia en ella y casi desco-
nocido por su insignificancia en las otras naciones
europeas, sale también de su oscuridad en este pe-
— 60 —
r í o d o , sacude los lazos del feudalismo, y merced á
sus atrevidas empresas, á sus gloriosos descubri-
mientos y a l monopolio del comercio oriental, se ad-
quiere un l u g a r envidiable entre los grandes pue-
blos modernos.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN VII.

1. A la muerte de la reina Católica se encargó Don Fer-


nando del reino de Castilla, que resignó en su yerno Fe-
lipe, retirándose á sus Estados. Don Felipe entregó todos los
cargos importantes á los flamencos, y murió á los nueve
meses de reinado. Las córtes encargaron da nuevo á Don
Fernando la regencia ^e Castilla.— 2. Don Fernando castigó
severamente á los nobles castellanos descontentos; tomó
parte en la liga de Cambray contra Venecia, y en la liga
Santa contra Francia. Foreste tiempo fueron conquistadas
las plazas de Orán, Bugía y Trípoli en la costa africana.—
3. Don Fernando se apoderó en pocos dias, é incorporó á
Castilla el reino de Navarra, destronando á Catalina de
Foix y Juán de Aibret: favoreció al misino nempo los des-
cubrimientos y conquistas en el Nuevo Mundo; y dejó al
morir por heredera á su hija Doña Juana y á Don Carlos, su
nieto.—4 Los Reyes Católicos establecieron la unidad polí-
tica, territorial y religiosa; favorecieron los estudios, y me-
joraron las leyes y la administración: protegieron la agri-
cultura, la industria y el comercio, y aumentaron la riqueza
y el bienestar de sus súbditos. En suma, hicieron de España
la nación más poderosa de Europa. La crítica encuentra a l -
gunos defectos en Don Fernando, pero ensalza unánimemen-
te á Doña Isabel, — 5, El Cardenal Cisneros, conquistó á
Orán, y como regente de Castilla domeñó con entereza á los
nobles, se opuso á las pretensiones de Adriano de Utrech,
favoreció los estudios, fundó la universidad de Alcalá y
otros establecimientos de enseñanza, y murió en Roa, antes
de llegar á v e r á Don Carlos.—6. Los reyes de Portugal, Don
Alfonso V el Africano, Don Juán II y Don Manuel el Afortu-
nado, concluyeron con las aspiraciones de la nobleza feudal
portuguesa; en este tiempo se realizaron los grandes descu-
brimientos en Africa, Asia, América y Oceanía, por los
cuales vino á, ser Portugal una nación importante en E u -
ropa,
— 61 —
LECCIÓN VIII.
Francia.

V. Garlos YII.—2. Luis X h su carácter. L a liga del Bien


público.—3. E l ducado de Borgoña.—4. Luis X I y Carlos
el Temerario.—5. Ultimos años de Luis XI. Juicio sobre
su trinado.— 6. Carlos VIII: su expedición á Italia.—
7. Luis XII: nueva expedición d Italia.—8, Liga de Cam-
bray y liga contra Francia.—9. Francisco I: batalla de
Marinan: tratado de Noyón-

1. Reinado de Carlos V I I . E l reinado de Carlos


VII, termina en Francia la Edad media y da comien-
zo á los tiempos modernos. E n el mismo año de la
toma de Constantinopla había concluido la guerra de
Cien años por la expulsión de los ingleses, que dio ,
por resultado la consolidación de la nacionalidad
francesa, y valió á Carlos VII el renombre de Vic-
torioso, por haber libertado á la Francia del yugo
extranjero.
Conseguido este primer objeto, se propuso Garlos
VII reorganizar el reino, sumido todavía en el caos
y el desorden del feudalismo. A este fln procuró ro-
dearse de buenos ministros y hábiles consejeros, y
emprendió con ánimo resuelto el camino de las re-
formas, comenzando por el ejército, que era lo más
indispensable para restablecer el orden y la seguri-
dad profundamente alterados por la ambición y las
tropelías de la nobleza. Creó un ejército permanente
y estableció para mantenerlo un impuesto que todos
aceptaron; y con tropas y dinero, que constituyen
siempre los dos principales elementos de la monar-
quía absoluta, consiguió bien pronto imponer su au-
toridad á la nobleza, haciendo algunos castigos ejem-
plares en los individuos más caracterizados, incluso
el Delfín (después Luis XI) que por haber conspira-
do contra su padre, tuvo que salir del reino y refu-
giarse en el Ducado de Borgoña*
— 62 —
Además de recobrar por estos medios la autoridad
de la monarquía sobre la aristocracia, y restablecer
el orden en su reino, Carlos VII protegió el derecho
y la administración, las ciencias y las leLras, inau-
gurando de esta manera en Francia la trasforma-
ción social que por entonces se verificaba en casi
todos los pueblos de Europa.
2. Luis X I : su c a r á c t e r : la liga del Bíenpúblico.
A la muerte de Garlos VII le sucedió su hijo Luis
X I , que acompañado del Duque de Borgoña, fué con-
sagrado en Reims.
Luis X I , de carácter sombrío y cruel por natura-
leza, egoista hasta el extremo, extraño á todo sen-
timiento noble, sin fe y sin escrúpulos, no tenía más
pasión que el poder, ni más debilidad que la supers-
tición. Gomo hijo desnaturalizado, que no encuentra
acción mala si puede serle provechosa, llenó de
amargura y de disgustos los últimos años de su pa-
dre, sublevándose contra él, y uniéndose con sus
enemigos. Llegado al trono qne tanto ambicionaba,
una sola idea ocupó todo su reinado, el abatimiento
de la nobleza y la creación y consolidación de la mo-
narquía absoluta.
Desde luego comenzó su gobierno despojando de
sus tierras y pingües cargos á ciertos nobles de las
principales familias; hizo lo mismo con el clero, au-
mentó considerablemente los impuestos, y tuvo á
raya á los parlamentos y á la Universidad de París.
Con tales medidas, á los cuatro años de reinado
no tenía una persona que le fuera afecta en toda
Francia, y los príncipes y señores en número de
500, formaron contra él la liga llamada del Bien p ú -
blico, con el propósito de librar el reino del díscolo
y mal gobierno de Luis X I , poniéndose al frente de
los descontentos el conde de Charoláis, hijo del du-
que de Borgoña, que ocupó después este ducado, y
es conocido en la historia con el nombre de Garlos
el Temerario.
— es-
Dos años duró aquella guerra civil, cometiéudose
crueldades sin cuento por una y otra parte; y solo
terminó á fuerza de concesiones y de promesas he-
chas por el rey á los confederados, obteniendo el
conde de Charoláis las ciudades del Somma, el duque
de Berry, hermano del rey, la Normandi'a; y los de
Armagnac, Nemurs, San Pol, etc., diferentes cas-
tillos y pueblos, honores y empleos, todo lo cual el
rey no estaba dispuesto á respetar, tan luego como
l a ocasión se presentase.
3. E l ducado de Borgoña. Entre los señores
feudales de Francia se distinguía el duque de Bor-
goña> cuyos Estados se extendían desde los Alpes
hasta el mar del Norte, envolviendo los dominios
reales. Un Estado tan poderoso era siempre temible
para los reyes, por cuanto aliándose con una poten-
cia extranjera, podía imponer la ley á Francia, como
había sucedido durante la guerra de Cien años, cu-
ya larga duración quizá se debe más que á la resis-
tencia de los ingleses, á su alianza con el duque de
Borgoña.
En la guerra de los Borgoñones y Armañacs, fué
asesinado el duqué Juán sin Miedo, sucediéndole su
hijo Felipe el Bueno que, después de vengar la
muerte de su padre entregando la Francia al rey de
Inglaterra Enrique V , se reconcilió con el rey Garlos
VII, aumentando considerablemente sus Estados.
Felipe el Bueno instituyó la célebre Orden del Toi-
són de Oro, con motivo de las bodas de su sobrina
la princesa de Gleves con el duque de Orleans; y él
fué el que recibió en sus Estados al Delfín (después
Luis XI) cuando era perseguido por su padre; el
que le acompañó en su consagración en Reims, y lo
condujo á París á la muerte de Carlos VII, y el que
se puso al frente de la nobleza en la liga del Bien
público. A su muerte, le sucedió su hijo Garlos el
Temerario, que con el título de Conde de Charoláis
había sostenido la guerra con el rey Luis X I .
— 64 —
4. Luis X I y Carlos el Temerario. Luis X I ha-
bía conseguido destruir la liga del Bien público con
promesas y concesiones á los confederados; pero al-
gunos meses después faltó á todos sus compromisos,
y despojó á su hermano de la Normandia. Esta infi-
delidad de Luis X I irritó del tal manera á Carlos el
Temerario, que se propuso destronarlo, formando
con este objeto una liga con el rey de Inglaterra,
Eduardo I V , y varios príncipes y señores franceses.
Temiendo un desembarco de los ingleses, Luis X I
se presentó en Perona á Carlos el Temerario que lo
retuvo prisionero, y no lo puso en libertad hasta
que firmó un tratado por el que la Borgoña queda-
ba desligada de todas sus obligaciones como feudo
de la corona de Francia. Sin embargo, no fué el rey
más fiel á este tratado que lo había sido á los ante-
riores. Empleando la astucia, las promesas y la
crueldad, según convenía, consiguió separar á los
aliados y dejar aislado al duque de Borgoña: hizo
que una asamblea de nobles anulara el vergonzoso
tratado de Perona, y se preparó para la guerra.
Carlos el Temerario reorganizó bien pronto la l i -
ga anterior entrando en ella el rey de Aragón. Co-
menzadas las hostilidades sitió con un ejército for-
midable la plaza de Beauvais, en cuya defensa se
distinguieron las mujeres, y entre ellas Juana H a -
chette, que le obligaron á retirarse con grandes pér-
didas, y perseguido por las tropas reales, se refugió
en sus Estados y tuvo que aceptar la tregua de
Senlis.
Eu este tiempo se propuso el Temerario restable-
cer el antiguo reino de Lotaringia y de Borgoña, ex-
tendiendo sus dominios desde el mar del Norte á la
Suiza; pero este proyecto encontró gran oposición en
el emperador Federico III amigo del rey de Francia,
y sobre todo en los suizos que derrotaron á los bor-
goñones en Granzón y en Morat. Para vengarse del
— 65 —
duque de Lorena que había auxiliado á los suizos,
puso sitio Carlos el Temerario á la ciudad de Nancy,
su capital; pero se vio atacado por fuerzas muy su-
periores, y perdió la vida en la batalla. Por su
muerte, no dejando hijos varones, la Borgoña y el
Franco Condado, como feudos masculinos, se unie-
ron á te corona de Francia.
5. Últimos años de Luis XI. Juicio sobre su rei-
nado. Ocupado en sus irrealizables proyectos Gar-
los el Temerario, que era el enemigo más temible para
Luis X I , pudo este dedicarse á completar su pen-
samiento de abatir la nobleza feudal que tantas ve-
ces se había rebelado contra el trono, y elevar sobre
ella y consolidar la monarquía absoluta.
E l duque de Alenzón, el conde de Armagnac, el
de Nemurs, el de Atbret y el de San Pol, pagaron
cruelmente sus infidelidades anteriores. Con esto y \f\
con la muerte de Carlos el Temerario, concluyó elfVj
feudalismo de Francia, entronizándose el despotismol
de la monarquía. «El rey de Francia no encontró
después quien se atreviera á levantar la cabeza con-
tra él, ni á desobedecerle,» como dijo Comines.
En sus últimos años, se encerró en su castillo de
Plessis-les-Turs; y alejado de toda sociedad, devo-
rado por los remordimientos y por terrores supers-^Uv.
ticiosos, y perseguido constantemente por el temtfí |
de la muerte, haciendo venir de la Calabria á San { i.
Francisco de Paula para que con sus oraciones le / \ ^
prolongase la vida, dejó de existir á la edad deise-/
senta años (1483). \ ¡ ¡i//
Viviendo en el siglo de Maquiavelo, Luis X I w ^ - ^ f
un verdadero representante de la política del publi- '
cista italiano: todo su reinado puede resumirse en la
máxima que se le asribuye, el que no sabe disimu-
l a r n o sabe reinar, y en esta otra, el fin justifica
los mediosj, por malos que sean.
E n efecto, el fin que se propuso aun antes de ocu-
9
— 66 —
par el trono, y que estaba en armonía con el espíri-
tu de su época, de aniquilar la nobleza y encumbrar
la monarquía absoluta, lo prosiguió toda su vida con
una constancia admirable, sin escrúpulos ni mira-
mientos, y aprovechando para conseguirlo tocios los
medios que tuvo á la mano, desde los más morales
y honestos hasta los más pérfidos y criminales. Pero
al mismo tiempo, protegió la industria y el comer-
cio, dio seguridad á las comunicaciones, concluyó
con el bandolerismo, favoreció la imprenta, elevó
el ejército á 100.000 hombres bien armados, agregó
hasta once provincias á la corona, haciendo de la
Francia una de las primeras potencias de Europa.
6. Carlos V I I I . Su expedición d Italia. A la
muerte de Luis X I ocupó el trono de Francia su hi-
jo Garlos VIII, á la edad de trece años, y bajo la re-
gencia de su hermana Ana de Beaujeu. Los nobles
descontentos, aprovechándose de las circunstancias,
quisieron anular la política del reinado anterior, se
unieron con el emperador y el rey de Inglaterra, y
comenzaron la guerra loca; pero la regente con pru-
dencia y energía, consiguió desbaratar todos sus
planes, y unir la Bretaña á la corona por el casa-
miento del rey con Ana, hija del último duque. Es-
tos acontecimientos disgustaron á los monarcas ve-
cinos, y se formó una liga del rey de Inglaterra, el
emperador Maximiliano y Don Fernando el Católico,
contra el rey de Francia, que en lugar de combatir-
los, les cedió las provincias que reclamaban, para
dedicarse por completo y con entera libertad á su
temerario proyecto de conquistar l a Italia.
Obrando con prudencia los reyes anteriores, he-
rederos de la casa de Anjou, no habían hecho recla-
mación alguna sobre el trono de Ñápeles, ocupado
por la casa de Aragón desde la muerte de la reina
Juana II, en que fué conquistado por Alfonso V el
Magnánimo. Garlos VIII se propuso hacer valer
— 67 —
aquellos derechos; y aprovechando la circunstancia
de pedirle auxilio Luis Sforcia. el Moro, duque de
Milán, y otros nobles italianos, contra el rey de Ñá-
peles y el Papa, pasó los Alpes al frente de un luci-
do ejército, y sin obstáculos de ningún género, re-
corrió la Italia septentrional; entró en Florencia, y
después de firmar un tratado de alianza con Pedro
de Médicis, pasó á Roma, donde el Papa Alejandro
V I le dio la investidura del reino de Ñápeles, y con-
tinuó su marcha penetrando en esta ciudad, abando-
nada por su rey Alfonso II, y por su hijo y sucesor
Fernando II.
Recibido Carlos VIII como libertador, en menos
de tres semanas se hizo dueño de todo el reino de
Ñapóles. Pero su desacertada política, y las violen-
cias y exacciones d e s ú s capitanes y soldados,le ena-
genaron bien pronto todas las voluntades, formándose
una liga compuesta del Papa, L s Venecianos, el du-
que de Milán, el emperador y el rey Católico, para arro-
jar á los franceses de la Península. Con un pequeño
ejército saüó de Ñápeles Carlos VIII, encontrándose
en Fornovo el de los aliados, mucho más numeroso;
á pesar de lo cual consiguió abrirse paso, y regresó
precipitadamente á Francia, perdiendo en aquella
expedición m á s de la mitad de sus tropas. Cuando in-
tentaba volver á Italia, le sorprendió la muerte á la
edad de 28 años, concluyendo en él la primera rama
de los Valéis, por no haber dejado sucesión.
7. Luis X I I . Nueva expedición d Italia. A la
muerte de Carlos VIII, ocupó el trono L u i s X I I , du-
que de Orleans, y nieto de un hermano de Carlos
V I . Su primer cuidado fué casarse con l a viuda de
su antecesor, para evitar que la Bretaña se desmem-
brara de la corona de Francia; y puesta en orden la
administración, se decidió á repetir la expedición á
Italia, que tan cara había de costar á los franceses.
Luis X I I heredó con la corona los derechos de los
— 68 —
Angevinos al reino de Ñápeles; y pretendía además
tener derecho por su abuela Valentina Visconti al
ducado de Milán, usurpado por Luis Sforcia, el Mo-
ro. Después de atraerse con promesas y concesiones
la amistad de los príncipes que hubieran podido opo-
nerse á sus intentos, penetró en el Milanesado y
venció á Sforcia, que cayó prisionero, y fué condu-
cido á Francia, donde murió doce años después.
La facilidad de esta conquista animó á Luis XII
para emprender la del reino de Ñápeles. A este fin
procuró asegurarse la neutralidad ó el apoyo de
Florencia y del Papa, cuyos Estados había de atra-
vesar en aquella expedición; y para evitar una gue-
rra con el rey Católico, se convinieron en repar-
tirse aquel reino, habiendo de tomar Luís XII los
Abruzos y la Tierra de Labor, y Don Fernando la
Pulla y la Calabria. Federico, el último rey, se en-
tregó á los franceses, y fué llevado á Francia, donde
acabó sus dias.
Realizada sin obstáculos la conquista, surgieron
dificultades sobre la repartición, pretendiendo ambos
monarcas la posesión de varios cantones y princi-
palmente de la Gapitanata y la Basilicata. La guerra
no se hizo esperar; el duque de Nemurs atacó en
Barleta á Gonzalo de Córdoba, y este con nuevos
refuerzos venció á los franceses en la batalla de Se-
minara, y después en la de Geriñola, con lo que tu-
vieron que evacuar el reino de Nápoles, dejándolo
en poder los españoles. Luis XII mandó un nuevo
ejército para vengar los desastres anteriores; pero
fué igualmente derrotado por Gonzalo de Córdoba
en la batalla del Careliano, á pesar de los prodigios
de valor del célebre Bayardo, el caballero sin miedo
y sin tacha, que se defendió solo en un puente, con-
tra doscientos enemigos.
8. Liga de Cambray y liga contra Francia. La
célebre república de Venecia, decaída en su co-
mercio á consecuencia de la toma de Gonstantinopla
por los turcos, y del descubrimiento del Cabo de
Buena Esperanza por los portugueses, buscó la com-
pensación de sus desastres extendiendo su domina-
ción en el continente, y aprovechando todas las oca-
siones de acrecentar su territorio. Habíanse forma-
do sus dominios á costa del Ducado de Milán por el
Oeste, del imperio de Alemania por el Norte, y de
los Estados Pontificios por el Sur; por otra parte se
había apoderado de algunas plazas de la costa de
Ñápeles en compensación de los auxilios pecuniarios
prestados al rey Católico. Así es que casi todas las
potencia* que tenían dominios en Italia, estaban
quejosas con razón de la orgullosa república Vene-
ciana; y aprovechando esta disposición de los áni-
mos, el Papa Julio II, que era el más perjudicado,
organizó contra ella la famosa liga de Cambray, en
la que tomaron parte el emperador Maximiliano, el
rey de Francia, Don Fernando el Católico y el mis-
mo Papa Julio II.
Abrió la campaña Luis X I I penetrando en el terri-
torio de Venecia, y derrotando su ejército en la ba-
talla de Agnadel, con lo que los venecianos tuvieron
que retirarse á sus lagunas inexpugnables, dejando
á los aliados en libertad para apoderarse cada uno
de las poblaciones y territorios que antes le habían
pertenecido.
Conseguido este primer resultado de humillar á
Venecia, el Papa, que deseaba arrojar de Italia la
dominación extranjera para constituir una naciona-
lidad libre gobernada por él, gestionó ahora la San-
ta liga contra Francia, que por su victoria sobre
Venecia, era la potencia dominante en aquella Pe-
nínsula. Uniéronse con el Pontífice, el mismo em-
perador y el rey Gátolico, Venecia y los suizos, y
más adelante el rey de Inglaterra Enrique VIII.
Los ejércitos de la liga, mandados por el virey
— 70 —
de Nápoles Don Ramón de Cardona, fueron derrota-
dos en la batalla de Rdvená por los franceses, cuyo
general Gastón de Foix, duque de Nemurs, perdió la
vida en la acción, á la edad de veinte y tres años.
A pesar de esta victoria, los franceses tuvieron que
evacuar la Italia por haber sido derrotados en No-
vara por los Suizos, en Guinegate por los ingleses,
y haber penetrado el rey Católico en la Navarra
francesa. Luis X I I tuvo que hacer la paz de Dijón
con los Suizos y la de Orleans con el emperador y
el rey de España, y más adelante con el de Ingla-
terra.
Durante esta guerra, el rey de Navarra Juan de
Albret, aliado de Francia, se vio atacado por el ejér-
cito de Don Fernando, que en pocos dias se hizo
dueño.de todo el país, incorporándolo á Castilla en
virtud de la renuncia que había hecho Doña Blanca
en favor de su marido, Enrique IV el Impotente.
Además perdió la Francia el Milanesado que se dió
á Maximiliano vSforcia, hijo de Luis; y los ducados
de Parma y Plasencia quedaron unidos á los Estados
Pontificios. E l rey de Francia, Luis X I I , murió poco
después (1515) á la edad de cincuenta y tres años
apenado por tantas calamidades como habia ocasio-
nado su expedición á Italia.
9. Francisco I. Batalla de M a r i ñ d n . Tratado
de Noyón. No dejando hijos varones el rey de F r a n -
cia, le sucedió su yerno y sobrino Francisco I, du-
que de Valois y conde de Angulema, que á la sazón
no contaba más de veinte años de edad. Su primer
propósito fué continuar la guerra de Italia para to-
mar la revancha de los desastres anteriores. Con
este objeto, rompiendo el tratado de Orleans, pasó
los Alpes con un brillante ejército, y penetró en
el Milanesado, encontrando á los suizos en M a r i -
ñ d n causándoles una completa derrota. Esta* bata-
lla, llamada de los gigantes por las grandes prue-
— Tim-

bas de valor que dieron los combatientes, dio por


resultado volver el Milanesado á poder de los fran-
ceses, entregar el Papa los ducados de Parma y
Plasencia y cerrar la Italia á los Suizos.
Por aquel tiempo, á la muerte del rey Católico, ocu-
pó el trono de España su nieto Carlos I, que firmó
con el de Francia el tratado de Noyón, estipulando
una alianza ofensiva y defensiva entre los dos mo-
narcas, el casamiento de Garlos con la hija de Fran-
cisco, y la devolución de Navarra á la familia de
Albret.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN VIII.

1. Carlos VII concluyó la guerra de cien años, expulsando


á los ingleses del territorio francés: reorganizó el ejército,
impuso su autoridad á la nobleza y restableció el orden en
el reino; protegiendo al mismo tiempo el derecho y la ad-
ministración, las ciencias y las artes.—2. Luis X I , de carác-
ter egoísta y sombrio, ambicioso del poder, se habla suble-
vado contra su padre; después de ocupar el trono, por sus
medidas violentas contra los nobles, formaron estos la liga
del Bien público, y se encendió la guerra civil, que terminó
á los dos años en favor de la nobleza.—3. E l ducado de Bor-
goña era tan poderoso como la corona de Francia; sus pose-
siones se extendían desde los Alpes al mar del Norte. Entre
sus duques se distinguieron Juan sin Miedo y su hijo Felipe
el Bueno, que tomaron parte en la guerra de Cien años, y
este último, amigo y protector de Luis X I , se puso luego al
frente de la liga del Bien público.—4. Carlos el Temerario
tuvo prisionero á Luis X I ; y no cumpliendo este las prome-
sas que habla hecho para recobrar su libertad, comenzó en-
tre ellos la guerra con resultados favorables para el rey.
En guerra con los Suizos, fué derrotado el de Borgoña en las
batallas de Granzón y de Morat, y perdió la vida sitiando á
Nancy.—5. Luis XI, después de castigar severamente á la
nobleza, pasó los últimos años de su vida devorado por los
resnordimientos y entregado á la superstición. Engrandeció
á la Francia, abatió la nobleza, protegió las artes y las cien-
cias, la industria y el comercio: pero practicó siempre en
política la máxima inmoral de que el fin justificaba los me-
dios.—6. Carlos V I H cedió varias provincias á los reyes coa-
— 72 —
ligados contra él, para dedicarse á la expedición á Italia*
Llegó sin obstáculos á Nápoles; pero su desacertada política
provocó una liga de los principales Estados italianos, y tuvo
que retirarse precipitadamente á Francia.—7. Su sucesor
Luis X I I hizo otra expedición á Italia, en la que se apoderó
del Milanesado: y de acuerdo con el rey Católico, se repar-
tieron el reino de Nápoles; pero no estando acordes sobre la
posesión de algunos territorios, sobrevino la guerra, y des-
pués de las derrotas de Seminara, Ceriñola y el Garellano,
abandonaron los franceses aquel reino á los españoles.—8.
Por iniciativa del Papa Julio II se formó la liga do Cambray
contra los Venecianos, que fueron vencidos por los france-
ses en Agnadel. Después se concertó la liga Santa contra los
fraftceses, obligándoles á salir de Italia, y devolver cuanto
en ella poseían.—9. Francisco I volvió á Italia y derrotó á.
los suizos en Mariñán, recobrando el Milanesado. Poco des-
pués firmó en Noyón un tratado de paz con Carlos I rey de
España.

LECCIÓN I X .
Inglaterra.
1. Estado interior de Inglaterra a l concluir l a guerra de
Cien años.—2. Causas d é l a guerra de las Dos Rosas.—
3. Principales episodios y personajes de esta guerra. —
4. Muerte de los hijos de Eduardo. Conclusión de la gue-
rra.—5. Enrique VII, Tudor.—6. Enrique YIII, antes de
l a Reforma.—7. Los Estuardos en Escocia.

i . Estado interior de Inglaterra a l concluir l a


guerra de Cien años. A la conclusión de la Edad
media, las instituciones políticas de Inglaterra eran
muy superiores á las de los otros pueblos. Desde los
tiempos de Juan sin Tierra, los derechos nacionales
consignados en la Carta Magna eran reconocidos y
proclamados por los reyes al subir al trono, y desde
el siglo X I I I el Parlamento venía ejerciendo el dere-
cho de votar los impuestos y resolver los asuntos
relativos á la sucesión al trono y á la regencia. De
esta manera venía á ser aquella asamblea un elemen-
to esencial de la soberanía de la nación y un salva-
guardia de las libertades inglesas.
— 73 —
Por otra parte, las libertades individuales estaban
allí mejor garantidas contra los abusos del poder
central ó de los delegados del gobierno; puesto que
los ciudadanos no podían ser presos sino por orden
de los jueces, ni juzgados más que por el tribunal
de los pares ; y en cambio los empleados del gobier-
no y hasta los ministros, podían ser acusados por el
Parlamento.
L a aristocracia inglesa, apoyada por la clase me-
dia, adquirió una gran preponderancia por sus co-
nexiones con el pueblo, cuyos intereses defendía en
contra de las pretensiones absorbentes de la monar-
quía. Por eso los reyes no encontraron allí el apo-
yo del pueblo para combatir á la nobleza, y esta
conservó su prestigio y su influencia, mientras en
las otras naciones decaía rápidamente por los emba-
tes de la monarquía, ayudada por la clase media.
Sin embargo, la larga guerra sostenida con Fran-
cia habia alimentado entre los ingleses la ferocidad
y la violencia, la rapacidad y la codicia, que dieron
tan funestos resultados en las guerras civiles que
estallaron poco después.
2. Guerra de las Dos Rosas: sus causas, A l con-
cluir la guerra de Cien años, y comenzar la Edad
moderna, Inglaterra se vió envuelta en una guerra-
civil de las más desastrosas que registra la historia,
promovida por las dos familias de Lancáster y de
York, que se disputaban la corona. E n el espacio de
treinta años, (1455-85), se cree perdieron la vida m'^s
de un millón de hombres y ochenta príncipes. Es
guerra se llama de las Dos Rosas, por haber adoptado
como divisa una rosa encarnada el bando de los
Lancáster, y una blanca los defensores de.la familia
de York.
L a causa primordial de la guerra de las Dos R o -
sas fué la aspiración de la familia de York al trono
de Inglaterra, ocupado á la sazón por el débil y casi
10
—Té-
imbécil Enrique V I , de Lancáster. Esta aspiración
se fundaba en que Ricardo, duque de York, descen-
diente del segundo hijo de Eduardo III, tenía más
derecho á la corona que la familia de Lancáster,
que descendía del tercer hijo de aquel príncipe; y
si hasta ahora había ocupado el trono esta última fa-
milia, era debido á la usurpación de Enrique I V , que
consiguió deponer al legítimo rey Ricardo II.
La causa determinante de la guerra fué la inca-
pacidad de Enrique V I , y los desastres repetidos
que sufrieron los ingleses en la última época de la
guerra de Cien años, atribuidos por el pueblo á los
ministros, y á la reina de Margarita de Anjou, por
su procedencia francesa. Todos estos hechos produ-
geron un descontento general, de que se aprove-
chó Ricardo de York para poner en práctica sus
abiciosos proyectos de ocupar el trono, arrebatándo-
selo á la familia de Lancáster.
3. Principales episodios y personajes de l a gue-
r r a de las Dos Rosas. A l comenzar la guerra de las
Dos Rosas (1455), el partido de Lancáster estaba re-
presentado por el débil é irresoluto Garlos V I y por
su mujer Margarita de Anjou, dotada de un valor á
toda prueba, y de una constancia inquebrantable,
pero mal mirada por su origen francés, y aborreci-
da desde el asesinato del Buen Duque de Glocester,
que todos le atribulan. E l duque de York, aprove-
chando las circunstancias, promovió una insurrec-
ción entre los comunes, de la que fué víctima el
duque de Suffolk. Poco tiempo después, el irlandés
Juán Cade, en otra sublevación, llegó á dominar en
Londres, siendo al fin decapitado.
Alentado por la impunidad, y por la falta de ener-
gía de los lancasterianos, Ricardo de York, con la
ayuda del conde de Warwick, el Hacedor de Reyest
venció á sus enemigos en la batalla de San Albano,
y obtuvo del Parlamento el título de Protector, con-
— 75 —
servando á Enrique V I el título de rey, sin valor
alguno. Cinco años después, perla victoria de Nort-
hamptón, fué declarado Ricardo heredero legítimo
del trono; pero fué vencido y muerto por las tropas
de Magarita en la batalla de Wakefield, y asesinado
sm hijo menor, tomando la guerra desde entónces
un carácter feroz y sangriento.
E l hijo mayor de Ricardo de York fué proclamado
rey en Londres, con el nombre de Eduardo I V , y
se propuso vengar la muerte de su padre. Venció á
los lancasterianos en la sangrienta batalla de Tozo-
ton, y encerró en la Torre de Lóndrés á Enrique V I ,
mientras Margarita tuvo que huir á Francia. Sin em-
bargo, aliado con su cuñado Carlos el Temerario,
Luis X I , enemigo de este, consiguió que Warwick le
abandonara; y uniéndose con Margarita, y desembar-
cando ambos en Inglaterra, reunieron un poderoso
ejército; Eduardo IV abandonado por el suyo en
Ñottlingán, huyó á los Países Bajos con su cuñado,
y el Parlamento restableció á Enrique V I .
Poco después volvió Eduardo con un pequeño
ejército; venció á Warwick, que perdió la vida en el
primer encuentro; derrotó en Tewhesbury á Márga-
la, que fué encerrada en la Torre de Lóndres, su
hijo el príncipe de Gales degollado, y su marido E n -
rique V I asesinado, con lo que se vió asegurado en
el trono Eduardo I V , hasta su muerte ocurrida doce
años después.
4. Muerte de los hijos de Eduardo; conclusión
de la guerra de las Dos Rosas : sus consecuencias.
A l morir Eduardo I V , dejó dos hijos, Eduardo V y
Ricardo de York, confiados á su segundo hermano,
Ricardo, duque de Glocester, mónstruo de crueldad
é hipocresía,que encerró á sus sobrinos en la Torre
de Lóndres, mandó quitar la vida á l o s que podían
defenderles, y por último, los dos infantes fueron
asesinados por el infante Tyrrel, y proclamado rey
Ricardo III.
— 76 —
Buckinghám, cómplice primero, y después enemi-
ho de Ricardo III, irritado por sus crímenes, llamó
á Enrique Tudor, último vastago de la familia de
Lancáster, quien desembarcando en Inglaterra, con-
siguió derrotar á Ricardo, que perdió la vida en la
batalla de Bosworth. A consecuencia de esta victo-
ria fué reconocido Enrique como rey de Inglaterra,
concluyéndose en él la guerra de las Dos Rosas, por
haberse casado con Isabel, hija de Eduardo IV, últi-
ma descendiente de la familia de York.
La guerra de las Dos Rosas produjo una conse-
cuencia política de la mayor importancia en la his-
toria de Inglaterra, que fué quedar aniquilada la
aristocracia, encumbrándose sobre ella la monar-
quía, enriquecida esta además con las tierras con-
fiscadas durante aquellas luchas, que ascendían á
la quinta parte de todo el reino. Así se realizó en
Inglaterra aunque por medios diferentes, la revolu-
ción política que por el mismo tiempo se verificaba
en los demás países, concentrando en los reyes to-
dos los derechos anárquicos salidos del feudalismo,
haciendo de la monarquía un poder absoluto sin cor-
tapisas ni limitaciones de ningún género.
5. Enrique V I I Tudor. Aunque casado con la
heredera de York, Enrique VII conservó en el trono
su animosidad contra esta familia, y tratando á to-
dos sus partidarios como enemigos, consiguió que
lo fueran en efecto. Estos le suscitaron dos imposto-
res, que se fingieron el conde de Warwick y el du-
que de York, hijo menor de Eduardo I V . Ambos fue-
ron vencidos por el rey, que perdonó al primero,
colocándolo de cocinero en su palacio, y quitó la v i -
da al segundo en unión con el verdadero conde de
Warwick, último representante de la rosa blanca, y
último de los Plantagenets, que habían reinado en
Inglaterra cerca de cuatro siglos.
Enrique V I I inaugura en Inglaterra el poder ab-
— 77 —
soluto de la monarquía. Distinguióse p o r u ñ a avari-
cia vergonzosa, vendiendo los empleos públicos y
cargos eclesiásticos, estableciendo empréstitos for-
zosos, y confiscaciones arbitrarias, y obteniendo di-
nero hasta por los medios más reprobados, sin que
el Parlamento reunido pocas veces en "su reinado,
se opusieran á estas espoliaciones.
Sin embargo, hay que reconocer sus grandes es-
fuerzos para mejorar la industria y el comercio; fué
el verdadero fundador de la marina inglesa; favore-
ció los viajes marítimos, descubriendo en su tiempo
los hermanos venecianos, Juán y Sebastián Gaboto,
la isla de Terranova; y mejoró la legislación y la ad-
ministración de justicia, haciéndola asequible á los
pobres.
El Parlamento, dócil á sus exigencias, consintió
la formación de la C á m a r a estrellada, tribunal su-
premo que juzgaba sin la asistencia de jurados y pe-
dia revisar las decisiones de todos los demás tribu-
nales, y cuyos miembros se hallaban enteramente á
la devoción del rey. A l mismo tiempo autorizó á los
nobles para que vendieran sus tierras sustituidas,
cuya disposición, si se hubiera cumplido, habría ter-
minado por arruinar á la aristocracia.
Enrique V I I había casado á su segundo hijo En-
rique con Catalina de Aragón, hija de los reyes Cató-
licos, y viuda de su hijo mayor Arturo, de cuya
unión resultó el cisma de Inglaterra: y á su hija
Margarita con Jacobo IV de Escocia, de donde arran-
ca el derecho de los Estuardos al trono inglés.
6. Enrique V I H , antes de la Reforma. Enri-
que VIII sucedió á su padre Enrique VII (1509). E n
los primeros años de su reinado se consagró casi
exclusivamente á la política exterior, procurando
mantener el equilibrio entre la casa de Austria y la
Francia, uniéndose ya á la una, ya á la otra, según
las circunstancias.
— 78 —
Primeramente tomó parte en la Santa alianza
para auxiliar al emperador Maximiliano, consiguien-
do derrotar á los franceses en la batalla de Guinega-
te, ó de las Espuelas, y en seguida á los escoceses
en la de FlQdden-Field, donde perdió la vida Jacobo
IV. Poco después se unió con la Francia al adveni-
miento de Francisco I, y más adelante con Carlos V .
En esta primera época de su reinado, Enrique
VIII descargó todo el peso del gobierno en su pri-
mer ministro el Cardenal Wolsey que aspiraba á
ser Pontífice con el apoyo de Carlos V , por lo cual
se estableció la alianza de Inglaterra y España con-
tra la Francia; a s í como consiguió que su rey se
uniera con la Francia, cuando se vio desairado en
sus pretenciones.
7. Los Estuardos en Escocia. A principios del
siglo X I V (1306) ocupó el trono de Escocia Roberto
Bruce, cuyo reinado, como el de su hijo David II,
se empleó completamente en rechazar de Escocia la
influencia inglesa. Sucedió á este último Roberto II,
Estuardo (1370) fundador de la dinastía de este nom-
bre, cuyos reyes, Roberto III, Jacobo I y II, conti-
nuaron en el exterior sus luchas con Inglaterra, y
en el interior combatieron sin cesar á la nobleza
turbulenta, y á los habitantes indisciplinados de las
montañas y de las fronteras. En estas luchas, Jaco-
bo I estuvo diez y ocho años prisionero en Inglate-
rra, y Jacobo II reprimió con mano fuerte la rebe-
lión de Douglas y de sus partidarios: el primero fué
asesinado por los nobles, y el segundo perdió la vida
en guerra con los ingleses.
Jacobo I I I ocupó el trono en menor edad (1460);
y esta circunstancia, y su incapacidad para el go-
bierno, dieron lugar á varias sublevaciones de la
nobleza, en las que tomaron parte sus propios her-
manes, y después su mismo hijo, siendo por fin de-
rrotado y muerto en la batalla de Bannock. Jacobo
— 79 —
I V que le sucedió (1488) dotado de grandes pren-
das, procuró y consiguió atraerse el afecto de la no-
bleza, haciendo desaparecer la antigua enemistad
entre el rey y los señores. A pesar de su matrimo-
nio con la hija de Enrique VII, se alió con Luis X I I
de Francia, penetró en Inglaterra, y fué vencido y
muerto en la batalla de Floddén (1513), con la flor
de la aristocracia escocesa.

R E S U M E N DE L A LECCIÓN I X .

1. L a s instituciones p o l í t i c a s y las libertades individuales


estaban m á s aseguradas en I n g l a t e r r a que en las d e m á s
naciones durante la Edad m e d i a . L a aristocracia, u n i -
da con con l a clase media en contra de l a m o n a r q u í a ,
c o n s e r v ó allí por m á s tiempo su prestigio. — 2 . L a g u e r r a
de las Dos Rosas fué causada por l a a m b i c i ó n de la f a m i l i a
de Y o r k que se c r e í a con derecho á l a corona de I n g l a t e r r a ,
usurpada por la de L a n c á s t e r en tiempo de Ricardo I I ; y por
los desastres de los ingleses en l a ú l t i m a época de la guerra
de Cien a ñ o s , atribuidos a l gobierno y á l a reina M a r g a r i t a .
—3. R i c a r d o de Y o r k victorioso de los lancasterianos fué
nombrado Protector, y d e s p u é s heredero del trono; pero
fué vencido y muerto por las tropas de la r e i n a en W a k e -
field. Su hijo Eduardo I V , vencedor en T o w t ó n , tuvo que
h u i r á los P a í s e s Bajos; pero r e g r e s ó d e s p u é s , y alcanzó un
triunfo completo sobre sus enemigos, a s e g u r á n d o s e en el
trono.—4. Los dos hijos de Eduardo I V fueron asesinados de
orden de su hermano R i c a r d o , que fué proclamado rey; y
poco d e s p u é s vencido y muerto en l a batalla de Bosworth
por Enrique T u d o r , de L a n c á s t e r , quien casándose con I s a -
bel, de Y o r k , puso fin á l a g u e r r a . Con esta guerra quedó
aniquilada l a nobleza, y encumbrada y enriquecida l a m o -
n a r q u í a . — 5 . Enrique V I I Tudor venció á dos impostores que
le suscitó la familia de Y o r k : se d i s t i n g u i ó por su a v a r i c i a
desenfrenada; pero favoreció l a industria, el comercio y los
descubrimientos, y p r o t e g i ó l a a d m i n i s t r a c i ó n de j u s t i c i a en
favor de los pobres. A u m e n t ó el despotismo de la corona
creando l a C á m a r a estrellada, y a u t o r i z ó á los nobles p a r a
vender sus tierras.—6. Sucedióle su hijo Enrique VIII, casa-
do con Catalina de A r a g ó n , que t o m ó parteen la S^mía alian-
z a , venciendo á los franceses en Guinegate y á los asco-
— SO-
ceses en Flodden: después se unió con Francisco I y más ade-
lante con Carlos Y . Fué su primer ministro el célebre car-
denal Wolsey.—7. Después de la familia de Bruce, ocupó el
trono de Escocia la de los Estuardos con Roberto 11, que se
ocuparon en luchar con Inglaterra y combatir á la nobleza,
Jacobo III perdió la vida combatiendo con los nobles, y con
su propio hijo. Jacooo IV se atrajo el afecto de la aristocra-
cia, pero aliado con Luis XII de Francia, penetró en Ingla-
terra y fué vencido y muerto en la batalla de Flodden.

LECCIÓN X .
Alctsnasiia é Italia.
1. Estado interior de Alemania al comenzar la Edad mo-
derna.—2. Federico IIIde Austria.—3. Maximiliano I.—
4. L a C á m a r a imperial: el Consejo áulico: d i v i s i ó n en
Círculos.—5. Estado inferior de Italia al comenzar la
historia moderna.—Q. Decadencia de Genova y Venecia.
—7 E l reino de Nápoles.—8. Ducado de Milán.—d. Los
Médieis en Florencia.—10. Lorenzo el Magnifico: Pedro
II: Savonarola.—\l. E l Papado en el primer periodo de
la Edad moderna.
1. Estado interior de Alemania al comenzar la
Edad moderna. Mientras los pueblos occidentales,
España, Francia é Inglaterra se ocupan en destruir
el caos del feudalismo, abatiendo la nobleza, encum-
brando la monarquía y constituyendo nacionalidades
fuertes y poderosas, la Alemania, conservaba la an-
tigua y. viciosa constitución que había dado á los
príncipes y grandes señores la plenitud del poder,
quedando reducido el santo imperio germánico á
una aglomeración anárquica de Estados indepen-
dientes, y la alta dignidad de emperador sin poder,
ni ejército, ni recursos, había venido á ser un vano
título, una autoridad nominal poco apetecida.
Esta falta de unidad y sobra de fraccionamiento,
constituía á la Alemania en una debilidad extrema,
ofreciendo campo favorable para saciar la ambición
de las naciones vecinas,más fuertes y poderosas que
ella, como sucedió tiempos adelante.
— 81 —
2. Federico I I I de A u s t r i a . Después del breve
remado de AlbertoII, primero de la casa de Austria,
que ocupó el trono imperial, y que solo gobernó un
ano, los elecctores nombraron (1440) para sucederle,
á Federico de Estiria, de la casa de Austria, con el
nombre de Federico I I I . Su predecesor Alberto ha-
bía legado sus dominios fuera del imperio, la Bohe-
mia y la Hungria, á su hijo póstumo, Ladislao.
Federico III, de carácter indolente y espíritu apo-
cado, no tenía las dotes necesarias para restablecer
el orden en sus Estados; en su tiempo los Países
Bajos se hicieron inrlependientes del imperio; los
suizos tuvieron que defenderse sólos contra Carlos
el Temerario; los insultos del conde palatino del R i n
al emperador quedaron impunes, y las guerras más
encarnizadas entre los Señores, eran miradas por
Federico con la mayor impasibilidad.
De las posesiones de Alberto II no obtuvo Federi-
co más que el Austria, de la que hizo un archiduca-
do. Intentó apoderarse de la Bohemia y la Hungría,
reteniendo cautivo á Ladislao, pero tuvo que poner-
lo en libertad por las enérgicas reclamaciones de los
húngaros y bohemios; y si más adelante á la muer/
te de Ladislao se apoderó de aquellos Estados, sú
vergonzosa inacción contra las invasiones de los!
turcos, le enagenaron todas las voluntades, y los
bohemios eligieron por su rey á Podiebrado, y los
húngaros á Matias Corvino, el digno sucesor de Juánx
Hunniades en sus campañas contra los turcos. Has-
ta los austríacos, con su propio hermano Alberto, se
sublevaron contra el emperador, lo sitiaron en Vie-
na, y hubiera caido prisionero si no le hubiera so-
corrido Podiebrado.
Más adelante, por la muerte de Alberto, se apode-
ró del Austria Federico; pero no pudo recuperar la
Bohemia, donde á la muerte de Podiebrado eligieron
á Ladislao, hijo del rey de Polonia; y sus maquina-
11
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ciones para apoderarse del trono de Hungría, le aca-
rrearon una guerra con Matías Corvino, que consi-
guió derrotar á los austríacos y apoderarse de V i e -
na, conservándola hasta su muerte.
Un solo hecho hay que alabar en el reinado de
Federico; el casamiento de su hijo Maximiliano con
María de Borgoña, hija de Carlos el Temerario,
uniéndose de esta manera al Austria, primero los
Países Bajos, y m á s adelante la inmensa monarquía
española.
3. Maximiliano I. Guerras y tratados. A la
muerte de Federico III (1493) fué elegido emperador
su hijo Maximiliano I, hombre instruido en cien-
cias y artes, valeroso en los combates, pero voluble
y sin constancia, lo que fué motivo para que j a m á s
recogiera en sus empresas los resultados que se
proponía.
Deseando restablecer la antigua soberanía del im-
perio, sostuvo una guerra desastrosa con los suizos,
que terminó en la paz de Basilea; y para hacer valer
sus derechos sobre la Italia, tomó una parte activa
en las guerras de la Península, contribuyendo á la
expulsión de Carlos V I H , que tuvo que cederle por
el tratado de Senlis el Franco-Condado y el Artois,
de que se había apoderado Luis X I á la muerte de
Carlos el Temerario. Unido más adelante con Luis
XII en la liga de Cambray, combatió contra los Ve-
necianos, recobrando algunas plazas de Italia; y por
último formó parte de la Santa alianza contra el mo-
narca francés, cuyos ejércitos sufrieron una gran
derrota por los imperiales y los ingleses en Gui-
negate.
Atento siempre á engrandecer los dominios del
Austria, se hizo ceder algunas ciudades de Baviera,
los grandes dominios del conde de Goritz, y la he-
rencia del archiduque Sigismundo de la rama del
Tirol; llegando á su apogeo la fortuna de la casa de
— 83 —
Austria por el casamiento de su hijo Felipe el Her-
moso con Doña Juana la Loca, heredera de los vas-
tos dominios de los Reyes Católicos; y por el matri-
monio concertado de su nieto Fernando con la her-
mana de Luis 11, hijo único y sucesor de Ladislao,
rey de Hungría y de Bohemia, cuyos Estados se
unieron con el Austria poco después de la muerte
de Maximiliano.
De esta manera vino á reunirse en Garlos V una
dominación más colosal que la de Carlomagno.
4. L a C á m a r a imperial: Consejo áulico: división
en Círculos. Mientras por tales medios preparaba
Maximiliano la grandeza de la Gasa de Austria, la
anarquía feudal había llegado á tal extremo en el
imperio, que no solo era perpétua la guerra entre
los príiacipes, sino entre las ciudades, y las profe-
siones unas con otras; los señores robaban impune*
mente en los caminos, y talaban y destruían sin mi-
ramientos las propiedades.
Y a en tiempo de Federico III las ciudades de Sua-
bia formaron una liga para atajar tanto desórden y
mantener la paz pública; y en el reinado de Maximi-
liano la dieta de Worms generalizó aquella obra
parcial á todo el imperio, decretando unapas1 pública
perpétua, y creando, para castigar las violaciones,
\dí. C á m a r a imperial, 6 tribunal soberano, cuyos
miembros eran nombrados por el emperador.
Por otra parte, Maximiliano creó el Consejo áulico
establecido en Viena, para administrar la justicia
suprema en sus Estados hereditarios, extendiendo
sus atribuciones á expensas de las de la Gámara
imperial; siendo las usurpaciones del Gonsejo áulico
una de las causas de la guerra de treinta años en el
siglo X V I I . Ultimamente, para hacer m á s fácil el
mantenimiento del orden y la buena administración
de justicia, se dividió el Imperio con la Bohemia en
diez círculos 6 cantones, teniendo cada uno su di-
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rector, que con las tropas respectivas estaba eocar-
gado de mantener el orden y la paz pública en el
territorio de su mando.
5. Estado de Italia a l comenzar l a historia mo-
derna. No podía ser más calamitoso el estado polí-
tido de Italia á mediados del siglo X V . Los empera-
dores habían olvidado sus antiguas pretensiones de
dominación; los Papas habían perdido su prestigio
durante el cisma; y no quedaba en Italia ni un po-
der, ni una idea que sirviera de bandera común. Un
crecido número de Estados completamente indepen-
dientes, sin otro lazo de unión que la semejanza de
lenguaje y de costumbres, desiguales en poder, de-
semejantes en gobierno, contrarios en intereses, y
consumiendo sus fuerzas en luchas intestinas; tal es
el estado político de Italia al comenzar la historia
moderna. Cuanto es más radical la división, y la
falta de lazos comunes, tanto es mayor su debilidad;
ofreciéndose como fácil presa á la ambición de los re-
yes extranjeros, que no tardan en apercibirse de
ello, y en dirigir hacia aquella Península sus planes
de conquista.
En cambio de tanta desdicha en el orden político,
era Italia en aquel tiempo la nación más culta, rica
y civilizada de Europa; en las ciencias y en las artes
no tenía rival; y en agricultura, industria y comer-
cio excedía con mucho á los demás pueblos. Con ra-
zón podían los italianos de entóneos tratar de bár-
baras á las demás naciones.
A l principiar la Edad moderna, la mayor parte de
los Estados de Italia, republicanos en la Edad media,
se habían entregado á una porción de príncipes,
que establecieron gobiernos absolutos en sus res-
pectivos dominios; tales fueron los Sforcia en Milán,
los Médicis en Florencia, y otros varios en la Lom-
bardía y Romanía. E n la parte central los Papas go-
bernaban de la misma manera sus Estados, y otro
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tanto sucedía en el reino de Ñapóles, donde impera-
ba la casa de Aragón. Todas estas pequeñas nacio-
nalidades, depusieron sus odios y rencillas y juraron
en Lodi una eterna concordia (1454), para hacer
frente á los turcos que habían tomado á Constanti-
nopla y amenazaban conquistar la Europa, siendo
Italia por su posición la más directamente amena-
zada.
6. Decadencia de Genova y Venecia. Las dos
ciudades más florecientes y rivales en la Edad me-
dia, Génova y Venecia, perdieron toda su importan-
cia en la segunda mitad del siglo X V . Génova, que
había ensayado en cincuenta años todas las formas
de gobierno, sin encontrarse bien con ninguna, fa-
tigada al mismo tiempo de las querellas interiores,
trasmitió la señoría á la Francia y esta la traspasó
al duque de Milán, Francisco Sforcia; más adelante
se entregó á l o s Angevinos por odio al rey de Ñápe-
les, y por último, se sometió de nuevo á Milán. E n -
tre tanto los turcos se habían apoderado suceciva-
mente de todas sus posesiones en Oriente, quedando
reducidos sus dominios á las costas del golfo de su
nombre.
A l mismo tiempo, Venecia perdía también una
tras otra todas sus posesiones orientales, de que se
fueron apoderando los Otomanos; un tratado de paz
le aseguró el comercio del mar Negro, y quizá por
este medio hubiera recobrado el comercio del Orien-
te, principal origen de sus riquezas; pero el descu-
brimiento del Cabo de Buena Esperanza, y del ca-
mino marítimo á las Indias, reunió aquel comercio
en Portugal, y Venecia decayó rápidamente, per-
diendo en poco tiempo su poderío marítimo, que tan
temible le había hecho en los siglos anteriores.
7. Reino de Nápoles. Por muerte de Alfonso
el Magnánimo, le sucedió su hijo natural Fernando
en el reino de Nápoles, mientras que Juán II unió
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al Aragón las islas de Sicilia y Gerdeña. Libre así la
Italia de la dependencia de España, Fernando vino
á ser el representante del partido italiano contra la
familia extranjera de los Angevinos. Un príncipe de
esta casa, Juán de Calabria, favorecido por la noble-
za, intentó apoderarse del reino; pero Fernando, con
la ayuda del duque de Milán lo derrotó en Troja* y
tomó horribles venganzas en todos sus partidarios.
E n esta situación se encontraba el reino de Ñápeles,
cuando el rey de Francia, Carlos VIII, heredero de
los derechos de los Angevinos, se propuso despojar
á la casa de Aragón, según hemos visto anterior-
mente.
8. Ducado de M i l á n . El jefe de los Condottieri,
Francisco Sforcia, combatiendo por cuenta de Vene-
cia y Florencia, derrota al duque de Milán, se casa
con su hija, y á la muerte de su suegro, último de los
Visconti, se hizo proclamar su sucesor, burlando
las pretensiones del emperador de Alemania, del
duque de Orleans y del rey de Nápoles, que tenían
mejor derecho. Sforcia hizo olvidar su bajo origen
con sus talentos y sus victorias. Después de vencer
á los Venecianos, les impuso el tratado de Lodi, por
el que recobró la ciudad de Cremona y otras plazas,
y consiguió que casi todos los Estados italianos se
adhiriesen, para unir sus fuerzas contra los turcos.
Tal era el prestigio del antiguo condottieri, que el
rey de Nápoles se casó con su hija, y Luis X I le ce-
dió la ciudad de Génova por los auxilios que le ha-
bía prestado durante la guerra del Bien público.
Su hijo y sucesor. Galeaza Sforcia gobernó des-
póticamente, y fué asesinado por los nobles en la
catedral de Milán, dejando un hijo de ocho años,
J u á n Galeazo, bajo la tutela de su madre. Su tio,
L u i s Sforcia, llamado el Moro, se apoderó de la re-
gencia, y gobernó en nombre de su sobrino; pero
cuando este fué mayor edad y hubo casado con una
— 87 —
nieta del rey de Ñápeles, Luis el Moro, que ambicio-
naba ser duque de Milán, encerró al marido y á la
mujer en el castillo de Pavía. E l rey de Ñápeles le
exigió la restitución del gobierno á Juán Galeazo, que
era el legítimo soberano; Pedro II de Médicis le ame-
nazaba con sus tropas, y temiendo el usurpador que
todos los Estados italianos se volvieron en contra
suya, para poder satisfacer sus deseos de domina-
ción y de venganza, llamó en su auxilio al rey de
Francia Carlos VIII, que poco después penetró en
Italia.
9. Los Médicis en Florencia. En el último pe-
ríodo de la Edad media se había encumbrado en Flo-
rencia por su talento y por sus riquezas la familia
de los Médicis, Un individuo de esta familia, Juán
de Médicis, aumentó con sus virtudes el renombre
de su casa, dándole los florentinos el nombre de P a -
dre de los pobres. Su hijo Cosme empleó sumas i n -
mensas- en favorecer á los pobres y obligar con
préstamos á los ricos; y aunque, temiendo su popu-
laridad, fué desterrado, esto mismo contribuyó á su
prestigio, y cuando volvió á Florencia, su autoridad
fué completa y absoluta, aunque no quiso aceptar el
poder supremo. E l antiguo banquero vino á ser el
dueño de la república.
E! gobierno de Cosme de Médicis constituye uno
de los períodos m á s brillantes de la historia. Las
inmensas riquezas adquiridas en el comercio, fueron
empleadas en construir iglesias y palacios magnífi-
cos, hospitales y bibliotecas, en favorecer los talen-
tos y proteger á los sabios y á los artistas. Reinaba
en todas partes el orden y la paz, y se aumentó la
riqueza y el bienestar general por la protección dis-
pensada á la agricultura, á la industria y al comer-
cio. Los florentinos agradecidos, llamaron á Cosme
P a d r e de la Patona.
Cosme dejó el poder á su hijo Pedro (1468) pero
no pudo legarle sus grandes cualidades. L a nobleza,
envidiosa del prestigio de los Médicis, y dirigida por
la poderosa famila de los P a z z i , trató de recobrar
las antiguas libertades; Pedro consiguió destruir sus
maquinaciones; pero á su muerte crecieron los des-
contentos, y tramaron una conspiración con el fin de
asesinar á los hijos de Pedro, Julián y Lorenzo de
Médicis, mientras se celebraba la misa en la iglesia
de Santa Reparata. De este atentado fué víctima Ju-
lián, cosido á puñaladas por los conjurados; pero sa-
lió ligeramente herido su hermano Cosme, que se
defendió con su espada y pudo ponerse en salvo.
Indignado el pueblo de Florencia se sublevó contra
los asesinos; el jefe de los Pazzi fué arrastrado por
la población y colgado de una ventana del palacio
de los Médicis: el arzobispo de Pisa, complicado en
la conjuración, fué también ahorcado.
10. Lorenzo él Magníco. Pedro I I . Savonarola.
Lorenzo de Médicis, librado milagrosamente de la
conjuración de los Pazzi, se ocupó desde entónces
exclusivamente del bien y de la grandeza de su pa-
tria, elevando á su mayor apogeo el renombre de
su familia y la gloria de Florencia. Por medio de
tratados ventajosos aseguró la paz exterior, y por
sus acertadas medidas de gobierno restableció el or-
den y la tranquilida en el interior. Fué llamado con
razón el Magnífico y el Padre de las Musas, por la
decidida protección que dispensó á los sabios y á los
artistas, premiando espléndidamente á los griegos
expulsados de Gonstantinopla, haciendo que M . F i -
cino tradugera á Platón, y Calcondilas á Homero; fa-
voreció á Poggio, Angel Policiano, Ghiberti, y otros.
E n el espacio de veinte y cuatro años gastó en estas
cosas el inmenso capital que le legaron sus antece-
sores; pero consiguió hacer á su patria feliz y flore-
ciente, y dejar un nombre glorioso á las generacio-
nes futuras, que en reconocimiento á sus inmensos
—SO-
servicios por las ciencias y las artes, han dado su
nombre á la época del Renacimiento.
Su hijo Pedro II siguió el camino opuesto, atra-
yéndose la odiosidad de los florentinos, que comen-
zaron á buscar el apoyo de los reyes extranjeros,
como por entonces lo hacían los otros pueblos de
Italia.
Por este tiempo, Jerónimo Savonarola, monje do-
minico de Ferrara, de puras costumbres y acendra-
do patriotismo, combatió con elocuencia la corrup-
ción del clero y el gobierno de los Médicis; negó la
absolución á Lorenzo en el artículo de la muerte, por
no haber querido restituir la libertad á su patria; y
se opuso con energía á la vida licenciosa de Pedro
II, anunciándole proféticamente los desastres que
habían de sobrevenir á Italia con la dominación ex-
tranjera, que él veía próxima, como sucedió poco
después.
H . E l Papado en el p r i m e r periodo de la Edad
moderna. L a elección de Nicolás V puso final Cis-
ma de Ocidente. En su tiempo cayó Gonstantino-
pla en poder de los turcos; y tanto este Pontífice co-
mo sus sucesores Calixto III, Pió II (Eneas Silvio
Piccolímini) y Pablo II, procuraron en vano levan-
tar una cruzada contra los enemigos de la fe y de
la civilización. En cambio, los Papas que ocuparon
después la Cátedra de San Pedro, se olvidaron de
los intereses de Italia y de la santidad de su carga
como representantes de la cristiandad, para dedicar-
se exclusivamente á favorecer á sus familias, em*
pleando para ello los medios m á s indignos é inmo-
rales.
Sixto I V colocó en las principales dignidades á
sus sobrinos, que tomaron parte en la conjuración
de los Pazzi contra los Médicis; Inocencio VIII, de-
jándose llevar por favoritos ambiciosos, siguió por
el mismo camino que su antecesor; y por último,
12
— 90 —
Alejandro V I manchó el Pontificado con sus desór-
nenes, crueldades y perfidias, secundado por su hijo,
el malvado y corrompido César Borgia; reanimó las
discordias civiles en Italia, se alió con los extranje-
ros, y no tuvo escrúpulo en tratar con los infieles,
destruyendo así los frutos de la obra cristiana y po-
lítica de sus predecesores.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN X .

1. E l imperio de Alemania al principio de la Edad moder-


na era una a g l o m e r a c i ó n a n á r q u i c a de Estados independien-
tes, y l a dignidad i m p e r i a l un vano t í t u l o sin poder y sin
prestigio; de aquí se originó l a debilidad de aquella n a c i ó n ,
y su escasa influencia p o l í t i c a en los tiempos posteriores.—
2. Federico III a b a n d o n ó los asuntos del imperio, procurando
en vano aumentar los dominios del Austria. L a Bohemia se
hizo independiente, y Matías Corvino ocupó el trono de Hun-
g r í a y d e r r o t ó a l emperador, a p o d e r á n d o s e de V i e n a . Casó
á su hijo M a x i m i l i a n o con M a r í a de B o r g o ñ a . — 3 . M a x i m i -
liano lué desgraciado en l a guerra con los suizos. Se mezcló
en la política i t a l i a n a , contribuyendo á l a e x p u l s i ó n de C a r -
los V I H , y tomando parte en ía liga de Cambray c o n t r a los
Venecianos y en l a Santa alianza contra la F r a n c i a . Engran-
deció los dominios del A u s t r i a con varias adquisiciones en
Alemania ó I t a l i a , p r e p a r ó la unión con E s p a ñ a , casando á su
hijo Felipe con la heredera de los Reyes Católicos, y la
unión de H u n g r í a por el matrimonio de su nieto Fernando
con la hermana de Luis II.—4. P a r a atajar l a a n a r q u í a feu-
dal en el i m p e r i o , l a dieta de W o r m s d e c r e t ó una paz p ú b l i -
ca perpetua, creando l a C á m a r a i m p e r i a l , encargada de
c a s t i g a r l a s infracciones: a d e m á s c r e ó M a x i m i l i a n o el C o n -
sejo áulico para a d m i n i s t r a r j u s t i c i a en sus Estados, y d i v i -
dió el i m p e r i o en Diez Círculos p a r a facilitar el m a n t e n i -
miento del orden y la buena a d m i n i s t r a c i ó n . — 5 . A l comen-
zar l a Edad moderna se encontraba I t a l i a d i v i d i d a en v a -
rios Estados completamente independientes, que por su
debilidad eran fácil presa p a r a los extranjeros; pero a l m i s -
mo tiempo era la nación más c i v i l i z a d a de E u r o p a . — 6. L a
decadencia de Genova fué debida á la variedad en las for-
mas de gobierno, á sus distintas dominaciones y á l a p é r d i d a
de sus posesiones en Oriente, que pasaron á poder de los t u r -
cos. Venecia d e c a y ó t a m b i é n por haberse apoderado los
— 91 —
turcos de sus dominios, y por el descubrimiento del Cabo de
Buena Esperanza, que arruinó su comercio en Oriente.—7. E l
rey Fernando de Ñápeles, sucesor de Alfonso el Magnánimo,
derrotó al Auge vino Juán de Calabria en Troja, tomando ho-
rribles venganzas contra sus partidarios. En esta situación
se encontraba aquel reino, cuando penetró en Italia el rey-
de Francia, Carlos V I H . — 8. Francisco Sforcia se apoderó
del ducado de Milán á la muerte de su suegro, el último V i s -
conti: reunió todos los Estados italianos con el fin de atacar
á los turcos: después del br^ve gobierno de su hijo Galeazo,
su nieto JuánGaleazose vió despojado por su tio Luis el Moro,
que para combatir á los enemigos que le amenazaban, llamó
en su auxilio al rey de Francia. —9. En la opulenta familia
de los Módicis se distinguieron Juán, llamado el Padre de los
pobres, y su hijo Cosme, que por su generosidad y buen go-
bierno mereció el nombre de Padre de la patria. Después
del breve gobierno de su hijo Pedro, en la conjuración de
los Pazzis fué asesinado su nieto Jul ián y herido Lorenzo.—
10. Pero el más notable de los Médicis fuá Lorenzo el Mag-
nífico, por el acierto con que gobernó en Florencia y por la
protección que dispensó á los sabios y á los artistas. Su h i -
jo Pedro II se hizo odioso á los florentinos. Jerónimo Savona-
rola condenó la política de los Módicis y de los otros gobier-
no italianos, predicó contra la corrupción del clero, y
anunció la venida de los extranjeros.—11, Los primeros Pa-
pas que residieron en Roma después del Cisma, procuraron
en vano promover una Cruzada contra los turcos; pero sus
sucesores, y principalmente Alejandro VI, atendieron m á s á
los intereses de sus familias que á los de la cristiandad, y
mancharon la tiara con sus desórdenes y perfldias.
92

LECCION X I .
WA i m p e r i o turco• L o s E s t a d o s E s l a v o s y los
Eseandinavos.
1. Estado interior de Turquía a l comenzarla Edad moder-
na.—2. Mahomet II: sus conquistas después de l a toma de
Constantinopla.—3. Mahomet y los Venecianos.—4. B a -
yaceto II.—5. Selim I: conquista de Siria, Egipto y Argel.
—6. Eootensión del imperio turco á l a muerte de Selim I.
—7. L a Rusia en el primer período de l a Edad moderna.
—8. Polonia.—9. Estados Escandinavos. Suecia.—10. Di-
namarca.

i . Estado interior de T u r q u í a al comenzar la


E d a d moderna. Mahomet II se había apoderado
de Constantinopla en 1453, afianzando de esta ma-
nera sus conquistas en Europa. Su dominación se
extendía desde las orillas del Danubio hasta el cen-
tro del Asia menor; su ejército, más numeroso y
aguerrido que los europeos, se encontraba animado
por el estímulo poderoso del fanatismo: y su siste-
ma absoluto de gobierno, le daba una fuerza incon-
trastable, muy superior á las naciones occidentales,
fraccionadas y divididas á consecuencia del feuda-
lismo.
Pero el imperio turco encontró enemigos formi-
dables en la carrera de sus victorias; en primer lu-
gar las naciones cristianas de las orillas del Danu-
bio, y principalmente Hungría, que consiguió defen-
der sus fronteras y rechazar á sus enemigos; en se-
gundo, el principado seljiúcida de Caramania en el
Asia Menor, y más allá los persas; á los cuales debe-
mos añadir la valerosa legión de los caballeros de
San Juan que ofrecen por algún tiempo un baluarte
avanzado de la cristiandad, defendiendo heróicamen-
te su isla de Rodas contra todo el poder de los oto-
manos.
Además de estos enemigos exteriores, los Turcos
tenían en el interior otros dos no menos temibles,
cuales eran la milicia escogida de los j e n í z a r o s , que
ya se había sublevado en tiempo de Amurates II; y
sobre todo los subditos griegos, *que siendo más nu-
merosos que sus dominadores, habían obtenido de
Mahomet II la conservación de todos los elementos
de su nacionalidad, idioma, religión, leyes y admi-
nistración de justicia.
2. Mahomet I I . Sus conquistas después de la
toma de Constantinopla. Dueño de Constantinopla
Mahomet II, procuro atraerse la afección de los Cris-
tianos, otorgándoles los mismos derechos y privile-
gios que disfrutaban antes de la conquista. Sometié-
ronse todas las ciudades cercanas á la capital, y con
un ejército numeroso marchó Mahomet á sitiar la
importante plaza de Belgrado, en la confluencia del
Sabe con el Danubio, y que era el baluarte de Hun-
gría. E l regente Juan Hunniades la defendió herói-
camente, rechazó los ataques de los Turcos, obligán-
doles á levantar el sitio, y perdió la vida en la pe-
lea. Su sucesor Matías Corvino, elevado al trono de
Hungría, continuó sus triunfos, defendiendo glorio-
samente las fronteras de su reino, y los intereses
de la cristiandad.
Comprendiendo Mahomet la inutilidad de sus es-
fuerzos por la parte del Norte, se apoderó de la Ser-
via, del ducado de Atenas, de la isla de Lesbos y
de otras muchas del Archipiélago griego, así como
de la Península de Morea. E l intrépido Scanderbeg
rechazó por espacio de veinte y cinco años en la A l -
bania los ataques de los turcos y se formó un reino
independiente: al morir se apoderó Mahomet de
aquella región, y los turcos de los huesos del héroe
cristiano, usándolos como amuletos. A l mismo tiem-
po el imperio de Trevisonda, aquel pequeño Estado
del Asia Menor, fundado á consecuencia de la cuarta
— 94 —
Cruzada, cayó también en poder de los turcos, que
se apoderaron igualmente de las principales ciuda-
des de la Bosnia.
Entre tanto, el Papa Pió II, como antes Nicolás
V , convocó á los italianos y á las demás naciones
cristianas á una Cruzada contra los turcos. Reunié-
ronse los ejércitos y las naves venecianas que los
habían de trasportar, en Ancona: pero muerto de re-
pente el Pontífice que la había de dirigir, fracasó
la expedición, sin poderla realizar tampoco Pablo II,
que le sucedió en el Pontificado.
3. Mahomet I I y los Venecianos. Atendiendo
á los intereses de su comercio más que á los de la
cristiandad, Venecia había hecho la paz con los
turcos poco después de la toma de Gonstantinopla,
con el Objeto de conservar sus posesiones j su trá-
fico en los mares orientales. Pero habiendo excitado
la rebelión de la Morea, Mahomet se dirigió á la isla
deNegroponto, que pertenecía á los Venecianos, apo-
derándose de la capital después de una valerosa re^
sistencia. L a plaza de Scutari en la Albania, cayó
también en su poder.
Gansada de una guerra que arruinaba su comer-
cio, Venecia renunció á recobrar sus posesiones, que
pasaron todas á poder de los turcos, firmando con
estos un tratado por el cual se reconocía tributaria,
obteniendo en cambio la libre navegación en el mar
Negro.
Entre tanto, los turcos arrasaron las posesiones
de los genoveses en Crimea, y derrotaron al tártaro
Hassan, rey dePersia, que había levantado un ejér-
cito por excitación del Papa y por la de su suegro David
Gomneno, destronado por los turcos en Trevisonda.
A l mismo tiempo mandó Mahomet sus ejércitos con-
tra Italia por el Norte del Adriático, llegando hasta
el Piave, y se apoderó de la plaza de Otranto en el
reino de Ñápeles. Su escuadra atacó también á Ro-
— 95 —
das, defendida heroicamente por los Caballeros de
San Juán, que obligaron á levantar el sitio.
Después de Lautos triunfos, y cuando meditaba
nuevas empresas, murió Mahomet II en Nicomedia
(1481).
4. Bayaceto II. A la muerte de Mahomet II, se
disputaron el imperio sus dos hijos Bayaceto y Zizi-
mo. Vencido este último y abandonado por sus tro-
pas, se acogió á los caballeros de Rodas, que lo en-
tregaron al Papa, y murió envenenado por un emi-
sario de su hermano, ó quiza por orden del mismo
Alejandro V I .
Bayaceto, á pesar de su carácter pacífico y dado
á las letras más que á las armas, continuó los pro-
yectos de su antecesor contra la Europa. Envió sus
ejércitos al valle del Danubio, y conquistó la Bos-
nia, la Croacia y la Moldavia, que con la Valaquia,
que ya de antes le pertenecia, se hizo dueño de am-
bas márgenes del rio en una buena parte de su cur-
so. Poco después, en guerra con los Venecianos se
hizo ceder por estos las plazas de Lepante, Modón
y Gorón.
Su cuarto hijo Selím sublevó á los jenízaros, que le
nombraron emperador; y temiendo ser despojado
del trono que había usurpado, envenenó á su padre
y mandó degollar á sus hermanos (1512).
5. Selim I. Conquista de la S i r i a , Egipto y A r -
gel. No desmintió Selím las esperanzas de los jení-
zaros que le habían elevado al trono. E n los ocho
años que duró su reinado estuvo casi constantemen-
te al frente de sus ejércitos, y duplicó la extensión
de su imperio por medio de conquistas atrevidas y
afortunadas.
Su primera empresa fué la guerra con la Persia,
que revistió un carácter religioso á la vez que polí-
tico, y se distinguió por crueldades inauditas. Selím
venció á sus enemigos en Tauris, pero le costó bien
—fo-
cara la victoria por haber perdido 40.000 hombres
en la batalla, viéndose obligado por los jenízaros á
retirarse, sin obtener otro resultado que la posesión
de Tauris.
En su segunda expedición se dirigió con un ejér-
cito poderoso contra los mamelucos dueños de la
Siria y del Egipto. L a batalla de Alepo, en la que
perdió la vida el soldán de los mamelucos, le hizo
dueño de la Siria: y las de Gaza y el Cairo le entre-
garon el Egipto, cuyos habitantes lo recibieron como
libertador. Los coftos se le sometieron, y el cherife
de la Meca le entregó las llaves de la Gaaba. En una
nueva guerra contra los persas, se apoderó del
Diarbekir en lo parte superior del Eufrates y el T i -
gris.
Por el mismo tiempo, Horuc Barharroja, hijo de
un alfarero de Mitilene, se hizo célebre en los ma-
res por sus aventuras y piraterías, y se apoderó de
Argel, que estaba en poder de los españoles. Venci-
do y muerto por las tropas de Carlos V , le sucedió
su hermano Kaireddin más hábil y atrevido, que
para poder arrojar de allí á los españoles, ofreció á
Selím la soberanía de Argel, quedándose él con el
gobierno.
6. Extensión del imperio turco á la muerte de
Seh'm I. A la muerte de Selím (1520) el imperio oto-
mano se extendía en Europa desde el mar Negro al
Adriático, y desde el Danubio al Mediterráneo: en
Asia comprendía toda el Asia Menor y la Siria has-
ta el Tigris, y además la Arabia; y en Africa domi-
naba desde el mar Rojo hasta las fronteras occiden-
tales de Argel. De esta manera quedaba toda la cuen-
ca oriental del Mediterráneo en poder de los turcos,
perteneciéndoles también en la occidental la impor-
tante plaza de Argel.
No solo duplicó Selím el territorio y el poder del
imperio otomano; sino que llegó á reunir bajo su
— 97 —
dominio las tres ciudades santas del islamismo Je-
rusalen, la Meca y Medina; y recogió en el Cairo el
estandarte del profeta, y con él la autoridad espiri-
tual sobre todos los musulmanes. Agréguese á este
inmenso poder, el ejército de los genízaros muy
superior á todos los de su tiempo, y sobre todo la
constitución despótica de su gobierno y la unidad en
las operaciones militares, y se comprenderá fácil-
mente que el imperio turco á la muerte de Selím
era muy superior en fuerza y recursos á las nacio-
nes cristianas del Occidente de Europa.
7. L a Rusia en él primer período de la Edad
moderna. En la segunda mitad del siglo X V , y por
los esfuerzos del Gran duque Ivdn l I I (1462), la R u -
sia comienza á tomar parte en la vida política y en
la civilización europea, preludiando ya su grandeza
futura.
Iván III comenzó su gobierno sometiendo la no-
bleza á su autoridad y subyugando la poderosa re-
pública de Novgorod. Más adelante destruyó el impe-
rio de Kapíschak ó de la Horda de Oro, que por un
siglo había tenido como tributaria á la Rusia, y ^
su vez hizo tributaria á otra horda asiática que 4ó-
minaba en Kazan. Además de fundar por estos me-
dios la unidad y la grandeza de su patria, Iván! III
procuró introducir allí la civilizáción europea, lla-
mando á su córte á los sabios y artistas extranj eAs.
Vasili I V , sucesor de Iván III (1505) continuó e i -
•engrandecimiento de la Rusia, apoderándose de a l -
gunas provincias usurpadas por la Polonia.
8. Polonia. Casimiro I V , el Grande, había reu-
nido la Lituania á la Polonia, aumentando de esta
manera considerablemente su importancia: organizó
definitivamente el gobierno, entregando la plenitud
de la soberanía á la aristocracia, quedando los reyes
como meros ejecutores de sus acuerdos. Esta cir-
cunstancia, y la necesidad del consentimiento uná-
is
— 98 —
nime, considerado como una ley constitutiva del Es-
tado, fueron en adelante origen fecundo de rivali-
dades y desórdenes.
Sucedió á Casimiro en el trono de Polonia su hijo
Juán Alberto (1492), y en la Lituania su otro hijo
Alejandro. Ladislao, hermano de estos, ocupó por
elección el trono de Bohemia, y más adelante el de
Hungría. A la muerte de Juán Alberto, fué elegido
por la dieta Alejandro, reuniéndose entóneos defini-
tivamente la Polonia y la Lituania. Este monarca
procuró rodearse de sabios y artistas extranjeros
con el propósito de introducir en su reino las luces de
la civilización y alcanzó una gloriosa victoria sobre
los Tártaros. Sucedióle su hermano Sigismundo
(1506) que en guerra con la Rusia, perdió algunas
provincias de sus Estados de Lituania.
9. Estados Escandinavos. Suecia. L a unión de
Calmar había redundado exclusivamente en benefi-
cio de Dinamarca, que trató á Noruega como país
conquistado, intentando hacer lo mismo con la Sue-
cia. Los nobles suecos protestaron contra estas pre-
tensiones, eligiendo á Carlos V I H , Knutson (1448).
El clero, dirigido por el arzobispo de Upsal, se su-
blevó contra Carlos, que abandonado de los suyos,
tuvo que salir de Suecia, siendo coronado el rey de
Dinamarca, Cristian I, que por su avaricia y rapa-
cidad se hizo odioso á los Suecos, y fué expulsado
de Estocolmo. Carlos VIII volvió á ocupar el trono,
y aunque por segunda vez fué expulsado, murió
siendo rey de Suecia.
Stenon Sture I {1470) gobernó algún tiempo con
el título de administrador, consiguiendo vencer á los
dinamarqueses, y procurando por todos los medios
desarrollar la civilización y el bienestar de Suecia.
Juán II de Dinamarca, intentó restablecer la anti-
gua unión, y fué proclamado rey en Suecia; pero
Stenón consiguió expulsar nuevamente á los dina-
— 99 —
marqueses, y á su muerte los Estados nombraron
para sucederle á Swante Nilsón Sture (1504), y
después á Stenon Sture I I (1512) á pesar de las pro-
testas y amenazas de Dinamarca y del emperador
Maximiliano.
Algunos años después (1520) Stenón fué vencido y
muerto por los Dinamarqueses, cuyo rey Cristian II
se hizo proclamar rey de Suecia.
10. Dinamarca. A la ruptura de la unión de
Calmar, los dinamarqueses eligieron á C r i s t i á n l d e
Oldemburgo, que reinó en Dinamarca y en Noruega,
disputándole esta última los suecos en una guerra
encarnizada que duró dos años. Ayudado por el cle-
ro de Suecia, llegó á ceñirse esta corona; pero fué
expulsado algunos años después por Carlos VIII, y
su ejército derrotado más adelante por Stenón Sture.
Sucedióle su hijo Juan I I . (1481) que gobernó en
Dinamarca, y en Noruega, y se hizo proclamar tam-
bién en Suecia, de donde fué expulsado por Stenón.
Su hijo Crwíiáw I/(1513) renovó sus pretensiones
sobre Suecia. A pesar del apoyo del clero con el ar-
zobispo de Upsal, y de haber excomulgado el Papa
León X á Stenón II, los suecos vencieron á los di-
namarqueses; pero en una nueva expedición fué
vencido y muerto aquel sabio y hábil administrador,
y Cristián se hizo dueño de toda la Suecia, mandan-
do decapitar á noventa y cuatro señores de la pri-
mera nobleza sueca, cuyo hecho le valió el nombre
de Nerón del Norte.

RESÚMEN DE LA LECCIÓN XI.

1. El imperio turco era superior á las naciones occidenta-


les por la extensión territorial, por sus ejércitos y por la
unidad del gobierno absoluto; pero tenía por enemigos las
naciones cristianas, el principado de Caramania, los caba-
lleros de Rodas, y en el interior la milicia délos jenízaros,
—100—
y los griegos que formaban una nacionalidad casi indepen-
w-T.»-- diente.—2. Mahomet fué rechazado de Belgrado por Juán
!* ^*v.Npunniades, y después por M a t í a s Corvino; se a p o d e r ó de
' ¿ I ? ' A t e n a s , Morea y Lesbos, del imperio de T r e v i s o n d a y varias
v < í«iudades de la Bosnia y de la Servia, L a cruzada promovida
f v \ w ^ptor el P a p a Pió I I contra los turcos, f r a c a s ó por completo.
•• V E n guerra con los Venecianos se a p o d e r ó Mahomet de
^ ? ) V x N e g r o p o n t o y de S c u t a r i en la A l b a n i a : hizo á la r e p ú b l i c a
^ t r i b u t a r i a , y le concedió libertad de comercio en el m a r N e -
gro. Sus e j é r c i t o s derrotaron a l t á r t a r o Hassan, destruye-
ron las posesiones de los genoveses, se apoderaron de Otran-
to, y atacaron i n ú t i l m e n t e á Rodas.—4. Bayaceto I I , vence-
dor de su hermano Z i z i m o , que m u r i ó envenenado, c o n q u i s t ó
los países á orillas del Danubio, y las plazas de Lepante y
otras que p e r t e n e c í a n á los Venecianos: m u r i ó envenenado
por su hijo Selím.—5. Selím I venció á los persas en Tauris;
á los mamelucos en Alepo y el Cairo, y se hizo dueño de la Si-
r i a y del Egipto, sometiéndosele los coftos y las t r i b u s á r a -
bes. K a i r e d d í n B a r b a r r o j a le concedió la s o b e r a n í a de A r g e l
p a r a expulsar con su ayuda á los españoles.—6. E l imperio
de Selím I se e x t e n d í a desde el Danubio a l mar Rojo, y desde
el T i g r i s hasta A r g e l poseía las ciudades santas del islamis-
mo y la autoridad e s p i r i t u a l sobre todos los musulmanes.
Por esto, y por la superioridad de su e j é r c i t o , y la constitu-
ción de su gobierno, era mayor el poder del imperio turco
que el de las naciones occidentales.—7. Iván II s o m e t i ó l a
nobleza rusa, y con sus conquistas afortunadas, fué el fun-
dador de la unidad y grandeza de Rusia; p r o c u r ó a d e m á s in-
troducir allí la civilización. V a s i l i IV se a p o d e r ó de algunas
provincias usurpadas por ¡a Polonia.—8. A l a muerte de Ca-
simiro el Grande se separaron l a Polonia y la L i t u a n i a , que
se unieron definitivamente en su hijo Alejandro. Este venció
á los T á r t a r o s é introdujo los primeros g é r m e n e s de c i v i l i -
zación en Polonia. Su hermano y sucesor Sigismundo p e r d i ó
algunas provincias de que se apoderaron los rusos.—9. C a r -
ios V I I I fué expulsado de Suecia por Cristian I de D i n a m a r -
ca, pero v o l v i ó á ocupar el trono. Stenon I g o b e r n ó l a Suecia
como administrador, y venció á los Dinamarqueses: pero
estos vencieron más- adelante á Stenón I I , que p e r d i ó la v i d a
en la b a t a l l a , siendo proclamado rey de Suecia Cristian 11
de Dinamarca.—10. C r i s t i á n I reinó en Dinamarca y en N o -
ruega; y llegó á c e ñ i r s e la corona de Suecia, siendo expulsa-
do poco d e s p u é s por Carlos V I H . De la m i s m a manera su
hijo Juán II fué expulsado de Suecia por Stenón. Cristian II
consiguió vencer á Stenón I I , se hizo d u e ñ o de Suecia, y por
sus crueldades m e r e c i ó ser llamado el N e r ó n del N o r t e .
—101—
LECCIÓN X I I .
Juicio sobre ©1 primer p e r í o d o
de la Edad moderna»
1. Resumen de la historia del primer periodo de la Edad
moderna.—2. Geografía.—'¿. E t n o g r a f í a . - A . Gobierno é
instituciones políticas y sociales.—Religión y sacerdo-
cio.—6. Idiomas y literatura.—7. L a ciencia y el arte.—
8. Agricultura, industria y comercio. — S í n t e s i s del
primer período de la Edad moderna.
1. Resumen de l a historia del 'primer periodo
de la Edad moderna. E l primer período de la his-
toria de la Edad moderna comprende setenta y cua-
tro años, desde la toma de Constantinopia (1453),
hasta la Reforma (1517). E n tan corto tiempo se ve-
rifica un cambio completo en la vida de la sociedad;
desaparecen los elementos de vida y las institucio-
nes que habían informado la historia de la Edad me-
dia, y se sientan las bases y los principios que se
han de desarollar en los tiempos modernos. Más que
un período de la nueva edad, es una época de reno-
vación social, de lucha entre las ideas gastadas que
van á desaparecer y las ideas nuevas que las han
de sustituir.
Esto puede decirse de las naciones centrales y me-
ridionales de Europa; entre tanto, las orientales y
septentrionales comienzan también á sucudir l a
pereza y la barbarie en que han vivido hasta aquí,
y procuran asimilarse la vida y civilización de las
que están más adelantadas. A l mismo tiempo la de-
saparición del imperio griego aumenta la pujanza
del islamismo, que como en los tiempos inmediatos
á Mahoma, intenta avasallar á los pueblos de Occi-
dente, imponiéndoles el absolutismo asiático: afortu-
nadamente la Hungría, como antes l a Francia, y
Juán Hunniades y Matías Corvino, como antes Car-
los Martél, detienen aquel torrente devastador y sal-
— 102—
van la causa del cristianismo y de la civilización»
2. Geografía. E n este período se realizan los
dos hechos más importantes que registra la historia
de la Geografía, que son: el descubrimiento de un
Nuevo Mundo, y la circunnavegación del continente
africano. En tan poco tiempo se triplicaron los cono-
cimientos relativos á la superficie del globo.
Los diez siglos de la Edad media habían trascurri-
do sin que se hiciera un descubrimiento importante
en la Geografía, que continuaba circunscrita á los
estrechos límites que le señalaron griegos y roma-
nos. L a Europa, el Asia y el Africa constituían el
mundo de aquellos tiempos, y aun tan imperfecta-
mente conocidas, que eran completamente ignoradas
las regiones septentrionales de Europa y Asia y ca-
si toda el Africa. Las vagas conjeturas de los anti-
guos sobre tierras occidentales, y el viaje problemá-
tico de los fenicios alrededor del Africa, habían cal-
do en completo olvido; estaba reservada la gloria de
resolver estos problemas á los hombres de la Penín-
sula ibérica, y resolverlos casi al mismo tiempo, en
el espacio de seis años, en la última decena del si-
glo X V (1492-1498).
Con estos descubrimientos la ciencia ha tomado
posesión de todo un Nuevo Mundo, y ha completa-
do el conocimiento del antiguo; preparando a s í y fa-
cilitando el camino para el esclarecimiento de toda
la superficie de nuestro globo.
3. Etnografía. Á la grandeza de los descubri-
mientos geográficos ha correspondido el grandioso
desarrollo del conocimiento de nuevos pueblos y ra-
zas. Entonces se conocieron nuevas familias de la
raza negra y de la amarilla en nuestro viejo conti-
nente, gracias á los descubrimientos de los portu-
gueses en Africa y Asia; y lo que es más importan-
te, se descubrió una raza nueva, una nueva rama
déla humanidad, separada del tronco común en tiem-
—lOS-
pos que no es posible determinar, y completamente
ignorada por los hombres de tiempos anteriores.
Desde entonces se ha completado el conocimiento
de la humanidad: como los nuevos descubrimientos
mostraron que el mundo era más grande de lo que
creyeron los antiguos, así probaron también la ma-
yor extensión de la humanidad. Desde ahora la his-
toria comprenderá todas las tierras y se extenderá á
todos los hombres, adquiriendo un carácter verda-
deramente universal.
En este tiempo comenzó la raza blanca á realizar
su altísima misión de civilizar á las dem'ás; si bien,
no teniendo todavía plena conciencia de su destino,
en vez de tratarlas con la dulzura de la fraternidad,
las sacrificó á su egoismo, exterminando á unas y re-
duciendo á otras á la esclavitud.
4. Gobierno é instituciones políticas y sociales.
Durante el primer período de la Edad moderna se
realiza una de las revoluciones políticas más impor-
tantes de la historia. La monarquía recobra en este
tiempo los atributos esenciales de que se habia vis-
to privada desde la invasión de los Bárbaros.
Los pueblos germanos quitaron á la institución
monárquica toda la fuerza y el prestigio que le die-
ron los emperadores romanos; sustituyéndola con el
gobierno de los poderes locales, y con el desarrollo
más completo de la actividad individual. El conato
de Carlomagno de restaurar el imperio de los Césa-
res, fracasó por completo como contrario al carácter
de aquellos pueblos. A la muerte del gran empera-
dor, renace el individualismo de los pueblos del Nor-
te j la sociedad se divide y fracciona hasta el infinito;
mil poderes se levantan que aniquilan y anulan la
monarquía, y destruyen las nacionalidades: el caos
del feudalismo amenaza destruir la humanidad.
En este estado, los pueblos que no pierden nunca
el instinto de conservación, buscaron en medio de
—104—
aquel desorden un elemento de unidad y de salva-
ción, y lo encontraron en la monarquía,como repre-
sentante de las antiguas nacionalidades y con ella
se agruparon, prestándole la fuerza que necesita-
ba. Y surgió la lucha entre los poderes anárquicos
de los señores, y el poder central de los reyes; lu-
cha terrible y encarnizada que ensangrentó la Euro-
pa por espacio de cuatro siglos, y que viene á deci-
dirse en los últimos tiempos de la Edad media y pri-
meros de la moderna, por el triunfo de la monarquía
y la constitución de las nacionalidades. Esto sucedió
en España en tiempo de los Reyes Católicos, en Por-
tugal en el reinado de Juan II, en Francia en el de
Luis X I y en Inglaterra después de la guerra de las
Dos Rosas.
Esta concentración del poder y de todas las fuer-
zas nacionales en los reyes, produjo como natural
consecuencia las guerras exteriores, para sastisfa-
cer la ambición personal de los monarcas y distraer
á otros asuntos la actividad turbulenta, aunque ven-
cida, de los señores. Entóneos se crean los grandes
ejércitos permanentes, se perfeccionan las armas de
guerrra, generalizándose el uso de las de fuego, y
comienzan las guerras de Italia, primero entre Fran-
cia y España, y más adelante entre Francia y la ca-
sa de Austria.
A l mismo tiempo que los reyes cercenan el poder
de la nobleza, rebajan también la autoridad é impor-
tancia de las Córtes ó Parlamentos, convocándolos
muy de tarde en tarde, prescindiendo con frecuencia
de sus acuerdos y decisiones, y sustituyéndolos por
otras instiluciónos más dóciles á sus mandatos. Por
estos medios recobró la monarquía el carácter abso-
luto, y á veces despótico de los emperadores roma-
nos, y que ha conservado hasta los últimos tiempos.
Sin embargo, cuanto acabamos de exponer solo
tiene aplicación á las naciones occidentales de Euro-
—105—
pa; pues en Italia y Alemania las cosas pasan de
otra manera. E n Alemania, lejos de debilitarse el
feudalismo, los príncipes y grandes señores aumen-
tan su poder é independencia á costa del imperio,
que queda reducido á un vano título sin prestigio
y sin autoridad. Por eso los emperadores, simples
mandatarios de la Dieta, olvidan cada vez más los
asuntos alemanes, para cultivar con más esmero
sus intereses propios de la casa de Austria. E l i m -
perio dividido en gran número de pequeños Estados,
y falto de unidad, ha dejado de ser por sí solo una
potencia temible para las naciones de Occidente,
A u n era m á s radical y más profundo el fracciona- ,
mientes político de Italia, dividida en multitud de pJj
pequeños Estados completamente independientes,
que no reconocen superioridad alguna ni en el Papa
ni en el Emperador. De aquí nació su debilidad y su
desgracia; pues las constantes guerras entre sus
Estados, ofrecieron ocasión propicia á los monarcas
extranjeros para intervenir en sus asuntos, y con-
vertirla en teatro de sus ambiciones conquistadoras.
Esto, no obstante, debemos consignar que si en
Alemania é Italia no se encuentra la tendencia ^ t N Í ^
constituir grandes y poderasas nacionalidades, por ' ;VX
la agrupación de todas las fuerzas bajo una autoridad
común, en cabio los príncipes y señores de la pri-
mera, y los pequeños Estados de la segunda, tódojs
procuran concentrar sus fuerzas y establecej
mismo régimen absoluto en sus respectivos d(
nios, despertándose también en ellos l a ambición y
el deseo de conquista.
Por último, con el establecimiento de los turcos
en Gonsíantinopla, toma carta de naturaleza en E u -
ropa el despotismo de los pueblos asiáticos, que ha-
brá de influir en los asuntos políticos del porvenir.
5. Religión y sacerdocio. E l único lazo que exis-
tía entre los pueblos de Europa en este período, era
14
—lOG-
la religión cristiana, reconociendo todos la autoridad
espiritual de los Pontífices como sucesores de San
Pedro y Vicarios de Jesucristo. Sin embargo, la fe
se había entibiado hasta el punto, que todos los es-
fuerzos de Roma no fueron bastantes para reunir
una Cruzada contra los turcos que se habían apo-
derado de Constantinopla, y amenazaban destruir
el nombre cristiano.
Dos causas principales contribuyeron en este pe-
ríodo á la decadencia de la fe religiosa: primera, el
movimiento producido en los espíritus por el Rena-
cimiento de la antigüedad sagrada y profana y por
los nuevos descubrimientos que despertaron en el
hombre la curiosidad y el deseo de examinarlo todo,
con solo el auxilio de la razón, haciéndole dudar de
muchas cosas é instituciones antiguas, y entre ellas
de la religión.
L a segunda causa fué la corrupción del clero se-
cular y regular, y muy principalmente la conducta
altamente inmoral y reprensible de algunos Papas,
sobre todo de Alejandro V I , cuyos crímenes llenaron
de escándalo á la cristiandad, entibiando la fe de los
verdaderos creyentes, y dando motivo á los incré-
dulos para sus atrevidas diatribas contra las cosas
más respetadas y santas.
Por estos medios, después de otros anteriores,
fué decayendo la fé religiosa, que tan potente se ha-
bía manisfe^tado en la Edad media, y se fué prepa-
rando la revolución en las creencias que había de
estallar al comienzo del período siguiente.
6. Idiomas y literatura. E l cultivo de las len-
guas latina y griega, contribuyó eficazmente á enri-
quecer y depurar los idiomas modernos de la Euro-
pa meridional, derivados de la primera. Sin embar-
go, absortos aquellos hombres por la grandeza y per-
fección de la forma de las literaturas antiguas, se
dedicaron á estudiarlas con verdadero frenesí, olvi-
—107—
dándose ó poco menos, durante este período, de cul-
tivar los idiomas nacionales. Así se observa que la
literatura italiana, aunque cuenta con Ariosto, Ma-
quiavelo y Guiceiardini, es inferior á la del siglo de
Dante, Petrarca y Bocaccio; la francesa, la españo-
la, la inglesa y la alemana no adquirieron su gran
desarrollo hasta las épocas siguientes.
En aquel tiempo toda la actividad intelectual es-
taba concentrada en el renacimiento de las literatu-
ras antiguas, y no hicieron poco aquellos hombres
con sacar á luz las inmensas riquezas literarias de
Grecia y Roma, y multiplicarlas por la imprenta
para que vinieran á iluminar todos los espíritus.
En esto como en todo, era aquel un período de tras-
formación, en que lo antiguo desaparece, y se im-
plantan otras ideas ó se modifican las anteriores,
que han de dar sus frutos en el porvenir.
7. L a ciencia y el arte. En las ciencias, como
en las letras, no se hizo otra cosa en el primer pe-
ríodo de la Edad moderna, que desenterrar las obras
antiguas, estudiarlas, traducirlas y multiplicarlas
por la imprenta; pero los resultados de este trabajo
no se tocaron hasta los períodos siguientes. Una so-
sola excepción hay que hacer respecto de la astro-
nomía. Gopérnico despejó las densas nieblas que
oscurecían la ciencia de los astros; y si bien no pu-
blicó su grande obra hasta muy entrado el período
siguiente (1543), treinta y seis años antes (1507) es-
taba ya en posesión del nuevo sistema del mundo.
Otra cosa sucede respecto de las bellas artes, que
alcanzaron durante este período en Italia un desa-
rrollo extraordinario, igualando casi á los griegos en
arquitectura. Bramante y Miguel Angel, en escultu-
ra Donatello Verocchio y Leopardi, y aventajándoles
en mucho en la pintura Leonardo de Vinci, Miguel
Angel, el Corregió, el Ticiano y Rafael. Italia es en
aquel tiempo la maestra de las artes; allí se educan
—108—
los artistas de las demás naciones, que en el período
siguiente han de florecer en Francia, España, etc.
Sin embargo, el arte italiano, tan sorprendente en
este período, era puramente formal, entusiasta de la
belleza, pero carecía de la fuerza moral que da la v i -
da, faltaban allí los sentimientos del corazón porque
no se conocía el patriotismo ni la libertad. Por esta
causa, después de tan magníficos destellos, la luz
del arte italiano se extinguió y no ha renacido hasta
los tiempos actuales.
8. A g r i c u l t u r a , industria y comercio. Los
grandes descubrimientos geográficos, de América y
del Cabo de Buena Esperanza, así como la forma-
ción de grandes monarquías, y el restablecimiento
del orden y la seguridad de la propiedad, produje-
ron grandes adelantos en la agricultura, en la in-
dustria y principalmente en el comercio.
En primer lugar, el comercio marítimo sustituyó
al comercio terrestre, y la importancia comercial que
hasta entóneos tuvieron los países del Mediterráneo,
pasó por los nuevos -descubrimientos á los del At-
lántico, primero á España y Portugal, y después á
Holanda é Inglaterra. Por otra parte, con las inago-
tables minas de Méjico y del Perú, descubiertas por
los españoles, se produjo una revolución en la rique-
za moviliaria, introduciéndose en la circulación eu-
ropea una enorme cantidad de dinero, y formándose
por este medio capitales inmensos, que aplicados á
las grandes empresas agrícolas, industriales y co-
merciales, cambiaron por completo en poco tiempo
el orden material de los pueblos europeos.
9. Síntesis del p r i m e r periodo de la Edad mo-
derna. De cuanto acabamos de exponer se deduce
que la historia del primer período de la Edad moder-
na representa una gran revolución que hizo cam-
biar por completo toda la vida social de la Edad me-
dia. Revolución política por la restauración de la
—109—
monarquía absoluta, y la renovación de las antiguas
nacionalidades: revolución intelectual por el renaci-
miento del arte, la ciencia y la literatura griega y
romana; y revolución material por ios grandes des-
cubrimientos que proporcionaron los progresos de
la agricultura, de la industria y del comercio. L a
vida de la Edad media, en lo que tenía de propia y
exclusiva, desaparece, y una vida nueva, más ám-
plia y de más extensos horizontes se ofrece á la hu-
manidad.
Para que la revolución sea completa solo falta
aplicarla á las ideas religiosas; y esto se verificó en
el período siguiente.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN X l L

1. E l p r i m e r p e r í o d o de l a E d a d moderna es una época de


r e n o v a c i ó n social; desaparecen las i d e a s ó instituciones anti-
guas, y son sustituidas por otras nuevas, los pueblos del
Norte y del Este comienzan á p a r t i c i p a r de la civilización
europea, y los turcos amenazan á las naciones cristianas.
—2. En este tiempo se verifican los hechos m á s importantes
de la historia de l a Geografía, el descubrimiento del Nuevo
Mundo y la c i r c u n n a v e g a c i ó n del A f r i c a , que en pocos años
d u p l i c a n los conocimientos sobre la superficie de la T i e r r a .
—3. En este tiempo se conocieron nuevas familias de las r a -
zas a m a r i l l a y negra, y una nueva raza, la americana, com-
p l e t á n d o s e así el conocimiento de l a humanidad.—4. En el
orden político l a m o n a r q u í a recobra el poder y la autoridad
de los antiguos emperadores romanos, pierde su i m p o r t a n -
cia l a nobleza feudal, subyugada por los reyes, se constitu-
yen las nacionalidades, comienzan las grandes guerras exte-
riores y decae la importancia de los Parlamentos. E n I t a l i a
y A l e m a n i a se conserva l a división del feudalismo, pero las
p e q u e ñ a s s o b e r a n í a s tienden t a m b i é n a l absolutismo. Los
turcos implantan en E u r o p a el despotismo asiático.—5. L a fe
religiosa se entibió en este período por el e s p í r i t u de inde-
pendencia y libre e x á m e n que produjo el renacimiento, y
por la c o r r u p c i ó n del clero, y sobre todo de algunos P o n t í -
fices, como Alejandro VI.—6. Los idiomas modernos se e n -
riquecieron y depuraron con el c u l t i v o de las lenguas g r i e -
— llO-
ga y latina; pero las literaturas nacionales hicieron escasos
progresos, por el entusiasmo con que los hombres de letras
dedicaron toda su actividad al estudio de la antigüedad clá-
sica.—7. En las ciencias no se hizo otra cosa que dar á luz
las obras antiguas, excepto en la Astronomía, que sufrió una
gran revolución por el sistema de Copérnico; en el arte se
distinguieron los italianos, que igualaron á los griegos en
escultura y arquitectnra, y les superaron en pintura.—8.
La agricultura, la industria y el comercio hicieron grandes
adelantos á causa de los descubrimientos geográficos, de la
seguridad de la propiedad, y de los grandes capitales que en
ellas se emplearon.—9. Sintetizando la historia de este perío-
do, diremos que representa una gran revolución política,
imelectual y material, que separa la Edad media de los
tiempos modernos.

LECCIÓN XIII.
SEGUNDO PERÍODO. (1517—1648).
I.a Reforma. Preliminar.

1. Carácter del segundo período de la Edad moderna.—


2. Qué es la Refbrma.~3. Estado de la Iglesia en la Edad
media.—4. Necesidad de una reforma en la disciplina
eclesiástica.—5. En qué debía consistir la reforma.—
6. Por qué no se realizo á tiempo por la Iglesia.—7. La
Reformase realizó por la Iglesia misma.

1. Carácter del segundo'periodode la Edad mo-


derna. E l segundo período de la Edad moderna se
extiende desde la Reforma religiosa de Lutero, que
tuvo comienzo en 1517, hasta l a paz de Wesfalia en
1648. Dos grandes hechos se desenvuelven en este
tiempo: uno religioso, la Reforma, y su estableci-
miento en Europa y las luchas que por esta causa
se originaron en Alemania, Suiza, Países Bajos, I n -
glaterra, Francia, y Estados Escandinavos; y otro
político, la lucha de la casa de Austria con la Fran-
cia, aspirando ambas al dominio de Europa. Los re-
yes, más interesados en la cuestión política que en
la religiosa, se muestran unas veces m á s católicos
—111—
y otras más protestantes, según las conveniencias
del momento; pero es indudable que la Reforma re-
ligiosa reviste un carácter más general, afecta á
todos los intereses sociales, ejerce una influencia
más decisiva en todos los acontecimientos de aquel
tiempo, y produce consecuencias mucho más tras-
cendentales en el porvenir.
L a Reforma protestante, y la Contra-reforma ó
Reforma católica, ó sea la Reforma religiosa, es,
pues, el hecho más importante y que caracteriza al
segundo período de la Edad moderna.
2. Qué es la Reforma. Se conoce en la historia
con el nombre de Reforma, la revolución religiosa
del siglo X V I , por la cual se separaron del Catolicis-
mo una mitad próximamente de las naciones de
Europa. L a llamamos revolución por cuanto pro-
dujo un cambio radical y profundo en las creencias
religiosas, tanto en los pueblos separados de la obe-
diencia de Roma, como en las naciones que continua-
ron profesando el Catolicismo, reformado también
por el Concilio de Trente. Pero esta revolución no
consistió en sustituir la idea cristiana por otra idea
religiosa; antes al contrario, los reformadores, echan-
do en cara á la Iglesia su corrupción, atribuyéndole
el olvido de la caridad evangélica, sustituida en la
Edad media por el puro formalismo de las prácticas
exteriores; creyendo que el Catolicismo, por el afán
de dominar, había desnaturalizado la religión de
Jesucristo, abandonando la fe y remplazándola por
la observancia de reglas y preceptos estériles y con-
trarios á la naturaleza humana; los reformadores,
decimos, lejos de introducir variación en la religión
cristiana, manifestaron aceptar al principio la reve-
lación y los dogmas de los primeros concilios, y res-
tablecer la pureza del cristianismo primitivo.
Además de este carácter religioso, l a reforma es
también una revolución social y política, por cuanto
—112—
no es posible modificar las creencias de un pueblo,
sin que varíen también su gobierno y la manera de
ser de la sociedad. En este sentido la Reforma re-
presenta la independencia individual contra la ten-
dencia absorvente del Estado, y la soberanía de las
naciones contra las tendencias á la monarquía uni-
versal.
3. Estado de la Iglesia en la Edad media. Para
cumplir su misión de educar á los pueblos bárbaros,
la Iglesia tuvo que mezclarse con ellos, y participar
en consecuencia de los defectos y ventajas de su
organización. Los obispos se hicieron señores, y el
Papa fué rey: y como de su parte estaba la mayor
ilustración y moralidad, con el tiempo se aumentó
* su poder político, su prestigio y sus riquezas, hasta
el punto de pertenecerle en Alemania la tercera par-
te del territorio, en Inglaterra la quinta, sucediendo
lo mismo poco más ó menos en las otras naciones.
Pero con la prosperidad, vino naturalmente la co-
rrupción, la afición á los goces y comodidades, y el
^olvido d é l a pureza de vida y de costumbres de los
"primeros cristianos; y el pueblo, abandonado á su
propia ignorancia, convirtió la religión en un con-
X junto de prácticas supersticiosas, de creencias ab-
' surdas, de falsas reliquias y milagros, cuidándose
. poco el clero de su mejoramiento moral por la imita-
ción de las virtudes evangélicas.
No sería justo condenar á la Iglesia por haber em-
prendido aquel camino en la Edad media, porque en
verdad era el único conducente al bien de la huma-
nidad. Si se hubiera aislado de los Bárbaros, no hu-
biera podido influir sobre ellos, ni ejercer su altísi-
ma misión de civilizarlos. Si después de esto vino
naturalmente la relajación y las riquezas, tampoco
se puede culpar á la Iglesia, que por medio de los
Pontífices más caracterizados de aquellos liempos,
procuró de todas maneras, aunque inútilmente,
—lis-
arrancar de raiz aquellos males, y restablecer la
pureza de la disciplina, como se había mantenido en
los primeros siglos del cristianismo y hasta muy en-
trada la Edad media.
4. Necesidad de una reforma en la disciplina
de la Iglesia. No era solo en el siglo X V cuando se
echaba de ver la necesidad de reformar la discipli-
na eclesiástica. Tres siglos antes exclamaba San
Bernardo; «¡Quién me diera el ver, antes de morir, la
Iglesia de Dios como estaba en los primeros tiem-
pos!» Pero sus advertencias y amonestaciones á los
pueblos, al clero, á los Obispos, y aun á los Papas, »|
fueron inútiles, se perdieron en el vacio; y mientras \| A
tanto, lejos de disminuir, aumentaron los desórde- ^IM
nes y la relajación, que alcanzó hasta la iglesia ro-
mana.
El mal era tan grave y la necesidad de la refor-
ma tan urgente, que ya en el Goncilo de Viena, un
obispo eminente expuso á la asamblea que era ne-
cesario reformar la Iglesia en su cabeza y en sus
miembros. Los escándalos del Cisma de Occidente
aumentaron los males de la Iglesia, hasta el punto*-.. I
de que, no solo los doctores particulares GersárfT \
Pedro de Ailly y otros grandes hombres de este
tiempo, sino los mismos obispos pidieron la v G f o r - / ^ ¡ \ \
ma en los concilios de Pisa, de Constanza y de ^asj/-
lea; pero por desgracia la reforma no se llevó
bo, y los males de la Iglesia se fueron agravé
cada dia. El gran Cardenal Juliano, el hombre
notable de su época, señalaba al Papa Eugenio P f f
los desórdenes del clero, expecialmente el de Ale-
mania, donde de no poner pronto remedio, predecía
que después de la herejía de los Husitas, se había
de levantar otra mucho más peligrosa, porque se
había de creer que el clero era incorregible y no
quería poner coto á sus desórdenes: y añadiendo; Dios
nos quita la vista de nuestros peligros, como acos-
15
—114—
lumbra hacer con los que quiere castigar: e l fuego
está encendido delante de nosotros, y ciegamente á
él nos dirigimos.
Es más, el Papa escribía á la Dieta de Nuremberg:
«Sabemos que en la Santa Sede ha reinado una gran
corrupción por mucho tiempo; y que el mal se ha
trasmitido de la cabeza á los miembros, del Papa á
los Sacerdotes; por eso, queremos reformar prime-
ro nuestra Sede, de donde quizá se origina todo el
mal, á fln deque de ella procedan también la salud
y la vida.»
Era pues, evidente para todos la necesidad de re-
formar la disciplina eclesiástica; y sin embargo, se
dejó pasar el tiempo, se despreciaron las ocasiones
propicias para realizarla, y los males de la Iglesia
se agravaron, y se hizo necesaria la revolución.
5. En qué debía consistir la reforma de la Igle-
sia? Como acabamos de ver, en la disciplina de la
Iglesia había muchos abusos que corregir y grandes
escándalos que reparar; por eso todos los hombres
de buena voluntad venían pidiendo la reforma como
el único medio de salvar á la Iglesia de los terribles
males que la amenazaban.
Ahora bien, en qué debía consistir aquella refor-
ma por todos deseada y malhadadamente diferida por
los que debían llevarla á cabo? Ya lo hemos dicho
repetidas veces; en medio del desórden de los tiem-
pos pasados, las inmensas riquezas acumuladas por
el clero le habían conducido á una espantosa co-
rrupción de costumbres; por la ignorancia del pue-
blo, explotada por ese mismo clero, se habían intro-
ducido abusos incalificables y supersticiones absur-
das en las prácticas cristianas: en suma de tal
manera se había alterado la disciplina de la Iglesia,
que esta parecía caminar irremisiblemente á su per-
dición.
Estos eran los puntos principales en que la Iglesia
—115—
se había apartado del cristianismo primitivo; á esto
se referían las repetidas lamentaciones de todos los
buenos cristianos; y en esto estribaba la necesidad de
la reforma. Hacer que el clero renunciase á sus ri-
quezas y á sus costumbres corrompidas; restable-
cer la fe en el pueblo, y la pureza y sencillez del cul-
to primitivo; restaurar, en fin, la disciplina de la
Iglesia, como se había observado en los nueve pri-
meros siglos del cristianismo.
6. Por qué no se realizó d tiempola reforma por
la Iglesia? Si tan patente era la necesidad de re-
formar la disciplina eclesiástica; si los mismos Pa-
pas, los Cardenales, los Obispos y los grandes pen-
sadores y buenos cristianos del siglo X V , la creían
absolutamente necesaria para salvar á la cristian-
dad de los males que la amenazaban; en qué consiste
que, á pesar de todo ello, la reforma no se rea-
lizó por los mismos que la deseaban y estaban en el
deber de llevarla á cabo. ¿Porqué los Papas y los
Concilios de aquel siglo, convocados principalmente
para hacer la reforma, sin embargo no la hicieron,
y dejaron que se agravara una situación que pare-
cía ya insostenible?
La causa de una demora tan lamentable se en-
cuentra en la misma índole y carácter de los abusos
que había que corregir; y en que los mismos que de-
bían hacer la reforma, eran los primeros que debían
ser reformados. Si el principal origen del mal pro-
cedía de la Santa Sede, como paladinamente lo re-
conoció Adriano VI, se podía esperar que realizasen
la reforma los Pontífices que explotaban los abusos
y que escandalizaban la cristiandad con su incredu-
lidad y con sus crímenes, como Juán XXIII y Ale-
jandro VI. ¿Si uno de los males má s graves que había
que corregir era las riquezas del clero y su escan-
dalosa corrupción; era posible que los mismos Obis-
pos que asistían á los Concilios, acordasen de bue-
—lle-
na voluntad renunciar á sus riquezas y á sus cos-
tumbres para volver á la pobreza de los primeros
pastores del Cristianismo'?
Por estas razones se disolvieron aquellos concilios
sin realizar ni en poco ni en mucho la reforma que
todos deseaban. Los Pontífices tenían propósito firme
de corregir y reformar los abusos de los obispos y
del clero, pero se oponían á r e n u n c i a r á los abusos
de la Santa Sede; y los obispos, por su parte, le que-
rían arrancar al Pontificado los derechos de que se
había apropiado desde los tiempos de Gregorio V I I ,
y recobrar su antigua independencia, pero se nega-
ban á despojarse de sus riquezas y comodidades. E l
Pontificado quería reformar á los Obispos, y los
Obispos al Pontificado; y en consecuencia, la refor-
ma no se hizo en tiempo oportuno y pacíficamente
por los que debían llevarla á cabo, y los abusos, le-
jos de disminuir, fueron en aumento. Tan cierto es
que el que ha de reformar, no ha de necesitar ser
reformado, y que los que por mucho tiempo se apro-
vechan de un abuso, no se avienen de buena volun-
tad á renunciarlo.
Tales fueron las razones que estorbaron la refor-
ma pacífica y en tiempo oportuno de la Iglesia por
la Iglesia misma.
7. L a reforma se realizó por la Iglesia misma.
Acabamos de ver los obstáculos que se opusieron á
la realización de la reforma en el siglo X V . En vista
de ellos, se ocurre preguntar, ¿era posible que la
Iglesia por sí misma se reformara, que el Pontifica-
do y el Clero se avinieran á renunciar á los abusos
por tanto tiempo sostenidos?
L a reforma que la Iglesia necesitaba, ya hemos
dicho que se refería á diferentes puntos de discipli-
na que se habían relajado en medio del desórden y
confusión de la Edad media. Esta reforma es indu-
dable que podía llevarla á cabo la Iglesia, como su-
—117—
cedió más adelante en el Concilo de Trente, cuyas
decisiones en su mayor parte tuvieron este objeto, y
se titularon así: De Reforma. E n este Concilio, res-
petando la integridad del dogma, se reformaron las
costumbres, se corrigieren los abusos, y se restable-
ció la disciplina.
Ahora, la reforma como la entendían Zuinglio,
Lutero y Cal vino, se refería no tanto á la disciplina
como á la religión misma, que sugún ellos había
sido alterada por la Iglesia: comenzaron atacando
los abusos, y concluyeron destruyendo el dogma: de
reformadores se convirtieron en herejes. La reforma
así considerada, ciertamente no podía cumplirse por
la Iglesia, llamada á conservar3 no á destruir el dog-
ma católico.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN X I I I .

1. En el segundo período de la Edad moderna se desem-


vuelven dos grandes hechos: la reforma, de carácter religio-
so, y la guerra de la casa de Austria con la Francia, en el
orden político. El hecho de la reforma es más importante y
trascendent al, y constituye el principal carácter de la his-
toria de aquel tiempo.—2. Se llamareforma la revolución re-
ligiosa del siglo XVI, por la quo se separaron del Catolicismo
varias naciones de Europa. Esta revolución religiosa influyó
también en el orden político y social.—3. La Iglesia, en la
Edad media, tuvo necesidad de mezclarse con los pueblos
bárbaros que había de educar, y se contaminó con los abu-
sos y los vicios del feudalismo.—4. La necesidad de refor-
mar la disciplina de la Iglesia se venía notando desde tiem-
po de San Bernardo, y se hizo más patente en los siglos X I V
y X V , en cuyo tiempo intentaron llevarla á cabo varios
concilios, sin poderlo conseguir.—5. La reforma debía con-
sistir en corregir las costumbres corrompidas del clero,
restablecer la pureza y sencillez del culto primitivo, y res-
taurar la disciplina de la Iglesia, como se había observado
en los primeros nueve siglos del cristianismo.—6. La refor-
ma no se realizó en los concilios del siglo X V por los inte-
reses encontrados de los Pontífices y de los Obispos, preten-
diendo cada uno reformar al otro, y eludiendo la propia re-
—llS-
forma.—7. La reforma de la disciplina pudo realizarla, y en
efecto la realizó la Iglesia en el concilio de Trente, pero la
reforma, atacando el dogma y separándose del catolicismo,
no podía llevarla á cabo la Iglesia, sin ponerse en contra-
dicción consigo misma: esta fué lá obra de Lutero.

LECCIÓN X I V .
Causas generales que preparan la reforma.

1. Causas que preparan toda gran revolución.—2. Causas


generales que preparan la reforma. Decadencia del poder
del Pontificado.—i. Traslación de la Santa Sede d Avi-
ñón,—4. El Cisma de Occidente.—5. Tibieza en la fe.—
§. Corrupción de costumbres en el Clero.—1. Movimiento
libre producido por los nuevos descubrimientos y por él
renacimiento de los estudios.—8. Resumen de las causas
generales de la reforma.

i . Causas que preparan toda gran revolución.


L a reforma es el hecho m á s importante y trascen-
dental de la historia moderna; ninguno otro, desde
la caída del imperio romano, ha tenido un carácter
tan universal, ni ha influido tanto en la historia de
la humanidad. L a revolución producida por l a re-
forma constituye verdaderamente la línea divisoria
entre la Edad media y la moderna, como la invasión
de los Bárbaros separa la antigua y media, y la Re-
volución francesa, la moderna y la contemporánea.
L a sana filosofía y la religión cristiana reprueban
las revoluciones porque perturban el orden social,
producen la división, la lucha, el desórden, el des-
equilibrio, paralizan el comercio, la agricultura y la
industria, y corrompen las costumbres. Pero las re-
voluciones existen, son hechos que han pasado; y el
historiador ha de contar con ellas, estudiándolas
con ánimo sereno, y con el santo fin de obtener lec-
ciones provechosas para el mejoramiento de la so-
ciedad.
—119—
Las revoluciones producen un cambio radical en
la sociedad; y no se les puede condenar en sí mis-
mas, porque no son casuales, sino que tienen su
raiz y fundamento en las ideas de los pueblos, y en
el estado de las sociedades. Las revoluciones repre-
sentan la condensación de los tiempos, según afir-
ma un autor moderno; y el historiador debe inves-
tigar cómo se ha verificado esa condensación, cómo
los acontecimientos han ido preparando el estado de
la sociedad hasta hacer necesaria é inevitable la re-
volución; en una palabra, estudiar las causas gene-
rales ó lejanas, y las inmediatas, próximas ó deter-
minantes que las han producido.
2. Causas generales que preparan la Reforma,
i.* decadencia del poder del Pontificado, Entrelas
causas generales que de muy atrás vienen prepa-
rando la sociedad para la Reforma, se encuentra la
decadencia del Pontificado, cuyo poder había sido el
único por todos reconocido y por todos respetado en
la Edad media. Su misión política había sido en
aquel tiempo gobernar á los pueblos, para enseñar-
les á gobernarse á sí mismos, y contener en repre-
sentación de la independencia italiana, el poder ab-
sorvente del imperio; y cuando ambas cosas había
realizado, cuando el poder de los reyes fué bastante
fuerte y bastante ilustrado para dirigir y gobernar
sus pueblos, y cuando el imperio de Alemania re-
nunció á sus pretensiones de dominio sobre Italia,
entóneos el poder del Pontificado en el orden político
decayó rápidamente como innecesario para la mar-
cha de la humanidad.
Esta decadencia del poder pontificio se manifiesta
claramente comparando dos hechos importantes de
la historia de la Edad media. E n el siglo X I el Pa-
pa Gregorio V I I excomulga al monarca más podero-
so de la cristiandad y desliga á sus subditos del j u -
ramento de fidelidad; y aquel monarca, Enrique I V ,
—120—
tiene que ir á Venosa, y con hábito de penitente,
descalzo, y sufriendo los rigores del invierno, espe-
ra por tres dias la absolución del Potífice para po-
der volver á sus Estados. En cambio, á fines del si-
glo XIII y principios del X I V , otro Pontífice de gran
genio y sabiduría, Bonifacio V I H , quiere hacer va-
ler su poder para conciliar á los reyes de Francia y
de Inglaterra; y Felipe el Hermoso, reuniendo los Es-
tados' generales que se comprometen á fovorecerlo y
sostenerlo como rey contra las amenazas pontifi-
cias, contesta que solo á Dios, y no al Papa, tiene
que dar cuenta de la administración de su reino.
Véase por este hecho cuánto había decaído el poder
del Pontificado solo en el espacio de dos siglos. E l
poder que pretendía usar Bonifacio estaba consigna-
do en las falsas decretales, y en el derecho canóni-
co; pero aquel Pontífice desconoció lo que habían
variado los tiempos, y no supo apreciar la fuerza
que habían adquirido los reyes, apoyados por el es-
tado llano. Felipe, por su parte, desconoció también
que su derecho comenzaba entonces, y no estaba
todavía bien determinado.
Esta decadencia del poder del Pontificado fué mu-
cho mayor en los tiempos siguientes por la trasla-
ción de la Santa Sede á Aviñón, y más todavía por
el Cisma.
3. Traslación de la Santa Sede d Aviñón. A la
muerte de Bonifacio VIII, y después del breve pon-
tificado de Benedicto X I , dividido el cónclave, que-
daron en mayoría los Cardenales franceses, que por
influencia de Felipe el Hermoso, eligieron á Bernar-
do de Got arzobispo de Burdeos, que tomó el nom-
bre de Clemente V . E l estado turbulento y falta de
seguridad en Roma, y más que todo las exigencias
del rey de Francia, decidieron al Papa á salir de
Roma, y trasladar la Santa Sede á la ciudad de A v i -
ñón, con lo cual vino á quedar la corte pontificia ba-
—121—
jo la influencia frecuentemento abusiva de los reyes
de Francia.
A consecuencia de la traslación de la Santa Sedea
Aviñón, renacieron las antiguas y sangrientas l u -
chas entre güelfos y gibelinos en tiempo de Luis de
Baviera y del Papa Juán X X I I ; se suprimió la Orden
de los Templarios, acusados de grandes crímenes; y
se estableció por Nicolás Rienzi la república en Ro-
ma. Todo lo cual contribuyó á debilitar el poder y la
altísima consideración que se había tenido al Ponti-
ficado en tiempos anteriores, como Vicario de Jesu-
cristo en la Tierra.
4. E l gran Cisma de Occidente. A los 68 años
de residencia en Aviñón, volvió la Santa Sede á Ro-
ma en tiempo de Gregorio X I ; pero á su muerte co-
menzó el Cisma por haber elegido la mayoría de los
Cardenales italianos, á Urbano V I , y los franceses á
Clemente V I I , originándose una profunda excisión
en la Iglesia, por obedecer unas naciones al papa
francés y otras al italiano.
Pero no pararon en esto los desórdenes y escán-
dalos do la cristiandad. E l concilio de Pisa, reunido
con el propósito de concluir aquella división, depuso
á los dos Papas, Gregorio X I I y Benedicto XIII, y
nombró á un tercero que fué Alejandro V ; pero lo
depuestos no quisieron renunciar, y se dió el
de existir tres Pontífices con sus respectivas
diencias. Por fin, en el Concilio de Constanza r^nur^r
ciaron Juán X X I I I y Gregorio X I I , y fué el
Martín V , que reconocido por todos, concluyó
ma de Occidente, después de medio siglo de
sión, escándalos y desórdenes en la Iglesia
tiana.
5. Tibieza en l a fe. E l Pontificado perdió la con-
sideración de los reyes, cuando estos, apoyados
por los pueblos, se creyeron con fuerza bastante
para sacudir l a especie de tutela en que habían
16
—122—
permanecido durante la Edad media; y rebajó en
gran manera su prestigio en la sociedad, cuando
toda la Europa se enteró de los abusos y desórdenes
puestos de relieve por la corte de Aviñón y por el
Cisma de Occidente.
Y como el pueblo, en su ignorancia, acostumbra á
identificar las personas y las instituciones, y lo es-
pera todo de los superiores que lo dirigen, á medida
que decae la autoridad de los Pontífices, decae tam-
bién la confianza que en ellos se tenía, produciéndo-
se un resfriamiento y tibieza general en la fe y en
las creencias; acostumbrándose los hombres y los
pueblos á mirar con indiferencia los asuntos religio-
sos que tanto les habían preocupado en la época de
las Cruzadas; como pudo notarse cuando á la toma
de Constantinopla, los Papas intentaron levantar la
cristiandad contra los turcos, y nada pudieron con-
seguir porque la Europa se mostró sorda á este lla-
mamiento.
6. L a corrupción del Clero. Juntamente con la
decadencia y el desprestigio del Pontificado, contri-
buyó también la corrupción del clero á que se debi-
litase en general la fe y el entusiasmo religioso.
E l clero secular había tomado una parte muy ac-
tiva en el feudalismo; los Obispos y Abades habían
sido señores poderosos, mezclados en las luchas y vio-
lenciás de sus iguales, y sabían manejar mejor que
el báculo, la espada: se olvidaban con frecuencia de
Dios y de las cosas santas, y perseguía con afán el
poder y las riquezas. Todas las medidas adoptadas
por los Pontífices y por los concilios habían sido inú-
tiles para atajar este mal, que lejos de disminuir iba
en aumento. Cuando la autoridad creciente de los
reyes vino á cercenar la inñuencia política del clero,
este, en lugar de volver á las funciones de su sagra-
do ministerio, empleó sus riquezas en los goces y
placeres del sentido, relajándose de una manera es-
candalosa sus costumbres.
—123—
No era ménos lamentable el estado del clero regu-
lar. Se había aumentado extraordinariamente el nú-
mero de las ordenes mendicantes y monacales,
gozando todas ellas de grandes privilegios y exen-
ciones que las hacían independientes de la autoridad
de los Obispos, aumentándose por esta causa el
d e s ó r d e n y la confusión. Los mendicantes nacieron
con un fin útil, y prestaron al principio grandes ser-
vicios á la sociedad; pero con la prosperidad vino su
decadencia, y surgieron las rivalidades entre ellas,
que más de una vez estuvieron á punto de producir
un verdadero cisma. A pesar del voto de pobreza, se
hicieron ricas y poderosas, tuvieron suntuosos edi-
ficios, se olvidaron del trabajo manual, y se entre-
garon á la holganza y á la comodidad de la vida, re-
lajándose en gran manera sus costumbres. Y a San
Bernardo se quejaba amargamente del estado del
clero regular; pero todos sus esfuerzos fueron inúti-
les para apartarlo del camino de perdición; y los des-
órdenes fueron en aumento hasta los últimos tiempos
de la Edad media.
Pero debemos añadir que la corrupción de costum-
bres no era privativa del clero; al contrario, era ge-
neral en todas las clases sociales, por efecto del des-
órden y confusión de aquellos tiempos. Desde los
reyes hasta las personas más humildes, se habían
olvidado de los preceptos morales del Evangelio,
mistificándolos cuando menos para hacerlos compa-
tibles con sus pasiones y extravíos.
7. Movimiento libre producido por los nuevos
descubrimientos y por el renacimiento de los estu-
dios, A estas causas generales de la reforma hay
que añadir, que por el descubrimiento y propagación
de la imprenta, el descubrimiento del Nuevo Mundo,
el inmenso desarrollo del comercio y los progresos
de la industria, el espíritu humano extendió consi-
derablemente su dominio, encaminando su actividad
—124—
á tantos y tan grandes y nuevos objetos, apartándo-
la de las creencias religiosas. Esta renovación casi
completa de la vida social engendró en los hombres
el deseo de trasformarlo todo, inclusa la religión.
Pero todavía contribuyó más á preparar la refor-
ma el renacimiento de los estudios clásicos. E l culto
verdaderamente fanático que los literatos prestaban
á los autores griegos y romanos, terminó por borrar
sus ideas cristianas, pensando y obrando como i n -
crédulos y paganos. Por otra parte, el renacimien-
to desarrolló la libertad del espíritu, y con los nue-
vos conocimientos desaparecieron las supersticiones
que se íiabían generalizado durante la Edad media.
En Alemania el renacimiento se encaminó prin-
cipalmente al estudio de los libros sagrados. L a B i -
blia fué objeto de discusión entre los literatos, co-
mo lo eran en Italia las obras de Platón ó de Aristó-
teles; con lo cual los fieles comenzaron á separarse
de la religión ortodoxa, redoblando su entusiasmo
por el cristianismo primitivo.
8. Resumen de las causas generales de la Be-
forma. De cuanto hemos expuesto en esta lección
se deduce que en los últimos tiempos de la Edad
media decae la autoridad y el prestigio del Pontifi-
cado y se aumenta la corrupción y la ignorancia del
clero, todo lo cual produjo un gran resfriamiento y
tibieza en la fe cristiana que aquellos representaban.
A l mismo tiempo los reyes y los pueblos se emanci-
pan de la tutela de la Iglesia, y comienzan á gober-
narse por sí mismos, rechazando la autoridad polí-
tica de los jefes de la religión.
Uniéronse á esto las nuevas ideas de libertad é
independencia que generalizaron los grandes descu-
brimientos, la tendencia á la incredulidad y á las
ideas del paganismo como resultado del renacimien-
to clásico, y la dirección del renacimiento en Alema-
nia al estudio de la Biblia. Todo ello iba alejando á
—125—
la sociedad de la fe en las creencias religiosas de la
Edad media, y preparando los ánimos para la Re-
forma.
RESÚMEN DE L A LECCIÓN X I V .

1. L a Reforma es el hecho m á s universal de l a historia


moderna, y constituye una verdadera r e v o l u c i ó n , cuyas
causas y fundamentos se encuentran en las ideas de los pue-
blos y en el estado de l a sociedad.—2. L a p r i m e r a de las
causas generales de la reforma es l a decadencia del poder
del Pontificado, d e s p u é s de haber enseñado á los pueblos y
reyes á gobernarse á si mismos, y de haber defendido la i n -
dependencia italiana. Esta decadencia puede observarse
comparando los hechos de Gregorio V i l con Enrique I V , y
los de Bonifacio V I H con Felipe el Hermoso.—3. L a t r a s l a -
ción de l a Santa Sede á Aviñón; la influencia del rey de F r a n -
cia sobre l a corte pontificia; l a r e n o v a c i ó n de las guerras
entre güelfos y gibelinos; la s u p r e s i ó n de los templarios,
y el establecimiento de la r e p ú b l i c a en R o m a ; todos estos
hechos contribuyeron á l a decadencia del Ponüficado.—
4. Y t o d a v í a d e c a y ó m á s esta i n s t i t u c i ó n por los escándalos
que p r e s e n c i ó la cristiandad durante el cisma de Occidente,
existiendo dos Papas y á veces tres con sus respectivas obe-
diencias.—5. P o r l a decadencia del pontificado se e n t i b i ó en
g r a n manera l a fe religiosa, cundiendo la indiferencia y l a
incredulidad en todas las clases sociales; a s í es que no dió
resultado algudo la Cruzada contra los turcos de Constanti-
nopla.—6. C o n t r i b u y ó t a m b i é n á l a tibieza de l a fe l a v i d a
regalada, l a c o r r u p c i ó n de costumbres y la ignorancia del
clero secular; así como la c o r r u p c i ó n , el desórden y las r i -
validades de las órdenes religiosas.—7. Los grandes descu-
brimientos que trasformaron^la sociedad, engendraron un
e s p í r i t u libre, y el deseo de modificar todo lo antiguo, hasta
l a religión. Con el renacimiento clásico desaparecieron las
supersticiones antiguas, y se e x t e n d i ó l a incredulidad y las
creencias paganas. En Alemania el reuacimiento se a p l i c ó
principalmente a l estudio de los libros sagrados.—8. L a de-
cadencia del Pontificado, l a c o r r u p c i c i ó n y la ignorancia del
Clero, l a elevación é independencia del poder r e a l ; las ideas
de libertad y de reforma que extendieron los grandes descu-
brimientos y la generalización de las ideas paganas; todo
ello iba alejando á la sociedad de l a religión de l a Edad m e -
dia, y preparando los á n i m o s p a r a l a reforma religiosa.
—126—
LEGGIÓN X V .
Causas particulares que preparan
la Reforma,
1, Desacertada política de los Papas después de la caída de
Constantinopla.—2. Conducta moral de la Santa Sede y
del Clero en visperasde la Reforma.—3. Protección al re-
nacimiento clasico*—4. Política de los Papas.—5. Co-
rrupción de costumbres en Italia.—Q. El movimiento
intelectual y libre en Alemania.—7. Diferencia de ten-
dencias y caracteres éntrela raza teutónica y la latina.
—8. Resumen de las causas generales y particulares de
la Reforma.

1. Desacertada política de los Papas después de


la caída de Constantinopla. Gomo hemos visto an-
teriormente, !a Reforma de la disciplina eclesiástica
era en el siglo X V una necesidad reconocida
por todos los buenos católicos, y deseada por los
Pontíflees, y los Concilios, por los reyes y los pue-
blos, por los sabios y los ignorantes. Una reforma
tan universalmente deseada, y tan provechosa para
la Iglesia, debieron los Pontíflees apresurarse á rea-
lizarla, previniendo así los males que por todos se
temían, y que con tanta elocuencia había expuesto
á Eugenio IV el célebre Cardenal Juliano.
A la caida de Gonstantinopla, movidos por el mie-
do á los turcos más que por fervor religioso, los re-
yes y poderosos volvieron los ojos al Pontificado,
como única institución que podía agrupar las fuer-
zas de todos para combatir contra el enemigo co-
mún. Los Papas debieron aprovechar aquellas cir-
cunstancias, en que la Europa los buscaba como en
el siglo X I , y emprender la acción exterior contra
los turcos, y á la vez llevar á cabo la reforma.
A tres puntos principales debieron dirigir sus es-
fuerzos los Pontífices en la segunda mitad del siglo
X V ; 1.°, á reformar las costumbres de la Santa Sede
—127—
y del clero, emprendiendo un género de vida moral
y edificante para los príncipes y para los pueblos;
2.°, á realizar la reforma de la Iglesia, restablecien-
do la pureza de la disciplina primitiva; y 3.°, haber
contribuido á la paz entre los príncipes cristianos,
reuniendo las fuerzas de todos, y encaminándolas
al fin común de la guerra contra los turcos. Pero
desgraciadamente no suceció así, y la revolución se
hizo inevitable.
2. Conducta moral de la Santa Sede y del Cle-
ro. Si se necesitara alguna nueva prueba de la divi-
nidad d é l a religión cristiana, ninguna sería más
elocuente que la conducta del Pontificado y del clero
á fines del siglo X V y principios del X V I .
Guando la revolución amenazaba por todas par-
tes; cuando m á s necesitaba la Iglesia Pontífices mo-
delos de virtud y clero moral é ilustrado, vinieron á
ocupar la Santa Sede un Sixto IV, que no pensó en otra
cosa m á s que en hacer soberano á su sobrino Ria-
rio, y en proteger la insurrección de los Pazzi con-
tra los Médicis en Florencia: un Inocencio VIII de
dudosa moralidad, que se empeña en guerra con el
rey de Ñápeles: un Alejandro V I , padre de César y
de Lucrecia Borgia, tipo de relajación y de perfidia:
un Julio II, que dejó exhausto el erario pontificio
con los gastos enormes de sus guerras y conquistas;
y por último, León X , elevado al solio pontificio á
los treinta años, y que compartía su vida entre los
placeres de la caza y de la pesca, y la protección de
artistas y poetas.
Y no era más edificante la conducta del clero en
aquellas gravísimas circunstancias. Elcardenal Bem-
bo llamaba necedades, nugee, á las epístolas de San
Pablo, porque no estaban escritas en el latín correcto
de Cicerón; los obispos y cardenales reunían gran
número de diócesis y otros cargos que no podían
desempeñar, con solo el objeto de percibir sus ren-
—128—
as. Los Obispos se quejaban de los Papas que les
habían cercenado su jurisdición; el clero parroquial
era enemigo de las Ordenes mendicantes; y unos y
otros en la ignorancia y en la holganza, sin cuidar-
se más que de los intereses mundanos.
Tales eran las costumbres y los desórdenes del
Pontificado y del Clero en vísperas de estallar la re-
volución religiosa.
3. Protección de los Pontífices a l renacimiento
clásico. Mientras los Pontífices debían ocuparse
con preferencia á todo en buscar los medios de rea-
lizar la reforma de la Iglesia, en promover los estu-
dios teológicos, y en mejorar el estado moral de la
sociedad, se dedicaron con especial predilección á
favorecer el renacimiento de la antigüedad clásica,
griega y latina, mereciendo como protectores de las
letras grandes alabanzas, Eugenio IV y Nicolás V ,
y principalmente Julio II y León X .
Pero todos estos Pontífices, dejándose arrastrar
por el movimiento de los espíritus hácia los autores
clásicos, no comprendieron por desgracia que des-
enterrando y propagando por la imprenta aquellas
literaturas, popularizaban el vicio, y la religión pa-
gana, lo cual había de producir relajación de cos-
tumbres y excepticismo en la religión. De manera,
que con su imprudente protección al renacimiento,
los Pontífices vinieron á aumentar los males de la
Iglesia, y á excitar más y más los ánimos en contra
del catolicismo.
4. Política de los Papas. Si los Papas, como
representantes de una religión de paz, tenían el de-
ber de procurarla siempre entre los príncipes cris-
tianos, en aquellas circunstancias debieron poner
todo su empeño en atraerse el favor de los reyes y
poderosos, prescindir de sus propios intereses polí-
ticos, y armonizar las fuerzas de todos, encaminán-
dolas á la empresa santa de rescatar á Constantino-
—129—
pía del poder de los turcos. E n ello se interesaba
tanto la religión como la política europea, y los Pon-
tífices estaban llamados en primer término á reali-
zarlo. Así lo comprendieron los virtuosos Papas, Pío
11 y Pablo II; pero después de ellos todo se olvidó,
y sus sucesores, atentos principalmente á sus inte-
reses mundanos, contribuyeron á encender las gue-
rras más desoladoras entre los príncipes de Italia y
los extranjeros.
Así lo hicieron, según hemos dicho ántes, todos
los Papas, desde Sixto IV hasta León X , distinguién-
dose entre ellos el belicoso Julio II, más apropósito
para manejar la espada que para dirigir la Santa Se-
de en aquellas difíciles circunstancias. Este Pontí-
fice tomó parte en la liga de Gambray contra Vene-
cia; peleó después contra la Francia, y formó la
Santa liga para expulsar á los franceses de la Pe-
nínsula.
En suma, la política de los Pontífices antecesores \\| / \
á la Reforma, lejos de atraer voluntades á la causa \í i
de la Santa Sede y de la religión, contribuyó en ijl
gran manera á enconar los ánimos y fomentar los
odios de los príncipes y de los pueblos, aumentando
así motivos y razones para la revolución religiosa
que dentro de poco había de estallar.
5. Corrupción de costumbres en Italia. Una
de las causas que más contribuyeron al desprestigio
de la religión y que más de cerca prepararon la Re-
forma, fué la corrupción de costumbres en Italia du-
rante el siglo X V y principios del X V I . /
E l fraccionamiento en pequeños Estados había fa-
vorecido allí el desarrollo material, progresando
grandemente la agricultura, la industria y el comer-
cio, que hicieron de Italia la nación más rica y flo-
reciente, y al mismo tiempo la más culta y civiliza-
da de Europa. Pero ese mismo bienestar y esas r i -
quezas habían engendrado la afición á las comodi-
17
—130—
dades y la corrupción de costumbres; y aquella falsa
civilización les había traido la pérdida de su antigua
virilidad, valiéndose en sus guerras de hombres asa-
lariados (condottieri), y resolviendo sus cuestiones
políticas por la astucia, la perfidia y la mentira.
Bajo el influjo de aquella civilización se resintie-
ron profundamente las creencias religiosas, que
acabaron de perder todo prestigio por el renaci-
miento de los vicios y de las ideas del paganismo.
Así es que en vísperas de la Reforma el pueblo i g -
norante había convertido la religión en vanas prác-
ticas exteriores y supersticiosas, y la gente ilus-
trada, los hombres del renacimiento, perdieron la fe
en el catolicismo y terminaron en la indiferencia ó
en la incredulidad.
6. E l movimiento intelectual y libre en Alema-
nia. Así como en Italia tuvo el renacimiento un
carácter artístico y literario, en Alemania se dirigió
principalmente á los estudios teológicos, al conoci-
miento de las Escrituras y de los Santos Padres, so-
bre todos San Pablo y San Agustín, adquiriendo un
desarrollo prodigioso el estudio de los idiomas grie-
go y hebreo, considerados como auxiliares indispen-
sables para penetrar en el sentido de la Biblia. De
manera que los libros santos comenzaron á ser i n -
terpretados por los literatos, que se aficionaron por
esta causa al cristianismo primitivo, combatieron por
todos los medios el catolicismo de la Edad media,
considerándolo como una alteración del Evangelio,
que redundaba en perjuicio de la fe y en provecho
de los intereses mundanos de la Iglesia, que la ha-
bla llevado á cabo.
Este renacimiento de los estudios teológicos se
desenvolvió en Alemania con entera libertad, y con
el mismo entusiasmo que mostraban los italianos
por el renacimiento del arte y de la literatura clásica;
pero con una circunstancia, y es que, mientras en
—131—
Italia y en las otras naciones solo las clases eleva-
das tomaban parte en el renacimiento, y el pueblo
permaneció en la ignorancia, en Alemania, por la
mayor importancia de la clase media, pasaron las
nuevas ideas religiosas, de los literatos al pueblo,
interesándose allí todos en las luchas literarias y
preparando el camino para la propagación de la Re-
forma,
7. Diferencia de tendencias y caracteres entre
la r a z a teutónica y la latina. Una de las causas que
más directamente influyeron en la Reforma fué la di-
ferencia de caractéres de la raza teutónica ó germá-
nica y la latina. E l espíritu germánico, esencialmen-
te individual, tiende por naturaleza á la división, al
fraccionamiento, á la independencia, repugnándole
el carácter absorbente y autoritario de la raza lati-
na, representado en Roma. Así los pueblos germa-
nos rechazaron con tanta energía las invasiones de
Roma, y cuando aquellas hordas pusieron fin al im-
perio, sustituyeron su centralización absoluta por el
fraccionamiento también absoluto del feudalismo;
por eso la autoridad imperial no llegó en Alemania
á concentrar en sí todos los poderes, como sucedió
con las monarquías de las otras naciones; y por ello
también era Alemania la nación más dispuesta á sa-
cudir la unidad del catolicismo romano.
En confirmación de lo dicho, puede observarse el
resultado de la Reforma, que se arraigó en casi to-
dos los pueblos de raza germánica, mientras no pu-
do entóneos ni ha podido después consolidarse en
las naciones latinas, cuyo carácter se acomoda me-
jor á la unidad, lo mismo en política que en .reli-
gión.
8. Resúmen de las causas generales y p a r t i c u -
lares de la Reforma. De cuanto hemos expuesto
en las dos últimas lecciones, se deducen como con-
secuencias genérales: 1.°, la relajación de la disci-
—132—
plina eclesiástica por la corrupción del Pontificado y
el clero: 2.° la decadencia del poder y de la autori-
dad del Pontificado, á medida que se aumenta el
poder de los reyes y la independencia de los pue-
blos: 3.°, la necesidad de una reforma en la dis-
ciplina de la Iglesia: 4.°, la inutilidad de los es-
fuerzos para llevarla á cabo, por los intereses tem-
porales de los Papas y de los Obispos: 5.°, la falta
de previsión y tacto político de los Papas para pre-
venir la revolución religiosa que amenazaba: y 6.°,
que los pueblos de raza teutónica, estaban m á s dis-
puestos que los latinos para aquella revolución.
Con todos estos antecedentes la revolución reli-
giosa se habia hecho inevitable, y estalló á poco en
Alemania.

RESÚMBN D E L A LECCIÓN X V .

1. Reconocida por todos l a necesidad de la Reforma, de-


bieron los Papas á l a caida de Constantinopla, reformar sus
costumbres y las del Clero, r e a l i z a r la reforma do la d i s c i -
p l i n a , y p r o c u r a r la paz entre los principes cristianos p a r a
d i r i g i r una Cruzada contra los turcos.—2. En lugar deseguir
esta conducta, algunos Pontífices fueron altamente i n m o r a -
les, otros guerreros, y el ú l t i m o , León X , preocupado sobre
todo por el renacimiento pagano. A l mismo tiempo el clero
secular y regular, holgazán é ignorante, solo se ocupaba de
los bienes mundanales.—3. En lugar de buscar los medios de
r e a l i z a r la reforma de la Iglesia, los Papas se ocuparon con
singular predilección en proteger el renacimiento clásico,
con lo cual c o n t r i b u í a n á p o p u l a r i z a r el vicio y la religión
pagana, aumentando el excepticismo religioso.—L Y en l u -
gar de procurar l a paz entre los p r í n c i p e s y promover una
Cruzada contra los turcos, contribuyeron á encender la gue-
r r a , d i s t i n g u i é n d o s e bajo este respecto el belicoso Julio I I ,
p r i n c i p a l promovedor de la l i g a de Cambray contra V e n e -
cia, y de la l i g a Santa contra Francia*—5. L a Italia, que era
entonces l a nación m á s r i c a y c i v i l i z a d a de E u r o p a , era
t a m b i é n la m á s corrompida; el pueblo h a b í a convertido l a
religión en p r á c t i c a s supersticiosas, y los hombres del rena-
cimiento h a b í a n caido en la incredulidad.-6. E l renacimiento
—ISS-
en Alemania tuvo un carácter marcadamente religioso, diri-
giéndose principalmente al estudio de la Teología, y á los
idiomas griego y hebreo, con el propósito de interpretar los
libros santos. Este renacimiento fué allí completamente l i -
bre, y se comunicó á la clase media que era la más ilustrada.
—7. Contribuyó á preparar la Reforma el carácter indivi-
dualista de la raza alemana, contraria por naturaleza á la
unidad, tanteen política como en religión.—8. En resumen:
la relajación de costumbres del Pontificado y del clero, y la
independencia de los reyes y de los pueblos, hicieron decaer
la autoridad que había tenido la Iglesia en la Edad media,
presentándose como necesaria una reforma, que no se llevó
á cabo por los intereses temporales del clero y por la desa-
certada política de los Papas; siendo Alemania la nación
mejor dispuesta para realizar la revolución religiosa.

LECCION X V I .
L.a Keffopma.
í. Pontificado de León X.—2. Quién era Lutero?—3. P r e -
dicación de las i n d u l g e n c i a s . — L a s 96tésis.—5. Nego-
ciaciones y disputas con Lutero.—6. E l 15 de Junio y 10
de Diciembre de 1520.—7. Dieta de Worms.

1. Pontificado de León X . Cuando estalló la


Reforma, ocupaba la silla de San Pedro el Papa León
X , perteneciente á la ilustre familia de los Médicis
que tanto se había distinguido en Florencia por sus
riquezas y por su generosa protección al renaci-
miento.
León X siguió las gloriosas tradiciones de su fa-
milia; vivió siempre rodeado de los primeros artistas
y de los primeros poetas de su tiempo; empleó gran-
des sumas en comprar obras clásicas, mandándolas
imprimir para extender por todas partes aquellos
conocimientos; y llegó á tanto su predilección por
los sabios y literatos, que admitió la dedicatoria de
algunas obras, como las notas de Erasmo al Nuevo
Testamento, tan contrarias á la religión, que después
fueron puestas en el Indice. Con razón le dieron sus
—134—
contemporáneos el nombre de Príncipe de las letras
y de los artistas; y con razón se ha dado su nombre
al siglo del Renacimiento.
Pero León X , como Papa, no estuvo á la altura de su
misión. Embebido en los asun tos artísticos y literarios,
excesivamente aficionado á los placeres y fiestas
suntuosas, descuidó los intereses religiosos y no hi-
zo caso del clamoreo general de todos los buenos
cristianos pidiendo la reforma; dando lugar con es-
te proceder á que algunos escritores le hayan acu-
sado de incrédulo y pagano. Ciertamente no merece
tan dura calificación, ni se puede admitir que como
Pontífice dejase de pensar en la gravedad de las
circunstancias de la Iglesia. Más justo será creer
que, comprendiendo el estado de Europa, y la oposi-
ción de las dos razas germánica y latina, se propu-
so con su protección al renacimiento, sostener la
unidad absoluta del Pontificado, haciendo ver á to-
dos que esta unidad no iba unida á la ignorancia,
al misticismo y á la superstición, ni se oponía al
desarrollo de las luces y de la civilización. A los
hombres grandes, y León X fué uno de ellos, no se
les debe juzgar con miras pequeñas é ideas mez-
quinas.
Pero es lo cierto, que agotado el erario pontificio
por las guerras de Julio 11, y por las prodigalidades
de León X , tuvo este Pontífice que empeñar alha-
jas y vender empleos para poder sostener la fas-
tuosidad de la corte de Roma. En estas circunstan-
cias, se propuso continuar la grandiosa Basílica de
San Pedro, que había comenzado su antecesor Ju-
lio 11, concediendo indulgencias á los que contri-
buyeran con dinero á aquella obra, y tolerando en
su distribución grandes abusos condenados en va-
rios concilios.
2. Lutero. Martín Lutero, hijo de un pobre mi-
nero de Sajonia, mostró desde su infancia una ex-
—135—
traordinaria aflción el estudio. Con grandes traba-
jos concluyó la teología en la universidad de Erfurt;
y según se dice, paseando un dia con un compa-
ñero, les sorprendió una tempestad, se acogieron
bajo de un árbol, y un rayo mató á su amigo, im-
presionando este hecho tan fuertemente á Lutero,
que resolvió dejar el mundo, y retirarse á un con-
vento para consagrarse á Dios, tomando el hábito
de fraile agustino. L a fama de su saber y de sus
virtudes se extendió bien prontó por Alemania, y á
la edad de 25 años, ocupó una cátedra de Teología
en la Universidad de Wittemberg, que acababa de
fundar el elector de Sajonia, Federico el Sabio.
En los primeros años del siglo X V I pasó á Ro-
ma con una comisión de su Orden; allí pudo apre-
ciar la riqueza y relajación del clero, y tocar de cer-
ca los abusos de la corte romana. Cumplido su
encargo, regresó á su convento, triste y pesaroso
de haber emprendido aquel viaje que tan amargos
desengaños le había proporcionado; dedicándose
desde entóneos con más empeño al estudio de la B i -
blia y de los Santos Padres, y estrechando la amis-
tad con su querido discípulo Melanchtón, uno de
los hombres más notables del protestantismo.
Lutero, según dice Bossuet, poseía la fuerza del
genio, vehemencia en sus discursos, una elecuen-
cia viva é impetuosa que seducía y arrastraba á los
pueblos, una osadía extraordinaria cuando se vió
apoyado y aplaudido, con un aspecto de autoridad
que sus discípulos temblaban en su presencia y no
se atrevían á contradecirle nunca.
Tal era el hombre llamado por la Providencia pa-
ra realizar la Reforma y separar de la obediencia
del Pontificado la mitad de Europa.
3. Predicación de las indulgencias. Las indul-
gencias concedidas por León X para levantar con
sus productos la iglesia de San Pedro de Roma, fue-
—136—
ron publicadas en toda Europa por los frailes domi-
nicos, haciendo de ellas un tráfico escandaloso. E l
arzobispo de Maguncia, encargado de este asunto en
Alemania, confió la predicación de las indulgencias
en Sajonia al dominico Judn Tetzel, hombre senci-
llo, y que no tenía el respeto debido á las cosas san-
tas; así es que allí los abusos fueron mayores y pro-
vocaron mayores disgustos que en otras naciones.
Es dogma de fe que la Iglesia tiene derecho para
conceder indulgencias á los fieles, y que por ellas
se perdona la pena temporal aneja al pecado, pero
no el pecado mismo, que solo puede perdonarse por
la penitencia. E l abuso consistía en la cantidad de
dinero que por ellas se reclamaba, y en la promesa
que se hacía á los compradores de que por este me-
dio se perdonaban en el acto los pecados, con lo
cual se santificaba el pecar en el hombre, puesto
que se podían rescindir los pecados por dinero.
4. Las 95 tésis. Los agustinos, que hasta entón-
eos habían monopolizado las indulgencias, se resin-
tieron de la preferencia concedida en aquella ocasión
á los dominicos, y encargaron á Lutero como la per-
sona más competente de su Orden, que escribiera no
contra las indulgencias, sino contra la manera que
tenían de otorgarlas sus rivales los dominicos.
Creen algunos que Lutero., como vicario de su
Orden, ante el escandaloso abuso de los dominicos
en la venta de las indulgencias, luchando sobre el
partido que debería tomar, se dirigió al obispo de
Brandeburgo, más inmediato, obteniendo por con-
testación que debía callarse; consulta al arzobispo
de Maguncia, y no le contesta. Pero sea de ello lo
que quiera, Lutero por sí mismo, ó excitado por el
superior de su Orden, formuló 95 proposiciones re-
lativas á las indulgencias, y las fijó en la puerta de
la iglesia de Wittemberg el dia 31 de Octubre de
1517. E n estas proposiciones no hay nada contrario
—137—
á la doctrina católica; admite las indulgencias, pero
se nota mucha libertad y atrevimiento al atacar los
abusos cometidos por los dominicos en su predica-
ción. Algún obispo admitió las 95 tésis, que fueron
recibidas con grande aplauso en Alemania, y al ca-
bo de dos meses se hicieron generales en toda Eu-
ropa, reanimándose las cuestiones religiosas. Lute-
ro, sin embargo, sometía sus proposiciones á la au-
toridad de la Santa Sede.
A estas proposiciones contestó Tetzel con otras
110 contraproposiciones, combatiéndolas también los
dominicos de Maguncia y de Roma, pero en sus ata-
ques envolvieron á los humanistas, que viéndose
acusados de improviso y sin razón, se adhirieron á
Lutero.
5. Negociaciones y disputas con Lutero. Habían
pasado nueve meses sin que el Papa León X , dema-
siado entretenido en el renacimiento, se ocupase de
la efervescencia religiosa de Alemania, creyéndola
sencillamente una disputa de frailes. Por fin se de-
cidió á tomar participación en el asunto, y escribió
al general de los agustinos, al emperador Maximi-
liano y al Elector de Sajonia, para que hiciesen com-
parecer á Lutero en Roma en el término de 60 dia^
(1518). Por intercesión del Elector consintió el P a m
en que Lutero se presentase al Cardenal Cayetano,
de la Orden de los dominicos. Avistáronse, en efec-
to, en Augsburgo; pero exigiendo á Lutero qué se/
desdigera de sus atrevidas proposiciones, esta, se^
negó á ello, apelando del Papa mal informado
Papa mejor informado, y salió secretamente de la
ciudad, protegido por el Elector.
A l año siguiente (1519) Lutero sostuvo una discu-
sión teológica con J u á n Eck en Leipsik, sobre sus
célebres proposiciones. En ella no sacó ventaja L u -
tero, y sin embargo fué para él un gran triunfo, por-
que comenzó a' atacar no ya los abusos, sino las
18
—138—
mismas indulgencias y otros dogmas del catolicis-
mo, con lo cual halagaba al pueblo alemán, ya de
antes predispuesto contra Roma y el Pontificado.
Desde entonces Lutero se encontró fuera de la Igle-
sia, de la cual se fué alejando más y más con sus
escritos sobre la cautividad de Babilonia y la liber-
tad cristiana, negando la tradición divina, la infali-
bilidad de los concilios, los Sacramentos, excepto el
bautismo y la cena, el purgatorio, la invocación de
los santos y la jerarquía eclesiástica; admite las Es-
crituras, interpretadas libremente por el hombre, y
sostiene que sola la fe salva al cristiano. Con esto
Lutero, de reformador se convirtió en hereje, apar-
tándose por completo de la Iglesia Católica.
6. E l 15 de Junio 2/10 de Diciembre de 1520.
Las que León X había llamado con candidez luchas
de frailes, habían tomado tal proporción con los úl-
timos actos de Lutero, que no fué posible seguir con-
temporizando. Juán Eck, que había escrito un libro
para combatir las doctrinas de Lutero, consiguió del
Papa en 15 de Junio de 1520 una bula que condena-
ba 41 de sus proposiciones, amenazándole con la
excomunión, si en el término 60 dias no se retrac-
taba.
Gomo delegado del Papa, Eck mandó quemar pú-
blicamentente las obras de Lutero, cuyo acto solo se
llevó á cabo en muy contadas ciudades de Alemania,
siendo rechazado en las demás. Alentado Lutero por
el pueblo y por los estudiantes de su universidad
de Wittemberg, respondió á los actos de Eck, que-
mando públicamente también la bula y las decreta-
les de los Papas, las obras de Santo Tomás y todo
el derecho canónico, en 10 de Diciembre del mismo
año, rompiendo definitivamente con Roma, de cuya
obediencia quedó separada desde entónces la mitad
de Europa.
7. Dieta de Worms. Acababa de morir el em-
—139—
perador Maximiliano, sucediéndole después de un
corto interregno su nieto Carlos V , rey de España
desde el fallecimiento del rey Galólico. Solicitado por
varios príncipes de Alemania para que se pusiese á
la cabeza del movimiento religioso, se negó rotun-
damente á ello, ya porque tales fueran sus creen-
cias, ó porque le conviniese m á s la amistad de Ro-
ma y la unidad religiosa para sus planes de monar-
quía universal.
Mientras en Roma lo excitaban á que se cumpliese
la bula de León X y se castigase á Lutero, los prín-
cipes alemanes sostenían que debía oírsele nueva-
mente antes de castigarlo; y Garlos, que no quería
tampoco disgustar á sus poderosos vasallos, accedió
al fin á sus deseos, y convocó una dieta en Worms
(1521), á la que asistió Lutero con un salvoconduc-
to del emperador. Invitado por el delegado del Papa á
retractarse de los errores, manifestó resueltamente
que se retractaria si se le demostraba su falsedad
por medio de la Escritura; y como esta no podía ser
interpretada según la doctrina Católica, la di«ta con-
denó á Lutero, pero respetando el salvoconducto, se
le dejó salir de Worms, y consiguió ponerse en sal-
vo, permaneciendo un año oculto en el castillo de
Wartburgo, protegido por Federico el Sabio, Elector
de Sajonia.
En aquel retiro, que Lutero llamaba su Pathmos,
concluyó la traducción de la Biblia en lengua vulgar,
y continuó con sus escritos propagando sus doctri-
nas por toda Alemania.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN X V I .

1. E l Papa León X siguió las gloriosas tradiciones de su


familia de los Médicis en cuanto á favorecer el renacimien-
to, mereciendo el nombre de principe de las letras y de los
artistas, pero no se ocupó como debía de evitar la revolu-
—1 l o -
ción religiosa.—2. L u t e r o fué hijo de un pobre minero, y
a p r o v e c h ó tanto en los estudios que á los 25 años era profe-
sor de l a Universidad de W i t t e m b e r g . E r a hombre de genio,
elocuente y osado. E n un viaje que hizo á R o m a , se i m p r e -
sionó tristemente de la c o r r u p c i ó n del clero italiano y de l a
corte pontificia.—3. P a r a c o n c l u i r la Basílica de San Pedro
concedió León X una indulgencia y e n c a r g ó de su d i s t r i b u -
ción á los dominicos, contra la costumbre de hacerlo á los
agustinos. E n Alemania se confió l a p r e d i c a c i ó n á J u á n T e t -
zel, hombre sencillo, que c o m e t i ó grandes abusos en la dis-
t r i b u c i ó n , — 4 . Los agustinos resentidos, encargaron á Lutero
que escribiera contra aquellos abusos; y en efecto, r e d a c t ó
95 proposiciones contra la manera de d i s t r i b u i r l a s i n d u l -
gencias, fijándolas en l a puerta de l a Iglesia de W i t t e m -
berg. Estas proposiciones no se oponen al Catolicismo; pero
se nota en ellas mucha libertad y atrevimiento.—5. P a r a
atajar la efervescencia religiosa, León X comisionó a l Carde-
nal Cayetano, que no pudo conseguir en la dieta de Augsbur-
go que L u t e r o se desdigera de sus atrevidas proposiciones.
En otra discusión que tuvo estecen J u á n E c k en L e i p s i k ,
aunque no salió ventajoso, consiguió un g r a n triunfo por
atacaren ella v a r i o s dogmas del catolisismo, con lo cual ha-
lagaba al pueblo a l e m á n , predispuesto contra R o m a . Desde
entóneos se e n c o n t r ó L u t e r o fuera de la Iglesia.—6. A l fin
el P a p a dió una bula en 15 de Junio de 1520 condenando á L u -
tero, cuyas obras fueron quemadas por E c k en v a r i a s ciuda-
des de Alemania. L u t e r o por su parte q u e m ó en W i t t e m b e r g
l a bula pontificia en 10 de Diciembre del mismo año.—7. P a -
ra concluir con las excisiones religiosas, a l Emperador Car-
los V r e u n i ó la dieta de W o r m s , pero no se consiguió que
Lutero se retractara de sus errores, y fué condenado; sin
embargo se pudo s a l v a r , p r o t e g i é n d o l o el Elector de Sajonia
que lo tuvo oculto en su castillo de W a r t b u r g o .
—141—

LECCIÓN X V I I
C a u s a s de l a p r o p a g a c i ó n de l a R e f o r m a .
1. L a propagación de la Reforma.—2. Estado político de
Europa.—3. Estado religioso.—4. Estado político de Ale-
mania.—h. Protección de los Principes alemanes d ía
R e f o r m a . — P r o t e c c c i ó n de los sabios.—1. Protección del
clero.—S. Protección del pueblo.—9. E l carácter de L u -
tero.
1. L a propagación de la Reforma. "Del hecho en
apariencia insignificante, llamado por León X , que-
rella de frailes, Invidie fratesche, resultó una revo-
lución en pocos años, que al cabo de medio siglo
había arrancado del Catolicismo la mitad de las na-
ciones de Europa. Un éxito tan extraordinario no
pudieron esperarlo los mismos autores de la Refor-
ma, ni puede explicarse por la bondad intrínseca
del Protestantismo, ni por las grandes condiciones
personales de Lulero y demás jefes de aquella revo-
lución. Por beneficiosas que sean las ideas, no lle-
gan á aplicarse cuando la sociedad no esta bien pre-
parada para recibirlas: y por grandes que sean los
hombres, tampoco pueden hacer una revolución du-
radera, cuando el carácter y condiciones de los pue-
blos la rechazan. Por consiguiente, si la Reforma se
propagó con una rapidez tan asombrosa, seguramen-
te debieron estar los pueblos dispuestos para recibirla,
y existir causas más ó menos ajenas á la religión
que la favorecieron.
En efecto, el estado político de Europa, y princi-
palmente de Alemania, el estado religioso de los
pueblos del centro de Europa, y el favor de los prín-
cipes, de los sabios, del clero y del pueblo, y el mis-
mo carácter y hasta los vicios de Lutero, son otras
tantas causas que contribuyeron á la propagación
de la Reforma.
2. Estado político de Europa. L a política de
—142—
Europa en el siglo X V I , se comprende casi toda ella
en la guerra de la casa de Austria con la Francia.
Elegido emperador de Alemania Carlos V , bien
pronto surgió la rivalidad y la guerra con Francis-
co I, rey de Francia, que había sido desairado en sus
pretensiones á la misma corona. Para sostener esta
lucha gigantesca, los dos monarcas más poderosos
de Europa necesitaron concentrar sus fuerzas; y el
emperador además con sus pretensiones á la monar-
quía universal, procuró por todos los medios man-
tener la paz, y acallar otros motivos de guerra, con-
temporizando por esta causa tanto con la Reforma,
como con el Papa, aunque sin inclinarse demasiado,
ni á la una, n i al otro; con lo cual los reformadores
no encontraron por entonces obstáculo alguno á su
propaganda.
Más adelante Clemente VII, que temía el predomi-
nio de Carlos en Italia, se unió con su enemigo
Francisco I, por lo que el ejército imperial mandado
por el Condestable de Borbón, asaltó á Roma, y tu-
vo preso al Pontífice en el castillo de Santángelo.
Reunidas las fuerzas respectivas del emperador
y el rey de Francia con el interés del Pontificado, y
marchando de común acuerdo para destruir la Re-
forma, tal vez lo hubieran conseguido; pero dividi-
das estas fuerzas, y distraidas en aquellas guerras,
ni el Papa ni el Emperador pudieron ocuparse de la
cuestión religiosa, favoreciendo de esta manera los
progresos de la Reforma.
8. Estado religioso de Europa. Así como el es-
tado político de Europa fué un auxiliar poderoso pa-
ra la propagación de la Reforma, así también le fa-
voreció el estado de las creencias religiosas, bastan-
te decaídas en algunas naciones desde la Edad
media.
Procedía esto de las doctrinas sembradas por
Wiclef en Inglaterra, los Husitas en Alemania, y
—143—
los Valdenses y Albigenses en el Mediodía de la
Francia y regiones circunvecinas. L a Iglesia había
conseguido ahogar en sangre la voz de los herejes;
pero sus doctrinas habían penetrado en el corazón
del pueblo, y se mantenían vivas cuando Lulero
comenzó á predicar la Reforma. Y como entre unas
y otras había de común la condenación de los abu-
sos de la Iglesia, y la aspiración á restablecer la pu-
reza evangélica de los primeros tiempos del cristia-
nismo, la nueva doctrina fué perfectamente acogida
en todos aquellos pueblos, que creyeron encontrar
en ella la confirmación de sus creencias, y revivir
en los modernos reformadores la personalidad de los
antiguos herejes.
4. Estado poh'tico de Alemania. E l poder del
emperador era casi nulo en Alemania: los Prín-
cipes y grandes señores gozaban de una indepen-
dencia casi absoluta, y reunidos en la dieta cons-
tituían la soberanía del imperio. L a mayor parte de
estos señores se habían adherido á la Reforma, cu-
yas ideas les favorecían. Así es que Garlos V no po-
día oponerse abiertamente á la nobleza alemana, y
tuvo que respetaren consecuencia la Reforma, per-
mitiéndole toda la holgura necesaria para su desen-
volvimiento y propagación por todas las clases so-
ciales de Alemania.
Agréguese á esto que los turcos amenazaban á
Italia por el Mediterráneo, y penetraron en Hungría
en 1529. Garlos, para combatirlos, tuvo que pedir re-
cursos á los príncipes alemanes, y por esta causa
contemporizar con ellos en la cuestión religiosa.
De manera que la necesidad de tener fuerzas
siempre dispuestas para combatir á Francisco I, al
Papa y á los turcos, y la limitación del poder impe-
rial por la nobleza alemana, dificultaron grande-
mente la posición de Carlos V respecto de la Refor-
ma, que en muchos años no pudo tomar ninguna
—144—
medida importante para atajar su propagación.
5. Protección de los Principes alemanes d l a
Reforma. L a nobleza alemana, verdadera repre-
sentante del carácter libre ó independiente de los
germanos, había conservado su organización y su
prestigio de la época feudal, mientras que había su-
cumbido ante el poder de los reyes en las naciones
de raza latina. Por este espíritu individualista, ene-
migo constante de todo poder central, la aristocracia
alemana en su mayor parte odiaba la autoridad po-
lítica del Emperador, y la autoridad religiosa del
Pontificado: se amoldaba mejor á su manera de ser
y á sus ideas la completa libertad de la Reforma.
Así se comprende la decidida protección que otorgó
á Lutero el Elector de Sajonia, y la adhesión de casi
toda la nobleza á las nuevas ideas religiosas.
La misma protección encontró la Reforma en las
ciudades libres de Alemania, que gobernándose con
independencia, teniendo una aventajada ilustración
y grandes riquezas acumuladas por el comercio, se
veían amenazadas por el poder absorbente del impe-
rio, y favorecidas por la libertad de la doctrina de
Lutero.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que el es-
tímulo más poderoso que tuvieron los Príncipes y
las ciudades para adherirse á la Reforma, fué el de-
seo de apoderarse de los bienes secuestrados á las
iglesias en sus respectivos dominios, por cuyo me-
dio aumentaron considerablemente su poder y sus
riquezas.
6. Protección de los Sabios. L a Reforma en-
contró igualmente una protección decidida en los
sabios alemanes, y en todas las personas que con
tanto entusiasmo se dedicaban al renacimiento de
los estudios.
La Iglesia católica tiene sus misterios, y no tolera
la libre interpretación de los libros santos; a s í es
—145—
que castigaba á todos los que, llevados del espíritu
libre é independiente del renacimiento, intentaban
investigar el sentido de la Biblia, sometiéndola á dis-
cusión como se hacía con las obras científicas y lite-
rarias de Grecia y Roma; y llevaba en esta materia
sus escrúpulos hasta el punto de imponer castigos
severos por simples sospechas, como sucedió en
España.
Naturalmente, los que por esta causa más tuvie-
ron que temer los rigores de la Iglesia, fueron los
llamados humanistas, esto es, todos aquellos que
con entera libertad se dedicaron al estudio de la an-
tigüedad sagrada y profana. Y como esa libertad que
constituía el alma del renacimiento, no la podían en-
contrar en la Iglesia, y sí en la Reforma, todos ellos
desertaron del Catolicismo y se hicieron acérrimos
partidarios de las nuevas doctrinas, prestándoles el
valioso apoyo de su gran saber y de su poderosa
actividad intelectual. Entre estos debemos citar á *fiA
Erasmo de Rotterdára, tan notable por su inmensa \
erudición como por su ciencia profunda, que con su
elegante traducción del Nuevo Testamento, y otras
obras, popularizó en toda Europa las ideas de la Re-
forma; el amigo íntimo de Lutero, Melanchtón sabio
catedrático de lengua griega en la Universidad de
Wittemberg, de carácter dulce y contemporizador, y
que contribuyó eficazmente con sus obras á la orga-
nización de la iglesia luterana; Reuchlin, H u t t e n , ^ S
otros muchos hombres importantes del renacimiento,/
todos los cuales combatieron á los oscurantista^ yj
prestaron eficaz apoyo á las nuevas ideas religiosas. •
7. Protección del clero. L a Reforma encontró:
en el clero católico, uno de los elementos que m á s
favorecieron su desarrollo y propagación.
Varias causas contribuyeron á este resultado. E n
primer lugar el disgusto general de los Obispos con-
tra la corte de Roma, que les había despojado de
19
—146—
muchos derechos y grandes intereses que en otro
tiempo disfrutaban; otro tanto sucedía con el clero
secular, despojado de su prestigio y de sus ingresos,
por la protección, preeminencias y exenciones con-
cedidas á las ordenes mendicantes, que se habían
extendido de una manera extraordinaria por toda la
cristiandad. Por estas razones, así como por el ca-
rácter individualista y hostil á toda autoridad de la
raza germánica, los sentimientos religiosos se ha-
bían resfriado en el clero alemán, y mucho más to-
davía su devoción al Pontífice romano. A todo ello
hay que agregar la corrupción de costumbres, ex-
tendida de una manera lamentable, como en todas
partes, lo mismo entre el clero regular que en. las
ordenes monásticas.
Dispuesto así el clero contra la autoridad de Ro-
ma, la supresión del celibato por Lutero, como con-
trario á la naluraleza humana, fué recibida con en-
tusiasmo por gran número de sacerdotes y de frailes,
y aun algunos obispos, que por satisfacer sus pasio-
nes, abandonaron el catolicismo y se convirtieron
en ardientes defensores de la Reforma.
8. Protección del pueblo alemán. Las ideas de
libertad é independencia predicadas por los reforma-
dores, tuvieron un eco maravilloso en el pueblo i g -
norante de Alemania, preparado también de anti-
guo para recibirlas.
Durante la Edad media, la aristocracia feudal, así
los señores eclesiásticos como los seculares, habían
explotado y oprimido duramente al pueblo alemán,
como sucedió en las otras naciones. Pero al paso
que en estas, el pueblo, apoyado por los reyes, iba
sacudiendo la opresión de la nobleza, en Alemania
se perpetuó aquella opresión y quizá se había agra-
vado por el aumento de poder y autoridad que allí
obtuvieron los príncipes y señores. Esta tiranía se
hizo tan insoportable que mucho antes do la Refor-
—147—
ma, á fines del siglo X V y principios del X V I , hubo
terribles insurrecciones contra la nobleza, principal-
mente en la Suabia y en los Países Bajos.
Exaltado así el pueblo alemán contra los nobles,
recibió con entusiasmo las ideas de la Reforma, in-
terpretando el espíritu de caridad del Evangelio por
una igualdad absoluta en las personas, y mancomu-
nidad completa de bienes, y por la supresión de to-
da autorirlad civil ó religiosa.
9. C a r á c t e r de Lutero. Aun cuando las perso-
nas sean una cosa muy secundaria en las revolucio-
nes, es indudable que para hacerlas estallar, diri-
girlas y propagarlas, se necesitan ciertas condiciones
de carácter que pocos poseen, y que constituye la
gloria de los grandes hombres que con razón llevan
el nombre de revolucionarios, porque en ellos pare-
ce que se encarna y resume la vida y el alma de la
revolución.
Esto sucedía precisamente con Lutero que, sin ser
un sabio de primer orden ni un genio extraordina-
rio, reunía sin embargo todas las cualidades necesa-
rias para llevar á feliz término la Reforma. Juntá-
banse en él todos los defectos y buenas cualidades
del carácter alemán: era soñador y visionario, frió,
severo y tenaz; su franqueza dura, su carácter
enérgico le atrageron la simpatía del pueblo y de
todas las clases sociales. Era indudablemente el hom-
bre más apropósito para llevar á cabo aquella re-
volución, debiéndose en gran parte á sus cualidades
personales la portentosa propagación de la Reforma.
Por otra parte, el anunciarse aquella revolución
no como un cambio, sino como una reforma en las
creencias: la influencia decisiva de los escritos de
Lutero, especialmente la traducción del Nuevo Tes-
tamento en la lengua alemana, con cuyas obras
se educó el pueblo; todo ello contribuyó á aumentar
el ascendiente de las nuevas creencias, y á facilitar
de un modo extraordinario su propagación.
—148—
De cuanto hemos expuesto en esta lección se de-
duce que la rápida propagación de la Reforma fué
debida al estado de la política y de las creencias re-
ligiosas en Europa en la época de su aparición, y
más especialmente en Alemania: y á la protección
decidida que le otorgaron en este país los príncipes,
los sabios, el clero y el pueblo; contribuyendo al mis-
mo resultado las condiciones personales de Lutero.

RESÚMEN DE LA LECCIÓN XVII.

1. En menos de medio siglo se extendió la Reforma por la


mitad de las naciones de Europa. Para que tan rápidamente
se verificara su propagación, debieron estar los pueblos pre-
parados para recibirla, y existir otras causas más ó menos
extrañas á la religión, que la favorecieran.—2. Las guerras
de Carlos V con Francisco I y con el Papa, que constituyen
el hecho principal de la política europea en aquel tiempo,
y la concentración de fuerzas que necesitaba el emperador
para combatir á estos enemigos, le impidieron ocuparse
oportunamente de combatir la Reforma, que por esta causa
no encontró obstáculo alguno en su propagación.--3. El esta-
do de las creencias religiosas en Europa contribuyó también
al mismo resultado, por los gérmenes que habían dejado las
herejías de Wiclef en Inglaterra, de los Husitas en Alema-
nia y de los Valdenses y Albigenses en el Mediodía de la
Francia y países circunvecinos.—4. La limitación del poder
imperial por los príncipes y señores alemanes, y la necesi-
dad de contener las invasiones de los turcos, no le permi-
tieron ú Carlos V ocuparse en destruir en un principio la Re-
forma, favoreciendo de esta manera su propagación.—5. La
nobleza alemana, por su carácter individualista y por su
oposición á la autoridad del Emperador y del Papa, se adhi-
rió en su mayor parte á la Reforma; á lo cual contribuyó
también el deseo de apoderarse de los bienes secuestrados á
las iglesias. Perlas mismas razones aceptaron aquellas doc-
trinas las ciudades libres de Alemania.—6. Igual protección
prestaron á la Reforma los sabios partidarios, del renaci-
miento, porque en ella encontraban la libertad é indepen-
dencia que necesitaban en s.us investigaciones científicas y
religiosas, mientras que la Iglesia les prohibía la interpre-
tación de las Escrituras.-?. La hostilidad de los Obispos ale-
—149—
manes contra Roma, que les h a b í a cercenado sus antiguos
derechos, y las querellas del clero secular con las ó r d e n e s
mendicantes, favorecieron el desenvolvimiento de l a doc-
t r i n a luterana. Muchos de ellos se adhirieron á l a Reforma
porque h a b í a abolido el celibato.—8. E l p u e b l o a l e m á n , o p r i -
mido por l a aristocracia recibió con entusiasmo las ideas
de libertad é independencia de l a Reforma, i n t e r p r e t á n d o l a s
por una igualdad absoluta en las personas y en los bienes, y
por la s u p r e s i ó n de toda autoridad c i v i l ó religiosa.—9. P o r
ú l t i m o , c o n t r i b u y ó en gran manera á l a r á p i d a p r o p a g a c i ó n
de l a Reforma el c a r á c t e r de L u t e r o , que r e u n í a todos los de-
fectos y buenas cualidades del pueblo a l e m á n ; y que con sus
escritos c o n t r i b u y ó en gran manera á fijar el idioma y á l a
educación del pueblo.

LECCION XVIII.
C o n t i n u a c i ó n de l a Reforma.

i. Desórdenes en Alemania por causa de la Reforma.—


2. Confesión de Aicgsburgo.—S. Liga de Esmaleada. Paz
de Nuremherg.—4. Guerra civil y segunda guerra contra
los a n a b a p t i s t a s . — § . C o n t i n u a c i ó n de la guerra civil.
Batalla de Mulberg.—Q. E l Ínterin.—H. Mauricio de Sajo-
rna.—8. Tratado de P a s s á u . — 9 . la p a z de Augsburgo.—
10. Juicio sobre Lutero.

1. Desórdenes en Alemania por causa de la Re-


forma. Y a hemos visto que las sediciones popula-
res contra la aristocracia habían comenzado en Ale-
mania antes de la Reforma, formándose las dos
hermandades del Zapato y del pohre Conrado y
compuestas de varios pueblos de las orillas del R i n
y de la Suabia, y que tenían por objeto la defensa
común y reclamar derechos contra la nobleza.
Estas sublevaciones tomaron cuerpo por las pre-
dicaciones de Lutero, y la interpretación de igualdad
absoluta que dio á sus doctrinas el pueblo ignorante
de Alemania. Levantáronse primero los labradores
sin resultado alguno. E l doctor Carlostadt, seguido
—150—
del populacho, destruyó los altares y las imágenes,
suprimió la misa, y proscribiendo el bautismo de los
niños, estableció el de los adultos, de donde tomaron
sus partidarios el nombre de anabaptistas ó rebau-
tizantes. Expulsados de la Sajonia, se unieron con
el fanático Tomás Munzer, el primer discípulo de
Latero, que llamándose profeta, recorrió toda la
Alemania, predicando la igualdad absoluta, y exci-
tando á los pueblos á destruir la Iglesia y el Imperio,
derribando conventos y castillos, y destruyendo to-
do lo que podía representar alguna diferencia entre
los ricos y los pobres, los príncipes y los subditos,
los sacerdotes y los fieles. Por el mismo tiempo Hans
Muller, recorría el Mediodía de Alemania con nume-
rosas tropas de labradores, exigiendo por la fuerza á
los señores la renuncia de sus derechos feudales.
Lulero y Melanchtón procuraron corregir aquellos
excesos; pero sus escritos y exhortaciones, modera-
dos primero y violentos después, no dieron resultado
alguno; y fué necesario que uniesen sus fuerzas los
príncipes y caballeros, que consiguieron exterminar-
los en la batalla de Mülhausen, perdiendo la vida
en aquella contienda más de cien mil paisanos
2. Confesión de Augsburgo. Para proteger el
orden social tan sóriamente amenazado por los dis-
turbios anteriores, se unieron los príncipes católicos,
formando la liga de Dessau; y temerosos los parti-
darios de la Reforma, firmaron la unión de Torgau,
con lo que la Alemania se vió dividida por causa de
la religión en dos bandos ó fracciones enemigas, en-
tre los cuales no tardaría en estallar la guerra.
Ocupado Garlos V en sus guerras con Francisco I y
con los turcos, no pudo dedicar á los asuntos reli-
giosos la atención que merecían.
Sin embargo, la invasión de los otomanos en
Hungría, y la necesidad de concentrar sus fuerzas
para combatirlos, obligaron al emperador á pedir
—15] —
auxilio á los príncipes alemanes, procurando acallar
las cuestiones religiosas que los dividían con la reu-
nión de la dieta de Spira (1529), en la que se pro-
clamó la libertad de conciencia, prohibiendo la pro-
pagación de las doctrinas luteranas. Los partidarios
de la Reforma protestaron de esta prohibición, de
donde tomaron en lo sucesivo el nombre de protes-
tantes.
Al año siguiente (1530) resuelto Carlos V á ter-
minar las cuestiones religiosas de Alemania, reunió
á los católicos y á los protestantes en la dieta de
Augsburgo, á fin de que se pusieran de acuerdo en
sus creencias. Los protestantes presentaron su con-
fesión, redactada por Melanchtón y aprobada por
Lutero, en la que pretendían probar que no fundaban
una nueva Iglesia, sino que se proponían restituirla
á su pureza primitiva. Sin embargo, la avenencia
fué imposible; pues si bien estuvieron conformes en
los dogmas principales, no así en los puntos de disci-
plina, sosteniendo los protestantes que la Iglesia es
de institución humana, y por consiguiente que po-
día suprimirse toda la jerarquía eclesiástica, y sus-
tituirla de otra manera, y afirmando los católicos lo
contrario. La dieta, pues, declaró herejes á los pro-
testantes, concediéndoles hasta Abril siguiente para
renunciar á sus doctrinas y devolver los bienes á las
iglesias, sopeña de ser tratados con todo el rigor de
la ley.
3. Liga de Esmalcalda. Paz de Nuremberg. Pa-
ra prevenirse contra las disposiciones de la dieta de
Augsburgo, especialmente la que se referia á la res-
titución de los bienes secuestrados á la Iglesia, for-
maron los príncipes protestantes la liga de Esmalcal-
da, (1531) tomando parte en ella Felipe, landgrave
de Hesse-Cassel, Alberto de Brandeburgo, gran
maestre de la Orden Teutónica, que se había apode-
rado de los bienes de la Orden tomando el título de
—152—
duque de Prusia, Federico Elector de Sajonia, y otros
muchos príncipes alemanes, contando además con
la alianza de los reyes de Suecia y de Dinamarca,
con la de Enrique VIII, rey de Inglaterra, y la de
Francisco I, rey de Francia, el enemigo constante del
emperador. E l objeto de esta liga era defenderse
mutuamente contra cualquiera que inquietase á uno
de ellos por motivos de religión. Además protesta-
ron los confederados contra la elección de Fernando,
hermano de Garlos V , como rey de romanos, por ser
contraria á la Bula de Oro; cuyo hecho fué mal reci-
bido en Alemania, y fué la causa de que se uniesen
á la liga el Elector de Sajonia y el Duque de Ba-
viera.
Una nueva invasión de los turcos en Hungría obli-
gó al emperador á aplazar para más adelante la gue-
rra con los protestantes, concertando con ellos la
paz de Nuremberg (1532), por la cual se comprome-
tieron ambas partes á no apelar á las armas y á es-
perar á la reunión del próximo concilio general.
4. Guerra civil, y segunda guerra contra los
anabaptistas. Reunidos católicos y protestantes, con-
siguieron rechazar á los turcos más allá de sus fron-
teras; pero alejado este peligro, los protestantes se
propusieron restablecer á Ulrico, duque de Wurtem-
berg, expulsado por lá dieta, y cuyo Señorío admi-
nistraba el hermano del emperador. E l landgrave de
Hesse penetró en Suabia, venció al vicario austríaco
en Lauffén y restituyó el ducado á Ulrico. Sin em-
bargo, se firmó la paz de Cadán entre católicos y
protestantes, para reunir sus fuerzas contra otro
enemigo común, los rebautizantes ó anabaptistas.
L a secta de los anabaptistas debilitada, pero no
extinguida en la guerra anterior, aparece ahora más
numerosa y amenazadora bajo las órdenes de J u a n
de Leidén, ssisive holandés, que estableció la poliga-
mia y declaró la guerra á los católicos y á los pro-
—153—
testantes, eligiendo por teatro de sus hazañas la
ciudad de Munster en Wesfalia. Estos fanáticos mi-
serables derribaron iglesias y conventos, quemaron
todos los libros, excepto la Biblia, se repartieron to-
dos los bienes de los ricos, y se entregaron al mayor
desenfreno, dándoles ejemplo el mismo jefe Juan de
Leydén, proclamado profeta, sucesor de David y rey
del mundo entero. Tantos excesos cometieron, que
toda la Alemania se levantó contra ellos, pereciendo
la mayor parte en el sitio y toma de Munster, capi-
tal de aquel nuevo y extraño reino, y perdiendo la
vida el falso profeta en medio de horribles tormentos.
5. Continuación de la guerra x i v i l . Batalla de
Mulherg. E l Concilio Ecuménico se reunió por fin
(1545) en Trente, y desde las primeras sesiones se
perdió la esperanza de armonizar á los católicos y
protestantes. En el año siguiente murió el autor de
la Reforma, Martín Lutero, en su ciudad natal de
Esilebén, en Sajonia.
Los anatemas del Concilio que Carlos V estaba
dispuesto á sostener, decidieron á los protestantes á
tomar las armas, reuniendo un ejército poderoso al
mando del Elector de Sajonia y del landgrave de Hes7
se. Pero el emperador consiguió desbaratar sus pla-
nes en una sola campaña, alcanzando una victoria
decisiva en la batalla de MuTberg, (1547) caye
prisionero elElectory entregándose el landgrave;
lo cual quedó toda la Alemania del Norte en po
de Carlos, que castigó con severidad extrema á le)
vencidos.
6. E l interim. L a consternación producida en-
tre los protestantes por la batalla de Mulberg y la
prisión de sus dos jefes más caracterizados, hizo
creer á Carlos V que todos los demás se le somete-
rían con facilidad y que podría poner un término á
las querellas religiosas que desgarraban la Alemania.
Disgustado Carlos contra el Papa por las resolu-
20
—154—
ciones adoptadas en el Concilio de Trente, que hacían
imposible la concordia entre las dos religiones, por
la traslación de aquella asamblea á la ciudad de Bo-
lonia, y por la alianza de Paulo III con el rey de
Francia; orgulloso además el emperador por su triun-
fo sobre los protestantes, reunió la Dieta en Ausg-
burgo y sin contar con el Papa, se propuso hacer por
sí mismo una reforma en la Iglesia alemana, espe-
rando que se someterían á ella católicos y protestan-
tes, hasta la resolución definitiva del Concilio que
se había de restituir á Trente. Con este objeto publi-
có la profesión de fe conocida con el nombre de In-
terim de Augsburgo.
Todos recibieron con disgusto el acuerdo del em-
perador. Los católicos lo rechazaron porque se ha-
bía hecho sin la anuencia del Papa y porque se de-
jaban vigentes las doctrinas de los protestantes; y
en estos encontró también grande oposición, espe-
cialmente en las ciudades y entre los predicadores,
siendo sometidas aquellas por la fuerza y expulsados
estos, que se refugiaron en Magdeburgo.
7. Mauricio de Sajonia. Era Mauricio, duque
de la Sajonia Albertina, hábil político y entendido
general, y uno de los hombres más notables de su
tiempo. Dotado de una ambición desmedida, se había
enemistado con Juán Federico, Elector de Sajonia,
uno de los jefes de la liga de Esmalcalda, y abando-
nó el partido de los protestantes uniéndose con Gar-
los V , que le prometió mejorar su ducado, y conce-
derle el protectorado de Magdeburgo.
E l traidor Mauricio prestó grandes servicios al
Emperador, contribuyendo á la derrota de la liga de
Esmalcalda, en la batalla de Mulberg, y recibiendo
en recompensa el Electorado de Sajonia, qne había
tenido que renunciar Juán Federico, su enemigo.
Satisfecha su ambición, temió ahora Mauricio la au-
toridad imperial; y como antes había vendido á los
—155—
protestantes para adquirir el Electorado, se propuso
hacer traición al Emperador para consolidar su po-
sesión.
Encargado por Garlos V del ataque de Magdebur-
go, y teniendo á sus órdenes un poderoso ejército,
prolongó el sitio por todo el tiempo necesario para
aliarse secretamente con los protestantes y con el
rey de Francia, Enrique II. A l frente de sus tropas
atravesó Mauricio la Alemania para apoderarse del
Emperador, que sin la más leve desconfianza resi-
día en Inspruk. Una sedición en el ejército detuvo á
Mauricio veinte y cuatro horas, y este pequeño re-
traso salvó á Don Garlos, que á posar de estar en-
fermo, pudo escapar durante la noche, atravesando
las montañas del Tirol, cubiertas de nieve, y refu-
giándose en la Carintia.
8. Tratado de P a s s á u . La expedición atrevida
de Mauricio al Tirol, produjo la supresión del Con-
cilio de Trente. Su objeto había sido apoderarse de
Carlos V , para dar libertad á los príncipes prisione-
ros, fijar de una manera definitiva la reforma y va-
riar la constitución política del imperio; pero la Ale-
mania no estaba preparada para esta innovación,
pues los príncipes respetaban al Emperador, como
lo había manifestado el Elector prisionero, diciéndole
que le hacía la guerra por los asuntos religiosos,
pero que lo respetaba como Emperador.
Obligado por los acontecimientos, Carlos V encar-
gó á su hermano Fernando que negociara la paz con
Mauricio. Se concertó primero un armisticio, y se fir-
mó después el tratado de P a s s á n (1552), por el cual
quedaron en libertad los príncipes prisioneros, se
establecióla libertad de cultos y de conciencia en
Alemania, se derogó el Interim, las decisiones del
Concilio de Trente dejaron de ser obligatorias para
los protestantes, y se estableció la paz perpétua re-
ligiosa.
—156—
Mauricio de Sajonia, en guerra con Alberto de
Brandemburgo, perdió la vida en la batalla de Sie-
vershausen, á la edad de treinta y dos años (1553).
9. L a paz de Augsburgo. Convencido, bien á
su pesar, Garlos V , de que era imposible la unidad
política y religiosa por la que había luchado toda su
vida; comprendiendo irrealizable la avenencia de los
dos partidos por la extensión que había adquirido la
Reforma y las fuerzas de que disponían los príncipes
luteranos, y por lo adelantadas que llevaba sus se-
siones y sus acuerdos el Concilio de Trento; cansado
de tantas luchas y aquejado de enfermedad, auto-
rizó á su hermano para presidir la dieta de Augs-
burgo (1555) en la cual quedaron sancionadas las
concesiones hechas á los protestantes en el tratado
de Passáu, ortorgándoles además la propiedad de los
bienes eclesiásticos secularizados anteriormente, y
la igualdad de derechos políticos y civiles con los ca-
tólicos.
De esta manera la paz de Augsburgo vino á con-
solidar la Reforma, después de treinta y ocho años
de guerra constante para destruirla. Pero quedaron
entonces algunos puntos litigiosos, que dieron lugar
más adelante á la guerra de treinta años; tales fue-
ron el conceder la libertad religiosa solo á los lute-
ranos, y no á los sectarios de Zuinglio y de Galvino;
la prohibición del culto reformado fuera de los te-
rritorios de los príncipes protestantes, y la cuestión
de las reservas eclesiásticas que impedía en lo futu-
ro las secularizaciones, obligando á los eclesiásticos
á renunciar á sus beneficios antes de pasar al nue-
vo culto.
10. Juicio sobre Lutero. E n su carácter de re-
formador, Lutero no tiene la importancia que supone
esta palabra. Los verdaderos reformadores son los
que por su propio genio, por la universalidad de sus
ideas y por sus virtudes, han conseguido trasfor-
—157—
mar y refundir una sociedad; tales son, Zoroastro,
Confucio, Moisés, etc. Lutero no es un genio de pri-
mer orden; sus ideas y cualidades no se extienden
más allá de su nación; y si bién no era vicioso ni
criminal, sin embargo le faltó mucho de la virtud
austera que distingue á los verdaderos reforma-
dores.
Suele decirse que su estado le impidió llevar á cabo
la Reforma, y precisamente ese mismo estado era lo
que más le favorecía. Pero casándose para cumplir él
el primero con la abolición del celibato, se vulgarizó,
descendiendo á una esfera á que no llega n los grandes
reformadores. E n sus dudas sobre el éxito de la Re-
forma prueba que no tenía el genio necesario para
aquella empresa; sus grandes defectos eran la teme-
ridad y la falta de flgeza en sus propósitos; pero es
indudable que por su carácter y por sus cualidades
verdaderamente alemanas, fué el verdadero repre-
sentante de la idea de la Reforma, y de la acción
necesaria para llevarla á cabo. E l triunfo de la Re-
forma se explica por las circunstancias políticas y
religiosas de Europa, y por haber sido Lutero el re-
presentante de Alemania.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN X V I I I .

1. Las predicaciones de Lutero, mal interpretadas por el


pueblo, fueron causa de la rebelión de los anabaptistas, que
guiados por el fanático Tomás Munzer cometieron toda cla-
se de atropellos con objeto de establecer la igualdad absolu-
ta de todos los hombres, y fueron exteraiinados por los caba-
lleros'en la batalla de Mülhausen,— 2. En la dieta de Spira
se proclamó la libertad de conciencia, prohibiendo la pro-
pagación de las doctrinas luteranas: los que defendían la
Reforma protestaron de esta prohibición, de donde tomaron
el nombre de protestantes. En la dieta de Augsburgo presen-
taron los protestantes su confesión, pero no pudieron ave-
nirse con los católicos por cuestiones de disciplina, y fueron
—158—
declarados herejes.—3. Para defenderse contra los católicos
formaron los príncipes protestantes la liga de Esmalcalda.
Una invasión de los turcos pudo evitar la guerra religiosa,
firmándose por ambos partidos la paz de Nuremberg, com-
prometiéndose á no apelar á las armas y á esperar la reu-
nión del Concilio. —4. Alejado el peligro de los turcos, los
protestantes restablecieron en su ducado á Ulrico de W u r -
temberg, y se unieron con los católicos para combatir á los
anabaptistas, que á las órdenes de Juán de Leiden repitieron
los excesos y desmanes anteriores, hasta que fueron exter-
minados en el sitio y toma de su capital, Munster.—5. Reu-
nido el Concilio en Trento y perdida la esperanza de una
avenencia desde sus primeras sesiones, los protestantes ape-
laron á las armas, siendo derrotados en la batalla de M u l -
berg, y cayendo prisioneros el Elector de Sajoniay elLangra-
ve de Hesse.—6. Para restablecer la paz religiosa en Alema-
nia, el emperador se propuso hacer por sí mismo una refor-
ma, y publicó una profesión de fe, conocida con el nombre
de ínterim, que disgustó á los católicos y á los protestantes.
— 7. Mauricio de Sajonia, siendo protestante, se unió por
ambición con el emperador, combatió á sus correligionarios
en la batalla de Mulberg y recibió en rocompensa el Electo-
rado de Sajonia. Encargado del sitio de Magdeburgo, se pasó
á los protestantes, y se dirigió con su ejército á Inspruk pa-
ra apoderarse del emperador, que difícilmente pudo salvar-
se.—8. A consecuencia de esta expedición, se Armó el tratado
de Passán, por el cual se estableció la libertad de cultos y
de conciencia, quedaron en libertad los príncipes prisione-
ros, se derogó el Interim, y dejaron de ser obligatorias para
los protestantes las decisiones del Concilio de Trento. —
9, Convencido Carlos V de que era imposible restablecer la
unidad política y religiosa en Alemania, sancionó en la die-
ta de Augsburgo las concesiones hechas á los protestantes en
el tratado de Passáu otorgándoles además la propiedad de
los bienes eclesiásticos de que se habían apoderado, y la
igualdad de derechos con los católicos. — 10. Lutero nótenla
el genio, ni la universalidad de ideas, ni la virtud de los
grandes reformadores; pero su carácter y cualidades verda-
deramente alemanas contribuyó eficazmente al triunfo de la
Reforma,
— 159—
LECCIÓN X I X .
L a Reforma f u e r a de A l e m a n i a .
1. La Reforma en Suiza. Zuinglio.—2. Calvino en Ginebra.
—3 La Reforma en los Países Bajos.—é. La Reforma en
Francia.—5. La Reforma en Escocia.—6. El cisma en In-
glaterra.—1. La Reforma en Inglaterra.—8. La Reforma
en Suecia y Dinamarca.
1. L a Reforma en Suiza. Zuinglio. Un año an-
tes de aparecer la Reforma en Alemania, XJlrico
Zuinglio, cura de Glaris en Suiza, hombre instruido,
elocuente y entusiasta había comenzado (1516) á pre-
dicar una doctrina análoga á la de Lutero, conde-
nando la venta que hacía de las indulgencias el
franciscano Samsón, el culto idolátrico de la Virgen,
y los enganches de los suizos para las guerras ex-
tranjeras; pero hombre más práctico que el reforma-
dor alemán, Zuinglio se propuso principalmente la
reforma de las costumbres y de las obras, solo reco-
nocia lo enseñado expresamente por la Biblia, pre-
tendiendo de esta manera volver al pueblo á la sen-
cillez primitiva del cristianismo, suprimiendo la
jerarquía eclesiástica, y las ceremonias supersticio-
sas y dogmas absurdos, que según él habían con-
cluido con la piedad de los hombres sinceramente
religiosos. Sus doctrinas sobre la Eucaristía le hicie-
ron enemigo de Lutero y de los reformadores ale-
manes.
E l clero y el gran Consejo de Zurich adoptaron la
reforma de Zinglio, suprimiéndola misa y la mayor
parte de las ceremonias religiosas, el culto de las
imágenes y el celibato de los sacerdotes. Otro tanto
hicieron los cantonós de Basilea por la predicación
de Ecolampadio, discípulo de Zuinglio, y los de
Berna y Schaffousa. E n cambio los cantones cen-
trales, cuna de la libertad suiza, permanecieron fie-
les á la Iglesia, naciendo de aquí rencillas y querellas
—160—
religiosas que amenazaban con la ruptura de la
confederación y una guerra general entre los canto-
tones. Por un momento pudo conjurarse el peligro;
pero creciendo los desmanes de una y otra parte,
formáronse dos ligas, una católica y otra de los re-
formados, y después de una ligera tregua, estalló la
guerra, marchando Zuinglio á la cabeza de sus par-
tidarios. En la batalla de Cappel alcanzaron la vic-
toria los Católicos, perdiendo la vida Zuinglio, cuyo
cadáver fué quemado y arrojadas al viento sus ce-
nizas.
A consecuencia de esta derrota los reformados
pidieron la paz, que seles otorgó por los Católicos,
dejando á cada cantón el libre arreglo de sus asun-
tos religiosos.
2. Calvino en Ginebra. L a ciudad de Ginebra
había pertenecido al ducado de Saboya hasta que
se hizo independiente con la ayuda de los suizos
y del rey de Francia (1524); recibió de Berna, su
aliada, la reforma de Zuinglio, y obligó á su obispo
á renunciar la doble autoridad espiritual y temporal
que hasta entóneos había ejercido. A consecuencia
de las predicaciones de Farel, protestante francés,
el gobierno de la ciudad proscribió el catolicismo,
adoptando una profesión de fe redactada por el mis-
mo Farel.
Judn Calvino, natural de Noyón en Francia, teó-
logo y jurista, escritor infatigable, de carácter duro
y severo, de poca imaginación y mucha comprensión,
se hizo partidario de la Reforma escribiendo su obra
titulada Institución cristiana. Perseguido en Fran-
cia como hereje, pasó á Italia, trasladándose por fin
á Ginebra (1536) donde fué recibido con entusiasmo,
encargándole la enseñanza de la Teología. Por su
rigidez de principios y de costumbres fué expulsado
de Ginebra, permaneciendo tres años en Strasburgo
predicando su doctrina. A l cabo de este tiempo
—161—
(1541) fué llamado por los ginebrinos, y á fuerza de
energía y de violencia se formó un poder absoluto,
ejerciéndolo sin oposición hasta su muerte (1564).
Galvino, como Zuinglio, aplicó la reforma á las
costumbres y al gobierno; y á diferencia de Lute-
ro, que conservó la organización aristocrática, so-
metiendo la autoridad religiosa á la de los príncipes,
los reformadores suizos, y especialmente Galvi-
no, la hicieron depender del pueblo, con una cons-
titución democrática tanto en política como en reli-
gión. E n la doctrina de la justificación, interpretan-
do mal á San Agustín, afirmaba que los hombres
unos nacen destinados al bien y otros al mal, termi-
nando así en una predestinación fatalista. E n cuan-
to á la Eucaristía, no admite la presencia real de
Jesucristo, pero la acepta como un elemento religio-
so que presenta un símbolo de unión entre los hom-
bres en memoria de la cena. Respecto del culto,
desterró las imágenes y demás exterioridades, s i i ^ — 4
primió la misa, y lo dejó reducido á la oración y íos
salmos. Suprimió la jerarquía eclesiástica, enéar- y.
gando á los ancianos el nombramiento de los cijiras
ó pastores, y á unos y á otros, formando el Sínodoj
la autoridad legislativa. Su moral rigorista condímaAv
ba hasta los goces lícitos, por lo cual tuvo menoa^>
sectarios en las altas clases que en el pueblo.
Galvino fundó en Ginebra el gobierno teocrático
en toda su pureza, convirtiéndose él en Papa-rey, y
haciendo de su ciudad la Roma del calvinismo. Des-
apareció la corrupción de costumbres, sustituyéndo-
le un puritanismo exagerado: las faltas más leves
eran castigadas con penas terribles; entre otros el
médico español Miguel Servet fué quemado vivo por
haber emitido ideas nuevas sobre la Trinidad. Pero
es justo reconocer que bajo su gobierno adquirió G i -
nebra una importancia muy considerable. De allí sa-
lieron misioneros para todas partes: los herejes per-
21
—162—
seguidos en toda Europa, encontraron allí un asilo
seguro, y medios fáciles de publicar sus obras, mul-
tiplicándolas hasta el infinito la famosa imprenta de
los Estébanes.
E l calvinismo se extendió por el Mediodía de Fran-
cia, Holanda., la Alemania del Norte, por Escocia y
por las colonias inglesas en América.
3. L a Reforma en los Países Bajos. Las diez y
siete provincias de los Países Bajos habían pasado
con María de Borgoña á la casa de Austria. Por su
proximidad á Alemania desde muy temprano pene-
tró allí la reforma de Latero, y los anabaptistas de-
rrotados en Munster, se refugiaron en Holanda, don-
de fueron perseguidos y casi exterminados por orden
de Garlos V . Sin embargo, si las doctrinas luteranas
desaparecieron, en cambio se propagó el calvinismo
procedente de Suiza por la Alsacia, ó de la Gran
Bretaña.
Las nuevas doctrinas religiosas penetraron y se
extendieron en las siete provincias septentrionales
(Holanda), pero no tuvieron tanta acogida en las
otras diez meridionales (Bélgica). Varias causas i n -
fluyeron en este hecho. En primer lugar, por perte-
necer la Holanda á la raza germánica, y tener más
puntos de contacto y más relaciones comerciales con
la Alemania; por su situación especial, rodeada de
lagunas, y por la pobreza del país, que le daban un
carácter más independiente; y por haber tenido hom-
bres importantes é influyentes en la Reforma, como
Erasmo de Roterdám, Enrique de Borgoña, Juán de
Leidén y otros. L a Bélgica, por el contrario, perte-
nece á la raza latina, está más inmediata y tiene más
relaciones con Francia, y tenía entonces un clero
católico m á s importante, y una Universidad de Lo-
vaina completamente adicta á la Iglesia; todo ello
agregado á la permanencia de Felipe II en Ghateau
Cambresis, dió por resultado un carácter menos i n -
—íes-
dependiente que Holanda, y menos influencia de las
ideas protestantes.
Conocedor Carlos V de la constitución independien-
te de estas provincias, procuró no molestarlas du-
rante su reinado; pero su sucesor Felipe II, con me-
nos amor á estos países y con un carácter más ab-
soluto, aunque pudo tomar algunas medidas contra
la Reforma sin lastimar sus libertades, comenzó lle-
vando tropas españolas, y estableciendo la inquisi-
ción, originándose una larga y sangrienta lucha,
que dió por resultado la independencia de las siete
provincias del Norte, y la consolidación en ellas de
las doctrinas calvinistas, como veremos en otra lec-
ción.
4. La Reforma en Francia. Las doctrinas l u -
teranas penetraron en Francia, pero tuvieron esca-
sa influencia, y fueron después sustituidas por las
calvinistas. Sin embargo, la Reforma no llegó allí á
generalizarse como en otras naciones, porque el ca-
tolicismo estaba más arraigado en el pueblo de las
grandes ciudades, las riquezas y el poder del clero
eran menores, y menores también sus abusos y sus
vicios, y sobre todo porque la nobleza, que era la m á s
interesada en sostener la Reforma, había perdido
casi todo su poder desde el reinado de Luis X I . E l
calvinismo hizo muchos prosélitos en las clases ilus-
tradas, en la nobleza, y en el pueblo de las provin-
cias del Mediodía, donde habían dominado en otro
tiempo las herejías de los Valdenses y de los A l b i -
genses.
Harto despreocupado en creencias religiosas Fran-
cisco I, sometió el asunto de la Reforma á su conve-
niencia política. Cuando por sus guerras con Carlos
V , necesita la alianza de los protestantes de Alema-
nia, tolera la predicación de las doctrinas calvinis-
tas en Francia; y cuando hace la paz con el Empe-
rador, manda degollar á los pacíficos valdenses de l a
—164—
Provenza. Su sucesor Enrique II, persiguió con gran
rigor á los protestantes, pero la persecución fué im-
potente, y los edictos y los suplicios, en lugar de dis-
minuir, aumentaron los sectarios de las nuevas
creencias. En los reinados siguientes, mezclándose
las cuestiones religiosas con la política, se origina-
ron conspiraciones y crímenes horrendos, y una
larga y sangrienta guerra civil, terminando con la
existencia legal de las nuevas doctrinas, que sin em-
bargo tuvieron siempre en Francia escasa represen-
tación.
5. L a Reforma en Escocia. Debilitado el trono
de Escocia por la larga minoría de Jacobo V, pene-
traron allí las ideas de la Reforma, con un carácter
de fanatismo más exaltado que en las otras nacio-
nes, y una forma democrática, con el apoyo, sin em-
bargo, de la nobleza turbulenta por odio á la autori-
dad real. El casamiento de Jacobo con María de Gui-
sa, y las medidas rigorosas del cardenal Beatón,
arzobispo de San Andrés, contra los partidarios de
las nuevas doctrinas, aumentaron la irritación ge-
neral de los partidos.
Las querellas políticas y religiosas tomaron grande
incremento durante la medor edad de María Stuardo
y la regencia de su madre María de Guisa. En aquel
tiempo se organizó la nueva iglesia suprimiendo la
jerarquía y el culto católico, no admitiendo más que
los simples sacerdotes, presbíteros fpresbiterianis-
mo), ni más prácticas que la oración y la lectura de
los salmos. Los más exaltados y más rigoristas en
el culto, formaron el partido numeroso de los Puri-
. taños, que favorecidos por Inglaterra asesinaron á
Beatón para vengar los suplicios de sus correligio-
narios.
Juán Knox pasó de Ginebra á Escocia, se puso á
la cabeza del movimiento religioso, introduciendo
un calvinismo enemigo del poder temporal y del es-
—165—
piritual: sus fanáticos sectarios destruyeron las imá-
genes, iglesias, y todos los símbolos del catolicismo,
cubriendo la Escocia de sangre y de ruinas. Por úl-
timo, María Stuardo se vio obligada á someter la
cuestión religiosa al Parlamento, y este proscribió el
culto católico, sustituyéndole con el Présbiterianis-
mo; sin embargo, los nobles que se habían apodera-
do de los bienes de las iglesias, se negaron á renun-
ciarlos, como pretendía Knox, en favor del nuevo
culto.
6. E l cisma en Inglaterra. Enrique "VIH, du-
rante la primera época de su reinado, abandonó las
riendas del gobierno en manos del célebre cardenal
Wolsey, procuró mantener el equilibrio europeo
aliándose unas veces con Carlos V y otras con Fran-
cisco I, y se mostró adicto á la Santa Sede, merecien-
do el título de Defensor de la fe por sus escritos en
refutación de las doctrinas ele Lutero.
Casado Enrique VIII con Catalina de Aragón,
hija de los Reyes Católicos y tia del Emperador
Carlos V , se propuso anular su matrimonio pa-
ra casarse con A n a Bolena, dama de la reina, á
pretexto de que Catalina había sido antes esposa de
su hermano Arturo, y no había obtenido del Papa la
dispensa del parentesco. E l Papa Clemente V I I , es-
timando injusta aquella pretensión, y no queriendo
disgustar á Don Carlos, se opuso resueltamente al
divorcio; pero Enrique V I H autorizado por Gran-
mer, arzobispo de Cantorbery y por algunas Univer-
sidades, se separó de Catalina y se casó con Ana
Bolena.
Excomulgado por el Papa, consiguió Enrique que
el Parlamento le proclamase jefe supremo déla Igle-
sia de Inglaterra, facultándole para suprimir las ór-
denes monásticas y confiscar los bienes de los con-
ventos. Todos los obispos de Inglaterra prestaron al
rey el juramento de supremacía; solo el Obispo-Car-
—166—
denal Fisher, y el eminente y virtuoso canciller To-
m á s Moro, se negaron á aprobar el divorcio y á re-
conocer la supremacía religiosa del rey, y fueron de-
capitados. Desde entonces Enrique VIII dió rienda
suelta á sus pasiones, cometiendo toda clase de vio-
lencias y tiranías. Tuvo seis mujeres, de la cuales
repudió á Catalina de Aragón y Ana de Cléveris;
mandó al cadalso á Ana Bolena y á Catalina Howard;
quiso hacer lo mismo con Catalina Parr; y Juana
Seymour murió al dar á luz al príncipe que fué des-
pués Eduardo V I .
El Parlamento inglés adoptó el bilí de los seis ar-
tículos, 6 bilí de sangre, como le llamaron los protes-
tantes, por el cual se mandaba reconocer bajo pena
de muerte los principales dogmas de la fe católica.
Entóneos comenzó una horrible persecución contra
los protestantes por sus errores, y contra los católi-
cos porque eran adictos á la Santa Sede. E n pocos
años perecieron 72.000 personas de todas clases y
condiciones, confiscando sus bienes en provecho del
rey, que gastó tesoros inmensos en insensatas pro-
digalidades.
Por estos medios consumó Enrique VIII el cisma
de Inglaterra, ó sea'la separación de la Iglesia angli-
cana de la obediencia de Roma, pero conservando
en todo lo demás la religión católica.
7. L a Reforma en Iglaterra. Las medidas vio-
lentas de Enrique VIII contra los protestantes solo
habían servido para multiplicar su número y aumen-
tar su fe y su constancia. E l regente Sommerset,
que había educado en los principios del calvinismo
al joven Eduardo V I , trabajó activamente en favor
del protestantismo, suprimiendo la misa y los dias
festivos, ordenando el uso de la Biblia en lengua
vulgar y la comunión bajo las dos especies, y resta-
bleciendo la supremacía del rey como jefe de la re-
ligión.
—167—
- De esta manera, Inglaterra, que durante el reina-
do de Enrique VIII había sido cismática, pero orto-
doxa, se convirtió al protestantismo en el de su hijo
Eduardo VI. Warwick, sucesor de Sommerset, tole-
ró la propagación de la Reforma, porque necesitaba
el auxilio de los protestantes para realizar su plan
político de trasmitir la corona, por muerte de Eduar-
do V I , á Juana Grey, biznieta de Enrique V I I , en
perjuicio de María Tudor, hija de Enrique V I I I y de
Catalina de Aragón. En efecto, Juana fué proclama-
da en Lóndres; pero á la vez lo fué también María
en Norfolk; y al cabo de doce dias, abandonada aque-
lla por todos sus partidarios, incluso el mismo War-
wick, cayó en poder de María que la encerró en la
Torre de Lóndres, y la hizo decapitar en unión con
su marido Dudley, y de su suegro Warwick.
María Tudor, católica ferviente, restableció en In-
glaterra el catolicismo. Comenzó su reinado devol-
viendo á sus sedes á los obispos desposeídos, y reno-
vando las antiguas relaciones de la Iglesia de Ingla-
terra con el Pontiflcado. Para llevar á cabo su plan
de restauración del catolicismo, mandó quemar en
Oxford á Cranmer y á sus amigos, condenando al mis-
mo suplicio á un gran número de protestantes de to-
das condiciones, por lo cual le han llamado los in-
gleses María la Sanguinaria. Casada con su primo
Felipe II de España, y tal vez por consejo de este,
se extremaron más las medidas de rigor contra los
protestantes. Disgustada por el desvío de su esposo,
y profundamente sentida por la pérdida de la plaza
de Calais, y por los progresos de la herejía, murió
joven aún, dejando el trono á su hermana Isabel,
hija de Ana Bolena.
Educada Isabel en el protestantismo, á poco de
subir al trono fué reconocida por el Parlamento co-
mo gobernadora suprema de la Iglesia y del Estado^
y anuló todas las leyes religiosas del reinado ante-
—168—
rior. Todos los Obispos católicos, menos uno, se ne**
garon á reconocer la autoridad religiosa de la reina,
pero en cambio la mayor parte del clero inferior le
prestó el juramento de fidelidad. Isabel depuso á los
católicos de los cargos públicos, desterrándolos y
confiscándoles sus bienes; y últimamente renovó las
hogueras de María Tudor, pereciendo en ellas los
más obstinados disidentes.
Por el bilí de los treinta y nueve artículos quedó
organizada la Iglesia anglicana, conservando le j e -
rarquía episcopal, con dependencia del monarca co-
mo jefe de la religión.
8. L a Reforma en Suecia y Dinamarca. L a Re-
forma penetró en Suecia en el reinado de Gustavo
Vasa. Exhausto el erario por la rapacidad de Gristián
II de Dinamarca, se apoderó Gustavo de una parte
de las rentas del clero, que había defendido hasta
entónces á los reyes daneses. A l mismo tiempo per-
mitió la explicación de la Biblia en lengua vulgar.
Por último, en la dieta de Westcras (1527) fueron
secularizados los bienes de la Iglesia, incorporándo-
los en su mayor parte á la corona; se acordó la se-
paración de la Iglesia romana; y en el Concilio de
Erebro se organizó la reforma, adoptando las doctri-
nas luteranas, pero manteniendo la jerarquía y la
mayor parte de las ceremonias del culto católico. Co-
mo hecha principalmente por el rey, la reforma de
Suecia vino á consolidar el absolutismo de la monar-
quía.
En Dinamarca comenzaron á extenderse las ideas
luteranas en el reinado de Cristián II. Su sucesor
Federico I proclamó la libertad religiosa y adoptó la
Reforma: la dieta de Odensea suprimió el celibato de
los clérigos y sometió los obispos á la autoridad del
rey; y la de Copenhague (1530) aprobó la confesión
de fe de los protestantes dinamarqueses. Cristián III
suprimió la jerarquía eclesiástica, despojando á los
—169—
obispos de sus bienes y de su autoridad temporal y
espiritual, fundando en sustitución siete superinten-
dencias para los asuntos religiosos.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN X I X .

1. Zuinglio predicó en Suiza una doctrina semejante aun-


que más práctica que la de Lutero, que fué adoptada en los
cantones do Zurich, Berna, Basilea y otros. De aquí se ori-
ginó una guerra entre los cantones católicos y los partida-
rios de la Reforma, siendo estos derrotados y muerto Zuin-
glio en la batalla de Cappel.—2. Calvino en Ginebra aplicó
la reforma á las costumbres y á la política, estableciendo
con severidad el gobierno teocrático en toda su pureza. Su
moral rigorista castigaba hasta las faltas más leves, habien-
do quemado vivo al español Servet por sus ideas sobre la
Trinidad. En su tiempo adquirió Ginebra una gran impor-
tancia, viniendo á ser como la Roma del protestantismo.—
3. En los Países Bajos se extendió primero la doctrina de Lu-
tero, y despuás la de Calvino, principalmente en las siete
provincias septentrionales. Felipe II, para sofocar la Refor-
ma, mandó tropas ó introdujo la Inquisición, originándose
una guerra que dió por resultado la independencia de las
siete provincias y la consolidación del calvinismo.—4. En
Francia se extendióel Calvinismo, muy especialmente en las
provincias meridionales, donde había dominado en otp»-""-|s
tiempo la herejía de los Albigenses. Francisco I sometió los
asuntos religiosos á su conveniencia política, Enrique II per-
siguió inútilmente la Reforma; y por fin las nuevas doctri-
nas adquirieron existencia legal en tiempo de EnriqueÍV.-v
5. En tiempo de Jacobo V penetró en Escocia la Refárm
que se organizó en forma democrática en la menor edad <\.e
María Estuardo, no admitiendo más que los simples sa
dotes (presbiterianismo). Juan K n o x introdujoel calvinismo
y destruyó todos los símbolos del catolicismo. El Parlamen-
to proscribió el culto católico, sustituyéndole con el presbi-
terianismo.—6. Enrique V i l ! , que había merecido el titulo de
defensor de la fe, se apartó de la obediencia de Roma porque
el Papa no quiso aprobar su divorcio con Catalina de Ara-
gón y su matrimonio con Ana Bolena. Reconocido por el
Parlamento jefe de la Iglesia anglicana, persiguió y sacri-
ficó á católicos y protestantes, consumando por estos me-
dios el cisma de Inglaterra.—?. En tiempo de Eduardo V I , el
regente Sommerset favoreció la Reforma, haciendo lo mis-
22
—ITO-
mo por sus miras p o l í t i c a s sn sucesor W a r w i c k . M a r i a Tu-
dor r e s t a b l e c i ó el Catolicismo persiguiendo cruelmente á los
protestantes, y su hermana Isabel r e n o v ó el protestantismo,
persiguiendo á su vez á los Católicos, conservando l a j e r a r -
quía episcopal con dependencia del monarca,—8. E n Suecia
p e n e t r ó el luteranismo en el reinado de Gustavo Vasa, que
i n c o r p o r ó á la corona los bienes de las iglesias, pero conser-
vando l a j e r a r q u í a episcopal. E n Dinamarca p r o c l a m ó
Federico l i a l i b e r t a d religiosa y a d o p t ó la Reforma. C r i s -
tian III s u p r i m i ó l a j e r a r q u í a y despojó á los obispos de su
autoridad espiritual y temporal.

LECCIÓN X X .
Consecuencias de la Reforma.
L Diferencias é n t r e l a s Iglesias protestantes.—2. Diferen-
cias é n t r e l a Reforma y el Catolicismo.—3. Consecuencias
de la Reforma.—4. Consecuencias religiosas inmediatas.
—5. Consecuencias políticas.—Q. Consecuencias lejanas.
—7. E n el orden intelectual—S. E n el orden p o l í t i c o y
en el religioso.

i . Diferencias entre las iglesias protestantes.


Aun cuando la base de la Reforma era la libre inter-
pretación de la Biblia, y por ello se originaron desde
un principio muchas sectas, todas ellas pueden
agruparse en tres sistemas; el luteranismo, que se
extendió por el Norte de Alemania, en Dinamarca y
en Suecia; el calvinismo, dominante en Suiza, Fran-
cia, Países Bajos y Escocia; y el anglicanismo en In-
glaterra.
Las principales diferencias entre esas tres comu-
niones se refieren á la disciplina. L a jerarquía ecle-
siástica fué conservada casi completa por el angli-
canismo, sin más que sustituir la autoridad del P a -
pa por la del Rey: en el luteranismo sufrió grandes
modificaciones, y el calvinismo la suprimió por com-
pleto, estableciendo la igualdad de todos los miem-
bros del clero.
En cuanto á las relaciones de las Iglesias con los
—171—
poderes temporales, los luteranos y los anglicanos
subordinaron la Iglesia al Estado, perdiendo con
ello la independencia necesaria á su ministerio;
sacudieron la autoridad espiritual del Papa y se la
concedieron á los reyes, contribuyendo así al des-
potismo de la monarquía: en cambio la Iglesia calvi-
nista no estaba sometida al Papa, ni al Rey, y pudo
conservar su libertad é independencia y mayor pres-
tigio sobre los pueblos.
Respecto de la Eucaristía los calvinistas y los an-
glicanos rechazaban enteramente el dogma de la
transubstanciación, admitiéndola como una simple
conmemoración de la Cena;y los luteranos rechaza-
ban la conversión del pan y el vino en cuerpo y san-
gre de Cristo, pero admitían su presencia en el Sa-
cramento.
2. Diferencias de la Reforma y. el Catolicismo.
A parte de estas diferencias que separaban entre
sí á las tres Iglesias reformadas, coincidían estas en
varios puntos que á su vez las separaban del Cato-
licismo.
Las Iglesias protestantes no admitían como fuente
de fe, más que la Escritura libremente entendida
por la razón individual, rechazando la creencia de
los católicos sobre la Tradición, los Santos Padres,
y los Concilios en cuanto no se conforman con aque-
lla. Tenían además la creencia común de la justifi-
cación por la gracia, siendo la fe y devoción á Jesu-
cristo la sola causa de la salvación, en la que nada
pueden influir las obras buenas ó malas de los hom-
bres: exagerando esta doctrina enseñó Calvino la
predestinación y el fatalismo.
Respecto á los siete sacramentos de la Iglesia
católica, los protestantes solo admitían dos, el bau-
tismo como una promesa de educar al bautizado, y
la comunión en las dos especies como un recuerdo
de la Cena; pero ninguno de ellos era necesario para

m•
—172—
la salvación: y rechazaban los otros cinco por ser
de institución humana/Condenaban igualmente la
invocación de la Virgen y de los Santos, no admi-
tiendo entre Dios y el hombre más Medianero que
Jesucristo.
En cuanto al culto, suprimieron la misa y todos
los actos exteriores del catolicismo, admitiendo úni-
camente la lectura y explicación de la Biblia. Por
último, los sacerdotes perdieron su carácter sagra-
do, y el celibato dejo de ser obligatorio. Tales son
los puntos principales en que se separaron los pro-
testantes del catolicismo.
3. Consecuencias de la Reforma. L a revolución
religiosa del siglo X V I , atacando lo m á s íntimo que
hay en el hombre, que son las creencias, produjo re-
sultados importantes no solo en el orden de la reli-
gión, sino también en lo relativo al gobierno y á la
soeiedad; que no es posible variar las ideas de los
hombres, sin que con el tiempo se modifiquen tam-
bién la vida entera de la sociedad.
Entre estas consecuencias hay unas que se des-
arrollan á raiz de la misma Reforma, y van ordina-
riamente acompañadas de la violencia que es inhe-
rente á toda revolución, siendo con frecuencia aje-
nas y contrarias á la índole del hecho que les da
nacimiento; y otras que en el transcurso del tiempo
se desarrollan pacíficamente, y son las que más se
conforman con el espíritu y carácter de la Reforma.
Es decir, que en este, como en todos los grandes he-
chos históricos, si se quiere formar un juicio des-
apasionado y completo, hay que distinguir las con-
secuencias próximas ó inmediatas, y las remotas ó
lejanas.
4. Consecuencias religiosas inmediatas de la
Reforma. Las consecuencias inmediatas de la Re-
forma en el orden religioso, se reducen á cuatro:
1.a, la separación de varias naciones de la obedien-
—173—
cia de Roma y de la doctrina católica; 2.a, conver-
tirse la religión en base social y política de los Esta-
dos; 3.a, aumentarse la fuerza y el poder de la In-
quisición; y 4.a, la institución de la Compañía de
Jesús.
Por la primera consecuencia quedaron separa-
das de la obediencia de Roma la mitad de las na-
ciones de Europa. Con esta ruptura, y con la se-
paración de la Iglesia griega por el Cisma de
Oriente, se producen dos girones en la religión ca-
tólica, desapareciendo la unidad de creencias de la
Edad media. A pesar de todo, estas religiones con-
servan un punto de unidad, y es que todas parten de
la doctrina de Jesucristo, si bien esa doctrina es
creída de diverso modo: así se puede decir que toda
Europa no es cotólica, pero es cristiana. Esta ruptu-
tura produce otra división dentro de los mismos Es-
tados, por haberse establecido en ellos la libertad de
conciencia, y l a libertad de cultos, esto es, que á
nadie se pueda perseguir porque profese estas ó las
otras creencias, y dé culto á unas ú otras doctrinas.
Desde luego se comprenden las ventajas de la
unidad de creencias que aumentan el orden, la fuer-
za y energía de las naciones, sobre la multiplicidad
que lleva consigo la división, la lucha y la debilidad.
Para que la unidad produzca esos beneficios, ha de
estar arraigada en el tiempo pasado, y ha de ser es-
pontánea, universal é incontrastable. Pero cuando
la fe desaparece, la libertad de conciencia y de cultos
es un gran bien, porque satisface la necesidad de
creencias en los pueblos, y evita que estos caigan
,en el escepticismo y la incredulidad.
La segunda consecuencia de la Reforma en el or-
den religioso consiste en identificarse la religión
con los Estados, tanto en los pueblos católicos como
en los protestantes. E n efecto, siendo la religión lo
m á s íntimo y lo que más afecta al hombre, y exalta-
—174—
das las creencias en aquel tiempo por efecto de la
lucha, no es extraño que influyesen en el gobierno
y en las instituciones de los Estados, viniendo á re-
flejarse en todos ellos el carácter de la religión que
profesaban. Así se observa que la religión de Galvi-
no determinó la constitución de Ginebra, de Holanda
y de Escocia: la luterana fijó la posición de los prín-
cipes alemanes: y en Inglaterra las instituciones y
el Estado, todo está identificado con la religión an-
glicana. El mismo hecho puede notarse en los Esta-
dos católicos, como sucedió en España identificándo-
se por completo la política y la religión en tiempo de
Felipe II.
Las dos últimas consecuencias religiosas de la
Reforma, ó sean, el aumento de fuerza y poder de
la Inquisición, y la fundación de la Orden de los Je-
suítas, serán examinadas con más detención en la
lección siguiente.
5. Consecuencias políticas de la Reforma. Tres
son las principales consecuencias inmediatas de la
Reforma en el orden político: 1.a, las guerras civiles
y políticas que de ella se originaron; 2.a, la inde-
pendencia de algunos Estados; y 3.a, el carácter ab-
soluto que toman los gobiernos en todas la naciones.
En cuanto á la primera, sabido es que por causa
de la Reforma comienzan las luchas y persecuciones
interiores en Inglaterra en tiempo de Enrique VIII,
y se continúan cada vez más encarnizadas en los
reinados siguientes; interviniendo también aquella
nación en las guerras de Francia y España, por mo-
tivos igualmente religiosos. En Alemania, á causa de
la Reforma, la guerra civil se hace general por mu-
chos años en todos los Estados. Otro tanto sucedió
en Francia hasta Enrique IV, y aun después; en Espa-
ña no hubo que lamentar la guerra civil, porque aquí
no se introdujo la Reforma; pero también por moti-
vos religiosos tuvo que sostener Felipe II la guerra
—175—
desastrosa de los Países Bajos, é intervenir en las
guerras interiores de Francia. De manera que puede
asegurarse que todas las guerras que afligieron á
Europa hasta la de Treinta años fueron causadas
en primer lugar por la Reforma.
Respecto á la segunda consecuencia política de la
Reforma, algunos Estados se hicieron independien-
tes, y otros perdieron parte de su territorio. Así se
vio que en Alemania los príncipes aumentaron su
poder y su independencia del Imperio: el ducado de
Prusia, que antes pertenecía á los caballeros teutóni-
cos, fué secularizado por Alberto de Brandemburgo,
bajo la protección de Polonia. Por otro lado Ginebra
se hizo independiente de Saboya, y los Países Bajos
sacudieron la dominación española. Todos estos he-
chos tuvieron su principal fundamento en la Re-
forma.
Hemos dicho que la tercera consecuencia política
de la Reforma es el carácter absoluto que adquieren
los gobiernos, así católicos como protestantes. Se ha
creido, y es un error, que los países protestantes ha-
bían adquirido la libertad con la Reforma, y que por
no haberla admitido se había consolidado el despotis-
mo en los países católicos. L a negación de la autori-
dad en el orden espiritual llevaba inevitablemente á
la negación de la autoridad en el orden social; y con
el tiempo había de contribuir á la emancipación de
los pueblos y á su libertad. Pero los reformadores
no pensaron siquiera en tan lejana consecuencia;
antes al contrario, todos ellos contribuyeron con sus
doctrinas á aumentar el despotismo de los gobiernos
y de los reyes, otorgándoles el poder espiritual ade-
más del temporal que de derecho les corresponde.
E n esta época y por tales razones se hizo despótico
el gobierno de los reyes de Inglaterra, de Suecia y
Dinamarca; el de los príncipes alemanes; y sucedió
lo mismo hasta en los países democráticos, convir-
—176—
tiéndese Calvino en dictador absoluto de Ginebra, ti-
ranizando Zuinglio á la Suiza, y los Statouders á la
Holanda.
Y es natural que así sucediera, tanto en los países
católicos como en los protestantes. E l interés de
aquellos por conservar su religión, les hacía forzo-
samente enemigos de los segundos, que también es-
taban interesados en conservar y propagar la Re-
forma. Esta mutua enemistad dio margen á largas y
sangrientas guerras, que hicieron necesaria la con-
centración de todos los poderes en los jefes de los
Estados, para poder repeler á los enemigos.
Tales son las consecuencias que en el orden políti-
co se derivaron inmediatamente de la Reforma.
6. Consecuencias lejanas de la Reforma. Todas
las revoluciones producen á la larga consecuencias,
en las que no pensaron, ni pudieron pensar los mis-
mos que la llevaron á cabo: consecuencias que por
lo mismo no pueden atribuirse á los revolucionarios,
sino al estado de la sociedad, á las aspiraciones de
los pueblos, y que en realidad constituyen el verda-
dero fondo y carácter de esas revoluciones: conse-
cuencias que desarrollan pacífica y ordenadamente
los principios generadores de cada revolución; con-
secuencias estables y duraderas, á diferencia de las
inmediatas, que por lo mismo que son violentas, son
también efímeras y pasajeras, siempre accidentales
y á veces contrarias al espíritu y á la índole propia
de las mismas revoluciones.
Todas las revoluciones conmueven profundamen-
te la sociedad, mucho más las religiosas por cuanto
afectan á lo que hay de más íntimo en el hombre,
que son sus creencias, en las que por esta razón es-
tán todos interesados: después de esas conmociones
la sociedad se encuentra modificada, ha adquirido
un nuevo modo de ser, una nueva vida, desarrollán-
dose con arreglo á otros principios y otras ideas, an-
—177—
íes desconocidas. Esos principios y esas ideas que á
la larga implanta la Reforma en la vida de la socie-
dad, constituyen las consecuencias lejanas de aquel
hecho que ahora nos corresponde examinar.
7. Consecuencias lejanas de la Reforma en él
orden intelectual. L a Reforma estableció como ba-
se y principio fundamental de las creencias el libre
examen, ó sea la lectura é interpretación de los l i -
bros sagrados por todos los hombres, según el cri-
terio de cada uno, y con entera independencia de
toda autoridad. Este principio representa la emanci-
pación de la razón humana de todo poder espiritual
ó religioso; y naturalmente ejerció una influencia
decisiva en la cultura intelectual europea, que re-
viste después un carácter libre é independiente, ori-
ginado del libre examen. Descartes, proclamando la
libertad filosófica, y G-rocio, estableciendo la libertad
de los mares y del comercio, y el derecho natural y
de gentes, son un eco fiel de la Reforma.
Pero donde mejor se muestra la influencia del l i -
bre exámen es en la Filosofía del siglo X V I I I . Los
fllosófos alemanes adoptan como base de sus inves-
ligaciones ideas humanas, ideas del hombre y de la
naturaleza, sin atenerse á una autoridad superiorj \
y prescindiendo por completo de la divinidad. De es4 \
ta manera el libre exámen vino á convertirse en el\ V
racionalismo, negando toda revelación. Los encielo-
pedistas franceses invocan el mismo principio de la
Reforma para combatir la religión y negar á los re-
yes el derecho de gobernar á los pueblos.
Este movimiento libre intelectual contribuyó á
desenvolver en el clero protestante la crítica sagra-
da; ó sea, el estudio de los libros sagrados con solo
el auxilio de la razón individual, sin cortapisa de
ningún género, principalmente en Alemania.
No se olvide, sin embargo, que la Reforma en un
principio fué un obstáculo al desarrollo intelectual.
23
—178—
Los sabios abandonaron los estudios clásicos para
ocuparse exclusivamente de cuestiones teológicas,
como en los tiempos de la escolástica; y los artistas
desaparecieron por el furor de las persecuciones re-
ligiosas.
8. Consecuencias lejanas en el orden palitico, y
en él religioso. El racionalismo nacido de la Refor-
ma produjo dos resultados prácticos de la mayor im-
portancia en el orden político: primero, la indepen-
dencia de los Estados Unidos, llevada á cabo por los
ingleses calvinistas que, perseguidos eu su patria,
se refugiaron en América, implantando allí las ideas
de libertad é independencia de la Reforma, sacu-
diendo al fin la dominación de su metrópoli; y se-
gundo, la Revolución francesa, que no fué otra cosa
más que la aplicación al orden social y político de
los principios religiosos de la Reforma.
Por otra parte, el socialismo derivado inmediata-
mente de la Revolución francesa, tiene su primera
causa en las ideas de la Reforma. Gomo el imperio
romano se propuso educar á los pueblos, y estos lo
destruyeron, y la Iglesia educó á los reyes y á las
naciones, y estos le arrancaron su autoridad: así
también los reyes desde el siglo X V I extienden la
educación á todas las clases, especialmente á la cla-
se media, y esta arrancó su poder á los reyes en la
Revolución francesa; esta clase media ha educado
desde entonces á las masas, que á su vez reclaman
hoy el dominio de la sociedad.
En el orden religioso la Reforma dió lugar al jan-
senismo del siglo XVII, que es una nueva forma del
protestantismo; y al mismo tiempo imprimió en el
regaüsmo un carácter marcadamente hostil á la au-
toridad del Pontífice, como sello de la influencia de
las ideas protestantes.
Entre las. consecuencias lejanas de la Reforma an
el orden religioso, deben contarse además, la líber-
—179—
tad de conciencia y de cultos, den tro de las religio-
nes cristianas, que hoy existe en todas las naciones
civilizadas, no por gracia ó centrado pasajero, sino
en virtud del derecho natural: la indiferencia é in-
credulidad en materias religiosas, y la subordina-
ción de estas á las sociales y políticas; por último,
la sustitución de la moral cristiana por el derecho
natural y de gentes en las relaciones internacio-
nales.
Tales son las consecuencias próximas y lejanas
que produjo la Reforma religiosa del siglo XVI.

RESÚMEN D E L A LECCIÓNXX.

1. Las iglesias protestantes, luterana, calvinista, y angli-


cana, se diferencian en la jerarquía eclesiástica, en sus re-
laciones con los poderes temporales, y en el dogma de la
Eucaristía.-^2. Las iglesias reformadas se diferencian del
Catolicismo en las fuentes de la fe, en la doctrina de la jus-
tificación, en el número y caráter de los Sacramentos, en las
formas exteriores del culto,, en el carácter sagrado y en el
celibato de los sacerdotes.—3. Las consecuencias de la Re-
forma, como de todos los grandes hechos históricos, son
unas próximas ó inmediatas y otras lejanas y más ó menos
remotas.—4. Las consecuencias inmediatas de la Reforma
en el orden religioso fueron, la separación de la mitad de
las naciones de Europa de la obediencia de Roma, convertir-
se la religión en base social y política de los Estados, aumen-
tar el poder de la Inquisición y fundarse la compañía de
Jesús.—5. En el orden político la Reforma dió por resulta-
dos, las guerras civiles y políticas que duraron hasta la de
30' años, el hacerse independientes algunos Estados, como la
Prusia, Ginebra y Holanda, y el adquirir todos los gobiernos
un carácter absoluto, tanto en los países católicos como en
los protestantes.—6. Como todas las revoluciones, la Refor-
ma tuvo consecuencias lejanas, que no se pueden atribuir á
sus autores, sino al Estado de la sociedad; y que por lo mis-
mo que son más duraderas, sirven para caracterizarla c(m
más exactitud que las próximas ó inmediatas.—7. Las con-
secuencias en el orden intelectual tiene su origen en el prin-
cipio de libre exámen, cuyo espíritu se refleja después en las
obras de Descartes, de Grocio, de los filosófos alemanes y de
—1 S O -
los enciclopedistas franceses del siglo X V I I I . — 8 . E n el orden
político fueron consecuencia de los principios de la Refor-
m a , la independencia de los Estados Unidos anglo-america-
nos, y la Revolución francesa; así como el desarrollo del so-
cialismo: y en el orden religioso tuvieron el mismo origen
el jansenismo, el c a r á c t e r especial que adquiere el regalis-
mo, la libertad de conciencia y de cultos, la indiferencia en
materias religiosas, y l a s u b o r d i n a c i ó n de estas á las p o l í -
ticas.

LECCIÓN X X I .
L a Reforma Católica.

1. L a Reforma del Catolicismo.—2. Tentativas de reconci-


l i a c i ó n con los protestantes.-3. L a Inquisición y el índice.
—4. Los Jesuítas: su origen y o r g a n i z a c i ó n . — 5 . Juicio
sobre la Compañía de Jesús.—6. Concilio de Trento.—l. E l
Pontificado después del Concilio.—Nuevas Ordenes re-
ligiosas.

1. L a Reforma en el seno del Catolicismo. A


pesar de las continuas excitaciones que se hicieron
á los Papas y á los Concilios del siglo X V y principios
del X V I para que llevasen á cabo la Reforma que
la Iglesia necesitaba, esta reforma no se realizó en
tiempo oportuno por la inexplicable apatía de algu-
nos Pontífices, por olvidarse otros de lo que más in-
teresaba á la Iglesia, embebidos como estaban en
asuntos ajenos á ella, como era el Renacimiento, y
por mezclarse todos más de lo que convenía en
aquellas circunstancias en los asuntos políticos de
Europa. Así es que con estas demoras, la revolu-
ción que debió verificarse pacíficamente en Roma,
estalló de una manera violenta en Alemania, cogien-
do desprevenido alPontiflcado, en que pocos años vio
separarse de su obediencia la mitad de las naciones
que hasta aquel tiempo habían pertenecido al cato-
lisismo.
E l trastorno y la gravedad de tales hechos sacaron
al fin al Pontificado de su lamentable confianza, ha-
—181—
ciéndole pensar y obrar más sériamente para con-
servar el depósito sagrado de la fe católica que les
estaba confiado, en aquellas naciones que aun per-
manecían fieles á Roma, y luchar por atraer aquellas
otras que habían aceptado las doctrinas de los re-
formadores. Con este objeto, los Pontífices Paulo III
y I V , Pió IV y V y Sixto V , realizaron la reforma de
la disciplina en la Iglesia, restablecieron la pureza
de costumbres en el clero, y consiguieron reanimar
la fe debilitada de los pueblos católicos: y con este
fin se reunió el Concilio de Trente, y se aplicó la
Inquisición y fué fundada la orden , de los Jesuítas.
Por estos medios se realizó, aunque tarde, la reforma
de la Iglesia católica, y se prepararon los elementos
necesarios para luchar con el protestantismo.
2. Tentativas de reconciliación con los protes-
tantes. Verificadas en el Catolicismo las principa-
les reformas en las costumbres y en la disciplina,
cuya necesidad había sido el arma de que se habían
valido para su disidencia los protestantes, disminu-
yeron las diferencias que separaban las dos comu-
niones, y pudo esperarse una reconciliación entre
ellas, mucho más por la virtud y la prudencia de
que estaban adornados los cardenales consejeros de
aquellos Papas, entre los cuales Contarini admitía
el dogma de la justificación por la gracia, base fun-
damental del protestantismo.
L a concordia era deseada no solo por el Pontifi-
cado, sino también por el Emperador y tal vez por
el mismo Lutero. Reunióse con este objeto el colo-
quio de Ratisbona (1541) representando Contarini al
Papa, y M>lanchthon á los protestantes. E l acuer-
do entre ellos en punto á religión fué casi completo;
pero se frustró toda esperanza de arreglo por la i n -
tervención de los príncipes que no estaban dispues-
tos á renunciar los bienes secuestrados á las Iglesias
en los veinte y cuatro años que llevaba de existen-
cia la Reforma.
—182—
3. L a Inquisición y el Index. Perdida toda es -
peranza de conciliación con los protestantes, el Pon-
tificado se preparó á la defensa del catolicismo con-
tra la herejía, restableciendo la Inquisición, fundan-
do la congregación del Indice, y aprobando la orden
de los Jesuítas.
L a inquisición fué instituida en 1542 por Paulo
III, estableciéndose el tribunal superior en Roma,
compuesto de seis inquisidores generales, encarga-
dos de inquirir y castigar los delitos de herejía tan-
to en Italia como en las otras naciones. Su autori-
dad era ilimitada, alcanzaba á todas clases de
personas, y podían imponer hasta la pena de muer-
te y confiscación de bienes.
Entóneos comenzó una implacable persecución
contra los herejes y sospechosos, que alcanzó á un
cardenal y á varios obispos, y que llevó á la hogue-
ra á un gran número de personas de condición infe-
rior. Y como la mayor parle de los contaminados
de herejía se encontraban en las clases ilustradas,
que con libre pensamiento se habían dedicado á cul-
tivar las antiguas literaturas, la Inquisición disol-
vió las academias, prohibió elexámen de las cosas
de fe y se proscribió toda idea nueva; con lo cual
desaparecieron los literatos y los artistas italianos,
unos porque fueron víctimas del Santo Tribunal, y
otros porque tuvieron que huir de su patria, y bus-
car más seguro asilo en las naciones extranjeras.
Para completar la obra de exterminio de las nue-
vas ideas, se estableció la congregación del Indice
(Index librorum prohibitorum), aumentándose con-
siderablemente el Catálogo de los libros prohibidos,
fundándose á la vez la censura eclesiásticaj por la
cual no podía imprimirse ninguna obra sino con per-
miso de los inquisidores. De esta manera Concluyó
la vida literaria de Italia, tan notable á principios
de aquel siglo; y esto unido á la servidumbre políti-
—183—
ca que sobre ella ejercía la casa de Austria, dio por
resultado la extinción completa de toda fuerza viva,
y la ruina de la moralidad y de la civilización.
4. Los Jesuitast su origen. No nacen, ni mucho
menos se desarrollan las instituciones, sino cuando
llenan una verdadera necesidad social; y esto preci-
samente sucede con la aparición de la Orden de los
Jesuítas, llamada también Compañía de Jesús, ó sim-
plemente la Compañía, que se presenta cuando la
herejía de los protestantes amenazaba invadir toda
la Europa y acabar con el catolicismo. Entónces apa-
rece esta orden, cuya misión especial fué combatir
el protestantismo y defender el Pontificado.
Fundóla San Ingnacio de Loyola, noble guipuzcoa-
no, soldado español herido en el sitio de Pamplona
por los franceses. Después de visitar la Tierra Santa
como peregrino, se dedicó al estudio de la filosofía y
teología en Alcalá, Salamanca y en París; y reunién-
dose con otros seis compañeros se propuso fundar
una nueva milicia de Cristo, uniendo á los tres vo-
tos monásticos de las otras ordenes, el de obedien-
cia absoluta al Pontificado. Las constituciones fueron
aprobadas por el Papa Paulo III en 1540.
L a organización de la Compañía de Jesús tie-
ne por bases principales la obediencia absoluta de
los inferiores á los superiores y la renuncia de todos
los vínculos que unían á sus individuos con sus fa-
milias y con el mundo, para no tener otra familia ni
patria más que la Compañía. Los Pontífices prodiga-
ron á manos llenas los privilegios y exenciones á
los Jesuitas; y estos, abandonando la vida pasiva y
retirada de las otras ordenes, se dedicaron á la pre-
dicación, á la enseñanza, á las misiones, en una pa-
labra, se apoderaron de todos los medios que podían
aumentar y hacer efectiva su influencia en la so-
ciedad.
Organizadas las funciones de todos los individuos
—184—
de una manena admirable, y asegurada con leyes
severas la disciplina de la orden, los Jesuítas comen-
zaron á llenar su misión con el beneplácito de los
reyes y de los pueblos, y en pocos años se extendie-
ron por todas las naciones católicas de Europa, esta-
bleciéndose además en las colonias americanas, en
la India, en el Japón y en la Etiopía.
5. Juicio sobre la Compama de Jesús. Se han
emitido los juicios más contradictorios sóbrela Com-
pañía de Jesús, según las ideas político-religiosas
de los autores,creyendo unos que es la institución más
perniciosa que se ha conocido en, la historia, y ase-
gurando otros que ha prestado los servicios más
eminentes á la Iglesia y á la civilización. Para juz-
garla nosotros con imparcialidad y acierto en la
época de su origen y primer desenvolvimiento, que
es lo que ahora nos corresponde, procuraremos des-
prendernos de la pasión que ciega lo mismo á sus de-
fensores que á sus detractores; considerándola con
arreglo al espíritu y circunstancias del siglo en que
nació, dejando para más adelante el examinarla á
las luces de la civilización de nuestros tiempos.
La Iglesia católica había sufrido un rudo embate
con la Reforma, que en pocos años le arrebató la mi-
tad de los pueblos europeos. Para conseguir este re-
sultado los reformadores se habían fundado en la
ignorancia y corrupción del clero, y en la relajación
de la disciplina durante la Edad media. L a fuerza
de las armas había sido impotente para contrarres-
tar aquella revolución: las ideas protestantes cun-
dían por todas partes, y amenazaban concluir con la
autoridad de la Roma católica, como los pueblos bár-
baros, de la misma procedencia, destruyeron la Ro-
ma imperial. E n estas circustancias aparece la or-
den de los Jesuítas, uniéndose íntimamente desde su
origen con el Pontificado y acometiendo la colosal
empresa de combatir en todos los terrenos á los ene-
—185—
migos de la Iglesia para sacar triunfante el catolicis-
mo romano.
Para conseguir este propósito la Compañía de Je-
sús echó mano de todas las armas que la especiali-
dad de aquella lucha hacía indispensables. A la pre-
dicación de los protestantes, opuso la predicación
de las verdades del catolicismo: adquirió una ilus-
tración muy superior á la que tenía el clero de su
tiempo, para poder combatir mejor á sus ilustrados
enemigos: y se apoderó de la enseñanza de la ju-
ventud, como el medio más seguro de consolidar su
triunfo sobre las doctrinas invasoras del protestan-
tismo.
Seguramente tales medios eran los más apropia-
dos para conseguir su objeto; y así se vió, en efecto, A I
que mientras hasta entonces la marcha de las ideas | \|
protestantes había sido irresistible, los jesuítas no
solo la detienen, sino que consiguen arrancarle una
buena parte de sus conquistas: habían nacido para
combatir las nuevas doctrinas, y alcanzaron sobre
ellas una victoria completa; se propusieron defender
al Pontificado, y consiguieron sostener su autoridad/-
en Europa, y extenderla hasta los países más re-
motos.
Tales son los hechos que la historia consigna én
el período que ahora nos ocupa, y que nadie que de
imparcial se precie, podrá contradecir. Los Jesuítas^'v
como todas las instituciones, en sus primeros tiem-
pos llenaron perfectamente su misión; y por lo mis-
mo que esta misión era grande y extraordinaria,
también lo fué la gloria que por ello les correspon-
de. Pero ia Compañía reprodujo después la eterna
historia de todas las instituciones humanas. Su gran
victoria sobre el protestantismo le había traido glo-
ria, prestigio, privilegios y riquezas siu cuento, in-
fluencia en todas las clases de la sociedad y un po-
der que parecía incontrastable; y toda esta grande-

—186—
za acabó por corromper aquella Orden, apartándola
de los fines primitivos de su institución; y á los sa-
grados intereses de la religión católica que antes
defendía, sucedió después la defensa de los propios
intereses, la conservación y aumento de sus rique-
zas y de su poder, y la dominación del Pontificado.
Y alejándose de los fines de su instituto, hubo de
modificar los medios de que disponía, encaminando
ahora la predicación, y la enseñanza, y las misiones,
y toda su inmensa esfera de acción, al dominio de
los pueblos hasta el punto de alarmar con razón á
los príncipes y gobernantes que, al fin consiguieron
del Pontificado la supresión de la Orden en sus do-
minios respectivos.
Las instituciones que al concluir su misión no des-
aparecen, y procuran perpetuarse, vienen á ser un
anacronismo en la historia, se bastardean sus fines,
se corrompen los medios, se hacen odiosas á la so-
ciedad que concluye por deshacerse de ellas pacífica
ó violentamente, según las circunstancias. Esto pre-
cisamente ha sucedido á los Jesuitas.
6. Concilio de Trento. Para llevar á cabo la Re-
forma de la disciplina de la Iglesia, tan deseada por
todos los buenos católicos, reunió por fin el Papa
Paulo III un Concilio general en Trento (1545), en
el que tuvieron representación todas las potencias
católicas, pero al que no quisieron concurrir los pro-
testantes., por tener en él una mayoría considerable
los prelados italianos, y porque las votaciones fue-
ron por cabezas y no "por naciones, con lo cual que-
dó predominante la inñuencia italiana, y por consi-
guiente el Papa. A l año siguiente de su istalación
(1546) temiendo la influencia del Emperador en sus
decisiones, fué trasladado el Concilio á Bolonia, y
restablecido en Trento cinco años después (1551) por
el Papa Julio III. A los pocos meses se dispersó el
Concilio al aproximarse los protestantes mandados
—187—
por Mauricio de Sajonia. Con una suspensión de diez
añoSj se volvió á abrir en Trento (1562) terminán-
dose á poco sus sesiones en el Pontificado de Pió IV
(1563).
En este concilio se revisaron los dogmas católicos,
no para modificarlos, sino para determinarlos con
más precisión, despojándolos de las sutilezas y os-
curidades que había impreso en ellos la escolástica.
Fueron condenadas las doctrinas protestantes sobre
la gracia y la justificación, manteniendo la necesi-
dad de los siete Sacramentos, que son la base de la
religión cotólica, y restableciendo los dogmas nega-
dos por los protestantes sobre la Eucaristía, la con-
fesión, el purgatorio y las indulgencias: se declara-
ron canónicos los libros de la Escritura, y la tradi-
ción de la Iglesia, y fué reconocida la Vulgata como
la sola traducción auténtica de la Biblia.
Aparte de la cuestión dogmática, el concilio in-
trodujo reformas importantes en la disciplina de la
Iglesia y en las prácticas religiosas: se restablecie-
ron muchas leyes antiguas echadas en olvido, y se
corrigieren muchos abusos; con cuyas medidas me-
joraron las costumbres del clero, se cercenaron sus
riquezas y se modificaron los escándalos de los Obis-
pos, y se reanimó en todas partes el espíritu reli-
gioso.
En lo tocante á la jerarquía eclesiástiea, el Papa
fué considerado como el jefe de los Obispos y su au-
toridad acatada como única y suprema en toda la
cristiandad. Se le reconoció como infalible en las co-
sas de fe, y como único juez en materias de discipli-
na. Por estos medios la constitución aristocrática de
la Iglesia en la Edad media, se cambió en monár-
quica por el Concilio de Trento, quedando perfecta-
mente asegurada la autoridad suprema del Pontifi-
cado, y fijándose en el catolicismo el carácter de
unidad é inmutabilidad que le distingue, en oposi-
— 188—
ción á la libertad y variedad del protestantismo*
7. E l Pontificado después del Concilio de T r e n -
te. Las modificaciones introducidas en la Iglesia por
el Concilio de Trente fueron completadas por los
tres Pontífices que ocuparon á continuación la S i -
lla de San Pedro, que fueron Pió V , Gregorio XIII
y Sixto V .
Pió V , introdujo la Inquisión en varios Estados
italianos, procuró con energía mejorar las costum-
bres del clero secular y regular, persiguió severa-
mente los errores en la fe y hasta la infracción de
las prácticas exteriores, y promovió la Cruzada con-
tra los turcos, terminada en la gloriosa batallado
Lepante. Siguió el mismo camino el piadoso Grego-
rio XIII, que hizo célebre su Pontificado por la refor-
ma del calendario Juliano (1582) y del derecho canó-
nico, promovió la instrucción del clero y protegió
los estudios orientales; si bien no tuvo energía bas-
tante para reprimir el desórden y el bandolerismo
en los Estado romanos, y se le censura el haber ce-
lebrado con un Te Deum la matanza de los hugono-
tes en la noche de San Bartolomé.
E l más célebre de los Papas de aquel siglo fué
Sixto V , que de pastor de ganado, entró en un con-
vento de franciscanos, y por sus talentos y sus vir-
tudes fué Inquisidor, Cardenal y últimamente ele-
vado á la Silla pontificia. Reprimió con tanta ener-
gía el desórden en sus Estados, que á los dos años
quedaron libres de criminales, y perfectamente ase-
guradas las comunicaciones. Embelleció á Roma con
un magnífico acueducto, erigió el obelisco de Calí-
gula, enriqueció la biblioteca del Vaticano, mandó
hacer varias ediciones de la Biblia en diferentes
idiomas, fomentó la industria y socorrió á los pobres,
dejando sin embargo al morir un tesoro considera-
ble en el castillo de San tángelo. No descuidó tampoco
Sixto V los asuntos religiosos, llevando á cabo con
—189—
la misma severidad la reforma de las órdenes mo-
násticas y fijando el número de cardenales en 70 con
la organización que han conservado hasta el presen-
te. En suma, Sixto V vivió aborrecido por sus con-
temporáneos, pero la posteridad le ha hecho justi-
cia, admirando la entereza de su carácter y la rec-
titud de sus intenciones.
8. Nuevas órdenes religiosas. A u n ántes de la
reforma de la Iglesia católica en el Concilio de Tren-
te, se habían introducido modificaciones importantes
en las antiguas órdenes religiosas, extirpando gran-
des abusos y poniéndolas en armonía con el espíritu
de los nuevos tiempos. Así fueron reformados los
Gamaldulenses en 1522, tres años después los fran-
ciscanos capuchinos; y por el mismo tiempo se es-
tablecieron los teatinos y los bernardos. En todas
estas reformas se observa una tendencia á la vida
activa, á ejercer su ministerio en beneficio de la so-
ciedad.
Después del Concilio de Trente aparecieron nuevas
órdenes, en las que se procuró atender con prefe-
rencia á la cultura intelectual, á los arranques del
corazón y á la caridad: tales fueron, los benedictinos
de San Mauro y los solitarios de Port-Royal; la re-
forma de los Carmelitas por Santa Teresa, y las
monjas de la Visitación por San Francisco de Sales;
y las órdenes de San Juán de Dios y de San Vicente
de Paul.
Por tantos y tan variados medios se llevó á cabo
la reforma en el seno mismo de la Iglesia católica,
desterrando abusos, mejorando las costumbres, y
reanimando en todas partes el espíritu religioso, la
fe y la caridad evangélica.
—190—
RESÚMEN DE L A LECCIÓN X X I .

1. Excitados por la gravedad de los acontecimientos reli-


giosos de la Reforma protestante, se decidieron al fin los
Pontífices á llevar á cabo la Reforma en la Iglesia, para ver
de conservar el catolicismo en las naciones que todavía aca-
taban á Roma, y atraer aquellas otras que habían aceptado
la doctrina protestante.—2. Intentóse una reconciliación
entre la Iglesia y el Protestantismo, pero el coloquio de R a -
tisbona, verificado con este objeto, no dió resultado alguno,
por la oposición de los Príncipes á desprenderse de los bienes
que habían secuestrado á las Iglesias.—3. Para evitar la
introdución de las doctrinas protestantes en Italia, se esta-
bleció el tribunal de la Inquisición, con facultades extraor-
dinarias para perseguir á los herejes y á los sospechosos, y
la congregación del Indice, encargada de señalar los libros
prohibidos.—4. La Orden de los Jesuítas fué fundada por San
Ignacio de Loyola: ¡su base principal, es la obediencia abso-
luta á los superiores; y su fin combatir la herejía y defender
el Pontificado. Los Papas les concedieron privilegios y exen-
ciones, y los pueblos y los Reyes los recibieron con satisfac-
ción y los colmaron de riquezas.—5. Los Jesuítas llenaron
perfectamente su misión en un principio defendiendo herói-
camente al Pontificado, combatiendo á los herejes, y exten-
diendo hasta los países más remotos el catolicismo; pero con
la prosperidad vino la corrupción, y apartándose de sus fines
primitivos, se hicieron dignos de general reprobación, sien-
do expulsados de todas las naciones católicas.-^6^ Para lle-
var á caoo la reforma de la Iglesia se reunió el Concilio ge-
neral de Trente, que determinó los dogmas, condenó la doc-
trina protestante sobre la gracia, confirmó la necesidad de
los siete sacramentos, declarando á la vez como fuente de
la fe la tradición, lo mismo que la Escritura. A l mismo
tiempo se reformó la disciplina, y se reconoció la autoridad
soberana del Papa sobre los Obispos en toda la cristiandad.
—7. Después del Concilio de Trente, el Papa Pió V continuó
mejorando las costumbres del clero y persiguió los errores
en la fe y hasta la infracción de las prácticas religiosas:
Gregorio X I I I reformó el Calendario y el derecho canónico;
y Sixto V reprimió con mano fuerte los desórdenes en sus
Estados, introdujo mejoras en Roma, socorrió á los pobres y
reformó las órdenes monásticas.—8. Antes del Concilio de
Trente se habían reformado la orden de los Camaldulenses y
la de los Franciscanos y se establecieron l a de los Teatinos y
la de los Bernardos. Después del Concilio se fundaron la de
los Benedictinos de San Mauro, la de Santa Teresa, la de San
Juán de Dios, y otras.
—191—
LECCIÓN XXII.
Primeras guerras entre Carlos V
y F r a n c i s c o I.
1. Carlos Y y Francisco I.—2. Rivalidad entre estos dos
personajes.-~3. Los Comuneros de Castilla.—4. Primera
guerra entre Carlos y Francisco. Conquista del Milane-
sado.—S. Batalla de Pavía. Prisión del rey de Francia.—
6. Segunda, guerra. Saqueo de R o m a . ~ l . Paz de Cam-
bray.
1. Carlos V y Francisco I. E l hecho más no-
table de la primera mitad del siglo XVI, aparte de
la Reforma, es la lucha entre la casa de Austria y
la Francia, representando á la primera Garlos V, y
á la segunda su rey Francisco I.
Garlos V, por la muerte de su abuelo, Fernando
el Católico, y por la incapacidad de su madre, doña
Juana la Loca, heredó (1516) la corona de España
con Ñápeles y Sicilia en Italia, varias plazas en la
costa de Africa, y los países del Nuevo Mundo, re-
cientemente descubiertos y comenzados á conquis-
tar. Francisco % de la casa de Angulema, ocupó el
trono de Francia (1515), á la muerte de Luis XII, y
prosiguiendo las guerras de sus antecesores en Ita-
lia, venció á los suizos en la batalla de Mariñán y
se apoderó del Milanesado; hizo paz perpetua con
los vencidos, y un concordato con León X , en vir-
tud del cual los bienes del clero que constituían la
tercera parte de la propiedad territorial de Fran-
cia, quedaron á disposición de la monarquía, pero
abolida la Pragmática Sanción,, se perdieron las
últimas libertades en las elecciones eclesiásticas,
por lo cual fué mal recibido en Francia el Concor-
dato, especialmente por la Universidad y el Parla-
menta De esta manera aumentó considerablemen-
te el poder absoluto de los reyes de Francia.
Entre Garlos y Francisco se ürmó el tratado de
—192—
Noyón (1516) estableciendo una liga ofensiva y
defensiva; y Francisco concluyó también sus dife-
rencias con el emperador Maximiliano en el trata-
do de Bruselas (1518).
2. Rivalidad de Carlos V y Francisco I. Aun
cuando la corona imperial era un título sin Esta-
dos, representaba no obstante el antiguo imperio
de Carlomagno; y por esta razón, á la muerte del
emperador Maximiliano (1519) solicitó Francisco I
los votos de los electores, pero fueron rechazadas
sus pretensiones, tanto por su carácter despótico
como por su condición de francés, siempre antipá-
tica á los alemanes. Garlos, que además de su he-
rencia materna, reunia ahora por la muerte de su
abuelo los Estados de Austria y los Países Bajos,
como herencia de su abuela María de Borgaña, ob-
tuvo los sufragios de los electores, y fué nombrado
emperador de Alemania, partiendo de aquí su riva-
lidad con el rey de Francia.
Además de esta causa fundamental, otras de ín-
dole diferente aumentaron la antipatía entre los dos
monarcas. Carlos, como heredero de la casa de Bor-
goña, se creia con derecho al ducado de este nom-
bre, y como emperador pretendía el Milanesado;
Francisco, como rey de Francia, estaba en posesión
de la Borgoña, y por derecho y por conquista do-
minaba en Milán. Por otra parte, el carácter opues-
to de estas dos personajes, frió, calculador y reser-
vado el uno, expansivo, leal y caballeresco el otro;
la ambición de ambos á preponderar en Europa, y
el proyecto que tal vez sin razón se atribuye á Gar-
los V de fundar una monarquía universal; todo esto
contribuyó á aumentar entre ellos la rivalidad, que
se tradujo por una larga y sangrienta guerra entre
la casa de Austria y la Francia, que se prolongó
por espacio de dos siglos.
Las fuerzas con que contaban eran aparente-
—193—
mente muy desiguales, pero en realidad se diferen-
ciaban poco. Los dominios de D. Garlos eran más
extensos, pero estaban repartidos en Alemania, E s -
paña é Italia, separados por grandes distancias y
con naciones enemigas interpuestas; teniendo ade-
m á s que luchar con oposiciones interiores, como lo
eran los protestantes en Alemania, los Comuneros
y los fueros provinciales en España; y frente á otros
enemigos exteriores, como los turcos, que amena-
zaban al Austria, y los berberiscos que infestaban
el Mediterráneo con sus piraterías. En cambio el
rey de Francia tenia su territorio unido y bien si-
tuado para combatir con facilidad los diferentes
Estados de su enemigo., y disponía sin oposición de
todas las fuerzas de su reino.
3. Los Convuneros de Castilla. Nombrado em-
perador de Alemania Carlos V , y necesitando dinero
para los gastos de coronación, reunió las Cortes en
Santiago de Galicia, y no accediendo los Procurado-
res á lo que pedia, las trasladó á la Coruña, donde
con dificultad pudo obtener algunos recursos. Don
Carlos marchó á Alemania, resentido por la oposi-
ción de los castellanos, y estos quedaron más dis-
gustados por no haber sido atendidas las reclamaf
cienes de los Procuradores, confiriéndose los princif-
pales destinos públicos á los flamencos, y sobre tod(b
por haber convocado las Cortes en ciudades de Ga\
licia y no en las de Castilla ó León, como siemprev
habia sucedido. Desestimadas por el gobernador
Adriano las quejas de las ciudades, se levantaron
estas con el nombre de Comunidades en defensa de
sus fueros.
Juan de Padilla, al frente de un ejército de los
comuneros, logró apoderarse de la reina madre Do-
ña Juana la Loca, en Tordesillas, pero fué derrotado
poco después en Villalar (1521) por las tropas rea-
les, y hechos prisioneros el mismo Padilla, Brabo y
25
—194—
Maldonado, que al dia siguiente fueron degollados.
A consecuencia de esta derrota, se entregaron to-
das las ciudades menos Toledo, defendida por la
heroica D.a Juana Pacheco, mujer de Padilla, que
al fin tuvo que abandonarla, retirándose á Por-
tugal.
Por el mismo tiempo tuvo lugar en Valencia la
guerra de las Oermanias del pueblo contra los no-
bles, y de los cristianos contra los moriscos, y que
terminó como la de los comuneros, por la muerte
de sus jefes principales.
4. P r i m e r a guerra entre Carlos Y y Francis-
co I. Conquista del Milanesado. Antes de comenzar
aquella larga lucha que habia de decidir el predo-
minio de la casa de Austria ó de Francia en Euro-
pa, los dos monarcas procuraron buscarse aliados;
pero Carlos, más político que su rival, supo atraer-
se la amistad y alianza de Enrique VIII, prometien-
do la tiara á su. primer ministro el cardenal Wolsey,
y la del Papa León X , deseoso de recobrar los duca-
dos incorporados al Milanesado.
Poco después comenzó la guerra por tres puntos
á la vez: en los Países Bajos, en el Milanesado y
en los Pirineos. En este último mandó Fransisco I
un pequeño ejército en auxilio de Juan de Albret,
que penetró en Navarra y se apoderó de Pamplona:
pero la nobleza castellana, que acababa de repri-
mir la guerra de los comuneros con el suplicio de
Juan de Padilla, salió al encuentro de los invasores,
derrotándolos completamente en las Navas de Es-
quiroz, y obligándoles á repasar los Pirineos. E n
los Países Bajos el duque de Bullón, por instancias
de Francisco, habia atacado al emperador; pero no
llegando á tiempo los socorros franceses, perdió sus
Estados, y los imperiales pusieron sitio á Mezieres,
heróicamente defendida por el célebre Bayardo,
hasta que llegó el rey de Francia, que obligó á los
—lOB-
enemigos á levantar el sitio y retirarse al otro lado
del Escalda.
Entretanto, Lautrec que mandaba en el Milane-
sado, se habia hecho odioso á los italianos por su
despotismo y rapacidad. A l aproximarse los impe-
riales, abandonó casi sin pelear á Parrna y Plasen-
cia, que pasaron á formar parte de los Estados Pon-
tificios, muriendo de alegría León X , según se dice,
al tener noticia de este suceso. De Milán se apode-
ró el Marqués de Pescara, y Lautrec tuvo que reti-
rarse á Venecia. Con algunos refuerzos que recibió
al año siguiente, el general francés atacó á los im-
periales en la Bicoca, pero fué derrotado y tuvo que
abandonar definitivamente el Milanesadp, que pasó
á poder de Francisco Sforcia, vasallo del emperador.
Génova, aprovechándose de las circunstancias, se
separó de los franceses y se entregó á Garlos V ; y
hasta Venecia abandonó también la alianza fran-
cesa.
Por este tiempo, el Condestable de Borbón, el
vasallo más poderoso de la Francia, y uno de los
primeros generales de su tiempo, mal mirado por
el rey, y despojado por la reina madre de una cuan-
tiosa herencia, abandonó la Francia y se unió con
el emperador. Francisco I habia encargado la recon-
quista del Milanesado al inepto Bonivet, que perdió
las batallas de Biagrasa y Romagnano, teniendo que
huir hacia los Alpes. E n esta retirada perdió la v i -
da el célebre Bayardo, perseguido por el Condesta-
ble de Borbón. Este pasó los Alpes y puso sitio á
Marsella, que se defendió vigorosamente, viéndose
obligado á retirarse y á dispersar su ejército por la
aproximación de las tropas francesas al mando de
Francisco I.
5. Batalla de P a v í a : prisión de Francisco / .
A l frente de un lucido y numeroso ejército pasó los
Alpes el rey de Francia, apoderándose sin resisten-
—196—
cia de la Alta Italia hasta el Tesino, cayendo en su
poder sin combate la ciudad de Milán, y poniendo
sitio á Pavía, defendida por el valiente Antonio de
Leiva. Entretanto, el de Borbón trajo de Alemania
un pequeño ejército, y unido con Pescara y Launoy,
virey de Ñápeles, atacaron á Francisco I, que per-
dió en aquella batalla la mayor parte de sus tropas,
quedando él mismo prisionero de los imperiales
(1525) .
Encerrado en una fortaleza del Milanesado, fué
trasladado después á Madrid, y al cabo de algún
tiempo, impaciente por la prolongación de su cauti-
verio. Armó un tratado desventajoso con Garlos V
(1526) cediéndole la Borgoña, y renunciando sus
derechos al 'reino de Nápoles, al Milanesado y al
Genovesado, á Flandes y al Artois, prometiendo
casarse con la hermana del emperador. A este pre-
cio fué puesto en libertad el rey de Francia, no sin
dejar antes en rehenes á sus dos hijos, el Delfín y
el duque de Orleans.
6. Segunda guerra. Saqueo de Roma. L a victo-
ria de Pavía y prisión de Francisco I, alarmaron á
los italianos que veian amenazada su independen-
cia por la preponderancia del emperador. Por otra
parte, el cardenal Wolsey, que por la elección de
Clemente VII habia visto frustradas sus esperanzas
de ocupar l a silla de S. Pedro, inclinó el ánimo de
Enrique VIII á abandonar la alianza de Carlos V .
Además, Francisco I, tan luego como recobró la l i -
bertad, se negó á cumplir el tratado de Madrid, y
reunida una asamblea de notables en Coñac, decla-
raron que el rey no pedia enagenar ninguna pro-
vincia del reino, añadiendo los diputados de Borgo-
ñ a que se opondrían con las armas á la ejecución
del tratado de Madrid.
Concertándose todos estos soberanos hostiles al
emperador, formaron la L i g a santa 6 clementina,
—197—
en la que tomaron parte el Papa, el rey de Francia
y el de Inglaterra, los zuizos, Venecia, Florencia y
el duque de Milán, que debia su corona á D. Garlos.
E l ejército italiano mandado por el duque de Urbi-
no, no pudo evitar que los imperiales se apodera-
ran de Milán^ y que 15.000 protestantes alemanes,
por ser la guerra contra el Papa, atravesasen la
Italia septentrional, 'uniéndose con las tropas del
Condestable de Borbón. Este se dirigió á Roma,
mandó dar el asalto y perdió la vida uno de los pri-
meros. E l ejército se apoderó de la ciudad, comen-
zando un saqueo que duró nueve meses, en el que
se cometieron m á s crueldades y profanaciones que
en los de los vándalos y los godos. E l Papa quedó
prisionero en el castillo de Santángelo, donde se ha-
bía refugiado.
7. P a z de Camhray. E l saqueo de Roma y la
prisión del Papa, obligaron á Francisco I á mandar
un ejército poderoso á Italia á las órdenes de L a u -
trec, que se apoderó del Milanesado y llegó á sitiar
por tierra á Ñápeles. E l almirante genovés, Andrés
Doria, que la sitiaba por mar, justamente resentido
con el rey de Francia, se pasó al servicio del empe-
rador; con lo que Lautrec tuvo que levantar el si-
tio, y su ejército hambriento, atacado de la peste,
de la que fué víctima el mismo general, tuvo que en-
tregarse en Aversa. Otro ejército francés fué des-
truido al año siguiente en Landriano, cerca de
Milán.
Cansados Carlos y Francisco de tantas guerras,
firmaron la P a z de Camhray (1529) llamada tam-
bién P a z de las Damas, por haberla concertado
Luisa de Savoya, madre del rey de Francia, y Mar-
garita de Austria, tía del emperador. Mediante una
fuerte indemnización, consiguió Francisco I resca-
tar á sus dos hijos, y la conservación de la Borgo-
ña. En Italia Carlos V impuso la paz á Clemente
—198—
VII, fué reconocido soberano por el duque de Milán,
se apoderó de Florencia y restableció el gobierno de
los Médicis, y por último recibió de manos del Papa
las coronas de Italia y del imperio.

RESUMEN DE LA LECCIÓN XXII.

1. Carlos V heredó por su madre Doña Juana la Loca la


monarquía española con sus dominios en Italia y América,
por su padre Felipe el Hermoso obtuvo los Países Bajos, y á
la muerte de su abuelo, fué elegido Emperador de Alemania.
Francisco I venció á los suizos en Mariñán y se apoderó del
Milanesado, imponiendo á los vencidos la paz perpétua.
Estos dos soberanos establecieron una alianza ofensiva y
defensiva en el tratado de Noyón.—2. La rivalidad de estos
dos personajes procedía de haber sido elegido Carlos Empe-
rador de Alemania, siendo desairadas las pretensiones de
Francisco; de creerse ambos con derecho á la Borgoña, al
Milanesado y al reino de Ñápeles; de la diferencia de carác-
ter personal, y de la ambición á preponderar en Europa.
Las fuerzas del emperador eran mayores, pero más disemi-
nadas, y más unidas y compactaslas de Franncisco I.—3. La
repartición de los cargos públicos entre los flamencos, y la
reunión de cortes en Santiago y la Coruña, fueron la causa
de que se levantaran las ciudades ó comunidades de Castilla
en defensa de sus libertades; pero fueron derrotadas sus tro-
pas en Villalar, y degollados Juán de Padilla y otros jefes.
La guerra de las Germanías en Valencia tuvo el mismo re-
sultado.—4. Comenzada la guerra entre Carlos y Francisco,
los franceses se apoderaron de Pana piona y fueron derrota-
dos en las Navas de Esquiróz; en los Países Bajos obligaron
á los imperiales á retirarse al otro lado del Escalda; pero en
Italia se apoderaron estos del Milanesado. E l Condestable de
Borbón, resentido del rey de Francia, se pasó al servicio del
Emperador.—5. Francisco I pasó á Italia con un ejército nu-
meroso, y recobró el Milanesado, pero fué derrotado y hecho
prisionero en la batalla de Pavía. Conducido á Madrid, para
obtener su libertad firmó un tratado con Carlos V , renun-
ciando sus derechos á la Borgoña, al Milanesado y al reino
de Ñápeles, y dejando á sus dos hijos en rehenes.—6. Para
oponerse á la preponderancia del " Emperador, se formóla
liga Santa ó Clementina, en la que tomaron parte los reyes
de Francia é Inglaterra, el Papa y la mayor parte de los Es-
ados italianos. Los imperiales se apoderaron de Milán, y el
—199—
Condestable de Borbón sitió á Roma, y perdió la vida en
el asalto: la ciudad fué tomada y saqueada, y el Papa Hecho
prisionero.—7. Los franceses se apoderaron nuevamente del
Milanesado, y pusieron sitio á Nápoles, pero tuvieron que
levantarlo por haberse unido A. Doria con el emperador.
Concertóse la paz de Cambray ó de las Damas, rescatando
Francisco I á sus dos hijos y conservando la Borgoña. Carlos
fué reconocido soberano de Milán, restableció á los Médicis
en Florencia, y recibió del Papa las coronas de Italia y del
Imperio.

LECCIÓN X X I I I .
IVuevas guerras hasta la muerte de Carlos V.
1. Conquista de T ú n e z . — T e r c e r a g u e r r a con F r a n c i s c o
1: sus e a u s a s . - S . Tregua de N ñ a . — 4 . E x p e d i c i ó n de
Carlos V á Argel.—5. C u a r t a guerra.—6. Muerte de
F r a n c i s c o í.—1. E n r i q u e II. Q u i n t a g u e r r a entre Carlos
Y y l a F r a n c i a . Muerte del Emperador.—8. J u i c i o sobre
el E m p e r a d o r Carlos V.

1. Conquista de Túnez. Horuc Barbarroja se


había apoderado de Argel, y murió peleando con los
españoles en Orán: su hermano Kaireddín, protegi-
do por Solimán el Magnífico, consiguió apoderarse
de Túnez, destronando á Muley Asán, amigo del
Emperador. Dueños así los mahometanos de toda la
costa de Berbería, extendieron sus piraterías por
todo el Mediterráneo Occidental, destruyendo las co-
municaciones comerciales y causando grave daño
en las costas de España, Francia é Italia. De todas
partes llegaban quejas á Don Carlos de las devasta-
ciones de los piratas, y todos fijaban en él sus es-
peranzas por ser el monarca más interesado y el
único que reunía poder bastante para reprimir tan-
tas tropelías.
Por fin se decidió el Emperador á llevar sus ar-
mas á la costa de Africa. Una poderosa escuadra,
con 30.000 hombres de desembarco, al mando de
Don Carlos, partió de Barcelona, incorporándosele
—200—
en el camino la de Andrés Doria. Llegados á Túnez
(1535) consiguieron derrotar á Barbaroja, y apode-
rarse de la Goleta y de la misma ciudad de Túnez,
poniéndo en libertad á 20.000 esclavos cristianos que
extendieron por toda Europa la fama de su liberta-
dor. Devuelto el trono á Muley Asán, Don Carlos
regresó á España, para emprender de nuevo la gue-
rra con Francisco I.
2. Tercera guerra con F r a n c i a : sus causas. Des-
pués de la paz de Gambray, Francisco I se ocupó
principalmente en preparar los elementos necesarios
para tomar la revancha de los reveses anteriores.
Con este objeto hizo alianza con el rey de Inglaterra,
con el Papa Clemente VII, y lo que fué más escan-
daloso, con el emperador de los Turcos, Solimán el
Magnífico, digno rival de Carlos V , y se unió á los
protestantes en la liga de Esmalcalda. Preparado con
estas amistades, la prisión y muerte de un enviado
francés por el duque de Milán, á instancias de Car-
los V , según algunos aseguran, dió motivo á Fran-
cisco I para levantar un ejército, con el cual se pro-
puso pasar á Italia y castigar el ultraje recibido.
En estas circunstancias falleció el duque de Milán,
Francisco Esforcia (1535); y el rey de Francia ale-
gando derecho á este ducado, comenzó apoderándose
de la Savoya y del Piamonte, E l Emperador con un
ejército numeroso penetró en la Provenza, pero no
pudo apoderarse de Marsella, y falto de víveres por
haber talado los campos el general francés, tuvo que
retirarse á España con grandes pérdidas.
3. Tregua de N i z a . L a alianza de Francisco I
con los otomanos que devastaban con sus piraterías
el reino de Ñápeles, levantó una odiosidad general
en Italia contra el rey de Francia; el Papa Paulo III
y las dos reinas que habían concertado la paz de
Gambray, influyeron con los dos monarcas, hasta
conseguir que firmaran la tregua de Niza (1538) por
—201—
diez años, conservando entre tanto cada uno sus
conquistas. Poco después se avistaron los dos sobe-
ranos en Aguas Muertas, en las bocas del Ródano,
ratificando aparentemente su amistad.
A l año siguiénte se sublevó la ciudad de Gante en
los Paises Bajos contra el Emperador por causa de
las contribuciones, ofreciéndose entregarse al rey
de Francia. Francisco I puso el hecho en conoci-
miento de Don Carlos, invitándole á pasar por Fran-
cia para someter á los sublevados; el Emperador
aceptó la oferta y se presentó en París donde fué
obsequiado con brillantes fiestas (1540). Pasó des- t\
pués á Flandes, castigó severamente á los revolto-
sos de Gante; y cuando por estos medios hubo ase-
gurado sus Estados de los Países Bajos, negó á
Francisco I todas las promesas que antes le hiciera,
originándose de aquí la cuarta guerra entre ambos
monarcas.
4. Expedición de Carlos V d A r g e l . Después
de la toma de Túnez por Don Carlos, los piratas
berberiscos continuaron infestando el Mediterráneo,
teniendo por centro de sus expediciones la ciuda
de Argel. Sus devastaciones en las costas de Es
paña é Italia aumentaron por la alianza de Fran-
cisco I con Solimán, Emperador de los Turco¿ y|
soberano de Argel. \
Decidido Carlos V á escarmentar á los argelinos^
dispuso una segunda expedición. (1541) que desem-
barcó cerca de Argel, sitiando por tierra la ciudad,
mientras el almirante Doria le cerraba las comuni-
caciones por mar. Pero una espantosa tormenta pu-
so en desorden las naves, y el ejército fué diezmado
por los moros en medio de los terrenos pantanosos;
por lo cual tuvo el Emperador que levantar el sitio
y regresar á Cartagena.
5. Cuarta guerra entre Carlos V y Francisco I.
E l fracaso de la expedición á Argel animó a Fran-
26
—202—
cisco I para emprender la guerra contra el Empe-
rador. Dos embajadores franceses que pasaban por
Lombardía, encaminándose á Venecia y Gonstanti-
nopla, fueron asesinados en Milán, tal vez por orden
del gobernador, Marqués del Vasto, y quizá con
anuencia de Don Carlos. Valiéndose de un motivo
tan justiflcado, Francisco I comenzó la guerra en
los Países BajoS, en el Rosellón y en Italia.
L a escuadra turca al mando de Barbarroja, unida
con la francesa, destruyó la ciudad de Niza, que per-
tenecía al duque de Saboya; pero esta alianza del
rey cristianísimo con los otomanos, fué causa de que
se separaran de Francisco I los protestantes de Ale-
inania, la Dinamarca y el rey de Inglaterra. Sin em-
bargo, el conde de Enghien alcanzó una brillante vic-
toria en Cerisoles (Piamonte) sobre los imperiales
mandados por el Marqués del Vasto, y á la vez Gar-
los V invadió la Francia por el Norte, llegando has-
ta dos jornadas de París, con lo cual el rey de Fran-
cia pidió la paz, que se Armó en Crespi (1544), re-
nunciando sus pretensiones sobre el reino de Ñápeles,
la Flandes y el Artois, y el Emperador sus derechos
sobre la Borgoña, prometiendo además el Milanesa-
do al Duque de Orleans.
6. Muerte de Francisco I. Tres años después
de la paz de Crespi, á los cincuenta y tres de edad,
murió Francisco I, víctima de su incontinencia y de
su vida agitada. Tres hechos principales le han va-
lido el nombre de Grande, la batalla de Mariñán, su
resistencia contra toda Europa y su protección á las
letras y las artes.
Francisco I, favoreció generosamente á los sabios
recibiéndolos en su corte, y colmándolos de honores
y distinciones. A él se debe la fundación del Colegio
de F r a n c i a , un aumento considerable en la Biblio-
teca y en la Imprenta real: protegió á los artistas,
Leonardo de Vinci y Benvenuto Gellini, y á los poe-
—203—
tas; fomentó la industria y la marina, y reorganizó
el ejército.
A l lado de sus grandes cualidades, Francisco I tu-
vo grandes defectos, dejándose vencer por los pía •
ceres, por el orgullo y ]a presunción, y por su des-
potismo sobre el pueblo Francés.
7. Enrique 11. Quinta guerra entre Carlos V
y la F r a n c i a . A la muerte de Francisco I, ocupó el
trono su hijo Enrique II (1547) que procuró seguir
la política de su padre en los asuntos exteriores, con-
tinuando su enemistad con la casa de Austria; pero
se apartó de ella en cuanto al gobierno de su reino,
descargando todo el peso de los negocios en el ma-
riscal de Montmorency, y dejándose dominar por la
bella Diana de Poitiers.
Para proseguirla guerra con el emperador, Enrique
II se unió con los príncipes de Italia y con los sobe-
ranos protestantes de Alemania sublevados contra
el despotismo de Don Garlos. La guerra comenzó en
Italia con motivo del asesinato de Pedro Luis Farne-
sio, duque de Parma y de Plasencia, y amigo del
rey de Francia. Garlos V intentó apoderarse de aque-
llos ducados, pero tuvo que levantar el sitio de Par-
ma al aproximarse un ejército auxiliar mandado por
Enrique II.
Cuatro años después (1551) el rey de Francia Ar-
mó una alianza ofensiva y defensiva con los prínci-
pes protestantes, y marchando con un poderoso ejér-
cito en su socorro, se apoderó de los tres obispados,
MetZj Toul y Verdun, que formaban parte del Impe-
rio. E l arreglo de los protestantes con el Emperador,
por el tratado de Passau, obligó á Enrique II á re-
gresar á Francia; y poco después Carlos V , con
60.000 hombres, trató de apoderarse de Metz, defen-
dida heróicamente por el duque de Guisa, pero tuvo
que levantar el sitio á los dos meses por haber per-
dido la mitad de sus soldados (1553). A l año siguien-
—204—
te arrasó el emperador la ciudad de Teroana, y En-
rique II, iuvadiendo los Países Bajos, derrotó á los
imperiales en la batalla de Renty (1554).
Cansado de tan largas y porfiadas luchas, sin ha-
ber conseguido á pesar de sus triunfos, humillar á
la Francia, ni avasallar la Alemania, n i extirpar
el protestantismo, Armó Garlos V la paz de Augsbur-
go con los protestantes y la tregua de Vaucelles con
Francia (1556): abdicó en su hijo Felipe II la corona
de España, con los Países Bajos y los dominios de
Italia, y en su hermano Don Fernando el imperio de
Alemania, retirándose al monasterio de Yuste (Gá-
ceres) donde murió dos años después (1558).
8. Juicio sobre el Emperador Carlos V. Difícil
es emitir un juicio imparcial y atinado sobre Garlos
V . Sus hechos como emperador y como rey de Espa-
ña produjeron consecuencias importantes que toda-
vía hoy nos tocan de cerca y afectan profundamente
á la política contemporánea; y su historia como de-
fensor del Catolicismo tuvo también resultados im-
portantes que han llegado hasta nosotros; por todo
lo cual se observa una variedad tan grande de opi-
niones acerca del emperador, según las ideas políti-
cas y religiosas que sostienen sus autores. Para no
caer en las exageraciones apasionadas de sus admi-
radores ni de sus detractores, procuraremos exami-
nar sus cualidades personales, y los hechos genera-
les de su reinado en relación con el estado de los
pueblos en el siglo X V I , para deducir en consecuen-
cia si cumplió ó dejó de cumplir la misión que le co-
rrespondía como rey de España y Emperador de Ale-
mania.
No puede negarse que Garlos V reunía condicio-
nes personales suficientes para figurar entre los
grandes hombres que la historia nos presenta. Dotado
de gran talento y penetración, capaz de concebir
grandes proyectos, y con una actividad pasmosa y
—205—
una constancia á toda prueba para realizarlos; políti-
co astuto, y con frecuencia poco leal, que no en valde
vivia en el siglo de Maquiavelo; con grandes talentos
militares y sobra de valor personal, y todo esto uni-
do á una religiosidad sincera, á una ambición desme-
dida, y un gran conocimiento de los vicios y virtu-
des de los personajes de su época, que con suma ha-
bilidad supo explotar.
Tales son las cualidades más relevantes que ador-
naban al Emperador. Veamos ahora sus propósitos
en el orden político y en el religioso, sus esfuerzos
para cumplirlos, y si correspondieron á estos los re-
sultados.
Carlos V , como los otros reyes de su tiempo, i n -
tentó consolidar su autoridad absoluta en todos sus
Estados. Para conseguirlo en España le habían faci-
litado el camino las medidas centralizadoras de los
Reyes Católicos, así es que á poca costa pudo des-
truir las libertades patrias en los campos de Villalar.
Otro tanto sucedió en los demás Estados patrimonia-
les de Austria é Italia; no así en el Imperio cuyos
señores, lejos de doblegarse á su dominación, con-
siguieron aumentar su independencia durante las
guerras religiosas.
En el orden religioso, como rey de la católica Es-
paña y como representante del sacro Imperio y des-
cendiente de los defensores de la Iglesia, estaba lla-
mado á prestar todo su apoyo al catolicismo; y no se
puede negar que hizo cuanto estuvo en su mano pa-
ra cumplirlo, combatiendo sin cesar á los protestan-
tes; pero como hombre del pasado, desconoció el es-
tado de la sociedad presente, trasformada por el Re-
nacimiento, y la razón de ser que tenía la Reforma
en Alemania; por cuya causa fueron estériles todos
sus esfuerzos y tuvo al fin que transigir con la he-
rejía.
De manera que después de un largo reinado, ocu-
—206—
pado todo él en guerras incesantes para defender el
absolutismo y la religión católica, no obtuvo otro re-
sultatado que matar las libertades españolas; consu-
mir nuestros ejércitos y nuestras riquezas en luchas
innecesarias para España y solo provechosas para
sus intereses alemanes, cometiendo por último la
torpeza de separar los Países Bajos, el Franco Con-
dado y el Milanesado del Imperio y unirlos sin razón
ni conveniencia á la monarquía española, legándo-
nos por esta causa una guerra desastrosa casi con-
tinua por m á s de ciento cincuenta años.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN X X I I I .

1. Para concluir con las piraterías de los berbericos, Don


Carlos dirigió una expedición contra Túnez, consiguiendo
apoderarse de esta ciudad y de la Goleta, y poniendo en l i -
bertad á 30.000 esclavos cristianos. Además restableció á
Muley Asán en el trono deque se había apoderado Barbaroja.
—á. El rey de Francia, alegando derecho al ducado de Milán,
vacante por muerte de Sforcia, penetró en Italia, apoderán-
dose de la Saboya y el Piamonte. En tanto los imperiales
entraron en la Provenza, pero tuvieron que retirarse por
la resistencia, que encontraron en Marsella.—3. Intervi-
niendo las dos reinas que habían concertado la paz de Cam-
bray, se firmó la tregua de Niza, por diez años conservando
cada uno sus conquistas. Poco después ratificaron su amis-
tad los dos soberanos en Aguas Muertas, A l año siguiente
pasó Don Carlos por Francia para apaciguar una sublevación
en Gante.—4. Para castigar á los piratas argelinos dirigió
Don Carlos una expedición á Argel, que se desgració por las
tormentas, y sin poder apoderarse de la plaza, tuvo que re-
gresar á España.—5. El asesinato de unos embajadores fran-
ceses en Milán fué causa de la cuarta guerra entre el Empe-
rador y el rey de Francia, La escuadra turca con la francesa
destruyó á Niza y el conde de Enghien ganó la batalla de
Cerisoles: el Emperador invadió la Francia por el Norte, y
llegó cerca do París, por lo que se firmó la paz de Crespi.—
6. Tres años después murió Francisco (1547) víctima de su
incontinencia y de su vida agitada. La historia ha dado á
este monarca el nombrado Grande por la gloriosa batalla
—207—
de Mariñán, por haber resistido contra todas las fuerzas de
Europa reunidas en Carlos V, y por su decidida protección
á las letras y las artes.—7. A Francisco I, sucedió su hijo
Enrique II, que en guerra con el emperador le obligó a le-
vantar el sitio de Parma, y más adelante conquistó los obis-
pados de Metz, Toul y Verdun. El Emperador intentó en va-
no apoderarse de Metz, y sus tropas fueron derrotadas en
la batallado Renty. Don Carlos repartió sus Estados entre
su hijo Felipe II y su hermano Don Fernando, retirándose al
monasterio de Yuste, donde murió dos años después (1558).—
8. Carlos V reunía condiciones personales suficientes para
figurar entre los grandes hombres que la historia nos pre-
senta. Consolidó el gobierno absoluto en España por la vic-
toria de Villalar; pero no consiguió hacer lo mismo en el
Imperio de Alemania. Sus esfuerzos para restablecer la
unidad religiosa fueron perdidos, y al morir legó á España
con el Milanesado y los Países Bajos una guerra desastrosa
que duró más de ciento cincuenta años.

LECCIÓN XXIV.
Felipe II.
1. Extensión y pode?' de l a m o n a r q u í a española al adveni-
miento de Felipe II.—2. Carácter y pi-oyectos de este rey.
—3. Guerra con Francia: batalla de San Quintín: p a z
de Catean-Cambresis.—4. Resultados de las guerras en-
tre España y Francia por l a posesión de Italia.—5. E x -
pediciones á la costa dp Africa.—6. Guerra de los moris-
cos.—7, Batalla de Lepanto.—8. Conquista de Portugal.
—9. Absolutismo político de Felipe II.
1. Extensión y poder de la m o n a r q u í a española
al advenimiento de Felipe I I . A u n cuando Garlos
V al morir dividió sus estados entre su hijo y su
hermano, quedaba sin embargo la monarquía espa-
ñola como la primera de la cristiandad. Poseía Felipe
II la Península española, excepto Portugal que con-
quistó más adelante; Gerdeña, Sicilia, Nápoles y el
Milanesado, le hacían dueño de Italia: las ricas pro-
vincias de los Países Bajos, el Franco Condado y el
Rosellón, le permitían tener un pié en Francia: su
casamiento con María Tudor puso á sus órdenes las
—208—
fuerzas y el poder de Inglaterra: en Africa le perte-
necían Túnez y Orán, las Canarias, las islas del Ca-
bo Verde y Fernando Po; en América se habían ex-
tendido ya los dominios españoles á las Antillas,
Méjico, Tierra Firme, Nueva Granada, el Perú, Chi-
le y la Plata; era dueño de las Filipinas en la Ocea-
nía; y con la conquista de Portugal adquirió también
sus inmensas colonias en Asia, Africa y América.
Con razón se decía que el sol no se ponía en los do-
minios de Felipe II.
Además de tantos elementos de poder, la fortuna
le había deparado otros no menos importantes. Su
padre le dejó el ejército más disciplinado de Europa;
disponía de los mejores generales, como el duque
de Alba, Manuel Filiberto, duque de Saboya, Don
Juán de Austria y el duque de Parma; habían muer-
to los monarcas más poderosos de Europa que po-
dían ser sus competidores, como Francesco I, E n r i -
que VIII y Solimán el Magnífico; disponía de los i n -
mensos tesoros del Nuevo Mundo, y tenía las pri-
meras escuadras de su tiempo. Agréguese á todo
esto, el carácter absoluto de su gobierno sin res-
tricción alguna en todos sus Estados, y el amor
verdadero que le profesaban los españoles; y se po-
drá formar una idea aproximada del inmenso poder
concentrado en las manos de Felipe II desde el co-
mienzo de su reinado.
2. C a r á c t e r y proyectos de Felipe 11. E l nuevo
monarca español carecía de las dotes militares de
su padre; pero poseía en cambio un celo más pro-
nunciado por la fe católica, mayor apego á la políti-
ca absoluta, y una ambición desmedida de mando y
de poder, que en cierto modo justifica los propósitos
que sus adversarios le atribuían de aspirar á la mo-
narquía universal. De carácter severo, frió é impa-
sible, ajeno á t o d o sentimiento humanitario; político
egoísta y suspicaz, que encuentra buenos todos los
—209—
medios si conducen á su fin: tenaz en sus propósitos
y dotado de una actividad incansable, dirigiendo por
sí mismo desde el retiro de su gabinete el gobierno
de sus dilatados dominios y la complicada política
de su tiempo.
Sus proyectos fueron los mismos de su padre:
establecer ante todo su supremacía política sobre
todas las naciones de Europa: mantener á toda cos-
ta la unidad religiosa en sus Estados é imponerla
por todos los medios á los demás, constituyéndose
en campeón armado del catolicismo, y en persegui-
dor implacable de los enemigos de la fe, así herejes
como mahometanos; y consolidar su autoridad ab-
soluta, extirpando para ello hasta los últimos restos
de las libertades públicas. Para la realización de
estos fines consagró con una constancia admirable
toda la energía de su carácter inflexible, todos los
recursos de su genio, sus inmensas riquezas, sus
ejércitos, en una palabra, todo el inmenso poder que
le proporcionaban sus grandes condiciones perso-
nales y los inmensos recursos de su vasto imperio.
3. Guerras de Felipe I I con la F r a n c i a : batalla
de San Quintín: paz de Cateau-Camhresis. E l
inmenso poder de Felipe II era una amenaza cons-
tante para la Francia. Así lo comprendió Enrique t i , /
que aliándose con el belicoso y anciano Pontífice^
Pablo IV, enemigo de la dominación española en
Italia, rompió la tregua de Vaucelles, y emprendió
la guerra mandando un ejército á Italia y otro á Ips /
Países Bajos. V^
E l duque de Guisa, el defensor de Metz, deseen-"*
diente de la casa de Anjou, recibió del Papa la i n -
vestidura de rey de Ñápeles, penetró con un ejército
francés en Italia, atravesó sin obtáculo el Milanesa-
do y entró triunfante en Roma; pero no consiguió
apoderarse de una sola plaza del reino de Ñápeles,
y diezmadas sus tropas por las enfermedades, tuvo
27
—210—
que regresar á Francia; mientras que el duque de
Alba penetró en los Estados pontificios, dirigiéndose
sobre Roma., y obligando al Papa á desistir de sus
propósitos belicosos contra España.
Al mismo tiempo un ejército español mandado por
Felipe II y Filiberto de Saboya penetró en Francia
por los Paises Bajos, poniendo sitio á la plaza de
San Quintín; acudieron á defenderla las tropas fran-
cesas al mando de Montmorency, y sufrieron com-
pleta derrota quedando sa jefe prisionero de los es-
pañoles. En memoria de aquel triunfo obtenido el
dia de San Lorenzo (10 de Agosto de 1557) mandó
construir Felipe II el monasterio del Escorial. En lu-
gar de dirigirse á Paris como aconsejaban las cir-
cunstancias y los generales, y como lo supuso el Em-
perador en su encierro de Yuste al tener noticia de
la victoria de su hijo, este prefirió apoderarse de San
Quintín, Noyón y otras plazas, dando lugar á que el
rey de Francia levantara nuevos ejércitos, haciendo
venir de Italia al duque de Guisa para dirigirlos,
quien se apoderó al año siguiente de la plaza de Ca-
lais, única que quedaba en poder de los ingleses
después de la guerra de Cien años, muriendo de
sentimiento por esta pérdida la reina María Tudor.
Los franceses sufrieron nueva derrota en Graveli-
nas (1559), viéndose obligado Enrique II á pedir la
paz, que se firmó en Catean Cambresis, restituyen-
do mútuamente las partes beligerantes los países
conquistados. De este modo quedó asegurada la do-
minación española en Italia: el Pontificado perdió su
importancia temporal; Florencia, Parma y Ferrara
quedaron sujetos á España: el duque de Saboya re-
cobró sus Estados; y los franceses si perdieron sus
derechos sobre aquella Península, consolidaron en
cambio la posesión de los tres Obispados y de la
plaza de Calais, que eran para ellos mucho más in-
teresantes.
—211—
4. Resultado de las guerras entre España y
Francia por la posesión de Italia. Las guerras
sostenidas con tanta tenacidad por Carlos V y Fran-
cisco I, y continuadas por sus hijos Felipe II y En-
rique II, en las que se disputaba principalmente el
predominio en Italia, terminaron por el tratado de
Gatean Cambresis, que consolidó la dominación es-
pañola en aquella Península. Sin embargo, tal vez
Francia aunque derrotada, sacó más ventajas de
aquella lucha que la monarquía española; pués re-
dondeó su territorio con Calais y los obispados, y
con su auxilio á los príncipes alemanes impidió que
el Imperio bajo Carlos V recobrara el poder y la im-
portancia de tiempo de los Otones, y se convirtiera
en una amenaza constante contra la independencia
francesa.
Por otra parte, aquellas guerras produjeron el
equilibrio europeo, que consiste en la protección de
los Estados pequeños contra la ambición de los gran-
des, y contribuyeron poderosamente á la extensión
del Renacimiento y de la brillante civilización ita-
liana á las demás naciones.
Por último, durante aquellas guerras en países
enemigos, la nobleza acabó por someterse á la auto-
ridad de los reyes; y por igualarse en cierto modo
con los villanos por la larga vida común que hacían
en los campamentos.
5. Expediciones á la costa de Africa en tiempo
de Felipe II. Ocupado el rey de España, en los
asuntos políticos y religiosos de Europa olvidó casi
por completo nuestros intereses en la costa de Afri-
ca, tan atendidos por el rey Católico, por Cisneros
y por su mismo padre Carlos V . Durante su largo
reinado no hizo otra cosa que mandar contra Trípoli
una expedición que tuvo un éxito desgraciado, sien-
do derrotada la escuadra española por la de Turquía
en la batalla naval de los Gelves. Más afortunadas
—212—
fueron nuestras armas en la defensa de Orán y Ma-
zalquivir, y en la reconquista del Peñón de la Go-
mera, de que se habían apoderado los moros en el
reinado anterior; y solo mandó auxilios tardíos y
poco eficaces á los Caballeros de Malta, sitiados en
su isla por los Turcos.
6. Guerra délos Moriscos. En su celo por la
religión no tuvo inconveniente Felipe II en faltar á
lo prometido por los Reyes Católicos á los moros de
Granada, obligándoles á renunciar á su idioma y á
sus usos y costumbres. Obligados antes á bautizarse,
habían conservado sin embargo sus creencias ma-
hometanas, y hostigados entóneos por aquellas dis-
posiciones, se declararon en abierta rebelión en las
Alpujarras y en la sierra de Ronda, eligieron por
rey á Don Fernando de Válor, con el nombre de
Abenhumeya, y se apoderaron de algunos pueblos de
la costa para recibir auxilios de Berbería.
Después de una larga lucha sin resultados por la
mala dirección de los generales Marqués de Mondé-
jar, duque de Sesa y Marqués de los Velez, encar-
gado de su persecución Don Juán de Austria, consi-
guió derrotar en varios encuentros á los moriscos,
que se entregaron á discreción y fueron expulsados
de España, privando de un gTan número de brazos
útiles á la agricultura y á la industria del reino de
Granada.
7. Batalla de Lepanto. E l hecho más glorioso
del reinado de Felipe II fué la batalla de Lepanto
contra los Turcos, y lo hubiera sido mucho más si
hubiera sabido sacar de ella todo el partido que le
ofrecían las circunstancias.
Había sucedido á Solimán el Magnífico su hijo Se-
lím II, que arrebató á los Venecianos la isla de Chi-
pre, dominando desde entónces sin oposición en el
Mediterráneo oriental, y amenazando con sus es-
cuadras los mares occidentales. Para detener los
—213—
progresos de los mahometanos se estableció una
liga compuesta del Papa Pió V , la República de Ve-
necia y el rey de España; reunióse una poderosa es-
cuadra á las órdenes de Don Juán de Austria, que
encontró la de los Turcos á la entrada del golfo de
Lepante, alcanzando sobre ella una completa victo-
ria (1571).
En esta batalla quedó destruido el poder marítim
de Turquía, cesando desde entóneos los temores de
nuevas invasiones de los otomanos.
8. Conquista de Portugal. Otro de los grandes
hechos del reinado de Felipe II fué la conquista de
Portugal en 1580, formando por primera y única
vez, después de los godos, una sola monarquía toda
la Península ibérica.
A Don Manuel el Afortunado sucedió su hijo Juán
III, que introdujo la Inquisición en Portugal, por cu-
yo medio consolidó la monarquía absoluta. A su
muerte ocupó el trono su nieto el infante Don Sebas-
tián (1557), que murió ó desapareció poco después en
la batalla de Alcazarquivir, recayendo la corona en
su tio el cardenal Enrique, que falleció á los dos
años. Concluidas de esta manera las dos líneas mas-
culinas de la casa de Avis, correspondía la corona á
la línea femenina, procedente de la hija mayor de
Don Manuel el Afortunado, Doña Isabel, madre de
Felipe II. A pesar de la evidencia de este derecho,
los portugueses, enemigos siempre de la dominación
castellana, proclamaron á Don Antonio, Prior de
Ocrato, hijo bastardo del infante Don Luis, y este á
su vez hijo del rey Don Manuel. Para hacer valer su
derecho Felipe II mandó un ejército á las órdenes del
duque de Alba, que derrotó á los portugueses en A l -
cántara, entró en Lisboa y sometió en poco tiempo
todo el reino á la obediencia del rey de España.
9. A bsolutismo de Felipe II, Dos hechos principa-
les manifiestan el carácter absoluto de la política de
—214—
Felipe II; su proceder con las Cortes de Castilla, y
con los fueros de Aragón, con motivo del proceso de
Antonio Pérez.
Aunque desautorizadas las cortes desde los Reyes
Católicos, y mucho más después de la derrota de los
Comuneros de Vülalar, Don Carlos las había conser-
vado, y se reunieron hasta doce veces en el reinado
de Felipe II. En ellas no tenían ya participación los
dos brazos de la nobleza y el clero, componiéndose
únicamente del tercero, ó sea, délas ciudades, repre-
sentadas por sus diputados ó procuradores. Este últi-
mo resto de las libertades castellanas perdió duran-
te aquel reinado todo su prestigio, por la conducta
del monarca, menospreciando sus peticiones, obran-
do en todo como si tales cortes no existiesen. A las
quejas repetidas de los procuradores para que se
cumpliesen los acuerdos de aquellas asambleas, con-
testaba siempre Don Felipe: «en esto, como en todo,
pensaremos lo más conveniente.» De esta manera
los mismos pueblos llegaron á convencerse de la
inutilidad de aquella institución, y en adelántelos
reyes solo las reunieron para jurar al heredero del
trono, ó en ocasión de guerras importantes.
Todavía fué menos noble la conducta de Felipe II,
para concluir con los fueros de Aragón. Antonio Pé-
rez, secretario y confidente del rey, fué acusado de
haber dado muerte á Don Juán de Escobedo, secre-
tario á su vez de Don Juán de Austria. Tal vez este
crimen tuvo por causa los amores de la princesa de
Eboli con Antonio Pérez, severamente censurados
por Escobedo; la envidia y ojeriza con que miraba
el rey á su hermano Don Juán de Austria y á su se-
cretario, y su odio á la princesa porque había des-
preciado sus favores. Es lo cierto que Escobedo fué
asesinado, la princesa de Eboli recluida en el casti-
llo de Pinto, y Antonio Pérez encausado y confisca-
dos sus bienes; pero consiguió escapar de su prisión
—215—
disfrazado con el traje de su mujer, y se huyó á
Aragón, presentándose en la cárcel del Justicia ma-
yor, acogiéndose al fuero de la manifestación. A
pesar de todo, Felipe II insistió en apoderarse de An-
tonio Pérez y entregarlo como hereje á la Inquisi-
ción, pero este pudo escapar, y se refugió en Fran-
cia. Irritado el rey contra el Justicia mayor, Juán
de Lanuza, lo mandó decapitar, haciendo lo mismo
con otros muchos nobles aragoneses y suprimiendo
los principales fueros en las cortes de Zaragoza
(1592).
RESÚMEN DE LA LECCIÓN X X I V .

1. A l subir al trono Felipe 11, sus dominios comprendían


España, Cerdeña, Sicilia, Ñápeles, Milán, el Franco-Condado
y los Países Bajos en Europa; Orán y Túnez en Africa, y las
inmensas colonias de América, Tenía además los mejores
ejércitos y los mejores generales, los inmensos tesoros de
Méjico y el Perú, y un gobierno absoluto en todos sus Esta-
dos.—2. Felipe II era celoso por la fe católica y ambicioso
de mando y de poder: de carácter frió ó impasible, político
egoísta y suspicaz, tenaz en sus propósitos y dotado de una
gran actividad: pero carecía de las condiciones militares de
su padre. Sus proyectos fueron mantener el absolutismo po-
lítico en sus Estados, y el catolicismo en todas partes, y ex-
tender su autoridad sobre todas las naciones.—3. E l rey de
Francia mandó al du^ue de Guisa á Italia, pero tuvo que
retirarse sin conseguir su objeto, mientras el duque de Alba
amenazó á Roma. Por la parte de los Países Bajos, los espa-
ñoles alcanzaron completa victoria en San Quintín, sobre los
franceses: estos tomaron á los ingleses la plaza de Calais, y
fueron derrotados nuevamente en Gravelinas, por lo cual se
ajustó la paz de Cateau-Cambresis, restituyéndose mútua-
mente los países conquistados.—4. Por este tratado se con-
solidó la dominación española en Italia; pero Francia re-
dondeó su territorio con los Obispados y Calais. Las guerras
de Francia y España evitaron que se constituyera en Alema-
nia un poder amenazador para la Francia, produjeron el
equilibrio europeo, extendieron el Renacimiento á todas las
naciones y contribuyeron á la decadencia de la nobleza.—
5. Felipe II mandó una expedición á Trípoli, pero fué derro-
tada la escuadra española por la turca en la isla de los Gel-
—216—
ves: más afortunadas fueron las armas españolas en la de-
fensa de Orán y Mazalquivir.—6. Obligados á dejar su idio-
ma y sus costumbres los moriscos de las Alpujarras se su-
blevaron contra Felipe II, eligiendo por rey á Abenhumeya.
Despuósde una larga guerra fueron subyugados por Don Juán
de Austria, y expulsados la mayor parte al Africa.—1. Para
atajar ios progresos de los Turcos, Felipe II hizo alianza con
el Papa y la república de Venecia. La escuadra cristiana al
mando de Don Juán de Austria alcanzó una brillante victo-
ria en las aguas de Lepante, derrotando completamente á los
otomanos.—8. A la muerte del infante Don Sebastián en Afri-
cay de su tio el Cardenal Enrique, los portugueses eligieron
al Prior de Ocrato; pero Felipe II que tenía mejor derecho,
mandó un ejército á las órdenes del duque de Alba, que ven-
ció á los portugueses y se apoderó de todo el reino.—9. E l ab-
solutismo de Felipe II se manifiesta en su menosprecio de los
acuerdos de las cortes de Castilla, y en la supresión de los
fueros de Aragón, á consecuencia del proceso de Antonio
Pérez.

LECCIÓN X X V .
Felipe II y el Catolicismo*

1. Felipe I I y el Catolicismo.—2. L a Inquisición en España-


—3. Los Países Bajos.—±. Gobierno de Margarita de Par-
ma.—h. Gobierno del duque de Alba.—Q. Gobierno de Don
J u á n de Austria y de Alejandro Farnesio.—l. L a Armada
invencible.—-8. P a z de Vervins. Independencia de Holan-
da.—9. Juicio general sobre Felipe II.—10. Juicio de Feli-
pe II como rey de España.

1. Felipe II y el Catolicismo. Examinados en


la lección anterior los hechos principales del remado
de Felipe II en el orden político, nos ocuparemos en
la presente de los que se refieren más directamente
á la religión.
Más exaltado que su padre en creencias religiosas
y más intransigente con los enemigos de la Iglesia,
Felipe II se constituyó en defensor armado del ca-
tolicismo, no solo en sus Estados, sino en las otras
naciones de Europa. Considerando á los protestantes
—217—
como enemigos de los reyes y de la religión, los per-
siguió sin descanso en todas partes, empleando en
esta lucha sus grandes talentos, sus fuerzas milita-
res y sus inmensas riquezas, y valiéndose sin escrú-
pulo hasta de los medios más reprobados y crimina-
les, siempre que condujeran á su fin de exterminar
el protestantismo y enaltecer la fe católica como la
más firme base de su poder absoluto.
Añadiremos, sin embargo, que la conducta de Fe-
lipe II fué perfectamente sincera, como lo era tam-
bién su religiosidad. Profesaba el catolicismo con
exaltación; y merece el nombre de fanático, pero lo
profesaba con entera buena fe, y sin hipocresía. Por
eso la cuestión religiosa fué la continua preocupa-
ción de toda su vida.
2. L a Inquisición de España. L a situación de
España, alejada del foco del protestantismo, y el
arraigo que aquí tenían las creencias católicas á con-
secuencia de la larga guerra con los mahometanos^
fueron las causas principales de que la Reforma no
encontrara eco en nuestra Península. Sin embargo,
las continuas relaciones con Alemania durante las
guerras de Carlos V , habían introducido aquí alg
nos gérmenes de protestantismo, que se manife
principalmente por la libertad de pensar en mate
religiosas. Esto sucedía precisamente cuando
Garlos abdicó en su hijo la corona, y al tener not
de ello en su retiro de Yuste, recomendó á Don F
pe que empleara el mayor rigor para extermirí
en España á los herejes.
No necesitaba, á la verdad, Felipe 11 estas excita-
ciones, pues por convicción y por conveniencia polí-
tica estaba más interesado que su padre en la extir-
pación de la herejía, y le sobraba carácter y condi-
ciones para llevar á cabo este propósito empleando
todos los medios hasta los más reprobados. Valióse
en primer término del Tribunal de la Inquisición,
28
—218—
que había recibido poderes extraordinarios, autori-
zándolo para perseguir á losherejes^ aunque fuesen
estos obispos ó arzobispos, reyes ó emperadores, en-
tregándolos á los jueces civiles para la ejecución de
las penas, quedando de esta manera los asuntos de
fe y de creencia enteramente sometidos á la autori-
dad del rey. Y Felipe II, que según sus convicciones
hubiera arrojado á su hijo á la hoguera, si le hubie-
ra encontrado culpable de herejía, no tuvo escrú-
pulos en presidir la quema de los herejes en Valla-
dolid, solemnizando así su elevación al trono, repi-
tiéndose con frecuencia los autos de fe en varias
ciudades de España durante su reinado. Desde esta
época la Inquisición española fué un mero instru-
mento del despotismo de nuestros monarcas.
Además de la Inquisición Felipe II adoptó otras
medidas conducentes al mismo fin de evitar la in-
troducción de la herejía en sus Estados; siendo la
principal la de prohibir que los españoles de cual-
quier clase fuesen á instruirse al extranjero, confis-
cando los bienes y temporalidades á los infractores.
3. Los Países Bajos. Los Países Bajos que ha-
bían entrado en la monarquía española, como heren-
cia de María de Borgoña, eran en el siglo X V I el
país más rico y floreciente de Europa, tanto por el
desarrollo de su industria, como por su extenso co-
mercio, que había venido á reemplazar al de Vene-
cia, desde el descubrimiento del Cabo de Buena Es-
peranza. Muy temprano penetraron allí las doctrinas
protestantes, y Carlos V las persiguió sin tregua y
con crueldad; pero procuró fomentar la industria y
el comercio, respetando al mismo tiempo sus privi-
legios y libertades.
Felipe II procedió con menos cordura. Para atajar
los progresos de la herejía fundó nuevos obispados,
dotándolos con los bienes de las antiguas abadías,
hizo obligatorios los decretos del Concilio de Trente,
—219—
introdujo la Inquisición, encargó los puestos más
importantes á los extranjeros, y mandó ocuparlas
ciudades principales por tropas españolas, todo lo
cual era una violación de las libertades de aquellos
países, guardadas extrictamente por Carlos V .
4. Gobierno de M a r g a r i t a de P a r m a . Felipe II
encargó el gobierno de los Países Bajos á su her-
mana Margarita de Parma, y la presidencia del
Consejo á Granvela, nombrado obispo de Arras.
Alarmadas aquellas provincias por las determi-
naciones del rey, atentatorias á su libertad po-
lítica y religiosa, presentaron sus quejas á la R e -
gente, que consiguió con prudencia calmar el des-
contento público, haciendo que salieran del país las
tropas españolas y que se destituyera á Granvela.
Sin embargo, quedaron subsistentes los demás edic-
tos reales, por cuya causa los nobles en número de
400 firmaron el Compromiso de Breda. (1566) para
auxiliarse mútuamente contra la Inquisición y las
persecuciones religiosas, pidiendo el desagravio á
la Regente. Sorprendida esta de ver entre los peti-
cionarios á los nobles principales, algún consejero
hubo de decirle que no eran más que mendigos; los
coaligados apoderándose de aquella palabra despre-
ciativa, la tomaron como enseña y bandera de la
unión; y desatendidas sus quejas, recorrieron las
ciudades y los campos con una hortera en la mano
y una alforja al hombro, excitando á la rebelión,
cometiendo toda clase de profanaciones en Iglesias
y conventos, y destruyendo hasta 400 iglesias y ca-
pillas en pocos dias.
Margarita consiguió apaciguar aquel desórden
castigando á los culpables, y usando de templanza
con los demás. Pero creciendo á poco el mal por la
protección de los protestantes extranjeros á los fla-
mencos, fué insuficiente la autoridad de la Regente,
y mandó Felipe II al duque de Alba.
—220—
5. Gobierno del Duque de Alba. Felipe II ha-
bía escrito al Papa que perdería los Países Bajos, ó
mantendría en ellos la religión católica. Nadie po-
día realizar estos propósitos mejor que el duque de
Alba, completamente identificado con su rey en po-
lítica y en religión. Y en efecto, al frente de un
ejército compuesto de españoles é italianos, llegó á
los Países Bajos, instaló inmediatamente el tribu-
nal de los tumultos, compuesto de extranjeros y
presidido por Juán de Vargas: los flamencos le lla-
maron el Tribunal de la sangre, nombre harto me-
recido, pues por sus sentencias perdieron la vida
18.000 personas, entre ellas los condes de Egmont y
de Horn, antes fieles servidores de Felipe II; 30.000
fueron despojados de sus bienes, y 100.000 abando-
naron el país, llevando sus riquezas y su industria
á las naciones vecinas, principalmente á Inglaterra.
Guillermo de Orange, llamado el Taciturno, jefe
de los insurgentes, previendo las intenciones de Fe-
lipe II, huyó á Alemania al aproximarse á los Paí-
ses Bajos el duque de Alba. Las crueldades de este
último engrosaron las filas de los rebeldes, que se
apoderaron del puerto de Briel, sublevándose tam-
bién á su favor las provincias de Holanda y de Ze-
landa. E n estas circunstancias volvió Guillermo de
Orange y se puso al frente déla insurrección, unién-
dose á las dos provincias anteriores las de Frisia y
Utrech.
Viendo Felipe II que la violencia del duque no da-
ba resultados, envió á Don Luis de Requesens, que
procuró suavizar asperezas y atraerse voluntades
empleando medios conciliadores. Pero falto de re-
cursos para pagar las tropas, estas se entregaron al
saqueo, siendo víctimas de aquella barbarie las ciu-
dades de Maestrich y Amberes; dando lugar á que
las provincias del Mediodía se uniesen con las del
Norte, por la confederación de Gante (1576) á fln
de expulsar á los españoles.
—221—
6. Gobierno de Don J u á n de A u s t r i a y de Ale-
jandro Farnesio. Agravándose por momentos el
estado de los Países Bajos, encargó Felipe II aquel
gobierno á su hermano Don Juan de Austria, que
con prudencia y moderación, consiguió introducir la
discordia entre los confederados de Gante, y hacer
que se separaran las provincias valonas, católicas y
manufactureras, de las Mtavas, protestantes y co-
merciantes. Las primeras llamaron al Archiduque
Matías de Austria para continuar la guerra contra
España, y después al duque de Anjou, hermano de
Enrique III de Francia.
Muerto Don Juán de Austria á la edad de 31 años,
le sucedió en aquel gobierno Alejandro Farnesio,
duque de Parma, hijo de Margarita, que tan exce-
lentas recuerdos había dejado en los Países Bajos,
en el tiempo de su mando. Aprovechando la división
de creencias y de intereses entre los insurrectos,
atacando á los unos por las armas y atrayéndose á
otros con diplomacia, logró que las provincias valo-
nas reconocieran á Felipe II en el tratado de Maes-
trich (1579).
Entre tanto las siete provincias del Norte (Holan-
da, Zelanda, Gueldres, Utrech, Frisia, Overisel y
Groninga) se unieron por la liga de Utrech, consti-
tuyéndose en república federal, conservando cada
una su administración especial, y nombrando esta-
touder ó gobernador supremo á Guillermo de Oran-
ge (1579). Dos años después se separaron solemne-
mente aquellas provincias de la corona de España,
sin que pudiera evitarlo el gran talento ni las ar-
mas de Alejandro Farnesio, y sin que diera resul-
tado alguno el asesinato de Guillermo por un emisa-
rio español (1584).
Las provincias unidas nombraron estatouder á
Mauricio de Orange, hijo de Guillermo, que, por
los triunfos de Farnesio, dueño ya de Gante, Bru-
—222—
selasy otras plazas, y últimamente de Amberes tuvo
qae pedir apoyo á las naciones extranjeras, ofre-
ciendo la soberanía al rey de Francia, que la rehusó,
y á Isabel de Inglaterra, que aunque no quiso acep-
tarla, envió un refuerzo de tropas á las órdenes de
su favorito el conde de Leicester.
7. L a Armada Invencible, Los socorros man-
dados por la reina de Inglaterra á los holandeses, y
la guerra que por su orden hacía el almirante Dra-
ke á las colonias españolas entorpeciendo el comer-
cio en los mares de Oriente y Occidente, decidie-
ron á Felipe 11 á equipar una formidable armada,
con 150 buques mayores y 30.000 hombres de de-
sembarco, con el fin de conquistar la Inglaterra y
destruir el protestantismo que tenía allí su asiento
principal.
La armada invencible que había costado inmensos
sacrificios á España, fué deshecha en él canal de la
Mancha por las tormentas y por los buques ingleses,
viéndose obligado el almirante, Duque de Medinasi-
donia, á dar la vuelta á Inglaterra, estrellándose en
las islas Hébridas casi todos los buques que habían
podido escapar de la catástofe anterior. En aquella
desgraciada expedición perecieron 10.000 españoles:
al recibir la noticia, dijo Felipe II: yo envié mis na-
ves d combatir á los ingleses y no contra los elemen-
tos; cúmplase la voluntad de Dios.
8. L a paz de Vervins. Felipe II mandó una
segunda expedición contra los ingleses, que no fué
más afortunada que la primera, y al mismo tiempo
se propuso auxiliar á la liga católica de Francia con-
tra los hugonotes favorecidos por la reina de Ingla-
terra.
Alejandro Farnesio, obligado á dividir su tiempo
y sus fuerzas contra los Países Bajos y contra la
Francia, y á luchar con dos enemigos tan poderosos
como Enrique IV y Mauricio de Orange, no pudo
—223—
impedir el triunfo definitivo de uno y otro. El esta-
touder se apoderó de varias plazas, y defendió con
tanta pericia la de Ostende, que perdieron la vida
50.000 españoles en el sitio. La muerte de Farnesio
(1592) concluyó con la dominación de Felipe II en
los Países Bajos. E l archiduque Ernesto y el conde
de Fuentes que le sucedieron, no obtuvieron venta-
ja alguna; y comprendiendo el rey de España la di-
ficultad de conservar aquellos Estados, los cedió so-
lemnemente en el tratado de Vervins (1598) á su
hija Isabel Clara, casada con el archiduque Alberto,
con la condición de que faltando sucesión, volverían
á la corona de España.
9. Juicio sobre Felipe 11, Después de un reina-
do de cuarenta y dos años murió Felipe II en el Es-
corial (1598) á poco del tratado de Vervins.
Felipe II fué apellidado por sus enemigos contem-
poráneos el Demonio del Mediodía, y el mismo jui-
cio continúa mereciendo hasta el presente para los
enemigos del catolicismo y del absolutismo político:
en cambio los católicos de entóneos le llamaron
Grande y Santo, lo igualaron á Constantino, y aun
hoy los católicos y absolutistas le denominan el Pru-
dente. Uno y otro juicio son ciertamente verdaderos
si se considera al monarca español bajo el punto de
vista exclusivo del catolicismo ó del protestantis-
mo, y del absolutismo ó la libertad; pero ambos son
apasionados y por con consiguiente falsos, si se
examina, como debe examinarse, el reinado de Fe-
lipe II en relación con el tiempo y circunstancias de
su época. Veamos, pues, de despojarnos de toda
preocupación para juzgar brevemente y con la ma-
yor imparcialidad posible al hijo de Carlos V.
Que era un grande hombre no se puede dudar,
pues lo muestran la grandeza de sus proyectos, y lo
confirma el entusiasmo de sus admiradores y hasta
el odio de sus enemigos. Su nombre y sus hechos
—224—
llenan la segunda mitad del siglo X V I , que con ra-
zón se llama la época de Felipe II. Fué grande en su
defensa del catolicismo, trabajando por la Iglesia
más que Garlomagno y que Garlos V : y fué grande
por defender el absolutismo de la monarquía y la
preponderancia de su autoridad en Europa con más
constancia que Luis X I , Enrique VIII y que su mis-
mo padre.
Dicen sus adversarios que estableció la Inquisi-
ción más inicua que han visto los siglos, que se com-
placía en ver quemar á los herejes, que no tuvo re-
paro en apelar á medios criminales para obtener el
triunfo de sus ideas políticas y religiosas, que sacri-
ficó centenares de miles de víctimas á su ambición,
que no tuvo una lágrima de compasión para las
grandes desgracias de su tiempo, ni aun para la
muerte de su hijo, ni una sonrisa de alegría para
los prósperos acontencimientos; que holló las liber-
tades en España y en los Países Bajos, en suma,
que obró en todo su reinado como un tirano en polí-
tica y como un fanático en religión. Todo ello es
cierto por desgracia; pero no podía exigirse otra
cosa de su carácter, de su condición de rey de Espa-
ña, é hijo de Carlos V , y del tiempo en que vivió.
¿Obraron á caso de otra manera los reyes contempo-
ráneos? ¿No existía igual fanatismo, y la misma
crueldad entre los protestantes? ¿Fueron más huma-
nos Enrique VIII é Isabel de Inglaterra? ¿No conclu-
yeron en todas partes la libertades en aquel tiempo
como en España? Si pues Felipe II fué fanático has-
ta el extremo, acháquese al estado religioso del
siglo X V I que no permitía á los reyes ser otra cosa;
y si fué tirano con exceso, búsquese la causa de
la tiranía en el estado político de su tiempo. Es cier-
to que extremó más que otros reyes su fanatismo y
su tiranía, pero el más ó el menos no se oponen á
la esencia de las cosas; y en último término ésto
—225—
se explicaría por las condiciones del carácter de
aquel monarca. Los reyes que, como Felipe II, obran
con sinceridad, ajustando sa conducta á sus ideas y
creencias, merecen la absolución de la historia; por-
que sus defectos por grandes que sean, no son su-
yos, sino de su tiempo y del estado de la socie-
dad.
Sin embargo, Felipe II, como su padre, fracasó en
todas sus empresas: sus guerras en los Países Bajos
dieron por resultado la independencia de Holanda;
sus intentos contra Inglaterra acarrearon la pérdida
de la Invensible; sus proyectos ambiciosos en Fran-
cia no dieron resultado alguno positivo. Otro tanto
sucedió en el terreno religioso; á pesar dé sus g i -
gantescos esfuerzos el protestantismo se arraigó en
los Países Bajos, en Inglaterra y en Francia. Pero *
hay que confesar que si no consiguió destruir la Re- V
forma, por lo menos contuvo sus progresos en Fran-
cia y en los Países Bajos, y evitó que penetrara en
España é Italia.
10. Juicio de Felipe I I como rey de España. He-
mos examinado el reinado de Felipe II con relación
á la historia universal; veámosle ahora como rey
de España, encargado de conservar y desenvolver,
los intereses de nuestra nacionalidad.
La conquista de Portugal, y establecimiento
la unidad política en la Península, sería indudabl
mente un título de gloria para Felipe II; pero su po-
lítica desacertada, y su menosprecio de los port
gueses, y la pérdida de sus inmensas colonias, comL
prometió esta grande empresa, enconando más y
más los odios de aquella nacionalidad contra Espa-
ña, preparando así su separación y haciendo poco
menos que imposible la unión de ambos Estados en
lo futuro. Por otra parte, desconfiando de los portu-
gueses, tuvo que valerse de españoles para custo-
diar sus colonias contra los ingleses y los holandeses»
29
—226—
contribuyendo de esta manera aquella conquista á ani-
quilar la población de Castilla.
Otra mancha de su reinado fué el abandono en que
dejó los intereses españoles en la costa de Africa, y
el comercio europeo en el Mediterráneo. L a pérdida
de Túnez y de Trípoli que pertenecía á los caballeros
de Malta, el no socorrer á estos últimos cuando se
vieron atacados por los turcos, y las piraterías cons-
tantes de ios mahometanos que Felipe no supo ó no
pudo reprimir, todo ello constituye un descrédito
para el rey de España, y si bien es cierto que la
gloriosa batalla de Lepanto puso un dique á la inva-
sión otomana, también lo es que pudieron obtenerse
entónces otros mayores beneficios, dando libertad á
los griegos y quizá arrojando á los turcos de Cons-
tan tinopla, si la envidia de Felipe II no se hubiera
opuesto á que se formara un reino en la Albania y
la Macedonia para su hermano Don Juán de Austria.
En la guerra de los moriscos de las Alpujarras no
anduvo más acertado Felipe II, no solo provocando
con sus medidas violentas aquella insurrección, sino
por la manera antipolítica de terminarla, obligando
á expatriarse á todos los que pasaban de once años,
perdiendo la vida en aquella terrible guerra 20.000
españoles y más de 100^000 moriscos, gente labo-
riosa y útil al país, quedando desde entónces despo-
bladas y destruidas los m á s bellos territorios de la
Península.
Y no hay para qué recordar que por su falta de
prudencia y tacto político se originó una guerra en
los Países Bajos, asolando y despoblando aquellos
territorios, y consumiendo allí en el espacio de c i n -
cuenta años todas las fuerzas, el poder y las rique-
zas de España, solo por satisfacer su orgullo y ser-
vir á su tenacidad. Y todo para perder por sus tor-
pezas aquellas provincias y aniquilar á España. Y
el mismo resultado desastroso produjo su rivalidad
—227—
con la reina de Inglaterra, que nos hizo perder l a
Invencible y más de 20.000 hombres; y el mismo
fruto sacó de sus planes ambiciosos sobre Francia,
consumiendo en todas partes la vida de España en
asuntos completamente ajenos á nuestra naciona-
lidad.
Y no es extraño que, consumiendo la vida de Es-
paña en Flandes, en Inglaterra y en Francia, en
Portugal y sus colonias, y expulsando á los moris-
cos, y protegiéndola vida monástica, decayera no-
tablemente la población en nuestra Península, y se
aniquilara la industria y el comercio, y faltaran los
brazos para la agricultura, y se extendiera en fin
la pobreza y la miseria. E l rey más poderoso del
mundo, dueño de las posesiones más ricas del globo,
se declaró insolvente por dos veces, y dejó á su
muerte una deuda de mil millones; puede compren-
derse por este dato cuál sería la miseria del pueblo,
y cuán funesto fué para España el reinado de Felipe
II. Toda la grandeza de nuestra nacionalidad, á tan-
ta costa levantada por los Reyes Católicos, fué pró-
digamente consumida en toda Europa y en asuntos
más austríacos que españoles, por Garlos V y Felipe
II. Tal es el resumen de los dos primeros y más im-
portantes reinados de la casa de Austria en España.

RESÚMEN DE LA LECCIÓN XXV.

1. Felipe II más exaltado que su padre en creencias reli-


giosas, se constituyó en campeón armado del Catolicismo
en toda Europa, empleando en este objeto sus talentos, su
poder y sus riquezas, valiéndose de todos los medios, hasta
de los más criminales para conseguir sufln.—2.Aunque en
España no tuvo eco la Reforma, Felipe 11 se valió del tribu-
nal de la Inquisición para exterminar á los herejes y sospe-
chosos, holgándose en presidir él mismo los autos de fe: y
prohibió además que salieran los españoles á estudiar á otras
naciones.—3. Carlos V había respetado las libertades de los
Países Bajos, aunque persiguió á los herejes. Felipe II intro-
—228—
dujo allí la Inquisición, fundó nuevos obispados, y ocupó las
principales ciudades con tropas españolas.—4. Margarita de
Parma atendió solo en parte á las quejas de sus subditos: y
estos formaron el Compromiso de Breda, y adoptando el
nombre de mendigos que por desprecio les dieron los es-
pañoles, destruyeron iglesias y conventos y cometieron las
mayores tropelías.—5. Felipe II mandó á los Países Bajos al
duque de Alba, que instaló el tribunal de los tumultos é hizo
quitar la vida á 18.000 personas, confiscó los bienes á 30.000
y tuvieron que expatriarse más de 100,000, Al frente de los
sublevados se puso Guillermo de Orange, el Taciturno. Las
tropas de Requesens, sucesor de Alba, cometieron grandes
violencias, que obligaron á los flamencos á formar la confe-
deración de Gante, contra los españoles.—6. Nombrado des-
pués Don Juán de Austria, consiguió introducir la división
entre los confederados: á su muerte le sucedió Alejandro
Farnesio: las siete provincias del Norte se declararon inde-
pendientes, nombrando estatouder á, Guillermo y después á
su hijo-Mauricio de Orange, que acosado por Farnesio pidió
auxilio á Francia é Inglaterra.—7. Felipe II equipó la ma-
yor escuadra que se había conocido para castigar á Ingla-
terra, por haber socorrido al de Orange. Aquella armada
llamada la Invensible, fué deshecha por las tempestades y
y por los buques ingleses en el canal de la Mancha.—8. Te-
niendo que atender Farnesio á la guerra de Francia y de los
Países Bajos, no pudo evitar el triunfo de sus enemigos. A su
muerte, Felipe II cedió aquellos países por el tratado de
Vervins á su hija Isabel Clara, casada con el Archiduque
Alberto.—9. No se puede poner en duda la grandeza de Fe-
lipe II. Todos los grandes defectos que con razón le atribu-
yen sus adversarios, son propios de su época y del estado
político y religioso de la sociedad. Y si bien es cierto que
fracasaron todos sus proyectos, también lo es que consiguió
contener los progresos de la Reforma. — 10. Considerado co-
mo rey de España hay que confesar que obró desacertada-
mente en Portugal, olvidó nuestros intereses en las costas
del Mediterráneo, fué imprudente en la guerra de los mo-
riscos, orgulloso y tenaz en la de los Países Bajos, ambicio-
so en las de Inglaterra y Francia: y es justo reconocer que
tantos desaciertos produjeron la despoblación de España, y
la ruina del comercio, de la industria y de la agricultura,
agotando así la grandeza de la nacionalidad que habían le-
gado á su padre los Reyes Católicos.
—229—
LECCIÓN X X V I .
L a c o l o n i x a c i ó i i e s p a ñ o l a en A m é r i c a *
1. La dominación española en América al advenimiento dt
Carlos V.—2. Estado de Méjico antes de la conquista—
3. Hernán Cortés. Conquista de Méjico.—4, Pizarro.
Descubrimiento y conquista del Perú.—b. Imperio colo-
nial español.—6. Organización délas colonias.—7. Con~
secuencias de la colonización española.

1. L a dominación española en A m é r i c a al ad-


venimiento de Carlos I. Con los cuatro viajes de
Colón, y los descubrimientos posteriores, los domi-
nios españoles al ocupar el trono Carlos I se exten-
dían á las cuatro grandes Antillas, Cuba, la Jamai-
ca, Haiti 6 la Española y Puerto Rico; algunas de
las Antillas menores, y se habían fundado algunos
establecimientos en el territorio de Daríén, que re-
cibió el nombre de Tierra Firme.
Diego Velazquez, gobernador de Cuba, se propuso
conquistar el Yucatán, recientemente descubierto,
mandando una pequeña expedición á las órdenes de
su pariente Juán Grijalba, que recorrió aquellas cos-
tas desde la isla de Cozumel hasta San Juán de
Ulúa, adquiriendo noticias del poderoso Estado de
Méjico y de su emperador Motezuma.
2. Estado de Méjico antes de la llegada de los es-
pañoles. En siglos anteriores habían llegado al te-
rritorio de Méjico varias tribus, quizá de origen
asiático, entre las que se distinguían los toltecas,
chichimecas, trascaltecas, y por último la de los az-
tecas. Estos últimos habían conseguido imponerse á
los demás, y constituyeron un Estado poderoso, con
una civilización relativamente adelantada, puesto
que se dedicaban á la agricultura, tenían algunas
industrias, aunque rudimentarias, cultivaban la poe-
sía, y observaban ciertos preceptos morales y reli-
giosos.
—230—
Los Aztecas fundaron una especie de gobierno
feudal, dividido el pueblo en clases, siendo la superior
la de los conquistadores, á la que pertenecían los re-
yes y los guerreros, siguiendo después los artesanos
y mercaderes, y por último los antiguos habitantes
sometidos por ellos, que habían quedado en una es-
pecie de esclavitud, dedicados al cultivo de los cam-
pos. Tres Estados principales constituían el imperio
mejicano, el de Méjico y los de Tezcuco y Tacuba,
teniendo entre sí completa independencia en el go-
bierno y administración.
La monarquía gozaba de grande autoridad, pues-
to que dictaba las leyes y ejercía el poder civil y mi-
litar; pero no puede decirse que fuera despótica; en
cuanto á la justicia, se administraba con independen-
cia del monarca y era igualmente severa para todos.
Sin embargo, aquellos pueblos tenían una religión
feroz y sanguinaria, que sacrificaba á sus dioses
gran número de víctimas humanas.
3. H e r n á n Cortés. Conquista de Méjico. Her-
nán Cortés, natural de Medellín (Badajoz), fué en-
cargado por el gobernador de Cuba, Velazquez, pa-
ra llevar á cabo la exploración y conquista de las
tierras anunciadas por Grijalva, más allá del Yuca-
tán. L a expedición recorrió aquellas costas, apode-
rándose de Tabasco, y llegando á San Juán de Ulúa,
donde se presentaron á Cortés embajadores de M o -
tezuma, Emperador de Méjico, para conocer el obje-
to de su viaje.
A pesar de la oposición de los mejicanos, Cortés,
después de fundar la ciudad de Vera-Cruz, y quemar
sus naves, quitando á sus soldados toda esperanza
de volver á Cuba, no dejándoles otro recurso que
vencer ó morir, se dirigió á Méjico. En el camino
derrotó á los trascaltecas, atrayéndolos á su amistad,
castigó severamente la conjuración de Gholula fra-
guada por Motezuma, y por último llegó á Méjico
—231—
con su pequeño ejército de 500 hombres y 6.000 tlas-
caltecas, siendo recibido con gran pompa y señala-
das muestras de amistad por el Emperador. Poco
después descubrió Cortés una conspiración de los me-
jicanos contra él y los españoles, y puso preso á Mo-
tezuma para obtener el castigo de los culpables.
Por este tiempo, desconfiando Diego Velazquez de
Cortés, mandó contra él una expedición con 800
hombres al mando de Pánfllo de Narvaez. Afortuna-
damente Cortés consiguió derrotarlos, incorporando
aquellas tropas á su pequeño ejército; regresando
enseguida á Méjico, cuyos habitantes se habían insu-
rreccionado contra los españoles, sin conseguir apa-
ciguarlos el mismo Motezuma, que fué herido por los
suyos y murió poco después. Los españoles tuvieron
que combatir á los amotinados en las calles de la
ciudad, sufriendo grandes pérdidas sin poderlos do-
minar. Cortés decidió abandonar á Méjico, y en la re-
tirada sostuvo una desesperada lucha con sus ene-
migos en la misma capital, en la que murieron 150
españoles, y después una reñidísima batalla en el
valle de Otumba, consiguiendo derrotar á los mejica-
nos, que perdieron 20.000 en aquella acción.
Rehechas las tropas de Cortés en Tláscala, con
algunos pequeños auxilios de Cuba y de España, y
con un ejército de sus fieles aliados los tlascaltecas,
se dirigió nuevamente á Méjico, donde había sido
nombrado emperador á la muerte de Motezuma, su
sobrino Guatimozín. Después de batallas sin cuento,
en que los españoles hicieron prodigios de valor, y
su jefe dió repetidísimas pruebas de sus grandes ta-
lentos políticos y militares, logró Cortés apoderarse
de Méjico (1521) y hacer prisionero á Guatimozín,
con lo cual se sometieron los príncipes tributarios, y
sucesivamente todo el territorio, que recibió el nom-
bre de Nueva España.
Después de tan gloriosas conquistas, Hernán Cor-
—232—
tés, como Colón, calumniado por sus enemigos, se
vió despojado de sus títulos, regresó á España y fué
menospreciado por Carlos V , que no se dignó siquie-
ra darle audiencia, dejándole morir en la desgracia.
¿Qué podía importar al orgullo del Emperador un
hombre que le había conquistado más reinos que
provincias le legaron sus mayores?
4. Descubrimiento y conquista del P e r ú . Los
inmensos territorios de la América meridional eran
todavía desconocidos para los españoles, que no ha-
bían llevado sus exploraciones más allá del Darién
en el mar de los Caribes y de Panamá en el mar del
Sur. Sin embargo, habían recibido vagas noticias
sobre los países situados al Mediodía, donde el oro
abundaba tanto que los objetos más ordinarios se fa-
bricaban de este metal.
Tales noticias se referían á los pueblos estableci-
dos en las vertientes de los Andes, entre los cuales
era el más civilizado el peruano, de carácter m á s
suave y menos belicoso que los mejicanos, que daban
culto al Sol, pero no se manchaban con los sacrifi-
éios humanos. Gobernaba á la sazón en aquel país
la poderosa familia de los Incas, disputándose el
trono cuando aparecieron los españoles, dos miem-
bros de aquel linaje, Huáscar y Atahualpa.
Francisco Pizarro, natural de- Trujillo, Diego de
Almagro y Juán de Luque, organizaron una peque-
ñ a expedición en Panamá, con objeto de descubrir
el país del oro. Pizarro, que la mandaba.,recorrió las
costas occidentales de la Nueva Granada y del Ecua-
dor, y regresó á Panamá y á España, donde autori-
zado por el Emperador, reclutó alguna gente, diri-
giéndose nuevamente á América. Con 180 hombres
y 27 caballos, partió nuevamente de Panamá Fran-
cisco Pizarro, llegando á Tumbez, y después á la is-
la de Puna; y habiendo recibido algunos refuerzos
más de hombres y caballos que le mandaron sus
—233—
compañeros, emprendió la conquista del Perú, don-
de Atahualpa acababa de vencer á su hermano
Huáscar y se había hecho único dueño del imperio
de los Incas.
Pizarro atravesó los Andes entrando en Cajamar-
ca. Allí vino á visitarle Atahualpa con un ejército
numeroso; y á pesar de todo, por un atrevido golpe
de mano, los españoles se apoderaron del Inca, y
derrotaron á los indios que le acompañaban. Valién-
dose de su regio prisionero, Pizarro consiguió reunir
inmensas cantidades de oro; y Atahualpa, temeroso de
que el español protegiera las pretensiones de Huas- f
car á la corona, mandó quitarle la vida, como s e í \ |
verificó en su prisión de Quito. Con nuevos refuer-U
zos traídos por Almagro, Pizarro se propuso con- \
quistar aquel imperio; y como la prisión del InCa era \
un gran obstáculo para tamaña empresa, se decidie-
ron á darle muerte; y acusado de varios delitos, fué
ejecutado en Cajamarca (1533).
Los indios reconocieron por sucesor de Atahualpa
á su hermano Manco Gapac, que unido con los espa-
ñoles pasó á Cuzco, capital del imperio. Algunas des-,
avenencias entre Pizarro y Almagro, dieron luga
que este último se encaminara á la conquista de
le, mientras Pizarro gobernaba en el Perú, teni
en su poder al Inca, y fundaba la ciudad de L i
los Reyes. Manco consiguió escaparse de entr
españoles, levantándose con este motivo inme
ejércitos de peruanos para arrojar á los extranj
En estas circunstancias volvió Almagro de Chile,
se apoderó de Cuzco, hizo prisioneros á los herma-
nos de Pizarro, poniéndolos después en libertad: pe-
ro acometido más adelante por estos, cayó á su vez
prisionero, y fué ejecutado en Lima (1538). Tres
años después los partidarios de Almagro asesinaron
á Francisco Pizarro; y el hijo de Almagro, que so
negó á reconocer al nuevo gobernador Vaca de Cas-
30
—234—
tro, mandado por Carlos V , fué también ejecutado
en el Cuzco.
Entre tanto Gonzalo Pizarro, proclamado por sus
tropas gobernador del Perú, derrotó y dio muerte al
virey, Blanco Nunez, sucesor de^aca; opúsose tam-
bién al nuevo enviado por el Emperador, que lo era
don Pedro de la Gasea; pero al fin se vió abandona-
do por sus tropas, y entregándose al virey, fué tam-
bién ejecutado en el Cuzco. E l virtuoso y desintere-
sado L a Gasea se dedicó desde entonces (1540) á or-
ganizar la dominación española en el Perú v en
Chile.
5. Imperio colonial español. Por el mismo tiem-
po y poco después de la conquista del Perú, los es-
pañoles extendieron su dominación por la América
Central, la Nueva Granada y Venezuela, y por los
inmensos territorios que baña el Rio de la Plata.
En pocos decenios las colonias españolas compren-
dieron las Grandes Antillas y las principales entre
las Pequeñas, Méjico y la América Central, y toda la
América del Sur excepto la Patagonia y el Brasil, y
aun este último vino á formar parte de nuestras co-
lonias al incorporarse Portugal á España en tiempo
de Felipe 11. Jamás nación alguna había extendido
como España su poder colonial por territorios veinte
veces mayores que la metrópoli.
Estas dilatadas posesiones formaron al principio
los dos vireinatos de Méjico y el Perú, reuniendo los
vireyes el poder civil y militar, teniendo como con-
sejo de Administración las audiencias, que en los
asuntos judiciales eran completamente independien-
tes. Más adelante se crearon otros dos vireinatos en
Santa Fe de Bogotá y en Buenos Aires, y se aumen-
tó el número de audiencias hasta once. Todos los
asuntos coloniales lo mismo que el personal, depen-
dían del Consejo de Indias creado por el rey Católico
y organizado por Carlos V .
—235—
Bien pronto una multitud inmensa de españoles y
de europeos de las otras naciones, atraidos por las
riquezas de aquellos hermosos países, y muy prin-
cipalmente por las fabulosas cantidades de plata y
oro que se extraían de las minas de Méjico y del Pe-
rú, fueron á establecerse en América, naciendo en-
tonces un gran número de ciudades que en pocos
años se hicieron populosas, y comenzando en segui-
da la exportación de los preciosos frutos americanos,
el cacao, azúcar, especias, etc.
6. Organización de las colonias españolas. Los
europeos sustituyeron bien pronto á los indígenas,
quedando estos en poco tiempo destruidos ú obliga-
dos á refugiarse en los montes y selvas impenetra-
bles, huyendo de los excesos de los primeros con-
quistadores. Los indios desaparecieron con una ra-
pidez increíble: la isla Española, cuya población era
de un millón en la época de su descubrimiento, que-
dó reducida á los veinte años á diez mil habitantes
indígenas. Los españoles se repartían los indios,
empleándolos en el laboreo de las minas ó en las
faenas de la agricultura, considerándolos como ins-
trumentos de trabajo y medios de producción; es de-
cir, convirtiéndolos en esclavos sometidos á los tra-
tos más crueles é inhumanos.
Varias voces protestaron contra equel abuso de
los españoles sobre la raza indígena; distinguiéndo-
se principalmente el bondadoso Bartolomé de Las
Casas, obispo de Chiapa, en Méjico, que con sus repe-
tidas quejas al emperador pudo conseguir que se pro-
mulgaran varias leyes en favor de los indios, enca-
minadas á respetar su personalidad, sometiéndolos
únicamente á ciertos servicios moderados, y á pagar
determinados tributos. Pero á pesar de estas dispo-
siciones, mejoró bien poco la suerte de los america-
nos, y el mismo Las Gasas hubo de aconsejar que se
sustituyera el trabajo de los indígenas por el de los
—236—
negros de Africa, raza más fuerte y robusta, y que
podría soportar mejor la dureza de los trabajos que
exigían los españoles. Accediendo á sus deseos auto-
rizó Carlos V la importación de los negros en las colo-
nias americanas, comenzando desde entónces el co-
mercio conocido con el nombre de la trata, que ha
llegado hasta los tiempos presentes.
Los españoles extendieron también la religión ca-
tólica por sus colonias americanas, fundando parro-
quias, seminarios y obispados, dependientes de los
arzobispos de Méjico y de Lima, y más adelante de
los de Caracas, Santa Fe de Bogotá y Guatemala.
Casi todos los Papas reprobaron la esclavitud de los
indios y la trata de negros; y los misioneros men-
dicantes primero, y después jesuítas, contribuyeron
eficazmente á suavizar la dureza de la esclavitud, y
á consolidar la dominación española.
Desacertadamente se concedían todos los cargos
públicos á los españoles peninsulares, privando de
ellos á los nacidos en América, que recibieron el
nombre de criollos, con lo cual se crearon como dos
castas antipáticas y enemigas entre sí. Pero todavía
fué mayor y m á s profunda la separación entre los
españoles de una y otra procedencia con los indíge-
nas y con los negros, con los mestizos y los mulatos:
todo lo cual contribuyó por entónces á la seguridad
de la dominación española.
7. Consecuencias de la colonización española.
L a raza española, exhliberante de vida en la época
de los Reyes Católicos, encontró en el continente
americano un magnífico campo donde extender su
actividad. La riqueza de los productos y los tesoros
de las minas atrajeron en aquella dirección una bue-
na parte de la población peninsular, que introdujo
allí su idioma, sus costumbres, sus creencias, su
carácter y civilización.
Sin embargo, participando España de las preocu-
—237—
paciones y errores políticos y económicos de aque-
llos tiempos, prohibió en América el cultivo de los
productos y las manufacturas de Europa, á fin de
fomentar la agricultura, y la industria de la metró-
poli; impidió el comercio de las colonias con las
otras naciones; y este comercio quedó limitado á
Sevilla, de donde salían todos los años los galeones,
llevando á las colonias los productos de la industria
española, trayendo de retorno los artículos colonia-
les y principalmente el oro y la plata. Entorpecido
así el comercio y la industria de las colonias con
prohibiciones injustificadas y cargas onerosas, tam-
poco prosperaron, antes decayeron, en España por el
privilegio que excluía la competencia, y por la con-
fianza de un mercado seguro y barato en las co-
lonias.
Por otra parte, las inmensas riquezas de América
que llenábanlas arcas del Estado, contribuyeron á
la ruina de las libertades públicas, y al despotismo
de los reyes, que no necesitaron reunir las cortes
para exigirles recursos, y alimentaron el espíritu de
ambición y de conquista en nuestros monarcas, que
emplearon aquellos tesoros en guerras desastrosas
é inútiles con las naciones extranjeras, en vez de
dedicarlos al fomento de los intereses y del bienes-
tar de los españoles.
En suma, la colonización española en América
contribuyó á exterminar la raza de los indígenas,
dio origen á la esclavitud de los negros, acarreóla
despoblación de España, la muerte de las libertades
públicas, y la decadencia y ruina de la agricultura,
la industria y el comercio de nuestra nación. En
cambió llevamos allí nuestro carácter y civilización
siendo la gloria más grande de aquellas empresas
el haber propagado el cristianismo por las extensas
regiones del continente americano.
—238—
R ESÚMEN DE L A LECCIÓN X X V I .

1. A l advenimiento de Carlos V poseía España en Améri-


ca las Grandes y algunas de las Pequeñas Antillas, y peque-
ños establecimientos en Tierra Firme.—2. Entre las tribus
que poblaban el territorio de Méjico, era la principal la de
los Aztecas, que llegó á constituir un Estado poderoso y en
cierto modo civilizado; pero su religión era sanguinaria,
sacrificándose víctimas numanas á los dioses.—3. Hernán
Cortés con un ejército de 500 hombres emprendió la con-
quista del poderoso imperio de Méjico: con ayuda de los
tlascaltecas entró en la capital y se apoderó del emperador
Motezuma, Muerto este en una insurrección de sus sábditos,
tuvo Cortés que abandonar á Méjico, pero volvió después
con nuevos auxilios, hizo prisionero á Guatimozín, sucesor
de Motezuma, y consiguió por fin apoderarse de todo el te-
rritorio, que tomó el nombre de Nueva España.—4. La con-
quista del Perú se llevó á cabo por Francisco Pizarro, auxi-
liado por Almagro y Luque. Dominaba en aquel país la fa-
milia de los Incas, y era su capital Cuzco. Después de sacri-
ficar villanamente al emperador Atahualpa, se originó una
guerra entre los mismos conquistadores, en la que perdieron
la vida casi todos ellos, y que solo fué terminada porel virey
La Gasea.—5. Con estas conquistas el imperio colonial espa-
ñol comprendía la mayor parte de América, y estaba d i v i -
dido en los dos vireinatos, de Méjico y el Perú.—6. Con la
conquista española desaparecieron en poco tiempo las raz^s
indígenas, y para sustituirlas en los duros trabajos de las
minas, se autorizó por Carlos V la introducción de esclavos
negros procendente de Africa. Los cargos públicos se daban
únicamente á los españoles peninsulares.—7. La coloniza-
ción española contribuyó á la despoblación de España, y á
la ruina de la agricultura, de la industria y el comercio; fo-
mentó el deseo de conquista en nuestros reyes, y entró por
mucho en la pérdida de las libertades publicas y en la con-
solidación de la monarquía absoluta.
—239—
LECCIÓN X X V I I .
Guerras religiosas en F r a n c i a .
1. Reinado de Francisco I.—2. Reinado de Enrique U.—
3. Carácter de la Reforma en Francia.—^. Reinado de
Francisco II. Los Partidos.—5. Conjuración de Amboísa.
—6. Muerte de Francisco II.—1. Reinado de Carlos IX.
-T-8. Tentativas de conciliación entre Católicos y protes~
tantes.—9. Guerras civiles.—10. La Saint Barthelemy.
Cuarta y quinta guerra civil. Muerte de Carlos IX.
1. Reinado de Francisco I. En lecciones ante-
riores hemos examinado los hechos más importan-
tes del reinado de Francisco I en cuanto se relacio-
nan con la historia universal. Hemos visto que á
poco de ocupar el trono de Francia á la muerte de
Luis X H (1515) continuó las empresas de sus ante-
cesores en Italia, derrotando á los Suizos en la bata-
lla de Mariñán ó de los Gigantes, que le valió la po-
sesión del Milanesado, y la paz perpétua con los
vencidos, así como los ducados de Parma y Plasen-
cia cedidos también por el Papa, con el cual firmó
además el Concordato que abolía definitivamente la
Pragmática Sanción.
A l año siguiente firmó el tratado de Noyón con
Carlos I, y el de Bruselas con el emperador Maximi-
liano; pero muerto este poco después y solicitando
Francisco la corona imperial, que fué otorgada á
Don Garlos por los electores, se declaró entre ambos
monarcas una profunda rivalidad, que dió origen á
largas y repetidas guerras entre la Francia y la ca-
sa de Austria.
Los acontecimientos mas importantes de la pri-
mera guerra (1521-26) fueron, la derrota de los fran-
ceses por los castellanos en las Navas de Esquiroz,
y por los imperiales en la batalla de la Bicoca, por
la cual perdió Francisco el Milanesado: fueron de-
rrotados nuevamente en Biagraso, perdiendo la vida
el célebre Bayardo, y el condestable de Borbón se
—240—
pasó al servicio del Emperador. Por último, Fran-
cisco I perdió la batalla de Pavía, y hecho prisione-
ro y traido á España, firmó con el emperador el
tratado de Madrid, renunciando sus derechos á la
Borgoña y á los Estados de Italia.
En la segunda guerra (1526-29) saqueada Roma
por las tropas del Condestable, Francisco mandó un
ejército que, si bién consiguió al principio algunas
ventajas, tuvo que capitular en Aversa, perdiendo
la Francia desde entonces su influencia en Italia,
como se acordó en el tratado de Gambray, si bien
recuperó la Borgoña.
La tercera guerra (1536-38) comenzó aliándose
Fijancisco I con el rey de Inglaterra, con Solimán
II el Magnífico y con los protestantes de Alemania,
y además con Escocia y Dinamarca. Comenzada la
lucha, los franceses obligaron á Don Carlos á aban-
donar la Provenza, y á los imperiales la Picardía;
pero levantándose la opinión pública contra el rey
de Francia por su alianza con los otomanos, tuvo
que firmar la tregua de Niza con el emperador, ob-
sequiándole espléndidamente cuando á poco atrave-
só la Francia para reprimir una sublevación en los
Países Bajos.
En la cuarta y última guerra (1542-44) las tropas
francesas atacaron sin resultado las posesiones del
Emperador; el conde de Enghien alcanzó una brillan-
te victoria en Cerisoles sobre los imperiales; y estos
penetraron por el Norte en Francia, llegando hasta
cerca de París, con lo cual se firmó la paz de Crespi,
muriendo tres años después Francisco I.
Mientras Francisco I con sus guerras evitába la
omnipotencia de l a casa de Austria, se consolidó en
el interior el absolutismo de la monarquía, quitando
á la nobleza su carácter feudal.
2. Reinado de Enrique II. Sucedió á Francis-
co I su hijo Enrique II, que temiéndola omnipoten-
—Sál-
cia de Garlos V vencedor de los príncipes alemanes,
se unió con estos y con Mauricio de Sajonia y se
apoderó de los tres obispados de Toul, Verdun y
Metz. Atacada esta última población por el Empera-
dor, fué heróicamente defendida por el duque de
Guisa; terminando aquella guerra por la tregua de
Vaucelles (1556), y la abdicación de Carlos V en fa-
vor de su hijo Felipe II y de su hermano Don Fer-
nando.
Para oponerse ahora al rey de España, hizo alian
zaEnrique II con el Papa, y mandó un ejército á
los Países Bajos y otro á Italia. Los españoles alcan-f
zaron la gloriosa victoria de San Quintín, y dos añoí.
después la de Gravelinas; y los franceses recobraroi
la plaza de Calais, que estaba en poder de los ingle-
ses. A poco se ajustó el tratado de Cateau-Cambre-
sis, restituyéndose mutuamente las conquistas, per
conservando la Francia los tres obispados y la p"
de Calais. Concertado en este tratado el matrimonio
de Felipe II, viudo de María Tudor, con Isabel, h
del rey de Francia, se celebró este enlace con m
niñeas fiestas, recibiendo por casualidad Enriquejll
una herida en la cabeza con motivo de un torn
cuyas resultas murió á los pocos dias (1559), dejando
de su mujer, la famosa Catalina de Médicis, cuatro
hijos, de los cuales tres ocuparon sucesivamente el
trono de Francia, y una de sus tres hijas, Margari-
ta, casó con Enrique de Navarra, que fué después
Enrique IV.
3., C a r á c t e r de la Reforma en F r a n c i a , Las
ideas de la Reforma habían penetrado en Francia
desde los primeros años del reinado de Francisco I;
en un principio tuvieron un carácter democrático,
como una reacción contra el absolutismo de la mo-
narquía; pero la abolición de la Pragmática por
Francisco, y la influencia y poder que adquirieron
los señores alemanes adictos á las nuevas doctrinas,
31
—242—
fueron causa de que se extendieran también en
Francia entre las clases elevadas, especialmente
entre la nobleza, que esperaba por este medio poder
recobrar sus antiguos derechos feudales. E l pueblo,
enemigo de los privilegios nobiliarios, se hizo por
esta razón enemigo también del protestantismo.
Francisco I no se opuso al principio á las nuevas
ideas, patrocinadas por su hermana la reina de Na-
varra; pero después mandó al Conde de Guisa con-
tra los anabaptistas que arrojados de Alemania ha-
bían penetrado en Francia, y fueron extermina-
dos en la Champaña en número de 30.000: dió un
edicto por el cual se condenaba á muerte á los he-
rejes, confiscándoles sus bienes, proscribiendo al
mismo tiempo la imprenta, introduciendo la inqui-
sición en las provincias del Mediodía, y asistiendo
el mismo rey á las ejecuciones de los herejes.
En estas circunstancias (1535) publicó Galvino la
Institución Cristiana, que por su carácter democrá-
tico fué recibida con entusiasmo por el pueblo, y
hasta por la nobleza, que valiéndose de estas ten-
dencias republicanas, creía poder recobrar su anti-
gua influencia. Esto fué causa de nuevas y más te-
rribles persecuciones contra los reformados, en las
que fueron horrorosamente degollados los restos de
los antiguos valdenses que vivian pacíficos desde
siglos atrás en las montañas de Provenza.
Enrique II persiguió con el mismo rigor que su
padre á los herejes, publicando el edicto de Cha-
teaubriand y el de Ecouen, condenándolos á muer-
te, y procesando hasta algunos miembros del Parla-
mento. Tal era el estado religioso de la Francia al
advenimiento de Francisco II.
4. Reinado de Francisco I I . Los partidos.
Mientras las persecuciones extendían las ideas re-
formadas en todas las clases de la sociedad, la masa
del pueblo permanecía fiel al catolicismo, y muchos
—243—
hombres honrados y de gran valer, como el canci-
ller L;Hopital, trabajaban por una transacción, por
nna reforma moderada en la Iglesia, conservando
las libertades galicanas.
Catalina de Médicis, hija de Lorenzo, postergada
durante su matrimonio con Enrique II, por los amo-
res de este con la duquesa de Valentinois, Diana de
Poitiers, recobró su prestigio en los reinados de sus
hijos, especialmente en el de Carlos I X . Gomo edu-
cada en Italia, era de costumbres ligeras y profesa-
ba en política el tenebroso sistema de Maquiavelo,
inclinándose ya á un partido, ya á otro, sin m á s c r i -
terio que su egoismo y su ambición desenfrenada.
A l lado de la sombría figura de Catalina, aparece •
como contraste la bella y virtuosa María Estuardo,
hija de Jacobo V de Escocia y de María de Lorena,
y casada con Francisco II. Por este matrimonio ocu-
paron el primer rango en la escena política los tíos
de la reina, la familia de los Guisas, hermanos de
María de Lorena, entre los cuales merecen especial
mención el gran duque Francisco de Guisa y el Car-
denal de Lorena, campeones decididos del catolicis-
mo, y unidos en estrecha a ü a n z a p o r la comunidad
de intereses y de política con Felipe II, rey de
España, y con el Pontificado.
En frente de los Guisas, que á pesar de su carácter
semiextranjero, habían adquirido por sus grandes
hechos, como la defensa de Metz y la toma de Ca-
lais, una gran popularidad en Francia, y constituían
con la reina madre, Catalina de Médicis, el núcleo
del partido católico, se encontraba la familia de los
Borbones, representada por Antonio, casado con
Juana de Albret, princesa de Bearn y reina de la
Baja Navarra, por el arzobispo de Rúan y Cardenal
de Borbón, y por el galante y valeroso príncipe de
Conde, jefe del partido calvinista. Profesaban estas
mismas ideas, y estaban unidos con los Berbenes,
—244—
los hermanos Ghatillóns, cuyos miembros eran el
virtuoso almirante Coligny, su hermano Dandélot,
coronel general de la infantería francesa, y el car-
denal de Chatillón, sobrinos todos del anciano Con-
destable de Montmorency.
Tales son los principales personajes de los dos
partidos, católico y protestante, que intervinieron
en las guerras religioso-políticas que ensangrenta-
ron la Francia por espacio de treinta años.
5. Conjuración de Amboisa. Las persecuciones
sufridas por los protestantes en los dos reinados an-
teriores; el rigor de los Guisas en la ejecución de los
edictos céntralos herejes, y los resentimientos que
provocaron por su tiránica administración, validos de
su parentesco con la reina y de la debilidad del rey
Francisco II, que había depositado en ellos todo el
gobierno del Estado; unidas todas estas circunstan-
cias con el odio que la nobleza francesa profesaba
á los Guisas como extranjeros, produjeron un des-
contento general, de que se valieron los protestan-
tes para tramar una conspiración, dirigida por Gon-
dé y Coligny, con objeto de apoderarse de la perso-
na del rey, y obligarle á despedirá los príncipes lo-
reneses.
Instruidos á tiempo los Guisas de los intentos de
sus enemigos, tomaron con cautela sus medidas; y
al estallar la conspiración en Amboisa, atacaron de
improviso á los conjurados, que sufrieron una com-
pleta derrota (1560). Los Guisas mancharon su triun-
fo con horribles venganzas; y hasta intentó el Car-
denal de Lorena dar muerte al príncipe de Con-
dé, gravemente comprometido por las declaraciones
de sus cómplices, y que solo pudo salvarse por la
falta de pruebas positivas en contra suya.
6. Muerte de Francisco I I . Las sangrientas
venganzas de los Guisas, produjeron una irritación
general contra estos príncipes extranjeros, viéndose
—245—
obligada Catalina de Médicis á dar una amnistía ge-
neral para todos los crímenes cometidos bajo pre-
texto de religión. A l mismo tiempo nombró Canci-
ller á L'Hopital, que por el edicto de Romorantín
encargó á los obispos la persecución de la herejía,
evitando de esta manera el establecimiento de la In-
quisición, como pretendía el Cardenal de Lorena; y
convocó, de acuerdo con la reina los Estados gene-
rales, suspendiendo entre tanto las persecuciones
religiosas.
El rey de Navarra y el príncipe de Condé se pre-
sentaron en la corte, y los Guisas resolvieron des-
hacerse de ellos á toda costa. El de Navarra, que de-
bía ser asesinado en la cámara real, debió su salva-
ción á la falta de valor del rey que debía dar la se-
ñal: el de Condé fué condenado á muerte, pero se
salvó también por haber demorado L'Hopital la eje-
cución de la sentencia, y por el fallecimiento del rey
en aquellas circunstancias (1560) al año y medio de
haber ocupado el trono. Este príncipe débil é irreso-
luto, sin vicios y sin virtudes, no unió su nombre ^
ningún hecho importante en la historia de Francia.
Su viuda María Estuardo, de edad de diez y ocho
años, se volvió á Escocia, donde 1^ esperaban crueles
infortunios.
7. Reinado de Carlos I X . A la muerte de Fran-
cisco II, ocupó el trono su hermano Carlos I X , que á
pesar de no tener más que diez años de edad, con-
firió la regencia del reino á su madre Catalina de
Médicis, con la aprobación del Parlamento y del con-
sejo de Estado. Temiendo el ascendiente de los Gui-
sas, Catalina se propuso favorecer á los Borbones,
buscando el apoyo del rey de Navarra, al que nom-
bró lugarteniente general del reino.
Los Estados generales reunidos en Orleans eran
en su mayoría favorables á la libertad de cultos, co-
mo único medio de concluir las querellas religiosas;
—246—
y en cuanto al arreglo de la situación financiera del
reino, cuya deuda se había aumentado grandemen-
te en los últimos tiempos, acordaron que la resol-
vieran las asambleas provinciales; habiendo dispues-
to la de la Isla de Francia, como recurso para enju-
gar el déficit, que los favoritos y favoritas de los dos
últimos reinados restituyesen las inmensas riquezas
de que se habían apoderado por la debilidad de los
reyes.
Los Guisas, que por esta disposición habían de per-
der sus bienes, y que ya habían perdido la mayor parte
de su poder, excitaron en todas partes el sentimien-
to religioso de los católicos contra la regente y con-
tra el rey de Navarra, formando el triunvirato c a -
tólico, compuesto del Condestable de Montmorency,
el duque de Guisa y el mariscal de San Andrés, y
buscando además el apoyo de Felipe II, rey de Es-
paña, que se había erigido en campeón del catoli-
cismo.
8. Tentativas de reconciliación entre católicos y
protestantes. L a asamblea de San Germán reunida
por L'Hopital, pero influida por los Guisas, prohibió
á los protestantes la predicación, concediendo por
influencia del Canciller una amnistía general (1561).
Los Estados de Pontoise abolieron el anterior de-
creto, concediendo álos reformados que pudiesen tener
un templo en cada ciudad. Estos decretos y contra
decretos, en lugar de calmar las pasiones religiosas,
contribuyeron á irritarlas.
La reina y L'Hopital se propusieron restablecer la
paz religiosa reuniendo en el coloquio de Poissy á
los primeros teólogos católicos y protestantes, tenien-
do á la cabeza al cardenal de Lorena y á Teodoro
de Beza, discípulo de Calvino; pero sus conferencias
no dieron resultado alguno; y el Canciller publicó
entóneos un nuevo edicto (1562) autorizando el cul-
to calvinista en los campos y en las ciudades no
—247--
cercadas, prohibiendo, no obstante, á los reforma-
dos que hiciesen nuevos prosélitos, y que reuniesen
armas y soldados. Este edicto produjo el efecto de
aumentar la irritación de los católicos, por el favor
que se otorgaba á los protestantes, haciéndose im-
posible la avenencia de los partidos, que se prepa-
raron á defender su causa por las armas.
En esta disposición de los ánimos, pasando el du-
que de Guisa por Vassy en l a Champaña, atacaron
sus tropas á los calvinistas reunidos en una granja
para celebrar el oficio divino, matando á 60 é hirien-
do á más de 200 sin distinción de sexo ni edad
(1562). Con este hecho, católicos y protestantes ape-
laron á las armas, dando comienzo á las guerras
religiosas que por espacio de 32 años ensangrenta-
ron los campos y las ciudades de Francia.
9. Guerras civiles en el reinado de Carlos I X .
A l comenzar las luchas civiles y religiosas en Fran-
cia, los católicos contaban con el apoyo de Felipe II,
y los protestantes se adquirieron la alianza de Isa-
he! de Inglaterra. Aquellas guerras, como siempre
que se mezcla la religión con la política, se señala-
ron por el fanatismo y la crueldad de los dos parti-
dos, y los protestantes además por la devastación
de las iglesias y la destrucción de la imágenes.
En la primera guerra el rey de Navarra que se
había unido á los católicos, perdió la vida en el
asaltó de R u á n , dejando la corona á su hijo que fué
después Enrique I V . L a batalla de B r e u x (1562) dió
por resultado quedar prisionero Condé de los cató-
licos, y Montmorency de los protestantes, perder la
vida el mariscal de San Andrés, y quedar victorioso,
y único del triunvirato el duque de Guisa, que fué
nombrado lugarteniente del reino en puesto del rey
de Navarra, y asesinado poco después por un faná-
tico en el sitio de Orleans, con lo cual se firmó la
$ a z de Amboisa, concediendo á los protestantes l a
—248—
libertad de conciencia y el ejercicio de su religión.
Protestantes y católicos se unieron para recobrar
la plaza del Havre que los primeros habían entre-
gado á los ingleses en cambio de los recursos en
hombres y dinero que les había proporcionado la
reina Isabel; después de lo cual el rey viajó por las
provincias y tuvo en Bayona una conferencia con
su hermana Isabel, reina de España y con el duque
de Alba, que según parece, le aconsejó unas nuevas
vísperas sicilianas contra los protestantes ó hugo-
notes.
La segunda guerra civil comenzó por la batalla de
San Dionisio (1567) en la que perdió la vida el an-
ciano Montmorency, sustituyéndole su hijo, que
obligó á retirarse á los protestantes. Estos se habían
apoderado de todas las ciudades del Languedoc, y
se dirigían á París con un ejército mandado por
Condé, cuando se firmó la paz de Longjumeau
(1568) restableciendo sin restricciones la de A m -
boisa.
En la tercera guerra, Catalina de Médicis, aconse-
jada por el rey de España y el Papa Pió Y , se pro-
puso apoderarse de Condé, Coligni y de Juana de
Álbret, reina de Navarra; pero estos personajes se
refugiaron en la Rochela. Acudiéronlas tropas rea-
les contra ellos, y en la batalla de Jamao perdió la
vida Condé, asesinado por sus enemigos, sucedién-
dole Enrique, hijo de los reyes de Navarra, que á
la sazón solo tenía quince años, proclamado gene-
ralísimo por los protestantes, dándole por consejero
y lugarteniente á Coligny. Después de las batallas
de Roche Abeille favorable á los hugonotes, y la de
Moncontour á l o s católicos, Coligny se dirigió con
un ejército á París, y la reina se víó obligada á fir-
mar la paz de San Germán concediendo á los pro-
testantes las condiciones más ventajosas y las cua-
tro plazas de la Rochela, Coñac, Montaubán y la
Oharité, para su seguridad (1570).
—249—
10. L a Saint Barthélemy. Cuarta y quinta gue-
r r a civil. Muerte de Carlos I X . E l rey, que no
participaba de la maquiavélica política de su madre,
acogió sinceramente, á los jefes de los hugonotes, y
se propuso cimentar la unión de los dos partidos
por el casamiento de su hermana Margarita de V a -
lois con el jóven Enrique el Bearnés, y encargar á
Coligny el mando de un ejército contra los españo-
les de los Países Bajos. Aquel matrimonio retrasado
por la muerte repentina de Juana de Albret, madre
de Enrique,' se celebró a l fin (18 de Agosto de 1572)
reuniéndose con este motivo en París todos los prín-
cipes protestantes. Tres dias después fué herido Co- 4
ligny por un asesino pagado por la reina madre: el
rey, que atribuía este crimen á los Guisas, se propu-
so hacer en ellos un castigo ejemplar, pero la reina
y sus consejeros lograron disuadirlo, convenciéndo-
le de la necesidad de deshacerse por un golpe de
mano de todos los hugonotes.
L a conspiración urdida por Catalina de Médicis y
los Guisas, estallóá las dos d é l a madrugada deldia
de San Bartolomé (24 de Agosto). Una de las pri
ras víctimas fué Coligny, extendiéndose en seguid
la matanza por toda la ciudad, siendo degollados, s^-
gún cálculos prudeu tes 10.000 hugonotes indefen-
sos. E l mismo rey parece tomó parte en la ma
disparando desde las ventanas de su palacio
los protestantes que atravesaban el Sena pa
varse. E l rey de Navarra, y el príncipe de
tuvieron que abjurar su religión para conservar Ja
vida.
La matanza se comunicó después por órdenes del
rey á las provincias; si bien en algunas de ellas
aquel mandato bárbaro fué desobedecido. E l virtuo-
so L'Hopital, apenado por aquellas escenas san-
grientas, en que estuvo á punto de perder la vida,
felleció á los pocos meses. Felipe II felicitó con en-
32
—250—
tusiasmo al rey de Francia; y lo que parecería inex-
plicable, si no se tuvieran en cuenta las circunstan-
cias de los tiempos, el Papa, representante de la re-
ligión de paz, recibió con regocijo la noticia de aque-
lla horrible carnicería, mandando cantar un Te
Deum por la muerte de los herejes.
La cuarta guerra religiosa se redujo á la desespe-
rada défensa de los hugonotes en las plazas del Me-
diodía, especialmente en la Rochela y á la paz que
se firmó en los muros de aquella ciudad, dejando á
los protestantes la libertad de conciencia: y al comen-
zar la quinta por la ejecución de muchos protestan-
tes conspiradores. Garlos I X , atormentado por afren-
tosos remordimientos, que no le habían dejado n i de
dia ni de noche, desde la matanza de San Bartolo-
m é , murió en brazos de una mujer hugonote, que
había sido su nodriza.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN X X V I I .

I . Francisco I prosiguió las campañas de sus antecesores en


Italia, apoderándose del Milanesado: fué rival de Carlos V
por no haber sido elegido Emperador: en la primera guerra
perdió el Milanesado y quedó prisionero en Pavía: la segun-
da terminó por el tratado de Cambray, perdiendo Francia
su influencia en Italia: en la tercera se alió Francisco con los
turcos y tuvo que firmar la tregua de Niza: la cuarta ter-
minó con la paz de Crespi.— 2. Enrique II se apoderó de los
tres obispados, y el duque de Guisa defendió á Metz contra
Carlos Y , terminando aquella guerra con la tregua de V a u -
celles. Combatiendo á, Felipe 11 perdió las batallas de San
Quintín y de Gravelinas, y tomó á los ingleses la plaza de
Calais. Enrique II murió á poco de haber firmado la paz de
Cateau-Cambresis.—3. La reforma en Francia fué primera-
mente democrática, y después se extendió entre los nobles:
Francisco I no se opuso al principio á la Reforma, pero des-
pués persiguió á los protestantes. Calvino dió nuevamente á
la Reforma su carácter democrático, Enrique II persiguió
de la misma manera á los herejes.—4. En el reinado de Fran-
cisco II defendían el catolicismo su madre Catalina de Módi-
—25i—
cis, el duque de Guisa y su hermano el cardenal de Lorena,
con el apoyo del rey de España y del Papa: y figuraban al
frente de los protestantes Antonio de Navarra, el cardenal
de Borbón, el príncipe de Condé, y los hermanos Chatillones.
—5. La conjuración de Amboisa se formó por los protestan-
tes y por todos los descontentos contra el despotismo de los
Guisas: estos consiguieron d e r r o t a r á los conjurados, y man-
charon su triunfo con horribles venganzas.—6. Temiendo la
influencia de los Guisas, Catalina de Mediéis dió una amnis-
tía general á los protestantes; pero aquellos resolvieron
deshacerse del rey de Navarra y de Conde, que debieron su
salvación á la debilidad y á la muerte del rey,—7. Sucedióle
su hermano Carlos I X bajo la regencia de su madre Catali-
na: apoyando esta ahora á los Borbones, dió lugar á que se
formara el triunvirato católico, compuesto de Montmoren-
cy, el duque de Guisa y el mariscal de San Andrés, con el
apoyo de Felipe II, rey de España. — 8. L a concordia entre
católicos y protestantes, intentada por la reina bajo la i n -
fluencia de L'Hopital, no dió resultado alguno. El degüello
de los protestantes en Vassy por las tropas de Guisa, fué la
señal de la guerra religiosa que durante 32 años ensangren-
tó los campos y ciudadas de Francia. — 9. En la primera
guerra perdieron la vida Antonio de Navarra, el mariscal
de San Andrés y después el duque de Guisa, que fué asesina-
do; y se terminó por la paz de Amboisa: la segunda conclu-
yó en la paz de Longjumeau: durante latercera fué asesina-
do Condé en la batalla de Jarnac, y se firmó la paz de San
Germán favorable á los protestantes. —-10. Catalina de Mé-
dicis y los Guisas tramaron una conjuración para concluir
con los protestantes ó hugonotes, siendo en efecto degollados
en gran número en la noche de San Bertolomé: el rey de N a -
varra y Condé pudieron salvarse abjurando su religión: Fe-
lipe II y el Papa felicitaron por aquella matanza al rey de
Francia, que murió á poco atormentado por los remordi-
mientos.
—252—
LECCIÓN X X V I I I .
Francia. Enrique III y Enrique IV.
1. Enrique IIL Los políticos.—2. L a Santa Liga. Sedota y
s é p t i m a guerra civil.—3. Guerra de los tres Enriques.—
4. Estado de Francia á la muerte de Enrique IÍL—-5. E n -
rique IV: sus guerras con la Liga.—Q. Estado de Francia.
—7. Conspiraciones.—8. Proyectos y muerte de Enrique
/V.—9. A d m i n i s t r a c i ó n de Enrique IV.

1. Enrique I I I . Los'políticos. Con el título de


duque de Anjou, Enrique III había tomado parte en
las guerras religiosas anteriores, alcanzando algunas
victorias sobre los protestantes é imponiéndoles el
tratado de la Rochela. Por la política intrigante de
su madre Catalina de Médicis, había sido elegido
rey de Polonia, donde se encontraba á la muerte de
su hermano Garlos I X , apresurándose á dejar aque-
lla corona para venir á ocupar el trono de Francia
(1574). • KM
Aunque hombre de talento, Enrique III se hizo
odioso á sus contemporáneos y despreciable á la pos-
teridad por sus vicios y su vergonzosa corrupción,
así como por su detestable política aprendida en el
libro de Maquiavelo y en las lecciones de su madre
Catalina.
En los últimos tiempos del reinado anterior, y á
consecuencia del horror producido por la matanza
de San Bartolomé, abandonaron muchos católicos
sinceros el partido de los Guisas, y uniéndose con
los descontentos de la marcha del gobierno, que no
eran pocos, formaron un tercer partido, llamado 'po-
lítico por sas adversarios, á cuyo frente se puso el
ambicioso duque de Alenzón, hermano del rey. Este
partido, débil al principio por sus escasas fuerzas y
la falta de unión de sus elementos, adquirió grande
importancia después por sus ideas de tolerancia, y
á él debió su triunfo Enrique I V .
—253—
Figuraba entre los políticos la poderosa familia
protestante de Montmorency, perseguida cruelmente
por Catalina de Médicis, lo que fué causa para que
se unieran los dos partidos, político y hugonote y
sus jefes, el duque de Alenzón y Enrique de Na-
varra, que habían podido escapar de la prisión en
que se encontraban. Reforzados así ios protestantes,
y más con el auxilio traidO de Alemania por el prín-
cipe de Gondé,' continuó la quinta guerra religiosa
que había comenzado en el reinado anterior. E l hijo
del duque de Guisa (el Acuchillado) venció á los
alemanes en Dormans; pero temiendo el rey y la
reina la nueva influencia de la familia de Lorena,
se apresuraron á firmar la paz de Beaulieu, ó paz
de Monsieur, en favor de los protestantes, obtenien-
do grandes puestos el de Alenzón, el de Navarra y
Gondé, con-ocho plazas de seguridad en el Mediodía
de la Francia.
2. L a Santa L i g a . Sexta y séptima guerra civil.
Las concesiones otorgadas á los protestantes, i r r i -
taron á los católicos, que renovaron las ligas parti-
culares que de antemano se habían formado contra
los hugonotes en diferentes puntos de Francia. H u -
miers, amigo de los Guisas, y gobernador de la plaza
fuerte de Perona, se negó á entregarla á Condé, y
organizó una liga de más de 500 caballeros para la
defensa de la fe; á su ejemplo se formaron otras
muchas con el mismo objeto en todas las provincias.
E l ambicioso Enrique de Guisa, que aspiraba á su-
plantar al rey, consiguió con astucia y habilidad
apoderarse de aquellas fuerzas dispersas, les dió la
unidad que les faltaba haciéndose su jefe, reunien-
do así un poder superior al mismo rey.
En estas circunstancias convocó Enrique III los
primeros Estados generales en Blois, cuyos diputa-
dos por influencia del clero eran en su mayoría fa-
vorables á la Liga, y le obligaron á revocar el edicto
—254—
de Beaulieu y hacer la guerra á los protestantes, si
en el término de seis meses no abjuraban su reli-
gión; pero al mismo tiempo le negaron los subsidios
necesarios para llevarla á cabo. L a lucha comenzó
en seguida, y á vueltas de algunos triunfos de las
armas reales, Enrique firmó la paz de Bergerac,
más favorable que las anteriores para los protestan-
tes, y que irritó en gran manera á los partidarios de
la Liga.
Terminada de esta manera la sexta guerra religio-
sa, comenzó poco después la séptima entre el rey y
su cuñado Enrique de Navarra, que concluyó á poco
por el tratado de Fleico* confirmando el de Bergerac.
3. Guerra de los tres Enriques. E l duque A n -
jou, último hijo de Enrique II, proclamado soberano
por los Flamencos contra Felipe II, fué poco después
expulsado ignominiosamente de aquel país por sus
vicios y por sus atentados contra las libertades pú-
blicas; y cuando quiso volver para recuperar aque-
lla corona, falleció á la edad de 30 años.
Por esta causa, y por no haber tenido hijos Enri-
que III, quedaba como heredero del trono Enrique
de Navarra, que por su condición de protestante,
era rechazado por todos los católicos de Francia.
Aprovechándose de estas circunstancias Enrique de
Guisa, que aspiraba á suceder al rey, renovó su
alianza con Felipe II, en la que consiguió que toma-
ra parte Enrique III, y obtuvo del Papa Sixto V ,
una bula en que se declaraba herejes relapsos al rey
de Navarra y al príncipe de Gondé, privándoles
además de sus dominios y de sus derechos al trono
de Francia.
Entonces comenzó la guerra llamada de los tres
Enriques, el rey, el de Guisa y el de Navarra. Este
último hizo alianza con Isabel de Inglaterra y con
los protestantes de Suiza y Alemania, y atrajo á su
partido á Montmorency, gobernador de Languedoc:
—255—
venció á las tropas reales en la batalla de Contras,
mientras el de Guisa derrotaba en el Norte á los ale-
mananes que venían en socorro de sus correligiona-
rios franceses. Enrique III temiendo la popularidad
de Guisa, se propuso castigar á la población de Pa-
rís adicta á la Liga y al duque, provocando una i n -
surrección en la que los suizos fueron envueltos y
desarmados por el pueblo que había cubierto la ciu-
dad de barricadas. E l rey quedó prisionero en su
palacio, pero con gran trabajo pudo ponerse en sal-
vo al dia siguiente, y la ciudad de París, en poder
del duque de Guisa, vino á ser durante seis años el
centro de la república católica.
Enrique III, disimulando sus proyectos de vengan-
za, se unió con el deGuisa, nombrándole lugartenien-
te del reino, prometió hacer una guerra implacable
á los hugonotes, y convocó los Estados en Blois,
viendo en ellos humillada su autoridad por los parti-
darios de Guisa que dominaban en la asamblea. E n -
tonces por orden del rey fué asesinado Enrique de
Guisa, y decapitado al dia siguiente el cardenal de
Lorena. Por estos acontecimientos se sublevaron Pa-
rís y otras muchas ciudades, y Enrique III abando-
nado de todos, se unió con Enrique de Borbón, diri-
giéndose ambos con un poderoso ejército á sitiar á
París. L a víspera del asalto fué asesinado el rey
Enrique III por un fraile fanático, Jacobo Clemente
(1589). E n el mismo año murió también su madre
Catalina de Médicis, principal causante de tantas
guerras desastrosas en Francia.
4. Estado de F r a n c i a d la muerte de Enrique
111. Deplorable en extremo era el estado de Fran-
cia á la muerte de Enrique III. Las guerras civiles
y religiosas de los últimos reinados habían enconado
los odios de los partidos; la nobleza había recobrado
parte de sus derechos feudales; y la división y la
lucha era general en las provincias, obedeciendo
—256—
unas la autoridad del rey, otras eran adictas á la
Liga, y en otras dominaban los protestantes. L a dis-
cordia, la confusión y el espíritu de venganza, rei-
naban por todas partes; y con tantas guerras y de-
vastaciones los habitantes de los pueblos y de los
campos habían quedado en la miseria.
Por otra parte, la Francia se encontraba en poder
de los extranjeros. Felipe II, protector dé la Liga, te-
nía allí sus ejércitos y era dueño de muchas plazas
fuertes guarnecidas por tropas españolas: otro tanto
sucedía con los ingleses, cuya reina Isabel favorecía
á los protestantes.
Esta situación se agravó más todavía por las am-
biciones que se despertaron en varios aspirantes al
trono de Enrique III. Fueron estos Mayena, el jóven
duque de Guisa y Felipe II, que lo reclamaba para su
hija Isabel Clara, por su madre Isabel, hermana de
Enrique III Í ,
5. Enrique I V : ms guerras con la L i g a . Aun-
que arrancaba de muy lejos el derecho de Enrique
de Borbón á la corona de Francia, es indudable que
lo tenía preferente á los demás aspirantes, puesto
que descendía en linea recta de San Luis. Sin em-
bargo por su cualidad de protestante se negaron á
reconocerlo los Católicos, y aun muchos de sus co-
rreligionarios, y el duque de Mayena hizo procla-
mar rey al anciano cardenal de Borbón, con el nom-
bre de Carlos X , que murió poco después.
Abandonado Enrique IV por católicos y protes-
tantes, buscó apoyo en el tercer partido, ó sea en
los políticos, con lo cual pudo asegurarse en el tro-
no. E l duque de Mayena, al frente de las tropas de
la Liga, aumentadas con los auxilios de España, re-
solvió perseguir á Enrique, que después de levantar
el sitio de París había marchado á la Normandía pa-
ra recibir los refuerzos prometidos por Inglaterra.
Mayena fué derrotodo en Arques; y Enrique, des-
—257—
pués de saquear los arrabales de París, se estable-
ció en Turs, reunió allí el Parlamento, contrajo
alianzas con varias potencias extranjeras, y venció
nuevamente á Mayena en la gloriosa batalla de
Yvry.
Justamente orgulloso con sus triunfos, Enrique
IV sitió á París, principal asiento de la Liga, pero
se vió obligado á levantar el cerco al aproximarse
un ejército español mandado por Alejandro Farne-
cio, gobernador de los Países Bajos, que después de
aprovisionar á la ciudad, se retiró á su gobierno.
Enrique volvió á sitiar á París, apoderándose de
varias ciudades inmediatas.
Entretanto ardía la guerra en las provincias, pro-
curando muchos jefes de la Liga desmembrar el Es-¡\
tado en su provecho propio; introduciéndose además\
la división entre los jefes, pues mientras el Consejo ,
de los Diez ofrecía la corona á la hija de Felipe II, \
el de Mayena mandó quitar la vida á cuatro de los
Diez y Seis, y restableció el predominio de sus par- \
tidaríos.
Después de estos acontecimientos y otros varmsT-^
ya prósperos, ya adversos, la guerra entre Enrique
IV y la Liga se encontraba en el mismo estado: el
pueblo francés rechazaba á Enrique como hereje, y
á sus enemigos como instrumentos y cómplicíes d
Felipe II. En esta situación se decidió aquel á
rar sus creencias protestantes, con lo cual c
guerra, siendo reconocido sucesivamente por ts^os
sus competidores. Enrique IV firmó el edicto
Nantes (1598) otorgando á los protestantes las mis-
mas libertades que se les habían concedido por el de
Bergerac; y ajustó con Felipe II la paz de Vervins
con las mismas condiciones que la de Cateau-Gam-
bresis.
6. Estado de F r a n c i a . Las guerras de los tres últi-
mos reinados representan en política la reacción de
33
—258—
lá nobleza feudal contra la monarquía absoluta esta-
blecida por Francisco I y Enrique II: bajo su aspec-
to religioso esas luchas dan por resultado el estable-
cimiento del calvinismo como una potencia indepen-
diente dentro del Estado, reconocida por el edicto de
Nantes.
Después de tantas guerras desastrosas y de tan-
tas violencias y crímenes políticos y religiosos, la
Francia necesitaba la paz, la seguridad y el orden,
el establecimiento de un gobierno fuerte é inteligen-
te, extraño á los rencores de los partidos, para re-
hacer los intereses generales y la grandeza na-
cional.
A mayor abundamiento, las guerras de la Liga ha-
bían demostrado los peligros que podía correr la in-
dependencia de las naciones por la insaciable ambi-
ción de la casa de Austria en sus dos ramas, alema-
na y española; siendo doblemente necesaria una
fuerte constitución interior en Francia para poder
continuar la misión que se había impuesto desde
Francisco I de defender la independencia europea.
Tal era el estado de la Francia al advenimiento
de la casa de Borbón, y tales las necesidades que
estaba llamado á satisfacer Enrique IV.
7. Conspiraciones. Los esfuerzos de Enrique IV
para reparar los desastres de las guerras civiles le
atrajeron las simpatías generales del país; pero los
nobles, que con aquellas medidas perdían su influen-
cia y sus privilegios, conspiraron repetidas veces
contra el rey, sin que la clemencia ni el rigor fuesen
bastantes para contenerlos.
Fué la más célebre de aquellas conspiraciones la
del mariscal Birón, amigo y compañero de armas del
reyj y á quien este había salvado la vida por tres
veces con exposición de la suya; á pesar de lo cual
se unió con el rey de España (Felipe III) y con el
duque de Saboya para desmembrar la Francia en
—259—
pequeños Estados. Gomo no era esta la primera trai-
ción del mariscal, y como este no consintiese en
prestar las declaraciones de fidelidad que el rey le
pedía, fué condenado á muerte por el Parlamento, y
con profundo sentimiento de Enrique IV fué ejecuta-
da la sentencia.
Con este y otros castigos ejemplares en diferen-
tes individuos de la nobleza, consiguió Enrique IV
tener á raya la desmedida ambición de los señores
feudales, que acabaron de perder sus pretensiones
poco después en tiempo de Richelieu.
8. Proyectos y muerte de Enrique I V . Resta-
blecida la paz en sus Estados y terminadas las gue-
rras con los pueblos vecinos, Enrique IV concibió el
proyecto de reunir todos los Estados cristianos de
Europa en una gran república federativa, compues-
ta de quince grandes Estados, á saber: cinco reinos
hereditarios, Francia, Inglaterra, España, Suecia y
Dinamarca; tres electivos, la Polonia, Hungría y
Bohemia; cuatro repúblicas federativas ó aristocrá-
ticas, Venecia con Sicilia; Italia; Suiza con el Tirol,
el Franco Condado y la Lorena; y los Países Bajos;
el Estado de la Iglesia; el Imperio de Alemania; y el
ducado de Saboya con la Lombardía.
Esta gran república cristiana habría de tener un
Consejo supremo de diputados de todos los Estados,
encargado de evitar las injusticias y las guerras di-
rimiendo las querellas por el derecho, y evitando el
empleo de la fuerza. Además se deberían reunir las
fuerzas y el dinero necesario para expulsar de Eu -
ropa á los turcos, y hasta á los rusos, que en este
tiempo no formaban parte en realidad de la familia
europea.
Para llevar á cabo tan grandiosos proyectos, que
aun hoy no se han realizado, contaba Enrique IV
con el apoyo de Inglaterra, los Países Bajos, Saboya
y los protestantes de Alemania; y era necesario
—260—
además destruir la preponderancia de la casa de
Austria en Europa. Un suceso inesperado, la muerte
del duque de Gléveris, «dejando por heredero á todo
el mundo», proporcionaba al rey de Francia motivo
suficiente para intervenir en los asuntos alemanes,
y dar comienzo á la realización de sus proyectos,
cuando Enrique I V fué asesinado por el fanático
Ravaillac (1610). Su muerte fué llorada por toda
Francia; en cambio algunos antiguos partidarios de
la Liga, y las cortes de España y de Austria, aplau-
dieron el asesinato.
9. Administración de Enrique I V . Ante la
asamblea de los notables en Ruán, expuso Enrique
IV sus sinceros deseos de hacer la felicidad de la
Francia: aquella asamblea se disolvió sin tomar
acuerdo alguno importante, y el rey por sí mismo se
propuso llevar á cabo todas las mejoras que recla-
maba el estado del país, después de los horrores de
las guerras civiles. Comenzó, p u é s , rodeándose
de las personas más competentes en los diversos
ramos de la administración pública, entre los cuales
deberemos citar al célebre ministro ó superinten-
dente de hacienda, Sully, que como particular se
había enriquecido por la buena administración de
sus propios bienes, y que dirigió con el mismo acier-
to y probidad la fortuna pública.
Sully restableció el orden y el equiliblio en la ha-
cienda, por medio de severas economías y buena
administración, suprimiendo empleos inútiles, esta-
bleciendo algunas contribuciones moderadas, y su-
primiendo ó reduciendo otras más onerosas. Por
estos medios no solo consiguió pagar la enorme deu-
da de los reinados anteriores, sino que dejó repletas
las arcas del tesoro á la muerte de Enrique IV. Pro-
tegió la agiicultura aumentando tan considerable-
mente la producción de las tierras, que se permitió
la exportación de cereales, cosa que nunca había su-
—261—
cedido en Francia: se realizaron grandes obras pú-
blicas, desecando las vastas marismas del Medoc,
abriendo caminos y canales, restaurando las plazas
inertes, aumentando el ejército y todos los medios
necesarios para su sostenimiento, y embelleciendo
á París y otras ciudades con magníficos edificios.
Igual protección dispensó Enrique IV á la indus-
tria, al comercio y á la navegación, refiriéndose á
esta época la colonización de la Guayana y del Ca-
nadá.
Tantos trabajos y tantos cuidados por la prospe-
ridad del reino, conquistaron á Enrique IV una po-
pularidad sin límites. E l pueblo, colmado de benefi-
cios, le perdonó sus flaquezas, y solo veia en él al
soberano que ofrecía al soldado inválido un refugio,
y al villano una gallina en la olla todos los domin-
gos. L a historia le echa en caro su pasión por el jue-
go y el dejarse dominar por las mujeres (Gabriela de
Estrées, á quien hizo duquesa de Beaufort; y E n r i -
queta de Entraigues, marqueza de Verneuil); pero es
justo reconocer que no sacrificó jamás á sus pasio-
nes los intereses del Estado.
Por último, Enrique IV favoreció con grande em-
peño los progresos intelectuales; hizo venir á París
los sabios extranjeros, recompensándolos espléndida-
mente, fundó nuevos colegios y aumentó considera-
blemente la Biblioteca real. Por todos estos hechos
la historia ha dado con razón á Enrique IV el nom-
bre de Grande.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN XXVIII.

1. Enrique III dejó el trono de Polonia para ocupar el de


Francia á la muerte de su hermano Carlos IX: por sus v i -
cios y por su política se atrajo el odio de sus subditos. Gran
número de descontentos formaron el partido de los políticos,
que se unió después con los protestantes. La quinta guerra
civil terminó por la paz de Beaulieu, favorable á losprotes-
—262-™
tantes.—2. Los católicos formaron la Santa Liga, cuyo jefe
era Enrique de Guisa, que alcanzó por este medio un poder
superior al mismo rey. Después de los Estados generales de
Blois, Enrique III concluyó la sexta guerra religiosa por la
paz de Bergerac, más favorable todavía á los protestantes:
en igual sentido terminó la séptima por el tratado de Fleix.
—3. En la guerra de los tres Enriques (el rey, el deGuisa y el
de Borbón), el de Borbón venció á las tropas reales, y el de
Guisa á los alemanes auxiliares de los protestantes. El rey,
prisionero en París por el de Quisa, pudo escapar, y en los
Estados de Blois hizo asesinar á su enemigo, uniéndose con
el de Borbón. Cuando ambos sitiaban á París, fué asesinado
Enrique III por Jacobo Clemente.—4. Durante las últimas
guerras civiles se habían extendido por todas partes los
odios, la división y las luchas; la nobleza había recobrado
sus derechos feudales, y la mayor parte del territorio fran-
cés estaba en poder de los extranjeros; á esto hay que agre-
gar las ambiciones de los aspirantes á la corona.—5. E n r i -
que de Borbón tenía el mejor derecho á la corona de Fran-
cia, y apoyado por el partido de los políticos, venció á M a -
yena, jefe de los católicos en Arques y en Yvry; y aunque
obligado por Alejandro Farnesio á levantar el sitio de París,
abjuró sus ideas protestantes, fué reconocido como rey de
Francia, y concedió libertad á los protestantes por el edicto
de Nantes, y firmó la paz de Vervins con Felipe IL—6. Des-
pués de guerras tan desastrosas, Francia necesitaba orden
y seguridad y un gobierno fuerte é interesado en la grandeza
nacional: este poder fuerte de la Francia era necesario ade-
más para continuar contrarrestando las pretensiones ambi-
ciosas de la casa de Austria.—7. Enrique IV se propuso sa-
tisfacer estas necesidades de la Francia; pero se atrajo por
ello enemigos que conspiraron contra él, entre otros el ma-
riscal Birón, que fué condenadoámuerteyejecutado.—S.En-
rique I V concibió el proyecto de fundar una confederación
de todas las potencias cristianas de Europa, con un tribunal
superior encargado de dirimir las contiendas que se suscita-
sen entre ellas evitando así las guerras, y de expulsar de
Europa á los turcos y á los rusos: pero cuando iba á dar
comienzo á la realización de tan grandiosa obra, fué asesi-
nado por Rabaillac—9. Enrique I V se había rodeado de las
personas más probas y competentes en el gobierno del Es-
tado; entre otras el célebre ministro Sully, que organizó la
hacienda pública, favoreció la agricultura y protegió la i n -
dustria, el comercio y la navegación. Con éstas medidas se
conquistó aquel monarca las simpatías de todos los france-
ses: su único defecto fué el dejarse dominar por las mujeres.
—263—
LECCIÓN X X I X .
Inglaterra en e l segundo p e r í o d o
de l a E d a d m o d e r n a .
1. Inglaterra en la primera mitad del siglo XVI.—2. Reina-
do de Isabel.—3, María Estuardo.—4. Su prisión y muer-
te.—5. La Armada invencible de Felipe II.—6. Grandeza
de Inglaterra bajo él reinado de Isabel.—7. Pin de su rei-
nado.—8. Reinado de Jacobo I.—9. Su gobierno.
1. Inglaterra en la primera mitad del siglo
X V I . Como hemos expuesto en lecciones anterio-
res, en la primera parte de su reinado Enrique VIII
procuró mantener el equilibrio entre la casa de Aus-
tria y la Francia, uniéndose á una ó á otra para
evitar el predominio en Europa de cualquiera de
ellas. En este tiempo venció á los franceses en la
batalla de Guinegate, y á los escoceses en la de Flod-
den-Field, en la que murió Jacobo IV; y cuando la
Reforma comenzó á extenderse en Alemania, escri-
bió contra Lutero y mereció del Papa León X el tí-
tulo de Defensor de la Iglesia.
Vimos también que con motivo de su divorcio
de Catalina de Aragón que el Papa Clemente V i l
no quiso autorizar, y de su matrimonio con Ana Bo-
lena, Enrique se separó de la obediencia de Roma,
y le nombró el Parlamento jefe supremo de la Igle-
sia anglicana, dando así origen al cisma de Inglate-
rra, á una sangrienta persecución de católicos y
protestantes, y á la inicua expoliación de las igle-
sias y monasterios.
En el reinado de su hijo Eduardo VI (1547) y por
influencia de su tio el protector Sommerset, del ar-
zobispo de Cantorbery, Cranmer, y del duque de
Northumberlánd, se introdujo la Reforma en Ingla-
terra; y Warwick, que sucedió á Sommerset, consi-
guió del Parlamento que fuese declarada heredera
de la corona su nuera Juana Grey.
—264—
A pesar de esta declaración ocupó el trono María
Tudor, que casada con Felipe II, restableció el cato-
licismo en Inglaterra persiguiendo á los protestan-
tes, y siguió en el exterior la política de su marido,
por lo cual perdió la plaza de Calais, de que se apo-
deraron los franceses.
Por este mismo tiempo se introdujo la Reforma en
Escocia en el reinado de Jacobo V , casado con M a -
ría de Lorena, de la familia de los Guisas franceses,
y madre de María Estuardo, que á los pocos días de
su nacimiento ocupó el trono por la muerte de su
padre.
2. Reinado de Isabel. A la muerte prematura
de María Tudor, ocupó el trono de Inglaterra, con-
forme al testamento de Enrique VIII, Isabel, la hija
,(de Ana Bolena, protestante por política y por con-
vicción, orgullosa como su padre, despótica, pero
ilustrada, y con dotes más que suficientes para di-
rigir por sí misma el gobierno de su reino. Perse-
guida y encerrada en la Torre de Londres por su
hermana María Tudor, adquirió un odio implacable
contra los católicos, y un carácter disimulado, des-
leal y vengativo, propio de las circunstancias de su
época; sin embargo, Isabel era en general amante
de la justicia, y procuró por todos los medios l a
prosperidad y la gloria de Inglaterra.
A poco de subir al trono (1558) Isabel abolió el ca-
tolicismo con el asentimiento de la asamblea nacio-
nal, reproduciendo las persecuciones y, las hogue-
l ras del reinado anterior contra los disidentes. Más
adicta á las doctrinas de Calvino que á las de Lutero,
Isabel fundó la Iglesia anglicana, conservando la je-
rarquía católica, sin otra diferencia que sustituir l a
autoridad del Pontífice por la del Rey, viniendo á
ser de esta manera una mujer el jefe supremo de l a
religión. Por esta circunstancia el anglicanismo, ó
el calvinismo inglés era bien distinto del calvinismo
—265—
escocés, ó presbiterianismo, que proscribía la jerar-
quía episcopal.
3. María Estuardo. La joven y bella reina de
Escocia, María Estuardo, reunió á su corona la de
Francia por su matrimonio con Francisco II. Viuda
en la flor de su juventud, regresó á su reino, donde
le esperaban profundas amarguras y un fln desas-
troso. Siendo ella católica sincera, y habiéndose ex-
tendido en Escocia las ideas calvinistas, fué mal mi-
rada y hasta despreciada por sus súbditos, que la
consideraban idólatra é indigna de gobernar á los
cristianos: Juán Kox, el discípulo de Calvino la lla-
maba hasta en su misma presencia, Jezahél, conci-
tando con sus predicaciones á los escoceses para des-
tronarla.
A disgusto de la reina de Inglaterra se casó Ma-
ría Estuardo en segundas nupcias con un noble Es-
cocés, Darnley, hombre vicioso y corrompido, que
le prodigó toda clase de ultrajes é insultos, llegando
á matar en su presencia al Cantor italiano Ricio,
favorito y secretario de la correspondencia de la
reina con sus tios los Guisas y con el Papa. Este
hecho le atrajo á Darnley el odio y el desprecio de
su mujer; y otro noble escocés, el conde de Both-
well, consiguió atraerse la confianza de la rein^f"
hasta el punto de solicitar su mano, si bien María
Estuardo rechazó esta pretensión. Algunos dias^ des-
pués estalló una mina debajo de la habitación de
Darnley, cuyo cadáver se encontró entre las ruinas.
La opinión general atribuyó aquel crimen á Bpth-
well, y la reina, obrando con poca prudencia, lo
absolver por un tribunal especial, y tal vez ciega
por la pasión, se casó con él á los pocos dias.
La guerra civil estalló en seguida. Bothwell fué
expulsado del reino, y la reina cayó prisionera de
los rebeldes, y se vió obligada por Lord Douglas á
resignar la corona en favor de su hijo Jacobo VI;
34
—266—
poco después pudo escapar de su prisión, pero ven-
cida nuevamente, por no caer en poder de los esco-
ceses, marchó á Inglaterra implorando la protec-
ción de su buena hermana Isabel.
4. Prisión y muerte de María Estuardo. La
reina de Inglaterra, que como mujer odiaba á María
por su belleza y como reina protestante la aborrecía
por ser católica, la sometió á un proceso irregular,
y la tuvo presa veinte años. Los príncipes extranje-
ros se interesaron por su suerte; formáronse cons-
piraciones para conseguir su libertad, por las cuales
perdieron la vida Norfolk, Babingtón y otros; María
había rechazado las imputaciones calumniosas de
sus enemigos; pero todo fué en vano, su buena pri-
ma fué implacable, y ni siquiera mejoró las condicio-
nes de su prisión.
Por fin, temiendo Isabel al partido católico, que
aprovechaba todos los medios, tanto en Inglaterra
como en el extranjero, para despojarla del trono y
colocar en su lugar á la ilustre prisionera, firmó la
sentencia de muerte, que fué ejecutada sin dilación,
llevando su animosidad hasta el punto de negarle
en aquel trance los auxilios de la religión (1587).
5. L a Armada invencible de Felipe II. Con
grande indignación se recibió en todas partes la no-
ticia de la muerte de María Estuardo; pero más prin-
cipalmente por los soberanos católicos y entre ellos
por Felipe II que, como defensor de la Iglesia, y
autorizado por el Papa, se propuso destronar á la
reina Isabel para concluir con el protestantismo en
Inglaterra.
Además de estos motivos religiosos, Felipe II es-
taba también interesado en el destronamiento de Isa-
bel, por no haber aceptado su mano, por el auxilio
que prestaba á los protestantes de los Países Bajos
y á los de Francia, y por la guerra encarnizada y
por las grandes pérdidas que había ocasionado la
marina inglesa á la española.
—267—
En todos estos motivos se apoyó Felipe II para
equipar aquella formidable escuadra, que recibió el
nombre de Invencible, destinada á desembarcar en
Londres 30.000 hombres y destronar á la reina Isa-
bel. Por fortuna para esta las tempestades destroza-
ron la armada española en el Canal de la Mancha, y
los buques ingleses no hicieron otra cosa que disper-
sar los últimos restos del poder marítimo español.
Isabel mandó á sus marinos contra las colonias es-
pañolas, y el conde de Essex logró apoderarse de
Cádiz.
6. Grandeza de Inglaterra bajo el reinado de
Isabel. Justo es reconocer en la reina de Inglaterra
grandes defectos. La muerte de María Estuardo, las
persecuciones sangrientas por motivos religiosos, el
despotismo del gobierno, serán siempre manchas in-
delebles en el reinado de Isabel. Sin embargo, aquella
reina con su talento, su buen deseo y su constancia,
consiguió elevar el poder de Inglaterra sobre tan só-
lidas bases, que lejos de disminuir después, ha ve-
nido progresando sin cesar hasta el presente.
Ella fué la que reveló á Inglaterra el secreto de
su engrandecimiento, por medio del comercio j de
la navegación. Extendió sus relaciones comerciales
por toda Europa y América, sus marinos hicieron im-
portantes descubrimientos: los flamencos expatria-
dos por las persecuciones del duque de Alba, intro-
dujeron la industria fabril; y todo esto unido á un
gobierno, aunque despótico, hábil y económico, dió
por resultado colocar aquella nación entre las prime-
ras de Europa. Isabel, como sus contemporáneos
Enrique IV y Felipe II, ha merecido llevar en la his-
toria el nombre de Grande.
7. F i n del reinado de Isabel. La reina de In-
glaterra, que no quiso contraer matrimonio para no
tener que someter á otra su voluntad, cedió sin em-
bargo frecuentemente á la influencia de sus favori-
—268—
tos. Entre estos, fueron los principales el conde de
Leicester, y el de Essex. Este último, mandado á
Irlanda para apaciguar una rebelión promovida por
la tiranía del gobierno y por las intrigas de Felipe
II, hizo con los irlandeses un tratado poco favorable
para la corona de Inglaterra; por lo cual cayó en
desgracia de la reina, contra la cual tramó una cons-
piración, pero fué detenido y ejecutado por orden de
Isabel.
Pesarosa y arrepentida la reina de la muerte de
su favorito, cayó en una tristeza profunda que le
acarreó la muerte (1603): habiendo dejado por suce-
sor al hijo de Maria Estuardo, Jacobo V I de Escocia,
que fué Jacobo I en Inglatera.
8. Reinado de Jacobo I. Extinguida la familia
de Tudor con la reina Isabel, vino á sustituirle la de
los Estuardos con Jacobo I, descendiente de una hija
de Enrique VII, casada con Jacobo I V de Escocia.
Las discusiones de los presbiterianos de Escocia
habían hecho que Jacobo I, en su juventudj cobrara
afición á esta clase de estudios, adquiriendo una eru-
dición teológica y escolástica y un carácter sutil y
pedantesco, pretendiendo saberlo todo, y descono-
ciendo sin embargo hasta los principios más elemen-
tales del arte del gobierno. Celoso, por otra parte,
del prestigio de su autoridad, y careciendo de las
dotes necesarias para mantenerla; con un espíritu
débil y apocado y con menos valor que un niño; tal
era el rey extranjero que los ingleses recibieron con
prevención, por el favor que otorgaba á los escoce-
ses, y que fué peor mirado por estos porque temían
perder su independencia al unirse las dos naciones.
E n religión tuvo la habilidad de disgustar á los pres-
biterianos, entre los cuales se había educado, por
sus doctrinas democráticas; encontrando ahora más
acomodadas á sus tendencias y aspiraciones las doc-
trinas y la jerarquía anglicana. E n política hacía
—269—
derivar de Dios mismo la autoridad de los monarcas,
teniendo en menosprecio todos los demás poderes.
Este abuso de la autoridad absoluta de los reyes,
fué tolerado por la nación inglesa en el reinado de
Isabel por la admiración que siempre inspira el ge-
nio y por el atractivo de la grandeza y de la gloria;
pero desde el momento en que el poder cayó en ma-
nos débiles é ineptas, la nación comenzó á pensar en
sus libertades perdidas, y estimulada por las ideas
protestantes, se originó una lucha entre la autoridad
real y el pueblo inglés, que tan cara había de cos-
tar a l sucesor de Jacobo I.
9. Gobierno de Jacobo L L a ineptitud del nuevo
rey para el gobierno se manifestó en la renovación
de los edictos de Isabel contra los católicos, obligán-
doles á pagar la capitación que les imponían las le-
yes anteriores. Con esta medida consiguió irritar á
los católicos, muchos de los cuales eran grandes ca-
pitalistas, y se vieron reducidos á la miseria. Los
perjudicados, bajo la dirección de un jesuíta, trama-
ron la conjuración de la pólvora, colocando gran nú-
mero de barriles en los subterrános del parlamento,
para hacerlos estallar cuando el rey y los diputados
se encontrasen dentro del edificio. Descubierta la
conspiración, los principales culpables perdieron la
vida, los jesuítas fueron desterrados, y se estable-
ció el juramento de fidelidad al rey, obligatorio para
todos los católicos ingleses.
No se manifestó más hábil, ni más prudente Jaco-
bo I en sus relaciones con el Parlamento inglés. Pre-
tendiendo ejercer una autoridad sin límites, y soste-
ner el derecho divino de los reyes, consiguió herir la
susceptibilidad de los representantes de aquella
asamblea, que recordando su antiguo poder, y cono-
ciendo la debilidad del monarca, comenzaron por
negarle los recursos que exigía, inclinándose al mis-
mo tiempo á la insubordinación é independencia. A
—270—
estos gérmenes de disgusto y descontento hay que
añadir el espíritu democrático que introdujo en In-
glaterra el presbiterianismo, y que contribuyó al pres-
tigio de las ciudades., extendiéndose á las clases in-
feriores de la sociedad.
En los asuntos exteriores no supo conservar Ja-
cobo I el ascendiente que la reina Isabel había con-
seguido entre las grandes naciones de Europa, por
su protección á los protestantes y á los enemigos de
España. Intentó casar á su hijo Garlos con una prin-
cesa española, para lo cual el príncipe de Gales,
acompañado de su consejero Buckingham, vinieron
de incógnito á Madrid; y aunque fueron reconocidos
y obsequiados, aquel matrimonio no se llevó á cabo
por la enemistad del noble inglés con el duque de
Olivares, ministro omnipotente á la sazón en Espa-
ña: Garlos se casó después con una higa de Enrique
IV, rey de Francia.
La incapacidad de Jacobo I para el gobierno le
hizo entregar los asuntos de su reino á personas
ineptas como Roberto Carr, hecho duque de Som-
merset, y el insolente Villiers, duque de Buckin-
gham, Una sola cosa hay que alabar en este reinado:
el haber civilizado la Irlanda, y haber sido el prime-
ro que se tituló rey de la Gran Bretaña é Irlanda,
Por último, Jacobo I, al morir (1625) dejó á su hi-
jo y sucesor Carlos I un trono quebrantado, un po-
der absoluto excesivo, y una guerra imprudente-
mente comenzada con España.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN X X I X .

1. En la primera parte de su reinado procuró Enrique


VIII mantener el equilibrio entre la casa de Austria y la de
Francia, y escribió contra los protestantes; pero por su ca-
samiento con Ana Bolena produjo un cisma en el catolicismo.
Su hijo Eduardo VI introdujo la Reforma en Inglaterra; y su
—271—
hermana María Tudor restableció el catolicismo.—2. Isabel,
hija de Ana Bolena, adicta al calvinismo, persiguió á los
católicos y fundó la Iglesia anglicana, conservando la ge-
rarquía episcopal del catolicismo.—3. María Estuardo, rei-
na de Escocia y viuda de Francisco II de Francia, fué me-
nospreciada como católica por sus subditos calvinistas. Fué
maltratada por su segundo marido Darnley; y habiendo
muerto este desgraciadam ente, se casó María con el pre-
sunto asesino, Bothwell, Habiendo estallado la guerra, fué
vencida María, y se refugió en Inglaterra.—4, La reina Isa-
bel encerró en una prisión á María Estuardo, sometiéndola
á un proceso irregular, y aunque esta destruyó las acusacio-
nes injustas que se le dirigían, á los veinte años de cautive-
rio fué condenada á, muerte, y decapitada por su implaca-
ble prima y rival.—5. Indignado Felipe II por la muerte de
María Estuardo, y teniendo además otros motivos de resen-
timiento con la reina de Inglaterra, se propuso destronarla,
para lo cual mandó la Armada invencible, que fué destroza-
da por las tempestades en el Canal de la Mancha.—6. A pe-
sar de sus defectos y de sus crímenes, Isabel de Inglaterra,
con su talento y su constancia contribuyó en gran manera á
la grandeza de su nación, desarrollando el comercio y la
navegación, favoreciendo la industria y gobernando con eco-
nomía.—7. Por una expedición poco afortunada á Irlanda,
el conde de Essex, favorito de la reina, cayó en desgracia
de su soberana; y habiendo conspirado contra ella íué con-
denado á muerte. Arrepentida de este hecho, cayó Isabel en
una profunda melancolía, de la cual falleció poco después.—
8. Sucedióle Jacobo I, hijo de María Estuardo y rey de Esco-
cia con el nombre de Jacobo VI. Era ilustrado en asuntos
teológicos, pero carecía de dotes de gobierno, y fué mal re-
cibido por los ingleses por su despotismo y por su condición
de extranjero, y consiguió disgustar á los escoceses por sus
preferencias á la religión anglicana.—9. Su persecución con-
t r a los católicos dió por resultado la conjuración d é l a pól-
vora: por sus teorías sobre el derecho divino do los reyes,
consiguió enemistarse con el Parlamento, con las ciudades
y con el pueblo; se dejó gobernar por los favoritos (Sommer-
set y Buckinghan), y en su tiempo perdió Inglaterra el pres-
tigio que había alcanzado en el reinado de Isabel.
—272—
LECCIÓN X X X .
Las d e m á s naciones de Europa hasta la
guerra de T reinta a ñ o s .
1. Alemania. Fernando l y Maocimiliano II.—2. Rodolfo
II: ligas religiosas.—3. Italia.—4. Turquía hasta la paz
de Wesfalia.—5. La Rusia en el segundo periodo de la
Edad moderna.—6. Polonia.—7. Suecia hasta la guerra
de Treinta años.—8. Dinamarca.
1. Alemania. Fernando I y Maximiliano II.
Por la renuncia de Garlos V ocupó el trono imperial
su hermano Fernando I, que se había distinguido
en el reinado anterior reprimiendo vigorosamente á
los herejes de la Bohemia. Sin embargo, Don Fer-
nando, dotado de un carácter dulce y moderado, no
tenía condiciones para sostener en Europa el predo-
minio de la casa de Austria, que pasó á la rama es-
pañola con Felipe II.
Después de inútiles esfuerzos para atraer los pro-
testantes al Catolicismo, teniendo que asegurar su
dominación en Bohemia y Hungría, y contener las
amenazas de los turcos, no pudo evitar el aumento
de las sectas disidentes, contentándose con oponer-
íes la influencia que comenzaban á ejercer los je-
suitas.
Maocimiliano II, de carácter moderado y pruden-
te, y hombre virtuoso, consiguió apaciguar poco á
poco las discordias religiosas, y por su buen gobier-
no mejoró la hacienda pública y la milicia, logrando
vencer al príncipe de Transilvania é imponer una
paz ventajosa á los turcos.
2. Rodolfo II. Liga religiosa. Sucedió á Maxi-
miliano su hijo Rodolfo II, educado en España, y
que aficionado á la astrología, descuidó los asuntos
que del gobierno, dando lugar á se reprodujeran las
discordias religiosas, teniendo que apelar á medidas
rigorosas para reprimirlas.
_273—
Por otra parte, se aumentó la debilidad del impe-
rio por la guerra contra los turcos, y por los pro-
yectos ambiciosos del archiduque Matías, que te-
miendo la decadencia de su casa, obligó al empera-
dor á cederle la Moravia y la Hungría. Con esto, y
con la sucesión de Cléveris se aumentó el desórden
y la división, organizándose la liga de los protestan-
tes para resistir las medidas arbitrarias del empe-
rador, y la liga católica de Wurtzburgo, para oponer-
se á los progresos de la Reforma. L a muerte de
Enrique I V , rey de Francia, que protegía á los pri-
meros, retrasó por algunos años el comienzo de
aquella lucha entre los partidarios de ambas reli-
giones.
Rodolfo publicó las cartas de Majestad en favor
de la confesión religiosa de Bohemia; pero los de-
sórdenes provocados por este hecho, le obligaron á
ceder aquella provincia á su hermano Matías, mu-
riendo poco después. (1612).
3. Estado de Italia. Como resultado de las
guerra entre Francia y España, quedó triunfante
esta última en la Península italiana, perteneciéndole
en el Norte el Milanesado y en el Sur el reino de^~""
Ñápeles, Sicilia y Cerdeña. Estos países siguieron ^
en un todo la política española durante la dinastía ^
de Austria.
Aparte de los dominios españoles, se encontijabai^
en la Italia superior la Saboya, que á medida qu^
perdía sus dominios en Suiza, los ensanchaba por e.
Piamonte. Génova y Venecia continuaban en deca-
dencia por la ruina de su comercio, y por la pérdida"
de sus posesiones en Oriente.
En la Italia media, Florencia cambió su constitu-
ción republicana por el gobierno absoluto, tomando
el nombre de gran ducado de Toscana; y continuó
dirigida por la familia de los Médicis, en la cual se
distinguió en aquel tiempo otro Cosme, que promo-
35
—274—
vio, como su antecesor, la riqueza pública y el
bieaestar material, favoreció los estudios y protegió
á los sabios. Sucedióle su hijo Francisco, que conti-
nuó la misma marcha en el gobierno, aunque vivió
entregado á los placeres, y murió quizá envenenado
por Blanca Capello. Fernando I adquirió en el co-
mercio inmensas riquezas, empleándolas en obras
públicas de reconocida utilidad. Bajo el reinado de su
hijo y sucesor Fernando I I , comenzó la decadencia
de la Toscana, al paso que crecía la influencia de
Austria y España.
Los Estados Pontificios, mal administrados por la
teocracia, vivían en la miseria, mientras los Papas
y cardenales, ocupándose de asuntos lejanos, olvida-
ban lo que más cerca tenían y más les interesaba.
Algunos Pontífices continuaron prestando decidido
apoyo á las ciencias y las artes. Sin embargo, en
tiempo de Urbano V I I I fué condenado Galileo por
la Inquisición.
4. Turquía hasta la paz de Wes falla. Solimán
el Magnífico ocupó el trono de Turquía al comenzar
el segundo periodo de la Edad moderna (1520). En
su largo reinado de 46 años, se apoderó de Belgrado
y de la isla de Rodas, cuyos caballeros se traslada-
ron á la de Malta, cedida por Garlos V : derrotó á
Luis II en Hungría, y llegó á sitiar á Viena. Aliado
con Francisco I, causó grandes daños á los intereses
de Garlos V en el Mediterráneo: al mismo tiempo
mejoró notablemente su capital Constantinopla, y
fundó provechosas instituciones, aumentando por
estos medios la prosperidad de Turquía.
Seh'm I I conquistó la isla de Chipre, que pertene-
cía á los venecianos, y perdió la batalla naval de
Lepante, comenzando desde entóneos la decadencia
del imperio turco. Sus sucesores, Amurates'III, Ma-
homet III, Acmet I, Mustafá, Otmán II y Amurates
IV, abandonaron las pretensiones y las guerras con
-275—
los monarcas de Europa, no fueron afortunados en
sus luchas con la Persia, y cometieron en el interior
toda clase de crímenes y violencias. Desde esta épo-
ca la Turquía dejó de ser un peligro para Europa.
5. L a Rusia en el segundo periodo de la Edad
moderna. A Iván III el Grande sucedió Vasili 17,
(1505) vencedor de los tártaros que se habían apo-
derado de Moscou, agregando además diferentes do-
minios á la corona. Iván I V (1533) llamado el Te-
rrible, se distinguió por su tiranía, y por sus lu-
chas con los tártaros, con Polonia y Suecia, y por su
protección á las artes y á la civilización. Fedor I
(1584) vivió bajo la tutela de su tio Boris, que al fin
le asurpó enteramente el poder, después de haberle
envenenado.
Boris tuvo que combatir á un impostor que se ha-
cía pasar como hermano de Fedor, y se había apode-
rado de algunas provincias. Habiéndose envenena-
do por no poder vencer á sus enemigos, sobrevino
un período de desórden, conjuraciones y asesinatos,
hasta que ocupó el trono Miguel III (1613) fundador
de la dinastía de los Romanow, que actualmente ri-
ge los destinos de la Rusia. Miguel consiguió enfre-
nar á los nobles en el interior, y concluyó tratados
de paz con Suecia y con Polonia.
G. Polonia. E l reinado de Sigismundo (1506-48)
fué turbado por la revolución de Glinshi, que in-
tentó hacerse independiente en Lituania, y con-
denado por el Senado, se unió á los rusos contra su
patria. Sigismundo consiguió derrotar á sus ene-
migos en la batalla de Orsza; pero no pudo repri-
mir la insubordinación de la nobleza ni las disensio-
nes religiosas, que dieron lugar á que Alberto de
Brandeburgo, unido con los luteranos de^ Alemania,
hiciese independiente de Polonia la Prusia oriental.
En el reinado de Sigismundo I I la Livonia y la L i -
tuania fueron definitivamente sometidas á la Polo-
—276—
nia; con él concluyó la dinastía de los Jagellones
(1572).
La nobleza aseguró en este tiempo su poder so-
bre la monarquía. La dieta eligió rey á Enrique de
Válois, que dejó poco después aquel trono para
ocupar el de Francia; siendo elegido para sucederle
Esteban Batori, bajo cuyo gobierno recobró su as-
cendiente la Polonia, por sus victorias sobre los ru-
sos, y por sus progresos en la civilización. En el rei-
nado de Sigismundo III continuaron las luchas con
la Rusia y la Suecia; y en el de su hijo y sucesor
Ladislao (1632-48) terminada la guerra con los ru-
sos, comenzó otra más encarnizada con los cosacos.
Los protestantes perseguidos en Alemania encon-
traron favorable acogida en Polonia en el reinado de
Sigismundo II, á pesar de que el país era católico.
Sigismundo IÍI proclamó como religión del Estado
el catolicismo.
7. Suecia hasta la guerra de Treinta años. Cuan-
do Gristián II, el Nerón del Norte, se apoderó de
Suecia, y pretendió afirmar su dominación por me-
dio de destierros, suplicios y crímenes sin cuento,
un jóven descendiente de los antiguos reyes, Gus-
tavo Vasa, fué llevado en rehenes á Dinamarca: es-
te hombre destinado á vengar el asesinato de su pa-
dre y la esclavitud de su patria, consiguió escapar
de su prisión, desembarcando en Suecia, y oculto en
las montañas del NorLe, llamó en el momento opor-
tuno á los suecos al nombre de patria y libertad
contra la tiranía extranjera, y después de vencer á
los dinamarqueses en diferentes batallas, y expul-
sarlos de Suecia, fué proclamado administrador por
la nobleza (1521).
Con objeto de debilitar al clero, partidario de la
dominación dinamarquesa, Gustavo Vasa introdujo
el luteranismo, y se apoderó de los bienes de la
Iglesia. En la dieta de Westeras (1527) y en el Con-
—277—
cilio de Erebro (1529) se consumóla revolución re-
ligiosa, conservando sin embargo la jerarquía ecle-
siástica, y proclamándose Gustavo jefe supremo de
la Iglesia sueca. A l mismo tiempo favoreció la in-
dustria y el comercio-j dominó á la nobleza, resta-
bleció el orden y la paz en el interior y concertó
tratados ventajosos con la Rusia, Dinamarca y
Francia. Los suecos reconocidos á los beneficios de
su gobierno, declararon la corona hereditaria en
la femilia de Gustavo Vasa, en la constitución de
Erebro (1540).
Sucedióle su hijo Erico X I V que fué aprisionado
por sus hermanos y murió envenenado. Juan III
abjuró el luteranismo y se propuso restablecer la
religión católica, para lo cual facilitó la entrada en
Suecia á los jesuítas: pero bien pronto volvió á sus
creencias luteranas y expulsó á la compañía. Des-
pués de los reinados poco importantes de Sigismundo
y de Garlos IX, ocupó el trono Gustavo Adolfoj, que
tomó parte en la guerra de Treinta años.
8. Dinamarca hasta la guerra de Treinta años.
Depuesto Cristián 11 por la nobleza y el clero, cuyos
privilegios había violado, fué elegido para suceder-
le su tio Federico 7, que en la dieta de Odensea
abolió el celibato de los clérigos y ordenó la predi-
cación del luteranismo: la Noruega rechazó el pro-
testantismo, y recibió como un libertador á Cristián
II, pero fué vencido y encarcelado. Cristián III, par-
tidario del protestantismo, y ayudado por la nobleza,
sostuvo una larga guerra civil contra el clero cató-
lico, que sostenía á su hermano menor, y una guerra
extranjera con la república de Lubec que apoyaba á
Cristián II. Victorioso de todos sus enemigos, Cris-
tián III extendió la Iglesia Evangélica en todo
el reino; pero este cambio de religión redundó allí
en beneficio casi exclusivo de la nobleza, que se apo-
deró de los bienes del clero, y obligó al rey á decla-
rar el trono electivo.
—278—
A Cristián III sucedió Federico 11 (1559) que al-
canzó poca fortuna en una larga guerra con Suecia,
pero se hizo célebre por la prolección que dispensó
á la industria, al comercio y á la administración, y
por la fundación del observatorio de Uraniemberg,
donde hizo sus trabajos astronómicos Tícho-Brahe,
A su muerte (1588) ocupó el trono de Dinamarca
Cristian I V , que intervino en la guerra de Treinta
años.
RESUMEN DE LA LECCIÓN X X X .

1. En tiempo de Fernando I pasó la influencia de la casa


de Austria á la rama española con Felipe 11: por su mode-
ración y por las circunstancias políticas, se aumentaron las
sectas disidentes en Alemania. Maximiliano II apaciguó con
prudencia las discordias religiosas, mejoró la hacienda y
concertó una paz ventajosa con los turcos. —2. Rodolfo II,
aficionado á la astrología, descuidó el gobierno, y tuvo que
apelar á medios enérgicos para reprimir las discordias re-
ligiosas. E l archiduque Matías se hizo ceder la Moravia y la
Hungría. En este reinado se organizaron la liga protestante
contra las medidas arbitrarias del Emperador, y la católica
contra los reformados. — 3. En Italia predominaba la i n -
fluencia española por sus dominios de Nápoles y el Milane-
sado. La Saboya se extendió por el Piamonte: Génova y Ve-
necia continuaron en decadencia: en Florencia establecieron
los Médicis el gobierno absoluto; y los Pontífices adminis-
traron mal sus Estados, pero continuaron favoreciendo las
letras y las artes-4. Solimán el Magnífico, por sus victorias
elevó á su apogeo el poder del imperio turco. Selim II se
apoderó de Chipre y perdió la batalla de Lepante, comen-
zando desde entóneos la decadencia de Turquía, que se fué
debilitando más y más en los reinados siguientes. — 5. Des-
pués de Iván I V el Terrible, que sostuvo guerras con Polo-
nia, Suecia y con los tártaros, y de los breves reinados de
Fedor y de Boris, ocupó el trono de Rusia Miguel III, funda-
dor de la dinastía de los Romanow, que consiguió enfrenar
á la nobleza y concluyó tratados de paz con Polonia y Sue-
cia.—6. En el reinado de Sigismundol en Polonia, se hizo i i l -
dependiente la Prusia oriental por Alberto de Brandeburgo:
con SigismundoIIconcluyó la dinastía délos Jagellones. La
nobleza, que adquirió entóneos gran preponderancia, nom-
bró á Enrique de Valéis, y después á Esteban Batori, res-
—279--
taurador de Polonia: Sigismundo III y Ladislao combatie-
ron á los rusos, suecos y cosacos. — 7. Gustavo Vasa consi-
guió expulsar á los dinamarqueses, y fué proclamado admi-
nistrador de Suecia por la nobleza. Para debilitar al clero,
aceptó la Reforma, y restableció el orden y la grandeza de
Suecia: la nobleza declaró hereditaria la corona en la fami-
lia de Gustavo Vasa. En los reinados de sus sucesores hasta
Gustuvo Adolfo, se repitieron las discordias civiles y reli-
giosas. •— 8. Depuesto Cristián II, fué elegido rey de' Dina-
marca Federico I, que introdujo el protestantismo. Cristián
111 extendió la Iglesia Evangélica, pero este cambio en la
religión redundó en beneficio de lá nobleza y no de la monar-
quía. Federico II protegió la ciencia, la industria y la admi-
nistración. Su sucesor Cristián I V intervino en l a guerra de
Treinta años.

LECCIÓN X X X I .
Causas de la guerra de Treinta años.
1, Carácter d é l a guerra de Treinta años.—2. Causas ge-
nerales.—3. Causas particulares.—4. L a reacción católi"
ca en Alemania.—5, L a Liga evangélica y la Liga católi-
ca.—6. Causas inmediatas.—7. Periodos en que se divide
l a guerra de Treinta años.

1. L a guerra de Treinta años. Su carácter. Se


conoce en la historia con el nombre de guerra de
Treinta años, la que tuvo lugar entre católicos y
protestantes en Alemania desde 1618 á 1648.
Esta guerra tiene un carácter religioso-político:
es la última y la más terrible de las grandes luchas
á mano armada del catolicismo y del protestantismo;
pero á la vez se mezclan en ella, principalmente en
sus últimos períodos, los intereses de la política euro-
pea. Podría muy bien asegurarse que en aquella se
debatía el predominio de la religión ó de la política
en el gobierno de la sociedad.
Distingüese además la guerra de Treinta años por
su carácter general: las guerras religiosas de Suiza,
Francia, Inglaterra, Alemania y los Países Bajos
habían sido locales, sin afectar más intereses que
—280—
los de cada nacionalidad; pero en la de Treinta
años, aunque circunscrita á la Alemania, tornan
parte en ella casi todas las naciones de Europa,
excepto Inglaterra, y esto porque la tenía en el
interior.
2. Causas generales de la guerra de Treinta
años. En su doble aspecto religioso y político, la
guerra de Treinta años tuvo causas generales de
uno y otro orden. Como guerra religiosa es una
consecuencia de la Reforma y de la división de
creencias que se produjo en Alemania en el siglo
XVI por las predicaciones de Lutero. Es, como he-
mos dicho, la última de las guerras entre católicos y
protestantes, que habían tenido su comienzo en
tiempo de Garlos V y de Lutero: y bajo este aspec-
to, sus causas son las mismas que las de la Reforma,
que en lecciones anteriores dejamos apuntadas.
Gomo guerra política, es á su vez una continua-
ción de las de Garlos V y Francisco I, originadas
por la ambición de la casa de Austria á dominar en
Europa y por la rivalidad de la Francia, que se creyó
en el deber de poner un dique á semejantes preten-
siones, á fin de recoger ella esa misma preponde-
rancia.
De manera que en la guerra de Treinta años se
ventilan dos cuestiones: primera, si ha de subsistir
ó no la Reforma con todas las consecuencias que an-
tes examinamos; y segunda, si el predominio en
Europa lo ha de ejercer la casa de Austria ó la Fran-
cia. Ya veremos como se resolvieron ambas cuestio-
nes en el tratado de Wesfalia, que puso término á
aquella guerra larga y desastrosa.
3. Causas particulares de la guerra de Treinta
años. Además de las causas generales apuntadas,
hay otras que se refieren más particularmente á la
guerra de Treinta años, y que aun siendo lejanas,
encierran verdaderamente el gérmen de aquella lu-
—281—
cha. Tal fué la insuficiencia de la paz de Augsburgo
para concluir las guerras religiosas en Alemania.
Aquella paz impuesta por la necesidad al Empe-
rador yfirmadapor su hermano Fernando, no resol-
vió las grandes cuestiones que se venían debatien-
do, y no podia ser otra cosa que una tregua entre
católicos y protestantes; tregua que duró 63 años
por la lentitud de los alemanes, pero que hubiera
sido mucho más breve tratándose de las naciones
meridionales.
En efecto, la paz de Augsburgo hecha por los
príncipes luteranos no se referia más que á los pro-
testantes de esta comunión, quedando excluidos de
ella los calvinistas, que tenían en Europa más re-
presentación que los sectarios de Lutero, puesto que
se habían extendido por Francia, Países Bajos, Es-
cocia é Inglaterra, y aun por una buena parte de
Alemania. De manera que la mayoría de los protes-
tantes no participaban de las garantías de la paz de
Augsburgo, y esto les constituía en una situación
difícil y desventajosa, predisponiéndolos á la insur-
rección y á la guerra.
Por otra parte, aquella paz consagró la intoleran-
cia de los príncipes en materias religiosas, puesto^
que les concedía el derecho de imponer la religión á
sus súbditos, y á estos el deber de someterse á las
creencias de su señor ó abandonar el país. Esta/ in-
tolerancia legal fué otro motivo constante de perjíur-/
bación y de lucha en los mismos Estados pro
testantes. \
Esa misma intolerancia que sancionó la paz de-
Augsburgo, reinaba también en los sentimientos y
en las costumbres; católicos y protestantes se trata-
ron mutuamente con un odio implacable en sus ser-
mones, en sus escritos y en todos los actos de la
vida, perpetuándose de esta manera el estado de lu-
cha entre ambas comuniones.
36
—282—
Por último, la reserva eclesiástica consignada en
aquella paz, vino á aumentar el encono de las dos
religiones, siendo una de las causas principales de
la guerra de Treinta años. Por ella se prohibía á los
eclesiásticos que se pasaban al protestantismo, la
posesión de los bienes que correspondían á su bene-
ficio, los cuales quedaban secularizados y en poder
de los príncipes. Por este medio los protestantes se
apoderaron de inmensos bienes en el Norte de Ale-
mania; pero encontraron grande oposición en el
Mediodía y el Oeste, como sucedió al arzobispo de
Colonia, que perdió su ducado por haberse hecho
calvinista, y en Aquisgrán, Estrasburgo y otras
ciudades fueron expulsados sus ministros.
Gomo se vé, la paz de Augsburgo, en lugar de dar
garantías á la tolerancia religiosa, dio motivos más
que suficientes para que se perpetuase el encono de
las dos religiones, hasta hacer necesaria la renova-
ción de la lucha.
4. L a reacción católica en Alemania. Otra de
las causas particulares de la guerra de Treinta años
fué la manera de llevarse á cabo la reacción del ca-
tolicismo en Alemania.
Los Papas no prestaron su asentimiento á la paz
de Augsburgo, y por esta razón los católicos alema-
nes no se creyeron obligados á respetarla, y procu-
raron por todos los medios impedir su ejecución.
Sin embargo, los príncipes católicos practicaron
aquella paz en todo lo que les era beneficioso, obli-
gando por todos los medios á sus subditos á adoptar
su religión ó expatriarse, lo mismo que hacían los
príncipes protestantes; y hay que reconocer que es-
tos últimos al obrar de esta manera, lo hacían en
virtud de un derecho ó privilegio que se les había
concedido por la paz de Augsburgo, y que los cató-
licos no podían invocar ese derecho.
La reacción religiosa se llevó á cabo en Alema-
—283—
nia, como en todas partes, principalmente por los
Jesuitas. El resultado fué en verdad satisfactorio,
pues no solo consiguieron detener los progresos de
la Reforma y evitar que se propagase á los países
católicos, sino que lucharon con todas sus fuerzas
para volver á la obediencia de Roma aquellos Esta-
dos ya dominados por el protestantismo. Pero por
desgracia, los medios de que se valieron, no fueron
siempre enteramente conformes á la mansedumbre
evangélica; y si el engaño, y la violencia les condu-
jeron al fin que se proponían, en cambio acrecenta-
ron los odios y enconaron las pasiones religiosas
que habían de conducir necesariamente á la guerra
de Treinta años.
5. L a Liga evangélica y la liga católica. Los
progresos del catolicismo en Alemania alarmaron á
los protestantes que pidieron á la dieta (1608) el
cumplimiento de las cláusulas de la paz de Augs-
burgo. Esta petición fué negada por el archiduque
Fernando en nombre del Emperador Rodolfo; y los
protestantes, privados de esta manera de toda ga-
rantía para la conservación de la paz religiosa., for-
maron la Liga evangélica, y se organizaron mili-
tarmente para atender á su propia defensa: al año
siguiente se formó también la Liga católica, y las
dos confesiones desde entonces fueron dos campos
enemigos y dispuestos á la guerra, que un accidente
cualquiera podia hacer estallar.
Al frente de la Liga católica se pusieron Maximi-
liano de Baviera y el archiduque Fernando (después
Emperador) implacables enemigos de la Reforma.
En cambio ios protestantes, por la división y el odio
que mútuamente se profesaban calvinistas y lutera-
nos, y por las rivalidades de los príncipes, se en-
contraron sin jefes que oponer á los católicos.
Sin embargo, ambas ligas eran impotentes para
sostener la tremenda lucha que todos preveían, y
—284—
que no podía tardar en comenzar; por cuya razón
una y otra buscaron en el extranjero las fuerzas de
que carecían en Alemania. Los católicos hicieron
alianza con España y con la Santa Sede, y los pro-
testantes encontraron apoyo en los holandeses y en
el rey de Francia. Las hostilidades iban á comenzar,
cuando el asesinato de Enrique IV vino á demorar-
las por algunos años.
6. Causas inmediatas de la guerra de Treinta
años. Desde la renuncia de Cárlos V en sa hermano
Fernando, el Imperio se iba debilitando por los ata-
ques frecuentes de los turcos, y por las sublevacio-
nes de los húngaros y de los bohemios, y sobre todo
por la desmembración que tuvo lugar en el reinado
de Rodulfo II, que se vió obligado á ceder á su her-
mano Matías el Austria, la Moravia y la Hungría, y
más adelante la Bohemia. En esta última tuvo Ro-
dulfo que conceder á los bohemios sublevados las
célebres Cartas de Majestad, por las cuales se con-
cedía á los protestantes el derecho de edificar tem-
plos, y se les permitía tener jefes permanentes, lla-
mados defensores de la fe, para que vigilasen por
la ejecución de las referidas cartas.
En estas circunstancias murió Rodulfo II, suce-
diéndole su hermano Matías, que concedió cierta
tolerancia á los protestantes en sus Estados heredi-
tarios; pero nombrado heredero el archiduque Fer-
nando de Estiria, concluyó con aquella tolerancia,
comenzando las persecuciones y el despojo, hasta
conseguir que el Austria se viese libre de los
herejes.
Envalentonados los católicos con la protección del
archiduque, destruyeron imprudentemente dos tem-
plos que los protestantes edificaban en Bohemia;
los defensores con el conde de Thurn á su cabeza,
invocaron la garantía ofrecida por las cartas de ma-
jestad; y como fueron desatendidos en sus reclama-
-^285—
ciones, estalló una sublevación, en la que los pro-
testantes arrojaron á cuatro gobernadores austría-
cos por las ventanas de la casa de ayuntamiento de
Praga (1618); cuyo acto, conocido en la historia con
el nombre de defenestración de Praga, fué el co-
mienzo de la guerra de Treinta años.
7. Periodos en que se divide la guerra de Trein-
ta años. La guerra de Treinta años extendió sus
extragos por toda la Alemania; comenzó, como aca-
bamos de ver, por una cuestión religiosa, ó sea, la
lucha entre católicos y protestantes, y concluyó con
un carácter político, humillando la Francia á la casa
de Austria.
Esta guerra se divide en cuatro períodos, que to-
man sus nombres de las potencias que estuvieron
al frente del partido protestante, y son los siguien-
tes: 1.° período palatino (1518—25) de Federico V ,
elector del Palatinado; 2.° período danés ó dinamar-
qués (1525—29) por Cristian IV, rey de Dinamarca;
3.° período sueco (1529—35) con Gustavo Adolfo, rey
de Suecia, y 4.° período francés (1535—48) por la
intervención de la Francia.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN X X X I .

1. La guerra de Treinta años es la última de las luchas


religiosas entre católicos y protestantes, adquiriendo ade-
más un carácter político en sus últimos tiempos. Esta guer-
ra se distingue también por su carácter general, por haber
tomado parte en ella casi todas las naciones de.Europa.—2.
Como guerra religiosa tuvo las mismas causas que la Refor-
ma, es decir, la división de creencias en Alemania: bajo su
aspecto político, es una consecuencia de la rivalidad de las
casas de Austria y de Francia, que habia comenzado en
tiempo de Cárlos V y Francisco 1.—3. Como causas particu-
lares se encuentran la insuficiencia de la paz de Augsburgo
para concluir las guerras religiosas, por excluirse de ella á
los calvinistas, por haber legitimado la intolerancia reli-
giosa de los príncipes, y por la reserva eclesiástica.—4. Fué
—286—
otra causa particular de esta guerra los progresos de la
reacción católica en Alemania, llevada á cabo por los jesuí-
tas, empleando para ello medios reprobados por la manse-
dumbre evangélica.—5. Alarmados los protestantes por los
progresos del catolicismo violando la paz de Augsburgo,
formaron la liga evangélica para atender á la defensa de
sus derechos; y sus adversarios fundaron la liga católica.
Unos y otros buscaron alianzas en el extranjero.—6. Por la
debilidad del Imperio tuvo que conceder Rodulfo I I las Car-
tas de Majestad en favor de los protestantes de Bohemia:
sublevados estos porque los católicos les hablan derribado
dos iglesias, arrojaron á los gobernadores austríacos por las
ventanas del ayuntamiento de Praga, dando así comienzo á
la guerra de Treinta años.—7. Esta guerra se divide en cua-
tro períodos: llamados palatino, danés, sueco y francés.

LECCIÓN X X X I I .
G u e r r a de T r e m í a a ñ o s . P e r í o d o s palatino
y
1. Fernando II) emperador.— 2. Federico Y y Maximiliano
de Baviera.—3. Periodo palatino.—i.'Periodo dinamar-
qués. Cristián IV. Waldstein.— 5. Resultados de l a paz
de Lubec.—6. Edicto de restitución.—1. Deposición de
Waldstein.

i. Fernando I I emperador. Los sublevados de


Praga levantaron un ejército, y dirigidos por el Con-
de de Thurn, se apoderaron del gobierno de Bohe-
mia, expulsaron á los Jesuitas, y después de vencer
á las tropas imperiales, llegaron á poner sitio á V i e -
na. E n aquellas circunstancias había fallecido el E m -
perador Matías, apenado de que, por la intransigen-
cia del archiduque Fernando, no se hubiera termi-
nado por medios pacíficos la guerra de Bohemia.
Poco después los bohemios levantaron el sitio de
Viena, y los electores nombraron Emperador al ar-
chiduque con el nombre de Fernando I I (1619).
A l tener noticia de esta elección, se separaron de la
casa de Austria los Estados de Bohemia, Moravia y
—287—
Silesia, que eligieron por rey al Elector Palatino,
Federico V, jefe de la Liga evangélica, casado con
Isabel, hija del rey de Inglaterra. Atendiendo á los
consejos de su suegro y de otros reyes y príncipes,
no hubiera debido aceptar aquella corona; pero le
decidieron á ello las excitaciones do su esposa y su
propia ambición, y fué coronado en Praga. A l mis-
mo tiempo la Hungría se entregaba á Gabor, prín-
cipe de Transilvania.
2. Federico V y M a x i m i l i a n o de B a v i e r a . A
penas coronado rey de Bohemia, Federico V , faná-
tico calvinista, por su enemistad con los luteranos,
perdió el apoyo de los mismos protestantes que lo
habían elevado al trono. Mientras de esta manera se
dividían las fuerzas de la Liga evangélica, el Empe-
rador Fernando se unió con la Liga católica, cuyo
jefe era Maximiliano de Baviera, se atrajo al Elector
de Sajonia, luterano y enemigo de Federico, y fir-
mo una alianza con España.
Mientras los bohemios, unidos con los húngaros
sitiaban inútilmente á Viena por segunda vez, y Fe-
derico se vió abandonado por sus partidarios, los es-
pañoles mandados por Espinóla se apoderaron del
Palatinado, y Maximiliano con el general flamenco
Tillí, y con las tropas imperiales, penetraron en Bo-
hemia y vencieron en la batalla de Praga ó de Mon-
te Blanco á Federico, que tuvo que refugiarse en
Holanda, dejando sus Estados de Bohemia, Moravia
y Silesia y hasta el Palatinado, en poder del Empe-
rador.
Fernando repartió entre sus aliados los Estados
del Elector fugitivo; y castigó con crueldad á los
bohemios, pues no solo restableció el catolicismo y
los Jesuítas, sino que desterró á los ministros pro-
testantes y rompió por sus propias manos las Car-
tas de Majestad: 27 nobles protestantes murieron
en el cadalso; 700 fueron despojados de sus bienes.
—288—
y más de 30.000 familias fueron expulsadas del
pais por causa de religión. De esta manera conclu-
yó la riqueza y la importancia de la Bohemia, que
dos siglos después se resentía aun de aquellas
crueldades.
3. Guerra en el Palaünado. La causa del pro-
testantismo abandonada por Federico, encontró un
defensor valiente en el conde de Mansfeld, que por
las violencias del Emperador en Bohemia, pudo reu-
nir un ejército de 20.000 hombres, sin darles otra
paga que el saqueo y el pillaje.
Al frente de estos aventureros recorrió Mansfeld
toda la Alemania desde Bohemia hasta el Rin, bur-
lando la persecución de los imperiales; consigue
reunirse con Federico, que había vuelto á sus Esta-
dos, y derrotar separadamente á los españoles, y á
Tillí; pero reunidos estos lograron vencer á los au-
xiliares de Mansfeld, que tuvo que penetrar en Fran-
cia, pasando de allí á los Países Bajos, donde com-
batió con los holandeses contra los españoles. En
una nueva expedición á Wesfalia y á la Frisia, co-
metió Mansfeld horrores sin cuento, marchando des-
pués á Francia é Inglaterra para procurarse recur-
sos con que continuar la lucha contra el Austria.
Entre tanto la dieta de Ratisbona despojó á Fede-
rico del Palatinado y de la dignidad de Elector, con-
cediendo ambas cosas al duque de Baviera, y las tro-
pas españolas se posesionaron del Palatinado del
Rin. Así concluyó el período palatino de la guerra
de Treinta años.
4. Periodo dinamarqués. Cristián I V . Waldes-
tein. Los descalabros sufridos por los protestantes
en el período anterior se debieron á la falta de uni-
dad de sus operaciones, á las rivalidades de los
príncipes, y á las dudas y traiciones de los electores
de Sajonia y de Brandeburgo.
Presentóse ahora á sostener la causa del protes-
—289—
tantismo Cristian I V , rey de Dinamarca, contando
con el apoyo de Inglaterra, de los Países y de Fran-
cia, cuyo gobierno dirigía á la sazón el cardenal
Richeliéu, primer ministro de Luis XIII. El Empe-
rador Fernando que, en el período anterior había
hecho la guerra valiéndose de los ejércitos y de los
generales de la Liga Católica, cuyo jefe era el duque
de Baviera, se propuso ahora continuarla por cuen-
ta propia, con el fin de que sus resultados aprove-
chasen más directamente a las miras é intereses de
la casa de Austria. A este propósito admitió las f\
ofertas de un noble bohemio, llamado Waldstein,, \
que contando con sus riquezas y con su prestigiof\ Ü
entre los soldados, levantó un ejército de 50.000
hombres, manteniéndolos del saqueo y del botín,
como Mansfeld.
Comenzóse, pués, la lucha del segundo período,
estando Tilli al frente del ejército de la Liga católica
y obrando en combinación con Waldstein, que di:
gía el del Emperador; mientras Gristián IV te
por auxiliar á Mansfeld, El rey de Dinamarca se si-
tuó entre el Elba y el Weser y consiguió al princi-
pio contener los triunfos de Tillí; pero al año sigikien
te "Waldstein derrotó en Dessau á Mansfeld, \ qu^
perseguido hasta la Hungría, y mal recibido allApoá
Gabor, fué á morir en una aldea de la Bosnia. P6co
antes Gristián IV fué también derrotado por Tillí éír~:
la batalla de Lutter, con lo cual quedó en poder de
los catóhcos toda la baja Alemania. Waldstein, vuel-
to de su expedición contra Mansfeld, penetró en los
territorios de Dinamarca, apoderándose del Holstein,
pero no pudo tomar la ciudad anseática de Stral-
sund. Esta guerra terminó con la paz de Lubec
(1626) recobrando sus provincias el rey de Dinamar-
ca, y comprometiéndose á no tomar parte en los
asuntos de Alemania.
5. Resultados de la paz de Lubec. La paz de
37
—290—
Lubec fué un triunfo completo para los católicos y
para la política del Emperador Fernando II. Aleja-
do el rey de Dinamarca, los protestantes alemanes
vencidos y sus jefes principales reconciliados, no
podían ofrecer resistencia alguna: todos se sometie-
ron, acatando la autoridad imperial. Parecía natu-
ral en tales circunstancias una política generosa y
una tolerancia prudente con los protestantes, á fln
de consolidar la preponderancia adquirida por el
imperio, y asegurar la paz en Alemania. Pero des-
graciadamente no fué así, ó por la intolerancia pro-
pia de los tiempos, ó por el carácter especial del
Emperador.
La paz de Lubec fué seguida de persecuciones
contra los protestantes, obligándoles á dejar su re-
ligión ó abandonar su patria, tanto en Austria y
Bohemia, dependientes del Enjperador, como en el
Palatinado cedido al duque de Baviera, y en el Nor-
te de Alemania, donde Waldstein había recibido el
ducado de Mecklemburgo despojando para ello á sus
antiguos poseedores por un simple decreto del Em-
perador. Con estos actos, lejos ' e borrarse los mo-
tivos de la guerra., se enconaban más profundamen-
te, esperando íunicamente ocasiones propicias para
reproducirse las hostilidades.
6. Edicto de restitución. E l Emperador, cegado
por la victoria, llevó la reacción hasta el último ex-
tremo, proponiéndose volver las cosas al estado que
tenían en la época de la paz de Augsburgo. A este
fin publicó el edicto de restitución (1629) por el cual
todos los bienes secularizados hacían 70 años, y las
iglesias y conventos aplicados al culto protestante,
habían de volver á sus dueños primitivos. Por el
mismo edicto se excluía de la paz religiosa á los cal-
vinistas y se autorizaba á los príncipes católicos para
emplear todos los medios que creyesen convenientes
para la conversión de sus subditos protestantes.
—291—
Esta medida imprudente acabó de irritar á los pro-
testantes que perdían los bienes de 3 arzobispa-
dos, 15 obispados, y los monasterios y abadías del
Norte de Alemania; y desagradó á los católicos al
ver que el Emperador concedía á uno de sus hijos
cuatro obispados á la vez, y que la mayor parte de
los bienes restituidos se entregaban á los jesuitas,
y no á sus antiguos poseedores. Por estas razones
el edicto de restitución encontró una gran resisten-
cia en todas las clases sociales, y hubo necesidad
de apelar á la fuerza para cumplimentarlo, siendo la
ciudad de Magdeburgo la primera que se opuso á la
restitución. Waldstein, encargado de ejecutar las
órdenes del Emperador, entregó la mitad de Alema-
nia á la desvastación y al pillaje de sus soldados.
7. Deposición de Waldstein. Los excesos co-
metidos por las tropas de Waldstein, obligaron á los
príncipes alemanes, tanto protestantes como católi-
cos, á pedir al Emperador su destitución. No sin re-
pugnancia accedió Fernando II á estas peticiones,
reduciendo el ejército á 40.000 hombres, y separan-
do al general bohemio, que se retiró á su tierra,
donde vivió con régia ostentación, esperando que
las circunstancias obligarían á Fernando á valerse
otra vez de sus servicios.
Esta condescendencia del Emperador con los prín-
cipes alemanes se explica por la necesidad que de
ellos tenía para la elección de su hijo como Rey de
Romanos. Pero los manejos de Richelieu, secunda-
dos en la dieta de Ratisbona por su enviado, el ca-
puchino padre José, consiguieron destruir los pro-
pósitos imperiales, y la elección no se verificó. El
mismo Richelieu enemigo de la casa de Austria,
suscita á esta un enemigo más temible en el Rey de
Suecia, Gustavo Adolfo.
—292—
RESÚMEN DE L A LECCIÓN X X X I I .

I. Los bohemios sublevados llegaron á poner sitio á Vie-


na, que tuvieron que levantar después. Muerto el Empera-
dor Matías, fué elegido el archiduque Fernando, por lo cual
se separaron del Austria, la Bohemia, Moravia y Silesia,
nombrando por rey al Elector palatino Federico V, que fué
coronado en Praga,—2. El nuevo rey, por ser calvinista, se
enajenó las voluntades de los protestantes que lo habían
elegido. E l Emperador se unió con Maximiliano de Baviera,
jefe de la Liga Católica, y con España. Los españoles se
apoderaron del Palatinado; y el general Tillí derrotó en
Praga á Federico, que tuvo que refugiarse en Holanda. E l
Emperador castigó severamente á los bohemios.—3. Mans-
feld recodó la Alemania, y derrotó separadamente á los es-
pañoles y á Tillí, pero fué vencido cuando estos lograron
reunirse, y tuvo que refugiarse en Francia y después en Ho-
landa: en una nueva expedición cometió horrores sin cuen-
to en Wesfalia. L a dieta concedió el electorado al duque de
Baviera, y los españoles se posesionaron del Palatinado del
Rin. —4. Cristián I V se puso al frente de los protestantes;
Wallestein levantó un ejército en favor del Emperador, y
Tillí mandaba el de los católicos. E l rey de Dinamarca fué
derrotado por Tillí en la batalla de Lutter, y Mansfeld por
Wallestein en la de Dessáu. Esta guerra terminó por la paz
de Lubec—5. Esta paz fué seguida de persecuciones y des-
pojos de los protestantes, tanto en los Estados del Empera-
dor, como en el Palatinado cedido al duque de Baviera, y en
el Norte de Alemania, donde Wallestein había recibido el
ducado de Mecklemburgo, despojando para ello á sus anti-
guos poseedores. — 6. Llevando la reacción más adelante
Fernando II dió el edicto de restitución, por el que habían
de devolver los protestantes los bienes de que se habían apo-
derado desde la paz de Augsburgo. Resistido aquel decreto
por todas las clases sociales fué cumplimentado con gran-
des violencias por Wallestein.—7. Por estos excesos, el E m -
perador tuvo que deponer á Wallestein á instancias de los
electores católicos y protestantes en l a dieta de Ratisbona.
Los manejos de Richelieu evitaron la elección del hijo del
Emperador como rey de romanos.
—293—

LECCIÓN X X X I I I .
G a e r r a d e T r e i n t a a ñ o s . P e r í o d o s sueco
y francés.
1. Gustavo Adolfo, rey de Suecia.—2, Su intervención en la
guerra de Treinta años.—S. Toma de Magdeburgo y da-
talla de Leipzig.—4. 'Vuelta de Wallenstein. Batalla de
Lutzen. — 5. Muerte de Wallenstein. Fin del periodo
sueco.—Q. Reinado de Luis XIII en Francia.~l. Ministe-
rio de Richelieu.— 8. Periodo francés de la guerra de
Treinta años.
i . Gustavo Adolfo, rey de Suecia. A la muertej
de Garlos I X , ocupó el trono de Suecia su hijo Gus-
tavo Adolfo, de edad de 17 años (16H), rodeándose
de un consejo de hombres importantes, á cuya cabe-
za colocó al canciller Oxentierna. Hallábase á la sa-
zón en guerra la Suecia con Dinamarca, con la Po-
lonia y con la Rusia; y haciendo la paz con las dos
primeras, sostuvo una larga campaña con la últi-
ma. Comenzando de nuevo la guerra con Polonia,
consiguió apoderarse de la Libonia y de una parte
de la Prusia; pero fué al fin derrotado por los pola-
cos, unidos á los austríacos (1629), firmando una tre-
gua con sus enemigos.
En estas circunstancias, el cardenal Richelieu y la
Inglaterra estimulan al rey de Suecia á tomar parte
en la guerra de Alemania contra los católicos y k
casa de Austria, ofreciéndole su apoyo moral y re^
cursos pecuniarios de grande importancia. Además
tenía Gustavo Adolfo otros motivos para emprender
aquella guerra, cuales eran, el despojo de sus pa-
rientes, los duques de Mecklemburgó, cuyo Estado
se había concedido por el Emperador á Wallenstein,
y el auxilio prestado por Fernando II á los polacos
en sus guerra con el rey de Suecia. Por todas estas
causas se decidió al fin á intervenir en la guerra de
Treinta años, cuando m á s abatidos estaban los pro-
—294—
testantes por la derrota del rey de Dinamarca y por
el edicto de restitución.
2. Intervención del rey de Suecia en la guerra
de Treinta años Precedido de la fama de gran
guerrero y consumado político, Gustavo Adolfo de-
sembarca en las costas de Pomerania (1630), anun-
ciándose como libertador de sus hermanos los pro-
testantes, oprimidos por la casa de Austria: en pocos
meses consigue apoderarse de todo aquel ducado,
ocupando la isla de Rugén y la plaza de Stetin.
Las devastaciones causadas por los ejércitos im-
periales para cumplimentar el edicto de restitución,
y la licencia desalmada de los soldados de Tillí y
Wallenstein, habían irritado sobre manera á los
protestantes; en cambio el rey de Suecia por sus
prendas personales, por la severidad de sus cos-
tumbres, y por la moderación y disciplina de sus tro-
pas, consiguió atraerse bien pronto todas las volun-
tades.
Sin embargo, no encontró Gustavo Adolfo el auxi-
lio que debía esperar de los príncipes protestantes;
entre ellos los más importantes, los electores de
Brandeburgo y de Sajonia, ó por temor al Empera-
dor, ó porque no quisieran deber favores á un ex-
tranjero, se negaron á unirse con el Rey de Suecia.
3. Toma de Magdéburgo y batalla de Leip-
zig. Sitiada la plaza de Magdéburgo por el general
Tillí, se propuso el rey de Suecia socorrerla y hacer
levantar el sitio, pero para ello necesitaba atravesar
el territorio de los Electores, que no se lo permitie-
ron, retrasando por esta causa su expedición, y dan^
do lugar á la ocupación de la plaza por los imperia-
les, después de una desesperada resistencia. Mag-
déburgo sufrió por tres dias un saqueo espantoso
autorizado por Tillí, y después un incendio que la
dejó arrasada por completo, pereciendo, según se
cuenta, más de 30.000 de sus habitantes (1631).
—295—
Los electores principales causantes de aquel de-
sastre, temerosos ahora de las tropas de Tillí, se
unen con el Rey de Suecia; le dejan el paso franco
por sus Estados, y bien pronto se encuentran los
suecos y los imperiales en los campos de Leipzig,
sufriendo estos últimos una completa derrota, y te-
niendo que retirarse Tillí con grandes pérdidas, mien-
tras los sajones penetran en Bohemia para dirigirse
á Viena, y Gustavo Adolfo se encamina al Rin, apo-
derándose del Palatinado y de la Franconia, logran-
do de esta manera separar á los españoles y á los
imperiales. Conseguido esto, penetra en Baviera, y
en las orillas del Lech derrota á Tillí, que pierde la
vida á consecuencia de las heridas recibidas en la
batalla. Poco después el héroe sueco entró victorioso
en Munich (1632) abandonada por el duque Maximi-
liano y por ei gobierno.
4. Vuelta de Wallenstein. Batalla de Lut-
zen. Los sajones, dueños de la Bohemia, y los sue-
cos que dominaban en la mayor parte de Alemania,
podían unirse en un momento dado, y poner sitio á
Viena, colocando en una situación desesperada al
Emperador, que no tenía ejércitos ni generales que
oponer á sus enemigos victoriosos. En tal situación,
Fernando pasó por la humillación de llamar á Wa-
llenstein, á quien había tratado antes como enemi-
go. El orgulloso general supo aprovechar la ocasión,
y exigió y hubo que concederle una autoridad mili-
tar absoluta, y promesa de grandes títulos y seño-
ríos. Solo con estas condiciones, que le daban un po-
der tal vez superior al mismo Emperador, consintió
en ponerse al frente de las tropas.
El gran prestigio de su fama, y la esperanza del
botín, reunió bien pronto un ejército numeroso á las
órdenes de Wallenstein. Este se dirige primero con-
tra los sajones, arrojándolos de Bohemia, y marcha
después en busca del rey de Suecia. Encontrándose
—296—
en Nuremberg, ó por respeto ó por múluo temor,
permanecieron mes y medio frente á frente sin ata-
carse; pero al retirarse Wallenstein para combatir
la Sajonia, le persigue Gustavo Adolfo en defensa de
su aliado, trabándose la batalla en Lutzen. Llevaban
la acción ganada los suecos, cuando su rey recibió
una herida mortal; pero en lugar de desanimarse,
juraron tomar venganza y continuando la acción
con un valor extraordinario á las órdenes de Ber-
nardo de Sajonia-Weimar, al fln del día Wallenstein
tuvo que batirse en retirada, dejando que sus ene-
migos tributasen en paz los últimos honores al héroe
que tantas veces los había conducido á la victoria
(1632).
5. Muerte de Wallenstein; fin del periodo sue-
co. La guerra continuó á pesar de la muerte de
Gustavo Adolfo. El canciller Oxentierna, apoyado
patrióticamente por el senado de Suecia, y con los
auxilios de Francia, fué nombrado director de ia
confederación: y los generales formados en la escue-
la de Gustavo, sostuvieron la lucha, no sin gloria
para las armas suecas.
Entre tanto, el Emperador, que temía la excesiva
ambición de Wallenstein, á pesar de que le debía
su trono, lo mandó asesinar, deshaciéndose de él,
como Enrique III del duque de Guisa. Poco después
fueron vencidos los suecos en Nordlinga por los
imperiales; y abandonando la lucha los príncipes
protestates, se firmó lapa^ de Praga (1635), entre
el Elector de Sajonia y el Emperador, confirmando
el edicto de restitución con algunas modificaciones.
6. Reinado de Luis X I I I en Francia. Después
del asesinato de Enrique IV, fué proclamado suce-
sor su hijo Luis XIII, de edad de nueve años, ba-
jo la regencia de su madre María de Médicis (1610).
Aconsejada esta por el italiano Concini, abandonó
la política de Enrique IV contra la casa de Austria,
—297—
inclinándose á los españoles, y negándose á interve-
nir en los asuntos de Ateraania.
Concini, favorito de la reina, fué objeto de tantas
liberalidades, que llegó á comprar el marquesado de
Ancre, y consiguió ser nombrado gobernador de la
Normandía, y mariscal de Francia. Los nobles, diri-
gidos por el príncipe de Condé, se sublevaron con-
tra Concini y contra la reina, y lograron que esta
les otorgase el, gobierno de las principales provin-
cias, y que se comprometiese á convocar los Esta-
dos generales. E n ellos comenzó á darse á conocer
un jóven obispo de Lucon, de edad de veinte y nue-
ve años, llamado Armando Juán du Plessis de R i -
cheliéu. Los Estado generales se disolvieron sin to-
mar acuerdo importante.
Declarado el rey mayor de edad á los catorce
años, su madre concertó su matrimonio con Ana de
Austria, hija de Felipe III de España, cuyo enlace
se verificó en Burdeos: pero los príncipes y los pro-
testantes trataron de oponerse á aquella unión, con-
siguiendo la reina apaciguarlos con nuevas conce-
siones. E n una nueva sublevación de la nobleza con-
tra Concini, en la que tomó parte el mismo rey, el
italiano fué asesinado de orden de Luis XIII, su mu
jer condenada á muerte como hechicera, la reina
madre encerrada en un castillo, y Richelieu deste-
rrado.
L a privanza de Concini fué sustituida por lá de
Luynes, contra el cual se sublevaron otra vez líos
nobles y los protestantes, unidos con la reina m a ¿ /
dre; pero fueron derrotados por el rey en persona,
y tuvieron que someterse. E l favorito, que había re-
cibido los títulos de duque f par, obtuvo la primera
dignidad del reino, la de condestable, á pesar de no
saber le que pesaba una espada. Los hugonotes vol-
vieron á tomar las armas, pero vencidos por Condé,
tuvieron que aceptar la paz de Mompelter, que con-
38
—298—
firmó el edicto de Nantes, pero no dejando en su po-
der más que las plazas de Montaubán y la Rochela.
7. Ministerio de Richelieu. Richelieu, que ha-
bía recibido un mes antes el capelo de Cardenal,
fué llamado á formar parte del consejo del rey,
cuando la casa de Austria había recobrado toda la
influencia que tenía en tiempo de Carlos V ; la no-
bleza se había hecho casi independiente, como en
los tiempos feudales, y los hugonotes^ con sus domi-
nios en el Mediodía, formaban una potencia temible
para la monarquía. E l ministro, contando con la
confianza del rey, se propuso seguir la política de
Enrique I V , que se puede concretar en estos tres
puntos: humillar la casa de Austria, reducir los pro-
testantes á la impotencia de turbar la paz del Esta-
do, y someter definitivamente la nobleza á la monar-
quía.
Los protestantes que fueron los primeros en rebe-
larse contra la autoridad de Richelieu, fueron ven-
cidos, y obligados á aceptar la renovación del trata-
do de Mompeller. Siguió poco después la conjuración
de la nobleza, en la que tomaron parte la reina y
el duque de Orleans, hermano del rey; pero todos
ellos fueron aprisionados, alguno condenado á muer-
te, y los demás desterrados. Después de estos acon-
tecimientos reunió una asamblea de notables que se
ocupó en mejorar la hacienda y el ejército y en
organizar la marina real.
Poco después estalló la guerra con Inglaterra, y.
animados por la^escuadra de esta potencia., se vol-
vieron á sublevar los protestantes. Pero los ingleses
fueron vencidos en l a isla de Ré, y Richelieu consi-
guió rendirla plaza de lar Rochela, principal abrigo
de los protestantes, destruyendo sus muros, y p r i -
vándola de sus privilegios. Las demás plazas fueron
tomadas y los protestantes se vieron obligados á fir-
mar el tratado de Alais, que puso fin á las guerras
—299—
religiosas, concediendo á los vencidos el libre ejer-
cicio de su culto, pero cesando desde entonces de
formar un Estado independiente dentro del Estado.
Alarmados otra vez los nobles con la humillación
de ,los protestantes, tramaron nueva conspiración
contra Richelieu, tomando también parte en ella la
reina madre, la mujer del rey y el duque de Orleans.
Sin embargo el ministro salió triunfante, pués la rei-
na madre fué desterrada, el de Orleans tuvo que
huir, y los nobles fueron severamente castigados.
Después de las conspiraciones vino la sublevación
del Languedoc por su gobernador el duque de Mont-
morency, unido con el duque de Orleans; ambos fue-
ron derrotados por las tropas reales en la batalla de
Castelnadary, Montmorency condenado á muerte
y decapitado, y el de Orleans tuvo que someterse.
Con estos castigos y otros no menos severos en di-
ferentes individuos de la nobleza, cesaron desde en-
tónces las turbulencias de los señores, recobrando
la monarquía todo el prestigio de tiempos anteriores,
contribuyendo á este resultado la supresión de los
cargos de condestable y de gran almirante, la demo-
lición de las fortalezas, y la creación de los inten-
dentes que ejercían la administración civil con de-
pendencia exclusiva del rey.
Una vez realizados sus proyectos en el interior del
reino por la sumisión de los protestantes y d é l a
nobleza, Richelieu, nombrado primer ministro, co-
menzó á poner en práctica su plan de humillar l a
casa de Austria en sus dos ramas, alemana y espa-
ñola. E n Italia consiguió que los españoles levanta-
ran el sitio de Cásale, se apoderó de Piñerol, y por
la paz de Ratisbona y de Gherasco quedó el Monfe-
rrato y Mantua en poder del duque de Nevers, prín-
cipe francés.
Richelieu á pesar de su dignidad de cardenal, pa-
ra proseguir su política contra la casa de Austria,
—300—
se puso al frente de la liga protestante contra los
católicos y contra el emperador, buscando para diri-
gir aquella guerra á Gustavo Adolfo, rey de Suecia,
y prestándole considerables auxilios pecuniarios.
Muerto el rey de Suecia en la batalla de Lutzen, y
derrotado después el ejército sueco en Nordlinga, se
decidió el ministro francés á continuar la guerra de
Treinta años á nombre de la Francia.
8. Periodo francés de la guerra de Treinta
años. Para emprender la guerra con el imperio y
con España. Richelieu tomó á sueldo el ejército mer-
cenario de los suecos con su hábil general el duque
de Sajonia-Weimar, renovó la alianza con los prín-
cipes protestantes de Alemania, y se unió con Ho-
landa; después de esto declaró la guerra á España
(1635).
La lucha comenzó á la vez en Italia y en los Paí-
ses Bajos. Los franceses ocuparon la Valtelina, lo
que les valió la alianza de Florencia y de Saboya y
los españoles penetraron en Picardía en dirección
á París. Richelieu, con el rey á la cabeza del ejér-
cito, consigue detenerlos, mientras los imperiales
son rechazados también de la Borgoña.
\ Poco después el duque de Weimar venció á los
-Imperiales en Rheinfeldén, y se apoderó de Fribur-
..go y de Brisach, muriendo al año siguiente. En los
Países Bajos los franceses se apoderaron de Arras
y otras plazas, y en Italia de Casal y de Turín. A l
mismo tiempo se sublevó Portugal contra España,
elegiendo por rey al duque de Braganza; y el Rose-
llón y Cataluña se declararon también independien-
tes, ofreciendo la soberanía al rey de Francia. Por
el mismo tiempo, descubrió Richelieu la conspira-
ción tramada contra su persona por Cinq-Mars con
la cooperación del hermano del rey y otros nobles,
y en connivencia con España. Los principales jefes
fueron decapitados en Lión, y los restantes se some-
tieron al cardenal.
—301—
Richelieu murió cinco meses antes que el rey
Luis XIII (1663). La política del cardenal francés
encontró un continuador en otro cardenal italiano,
Mazarino, que desde tres años antes había pasado
del servicio del Papa al del rey de Francia.
La guerra siguió con el mismo ardor por ambas
partes. El duque de Enghiéo, después el gran Con-
dé, ganó la célebre batalla de Rocroy, donde encon-
traron su sepulcro los invencibles tercios españoles.
Unido al año siguiente con Turena, derrotó á los
imperiales en Friburgo; á la vez que Torstensón,
general sueco, CODsigue desbaratarlos en varios en-
cuentros, y castigar á la Dinamarca, aliada del Im-
perio. Reunidos de nuevo Turena y Gondé, alcanza-
ron una brillante victoria sobre sus enemigos en
Nordlinga (1645).
Dos años después Turena, unido con Wrangel,
general sueco, que había sucedido á Torstensón,
consigue derrotar repetidas veces á los imperiales
en Alemania; mientras Gondé les ganaba la batalla
de Lens en el Artois (1648).
Tantos descalabros hicieron necesaria la paz, que
se concertó en el mismo año en Wesfalia.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN X X X I I I .

1. Gustavo Adolfo sucedió á su padre Carlos X en Suecia.


Sostuvo guerras con Dinamarca, con Polonia y con la R u -
sia. Estimulado por Francia é Inglaterra que le prestaron
su apoyo, y quejoso él también de la casa de Austria, se de-
cidió á tomar parte en la guerra de Treinta años.— 2. Las
devastaciones de las tropas de Wallenstein contrastaban
con la disciplina del ejército sueco; y por esta razón, en po-
cos meses se hizo dueño Gustavo Adolfo de la 'Pomerania;
pero no le prestaron el auxilio que debían los príncipes
protestantes. — 3. E l rey de Suecia no podo socorrer á
tiempo la plaza de Magdeburgo, que cayó al fin en poder de
Tillí, y fué saqueada é incendiada; pero encontrándose des-
pués con los imperiales, los derrotó en la batalla de Leipzig;
—302—
r e c o r r i ó casi toda l a Alemania7 y e n t r ó en Munich, m i e n -
t r a s los sajones se d i r i g í a n á V i e n a por Bohemia.—4, E l E m -
perador l l a m ó otra vez á "Wallenstein, que l e v a n t ó en poco
tiempo un e j é r c i t o , con el c u a l a r r o j ó á los sajones de B o -
hemia; y dirigiéndos e contra los suecos, se dió l a batalla de
L u t z e n , en l a que p e r d i ó l a v i d a Gustavo Adolfo, pero fue-
ron vencidos los imperiales.—5. Temiendo el gran prestigio
de Wallenstein, el Emperador lo m a n d ó asesinar. Vencidos
los suecos en N o r d l i n g a , Los p r í n c i p e s protestantes firmaron
l a paz en P r a g a con el Emperador, r e t i r á n d o s e de l a l u c h a .
—6. Durante l a menor edad de Luis XIII, su madre M a r í a
de Módicis e n t r e g ó el gobierno a l i t a l i a n o Concini, contra
e l cual se s u b l e v ó l a nobleza; y tomando parte en o t r a s u -
b l e v a c i ó n el mismo r e y , y a m a y o r de edad, el valido de l a
reina fuá asesinado; s u s t i t u y é n d o l e L u y n e s , c o n t r a el c u a l
conspiraron t a m b i é n los nobles y los protestantes, que fue-
ron vencidos por .el rey y por Condé.—7. E l cardenal R i c h e -
lieu se propuso h u m i l l a r la nobleza, reducir á l a impotencia
á los protestantes, y h u m i l l a r á la casa de A u s t r i a . Los p r o -
testantes fueron vencidos y desmantelada la plaza de l a
Rochela: los nobles fueron t a m b i é n derrotados, M o n t m o r e n -
cy y otros decapitados, y l a reina madre y el hermano del
r e y que les ayudaban, t u v i e r o n que h u i r , R i c h e l i e u c o m -
p r o m e t i ó á Gustavo Adolfo á tomar p a r t e en l a guerra de
T r e i n t a años; y cuando los suecos fueron vencidos, se p r o -
puso continuar l a lucha en nombre de F r a n c i a . — 8. Los
franceses ocuparon l a V a l t e l i n a , y se apoderaron de v a r i a s
plazas en I t a l i a y en los P a í s e s Bajos. Se sublevaron P o r t u -
gal y C a t a l u ñ a contra E s p a ñ a ; y Richelieu d e s c u b r i ó y cas-
t i g ó severamente l a c o n s p i r a c i ó n de Cinq-Mars. Condé de-
r r o t ó á los e s p a ñ o l e s en Rocroy, y á los imperiales en F r i -
burgo, y después en N o r d l i n g a , y ú l t i m a m e n t e en Lens.

LECCIÓN X X X I V .
Paz d© Wesfalla.
1. Consecuencias de la guerra áe Treinta a ñ o s . — L a p a z
de Wesfalia.—3. Sus disposiciones generales.—4. E n el
órden religioso.—^. Constitución interior del imperio
alemán.—Q. Arreglos territoriales.—7. E l equilibrio euro-
peo.—2). Otras consecuencias de la p a z de Wesfalia.

1. Consecuencias de la guerra de Treinta años.


Largas y funestas fueron las consecuencias de
aquella lucha desastrosa que por espacio de Treinta
—SOS-
años ensangrentó la Alemania. Las devastaciones
de los ejércitos dejaron las comarcas más producti-
vas convertidas en eriales, arruinándose por com-
pleto la agricultura. La falta de seguridad en los
caminos, y las violencias de la guerra, concluyeron
con el comercio alemán, perdiendo las ciudades an-
seáticas su ántigua importancia, que pasó á otras
naciones, como Holanda, Inglaterra y Francia. Otro
tanto sucedió con la industria, y hasta con las cien-
cias y las artes, que huyeron de aquel país, donde
por tantos años no se oia más que el estampido del
cañón ni predominaba otra ley que la fuerza y la
violencia.
Sin embargo, en aquella guerra y* en la paz que
le siguió, comenzaron á tratarse y conocerse todos
los pueblos de Europa, que antes habían vivido en el
aislamiento. Estas primeras relaciones de hostilidad
y de lucha, serán la base de la paz y amistad de las
naciones en lo futuro.
2. L a Paz de Wesfalia. Desde 1641 se habían
sentado los preliminares de la paz en Hamburgo:
suspendiéronse después para reanudarlos en 1643
en Munster y Osnabruck, dos ciudades de Wesfa-
lia. Las inmoderadas exigencias de Francia y de
Suecia, y los accidentes de la guerra que todavía
continuaba, fueron causa de que no se pudiera lle-
gar á un acuerdo en los cinco años siguientes. Por
fin en 1648, después de la victoria de Condé en
Lens, el emperador reducido á un aislamiento com-
pleto en medio de su vasto imperio, sin aliados, sin
ejércitos y sin generales, tuvo que resignarse á
aceptar las duras condiciones de las naciones vence-
doras, firmando la paz de Wesfalia.
En esta paz intervinieron los representantes de
Alemania, de Austria, de Francia y de Suecia. Es-
paña no aceptó aquel tratado, y continuó la guerra
con la Francia. El Papa protestó de las cláusulas
—304—
religiosas de aquella paz: tampoco tuvo participa-
ción en ella. Inglaterra, demasiado preocupada con
su política interior.
3. Disposiciones generales de la paz de Wes fa-
lia. Tres puntos principales se ventilaban en la
guerra de Treinta años: la libertad religiosa, que fué
la causa primordial de aquella tan larga y encarni-
zada lucha; la libertad política de los Estados ale-
manes, ante el carácter absorbente de los Empera-
dores austríacos; y el predominio de la casa de
Austria en Europa., adquirido por Carlos V , y dis-
putado desde entonces por la Francia.
Siendo estas las tres causas fundamentales de la
guerra, la paz de Wesfalia resolvió en primer tér-
mino estas tres cuestiones: determinó la posición
de los protestantes en Alemania y sus relaciones con
los católicos; fijó la constitución interior del imperio
de Alemania; y estableció la situación política de las
potencias que habían intervenido en la guerra.
4. Disposiciones religiosas de la paz de Wesfa-
lia. Las cuestiones religiosas habían sido la causa
primera y más importante de la guerra de Treinta
años. Las dudas y los defectos que ofrecía la paz de
Augsburgo, los abusos cometidos por católicos y
protestantes, todo ello reclamaba un arreglo com-
pleto y definitivo, que evitara en adelante la repro-
ducción de los conflictos anteriores.
La paz de Wesfalia concedió á los calvinistas los
mismos derechos otorgados por la paz de Augsbur-
go á los luteranos. Los protestantes disfrutaron
desde entónces una completa libertad de concien-
cia: el estado público de los diferentes cultos debió
quedar como se encontraba en el año de 1624, que
fué llamado año normal; todos los bienes eclesiásti-
cos que en aquel año poseían los protestantes, que-
daron en su poder; en el Palatinado el año normal
fué el 1618, en que comenzó la guerra. A los disi-
—305-
dentes de otras religiones se les concedió también
la libertad de conciencia y el culto privado, pero no
los derechos políticos y civiles.. Por último la Cámara
imperial se habia de componer de veinte y cuatro
individuos protestantes y veinte y seis católicos; y
el consejo áulico recibió seis miembros protes-
tantes.
Con estas disposiciones quedaron subordinados
los intereses religiosos á los políticos, y concluyeron
para siempre en Alemania las guerras religiosas,
en las que tanta sangre "se habia derramado desde
los tiempos de Lutero.
• 5. Constitución interior del imperio alemán.
Las cláusulas más importantes del tratado de Wes-
falia tuvieron por objeto fijar las relaciones de los
príncipes alemanes con el imperio.
Concedióse á los príncipes el pleno ejercicio de la
soberanía en sus dominios respectivos, otorgándoles
la facultad de hacer alianzas con las potencias ex-
tranjeras, no siendo contra el Emperador ni contra
el imperio. Los asuntos de alianzas, guerras, trata-
dos y nuevas leyes, quedaron á cargo de las dietas
del imperio, compuestas del emperador y de I
príncipes y Estados alemanes: teniendo las ciudades
imperiales igual voto que los príncipes, y resolvién-
dose los asuntos por concordia amistosa, cuando no
pudiera haber avenencia entre católicos y príptes-/
tantes. l I
La Cámara imperial, compuesta también pori^ua^
de miembros católicos y protestantes, resolvía las y
querellas de los Estados, y de los príncipes con sus
subditos. En suma, los príncipes consiguieron por
la paz de Wesfalia una independencia casi absoluta;
quedando el imperio sin prestigio y sin autoridad,
convertido en un vano título, como se encontraba
antes de Carlos V .
6. Arreglos territoriales. Como la paz de Wes-
39
—306—
falia fué el resultado del triunfo obtenido por el
partido protestante representado por Francia y Sue-
cia sobre los católicos defendidos por el imperio, las
indemnizaciones territoriales se hicieron todas en
beneficio de los primeros y en perjuicio délos se-
gundos.
La Francia aseguró su soberanía sobre los tres
obispados de Metz, Toul y Verdun, conquistados en
tiempo de Enrique II y sobre la Alsacia, reciente-
mente adquirida, excepto Estrasburgo; con lo cual,
y con la ocupación de la Lorena, extendió sus fron-
teras hasta el Rin, adquiriendo algunas plazas á la
derecha de este rio. La Suecia obtuvo la mayor par-
te de la Pomerania, el arzobispado de Brema, y el
obispado de Verden y otras varias ciudades, que-
dando dueña de esta manera de la desembocadura
de los tres grandes rios alemanes, el Oder, el Elba y
el Weser, y con tres votos en la dieta del imperio.
Además de estas indemnizaciones,que fueron las
más importantes, obtuvieron tambiéu su recompen-
sa los príncipes protestantes que más ó menos ha-
bían contribuido á la victoria. Al elector de Brande-
burgo desposeído de la Pomerania, se le concedió el
arzobispado de Magdeburgo, y otros tres obispados
secularizados. Los hijos de Federico, el elector pa-
latino, que habia comenzado la guerra de Treinta
años, obtuvieron el Palatinado, creándose en su fa-
vor un nuevo electorado. Los demás Estados reci-
bieron diferentes indemnizaciones; y por último fué
reconocida la independencia de Holanda y de Suiza,
7. Consecuencias del tratado de Wesfalia. E l
equilibrio europeo. La paz de Wesfalia, con sus dis-
posiciones sentó las bases de la política europea, es-
tableciendo el equilibrio entre las naciones. Este
sistema eminentemente defensivo y conservador,
tuvo por doble objeto mantener las justas relaciones
de los pueblos grandes ó pequeños entre sí, limi-
—307—
tando el excesivo engrandecimiento de cualquiera
de ellos, y procurando de esta manera evitar las
guerras, sustituyendo la ley de la fuerza por el arte
de la diplomacia.
Sin embargo, este sistema que nacía entonces, no
podia ser perfecto desde su principio, y su primera
aplicación no correspondió por completo á los gran-
des y nobles propósitos délos que lo fundaron. Para
contrabalancear el poder y la influencia de los Esta-
dos no se tuvieron en cuenta más que los intereses
materiales, la extensión territorial, la riqueza, los
subditos y los ejércitos, olvidándose de las fuerzas
intelectuales y morales, porque no se les podia suje-
tar á peso y medida. Así se vió que gran número
de diócesis católicas quedaron en poder de prínci-
pes protestantes, y territorios que habían adoptado
la reforma fueron incluidos en los dominios de los
católicos.
Esta falta de previsión, disculpable en aquellas
circunstancias, produjo sangrientas guerras en el
siglo siguiente, y crisis religiosas y políticas que no
se han extinguido todavía.
Por otra parte, el equilibrio europeo impuesto por
las potencias vencedoras para destruir la preponde-
rancia y las miras ambiciosas de la casa de Austria,
vino á dar ese mismo predominio á la Francia, y
con él la ambición conquistadora que se manifestó
en seguida con las largas y sangrientas guerras de
Luis XIV.
8. Otras consecuencias de la paz de Wesfalia.
Entre los resultados de la paz de Wesfalia debe con-
tarse la independencia de los príncipes alemanes,
y la ruina política del imperio. Desde este tiempo
existieron en Alemania más de 360 Estados sobera-
nos, en su mayor parte pobres y sin fuerza, que á la
vez que quitaban el poder al emperador, por sus
divisiones y sus rencillas, ofrecían una fácil presa á
—SOS-
IOS extranjeros. Este fraccionamiento político, junto
con la división de intereses y de religión, y con la
falta de fronteras naturales, fué la causa de que la
Alemania, que hasta el siglo XVII apenas habia vis-
to los ejércitos extranjeros en su territorio, vino á
ser desde entonces el campo de batalla de todas las
naciones de Europa.
Fué otro resultado general de la paz de Wesfalia
la subordinación de la religión á la política. Duran-
te la Edad media los pueblos y los soberanos habían
invocado constantemente la única autoridad que en
aquel tiempo ofrecía un carácter de fijeza y de supe-
rioridad, la autoridad de los Pontífices, cuyo arbi-
traje por todos aceptado, evitó frecuentemente las
guerras entre los pueblos, y fué eminentemente
provechoso para el bien y la civilización de Europa
en aquellos tiempos. Pero aquel poder puramente
moral no podia proporcionar estos resultados en los
tiempos modernos, ya por la mayor independencia
de los pueblos y de los príncipes, no respetando es-
tos la autoridad pontificia, ó ya porque los Papas
estuviesen bajo la dependencia de algunos reyes,
como sucedió en tiempo de Carlos V. Por estas ra-
zones, el equilibrio europeo, aunque defectuoso en
un principio, ofreció más garantía que el Pontifica-
do para evitar las guerras y conservar la paz de las
naciones. Y la prueba de la escasa consideración
que en esta época alcanzaba el Pontificado en la po-
lítica europea, está en el hecho de haber anulado
por una bula los artículos de la paz de Wesfalia re-
lativos á la religión, lo cual no fué obstáculo para
que todas las naciones los admitieran como leyes, y
hayan venido observándose hasta el presente.
Por último, la paz de Wesfalia legalizó la inde-
pendencia de Suiza y de los Países Bajos, con lo
cual quedó admitido el principio de que cuando un
pueblo no es gobernado en justicia y por sus leyes.
—309—
pueda sacudir la tiranía y declararse independiente;
como se ha repetido diferentes veces en los tiempos
posteriores.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN X X X I V .

1. L a guerra de Treinta años ocasionó la ruina de la


agricultura, de la industria y el comercio en Alemania, y
concluyó con las ciencias y las artes; pero entóneos comen-
zaron las naciones á conocerse, base necesaria para respe-
tarse y estimarse en lo futuro.—2. Obligado el emperador
por las victorias de sus enemigos, se avino á firmar la paz de
Wesfalia en 164:8. En esta paz tomaron parte todas las na-
ciones, menos España é Inglaterra.—3. La paz de Wesfalia
resolvió la libertad religiosa, la libertad política de los
principes alemanes, y concluyó con la preponderancia d é l a
casa de Austria en Europa.—4. Se otorgó la libertad de con-
ciencia y de cultos á los protestantes, inclusos los calvinis-
tas, concediéndoles iguales derechos civiles y políticos que
álos católicos, y la posesión de los bienes eclesiásticos que
tenían en su poder en el año normal.—5. Los príncipes ale-
manes consiguieron el pleno ejercicio de la soberanía en sus
respectivos dominios, quedando el imperio fraccionado, y el
emperador sin prestigio ni autoridad.—6. Francia obtuvo
el reconocimiento de su posesión sobre los obispados, y ade-
más la Alsacia: Suecia se hizo dueña de la Pomerania y v a -
rios obispados. Se otorgaron otras indemnizaciones al elec-
tor de Brandeburgo, á los hijos de Federico, al elector pala-
tino, y á otros señores.—7. L a paz de Wesfalia sentó las
bases del equilibrio europeo, pero en su aplicación se aten-
dió solamente á las condiciones materiales de los Estados,
prescindiendo de las morales; lo cual ha sido origen de lar-
gas luchas.—8. La paz de Wesfalia dejó á la Alemania d i v i -
dida y fraccionada, ofreciéndose como buena presa para los
conquistadores extranjeros: desde entonces quedó la reli-
gión subordinada á la política en las relaciones de los pue-
blos: y se legalizó la independencia de las naciones cuando
no son gobernadas según sus leyes.
—310—
LECCIÓN X X X V .
España. F e l i p e III y F e l i p e IV.
I. Estado de España al advenimiento de Felipe III.—2. Go-
bierno del duque de Lerma.—3. Expulsión de los moris-
cos.—^. Reinado de Felipe IV.—5. Insurrección de los
Países Bajos.~Q. Sublevación de Cataluña.—7. Indepen-
dencia de Portugal.—8. Revolución de Nápoles.—9. La
guerra con Francia.—10. Juicio sobre el reinado de Fe-
lipe IV.

1. r Estado de España al advenimiento de Felipe


III. Á la muerte de Felipe II (1598) ocupó el trono
su hijo Felipe III, habido en su cuarto matrimonio
con Ana de Austria. Las condiciones personales del
nuevo rey eran enteramente contrarias á las de su
padre y de su abuelo, pues si bien les igualaba y
aun les excedia en piedad sincera, y en virtudes
privadas, en cambio le faltaban el valor guerrero de
D. Cárlos y el génio político y la ambición de Felipe
II. Viviendo en el claustro, hubiera sido un fraile
ejemplar: ocupando el trono de España no hizo más
que acelerar con su política desacertada la decaden-
cia de nuestra nacionalidad.
Sin embargo, hay que reconocer que al adveni-
miento de Felipe III España no era ya la gran na-
ción que habían formado los Reyes católicos; pues
las guerras incesantes de Cárlos V y Felipe II en
países lejanos, habían consumido las fuerzas vivas
del país, dejándolo sin población y en la miseria.
Agréguese á esto que como herencia forzosa del rei-
nado anterior, España se vió envuelta en guerras
continuas con Inglaterra, Holanda, con los turcos,
etcétera, y se comprenderá perfectamente la rápida
decadencia de nuestra nación en el reinado de
Felipe III.
2. Gobierno del duque de Lerma. Incapaz el
rey para el manejo de los negocios de Estado, en-
—311—
tregó por completo el gobierno al duque de Lerma,
que careciendo también de las dotes necesarias, se
dejó á su vez dirigir por D. Rodrigo Calderón, des-
pués marqués de Siete Iglesias, hombre inepto, pero
ambicioso, que de paje del duque, llegó á merecer
toda la confianza de este y del mismo rey.
El duque de Lerma se propuso continuar la guer-
ra de los Países Bajos, mandando allá las tropas
españolas que, bajo las órdenes del marqués de Es-
pinóla, adquirieron justa fama y celebridad en el
sitio y toma de Ostende, pero sin obtener por ello
provecho ni ventaja alguna sobre la Holanda; antes
al contrario, los holandeses derrotaron nuestra es-
cuadra en Gibraltar, apresaron los galeones que
venían de América, y obligaron á Felipe III á firmar
la tregua de L a Haya, por la cual se suspendieron
por doce años las hostilidades entre España y la re-
pública de Holanda (1609); reconociéndose implíci-
tamente por este tratado la independencia de las
siete provincias unidas.
Suerte análoga tuvieron sus empresas contra In-
glaterra, perdiéndose una primera escuadra por las
tormentas, y saliendo derrotados los españoles en
una segunda expedición para favorecer la indepen-
dencia de Irlanda. El mismo resultado obtuvieron
las armas españolas en guerra con Saboya y con
Venecia, y nuestras escuadras en las costas de
Berbería.
3. Expulsión de los moriscos: caída del duque de
Lerma. Muerte de Felipe III. En los asuntos in-
teriores el hecho más importante del reinado de
Felipe III fué la expulsión de los moriscos (1610).
Diferentes opiniones se formaron entóneos, y se han
sostenido después, sobre la conveniencia de esta
medida, que si bajo su aspecto religioso tiene fácil
explicación por el estado de las creencias en aquel
tiempo, hay seguramente que condenarla como per-
—312—
judicial en extremo á los intereses agrícolas é in-
dustriales de nuestra nación.
Lo cierto es que por aquella disposición fueron
expulsados de las provincias orientales y meridiona-
les hasta un millón de moriscos de todas edades y
condiciones, trasportándolos á las playas africanas.
Las justas quejas de los españoles contra el go-
bierno desacertado del duque de Lerma, obligaron
á Felipe III á deponer á su ministro (1618), sustitu-
yéndole su hijo y rival el duque de Uceda, cuya pri-
vanza fué tan desastrosa como la anterior. A l mis-
mo tiempo cayó también el marqués de Siete Igle-
sias; formósele un proceso, y aunque fué perdonado
por Felipe III, fué ejecutado en el primer año del
reinado siguiente. E l rey murió poco después (1621)
dejando por sucesor á su hijo Felipe I V .
4. Reinado de Felipe I V . Gomo su padre era
inclinado á la piedad, Felipe I V lo faé á los place-
res y á la literatura, entregando todo el peso del
gobierno á su primer ministro D. Gaspar de Guz-
mán, Conde-Duque de Olivares, hombre vano y am-
bicioso, que con el propósito de engrandecer la mo-
narquía, reorganizó los antiguos tercios españoles,
y declaró la guerra á Holanda, Alemania, Italia,
Francia é Inglaterra.
L a guerra con Holanda comenzó al espirar la tre-
gua de doce años concertada en el reinado anterior.
Mandaba las tropas españolas el marqués de Espi-
nóla, y á vuelta de varios hechos importantes, en-
tre otros la rendición de Breda, inmortalizada por
Velazquez en el cuadro de Las Lanzas, los holan-
deses, aliados con Inglaterra, causaron graves que-
brantos en las colonias españolas, derrotaron nues-
tra escuadra en la batalla de las Dunas, cerca de
Dunkerque, y se apoderaron de las flotas españolas
que venían de América cargadas de riquezas. Esta
guerra se complicó con la general de Treinta años,
—SlS-
terminando en el tratado de Munster (1648), por el
cual Felipe IV reconoció la independencia de las
Siete Provincias unidas, ú Holanda, después de una
guerra que habia durado 80 años.
5. Insurrección de los Países Bajos. Las diez
provincias meridionales de los Países Bajos fueron
dejadas por Felipe II á su hija Isabel Clara, casada
con el archiduque Alberto, con la condición de que
si no tenían sucesión, habían de volver á la corona
española. Muerto el archiduque sin haber tenido hi-
jos, los flamencos se propusieron separarse de Es-
paña, y constituir una república independiente como
la de Holanda. Comenzaron por negar la obediencia
á la viuda del archiduque, nombrada gobernadora
por Felipe IV; en su lugar nombró el rey á su her-
mano el Cardenal Infante Don Fernando; y puesto
este de acuerdo con Espinóla, consiguieron dominar
á los insurrectos, y los Países Bajos meridionales
continuaron perteneciendo á la monarquía española
hasta el tratado de Utrech (1713).
6. Sublevación de Cataluña. La larga guerra
sostenida con Francia, y las operaciones militares
por la parte de Cataluña, habían causado vejáme-
nes sin cuento á los catalanes, disgustados ademá^-
por la violación de sus privilegios, por disposiciones
del Conde-Duque, y por haber sido inútiles sus /re-
clamaciones en uno y otro concepto ante el po-/
narca. ! j
Cansados de esperar la reparación de sus a g i ^ L \
vios, tomaron las armas contra el Rey. Las medidas-
pacíficas adoptadas por Felipe IV no dieron resulta-
do alguno. Apelando al fin á las armas, fué manda-
do allá en calidad de Virey y capitán general el
Marqués de los Vélez, que renunció poco después su
cargo por haber sido derrotado por los catalanes.
Estos ofrecieron la soberanía á Luis XIII, rey de
Francia; y no aceptándola este tan pronto como
40
—314—
ellos deseaban, se erigieron en república indepen-
diente. La guerra tuvo diferentes alternativas, con
ventajas unas veees para los catalanes y otras para
las tropas reales: y después de doce años de conti-
nua lucha, hubo de entregarse Barcelona á D. Juan
de Austria, hijo natural del rey, con lo cual terminó
la guerra, devolviendo á los catalanes los fueros y
privilegios de que habían sido desposeídos, (1652).
7. Sublevación de Portugal. Hacia sesenta
años (1580-1640) que Portugal habia sido incorpo-
rado á España por las armas del duque de Alba, en
el reinado de Felipe 11. Ninguna de las cláusulas de
la incorporación habían sido cumplidas por los reyes
y por sus gobiernos. Los portugueses en este tiempo
vieron sus privilegios hollados, sus reclamaciones
desatendidas, sus colonias saqueadas impunemente
por ingleses y. holandeses; en una palabra, Portu-
gal habia sido tratado por España como un país con-
quistado, naciendo de aquí el deseo de sacudir la
dominación española, tramando una conspiración
con el fin de colocar en el trono al duque de Bra-
ganza.
Enconados así los ánimos contra España, estalló
la conspiración con motivo de una orden del Conde-
Duque para que la nobleza y las tropas portuguesas
acompañasen al rey á la guerra de Cataluña. E l
duque de Braganza fué proclamado en Lisboa rey
de Portugal con el nombre de Juan IV, que fué re-
conocido á poco por Francia, Inglaterra, Holanda y
por todas las potencias enemigas de España. El
Conde-Duque mandó un ejército contra los portu-
gueses, pero fué derrotado en la batalla de Villavi-
ciosa, por lo cual se firmó la paz de Lisboa recono-
ciendo la independencia de Portugal, devolviéndole
las colonias y posesiones que tenia en la época de
su incorporación, excepto aquellas de que se habían
apoderado los ingleses y holandeses en sus guerras
con España.
—SlS-
La pérdida de Portugal acabó de desconceptuar
al Conde-Duque de Olivares, á cuya ambición y mal
gobierno se atribuían todas las desgracias del reino;
y el Rey tuvo que deponerlo, viniendo á sustituirle
su sobíino el conde de Haro, que á fuerza de pru-
dencia y moderación pudo evitar algunas nuevas
calamidades, aprovechando todas las ocasiones que
se le presentaron para hacer las paces con los ene-
migos de España.
8. Revolución de Ñapóles. La tiranía de los v i -
reyes españoles en Ñápeles, tenían también allí
dispuestos los ánimos á sublevarse contra Felipe
IV; y las exacciones onerosas del duque de Arcos,
y el ejemplo de Cataluña y Portugal, provocaron
una insurrección, á cuyo frente se puso el pescador
Tomás Aniello, más conocido por el nombre de
Masaniello.
La sublevación se comunicó á Sicilia, donde fué
pronto reprimida; pero los napolitanos, después del
asesinato de Masaniello por orden del vi-rey, resol-
vieron constituir una república independiente bajo
la protección de la Francia, ofreciendo la presiden-
cia al duque de Guisa (el Acuchillado). Felipe IV
mandó á su hijo D, Juan de Austria con una pode-
rosa escuadra, y unido con el vi-rey y con la nobleza
napolitana, consiguió poner término á la rebelión,
y hacer prisionero al duque de Guisa, que fué en-
carcelado en el alcázar de Segóvia.
9. L a guerra con Francia. La alianza de Feli-
pe IV con el Emperador de Alemania en la guerra
de Treinta años, fué la verdadera causa de la larga
lucha que tuvo que sostener España con Francia,
durante los gobiernos de Richelieu y Mazarino, en
los reinados de Luis XIII y Luis XIV. Comenzaron
las hostilidades apoderándose los franceses de la
Valtelina, único punto por donde se comunicaban
las posesiones españolas en Italia (el Milanesado)
—316—
con Alemania. En esta guerra fueron vencidos por
primera vez los célebres tercios españoles en la ba-
talla de Rocroy, y perdimos el Rosellón, de que se
apoderaron los franceses. Continuando la lucha des-
pués de la paz de Wesfalia, que no quiso suscribir
Felipe IV, Ion ingleses aliados de Francia se apode-
raron de Cádiz, y Turena venció á D. Juan de Aus-
tria en la batalla de las Dunas; poniendo fin á la
guerra el tratado de los Pirineos (1659) (isla de los
Faisanes, en el Bidasoa, límite de España y Fran-
cia), complementario del de Wesfalia.
En este tratado se estipuló el matrimonio de la
infanta Maria Teresa con el rey de Francia Luis
XIV, renunciando todos sus derechos á la corona de
España: se dió á Francia el Artois, y varias otras
plazas de Flandes, y en los Pirineos los condados
de Conflans y del Rosellón; y los franceses devolvie-
ron los demás países que habían conquistado.
10. Juicio del reinado de Felipe I V . Los adu-
ladores que rodearon á Felipe IV le dieron el nombre
de Grande; y sin embargo, su reinado es uno de los
más calamitosos de la historia de España. En lugar
de renunciar á la política aventurera de sus antece-
sores, con lo que tal vez hubiera podido contener la
marcada decadencia de nuestra nación, se engolfó
más y más en ella por su incapacidad para el go-
bierno y por la ambición imprudente de su privado
el Conde-Duque de Olivares. La alianza con la rama
primera de la casa de Austria, sumió á España en
porfiadas luchas con todas las naciones, que dieron
por resultado tener que reconocer la independencia
de Holanda y de Portugal, perder la Jamaica, que
pasó á poder de los ingleses, y los extensos territo-
rios cedidos á Francia por la paz de los Pirineos.
En las guerras continuas que ocuparon este rei-
nado, perdió España sus ejérciLos, sus escuadras y
su reputación militar; aumentó la despoblación y
—317—
quedó completamente arruinada la agricultura, la
industria y el comercio. Y fué tan marcada nuestra
decadencia y tan patente nuestra debilidad, que
perdimos la consideración política de primera poten-
cia dominante en Europa, que pasó á la Francia.

RESÚMEN DE LA LECCIÓN X X X V .

1. Felipe III, dotado de virtudes privadas, carecía de las


condiciones necesarias para ocupar el trono que le habia
legado su padre Felipe II. A su advenimiento se habían con-
sumido las fuerzas vivas del país en guerras lejanas durante
los dos últimos reinados.—2. Felipe IILdescargó todo el peso
del gobierno en el duque deLerma, y este en D. Rodrigo Cal-
derón, marqués de Siete Iglesias. Continuando la guerra con
Holanda, á, pesar de la toma de Ostende, hubo que firmar
una tregua de doce años. No fueron más afortunadas las ar-
mas españolas en las guerras con Inglaterra, con Saboya,
Veneciay en las costas de Africa.—3. Felipe IIl decretó la
expulsión de los moriscos, con cuyo motivo pasaron al Afri-
ca un millón de personas útiles y laboriosas, con perjuicio
de la agricultura y de la industria nacional. E l duque de
Uceda sucedió á su padre el de L e m a en la privanza del
rey. El marqués de Siete Iglesias fué procesado, y poco des-
pués ejecutado.—4, Felipe I V , entregado á los placeres y á
la literatura, encomendó el gobierno al Conde-Duque de
Olivares, que declaró la guerra á varias naciones, entre ellas
á Holanda; y aunque se consiguieron algunos triunfos por
los españoles, fueron mayores sus pérdidas, y tuvo Felipe
IV que reconocer la independencia de aquella república.—5.
A la muerte del archiduque Alberto, sin sucesión, se insu-
rreccionaron contra España las provincias meridionales de
los Países Bajos; pero fueron fácilmente, sometidas por Espi-
nóla y por el cardenal infante D. Fernando,—6. Los catala-
nes molestados por las guerras con Francia, y por la viola-
ción de sus privilegios, se sublevaron contra Felipe i y , ofre-
cieron la soberanía al rey de Francia, y se declararon inde-
pendientes. Después de una lucha de doce años, fué sometida
Barcelona por D. Juan de Austria, y se devolvieron sus p r i -
vilegios á los catalanes.—7. El despotismo de nuestros reyes
con Portugal fué causa de la insurrección que colocó en el
trono al duque de Braganza con el nombre de Juan IV. Las
tropas españolas fueron vencidas en Villaviciosa, y hubo
—318—
que reconocer la independencia de aquel reino. Poco después
cayó el privado Olivares, sucediéndole su sobrino el conde
de Haro.—8. Por el mismo tiempo y por la misma causa se
sublevaron Nápoles y Sicilia: esta fué dominada fácilmente,
peroles napolitanos ofrecieron mayor resistencia, dirigidos
por Masaniello, y se constituyeron en república indepen-
diente; pero fueron también vencidos por D. Juan de Austria,
y preso el duque de Guisa.—9. La guerra con Francia co-
menzó por haberse apoderado los franceses de la Valtelina:
perdimos la batalla de Rocroy y de las Dunas; y se terminó
por la paz de los Pirineos, cediendo á Francia el Artoris y el
Rosellón, y casándose Luis X I V con Maria Teresa de Aus-
tria, hija de Felipe IV.—10. A pesar del nombre de Grande,
con que se conoce en la historia á Felipe I V , durante su rei-
nado perdió España extensos territorios, su importancia
militar y política en Furopa, y se arruinó la agricultura,
la industria y el comercio.

LECCIÓN X X X V I .
Revolución de Inglaterra.

1. Advenimiento de Carlos I.—2. Causas de la revolución


inglesa.—3. Reinado de Carlos I.—4. Segundo período.—
5, El Parlamento Largo.—6. Querrá civil.—7. Prisión y
muerte de Carlos I.—8. La república inglesa.—Protec-
torado de Cromwell.—\0. Su hijo Ricardo.

1. Advenimiento de Carlos I. Los escandalo-


sos despilfarres de Jacobo I y de sus ministros Sa-
lisbury y Buckingam; las ideas absolutistas del rey
y su enemistad con el Parlamento, todo ello habia
producido un descontento general en Inglaterra, y
fué motivo de que se recibiese con gran entusiasmo
al nuevo rey Cárlos I, hombre de costumbres seve-
ras, instruido y aplicado, y de una conducta privada
intachable.
Sin embargo, pronto comenzó á enagenarse las
simpatías generales por haber entregado su con-
fianza al desacreditado ministro de su padre, Bu-
ckingan, y más especialmente perdieron las espe-
—319—
ranzas los reformados por el favor que el rey otor-
gaba á su esposa Enriqueta de Francia y á los
católicos que la acompañaban. Por otra parte, Car-
los I, aunque amante de sus subditos, tenia muy
presentes las máximas autoritarias de su padre y
de toda su familia de Tudor, y pensaba como ellos
que la felicidad de su pueblo era incompatible con la
libertad.
2. Causas de la revolución inglesa. La guerra
de las Dos Rosas, las cuestiones religiosas y la guer-
ra de Felipe II contra Isabel, habían producido una
trasformación completa en la política, en las creen-
cias y en la propiedad de Inglaterra. Existían á la
sazón tres partidos políticos, que podían llamarse
monárquico constitucional, monárquico democrático
y republicano; á los cuales correspondían en religión
el anglicanismo con su jerarquía episcopal, elpres-
biterianismo, que rechazaba á los obispos, y aspira-
ba al gobierno de la Iglesia por asambleas, y por
último, todos aquellos que no admitían más que la
religión de Jesucristo libremente interpretada y
practicada según la conciencia individual.
Estos tres partidos políticos y religiosDs, en su
tendencia á dominar en el gobierno y en la religión,
se hacían una guerra encarnizada, produciendo en
el país un descontento y un malestar general pre-
cursor de graves acontecimientos. Con tino y ener-
gía habia podido dominar Isabel estos gérmenes de
revolución; pero sus sucesores Jacobo y Cárlos,
faltos de las dotes de la gran reina, con su falta de
prudencia y tacto político, y con sus exageraciones
políticas y religiosas, contribuyeron á su desenvol-
viniento, haciendo inevitable la revolución.
Por otra parte, la clase media que se habia enri-
quecido con los bienes del clero, y más todavía por
el comercio y la industria, aspiraba ahora al poder y
al predominio de sus ideas religiosas, que eran las
—320—
de los puritanos; contribuyendo de esta manera á
preparar el país para la revolución.
En suma, las ideas de libertad de la Reforma
aplicadas en Inglaterra á la política y á la religión;
la excitación de los partidos políticos y religiosos, y
las riquezas y la independencia que habia propor-
cionado la industria y el comercio á las clases antes
poco acomodadas; y por último, la falta de acierto y
de prudencia en los dos últimos monarcas para en-
caminar la sociedad por los nuevos derroteros que
exigian las nuevas ideas y necesidades, todo ello dió
necesariamente por resultado la revolución.
3. Reinado de Carlos I. Los acontecimientos
del reinado de Gárlos I revisten tresnases diferen-
tes; en la primera (1625-29) procuró el rey gober-
nar con el Parlamento; en la segunda (1629-40)
gobierna sin él; y en la tercera (1640-48) tuvo que-
sufrirlo, promoviéndose la guerra civil que concluyó
con el cadalso del monarca.
Desde el advenimiento de Gárlos I se manifestó
claramente la hostilidad entre el monarca, que pre-
tendía imponer el absolutismo, y el Parlamento,
donde predominaban los presbiterianos y los repu-
blicanos, que deseaban restablecer las antiguas
libertades. El primer Parlamento limitó los recursos
pedidos por el rey, y este lo disolvió. El segundo
acusó al favorito del rey, Buckingam, votó escasos
recursos para las necesidades del Estado, y el rey,
para salvar á su ministro, cerró tumultuariamente
el Parlamento. En el tercero fué acusado de nuevo
Buckingam, y poco después asesinado, formulando
además los diputados la petición de los derechos de
la nación, que el rey aceptó; pero al poco tiempo
cerró la asamblea, mandó prender á varios diputa-
dos, y se propuso gobernar por sí, nombrado minis-
tros al arzobispo Land, y al conde de Strafford.
4. Segundo periodo del reinado de Carlos I.
—321—
Desde que Gárlos se propuso no reunir el Parlamen-
to, le faltaron los recursos y tuvo que hacer la paz
con Francia y con España, renunciando á interve-
nir en los asuntos que se debatían en el continente
en la guerra de Treinta años. En el interior estable-
ció impuestos ilegales y onerosos, persiguió y cas-
tigó con verdadera crueldad á los enemigos de la
córte y á los disidentes, que en lugar de disminuir,
se multiplicaban y se preparaban á la lucha.
Las persecuciones fueron causa de que un n ú -
mero muy considerable de puritanos abandonaran
la Gran Bretaña, buscando en las tierras vírgenes
de la América septentrional la libertad de que en
su patria carecían. Entonces se fundaron las colo-
nias de Massachusetts, del Maine y del New-Ham-
pshire, y poco después las de Gonnecticut, Rode-
Island y la Providencia. Alarmado el gobierno por
aquella tan considerable emigración, dió una orden 1
prohibiendo expatriarse á los disidentes; y en su
virtud fueron detenidos varios buques dispuestos á
marchar á América, en uno de los cuales se encon-
traba Gromwell, que tuvo que quedarse á su pesar
en Inglaterra.
Entre tanto continuaba la persecución religiosa
por el arzobispo Land, que no contento con la su^
misión de la Inglaterra, se propuso hacer lo mismo
en Escocia, y los presbiterianos formaron con/el
nombre de Convenant una asociación religiosa y
política para resistir á -sus enemigos. Cárlo,s reunió
el cuarto Parlamento, que se negó á concederle lo&
recursos que pedia y tuvo que disolverlo; y man"
á Escocia un ejército que se dispersó antes que
combatir á sus hermanos. E n tal situación el rey
se propuso continuar á toda costa l a guerra con los
escoceses, y careciendo del dinero necesario, con-
vocó el quinto Parlamento para obtenerlo.
5. E l Parlamento Largo. E l quinto Parlamen-
41
—322—
to reunido por Gárlos 1 (1640) tomó el nombre de
largo por haber acordado no disolverse sino por su
propia voluntad, y no por la del rey. Comprendien-
do la impotencia del monarca, el Parlamento se
declaró indisoluble, se apoderó del gobierno y de
toda la administración, y condenó á muerte al p r i -
vado Strafford, cuya sentencia tuvo la debilidad de
firmar el mismo Garlos. Cuatro años después tuvo
la misma suerte el arzobispo Land.
Por este tiempo hubo una revolución en Irlanda,
en la que fueron sacrificados 40.000 protestantes
ingleses, atribuyéndose esta matanza á manejos
de la reina, consentidos ó autorizados por el rey; y
este á la vez intentó apoderarse de los jefes del
Gonvenant de Escocia, manifestando de esta mane-
ra sus propósitos de concluir con los jefes popula-
res. E l Parlamento, simpatizando con los escoceses,
negó todos los recursos pedidos por Carlos, quien se
presentó en la asamblea con el intento de prender
á los jefes de la oposición; pero este golpe de Esta-
do fracasó, porque la Cámara se negó á entregar
los diputados y Carlos no tuvo valor para apoderar-
se de ellos por la fuerza. E l rey tuvo que salir de
Lóndres para comenzar la guerra civil.
6. Guerra civil. Obligado á salir de Lóndres,
Cárlos I enarboló el estandarte real en Nottinghan,
declarando la guerra al Parlamento (1642). L a no-
bleza m á s diestra en el manejo de las armas se
agrupó alrededor del rey, y las tropas del Parla-
mento, aunque menos aguerridas, eran m á s nume-
rosas y más entusiastas por la causa que defendían.
A l frente de estas últimas estaban el conde de
Essex, Fairfax y principalmente Oliverio Cromwell,
que por sus relevantes dotes personales, no t a r d ó
en adquirir un prestigio incontestable y merecido
sobre los demás; distinguiéndose igualmente el re-
gimiento que mandaba como coronel, por su valor
—323—
y exaltación religiosa que le valió el nombre de tro-
pa de los Santos.
Las tropas del Parlamento vencieron á los reales
en Edge-Hill y al mismo Cárlos en New-bury, per-
diendo toda esperanza de penetrar en Lóndres. E n
este estado los presbiterianos que habían promovi-
do la revolución, perdida su influencia por el pres-
tigio que alcanzaron los Independientes, cuyo jefe
era Cromwoll, entablaron negociaciones con el rey;
pero los independientes alcanzaron una brillante
victoria en Nasehy sobre los realistas, con lo que se
hicieron dueños del poder, y Cárlos tuvo que refu-
giarse en Escocia, cuya asamblea decidió que un
príncipe enemigo del Convenant no podia ser admi-
tido en el reino de los Santos; y los santos escoceses
vendieron al rey á los santos de Inglaterra por
800.000 libras esterlinas.
7. P r i s i ó n y muerte de Cárlos I . Cromwell
consiguió sacar al rey de las manos de los presbi-
terianos, para entregarlo al ejército: la huida de
Cárlos á la isla de Wight, facilitó sus proyectos.
Cromwell tuvo que combatir y vencer á los Nive-
ladores, incorporándolos á su ejército, y después á
los escoceses, que arrepentidos de su mala acción
se habían declarado por el rey. Dueño asi del poder,
Cromwell expulsó clel Parlamento á todos sus ene-
migos, dejándolo reducido á cincuenta y tres miem-
bros de su devoción; y esta asamblea mutilada
nombró un tribunal para juzgar al rey.
Cárlos se negó á reconocer tales jueces y rehusó
responder; pero fué condenado á muerte y ejecuta-
do, á pesar de la intervención de los embajadores
de Holanda. E l rey marchó al suplicio soportando
con un valor heróico los insultos de sus enemigos
(1649).
8. L a República inglesa. A la muerte de Cár-
los I el gobierno quedó en poder de los independien-
—324—
tes, que se apresuraron á abolir la cámara de los
Pares, y la monarquía, proclamando la república.
E l Parlamento de Escocia, protestando contra aque-
llos acontecimientos, proclamó rey á Carlos II, hijo
primogénito de Carlos I; pero el nuevo rey. se negó
á reconocer el Convenant, y decidió unirse con los
realistas de Irlanda. Cromwell con un poderoso ejér-
cito sometió aquella isla cometiendo toda clase de
excesos y violencias, y estableciendo el protestan-
tismo. Carlos II aceptó por necesidad las condicio-
nes que le imponían los escoceses y fué proclamado
rey por los presbiterianos, después que estos habían
ahorcado á Montrose, el heróico defensor de la
monarquía.
Cromwell pasó á Escocia., venció á los realistas
en Dumbar, y penetrando Cárlos en Inglaterra su-
frió nueva y mayor derrota en Worcester, tenien-
do que refugiarse en Francia. De esta manera que-
daron por primera vez sometidas á Inglaterra, la
Escocia y la Irlanda. Cromwell fué recibido en
triunfo en Lóndres, y la república inglesa recono-
cida por todas las potencias de Europa, excepto Ho-
landa que continuó unida con los Estuardos. Crom-
well declaró la guerra á esta nación, y publicó el
acta de navegación^ por la cual se cerraron los
puertos de Inglaterra á los buques extranjeros,
dando asi un golpe fatal al comercio holandés,
creando en cambio la fortuna naval de l a Gran
Bretaña. Por último, las victorias de las flotas i n -
glesas mandadas por Blake, obligaron á los holan-
deses á someterse.
9. Protectorado de Cromwell. Grandeza de
Inglaterra. Alarmado el Parlamento de los proyec-
tos ambiciosos de Cromwell, trató de ponerle obs-
táculos en su carrera; pero el hombre que habia
salvado la libertad venciendo á los realistas, y el
orden destruyendo á los anarquistas y que teníalas
—325—
simpatías generales, se desembarazó bien pronto de
aquellos inconvenientes arrojando con sus mosque-
teros á los diputados del palacio de Westminster,
guardándose la llave en el bolsillo y poniendo en la
puerta este letrero: Esta casa se alquila (1653). Se
nombró un nuevo Parlamento que gobernó algunos
meses; pero al cabo de este tiempo fué disaelta la
asamblea, y Cromwell se hizo proclamar Protector
de la república de Inglaterra, de Escocia y de I r -
landa, teniendo en sus manos la autoridad supre-
laa, y siendo un verdadero rey, menos en el nombre.
El protectorado de Cromwell fué glorioso para In-
glaterra. E l Protector se hizo respetar en el exte-
rior, imponiendo una paz ventajosa á Holanda,
aliándose con la Francia que le entregó la plaza de
Dunkerque; y obligó á España á ceder la Jamaica
á Inglaterra. E n el interior Cromwell fué tolerante
en política y en religión, empleando á muchos rea-
listas en los cargos principales, y dejando á todos
en libertad de seguir sus creencias respectivas.
E n medio de tanta gloria, el gobierno de Cromwell
no logró arraigarse en Inglaterra: los partidos an-
tiguos subsistían, y las conspiraciones se sucedieron
con frecuencia contra el Protector ó contra su go-
bierno. Cromwell murió en 3 de Setiembre de 1658,
aniversario de sus dos grandes batallas de Dunbar
y de Worcester.
10. Ricardo Cromioell. A la muerte de Olive-
rio Cromwell, le sucedió su hijo Ricardo como Pro-
tector de la república de Inglaterra, Escocia é Ir-
landa; pero careciendo de la ambición y de los
talentos de su padre, se vió obligado á disolver el
parlamento que le sostenía, y abdicó su cargo á los
pocos meses, retirándose á la vida privada.
Con la abdicación de Ricardo se produjo una es-
pantosa anarquía, disputándose el poder el ejército
y el Parlamento. Entre tanto se preparaba la reac-
—326—
ción realista: el Parlamento fué disuelto, sustitu-
yéndole otro compuesto de los diputados que se ha-
bían negado á juzgar á Cárlos I. Con esto, y con
las fuerzas de que disponía el general realista
Monk, fué proclamado rey Garlos II.

RESÚMEN DE LA LECCIÓN X X X V I .

1. Cansados los ingleses del desórden y despilfarro del rei-


nado anterior, recibieron con entusiasmo á Cárlos I, de cu-
yas virtudes esperaban el remedio á tantos males; pero bien
pronto se enagenó todas las voluntades por su protección á
Buckingam, y á los católicos, y por sus tendencias contra-
rias á la libertad.—2. Las causas de la revolución inglesa
fueron las ideas de libertad de la Reforma; la excitación de
los partidos políticos y religiosos; la ambición de la clase
media á tener participación en el gobierno, y la falta de tino
y prudencia en el gobierno de los dos últimos monarcas.—3.
Al principio de su reinado se propuso Cárlos I gobernar con
el Parlamento, pero disolvió el primero porque le facilitó
pocos recursos, cerró tumultuariamente el segundo para
salvar á Buckingam; haciendo lo mismo con el tercero, para
no cumplir la petición de los derechos; y se propuso gober-
nar en adelante por sí mismo.—4. Entóneos comenzó la per-
secución de los enemigos de la Corte y de los disidentes,
emigrando estos en gran número á, las costas de América.
En guerra con el Convenant de Escocia, el ejército inglés
se negó á combatir contra sus hermanos.—5. El Parlamento
Largo condenó á muerte al privado Strafford; y atribuyen-
do al rey la matanza de los protestantes irlandeses, y el
propósito de concluir con los jefes populares, le negó todos
los recursos que pedia para la guerra contra los escoceses.
E l rey quiso apoderarse de los jefes de la oposición en la
Cámara, y habiendo fracasado su intento, tuvo que salir de
Lóndres.—6. Comenzada la guerra civil entre el rey y el
Parlamento, el primero fué vencido en Newburg y en N a -
seby, y tuvo que refugiarse en Escocia, cuya asamblea lo
entregó á los ingleses por 800.000 libras esterlinas.—7.
Cromwell se apoderó del rey, y purgando el Parlamento
hasta dejarlo reducido á ios diputados de su devoción, con-
siguió que aquella asamblea lo condenase á muerte, y fué
ejecutado.—-8. Muerto el rey, los independientes proclama-
ron la república. Cromwell venció á los irlandeses que se
—327—
nabían decidido por Cárlos II; y derrotó á los escoceses en
Dunbar y en Worcester. La república fué reconocida por
todas las naciones, excepto Holanda, que por el acta de na-
vegación y por las victorias de los inglese?, tuvo que acep-
tar una paz desventajosa.—9. Cromwell arrojó á los dipu-
tados del Parlamento; y nombrado otro de su devoción, fué
proclamado Protector de la república, teniendo en sus ma-
nos la autoridad suprema. Durante su protectorado recobró
Inglaterra en el exterior el prestigio y la influencia que
habia tenido en tiempo de Isabel; y en el interior consiguió
restablecer el orden y la paz,—10. A la muerte de Oliverio
Cromwell, le sucedió su hijo Ricardo, que renunció á, los
pocos meses, retirándose á la vida privada. Nombrado un
Parlamento realista, el general Monk proclamó á Cárlos II.

LECCIÓN X X X V I I .

Juicio sobre el segundo período déla Edad


moderna.

1 Resumen de la historia del segundo periodo de la Edad


moderna.—2. Geografía y Etnografía.—Z. Gobierno ¿ins-
t i t u c i o n e s . — R e l i g i ó n y sacerdocio.—5. Literatura.—
6. Ciencias y Filosofía.—1. Bellas artes.—8. Agricultura,
industria y comercio.

1. Resumen de la historia del segundo periodo


de la Edad moderna. Dos hechos principales ocu-
pan la historia desde principios del siglo X V I hasta
mediados del X V I I (1517-1648); el uno la Reforma
religiosaj el otro la lucha de la Francia con la casa
de Austria. Ambos tienen su origen al comenzar el
reinado de Garlos V , y terminan en la paz de Wes-
falia.
L a Reforma se presenta casi simultáneamente en
Suiza y en Alemania con Zuinglio y Lutero; algo
después aparece Galvino. Nacida como una reacción
contra los abusos de la Iglesia de la Edad media,
bien pronto el orgullo de los reformadores y las cir-
—328—
cunstancias, le condujo á atacar los dogmas del Ca-
tolicismo, naciendo de aquí la lucha con el Pontifica-
do: y como todo cambio en la religión tiene su reso-
nancia en la política, las doctrinas reformadas v i -
nieron á favorecer en Alemania los intereses de los
Príncipes contra los del Emperador, y en otros paí-
ses, donde se extendió el calvinismo, los intereses
del pueblo contra los reyes absolutos. De manera
que la reforma vino á atacar tanto el poder religioso
como los poderes políticos que habían salido de l a
Edad media, sosteniendo larga lucha con el Pontifi-
cado y con la monarquía.
Esta lucha tuvo su principal asiento en Alemania;
y después de cuarenta años quedó aparentemente
apaciguada por la transacción de Augsburgo: pero se
reprodujo después, dando ocasión á la desastrosa gue-
rra de Treinta años, que terminó por la paz de Wes-
falia, asegurando la existencia de la Reforma en la
mitad de las naciones de Europa.
L a cuestión política de la Francia con la casa de
Austria, comenzó en tiempo de Garlos V y Francisco
I. Durante el siglo X V I fué en general favorable á
"la última, cuyos intereses representaron los monar-
cas españoles Don Carlos y Felipe II; pero en el X V I I ,
y sobre todo en la guerra de Treinta años, salió
triunfante la Francia, que recogió en la paz de Wes-
falia todo el prestigio de que fué despojada su rival.
2. Geografía y Etnografía. E l impulso que re-
cibió la Geografía en el período anterior por los dos
grandes descubrimientos de América y del Cabo de
Buena Esperanza, dió sus naturales resultados en
esta época, adelantando y completando los europeos
sus conocimientos sobre el Nuevo Continente, sobre
el Africa y el Asia, y aun sobre la Oceanía. Esta
obra se realizó principalmente por los colonos y por
los misioneros, distinguiéndose entre los primeros
los españoles y portugueses, y más adelante los i n -
—329—
gleses y holandeses, y entre los segundos los jesuí-
tas, que poco después de su fundación tenían esta-
blecimientos en todos los puntos del globo. En este
tiempo se funda el imperio colonial español, que lle-
gó á extenderse por la mitad del continente ameri-
cano; y el de los portugueses en Africa, Asia y
Oceanía, si bien este último comenzó á decaer duran-
te la época que estuvo unido con España, al paso
que se levantaba con sus despojos el de los holan-
deses. Los nuevos descubrimientos se refieren á las
regiones septentrionales de América en busca de
un nuevo paso por esta parte para los mares de la f
China y del Japón, y á las islas de la Oceanía.
El conocimiento de las razas siguió el mismo ca- U|
mino que la Geografía. Los indígenas de América \]
esclavizados por los europeos, disminuyeron consi- v
derablemente, huyendo á los bosques vírgenes de |
aquella parte del mundo los que pudieron escapar |
al duro trato de sus dominadores. Pero al mismo j
tiempo se generalizó en este período otro hecho de i
gran importancia etnográfica, la introducción en j
América de la raza negra procedente de Africa, co- |
menzando etHónces en aquellos países ese cruza^-f|
miento indefinido de las razas blanca, negra y y é o - > i
briza, que ha continuado en aumento hasta el p r ^
senté, debilitándose los caracteres de los tipos7 oi/i-
ginales, y aumentando los de los mestizos.
3. Gobierno é instituciones. E l movimienio
concentración de todos los poderes en los monarcas^
que se había iniciado en los últimos siglos de la Edad
media, viene á completarse en este período en todas
las naciones, por la entera sumisión de la nobleza
feudal, y por haber desaparecido los últimos restos
de las libertades populares. Los reyes, tanto en
Francia, como en España y en Inglaterra, ó supri-
men las cortes y parlamentos, ó los despojan de sus
derechos y privilegios, dejándolos reducidos á íigu-
42
—SSO-
ras decorativas, sin otra intervención en el gobierno
y en los asuntos de Estado, que el reconocimiento
por pura fórmula de los herederos del trono.
Se consolida, pués, en este período el absolutismo
de los vejes, y de las condiciones de estos ó de sus
ministros depende en consecuencia la grandeza ó la
decadencia de los pueblos. España, poderosa con
Garlos V , se hunde con los Felipes; Francia prospe-
ra con Francisco I, Enrique IV y Richelieu, y se
debilita y decae con los hijos de Enrique II; Ingla-
terra se hace grande con Isabel, y pierde una parte
de su importancia con sus sucesores. Lo mismo su-
cede en el Imperio elevado á su mayor grandeza
por Maximiliano y Carlos V, y decadente y despres-
tigiado después de Fernando I.
Sin embargo, las instituciones antiguas, sumisas
ó postergadas por el despotismo de los reyes, apro-
vechan todas las ocasiones que les ofrecen los vai-
venes de la política, para recuperar su antiguo po-
der y su prestigio, como sucedió en Francia duran-
te los reinados de los hijos de Enrique II, y en In-
glaterra después del reinado de Isabel. La nobleza,
anulada por los reyes, se adhirió con entusiasmo á
las nuevas ideas religiosas, aumentando por este
medio sus riquezas y su independencia en Alema-
nia, y su influencia en Francia.
Al mismo tiempo, el carácter popular de la Refor-
ma, sobre todo la de Calvino, extendió el espíritu de-
mocrático en varias naciones, siendo sus primeros
resultados en este período la constitución de Gine-
bra y de Holanda, y los conatos de independencia
enFlandes, en Escocia y en otros países.
4. Religión.y sacerdocio. En el segundo pe-
ríodo de la Edad moderna se verifica la revolución
más trascendental que ha sufrido la religión cristia-
na en los diez y nueve siglos que lleva de existen-
cia. La mitad de Europa se separa de la Iglesia cató-
—331—
lica y dé l a obediencia de Roma, y acepta las doc-
trinas protestantes. Después de 130 años de lucha
encarnizada, esta división religiosa fué sancionada
por el tratado de Wesfalia, que redujo el imperio
del Catolicismo en Europa á los pueblos de raza l a -
tina; pero estos mismos pueblos le proporcionaron
la compensación de tamaña pérdida, extendiéndolo
por la mayor parte de América, y por las otras par-
tes del mundo.
A l mismo tiempo l a Iglesia católica se purifica
mediante el concilio de Trente de las imperfecciones
y de los abusos de la Edad media, desterrando las
supersticiones, y mejorando las constumbres del
clero secular y regular. Con esto, y con el valioso
apoyo que le presta la nueva orden de los jesuítas,
el catolicismo adquiere las condiciones necesarias
para continuar pacíficamente su obra de moralizar
á los pueblos modernos.
El Pontificado en esta época acaba de perder la
inñuencia que en los asuntos políticos de Europa
había ejercido durante la Edad media. Educados los
pueblos y los reyes á la sombra de su respetable y
por todos respetada autoridad, corrigiendo á unos,
castigando á otros, y enseñando á todos el camino
del progreso y de la perfección, el Pontificado había
concluido su misión política, cuando esos pueblos y
esos reyes adquirieron la conciencia de su valer, y
aprendieron á gobernarseá sí mismos, dejando como
innesesaria ya la tutela en que hasta entóneos ha-
bían vivido. E l Pontificado, sin embargo, descono-
ció que su misión política había concluido, y que ya
no tenía razón de ser la autoridad sobre el gobierno
de los pueblos, que las circunstancias de la Edad me-
dia habían puesto en sus manos. Por eso luchó hasta
el último momento para sostener lo que creía su de-
recho; pero en esta lucha fué vencido por los pue-
blos y los reyes, que en el tratado de Wesfalia se-
—332—
calar izaron la política europea, asentándola en nue-
vas bases extrañas á la religión, sin preocuparse
para nada de las protestas pontificias; y libre de es-
ta manera aquella institución de asuntos que tanto
le habían ocupado en otro tiempo, pudo desde entón-
eos dedicarse con más desembarazo á los intereses
puramente religiosos, y á la propagación de la mo-
ral cristiana en todos los pueblos.
6. Literatura. E l entusiasmo por el renacimien-
to de la antigüedad clásica, tan desarrollado en Ita-
lia en el período anterior, y la perfección de su l i -
teratura nacional por las obras de Dante, Petrarca y
Bocacio, ejercieron bien pronto una influencia pode-
rosa en las demás naciones, cuyas literaturas, es-
pecialmente la española, adquieren un extraordina-
rio desenvolvimiento en el período que ahora nos
ocupa.
En Italia, después de Maquiavelo y Guicciardini,
escribió el veneciano Davila la Historia de las gue-
rras civiles francesas, y S a r p i la del Concilio de
Trente. En la poesía épica sobresale Torcuata Tasso
por su Jerusalen libertada; tomado su argumento
de la primera Cruzada, y Tassoni por su epopeya
cómica el C á n t a r o robado.
En la literatura española influida por la italiana
y por el renacimiento de los clásicos griegos y ro-
manos, aparecen en este tiempo como líricos Bos-
can y Garcilaso con sus églogas, sonetos, canciones
y elegías; así como Hernando de Herrera, F r . Luis
de León, Montemayor, Villegas y Rioja: como épi-
cos florecieron Ercilla, autor de la A r a u c a n a , y V a l -
buena, que escribió el B e r n a r d o ^ como novelistas.
Hurtado de Mendoza con el Lazarillo del Tormes,
Mateo Alemán con el Guzmdn de Alfarache, Solor-
zano con la G a r d u ñ a de Sevilla, elevándose sobre
todos, así antiguos como modernos, propios y ex-
traños, Miguel de Cervantes con el D. Quijote de l a
—333—
Mancha. L a principal gloria de nuestra literatura
se refiere á la poesía dramática, elevada á su mayor
apogeo por Lope de Vega con sus mil comedias, en-
tre las que se pueden citar la Moza de C á n t a r o , la
Estrella de Sevilla, el Mejor Alcalde el Rey, y otras;
y más todavía por Calderón con sus obras inmorta-
les, l&Vida es Sueño, el Alcalde de Zalamea, el Mé-
dico de su honra, etc. Por último, merecen citarse
como historiadores Florián de Ocampo, Ambrosio dé
Morales, don Diego Hurtado de Mendoza, Zurita y el
padre Juán de Mariana; y como escritores místicos
F r . Luis de Granada, San Juán de la Cruz, Santa
Teresa de Jesús, F r . Luis de León y otros. A este
período pertenecen también el gran poeta épico de
Portugal, Camoens que escribió Los Luisiadas.
I E l poeta más notable de Francia en este período
fué Ronsard, que formó escuela; merecen citarse
además, Maturín Regnier y Malherbe: como prosis-
tas sobresalieron Montaigne y Rabelais, este último
como autor de Gargantua y Pentacruel.
L a literatura inglesa alcanza en este período su
mayor apogeo, distinguiéndose principalmente en la
dramática Shakspeare, cuyas mejores producciones
son, Hamlet, Otelo, Romeo y Julieta, Macbeth, y el
Mercader de Venecia; y en la épica Miltón, autor de
el Paraiso perdido, en que cantó el pecado de nues-
tros primeros padres.
En la literatura alemana citaremos en primer
término á Lufero, que con sus escritos contribuyó á
fijar definitivamente la lengua alemana. Gomo poe-
tas merecen recordarse Hans Sachs, Warner y F e i -
chart; y como prosistas, Juán Rohle de Eisenah,
Eberardo Vindech, etc.
6. Ciencias y Filosofía. E l gran impulso que
recibieron los estudios olásicos en el período anterior,
continuó en el presente en todas las naciones, dis-
tinguiéndose en Alemania, Melanchtón, Sturm y Ga-
—334—
merario; en Francia Gasaubón, los dos Escalígeros,
R . Estienne y Budeo; y en España Francisco Sán-
chez de las Brozas, Arias Montano, Pedro Simón de
Abril, Melchor Gano, etc.
L a ciencia del derecho se perfeccionó por los tra-
bajos de los romanistas Alciato, Cuyas, Menochio,
Budeo; y los de Baltasar de Ayala, Alberico Gentil
y Grocio, el fundador del derecho internacional, jun-
tamente con Mariana, Francisco Suarez y otros. Con
esta clase de estudios se relacionan la República de
Bodino, la Utopia de Tomás Moro, y la ciudad del
Sol, de Gampenella. Sobre asuntos administrativos
escribieron Saavedra, Sancho de Moneada, Miguel
Alvarez Osorio y Cristóbal de Herrera.
En la Medicina aquirieron celebridad Paracelso,
Vesalo, cirujano de Garlos V , Falopio, Varoli, M i -
guel Sérvete, Fabricio y Harvey.
L a Astronomia sufrió una completa revolución,
merced al sistema de Copérnico, que explica racio-
nalmente los fenómenos celestes, y que fué comple-
tado y perfeccionado por Keplero, Galileo y Newtón.
E n la Filosofía citaremos al español Luís Vives,
el francés G. Budeo, y los italianos Campanella y
Jordano Bruno; y muy superiores á estos, por haber
sido los fundadores de la filosofía moderna, citare-
mos al inglés Bacón de Verulamio, autor del iVb-
mim Orgamun Scientiarum, sus discípulos Hobbes
y Gassendi, y principalmente el francés Descartes,
autor de la célebre proposición cogito, ergo sum,
considerada por él como el principio de la filosofía.
7. Bellas artes. Algunos de los grandes pinto-
res italianos del período anterior alcanzaron tam-
bién al presente; pero la principal gloria correspon-
de á los españoles Velazquez, Zurbarán, Ribera,
Murillo, y Alonso Cano, y al ñamenco Rubens.
En arquitectura citaremos á Vignola, Dominico
Fontana, Juan de Herrera., y Juán Goujon. En la
—335—
escultura sobresalen Alonso Cano y Bernardo de
Palissy.
8. Agricultura^ industria y comercio. Las
largas y calamitosas guerras del segundo período
de la Edad moderna, acarrearon la decadencia de la
agricultura en Alemania, Países Bajos, Francia, y
España. La industria alcanzó gran prosperidad en
Inglaterra y en los Países Bajos; y el comercio, por
los nuevos descubrimientos y por la ruina de la liga
anseática, vino á quedar en manos de los holande-
ses y de los ingleses.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN X X X V I I .

1. La historia del segundo período de la Edad moderna se


compendia en dos hechos principales; uno religioso, la Re-
forma y su establecimiento en Europa, y otro político, la l u -
cha de la Francia con la casa de Austria, Ambos hechos ter-
minaron en la paz de "Wesfalia, que concedió la libertad á
los protestantes, y concluyó con la preponderancia de la ca-
sa de Austria.—2. Los conocimientos geográficos se perfec-
cionaron y aumentaron considerablemente en América, Asia,
Africa y Oceanía. En este tiempo disminuyó en gran mane-
r a la raza americana, comenzando la introducción en aquel
continente de los negros de Africa.—3. En el gobierno, se
consolida el absolutismo de los reyes, desapareciendo las
instituciones que representaban la libertad en tiempos an-
teriores. Con el renacimiento y el calvinismo se extiende el
espíritu demdcrático.—4. La religión católica pierde por la
Reforma la mitad de las naciones de Europa; pero reformada
á su vez en el Concilio de Trente, extiende su influencia por
América y las otras partes del mundo. E l Pontificado pierde
en la paz de Wesfalia la influencia política que había tenido
en la Edad media.—5. En la literatura italiana deben citar-
se el Tasso y Tassoni; en la española Ercilla, Balbuena Cer-
vantes, Lope de Vega, Calderón, Mariana, F r . Luís de Gra-
nada y Santa Teresa; en la francesa Rodsard, Montaigne y
Rabelais: en la inglesa Shakspeare y Milton, y en la portu-
guesa Camuens.—6. En los estudios clásicos sobresalen Me-
lanchtón, en el Derecho, Alciato, Cuyas y Grocio; en Medici-
na Paracelso y Sérvete: en la Astronomía Copórnico, K e -
plero, Galileoy Newtón. En Filosofía merecen especial men-
—336—
ción Bacón y Descartes.—7. En las bellas artes florecieron
los pintores españoles Velazquez y Murillo, los escultores
Alonso Cano y Bernardo de Palissy , y los arquitectos V i g -
nola y Juán de Herrera.—8. La agricultura decayó notable-
mente en casi todas las naciones; la industria tuvo grandes
adelantos en Inglaterra y en los Países Bajos; y el comercio
alcanzó gran dasarrollo en Holanda é Inglaterra.

LECCIÓN X X X V I I I .
TERCER PERÍODO DE LA EDAD MODERNA. (1648-1789).
Reinado de Luis XIV, hasta la paz
de Nimega.
1. Nueva tendencia de la p o l í t i c a europea desde el tratado
de Wesfalia.—2. Menor edad de L u í s XIY.—3. L a guerra
de l a Fronda.—4. Guerra con España.—5. Muerte de M a -
zarino: su gobierno.—5. Luis XIV: Colbert y Lonvois.—
7. Nueva guerra con E s p a ñ a : sus causas y resultados.
—8. Guerra con Holanda: sus causas.—§. Primeras cam-
p a ñ a s . — 1 0 . Ultimas c a m p a ñ a s y paz de Nimega.

1. Nueva tendencia de l a p o l ü i c a europea desde


el tratado de Wesfolia. E l tercer período de l a
Edad moderna se extiende desde la paz de Wesfalia
(1648) hasta la revolución francesa (1789), compren-
diendo así la segunda mitad del siglo X V I I y la mi-
yor parte del XVIII, E n este tiempo la historia eu-
ropea toma un nuevo giro, se desenvuelve bajo idea
y base diferente que en el período anterior, y que es
necesario estudiar con atención si se han de com-
prender los hechos realizados hasta la revolución
francesa.
Así como en el período anterior todos los Estados
luchan y sostienen guerras religiosas á causa del
nacimiento y progresos de la Reforma, después de
la paz de Wesfalia, que aseguró la existencia de nue-
vos Estados y consolidó la de los antiguos, comien-
zan todos ellos á desem volverse mediante la idea po-
lítica, haciendo caso omiso de la religión; los pueblos
—337—
buscan su engrandecimiento, unos por las armas,
creándose los grandes ejércitos de Luis XIV y de
Federico de Prusia, los otros por la navegación y el
comercio, como Holanda é Inglaterra, si bien hay
que reconocer que al seguir la historia este nuevo
rumbo, lo hace aplicando ideas falsas en orden á la
economía política, creyendo que la riqueza de los
pueblos consistía no en el trabajo, en la industria,
en el comercio, etc, sino en la mayor cantidad de
oro y plata de que podían disponer; naciendo de
aquí grandes conflictos, decayendo en gran manera
los pueblos que se tenían por mas ricos, y levan
tándose otros como Holanda é Inglaterra, que se ade-\\|
lantaron á los demás en los progresos de su industria
y en la extensión de su comercio.
Guando los pueblos como España y Francia se
apercibieron del error y quisieron favorecer la pro-
piedad territorial, y la industria y el comercio, lo
hicieron también equivocadamente, apelando á las
trabas prohibitivas y fiscales, privilegios, aduanas
etc., con el fin de bastarse á sí mismos, sin necesi-
dad de recurrir á los demás.
2. Menor edad de Luis X I V . Luis XIV ocupó él
trono de Francia á la edad de cinco años (1643).[ K|
Parlamento confirió la regencia á su madre Ana!ydéV
Austria, que á pesar de las intrigas de la nobleza,
nombró primer ministro al cardenal Mazarino, amr-
go y confidente que había sido de Richelieu, cuya
política se propuso continuar, castigando con severi-
dad las conspiraciones de los señores, que tuvieron
que resignarse á sufrir el nuevo ministro, como ha-
bían tolerado al anterior.
Por este tiempo sostenía la Francia el cuarto y
último período de la guerra de Trienta años contra
la casa de Austria, alcanzando brillantes victorias
como la de Rocroy contra los españoles, la de Nord-
linga y la de Lens, que puso fin á la lucha pbligan-
43
—338—
do al Emperador á firmar la paz de Wesfalia. E n es-
tas campañas alcanzaron un gran prestigio las ar-
mas francesas bajo el mando de Turena y de Gondé.
En aquella paz obtuvo Francia la Alsacia y algunas
plazas en las fronteras de Italia y de Alemania, ad-
quiriendo además en Europa la influencia y la pre-
ponderancia que perdió la casa de Austria.
3. La, guerra de l a Fronda. Los gastos exce-
sivos de la administración de Mazarino, la cualidad
de extranjero, que le hacia odioso á los franceses, y
la creación de nuevos impuesto y gabelas para
atender á las necesidades de la guerra, y más que
todo la concentración de todos los poderes en el mi-
nistro, suscitaron contra el cardenal gran número
de enemigos en el pueblo; y el Parlamento, creyéndo-
se llamado á defender los intereses de los descon-
tentos, se declaró en contra de la corte y del go^
biernode Mazarino, formando un partido numeroso,
llamado de la Fronda (honda). Esta reacción contra
el absolutismo no dió otro resultado que la creación
momentánea de una especie de monarquía parla-
mentaria, que tuvo por héroe popular al duque de
Beaufort, llamado el rey de los Mercados, y por ge-
nerales Turena y Gondé.
Gomenzaron las hostilidades negándose el Parla-
mento á conceder recursos extraordinarios después
de la paz de Wesfalia. L a corte prendió algunos de
los consejeros, y el pueblo de París se sublevó con-
tra ella, consiguiendo poner en libertad á los pre-
sos. L a reina con toda la corte se retiró á San Ger-
mán, llamando á Gondé para su defensa, ordenándo-
le atacar á París. Figuraba entre los fronderos el
célebre cardenal de R e t z , hombre de malas costum-
bres, sagaz, espléndido y ambicioso, que pretendía
derrocar á Mazarino, para continuar la política de
Richeliéu. E l Parlamento comprendió al fin que los
nobles de concierto con España, no aspiraban más
—339—
que á su provecho particular, y por medio de su
presidente Molé hizo la paz con la corte, terminan-
do así el primer período de la guerra de la Fronda.
Las altanerías de Condé para con la corte, obli-
garon á la Reina á unirse con la Fronda, poniendo
preso al príncipe, que debió la libertad á Mazarino.
Este tuvo que retirarse á Colonia, desde donde con-
tinuaba gobernando la Francia; y llamado de nue-
vo por la reina, se sublevó otra vez el Parlamento
y se unió con los fronderos, y con Condé, comen-
zando de nuevo la guerra civil. Turena, unido con
la corte, consiguió derrotar á Condé en el arrabal
de San Antonio; y aunque este último quedó dueño
de París, su tiranía le hizo odioso, y se encaminó al
Mediodía para continuar la guerra con auxilio de los
españoles, lo que acabó de desconceptuarlo en la
opinión pública. El rey volvió á París, y poco des-
pués Mazarino; terminando aquella guerra que no
fué otra cosa que la última campaña de la aristocra*
cia contra la monarquía, y en la que no se ventila-
ron más que intereses mezquinos y resentimientos
mujeriles (1653).
4. Guerra con España. Los desórdenes y las
luchas de la guerra de la Fronda, alentaron á Espa-
ña para proseguir la guerra con Francia después
del tratado de "Wesfalia. El príncipe de Condé, el
héroe de Rocroy y de Lens, obligado á abandonar la
Francia, pasó al servicio de España y tuvo que com-
batir en los Países Bajos contra Turena, y levantar
el sitio de Arras. Los franceses y los ingleses se apo-
deraron de la plaza de Dunkerque, que quedó en po-
der de estos últimos, y Turena alcanzó una brillan-
te victoria en las Dunas (1658).
Estos descalabros obligaron á España á firmar el
tratado de los Pirineos (1659), cediendo á Francia
el Rosellón, el Artois y parte de Flandes; concertán-
dose el matrimonio de Luis XIV con María Teresa
—340—
de Austria, hija de Felipe IV, renunciando esta todos
sus derechos á la corona de España y debiendo lle-
var á su esposo como compensación una dote de
500.000 escudos de oro.
5. Muerte de Mazarino. Su gobierno. Poco
después del tratado de los Pirineos y del matrimo-
nio de Luis XIV con la infanta de España, murió el,
cardenal Mazarino, dejando á Francia una deuda de
450 millones, y en marcada decadencia la agricul-
tura, la industria, el comercio y la marina; pero en
cambio acrecentó de una manera fabulosa su fortu-
na particular, empleándola principalmente en prote-
ger las letras y las artes, en la fundación de la bi-
blioteca que hasta hoy lleva su nombre (biblioteca
Mazarina), y en la creación del colegio de las Cuatro
Naciones.
En la política exterior dejó Mazarino justo renom-
bre por sus talentos y por los servicios que prestó á
la Francia, siguiendo y completando la conducta de
Richelieu para con las c^emás naciones.
6. Luis X I V . Colbert y Louvois. A la muerte
de Mazarino, Luis XIV se propuso gobernar por sí
mismo, sin tener primer ministro, para lo cual se
impuso la penosa tarea de trabajar ocho horas dia-
rias en el despacho de los negocios, cuya obligación
cumplía con exactitud.
A l empuñar las riendas del gobierno Luis XIV te-
nía ya formado el plan de su política, que consistía
en reinar con un poder sin límites, reuniendo en sus
manos todas las fuerzas del país, y emplearlas en el
engrandecimiento interior y exterior de la Francia.
Para llevar adelante sus propósitos Luis XIV, en-
contró dos ministros que como él se dedicaron cada
cual en su ramo, á procurar la grandeza de Fran-
cia: estos fueron Colbert y Luvois.
Fouquet, el ministro de hacienda de Mazarino,
fué sustituido por Colbert, que en poco tiempo res-
—341—
tableció el orden en la percepción de los impuestos,
redujo los privilegios y castigó las malversaciones,
consiguiendo por estos medios reorganizar la hacien-
da, aumentando considerablemente los ingresos y
rebajando los impuestos más injustos y onerosos. En
su tiempo tomaron grande incremento las obras pú-
blicas, construyéndose gran número de carreteras
y canales, entre otros el de Languedoc; se organizó
ía marina militar, mejorando los puertos de Roche-
fort, Brest y Tolón; se multiplicaron las colonias en
Africa y en América; protegió la agricultura y el co-
mercio, y con el establecimiento de un buen sistema
de aduanas, favoreció la industria nacional, crean-
do además la Compañía de las Indias y otras.
El otro ministro de Luis XIV, Luvois, dirigió los
asuntos militares con el mismo acierto que Colbert
los de hacienda: organizó los armamentos, creó cuer-
pos nuevos, perfeccionó la artillería, y fué el verda-
dero fundador de la administración militar,
7. Guerra con España: sus causas y resultados.
Orgulloso Luis XIV de los grandes recursos de la
Francia, de los cuales podía disponer á su voluntad,
dió comienzo á sus planes ambiciosos, declarándola
guerra á España, donde por la muerte de Felipe IV
acababa de ocupar el trono su hijo Garlos II.
La causa primordial de aquella guerra se encuen-
tra en la enemistad y el odio de la Francia á la casa
de Austria, que había comenzado en tiempo de Fran-
cisco I, y que no podía quedar satisfecha hasta com-
pletar la ruina de las dos ramas española y austría-
ca. Como pretextos para entablar la lucha invocó
Luis XIV el derecho de su mujer á Flandes, el Bra-
bante y el Franco-Condado, por no haberse cumpli-
do por parte de España la entrega de la dote de
500.000 escudados de oro, en compensación de la
renuncia de María Teresa á sus derechos á la co-
rona.
—342—
Luis X I V comenzó las hostilidades invadiendo los
Países Bajos, al frente de un ejército numeroso, que
bajo las órdenes de Turena se apoderó en pocos dias
y sin encontrar gran resistencia de Turnay, Duay,
Lila y otras plazas. Poco después el Príncipe de Gon-
dé y el duque de Luxemburgo con otro ejército pe-
netraron en el Franco-Condado, y se hicieron due-
ños de Besancon y de Dole, capital de la provincia,
cuya sumisión fué completa en menos de tres se-
manas.
L a ambición de Luis X I V hizo por fin despertar á
la Europa. Las naciones que habían establecido el
equilibrio europeo en el tratado de Wesfalia contra
la casa de Austria, lo hicieron ahora valer para es-
torbar la preponderancia de la de Borbón. Inglate-
rra, enemiga natural de Francia; Holanda que esta-
ba interesada en alejar de su territorio un vecino
tan poderoso; y la Suecia, como potencia neutral,
formaron la triple alianza para oponerse al engran-
decimiento de la Francia. Luis X I V tuvo que admi-
tir la mediación de estas potencias, firmando la p a z
de A q u i s g r á n {1668) por la cual devolvió á España
el Franco-Condado, pero conservó la Flandes fran-
cesa, que ha continuado hasta hoy formando parte
de la Francia.
8. Guerra con Holanda: sus causas. L a termi-
nación de la guerra con España, impuesta á Luis
X I V por la triple alianza, fué debida en primer tér-
mino á las gestiones de la Holanda. Esta potencia
que había contado siempre con el apoyo de la F r a n -
cia en sus guerras para conquistar su independen-
cia, orgullosa ahora de las riquezas que le propor-
cionaban su industria y su comercio, y recelosa de
la ambición del rey francés, olvidó los antiguos fa-
vores, y se opuso resueltamente en Aquisgrán a l
engrandecimiento de la Francia.
Vivamente resentido Luis X I V de que una poten-
—343—
cia insignificante como la Holanda, hubiera deteni-
do la carrera de sus triunfos, se propuso tomar te-
rrible venganza de aquella ingratitud y de aquella
insolencia. Comenzó estableciendo estrecha alianza
con Inglaterra, con Suecia y con varios príncipes
alemanes: al mismo tiempo la Holanda se encontra-
ba devorada por las disensiones entre los dos parti-
dos republicano y aristocrático, quedando al fin
triunfante este último, cuyo jefe era Guillermo III
de Orange.
9. Primeras campañas de la guerra con Holan-
da. Las hostilidades comenzaron penetrando Tu~
rena en los Países Bajos por la parte del R i n , cuyo
rio atravesó á pesar de la resistencia de los holan-
deses; pero al mismo tiempo el almirante holandés
Ruyter ganó una batalla naval en las costas de la
Gran Bretaña á las escuadras reunidas de Francia y
de Inglaterra. Luis X I V , en su marcha triunfadora
llegó cerca de Amsterdám; pero los holandeses nom-
braron Estatouder al príncipe de Orange, y abrien-
do los diques y las esclusas, inundaron el país, obli-
gando á los franceses á evacuar la Holanda.
Alarmados el emperador y los príncipes alemanes
por la invasión de los franceses en los Países Bajos,
hicieron alianza con Holanda; pero Turena consi-
guió derrotar al Elector de Brandeburgo arrojándolo
más allá del Elba, y á Montecuculli, general de las
tropas imperiales, que se vió obligado á retirarse á
la Bohemia. A l mismo tiempo Luis X I V consiguió
apoderarse de la importante plaza de Maestricht.
L a Holanda logró por fin atraer á su alianza al
emperador y al rey de España, y después á la Dina-
marca, el duque de Lorena y muchos príncipes ale-
manes, y por último á la Inglaterra; no quedando á
Francia más aliada que la Süecia. Luis X I V mandó
contra los holandeses á Gondé, que alcanzó sobre
ellos la famosa batalla de Seneffe; Turena venció á
—344—
los imperiales y se apoderó del Palatinado; y Schom-
berg derrotó á los españoles en el Rosellón, mien-
tras el mismo rey en menos de un mes se apoderó
de todo el Franco-Condado. De esta manera la Fran-
cia sola resistió en diferentes puntos á la mitad de
Europa,
Al año siguiente (1675) los franceses se apodera-
ron de varias plazas de los Países Bajos y de Cata-
luña; pero la muerte de Turena combatiendo con
Montecúculli, fué una pérdida irreparable para la
Francia: Luis XIV ordenó que se le enterrase en
San Dionisio, en la tumba de los reyes. Los enemi-
gos, aprovechando la ocasión penetraron en Francia
por el Norte y por el Este, y con gran dificultad pu-
do contenerlos el anciano Príncipe de Condé.
10. Ultimas campoMas y paz de Nimega. Aun
cuando Luis XIV se vió privado de los dos primeros
generales de su siglo, Turena y Condé, continuó la
guerra no sin ventaja para las armas francesas, apo-
derándose de la Lorena y de muchas plazas de los
Países Bajos, y derrotando el almirante Duquesne
en Sicilia las escuadras reunidas de Holanda y de
España, perdiendo la vida el almirante holandés
Ruyter.
A pesar de tantas victorias que habían hecho á
Luis XIV el árbitro de Europa, el rey de Francia,
que veía las provincias arruinadas, sin hombres y
sin dinero, y que tuvo que reprimir varias subleva-
ciones en sus Estados, deseaba vivamente la paz.
Algunas nuevas victorias de los franceses la retra-
saron por algún tiempo; pero al fin se concertó en
Nimega (1678) devolviendo á los holandeses la plaza
de Maestricht; perdiendo los españoles el Franco-
Condado y casi toda la Flandes; y quedando además
la Lorena incorporada á la Francia.
—345—
RESÚMEN DE LA LECCIÓN X X X V I I I .

í. E l tercer período de la Edad moderna se extiende des-


de la paz de Wesfalia (1648), hasta la Revolución francesa
(1789). En este tiempo la historia europea toma un carácter
exclusivamente político, como en el período anterior había
sido religioso.—2. Durante la menor de Luís X I V tuvo la
regencia su madre Ana de Austria, que confió el gobierno al
cardenal Mazarino. En este tiempo sostuvo Francia el cuar-
to y último período de la guerra de Treinta años, alcanzan-
do por sus victorias la supremacía europea en la paz de Wes-
falia.—3. E l pueblo, el Parlamento y los nobles, con el nom-
bre de partido de la Fronda, se sublevaron contra Mazarino
y la regente; pero después de una guerra civil en que solo \ -
se ventilaban pasiones mezquinas ó intereses personales, el
partido de la Fronda quedó sometido, y triunfante la reina
y el ministro.—4. España continuó la guerra con Francia
después de la paz de Wesfalia; pero sufridas algunas de-
rrotas por los españoles, se firmó la paz de los Pirineos, ce-
diendo á Francia el Rosellón, el Artois y parte de Flandes, y
concertando el matrimonio de Luis X I V con María Teresa
de Austria, hija de Felipe IV.—5. Poco después de este tra-
tado, murió Mazarino. Su gobierno fué calamitoso en el inte-
rior por los excesivos gastos, que arruinaron la hacienda, v ^ " 1 ^
por el abandono en que tuvo la agricultura, la industria/el
comercio y la marina; pero fué brillante en el exterior, ,
continuando la gloriosa política de Richelieu.—6. Luis X I V /
se propuso gobernar por sí mismo sin tener primer miniétro;,
pero se valió de Colbert, que organizó la hacienda y favprer
ció la agricultura, la industria y el comercio , desaroll&las^
obras públicas y aumentó la marina militar; y áeLuom^s,
que introdujo grandes adelantos en los asuntos militares.
7. Luis X I V declaró la guerra á España haciendo valer los
derechos de su mujer á los Países Bajos y al Franco-Conda-
do. Sus victorias en ambos países, fueron causa de que se
coaligaran las naciones de Europa, obligando al rey de Fran-
cia á firmar la paz de Aquisgran, conservando la Flandes
francesa.—8. La causa de la guerra con Holanda fué el ha-
ber reunido esta potencia á las potencias de Europa para
oponerse á los proyectos ambiciosos de Luis X I V durante la
guerra de España, y haberle obligado á firmar la paz de
Aquisgrán.—9. En la primera campaña el almirante holan-
dés Ruyter derrotó las escuadras francesa é inglesa. En la
segunda se apoderó Luis XIV de Maestricht: en la tercera se
hizo dueño del Franco-Condado y ganó Condó la batalla de
44
—346—
Seneff, pero murió Turena combatiendo con Montecúculli.
10. En la cuarta campaña el almirante francés Duquesne
derrotó las escuadras española y holandesa en Sicilia, per-
diendo la vida Ruyter. En la paz de Ni mega recobró Holan-
da la plaza de Maestricht, y España perdió el Franco-Con-
dado y casi toda la Flandes.

LECCIÓN X X X I X .
Reinado de Luis XIV, liasta la paz
de Biswick.
I. Estado de la Francia después de la p a z de Nimega.-~2.
Conducta p o l í t i c a de Luis X I V . — L a s libertades gali-
canas.—A. Revocación del edicto de Nantes—-5. L a liga
de Augshurgo.—6. Guerra de la liga de Augshurgo.—7.
P a z de Riswick.

1. Estado de F r a n c i a después de la paz de N i -


mega. L a enérgica resolución de Luis X I V , la ha-
bilidad de sus generales, el valor de sus ejércitos y
los inmensos recursos creados por una administra-
ción previsora, habían sacado triunfante á la Fran-
cia en la guerra contra la mitad de Europa, que-
dando esta nación después de la paz de Nimega
con un poder y un prestigio que no habia tenido
nunca.
Seguramente fué esto un grave mal para la Fran-
cia, y muy especialmente para Luis X I V , que ofus-
cado por la adulación de sus subditos, que le dieron
el nombre de Grande, elevando monumentos á su
gloria, y prestándole casi adoración, vino á confir-
marse más y más en sus ideas de orgullo y supe-
rioridad sobre todos los hombres, creyéndose con
derecho á la adoración del género humano. Así lle-
gó á su apogeo el absolutismo de Luis X I V , no
consintiendo el más pequeño obstáculo á su volun-
tad soberana. E n esta especie de endiosamiento del
rey de Francia no tuvieron la menor parte los poe-
—347—
tas y literatos de su tiempo., incluso el mismo
Bossuet.
2. Conducta de Luis X I V después de la paz de
Nimega. Acostumbrado Luis X I V al despotismo en
Francia, se propuso seguir la misma conducta con
los soberanos extranjeros; y aprovechando la cláu-
sula de la paz de Nimega, que concedía á la F r a n -
cia ciertas ciudades y cantones con sus dependen-
cias, estableció tribunales llamados de reunión, en-
cargados de incorporar ó reunir las tierras que ha-
bían sido desmembradas de los tres Obispados, de
la Alsacia y de la Lorena en tiempos anteriores;
consiguiendo por este medio reunir á Francia hasta
veinte ciudades importantes, entre otras la de
Estrasburgo.
Las potencias europeas veían con disgusto estas
expoliaciones iniciadas con una apariencia legal y
completadas por l a fuerza de las armas; pero todas
ellas, preocupadas por asuntos interiores, ó faltas
de fuerzas para oponerse al rey francés, hubieron
de tolerar sus violencias; solo España, la más dé-
bil de todas en aquel tiempo, tuvo valor para decla-
rar la guerra á Francia. Los franceses penetraron
en los Países Bajos, incendiaron á Oudenarde y se
apoderaron del Luxemburgo. Por mediación de Ho-
landa se firmó la tregua de Ratisbona (1684) con-
servando Luis X I V todas las plazas de que se habia
apoderado.
Por este mismo tiempo la escuadra francesa a l
mando de Duquesne bombardeó á Túnez, Argel y
Trípoli, concluyendo asi con los piratas que infesta-
ban el Mediterráneo; haciendo lo mismo con Géno-
va, l a SoherUa* que habia prestado socorros á los
argelinos. Hasta el Papa tuvo que sufrir las altane-
rías de Luis X I V , cuy O embajador en Roma defen-
dió con las armas el derecho injusto de asilo, á que
habían renunciado los de las otras naciones; y por
—348—
estas y otras querellas, el rey de Francia se apode-
ró de Aviñón y del condado Venusino que pertene-
cía al Pontificado desde el siglo X V .
3. Las libertades galicanas. L a gloria y el ab-
solutismo de Luis X I V habían llegado á su apogeo;
su voluntad era acatada en Francia y en el extran-
jero; solo faltaba á su omnipotencia centralizar en
sus manos el poder espiritual, como tenia el tempo-
ral; solo así podría igualarse á Enrique V I H de In-
glaterra ó á los antiguos emperadores romanos.
Para realizar estas aspiraciones el monarca francés
se propuso constituir una Iglesia nacional en F r a n -
cia, independiente del Pontificado, excepto el pri-
mado de Roma, sometiéndola á su autoridad. Estas
mismas ideas tuvo Richelieu, que aspiraba á ser la
primera dignidad de la Iglesia francesa; pero en-
contró en su realización la resistencia del Papa y
tuvo que desistir de sus propósitos. Luis X I V arras-
trado por su orgullo y por su inmenso poder, en
virtud del antiguo derecho que tenían sus predece-
sores para apropiarse las rentas de los beneficios
vacantes, hizo lo mismo con las que pertenecían á
los obispados recientemente conquistados.
A pesar de todo, el Papa Inocéncio X I se opuso á
estas pretensiones y Luis X I V , para salvar este obs-
táculo que á él le parecía insignificante, reunió un
Concilio con la mayor parte de los obispos y arzo-
bispos de Francia. Esta asamblea publicó sancio-
nada por el rey (1682) la declaración de clero gali-
cano, redactada por Bossuet, y contenida en estas
proposiciones: 1.a Que los príncipes en los asuntos
civiles no están sujetos al poder del Papa; 2.a Que
el Papa es inferior á los Concilios, como se declaró
en el concilio de Constanza; y 3.a que en las deci-
siones de fe el Papa por sí solo no era infalible.
Luis X I V se propuso llevar adelante estas propo-
siciones; pero encontró siempre la resistencia del
—349—
Pontificado, que se negó á confirmar los obispos que
el rey le presentaba; y. cansado de negociar inútil-
mente, escribió al Papa que tuviera por no hechos
los decretos anteriores; con lo cual se proveyeron
los obispados vacantes, cesando la ruidosa cuestión
de las libertades galicanas.
Buscando las causas de estos hechos se encuen-
tran en la omnipotencia y el orgullo de Luis XIV,
en la docilidad del clero francés á sus exigencias,
en la influencia de las ideas protestantes en todos
los Estados, y en el predominio de la política sobre
la religión después del tratado de 'Wesfalia.
4. Revocación del Edicto de Nantes. Uno de los
actos más censurados en el reinado de Luis XIV
fué la revocación del edicto de Nantes (1685), otor-
gado por Enrique IV en favor de los protestantes.
Por aquel edicto los protestantes constituían un
Estado independiente dentro del Estado; pero las
medidas prudentes unas, y otras violentas, de Ri-
chelieu, habían reducido las prerogativas de los
reformados á sola la libertad de cultos y á la igual-
dad civil y política con los católicos. Esta libertad y
estos derechos habían sido reconocidos solemne-
mente por Luis XIV; pero cediendo á las influencias
de su ministro Louvois, de su confesor el P. La-
chaise y de la Maintenon, y quizá más que todo,
por creer que los protestantes eran un obstáculo á
su poder absoluto, se decidió por fin (1685) á revo-
car el edicto de Nantes.
Ya mucho antes se habia excluido á los protes-
tantes de todas las profesiones, no permitiéndoles
otra ocupación que la industria y el comercio, por
cuyo medio llegaron á adquirir grandes riquezas;
pero la revocación del edicto de Nantes les prohibió
el ejercicio de su religión, hasta en las casas parti-
culares: fueron expulsados los ministros protestan-
tes, y se prohibió á los demás salir del reino, á
—350—
pesar de lo cual, para librarse de las violencias y
crueldades de las dragonadas, tropas encargadas
de cumplimentar el derecho contra los calvinistas,
abandonaron la Francia, según cálculos prudentes,
300.000 reformados, que llevaron su inteligencia, su
actividad fabril y comercial y sus riquezas á Ingla-
terra, Holanda y Alemania, y constitujeron en las
guerras inmediatas los regimientos más terribles
contra los franceses.
5. L i g a de Augsburgo. L a mala fe de Luis
X I V y el abuso de su poder después del tratado de
Nimega apoderándose en plena paz de muchas pla-
zas importantes que no le pertenecían, sus violen-
cias contra el Papa y otros Estados, y la revocación
del edicto de Nantes, obligaron á los soberanos de
Europa á formar la liga de Augsburgo (1688) para
contener la insaciable ambición de aquel monarca,
que constituia una amenaza constante para los Es-
tados vecinos. E n esta liga tomaron parte el empe-
rador, los reyes de España y de Suecia, la Holanda,
la mayor parte de los príncipes alemanes, el duque
de Saboya y todos los Estados de Italia, incluso el
Papa. Luis X I V no contaba más que con la amistad
de Inglaterra, donde reinaba Jacobo II Estuardo;
pero á poco fué destronado, y ocupó su lugar el Es-
tatouder de Holanda, Guillermo de Orange, con lo
cual vino á quedar aislado y solo el rey de Francia,
puesto que su alianza con Dinamarca era poco va-
liosa, y la de Turquía era para él una deshonra por
la diferencia de religión.
Luis X I V habia comenzado la lucha apoderándose
del Palatinado, que creia pertenecer á su cuñada
Carlota de Baviera, hermana del Elector palatino
que acababa de morir. En pocas semanas todo el
Palatinado, y los electorados de Maguncia, Tréve-
r i s y Colonia quedaron en poder de los franceses.
En vista de esta agresión, la Liga de Augsburgo le
—351—
declaró la guerra (1689), y Luis X I V puso sobre las
armas 350.000 hombres y 260 buques, para comba-
tir á todos sus enemigos.
6. Guerras de la liga de Augsburgo. Entre los
enemigos de Luis X I V vino á ser el m á s temible
Guillermo de Orange, Estatouder de Holanda y rey
de Inglaterra por la revolución que habia destrona-
do á Jacobo II. Con ánimo de derrocarle, y concluir
de una vez con la liga de Augsburgo, la escuadra
francesa condujo á Jacodo á Irlanda y el almirante
Tourville destruyó la escuadra combinada de Ho-
landa é Inglaterra. Pero el rey destronado fué de-
rrotado y tuvo que regresar á Francia, sufriendo
poco después la marina francesa un terrible desas-
tre en el cabo de la Hogue, con lo cual hubo de
renunciar el rey de Francia á la guerra marítima,
y Jacobo II perdió toda esperanza de recobrar su
trono de Inglaterra.
Entre tanto los franceses sostenían la guerra en
los Países Bajos, en el R i n , en Italia y en los P i r i -
neos contra España. E l mariscal de Luxemburgo
alcanzó completa victoria en Fleurus (1690) sobre
los alemanes y holandeses; Catinat derrotó al du-
que de Saboya en Staffarda; y el duque de Vandome
se apoderó de Barcelona después de una heróica
resistencia.
Después de tantos esfuerzos gigantescos, y de
tantas victorias sangrientas, Luis X I V solo habia
conseguido apoderarse de algunas ciudades, devas-
tar algunas provincias, y destruir algunos buques
de sus enemigos. L a Francia, que habia gastado en
aquellas empresas todos sus recursos, quedó arrui-
nada y en la más profunda miseria; la mitad del
reino vivía de las limosnas de la otra mitad. Luis
X I V , apreciando la miseria pública y el descontento
de sus súbditos, habia hecho proposiciones de paz
desde algunos años antes; y últimamente con el
—352—
propósito de recoger la sucesión de España, se apre-
suró á firmar la paz de Riswick.
7. P a z de Riswick. Siguiendo la táctica de di-
vidir á sus enemigos, Luis X I V hizo la paz separa-
damente con cada uno de ellos. Comenzó por recon-
ciliarse con el Papa, desistiendo de sus pretensiones
á la Iglesia galicana. Devolvió al duque de Saboya
sus Estados y la plaza de Pignerol, poseida mucho
tiempo por la Francia, pidiéndole su hija en matri-
monio para su nieto el duque de Borgoña.
Separada de la liga la Saboya, los demás aliados
por mediación de la Suecia, aceptaron las condicio-
nes de Luis X I V , y se firmó la paz de Riswick
(1697), reconociendo á Guillermo III como rey de
Inglaterra/'y devolviendo al imperio los países adju-
dicados por los tribunales de reunión á la Francia,
excepto Estrasburgo y otras plazas. De esta manera,
Luis X I V , después de tantas guerras y tantos sa-
crificios, abandonó todas las conquistas posteriores
á la paz de Nimega, fuera de Estrasburgo, y se se-
paró de la causa de los Estuardos que con tanto
ahinco había defendido.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN X X X l X .

1. La Franela después de la paz de Nimega alcanzó un


poder que no habla tenido nunca; y Luis X l V llegó á creerse
superior á todos los hombres.—2. Por medio de los tribuna-
les de reunión incorporó en plena paz varias ciudades y te-
rritorios á la Francia, una de ellas Estrasburgo. E s p a ñ a le
declaró la guerra, pero perdimos la plaza de Luxemburgo:
al mismo tiempo la escuadra francesa bombardeó á Trípoli,
Túnez y Argel, y Génova, la soberbia, y hasta el Papa tuvo
que sufrir las insolencias del rey francés.—3. Luis XIV se
propuso hacer independiente la Iglesia francesa, salvo el
primado de Roma; para lo cual reunió un concilio que re-
dactó las proposiciones del Galicanisrao; pero la resistencia
del Papa le obligó á ceder en sus pretensiones.—4. E l mo-
narca francés -revocó el edicto de Nantes, privando á los
—353—
protestantes de l a libertad de conciencia y de cultos; por
cuya medida, y por el rigor empleado por las dragonadas al
practicarla, abandonaron la Francia 300.000 calvinistas r i -
cos é industriosos que se establecieron en Inglaterra, Ho-
landa y Alemania.—5. Por todos estos bechos las potencias
formaron la liga de Augsburgo contra Luis X I V , tomando
parte en ella, el Emperador, Espafia, Suecia, Holanda, Sa-
boya, y después Inglaterra.—6. Luis X I V intentó restable-
cer á Jacobo II en Inglaterra, sin poderlo conseguir: los fran-
ceses vencieron á los alemanes en Fleurus, al duque de Sa-
boya en Staffárda, y se apoderaron de Barcelona; pero
agotados los recursos de Francia hubo necesidad de hacer la
paz con los aliados,—7. En la paz de Riswick Luis XIV de-
volvió á los aliados todas las conquistas que habia realizado
después de la paz de Nimega, excepto Estrasburgo, y aban-
donó la causa de los Estuardos que con tanto ahinco habia
deíendido.

LECCIÓN X L . 1
Guerra de sucesión de España.

1. Reinado de Carlos II ~2. Intrigas por la sucesión de


España.—-Z. Decadencia de España en él reino de Garlos
II.—4. Juicio sobre la dominación austríaca en España.—
5. Principio de la guerra de sucesión.—6. Continuado
de la gaerra.—l. Paz de. Utrech.—8. Muerte de Luis XIV,
y juicio sobre su reinado.

1. Reinado de Carlos I I . A l a miuerte de Feli-


pe IV (1665) le sucedió su hijo Carlos II, de edad i^e
cinco años, bajo la tutela de su madre Doña Mariari^
de Austria, que descargó el peso del gobierno en
el P a d r e M t h a r d , j e s u í t a alemán, excluyendo á
Don Juán de Austria, hermano bastardo del rey; es-
te tuvo que salir de Madrid, para volver poco des-
pués al frente de un ejército, reclutado en Cataluña
y Aragón, obligando á la reina madre á expulsar de
E s p a ñ a al P. Nithard. Nombrado Don J u á n virey de
A r a g ó n , la reina entregó ahora toda su. confianza á
Don Fernando Valenzuela, que de paje del duque
del Infantado, fué elevado á primer ministro.
45
—354—
Al llegar el rey á la mayor edad, los nobles con-
siguieron que llamase á su lado á Don Juán de Aus-
tria, quién desterró á la reina madre á Toledo, y á
Vaíenzuela á Filipinas; pero murió poco después,
sucediéndole el duque de Medinaceli, á este el Con-
de de Oropesa, y luego el duque de Montalto; todos
los cuales entregaron el manejo del gobierno á los
frailes, caminando los asuntos de mal en peor.
Todavía fué más calamitoso el reinado de CarlosII
en el exterior. Al principio hubo que reconocer la in-
dependencia de Portugal, y sus colonias se separa-
ron de España. En guerra con Luis XIV, que exigía
el dote de su mujer María Teresa, perdió España en
la paz de Aquisgrán la mitad del Franco-Condado;
y en la lucha del monarca francés con la Holanda,
uniéndose Garlos II con esta última, vió confirmada
la pérdida del Franco-Condado en la paz de Nime-
ga. Por último, tomando parte España en la liga de
Augsburgo contra Francia, nuestras tropas fueron de-
rrotadas con las imperiales en Fleurus, los franceses
se apoderaron de Barcelona, y de Cartagena de In-
dias; pero por la paz de Ryswick se devolvieron á
España los países que se le habían conquistado des-
pués de la de Nimega.
2. Intrigas por ta sucesión de Carlos II. Car-
los II, que á los cinco años tenía nodriza y no sabía
hablar, y á los treinta no podía dedicar una hora
diaria al trabajo ó al estudio, había estado casado
dos veces sin tener hijos, y por su complexión débil y
enfermiza no había esperanza de que los tuvie-
se más adelante. El P. Froilán Diaz, confesor del
rey y el inquisidor Rocaverti, convencieron á Carlos
11 de que estaba hechizado, haciendo venir de Ale-
mania un fraile capuchino para conjurarle.
Entre tanto, se formaron en la corte dos partidos,
uno francés y otro austríaco, intrigando ambos para
preparar la sucesión eventual á la corona á favor
—355—
de sus respectivas naciones. A la vez los monarcas
extranjeros firmaron el tratado de la Haya (1698)
por el cual á la muerte de Garlos II se habían de re-
partir sus Estados entre los aspirantes á la corona,
dando al duque de Baviera España y las Indias, al
archiduque el Milanesado, y al Delfín de Francia
Ñápeles y Sicilia. Deshecha esta combinación perla
muerte del de Baviera, se firmó en Lóndres (1700)
un nuevo repartimiento, por el cual había de recibir
el archiduque, España, las Indias y los Países Bajos;
el Delfín Ñápeles, Sicila y Lorena, indemnizando a
duque de Lorena con el Milanesado.
Estos repartimientos que hacían los extranjeros
sin consultar al rey ni á la nación española, produ-
jeron una indignación general de que participó el
mismo Carlos II. Para destruir aquellos planes, y
evitar a l mismo tiempo la guerra que todos pre-
veían, el rey, después de consultar al Papa y á los
teólogos y jurisconsultos españoles, y bajo la i n -
fluencia del cardenal Portocarrero, afecto á la Fran-
cia, otorgó su testamento, dejando por heredero de
todos sus Estados á Felipe de Borbón, duque de A n -
jou, nieto de Luis X I V , y de María Teresa de Aus-
tria, hermana mayor de Carlos II.
Pocos días después falleció este monarca (1.° de
Noviembre de 1700); Felipe V fué reconocido en to-
da la nación y recibido con grande entusiasmo en
Madrid, cuando al año siguiente se presentó á to-
mar posesión de la corona.
3. Decadencia de España en él rianado de Car-
los I I . Difícil será encontrar en la historia de todos
los pueblos una época tan calamitosa y desgraciada
como el reinado de Carlos II en España. Bajo un rey,
que ni era rey ni era hombre, y bajo un gobierno
débil y pusilámine como ninguno, la decadencia de
la nación llegó al último extremo; se arruinó la
agricultura, desapareció la industria y el comercio;
—356—
quedó España sin ejércitos ni marina, sin generales
ni hombres de gobierno; á merced de la potencias
extranjeras que trataron de su repartición como pu-
dieran hacerlo con un país conquistado.
Y no solo se significó la decadencia en las fuerzas
materiales, sino que alcanzó igual rebajamiento á
las ciencias y á las letras, á las artes y hasta á la
religión, convertida en aquel tiempo en un conjun-
to de supersticiones, falsos milagros y hechicerías.
E n tan miserable estado dejó á España la dinastía
austríaca en dos siglos que gobernaron sus reyes,
desde Garlos I á Carlos II.
4. Juicio sobre la dominación a u s t r í a c a en Es-
p a ñ a . A l ocupar el trono Garlos V , era España la
primera nación de Europa: los Reyes Católicos la hi-
cieron fuerte y vigorosa en el interior, y extendie-
ron su poder y su influencia sobre las naciones del
Mediterráneo. E n cambio, al morir Carlos II, España
es la última de las naciones, que tratan de repar-
tirse como buena presa los monarcas europeos. Es-
tos hechos son evidentes y 4a casa de Austria es la
única responsable. Ella aumentó el poder de Espa-
ña hasta dictar leyes á Europa con Carlos V y Feli-
pe II; pero ella también causó la ruina y la perdi-
ción de nuestra nacionalidad con Felipe III, Felipe
IV y Carlos II. En este mismo tiempo Francia, In-
glaterra, Holanda y Suecía, se elevan de la nada á
la grandeza y prosperidad; mientras España reco-
rre el camino contrario, bajando desde el apogeo á
la miseria.
Este hecho tan singular como funesto para Es-
p a ñ a , tiene su explicación en la política seguida por
la casa de Austria. Esta casa implantó en España
el absolutismo político y religioso de que era depo-
sitarla en Alemania, y ligó á nuestra nacionalidad
á intereses que le eran completamente ejenos, y
por lo mismo perjudiciales. E n las guerras del Mila-
—357—
nesado, de los Países Bajos, y las religiosas de Ale-
mania, se ventilaban intereses propiamente impe-
riales, y sin embargo en esas guerras casi conti-
nuas por espacio de dos siglos, se consumieron los
ejércitos, las riquezas y toda la vitalidad española.
Y estos reyes, que llevados por las afeciones y los
intereses de famila arrastraron á España á derramar
su sangre en el Rin, el Danubio y el Elba, en defen-
sa de causas extrañas, abandonaron, ó no cuidaron
como debían, de los intereses españoles, que desde
los Reyes Católicos tenían su campo natural de ac-
ción en las costas del Mediterráneo. Y como natural
consecuencia de esta política antiespañola y quijo-
tesca de los reyes de la casa de Austria, poco des-
pués de la muerte de Carlos II perdió España los
Países Bajos y hasta las posesiones de Italia adqui-
ridas por los antiguos reyes de Aragón.
Pero aun hay más. Para llevar á cabo las empre-
sas gigantescas de Carlos V y Felipe II, tuvieron
estos monarcas que centralizar cada vez más el po-
der en sus manos, concluyendo con las institucio-
nes nacionales que habían respetado los Reyes Ca-
tólicos, y sustituyéndolas con otras más acomodadas
á la política absoluta, como la Inquisición y los Je-
suítas, con lo cual acabaron en España todos los
elementos de vida nacional, así materiales, la agri-
cultura, la industria, el comercio, la población, co-
mo morales, las ciencias, las artes, el patriotismo,
la política, etc: todo quedó consumido y agotado; y
para colmo de desdichas, los inmensos tesoros de
América que, bien administrados y distribuidos, hu-
bieran bastado para engrandecer á muchas naciones,
no sirvieron aquí más que para alentar la ambición
conquistadora de los reyes, y para aumentar su des-
potismo.
La casa de Austria, en fin, sostuvo por algún
tiempo la grandeza que habían dado á España los
—358—
Reyes Católicos, añadiendo algunos hechos glorio-
sos á nuestra gloriosa historia; pero estas glorias
costaron bien caras á l a nacionalidad española con-
ducida al abismo á la vez que la dinastía en el rei-
nado del imbécil Carlos II.
5. Principio de la guerra de sucesión de Espa-
ña. L i g a contra F r a n c i a . Dudoso al principio Luis
X I V sobre la conveniencia para Francia de aceptar
la corona de España en favor de su nieto, se deci-
dió por fin á unir los destinos de las dos naciones, ó
m á s bien á supeditar España á Francia, despidiendo
á Don Felipe cuando vino á tomar posesión, con
aquella célebre frase, y a no hay Pirineos, anulando
la condición impuesta por Garlos II en su testamen-
to de que el nuevo rey renunciase á la corona de-
Francia, y apoderándose de las plazas españolas de
los Países Bajos, expulsando á las guarniciones que
tenía en ellas Holanda, conforme al tratado de R y -
swick.
Los monarcas de Europa, justamente alarmados
ante la posibilidad de la unión de España y Francia
bajo una misma corona; considerando la preponde-
rancia de la casa de Borbón más peligrosa para el
equilibrio europeo y para la paz de las naciones que
lo había sido la de la casa de Austria, formaron en
la Haya (1701) una liga contra ella, en la que toma-
ron parte el Emperador, Inglaterra, Holanda, y los
electores de Hannover, de Brandeburgo y Palatino.
Luis X I V á su vez se unió con otros príncipes ale-
manes, con la Saboya y Portugal; comenzando en
seguida la guerra en Italia, Alemania y Países
Bajos.
E n la primera campaña (1702) los ejércitos de Fe-
lipe V mandados por el duque de Vandome, gana-
ron en Italia las batallas de Santa Victoria y de L u -
zara, mientras las escuadras inglesa y holandesa se
apoderaron del Puerto de Santa María y derrotaron
—359—
á la española y francesa en las agiias de Vigo. En
el año siguiente (1703) los franceses ganaron á los
imperiales las batallas de Hóchstedt y de Spira,
apoderándose de Landau y Augsburgo; pero al mis-
mé tiempo se sublevaron en Francia los calvinistas,
que con el nombre de Camisardos extendieron el te-
rror por las provincias del Mediodía, triunfando de
las tropas reales mandadas contra ellos.
La campaña de 1704 fué fatal para los Borbones.
El príncipe Eugenio y Malborough derrotaron en
Hóchstedt á los franceses, que tuvieron que evacuar
la Alemania; Portugal y Saboya habían abandonado
á Luis XIV, uniéndose con los aliados: el archiduque
Carlos desembarcó en Lisboa, y los ingleses se apo-
deraron de Gibraltar que han conservado hasta el
presente. En la de 1705 el archiduque ocupó á Bar-
celona, sublevándose á su favor Cataluña, Aragón y
Valencia, quedando únicamente Castilla en favor de
Felipe V.
6. Continuación de la guerra. En la campaña
de 1706 Malboroug venció á los franceses en la
sangrienta batalla de Ramillies, apoderándose de
toda la Flandes española, y el príncipe Eugenio los
derrotó poco después en Turín, perdiendo así Feli-
pe V las posesiones españolas en Italia. En la de
1707 el duque de Berwick ganó á los imperiales la
batalla de Almansa, recobrando por consecuencia
los reinos de Valencia y Aragón; pero en 1708 los
aliados se apoderaron de Menorca y dé Cerdeña.
La campaña de 1709 se señaló principalmente por
la reñida y sangrienta batalla de Málplaquef, en
que el ejército aliado á las órdenes del príncipe Eu-
genio y Malborough, derrotó completamente á los
franceses mandados por el general Villars, que per-
dieron en la acción 17,000 hombres. Este descalabro
obligó á Luis XIV á pedir la paz; los aliados le im-
pusieron por condición que él mismo había de arre*
—Seo-
jar de España á su nieto Felipe V en el término dé
dos meses. Ante exigencia tan irritante, el rey de
Francia apeló por primera vez á su pueblo, y los
gobernadores, los obispos y las ciudades, partici-
pando de la indignación de su rey, le ofrecieron los
recursos necesarios para tomar venganza del insul-
to recibido.
En el año 1710 el ejército de Felipe V mandado
por el duque de Vandome, alcanzó una señalada
victoria sobre los aliados mandados por Starembeg
en Brihuega y en Villaviciosa (Guadalajara), obli-
gando al general alemán á retirarse á Zaragoza.
En 1711 murió el emperador José II, sucediéndole
el archiduque Garlos, el pretendiente á la corona de
España. Los aliados que habían hecho la guerra á
los borbones para evitar que la unión de Francia y
España en un mismo monarca, amenazase el equili-
brio europeo, comprendiendo ahora que de favore-
cer al archiduque, podría reproducirse la preponde-
rancia de la casa de Austria, como en los tiempos de
Carlos V , comenzaron á separarse de la liga. En
1712 se abrió un congreso en Utrech para tratar de-
finitivamente de la paz; el príncipe Eugenio conti-
nuó la campaña, pero fué completamente derrotado
por Villars en Denain, y todas las potencias se apre-
suraron á firmar la paz.
7. Paz de Utrech. Todos los aliados, excepto
el emperador, firmaron la paz de Utrech, reconocien-
do á Felipe V como rey de España y de las Indias,
renunciando este todo derecho á la corona de Fran-
cia. Los imperiales sostuvieron todavía una campa-
ña, en la que Villars se apoderó de varias plazas á
pesar de los esfuerzos del príncipe Eugenio; y las
últimas tropas alemanas evacuaron á España, que-
dando únicamente en su poder la plaza de Barcelo-
na, que se resistió seis meses, y la isla de Mallorca,
cuya sumisión no fué completa hasta dos años des-
pués.
—361—
Por fin, el emperador y los príncipes alemanes
consintieron en firmar la paz en Rastadt y en Ba-
dén (1714), aceptando las cláusulas de la de Utrech,
por las qué los Países Bajos,- el Miianesado, Ñápeles
y Cerdeña fueron cedidas al emperador; Inglaterra
se quedó con Gibraltar, que ha conservado hasta hoy,
y con la isla de Menorca. El duque de Saboya obtu-
vo la devolución de sus Estados y la Sicilia, con tí-
tulo de rey; y el Elector de Brandeburgo fué recono-
cido también como rey de Prusia. De esta manera
perdió España todas sus posesiones en Europa, que-
dando únicamente la Peuínsula y las Indias en po- \\
der de Felipe V .
8. Muerte de Luis X I V . Juicio sobre su reinado.
Luis XIV sobrevivió dos años al tratado de Utrech;
en los últimos tiempos de su reinado, el gran rey
sufrió terribles desgracias domésticas: murió su hi-
jo el gran Delfín, la delfinay su marido el duque de
Borgoña, el duque de Bretaña, hijo de este matrimo-
nio, y el duque de Berri, hijo del gran Delfín; en s
ma, no quedaron á Luis XIV más que su nieto Feli-
pe V, rey de España, y su biznieto Luis, de edad
de cinco años, que fué su sucesor con el nomíreí
de Luis X V . j \
Profundamente afectado por tantos infortunios,
Luis XIV cayó enfermo, y sufrió la muerte con cal-
ma y grandeza de alma, pidiendo perdón á sus ser-
vidores, y dando sanos consejos al Delfín (1715).
Luis XIV, según unos, ha sido el fundador de la
grandeza de la Francia, y según otros ha sido el ver-
dadero causante de todas las desgracias que desde
su reinado han pesado sobre esta nación.
Es indudable que Luis XIV fué orgulloso y ambi-
cioso como ninguno; que fué intolerante con los pro-
testantes; que con sus continuas guerras empobre-
ció la Francia hasta el punto de que solo la décima
parte de la población tenía que comer. Fué un rey
46
—362—
absoluto, humillando á la nobleza, dominando al
clero, y no consintiendo en Francia más voluntad
que la suya; pero no se puede decir en justicia que
fuese un déspota, por cuanto el pueblo francés, que
le adoraba como á un Dios, le siguió á todas partes,
y porque más que á su bien propio, atendió en todas
sus empresas al engrandecimiento de la Francia,
haciendo de esta nación la primera del mundo. Ade-
más Luis XIV cumplió el destino y el fin de las mo-
narquías absolutas, que consiste en educar á los
pueblos; desde este reinado el pueblo francés, el
primero de Europa por su civilización, ha venido in-
fluyendo en todos los demás.
Por otra parte, Luis XIV enseñó á la Europa la
manera de intentar las guerras, de continuarlas y
concluirlas. Hasta este tiempo los monarcas como
Garlos V, no habían comprendido que las guerras
lejanas son impolíticas é inconvenientes para el país
que las emprende, y Luis XIV, por el contrario, ma-
nifestó en todas sus empresas una tendencia á la
utilidad de su nación, á extender y fijar los límites
de la Francia. Además el rey de Francia enseñó á
los monarcas á disciplinar sus ejércitos, y á prepa-
rarse para la guerra durante la paz. Por último, Luis
XIV enseñó á los pueblos los principios administra-
tivos de gobierno y favoreció la agricultura, la i n -
dustria, y el comercio.
A pesar de todo, Luis XIV aniquiló á la Francia,
no tanto por sus guerras, cuanto por la centraliza-
ción absoluta de su gobierno, destruyéndola vida de
las provincias, y concentrando en París todo el po-
der y la grandeza nacional. Desde este tiempo París
es toda la Francia; el que se hace dueño de la capi-
tal, lo es también de las provincias.
—363—
RES ÚM EN DE L A LECCIÓN X L .
1. E n l a menor edad de Carlos I I g o b e r n ó el reino su m a -
dre M a r i a n a de A u s t r i a , que d e s c a r g ó el gobierno p r i m e r o
en el padre N i t h a r d y d e s p u é s en Y a l e n z u e l a . Su hermano
Don Juan de A u s t r i a , y los d e m á s ministros que le sucedie-
ron, no mejoraron el estado calamitoso de l a n a c i ó n . E n las
guerras de Luis X I V p e r d i ó E s p a ñ a el Franco-Condado.—
2. No teniendo sucesión Carlos II, ni esperanza de tenerla, se
formaron en la corte dos partidos, uno a u s t r í a c o y otro
f r a n c é s , que con sus intrigas procuraban atraerse el á n i m o
y la ú l t i m a voluntad del monarca á í a v o r de sus respecti-
v a s naciones. Entre tanto los monarcas extranjeros celebra-
ron los tratados de l a H a y a y de L ó n d r e s p a r a repartirse
los dominios e s p a ñ o l e s . P o r ú l t i m o , Carlos I I n o m b r ó por
heredero y sucesor á Felipe de Borbón, nieto de L u i s X I V ,
falleciendo á los pocos dias. — 3 . E n el reinado de Carlos I I
estaban en completa decadencia l a a g r i c u l t u r a , l a indus-
t r i a y el comercio, no h a b í a e j é r c i t o , n i armada, n i genera-
les, n i hombres de gobierno: otro tanto sucedía en las cien-
cias, en las artes y hasta en l a r e l i g i ó n . — 4. L a d i n a s t í a
a u s t r í a c a e n c o n t r ó ' á E s p a ñ a grande y floreciente; y aunque
esta grandeza se sostuvo en tiempo de Carlos V y F e l i p e I I ,
las continuas guerras en p a í s e s lejanos y l a p o l í t i c a absoluta
y antinacional de aquella raza, c o n c l u y ó con todas las í u e r -
¿as vivas del p a í s , dejando á E s p a ñ a a r r u i n a d a y miserable
en tiempo de Carlos I I . — 5 . P a r a e v i t a r l a preponderancia
de los Borbones por l a unión de E s p a ñ a y F r a n c i a , se formó
l a l i g a de l a Haya, en l a que tomaron parte v a r i o s sobera-
nos. Comenzada l a guerra, Felipe V g a n ó las batallas de
Santa V i c t o r i a y de L u z a r a ; los franceses fueron derrotados
en Hochstedt; los ingleses se apoderaron de G i b r a l t a r , y l a
antigua corona de A r a g ó n p r o c l a m ó a l archiduque.—6. Con-
tinuando l a g u e r r a , los franceses fueron derrotados en R a -
mjlliers, y en M a l p l a q u e t ; pero Felipe V q u e d ó victorioso
en Almansa y d e s p u é s en V i l l a v i c i o s a . Habiendo ocupado e l
trono de Alemania el archiduque Carlos, las potencias se
apresuraron á hacer l a paz con los Borbones.-—7. Por l a paz
de U t r e c h fué reconocido Felipe V como rey de E s p a ñ a y
de las Indias.' los P a í s e s Bajos, Ñapóles, e l Milanesado y
C e r d e ñ a , se dieron a l A u s t r i a ; I n g l a t e r r a se quedó con G i -
b r a l t a r y Menorca; y se constituyeron en reinos l a Saboya
y l a P r u s i a . — 8. Agobiado por pesares de familia, m u r i ó
L u i s X I V á los dos años de l a paz de U t r e c h . Durante su
reinado consiguió la F r a n c i a l a grandeza y l a influencia que
h a tenido d e s p u é s en E u r o p a ; pero por sus guerras y por s u
p o l í t i c a centralizadora, dejó a q u e l l a nación a r r u i n a d a , c o -
mo h a b í a sucedido en E s p a ñ a con l a casa de A u s t r i a .
—364—
LECCION X L I .
R e s t a u r a c i ó n de los E s t u a r d o s
en Inglaterra.

1. Restauración de los Estuardos. Reinado de Carlos 11.—


2. Ministerio de la Cabala. Shaftesbury.S. Jacobo II.—
4. Revolución de 1688.—5. Guillermo III y María.—6. Rei-
nado de Ana Estuardo.—7. Casa de Eannover. Jorge I.
Ministerio Walpole.—S. Jorge II.—9. Ministerio de Pitt:
Jorge III.

i . Restauración de los Estuardos. Reinado de


Carlos II, Después de la abdicación de Ricardo
Cromwell, cayó Inglaterra en un profundo desór-
den, aspirando á recoger el gobierno el ejército y
el Parlamento. El general Monk, gobernador de Es-
cocia, aprovechando la lucha de los partidos, consi-
guió restablecer la monarquía, siendo llamado para
ocupar el trono Cárlos II (1660), hijo de Carlos I,
que durante la república habia estado refugiado en
Holanda y en Francia, desgraciándose sus empresas
en Irlanda y en Escocia para recobrar el trono de
sus mayores,
Cárlos II comenzó su reinado nombrando ministro
al canciller Clarendon, que se propuso consolidar la
preponderancia de la monarquía, acatando al mis-
mo tiempo los privilegios del Parlamento. Publicóse
un decreto de amnistía general, se restableció la
Iglesia anglicana, respetando la libertad de concien-
cia de los católicos y presbiterianos, y se unió con
Luis XIV en guerra con Holanda, vendiendo al rey
de Francia la plaza de Dunkerque, que habia sido
conquistada por Cromwell, cuyo importe fué emplea-
do en fiestas y devaneos del monarca. La escuadra
holandesa mandada por Ruyter penetró hasta cerca
de Lóndres, apoderándose de buques y riquezas; un
incendio destruyó las dos terceras partes de la capi-
—365—
tal, y la peste arrebató la vida á la mitad de la
población.
Bien pronto olvidó sus promesas Gárlos II, publi-
cando el acta de uniformidad, por la que fueron
despojados de sus bienes los puritanos, inhabilitan-
do después á estos y los católicos para todos los car-
gos públicos; en cuya virtud su hermano y herede-
ro, el duque de York, como católico dejó su cargo
de Gran Almirante.
2. Ministerio de la Cabala. Shaftesbury. Los
desaciertos de Carlos II y las intrigas de Luis XIV,
pusieron en desacuerdo al monarca con el Parla-
mento; por lo cual hubo de caer el ministro Claren-
don, sustituyéndole otro llamado de la Cabala, por-
que las letras iniciales de los nombres de sus indi-
viduos formaban este nombre, y que unido con el
rey para la defensa del catolicismo, aumentó la ri-
validad con el Parlamento, donde dominaba la re-
ligión anglicana.
Entre tanto el rey, que percibía una pensión de
Luis XIV, continuó la guerra con Holanda, hasta
que obligado por las reclamaciones del Parlamento,
tuvo que firmar la paz de Nimega (1671). En el
mismo año cayó el ministerio de la Cábala, desacre-
ditado por su falta de sistema, y por la corrupción
y venalidad de sus miembros.
Cárlos II disolvió el Parlamento con que había
gobernado diez y ocho años; pero el que le sustituyó
no fué tan dócil como el rey esperaba, y como pro-
testante en su mayoría, votó la exclusión del duque
de York de la sucesión de la corona^ Entóneos se
formó un nuevo ministerio bajo la presidencia de
Shaftesbury, SQ publicó el acta famosa del Rabeas
Corpus (1679) prohibiéndose por ella la prisión pre-
ventiva, á pesar de lo cual el ministro y el Parla-
mento continuaron las persecuciones y las prisiones
contra los católicos. El rey disolvió aquel Parla-
—366—
mentó y el siguiente, y despidió á Shaftesbury, como
contrarios á su política y á su religión, y llamó á su
hermano el duque de York, que por librarse de las
persecuciones, se hallaba en el extranjero.
Durante estas querellas de Gárlos II con los Par-
lamentos habíanse formado en Inglaterra dos parti-
dos, que tomaron los nombres de Wighs (brigantes)
y Thorys (bandidos); los primeros sostenían las
ideas liberales anteponiendo las prerogativas de la
nación á las de la corona; y los segundos, partida-
rios del rey, sin excluir las libertades públicas, con-
cedían la preferencia á los derechos de la corona.
Estos dos partidos han venido constituyendo hasta
el presente toda la política del pueblo inglés.
Con la caida de Shaftesbury quedaron triunfantes
los thoris y la corte; comenzando entonces una per-
secución implacable contra los Whigs, y gobernan-
do Carlos II como rey absoluto hasta su muerte, sin
volver á reunir el Parlamento.
3. Jacobo I I . A la muerte de Garlos II (1685),
le sucedió su hermano, el duque de York, con el
nombre de Jacobo I I . Aunque dotado de grandes
cualidades, faltábanle sin embargo las más necesa-
rias para asegurarse en un trono tan conmovido
como el de Inglaterra: solo á fuerza de genio, de
energía en política y de tolerancia en religión, hu-
biera podido todavía consolidar la dinastía de los
Estuardos. Pero en política era partidario del abso-
lutismo en una nación tan celosa de sus antiguas
libertades; y en religión era católico, mientras en
Inglaterra ni la centésima parte de la población pro-
fesaba estas creencias. Así es que, tratando de i m -
poner á los ingleses el absolutismo y el catolicismo,
después de un efímero reinado de tres años, tuvo
que abandonar á Inglaterra, y volver al destierro,
donde acabó su vida como habia pasado su juventud.
Sin acordarse para nada de los Parlamentos, Ja-
—367—
cobo II nombró Canciller al hombre más odiado de
Inglaterra, Jeffery, el ministro de las venganzas de
Carlos II, produciendo un descontento general que
dió por resultado la sublevación de Monmouth, hijo
natural del último rey, y que apoyado por el duque
de Argüe, intentó apoderarse del trono. Ambos per-
sonajes murieron en el cadalso; una multitud de
cómplices sufrieron el mismo castigo, y otros mu-
chos fueron deportados; con lo cual perdió Jacobo II
el poco prestigio que pudiera tener en Inglaterra.
No fueron más acertadas sus medidas religiosas.
Aconsejado por su ministro, Sunderland, comenzó
favoreciendo á los católicos, admitiéndolos á los em-
pleos públicos, permitiendo el establecimiento de
los jesuitas, y recibiendo con magnificencia al nun-
cio papal; con lo cual se enemistó más profunda-
mente con el clero anglicano, encausando á siete
obispos que después fueron absueltos con gran con-
tentamiento del pueblo. Por otra parte, la nobleza,
parte por creencias y parte por interés, se declaró
también enemiga de un príncipe católico, aspirando
á destronarlo.
4. Revolución de 1688. No teniendo hijos va-
rones, quedaba como heredera de Jacobo II su hija
mayor María, casada con el Estatouder de Holan-
da, Guillermo de Orange, que viéndose solicitado
por los señores de Inglaterra, se decidió á destronar
á su suegro, á quien trataba de usurpador por sus
ideas católicas, rechazando al mismo tiempo los de-
rechos del Príncipe de Gales, que acaba de nacer de
un nuevo matrimonio de Jacobo con una princesa
católica italiana.
En estas circunstancias, el rey de Inglaterra se
unió con Luis X I V en contra de las potencias que
formaron la liga de Augsburgo, una de ellas Holan-
da. Con pretexto de combatir á la Francia, Guiller-
mo equipó una poderosa escuadra que desembarcó
—368—
un ejército holandés en Inglaterra, uniéndosele las
tropas reales, y siendo recibido con entusiasmo en
todas las ciudades. Jacobo, abandonado por todos,
hasta de sus ministros y de su propia hija, Ana, sa-
lió de Londres y de Inglaterra (1688) refugiándose
en Francia al lado de Luis XIV. En tanto, el Parla-
mento declaró vacante el trono, y confirió la corona
á Guillermo III, juntamente con su mujer María,
que se apresuraron á reconocer las libertades ingle-
sas, firmando la declaración de derechos, verdadero
origen del gobierno constitucional ó parlamentario.
5. Reinado de Guillermo III y de María. E l
nuevo rey tuvo que vencer no pocas resistencias
antes de consolidar su dominación en Inglaterra. El
clero anglicano no pudo recibir con benevolencia á
un príncipe calvinista; Claverhousse que sostenía
los derechos de Jacobo en Escocia, fué derrotado y
perdió la vida en Killikrankie: y el mismo rey des-
tronado,, conducido á Irlanda por la ñota francesa,
fué vencido en la batalla del rio Boyne, y tuvo que
regresar á Francia.
Desde entonces dirigió Guillermo todos sus es-
fuerzos contra Luis XIV, consiguiendo destruir la
escuadra francesa en la gran batalla de la Hogue, y
detener la carrera de triunfos del gran rey, que
tuvo que reconocerle como rey de Inglaterra en la
paz de Riswick (1697). En la guerra de sucesión de
España tomó parte Guillermo en la coalición contra
los Borbones, muriendo á poco de comenzarlas hos-
tilidades (1702).
A pesar de la predilección de Guillermo por Ho-
landa, durante su reinado la marina holandesa
quedó aniquilada por las guerras de Luis X I V , pa-
sando desde entóneos el predominio en los mares á
Inglaterra, que lo ha conservado hasta el presente.
Al mismo tiempo se consolidó la libertad política, y
ñoreció el comercio y la colonización.
—369—
6. Reinado de Ana Esfuardo. Muerto Guiller-
mo de Orange y siete años antes su esposa María,
ocupó el trono de Inglaterra la hermana de esta
última, llamada por los ingleses la Buena reina
Ana, en perjuicio del Pretendiente Jacobo III, hijo
del rey destronado, que acababa de morir en
Francia.
En este reinado, y por la hábil administración del
ministro Godolfln, fueron continuados en el interior
los planes de Guillermo III, adquiriendo un gran f\
desarrollo las artes, la industria y el comercio de
Inglaterra: haciéndose célebre principalmente la
Buena reina, por haber conseguido á fuerza de per-
severancia y de una enérgica voluntad la reunión
de Inglaterra y Escocia en un solo Estado con el
nombre de Gran Bretaña (1707), tomando parte
desde entonces los representantes de Escocia en el
Parlamento inglés.
E n el exterior continuó con la misma energía la
política de su antecesor contra Francia, a p o d e r á n - ^ t
dose el almirante Rook de Gibraltar, y alcanzandp^
brillantes triunfos el general Malborough en R a m i - y ^
lliers y en Malplaquet. Gomo premio de estas victo- /
rías, Inglaterra pudo dictar la ley y obtener inmeji- 1
sas ventajas en el tratado de Utrech. Y a años an-
tes, Sir Methuen concertó el tratado que lleva s^i
nombre con Portugal, comprometiéndose este reinó"'
á tomar siempre los productos de las manufacturas
inglesas, viniendo á ser de esta manera un merca-
do de Inglaterra. L a reina Ana murió sin hijos
(1714), concluyendo en ella la dinastía de los Es-
tuardos en Inglaterra.
7. Casa de Hannover. Jorge I. Ministerio de
Walpole. Desechando al Pretendiente Jacobo III,
cuya cabeza fué puesta á precio, el Parlamento in-
glés proclamó rey á Jorge I de Brunswick, elector
de Hannover, descendiente de Jacobo I, en cuya fa-
47
—370—
milia se ha mantenido la corona de Inglaterra hasta
el presente.
Con el nuevo rey ocupó el poder el partido whig,
y su jefe Roberto Walpole fué el ministro consejero
de la corona, comenzando una violenta persecución
contra los toris, que dio lugar al Pretendiente para
presentarse en Escocia, siendo derrotado en la ba-
talla de Prestón, y obligado á reembarcarse, su-
friendo sus partidarios nuevas y crueles persecu-
ciones. Walpole, para aumentar su poder, declaró la
duración del Parlamento por siete años; y por me-
dio de una hábil administración aumentó los recur-
sos del Estado, disminuyó la deuda publica é in-
trodujo sábias y útiles reformas en la industria y en
el comercio.
En el exterior procuró Jorge I conservar la amis-
tad con la Francia, esforzándose con esta nación
para conservar la paz de Europa.
8. Jorge II. A la muerte de Jorge I (1727) le
sucedió su hijo Jorge 11, que conservó en el minis-
terio á Walpole, inaugurándose este reinado con
desórdenes y dilapidaciones escandalosas, como re-
sultado necesario de la política corruptora del pri-
mer ministro, que compraba los votos de las Cáma-
ras como una mercancía, conservando por estos
medios el poder por espacio de quince años, á pesar
de haberse enagenado por completo la opinión pú-
blica. Hay, sin embargo, que reconocer que si
Walpole gastó grandes cantidades en su política
corrompida, no por eso dejó de emplear sumas con-
siderables en el desarrollo del comercio, de la indus-
tria y de las colonias. Pero la opinión pública llegó
á imponerse en las Cámaras con motivo de la gue-
rra de España, y Walpole tuvo que abandonar el
ministerio.
Durante el ministerio de Carteret sucesor de Wal-
pole, Jorge II tomó parte en la guerra de sucesión de
—371—
Austria, favoreciendo á María Teresa contra la
Francia. El rey en persona ganó la batalla de
Dettingen, pero los ingleses fueron derrotados por
Luis X V en Fontenoy. El rey de Francia provocó
además la guerra civil en la Gran Bretaña, man-
dando á Carlos Eduardo, hijo de Jacobo III, con un
ejército á Escocia, donde se le unieron los antiguos
partidarios de los Estuardos, venció á los ingleses,
se apoderó de muchas plazas, pero fué completamen-
te derrotado en la batalla de Culloden, y á duras
penas pudo volver al continente, perdidas todas sus
esperanzas de restauración.
9. Ministerio de Pitt. Jorge III. Después del
ministerio de Lord Newcastle, sucesor de Carteret,
que continuó favoreciendo la industria, el comercio,
y el desarrollo de las colonias americanas, ocupó el
poder William Pitt (1757), que á fuerza de activi-
dad y energía consiguió dominar á los partidos y
restablecer el orden en el interior, al mismo tiempo
que restableció la fortuna de las armas inglesas en
Alemania, y las escuadras de la Gran Bretaña se
apoderaron de casi todas las colonias de Francia en
las Indias Orientales, y sometieron el Canadá.
Entre tanto, murió Jorge II, sucediéndole su nieto
Jorge III (1760) cuya predilección por los toris y la
formación fal Pacto de Familia entre los Borbones,
que Pitt no pudo evitar, fué causa de que este aban-
donará el ministerio, teniendo sin embargo la satis-
facción de ver triunfante su política en el tratado
de París, que tanto elevó el poder colonial de Ingla-
terra á costa de la Francia.
Gomo simple diputado de la cámara de los Comu-
nes, Pitt, después de abandonar el ministerio, se
opuso constantemente, aunque en vano, á la política
tiránica del nuevo gobierno en las colonias ameri-
canas. Nombrado conde de Ghatam, ocupó de nuevo
el ministerio, pero no pudo evitar la guerra de Amé-
—372—
rica, que cinco años después de su muerte había
hecho perder á Inglaterra las colonias florecientes
que tomaron el nombre de Estados-Unidos.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN X L L

1. A la abdicación de Ricardo Cromwell, el general Monk


consiguió restablecer la monarquía en Inglaterra en la
persona de Cárlos II, hijo de Cárlos I. El nuevo rey prome-
tió tolerancia y libertad, pero persiguió después á los puri-
tanos y hasta á los católicos, y sacrificó á Luis X I V , que le
tenia pensionado, el honor, los interés y la religión inglesa.
—2. E l ministerio de la Cábala cayó poco después por la
oposición del Parlamento y por la corrupción de su gobier-
no. Shaftesbury publicó el acta del Babeas Corpus y el'Pa.r-
íamento excluyó de la sucesión al duque de York. En este
tiempo se formaron los dos partidos, Wighs (liberales) y
Torys ('monárquicos).—3. A la muerte de Cárlos II le suce-
dió su hermano el duque de York, JaCobo II, que por su po-
lítica absoluta y por sus creencias católicas, se enagenó
todas las voluntades, y después de un corto reinado de tres
años, tuvo que abandonar á Inglaterra, y volver al destie-
rro, donde acabó su vida.—4. Habiéndose unido Jacobo II con
Luis X I V contra la liga de Augsburgo, su yerno Guillermo
deOrange desembarcó en Inglaterra, donde fué recibido con.
entusiasmo. E l rey abandonado por los suyos, tuvo que huir
á Francia, y el Parlamento declaró el trono vacante, nom-
brando rey á Guillermo juntamente con su esposa María,
hija de Jacobo.—5. Guillermo fué mal recibido por el clero
anglicano, y tuvo que vencer una sublevación en Escocia á
favor del rey destronado, y á este mismo en Irlanda. En el
reinado de Guillermo adquirió Inglaterra el predominio en
los mares, se consolidó la libertad política y floreció el co-
mercio y la colonización.—6. Muerto Guillermo y su esposa,
ocupó el trono la hermana de esta, la Buena reina Ana. En
su tiempo formaron un solo Estado Inglaterra y Escocia,
con el nombre de Gran Bretaña: en el exterior sacó grandes
ventajas de la guerra de sucesión de España, y se firmó con
Portugal el tratado de Methuen, favorable á Inglaterra.—
7. Con Jorge! comienza en Inglaterra la casa de Hannover.
Su ministro Walpole persiguió á los toris; fué derrotado el
pretendiente, y perseguidos sus partidarios; se aumentó la
duración del Parlamento á siete años, se multiplicaron las
rentas del Estado, y se disminuyó la deuda.—8. En el reina-
—373—
do de Jorge II comenzó Walpole una política corruptorai
gastando á la vez sumas considerables en el desarrollo de la
industria, del comercio y de las colonias. Después de la caida
de Walpole, Jorge II tomó parte en la guerra de sucesión de
Austria y derrotó al pretendiente Cários Eduardo, hijo de
Jacobo III, en la batalla de Culloden.—9. E l ministro Pitt
consiguió dominar los partidos, restableció la fortuna de las
armas inglesas en Alemania, despojando á Francia de la
mayor parte desús colonias. Cuando este célebre ministro
tuvo que dejar el gobierno, se opuso en vano como simple
diputado á la política tiránica de Inglaterra con sus colo-
nias americanas; y vuelto el ministerio no pudo evitar
aquella guerra que, dió por resultado la independencia de
los Estados-Unidos.

LECCIÓN X L I I .

Inglaterra. Independencia de los Estados


Unidos*

1. Principios de l a colonización inglesa.—2. Colonias de


las Indias orientales.—?>. Colonias inglesas en América.
—á. Carácter de esta colonización.—5, Causa de la gue-
r r a entre las colonias americanas é Inglaterra.-—6. P r i n -
cipales acontecimientos de la lucha.—7. L a guerra en
América—S. P a z de Versalles.—9. Franhlin y Was-
hington.

1. Principios d é l a colonización inglesa. Mien-


tras España y Portugal extendían sus colonias por
América, Africa, A s i a y Oceanía, en el siglo X V I ,
Inglaterra, á pesar de su posición ventajosa en el
Atlántico, escasa de marina, y sin comprender to-
davía su misión y sus destinos, se limitó á favore-
cer la expedición del italiano Gaboto, que recorrió las
costas de la América septentrional, sin fundar nin-
gún establecimiento.
E l gran incremento de la marina inglesa data del
reinado de Isabel, pero a ú n en aquel tiempo la com-
plicación de la política europea impidió á la gran
reina dedicar sus grandes almirantes á los descu-
—374—
brimientos y colonias en Ultramar. A principios del
siglo siguiente, las luchas políticas y religiosas ex-
pulsaron de Inglaterra un crecido número de ciuda-
danos que fueron á buscar en las playas americanas
la libertad perdida en la metrópoli, comenzando en-
tóneos la colonización inglesa. Desde mediados de
aquel siglo (1651) y por el A c t a de navegación de
Cromwell, Inglaterra vino á ser una potencia mer-
cante, elevándose su poder marítimo y colonial á
medida que decaía el de Holanda y el de Francia.
2. Colonias inglesas en las Indias orientates L a
inmensa colonia de 150 millones .de subditos que
hoy posee Inglarerra en las Idias orientales, se debe
en su mayor parte á los esfuerzos de la Compañía
de las Indias, que con un fin puramente comercial
se fundó en 1600 bajo la protección de la reina Isa-
bel; decaída en tiempo de Jacobo I y Garlos I, reco-
bró grande importancia en tiempo de Cromwell du-
rante la guerra con Holanda, y recibió nuevos i m -
pulsos con la protección que dispensaron á las colo-
nias y al comercio Garlos II y Jacobo II.
El comercio inglés comenzó en las costas de Ma-
labar y de Coromandel, y la primera ciudad que po-
seyeron en la India fué Bombay, cedida por Portugal
como dote á la Infanta Catalina, casada con Carlos
II. L a guerra con el Gran Mogol y después con la
Francia, estorbaron el desarrollo de aquella colonia,
pero aún dentro del siglo X V I I los ingleses se esta-
blecieron en Madras y en Calcuta.
A principios del siglo X V I I I (1702) la Compañía
adquirió una importancia extraordinaria, reuniendo
ejércitos y escuadras y creando una vasta adminis-
tración. Con estos elementos, y aprovechando las dis-
cordias y la división á la muerte del emperador Mon-
gol, los ingleses extendieron rápidamente, sus con-
quistas. Por el mismo tiempo, la Compañía tuvo que
luchar con la Francia, que había alcanzado una gran
—275—
preponderancia en la India por la sabia administra-
ción de Dupleix y la Bourdonais; pero la rivalidad
de estos dos personajes, y después el gobierno de-
sastroso de Tollendal, y sobre todo la hábil política
de lord Clive, desarrollaron rápidamente el imperio
inglés en la India, apoderándose de Bengala, Orissa,
Bahar, etc., y tomando á los franceses la importan-
te plaza de Pondichery.
Desde entóneos la Compañía fué ensanchando su-
cesivamente su dominación, reduciendo cada vez el
imperio del gran Mogol, hasta llegar á extender su
poderío desde el mar hasta el Himalaya. Sin embar-
go, en su carrera de triunfos, tuyo que vencer serios
obtáculos, sosteniendo larga guerra con el sultán
de Mysore Hyder-Aly, y muerto este con su sucesor
el célebre Tippo-Saib, último representante de la l i -
bertad de la India.
3. Colonias inglesas en A m é r i c a . Hasta princi-
pios del siglo X V I I los ingleses no tuvieron en Amé-
rica m á s que los insignificantes establecimientos
fundados por Raleig en" Virginia, en tiempo de Isa-
bel. Los puritanos perseguidos por Jacobo I emigra-
ron en gran número á las costas americanas, bus-
cando en la Nueva Inglaterra la libertad política y
religiosa que se les negaba en la metrópoli. E n poco
tiempo se multiplicaron los establecimientos desde
el Canadá b á s t a l a Georgia, fundándose las colo-
nias de Massachusetts con su capital Boston, Con-
necticut, Rhode-Island, la Carolina, que obtuvo
del filósofo Locke su constitución, y el M a r y l a n d ,
fundado por Baltimore con 200 nobles católicos. E n
tiempo de Gromwell los ingleses se apoderen de la
Jamaica, que pertenecía á España, y tomaron á los
holandeses la Nueva Bélgica, dividiéndola en lastres
provincias de Nueva York, Nueva Jersey y Dela-
ware. Carlos II concedió á Guillermo Penn las tie-
rras que tomaron el nombre de Pensilvania. E n el
—376—
tratado de Utrech, Inglaterra adquirió la A c a d í a
(Nueva Escocía), Terranova y la Bahía de Hudson.
Con estas colonias, con la Georgia, que ocuparon
más adelante, y con la Florida cedida por España,
los ingleses extendían sus dominios desde el Missisi-
pí hasta la Bahía de Hudson, y el Atlántico. Ade-
más poseíanlas Bermudas, lasLucayas, Jamaica, la
bahía de Honduras, y varias de las Pequeñas A n -
tillas.
4. C a r á c t e r de la colonización inglesa en Amé-
r i c a . Las colonias inglesas de la América del Nor-
te se habían fundado casi todas ellas á expensas de
ios particulares, sin imponer al gobierno de la me-
trópoli el más pequeño sacrificio. Los colonos esta-
blecieron la libertad religiosa, civil y comercial, ofre-
ciendo de esta manera seguro asilo á todos los emi-
grados de cualquier partido que fueran: los republi-
canos se dirigían á la Nueva Inglaterra, los caballe-
ros á Virginia y los católicos al Maryland.
En cuanto al gobierno, en unos puntos los colonos
ejercían todos los poderes por medio de sus repre-
sentantes, en otros existía un gobernador nombrado
por el rey; pero en general puede decirse que en las
colonias inglesas existía el sistema representativo
más ó menos completo. Todas estas libertades atra-
geron hacia aquellos puntos la emigración, com-
puesta en su mayor parte ele gentes de la clase me-
dia, de costumbres austeras y frugales, dados al
trabajo y á la ganancia, que implantaron allí los
adelantos en la agricultura y en la industria de la
metrópoli, que por lo mismo que no había interve-
nido en la fundación de aquellos establecimientos,
no se creía autorizada para imponer trabas ni obs-
táculos á su industria ni a l desarrollo de la riqueza.
Por todas estas causas, así como por la influencia
del clima frió y duro de aquellas regiones, que obli-
gaba á los colonos á trabajar para obtener los medios
—377—
necesarios á la subsistencia, los establecimientos
ingleses tuvieron en pocos años un desarrollo admi-
rable, creciendo extraordinariamente la población y
fundándose gran número de ciudades importan-
tes, á la vez que los colonos con el desarrollo de las
fuerzas naturales adquirieron pronto el bienestar
material, la energía moral y el sentimiento del pro-
pio derecho!
5. Causas de la guerra entre las colonias y su
metrópoli. Lindando por el rio San Lorenzo las
colonias inglesas y la posesión francesa del Canadá,
se suscitaron algunas querellas entre las dos nacio-
nes sobre los límites de la Nueva Escocia; en estas
circunstancias, el asesinato de un oficial francés
hizo estallar la guerra, que se hizo general, toman-
do parte España, ligada con Francia por el Pacto de
familia. Después de obtener algunas ventajas los
franceses, se dió una batalla sangrienta al pié de los
muros de Quebec, perdiendo la vida los dos genera-
les, pero quedando victoriosos los ingleses, que se
apoderaron de todo el Canadá, y tomaron después á
Quebec. L a paz de París (1763) confirmó esta coi
quista, quedando Inglaterra dueña del Canadá,,^
de la Florida, que le cedió España, obteniendo esíta
en cambio la Luisiana, que pertenecía antes á | a
Francia.
Desde tiempos anteriores existían gérmenes dé"
descontento entre las colonias é Inglaterra, por atri-
buirse esta ciertos derechos arbitrarios que los co-
lonos no podían admitir, dado el origen casi parti-
cular de aquellos establecimientos, y el gobierno ca-
si independiente por que se regían. Todos los minis-
terios prudentes que hubo en estos tiempos en In-
glaterra, comprendiendo las condiciones especiales
de la colonización americana, se abstuvieron de im-
ponerles contribuciones ni gabelas de ninguna es-
pecie; pero después de la última guerra, habiendo
á8
—378—
crecido de una manera extraordinaria la deuda de
Inglaterra, y obligada esta á buscar nuevos recur-
sos para cubrir su déficit, se decidió á establecer en
las colonias americanas el impuesto del timbre
(1765) por el cual se había de emplear en los docu-
mentos un papel sellado que se vendía á caro pre-
cio. Rechazado unánimemente este impuesto por los
colonos, fué sustituido por otros igualmente onero-
sos, sobre el cristal, el papel y el té.
Reuniéronse en Boston los diputados de 96 ciuda-
des, y acordaron defender las libertades de su país,
no comprar las mercancías inglesas Ínterin no se
atendieran sus quejas, y cerrar los puertos á los
buques de Inglaterra. Los americanos arrojaron al
mar en Boston tres cargamentos de té procedentes
de Londres, comenzando desde entóneos la guerra
con la metrópoli.
En vista.de estos hechos, diremos que las causas
de la guerra de las colonias americanas contra In-
glaterrra fueron, las ideas de libertad política y re-
ligiosa de los primeros colonos; la clase de gobierno
casi republicano que estos establecieron; la influen-
cia de las ideas filosóficas francesas en el siglo X V I I I ;
y sobre todo, el deseo natural de independencia en
todo pueblo que adquiere cierto grado de civiliza-
ción. Los motivos que la hicieron estallar fueron las
pretensiones injustificadas de Inglaterra sobre el
gob ierno de sus colonias.
6' Principales acontecimientos de la guerra de
la independencia americana. E l sabio B . F r a n -
kUn, comisionado por los colonos, hizo presente en
Inglaterra con moderación y energía las justas re-
clamaciones de sus conciudadanos. A pesar de la de-
fensa que hizo de las colonias el célebre Pitt, y de
los propósitos de transacción de lord North, el Par-
lamento declaró rebeldes á los colonos, y comenza-
ron las hostilidades (1775).
—379—
Los americanos nombraron generalísimo de sus
tropas al coronel Jorge Washington, que se había
distinguido peleando contra los franceses en el Ca-
nadá. Boston cayó al año siguiente en su poder, y
el Congreso de Filadelfia proclamó solemnemente
la independencia de los Trece Estados-Unidos, j u -
rando todos los representantes perder su vida, sus
bienes y su honra, antes que consentir la unión po-
lítica y la obediencia de las colonias á Inglaterra
(1776). Los principios de libertad é igualdad con-
signados en aquella famosa declaración, parecen to-
mados de los filósofos franceses contemporáneos, y
fueron acogidos con entusiasmo hasta por los reyes
absolutos de Europa.
L a guerra comenzó por el Canadá con poca fortu-
na para las colonias, que sufrieron algunos descala-
bros, viéndose obligadas á solicitar la alianza de
Francia y España contra Inglaterra. Franklin, que
vino á París con este objeto, consiguió de Luis X V I
una alianza ofensiva y defensiva con los Estados-
Unidos, en la que tomó parte España, por el Pacto
de Familia. Los franceses vencieron á los ingleses
en la batalla naval de Ouessant; fueron derrotados
en Savanah en América; y unidos con los españoles
pusieron sitio á Gibraltar, que fué socorrida por el
almirante inglés Rodney.
Todas las naciones marítimas de Europa firmaron
el tratado de la neutralidad armada para proteger
el comercio contra las pesquisas de los buques i n -
gleses. Estos se apoderaron de las colonias holan-
desas, y aunque la escuadra francesa consigu'ó al-
gunos triunfos, sufrió al fin una gran derrota en la
batalla de la Guadalupe ó de las Santas (Pequeñas
Antillas).
E n España el duque de Grillón se apoderó de Me-
norca; pero e l sitio de Gibraltar, defendida por lord
Elliot, se prolongó tres años contra las armas espa-
—aso-
nólas y francesas, que no consiguieron rendir aque-
lla roca inexpugnable.
7. Principales hechos de la guerra en Amé-
r i c a . Mientras Inglaterra salía victoriosa en todos
los mares de las escuadras española, francesa y ho-
landesa, continuaba la guerra sostenida en América
con varia fortuna por la energía y la perseverancia
de Washington, y por los auxilios poderosos de
Francia, que mandó allá armas, buques, dinero y
una buena parte de la nobleza, distinguiéndose en-
tre todos el joven marqués de la Fayette.
Después de cuatro años de esfuerzos y de comba-
tes, de victorias y de reveses por una y otra parte,
Washington consiguió apoderarse de la plaza de
Yorh-Town (1781) obligando á capitular al general
inglés Gornwalis, con 7.000 hombres, 6 buques de
guerra y 50 mercantes. Esta victoria fué decisiva
para la independencia americana.
8. P a z de Versalles. Inglaterra, que había gas-
tado sumas inmensas en aquella guerra desastrosa
sostenida en todos los mares, sin resultado alguno
positivo; que veia arruinado su comercio, y perdida
su importancia marítima, se decidió al fin á enviar
proposiciones de paz al gabinete" de Versalles, don-
de se firmó el tratado (1783) por el cual quedó reco-
nocida la independencia de los Estados-Unidos; Fran-
cia recobró á Dunkerque, obteniendo además algu-
nas plazas en las indias orientales, las islas de San
Pedro y Miquelón y el derecho de pesca en Terrano-
va, y Gorea y el Senegal en Africa. España recobró
por el tratado de Versalles la isla de Menorca y la
Florida.
9. F r a n k l i n y Washington. E n estos dos gran-
des hombres se encuentra personificada la indepen-
dencia de los Estados Unidos. Franklin, defensor de
su país ante el Parlamento inglés, consiguió atraer
á s u causa la opinión de toda Europa, y la valiosa
—381—
ayuda de Francia, España y Holanda. Después de fir-
mar el tratado de Versalles, que aseguraba á su
país la independencia, por la que tanto había traba-
jado, fué recibido en triunfo en los Estados Unidos,
y nombrando presidente de Pensilvania, retirándo-
se á los dos años para morir como un sabio, que-
rido y respetado por todos sus conciudadanos (1790).
Washington, dueño del ejército, pudo haber i m -
puesto su autoridad en los Estados Unidos: pero le-
jos de esto, licenció sus tropas, quedando como un
simple ciudadano de la nueva república, y volviendo
á cultivar su campo en las orillas del Potomac, donde
pocos años después (1792) se edificó la capital de los
Estados Unidos, Washington. Nombrado presidente
de la república (1789) abandonó su retiro, y gober-
nó su país con prudencia y con firmeza durante
ocho años, proporcionando la prosperidad á su pa-
tria, como antes le había dado la libertad. L a histo-
ria de todos los pueblos no presenta nombres más
gloriosos que los de los fundadores de los Estados-
Unidos.
RESÚMEN DE L A LECCIÓN X L I I .

1. La colonización inglesa comenzó después del reinado de


Isabel, por las persecuciones políticas y religiosas de los
Estuardos, expatriándose de Inglaterra un gran número de
ciudadanos, que fueron á establecerse en las costas de la
América del Norte, —2. La inmensa, colonia de las Indias
orientales fué fundada por la Compañía comercial de este
nombre, desde los tiempos de Isabel. Luchando con el impe-
rio del Gran Mogol, y con los franceses antes establecidos,
y por la bábil política de lord Clive, ha conseguido Inglate-
rra extender su dominación desde el mar hasta el Himala-
ya.—3. Los puritanos perseguidos por Jacobo I dieron prin-
cipio á la colonización inglesa en América, que se aumentó
considerablemente en los reinados siguientes, por el favor
que les dispensó Corawell y Carlos II, y por haber tomado á
los españoles la Jamálca, y á los franceses la Acadia, etc.
—4. Las colonias americanas se fundaron por los particula-
res, sin sacrificio alguno de Inglaterra. Los colonos trabaja-
—382—
deres y de puras costumbres, implantaron allí la libertad
política y religiosa; y aquellos establecimientos adquirie-
ron en poco tiempo gran prosperidad. —5, Las causas de la
guerra de las colonias contra Inglaterra, fueron la libertad
política y religiosa allí establecida, su gobierno casi repu-
blicano, las ideas filosóficas francesas del siglo X V I I I y el
deseo natural de independencia en los pueblos civilizados;
los motivos que la hicieron estallar fueron las pretensiones
injustificadas de la metrópoli sobre el gobierno de las colo-
nias.—6. Franklín expuso en balde las quejas de los ameri-
canos al Parlamento inglés; este declaró rebeldes á los colo-
nos, que nombraron su general á Washington, y proclama-
ron su independenciaenel congreso de Filadelfia. Comenzada
la guerra con varia fortuna, Francia y España se decla-
raron por las colonias, y las potencias marítimas firmaron
la neutralidad armada. Los ingleses, sin embargo, se apode-
raron de las colonias holandesas, y derrotaron la escuadra
de Francia en la Guadalupe,—7. Entre los nobles france-
ses que fueron á defender las colonias americanas, se encon-
traba la Fayette. Después de cuatro años de guerra, la ca-
pitulación ds York-Town aseguró la victoria y la indepen-
dencia de los americanos. — 8. Por la paz de Versalles
reconoció Inglaterra la Independencia de los Estados-Uni-
dos: Francia recobró á Dunkerque y varias plazas en las
Indias orientales, en Africa y en América; y España la isla
de Menorca y la Florida.—9. Franklín, después de firmar la
paz de Versalles, fué recibido con grande entusiasmo por sus
compatriotas, que le nombraron presidente de Pensilvania,
y murió querido y respetado por todos. Washinton licenció
sus tropas, volviendo á cultivar su campo en las orillas del
Potomac. Elegido después presidente de la república, pro-
porcionó la prosperidad á su patria, como antes le había
conquistado la libertad.
—383—

LECCIÓN X L I I I .
A l e m a n i a lias ta l a r e v o l u c i ó n francesa.
I. Estado de Alemania después d é l a paz de Wesfalia.—2.
Leopoldo I.—3. José I y Carlos VI.—4. La Pragmática
sanción.—5. Guerra de sucesión de Austria.—6. Fin de la
guerra y paz de Aquisgrdn.—I. Guerra de Siete años.—
8. Fin de la guerra y paz de P a r í s . — C o n s e c u e n c i a s
de la guerra de Siete años.—José II: sus reformas.

1. Estado de Alemania después de l a p a z de


Wesfalia. Ocupaba el trono imperial. Fernando III
cuando se firmó el tratado de Wesfalia por el cual
perdió la Alemania la Alsacia y los tres obispados
que se dieron á la Francia, y la Pomerania á la Sue-
cia. A l mismo tiempo que se perdían estos territo-
rios, disminuyó considerablemente el poder del i m -
perio, tanto como aumentó el de los príncipes, que
llegaron á gobernarse casi con completa indepen-
dencia, quedando la Alemania dividida en un gran
número de pequeñas soberanías, cada cual con sus
ejércitos propios, con su pequeña corte, y con su
gobierno absoluto, á semejanza de las grandes na-
ciones de Europa.
Gomo se vé, por la paz de Wesfalia salieron bene-
ficiados directa ó indirectamente todos los que ha-
bían intervenido en la guerra de Treinta años: solo
el Imperio acabó de perder en ella el escaso presti-
gio que le quedaba, siendo la Alemania desde en-
tónces por su fraccionamiento la nación más débil
de Europa, ofreciéndose como fácil presa á la ambi-
ción de los monarcas circunvecinos. E n esta situa-
ción dejó el Imperio al morir Fernando III (1658)
sucediéndole su hijo Leopoldo I.
2. Leopoldo I. E n los primeros años de su rei-
nado, Leopoldo I sostuvo una guerra con Suecia, y
otra con los turcos que fueron derrotados en la ba-
talla de San Gotardo. Tomó parte en la guerra con-
—384—
tra Luis X I V , que después de grandes desastres,
terminó por la paz de Nimega, humillante para el
imperio. Queriendo renovar las hostilidades por los
abusos de las Cámaras de reunión, tuvo que firmar
en Ratisbona una tregua de veinte años con la
Francia. Entró en la liga de Augsburgo contra Luis
X I V , y la Alemania fué la nación más perjudicada
en la paz de Ryswick. Por último, se mezcló en la
guerra de sucesión de España en defensa de los de-
rechos de su segundo hijo Carlos, y murió antes de
verla concluida.
Durante las guerras con Francia, Leopoldo tuvo
que sostener otras no menos importantes con los
-húngaros y con los turcos. Tokeli sublevó la Hun-
gría con el auxilio de Luis X I V y de los turcos; y
estos penetraron en Austria y pusieron sitio á Vie-
na, que debió su salvación al polaco Juan Sobieski.
La Hungría perdió entóneos su independencia, que-
dando unida á las posesiones hereditarias de la
casa de Austria. En una nueva guerra con los tur-
cos, los imperiales se apoderaron ele Buda y de Bel-
grado, y el príncipe Eugenio alcanzó una señalada
victoria en Zenta, obligando á la Puerta á firmar la
paz de Carlowitz (1699), cediendo al Austria la
Transilvania y la Esclavonia.
-3. José I y Carlos V I . A la muerte de Leo-
poldo I le sucedió su hijo José I (1705) que sostuvo
hasta su muerte la guerra de sucesión española en
defensa de los derechos de su hermano el archidu-
que Carlos, teniendo lugar durante su reinado las
principales victorias del príncipe Eugenio y de Mal-
borough contra la Francia. En el interior reformó
la legislación y restableció la antigua Cámara de
justicia del imperio.
L a muerte de José I (1711) y la elevación de su
hermano Carlos V I al imperio, fué causa de que se
separaran de la Liga Inglaterra y las otras nació-
—385—
nes, para evitar que se reunieran bajo un solo cetro
España y Alemania, como en tiempo de Carlos V , y
se apresuraron á firmar el tratado de Utrech. E l
emperador continuó la guerra por sí solo, pero la
derrota de sus tropas en Denain, le obligó á admi-
tir el tratado de Utrech como un armisticio, y al
año siguiente firmó con Francia el tratado de .Ras-
tadt (1714), no reconociendo á Felipe V como rey
de España hasta once años después. Por el tratado de
Rastadt el Austria adquirió la posesión de los Países
Bajos, el Milanesado, Ñápeles y la isla de Cerdeña,
que cambió poco después por la Sicilia.
Carlos VI sostuvo dos guerras encarnizadas con
los turcos, que habían roto la paz de Carlowitz. En "
la primera, el príncipe Eugenio derrotó á los musul-
manes en Peterwaradin y en Belgrado, obligándo-
les á firmar la paz de Passarovitz, por la que se
apoderó el Austria de Temesvar, Belgrado y parte
de la Servia. Pero en la segunda, muerto ya el
príncipe Eugenio, los austríacos fueron vencidos, y
por la paz de Belgrado (1734) tuvieron que devol;
ver todo lo que antes habían adquirido, menps
Temesvar.
Por otra parte, durante la guerra de sucesión|de
Polonia, en la que Carlos VI favorecía á Federico
II y España y Francia á Estanislao Lechzinski, sje
apoderaron los españoles, mandados por el infant
Don Garlos, del reino de Ñápeles, derrotando á los
imperiales en Bitonto: Don Carlos fué proclamado
rey, uniéndosele después la Sicilia, renunciando
Felipe V los ducados de Parma, Plasencia y Guas-
tala, pertenecientes á su mujer Isabel de Farnesio,
los cuales pasaron al dominio del emperador por la
paz de Viena (1738).
4. L a Pragmática sanción. No teniendo hijos
varones Carlos VI, se propuso asegurar la sucesión
á favor de su única hija María Teresa, casada con
49
—386—
Francisco Estéban, duque de Lorena. Con el fin de
que los Estados knportantes de Europa reconocie-
ran la Pragmática sanción, por la cual los Estados
austríacos habían de pasar á la línea femenina, fal-
tando la masculina, suprimió la compañía de Ostende
en obsequio de las potencias marítimas; cedió la
Lorena á la Francia, y el reino de Ñápeles y Sicilia
á España.
Al morir el emperador (1740) dejó á María Teresa
el reconocimiento formal de la Pragmática por to-
das las potencias, pero más le habría valido dejarle
200.000 bayonetas, como le aconsejó el príncipe
Eugenio. Pues á pesar de todas las promesas, se
presentaron hasta tres pretendientes con más ó me-
nos derecho, que fueron, los electores de Baviera y
de Sajonia y el rey de España, que pedían la tota-
lidad de la herencia; y además el rey de Gerdeña,
que solicitaba el Milanesado, y el rey de Prusia, que
reclamó cuatro ducados de Silesia.
5. Guerra de la Pragmática, ó de sucesión de
Austria. La guerra fué comenzada por Federico II de
Prusia, que sin que nadie pudiera adivinar sus pro-
yectos, penetró en la Silesia al frente de un ejército
aguerrido y disciplinado, se apoderó de aquel duca-
do en pocas semanas, y venció las tropas de María
Teresa en la batalla de Mólwitz (1741). Después de
esta victoria se unieron Francia, Baviera, España,
Prusia, Gerdeña, Sajonia y Polonia, con el propósito
de repartir los vastos Estados del Austria entre los
diversos pretendientes, no dejando á María Teresa
más que la Hungría, la Baja Austria y los Países
Bajos. Las potencias marítimas se declararon neu-
trales en esta guerra y la emperatriz tuvo que lu-
char sola con casi toda la Europa.
Los primeros hechos fueron contrarios á la hija
de Garlos VI: los franceses tomaron á Praga, el
elector de Baviera se coronó emperador con el nom-
—387—
bre de Carlos VII, y el rey de Prusia amenazaba la
Moravia. En situación tan apurada, María Teresa
se refugia en Hungría, reúne la dieta de Presbur-
go, se presenta ante ella con su niño en los brazos,
y logra conmover con sus lágrimas á los nobles
magiares, que desenvainando sus sables, gritan:
Moriamur pro rege nostro María Theresa. Pocos
dias después el ejército de María Teresa se apodera
de Munich, capital de la Baviera; y cediendo la
Silesia á la Prusia, consiguió aquella princesa des-
embarazarse de su principal enemigo.
Esta defección del rey de Prusia fué causa de que
se separaran de la liga otras potencias, y tomando
entóneos Inglaterra una parte activa en la lucha á
favor de María Teresa, los franceses tuvieron que
evacuar la Alemania, y Carlos VII pidió una sus-
pensión de hostilidades.
6. F i n de la guerra y paz de Aquisgran. E l
rey de Prusia, alarmado por los triunfos del Aus-
tria, comenzó de nuevo la guerra. A la muerte de
Carlos V i l , su hijo negoció con María Teresa, y esta
hizo proclamar emperador á su esposo Francisco
de Lorena. La guerra desde entóneos carecía de ob-
jeto; sin embargo continuó todavía entre el imperio,
la Prusia y la Francia. Los franceses mandados por
su rey Luis X V y por el célebre mariscal de Sajo-
nia, ganaron la sangrienta batalla de Fontenoy al
duque de Cumberland, hijo del rey de Inglaterra; y
se apoderaron de varias plazas de los Países Bajos;
pero al mismo tiempo los imperiales los arrojaron
de Italia, su marina fué arruinada por la inglesa y
perdieron sus colonias, que pasaron á poder de In-
glaterra.
Por todas estas razones las potencias beligeran-
tes se propusieron concluir aquella guerra desastro-
sa, y al efecto firmaron el tratado de Aquisgran
(174§), por el cual se reconoció á D. Garlos infante
* —388—
de España, como rey de las Dos Gicilias, y á su her-
mano D. Felipe como duque de Parma y de Plasen-
cia; la Prusia se quedó con la Silesia, y el rey de
Gerdeña tomó algunas plazas del Milanesado. In-
glaterra recobró por cuatro años el derecho de im-
portar negros (asiento) en las colonias españolas, y
el navio de permiso, esto es, un buque de contra-
bando; é impuso á Francia la condición de no forti-
ficar á Dunkerque por la parte del mar, obligándola
á pagar á los comisarios ingleses encargados de
velar por el cumplimiento de esta condición.
7. L a guerra de Siete años. Poco tiempo des-
pués de la paz de Aquisgran comenzó la guerra
llamada de Siete años, porque tuvo esta duración
(1756—1763). Esta guerra desastrosa, en que toma-
ron parte casi todas las naciones-de Europa, pre-
senta un doble aspecto; por un lado las querellas
de Austria y Prusia sobre la posesión de la Silesia;
y por otro la guerra marítima entre Inglaterra y
Francia. Uniéronse con Austria, la Francia, Rusia
y Sueeia, mientras que Inglaterra se decidió en fa-
vor de la Prusia.
La guerra comenzó en América por la cuestión de
límites entre las colonias inglesas y francesas del
Canadá, siguiéndose pérdidas sin cuento para la
marina y el comercio francés, causadas por la es-
cuadra y los corsarios de Inglaterra en todos los
mares. Los franceses se apoderaron de Menorca y
de Mahon, que pertenecía á los ingleses; pero estos
consiguieron aniquilar las escuadras francesas en
varios combates parciales, dominar en todo el mar
desde Dunkerque hasta Bayona, apoderarse una á
una de las colonias de Francia en las Indias orien-
tales, y hacerse igualmente dueños del Canadá, de
las Pequeñas Antillas francesas, del Senegal y Go-
rea. Entre tanto, España, unida á Francia por el
Pacto de Familia, perdió Manila y la Habana, una
—389—
parte de la escuadra, y grandes riquezas de que se
apoderaron los ingleses.
Mientras de esta manera Inglaterra eoncluia con
el poder marítimo y colonial de Francia, la guerra
se sostenía en el continente con diferentes alterna-
tivas por las naciones beligerantes. Federico II se
apoderó de improviso de la Sajonia y venció á los
austríacos en Praga; pero viéndose después rodeado
por los cuatro ejércitos de Austria, Rusia, Sueciay
Francia, pidió la paz, que le negaron los aliados, to-
mando entóneos la enérgica resolución de vencer ó
morir.
La fortuna cambió á poco en favor de los prusia-
nos, que con un ejército de 25.000 hombres derro-
taron el de los aliados, compuesto de 50.000 en la
sangrienta batalla de Rosbach (1757). Después de
esta derrota sufrieron otras los austríacos en Leu-
then, los rusos enZorndorf, y los franceses tuvieron
que repasar el Rin. Pero á su vez los rusos derro-
taron á los prusianos en Kunersdorf, y esta batalla
hubiera concluido con el reino de Prusia, si la des-
unión de los aliados no hubiera venido á cambiar la
marcha de los sucesos.
8. F i n de la guerra de Siete años. Paz de
París. Por la muerte de Isabel, emperatriz de Ru-
sia, y de su sucesor Pedro III poco después, Catali-
na II abandonó la alianza de Austria, y firmó con
Prusia y Suecia el tratado de San Petersburgo
(1762). Francia é Inglaterra cansadas de tan larga
guerra, abandonaron también la lucha, y firmaron
la paz de Parts (1763); concluyendo la guerra con
el tratado de Huhertsburgo entre Prusia y Austria.
Por la paz de París obtuvo Francia una parte de las
pequeñas Antillas, S. Pedro y Miquelón y el derecho
de pesca en Terranova; en la India Pondichery y
Mahé, y en Africa la isla de Gorea en el Senegal.
Inglaterra sacó grandes ventajas de esta guerra,
—390—
quedando en su poder el Canadá, Cabo Bretón, la
Acadia, la Florida, y varias pequeñas Antillas, el
Senegal y Menorca, y obligando á Francia por se-
gunda vez á no fortificar á Dunkerque por la parte
del mar. España consiguió la Luisiana, cedida por
Francia, en cambio de la Florida, que habia pasado
á poder de Inglaterra.
El tratado de Hubertsburgo dejó la Silesia en po-
der de Prusia, como estaba antes de la guerra.
9. Consecuencias de la guerra de Siete años.
Los resultados de aquella sangrienta guerra conti-
nental y marítima, fueron la pérdida de un millón
de hombres y la ruina de todas las potencias que
habían intervenido en la lucha. E l Austria quedó
arruinada y humillada; la Francia, que habia gasta-
do 1.300 millones, perdió su marina y sus colonias,
y dejó de ocupar el primer rango en Europa. Es-
paña sufrió también algunas pérdidas sobre las que
ya antes habia experimentado en América.
Inglaterra, si habia aumentado de una manera
enorme su deuda, adquirió en cambio el imperio de
los mares. Rusia comprende desde entóneos cuanto
podia pesar su influencia en los destinos de Europa.
Por último, la Prusia, aunque quedó arruinada,
consiguió destruir para siempre la preponderancia
del Austria, y la fuerza y el poder de Alemania.
Federico II, victorioso de toda la Europa coaligada
en contra suya, faé el héroe de aquella guerra y de
su siglo, alcanzando para la Prusia uno de los pri-
meros puestos entre las naciones de Europa.
10. José I I : sus reformas. Como resultado de
la guerra de Siete años, la Alemania quedó dividida
en dos grandes fracciones políticas y religiosas, re-
presentadas por la Prusia y el Austria, casi iguales
en poder, y la una protestante y la otra católica.
Esta división y equilibrio de fuerzas, proporcionó á
la Alemania la paz que antes no habia podido con-
seguir bajo el predominio del Austria.
—391—
A la muerte de Francisco I de Lorena, fué pro-
clamado emperador su hijo José I I , gobernando en
su nombre su madre María Teresa hasta su muerte
(1780). E l reinado de esta princesa presenta una
sola mancha; su complicidad en el reparto de Polo-
nia; pero á pesar de esto, fué grande por su carác-
ter invencible, por su firmeza, igualando por su
genio á su rival Catalina de Rusia, pero aventaján-
dole en mucho por sus virtudes.
José II, como la mayor parte de los monarcas de
su tiempo, instruido en las teorías filosóficas del si-
glo XVIII, dedicó toda su actividad á introducir re-
formas políticas y religiosas ea sus Estados. Intentó
unificar el gobierno, dividió el imperio en trece
provincias, suprimió la servidumbre corporal, igua-
ló los impuestos para todos los ciudadanos, favore-
ció la industria y el comercio, y mejoró la legisla-
ción, suprimiendo la pena de muerte.
En el orden religioso proclamó la libertad de
conciencia, concediendo la igualdad política á todas
las creencias; reformó las ordenes religiosas y limitó
las atribucones de Roma, á pesar de los ruegos del
Papa Pió V I , que trató en balde de separarlo de sus
proyectos. José II murió a l comenzar la revolución
francesa (1790) dejando por sucesor á su hermano
Leopoldo II, que solo vivió dos años, durante los
cuales quedaron anuladas todas las reformas del
reinado anterior.

RESÚMEN DE LA LECCIÓN X L I I I .

1. Por la paz de Wesfalia perdió la Alemania la Alsacia,


los tres obispados y la Pomerania, y los príncipes se consti-
tuyeron en soberanos casi independientes, debilitando más
y más las fuerzas del imperio.—2. Leopoldo I sostuvo gue-
rras con Suecia y con los turcos, que fueron derrotados en
San Gotardo. Tomó parte en las guerras de Luis XIV, sa-
—392—
liendo el imperio humillado y perjudicado en la paz de N i -
mega, en la tregua de Ratisbona y en la paz de Riswick.
Sitiada Viena por los Húngaros, fué salvada por Sobiesk-i.
E l principe Eugenio derrotó á los turcos de Zenta, impo-
niéndoles la paz de Carlowítz.—3. En tiempo de José l con-
tinuó la guerra de sucesión española. Su sucesor Carlos V I
firmó el tratado de Rastadt, complemento del de Utrech,
adquiriendo los Países Bajos. Milán, Ñápeles y Cerdeña. El
príncipe Eugenio derrotó á los turcos en Peterwaradin y
Belgrado, obligándoles á aceptar la paz de Passarowitz;
pero después de su muerte los turcos vencieron á los aus-
tríacos en Belgrado. Con motivo de la guerra de sucesión
de Polonia, los españoles se apoderaron de Nápoles y Sici-
lia, donde fué proclamado D. Carlos, y cedieron al imperio
Parma y Plasencia,—4. Para asegurar la sucesión á su úni-
ca hija María Teresa, Carlos V I consiguió á, fuerza de con-
cesiones que las potencias reconocieran la Pragmática san-
ción; á pesar de lo cual, á su muerte se presentaron hasta
cinco pretendientes á la totalidad y á parte de la herencia.
—5. La Prusia se apoderó de Silesia, venciendo á los aus-
tríacos en Molwitz. Formada una coalición de casi todas
las potencias de Europa contra María Teresa, esta encontró
su salvación en los húngaros, que se apoderaron de Munich,
y en la cesión de la Silesia á la Prusia, con lo cual se sepa-
raron varias potencias de la Liga.—6. Continuando la gue-
rra, los franceses ganaron la batalla de Fontenoy, pero fue-
.ron arrojados de Italia por los imperiales, y su marina fué
arruinada, con sus colonias, por la inglesa. La guerra termi-
nó con la paz de Aquisgran, dejando la Silesia á la Prusia,
Nápoles y Sicilia á D. Carlos, Parma y Plasencia á D. Feli-
pe, y adquiriendo Inglaterra ciertos derechos comerciales
en las colonias españolas y sobre la plaza francesa de Dun-
kerque.—7, En la guerra de- Siete años los ingleses aniqui-
laron las escuadras de Francia, se apoderaron de casi todas
sus colonias en las Indias y en América y tomaron á Manila
y la Habana á los españoles. En el continente, el rey de
Prusia se apoderó de Sajonia, y derrotó á los aliados en Ros-
bach, pero fué vencido por los rusos eu Kunorsdorf.—8. Ca-
talina II abandonó la alianza de Austria, y firmó con P r u -
sia la paz de San Peteraburgo: Francia é Inglaterra hicieron
la paz de París, quedándose la última con muchas colonias
de la primera; España perdió la Florida y ganó la Luisiana,
Por el tratado de Hubertsburgo quedó la Silesia en poder de
la Prusia.—9. En la guerra de Siete años perdieron la vida
un millón de hombres y quedaron arruinadas todas las po-
tencias: solo Inglaterra adquirió entonces el imperio de los
—393-
niares; el rey de Prusia destruyó para siempre la prepon-
derancia del Austria, y conquistó para su nación uno de los
primeros puestos entre las potencias de Europa.—10. Por
aquella guerra se equilibró el poder de Austria y de la Pru-
sia, lo que produjo la paz política y religiosa de Alemania.
El reinado de María Teresa presenta únicamente la man-
cha de haber intervenido en la repartición de Polonia. Su
hijo José II introdujo grandes reformas sociales, políticas y
religiosas, inspiradas en las teorías fllosóflcas del siglo
XVIII, que fueron anuladas por su hermano y sucesor Leo-
poldo II. n»

LECCIÓN XLIV.
L a Prusia basta la revolución francesa.

1. E l ducado de Prusia.—2. Federico 7, primer rey dePru-


sia.—3. Federico Guillermo, el rey Sargento.—i. Federi-
co II: su c a r á c t e r . — G u e r r a de sucesión de Austria.—
6. Guerra de siete años.—7. F i n y consecuencias de la
guerra.—8. A d m i n i s t r a c i ó n de Federico II.

1. M ducado de P r u s i a . E n el siglo XVIII apar—4


rece en Europa un nuevo Estado que adquiefe á^-T
poco una grande importancia, y que está llamado a ¡
tenerla mayor en lo futuro; este nuevo Estada es ja
Prusia. \ \
Los caballeros del orden teutónico conquistaron ^
convirtieron á los habitantes idólatras de la Pruí
gobernando aquel país el gran maestre de la Orden
con el título de duque. A principios del siglo X Y I
(1525) Alberto de Brandeburgo, gran maestre de la
orden teutónica, abrazó la reforma y secularizó el
ducado de Prusia, cuya capital era Kenigsberg. Juan
Segismundo (1618) unió á este ducado el electorado
de Brandeburgo y Jorge Guillermo recogió una bue-
na parte de la sucesión de Juliers, con lo que la
Prusia vino á ser el más poderoso de los Estados
comprendidos en el imperio alemán.
Federico Guillermo, llamado el Gran Elector, se
propuso reunir sus Estados, hasta entónces separa-
50
—394—
dos, en tres grupos distintos, y tomando parte en l a
guerre de Treinta años, vió cumplidos sus deseos
en la paz de Wesfalia, consiguiendo algunos años
después (1657) por el tratado de Weslan hacer inde-
pendiente á la Prusia de la soberanía que venía
ejerciendo sobre ella la Polonia desde los tiempos
del emperador Segismundo. Por otra parte, acogió
en sus Estados á los protestantes expulsados de
Francia por Luis X I V , favoreció el comercio y la i n -
dustria, y levantó un ejército considerable, mejor
equipado y armado que los de las grandes potencias
de Europa.
2. Federico I, rey de P r u s i a . A Federico Gui-
llermo sucedió su hijo Federico III como Elector de
Brandeburgo y duque de Prusia. Tomó parte en las
guerras de Luis X I V en favor del emperador, á
quien compró por seis millones el título de rey, co-
ronándose por sus propias manos en Kenigsberg
(1701) y tomando como tal el nombre de Federico I.
E n su tiempo se acrecentaron los dominios de la
Prusia por herencia de Guillermo III, rey de Inglate-
rra, y por haber elegido los suizos á Federico prín-
cipes de Neuchatel: prosperaron las artes y las le-
tras, fundándose las universidades de Halle y de
Berlín, que presidió Leibnitz.
Federico murió en 1713, y mes y medio después
todas las naciones de Europa reconocieron al rey de
Prusia en el tratado de Utrech, excepto el Papa y
los caballeros teutones.
3. Federico Guillermo I, el rey sargento. Así
como Federico I gastó sumas inmensas en copiar el
fausto y la pompa de la corte de Luis X I V para
acostumbrar á sus súditos al brillo de la monarquía,
su hijo y sucesor Federico Guillermo I, procuró
principalmente desenvolver las fuerzas militares, su-
jetándolas á una severa disciplina. Rechazando toda
apariencia de lujo y boato, vivia con la mayor senci-
—395—

Hez, obligando á los d e m á s á v i v i r de l a m i s m a m a -


nera.
E n su tiempo l a P r u s i a v i n o á ser u n campamen-
to, y Berlin u n cuartel. Su ocupación constante fué
adiestrar por s í mismo á sus soldados, p r i n c i p a l -
mente al cuerpo escogido de los granaderos, forma-
do de los hombres de m á s estatura de su reino y
de los p a í s e s vecinos, e n s e ñ á n d o l e s las maniobras
de l a g u e r r a , y c a s t i g á n d o l o s á veces con el palo
por las faltas m á s insignificantes, por lo cual mere-
ció el nombre de r e y sargento.
E n g u e r r a con los suecos a d q u i r i ó Federico G u i -
llermo por seis millones la ciudad de Stettín y casi
toda l a Pomerania; y aun p e n s ó en el reparto de P o -
l o n i a , que se r e a l i z ó a l g ú n tiempo d e s p u é s . P r o t e g i ó
l a a g r i c u l t u r a y el comercio, y a c o g i ó en su reino á
los protestantes desterrados de todas las naciones.
P o r estos medios, y gobernando en su reino con l a
m i s m a severidad que s i fuese u n regimiento, dejó
a l morir (1740) u n ejército perfectamente organizado
y grandes riquezas atesoradas por sus e c o n o m í a s en
los veinte y siete a ñ o s que d u r ó su reinado.
4. F e d e r i c o I I : su c a r á c t e r . Con g r a n disgusto
de su padre, F e d e r i c o I I h a b í a pasado los a ñ o s de
su j u v e n t u d dedicado á c u l t i v a r las letras y las ar-
tes, relacionado con los principales escritores y filó-
sofos franceses. P o r esta diferencia de caracteres,
se suscitaron serias desavenencias entre e l Padre y
el hijo, en las que tratando Federico de h u i r de P r u -
s i a , fueron descubiertos sus intentos, y condenado
á muerte, c u y a pena se le c o n m u t ó por la de p r i s i ó n
e n el castillo de K u s t r i n , desde c u y a fortaleza p r e -
s e n c i ó l a ejecución de su amigo K a t t e , sufriendo
penas severas los d e m á s c ó m p l i c e s .
Bajo sus aficiones literarias y musicales encerra-
ba Federico II u n genio de p r i m e r orden. Dedicó to-
da s u a c t i v i d a d y su constancia, sus pensamientos
—396—
y su vida entera á un solo objeto, el engrandeci-
miento de la Prusia. Entusiasta d é l a filosofía mate-
rialista francesa de su tiempo, discípulo y admira-
dor de Voltaire, verdadero representante de las
ideas y de los vicios de su siglo, estaba sin embargo
adornado do una extraordinaria actividad de espíri-
tu y de cuerpo, y muy principalmente de una ener-
gía de voluntad tan grande, que le hizo vencer todos
los obstáculos y salir triunfante en todas sus empre-
sas. A estas cualidades, y á este carácter, debió Fe-
derico su gloria y su grandeza; y por ellas hizo de
la Prusia una de las primeras naciones de Europa.
5. Guerra de sucesión de A u s t r i a . Los grandes
talentos de Federico II y el brillante ejército que su
padre le había dejado, encontraron bien pronto un
vasto campo para manifestar su actividad, causan-
do el uno y el otro la admiración de Europa, en la
guerra de sucesión austríaca.
Alegando ciertos derechos á la Silesia ocupada
por Austria, Federico se declaró en contra de Maria
Teresa, y en favor del pretendiente Garlos Alberto
y de Augusto de Sajonia que reclamaba la Moravia.
Mucho antes que los demás aliados pensasen en to-
mar las armas, Federico, arreglados sigilosamente
todos los preparativos, penetró con su ejército en
Silesia, conquistándola en pocas semanas. La em-
peratriz mandó contra el rey de Prusia nn ejército
que fué derrotado en la batalla de Molvitz (1741);
al año siguiente penetraron los prusianos en Mora-
via, vencieron nuevamente á los austríacos en la
batalla de Czarlau, obligando á María Teresa á fir-
mar el tratado de Berlin, por el cual cedía la Silesia
á la Prusia, separándose esta potencia de la liga
contra el Austria.
Federico, celoso de los triunfos del Austria sobre
los aliados, se unió nuevamente á estos y penetró
en la Bohemia: derrotó á los sajones en Kesseldorf,
—397—
apoderándose de la Sajonia, obligando otra vez á
María Teresa á confirmarle la cesión de la Silesia,
ratificándola después por el tratado de Aquisgran
(1748).
6. Guerras de Siete años. Si en la guerra de
sucesión de Austria se ventilaban intereses ajenos
á la Prusia, no a s í en la de Siete años, promovida
por el Austria con motivo de la posesión de la Sile-
sia, y por la envidia de las otras naciones á la gran-
deza de la Prusia y á la gloria de Federico. En esta
guerra la Prusia tuvo por aliada á Inglaterra por
sus posesiones de Hannover, y por su enemistad
con la Francia, que se había unido con Rusia, Sue-
cia y Sajonia en favor del Austria, y con el fin de
despojar á Federico de todas sus conquistas y dejar-
lo reducido á su electorado de Brandeburgo. E l rey
de Prusia, á quién ya daban el nombre de Federico
el Grande, tuvo pues, que combatir en el conti-
nente él solo contra todas las naciones.
Sabiendo Federico que por el tratado de Versalles
las potencias aliadas trataban de repartirse sus Es-
tados, de improviso y sin declaración de guerra, pe-
netró en la Sajonia, derrotó á los austríacos y á los
sajones, se apoderó de todo el país y entró en Dres-
de, abandonada por el Elector. Pasó enseguida á la
Bohemia y volvió á derrotar á los austríacos en la
sangrienta batalla de Praga (1757). La fortuna cam-
bió á poco en contra de Federico, que fué á su vez
derrotado en Kollín, cerca de Praga, por los aus-
triacos; y viéndose poco después rodeado por los ejér-
citos de Austria, Rusia, Suecia y Francia, pidió la
paz, que le negaron los aliados, tomando por esta
causa la desesperada resolución de vencer ó morir.
E n tan críticas circunstancias se dió la batalla de
Mosbach, en la que el gran Federico con 25,000 hom-
bres, derrotó completamente el ejército franco-Ale-
mán compuesto de 50,000, quedando en su poder la
—398—
Sajonia, y con una nueva victoria sobre los austria-
cos en Lissa, se hizo dueño de la Silesia.
No por esto coHsiguió el rey de Prusia desanimar
á los aliados: Austria y Rusia le atacaron con nue-
vos ejércitos, y aunque sobre la primera alcanzó la
gloriosa victoria de Leuthén, y otra más importan-
te en Zorndorf sohve la segunda, al fin Federico
fué derrotado y su ejército destruido por los rusos
en la sanguienta batalla de Kunersdorf, debiendo
únicamente la salvación de su reino á la desunión
de sus enemigos, abandonando la Rusia á la muerte
de la Kzarina Isabel, la alianza austriaca, declarán-
dose neutral en la contienda Catalina II.
7. F i n y consecuencias de la guerra de Siete
años. Gansadas las potencias de tan larga y san-
grienta lucha, la Rusia y la Suecia firmaron el tra-
tado de San Petersburgo, y el Austria y la Sajonia
el de Hubertsburgo, ambos con la Prusia, conser-
vando esta la Silesia, y restableciendo las cosas al
estado que tenían antes de la guerra. A l mismo
tiempo firmaron Francia é Inglaterra el tratado de
París, quedando terminada la guerra de Siete años.
E l resultado de aquella guerra en cuanto á las
potencias principalmente interesadas, fué la humi-
llación y ruina del Austria, que perdió para siempre
la preponderancia que venía ejerciendo en Europa
desde Garlos V ; y el engrandecimiento de la Prusia,
trasformada por las victorias de Federico II en
una de las primeras potencias de Europa. E l héroe
de la guerra y de aquel siglo fué el rey de la Prusia;
pero esta potencia perdió también en aquella gue-
rra su agricultura, su industria y su comercio, y
toda la prosperidad del reinado anterior, quedando
el país convertido en un desierto, y los pueblos en
la miseria.
Los protestantes encontraron en Federico un pro-
tector y tuvieron desde entóneos en la Prusia una
—399—
potencia defensora de sus ideas é intereses; equi-
librándose de esta manera con los católicos, que ve-
nían disfrutando de iguales ventajas con el Austria.
Por estos medios la Alemania quedó completamente
dividida, pero en cambio se consolidó la paz, tan de-
seada desde la Reforma.
8. Últimos años de Federico I I . Repartición de
Polonia. Después de la guerra de Siete años, los
acontecimientos más importantes del reinado de Fe-
derico II fueron, el p r i m e r reparto de la Polonia,
(1772) entre Rusia, Austria y Prusia, obteniendo es-
ta última la Prusia real, y una parte de la Gran Po-
lonia.
A la muerte del Elector de Baviera sin sucesión,
el Austria se propuso recojer su herencia, á fin de
tener reunidos todos sus dominios en el Mediodía
de la Alemania, desde el Rín hasta Turquía; pero
Federico II se opuso á estos proyectos ambiciosos, y
apoyado por la Rusia y la Francia obligó al Austria,
por el tratado de Teschén (1779) á dejar aquellos Es-
tados al duque de Dos Puentes. De esta manera el
rey de Prusia vino á ser el árbitro de la Alemania.
9. Administración de Federico I I . Hemos exa-
minado el reinado de Federico II en el exterior, y
hemos visto que por su gloriosa participación en la
guerra de sucesión de Austria y en la de Siete años,
consiguió hacer de la Prusia una de las primeras
naciones de Europa, y adquirió para sí el renombre
de primer genio de su siglo. Pero antes de concluir
esta lección será justo echar una ojeada sobre su
gobierno interior y sobre las instituciones de que
dotó á la Prusia, mucho más útiles y provechosas
que las victorias alcanzadas sobre sus enemigos.
Aun en medio de sus guerras no olvidó j a m á s el
bien y la prosperidad de sus súbditos; pero m á s
principalmente en los períodos de paz se esforzó por
todos los medios en hacer desaparecer las funestas
—400—
1
consecuencias de aquellas sangrientas luchas. Dedi-
có una protección especial á los filósofos, á los lite-
ratos y á los artistas; desecó terrenos pantanosos,
abrió canales, fundó colonias en la orillas del Oder,
levantó ciudades y favoreció en gran manera la
agricultura, la industria y el comercio. Por último,
en su espíritu reformador, publicó un Código, que
aunque tiene sus defectos, es seguramente una de
las obras más notables de los tiempos modernos.
Por todos estos medios consiguió Federico II resta-
blecer en poco tiempo la prosperidad en sus Esta-
dos, y dejar al morir (1786) un tesoro bien repleto,
y un ejército de 200,000 hombres, mejor equipado y
armado, y sobre todo más disciplinado que todos los
de Europa.
RESÚMEN DE L A LECCIÓN XLÍV.

1. La Prusia fué conquistada y convertida por los caba-


lleros teutónicos. Alberto de Brandeburgo secularizó aquel
ducado. Federico Guillermo, el Gran Elector, obtuvo consi-
derables ventajas en la paz de Wesfalia, se hizo indepen-
diente de Polonia, y dejó su Estado floreciente y un ejérci-
to bien equipado.—2. Federico III adquirió el título de rey
de Prusia, nombrándose como tal Federico I. Aumentó la
prosperidad de este reino, que poco después de su muerte
fué reconocido por las potencias en el tratado de Utrech.
—3. Federico Guillermo, el rey sargento, vivía con la mayor
sencillez, y procuró desarrollar en primer término las fuer-
zas militares. Sacó algunas ventajas de la guerra con Sue-
cia, y dejó al morir grandes riquezas y el ejército más dis-
ciplinado de Europa.—4, E l carácter de Federico II, amante
de los filósofos y literatos, le suscitó algunas desavenencias
con su padre. Dedicó todos los esfuerzos de su vida al en-
grandecimiento de la Prusia; y se distinguió principalmente
por la energía de su voluntad, que le hizo salir triunfante
en todas sus empresas, — 5. Tomando parte en la guerra de
sucesión de Austria en contra de María Teresa, se apoderó
de la Silesia, derrotó á los austríacos en Molwitz y en Czas-
lau, y á los sajones en Kesseldorf, obligando á la emperatriz
:CJ*;'4Ájederlé la Silesia, cuya cesión fué ratificada en el tratado
• //^cle^quísgrán. — 6, En la guerra de Siete años por la pose-
—401—
sión de la Silesia, Federico combatió contra toda Europa.
Se apoderó de Sajonia, derrotó á los austríacos en Praga,
fué vencido en Kollín, y alcanzó una gran victoria en Ros-
bach contra los austríacos y franceses. Mas adelante venció
al Austria y á la Rusia, pero fué derrotado por esta última
en la batalla de Kunersdorf. — 7. Por el tratado de Sanpe-
tersburgo quedó la Silesia en poder de Federico. En aquella
guerra Austria quedó humillada y Prusia engrandecida, lle-
gando á ser una de las primeras potencias de Europa, si
bien aquel país quedó arruinado. La Prusia fué desde en-
tóneos el centro del protestantismo, como Austria lo era del
catolicismo.—8. Federico II intervino en el primer reparto
de Polonia, apoderándose de la Prusia real y parte de la
Gran Polonia; y evitó que Austria se engrandeciera por la
herencia del duque de Baviera.—9. Federico I I protegió las
ciencias y la literatura, la agricultura, industria y comer-
cio, publicó un código de leyes, y promovió portodoslos me-
dios la prosperidad en sus Estados, dejando a l morir gran-
des riquezas y el primer Ójército de Europa, compuesto de
200,000 soldados.

LECCIÓN X L V .

Los Estados del Uíort©. Carlos XIl y Pedro


el Grande.
1. Dinamarca después de la paz de Wesfalia.—2. La Suecia
hasta Carlos XII.—3. Reinado de Carlos XII.—4. L a Sue-
cia hasta la revolución francesa.—5. La Rusia hasta ¡Pe-
dro el Grande.—6. Carácter y condiciones de Pedrq el
Grande.—7. Sus reformas.—S. Guerra con Garlos
'batalla de Pültawa.—9. Campaña del Pruth.-10. Ult
años de Pedro el Grande', sus sucesores hasta Catalin
1. Dinamarca después de l a p a z de Wesfa>
l i a . L a desgraciada intervención de Cristián I V
en el segundo período de l a guerra de Treinta años
terminó en la paz de Lubec (1629) recobrando Dina-
marca las provincias de que se habían apoderado
los imperiales^ pero prometiendo no mezclarse en
los asuntos de Alemania. Así es que en la paz de
Wesfalia no sacó ventaja alguna n i aun se contó
con ella al repartir los despojos del vencido. / C '
—402—
En el interior Cristián IV despojó á la nobleza de
sus libertades y privilegios, y favoreció la instruc-
ción, la industria y el comercio. Sucedióle su hijo
Federico I I I (1648) que con la ayuda del clero y de
la clase media, estableció la monarquía absoluta,
haciéndola hereditaria en su familia, pero en guerra
con Suecia perdió una parte de Noruega. Su hijo
Cristián V (1670) continuó l a política de su padre,
consolidándose en su tiempo el gobierno absoluto.
Federico I V (1699) sostuvo larga guerra con Garlos
X I I de Suecia, pero no pudo recuperar los territo-
rios perdidos en Noruega; sin embargo, por su bue-
na administración, aumentó la prosperidad de Di-
namarca y las riquezas del tesoro.
E n tiempo de Cristián F I (1730) entraron á for-
mar parte de la monarquía el Holstein y Schelewich.
Le sucedió su hijo Federico F (1746) que hizo flo-
recer las artes de la paz, protegiendo la instrucción
é introduciendo útiles reformas sociales que engran-
decieron la Dinamarca. Por último, Cristian V I I
entregó las riendas del gobierno á su mujer Caroli-
na, que con el ministro Struensee introdugeron
grandes reformas en el gobierno y en la sociedad;
divorciado más adelante de Carolina por las relacio-
nes íntimas que esta sostenía con el ministro, en-
tró á gobernar el príncipe Federico, que favoreció
las ciencias, la agricultura, industria y comercio.
2. L a Suecia hasta Carlos X I I . L a participa-
ción de Gustavo Adolfo en la guerra de Treinta
años dió'á la Suecia la preponderancia sobre las na-
ciones del Norte, obteniendo en la paz de Wesfalia
las bocas'del Weser, del Elba y del Oder, y con los
demás dominios que ya le pertenecían en las orillas
del mar Báltico, vino este á quedar como un. lago
sueco, adquiriéndose de esta manera la enemistad
de todos los pueblos circunvecinos que habían sido
despojados, y la de aquellos que por su posición es-
—403—
taban llamados también á participar en la domina-
ción del Báltico: tales eran Dinamarca, la casa de
Brandeburgo, Polonia y Rusia.
A Gustavo Adolfo había sucedido (1632) su hija,
la célebre Cristina de Suecia, en cuyo reinado con-
tinuaron los suecos la guerra de Treinta años, ob-
teniendo grandes ventajas en la paz de Wesfalia.
Amante de las artes y las ciencias, reuniendo en
su corte á los sabios más eminentes de su tiempo,
Grocio, Descartes, etc., esforzándose por introducir
en su reino la cultura y la civilización extrajera, y
disgustada de los negocios públicos que le privaban
de entregarse por completo á sus aficiones litera-
rias, renunció la corona en su primo Cárlos Gustavo
(1654), se hizo católica, y fué á establecerse en Ro-
ma, donde acabó sus días, después de haber inten-
tado en vano por dos veces recobrar el trono de
Suecia, y una el de Polonia.
Carlos Gustavo, con el nombre de Garlos X , in-
vadió y conquistó la Polonia, que tuvo que abando-
nar por la intervención de la Rusia. Dirigióse con-
tra Dinamarca, y se hizo ceder algunas provincias
y una parte de la Noruega; y cuando acariciaba
grandes proyectos de conquistas lejanas, le sorpren-
dió la muerte (1660), dejando á su hijo Carlos X I
de edad de cinco anos, y la Suecia envuelta en gue-
rras con Dinamarca, el Imperio, la Polonia y la Ru-
sia. La regencia que gobernó durante la menor
edad del rey, consiguió con habilidad y energía ter-
minar aquellas luchas, estipulando con los enemigos
tratados ventajosos, que elevaron á su apogeo la
grandeza de Suecia. En su tiempo fueron abolidos
los privilegios de la nobleza, y se proclamó la mo-
narquía absoluta, valiéndose este rey de su gran po-
der para restablecer el orden en la administra-
ción, y reorganizar la marina, consiguiendo librar
á sus pueblos de toda clase de impuestos, excepto
en los casos extraordinarios.
—404—
3. Carlos X I I . A l advenimiento de Garlos XII
(1697) era todavía la Suecia la primera entre las
naciones del Norte; pero las continuas guerras de
este monarca le hicieron perder esa supremacía, que
pasó á la Rusia.
Aprovechando los pocos años del nuevo rey, le
declararon la guerra la Dinamarca, la Polonia y la
Rusia. Con una rapidez increíble triunfó Garlos XII
de la primera, alcanzó una gloriosa victoria en N a r -
va sobre los rusos, y destronó al rey de Polonia A u -
gusto de Sajonia, sústituyóndole con Estanislao L e -
chzinski,
Carlos hizo alianza con Mazepa, hetmán ó jefe su-
premo de los cosacos de la Ukrania, contra Pedro el
Grande de Rusia; pero fué derrotado por este en la
sangrienta batalla de Pultawa (4709) perdiendo to-
do su ejército, y huyendo difícilmente con 500 caba-
llos hacia Turquía. A la noticia de esta derrota, los
enemigos de la Suecia se apoderaron de varias pro-
vincias del litoral del Báltico; pero Garlos consiguió
armarlos turcos contra la Rusia, y en la campaña
del Pruth, Pedro el Grande, envuelto por 200,000 ene-
migos, solo debió su salvación á su mujer Catalina,
que consiguió concertar la paz con el gran visir.
Carlos, refugiado en Bender, solo con^ sus criados
se defendió contra un ejército turco que intentó ha-
cerle abandonar los dominios del sultán. Por fin se
decidió á partir; atravesando toda la Alemania, llego
á Stralsinud, sitiada y arruinada por los rusos y da-
deses, pasando de aquí á Suecia. Deseando tomar
venganza de sus enemigos, levantó precipitadamen-
te un ejército, con el cual puso sitio á la ciudad da-
nesa de Frederikshall sitiada en los montes helados
de Noruega, donde perdió la vida (1718).
Con la muerte de Carlos X U concluyó la prepon-
derancia de Suecia, que vió p a s a r á poder de sus
enemigos todas sus posesiones en las orillas meri-
—405—
dionales y orientales del Báltico, firmando la paz
de Nystadt con la Rusia, cediéndole la Livonia, Bsn
tonia, Ingria y Carelia.
4. LQ Suecia hasta la revolución francesa. Su-
cedió á Garlos X I I su hermana Vírica Leonor, que
asoció en el trono á su esposo Federico de Hesse-
Cassel. E n este reinado fué decapitado el célebre
GortZj ministro del rey anterior, y la nobleza reco-
bró su preponderancia, cediendo á las naciones ene-
migas todas las posesiones de Suecia, fuera de l a
Península Escandinavia. E l poder de la aristocra-
cia llegó á ser absoluto en el reinado de Adolfo Fe-r
derico, de la casa de Holstein (1751) que tomó parte
en la guerra de Siete años, á favor de su cuñado
Federico II de Prusia. Su hijo y sucesor Gustavo III
(1771) consiguió sobreponerse á la aristocracia y
restablecer el poder absoluto; favoreció las letras y
las ciencias, distinguiéndose en su tiempo el célebre
naturalista Linneo. En sus últimos años Gustavo III,
unido con la Rusia, declaró la guerra á la Francia
revolucionaria.
5. L a Rusia hasta Pedro el Grande. A l comen-
zar el tercer período de la Edad moderna ocupaba el
trono de Rusia Alejo I, hijo de Miguel III, el funda-
dor de la dinastía de los Romanow. Procuró seguir
la política de su padre, consiguiendo derrotar á los
polacos, y tener á raya la ambición de la nobleza;
pero alcanzó más celebridad su reinado, por haber
protegido con decidido empeño el desarrollo de la
cultura y las artes de la civilización; y sobre todo
por haber reunido en un solo cuerpo de leyes las di-
versas costumbres vigentes en las distintas partes
del imperio, consignando los principios de igualdad
civil y del derecho de gentes.
Su sucesor Fedor III (1676) pasó la mayor parte
de su reinado combatiendo á los turcos, obligándo-
les á evacuar la Ucrania, y pedir la paz; destruyó
—406—
los privilegios de la nobleza, y aseguró por este me-
dio el poder absoluto de la monarquía. Se propuso
continuar las reformas iniciadas por su padre, pero
le sobrevino la muerte antes de poner en ejecución
tales proyectos (1682).
6. C a r á c t e r y condiciones de Pedro el Grande
de Rusia. A l morir Fedor III designó por sucesor
á su hermano Pedro, pero su otra hermana, la am-
biciosa Sofía, hizo proclamar también al imbécil
I v á n V , ambos en menor edad, para gobernar ella
mejor el,imperio dividido, como sucedió por espacio
de ocho años, hasta que Pedro llegó á la mayor
edad. Temiendo el genio y el carácter que comenza-
ba á manifestarse en el jóven Pedro, se propuso con-
cluir con él por medio de una revolución, pero este
condenó á muerte á los sediciosos, encerró en un
convento á Sofía, y consiguió de Iván que hiciese
dimisión del poder.
Por estos medios ocupó el trono de Rusia Pedro I
(1689), cuando ya tenía formado su gran proyecto'
de reformar el imperio, introduciendo en él las cien-
cias y las artes, y todos los elementos de civiliza-
ción que poseían las naciones occidentales, en los
cuales había sido iniciado por el ginebrino Lefort.
L a barbarie de los rusos, entóneos más asiáticos
que europeos, era un grave inconveniente para la
realización ele los planes del emperador, pero la ac-
tividad de este, su deseo insaciable de aprender y la
perseverancia nunca desmentida de su carácter, le
hicieron triunfar de todos los obstáculos, consi-
guiendo al fin arrancar á su nación de la ignoran-
cia, y hacerla entrar en la sociedad europea. Nin-
guno de los elementos de grandeza de las naciones
occidentales existía en Rusia, y Pedro I tuvo que
crearlos; comenzando por la organización del ejér-
cito y la creación de una escuadra, llevadas á cabo
bajo la dirección de Lefort, á quien nombró general
y almirante.
—407—
7. Reformas de Pedro el Grande. Antes de em-
prender de lleno las reformas en su patria, Pedro el
Grande se propuso conocer la civilización occiden-
tal; y después de mandar muchos nobles rusos á
instruirse en el extranjero, él mismo se agregó á
una embajada, visitó la Holanda, estableciéndose en
Saardam, donde trabajando como un simple obrero,
aprendió el oficio de carpintero de buques, y se ins-
truyó en la física y en las matemáticas; pasó des-
pués á Inglaterra para estudiar los progresos de la
industria manufacturera, y atravesó la Alemania
para conocer la organización y la disciplina militar.
Guando regresó á Rusia se hizo acompañar por obre-
ros de todos los oficios y maestros de todas las cien-
cias, con el ánimo de implantar allí la civilización
europea. Durante estos viajes, los rusos, excitados
por su hermana Sofía, se sublevaron contra sus re-
formas, tenidas por sacrilegas é impías; pero fue-
ron vencidos y decapitados más de 5.000, teniendo
la misma suerte otro levantamiento de los cosacos
en Azof. Consternados los rusos por la crueldad de
estos castigos, aceptaron sumisos todas las reformas
que les impuso el emperador.
Como en Rusia todo estaba por hacer, el empera-
dor tuvo que hacerlo todo. Pedro se proclamó jefe
de la religión, sometiendo á su autoridad al clero,
que era el elemento más temible en Rusia. Limitó
los privilegios de la nobleza, y la autoridad absoluta
de los gobernadores/Prohibió las costumbres y los
trajes asiáticos, sustituyéndolos por los europeos.
Organizó sus tropas como las alemanas; y estable-
ció industrias, y abrió canales, y llevó su afición
á las cosas de Europa hasta el punto de ordenar que
el año comenzase en 1.° de Enero, en vez de 1.° de
Setiembre como sucedía hasta entonces.
Con todas estas reformas llevadas á cabo con una
constancia á toda prueba, Pedro I creó un ejército,
—408—
y una escuadra, dispuestos á entrar en lucha con
las naciones circunvecinas.
8. Guerra con Carlos X I I . Batalla de Fultawoa.
El pensamiento constante de Pedro el Grande fué el
engrandecimiento de la Rusia; y para realizarlo ne-
cesitaba en primer término aproximar su nación á
las naciones civilizadas de Europa, y en segundo
quitar á la Suécia la preponderancia que venía ejer-
ciendo en el Norte desde la paz de Wesfalia.
Para conseguir lo primero, se propuso abandonar
la capital de Moscou, por estar demasiado lejana de
los pueblos civilizados y ser á un tiempo una ciudad
asiática más que europea; y fundó la ciudad de
Sanpetersburgo (1703) en el golfo de Finlandia, en
la embocadura del Neva, haciéndola capital de su
imperio, puerto para su naciente marina, y con fá-
ciles comunicaciones con las naciones occidentales.
Para realizar su segundo proyecto de apoderarse
de todas las costas orientales del Báltico que perte-
necían á Suecia, y acabar de esta manera con la pre-
ponderancia de esta nación en el Norte, hizo alianza
con los reyes de Dinamarca y de Polonia y declaró
la guerra á Garlos XII. La primera campaña fué des-
graciada para Pedro el Grande, cuyo ejército de
30.000 hombres tuvo qne rendirse en Narva al rey
de Suecia, que solo tenía 8.000. Afortunadamente
para el Czar, Cárlos XII, orgulloso de la facilidad de
esta victoria, despreció á los rusos y á Pedro, y
abandonando la Rusia se encaminó contra el rey de
Polonia, cuya guerra le ocupó cinco años.
El descalabro de Narva no hizo desmayar á Pedro
el Grande. Mientras su enemigo pasaba el tiempo
en los asuntos de Polonia, él trabajaba sin descanso
para crearse un ejército bien equipado y disciplina-
do y una armada capaz de competir con la sueca.
Sus generales se apoderaron de Narva y otras pla-
zas, vengando así la derrota anterior; y Carlos XII
' —409—
se decide por fin á concluir con la Rusia y dictar l a
paz á su enemigo en Moscou. Sin embargo, inten-
tando reunirse con Mazepa, sin poderlo conseguir,
se dirigió al Mediodía, encontrándose aislado y sin
recursos en los deciertos de la Ucrania. Allí vino á
atacarle Pedro el Grande en Pultawa (1709) per-
diendo el rey de Suecla todo su ejército, teniendo
que refugiarse en Turquía con solos 500 caballos.
E n esta batalla concluyó el poderlo de Suecia, reco-
giendo desde entóneos la Rusia la supremacía entre
las naciones del Norte, y apoderándose Pedro el
Grande de la Libonia y otras provincias del Báltico.
9. Campaña del Pruth. Mientras los enemigos
de Suecia recobraban las provincias que les habían
sido conquistadas, Gárlos X I I consiguió, interesar
en su causa al Sultán, que mandó al gran Visir con
150.000 hombres á la Moldavia para hacer la guerra
á la Rusia. Pedro el Grande salió al encuentro de
los turcos en las orillas del Pruth; pero envuelto por
los enemigos, sin víveres y sin esperanza de auxi-
lios, hubiera tenido que rendirse, perdiendo así el
fruto de su laboriosa carrera, y la esperanza de plan-
tear sus reformas, volviendo la Rusia á la oscuri-
dad de donde él le había sacado,
" E n tan crítica situación, ía emperatriz Catalina,
joven esclava, elevada por Pedro el Grande m
rango de Czarina» salvó á su marido y á la Rus|a,
presentándose al gran visir, y consiguiendo á fuer-
za dei ricos presentes comprar la- paz, por la que
dro pudo volver en libertad á Rusia, cediendo á
Turquía los puertos de Azof y Tangarok.
Después de estos acontecimientos, la escuadra ru-
sa venció por primera vez á la sueca, y á l a muerte
de Garlos X I I se hizo ceder Pedro el Grande, por el
tratado de Nystadf, todos los territorios del golfo de
Riga y del de Finlandia.
10. Útimos años del reinado de Pedro él Gran-
52
—410—
de: sus sucesores. Cuando Pedro el Grande se vio
libre de la guerra de Suecia,, emprendió un nuevo
viaje por Europa, y aunque lo hizo como soberano,
acompañado de su mujer Catalina, se ocupó más
principalmente en lo que podía ser útil á su país.
A su regreso á Rusia, murió violentamente su hijo
Alejo, tal vez sacrificado por Pedro, por no encontrar
en él las condiciones necesarias para sucederle. E l
Czar tomó el título de emperador, y consiguió que
la Persia le cediera varias provincias.
Por último, antes de su muerte (1725) Pedro el
Grande publicó un código de leyes, y terminó la or-
ganización política absoluta del imperio. Le sucedió
su mujer Catalina I, que continuó en el exterior la
misma política, interviniendo en los asuntos de Eu-
ropa, y uniéndose por el tratado de Viena con el
Austria, la Prusia y después con España; y en el in-
terior el ministro y favorito Menzicof completó las
reformas de Pedro el Grande.
Dos años después murió Catalina (1727) sucedién-
dole Pedro II, hijo del desgraciado Alejo, gobernan-
do durante su menor edad el favorito Menzicof, que
por sus pretensiones y por su atrevimiento, fué
desterrado á Siberia. Muerto Pedro II á la edad de
quince años (1730) le sucedió la Czarina Ana, qife
entregó toda la autoridad á su favorito Biren, mien-
tras que el general Munich rechazó á los tártaros,
y se apoderó de las plazas de Crimea cedidas á los
turcos, imponiéndoles la paz de Belgrado (1739) que
vino á recompensar la desgraciada paz del Prnth.
Después del breve reinado de Iván I V , durante
el cual Biren fué desterrado á Siberia por Munich,
á donde este le siguió más adelante, ocupó ertrono
Isabel (1741) que á pesar de sus costumbres corrom-
pidas, supo gobernar con gloria y continuar las re-
formas de Pedro el Grande. Tomó parte en la guerra
de sucesión de Austria y en la de Siete años, á fa-
— ^ l i -
vor de María Teresa; fundó la Universidad de Mos-
cou y la Academia de Bellas Artes de Sanpetersbur-
go, suprimió de hecho la pena de muerte, y prote-
gió por todos los medios el desarrollo de la civili-
zación.
RESÚMEN DE L A LECCIÓN X L V .

1. Cristián I V de Dinamarca no sacó ventaja alguna de la


paz de Wesfalia; pero en el interior quitó los privilegios á
la nobleza, y favoreció la civilización. Federico III estable-
ció la monarquía absoluta, y perdió una parte de la Norue-
ga, de que se apoderó la Suecia. Cristian V continuó la polí-
tica de su padre; Federico IV sostuvo guerra con Carlos XII,
y aumentó la prosperidad de su reino. Cristián V I , Federi-
co V y Cristian V I I continuaron introduciendo grandes re-
formas sociales y políticas. —2. Por la paz de Wesfalia ob-
tuvo Suecia la preponderancia sobre las naciones del Nor-
te. La reina Cristina, aficionada á la literatura, renunció el
trono en Carlos Gustavo, ó Carlos X , que adquirió parte de
Noruega: en tiempo de Carlos X I se estableció la monar-
quía absoluta, llegando á su apogeo la grandeza de Suecia.
3. Carlos XII triunfó en breve tiempo de la Dinamarca, de-
rrotó á los rusos en Narva y destronó al rey de Polonia; pe-
ro fué vencido por Pedro el Grande en Pultawa, huyendo
casi solo 4 Turquía.Por sus excitaciones tuvo lugar la
campaña del Pruth, tan comprometida para el emperador
de Rusia. Obligado á abandonar la Turquía, atravesó la Ale-
mania, tocó en Stralsund, volvió á Suecia, y perdió la vida
sitiando una ciudad de Noruega.—4. En el reinado de Leonor
recobró la nobleza su antigua influencia, y la Suecia perdió
todas sus posesiones fuera de la Península Escandinavia.
Adolfo Federico tuvo que tolerar el mayor encumbramiento
de la aristocracia. Gustavo III recobró el poder absoluto, y
favoreció las ciencias y las letras.—5. Alejo I,Romanow, de-
rrotó á los polacos, tuvo á raya á la nobleza, y favoreció la
civilización. Fedor combatió á los turcos, destruyó los p r i -
vilegios de la nobleza, y restableció el gobierno absoluto. —
6. Pedro I ocupó en menor edad el trono de Rusia, gober-
nando en su nombre su hermana la ambiciosa Sofía. Lle-
gado á mayor edad se propuso introducir en Rusia la civi-
lización europea, salvando para ello grandes obtáculospor
su actividad incansable, su deseo de aprender y su perse-
verancia nunca desmentida.—7. Mandó muchos jóvenes de
—412—
l a nobleza á instruirse en el extranjero; él mismo a p r e n d i ó
en Holanda el oficio de carpintero de buques, y v i s i t ó l a In^.
g l a t e r r a y Alemania. A l regresar á Rusia se p r o c l a m ó jefe
de l a religión y s o m e t i ó a l clero y á l a nobleza, introdu-
ciendo todos los adelantos que h a b í a visto en las naciones
occidentales.—8. F u n d ó l a ciudad de Sanpetersburgo, sobre
el Neva, en el golfo de F i n l a n d i a , haciéndola c a p i t a l de R u -
sia. En guerra con Suecia, los rusos fueron derrotados en
N a r v a , pero m á s adelante Pedro el Grande a l c a n z ó completa
v i c t o r i a en P u l t a w a sobre Cárlos X I I , que h u y ó casi solo á
T u r q u í a , — 9 . P o r instigaciones del r e y de Suecia m a n d ó e l
S u l t á n a l gran V i s i r con un e j é r c i t o numeroso contra Pedro
el Grande, que se e n c o n t r ó envuelto por los turcos en las
orillas del P r u t h , y en una s i t u a c i ó n desesperada, debiendo
su s a l v a c i ó n á l a e m p e r a t r i z Catalina, que consiguió c o m p r a r
l a paz al V i s i r . — 1 0 . Pedro el Grande hizo u n segundo viaje
por las naciones civilizadas; consiguió que la p e r s i a le cedie-
r a v a r i a s p r o v i n c i a s , publicó un código de leyes, y c o m p l e t ó
l a organización del gobierno absoluto. Su v i u d a C a t a l i n a ,
con su favorito Menzicof, continuaron la p o l í t i c a y las refor-
mas de Pedro e l Grande. E n el reinado de Ana fueron v e n c i -
dos los t á r t a r o s y los turcos p o r el general M u n i c h , i m p o -
n i é n d o l e s l a paz de Belgrado; Isabel g o b e r n ó con gloria, á
pesar de sus costumbres corrompidas, y f a v o r e c i ó l a c i v i -
lización.

LECCIÓN X L V I .
Rusia y "Polonia. Catalina II*
l . L a Polonia en el tercer periodo de la Edad moderna.—
2. Vicios de la c o n s t i t u c i ó n polaca.—3. Reinado de Cata"
lina Hde Rusia.-—4:. Primer reparto de Polonia.—o. Re-
formas en Polonia. Nueva guerra con "Rusia; sqg/unda
repartición.—-ñ. Ultima guerra, y reparto definitivo.—7.
Juicio sobre l a r e p a r t i c i ó n de Polonia.—8. Querrás de
Catalina con Suecia y con Turquía.—9. Juicio sobre el
reinado de Catalina II.

1. L a Polonia en él tercer período de l a E a á


moderna. A l comenzar el tercer período de la Edad
moderna, ocupaba el trono de Polonia Juan Casi-
miro, de l a dinastía sueca de Wasa, que recono-
ciendo el derecho de veto individual á los miembros
—413—
de las dietas generales, contribuyó á aumentar el
poder anárquico de la nobleza-polaca. En s u tiempo
los cosacos del mar Negro, protegidos por la Rusia,
se hicieron independientes de Polonia; y el rey de
Suocia, Carlos Gustavo, ó Garlos X , se apoderó de
Varsovia y de Cacrovia, y se hizo dueño de todo el
país; pero Juan Casimiro, aliándose con la Rusia,
con el Imperio, Dinamarca y con el elector de Bran-
deburgo, se puso al frente del ejército, siendo derro-
tado por el rey de Suecia j unto á Varsovia; sin em-
bargo, poco después recobró la Polonia su indepen-
dencia, teniendo que renunciar la soberanía del
ducado de Prusia á favor del elector, y ceder á Sue-
cia por la paz de la Oliva (Danzig) la Livonia y la
Estonia, y Rusia se apoderó del país de los cosacos,
quedando el Drieper como límite con Polonia. Juan
Casimiro renunció la corona de Polonia y se retiró
á un convento de Francia (1668).
Después del breve é insignificante reinado de un
noble de Lituania, llamado Miguel, ocupó el trono
Juan Sobieshi, que aliado con el Emperador comba-
tió á los turcos y les hizo levantar el sitio de Viena;
pero obligado por las disensiones de la nobleza tuvo
que firmar con la Rusia la paz de Moscou, cediendo
la pequeña Rusia, Kiev y Smolenko. A su muerte
(1696) fué elegido rey Augusto 11, elector de Sajo-
nia, comprando por dinero los votos de la nobleza;
firmó la paz de Garlowitz, y aliado con Dinamarca
y con Pedro el Grande contra Garlos X I I , fué des-
tronado por éste, que hizo proclamar rey á Estanis-
lao LezinsM (1704). Después en la batalla de Pul-
tawa recobró Augusto la corona, comenzando en-
tónccs una terrible persecución contra los disiden-
tes, que duró hasta su muerte (1733).
L a dieta polaca eligió á Estanislao LezinsM,
pero tuvo que abandonar su reino por haber sido
proclamado por algunos nobles y bajo la influencia
—414—
de Austria y Rusia, Augusto III, hijo del último rey,
que ejerció una autoridad puramente nominal, lle-
gando á su colmo el desgobierno y el desorden en
la administración. A su muerte (1764) bajo la pre-
sión de Rusia y Prusia, fué elegido Estanislao Po~
niatowsM, antiguo favorito de Catalina II.
2. Vicios de la constitución polaca. Vamos á
examinar la mayor iniquidad política de los tiempos
modernos, el reparto de Polonia entre las naciones
vecinas, Prusia, Austria y Rusia; pero antes debe-
mos conocer el estado interior de aquella nación, que
fué la causa primordial de semejante acontecimien-
to; pues no mueren las naciones, ó por lo menos su
muerte es aparente y momentánea, cuando tienen
condiciones para vivir.
Mientras las demás naciones habían concluido con
las instituciones anárquicas de la Edad media, en-
cumbrando más y más el poder ^absoluto de la mo-
narquía, en Polonia no solo habia conservado la
aristocracia sus privilegios, sino que los habia
aumentado considerablemente á costa de los reyes.
Todo el poder residía en la dieta, compuesta exclusi-
vamente de los nobles; pero sus decisiones se ha-
bían de tomar por unanimidad, puesto que la oposi-
ción de un solo diputado (líberum veto) era bastante
para neutralizar todos los acuerdos: por otra parte,
contra las medidas de la Dieta, aunque se tomasen
por unanimidad, los otros nobles tenían el derecho
de insurreccionarse y combatirlas con las armas en
la mano, si no les eran favorables. Agréguese á esto
que desde el siglo X V I la monarquía se habia he-
cho electiva, prestándose la elección de los reyes á
todas las intrigas extranjeras, aumentando el des-
orden, la debilidad y la confusión; con más, que la
aristocracia ambiciosa habia privado á sus reyes
electivos de todo derecho y autoridad, puesto que ni
podían hacer leyes, ni mandar las tropas, ni admi-
nistrar justicia.
—415—
- o existia, pues, en Polonia más poder político
que la aristocracia, brillante y belicosa á conse-
cuencia de las largas luchas sostenidas en siglos
anteriores con los mogoles, los rusos y los turcos,
pero turbulenta y ambiciosa y sin principiosfijosde
gobierno. Los reyes no tenían valor ni autoridad;
la clase media no existia, y el pueblo vivia en la
servidumbre como en los tiempos feudales. El ejér-
cito continuaba como en plena Edad media, con una
buena caballería, pero careciendo de todos los ade-
lantos que en las otras naciones habían introducido
Gustavo Adolfo, Turena y Federico II. A mayor
abundamiento, las cuestiones religiosas calmadas
en todas partes desde la paz de "Wesfalia, se enco-
naron en Polonia durante el siglo XVIII persiguien-
do á los disidentes, griegos ó luteranos, con el mis-
mo encarnizamiento que dos siglos antes en Ale-
mania, Francia ó Inglaterra.
Con un estado político tan desordenado como en
la Edad media, la nobleza om'nipotente, pero am-
biciosa, fraccionada y dividida, sin clase media, ni
pueblo libre, careciendo de ejércitos disciplinados,
las cuestiones religiosa» enconadas, y además de
todo, careciendo de fronteras naturales que pudie-
ran aislar las miserias de Polonia y constituir una
defensa contra las ambiciones de los extranjeros;
en tales condiciones, no debe extrañar que las po-
tencias limítrofes pensasen sacar partido de las
desdichas de aquella nación, y que sus monarcas
ambiciosos lígr hiciesen girones para repartírsela
como país conquistado. No alabaremos la perfidia y
la crueldad de aquellos monarcas en sus relaciones
con Polonia; pero sí habremos de repetir que Polo-
nia pereció porque no tenia en sí misma elementos
para salvarse.
3. Reinado de Catalina I I ' en Rusia, A la
muerte de Isabel ocupó el trono de Rusia su sobrino
—416—
Pedro III, casado con Catalina, princesa alemana,
mujer de grandes talentos y de una ambición ex-
traordinaria, que á pesar de sus costumbres cor-
rompidas, consiguió destronar á su marido y darle
muerte, ocupando ella su lugar con el nombre de
Catalina I I . A pesar de su condición de extranjera
se atrajo la consideración de sus subditos, respe-
tando sus costumbres, y completó la obra de Pedro
el Grande, haciendo de la Rusia una de las primeras
naciones de Europa.
A la muerté de Augusto III (1763) la dieta de Po-
lonia se dividió en dos partidos, el de los republica-
nos ó patriotas, que rechazaban toda intervención
extranjera, y el monárquico, que para reformar el
gobierno aceptaba esa intervención. A pesar de la
resistencia de los primeros, Catalina II, de acuerdo
con Federico II de Prusia, mandó á Varsovia un
ejército de 40.000 hombres, y bajo la presión de las
bayonetas, fué proclamado rey de Polonia su favo-
rito Estanislao PoniatowsM (1764). Desde entóneos
no vtuvo límites la influencia de Catalina en el go-
bierno de Polonia; y para desorganizar más y m á s
á los partidos, conservó á toda costa la perniciosa
institución del liherum veto.
Para llevar adelante sus proyectos, concedió su
protección á los disidentes perseguidos en los reina-
dos anteriores, y exigió á la dieta que revocara las
leyes dictadas contra ellos. Los obispos se opusie-
ron, y dos de ellos fueron enviados á Siberia. Con
esto los católicos y muchos nobles poicos formaron
Confederación "de B a r (1768) para rechazar la in-
tervención de la Rusia en los asuntos de Polonia;
comienza una guerra de las más sangrientas que
se han conocido, y á petición del senado, vendido á
Catalina, penetran los rusos, los prusianos y los
austríacos, que después de horrores sin Cuento ter-
minan la guerra y se hacen dueños del país.
—417—
4. Primer reparto de Polonia. En tan apura-
da situación la Polonia pidió auxilios á las potencias
europeas, pero ninguna de estas se encontraba en
disposición de prestárselos; Inglaterra porque esta-
ba demasiado ocupada con la insurrección de sus
colonias americanas; Francia por la incapacidad de
sus ministros y la debilidad de su rey; y Austria y
Prusia porque tenían el mismo interés que la Rusia.
Solo el nuncio del Papa defendió, aunque inútilmen-
te, la libertad de Polonia; y la Turquía, que excitada
por Francia, declaró la guerra á Catalina, siendo
derrotados sus ejércitos por los rusos é incendiada
su escuadra, viéndose obligada á Armar un armis-
ticio.
Libre de obstáculos la emperatriz de Rusia, se
convino con María Teresa de Austria y con Federi-
co 11 de Prusia, en dividirse una parte de la Polo-
nia. La dieta, rodeada de soldados extranjeros, tuvo
que aceptar el tratado que le impusieron estas na-
ciones (1773), por el cual obtuvo Catalina extensas
provincias al Este del Dwina y del Dniéper; el Aus-
tria la Galitzia y la Lodomiria; y la Prusia adquirió
la Polonia prusiana y una parte de la Gran Poloni
Consumada la expoliación, las tres potencias renun-
ciaron solemnemente á todas pretensiones sobr^ el
resto de Polonia. j /
5. Reformas en Polonia. Nueva guerra bo^
Rusia, y nueva repartición. Catalina comenzó á
influir de nuevo en los asuntos de Polonia, con oír-
jeto de consumar su desmembración; pero se le
opuso el nuevo rey de Prusia Federico Guillermo,
que acababa de suceder á Federico II, y que se unió
con la Polonia. Los polacos, comprendieron, aunque
tarde, la verdadera causa de sus desgracias, y pro-
mulgaron una constitución, aboliendo el liberum
teto y haciendo el trono hereditario en Poniatowski
y sus descendientes; además se encargó á la dieta
53
—418—
el poder legislativo y se estableció la tolerancia de
cultos y la libertad progresiva de los siervos. Estas
reformas (1791) fueron bien recibidas en toda
Europa, y la misma Catalina, ocultando su disgusto,
les prestó también su aprobación.
Concluida al año siguiente la guerra con Turquía,
la emperatriz de Rusia excitó á sus partidarios de
Polonia á formar la confederación de Targovitz,
con objeto de restablecer la antigua constitución,
prometiéndoles su protección. La dieta contestó á
esta provocación llamando á los polacos á las armas
contra la Rusia, y acudió en demanda de auxilios á
las potencias europeas; pero estas, como la vez an-
terior, se negaron á socorrerla, y Poniatowski fir-
mó un tratado secreto con la Rusia, accediendo á l a s
exigencias de Catalina: la Prusia envió también sus
ejércitos contra Polonia, y la dieta, bajo la presión y
las violencias de las tropas rusas, tuvo que decre-
tar un segundo reparto (1793) por el cual toda la
Gran Polonia quedó unida á la Prusia, y la Rusia se
apoderó de la mitad de la Lituania, la Volinia y la
Podolia. El resto del país formó la república de
Polonia.
6. Ultima guerra con Rusia y partición defini-
tiva de Polonia. Este segundo reparto fué el colmo
de la iniquidad, y los polacos tomaron las armas
para defender el último resto de su independencia.
El noble Kosciusko, al frente de sus compatriotas,
derrotó en los primeros encuentros á los rusos, y
Varsovia arrojó de sus muros á los extranjeros;
péro uniéndose otra vez las tres potencias usurpa-
doras, Kosciusko fué vencido por Somoaroiv en la
batalla de Maciejowice (1794), hecho prisionero y
conducido á Rusia, donde estuvo cautivo hasta la
muerte de Catalina.
El último polaco, como se ha llamado con razón á
Kosciusko, al caer herido pronunció estas célebres
—419—
palabras, ¡Finis Pólonioe!; y en efecto, Soirwarow
mandó quitar la vida á 20.000 habitantes de Praga,
Varsovia tuvo que entregarse, y los defensores de
su independencia fueron deportados á Siberia; Po-
niatowski abdicó la corona por una pensión que le
ofreció y no le cumplió Catalina; y las tres poten-
cias se repartieron definitivamente la Polonia
(1795), obteniendo el Austria los países desde el
Bog al Vístula, la Prusia recibió las provincias á la
izquierda del Vístula; y el resto del territorio quedó
en poder de la Rusia.
Por esta série de iniquidades dejó de existir la
antigua nación de Polonia: sus generosos esfuerzos
para recobrar su independencia (1806, 14, 30 y 66)
no han dado otro resultado que aumentar más y
más el férreo yugo de la Rusia, enemiga de su reli-
gión, de su libertad y de su nombre.
7. Juicio sobre la repartición de Polonia. Aca-
bamos de examinar la desaparición de la Polonia;
por primera vez la historia registra la muerte de
una nacionalidad, crimen horrendo que viola las
leyes divinas y humanas, perpetrado sin más razón
que el abuso de la fuerza sobre la impotencia y la
debilidad: crimen que pesa sobre la memoria de los
monarcas que lo realizaron, y sobre los demás que
lo consintieron: abuso extraordinario de los reyes
absolutos, y que habrá de ser la pieza principal del
proceso del absolutismo.
Ya digimos antes que la causa primordial de la
muerte de Polonia fué su viciosa constitución, su
detestable libertad y su anarquía organizada. La
ambiciosa aristocracia constituía el único elemento
de vida en aquella nación desgraciada; esta aristo-
cracia dió á Polonia épocas de gloria y de grandeza,
sometiendo y domeñando á los pueblos vecinos, y
dilatando considerablemente sus fronteras; pero
esta aristocracia, como todos los gobiernos de su
—420—
género, egoísta y celosa de su poder, impidió á toda
costa el desarrollo de todo otro elemento político que
pudiera hacerle sombra, anulando la monarquía y
manteniendo la clase media en la ignorancia y el
pueblo en la servidumbre. Asi es que cuando aque-
lla nobleza, como todas las instituciones humanas,
se corrompió por el exceso de prosperidad, cuando
por sus divisiones y rivalidades, por su fatal orga-
nización y por sus vicios, y por su tenacidad en sos-
tener la vida antigua y rechazar los adelantos
modernos; cuando por todas estas razones la aristo-
cracia acarreó la disolución física y moral de la
Polonia, y tuvo que desaparecer como todos los go-
biernos envejecidos y gastados, no quedó en aquella
nacionalidad elemento alguno que pudiera sustituir-
la, porque la monarquía se habia hecho imposible
y el pueblo ignorante y esclavo no podia reclamar
las riendas del gobierno: y al hundirse la nobleza
polaca en el abismo de sus iniquidades, arrastró
consigo la vida de Polonia.
La Polonia desapareció del catálogo de las nacio-
nes; pero las naciones no mueren nunca, y Polonia
renacerá, como han vuelto á la vida en nuestros
tiempos la Grecia y la Italia, que se les creia muer-
tas después de tantos siglos. Las naciones que lle-
gan á la vejez y á la decrepitud, si no se regeneran
por sí mismas cuando tienen todavía algún elemen-
to de fuerza y de vitalidad, tienen que desaparecer
de la escena del mundo, sufrir una muerte aparentOi
y buscar su regeneración en la humillación y-en la
desgracia. Esta ha sido la suerte de Polonia.
. 8. Guerras de Catalina I I con Suecia y Tur-
quía. A l mismo tiempo que aumentaba considera-
blemente su imperio por el reparto de Polonia, sos-
tuvo Catalina II guerras afortunadas y más legíti-
mas contra Turquía.
Ya hemos visto que mientras las potencias euro-
—421—
peas sancionaron con su silencio el primer atropello
de Polonia, la Turquía, excitada por la Francia, de-
claró la guerra á la Rusia, siendo derrotados sus
ejércitos é incendiada su escuadra, por lo que tuvo
que pedir un armisticio. Terminado éste, se renova-
ron las hostilidades con ventaja de la Rusia, que
impuso á los otomanos la paz de Kainardji (1774)
obligándoles á reconocer la independencia de Cri-
mea y del Kuban, obteniendo además la libre nave-
gación en el mar Negro, y varias plazas en el
litoral.
Faltando al tratado anterior, Catalina se hizo due-
ña de la Crimea, y más adelante del Kuban, exten-
diendo su protectorado hasta la Georgia en el
Cáucaso: concibió el grandioso proyecto de arrojar
á los turcos de Europa y apoderarse de Constanti-
nopla. Unida con el emperador José 11, comenzó la
guerra con Turquía, y aunque le favoreció la victo-
ria, la alianza de Prusia, Holanda é Inglaterra con
Turquía, le obligó á deponer las armas, aceptando
la paz de Jassy, quedando el Dniéster como frontera
de los dos imperios (1792).
Mientras Catalina triunfaba de la Turquía, tuvo á
la vez que combatir á Gustavo III, que se habia
aliado con los otomanos, y después de algunas bata-
llas navales desgraciadas, aceptó la paz de Verela
(1790).
9. Juicio sobre el reinado de Catalina 11. A l
año siguiente del último reparto de Polonia (1796)
murió Catalina la Grande, ó la Semíramis del Norte,
como la llamaron sus contemporáneos, después de
haber triunfado de todos sus enemigos en el exte-
rior, añadiendo inmensos territorios á su imperio,
y completando la obra de Pedro el Grande de hacer
de la Rusia una de las primeras naciones de Euro-
pa. En el interior presenta su reinado un espec-
táculo repugnante por la corrupción de costumbres
—422—
y por la inmoderada protección que concedió á sus
favoritos Orloff y Potemkin. Sin embargo, era mu-
jer instruida y con grandes dotes de gobierno. E n -
tusiasta de la civilización occidental, sostuvo larga
correspondencia con Voltaire, y con los enciclope-
distas franceses, D'Alembert y Diderot.
Por otra, parte protegió los viajes de descubri-
mientos y las exploraciones científicas: prestó un
apoyo decidido á la agricultura, á la industria y al
comercio, y favoreció el ejército y la marina. L a
misma protección dispensó á las ciencias, á las artes
y á la literatura, creando escuelas, institutos y aca-
demias; fué tolerante con todos los cultos religiosos,
y mejoró la administración civil y judicial. Concibió
otros grandes planes de reformas, que por el estado
de atraso en que se encontraba la Rusia, fueron
abandonados; tales fueron la formación de un Códi-
go con arreglo á las ideas de Montesquieu, y la abo-
lición de la servidumbre. En suma, los pomposos
epítetos que le prodigaron sus contemporáneos, se-
rían merecidos si pudiera suprimirse de su reinado
sus vicios y sus costumbres corrompidas y escan-
dalosas.
RESÚMEN DE LA LECCIÓN X L V I .

1. En tiempo de Juan Casimiro aumentó el poder anár-


quico de la nobleza de la Polonia: los suecos se apoderaron
de casi todo el país, y fueron cedidas varias provincias á
Prusia, Suecia y la Rusia. Juan Sobieski obligó á, los turcos
á levantar el sitio de Viena, y cedió otras provincias á la
Rusia. Augusto II Armó la paz de Carlowitz, y fué destro-
nado por Carlos X I I , sucediéndolé Estanislao Lezinski, á
este Augusto III, y por último, bajo la presión de Rusia fué
elegido Poniatowski.—2. En Polonia conservaba la nobleza
el poder anárquico de la Edad media; los reyes no tenían
prestigio ni autoridad, el pueblo vivía en la servidumbre;
el ejército carecía de la organización moderna; las pasiones
religiosas se habían enconado en los últimos tiempos; y por
último, Polonia no tenia fronteras naturales que la defen-
—423—
diesen contra la ambición de los extranjeros—3. Catalina
II destronó y dió muerte á su marido Pedro III; y consiguió
que su favorito Poniatowski fuese elegido rey de Polonia.
La persecución de los católicos fué causa de la confedera-
ción de Bar, y comenzada la guerra, Rusia, Austria y Pru-
sia se hicieron dueñas de Polonia.—4. Europa permaneció
impasible ante las desgracias de Polonia; y la dieta, rodeada
de soldados extranjeros, tuvo que consentir que las poten-
cias invarosas se repartieran varias provincias.—5. Los
polacos emprendieron aunque tarde saludables reformas; y
oponiéndose Catalina á que se modificara la constitución,
se declaró la guerra, repartiéndose las potencias por se-
gunda vez varias provincias de Polonia.—6. Los polacos
tomaron las armas, pero Kosciusko fué vencido, y los ex-
tranjeros se apoderaron de todo el país, obligando á Ponia-
towski á abdicar la corona, repartiéndose definitivamente
las tres potencias todo el territorio de Polonia, quedando la
mayor parte en poder de Rusia.—7. La muerte de Polonia,
llevada á cabo por los reyes aosolutos, fué causada por el
estado de anarquía en que habia sumido á aquel país el go-
bierno de la aristocracia. Pero Polonia purgará sus vicios y
sus crímenes en la desgracia, y con el tiempo volverá á
constituir una nacionalidad.—8. Catalina II sostuvo guerras
con Turquía, que terminaron por la paz de Jassy, incorpo-
rando á Rusia la Crimea, el Kuban y otros territorios, que-
dando el Dniéster por límite de los dos imperios. La guerra
con Suecia terminó en la paz de Verela.—9. E l reinado de
Catalina II se distingue por sus triunfos continuados sobre
los enemigos exteriores, y por los grandes adelantos en el
interior, tanto en el orden material, como en el intelectual,
pero es digno de reprobación por la corrupción de cos-
tumbres.

LECCIÓN X L V I I .
Turquía é Italia.
1. TURQUÍA. Mahomet I V y Kopro¡i.—2. Decadencia de Tur-
quía. Tratados de Carlowitz y de Passarowitz.—3. L a
Turquía hasta l a revolución francesa.—ITALIA. L a
Sahoya.—S. Génovay Yenecia.—Q. Toscana y Parma.—
7. Estados Pontificios.—8. Ñapóles y el Milanesado.
1. TURQUÍA Mahomet I V y Koproli. L a Tur-
quía habia dejado de ser una potencia terrible para
Europa desde la batalla de Lepante, y se habia de-
_424—
bilitado en el interior por la fatal influencia de los
genízaros, que como los pretoria nos romanos, eleva-
ban y deponían á los sultanes sin otro criterio que
su capricho ó su particular conveniencia.
Los primeros años del reinado de Mahomet I V
(1648) pasaron en completa anarquía, sucediéndose
sin cesar las revoluciones en Gonstantinopla y en
las provincias. Nombrado gran visir, ^ c / m ^ í i i r o p r o -
U pudo contener la ambición de los genízaros,
ocupándolos en guerras extranjeras contra Vene-
cia, renovando los ataques contra Gandia y pene-
trando en Hungría al frente de un ejército de 300.000
hombres. En la batalla de San Gotardo fué derro-
tado el visir por Montecúculli, y tuvo que firmar
una tregua por veinte años.
Dirigióse entóneosKoproli contra Gandia, heróica-
menle defendida durante veinte años por los vene-
cianos, que después de cincuenta y seis asaltos en
que perdieron la vida más de 100.000 otomanos,
consiguieron una honrosa capitulación, entregando
á los enemigos la ciudad convertida en un montón
de ruinas (1669)-
Muerto Koproli, le sucedió en el visirato su yerno
Kara Mustafd, que con un ejército de 200.000 hom-
bres llegó á poner sitio á Viena, siendo derrotado
por el valiente Sobieski, rey de Polonia, dejando en
poder de los cristianos un campamento lleno de r i -
quezas.
2. Decadencia de Turquía. Paz de Carlowitz
y de Passarowifz. Después de la derrota de Viena^
comenzó un período de decadencia en Turquía, du-
rante el cual los visires sucesores de Mustafá tuvie-
ron que limitarse á defender su territorio, invadido
en todas direcciones por los cristianos. E n los bre-
ves reinados de Solimán III (1687) y Achmet II
(1691) los turcos perdieron la Morea, conquistada
por los venecianos, y la Transilvania, cuyo príncipe
—425—
se hizo vasallo del emperador de Alemania; y fue-
ron vencidos en Mohacs y en Salan-Kenem.
En el reinado de Mustafá I I , el príncipe Eugenio
alcanzó una gloriosa victoria sobre los otomanos en
Zenta: dos años después (1699) por la paz de Car-
lowitz, perdió la Puerta sus posesiones en Hungría,
y una parte de la Esclavonia y de Croacia. E n
tiempo de Achmet I I I (1703) la guerra contra el
Austria y contra Venecia terminó por la paz de
Passarowitz (1718) cediendo Belgrado y parte de
Valaquia y de Servia al Austria, y varias plazas de
la Albania á Venecia. Achmet III recibió en sus es-
tados al rey de Suecia, Garlos X I I , fugitivo después
de la batalla de Pultawa; y por sus excitaciones de-
claró la guerra á Pedro el Grande, que se vió en-
vuelto por los turcos en las orillas del Pruth, y debió
su salvación á su mujer Catalina.
3. L a T u r q u í a hasta la revolución francesa.
Mahomet I V (1730) después de varias victorias so- ||
bre los austríacos y los rusos, les obligó á aceptar
la paz de Belgrado (1739), y á devolverle la Servia
y la Valaquia, y todas las conquistas hechas duraáte
la guerra. Este monarca sostuvo largas luchas icoyc
N a d i r , rey de Persia, á cuya muerte se desmembró
este reino. En el reinado de Othmdn I I I (1754| {m
terrible incendio destruyó la mayor parte de Co
tantinopla.
En tiempo de Mustafá I I I (1757) comenzaron las
luchas con Catalina II de Rusia, declarándose la
Puerta aliada de Polonia á consecuencia del primer
repartimiento. Los turcos fueron derrotados en el
Pruth, y su escuadra incendiada por los rusos; m á s
adelante Catalina invadió la Crimea, y las nuevas
victorias de sus generales impusieron á Mustafá l a
paz de K a i n a r d j i (1774) obligándole á reconocer la
independencia de Crimea, que algunos años después
pasó al dominio de la Rusia.

—426—
Los proyectos ambiciosos de Catalina, que preten-
día desmembrar Isi Turquía, como habia hecho con
Polonia, obligaron á Achmet I V (1774) á declarar
la guerra á la Rusia, que se prolongó hasta el rei-
nado de su sucesor Selim J7J (1789). Los turcos
experimentaron grandes derrotas, y tal vez en esta
ocasión hubiera concluido el imperio otomano en
Europa, si la intervención de Federico Guillermo de
Prusia en favor de Turquía, no hubiera obligado a l
emperador José II á devolver sus conquistas, y á
Catalina á firmar la p a z de Jassy (1792) quedando
el Dniéster como frontera entre los dos imperios.
4. ITALIA. L a Sáboya. L a Italia, en el tercer
período de la Edad moderna, continúa fraccionada
en gran número de Estados independientes, y some-
tida á la influencia de España primero, y después
del Austria, que dominaban todavía en sus m á s be-
llos é importantes territorios, la Lombardía y Ña-
póles con Sicilia.
En la parte septentrional, los duques de Saboya y
de Piamonte, tomando parte en las cuestiones de
las grandes potencias, extendieron sus dominios en
Italia, al paso que perdían los de Suiza. A la muer-
te de Carlos Manuel I I (1675) le sucedió Víctor
Amadeo I I , que mezclándose en las guerras de Luis
X I V y en la de sucesión de España, obtuvo por la
paz de Utrech el título de rey de Sicilia, que cambió
á poco por el de Gerdeña. Este soberano procuró
aumentar la prosperidad de su reino, protegiendo
la instrucción, limitando los privilegios de la noble-
za y mejorando la legislación.
En tiempo de su hijo Carlos Manuel I I I (1730)
continuó el engrandecimiento del reino de Gerdeña
por la supresión de los servicios feudales, por la
creación de nuevas y provechosas instituciones, y
por l a adquisición de algunos territorios del ducado
de Milán, á consecuencia de la guerra de sucesión
—427—
de Austria. Su sucesor Víctor Amadeo I I I (1773)
se declaró enemigo de la revolución francesa, y de-
rrotado por Bonaparte, perdió una parte de sus Es-
tados por la paz de París.
5. Génova y Venecia. Las dos célebres repúbli-
cas rivales en la Edad media, continuaron con su
viciosa constitución aristocrática. Génova fué bom-
bardeada por las escuadras de Luis XIV por haber
prestado auxilio á los argelinos contra Francia: en
el interior se encontraba dividida en dos partidos,
uno afecto á España y otro á Francia, La isla de
Córcega, duramente explotada por los comerciantes
genoveses, se sublevó contra sus dominadores,
proclamando rey á un barón alemán con el nombre
de Teodoro I. Génova restableció allí su dominación
con el auxilio de los franceses; pero en una nueva
insurrección promovida por Paoli, las tropas geno-
vesas fueron derrotadas, y Génova cedió aquella
isla á la Francia: después de una lucha desespe-
rada, los patriotas fueron vencidos y la Córcega in-
corporada á la monarquía francesa.
Venecia en lucha con los turcos, perdió la isla de
Candia, cuya capital se resistió heróicamente más
de veinte años contra todo el poder de los otomanos.
Los venecianos obtuvieron en la paz de Carlowitz la
península de Morea, pero la perdieron poco después
por la de Passarowitz, no quedándoles de sus ex-
tensas posesiones de otro tiempo, más que la isla de
Corfú y la Dalmacia. Procuró guardar una neutrali-
dad absoluta entre las potencias vecinas, y conser-
vó de sus antiguas instituciones el tribunal de los
Diez, con su misteriosa y sangrienta jurisdicción.
6. Italia media. Toscana y Parma. En tiempo
de Fernando II (1628) comenzó la decadencia de
Toscana, desorganizada en el interior, y á merced
de los extranjeros, como los demás Estados italia-
nos. Su sucesor Cosme III (1670) aumentó la mise-
—428—
ria de Toscana por sus fastuosas prodigalidades y
por su protección desmedida á los conventos y á los
misioneros. L a familia de los Mediéis, ya degenera-
da, concluyó en Juan Gastón (1723) que favoreció
escandalosamente la corrupción de costumbres en
Toscana.
Francisco Esteban, duque de Lorena y esposo
de la emperatriz María Teresa, heredó el Gran du-
cado, bajo la condición de que no se reuniría con el
imperio; y si bien esto se cumplió, no pudo librarse
de la influencia constante del Austria. Su segundo
hijo y sucesor, Leopoldo (1765) gobernó con acierto,
y restableció la prosperidad y la brillantez de la
época de los Médicis. Dejando la Toscana para ocu-
par el imperio, le sucedió su segundo hijo Fernan-
do José (1780), en cuyo tiempo estalló la revolución
y los franceses se apoderaron del país.
E l ducado de Parma estuvo en poder de la familia
Farnesio, hasta que por el matrimonio de Isabel con
Felipe V , se unió á la corona de España; gobernan-
do allí primero el infante Don Garlos, y después el
infante Don Felipe (1748). Bajo sú hijo y sucesor,
Fernando (1765) prosperó en gran manera aquel
ducado, introduciéndose importantes reformas en la
administración.
7. Estados pontificios. Durante el tercer perío-
do de la Edad moderna, el gobierno del Estado ecle-
siástico fué tan desastroso como en las épocas ante-
riores, así por la decadencia de la agricultura, la
industria y el comercio, como por los onerosos tri-
butos que redujeron el pueblo á la miseria, y por "la
falta de seguridad en las comunicaciones, á causa
de la impunidad de las partidas organizadas de ban-
didos que infestaban el país.
Los Pontífices continuaron protegiendo los estu-
dios, y embelleciendo á Roma con magníficos monu-
mentos; pero desde la paz de Wesfalia perdieron su
—429—
influencia en los asuntos políticos de Europa, viendo
cercenadas sus atribuciones por los príncipes y los
reyes. Inocencio X (1644) fué justiciero, y aumentó
sus Estados á costa del ducado de Parma; Alejan-
dro K//(1665) acogió en el capitolio á Cristina de
Suecia; Inocencio X I (1676) sostuvo con energía
largas querellas con Luis X I V ; Clemente X I (1700)
mejoró la situación moral y material en Roma;
Benedicto X Í V favoreció la instrucción, afirmó la
justicia, protegió el comercio, y por sus virtudes
y por su ciencia, mereció la estimación general,
hasta de los mismos protestantes. íín tiempo de
Clemente X l t l (1758) fueron expulsados los jesuitas
de Portugal y de los países donde dominaban los
Borbones; Clemente X Í V (1769) decretó la supre-
sión de la Compañía de Jesús, y recobró á Aviñon y
Benevento. Pió V I (1774) hizo un viaje á Viena
para apartar á José II del camino de las reformas^
sin conseguir resultado alguno.
8. Ñápales y el Milanesado. L a dominación es-
pañola continuó en el Milanesado y en Ñápeles
hasta la guerra de sucesión. Por el tratado de Utrech
pasó Ñapóles y la isla de Gerdeña, al dominio del
Austria. Algunos años después pasó la Cerdeña á
poder del Piamonte, cediendo en cambio al Austria
la Sicilia, unida desde entóneos con Ñápeles.
Poco más adelante el emperador Carlos V I compró
el reconocimiento de la P r a g m á t i c a Sanción por
Felipe V , cediendo Ñápeles y Sicilia con título de
rey al infante Don Carlos, que tomó el nombre de
Carlos VII. Con la cooperación de su ministro
Tanucci, mejoró la legislación, limitó las inmiini-
dades del clero y los privilegios de la nobleza. Su
hijo y sucesor Fernando I V (1759) inspirado en el
mismo espíritu reformista, expulsó á los jesuitas,
disminuyó el clero y los conventos, y mejoró todos
los ramos de la administración. Estas modificacio-
—430—
nes atrajeron á Tanucci gran n ú m e r o de enemigos,
que al fin le obligaron á dejar el ministerio, cayen-
do con él todas sus reformas y renaciendo todos los
abusos anteriores. E n este reinado los republicanos
franceses se apoderaron de Ñápeles, y Fernando I V
tuvo que huir á Sicilia; pero vivió lo bastante para
volver á ocupar su trono después de la caida de
Napoleón.
E l Milanesado, como Ñápeles, pasó por la paz de
Utrech al dominio del Austria; fué conquistado por
los republicanos franceses, y después de la caida de
Napoleón volvió al poder del Austria, que lo ha con-
servado hasta hace pocos años.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN XLVÍI.

1. Koproli, gran visir de Mahomet IV, pudo contener la


ambición de los genízaros ocupándolos en guerras exterio-
res contra Venecia y Hungría; pero fué derrotado en San
Gotardo por Montecúculli: tomó Candía á los venecianos, y
su yerno y sucesor Kara Mustafá, sitiando á Viena, fué de-
rrotado por Sobieski, rey de Polonia.—2. En los reinados
siguientes los turcos perdieron la Morea y la Transilvania,
fueron derrotados en Zenta por el príncipe Eugenio, y tuvie-
ron que firmar la paz de Carlowitz, y después la de Passa-
rowitz, cediendo varias provincias al Austria y á Venecia.
Achmet III acogió á Carlos X I I , por cuyas excitaciones com-
batió en el Pruth á Pedro el Grande.—3. Mahomet V recobró
las provincias perdidas en el reinado anterior. En guerra
con Catalina de Rusia, Mustafá III sufrió varias derrotas y
tuvo que firmar la paz de Kainardji. Los rusos vencieron
después á los turcos en diferentes batallas, y so firmó la paz
de Jassy, por la intervención de Federico Guillermo de Pru-
sia.—4. Víctor Amadeo II, duque de Saboya, obtuvo por l a
paz de Utrech el título de rey y la isla de Sicilia, cambiada
después por Cerdeña: su hijo Garlos Manuel III engrandeció
el nuevo reino ó introdujo varias reformas. Víctor Amadeo
III combatió y fué derrotado por los revolucionarios fran-
ceses.—5. Génova fué bombardeada por Luis XIV, y perdió
la isla de Córcega, de que se apoderó Francia. Venecia per-
dió la isla de Candía, y después la Morea; conservando de
sus antiguas.posesiones únicamente la Dalmacia y Corfú, y
—431—
procuró mantener la neutralidad entre las potencias veci-
nas.—6. La Toscana decayó considerablemente en tiempo
de los últimos duques de la familia de los Médicis. Francis-
có Estéban de Lorena, esposo de la emperatriz, dió comien-
zo á la nueva dinastía, que consiguió restablecer la prospe-
ridad y la grandeza del tiempo délos Médicis. E l ducado de
Parma, que pertenecía á la familia de Farnesio, fué gober-
nado por los infantes de España Don Carlos y Don Felipe.—
7. En los Estados Pontificios continuó la decadencia del pe-
ríodo anterior. Los Papas favorecieron la instrucción, y
perdieron su influencia política desde la paz de Wesfalia.
Inocencio X I tuvo largas querellas con Luis X I V ; Benedicto
X I V fué estimado hasta por los protestantes, y Clemente
XIV decretó la supresión de los Jesuítas.—8. Ñápeles y S i -
cilia estuvieron en poder de España hasta la guerra de su-
cesión, pasando después á poder del Austria, que tuvo que
cederlos más adelante al infante Don Carlos, en cuyos des-
cendientes se ha conservado esta corona hasta los últimos
años. Don Carlos y su sucesor Fernando IV, con la coopera-
ción del ministro Tanucci, introdujeron grandes reformas,
que desaparecieron poco después. El Milanesado pasó tam-
bién por el tratado de Utrech del dominio de España al de
Austria, que lo ha conservado hasta hace pocos años.

LECCIÓN XLVIII.
E s p a ñ a . Felipe V y Fernando VI. Portugal.
1. Felipe V. —2. Ministerio de Alberoni.— 3. Ministerio de
Riperdd.—k. Conquistas en Italia.— 5. Juicio sobre el rei-
nado de Felipe V, —6. Reinado de Fernando VI. —7. Es-
tado de Portugal en este tiempo.— 8. José l y el marqués
de Pombal.

1. Felipe V. Después de trece años de guerra,


durante los cuales se adquirió Felipe V el dictado de
Animoso, fué reconocido este monarca como rey de
España y de las Indias por las potencias signatarias
del tratado de Utrech, renunciando sus derechos á
la corona de Francia, como nieto que era de Luis
XIV.
Para asegurar el trono de España en su familia
de Borbón, Felipe V pidió y obtuvo en las Cortes
—432—
(1713) el establecimiento de la Ley sálica, por la
cual se establece la sucesión masculina en la coro-
na, excluyendo á las hembras, siempre que haya
varones en la línea directa ó colateral. Poco después
se rindió Barcelona, única plaza que quedaba en la
Península á favor de Garlos de Austria. L a tenaz
resistencia de los catalanes durante diez y seis me-
ses contra las tropas de Felipe V , fué causa para
que este suprimiese los fueros y privilegios de Ca-
taluña, como por motivos semejantes se habían abo-
lido en otro tiempo los de Aragón y Valencia. Las
islas de Mallorca, Ibiza y Formentera se sometieron
también á las armas de Don Felipe, quedando G i -
braltar y Menorca en poder de los ingleses.
2. Ministerio de A Iheroni. Felipe V casó en se-
gundas nupcias con Isabel de Farnesio, heredera
del ducado de Parma. Este matrimonio fué concer-
tado por el abate, Julio Alberoni, con el apoyo de la
célebre princesa de los Ursinos, favorita de Felipe V .
L a nueva reina consiguió que se nombrase á Albe-
roni ministro de Estado; y este hombre, emprende-
dor, atrevido y desleal, se propuso recobrar las pose-
siones de Italia que había perdido España por el tra-
tado de Utrech, y dar á Don Felipe la regencia de
Francia que ejercía el duque de Orleans durante la
menor edad de Luis X V .
Para realizar tan atrevidos planes, las armas es-
pañolas se apoderaron de la isla de Gerdeña, (1717)
y al año siguiente de Sicilia, con lo cual Francia,
Inglaterra, Holanda y Austria formaron la c u á d r u -
ple alianza contra España, y Alberoní, al mismo
tiempo se alió con Carlos X I I de Suecia para opo-
nerlo á la Inglaterra; con Pedro el Grande y con la
Turquía contra el Austria; y tramó la conjuración
de Cellamare en Francia para derrocar al regente,
duque de Orleans. Tan descabellados proyectos no
produjeron los resultados que el ministro se propo-
—433—
nía. L a conspiración en Francia fué descubierta y
castigada; los franceses invadieron la España por
Cataluña y las Provincias Vascongadas, y la escua-
dra española fué derrotada por la inglesa; con lo
que Felipe V , reducido á sus propias fuerzas para
combatir contra toda Europa, tuvo que aceptar la
paz de la H a y a , (1720), devolviendo la Sicilia al
emperador; la isla de Cerdeña quedó en poder del
duque de Saboya, con título de reino; y se dieron
Parma y Toscana al infante de España, Don Garlos,
hijo de la Parmesana. Alberoni, por exigencia es-
pecial de. los aliados, cayó del ministerio y tuvo que
salir del reino, restableciéndose de esta manera la
paz con las potencias extranjeras.
3. Ministerio de R i p e r d á . Disgustado de los
negocios y poseído de una profunda melancolía, Fe-
lipe V renunció la corona en su hijo Luis I, y se re-
tiró al sitio de San Ildefonso, (1724) pero la muerte
prematura de este príncipe en aquel mismo año,
obligó á Don Felipe á tomar otra vez, aunque con
repugnancia, las riendas del gobierno, haciendo que
las cortes de Madrid jurasen como heredero de 1
corona á su segundo hijo Don Fernando.
A pesar del tiempo transcurrido desde el tratado
de Utrech, el emperador Carlos V I , antiguo com
tidor de Don Felipe en la guerra de sucesión, no
bía reconocido todavía al monarca español; y p,
terminar este asunto fué nombrado ministro el ba?
rón de Ripardá, que en pocos dias concluyó con el
príncipe Eugenio el tratado de Viena (1725) por el
cual el Austria reconoció al monarca español, y á
su hijo Don Carlos como heredero de Parma y Tos-
cana; prometiendo en cambio Felipe V reconocer á
María Teresa como sucesora de su padre Carlos V I
en el Imperio. E l resultado de estas negociaciones
elevó la fama y la fortuna de Riperdá, que tuvo que
dejar el ministerio por las exigencias de sus envi-
55
—434—
diosos enemigos, sucediéndole el inteligente y pro-
bo Don José Patino.
4. Conquistas de los españoles en Italia. A la
muerte de Augusto I, rey de Polonia, se disputaron
aquella corona su hijo Federico II, proclamado por
la dieta y protegido por el Emperador, y Estanislao
LeczinsM apoyado por Francia, y España. De aquí
se originó una guerra entre España y el Emperador,
durante la cual los españoles derrotaron á los aus-
tríacos en la batalla de Bitonto, se hicieron dueños
de Ñápeles, donde fué proclamado rey el infante Don
Garlos, que se apoderó de Sicilia poco después, re-
nunciando sus derechos á los ducados de Parma,
Plasencia y Guastalla en favor de los austríacos. Por
la. paz de Viena {1135) fué reconocido Don Garlos
como rey de las Dos Sicilias, con independencia de
España.
A pesar de sus antiguas promesas, Felipe V tornó
parte en la guerra de sucesión de Austria en contra
de María Teresa, la hija y sucesora de Garlos VI; en
este tiempo le sorprendió la muerte dejando el trono
de España á su hijo Fernando VI.
5. Juicio sobre el reinado de Felipe V. Ya he-
mos visto en otra lección cuánta era la decadencia y
el rebajamiento de España en el reinado de Carlos
II; ahora deberemos añadir que aquellos males se
agravaron en los trece años que duró la empeñada
guerra de sucesión. Así se puede comprender cuán
miserable era el estado de España al ocupar el tro-
no la casa de Borbón en la persona de Felipe V .
Con los exiguos recursos que podía prestar entón-
eos nuestra nación, pero con el valor y la fuerza de
voluntad del monarca, salió España de su postra-
ción, realizándose grandes adelantos y progresos en
el interior, y recuperando en parte su antigua in-
fluencia en los asuntos europeos. Felipe V consiguió
reanimar las fuentes de la riqueza pública, favore-
—435—
ciendo la agricultura, la industria y el comercio,
reorganizando la hacienda y la administración, y
creando un ejército y una marina que no existían en
tiempo de Carlos 11. El mismo impulso comunicó Fe-
lipe V á la cultura intelectual, creando nuevas y
útiles instituciones, tomando por modelo las france-
sas, como la Biblioteca real, el Seminario de nobles
y las Academias española y de la Historia.
En el exterior recobró Felipe V la influencia de
España en Italia, se apoderó de Orán y de Mazal-
quivir en la costa de Africa, defendió á Ceuta y con-
servó las colonias americanas contra el poder de In-
glaterra. En suma, durante el reinado de Felide V
renace la vida y el carácter español; y se establecen
los cimientos de nuestra futura grandeza y civili-
zación.
6. Reinado de Fernando VI. Pocos ejemplos
presenta nuestra historia de monarcas que hayan
comprendido tan perfectamente como Fernando VI
los intereses de España, y que hayan dedicado to-
dos sus esfuerzos á labrar la felicidad de la nación.
El fué el primero que, llevado de su carácter bené-
volo y pacífico, abandonó la política aventurera de
sus antecesores, apartándose con decidido empeño
de las guerras que por aquel tiempo tenían lugar en
Europa. Con este propósito influyó cuanto le fué po-
sible para la terminación de la guerra de sucesión
de Austria, que su padre le había legado, firmando
la paz de Aquisgrán (1748), por la que fueron con-
firmados, su hermano Don Carlos en el reino de las
Dos Sicilias, y su otro hermano Don Felipe en los
ducados de Parma, Plasencia y Guastalla. Con el
mismo objeto, rechazó todas las sugestiones de Fran-
cia é Inglaterra, y permaneció neutral en la guerra
dé Siete años; proporcionando de esta manera á Es-
paña una paz inalterable en todo su reinado.
Libre así de cuidados exteriores, Fernando VI
—436—
dedicó toda su actividad y su buen deseo á introdu-
cir mejoras en todos los ramos del gobierno, llevan-
do su espíritu reformador lo mismo á los intereses
materiales que á los morales. Auxiliado por los - ex-
pertos ministros Carvajal y Ensenada, que su padre
le habia dejado, reorganizó la hacienda hasta el pun-
to de pagar las grandes deudas de los reinados an-
teriores, y dejar á su muerte repletas las arcas del
tesoro, un ejército bien equipado y armado y una
marina respetable. Favoreció con medidas acertadas
el desarrollo de la agricultura, de la industria y del
comercio, limitando los privilegios de la Mesta, y
mejorando las comunicaciones del reino. Dió un gran
impulso al estudio de las ciencias naturales y exac-
tas; fundó colegios navales en Cádiz y en el Ferrol,
la Academia de Bellas Artes de Madrid y la de Bue-
nas Letras de Sevilla; protegió á los científicos y l i -
teratos, Ulloa, Jorge Juán, Casiri Flores, Feijóo y
otros. Hasta en el orden religioso se tocaron los re-
sultados beneficiosos del gobierno de Fernando V I ,
por haberse celebrado en su tiempo (1753) un con-
cordato con Roma, que puso término á las antiguas
querellas sobre el patronato real.
Fernando V I , con su paternal gobierno, que le ha
valido en la historia el nombre de él Prudente y el
Padre de los pobres, consiguió labrar la felicidad de
España, pero ñ o l a suya propia, pues apenado por
la muerte de su esposa Doña Bárbara de Portugal,
se retiró á Villaviciosa (Madrid) donde murió de me-
lancolía en 1759.
7. Estado de Portugal en este tiempo. Portu-
gal, que había formado parte de la monarquía espa-
ñola por espacio de sesenta años, se hizo indepen-
diente en el reinado de Felipe IV (1640), proclaman-
do al duque de Braganza con el nombre de J u á n 1 V .
Su hijo y sucesor Alfonso V I (1656) por sus costum-
bres corrompidas, se vió obligado por los portugue-
—437—
ses á abdicar la corona, y á su muerte ocupó el tro-
no su hermano Pedro I I (1683) que tomó parte en
la guerra de sucesión de España, uniéndose prime-
ro con los Borbones, y después con los aliados.
A l principio del largo reinado de Juan V (1706)
continuó Portugal la guerra de sucesión contra los
Borbones, sufriendo algunas derrotas por las armas
españolas, y tomando y destruyendo la escuadra
francesa á Rio-Janeiro, capital del Brasil, entonces
colonia portuguesa. Pero el hecho más importante
de este reinado fué el tratado de Methuen con In-
terra, por el cual se arruinó la industria portugue-
sa, convirtiéndose esta nación desde entonces has-
ta el presente en un mercado de la Gran Bretaña.
Este monarca recibió del Papa el título de Fidelísi-
mo, que han ostentado después sus sucesores.
8. José l y él marqués de Pombal. A la muer-
te de Juán V (1750) ecupó el trono José I, hombre
de carácter débil é irresoluto, que confió el poder á
José de Carvalho, más conocido por el título que des-
pués recibió de marqués de Pombal. Llevado este
ministro de su espíritu reformador y atrevido, com-
plicó á los jesuitasen una conspiración contra el rey,
y la orden fué suprimida, y expulsados del reino to-
dos sus individuos; al mismo tiempo sometió la no-
bleza, desterrando á algunos de sus miembros más
caracterizados, y limitó las atribuciones de la Inqui-
sición.
E n este tiempo fué destruida Lisboa por un es-
pantoso terremoto (1756) en el que perecieron más
de 30.000 almas; Pombal reedificó la ciudad en po-
cos años, á la vez que protegía la industria y la
agricultura, fomentaba la instrucción, llevando ade-
m á s sus reformas al ejército y la marina, á la ha-
cienda y á la administración, al comercio y á las co-
lonias.
Sin embargo, este célebre ministro, llevado de l a
—438—
vehemencia de su carácter, planteó sus grandes re-
formas con violencias, quiso hacer el bien por la
fuerza, y todas aquellas instituciones duraron tan
solo lo que duró su ministerio, volviendo á caer Por-
tugal en su antiguo estado, en el reinado siguiente
de Pedro I I I (1777). A este rey sucedió su esposa
M a r í a (1786), y atacada poco después de enagena-
ción mental (1792) se encargó del gobierno su hijo
J u á n V I , en cuyo reinado los franceses se hicieron
dueños de Portugal.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN XLVI1I.

V. Reconocido Felipe V como rey de España en el tratado


de Utrech, estableció la ley sálica para asegurar la corona
en su familia: sometió á Barcelona y suprimió los fueros de
Cataluña, quedando así en su poder toda España, excepto
Gibraltar y Menorca.—2. Durante el ministerio de Alberoni,
los españoles se apoderaron de Cerdeña y de Sicilia, y se
tramó una conspiración para quitar la regencia de Francia
al duque de Orleans; pero fueron castigados los conspirado-
res, y se formó la cuádruple alianza contra España, tenien-
do Felipe V que expulsar á Alberoni y aceptar la paz de la
Haya, devolviendo lo conquistado.-—3. Felipe Y renunció la
corona en su hijo Luis I, pero muerto este poco después,
volvió á encargarse del gobierno. E l barón de Riperdá con-
certó el tratado de Viena, por el que el emperador reconoció
á Felipe V , prometiendo este reconocer á María Teresa como
sucesopa en el imperio.—Durante la guerra de sucesión
de Polonia, los españoles se apoderaron de Ñápeles y Sicilia,
siendo proclamado por los napolitanos el infante Don Carlos,
reconocido como rey de las Dos Sicilias por la paz de Viena.
—5. En el reinado de Felipe V se levantó Españá de la pos-
tración en que la había dejado la casa de Austria: este rey
favoreció la agricultura, la industria y el comercio, creó el
ejército y la marina, y protegió la cultura intelectual: en el
exterior recobró España la influencia en Italia y la conside-
ración de Europa.—6. Fernando V I mantuvo la paz con to-
das las naciones; organizó la hacienda, aumentó el ejército y
la marina, y protegió la agricultura, industria y comercio.
Dió un gran impulso al estudio de las ciencias y de las letras,
y celebró con Roma un concordato.—7. Portugal tomó parte
—439—
en la guerra de sucesión de España, primero á favor de los
Berbenes, y después uniéndose con los aliados. En tiempo de
Juán V se celebró el tratado de Methuen con Inglaterra.—
8. En el reinado de José I, el marqués de Pombal expulsó á
los jesuítas, sometió á la nobleza é introdujo grandes refor-
mas, tanto en los intereses materiales] como en la instruc-
ción pública; pero estas innovaciones planteadas con vio-
lencia, concluyeron en el reinado siguiente.

LECCION X L I X .
España. Carlos III y Carlos IT.
1. Advenimiento de Carlos 111.-2. Expulsión de los Jesui-
tas.~3. Guerra con Inglaterra.—A. Gobierno y reformas
de Carlos III.—5. Garlos IV. Ministerio de Godoy. —
6. Guerra con Francia. Paz de Basilea.—7. Tratado de
San Ildefonso: Guerra con Inglaterra.—Abdicación de
Carlos /Y.

1. Advenimiento de Carlos III. Pacto de fami-


lia. Muerto sin sucesión Fernando VI (1759) ocupó
el trono su hermano Don Carlos, á la sazón rey de
las Dos Sicilias, renunciando aquella corona en su
hijo Don Fernando. Los españoles recibieron con en-
tusiasmo al nuevo rey, que había acreditado sus do-
tes de gobierno en los 25 años que ocupó el trono
de Ñápeles; y Carlos, por su parte, inauguró su rei-
nado devolviendo á Cataluña parte de sus fueros,
perdonando contribuciones y respetando todos los
empleados de Fernando VI.
Sin embargo, á poco de ocupar el trono Carlos III,
abandonó la política pacífica y la neutralidad arma-
da de su antecesor, tan provechosa para los intere-
ses españoles; y llevado del amor á su familia y del
odio á los ingleses, y olvidando sus deberes como
soberano de España, firmó en Madrid el Pacto de
familia, por el cual formaron una alianza ofensiva
y defensiva los monarcas de la casa de Borbón, es-
to es, los reyes de Francia, España y las Dos Sici-
—440—
lias y el duque de Parma. Este tratado tenía por
obj'eto principal favorecer á Francia, en guerra á la
sazón con Inglaterra, por la cuestión de límites de
sus colonias en el Canadá; volviendo España á la
política aventurera de la casa de Austria, olvidando
sus propios intereses para defender los ajenos.
De aquí se originó una guerra con Inglaterra, en
la que los españoles invadieron el Portugal, y se
apoderaron de la colonia del Sacramento y del Bra-
sil, pertenecientes á esta nación, mientras que los
ingleses se hicieron dueños la Habana y de Manila.
Con estos descalabros, Carlos III pidió la paz, que se
firmó en FontaineUeau (1763) cediendo á Inglaterra
la Florida en cambio de la Habana y Manila, devol-
viendo á Portugal la colonia del Sacramento, y obte-
niendo España la Luisiana, cedida por Francia.
2. Expulsión de los Jesuítas. L a Compañía de
Jesús, desde su origen, venía combatiendo al protes-
tantismo y el libre examen, en defensa del catolicis-
mo y del principio de autoridad. Dedicándose en
Europa muy especialmente á la educación de la j u -
ventud y al confesonario, alcanzó grandísima i n -
fluencia sobre los monarcas, los nobles y el pueblo.
En América se valieron de la humanidad y la dul-
zura para convertir á los salvajes, formando en el
Paraguay un Estado casi independiente, aplicando
el gobierno teocrático en toda su pureza. Por otra
parte, con permiso del Papa, se dedicaron al comer-
cio, allegando por este medio inmensas riquezas; y
por atribuírseles proyectos ambiciosos sobre la po-
lítica en algunas naciones, se atrajeron el odio de
los reyes y de los ministros reformadores del siglo
XVIII, y fueron expulsados primero de Portugal,
por el marqués de Pombal; después de Francia en
tiempo de Luis X V , y últimamente de España, atri-
buyéndoles el motín de Esquilache. Lo cierto es que,
siendo ministro el Conde de Aranda, firmó Carlos III
—441—
el decreto de expulsión, que se llevó á cabo con el
mayor secreto á las doce de la noche del 31 de Mar-
zo de 1767. Sin oponer resistencia, fueron conduci-
dos todos los Jesuítas de España á los puertos del
Mediterráneo, y allí embarcados para Civita-Vechia,
puerto de los Estados Pontificios. E l Papa Clemente
X I V , apremiado por Carlos III y por el Conde de
Aranda, y para evitar mayores males con que estos
le amenazaban, decretó (1773) la supresión de la or-
den de los Jesuítas, que tan eminentes servicios h a - ^
bía prestado á la Iglesia católica y al Pontificado. i \ R
3. Nueva guerra con Inglaterra. En virtud \ wV
del pacto de familia, Carlos III se unió con Francia
para favorecer á las colonias Norte Americanas en
la guerra de la independencia contra su metrópoli,
Inglaterra; pero su objeto principal era apoderarse
de Gibraltar y Menorca, que desde la guerra de su-
cesión estaban en poder de los ingleses.
A l comenzar esta guerra, la escuadra española fué
derrotada por la inglesa en el golfo de Cádiz. E l du-
que de Grillón se apoderó de Menorca, y obligó á
rendirse, después de ocho meses de sitio, al gober-
nador inglés de Mahón. No fué tan feliz la expedi- /
ción contra Gibraltar; pues aunque se acumularon
allí todas las fuerzas de mar y tierra de que E^par
ñ a podía disponer, y dirigieron el sitio los mejores
generales, incluso el duque de Grillón, el conqu^ta^y
dor de Menorca, la constancia y el valor de los tnr-"
gloses hicieron inútiles todos los esfuerzos de los es-
pañoles para recobrar aquella plaza, que continúa
hasta el presente en poder de Inglaterra.
Esta guerra concluyó por el tratado de P a r í s
(1783) obteniendo España la isla de Menorca, que ha-
bía estado 74 años en poder de Inglaterra, y en
América las dos Floridas.
4. Gobierno y reformas de Carlos tlt. Gomo
casi todos los monarcas de su tiempo Garlos III con-
56
—442—
tinuó en España el sistema de reformas y mejoras,
que con tanto acierto había comenzado en Ñápeles;
á este fin procuró rodearse de las personas más idó-
neas en el manejo de los negocios, y al mismo tiem-
po animadas de su espíritu reformista: tales fueron
el conde de Aranda, el de Floridablanca y el de
Campomanes. Además de estos, Garlos III nombró
ministro de hacienda al italiano Marqués de Esqui-
lache, hombre entendido y celoso, que introdujo al-
gunas reformas provechosas en la agricultura y en
el comercio, y especialmente en la policia de Madrid;
mientras que otras poco meditadas, como la de las
capas y sombreros, dieron lugar á un motín en Ma-
drid, que se repitió en otras ciudades, por el cual
Garlos III se vió en la necesidad de acceder á las
pretensiones de los amotinados, y Esquilache tuvo
que salir de España.
Con la eficaz cooperación de sus ministros, Garlos
III emprendió ]¿ séries de reformas que han in-
mortalizado su reinado. Además de la expulsión
de los Jesuitas, y de la limitación de las atribu-
ciones del Santo Oficio, llevadas á cabo por el sa-
gaz diplomático, Conde de Aranda, en este tiempo
tuvo un gran desarrollo la agricultura por la funda-
ción de colonias alemanas en Sierra Morena, y por
la población y cultivo de las costas del Mediterrá-
neo, antes eriales por el terror que inspiraban los
piratas berbericos: mejoró la industria, protegiendo
las fábricas de paños de Guadalajara y San Fernan-
do, de hilados de San Ildefonso, y de armas de Tole-
do; y progresó el comercio de una manera extraor-
dinaria por la construcción de carreteras y canales,
por la supresión de las aduanas interiores, por ha-
ber declarado libres todos los puertos de la penínsu-
la, por la creación de la Compañía de Filipinas, y
por el tratado celebrado con Turquía, que aseguró
nuestras relaciones mercantiles en todo el Medite-
rráneo.
—443—
Garlos III mejoró también notablemente el ejér-
cito y la marina, creando las escuelas de artillería
en Segovia, de ingenieros en Cartagena, de caballe-
ría en Ocaña, y de táctica en Avila; y se elevó la
escuadra á 80 navios de línea. Por último, en este
reinado tuvieron origen las sociedades de Amigos
del País, y se crearon el gabinete de historia natu-
ral, el jardín botánico, los Estudios de San Isidro, el
Museo de Pinturas, etc., etc.
Al morir Carlos III (1788) se habían triplicado las
rentas de España, y la población había crecido de 7
á 11 millones.
5. Carlos IV. Ministerio de Godoy. Sucedió á
Carlos III su hijo Carlos I V , hombre de carácter
bondadoso, de buenas costumbres y que por la rec-
titud de sus intensiones, y su amor á la paz, hizo
concebir la esperanza de un reinado feliz para Es-
paña. Pero á poco de ocupar el trono estalló la re-
volución francesa, que vino á trastornar todos los
proyectos y á cambiar todos los planes políticos, así
en nuestra nación como en las demás.
Carlos IV había conservado en su cargo el pri-
mer ministro de su padre, el conde de Floridablan-
ca, que ante la gravedad de los acontecimientos de
Francia, se propuso declarar la guerra á esta na-
ción; pero tuvo que dejar el ministerio por haber
prevalecido en la corte la opinión del Conde de Aran-
da, que creía más conveniente mandar un ejército
de observación á la frontera francesa. Aranda ocu-
pó el ministerio, pero bien pronto fué sustituido por
Don Manuel Godoy, que de oficial de Guardias de
Corps, fué elevado de improviso por el favor de los
reyes, y muy especialmente de la reina María Lui-
sa, á Teniente general. Caballero gran cruz de Car-
los III, duque de la Alcudia, y primer ministro, ad-
quiriendo desde luego toda la confianza de los mo-
narcas, y con ella un poder ilimitado.
—444—
6. Guerra con F r a n c i a . P a z de Basilea. Liga-
dos el rey de España y el de Francia por el pacto de
familia, Garlos I V se propuso salvar á Luis X V I
de las iras de la revolución; pero á pesar de sus
gestiones pacíficas y de su promesa de no hacer la
guerra á la república, el monarca francés fué gui-
llotinado; este hecho unido á las excitaciones de
Inglaterra, y de los emigrados franceses, llevaron á
Carlos I V á declarar la guerra á la revolución. Los
ejércitos españoles penetraron en Francia por Catalu-
ña y por las Provincias Vascongadas; pero después
de apoderarse de algunas plazas, tuvieron que re-
pasar la frontera perseguidos por los franceses, que
se hicieron dueños de Rosas y Figueras, de Fuente-
rrabia, San Sebastián y Tolosa, llegando hasta M i -
randa, y poniendo en consternación á la corte de
Madrid, que pensó retirarse á América.
En estas circunstancias, firmó Godoy, la paz de
Basilea (1795) con la república francesa, cediendo
á Francia la mitad de la isla de Santo Domingo. Es-
te tratado valió al ministro y favorito el título de
Principe de la P a z .
7. Tratado de San Ildefonso. Guerra con Ingla-
terra. Gobierno de Godoy. A l año siguiente de la
paz de Basilea, se firmó el tratado de San Ildefonso
(1796) estableciendo una alianza ofensiva y defensi-
va entre el monarca español y la Francia revolucio-
naria, ofreciendo á esta un auxilio de 25 navios y
un ejércilo de 25,000 hombres.
Ligado así el gobierno español á Francia, Ingla-
terra, enemiga de esta última, nos declaró la gue-
rra, apoderándose de la isla de la Trinidad (Anti-
llas) y parte de la de Menorca; derrotó la escuadra
española en la batalla del cabo San Vicente, bom-
bardeó á Cádiz; y últimamente la escuadra españo-
la, mandada por Gravina, unida con la francesa d i -
rigida por Villeneuve, sufrió una terrible derrota en
—445—
el cabo de Trafalgar, que costó la vida al almiran-
te inglés Nehon (1805).
A todo esto. Napoleón, con sus victorias y con-
quistas, vino á ser el árbitro de Europa; y España,
ligada á él por el tratado de San Ildefonso, goberna-
da sin limitación alguna por el Príncipe de la Paz,
sin ejércitos, ni marina, ni prestigio, n i dinero, ca-
minaba precipitadamente [á su ruina y á su perdi-
ción. L a oponión pública se impuso por un momen-
to á los reyes, y fueron nombrados ministros Saave-
dra y Jovellanos; más bien pronto el primero fué
desterrado y el segundo encarcelado, recobrando
Godoy su valimiento y su omnipotencia en el inte-
rior, pero sin que las habilidades de su política fue-
ran bastantes para librar á España de los planes y
manejos del genio extraordinario de Napoleón.
8. Adicación de Carlos I V . Conociendo el es-
tado ruinoso de la nación española, y la debilidad
del gobierno y del monarca, Napoleón concibió el
proyecto de destronar al rey de España y al de Por-
tugal, y agregar la Península Ibérica al imperio
francés. Aprovechando las disensiones de la fami-
lia real española, nacidas de la intimidad de la rei-
na con Godoy, halagando la ambición del privado y
la del monarca, les hizo firmar el tratado secreto de
Fontainébleau (1807) estipulándose el destronamien-
to del rey de Portugal, cuyo reino se había de hacer
tres parte, una que se agregaría á España^ otra que
se daría al rey de Etruria y la tercera al Príncipe de
la Paz, todas bajo la protección de Napoleón.
E n cumplimiento de este tratado, Garlos IV y Go-
doy, creyendo sinceras las promesas del emperador
y obligados por la necesidad, permitieron la entrada
de un poderoso ejército francés en España, que con
pretexto de pasar á la conquista de Portugal, se
apoderó de las principales plazas fuertes españolas:
y coincidiendo estos hechos con la ruidosa causa
—446—
del Escorial, promovida por instancias de Godoy,
contra el Príncipe de Asturias, acusado de atentar
contra la vida y la soberanía de su padre; todo ello
puso de manifiesto los planes ambiciosos de Napo-
león, que había conseguido e n g a ñ a r á Godoy y á la
corte, para derribar del trono á Carlos I V , como lo
había hecho ya en Portugal. E l pueblo, que con razón
atribuía estos desastres á Godoy, se sublevó por fin
en Aranjuez (17 de Marzo de 1808) donde la corte
residía, y acometió la casa del ministro que hu-
biera sido víctima de las iras populares, sin la oportu-
na intervención del Príncipe de Asturias, pero que
tuvo que marcharse al extranjero. Poco después,
Garlos IV abdicó la corona en su hijo, que reinó
desde entóneos con el nombre de Fernando V I L

RESÚMEN DE LA LECCIÓN XLIX.

1. A la muerte de Fernando VI, su hermano Carlos dejó el


trono de Ñápeles para ocupar el de España, Inaugurando su
reinado con medidas beneficiosas para la nación. Carlos III
firmó el pacto de familia con los Borbones, acarreándose una
guerra con Inglaterra, que terminó en la paz de Fontaine-
bleau, perdiendo España la Florida, y recobrando la Lui-
siana.—2. La influencia de los Jesuítas sobre los reyes, las
inmensas riquezas que habían adquirido en el comercio, y
los proyectos ^ambiciosos que se les atribuían, fueron las
causas de su expulsión en Portugal, en Francia y última-
mente en España. Clemente XIV, apremiado por Carlos III
y por el Conde de Aranda, decretó la supresión de la Compa-
ñía.—3. Los auxilios prestados á las colonias americanas
contra Inglaterra, fueron causa de una nuevaguerraconesta
nación. Las tropas españolas se apoderaron de Menorca,
pero fueron estériles todos sus esfuerzos para recobrar á Gi-
braltar. Por la paz de París quedaron en poder de España
la isla de Menorca y las dos Floridas en América.—4. Carlos
III siguió con los ministros de su antecesor; algunas refor-
mas poco meditadas de Esquiladle produjeron un motín, te-
niendo que abandonar el reino el ministro italiano. En este
reinado se mejoró la agricultura, la industria y el comercio,
el ejército y la marina, y encontraron protección las cien-
cias, las letras y las artes.—5. Carlos IV conservó los mi-
—447—
nistros de su padre, sustituyéndolos después por Don Manuel
Godoy, que consiguió atraerse el favor d é l a corte, y muy
especialmente el de la reina María Luisa, siendo elevado de
oficial de Guardias de Corps á Teniente general y duque de
la Alcudia.—6. A la muerte de Luís X V I , Carlos I V , excitado
por Inglaterra, declaró la guerra á la república francesa.
Nuestras tropas penetraron en Francia; pero se vieron obliga-
das por las francesas á repasar la frontera. Esta guerra ter-
minó por la paz de Basilea, cediendo España la mitad de la
isla de Santo Domingo, y adquiriendo Godoy el título de Prin-
cipe de la Paz.—7. Por el tratado de San Ildefonso se firmó
una alianza ofensiva y defensiva entre España y la república
francesa, originándose por ello una guerra con Inglaterra,
en la que la escuadra francesa, con la española, fué derrotada
por la inglesa en Trafalgar. Entre tanto el gobierno de Go-
doy llevaba precipitadamente la nación española á su r u i -
na.—8. Carlos I V y Godoy, engañados por Napoleón, permi-
tieron la entrada de las tropas francesas, que se apoderaron
de las plazas principales. E l pueblo se amotinó en Aranjuez
contra Godoy, que tuvo que huir al extranjero, y á poco
Carlos IV abdicó en el Príncipe de Asturias que comenzó á
reinar con el nombre de Fernando V I I .

LECCIÓN L .
F r a n c i a . I.uis X V y ¿ u i s X V I .
1. Luis XV. Regencia del duque de Orleans.—2. Política in-
terior de la regencia. Sistema de Law.—3. Política exte-
rior.—i. Mayor edád de Luis XY: sus ministros.—5. Po-
lítica exterior de los últimos años del reinado de Luis
XV.—6. Política interior.—7, Primeros años del reinado
de Luis XYI.—%. Ministerios de Calonne y de Brienne.—
9. Segundo ministerio de Necker.

1. Luis X V. Regencia del duque de Orleans. A


la muerte de Luis X I V (1715) ocupó el trono de
Francia su biznieto Luis X V , por haber faltado an-
tes el Gran Delfín y su hijo, el virtuoso duque de
Borgoña. Como el nuevo rey no tenía más que cinco
años de edad, y era además de complexión débil y
enfermiza, Luis XIV había nombrado un Consejo de
regencia presidido por su sobrino el duque de Or-
—448—
leans; pero este que tenía indiscutible derecho á la
regencia única, por ser el primer príncipe de la fa-
milia real y heredero presunto del trono, convocó el
Parlamento que, deseando vengarse de la nulidad á
que lo había reducido el monarca anterior, anuló el
testamento de Luis X I V , y declaró al duque de Or-
teans regente único del reino, confiriéndole la pleni-
lud de la autoridad real, y autorizándole para nom-
brar los individuos del Consejo de regencia. Para
corresponder á la deferencia del Parlamento, se le
reintegró por el regente en el derecho de represen-
tación y queja contra el rey, y de registrar y archi-
var las leyes; derechos de que se había visto priva-
do en todo el reinado anterior.
L a regencia del duque de Orleans se hizo notable
al principio por su tolerancia en materias religio-
sas, y la libertad en las civiles, como una reacción
contra el despotismo de Luis X I V ; pero se señaló
más principalmente por una profunda inmoralidad,
por sus escandalosas orgías, por la disolución y las
prodigalidades.
2. Política interior de la regencia. Sistema de
L a w . Entre las medidas adoptadas por el duque de
-Orleans en el gobierno interior de la Francia, mere-
cen especial mención las que se refieren al arreglo
de la hacienda, que se encontraba en un estado las-
timoso por los enormes gastos de las guerras de
Luis X I V , que habían dejado una deuda exhorbi-
tante.
Después de intentar diferentes procedimientos, al-
gunos de ellos inicuos, para enjugar el déficit, sin
conseguir resultado alguno, el regente aceptó un
sistema financiero propuesto por un aventurero es-
cocés, llamado L a w (1716). Este sistema consistía
en la creación de un Banco de descuento, y de un
papel-moneda que debía circular como numerario.
A l Banco se unió la Compañía comercial del Missisi-
—449—
pí, fundada por Law, para explotar las riquezas de
la Luisiana y del Senegal, refundiéndose en ella l a
que tenía el privilegio exclusivo del comercio de la
Chraa y de la India. Por todos estos medios se pro-
ponía el escocés aumentar considerablemente los
beneficios de la empresa, y por consiguiente de los
tenedores del papel-moneda.
Seducida por las enormes ganancias que se ofre-
cían, toda la nación llevó allí sus capitales; las ac-
ciones llegaron á negociarse á cuarenta veces su
valor. Pero habiendo emitido papel-moneda por can-
tidades fabulosas, y no realizándose las ganancias
que todos esperaban, se produjo una vergonzosa
bancarrota, que dejó en l a miseria y en la desespe-
ración á un crecido número de familias. Law tuvo
que huir de Francia perseguido por las maldiciones
públicas.
E l sistema de Law, á pesar de haber arruinado á
muchos individuos, produjo beneficios incalculabl
en la política del mundo, por haber demostrad^ el
mmenso valor del crédito, antes desconocido, y por
haber dado un poderoso impulso á la industria y a l
comercio marítimo, contribuyendo por otra parte á /
mejorar l a condición general por una reparticiónxte
la riqueza más fovorable á las clases inferiores.
3. Política exterior. Durante la regencia del
duque de Orleans, la política exterior de la Francia
se relaciona principalmente con los proyectos del
ministro español Alberoni, de anular la renuncia de
Felipe V al trono de Francia, y recobrar los Estados
que España había perdido por el tratado de Ulrech.
Para desbaratar estos planes ambiciosos, el re-
gente formó la triple alianza (1717) con Holanda é
Inglaterra; y descubierta y castigada la conspira-
ción hurdida por el embajador español, Gellamare,
con objeto de derrocar al regente; y habiéndose apo-
derado las tropas españolas de Gerdefla y de Sicilia,
57
—450—
se concluyó la cuádruple alianza (1718), uniéndose
el emperador á las tres potencias anteriores.
Comenzada la lucha, la escuadra española fué ba-
tida por la inglesa en la aguas de Sicilia, y el duque
de Berwick, al frente de un ejército francés, penetró
en España; con lo cual Felipe V tuvo que expulsar
á Alberoni, y aceptar las condiciones impuestas por
los aliados (1720) en virtud de las cuales, la isla de
Cerdeña fué cedida al rey Víctor Amadeo, dejando
en cambio la de Sicilia en poder del emperador,
este reconoció á Felipe V como rey de España, y á
su hijo Don Garlos como duque de Parma y de Tos-
cana.
4. Mayor edad de Luis X V . Sus ministros. Du-
rante la menor edad de Luis X V , el regente, entre-
gado á los placeres, había declinado todo el peso del
gobierno en su primer ministro Dubois, que á fuer-
za de intrigas y de dinero, y de servicios á la Santa
Sede, y á pesar de su vida sensual y de ser casado,
consiguió ser nombrado arzobispo de Cambray, sus-
tituyendo á Fenelón, que acababa de fallecer.
Luis X V á los catorce años fué declarado por el
parlamento mayor de edad, continuando de minis-
tro el mismo Dubois, que murió poco después, suce-
diéndole el antiguo regente Duque de Orleans, que
falleció también á los cuatro meses. El rey nombró
primer ministro al duque de Bordón, que bien pron-
to se atrajo por su altanería la odiosidad general, y
fué desterrado, ocupando su lugar el obispo de Fre-
jus, y después Cardenal, Fleury, preceptor que ha-
bía sido de Luis X V ; cuya administración proba,
económica y desinteresada hubiera bastado para
cicatrizar los males de la Francia, si estos males no
hubieran sido, como eran, completamente irreme-
diables.
Dispuesto á conservar la paz con las naciones,
para no agravar más el estadofinancierode la Fran-
—451—
cia, con negociaciones y habilidad consiguió arre-
glar las diferencias que existían entre Inglaterra y
el Imperio, y entre España y Francia. Obligado
Luis X V á tomar parte en la guerra de sucesión de
Polonia á favor de su suegro Estanislao Leckzins-
ki, las armas francesas se sostuvieron con gloria
en Alemania y en Italia; y si bien no consiguió el
objeto que se proponia, de colocar á Estanislao en el
trono de Polonia, al menos influyó en el tratado de
Viena (1734) para que se le concediera la Lorena,
que después de su muerte fué incorporada á Fran-
cia; el duque desposeido, Francisco Esteban, casado
con María Teresa de Austria, obtuvo como indemni-
zación la Toscana en Italia.
5. Política exterior en los últimos años del rei-
nado de Luis X V . A pesar de los esfuerzos del
cardenal Fleury para conservar la paz, Luis X V
hubo de tomar parte en todas las guerras europeas
de su tiempo. En la de sucesión de Austria, aun cuan-
do había prometido á Garlos VI reconocer á su hija
María Teresa, se propuso ahora defender los dere-
chos del Elector de Baviera, formando una inmensa
coalición con casi todos los soberanos de Europa
contra la archiduquesa. Después de algunas victo-
rias en Alemania, las tropas francesas tuvieron que
repasar el Rin: más adelante el rey en persona, con
el mariscal de Sajonia alcanzó una brillante victoria
en Fontenoy sobre los ingleses é imperiales, apode-
rándose de muchas plazas de los Países Bajos; pero
á la vez los franceses tuvieron que evacuar la Italia,
y los ingleses destruyeron su marina y se apodera-
ron de casi todas sus colonias. Esta guerra terminó
por la paz de Aquisgrdn, bajo la influencia de Luis
X V , pero sin provecho alguno para la Francia.
Poco después de terminar esta guerra, comenzó
otra con Inglaterra por una cuestión de límites del
Canadá, colonia francesa, y la Acadía ó Nueva Es-
—452—
cocia, que pertenecía á los ingleses desde el tratado
de Utrech. En lugar de concentrar todas sus fuerzas
á esta guerra marítima contra Inglaterra, Luis X V ,
movido por la favorita, marquesa de Pompadour,
firmó el tratado de Ver salles con el Austria, to-
mando parte en la guerra de Siete años contra Fe-
derico de Prusia. Los franceses se apoderaron del
Hannover; y poco después fueron derrotados con los
imperiales en la sangrienta batalla deRosbach, por
el rey de Prusia; más adelante sufrieron nuevos re-
veses, en cambio de pocas y muy caras victorias.
Mientras la Francia ayudaba de esta manera á la
casa de Austria en Alemania, sostenía ella sola la
guerra marítima con Inglaterra en todos los mares;
y si bien al principio la escuadra francesa alcanzó
algunos triunfos apoderándose de Menorca, en cam-
bio los ingleses se hicieron dueños de las colonias
francesas, bloquearon los puertos de Francia, y des-
truyeron la marina francesa en las batallas del Ca-
bo de San Vicente y de Brest, y tomaron la isla de
Jersey en el canal de la Mancha y la de Belle-Isle
en el golfo de Gascuña; cayendo igualmente en su
poder todas las colonias de la India, el Canadá en
América á consecuencia de la terrible batalla de Que-
bec, en que perecieron los dos generales inglés y
francés; y hasta las colonias de las Antillas y del
Senegal.
Esta doble guerra tan desastrosa para la Francia,
terminó por el tratado de París (1773) devolviendo
Inglaterra algunas de las Pequeñas Antillas, las is-
las de San Pedro y Miquelón, y el derecho de pesca
en Terranova; en Asia recobró Francia las plazas
de Pondicheri y de Mahé; y en Africa la isla de Co-
rea; pero tuvo que ceder á España la Luisiana en
recompensa de las Floridas, que pasaron al dominio
de Inglaterra, conservando esta última potencia to-
das las demás colonias y posesiones francesas en
—453—
Asia, Africa y América, y obligando á la Francia á
demoler las fortificaciones de Dunkerque. Tal fué el
resultado de aquella terrible guerra en que la Fran-
cia gastó 1350 millones, perdiendo además su ma-
rina mercante y de guerra, la mayor parte de sus
colonias, y el primer rango entre las potencias de
Europa que le había adquirido Luis XIV.
Al principio de la guerra de Siete años fué incor-
porada la Lorena á la Francia (1766) por la muerte
del rey Estanislao; y dos años después se unió tam-
bién la isla de Córcega, cedida por Genova, costan-
do dos años de empeñada lucha la completa sumi-
sión de sus habitantes. Por último, el rey de Fran-
cia, cuyo auxilio había implorado la Polonia contra
la terrible ambición de Catalina II, vió impasible el
inicuo primer reparto de aquella nación desventura-
da entre las potencias vecinas.
En este reinado se realizó el Pacto de familia
(1761) entre los Borbones de Francia, España y las
Dos Sicilias, cuyas principales consecuencias se ob-
tuvieron en tiempo de Luis. X V I .
6. PoUtica interior de Luis X V . Los desastres
de la política y de las armas francesas en el exte-
rior tenían por causa principal los desaciertos del
gobierno interior casi siempre dirigido por sus favo-
ritas. La Pompadour, después de dominar al rey,
consiguió gobernar el Estado durante veinte años,
nombrando ministros, generales y embajadores, de-
cidiendo la paz y la guerra, y subordinando los más
graves asuntos de la Francia á sus frivolidades y á
sus caprichos.
Uno de los hechos más importantes de la privan-
de la Pompadour fué la expulsión de los Jesuítas
(1764), cuya constitución fué condenada por el Par-
lamento con motivo de una quiebra de tres millones
del P. Lavallesse, prefecto de las misiones de las
Antillas. Además los jansenistas y el Parlamento
—454—
a tribuyeron, aunque sin pruebas, á los jesuítas una
tentativa de asesinato contra el rey, y esto fué lo
bastante para que Luis X V acordara la supresión
de la Compañía y la expulsión de todos sus miem-
bros del territorio francés, como ya lo había verifi-
cado el marqués de Pombal en Portugal, y se repi-
tió poco después en España por el conde de Aranda.
Entre los ministros de la última época de Luis X V
se distinguió el duque de Choiseul, que amante de
su país, hizo grandes esfuerzos por reparar los ma-
les de la Francia, reorganizado el ejército, poniendo
coto á las dilapidaciones, y elevando la marina á 64
navios y 50 fragatas. Durante su ministerio fué con-
quistada la Córcega y reunida la Lorena á la Fran-
cia; favoreció á España contra Inglaterra, protegió
á los colonos anglo-americanos contra su metrópoli,
y se propuso prestar auxilio á la Suecia y á Polonia
contra la política de Catalina II. En su tiempo se ve-
rificó la expulsión de los jesuítas, cuyos partidarios,
unidos con la Dubarry, que por muerte de la Pom-
padour, dominaba ahora en el rey y en el gobierno,
consiguieron que el ministro fuese desterrado.
El hecho más ruidoso y más trancendental de la
política interior de Luis X V fué la supresión de los
Parlamentos. Estas asambleas habían recobrado des-
de los tiempos de la regencia las prerogativas de
que las había despojado el absolutismo de Luis XIV;
y en todo el reinado de Luis X V se habían manifes-
tado siempre hostiles á la corte y á las ideas ultra-
montanas, desechando la bula Unigenitus, que con-
denaba á los jansenistas. El rey disolvió el Parla-
mento (1771) reemplazándole por personas dóciles y
adictas; y como á pesar de esto, persistiesen aque-
llas asambleas en su oposición á la corte, Luis X V
desterró á los principales diputados, destruyendo de
igual manera los parlamentos provinciales.
Desde entónces no tuvo límites el desórden de la
—455—
hacienda, la prodigalidad de la corte, y las violen-
cias de todo género para obtener recursos de los
contribuyentes; y para que los males de la nación
llegasen hasta á las últimas clases sociales, se for-
mó una sociedad secreta, en la que tenía participa-
ción el mismo rey, con el objeto de acaparar los
granos, y realizar con el monopolio inmensas ga-
nancias. Esta sociedad que fué llamada pacto del
hambre, produjo una miseria espantosa y sufrimien-
tos indecibles á las clases menesterosas, sin que el
rey ni sus consocios consintiesen en renunciar á sus
beneficios.
Tales son los hechos más culminantes del reinado
inmoral., disoluto y descreído de Luis X V . Mientras
el rey y sus cortesanos, tan depravados como él,
pasan la vida en afrentosos desórdenes y repug-
nantes orgías, se preparan en Francia los elementos
de una inmensa revolución, que no podía tardar en
estallar, pero que no alcanzó al monarca que más
había contribuido á desarrollarla. Luis X V , que com-
prendía toda la gravedad de las circunstancias, se
consolaba diciendo: «Esto ya durará tanto como yo;
mi sucesor que se arregle como pueda.» E n efecto,
Luis X V murió en 1774, dejando áLuis X V I una re-
volución inevitable que le haría expiar en el patibu-
lo m á s que los desaciertos propios, las torpezas de
sus antecesores.
7. Primeros años del reinado de Luis X V h
Muerto el Delfín ocupó el trono su hijo mayor Luis
X V I , nieto por consiguiente de Luis X V . Tenía 20
años de edad; estaba casado con M a r t a Antonieta,
hija de la célebre María Teresa; y era un príncipe
de buenas costumbres, amante del bien, pero care-
cía de fuerza de voluntad para imponerse á sus cor-
tesanos.
Comenzó su reinado perdonando contribuciones
al pueblo, convocando el Parlamento, y encargando
—456—
el ministerio á los hombres más eminentes de su
tiempo, Malesherbes, Turgot y Saint-Germain, dis-
puestos todos tres á reorganizar el ejército, la ha-
cienda y la administración. Sin embargo, las prime-
ras medidas en este sentido, fueron mal recibidas
por el pueblo, y por influencia de la reina y de Mau-
repas, presidente del ministerio, tuvieron que aban-
donar sus puestos Malesherbes y Turgot.
Luis XVI llamó entónces, para reorganizar la ha-
cienda, al famoso banquero ginebrino, Necker, que
en el espacio de cinco años, consiguió cubrir todos
"los gastos, sin aumentar los impuestos, ni recurrir
á reformas violentas. Sin embargo, los auxilios
prestados por Francia á las colonias norte-america-
nas en su guerra contra Inglaterra, agotaron los
recursos; y no aceptando el rey la supresión de los
privilegios del clero y de la nobleza, que como me-
dio extremo proponía Necker para salvar el estado
.1 de la hacienda, el ministro presentó la dimisión que
le fué aceptada por Luis XVI. Para gloria de Nec-
ker, además de sus reformas financieras, citaremos
el haber dado libertad á los siervos del patrimonio
real, y haber abolido el tormento preparatorio.
8. Ministerios de Calonne y de Brienne. A la
caida de Necker (1781) ocupó por breve tiempo el
ministerio de hacienda Joly de Fleury, que aumentó
considerablemente la deuda pública, y después Or-
messón, que se propuso introducir economías, y fué
sustituido (1783) por Calonne, que con sus prodiga-
lidades gastó 800 millones en tres años y en tiempo
de paz: agravándose la situación de tal manera, que
fué preciso hacer presente al rey el estado de la ha-
cienda, proponiéndole como único remedio el que
las clases privilegiadas, el clero y la nobleza, paga-
sen el impuesto y una subvención territorial. Ca-
lonne convocó una primera asamblea délos notables,
que se opuso rotundamente á desprenderse de sus
—457—
privilegios, negándose á pagar contribuciones, cu-
brir el déficit y mejorar el estado de la hacienda.
Por esta causa Calonne tuvo que salir del ministerio,
y fué desterrado á la Lorena.
Encargóse entonces de la gestión de la hacienda
el ambicioso Brienne, arzobispo y cardenal de Tolo-
sa. El Parlamento se mostró hostil al nuevo minis-
tro, rechazando los nuevos impuestos; y Luis X V I
disolvió la asamblea, y desterró á la mayor parte
de sus miembros. En esta situación, Brienne propuso í\
la reunión de los Estados generales para el 1.° de fN
Mayo de 1789; y tuvo que dejar el ministerio bajo
el peso de la indignación pública.
9. Segundo ministerio de Necher. A pesar de
la oposición de la reina, Necker volvió á ocupar el
ministerio, porque solo él, con su habilidad- y su
popularidad ofrecía esperanzas para el arreglo de
la hacienda. Necker exigió al rey la reunión de los
Estados generales, que fueron convocados para e l ^ ,
5 de Mayo de 1789. Esta asamblea no se había r e u / ^ I \
nido desde 1614; y en cerca de dos siglos el tercer/
estado había adquirido una importancia extraordi-
naria que antes no tenía, por su instrucción, sus|ri4
quezas, su actividad y sus servicios al Estado, lasi
en los ejércitos, como en los cargos públicos. Sur-
gía, pues, la cuestión de si esa clase media en iW
nuevos Estados generales había de continuar redu-
cida á sancionar los acuerdos de las clases privile-
giadas, ó si tendría en ellos la representación y la
importancia á que le hacían acreedora su valer y
sus conocimientos.
Para resolver esta dificultad convocó Necker una
segunda asamblea de notables, que como era de es-
perar, se decidió por sostener la práctica antigua,
de que las tres clases tuvieran igualdad numérica
en la asamblea, por cuyo medio vendrían á repre-
sentar la mayoría las dos clases privilegiadas, el
58
—458—
clero y la nobleza. Pero Necker consiguió una de-
claración del Consejo, por la cual los Estados gene-
rales se habrían de componer de 1200 miembros;
300 por el clero, 300 por la nobleza y 600 por el ter-
cer estado; debiendo formar los tres órdenes tres
asamblas separadas. Así comenzó la revolución fran-
cesa (1789).

RESÚMEN D E L A LECCIÓN L .

1. Durante la menor edad de Luis X V , desempeñó la re-


gencia su tioel duque deOrleans, por acuerdo del Parlamen-
to en contra del testamento del último rey. El regente re-
compensó al Parlamento reintegrándole en sus antiguos
derechos. La regencia del duque da Orleans se hizo célebre
por su inmoralidad, disolución y prodigalidades. — 2. Para
mejorar el estado lastimoso de la hacienda, el regente adop-
tó el sistema de Law, emitiendo una cantidad inmensa de
papel-moneda y creando un Banco de descuento y circula-
ción; pero se produjo la bancorrota, dejando en la miseria á
un gran número de familias. Este sistema proporcionó, sin
embargo, beneficios importantes á la política general.—
3. Para desbaratar los planes de Alberoni, el regente casti-
gó severamente la conspiración de Cellamare, y formó l a
triple y después cuádruple alianza, obligando al rey de Es-
paña á expulsar á su ministro, y aceptar las condiciones
impuestas por los aliados, reconociendo el emperador á Fe-
lipe V, y á su hijo Don Carlos como duque de Parma y de
Toscana.—4. Dubois, ministro del regente y cardenal, con-
tinuó en este cargo á l a mayor edad de Luis X V ; á, su muer-
te le sucedió el duque de Orleans, á este el duque de Borgo-
ña; y por último el cardenal Fleury, que se distinguió por
su probidad, honradez y amor á la paz. Luis tomó parte en
la guerra de sucesión de Polonia, y obtuvo para su suegro,
Leckzinski, la Lorena.—5. En la guerra de sucesión de Aus-
tria, Luis X V favoreció al duque de Baviera; ganó la bata-
lla de Fontenoy, pero los ingleses derrotaron la escuadra
francesa y se apoderaron de sus colonias. En la de Siete años
tomó parte Francia á favor de María Teresa, y sus tropas
fueron derrotadas en la batalla de Rosbach, su escuadra des-
truida por la inglesa, y casi todas sus colonias pasaron á po-
der de la Gran Bretaña. Luis X V incorporó la Lorena á la
Francia, conquistó la Córcega y celebró el pacto de familia
—459—
con los Borbones. — 6, En el interior regia l a política la
Pompadour, favorita del rey; en cuyo tiempo y siendo
ministro el duque Choiseul, fueron expulsados los jesuítas.
Luis X V destruyó los parlamentos porque eran hostiles á
su política y á las ideas ultramontanas; y tomó p a r t i c i -
pación en el pació del hambre. — 7. Luis X V I , de carácter
bondadoso, pero falto de energía, nombró ministros á Tur-
got y Malesherbes, cuyas reformas fueron mal recibidas:
llamó después áNecker, que introdujo algún orden en la ha-
cienda; pero la guerra contra Inglaterra agotó los recursos,
y negándose el rey á suprimir los privilegios de la nobleza y
el clero, el ministro dejó su cargo.—8. Habiendo aumentado
considerablemente l a deuda, el ministro Calonne propuso
nuevamente la supresión de los privilegios, pero la nobleza
y el clero se negaron á ello, y tuvo que encargarse de los
negocios el cardenal Brienne, arzobispo de Tolosa; el Parla-
mento se opuso á sus reformas, y el rey disolvió la asam-
blea.—9. Necker vuelto al ministerio, convocó los Estados
generales, como único medio de salvar el estado de la ha-
cienda; y á pesar de la oposición de las clases privilegiadas,
consiguió una declaración del rey para que el tercer Estado
ó la clase media tuviera en aquella asamblea igual repre-
sentación que el clero y la nobleza reunidos, debiendo for-
mar además los tres órdenes, tres asambleas separadas.

LECCIÓN LI.
Juicio solí re el tercer período
de la Edad moderna.
1. Resumen de l a historia del tercer periodo de l a Edad
moderna.—2. Geografía y e t n o g r a f í a . — G o b i e r n o é ins-
tituciones.—L Religión y sacerdocio.—§. Las ciencias y
los descubrimientos científicos.-~Q. Literatura.—7. Bellas
artes.—8. Agricultura, industria y comercio.

i. Resúmen de la historia del tercer período de


la Edad moderna. La paz de Wesfalia habia ter-
minado las guerras religiosas. Desde aquel célebre
tratado domina exclusivamente el interés político
en los asuntos europeos, con una tendencia marcada
en todas las naciones á constituirse y á engrande-
—460—
cerse, por el aumento de territorio y por el desen-
volvimiento de las fuerzas vivas de cada país. E n -
tóneos aparece también el equilibrio europeo, que
á pesar de sus imperfecciones como institución que
acaba de nacer, constituye una garantía para la
existencia de los pueblos pequeños y débiles, y un
freno para la ambición de los mayores.
En la primera parte de este período, desde la paz
de Wesfalia á la de Utrech (1648—1713) la historia
europea se concentra en Francia, y en los planes
políticos y en las guerras de Luis X I V . Para reali-
zar sus proyectos de engrandecimiento de Francia,
este rey cuenta con el gran poder que adquirió la
monarquía en tiempo de Richelieu, y con el presti-
gio extraordinario que obtuvo aquella nación en la
guerra de Treinta años y en la paz de Wesfalia.
Dueño de estas fuerzas, Luis X I V entronizó en Fran-
cia el más completo absolutismo, imponiendo su
voluntad suprema en todas las esferas del gobierno
y de la administración, y confirmando la célebre
frase, el Estado soy yo.
Teniendo en su mano los destinos de la Francia,
se propuso Luis X I V extender la autoridad y su-
premacía de su nación sobre todas las de Europa;
pero en este punto los pueblos se coaligaron contra
él en nombre del equilibrio europeo y de la libertad
de la naciones; y si bien es cierto que la ambición
del rey de Francia salió triunfante de todos sus
enemigos hasta la paz de Nimega, en cambio en el
resto de su reinado consumió la vida de la Francia,
y tuvo que sufrir las condiciones impuestas por las
naciones extranjeras en la paz de Utrech.
E n esta paz surgieron dos Estados nuevos, la
Prusia y el Píamente, llamados á representar un
papel importante en la historia futura de Alemania
é Italia, tomando bien pronto una parte activa en
los asuntos políticos de Europa. Más adelante ad-
—461—
quiere su independencia otro pueblo nuevo, los Es-
tados-Unidos, y poco después, por una de las ini-
quidades mayores de la historia, desaparece la
antigua nacionalidad de la Polonia, repartiéndose
sus despojos las naciones colindantes. Entre tanto
los pueblos todos, antiguos y modernos, emprenden
luchas sangrientas, pero con un fin más práctico y
positivo que en tiempos anteriores, procurando to-
das ensanchar sus fronteras, ó aumentar su poder
y sus riquezas, como sucedió en las guerras de su-
cesión de Austria y en la de Siete años. Y conspi-
rando al mismo objeto, todos los monarcas se apli-
can á desenvolver los elementos de grandeza y
prosperidad de los pueblos, protegiendo la instruc-
ción, la agricultura, la industria y el comercio; i n -
troduciendo reformas, unas justificadas, otras pre-
maturas, en el gobierno y en la administración,
lanzando asi á la sociedad, lastimada de los males
pasados y presentes, en busca de un porvenir in-
cierto y no bien determinado ni comprendido en
aquellos tiempos.
2. Geografía y etnografía. Descubierta la Amé-
rica en el primer período de la Edad moderna, y
colonizada en el segundo, los viajes y descubri-
mientos en el tercero se refieren principalmente á
la Oceanía, donde los holandeses conocían de ante-
mano la Nueva Holanda y la Tasmania. E n estas
empresas, movidas no por el lucro, sino por miras
científicas, se hicieron célebres Bampier con sus
tres viajes al rededor del mundo (1673—1711), A n -
son, Byron, Carteret, y sobre todos el Capitán
Cooh (1768—71) explorador insigne de la Oceanía,
que perdió la vida en las islas de Sandwich; comple-
tándose el conocimiento de aquella parte del mundo
por los descubrimientos de BougainvilUy Laperouse
y Entrecasteuoo.
Con estos descubrimientos se completó también el
—462—
conocimiento de las razas que pueblan nuestro glo-
bo, observándose en la población de la Oceanía la
influencia respectiva de los tipos amarillo asiático,
negro africano y cobrizo americano, signo induda-
ble de antiquísimas relaciones entre esas partes del
mundo, en tiempos hoy desconocidos.
3. Gobierno é instituciones. El último período
de la Edad moderna constituye el apogeo del abso-
lutismo. La concentración del poder en los monar-
cas, que habia comenzado en la Edad media, llega á
completarse en el reinado de Luis XIV, y como todo
lo que á Francia se refiere, el mismo espíritu y ten-
dencia se trasmitió á los otros pueblos. Las nacio-
nes identificadas desde entóneos con la monarquía,
decaen ó se engrandecen al tenor de las cualidades
que adornan á sus reyes; así, mientras Luis X I V
eleva á la Francia, Pedro el Grande y Catalina II
á la Rusia, María Teresa al Austria, los primeros
Berbenes á España y Federico II á la Prusia; la
misma Francia se arruina con Luis X V y Luis X V I ,
la Suecia con los sucesores de Garlos XII, y España
con Garlos IV.
Entre tanto quedan en el olvido las instituciones
de la Edad media como representantes de las liber-
tades públicas. La nobleza y el clero pierden su in-
fluencia política y su prestigio; mientras que la clase
media se instruye y se enriquece, y aumenta su
poder y valimiento, preparándose de esta manera
para recoger el gobierno que forzosamente habia de
caer de manos de los reyes absolutos, cuando estos
por sus desaciertos se hayan hechos indignos de re-
gir los destinos de los pueblos.
4. Religión y sacerdocio. E l catolicismo ha
concluido la educación política de los pueblos de
Europa. El Pontificado, rigiendo y gobernando á
los reyes y á las naciones durante toda la Edad me-
dia, les ha enseñado á unos y á otras el arte del go-
—463—
bierno y la ciencia de la política. Pueblos y reyes
se reconocían en aquel tiempo incapaces de dirigir-
se á sí mismos, y aceptaron de buen grado la tutela
política de los Pontífices y de la Iglesia; pero bajo
aquella tutela de diez siglos, los pueblos y los reyes
aprendieron sus derechos y sus deberes, y se hicie-
ron dignos de la emancipación, y de dirigirse y go-
bernarse por sí mismos. Esta gran misión del Pon-
tificado concluyó en los últimos tiempos de la Edad
media; pero continuó ejerciéndola hasta la paz de
"Wesfalia, en que los reyes arreglaron los asuntos
políticos de Europa, prescindiendo por completo de
la autoridad pontificia, cuyas protestas no fueron
escuchadas ni aun por las naciones católicas.
Desde esta época, los Pontífices, desligados de los
asuntos políticos, han podido dirigir más desemba-
razadamente su actividad á los fines puramente
religiosos, á conservar el tesoro de la fe y á propa-
garla por todas las regiones del globo. Defendiendo
sus legítimos derechos, consiguieron triunfar de la
omnipotencia de Luis XIV en la cuestión de las l i -
bertades galicanas.
El Pontificado perdió más adelante el poderoso
apoyo que le prestaban los jesuítas, viéndose obli-
gado á suprimir la orden por las excitaciones y has-
ta amenazas de las cortes Borbónicas; pero hay que
reconocer que la Compañía se había separado de los
primitivos fines de su institución; y allegando ri-
quezas inmensas y aspirando á dominar en las cor-
tes europeas, empleando para ello medios comple-
tamente ágenos á la religión, se había atraído la
odiosidad general, labrándose ella misma su ruina y
su perdición.
En este período comienza el protestantismo á ex-
tender su influencia fuera de Europa, principalmen-
te en las colonias holandesas é inglesas, compar-
tiendo con el catolicismo la grande obra de cristia-
—464—
nizar el mundo. Entre tanto, la religión griega
continua encerrada dentro de sus antiguos límites
de Grecia y Rusia; y el mahometismo sigue domi-
nando en Turquía, en Asia y Africa.
5. Las ciencias y los descubrimientos científicos,
Grandes fueron los progresos realizados en el tercer
período de la Edad moderna, tanto en las ciencias
filosóficas como en las naturales. En las primeras
citaremos por una parte al sabio alemán, Leibnitz,
que aspirando á concertar la religión y la ciencia,
el idealismo de Descartes con el empirismo de Ba-
con, y los sistemas antiguos con lo modernos, pro-
dujo una reforma radical en las ciencias filosóficas,
que sirvió de base á todos los filósofos posteriores;
entre sus discípulos merecen especial mención Tho-
massius y Wolf. En el siglo XVIII, Reid fué el fun-
dador de la escuela escocesa; y Com^Ztoc populari-
zando en Francia las doctrinas del filósofo inglés
Locke, y llevándolas á la exageración, fué el verda-
dero fundador del sensualismo moderno.
En la ciencia astronómica, después de los gran-
des descubrimientos de Copérnico, Keplero y Gali-
leo, aparece en este período el inglés Newton, que
por sus teorías sobre la gravitación universal con-
siguió explicar el sistema del mundo; Halley, que
determina la ley de los cometas y Herschell, que
realizó descubrimientos importantes sobre los pla-
netas. En las ciencias matemáticas, citaremos al
mismo Newton, que descubrió el cálculo infinitesi-
mal; Descartes por sus progresos en el Algebra y en
la Geometría, Pascal por su tratado de las Secciones
cónicas, y por el cálculo délas probabilidades, Euler,
D'Alembert, Lagrange, Laplace y otros muchos.
En la física encontramos también á Newton, que
descompuso la luz y halló las principales leyes de la
óptica. Roemer, que determinó la velocidad de la
luz del sol, Franklin y Volta, por haber descubierto
—465—
la naturaleza de la electricidad; debiendo citarse
además á Reaumur por el termómetro de su nom-
bre. Coulomb por la balanza de torsión, Montgol-
fier, Watt, etc. La química no tuvo verdadera exis-
tencia, separada de la alquimia, hasta principios del
siglo XVIII, debiendo grandes progresos al médico
alemán Stahl, y más principalmente á los franceses
Lavoisier, Berthollet y Fourcroy, y el escocés Black
y Cavendish. I\|A
En las ciencias naturales citaremos á Bufíbn por \ Aif \
sus progresos en la zoología, á Linneo reformador
de la botánica, creador del método sexual y su no-
menclatura de las plantas, y el abate Havey, que
fundó la mineralogía. La medicina cuenta en este
tiempo con Harvey, Hoffman, Bagliri, Haller, Boer-
haave, Permantier, Dessault y otros.
6. Literatura. E l reinado de Luis XIV consti-
tuye la época más brillante de la literatura francesa;
en este tiempo los «franceses fueron los legisla "
res de toda Europa en elocuencia, poesía, literatn
en libros de moral y de recreo.»
Entre la inmensa pléyada de hombres grandesj
que ilastraron aquel reinado, citaremos á Pascal con
sus Cartas provinciales, Bourdaloue, Bossuet y
Massillon como oradores sagrados, Fenelon auiQr^y
del Telémaco, los poetas dramáticos Corneille, autor
de el Cid, Racine que escribió la Ifigenia y Fedra,
y Moliere las comedias, la escuela de los maridos,
la escuela de las mujeres, el Tartufo etc. Gomo fa-
bulista se distinguió la Fontaine; como eruditos
Casaubon, Escaligero, y los benedictinos de San
Mauro; por sus cartas Madama de Sevigné, y la
Maintenon.
La literatura de las demás naciones ofrece tam-
bién algunos génios de primer orden, como el inglés
Milton, autor del Paraíso Perdido, el poeta clásico
Dryden, y además Addison y Pope; en Italia F i l i -
59
—466—
caja y Metastasio, y los historiadores Vico y M u -
ratori; en Alemania el historiador Miiller, y los poe-
tas Schefter y Haller.
En este siglo citaremos en España como poeta á
MoratinQl padre, y como prosistas á Solís, Masdeu,
el P. Florez, el P. Isla y Campomanes.
En el siglo XVIII la literatura reviste un carác-
ter antireligioso y revolucionario, bajo cuyo aspecto
la estudiaremos más adelante.
7. Bellas artes. Las escuelas holandesa y fla-
menca que tanta fama alcanzaron á flnes del período
anterior con Rubens, Van Dych y Rembrant, se
encuentran en decadencia en el presente; en Italia
pueden citarse á Pablo Veronés, el Tintoreto, el
Dominiquino y Salvator Rosa; Inglaterra y Alema-
nia no tienen en este tiempo pintores de importan-
cia; España presenta en cambio los primeros artis-
tas de su siglo, Velazquez, Murillo y Ribera, llamado
el Españólete^ y otros muchos de segundo orden,
todos los cuales colocan á nuestra nación en este
siglo como la primera en la pintura. En Francia de-
ben citarse el Pusino, Lesueur, y Lebrun.
Más escasa de hombres grandes aparece la escul-
tura, pudiendo citarse únicamente al francés Puget
y al italiano Bernini.
En la arquitectura deben mencionarse Mansart y
Perault en Francia., y el único músico notable faé el
italiano Lulli.
8. Agricultura, industria y comercio. Las
grandes guerras de este período, tanto en Francia
como en Alemania, fueron un obstáculo para el des-
arrollo de la agricultura, que alcanzó mayores pro-
gresos en las naciones del Mediodía, España é Italia.
La industria decayó notablemente en los Países Ba-
jos y en Francia; pero tuvo un desenvolvimiento
extraordinario en Inglaterra, especialmente en los
tejidos de algodón, aprovechando la máquina de hi-
—467—
lar inventada en este tiempo, y la de vapor, debida
á James Watt: los productos de las fábricas inglesas
inundaron desde entóneos todos los mercados del
mundo.
Con la decadencia de la industria y la pérdida de
sus colonias, disminuyó considerablemente el co-
mercio de Francia y de Holanda, extendiéndose en
cambio el de Inglaterra por todas las naciones. Ho-
landa quedó reducida á trasportar las especias de
sus colonias de la Oceanía; Rusia inaugura el co-
mercio del té con la China, y el de peletería con las
regiones septentrionales de América. Las colonias
españolas y portuguesas de la América del Sur pro-
veen á Europa de azúcar, café, algodón, oro, plata y
diamantes.
Gomo se vé, la América en este período comienza
á ejercer influencia sobre la Europa. La navegación
y el comercio entre estas dos partes del mundo ad-
quirió una importancia antes desconocida; y todas
estas manifestaciones de la actividad humana co-
menzaron á ejercer una influencia poderosa en la
vida y en la política de las naciones.

RESÚMEN DE LA LECCIÓN L l .

1. La primera parte de la historia de este periodo se con-


centra en los planes y en las guerras de Luis XIV, que tu-
vieron por objeto hacer que la Francia dominase en toda
Europa y él en Francia. En la paz de Utrech aparecen dos
Estados nuevos, la Prusia y elPiamonte, y más adelante los
Estados-Unidos, y concluye la Polonia. Las guerras de este
período y los esfuerzos de los monarcas, tienden á un fin
práctico, al engrandecimiento de las naciones.—2. Los via-
jes y descubrimientos geográficos se refieren principalmen-
te á la Oceanía y son debidos á miras científicas, mereciendo
especial mención los de Dampier, Cook, Bougainville, La-
perouse y Entrecasteux. Con estos viajes se estudiaron las
razas de la Oceanía, completándose así el conocimiento et-
nográfico de nuestro globo.—3. En este tiempo llega á su
—468—
apogeo el absolutismo de la monarciuía; se educa y enrique-
ce la clase media, y pierden su prestigio, la nobleza y el
clero.—-4. Desde la paz de Wesfalia pierde el Pontificado su
influencia en la política de Europa, y se dedica más desem-
barazadamente á los fines puramente religiosos; sin embar-
go pierde un firme apoyo con la supresión de los jesuítas. En
este tiempo comienza el protestantismo á, compatir con el
catolicismo la grande obra de cristianizar el mundo.—5. E n -
tre los filósofos de esta época citaremos á Leibnitz, Wolf,
Reid y Condillac: entre los astrónomos, Newton, Halley y
Herschell: en matemáticas, Pascal, Enler, Lagrage y Lapla-
ce; en física Roemer, Franklin, Volta y Reaumur; y en quí-
mica, Lavoisier y Bertholet; en las ciencias naturales,
Buffon y Linneo, y en la medicina Boerhaave y Permantier.
—6. En la literatura del siglo de Luis X I V , citaremos á Pas-
cal, Bossuet, Fenelon, Corneille, Racine, Moliere y La Fon-
taine: en Inglaterra Milton, en Italia Metastasio y Vico; en
Alemania Müller y en España Moratin, Solis, Masdeu y el P.
Florez.—7. En la pintura florecen en Italia el Verones, el
Dominiquino y Salvator Rosa, y en España Velazquez, M u -
rillo y Ribera; las otras bellas artes alcanzaron menor des-
envolvimiento.—8. En este período, la industria y el comer-
cio decayeron en Francia y en los Países Bajos, y alcanzaron
grandísimo desarrollo en Inglaterra. Desde ahora la pobla-
ción americana comienza á ejercer influencia sobre los pue-
blos de Europa.

LECCIÓN LII.
R e v o l u c i ó n francesat Sus caracteres.
1. L a Revolución francesa.—2. ¿Qué es?—Caracteres de
esta revolución.—4. Su universalidad.—¿h. Cosmopoli-
tismo.

1. L a revolución francesa. Se conoce en la


historia con el nombre de revolución francesa, el
conjunto de acontecimientos que tuvieron lugar en
Francia á fines del siglo último, desde la convoca-
ción de los Estados generales (1789) hasta el entro-
nizamiento de Napoleón (1804). Estos acontecimien-
tos entrañan una importancia extraordinaria, no
tanto por lo que fueron en sí mismos, sino por sus
—469—
trascendentales consecuencias en la vida de la hu-
manidad, habiendo cambiado por su influencia las
bases y fundamentos sobre que descansa la so-
ciedad.
Aparte de la fundación del cristianismo, la his-
toria no registra un hecho que haya conmovido tan
radical y completamente el orden social como la re-
volución francesa; así no es extraño que se la seña-
le como tipo de los grandes acontecimientos históri-
cos, y se le designe por antonomasia con el nombre
de la Revolución.
Esta Revolución ha creado el orden social y polí-
tico que en la actualidad disfrutan todos los pueblos
civilizados: su influencia se deja sentir hoy en to-
das las inteligencias, é informa todos los actos de la
vida pública: en una palabra, nuestra sociedad,
quiérala ó nó, vive la vida que le ha legado la Re-
volución. De aquí nace una gravísima dificultad
para examinar con espíritu sereno, sin pasión, ni
parcialidad, un hecho que tan de cerca nos toca, y
que tanto afecta á nuestras creencias é intereses: y
por esta razón se nota tanta diferencia de opiniones
al estudiar esta revolución, según las ideas políticas
y religiosas de los historiadores. Procuremos nos-
otros desprendernos de los intereses de secta y de
partido, elevarnos sobre las pasiones y miserias de
los hombres; que solo así podremos apreciar en su
justo valor lo que verdaderamente constituye la
esencia de esta revolución, y lo que solo aparece
como un accidente transitorio.
2. ¿Qué es la revolución francesa? Gomo la re-
volución francesa nos ha de ocupar en esta y las
lecciones siguientes, es natural que ante todo pro-
curemos poner en claro lo que esta revolución sig-
nifica ó represente en la historia; puesto que, según
hemos dicho, es tan grande la divergencia de pare-
ceres sobre esta materia.
—470—
La revolución francesa, como todas las revolucio-
nes, concluyó con el predominio de ciertas ideas é
instituciones, y lastimó profundamente los intereses
seculares que á su sombra habían nacido y se ha-
bían desarrollado. Así se explica que desde entón-
eos acá los partidarios de esas ideas ó instituciones
no hayan visto en la revolución más que su parte
desfavorable, los crímenes y la sangre derramada,
la religión escarnecida, un conjunto de iniquidades,
la insurrección sacrilega de la tierra contra el cielo,
del demonio contra Dios. Para los que así piensan,
los revolucionarios eran apóstatas, villanos, ladro-
nes, bandidos y asesinos.
Por el contrario, los partidarios de las nuevas
ideas é instituciones creen que la revolución ha re-
generado á la humanidad, que á ella se le debe cuan-
to de bueno existe en la sociedad actual, y que sin
ella los pueblos continuarían hoy bajo la esclavitud
de los reyes y poderosos como en los siglos ante-
riores.
Por encima de estas exageraciones, y ateniéndo-
nos á la esencia de la revolución, que es lo que
siempre sobrevive en los hechos históricos, diremos
que aquel acontecimiento representa el fin de cier-
tas instituciones que venían dominando desde la
Edad media, y el nacimiento de otras más justas y
acomodadas al bien de la humanidad: la muerte de
ideas y poderes caducos, que habían tenido su ra-
zón de ser en otro tiempo, pero que se habían hecho
imposibles en el siglo XVIII, y la aparición de otras
ideas y otros poderes más conformes con el estado
de la sociedad. Esto es, y nada más, la revolución
francesa; como eso fué la aparición del cristianis-
mo; y como lo han sido todos los grandes hechos
que en la historia llevan el nombre de revoluciones.
3. Carácter político de la Revolución francesa.
Como todas las revoluciones, la francesa fué una
—471—
conmoción violenta, una sacudida ó terremoto social,
que echó por tierra los carcomidos edificios anti-
guos, dejando espacio para levantar otros nuevos.
Pero esta revolución tiene además caracteres pro-
pios y especiales que la distinguen y separan de
todas las anteriores.
En primer lugar, la revolución francesa se pre-
senta con un carácter político, con una tendencia
marcada á cambiar las bases de los gobiernos domi-
nantes en Europa, haciendo desaparecer el absolu-
tismo de los reyes, y los privilegios de las clases
superiores, para sustituirlos con el gobierno del
pueblo y la igualdad de todos los ciudadanos. Sin
embargo, bajo este aspecto político, la revolución
recorrió todas las formas de gobierno sin fijarse en
ninguna; pasando de la monarquía absoluta á la
constitucional, y de esta á la república, para volver
después por la oligarquía á la monarquía militar de
Napoleón y á la constitucional de los Borbones.
4. Carácter religioso. Aunque el carácter po-
lítico sea el predominante, la revolución francesa
tiene también un aspecto religioso, no en un sentido
ateo, como generalmente se cree, pero sí contrario á
la Iglesia y al Cristianismo. Como en política esta-
bleció los derechos naturales del hombre, así esta-
bleció también la religión natural. Pero téngase en
cuenta que en la revolución francesa el carácter re-
ligioso se subordina al político; es decir, que atacó
á la Iglesia y al cristianismo, porque los encontró
estrechamente unidos con el orden político existen-
te, con la monarquía absoluta y con los privilegios
de las clases superiores, que constituían. el verda-
dero enemigo de la revolución.
5. Universalidad de la revolución. Otro de los
caracteres especiales de la revolución francesa con-
siste en su universalidad, por referirse no solo al
cambio de gobierno, sino á toda la vida íntima de la
sociedad.
—472—
Las revoluciones en Grecia y Roma son locales en
cuanto no trascienden más allá de sus respectivas
nacionalidades, y aun dentro de estas son limitadas
en cuanto á su fin, puesto que solo afectaban á la
política, y alguna vez á los derechos civiles; pero
nunca se referían á la vida íntima de la sociedad. La
caida del Imperio romano no merece el nombre de
revolución, por cuanto los Bárbaros que la realizan,
no obedecen á ninguna idea, llevando solo consigo
la fuerza y la violencia. La Reforma es una verda-
dera revolución, pero en un sentido limitado, puesto
que solo afecta á la religión, aunque de una manera
ya más universal. Solo la francesa merece el nombre
de revolución por haber conmovido y cambiado toda
la vida social, afectando de igual manera á la vida
intelectual, moral y política, y encarnándose en las
instituciones y en las costumbres.
6. Cosmopolitismo de la revolución francesa.
Un carácter altamente singular distingue á la revo-
lución francesa de cuantas se verificaron en tiempos
anteriores, y es el proselitisrao.
Siendo una revolución eminentemente política,
reviste sin embargo el mismo carácter de universa-
lidad que las revoluciones religiosas, habiéndose
extendido á gran distancia por medio de la predica-
ción y la propaganda. La revolución se convirtió en
una especie de religión nueva; la Declaración de
los derechos fué un nuevo Evangelio para los revo-
lucionarios, que á semejanza de los primeros maho-
metanos, lo extendieron por toda la tierra con sus
soldados, sus apóstoles y sus mártires.
La revolución francesa, no se dirige á los pueblos
para imponerles su política, sino que, obrando como
las revoluciones religiosas, busca solo al hombre,
como ser dotado de razón y de derechos, y lo en-
cuentra en todas partes. Por eso aquella revolución
tuvo eco en todas las naciones, traspasó los límites
-473-
de Francia y aun de Europa y se hizo cosmopolita.
I
Inglaterra habia llevado á cabo en el siglo ante-
rior una revolución política muy semejante á la
francesa; y sin embargo, los revolucionarios ingle-
ses no se sintieron animados de ese espíritu de
proselitismo que distingue á los franceses: la revo-
lución inglesa quedó limitada á la Gran Bretaña, y
apenas fué conocida, ni ejerció influencia en las
naciones del continente. En cambio la revolución
francesa traspasó los límites de Francia é inundó la
Europa, y llegó al Africa y América, llevada á to-
das partes por la fe y el entusiasmo de los ejércitos
revolucionarios. Este fenómeno tan especial no se
explica sino por las condiciones de raza, por el ca-
rácter particular expansivo del pueblo francés, que
le lleva espontáneamente á comunicarse con los de-^-^j
más, y porque todas las naciones estaban imbuidas \
en las ideas del siglo XVIII. ^44

RESÚMEN DE L A LECCIÓN L l I .
K M
1. L a revolución francesa tuvo lugar desde la convoca-
ción de los Estados generales (1789) hasta el entronizamien-^
to de Napoleón. Es el acontecimiento más importante de
historia después del Cristianismo, no tanto por lo que sig-
nifica en sí mismo, como por sus trascendentales consecuen-
cias en la vida de los pueblos modernos.—2. Según unos, la
revolución francesa no es más que un conjunto de crímenes,
los mayores de la historia; para otros ha sido la regenera-
ción de la humanidad. Para nosotros representa la desapa-
rición de ideas y poderes caducos que habían cumplido su
misión en la historia, sustituyéndoles otros más conformes
al estado de la humanidad.—3. L a revolución tiene en pri-
mer término un carácter político, puesto que su fin principal
fué combatir el absolutismo de los reyes y los privilegios de
las clases superiores, para sustituirlos con el gobierno del
pueblo y la igualdad de todos los hombres.—4. Por su ca-
rácter religioso la revolución no fué atea, pero sí contraria
á la Iglesia y al Cristianismo, tratando de sustituirlos por
la religión natural; pero este carácter se subordina al polí-
60
—474—
tico.—5. Distingüese además la revolución por su universa-
lidad, esto es, por haber conmovido todos los fundamentos
de la vida social á diferencia de las revoluciones anteriores,
que tuvieron siempre un fin y objeto determinado.—6. Esta
revolución reviste también un carácter cosmopolita, obran-
do y extendiéndose por todas las naciones; gracias á la pro-
paganda y al proselitismo que es más propio de las revolu-
ciones religiosas.

LECCIÓN LIIL
R e v o l u c i ó n francesa. Causas generales.
1. Causas déla revolución francesa.—2. Progreso natural
de la sociedad.—Excesos del absolutismo.—4. Desa-
cuerdo de las ideas é instituciones.—t. Centralización
política y administrativa.—Aislamiento de las clases
sociales.—7. Resumen de las causas generales.

1. Causas déla revolución francesa. Los he-


chos del orden moral, como los del orden físico, son
siempre proporcionados á sus causas. Es un error
vulgar atribuir á los grandes hechos de la historia
causas pequeñas; ni las pasiones de los hombres, ni
el genio de uno ó más individuos, por grandes que
estos sean, puede producir esos acontecimientos que
llamamos revoluciones. Sobre todo, cuando los he-
chos se arrraigan, cuando producen efectos dura-
bles por mucho tiempo, es indudable que sus causas
son más profundas, y que hay que buscarlas en el
fondo mismo de la sociedad, en el estado mismo de
los pueblos, encontrándose generalmente sus prime-
ros gérmenes en hechos muy lejanos y que á prime-
ra vista parecen no tener relación alguna con los
grandes acontecimientos posteriores.
Las revoluciones son la condensación de los tiem-
pos, como dijo muy bien un pensador moderno es-
pañol. A la manera que los vapores atmosféricos
lentamente se aglomeran é insensiblemente se con^
densan, hasta formar las nubes, y las tempestades,
—475—
con su séquito obligado de lluvias y granizos, true-
nos y rayos; así también el malestar social si opor-
tunamente por quien puede y debe no se remedia,
va creciendo lentamente y aumentándose sin cesar,
hasta que por el exceso de condensación, rompe y
estalla, arrollando y destruyendo cuantos obstácu-
los á su paso se presentan.
Hay, pués, en la revolución francesa causas ge-
nerales y lejanas, que no pudieron apreciarlas co-
mo tales los que en ellas intervinieron, ni los mis-
mos que las presenciaron; otras particulares y más
cercanas que vienen á aumentar la fuerza y el po-
der de las primeras; y por último aquellas otras de-
terminantes y ocasionales que inmediatamente pre-
ceden á la revolución. Estas causas generales, par-
ticulares y determinantes han de ser proporcionadas
á la magnitud del hecho que por ellas se realiza, á
la grandeza de esa misma revolución.
Para proceder con orden, estudiaremos en la lec-
ción presente las causas generales, dejando paralas
sucesivas las particulares é inmediatas. 5
2. Progreso natural de la sociedad. La prime-
ra causa y más general de la revolución francesa,
fué esa tendencia constante de la sociedad á mejo-
rar su estado presente.y ese impulso natural y mis-
terioso que sin cesar la lleva hacia adelante en
busca del progreso y de la perfección.
Ese movimiento hacia el progreso se significa muy
principalmente en Francia desde la época de la Re-
forma. El espíritu de libre examen, y la emancipa-
ción de toda autoridad en lo más íntimo de la con-
ciencia humana, que son las creencias religiosas,
influyeron poderosamente en-la sociedad francesa,
de suyo impresionable, y dispuesta siempre á apro-
piarse los progresos y adelantos de las demás. Y
esas ideas de libertad y emancipación, aplicadas al
principio solamente á las creencias religiosas, se
—476—
aplicaron también al orden político desde que, ce-
sando los odios y querellas entre católicos y protes-
tantes por la paz de Wesfalia, unos y otros se unie-
ron y se comunicaron sus ideas, y no tuvieron ya
que combatir más que la autoridad y el poder abso-
luto de los reyes y el prestigio de las clases privi-
legiadas.
Por otra parte, el clasicismo ó el estudio de la
antigüedad clásica, griega y ¡atina cundía por toda
Europa, generalizándose por este medio la educación
republicana y las ideas contrarias al absolutismo de
los reyes y al prestigio de la nobleza. Y todo esto
obrando sobre las nuevas sociedades," engendra la
libertad en el pensamiento y el espíritu de indepen-
dencia é insubordinación hacia los poderes consti-
tuidos, preparando así á los pueblos para la revolu-
ción francesa.
3. Excesos del absolutismo. Cada institución
tiene su razón de ser en determinadas épocas histó-
ricas, cuando el estado de la sociedad las reclama
como absolutamente necesarias para la salvación de
la humanidad. Pero el movimiento y el, progreso
constante de la sociedad hace que esas instituciones
se gasten y dejen de prestar sus primeros y útiles
servicios, comenzando entóneos los excesos y los
abusos de poder que, tarde ó temprano según las
circunstancias, concluyen haciendo imposibles esas
mismas instituciones.
Esto precisamente sucedió con el absolutismo de
la monarquía, institución necesaria en los tiempos
de Luis X I como único medio de salvar á los pue-
blos de la descomposición feudal y de los abusos y
tiranías del gobierno de la aristocracia. Pero esa
institución no supo mantenerse en sus justos límites;
á la vez que aniquilaba la nobleza, destruía tam-
bién otros elementos de vida y libertad que, aunque
nacidos en la Edad media, tenían su razón de ser
—477—
en los tiempos modernos: y cegados los reyes por la
ambición, y desconociendo la trasformación que el
Renacimiento y la Reforma habían operado en la
sociedad, extremaron más y más los rigores del go-
bierno absoluto, concluyeron con la vida pública de
las naciones, esclavizándolas como en tiempo de los
emperadores romanos, hasta poder repetir como los
Césares, el Estado soy yó.
Estos excesos del absolutismo engendraron en la
sociedad relativamente instruida y adelantada de los
siglos XVII y XVIII, un profundo malestar, un odio
concentrado céntralos reyes, que estos no supie-
ron ó no quisieron destruir, ni siquiera atenuar,
y que antes ó después había de conducir á la revo-
lución.
4. Desacuerdo de las ideas é instituciones. Bien
puede en general asegurarse que todas las revolu-
ciones de la historia han sido producidas por el des-
acuerdo y la lucha entre las ideas nuevas y las ins-
tituciones antiguas. Las ideas se modifican, los pue-
blos se ilustran, y la sociedad progresa en el curso
de los tiempos; en cambio todas las formas de go-
bierno, identificadas con ciertas instituciones que
les son propias, que constituyen su vida, tienen in-
terés en perpetuarlas, porque de ellas depende su
existencia; resultando de aquí que cuando esa for-
ma de gobierno no tiene la elasticidad necesaria
para amoldarse y amoldar sus instituciones á las
nuevas ideas y costumbres, al cabo de algún tiem-
po existe un desacuerdo completo entre las unas y
las otras. Esto precisamente vino á suceder en el
siglo XVII y principalmente en el XVIII.
Los monarcas habían destruido la obra del feuda-
lismo; habían hecho de infinitos pequeños Estados
un solo Estado, y de mil poderes hostiles y rivales,
un solo poder: habían constituido la unidad de te-
rritorio y de gobierno necesaria para la vida de las
—478—
naciones; y sin embargo, el feudalismo, muerto
en el orden político, había dejado una huella pro-
funda en las instituciones, conservándose hasta el
siglo XVIII las más irritantes desigualdades y la
más extraña confusión en las personas y en las
cosas.
Existían todavía en ese siglo los tribunales espe-
ciales de la nobleza y el clero; y ciertas personas
no podían ser juzgadas sino por ciertos tribunales,
con arreglo á fuero. La ley criminal autorizaba el
tormént© antes del juicio, prodigando las mutilacio-
nes, los suplicios y la muerte, sin conceder un de-
fensor al procesado; y los reyes, sin forma de juicio,
podían imponer ciertas penas y sobreseer las causas.
El erario p-úblico se había confundido con el del mo-
narca, y por esta causa hubo reyes como Luis X V
que gastaron en un año 180 millones en sus livian-
dades y entre sus cortesanos.
El desorden era más completo y mayores los abu-
sos en el estado social: leyes diferentes y hasta
opuestas; clases privilegiadas que dividían el pueblo
en naciones diferentes; aduanas interiores y otras
gabelas que entorpecían el comercio, gremios ó cor-
poraciones privilegiadas que se oponían al desarro-
llo de la industria; impuestos exhorbitantes que
arruinaban la agricultura: la mayor parte de la tie-
rra amortizada en manos del clero y la nobleza; la
libertad de las personas á discreción de los minis-
tros, y los bienes siempre amenazados de confisca-
ción; y como consecuencia de tocio una pobreza y
una miseria espantosa en las clases bajas de la so-
ciedad.
En resúmen, fuera del gobierno de la aristocra-
cia, todos los desórdenes y abusos de la Edad media,
todas las demás instituciones del siglo XIII conti-
nuaban en pié en pleno siglo XVIII, formando un
contraste radical y profundo con las ideas, con la
—479—
ilustración y con las nuevas costumbres, que esta-
ban reclamando nuevas y adecuadas instituciones,
rechazadas con tenacidad por los soberanos y por
todos los que vivian á costa de los abusos. Este es-
tado de cosas, este desacuerdo entre las ideas y las
instituciones había de conducir con el tiempo nece-
sariamente á la revolución.
5. Centralización politica y administrativa.
Una de las causas que más contribuyeron á aumen-
tar el descontento y el malestar general en Francia,
fué la centralización política y administrativa, des-
pojando á las provincias de todos los elementos de
vida y de prosperidad, para concentrarlos en París.
La centralización como inherente al absolutismo,
comenzó en los tiempos de Luis X I , y se fué acen-
tuando cada vez más, hasta llegar al apogeo de la
monarquía absoluta en tiempo de Luis XIV. Los no-
bles, despojados de su poder político, pero disfrutan-
do todavía de grandes privilegios y considerables
riquezas, se agruparon alrededor de la monarquía
y se establecieron en París para consumir sus rentas
en los placeres y en los goces con que la corte les
brindaba. La clase media, imitando el ejemplo de la
aristocracia, abandonaba también las villas y ciuda-
des industriosas y comerciantes, para buscar en las
grandes ciudades la comodidad de la vida y los pla-
ceres. Y entre tanto, y por estas razones, los pro-
ductos cada vez más escasos de la agricultura, y las
rentas en decadencia de la industria y del comercio,
iban á alimentar la vida de París, á costa de la mi-,
seria de las provincias.
Por otra parte, además del desórden en las pro-
vincias, gobernadas por leyes diferentes, todas ellas
habían perdido su administración propia, y sus an-
tiguos derechos y libertades, rigiéndose ahora ex-
clusivamente por las órdenes del Consejo real de
París.
—480—
Esta centralización exagerada y violenta, se con-
solidó en Francia desde el reinado de Luis XIV; pe-
ro sus efectos fueron tan desastrosos, y fué tan mal
recibida en todas partes, que poco después en tiem-
po de su sucesor, se levantaron voces autorizadas
como la del futuro ministro Argenson, pidiendo que
se devolviese la administración local á los consejos
municipales y cantonales. Estas voces, como todas
las que reclamaban la reforma de los abusos reales
ó cortesanos, se perdieron en el vacio, cuando no
pagaban su atrevimiento los peticionarios con penas
severas, ó lo purgaban en el destierro. Mientras
tanto seguían los abusos y los males; se iba perdien-
do la esperanza del remedio, y aumentaba más y
más en todas las clases sociales el malestar y el
disgusto que preceden siempre á las grandes revo-
luciones.
6. Aislamiento de las clases sociales. De cuanto
acabamos de exponer, se deduce el aislamiento en
que vivian todas las clases sociales, separadas y di-
vididas por instituciones y costumbres infranquea-
bles, con intereses opuestos y encontrados, motivo
perenne de enemistad y de odio, y gérmen de lu-
chas sangrientas entre esas mismas clases en lo
ftüuro.
La nobleza y el clero, dueños de la mitad del te-
rritorio de Francia, estaban exentos de tributos por
sus antiguos privilegios, que ya no tenían razón de
ser; naciendo de aquí un odio profundo de parte de
los plebeyos, que á pesar de su miseria tenían que
sufragar todos los gastos exhorbitantes del Estado,
satisfacer los derechos señoriales, el diezmo á la
Iglesia, y los servicios corporales. Esta división y
estos odios existían aun dentro de cada clase parti-
cular: así el bajo clero, que vivia en la miseria, era
enemigo irreconciliable de los potentados obispos y
ricos abades que nadaban en la opulencia, la noble-
—481—
za de segundo orden, que arrastraba una vida peno-
sa en las provincias, miraba con envidia y mala vo-
luntad á los nobles cortesanos que dilapidaban sus
inmensas rentas en París.
Aun entre los plebeyos la organización gremial
alimentaba los odios entre los industriales, y los
privilegios concedidos á las grandes compañías mer-
cantiles, perjudicando considerablemente los nego-
cios de los particulares, engendraban la enemistad
de los comerciantes. Agréguese á todo esto que la de-
sigualdad y la separación,' y la odiosidad reinaba
hasta en el seno de las familias, por el derecho de
primogenitura que daba la riqueza á un hijo y deja-
ba en la miseria á los demás.
7. Resumen de las causas generales. Concre-
tando cuanto hemos expuesto en esta lección sobre
las causas generales de la revolución francesa, re-
sulta: que por el progreso natural de la socidad, y
por la influencia del libre exámen de la Reforma y de
las ideas republicanas del clasicismo antiguo, los
pueblos se ilustraron, comenzaron á conocer sus
derechos, y á estimar su libertad é independenciá:
que por el mismo tiempo los reyes hicieron pesar
más duramente sobre los pueblos los rigores de su
gobierno absoluto: que por consecuencia existía un,
profundo desacuerdo entre las ideas de libertad é
independencia de los pueblos, y las instituciones
absolutas y nobiliarias de la Edad media, que los re-
yes mantenían: que el malestar general que estos
hechos producían, se aumentó por la centralización
política y administrativa, que arrebató la vida y
prosperidad de las provincias, para concentrarla en
la capital; y que por añadidura las clases sociales
estaban separadas por odios profundos nacidos de sus
diversos y opuestos intereses.
Todo ello acusa un desquilibrio y falta de orden y
armonía en la sociedad; un malestar general, y un
61
—482—
disgusto profundo, odios y pasiones latentes, que
de lejos anunciaban terribles conmociones sociales,
que un gobierno prudente, previsor y amante del
bien del pueblo, hubiera podido todavía evitar. Por
desgracia sucedió todo lo contrarié, y los gobiernos
del siglo XVIII con sus torpezas contribuyeron á
desarrollar estos gérmenes, haciendo inevitable la
revolución.
RESÚMEN DE LA LECCIÓN L U I .

1. En la revolución francesa, como en todas, existen cau-


sas generales y lejanas, otras próximas y particulares que
aumentan la fuerza y el poder de las primeras; y por último
otras determinantes y ocasionales que inmediatamente pre-
ceden á la revolución. — 2. La primera causa general fué la
tendencia natural de la sociedad al progreso y á la perfec-
ción. Esa tendencia fué mucho más marcada en Francia en
la época moderna por el espíritu de libre exámen y de
emancipación, debido á la Reforma, y por el carácter repu-
blicano de los estudios clásicos que constituían la educación
del pueblo. — 3, Los reyes absolutos, no contentos con des-
truir el poder político de la nobleza feudal, que era su m i -
sión, concluyeron también con las libertades públicas, y es-
clavizaron las naciones hasta poder repetir cómelos Césares,
el Estado soyyó.—i. Aunque la nobleza había desaparecido
como poder político, subsistíanlas instituciones de la Edad
media, con sus privilegios y desigualdades irritantes, en
completo desacuerdo con las ideas de libertad é igualdad
que se habían hecho generales en el pueblo por efecto del
Renacimiento y de la Reforma. — 5. Los reyes absolutos,
despojaron á las provincias de sus derechos y de su admi-
nistración, arrebatándoles sus riquezas y su bienestar, cen-
tralizando la política y la administración en la capital,
reuniendo de esta manera en París toda la vida de la Fran-
cia.—6. Las clases sociales estaban divididas y separadas
por odios profundos nacidos de la diversidad y oposición de
sus intereses respectivos: la nobleza de las provincias odia-
ba á la de la capital, el clero bajo á los obispos, los plebe-
yos á las clases privilegiadas, los hermanos menores al pri-
mogénito, y todos aborrecían á la monarquía.—7. En suma,
un profundo malestar minaba la sociedad francesa y anun-
ciaba de lejos terribles conmociones sociales, que los gobier-
nos del siglo X V I I I no supieron ó no quisieron evitar.
—483—
LECCIÓN L I V .
Causas particulares de la revolución
francesa.
LA LITERATURA DEL SIGLO X V I I I .
1. Carácter de la literatura del siglo XVIII.—2. Literatura
alemana.—3. Literatura inglesa. Los Deistas.—Í. Lite-
ratura antireligiosa y revolucionaria de Francia. Los
Enciclopedistas.—5. Yoltáire.—Q. Rousseau.—7. Montes-
quieu.—S. Consecuencias inmediatas del movimiento lite-
rario de Francia.

1. C a r á c t e r de l a literatura del siglo X V I I I .


Después de las causas generales de l a revolución
francesa, existen otras que más directamente l a
prepararon y que por lo mismo se pueden llamar
particulares. Entre estas se encuentra en primer
término la literatura en el siglo X V I I I , que por su
carácter especial vino á dar forma y cuerpo á las
aspiraciones sociales, extendiéndolas por todas las
naciones, y preparando los ánimos para l a revo-
lución.
L a literatura del siglo X V I I I se distingue por un
carácter crítico y filosófico que se desenvuelve en
Alemania, Inglaterra y Francia, con arreglo á las
ideas de cada nacionalidad, pereque indudablemen-
te conduela á una revolución. Este carácter invade
y domina toda la literatura, la poesía, la historia, la
elocuencia, la política, y comunica á todos los géne-
ros literarios una nueva y extraña .fisonomía.
Los pensadores de ese siglo tienden á analizarlo
todo y á sujetarlo lodo á sola la razón, no recono-
ciendo dogma ni autoridad alguna; y sus ataques á
la religión y á la Iglesia, a l Estado político y social,
produjeron una verdadera revolución en las ideas
de todos los pueblos, especialmente en las clases
elevadas y m á s todavía en la clase media, cuyas
—484—
vagas aspiraciones á la libertad y á la igualdad,
encontraron en aquella literatura su completa deter-
minación y satisfacción. Pero esta obra demoledora
de todo lo antiguo y tradicional, si contribuyó por
una parte á desterrar abusos, injusticias y arbitra-
riedades, perjudicó por otra á la religión y á la mo-
ral, y borró en el pueblo el respeto y la subordina-
ción á la ley y á la autoridad.
2. L i t e r a t u r a alemana. E n la última mitad
del siglo X V I I I se realiza en Alemania un movi-
miento literario crítico filosófico como no se ha co-
nocido en los siglos anteriores. E n el siglo X V I ese
movimiento se referia principalmente á las huma-
nidades, á la artes y en parte á la filosofía antigua,
se aplicó también á la religión en un sentido antica-
tólico, pero no tenia carácter incrédulo ni ateo: por
el contrario, en el siglo X V I I I el movimiento lite-
rario es político y social, con tendencia marcadísi-
ma á la emancipación del hombre de toda autoridad
divina y humana.
Después de Wolf, que popularizó en Alemania las
doctrinas de Leibnitz, aparece K a n t , que fundó una
escuela eminentemente espiritualista, demostrando
en su obra titulada Critica de l a r a z ó n p u r a , que
la razón por sí sola no puede alcanzar la certeza
absoluta. En la crítica literaria figura en primer
término Klopstock, que en su grandioso poema la
Messiada, complemento del Paraíso perdido de M i l -
ton, revela un sentimiento patriótico tierno y deli-
cado, y un espíritu crítico poético tomado de la
Biblia.
E l más notable de los escritores alemanes en esta
época fué Goethe, que por sus numerosas y variadas
producciones, y sobre todo por el famoso poema
Fausto, es considerado con razón como el rey de la
literatura alemana. E l Fausto representa la vida
del espíritu humano desde la Reforma hasta la Re-
—485—
volución: Fausto penetra los arcanos de la ciencia
sin encontrar la satisfacción del alma; vuelve á la
fe religiosa de sus primeros años, y pierde también
sus ilusiones; entónces Satanás le hace saborear los
placeres mundanos, donde tampoco halla el reposo
que apetece. El poema deberia tener su solución
natural en la armonía y conciliación del espíritu y
la materia, que es el ideal del hombre; pero Goethe
no alcanza este desenlace; y aquella grande obra
contribuyó poderosamente á extender en Alemania
la indiferencia religiosa.
Como se vé, los principales representantes de la
literatura alemana en el siglo XVIII reflejan todos
en sus obras la libertad é independencia de la ra-
zón, la falta de fe religiosa y la negación de toda
autoridad; ó lo que es lo mismo, el deseo de borrar
todo lo antiguo y tradicional en el orden religioso,
político y social, que son los mismos caracteres que
ostentará después la revolución.
3. Literatura inglesa. Los Deístas. La litera-
tura inglesa presenta el mismo carácter crítico y
filosófico que la alemana; pero con la diferencia de
que esta última, aunque prescinde de los dogmas,
no conduce á la incredulidad ni al escepticismo,
mientras que los filósofos ingleses atacan los dog-
mas y niegan toda religión.
El filósofo Locke sometió la religión y la Iglesia,
como la ciencia, á solo el criterio de la razón. En su
obra Examen sobre el entendimiento humano esta-
blece el racionalismo religioso, pero sin atacar la
religión; sus discípulos concluyeron por combatir
los dogmas del catolicismo y toda religión.
Después de Locke viene la escuela de los Deístasf
llamados así porque negaban el dogma de la Trini-
dad, y admitían un Ser Supremo, un Dios soberano
que se revela al hombre por sola su razón, constitu-
yendo este conocimiento la religión natural que el
—486—
hombre necesita, y rechazaban todas las demás
doctrinas del cristianismo, como forjadas por la
Iglesia. Entre los deístas figura en primer término
Lord Bolingbrohe, que en sus célebres Cartas sobre
el estudio de la Historia manifiesta su falta de prin-
cipios morales y religiosos, señalando el egoísmo y
el interés como los móviles de las acciones huma-
nas. Siguieron esta escuela Gihbon, que escribió la
historia de la decadencia y ruina del Imperio roma-
no, y el incrédulo y escéptico Hume, autor déla His-
toria de Inglaterra. Profesaron la doctrina de los
deístas el poeta Pope, que escribió el Ensayo sobre
el hombre y tradujo la Iliada; y Swift, autor de los
Viajes de Gulliver, espíritu satírico que ridiculiza la
religión, los vicios de la sociedad y los abusos del
poder.
Por este breve relato de los principales pensado-
res ingleses en el siglo XVIII, se comprende que el
espíritu que les anima es el mismo que á los alema-
nes, si bien se nota en aquellos más atrevimiento y
osadía para combatir sin respetos de ningún género
la religión y la política dominante, revelándose
igualmente en sus obras el carácter egoísta é inte-
resado, propio de su nacionalidad.
4. Literatura antireligiosa y revolucionaria de
Francia. Los enciplopedistas. Gontrayéndonos á
Francia, debemos hacer constar que su literatura
del siglo XVIII se relaciona más principalmente con
la inglesa que con alemana: al estado de Francia se
adaptaban mejor las ideas de Lock y de los deístas,
que las abstracciones metafísicas de los filósofos de
Alemania, todavía incomprensibles para los pensa-
dores franceses.
El movimiento literario en Francia fué mucho
más considerable que en las demás naciones, y más
acentuado por su espíritu de libertad y por su ca-
rácter escéptico y antireligioso; tenia por base la
—487—
filosofía de Condillac, que suprimía la conciencia de
Lock, y establecía la sensación pura como origen de
todos los fenómenos que el hombre experimenta,
conduciendo de una manera necesaria al materia-
lismo, cuyos principios aplicaron sus discípulos al
derecho, á la moral y á la religión, preparando de
esta manera la revolución francesa.
Entre estos discípulos citaremos al marqués de
Condorcet, que en su Bosquejo de los progresos del
entendimiento humano, desenvuelve el principio
político con arreglo al sensualismo: el abate More-
llet, que aplicó la teoría de Condillac á la Economía
política; el italiano Beccaria, que desenvuelve estas
mismas ideas en el derecho penal, en su obra fa-
mosa De los delitos y penas, que hizo un gran bien
á la humanidad no considerando en el crimen más
que las circunstancias del hecho exterior, y no las
condiciones del criminal: y Helvecio, que en su obra
de el Espíritu, establece el placer y el dolor como
los únicos motores del universo moral, afirmando
que el sentimiento del amor de sí mismo es la única
base de una moral útil.
Completan esta filosofía antíreligiosa de Francia
•los dos autores principales de la Enciclopedia, Di-
derot y D'Alembert. Diderot, en sus Pensamientos
filosóficos, B^Sivece todavía como deísta, pero se de-
claró ateo en su Carta sobre los ciegos, rechazando
todos los principios de moral. D'Alembert preconiza
el materialismo en sus Elementos de filosofía, y le
ha hecho doblemente célebre el Discurso preliminar
de la Enciclopedia, en el que trazó de mano maestra
un magnífico cuadro de los conocimientos hu-
manos.
5. Voltaire. Tres personajes principalmente
representan todas las grandezas y todos los defectos
de la literatura del siglo X V I I I , Voltaire, Rousseau
y Montesquieu: aunque por diferentes medios, los
—488—
tres conspiran á destruir la obra del pasado en el
orden político, social y religioso, y á preparar con
sus escritos la Francia y la Europa para la revo-
lución.
Voltaire se valió de la sátira y del sentido común
para desacreditar las doctrinas reinantes y las preo-
cupaciones, usos y costumbres antiguas; en una
palabra, se propuso demoler todo lo existente, sin
cuidarse para nada de lo que habría de sucederle.
Por sus ataques á la nobleza, fué encarcelado en la
Bastilla, y después tuvo que emigrar á Inglaterra,
alcanzando allí la estimación de los deístas.
A su regreso á Francia publicó sus Cartas ingle-
sas, pintando admirablemente el estado de la socie-
dad de la Gran Bretaña, lo que le acarreó nuevas
persecuciones en Francia, granjeándole en cambio
el aplauso de las clases elevadas de toda Europa.
Federico II le llevó á su corte de Berlín; pero duró
poco esta amistad, y Voltáire se retiró entóneos á
su quinta de Ferney, cerca de Ginebra, desde donde
mantuvo activa correspondencia con todos los prin-
cipales personajes de Europa, atacando con agudas
sátiras todo lo existente.
Sus obras principales fueron: la Enriada, la única
epopeya francesa, cuyo protagonista es Enrique IV,
en la que defiende la tolerancia religiosa y en la
que brillan una moral sin religión y una metafísica
sin creencias: la Doncella de Orleans, en que pro-
fana con los sarcasmos más atrevidos la gloria más
pura de la historia de Francia; obra que con justi-
cia fué llamada por Madama Stael un crimen de
lesa nación: las Cartas históricas, y las Historias
de Garlos X I I , de Pedro el Grande y del siglo de
Luis X I V , que popularizaron en Francia los estu-
dios sérios: el Ensayo sobre las costumbres y el es-
píritu de las naciones, escrito en contra del Discurso
sobre la historia universal de Bossuet, negando la
—489—
influencia beneficiosa del cristianismo en la huma-
nidad: la Biblia comentada, conjunto de observa-
ciones contra los libros santos; y otras muchas en
todos los géneros literarios, atacando en ellas todo
lo que hasta entonces se habia venerado como san-
to, respetado como tradicional y obedecido como
legítimo.
En resúmen, los escritos de Voltaire minaron por
su base el cristianismo y la Iglesia, inculcando en nfy
los espíritus la duda, la incredulidad y el egoísmo: M
atacó las instituciones consagradas por la razón y
la historia, el Estado, la Monarquía, los privilegios
de clase, destruyendo en verdad muchos abusos,
pero arruinando á la vez los fundamentos sociales,
la piedad, el respeto á la autoridad y la virtud.
6. Rousseau. Con un carácter enteramente
opuesto al de Voltáire, y empleando medios dife-
rentes, J. J. Rousseau contribuyó de igual manera/^"
con sus escritos á preparar la revolución francesa.
Nacido en la pobreza y educado en la pureza de
costumbres en Ginebra, adquirió un carácter senci-
llo y vivió siempre retraído, condenando el lujoly
la corrupción de la corte de Paris, no menos que
filosofía materialista y atea de sus contemporáneos.
Obrando de completa buena fe en sus errores y has-
ta en sus dudas y contradiciones, no merece Rou-
sseau los duros anatemas con que sin piedad le han
perseguido sus adversarios.
Sus obras todas reflejan la pureza de sus costum-
bres, y un vivo sentimiento de la igualdad de todos
los hombres, en contra de la corrupción de su tiem-
po y de los irritantes privilegios de clase, herencia
fatal de la Edad media. Su primer trabajo fué un
discurso Sobre la influencia moral de las ciencias y
de las artes, premiado por la Academia de Dijon, en
el cual se declaró enemigo de toda civilización. E n
su obra más importante, el Emilio, se muestra ene-
—490—
migo de la filosofía y del dogma cristiano, ensal-
zando la educación basada en la razón y en el amor
paternal, y prestando un servicio incontestable al
inculcar en las madres los deberes que les impone
la naturaleza.
En las Confesiones y en el Contrato social, ataca
á las clases privilegiadas, declarándose partidario
de la igualdad primitiva de todos los hombres, y de
la democracia absoluta, ó sea, el gobierno de todos
por todos. En la nueva Eloísa ensalza el sentimien-
to natural sobre las relaciones artificiales del mun-
do, y á pesar del entusiasmo de unos y de los anate-
mas de oíros, quizá representa en el momento de su
aparición una reacción útil y saludable contra el
grosero materialismo de su siglo. Por iltimo, en la
Profesión de fe del Vicario Saboyardo censuró las
Iglesias existentes, enseñando una religión del co-
razón, acarreándose el odio de católicos y protes-
tantes.
Gomo se ve por este ligero relato, Rousseau com-
bate, como Voltáire, la Religión, el Estado y la So-
ciedad de su tiempo; pero hombre más sério y más
práctico que el solitario de Ferney, trata de rehacer
lo que destruye, por medio de la religión del cora-
zón, del gobierno democrático en toda su pureza y
de una sociedad enteramente ajustada al estado
primitivo y natural.
7. Montesquieu. Dos obras principalmente ele-
varon la justa fama de Montesqnieu en el siglo an-
terior, y aun en el presente; las Cartas persas y el
Espíritu de las Leyes.
Dotado de un carácter observador y reflexivo, y
de un sentido práctico muy marcado, censuró con
dureza en las Cartas persas la religión, las costum-
bres y el gobierno de la Francia, imitando en esto
á Voltaire y á Rousseau. En sus Consideraciones
sobre la grandeza y decadencia del imperio y consíi-
—491—
tución romana, se muestra partidario de la libertad,
que aumenta la fuerza y el vigor de los Estados, y
combate el despotismo que los debilita y arruina.
Su grande obra fué el E s p í r i t u de las Leyes, en
la que examina con atención las leyes, las costum-
bres y las instituciones de todos los pueblos, encon-
trando su fundamento en las ideas, en la esencia
misma de la naturaleza humana. E n cuanto al go-
bierno, se decide en primer término por la repúbli-
ca, contando con la virtud moral de los ciudadanos:
y entusiasta de la organización política de Ingla-
terra, preconiza el gobierno representativo ó l a
monarquía constitucional, que ha venido á ser la
forma política predominante en Europa después de
la revolución.
8. Consecuencias inmediatas del movimiento
literario de F r a n c i a . Las obras de Voltáire, de
Rousseau y de Montesquieu, habían desacreditado
la religión, la institución monárquica y los privi-
legios de las clases elevadas; y estas obras, por la
belleza y facilidad del estilo y por l a universalidad
de la lengua francesa desde Luis X I V , fueron aco-
gidas con interés y entusiasmo por los príncipes y
ministros en toda Europa, y leídas con avidez por
la clase media de todas las naciones; participando
los hombres todos capaces de leer y de pensar, de
las atrevidas ideas de los publicistas franceses.
Bien pronto se tocaron las consecuencias de aquel
movimiento general de los espíritus, estableciéndo-
se en muchos Estados la tolerancia religiosa, des-
terrándose errores y supersticiones antiguas, y
emprendiendo los reyes y ministros grandes refor-
mas administrativas.
—492—
RESÚMEN DE LA LECCIÓN L l V .

1. L a literatura del siglo XVIII se distingue por su ca-


rácter crítico y filosófico, sometiendo á solo el criterio de la
razón la Religión y la Iglesia, el Estado político y social,
sin reconocer dogma ni autoridad alguna, produciendo una
verdadera revolución en las ideas de todos los pueblos, y
principalmente en Francia.—2. La literatura alemana pre-
senta en este tiempo al filósofo Kant con su obra titulada
Crítica de la razón pura; y á los poetas Klopstock, autor de
la Messiada, y Goethe, que escribió el Fausto. En estas obras
se revela la independencia del espíritu, y la indiferencia re-
ligiosa.—3. En la literatura inglesa los discípulos de Lock
combatieron el catolicismo y toda religión. Los deistas, ad-
mitiendo un Dios soberano, y rechazaban toda religión que
no fuese la natural; entre ellos se distinguieron Bolingbroke,
Gibbon y Hume.—4. La literatura francesa se relaciona prin-
cipalmente con la inglesa. Los discípulos de Condillac pro-
fesaron el materialismo, sobre todo Condorcet, el abate
Morellet, Beccaria y Helvecio; y muy especialmente los en-
ciclopedistas, Diderot y D'Alembert.—5. Voltáire, pormedio
de la sátira, y valiéndose del sentido común, desacreditó
las doctrinas reinantes tanto en el orden religioso como en
el político y social. Sus principales obras fueron las Cartas
inglesas, la Doncella de Orleans, varias historias, y el E n -
sayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones, en
contra de Bossuet.—5. Rousseau, apóstol de la igualdad de
todos los hombres, combate el catolicismo, la monarquía y
los privilegios, sustituyéndoles por la religión del corazón,
el gobierno democrático y el estado social primitivo. Sus
obras más notables fueron El Emilio, las Confesiones, el Con-
trato social y la Nueva Eloísa.—7. Montesquieu se manifies-
ta partidario de la libertad humana y enemigo del despotis-
mo de los monarcas; combate la religión y las instituciones
francesas en sus Cartas persas, y defiende la monarquía
constitucional en su grande obra sobre el Espíritu de las
Leyes.—8. Todos estos autores, con sus escritos, desacredi-
taron la Religión y la Iglesia, la Monarquía y los privilegios
de las clases elevadas: sus obras fueron recibidas con entu-
siasmo en toda Europa, y los príncipes y ministros introdu-
geron atrevidas reformas en la administración.
—493—

LECCIÓN L V .
REVOLUCIÓN FRANCESA.
Causas particulares é inmediatas.
I. Causas particulares de la revolución francesa.~2. La
Regencia y el reinado de Luis .XT.—3. La proximidad de
Inglaterra.—4. La independencia de los Estados Unidos,
—5. Las reformas de los monarcas: su carácter.—6. Cómo
se evitan las revoluciones,—1. Necesidad de la revolución
francesa.

1. Causas particulares de la revolución france-


sa. De tiempo atrás, como acabamos de ver, se ve-
nía verificando un cambio radical y profundo en la
sociedad europea; el disgusto y el malestar se ex-
tendió á todas las clases, y únicamente los que v i -
vían de los abusos y explotaban los males presentes
tenían motivos para estar contentos y satisfechos.
Observando el estado de la sociedad, todas las
personas imparciales y honradas, y hasta las que
no lo eran, preveían grandes catástrofes si no se
ponía pronto y eficaz remedio. Efectivamente, toda-
vía era tiempo de encauzar la sociedad, de dirigir
por buen camino las nuevas fuerzas y actividades
que se habían despertado en la humanidad, procu-
rando satisfacer lealmente las aspiraciones legítimas
y reprimir con energía lo que tuvieran de exagera-
das ó abusivas. Esta era la misión que debieron
cumplir los hombres y las instituciones que regían
los destinos de los pueblos á mediados del siglo pa-
sado: así pudieron y debieron evitar la revolución,
los reyes, dueños absolutos de la sociedad, y las cla-
ses privilegiadas que vivian á la sombra de la mo-
narquía.
Esto se desprende del estudio que hemos hecho
de las causas generales de la revolución: ahora nos
corresponde examinar la conducta de esos reyes y
—494—
de esas instituciones en quellas difíciles circunstan-
cias, así como ciertas influencias exteriores en la
sociedad francesa, todo lo cual constituye las causas
particulares é inmediatas del grande acontecimien-
to de 1789.
2. L a regencia y el reinado de Luis XV» Du-
rante el largo reinado de Luis X V , tomaron cuerpo
y se desarrollaron considerablemente los gérmenes
de la revolución.
La regencia del duque de Orleans es una de las
épocas más deplorables de la historia, habiendo ad-
quirido justa celebridad por su profunda inmorali-
dad, por las escandalosas orgías, por el cinismo in-
fame, por su licenciosa impiedad, y por las insensa-
tas prodigalidades. Cuando al llegar á la mayor edad
ocupó el trono Luis X V , aquella espantosa corrup-
ción de costumbres, lejos de disminuir, invadió todas
las esferas sociales, comenzando por el mismo rey,
que pasó todo su tiempo entregado á los placeres y á
la disolución más repugnante; confiando el gobierno
á los cómplices de sus vicios, y abandonando los ne-
gocios más graves del Estado á sus impúdicas favo-
ritas. Por espacio de veinte años rigió los destinos
de la Francia la marquesa de Pompador; siendo sus-
tituida á su muerte por la condesa de Dubarry, cu-
yos escándalos concluyeron en la corte con el resto
de pudor, y extinguieron en el pueblo el respeto á
la monarquía.
Uniáse á la corrupción de costumbres una profun-
da impiedad cubierta con la máscara de religión; la
incredulidad y la blasfemia eran prendas de alta es-
timación si se procuraba encubrirlas con la agudeza
de los chistes, ó con el vestido de la sátira. «Al ver
el monarca, encenegado en el vicio, los cortesanos
corrompidos, y los eclesiásticos denigrando la religión
en París por sus escándalos, y en las provincias por
su superstición, cualquiera hubiera dicho que todos
—495—
se afanaban por destruir un grande edificio.» (Cha-
teaubriand.)
En efecto, el inmenso prestigio qne alcanzó la
monarquía en el reinado de Luis XIV, la sumisión
del pueblo francés al despotismo glorioso del gran
rey, y su lealtad á la institución monárquica, todo
desapareció en elvergonzoso reinado de Luis X V . La
monarquía arrastrada por el lodo, se atrajo el me-
nosprecio de la sociedad; y como viejo edificio que
se arruina, arrastró en su caida á las clases privi-
legiadas, únicos apoyos, especialmente el clero, que
imprudentemente la sostenían.
En vista de cuanto acabamos de exponer, bien
puede asegurarse que Luis X V al morir había he-
cho ine vitable la revolución; así lo comprendía aquel
desdichado monarca que en su cinismo contaba con
que se retrasaría lo bastante para permitirle acabar
sus dias enmedio de sus placeres: «Esto ya durará
tanto como yo; mi sucesor se arreglará como pueda.»
3. L a proximidad de Inglaterra. Mientras la
monarquía con sus desaciertos se hacía indigna de
regir los destinos de la Francia, preparándose ella
misma su propia destrucción, otras influencias veni-
das de á fuera contribuían á excitar los ánimos en-
caminándolos á la revolución.
Inglaterra había realizado una revolución en el
siglo anterior (1688) recabando el pueblo sus dere-
chos, consignados en la Carta-magna, y menospre-
ciado por los reyes absolutos desde principios de la
Edad moderna. En virtud de aquella revolución, el
pueblo inglés vino á quedar en una situación políti-
ca y social muy superior á los del continente, donde
continuaba en todo su apogeo el imperio del abso-
lutismo. Este contraste pasó desapercibido en tiem-
pos anteriores por la ignorancia del pueblo francés;
pero se comenzó á notar muy luego por las relacio-
nes de ambos países, por haberse despertado en
—496—
Francia con la instrucción, el espíritu de libertad é
independencia, y llegó á hacerse insoportable cuan-
do por las persecuciones de varios publicistas como
Voltáire, Montesquieu y otros, tuvieron estos que
refugiarse enlnglaterra, esludiandoallí sus costum-
bres y su organización social y política, y presen-
tándola después en sus escritos como modelo de
países bien gobernados.
De esta manera la clase media francesa, que en
tiempo de Luis X V era más ilustrada que la ingle-
sa, se indignaba de la humillación social y política á
que la tenían reducida sus monarcas, y se disponía
á conquistar por cualquier medio los ansiados dere-
chos que disfrutaban sus vecinos.
4. Independencia de los Estados unidos. Otro
acontecimiento vino á enardecer los ánimos ya so-
bradamente excitados en Francia, colmando su entu-
siasmo por la libertad y la independencia; tal fué la
guerra de las colonias americanas y su independen-
cia de Inglaterra.
Frankliu se presentó en París en demanda de au-
xilios para los insurrectos americanos, siendo reci-
bido con tanto entusiasmo, que muchos nobles diri-
gidos por Lafayette se embarcaron para el Nuevo
Mundo con el fin de defender la causa de la indepen-
dencia de las colonias. Más tarde y por gestiones
del mismo Lafayette, Luis X V I se decidió á mandar
un ejército en favor de los americanos, que con este
auxilio vieron realizada poco después su indepen-
dencia. Tan clara y poderosa se manifestaba la opi-
nión pública en Francia, que su rey absoluto tuvo
que obedecerla, favoreciendo en América la causa
de la independencia contra la monarquía, autorizan-
do en cierto modo con esta conducta la insurrección
en su propio reino.
Además, coincidiendo las ideas dominantes en
Francia, con los principios de la constitución ameri-
—497—
cana, fué esta recibida con extraordinario entusiasmo
en Europa aun antes de que sus resultados pudieran
apreciarse, naciendo en todos el deseo de aplicar en
Francia aquellos principios de gobierno popular, sin
atender á las diferentes condiciones de las viejas
monarquías europeas y de los pueblos nuevos ame-
ricanos.
5. Las reformas de los monarcas: su carácter.
Generalizadas las ideas francesas por toda Europa,
los monarcas comprendieron la necesidad de intro-
ducir reformas en el gobierno de sus Estados para
evitar la revolución. Un espíritu general de innova-
ción se extiende desde Rusia á Portugal: Los reyes
y sus ministros se aplican con afán á suprimir abu-
sos, quitar privilegios y mejorar el estado de sus
pueblos: pero estas reformas, como hechas por los
monarcas, si consiguen desterrar algunos males, no
alcanzan á la causa principal, que era el absolutis-
mo de la misma monarquía, dejando en pié todos^
los abusos de esta institución y muy especialmente
el principio hereditario, por el cual se trasmite con
frecuencia el poder absoluto de manos de un prijn-/
cipe hábil é inteligente á las de otro incapaz ó m^l-J
vado; como sucedió en España por aquel tiemp\
que después de los excelentes reinados de Fernam
VI y Carlos III, descendió nuestra nación con Car-""
los IV y Godoy casi al estado en que se encontraba
en tiempo de Carlos II.
Por otra parte, las reformas de los reyes eran pu-
ramente materiales con objeto de aumentar las ren-
tas y la fuerza de la misma monarquía, pero no me-
joraba por ellas el nivel moral y la condición políti-
ca de los súbditos; quedando estos en la misma si-
tuación que antes de realizarlas, por lo que respecta
á su intervención en el gobierno del Estado. Y hay
que tener presente además, que aquellas reformas
emprendidas sin meditación, arrancaron con los
—498—
abusos muchas cosas é intituciones dignas de res-
peto que, modificadas convenientemente, hubieran
prestado grandes servicios a la civilización. Por to-
do lo cual, la mayor parte de aquellas innovaciones
concluyeron con los reinados de sus autores.
Gomo se vé, las reformas emprendidas por los re-
yes no eran suficientes para evitar la revolución,
puesto que dejaban subsistentes los males m á s pro-
fundos de aquella sociedad; y no dieron otro resul-
tado que confirmar á los pueblos en la justicia de
sus exigencias, y poner de manifiéstela impotencia
de las instituciones dominantes.
6. Cómo se evitan las revoluciones. Estamos
en vísperas de la revolución francesa, y es justo
que antes de comenzar el estudio de aquel grande
acontecimiento, investiguemos si los horrores sin
cuento que le acompañaron pudieron ó no evitarse,
y por consecuencia sobre quién debe caer la respon-
sabilidad de aquella catástrofe sin igual en la his-
toria de la humanidad.
Los movimientos que constituyen la vida de la so-
ciedad son libres, porque libre es el hombre que los
ejecuta: así es que todos los acontecimientos huma-
nos, inclusas las grandes revoluciones, se han po-
dido evitar en tiempo y circunstancias oportunas.
Para ello se necesita que las instituciones caminen
siempre de acuerdo con los progresos de la sociedad,
modificándose y transformándose á medida que se
modifican y transforman en el transcurso de los
tiempos las condiciones de vida de la humanidad.
Si las instituciones son susceptibles de esa transfor-
mación, la buena voluntad de los que las represen-
tan es bastante para amoldarlas á las justas exigen-
cias de la sociedad, evitando de esta manera el des-
acuerdo de las ideas y las instituciones y su resul-
tado natural, que son las revoluciones. Mas si las
instituciones se arrogan derechos que no tienen, y
—499—
se encierran en la inmutabilidad, negándose á toda
transformación justa y razonable, tarde ó temprano,
según sea tardía ó rápida la marcha de las ideas, el
conflicto se presenta y la revolución se hace inevi-
table y necesaria.
7. Necesidad de la revolución francesa. De cuan-
to hemos expuesto en las anteriores lecciones sobre
las causas de la revolución francesa, se deduce que
la sociedad europea, y especialmente la francesa,
había sufrido una transformación completa desde el
siglo X V I por efecto del progreso natural de los
tiempos, por haber propagado el Renacimiento la
cultura y civilización de Grecia y Roma, por haber-
se extendido con la Reforma el espíritu de libre
exámen y la tendencia á la insurrección contra los po-
deres seculares, y por el extrordinario desarrollo de
las ciencias y las letras en los siglos XVII y XVIII.
Todo había cambiado en el espacio de tres siglos
que abarca la Edad moderna; y este cambio no era
un misterio para nadie; por el contrario todos lo co-
nocían y lo tocaban, lo mismo los filósofos que los l i -
teratos, los reyes y los ministros, los nobles y los
plebeyos; cuantos tenían ojos para observar é inte-
ligencia para comprender, sabían que la sociedad
había experimentado una radical transformación, y
que los hombres pensaban y obraban como nunca se
había pensado ni obrado.
Ahora bien, en medio de este cambio completo de
la sociedad, cuando todos renegaban del pasado y
fijaban sus miradas en el porvenir, las instituciones
políticas nacidas en la Edad media, la monarquía
absoluta y las clases privilegiadas, continúan ape-
gadas á sus poderes y derechos de otro tiempo, con-
siderando á los hombres como siervos y á los pue-
blos como una propiedad de que se puede usar y
abusar sin limitación alguna. Y estas instituciones
que veían á su alrededor rugiendo la tempestad re-
—500—
volucionaria, emprendieron reformas administrati-
vas, que aumentaban su fuerza y su poder, pero se
negaron rotundamente á menoscavar en lo más mí-
nimo sus derechos políticos tradicionales; y esta ne-
gativa que era un reto á la sociedad ilustrada del
siglo XVIII, hizo necesaria la revolución, como úni-
co y supremo recurso para tomarse por la fuerza
los derechos que legítimamente les correspondía, y
que sistemáticamente se les negaban.
Los reyes, pues, que con su poder absoluto regían
sin limitación los destinos de los pueblos, tenían el
deber de librar á la sociedad de los estragos de la
revolución; y al hacerla necesaria por su inconcebi-
£¿rO% ble resistencia á las reformas políticas, vinieron á
%"''Ser los verdaderos causantes de aquella conflagra-
«fión universal, y los primeros responsables de los
^ p ^ínillones de víctimas y horrores sin cuento que pro-
^i^v-v^ujo la tempestad revolucionaria.
-v t>'<c '-'.y

RESÚMEN DE L A LECCIÓN LV. .

1. E l estudio de las causas generales de la revolución re-


vela un malestar general en la sociedad del siglo X V I I I : los
reyes y las clases privilegiadas pudieron y debieron evitar
los males que todos presagiaban; veamos cómo obraron en
aquellas dificilísimas circunstancias, y los demás hecüos que
concurrieron para hacer necesaria la revolución.—2. La re-
gencia del duque de Orleans es una de las épocas más deplo-
rables de la historia por su profunda inmoralidad, que lejos
de disminuir, se aumentó á la mayor edad de Luis X V , diri-
giendo el gobierno sus favoritas, generalizándose la corrup-
ción y la impiedad y atrayéndose la monarquía el menos-
precio de todas las clases sociales.—3. El gobierno liberal de
Inglaterra formaba un profundo contraste con el absolutis-
mo de los reyes de Francia, y cuando ese contraste pudo ser
apreciado por las obras de los publicistas franceses, se ge-
neralizó un vehemente deseo de limitar también en Francia
los derechos de la monarquía.—4. Contribuyó también en
gran manera á preparar la revolución la guerra de la inde-
pendencia de los Estados-Unidos, favorecidos por la Fran-
—501—
cia, y el conocimiento de los principios de gobierno popular
consignados en la constitución americana, recibidos aquí
con entusiasmo, aun antes de'poderse apreciar sus resulta-
dos.—5. Los reyes y ministros comprendieron al fin la nece-
sidad de introducir reformas en sus Estados, pero aquellas
reformas fueron puramente administrativas, dejando sub-
sistentes los abusos políticos de la monarquía absoluta y de
las clases privilegiadas.—6. Las revoluciones se evitan por
los que dirigen los destinos de ios pueblos, modificando las
instituciones á medida que se transforma la sociedad, á fin
de que no estén jamás en desacuerdo con las ideas dominan-
tes.—7. La sociedad francesa habla sufrido una transforma-
ción completa en el siglo X V I I I , por su ilustración y por su
conocimiento de los asuntos políticos; conocía sus derechos
naturales y pretendía con razón ejercitarlos. Los reyes se
opusieron á las reformas políticas, é hicieron necesaria la
revolución.

LECCION LVI.
Revolución francesa*
l. Los Estados generales. Asamblea constituyente, 2. To-
ma de la Bastilla.—3. Trabajos de la Asamblea.—Hui-
da del rey.—5. La Asamblea legislativa.—6. Suspensión
del reinado.—1. La Convención. Abolición de la monar-
quía. Muerte de Luis XVÍ,—8. Epoca del. Terror.—9. L a
guerra exterior.

1. Los Estados generales: Asamblea constitu-


yente. Con arreglo á la convocatoria de Necker, se
reunieron los Estados generales en Versalles el día
5 de Mayo de 1779. En la sesión inaugural el rey
excitó á los diputados á la unión y concordia para
labrar de común acuerdo la prosperidad de la Fran-
cia. Sin embargo, con motivo del exámen de los
poderes de los diputados, se manifestó en seguida la
oposición del tercer Estado contra la nobleza y el
clero, pretendiendo aquel que se hiciera en común
por los tres ordenes y sosteniendo estos que cada
orden debia examinar los poderes de sus miembros.
La cuestión era capital, pues si prevalecía la vota-
—502—
ción por órdenes, tendrían mayoría las clases pri-
vilegiadas., y si se votaba por individuos, tendría
preponderancia la clase media, á la que pertenecía
la mayoría de los diputados. E l tercer Estado, presi-
dido por el astrónomo Baiily, y con la cooperación
de los oradores Sieyes y Mirabeau, insistió en sus
pretensiones, y después de cinco semanas de conti-
nuos debates, habiendo conseguido atraerse á una
parte del clero llano, se declaró Asamblea nacional
constituyente (17 ele Junio de 1789).
Alarmado el rey con este suceso, anunció una
sesión régia para el día 23, suspendiendo hasta ese
dia las reuniones de la Asamblea. E l 20 de Junio,
los diputados del tercer Estado, dirigidos por Bailly,
encontrando la puerta cerrada, se reunieron en el
Juego de pelota, jurando alli en medio de trasportes
de entusiasmo no separarse hasta haber dado una
constitución á la F r a n c i a .
Llegado el dia 23, se presentó el rey en la Asam-
blea para reprender á los diputados, mandando que
cada orden deliberase con separación de las demás.
L a nobleza y una parte del clero obedecieron, pero
los diputados del tercer Estado continuaron en sus
asientos, y cuando el marqués de Brezé, maestro
de ceremonias, quiso cumplimentar las órdenes del
rey, Mirabeau contestó: Decid d vuestro amo, que
estamos a q u í por la voluntad del pueblo, y que no
saldremos sino por la fuerza de las bayonetas. E l
rey no tuvo valor para reprimir por la fuerza este
desacato; y la Asamblea, á la cual se unieron la
mayoría del clero y de la nobleza, se declaró invio-
lable, y quedó dueña de los destinos de la Francia.
E l ascendiente de la monarquía habia concluido, y
comenzaba la revolución.
2. Toma de la Bastilla. Este primer triunfó
del tercer Estado produjo una exaltación general
de los espíritus, que se extendió por la capital y con
—SOS-
una rapidez extraordinaria se comunicó á toda la
Francia. Formáronse reuniones populares., con el
nombre de clubs, donde se discutían con ardor y se
atacaban con vehemencia los actos del gobierno en-
medio de los aplausos de la multitud. L a corte acon-
sejó al rey, y este se decidió á emplear la fuerza
para conjurar el peligro que amenazaba. Con este
objeto se reunió cerca de París un ejército de 30.000
hombres, compuesto en su mayor parte de suizos y
alemanes, que inspiraban m á s confianza á la mo-
narquía.
Temiendo un ataque á su independencia, la Asam-
blea pidió al rey que alejara las tropas de París; y
en lugar de acceder á estas pretensiones, Luis XVI
desterró á Necker, que gozaba de una gran popula-
ridad. A l tener noticia de este hecho, se amotinó el
pueblo de París, y apoderándose de las armas de los
depósitos públicos, después de cometer grandes des-
manes se dirigió á tomar y destruir l&.Bastilla, cé-
lebre prisión de Estado, y terror de la capital. E n
pocas horas quedó arrasado aquel temible edificio,
y las cabezas de sus defensores puestas en picas y
paseadas por las calles de París.
Ante la gravedad de estos acontecimientos, el
rey volvió á llamar á ecker, sancionó el nombra-
miento de jefe de la Guardia nacional á favor de
Lafayette, y se presentó en el balcón del Ayunta-
miento con la escarapela tricolor, recibiendo los
aplausos populares. EnWe tanto el Conde de Artois,
hermano del rey, Condé y otros nobles, temiendo
las iras populares, y no consiguiendo que el rey se
decidiera á emplear la fuerza contra los revolucio-
narios, abandonaron la Francia, dando comienzo á
las emigraciones, que tantas desgracias acarrearon
á los intereses nacionales.
L a toma de la Bastilla extendió la agitación y la
anarquía á todas las provincias: el pueblo se levan-
—504—
tó en todas partes contra la nobleza, cuyos castillos
fueron incendiados; se apoderó de la autoridad, or-
ganizó la Guarcia nacional hasta en las aldeas,
cometiéndose por esta causa toda clase de violen-
cias y atropellos.
3. Trabajos de la Asamblea. En medio de la
profunda agitación que habia producido en Francia
la toma de la Bastilla^ y preocupado el gobierno con
la gravedad de lor-5 acontecimientos, la Asamblea
nacional prosiguió con grande actividad sus traba-
jos, y en la memorable noche del 4 de Agosto de
1789 consagró la declaración de los derechos del
hombre, y á propuesta de los mismos individuos del
clero y de la nobleza, quedaron abolidos con un en-
tusiasmo indescriptible los privilegios señoriales,
eclesiásticos y provinciales, y las trabas á la liber-
tad del comercio y de la industria. Así desapare-
cieron los últimos restos de las instituciones feu-
dales, para ser sustituidos por las instituciones
modernas.
Además de abolir los privilegios y establecer l a
igualdad de todos los ciudadanos, la Asamblea limitó
los derechos de la monarquía, creando una Cámara
única con el derecho de iniciativa, y con igual po-
der que el rey, no dejándole á este más que el veto
suspensivo, es decir, el derecho de retrasar por cua-
tro años la sanción de las leyes votadas por l a
cámara.
Entre tanto, el, rey apreffiiado por las influencias
de la corte, enemiga de toda reforma, y por las exi-
gencias del pueblo en sentido contrario, se negó á
sancionar la declaración de los derechos del hom-
bre; por otra parte, la llegada á Versalles de un
regimiento de Flandes, y las demostraciones impru-
dentes de adhesión al rey y á la corte, hechas por
los guardias de Gorps en un banquete ofrecido á los
oficiales recien venidos, todo ello hizo sospechar
—505—
ocultos manejos contra el pueblo, agitado ya de
antemano por el hambre que se sentía en París á
causa de la escasez de pan, atribuida quizá sin ra-
zón á la ausencia de la corte. Lo cierto es que el 5
de Octubre de 1790, una multitud inmensa de muje-
res, dirigiéndose á Versalles para pedir al rey que
volviese á París, atacó durante la noche el palacio,
llegando hasta la cámara de la reina, que con difi-
cultad pudo salvarse. A l dia siguiente acompañado
por las turbas se trasladó el rey y la corte al pala-
cio de las Tullerias de París; perdiendo desde entón-
ces todo su prestigio la monarquía.
L a Asamblea se trasladó también á P a r í s , y á
propuesta del obispo Talleirand, decretó la enage-
nación del patrimonio del clero, la supresión de los
conventos y ordenes religiosas, la libertad de cul-
tos y el juramento de todos los funcionarios á la
nueva Constitución. L a mayoría del clero se negó
al juramento, dividiéndose los sacerdotes en jura-
mentados y no juramentados: la Asamblea decretó
•la emisión de billetes de g a r a n t í a (asignados) sobre
la hipoteca de los bienes eclesiásticos; suprimió la
antigua división territorial salida de la Edad media,
sustituyéndola por ochenta y tres departamentos, y'
estableció la unidad política, administrativa y judi-
cial en toda la Francia.
4. H u i d a del rey. E n conmemoración de la to*
ma de la Bastilla se celebró en el Campo de Make
con una pompa extraordinaria la fiesta de la Fede-
ración (14 de Julio de 1790). Poco después, N e c k e i V ^
cansado de luchar en vano para reorganizar la ha-
cienda, se retiró á Suiza; Mirabeau, el célebre tribu-
no, que últimamente queria el sostenimiento de la
monarquía constitucional, murió al año siguiente
(2 de Marzo de 1791) perdiéndose con él toda espe-
ranza de conciliación entre el rey y la Asamblea.
Entre tanto, las cortes europeas, excitadas por los
64
—506—
príncipes emigrados, formaron una coalición contra
la Francia; y Luis X V I huyó secretamente de París
en dirección de la frontera del Norte; pero fué reco-
nocido en Várennos, y conducido á París por orden
de la Asamblea, que lo declaró suspenso de sus fun-
ciones, resumiendo ella el poder ejecutivo, que fué
devuelto al monarca cuando este j u r ó la Constitu-
ción (14 de Setiembre de 1791); después de lo cual
se disolvió la Asamblea constituyente, á la cual se
debe la abolición de los privilegios y la realización
de la igualdad civil en Francia.
5. L a Asamblea legislativa. Un decreto de la
Constituyente, inspirado por un noble desinterés,
pero que fué de consecuencias funestas, prohibia á
los diputados de aquella samblea, formar parte de
la legislativa. Las elecciones recayeron en j ó v e n e s
atrevidos é inexpertos en el manejo-de los asuntos
de gobierno, que arrastrados por las pasiones popu-
lares, precipitaron hasta el extremo la revolución.
Desde el principio se dividió la Asamblea legisla-
tiva en varios partidos ó fracciones: el de los ful-
denses ó constitucionales ó de la derecha, que con
el apoyo de Lafayette, defendían la monarquía y la
Constitución del 91; los Girondinos, 6 republicanos
moderados, que se sentaban á la izquierda, y entre
los cuales figuraban Vergniaud, Petion, Dumouriez
y Barbaroux; los franciscanos, Danton y Camilo
Desmoulins; y los jacobinos, que con Marat y Ro-
bespierre, ocupaban los asientos m á s elevados de la
extrema izquierda, y recibieron por esta razón el
nombre de la Montaña. Una agitación inmensa
habia cundido por toda Francia, principalmente en
P a r í s : los jacobinos extendían por todas partes su
espíritu demagógico, valiéndose del periódico terro-
rista de Marat, titulado E l amigo del pueblo.
L a Asamblea reunida en 1.° de Octubre de 1791,
decretó en sus primeras sesiones la confiscación de
—507—
los bienes de los emigrados y la deportación de los
sacerdotes no juramentados; la negativa del rey á
sancionar estos decretos, vino á aumentar la agita-
ción del pueblo: los ministros pertenecientes al par-
tido constitucional, tuvieron que abandonar sus
puestos, sucediéndoles los girondinos Dumourriez
y Roland. Entre tanto las potencias extranjeras
formaron una coalición contra la Francia, y Luis
XVI propuso á la Asamblea la declaración de guerra
al Austria y á la Rusia. Los primeros hechos fue-
ron contrarios á las tropas francesas, sobradas de
entusiasmo, pero faltas de organización; y el minis-
terio girondino tuvo que abandonar el poder.
La insistente negativa del rey á sancionar los de-
cretos contra los emigrados y contra el clero, pro-
dujo un motín del populacho, que dirigido por San-
terre se encaminó á las Tullerias; la oportuna
llegada de Petion y la serenidad del rey, que cogió
un gorro encarnado, poniéndoselo en la cabeza, des-
concertó á las turbas, que se retiraron sin conseguir
su objeto.
6. Suspensión del reinado. En estas circuns-
tancias los ejércitos extranjeros al mando del duque
de Brunswick, penetran en la Lorena; la alarma se
extiende por toda Francia, y la Asamblea declara
la patria en peligro; crece la efervescencia popular,
de que se aprovechan los jacobinos para dar el últi-
mo golpe al reinado. A la media noche del 10 de
Agosto, el populacho puso sitio al palacio de las Tu-
llerias, defendido por los Suizos. Ante aquel peligro,
el rey se refugió con su familia en la Asamblea, y
los amotinados, después de sacrificar á los valientes
suizos, y hasta 5.000 defensores de la monarquía, y
destrozar cuantos objetos encontraron en la mansión
real abandonada, consiguen imponerse á la Asam-
blea, que declaró suspensa la autoridad real, acor-
dando que se convocase una Convención nacional
—508—
para juzgar al rey, que fué encerrado en la torre del
Temple.
L a victoria del pueblo sobre el reinado, la aproxi-
mación de los prusianos, la salvaje elocuencia del
sanguinario Danton, ministro de justicia, y la pre-
ponderancia que alcanzó el Ayuntamiento, dominado
por los'jacobinos, sobre la Asamblea, todo ello pro-
dujo una excitación indescriptible en las masas po-
pulares, que se entregaron á los mayores desórde-
nes, destruyendo todas las señales déla monarquía,
y llenando las cárceles de aristócratas, sacerdotes
y sospechosas.
Pocos dias después, del 2 al 7 de Setiembre, co-
menzaron aquellas matanzas horribles en las c á r -
celes, en que las^ tropas de asesinos y facinerosos
pagados por el Ayuntamiento, con un simulacro de
tribunal, quitaron la vida hasta 6.000 personas,
entre las cuales se encontraba la princesa de L a m ~
halle, dama de honor de la reina, y cuya cabeza, colo-
cada en una pica, fué expuesta delante de las venta-
nas del Temple, donde se encontraba Maria Antonie-
ta. E l ejemplo de París fué imitado en las principales
ciudades, extendiéndose por toda Francia la perse-
cución de los aristócratas, los crímenes y violencias
de todo género, que vinieron á señalar el fin de la
monarquía y el comienzo de la república.
7. L a Convención. Abolición de la m o n a r q u í a .
Proceso y muerte de Luis X VI. Las elecciones ve-
rificadas bajo la presión de los clubs, Uevaron á la
Convención los revolucionarios más exaltados de
Francia. Figuraban en la izquierda Robespierre,
Danton, Marat y el duque de Orleans, que se hacia
llamar Felipe-Igualdad; en el centro los Girondinos
con Vergniaud, Brissot y otros; á la derecha los
Jacobinos.
L a Convención comenzó sus sesiones aboliendo el
trono y proclamando la república una é indivisible:
—509—
se suprimió el Calendario romano, sustituyéndole
por el republicano, comenzando el año y la nueva
era el 22 de Setiembre de 1792, eliminando las fies-
tas de la Iglesia, y reemplazando el catolicismo por
el culto de la Razón.
Entre tanto, las armas francesas, derrotadas pri-
mero por los extranjeros, consiguieron al ñn recha-
zarlos, y pasando la frontera, invadieron el Palati-
nado, Saboya y Niza. Los austríacos tuvieron que
levantar el sitio de Lila, y fueron derrotados en la
sangrienta batalla de Jemmapes por Dumouriez, que
se hizo dueño de la Bélgica.
Por un decreto de la Convención, Luis X V I habia
de ser juzgado por ella. Se formó un tribunal revo-
lucionario, en el que defendieron al rey Tronchet,
Malesherbes y de Seze; y á pesar de los deseos de los
girondinos que querían salvarle, triunfaron los ja-
cobinos, y fué condenado á muerte. El dia 21 de
Enero de 1793, Luis X V I , con una calma y una fir-
meza admirable, subió al cadalso para expiar con su
sangre casi inocente los desaciertos de sus ante-
pasados.
8. Epoca del Terror. A la muerte del rey co-
mienza en Francia la época del Terror, sin ejemplo
en la historia de todos los pueblos. Sus héroes fue-
ron Danton y Robespierre, que dominaban en la
Asamblea, y el sanguinario Marat, que dirigía á su
placer el populacho. Un tribunal revolucionario llena
las cárceles de sospechosos y multiplica las vícti-
mas, ün comité de salud pública dirigido por Robes-
pierre, aumenta los crímenes y las venganzas; y bajo
el nombre de enemigos del pueblo, son sacrificados
los nobles y los sacerdotes, á la vez que los pobres
y los inocentes.
Mientras en París domina la anarquía más com-
pleta y el terror en toda Francia, comenzó la gue-
rra civil en la Vendee, donde habia sido proclamado
—510—
el joven Delfín, encerrado en el Temple, con el nom-
bre de Luis X V I I . Los primeros hechos de armas
fueron favorables á los Vendeanos; pero estos fue-
ron derrotados después en Mans, y si no concluyó
la insurrección, por lo menos dejó de inspirar temo-
res á la Convención.
Desde esta época los acontecimientos se precipi-
tan con una rapidez vertiginosa. Los girondinos
que habían constituido la república, aparecieron
proscritos por un decreto dictado por Marat. Este
hombre sanguinario fué asesinado por Carlota Cor-
day; el pueblo enfurecido continúa mandando á la
guillotina millares de víctimas en toda Francia. L a
reina Maria Antonieta y la virtuosa princesa Isa-
bel, hermana de Luis X V I , suben al cadalso, y poco
después son sacrificadas de la misma manera hasta
21 de los Girondinos, siguiéndoles Felipe-Igualdad,
y los sabios Lavoisier, Bailly y Malesherbes; y por
último, volviendo los revolucionarios contra sí mis-
mos, fueron inmolados Heber, Danton, Camilo Des-
moulins y sus partidarios á la implacable crueldad
de Robespierre; y este á su vez con sus parciales
fué mandado á la guillotina por los amigos de
Danton.
Desde entóneos la Convención, depurada por sí
misma de tantos hombres crueles y sanguinarios, se
propuso restablecer el orden y la paz. Todas las le-
yes de la época del 'terror fueron derogadas, y di-
suelto el club de los jacobinos. Pichegrú, jefe del
nuevo ministerio de los iermidorianos, consiguió
poner coto á los terroristas y encauzar la revolu-
ción, dotando al mismo tiempo á la Francia de nu-
merosas instituciónes, que han dejado recuerdos
imperecederos en la historia.
9. L a guerra exterior. Para rechazar la inva-
sión extranjera, la Convención, con una actividad sin
ejemplo, levantó catorce ejércitos que ocuparon to-
—BU-
das las fronteras de Ja Francia. L a campaña del 93
fué contraria á las armas francesas: Dumouriez fué
derrotado en Nerwinden, perdiéndose en conse-
cuencia la Bélgica, pasándose este general á los
enemigos: los españoles penetraron en Francia, y
la plaza de Tolón se habia entregado á los ingleses.
Para hacer frente á tantos peligros, la Convención
dió un decreto obligando á tomar las armas á todos
los hombres capaces de llevarlas. Con estos elemen-
tos, y con la dirección del ministro Carnot, fueron
vencidos los enemigos por los generales republica-
nos, y el jóven Bonaparte se apoderó de Tolón.
En la campaña dej 94, la victoria obtenida por
Jordán en Fleurus, devolvió la Bélgica á la Francia;
y las repetidas y brillantes acciones de Pichegrú en
Holanda, hasta tomar por asalto con su caballería
la flota holandesa en medio de los hielos del Zuider-
zée, le hicieron dueño de todo aquel país, donde se
estableció la república Bdtava. Esta série de victo-
rias completadas por la invasión de las tropas fran-
cesas en España, obligó á los aliados á pedir la paz
á la república.
L a Constitución del año I I I (1795) encargó el
poder ejecutivo á un Directorio, y el legislativo al
Consejo de los Ancianos y al de los Quinientos. Las
medidas de orden y de regularidad en el gobierno
disgustaron al populacho, que excitado por los rea-
listas se sublevó atacando las Tullerias. Las tropas
de la Convención, mandadas por un general de 26
años, Napoleón Bonaparte, ametrallaron á los revol-
tosos, concluyendo con el imperio de la demagogia.
RESÚMEN DE LA LECCIÓN L V I .

1. Reunidos los Estados generales, el tercer Estado opues-


to á la nobleza y al clero, se declaró Asamblea nacional
constituyente, y reunidos en el Juego de pelota, juraron no
—512—
separarse hasta haber dado una constitución á la Francia,
rechazando las ordenes del rey para que abandonasen el sa-
lón de sesiones.—2. L a excitación de los ánimos por esta
primera victoria popular, y las medidas reaccionarias del
rey, produgeron una sublevación en el pueblo, que atacó y
destruyó la Bastilla, El rey tuvo que ceder á las exigencias
populares, y la. nobleza comenzó á emigrar el extranjero.—
3. La Asamblea declaró los derechos del hombre, concluyó
con las instituciones feudales y limitó los derechos de la mo-
narquía; un motín de las mujeres, provocado por los pro-
yectos de la corte, obligó al rey á trasladarse á París, si-
guiéndole á poco la Asamblea, que decretó la libertad de
cultos, la supresión de las ordenes religiosas, y una nueva
división territorial.—4, Por la muerte de Mirabeau y la
retirada de Necker, se hizo imposible la conciliación entre
el rey y la Asamblea. Luis X V I huyó hácia la frontera del
Norte, pero fué detenido en Varenries, y conducido á París,
suspendiéndole la Asamblea de sus funciones hasta que hubo
jurado la Constitución.—5. Á la Constituyente sucedió la
Asamblea legislativa, compuesta de jóvenes atrevidos é
inespertos, que se dividieron en varios partidos, figurando
como más exaltados los jacobinos. La Asamblea confiscó los
bienes de los emigrados y decretó la exportación de los sa-
cerdotes no juramentados. A l ministerio constitucional su-
cedió el de los girondinos, que poco después, por los desastres
de la guerra tuvo que abandonar'el poder. Por la negativa
del rey á sancionar los decretos anteriores, el populacho,
dirigido por Santerre, atacó las Tullerias; poniendo en
peligro la vida del rey.—6. A la aproximación de los ejér-
citos extranjeros á las fronteras, el pueblo, excitado por los
jacobinos atacó de nuevo las Tullerias, y el rey tuvo que
refugiarse en la Asamblea, que lo declaró suspenso de su
autoridad, encerrándolo en el Temple. Una excitación i n -
mensa se extendió por toda Francia, cometiendo el popula-
cho crímenes sin cuento en que perdieron la vida más de
6.000 peronas entre aristócratas, sacerdotes y sospechosos.
—7. L a Convención se componía de los republicanos más
exaltados. Suprimió la monarquía y proclamó la república;
creó una nueva era y reemplazó el catolicismo con el culto
de la razón. Luis X V I fué condenado á muerte, sufriéndola
con calma y firmeza admirable.—8. Entóneos comienza la
época del Terror, en que se cometieron crímenes sin cuento
bajóla influencia y el gobierno de Robéspierre, Danton y
Marat; perdiendo la vida la reina, la hermana del rey, los
girondinos, los primeros sabios de la Francia y los mismos
causantes de tantos horrores; Marat fué asesinado, Danton
—SlS-
guillotinado por Robespierre, y este á su vez por los parti-
darios de Dantón.—9. En la campaña del 93, desgraciada
para las armas francesas, se perdió la Bélgica y la plaza de
Tolón, que fué recuperada por Bonaparte: en la del 94 Jor-
dán ganó la batalla de Fleurus y reconquistó la Bélgica, y
Pichegrú la Holanda, Prusia y España tuvieron que pedir
la paz.

LECCIÓN LVIL
E l Directorio y e l Consulado*

1. El Directorio.—2. Campañas de Napoleón en Italia.—' ^


3. Tratado de Campo-Formio.—k. Estado interior de
Francia.—h. Expedición d Egipto.—§. Política exterior \i \
del Directorio.—7. Regreso de Napoleón. El 18 brumario. \'m
—8, El Consulado. La Constitución del año VIII.—2. Po-
lítica exterior del primer Cónsul.—10. Política interior.
—11. Conspiraciones.

i. E l D i r e c t o r i o . La nueva Constitución vota-


da en 23 de Setiembre de 1795 (primero del año IV)
confirió el poder ejecutivo á un Directorio, compues-
to de cinco miembros, que fueron. Barras, Revel,
Sieyes, Larevelliere-Lepeaux y le Tourneur; habién-
dose negado Sieyes á aceptar el cargo de Director,
ocupó su lugar Garnot, encargado de los asuntos
militares. í(
Graves en extremo eran las circunstancias para V j
el Directorio. Los terroristas, que aunque vencidos- -
por Pichegrú y severamente castigados, no perdían
la esperanza de recobrar el poder; los realistas, ven-
cidos también por Napoleón en las calles de París,
pero que no abandonaban sus proyectos de restau-
ración; los ejércitos extranjeros, que amenazaban las
fronteras; y por último, la falta de recursos y el des-
orden en la administración, como resultado de los
acontecimientos anteriores. Y á todo esto, de los
cinco directores, solo Carnet estaba á la altura de su
posición; los demás carecían de genio y de experien-
65
—514—
cia: así es que mientras el ejército francés se cubre
de gloria en el exterior, continúan en aumento los
desórdenes y abusos en la administración interior.
2. Campañas de Napoleón en Ilalia. Para rea-
lizar su plan de atacar al Austria por tres puntos á
la vez y sitiar á Viena, Carnot encargó el ejército
del Mosa á Jordán, el del R i n á Moreau y el de Ita-
lia á Napoleón Bonaparte. Sigamos en primer tér-
mino las dos gloriosas campañas de este último, que
elevaron su fama á la altura de los primeros capita-
nes de la antigüedad. (1796-97).
A l encargarse el joven Napoleón del ejército de
Italia, constaba este de 30,000 hombres, desnudos y
mal pagados, teniendo que combatir con un ejército
tres veces mayor, compuesto de austríacos y pia-
monteses. Napoleón consiguió reanimar el espíritu
de sus tropas, y en tres días consecutivos derrotó á
los austríacos en Montenote, k los piamonteses en
Millesimo, y otra vez á los austríacos en Dego, lo-
grando separarlos dos ejércitos coaligados. Resuel-
to á concluir con los piamonteses, los derrotó comple-
tamente en Mondovi, encaminándose á Turín, obli-
gando á Víctor Amadeo á firmar un armisticio y
después la paz onerosa de P a r í s , por la cual cedió
Sáboya y Niza á la Francia, seis plazas fuertes en
garantía, abonó una crecida suma por gastos de
guerra, dejó el paso franco por sus Estados al ejér-
cito francés, y prometió separarse de los enemigos
de la Francia. Tales fueron los resultados de una
campaña de 15 días.
Dirigiéndose en seguida contra los austríacos, con-
sigue forzar el puente de Lodi, defendido por 80 ca-
ñones; entra en Milán, y en otros 15 días se hace
dueño de la Lombardía, imponiendo una contribu-
ción de 20 millones, cuya mitad envió al Directorio.
Sitia á Mantua y derrota á los austríacos en Lonato
y en Castiglione, y después enRoveredo y en Basa-
—515—
no, en cuyas acciones perdieron 40.000 hombres,
120 cañones y 30 banderas. Estas acciones tuvieron
lugar en Setiembre de 1796; y dos meses después
vuelve Napoleón á derrotar á los austríacos en Ár-
cólej y en Enero siguiente alcanza nueva victoria
en Rivóli, y se apodera de Mantua.
Napoleón, después de tantas victorias, penetra en
el Tirol y llega á Leoben, á 15 leguas de Viena.
3. Tratado de Campo Formio. Alarmado el Pa-
pa Pió V I por las victorias de Napoleón en Italia, se
apresuró á firmar la desventajosa paz de Tolentino,
por la cual cedía á la Francia la ciudad de Aviñón
(residencia de los Papas en el siglo X V ) , el condado
Venusino, Bolonia y otras plazas, una cantidad con-
siderable de dinero, y algunos cuadros de los mejo-
res pintores.
Las repetidas victorias de Napoleón sobre los aus-
tríacos en Lombardía, y su atrevida excursión has-
ta cerca de Viena, obligaron también al emperador
Francisco á pedir la paz, firmando los preliminares
en Leoben, que fueron ratificados en el tratado de
Campo Formio (19 de Octubre de 1797). E l tiempo
transcurrido entre los preliminares y la paz, lo em-
pleó Napoleón en castigar á Venecia por su pérfida
política contra la Francia, consiguiendo apoderarse
de la ciudad, y tratándola como un país conquistado.
Por la paz de Campo Formio, quedó en poder del
Austria Venecia y la Dalmacia: Napoleón constitu-
yó con la Lombardía la república Cisalpina, formán-
dose poco después, bajo la protección de la Francia,
las repúblicas Liguriana, cuya capital era Génova,
y la Romana. Austria reconoció además la incorpo-
ración de la Bélgica á la Francia, y la república Bd~
tava (antigua Holanda).
Así terminó aquella campaña de Italia, una de las
más gloriosas que registra la historia. Los ejércitos
de Napoleón hicieron en ella 150.000 prisioneros,
—516—
cogieron 170 banderas, 1100 piezas de artillería y
50 buques; y aquel gran general, que había encon-
trado las tropas desnudas y hambrientas, las dejó
al fin de la guerra perfectamente equipadas y ar-
madas, después de haber mandado al Directorio 50
millones para el servicio del Estado.
Mientras Napoleón alcanzaba tanta gloria para sí
y para la Francia en los campos de Italia, el archi-
duque Garlos de Austria venció al general Jordán y
le hizo repasar el Rin, y Moreau, después de una glo-
riosa retirada por la Selva Negra, volvió también á
Francia.
Napoleón, después del tratado de Campo Formio,
marchó á París, siendo recibido por el Directorio y
por el pueblo con un entusiasmo indescriptible.
4. Estado interior de Francia. El gobierno del
Directorio tuvo que vencer en el interior grandes
obstáculos y combatir no pocos enemigos. Los anti-
guos terroristas, que pretendían establecer ahora la
igualdad personal absoluta y la de bienes, fueron
severamente castigados; y los realistas, que lleva-
ban adelantados sus planes de restauración, se vie-
ron cercados en el palacio de las Tullerías por las
tropas enviadas por Napoleón al mando de Ange-
reau y Bernardote, que prendieron á los diputados,
consejeros y hasta dos individuos del Directorio (Car-
net y Barthelemy) de este partido, deportándolos á
Cayena; siguiéndose persecuciones contra los tío-
bles emigrados que habían vuelto á Francia y con-
tra todos los realistas.
Entre tanto se habían arruinado la agricultura, la
industria y el comercio; la hacienda pública carecía
de recursos, y para proporcionárselos, autorizó el
Directorio un verdadero sistema de expoliación y de
robo en los países conquistados, Bélgica, Italia, etc.
5. Expedición á Egipto. Napoleón formó el
proyecto de conquistar el Egipto para hacerse dueño
—517—
del Mediterráneo, y en el momento oportuno des-
truir el poder de Inglaterra en la India. E l Directorio,
alarmado con la gloria y la popularidad del joven
general, aceptó con entusiasmo aquel proyecto, que
lo alejaba de Francia, haciéndose grandes prepara-
tivos para aquella expedición. Napoleón se hizo
acompañar de los valientes generales que m á s se
habían distinguido en la guerra de Italia, y de los
sabios m á s notables de Francia, entre otros, Monge,
Berthollet, Geoffroy Saint-Hilaire, etc. L a expedi-
ción partió de Tolón, se apoderó en el camino de la
isla de Malta, y fué á desembarcar cerca de Alejan-
dría, cuya ciudad fué tomada por asalto. Napoleón
derrotó á los mamelucos en la célebre batalla de las
Pirámides; entró en el Cairo anunciándose como
libertador, y organizó aquel país. al estilo europeo.
Entre tanto, la escuadra francesa había sido des-
truida en la rada de Aboukir por la inglesa al man-
do de Nelson; y el héroe de las Pirámides quedó i n -
comunicado con Francia. A l año siguiente empren-
dió la conquista de la Siria, apoderándose de Gaza y
Jafa, y alcanzando una gloriosa victoria sobre los
turcos en el monte Tdbor; pero tuvo que levantar
el sitio de San Juan de Acre, volviendo á Egipto.
Después de vengar la destrucción de su escuadra,
derrotando y arrojando al mar en Aboukir á los je-
nízaros desembarcados por la escuadra inglesa, te-
niendo noticias de la situación desesperada de Fran-
cia, que había perdido las conquistas de Italia y se
veía amenazada por las potencias extranjeras coali-
gadas contra ella, Napoleón encomienda á Kleber,
el mejor de sus generales, el gobierno del Egipto, y
embarcándose en una fragata, consigue atravesar
todo el Mediterráneo por entre los cruceros ingleses,
llegando á Frejus (Provenza) el 8 de Octubre de
1799.
6. Política exterior del Directorio. Durante es-
—SlS-
tos acontecimientos, el Directorio había conseguido
despojar al Papa de la soberanía temporal, fundan-
do la república romana. Los franceses saquearon á
Roma y se llevaron á Francia al venerable anciano
Pió V I , que murió poco después en Valonee.
A instigaciones de Inglaterra, la eterna rival de
Francia, y de su ministro Pitt, se formó una coali-
ción con el Austria, la Rusia y Nápoles. Comenza-
das las hostilidades, los franceces conquistaron en
pocos dias el reino de Nápoles, trasformándolo en
república partenopea (1799); y se apoderaron del
Piamonte con Turín. E n Alemania fueron batidos los
franceses por el archiduque Garlos, y en Italia los
rusos, unidos á los austriacos, los derrotaron también
en Cassanoy en iVom, obligándoles á evacuar aque-
lla Península.
Entre tanto, un ejército anglo-ruso desembarcó en
Holanda, siendo derrotado por los franceses en Ber-
gen, obligando al duque de York, que lo mandaba, á
volver precipitadamente á sus naves. A l mismo
tiempo Massena, en Suiza, alcanzó una brillante vic •
toria en Z u r i c h sobre los rusos, mandados por Sou-
varow, separándose por esta causa la Rusia de los
aliados.
7. Regreso de Napoleón: el ÍS brumario. Las
calamidades que pesaban sobre Francia y el descon-
tento general por la mala gestión del gobierno del
Directorio, fueron causa del entusiasta recibimiento
que se hizo á Napoleón á su regreso de Egipto, pues
todas las miradas y todas las esperanzas se fijaban
en él, como el único que podía proporcionar la sal-
vación que todos deseaban. Desde Frejus á París
obtuvo una ovación continuada, y el Directorio le
dispensó un brillante recibimiento.
De acuerdo con su hermano Luciano, presidente
del Consejo de los Quinientos, y con Sieyes, indivi-
duo del Directorio, se propuso concluir con el gobier-
—SlQ-
no existente, á cuyo fin consiguió que los Consejos,
bajo pretexto de la falta de seguridad en París, tras-
ladasen sus sesiones á Saint-Cloud, lejos del foco del
jacobinismo, encargándole á él el mando de todas
las tropas de la capital. En el momento se disolvió
el Directorio, y Bonaparte quedó dueño de la situa-
ción.
E l dia 19 brumario, reunidos los consejos en Saint-
Gloud, se presentó Napoleón en el de los Ancianos,
siendo recibido con vivas muestras de aplauso; pero
no fué así en el de los Quinientos, á pesar de presi-
dirlo su hermano Luciano. Los diputados quisieron
expulsarlo de la sala de sesiones, llamándole tirano
y dictador; pero sus granaderos acudieron á salvar-
le, y por su orden desocuparon el local, teniendo que
salvarse los diputados huyendo por puertas y ven-
tanas. Seguidamente el Consejo de los Ancianos, que
había prolongado su sesión, decretó la abolición del
Directorio, encargando el poder ejecutivo á un Con-
sulado provisional, compuesto de Bonaparte, Sieyes
y Roger-Ducos, y nombrando dos comisiones para la
revisión de la Constitución, y para la preparación
de un Código.
8. E l Consulado. L a Constitución del año V I H .
E l nuevo gobierno de los Cónsules dió una nueva
Constitución á la Francia, redactada por Sieyes y
modificada por Napoleón, y que vino á sustituir á la
Constitución anárquica del año III. E n ella se conser-
varon las formas republicanas, pero en realidad se
constituyó una especie de monarquía militar, cuyo
jefe era el primer Cónsul, nombrado por diez años,
puesto que le correspondía el nombramiento de los
funcionarios públicos, la iniciativa en las leyes, el
mando del ejército y la declaración de la paz y la
guerra.
L a dignidad de primer Cónsul fué conferida á N a -
poleón, que vino á ser un verdadero soberano: los
—520—
otros dos cónsules, ó consultores, fueron Cambace-
ses y Lebrún. El poder legislativo correspondía al
primer Cónsul por la presentaeión de las leyes, y
además al Tribunado, que las examinaba y discutía,
y al Cuerpo legislativo, que las aprobaba ó rechaza-
ba. El primer Cónsul, como representante del poder
ejecutivo, se acompañaba del Consejo de Estado.
Por último, el Senado, encargado de hacer observar
y defender la constitución, tenía la facultad de ele-
gir los miembros de los cuerpos legislativos y los
primeros funcionarios y jueces.
Napoleón, nombrado primer Cónsul, se dedicó con
una actividad incansable y con una competencia ex-
traordinaria, á mejorar todos los ramos de la admi-
nistración pública. Procuró en primer término Ro-
dearse en el Ministerio y en el Consejo de Estado de
los hombres más sabios y experimentados en la
práctica de los negocios, consiguiendo en poco tiem-
po restablecer el crédito público por sus medidas fi-
nancieras, desenvolver todos los elementos de orden
y de prosperidad y plantear una administración ge-
neral más útil y más fecunda que cuantas habían
existido anteriormente.
Napoleón arregló la administración departamen-
tal creando los Prefectos y Subprefectos bajo la auto-
ridad del gobierno: organizó la administración de
justicia, y publicó el Código civil francés, llamado
Código Napoleón.
9. Política exterior del primer Cónsul. Todos
los partidos de Francia recibieron con entusiasmo la
caidadcl Directorio en el 18 brumario, porque todos
fijaban sus esperanzas en Napoleón; y éste, con ha-
bilidad suma, se atrajo todas las voluntades, dando
cabida en el ministerio á individuos de todas las
parcialidades, aboliendo leyes tiránicas de los go-
biernos anteriores, reparando injusticias, y emplean-
do una política conciliadora con el firme propósito
de practicar la igualdad de todos los franceses.
—521—
Mientras Napoleón con estas medidas se adquiere
las simpatías de toda la Francia, Austria é Inglate-
rra, rechazando la paz que les ofrece el primer Cón-
sul, apresuran sus armamentos y se preparan á la
guerra. Sufría en tanto Massena un horroroso sitio
en Génova, en el que perecieron hasta 15000 france-
ses, la mayor parte de hambre y de miseria. Napo-
león, para distraer á sus enemigos, había formado un
campamento en Dijón; y con el cuerpo principal del
ejército, se dirigió á los Alpes, que consiguió atrave-
sar con todas sus tropas en solos cuatro dias por el »
Gran San Bernardo, empresa que recuerda los | l
tiempos héroicos de Anníbal. Descendiendo á las N A
llanuras del Piamonte, con una rapidez increíbletie- \ll \
rrota á los austríacos en Montebello, y cinco dias \ } ]
después alcanza completa victoria en Marengo, \ •. \
obligando al general enemigo á firmar el armisticio
de Alejandría, por el cual recobró Napoleón el Pía-
mente, la Liguria y la Lombardía, restableciendo la
república Cisalpina, y regresando á París para reci-/
bir como premio de aquella maravillosa campaña de
40 dias, el entusiasmo de la Francia entera.
En tanto, el general Moreau derrotaba á los aua-
triacos en Hochstadt, y poco después alcanzaba un^
completa victoria en Hohenlindenj obligándoles
firmar un armisticio; y Murat conseguía igual re-x
sultado del rey de Ñápeles. La segunda coalición,
después de tantas derrotas, tuvo que pedir la paz,
que se firmó en Luneville (9 de Febrero de 1801),
dejando á Francia la ribera izquierda del Rin, reco-
nociendo el Austria las repúblicas Bátava, Helvética,
Cisalpina y Liguriana, y erigiendo en reino la Tos-
cana, para el duque de Parma, infante de España. E l
rey de Ñápeles firmó el tratado de Florencia, per-
mitiendo la ocupación de Tárente y Otranto por los
franceses, y cerrando sus puertos al comercio de In-
glaterra.
66
—522—
Mientras Napoleón alcanzaba tanta gloria en Eu-
ropa, las armas francesas se sostenían difícilmente
en Egipto. Kleber venció á los turcos en Heliópolis y
se apoderó de el Cairo, que se había sublevado; pero
asesinado por un turco fanático, su sucesor Menou
fué vencido por los ingleses, capituló en Alejandría,
y los franceses tuvieron que abandonar el Egipto.
Destruida la coalición por la paz de Luneville,
continuó la guerra por sí sola Inglaterra; pero á la
caida del ministerio Pilt, el enemigo irreconciliable
de la Francia, se concluyó la paz de Amiens (15 de
Marzo de 1802) por la cual conservó Inglaterra la
isla de la Trinidad, tomada á los españoles, y la de
Ceilán á los holandeses; reconoció las adquisiciones
de Francia, restituyéndole sus colonias, de que se
había apoderado durante la guerra.
10. Política interior del primer Cónsul. La
extraordinaria actividad de Napoleón en los asuntos
de la guerra, se convirtió, concluida esta, á des-
arrollar la prosperidad interior en Francia. Arregló
los asuntos de la hacienda hasta equilibrar los pre-
supuestos, á pesar de los enormes gastos y de la in-
mensa deuda que habían acarreado las guerras an-
teriores: hizo construir un gran número de obras
públicas, entre ellas las magníficas carreteras á tra-
vés de los Alpes, por el San Gotardo y el Simplón:
favoreció la industria, protegió la instrucción, y
creó la orden de la Legión de honor, para premiar
el mérito civil y militar.
La grandeza de Napoleón no se mostró solamente
en los campos de batalla y en el arreglo de los asun-
tos administrativos, sino que aparece igualmente
su genio extraordinario hasta en la legislación,
puesto que á él se deben las ideas que sirvieron de
base para la redacción del Código civil, conocido
con el nombre de Código Napoleón. Al mismo tiem-
po, se propuso este hombre extraordinario concluir
—523—
con el estado anómalo en que se encontraban los
asuntos religiosos desde los principios de la revolu-
ción. Con este objeto entabló negociaciones con el
Papa Pió VII, que dieron por resultado el Concor-
dato, restableciendo la Iglesia y la jerarquía cató-
lica, y determinando los derechos respectivos de la
Iglesia y del Estado. La Francia católica volvió á
tener desde entóneos sus templos, sus altares, sus
fíeles, y sus sacerdotes.
H . Conspiraciones. A pesar de tanta gloria y
de tantos servicios prestados á la Francia, los par-
tidos extremos, jacobinos y realistas, no desistieron
de sus propósitos de derrocar á Napoleón, apelando
para ello hasta á los medios más infames. Después
de la conspiración de Arena, cuyos autores fueron
condenados á muerte, los enemigos del primer Cón-
sul prepararon un barril cargado de proyectiles fwa-
quina infernal) haciéndolo estallar cuando se diri-
gía al teatro Napoleón, que afortunadamente pudo
salvarse. Se acusó de este hecho á los Jacobinos, y
fueron deportados 130; pero se descubrió después
que el golpe procedía de los realistas, y algunos
perdieron la vida.
Estos atentados contra la vida de Napoleón au-
mentaron su popularidad, y fué declarado Cónsul
vitalicio por los votos del pueblo. Pitt, que había
vuelto al ministerio de Inglaterra, alentó á los cons-
piradores, fraguándose una conjuración, en la que
tomaron parte Pichegrú, el general Moreau y otros
realistas, para apoderarse á viva fuerza de Napo-
león. Descubierto el complot, unos pagaron con la
vida y otros fueron deportados. Tan repetidas ma-
quinaciones llegaron á irritar al Cónsul, que para
intimidar á los partidos y acabar con las conspira-
ciones, hizo prender en la frontera al duque de En-
ghien, heredero de la familia de Conde, por creerle
el principal instigador de las conjuraciones realistas,
—524—
haciéndole juzgar y condenar en una sola noche, y
mandándolo fusilar en el foso de Vincennes. Este
acto de bárbara injusticia, es una de las manchas de
la historia de Napoleón.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN L V I I .

1. Al constituirse el Directorio, amenazaban los ejércitos


extranjeros en las fronteras, y en el interior, los terroristas
y los realistas seguían sus proyectos á pesar de haber sido
derrotados, y la hacienda y la administración estaban en
completo desórden.—2. Napoleón, al frente del ejército de
Italia, derrotó á los austríacos y piamonteses en Montenote,
Millésimo y Mondovi, obligando al rey de Cerdeña á firmar
la paz de París, cediendo Niza y Saboya á la Francia. Des-
pués venció á los austríacos en Lodi, Lonato, Castiglione,
Roveredo, Basano, en Arcoli y en Rivoli, y se apoderó de
Mantua.—3. Alarmado el Papa, firmó la paz desventajosa de
Tolentino; y el Emperador la de Campo-Formio. Napoleón
castigó á Venecia y se la entregó al Austria: formó la repú-
blica Cisalpina, y después la Liguriaría y la Romana. L a
campaña de Napoleón en Italia es una de las más gloriosas
que registra la historia.—4 E l Directorio tuvo que castigar
severamente á los terroristas; y después, con auxilio de las
tropas enviadas por Napoleón, fueron presos y deportados
los realistas que intentaban llevar á cabo la restauración.—
5. La expedición á Egipto partió de Tolón, se apoderó de
Malta y fué á desembarcar en Alejandría. Napoleón venció
á los Mamelucos en la batalla de las Pirámides, y entró en
el Cairo como libertador. La escuadra francesa fué destruida
por la Inglesa en Aboukir: Napoleón derrotó á los turcos en
la batalla del monte Tabor (Siria), y vuelto á Egipto venció
y arrojó al agua en Aboukir á los jenízaros: después de lo
cual regresó á Europa esquivando el encuentro con los cru-
ceros ingleses.—6, Los franceses formaron la república Ro-
mana y después la Partenopea; pero fueron arrojados de la
'Península por el archiduque Carlos. Un ejército anglo-ruso
fué vencido en Bergen (Holanda) y Massena derrotó á Souva-
rowo enZurich (Suiza).—7. A su regreso de Egipto, fué reci-
bido Napoleón con grande entusiasmo por todos los france-
ses. De acuerdo coa Sieyesy con su hermano Luciano para
derribar el Directorio, consiguió que se le encargase el man-
do de todas las tropas de París; y al frente de sus granaderos
expulsó á los diputados del Consejo de los Quinientos, y el
—525—
de los Ancianos abolió el Directorio, y nombró un Consula-
do, compuesto de Bonaparte, Sieyes y Roger-Ducos.—8. E l
Consulado dió una nueva Constitución, conservando las for-
mas republicanas e instituyendo una verdadera monarquía
militar, cuyo jefe era el primer Cónsul. Napoleón se dedicó
con una actividad incansable á mejorar todos los ramos de
la administración pública.—9. Napoleón, con su ejército, pa-
só los Alpes y derrotó á los austríacos en Montebello y en
Marengo, recobrando sus conquistas anteriores y restable-
ciendo la república Cisalpina. Moreau los dorrotó igualmen-
te en Hohenlinden. Austria tuvo que pedir la paz, que se fir-
mó en Luneville en provecho de la Francia. En tanto, los
franceses tuvieron que abandonar el Egipto; y poco después
se concertó la paz de Amiens con Inglaterra.—10. En el inte-
rior Napoleón mejoró el estado de la hacienda, favoreció las
obras públicas, introdujo reformas en la legislación, y cele-
bró un Concordato con el Papa, restableciendo la religión
Católica.—11. En este tiempo fueron severamente castiga-
das varias conspiraciones contra la vida de Napoleón; pero
este cometió una grave falta haciendo fusilar al duque de
Enghien, descendiente de Condé.

LECCION LVIII.
£ 1 imperio f r a n c é s .
1. Establecimiento del Imperio francés.—2. Tercera coali-
ción. Campaña de Austerlitz y paz de Preshurgo.—3. La
guerra de Prusia. Jenay Friedland. Paz de Tilsitt.—i.
La guerra de la Península Ibérica.—5. Segunda guerra
con el Austria. Wagram. Prisión del Papa.—6. Apogeo
del Imperio.—1. Campaña de Rusia.

1. Establecimiento del imperio. A propuesta


del Tribunado (18 de Junio de 1804) confirmada por
el Senado, y votada por el pueblo, fué proclamado
Napoleón I Emperador hereditario de los franceses,
consagrándole el Papa Pió VII el dia 2 de Diciem-
bre. Para hacer olvidar la revolución y dar brillo y
esplendor al trono, el nuevo Emperador créó una
corte numerosa, haciendo Príncipes y Princesas á
sus parientes, mariscales á sus generales, y duques,
—526—
condes, barones, etc., á los grandes dignatarios y
altos personajes del imperio. Con esto, y con limitar
los derechos que el pueblo había conquistado en la
revolución, la nueva monarquía volvió insensible-
mente al despotismo de la antigua.
Sin embargo, el nuevo déspota, con más razón
que Luis X I V , era tolerado de buen grado por los
franceses, ya porque en general estaban cansados
de libertad por los excesos revolucionarios, ya por-
que todos admiraban é idolatraban al grande hom-
bre que tanta gloria había adquirido para la Fran-
cia; y ya porque á pesar de su despotismo se
conservaron algunas de las conquistas revoluciona-
rias, como la igualdad ante la ley, la emancipación
de la propiedad; y al mismo tiempo se protegían
los talentos, se desarrollaron las ciencias y las artes,
la agricultura, la industria y el comercio y creció
de una manera portentosa la riqueza pública.
A l año siguiente de la constitución del Imperio,
formó, con la república Cisalpina, el nuevo reino de
Italia, siendo consagrado en Milán (26 de Mayo de
1805) y colocando sobre su frente la célebre corona
de hierro de los antiguos reyes Lombardos. Sin em-
bargo, para calmar los recelos de Austria, nombró
virey de Italia á su hijo adoptivo Eugenio Beau-
harnais.
2. Tercera coalición. Campaña de Austerlitz y
P a z de Presburgo. Napoleón reunió un inmenso
ejército en el campamento de Boloña, y una nume-
rosa escuadra en el canal de la Mancha, con el fin
de conquistar á Inglaterra, cuya empresa se frustró
por el retraso del almirante Villeneuve. Entre tanto,
el ministro inglés Pitt habia conseguido formar una
tercera coalición contra la Francia, tomando parte
en ella el Austria, la Rusia y la Suecia, quedando
neutral la Prusia. Los austríacos, sin prévia decla-
ración de guerra, invadieron la Baviera, aliada de
la Francia.
—527—
A l tener noticia de estos acontecimientos, levantó
Napoleón el campamento de Boloña, se dirigió á
Alemania, llegó al Danubio con una rapidez asom-
brosa, y envolviendo de improviso á los austríacos
en Ulm, obligó á su general á entregarse con un
cuerpo de 30.000 hombres, mientras que el resto de
su ejército huye á la desbandada perseguido por los
generales de Napoleón. Aterrada el Austria por este
desastre, no opuso resistencia al vencedor, que entró
triunfante en Viena (13 de Noviembre de 1805); y
encaminándose en busca de los rusos, que con los
restos del ejército austríaco se encontraban en Mo-
ra via, les alcanzó en los campos de Austerlitz
(2 de Diciembre) trabándose la memorable batalla
llamada de los tres Emperadores, consiguiendo en
ella Napoleón el triunfo más glorioso de su gloriosa
carrera. Los aliados perdieron 40.000 hombres; el
Emperador Francisco II, perdida toda esperanza de
rehacer su ejército, imploró la paz, que le fué con-
cedida por Napoleón, firmándose el tratado de Pres-
burgo (26 de Diciembre) por el cual se unió el terri-
torio de Venecia al reino de Italia, y cedió el Austria
otros territorios á los electores de Baviera y W u r -
temberg, aliados de la Francia, que se erigieron en
reinos. *
L a batalla de Austerlitz hizo á Napoleón el árbi-
tro de Europa. Sin contar con las demás potencias,
nombró rey de Ñápeles á su hermano José Bona-
parte: con treinta y tres Estados alemanes formó la
Confederación del R i n , declarándose su Protector,
y disuelto de esta manera el imperio de Alemania,
tuvo que contentarse Francisco II con el título de
Emperador de Austria: hizo rey de Holanda á su
hermano Luis, é incorporó la Toscana al imperio
francés. A la vez fundó Napoleón en el territorio
veneciano gran número de feudos imperiales con
rentas cuantiosas para los Mariscales y altos digna-
—528—
tarios de la Francia, nombrándoles duques, condes
y marqueses.
Mientras los ejércitos de Napoleón se cumbrian
de gloria en Alemania, las escuadras francesa y es-
pañola, al mando de Villeneuve y Gravina, fueron
completamente derrotadas en las aguas de T r a f a l -
gar por la inglesa, cuyo almirante, Nelson, el ven-
cedor de Aboukir, perdió la vida en la acción.
3. L a guerra de P r u s i a . Jena y F r i e d l a n d .
P a z de Tilsitt. L a neutralidad sospechosa de la
Prusia durante la guerra de Austria, habia disgus-
tado á Napoleón; y la Prusia estaba resentida del
Emperador por haber constituido la Confederación
del R i n en perjuicio de Alemania, y por haber ofre-
cido á Inglaterra el Hannóver, cedido antes á la
Prusia.
Dispuestas así las cosas é impulsado el rey de
Prusia por la corte y la nobleza, después de agotar
en vano los medios diplomáticos, se decidió por fin
á la guerra. Napoleón se le anticipó, según su cos-
tumbre, y penetrando en Alemania con su grande
ejército, atacó de improviso á los prusianos en Jena
(14 de Octubre de 1806) causándoles una completa
derrota y pérdidas enormes. E n una campaña de
24 dias se había hecho dueño el Emperador de casi
toda la Prusia, con sus fuertes y guarniciones, ca-
yendo en su poder 80.000 prisioneros.
Pocos dias después de aquella jornada memora-
ble, el vencedor entró en Berlín, decretó el bloqueo
continental contra Inglaterra, desechó las proposi-
ciones de paz que le hizo el rey de Prusia, refugiado
en Koenisberg, y marchó contra los rusos, que ve-
nían en socorro de los prusianos. Napoleón llamó á
los polacos á reconquistar su independencia, entró
en Varsovia, y se unieron á su ejército todos los pa-
triotas de aquella nación desdichada. L a batalla de
Eylau, una de las m á s sangrientas de la historia,
—529—
pues perecieron por ambas partes 60.000 hombres,
aunque indecisa, fué ventajosa para Napoleón, que
algunos meses después alcanzó una brillante victo-
ria sobre los rusos en Friedland, j se apoderó de
Koenisberg.
Vencidos y humillados el rey de Prusia y el em-
perador de Rusia, pidieron la paz á Napoleón, Ar-
mándose el tratado de Tilsitt (8 de Junio de 1807),
por el cual, con toda la parte occidental de la Prusia
y otros territorios se constituyó el reino de Wesfalia
para Jerónimo Bonaparte, y en la parte oriental se ~
formó el Ducado de Varsovia, 'bajo la soberanía del
rey de Sajonia.
4. L a guerra en la Península ibérica. La
unión de Portugal con Inglaterra, y el espectáculo
vergonzoso de la corte de España, presa de lamen-
tables discordias entre los individuos de la familia
real, originadas por la privanza de Godoy, fueron
motivos más que suficientes para que Napoleón for-
mara el proyecto de extender su dominación por
nuestra península, completando así el vasto sistema
de reinos vasallos que rodeaban á la Francia.
Para realizar sus propósitos, engañando con va-
nas promesas á Carlos IV y á Godoy, introdujo en
España un ejército francés, que se hizo dueño de
Portugal, cuyos reyes tuvieron que refugiarse eií el\
Brasil. Entre tanto, el débil Garlos IV, obligado ¿or V
el motín de Aranjuez á abdicar la corona en su hijo
Fernando, se presentó en Bayona á Napoleón, d o f c ^
de acudió también su hijo, haciendo árbitro al Empe-
rador de los destinos de España. Fernando renunció
allí el trono en favor de su padre, y este en favor
de Napoleón, que hizo reconocer por una junta de
notables á su hermano José, como rey de España.
Durante estas negociaciones habían penetrado suce-
sivamente en España numerosas tropas francesas,

67
—530—
que se apoderaron de Madrid y se extendieron por
las provincias.
Sin embargo, el pueblo español, que á pesar de su
decadencia, conservaba más virilidad y energía que
sus reyes, rechazó con las armas en la mano los
planes ambiciosos de Napoleón, sosteniendo una
guerra heroica contra los ejércitos franceses, consi-
guiendo al cabo de seis años arrojar sus últimos
restos al otro lado de los Pirineos; como veremos
más adelante.
5. Segunda guerra con el Austria. Wagram.
Prisión del Papa. Mientras Napoleón se ocupaba
de los asuntos de España, el Austria, que no podia
olvidar sus derrotas y su humillación, se unió de
nuevo con Inglaterra, comenzando las hostilidades
con un ejército de 300.000 hombres al mando del
archiduque Garlos.
Napoleón, al frente del ejército francés, consiguió
derrotar á los austríacos en las primeras acciones á
orillas del bajo Danubio, (Abensberg, Eckmuhl y
Ratisbona), haciéndoles 40.000 prisioneros, y ade-
lantándose al archiduque, entró en Viena (13 de
Mayo de 1809) convocando la dieta húngara para
elegir un nuevo rey. Entre tanto, el archiduque era
dueño de la orilla izquierda del rio, y deseando Na-
poleón concluir con el enemigo, atravesó con su
ejército el Danubio, para librar entre Essling y As-
pern una sangrienta batalla, que costó la vida á
12.000 franceses, entre ellos el Mariscal Lannes^
que antes de morir dijo á Napoleón: vos sois la cau-
sa de mi muerte; nos haréis matar d todos por
vuestra insaciable ambición. La tenaz resistencia
de los austríacos obligó á Napoleón á desistir por
seis semanas de la continuación de la guerra.
Entre tanto Eugenio Beauharnais, persiguiendo
á los austríacos desde Italia, consiguió derrotarlos
en Raab y unirse con Napoleón, que con este refuer-
—531—
zo pasó de nuevo el Danubio, y atacó el archiduque
en Wagram, causándole una sangrienta derrota y
obligándole á retirarse á la Bohemia. El Austria pi-
dió un armisticio, y firmó después la paz de Viena,
cediendo á la Francia las provincias Ilíricas, algu-
nos territorios á Baviera y la mayor parte de la
Galitzia al ducado de Varsovia; en total, perdió el
Austria cinco millones de subditos, pagando además
85 millones como gastos de guerra.
Durante la guerra de Austria, Napoleón, disgus-
tado de la resistencia del Papa Pió VII á sus injus-
tas pretensiones de pronunciar el divorcio de su
hermano Jerónimo Bonaparte, y cerrar el puerto
de Givita-Vechia al comercio inglés, mandó ocupar
los Estados pontificios, y apoderarse de Roma, in-
corporándolos al Imperio. E l Papa y los Cardenales
fueron trasladados á Savona y después á Fontaine-
bleau, donde permaneció prisionero por espacio de
cuatnf años.
6. Apogeo del imperio napoleónico. Por este
tiempo (1810) alcanzó su mayor esplendor el impe-
rio francés. La Holanda, donde reinaba Luis, her-
mano de Napoleón, por haber mostrado cierta
laxitud en el bloqueo continental, fué incorporada
al Imperio: igual suerte tuvieron las ciudades an-
seáticas y los territorios entre el Elba y el Weser,
y el Valais en Suiza; por el mismo tiempo, el gene-
ral Bernardote ocupó el trono de Suecia. De esta
manera el Imperio contaba ciento treinta departa-
mentos, cuarenta millones de habitantes, y se ex-
tendía desde Danzig á los Pirineos, y desde Ham-
burgo á Corfú. A este inmenso poder hay que
agregar los Estados aliados y que constituyen su
principal defensa, España, el reino de Italia, la Sui-
za, la Confederación del Rin, el reino de Wesfalia y
Suecia.
A pesar de tanta grandeza, apenaban á Napoleón
—532—
a falta de heredero inmediato, temiendo quizá que
a obra de tantos trabajos y sacrificios se derrum-
base á su muerte, como la de Alejandro. Para evi-
tarlo, disolvió su matrimonio con Josefina, y después
de la paz de Viena, pidió al Emperador de Austria
la mano de su hija María Luisa, celebrándose con
grandes fiestas el matrimonio de Napoleón con la
hija de los Césares. A l año siguiente (1811) nació de
este matrimonio un hijo, que recibió el título de rey
de Roma, y que vino á colmar los deseos del Empe-
rador.
Pero la ambición y el despotismo de Napoleón ha-
bían crecido á medida que aumentaban sus con-
quistas y se extendían los límites de su poder y de
su imperio. L a Francia, cansada ya de tanta gloria,
comenzaba á echar de menos su perdida libertad,
lamentando juntamente la decadencia de la agricul-
tura, y la ruina de la industria y el comercio por la
falta de brazos y por los desastrosos resultados del
bloqueo continental. Por otra parte, los Estados
aliados, cambiando y variando con frecuencia de
gobiernos y de reyes, según los deseos ó caprichos
de Napoleón, y sufriendo ruinosos impuestos y la
odiosa conscripción, se manifestaban también pro-
fundamente disgustados; y todo anunciaba un cam-
bio de fortuna en aquel coloso del siglo X I X : que la
suerte de los hombres no es ilimitada, ni las glorias
humanas infinitas.
7. Campaña de Rusia. E l apoyo prestado por
Napoleón á la Polonia; su falta de cumplimiento en
¡as promesas que había hecho á la Rusia de repar-
tirse la Turquía; los sacrificios que imponía á todas
las naciones aliadas el bloqueo continental, y otros
motivos más secundarios, todo contribuyó á enfriar
la amistad establecida en Tilsitt entre Napoleón j
el emperador Alejandro de Rusia. De las quejas
recíprocas, se pasó á las recriminaciones, hasta He-
—533—
gar á un rompimiento completo. Napoleón hizo
alianza con el Austria y con la Prusia, que le ofre-
cieron ayudarle con fuerzas considerables: la Rusia,
por su parte, se unió con Bernardote, rey de Suecia
y traidor á Napoleón, con la Inglaterra, España y
Turquía (1812).
Reunidos en Dresde? los franceses, austríacos y
prusianos, en número de 570.000, emprendió Napo-
león la campaña de Rusia. Apoderóse de W i l n a , an-
tigua capital de la Lituania, y de Witepsk: tomó á
Smolensko después de una tenaz resistencia; los ru-
sos, asolando los campos é incendiando las poblacio-
nes, se retiran sin combatir atrayendo al enemigo
hácia el interior. E n Borodino de la Moskowa, los
rusos hacen frente á Napoleón, que si bien ganó la
batalla, perdió en cambio 70.000 hombres. Siete dias
después entran los aliados en Moscou, la segunda
capital de Rusia, abandonada de la mayor parte de
sus habitantes; y á la m a ñ a n a siguiente aparece la
ciudad incendiada por diferentes puntos, consu-
miendo el fuego en cuatro dias los nueve décimos
de los edificios.
Ante situación tan crítica, á 800 leguas de París
y en medio de los desiertos de un país enemigo. Na-
poleón entabla negociaciones con Alejandro, que lo
entretiene con falsas promesas hasta la entrada del
invierno. Por fin, el 18 de Octubre emprendió N a -
poleón una desastrosa retirada. Con una tempera-
tura de 18 grados bajo cero, acosados por el ham-
bre y atacados sin cesar por los rusos y cosacos, los
ejércitos aliados quedaron bien pronto reducidos á
40.000 hombres. E n Smolensko no encontraron los
víveres que esperaban, aumentándose de una ma-
nera espantosa la miseria. Llegados al Beresina, se
vieron atacados por dos ejércitos rusos que, les im-
pedían el paso de este rio de funesta memoria; des-
pués de prodigios extraordinarios de valor, solo 8.000
—534—
consiguieron pasar á la orilla opuesta, pereciendo
los demás por las armas de los rusos ó ahogados en
el rio. E l héroe de aquella desastrosa campaña fué
el mariscal Ney, él valiente de los valientes, que con
un valor sin igual ocupó la retaguardia, defendien-
do la retirada.
Comprendiendo Napoleón los resultados que po-
dría tener para su trono las noticias de aquel desas-
tre, abandonó los restos del ejército al mando de
Murat, y atravesando rápidamente la Alemania, se
presentó de improviso en París, donde la falsa noti-
cia de su muerte estuvo á punto de producir una
sublevación general.

RESÚMEN DE L A LECCIÓN L Y I I L

1. Napoleón, proclamado Emperador, procuró rodearse


de una corte fastuosa como los antiguos monarcas, cayendo
también en el despotismo, que los franceses toleraban por
la grandeza de sus empresas militares y porque se conser-
varon algunas de las conquistas revolucionarias. Al año s i -
guiente fué consagrado como rey de Italia.—2. Inglaterra
formó la tercera coalición contra la Francia; y Napoleón ae
dirigió contra los austríacos, obligándoles á rendirse en
Ulm, y entró triunfante en Viena. Encaminándose después
contra los rusos, alcanzó sobre ellos una brillante victoria
en Ausierlitz. E l Austria tuvo que firmar la paz onerosa de
Presburgo: Francisco II dejó el título de Emperador de Ale-
mania, y Napoleón organizó la Confederación del Rin.—3.
En la guerra contra Prusia, Napoleón consiguió derrotar á
los prusianos en Jena, entró en Berlín, y dirigiéndose des-
pués contra los rusos, alcanzó sobre ellos completa victoria
en Eylau y en Friedland. Por la paz de Tilsitt perdió la Pru-
sia la mayor parte de su territorio.—4. Por medio de enga-
ños introdujo Napoleón un ejército en España,que se apoderó
de las principales plazas. Carlos IV y Fernando V I I abdica-
ron la corona en el Emperador, y este la cedió á su hermano
José. Entónces comenzó la guerra de la Independencia, y al
cabo de seis años de lucha, fueron expulsados los franceses
al otro lado de los Pirineos.—5. En una nueva guerra con
Austria, Napoleón derrotó en varios encuentros á los aus-
—535—
triacos, alcanzando completa victoria en Wagram sobre el
archiduque Carlos. Por la paz de Viena perdió el Austria
extensos territorios. En este tiempo los franceses se apode-
raron de Roma, y el Papa fué trasladado á Savona.—6. En
este tiempo llegó á contar el Imperio francés 130 departa-
mentos y 40 millones de súbditos; además los Estados alia-
dos que rodeaban á la Francia constituían su principal
defensa. Napoleón casó con María Luisa de Austria, y al año
siguiente tuvo un hijo, que fué el rey de Roma, La ambición
y el despotismo de Napoleón, comenzaron á extender el des-
contento en Francia y en las naciones aliadas.—?. En guerra
con Rusia, Napoleón, con un ejército de medio millón de sol-
dados invadió aquel inmenso imperio; pero encontró gran
resiátencia en Smolensko y en la Moscowa; entró en Moscou,
que fué incendiada por los rusos, emprendiendo entóneos
una desastrosa retirada, en la que pereció casi todo el ejér-
cito, más que por las armas de los rusos, por los rigores del
invierno, por el hambre y la miseria.

LECCIÓN L I X .
Fin del Imperio francés.
I. Campaña de Alemania.—2. Campaña de Francia.—3. Ab-
dicación de Napoleón. Primera restauración de los Bor-
lones.—Los Cien Días. Waterlóo.—5. Fin de Napoleón. -
6. Juicio sobre Napoleón. — 1. El Congreso de Viena. —
8. Mn de la Revolución francesa.— 9. Sus consecuencias.

1. Campaña de Alemania. La desastrosa cam-


paña de Rusia animó á los prusianos para abando-
nar la alianza de Napoleón, uniéndose á los rusos
para arrojar á los franceses de Alemania. El empe-
rador de Austria, dirigido por el hábil príncipe de
Metternich, rehusa unirse á su yerno, intentando en
vano restablecer la paz en Europa. En tanto Napo-
león, con una prodigiosa actividad, levanta en Fran-
cia un ejército de 300,000 hombres, de gente bisoña,
y penetrando en Alemania, se une con los 40,000
que traía el príncipe Eugenio, como resto de la
campaña de Rusia (1813).
Encontrándose los enemigos en Lutzen; después
—536—
de una sangrienta batalla, la victoria quedó por Na-
poleón, y los aliados tuvieron que repasar el Elba;
sufriendo veinte dias después una nueva derrota
en Bautzen,, que les obligó á retirarse al Oder. En
estas circunstancias se entablaron negociaciones
por mediación del Austria para restablecer la paz; y
no habiendo dado resultado, esta potencia unió su
ejército con el de los aliados, formando un total de
800,000 hombres. La batalla de Dresdíe fué todavía
favorable á Napoleón, que causó pérdidas considera-
bles á los enemigos; pero estos consiguieron repo-
nerse fácilmente, derrotaron en varios encuentros
parciales á los generales de Napoleón, y trabada
una batalla general en los campos de Leipsig (bata-
lla de gigantes, batalla de las naciones) durante tres
dias consecutivos (16, 17 y 18 de Octubre), el ejér-
cito francés, abandonado por los de Sajonia y de
Wurtemberg, que se pasaron al enemigo, tuvo que
dejar el campo á los aliados, y emprender la retira-
da, perdiendo además 20,000 hotnbres al pasar el
Elstef. La batalla de Leipsig fué la más sangrienta
de los tiempos modernos; allí perdieron la vida
125,000 hombres, y allí encontró su sepulcro el im-
perio de Napoleón.
2. Campaña de Francia. Napoleón entró en
Francia con los restos de su ejército,, diezmados por
el tifus: además los Estados que rodeaban á la Fran-
cia, la Holanda, Wesfalia, la Confederación del Rin,
y la Italia, creaciones todas de Napoleón, lo aban-
donaron en la hora suprema, para recobrar con el
auxilio de los aliados su deseada independencia. En
Francia misma, los grandes cuerpos del Estado, y el
cansancio universal paralizan los esfuerzos de Na-
poléóñ; que al fin consigue levantar el pueblo en
masa para la defensa del territorio contra los ex*-
tranjeros.
Entre tanto, cuatro ejércitos numerosos invaden
—537—
la Francia, el traidor Bernardote por el Norte, Blu-
cher por el Rin, Schwartzenberg por la Suiza, y los
ingleses y españoles, al mando de "Welligton, por
el Sur. Napoleón, solo con su genio y un puñado de
yalientes, comienza aquella admirable campaña dé
Francia contra todos los ejércitos de Europa, defen-
diendo palmo á palmo con nuevas victorias el suelo
déla Francia á la vez que su imperio y su renombre.
Reunidos Blucher y Schwartzenberg en la Cham- *
paña con un ejército de 170.000 hombres, consiguió- Q |^
ron difícilmente derrotar en la Rotthiere á Napoleón, 1 \¡ |\
que solo contaba con 32.000; pero separados des-
pués los aliados por la necesidad de las subsisten-
cias, fueron batidos separadamente en diferentes
encuentros. Los aliados proponen la paz á Napoleón
con la condición de reducir las fronteras de la Fran-
cia á los límites que tenían ?en 1789: Napoleón re-
chaza estas proposiciones en el congreso de Chati-
llón, y se decide á continuar la guerra á pesar de
la defección de Murat, que se unió á los aliados, cre-
yendo salvar así el trono de Ñápeles, que había re-
cibido de Napoleón.
Algunos triunfos de Blucher, y la nueva derro|taí
de Napoleón en Arcis, decidieron á los aliados í á M ;
marchar sobre París, donde entraron por c a p i t u l é ,
ción (31 de Marzo de 1814), después de haberla aban- V
donado la emperatriz, el rey de Roma y el mismo
José Bonaparte, nombrado por su hermano jefe de la
guardia nacional, pero que no estaba á la altura de
las circunstancias.
3. Abdicación de Napoleón, Primera restaura-
ción de los Bordones. Por influencia del astuto Ta-
lleyrand, el Senado, calificando de tirano al Empe-
rador después de la derrota, como antes lo había
adulado cuando le sonreía la fortuna, pronunció la
calda de Napoleón, y el restablecimiento de losBor-
bones. Napoleón que se encontraba en tanto en Fon-
68
—538—
tainebleau, abdicó la corona imperial en su hijo el
rey de Roma; pero rechazada esta abdicación por
los aliados, y abandonado hasta por sus generales
más adictos, firmó la abdicación absoluta y se reti-
ró á la isla de Elba, cuya soberanía le otorgaron los
aliados en cambio de su inmenso imperio.
Por la convención de París, la Francia quedó re-
ducida á los límites que tenía en 1792. Luis XVIII
promulga la Carta constitucional, aceptando losprin-
cipios del gobierno representativo. Los ejércitos ex-
tranjeros, creyendo terminada su obra, fueron re-
tirándose sucesivamente del territorio francés, y
se convocó un congreso en Viena para fijar definiti-
vamente el nuevo derecho público europeo. Sin em-
bargo, esta primera restauración de los Borbones
fué de corta duración por las imprudentes manifes-
taciones de los antiguos emigrados y de los nobles
adictos al antiguo régimen y enemigos de las ideas
é instituciones nuevas, que excitaron la opinión ge-
neral contra el gobierno, y aumentaron la inquietud
y el disgusto de todas las clases sociales, echando
ya de menos el gobierno de Napoleón.
Enterado este en su retiro de cuanto pasaba en
Francia y en el resto de Europa, abandona repenti-
namente la isla de Elba, y desembarca en Cannes
(1.° de Marzo de 1815), encaminándose á París. En
todas partes era recibido con transportes de alegría;
las tropas mandadas contra él, se le unieron, y el
dia 20 de Marzo entró en la capital, mientras que
los Borbones huían precipitadamente por la frontera
del Norte, retirándose á Gante.
4. Los Cien Bias. Waterloo. Restablecidos los
Borbones en Francia, se unieron los monarcas de
Europa en el Congreso de Viena para repartirse los
despojos del imperio de Napoleón. Sorprendidos por
el regreso de este á París, reanudan la coalición, y
lo declaran fuera de la ley, resolviendo penetrar de
—539—
nuevo en Francia con sus ejércitos, que todavía se
encontraban cerca de la frontera. A l mismo tiempo
se renueva la guerra de la Vendeé en favor de los
Borbones, en tanto que Napoleón, á fuerza de acti-
vidad y de genio, provee á todas las necesidades y á
todos los peligros del momento, disolviendo la Cá-
mara reunida por Luis X V I I I , y constituyendo una
monarquía representativa. A l mismo tiempo, orga-
niza la defensa nacional, levantando en menos de
dos meses un ejército de 300.000 hombres.
Los aliados se encaminan á Francia con medio
millón de soldados, los rusos por el R i n , los ingle-
ses y los prusianos por la Bélgica. Adelantándose á
sus enemigos, Napoleón se dirige á los Países Bajos
con el fin de separar á Blucher y á Wellington, y
batirlos separadamente. E n efecto, los prusianos
fueron rechazados con grandes pérdidas en L i g n y ,
saliendo herido Blucher, y el Mariscal Ney combate
á los ingleses en Quatre-Bras, aunque sin resulta-
dos importantes. Trabóse la batalla decisiva en la
llanura de Waterlóo y en el inmediato monte de San
Juán (18 de Junio de 1815), entre Napoleón y el ejer-
cito de Wellingtón; largo tiempo estuvo indecisa la
victoria; pero no habiendo cumplido el mariscal Gru-
chy la orden de perseguir á Blucher, el ejército pru-
siano acudió oportunamente en auxilio de los ingle-
ses, decidiendo la victoria á su favor, y declarán-
dose los franceses en completa derrota. Dos dias
después Napoleón estaba en París.
5. F i n de Napoleón. Todos los que habían me-
drado á su sombra, y le habían halagado en la pros-
peridad, le volvieron la espalda en la desgracia. Fou-
ché, adulador servil de Napoleón, conspira ahora
contra él; las Cámaras á instancias de Lafayette, le
exigieron la abdicación. E n efecto, Napoleón abdica
en su hijo, que fué proclamado con el nombre de N a -
poleón I I , y se retira al puerto de Rochefort con el
—540—
propósito de embarcarse para América. Ocupado el
puerto por los enemigos, se confió á la hospitalidad
de Inglaterra, embarcándose en un buque inglés, el
Bellerofon.
Inglaterra correspondió á esta confianza, envián-
dolo prisionero á la isla de Santa Helena, roca de-
sierta en medio del Atlántico, donde acabó sus dias
después de cinco años de humillaciones y de tor-
mentos, en 5 de Mayo de 1821.
Con la caída de. Napoleón, volvieron segunda vez
los borbones, ocupando el trono Luis XVIII, y las
fronteras de la Francia fueron reducidas por los alia-
dos á los límites que tenían antes de 1789.
6. Juicio sobre Napoleón. La historia de Napo-
león es de ayer; nuestros padres le acompañaron en
sus paseos triunfales por Europa, y combatieron á
sus ejércitos en la gloriosa guerra de la indepen-
dencia. Sus hechos han tenido una resonancia in-
mensa en la política y en las instituciones de todos
los pueblos: el estado en que vivimos, y los aconte-
cimientos que hoy presenciamos, son en mucha par-
te una consecuencia del reinado de Napoleón. De
aquí nace una gravísima dificultad para emitir un
juicio recto y desapasionado sobre la historia de Na-
poleón; pues nunca los hijos tienen la serenidad
bastante para juzgar imparcialmente las acciones
de sus padres.
No es de extrañar, por consiguiente, que los jui-
cios sobre Napoleón sean tan variados como los au-
tores, reflejándose en todos ellos el espíritu de secta
ó de partido; colocándole unos en el pináculo de las
grandezas humanas, haciendo de él un semidiós,
una especie de Mesías que ha redimido á los hom-
bres y á los pueblos, y rebajándolo otros hasta el
punto de no concederle otra cualidad que una am-
bición sin límites, principio y origen de todos los
males de su tiempo y causa primordial de cuantos
—541—
han ocurrido después hasta el presente. Y la verdad
es que la historia de Napoleón ofrece sobradas razo-
nes y motivos para sostener tan diversos criterios,
si, como generalmente sucede, se examinan sus he-
chos particularmente ó al detalle, sin elevarse lo
suficiente para descubrir en ellos la idea superior
que los enlaza, y que puede explicar su aparente
contradicción. Los principios revolucionarios de
igualdad y libertad, la religión, la política feudal,
las nacionalidades, todo fué al parecer defendido y
combatido por Napoleón, pudiéndole presentar como
déspota y revolucionario, como religioso y como i n -
crédulo, como aristócrata y demócrata, como aman-
te y enemigo de los pueblos. Y si todo hombre im-
prime á su conducta la unidad de su carácter, ha-
bremos de exceptuar de esta ley moral á uno de los
hombres más grandes de la historia, y que quizá co-
mo ninguno tuvo conciencia de su misión? No se-
r á n más aparentes que reales las contradicciones
que revela la historia de Napoleón.?
Ante todo, hay que tener en cuenta las circuns-
tancias de tiempo y de lugar en que vivió Napoleón.
Era aquella una época de. transición en que tendían
á desaparecer la vida é instituciones de la Edad me-
dia, para hacer lugar á la vida é instituciones mo-
dernas. Luchaba lo pasado por sostenerse, y pugna-
ban las nuevas ideas por arraigarse; y en semejantes
circunstancias, los hombres, por grandes que sean,
viven bajo la influencia de lo pasado, que aunque
malo y desacreditado, es conocido, y se sienten atraí-
dos por una fuerza irresistible hacia el porvenir,
siempre dudoso para la débil inteligencia humana.
De la muerte de la Edad media se habían de salvar
depurándolas, ciertas ideas é instituciones que son
necesarias á la vida de la sociedad; y por otra parte
era necesario prescindir de las exageraciones y ex-
travíos de la revolución, para hacer que los pueblos
—542—
aceptasen de buen grado sus ideas y sus principios
salvadores. Tales fueron las circunstancias de la
época en que vivió Napoleón; y que son suficientes
para explicar las aparentes contradicciones de su
historia.
Por otra parte, hay que considerar las condicio-
nes especiales del pueblo francés, representado por
Napoleón. La revolución nacida en Francia, había
de ser llevada por el pueblo francés á todas las na-
ciones; y para ello era necesario satisfacer el amor
á la gloria y el carácter vanidoso de ese pueblo. Si
Napoleón no hubiera conseguido para la Francia
tanta gloria, la Francia no le hubiera seguido á to-
das partes; era necesario á fuerza de victorias y de
entusiasmo enloquecer al pueblo francés, para que
este se prestara á derramar su sangre en todos los
ámbitos de Europa, comunicando por este medio á
las naciones la ideas y los principios de la revolu-
ción. Así se comprende que la Francia entera, más
latina que germánica, y más amante de la unidad y
de la igualdad que de la libertad, se sometiese gus-
tosa al genio de Napoleón convirtiéndose en ciego
instrumento de sus planes y designios.
Resulta de todo la expuesto, que la Revolución,
como una necesidad social, no podía quedar cir-
cunscrita á la Francia, sino que debía comunicarse
á todos los pueblos. La comunicación pacífica de los
principios revolucionarios, rechazada por los go-
biernos, y no estando los pueblos convenientemente
dispuestos para recibirlos, hubiera sido completa-
mente ineficaz. Era, pues, necesario que la Francia
se convirtiese en conquistadora, y para ello que en-
contrase un hombre capaz de concluir con los desór-
denes nacidos de la revolución, que constituyese un
gobierno fuerte y poderoso en el interior, y que
uniese estrechamente la victoria á sus armas. Este
hombre fué Napoleón, y este su destino, cumplido
—543—
con más conciencia que ninguno otro personaje de
la historia.
Ahora bien, Napoleón es ante todo y sobre todo
un genio conquistador. Su campaña de Italia es
única en la historia: sus repetidos triunfos sobre to-
dos los monarcas de Europa le colocan al nivel de
los grandes hombres de la antigüedad, Annibal,
Alejandro y César, aventajándoles quizá á todos
ellos. Como hombre de gobierno excede igualmente
á todos sus contemporáneos. Pero, á pesar de tanta
grandeza. Napoleón no era un tipo de perfección,
ni mucho menos. Arrastrado por una ambición insa-
ciable, tiranizó la Francia, atropello las naciones, y
sacrificó millones de hombres á su orgullo y á su
egoísmo.
En resumen, con sus grandes cualidades y sus
defectos, con sus virtudes y sus crímenes, Napoleón
cumplió su misión de consolidar los principios de la
revolución en Francia, y extenderlos por la Europa.
Con su espada y sus victorias contuvo los excesos
de la revolución, destruyó para siempre el derecho
divino de los reyes (los reyes se van, decía Chateáu-
briand), abolió la servidumbre en todas partes, y
concluyó con los privilegios de la nobleza y del cle-
ro; en una palabra, hizo desaparecer los últimos res-
tos de la sociedad de la Edad media, y preparó á las
naciones para recibir las nuevas ideas desarrolladas
por la revolución.
7. E l Congreso de Viena. Napoleón, con sus
violencias, despertó el amor á la libertad y el patrio-
tismo de las naciones,y estas, coaligadas,derrocaron
al que había sido invencible para todos los monar-
cas: y parecía natural, que si las naciones y no los
reyes habían alcanzado la victoria, se atendiese an-
te todo en el Congreso de Viena á reconstruir las
nacionalidades. Sin embargo, aquel Congreso, que
debía fijar el estado y derecho de la Europa moder-
—544—
na, considerando á Europa como un país conquis-
tado, dividió y repartió los pueblos, atrepellando sin
escrúpulos las nacionalidades, obrando en todo con
menos razón y m á s violencia que Napoleón; como
que tres de las cuatro grandes potencias que diri-
gían aquella asamblea de Emperadores, Reyes y
Príncipes, eran las que habían consumado la inicua
repartición de Polonia.
En efecto, no solo no se hizo justicia á los polacos
y á los italianos, reconstituyendo sus respectivas
nacionalidades, sino que se realizaron nuevas ini-
quidades, quitando la Noruega á la Dinamarca para
dársela á Suecia, entregando la Sajorna á la Prusia,
uniendo la Bélgica á la Holanda, la república de Gé-
nova al Piamonte, y el reino Lombardo-Véneto al
Austria. Y todo ello, sin consultar la voluntad de
los pueblos, ni atender a sus diferencias de raza,
idiomas, costumbres, religión, etc.; obedeciendo
únicamente á las impresiones, á las exigencias ó á
los caprichos del momento. Todos estos desaciertos
del congreso de Viena, fueron otras tantas semillas
de revoluciones futuras que han costado ya rios de
sangre, y que pudieron y debieron prevenirse y evi-
tarse en aquella ocasión, propicia como ninguna
para asentar sobre sólidas bases la paz de Europa.
E n aquella asamblea se constituyó la Confedera-
ción germánica, compuesta de treinta y ocho Es-
tados independientes.
8. F i n de l a Revolución francesa. E n lo que
tenía de esencial. Napoleón había sido el continua-
dor de la Revolución francesa. Ahora que ha desa-
parecido de la escena el Emperador, y que el Con-
greso de Viena ha procurado destruir todos los efec-
tos de aquella revolución, es conveniente investigar
si aquella conmoción universal obedeció á algún fin,
y si ha dejado algunas consecuencias en la sociedad.
No han faltado escritores que, fijándose exclusi-
—545—
vamente en la parte exterior de la revolución, solo
han visto en ella la confusión, el desorden y el des-
concierto social, y han negado por consiguiente que
aquel extraordinario acontecimiento obedeciese á fin
alguno, digno, noble y útil para la humanidad. Otros
han supuesto que la revolución persiguió efectiva-
mente un fin, y que este no era otro que la destruc-
ción de toda idea religiosa y toda idea de orden so-
cial. Estas opiniones tienen por fundamento, como
hemos dicho, los hechos externos de la revolución,
lo que inmediatamente revelan aquellos aconteci-
mientos; lo que verdaderamente corresponde á las
pasiones de los hombres, y á otras circunstancias
accidentales, pero que no constituye el fin y objeto
de la misma revolución.
Los grandes acontecimientos de la historia, y es-
te es grande como pocos, no pueden juzgarse por
meras exterioridades; es necesario penetrar en el
fondo de esos hechos para poder apreciar el fin y el
móvil que los guía. Examinada de esta manera la re-
volución, hay que desechar por completo como erró-
neas las dos opiniones anteriores. ¿No había de te-
ner un ñ n determinado un acontecimiento que de x—
siglos atrás se venía preparando, y que viene á ser
el resúmen y el resultado de toda la actividad y la
vida de la sociedad desde la época de la Reforma^ ^
Lo tuvo ciertamente, como lo tienen todos los hechof
humanos, por m á s que no sea fácil encontrar^
cuando únicamente nos fijamos en los accidentes i>
detalles exteriores. \ ^
Tampoco es cierto que el objeto de la revolución \í
fuese destruir la idea religiosa y la idea social. N i
los hombres, ni los pueblos intentan jamás lo que es
imposible, é imposible es arrancar del corazón hu-
mano la idea religiosa, é imposible es quitar á los
pueblos la idea de gobierno. Lo que sucede es que
la revolución es un hecho tan grande y tan extraño,
69
—546—
y el genio de Napoleón excede tanto al nivel ordina-
rie de las inteligencias humanas, que ni la una, ni el
otro pueden juzgarse como los hechos y los perso-
najes comunes de la historia, y se les atribuye erra-
damente los móviles pequeños y los torcidos fines
que son tan frecuentes en la vida de la humanidad.
La Revolución francesa tuvó un fin claro y deter-
minado, este fin fué destruir el estado político feu-
dal en Francia y en todas las naciones; arrancar los
últimos restos de la organización política de la Edad
media, concluir con todos los privilegios de la socie-
dad antigua, para dejar así la sociedad en disposi-
ción de recibir las nuevas ideas y los nuevos prin-
cipios que han de regirla en lo futuro. En esta obra
destructora de las antiguas instituciones, la revolu-
ción se vió contrariada por el absolutismo de los
reyes, y los arrolló; y le ofrecieron obstáculo los pri-
vilegios de la nobleza y el clero, y los hizo desapa-
recer. No atacaba á la autoridad, sino á la monar-
quía absoluta; no destruyó las distinciones persona-
les, ni la religión, sino á la nobleza y al clero como
clases privilegiadas. Este fué el fin de la revolución;
establecer el imperio de la igualdad de todos los
hombres; y esto es lo único que le ha sobrevivido.
9. Consecuencias de la Revolución francesa. Los
hechos grandes en sí y por sus causas, tienen siem-
pre grandes consecuencias. La Revolución francesa
ha transformado la vida de la sociedad, no tanto por
lo que ha creado, como por los elementos antiguos
que ha destruido.
En efecto, la Revolución francesa destruyó el res-
peto y el prestigio que antiguamente tenia la reli-
gión, pero no la religión misma: destruyó las bases
antiguas del orden social, pero no la sociedad: como
hija de la filosofía materialista del siglo XVIII, des-
truyó el apego á los estudios metafísicos y morales,
inclinando á las nuevas generaciones al positivis-
—547—
mo. En suma, destruye la sociedad antigua en su
base política y civil.
La Revolución francesa crea el poder histórico
más grande que han visto los siglos, el poder de
Napoleón, fundado en la voluntad del pueblo y no
en el derecho divino. Crea una monarquía que se
atribuye la misión de llevar á todas partes las ideas
de igualdad y de justicia que había desenvuelto la
revolución. Y crea fuera de Francia un orden de co-
sas más común y homogéneo, proporcionando á los
pueblos de Europa nuevos reyes, nuevas leyes y
constituciones. Todo esto se intentó destruir en el
Congreso de Viena; pero las ideas de igualdad, l i -
bertad é independencia, llevadas á todas partes por
los ejércitos franceses, llegan á dominar en la socie-
dad, y producen resultados más adelante.
Ultimamente, la Revolución francesa, considerada
en sus detalles sangrientos y en sus terribles episo-
dios, merece la reprobación general; pero examina-
da en su idea fundamental y en las consecuencias
que ha traido á la Europa, se le debe agradecer que
haya colocado á los pueblos en disposición de apli-
carse y desenvolverse.

RESÚMEN DE LA LECCIÓN L l X .

1. En la campaña de Alemania, Napoleón venció á los


aliados en Lutzen y en Bautzen, y después en Dresde; pero
sufrió una terrible derrota en Leipsig (batalla de las nacio-
nes) que le obligó á retirarse á Francia con los restos de su
ejército.—2. Los ejércitos aliados penetraron en Francia
por el Norte, por el Este y por el Sur: y después de varias
acciones ya prósperas, ya adversas, en las que se manifestó
el gran genio de Napoleón, los enemigos entraron por capi-
tulación en París, abandonada por la familia de Bonaparte.
—3. Napoleón, depuesto por el Senado bajo la influencia de
Talleyrand, abdicó en Fontainebleau la corona imperial, y se
retiró á la isla de Elba. Siguióse la restauración de los Bor-
bones, ocupando el trono Luis XVIII; pero los desaciertos
—548—
de su gobierno, engendraron un disgusto general, y Napo-
león abandonando su retiro, desembarcó en Francia, y fué
recibido con grande entusiasmo en París, huyendo á Bélgica
Luis XVIII.—4. Napoleón consigue levantar un ejército nu-
meroso, y los aliados se dirigen nuevamente á Francia: sa-
liéndoles al encuentro en Bélgica, se dió la batalla de W a -
terlóo, en la que fueron completamente derrotados los fran-
ceses, huyendo Napoleón á París.— 5. Abandonado de todos
los que antes tanto le habían adulado, se vió obligado á ab-
dicar la corona, y pasando á Rochefort, se entregóá la gene-
rosidad de los ingleses, que lo enviaron á Santa Elena, don-
de murió seis años después. — 6. Los escritores juzgan de
muy distinta manera á Napoleón; pero teniendo en cuenta
la época de transición en que vivió y el carácter del pueblo
francés que él representaba, es indudable que cumplió su
misión de contener los excesos de la revolución y extender
sus principios por toda Europa. Sus buenas cualidades y sus
defectos fueron grandes, porque Napoleón es grande entre
los grandes, y solo puede ser comparado á los héroes de la
antigüedad. —7. En el Congreso deViena. se repartieron los
pueblos de Europa, como si fuese un país conquistado, sin
consideración alguna á su historia, raza, religión, idiomas,
etc. Estos desaciertos fueron otras tantas semillas de revo-
luciones y guerras futuras, que pudieron y debieron entón-
ces evitarse.—8. La Revolución francesa, como todos los
acontecimientos históricos, tuvo un fin, que fué destruir el
estado político feudal en Francia y en todas las naciones, y
prepararlas para recibir los nuevos principios que las han
de regir en lo futuro. Destruyó el absolutismo de la monar-
quía,^ los privilegios de la nobleza y del clero.—9. L a Re-
volución francesa destruyó el prestigio de la religión, las
bases antiguas del orden social, y el apego á los estudios
metafísicos y morales: y creó el poder político de Napoleón,
fundado en la voluntad del pueblo; y una nueva organiza-
ción política más homogénea en todos los pueblos de Euro-
pa. Esta revolución, considerada en sus detalles, hay que re-
chazarla; pero por su idea fundamental, hay que bendecirla.
—549—
LECCIÓN L X .
España en e l siglo X I X .
1. Guerra de la Independencia.—2. Vuelta de Fernando
YII: su gobierno hasta 1820.—3. Segunda época constitu-
cional.—±. Gobierno de Finando Vil hasta su muerte.—
5. Pérdida de las Américas.--6. Reinado úe Isabel II.—7.
Mayor edad de la reina.—S. De 1854= d 1868.—9. Revolu-
ción de Setiembre. Monarquía de Don Amadeo. La repú-
blica. La restauración.
1. Guerra de la Independencia. Había ocupado
Murat á Madrid, y Fernando VII y su padre habían
abdicado la corona de España á favor de Napoleón.
El 2 de Mayo de 1808, dia designado para la salida
de los últimos infantes con dirección á Francia,
se sublevó el pueblo de Madrid contra los franceses,
comenzando desde entóneos la guerra de la Inde-
pendencia.
Napoleón nombró rey de España á su hermano
José, después de jurar la nueva Constitución hecha
en Bayona, Los generales Cuesta y Blake son de-
rrotados en Rioseco, y el general Dupóu se rinde á
Castaños en Bailén. Créase una Junta central, esta-
blecida primero en Aranjuez y después en Sevilla.
Napoleón penetra en España, y vencedor en Somo-
sierra, entra en Madrid en 3 de Diciembre de 1808.
En 1809 Soult derrota á los ingleses en la Coruña,
y el general Cuesta es vencido en Medellin; pero
unido con Sir Arturo Wellesley, después duque de
Wellington, triunfa de los franceses en Tala vera.
En tanto Zaragoza y Gerona, después de dos sitios
memorables, se rinden á los generales de Napoleón.
En el año 1810 ocupan los franceses la Andalu-
cía, retirándose la Junta central á la isla de León,
donde se abrieron las Cortes extraordinarias. Co-
mienzan las partidas de los guerrilleros, y los fran-
ceses sitian á Cádiz y Ciudad-Rodrigo. En 1811, los
—550—
españoles y los ingleses derrotaron á los franceses
en Ghiclana y en la Albuera, y Soult se apodera de
Olivenza y Badajoz. En 1812, por la victoria de We-
llington en Arapiles, los franceses evacúan á Casti-
lla la Vieja y José Napoleón tiene que abandonar á
Madrid, volviendo después protegido por Soult y
Suchet. Se publica la Constitución.
En 1813, derrotados los franceses en Vitoria y San
Marcial, tuvieron que repasar los Pirineos, pene-
trando en su persecución los ingleses y españoles
en el territorio francés. La Regencia y las Cortes
se trasladan á Madrid, y acuerdan no obedecer el
tratado hecho por Fernando VII con Napoleón, des-
pués de la batalla de Leipsig.
2. Vuelta de Fernando V i l . Su gobierno hasta
1820. Vencido Napoleón y retirado á la isla de Elba,
volvió Fernando VII á España, siendo recibido con
extraordinario entusiasmo en Gerona, Zaragoza,
Valencia y Madrid. Apenas reinstalado en el trono,
disuelve las Cortes y restablece la monarquía abso-
luta: hizo prender á los diputados, y á todos los
afrancesados, y restableció la Inquisición y los
Jesuítas.
La persecución de los liberales fué causa de que
se formáran gran número de asociaciones secretas,
de masones y comuneros, y de que se repitieran
las sublevaciones militares (Mina, Porlier, Lacy)
con el fin de restablecer el gobierno constitucional.
El ejército, preparado en las inmediaciones de Cádiz
para marchar á América, se sublevó en las Cabezas
de San Juan el l.0de Enero de 1820; y comunicán-
dose el movimiento á todas las provincias, Fernando
VII suprimió el Santo Oficio y proclamó la Constitu-
ción del año 12.
3. Segunda época constitucional (1820 d 23).
Bajo la presión de las circunstancias, Fernando VII
restableció el gobierno constitucional, comenzando
—551—
entonces el desórden y la anarquía en toda la na-
ción, el desgobierno, las guerrillas, motines, suble-
vaciones y guerra civil, de que fueron culpables los
absolutistas que aconsejaban al rey, los liberales
por su inexperiencia, el populacho por su ignoran-
cia y fanatismo, y todos por el encono de las pasio-
nes, y el odio implacable con que mútuamente se
perseguían.
Comenzada así la revolución en España, se comu-
nicó bien pronto á Portugal é Italia; y los soberanos
de la Santa Alianza acordaron en el congreso de
Verona intervenir en nuestras disensiones para
evitar que la chispa revolucionaria se comunicase á
otros Estados. Francia, encargada de esta interven-
ción, mandó á España un ejército de 100.000 hom-
bres, bajo las órdenes del duque de Angulema. AI
aproximarse los franceses, el rey, el gobierno y las
Cortes se trasladaron de Madrid á Sevilla y después
á Cádiz, que fué sitiada por los franceses, y tomada
después de una heróica resistencia.
Angulema disolvió las Cortes y puso en libertad
á Fernando VII, prometiendo este conservar el go-
bierno constitucional y otorgar una amnistía.
4. Gobierno de Fernando V i l hasta su muerte
(1823 á 33). Fernando VII anuló todo lo hecho des-
de el 7 de Marzo de 1820, en que se había procla-
mado la Constitución del año 12; comenzando en-
tóneos una reacción implacable contra los liberales,
en la que muchos perdieron la vida, y otros tuvieron
que expatriarse para escapar á las terribles vengan-
zas de los absolutistas, y á las asociaciones secretas
del Angel exterminador y de la Virgen de la Con-
cepción. Durante el ministerio de Calomarde co-
menzaron las purificaciones contra los liberales;
pero ocupando el poder el ministerio moderado de
Zea Bermudez, disminuyeron las persecuciones an-
teriores, empezando entónces las sublevaciones de
—552—
los absolutistas exaltados, llamados carlistas, por-
que eran afectos al infante Don Garlos, hermano
del rey. E l general Bessieres (1825) se levantó en
armas porque el rey se había negado á restablecer
la Inquisición; y por motivos semejantes se suble-
vó Cataluña, para cuya pacificación tuvo que ir el
rey en persona, y encargar el gobierno del princi-
pado al cruel y sanguinario Conde de España. Es
justo reconocer, sin embargo, que en medio de tan-
tos desórdenes políticos, comenzó en aquel tiempo
la reorganización de la hacienda y de la adminis-
tración, por los esfuerzos del ministro Don Luis
López Ballesteros.
En 1829 contrajo Fernando VII su cuarto matri-
monio con M a r í a Cristina de Barbón, princesa de
Ñápeles, publicando á poco la P r a g m á t i c a sanción
de Carlos IV (de 1789), por la que se abolía la ley
Sálica de Felipe V , á fin de que las hembras pu-
diesen ocupar el trono á falta de varones. De este
matrimonio nació la infanta Isabel en 10 de Octu-
bre de 1830, con lo cual comenzaron á imperar en el
gobierno las ideas moderadas de Cristina. Sin em-
bargo, en aquella época tuvieron lugar la subleva-
ción de Torrijos y la de la marina en San Fernando,
y la ejecución de Doña Mariana Pineda en Granada.
Hallándose el rey gravemente enfermo (1832)
anuló por inñuencia de Calomarde y de Don Garlos
la Pragmática sanción, que había publicado dos años
antés; pero luego que se hubo restablecido, reco-
brando la reina su prestigio y con el apoyo del in-
fante Don Francisco y de su esposa Doña Luisa
Carlota, se inutilizó aquel decreto antes de ser pu-
blicado. E l rey encargó el despacho de los negocios
durante su enfermedad á su esposa Cristina, bajo
cuyos auspicios se dió una amnistía para todos los
delitos políticos, y un decreto abriendo las universi-
dades, que habían estado cerradas desde 1830. Fer-
—553—
nando VII hizo salir de España á su hermano Don
Garlos, y reunidas las Cortes, fué jurada la infanta
Isabel como heredera del trono. E l rey murió el dia
29 de Setiembre de 1833.
5. P é r d i d a de las Américas. Durante el rei-
nado de Fernando VII se perdieron las inmensas
posesiones que España tenia en las Américas, no
quedándonos desde entonces m á s que Cuba y Puer-
to Rico.
Diferentes causas influyeron en esta pérdida tan
lamentable. L a dura explotación de los colonos por
los españoles, la independencia de las colonias i n -
glesas y la imprudente protección que les prestó
Garlos III, todo, reunido con las ideas democráticas
de la revolución francesa, y con el deseo natural de
independencia, dió por resultado que en el espacio
de pocos años se perdieran todas las colonias que
habían estado durante tres siglos bajo el dominio
español, y que fuesen inútiles los pocos esfuerzos
que pudo hacer España para recobrarlas, ya por las
complicaciones políticas de nuestros gobiernos, y
por los escasos recursos de que podían disponer, ya
porque era imposible acudir á todas partes en una
insurrección que se extendía desde Méjico hasta &r
rio de la Plata.
L a sublevación de Méjico tuvo lugar en 18^1, j /
después del breve imperio de Agustín Itúrbide, sé
constituyó aquel país en república independiántá.
L a Nueva Granada y Garacas, sublevadas en
por Simón Bolívar, formaron en 1819 la república
de Colombia: el Perú constituyó otra república des-
pués de la batalla de Ayacucho, en 1824; y el virei-
nado de Buenos Aires se emancipó de España en
1811,, constituyendo la república de las Provincias
unidas del Rio de la Plata.
6. Reinado de Isabel I I . A la muerte de Fer-
nando V I I se encargó del gobierno la reina viuda
70
—554—
María Cristina, como regente del reino y tutora de
su hija Doña Isabel en menor edad. El infante Don
Carlos fué proclamado por sus partidarios en las
Provincias Vascongadas, comenzando entonces una
larga guerra civil, apoyando á Don Carlos en el in-
terior las Provincias Vascongadas, el clero y la ma-
yor parte del pueblo en toda España, y en el exterior
Portugal, las potencias del Norte é indirectamente
el Papa; y defendiendo á Doña Isabel el ejército, la
nobleza y las grandes poblaciones, y en el extranje-
ro Francia, Inglaterra, y más adelante Portugal.
Después de seis años de encarnizada lucha, con
suerte varia para las armas de la reina y de Don
Carlos, pero sin obtener este último ventaja alguna
decisiva, se terminó la guerra por el Convenio de
Ver gara (30 de Agosto de 1830) celebrado entre
Espartero y Maroto, generales de ambos ejércitos.
Don Carlos tuvo que refugiarse en Francia, y pocos
meses después quedó restablecida la paz en toda
España.
Los hechos más notables del gobierno en los seis
años que duró la guerra civil, fueron: la promulga-
ción del Estatuto Real, por el cual se establecían dos
Cámaras ó Estamentos, el de los Próceros ó grandes
señores vitalicios, y el de los Procuradores de elec-
ción popular; la matanza de los frailes, acusados
falsamente de haber envenenado las aguas de Ma-
drid; el ministerio de Mendizábal con la supresión
de las órdenes religiosas é incorporación de sus
bienes al Estado; la sublevación del sargento García
en la Granja, que obligó á María Cristina (1836) á
restablecer la Constitución del año 12; el ministerio
de Calatrava, durante el cual se enagenaron los
bienes de los conventos y la plata y alhajas de las
iglesias, y se proclamó la Constitución de 1837.
La sanción de la ley de Ayuntamientos votada
por las Cortes (1840) produjo una sublevación ge-
—555—
neral, que obligó á la reina gobernadora á salir del
reino y abdicar la regencia, que fué conferida por
las cortes á Espartero, nombrando además á Don
Agustin Arguelles tutor de las hijas de Fernando
V I L Contra este estado de cosas hubo motines y
sublevaciones en Madrid y en las provincias, que
fueron sofocados por el regente Espartero, fusilan-
do á los autores que cayeron en su poder, como
León en Madrid, Borso en Zaragoza y Montes de
Oca en Vitoria,, y huyendo al extranjero los demás.
Estos actos de violencia, y el bombardeo de Bar-
celona, que se había sublevado contra el gobierno de
Espartero, determinaron una coalición de los parti-
dos contra el regente, y un levantamiento general
que le obligó á abandonar á Madrid, dirigiéndose á
Andalucía y después de bombardear á Sevilla, que
le habia cerrado sus puertas, perseguido por el ge-
neral Concha, se embarcó en Cádiz para Inglaterra
(10 de Julio de 1843).
7. Mayor edad de Isabel I I . Después de la ca-
pitulación de los partidarios de Espartero en Torre-
jón de Ardóz, entró Narvaez en Madrid y desarmó
la Milicia nacional. E l ministerio López propuso á
las Cortes declarar mayor de edad á la reina (1844);
el de Olózaga se inclinó á la política liberal; fué
sustituido á poco por el partido moderado, imperan-
do desde entóneos la política reaccionaria de Nar-
vaez.
E l gobierno moderado reformó la Constitución de
1837 (1845), y toda la organización política y admi-
nistrativa. Pero bien pronto comenzaron las insu-
rrecciones en Alicante y Cartagena, la del general
Zurbano, que fué fusilado (1844) y una tentativa
centralista en Cataluña; y creciendo el descontento
general, hubo dos años después (1846) un pronun-
ciamiento en Galicia, que fué sofocado con sangrien-
tas ejecuciones por los generales Concha y Villalon-
—556—
ga. E n este mismo año se verificó el casamiento de
la reina con su primo el infante Don Francisco de
Asís Borbón.
Después del breve ministerio de los moderados
puritanos, con Pacbeco, que publicó una amnistía,
y mandó á Portugal (1847) á Don Manuel de la Con-
cha (Marqués del Duero) en favor de la reina Doña
Maria de la Gloria, ocupó de nuevo el poder el ge-
neral Narvaez, que reprimió con severidad los mo-
vimientos revolucionarios de 1848, envió un ejército
á Italia para restablecer á Fio I X en Roma, y el
general Concha concluyó con las facciones carlistas
de Cataluña. Sin embargo, el ministerio Narvaez,
interrumpido por el de Cleonard-Balboa, que solo
duró 24 horas, se vió después combatido por una
fracción del mismo partido moderado, que ocupó el
poder con Don Juan Bravo Murillo (1851), realizan-
do importantes reformas en la hacienda y en la ad-
ministración, y celebrando un Concordato con la
Santa Sede.
Cuando cayó Bravo Murillo, se sucedieron varios
ministerios sin prestigio en la política y sin arraigo
en la opinión (Roncali, Lersundi y Sartorius), hasta
la revolución de 1854.
8. De 1854 d 1868. E n los últimos tiempos de
los gobiernos moderados, un gran número de des-
contentos de este partido, y otros procedentes de
los progresistas ó liberales, formaron la coalición,
que después tomó el nombre de Unión liberal, á
cuyo frente figuraba el general Odonell, y que por
el movimiento del Campo de Guardias, ocupó el po-
der en 1854, sucediéndole en el mismo año el go-
bierno de Espartero, que solo duró dos años (bienio)
quedando nuevamente Odonell dueño de la situación
(1856), después de una sangrienta lucha con la
Milicia nacional en las calles de Madrid, y de disol-
ver á cañonazos la representación nacional.
—557—
Poco después fué reemplazado Odonell por N a r -
vaez, pero la Unión liberal volvió á ocupar el poder
en 1858, gobernando por espacio de cinco años, du-
rante los cuales se gozó de paz en el interior, se
fomentaron grandemente los intereses materiales,
y se llevaron á cabo empresas importantes en el
exterior. Fueron estas, la guerra de Africa (1860)
gloriosa para España, que terminó por la toma de
Tetuan y el tratado de Guad-Ras; la imprudente
anexión de Santo Domingo, que después de una
guerra costosísima, tuvimos que abandonar; la impo-
lítica intervención en Méjico en unión con Francia
é Inglaterra^ en la que afortunadamente salvó el
honor de España el general Prim, separándose de
los aliados y regresando con su ejército á la penín-
sula; y la guerra de Gochinchina, que aunque redun-
dó principalmente en beneficio de Francia, no dejó
de ser ventajosa al comercio de nuestras islas F i l i -
pinas. E n este mismo tiempo y durante la guerra
de Africa, tuvo lugar la intentona carlista en San
Garlos de la Rápita, que costó la vida al general
Ortega, renunciando Montemolín (Garlos VI) sus
pretendidos derechos á la corona de España.
A la calda de Odonell (1863) se sucedieron otros
ministerios de corta duración. E l de Narvaez cayó
despretigiado por los sucesos de la célebre noche de
San Daniel (1865) en que sin razón bastante mandó
hacer fuego sobre el pueblo indefenso. Vuelto Odo-
nell al poder, se coaligaron los partidos avanzados,
se sublevó el general Prim (1866) con algunos regi-
mientos de caballería, teniendo que refugiarse en
Portugal, y en el mismo año (22 de Junio) se insu-
rreccionaron los artilleros del cuartel de San Gil,
manchándose con el asesinato de algunos de sus
jefes. Odonell consiguió reprimir aquella subleva-
ción, que había puesto en peligro el trono de Isabel
II; sin embargo, á los pocos dias tuvo que dejar el
—558—
poder á Narvaez, por lo que, resentida la Unión
liberal, se unió con los demócratas y progresistas,
con el propósito de destronar á la reina.
9. Revolución de Setiembre. Monarquía de Don
Amadeo. L a república.. L a restauración. La exa-
gerada reacción del gobierno moderado con Narvaez
y González Bravo, precipitó los acontecimientos,
acelerando el momento de la revolución. El duque
de Mompensier, cuñado de la reina, tuvo que salir
de España; varios generales, senadores y diputados,
fueron desterrados; y puestos estos de acuerdo con
el general Prim, expatriado dos años antes, estalló
la revolución á bordo de la fragata Zaragoza, sur-
ta en la bahía de Cádiz, siguiéndoles toda la escua-
dra, y pronunciándose en su favor Cádiz, Sevilla
y Córdoba. Las tropas de la reina, al mando del mar-
qués de Novaliches, salieron al encuentro de los
sublevados, que dirigidos por el general Serrano, se
encaminaban á Madrid. Trabóse la batalla en A l -
colea, y fué vencido Novaliches, por cuyo aconteci-
miento perdió la reina toda esperanza, y desde las
provincias Vascongadas, donde accidentalmente re-
sidía, tuvo que refugiarse en Francia, quedando
triunfante la revolución (Setiembre de 1868).
Los jefes de la revolución constituyeron un go-
bierno provisional, convocaron Cortes que redacta-
ron y promulgaron una Constitución democrática
(1869), y nombraron rey al príncipe de Italia, Don
Amadeo de Saboya (1870). El asesinato del general
Prim, jefe más caracterizado de la revolución, la
ruda oposición del partido republicano, y la división
de los mismos partidarios de la nueva monarquía,
obligaron á Don Amadeo á renunciar la corona
(11 de Febrero de 1873) y volverse á Italia.
En la misma sesión en que se dió cuenta de la
renuncia de Don Amadeo, proclamaron las Cortes la
república. La guerra separatista en Cuba y la car-
—559—
lista en España, la sublevación cantonal de Carta-
gena, la insubordinación del ejército, y la falta de
cordura de muchos republicanos, impacientes por
establecer el gobierno federal, todo ello contribuyó
á extender el desasosiego y la intranquilidad en el
país, haciendo necesaria una reacción que comenzó
por el golpe del 3 de Enero (1874), expulsando el
general Pavía á los diputados del salón de sesiones,
y constituyéndose un gobierno provisional de hom-
bres de diferentes partidos, que consiguieron resta-
blecer el orden y volver la tranquilidad á la nación.
Entre tanto. Doña Isabel II había renunciado la
corona en su hijo Don Alfonso, y los partidarios de
la restauración se aumentaron considerablemente
con todos los descontentos ó desengañados de la re-
volución. En este estado las cosas, el general Mar-
tínez Campos, al frente de algunos batallones, pro-
clamó en Sagunto á Don Alfonso X I I (30 de Diciem-
bre de 1874) que fué aceptado por toda la nación.
Se encargó del gobierno Don Antonio Cánovas del
Castillo; en los seis años de su mando se promulgó
la Constitución de 1876 y se concluyó la guerra
Carlista y la de Cuba; sustituyéndole el ministerio
constitucional de Sagasta, que ocupa el poder hasta
el presente,
RESÚMEN DE LA LECCIÓN L X .

1. La sublevación del pueblo de Madrid contra los fran-


ceses el 2 de Mayo de 1808, dió comienzo á la guerra de la
Independencia. José Bonaparte fué nombrado rey de España,
Después de seis años de lucha encarnizada, con varia fortu-
na, los franceses tuvieron que repasar los Pirineos, perse-
guidos por los ingleses y los españoles.—2. A la caida de
Napoleón, volvió Fernando VII á España y fué recibido con
entusiasmo en todas partes. Disolvió las Cortes, restableció
la monarquía absoluta, con la Inquisición y los Jesuítas, y
persiguió á los diputados y afrancesados. La sublevación
del ejército en las Cabezas de San Juan, obligó al rey á pro-
—SeO-
clamar la Constitución del año 12.—3. Con la segunda época
constitucional se inaugura el desórden y la anarquía en to-
da la nación. Los franceses, al mando de Angulema,entraron
en España: el rey y las Cortes se retiraron á Cádiz: tomada
esta ciudad por los extranjeros, quedó el rey en libertad,
prometiendo conservar el gobierno constitucional y dar una
amnistía.—4. Olvidando el rey sus promesas, comenzó una
cruel persecución contra los liberales, bajo el ministerio de
Calomarde; en tiempo del moderado Zea Bermudez, tuvieron
lugar varias sublevaciones de los absolutistas exaltados, ó
carlistas. Casado Fernando V i l con María Cristina, publicó
la Pragmática sanción, naciendo á poco la infanta Isabel.
E l rey murió á los tres años.—5. Durante el reinado de Fer-
nando VII se hicieron independientes las colonias america-
nas, por efecto de la dura explotación de los españoles, por
la influencia de las ideas de la revolución francesa y de la
independencia de los Estados-Unidos, favorecidos impru-
dentemente por Carlos 111.-6. Ai morir Fernando VII se en-
cargó Cristina del gobierno por la menor edad de Doña Isa-
bel, comenzando á poco la guerra civil, que duró seis años,
terminándose por el convenio de Vergara, celebrado por
Espartero, general de la reina y Maroto general Carlista.
Poco después fué nombrado regente Espartero (1840) que
gobernó tres años.—7. A la caida de Espartero imperó la
política del partido moderado: la reina fué declarada mayor
de edad; se formó la constitución del 37, fueron duramente
reprimidas algunas sublevaciones, y nuestras armas inter-
vinieron en los asuntos de Portugal, y contribuyeron á res-
tablecerá Pió IX en Roma. El ministerio Bravo Murillo
realizó importantes reformas en la administración, y cele-
bró un Concordato con la Santa Sede.--8. La revolución de
1854 dió el poder á Odonell y después á Espartero; este cayó
dos años después. En los cinco años del gobierno de la Unión
liberal se fomentaron los intereses materiales, y se realiza-
ron importantes empresas exteriores. El ministerio Narvaez
cayó despretigiado por los acontecimientos déla noche de
San Daniel; su sucesor, Odonell, consiguió reprimir la su-
blevación antidinástica del 66.—9. En Setiembre de 1868 se
sublevaron los generales desterrados, y concluyeron con la
monarquía de Doña Isabel II. Las cortes redactaron la cons-
titución democrática de 1869, y nombraron rey á D. Amadeo
de Saboya, que renunció el trono á los dos años, proclamán-
dose la república en 11 de Enero de 1873; y en 30 de Diciem-
bre de 1874,el general Martínez Campos restauró en Sagunto
la monarquía de Borbón, en la persona de Don Alfonso XII,
que ha sido aceptado por toda la nación.
—561—
LECCIÓN LXI.
Principales acontecimientos políticos
del siglo X I X .
1. La Santa Alianza.—2. Movimientos revolucionarios en
España, Italia y Portugal—3. Independencia de la Gre-
c i a . — R e v o l u c i ó n de Julio.—5. Independencia de la
Bélgica,~6. Revolución de Febrero en París.—% Unidad
italiana.—8. Unidad alemana.—9. Ultimas desmembra-
ciones de Turquía. — 10. Problemas políticos para el
porvenir.

1. L a Santa Alianza. Arreglada la política


europea en el Congreso de Viena, no según pedían
la razón y la justicia, sino como mejor plugo á las 0
grandes potencias que habían vencido á Napoleón;
justamente impresionados los monarcas por las
ideas revolucionarias y por los últimos aconteci-
mientos, y deseando ponerles un poderoso correc-
tivo y evitar en adelante su reproducción, antes de
separarse firmaron en París (1815) la Santa Alian-
za, llamada así por el propósito de los aliados de
asentar la política sobre una base religiosa, en opo-
sición á los principios que habían conmovido á
Francia y á toda Europa durante veinte y cinc
años. Tomaron parte en aquel tratado los empera-
dores de Rusia y de Austria y el rey de Prusia,
uniéndoseles después todos los soberanos de Eujro/-
pa, excepto Inglaterra y el Papa.
Bajo este aspecto de religión-y santidad adquiM
bien pronto la Santa Alianza una tendencia reaccio-
naria, comenzando en toda Europa una lucha tenaz
contra las nuevas ideas y principios de la revolu-
ción, aferrándose más y más los gobiernos á la tra-
dición y á la autoridad. Los soberanos reanudaron
sus compromisos en los Congresos de Aquisgrán,
de Laybach y de Verona, dispuestos siempre á sos-
tener en todas partes el imperio del absolutismo.
71
—562—
2. Movimientos revolucionarios en España, Ita-
lia y Portugal. Las naciones del Mediodía, España,
Portugal y Nápoles, abandonadas por sus reyes en
la lucha con Napoleón, estuvieron gobernadas por
monarcas de la familia del Emperador, extendién-
dose por esta causa con más facilidad las ideas
francesas de libertad é independencia. E n cambio
esos mismos reyes, que sin sacrificio alguno vol-
vieron á ocupar sus tronos por obra y gracia del
Congreso de Viena, extremaron la reacción mucho
más que los monarcas del Norte, volviendo las cosas
al sér y estado qne tenían antes de la revolución, y
persiguiendo con crueldad á todos los partidarios de
las nuevas ideas é instituciones. De aquí se originó
una oposición violenta entre los gobiernos y los
pueblos, que necesariamente había de terminar en
la revolución.
Comenzó esta en España el dia 1.° de Enero de
1820, por la sublevación del ejército en las Cabezas
de San Juan, obligandoá Fernando VII á aceptarla
Constitución del año 12, según hemos visto en l a
lección precedente. Los portugueses, desamparados
de sus reyes, que continuaban todavía en el Brasil y
gobernados por el regente inglés Lord Beresford,
secundaron á poco el movimiento de España, te-
niendo la fortuna de que el regente lo aceptase sin
resistencia, convocándose inmediatamente las Cor-
tes. L a nueva Constitución fué aceptada por el rey
Juan VI en Bahía (Brasil), y jurada á su regreso
en Lisboa.
Fernando IV y su esposa la cruel Carolina, vol-
vieron de Sicilia á la caida de Napoleón, restable-
ciendo en Nápoles el gobierno absoluto y persiguien-
do á los liberales. E l ejército dió allí, como en
España, el grito de libertad, y el rey tuvo que acep-
tar la Constitución española, declarándose al mismo
tiempo independiente la isla de Sicilia. A l año s i -
—563—
guíente (1821) se sublevó también el ejército pia-
montés; el rey Víctor Manuel abdicó la corona, y el
regente Garlos Alberto, Príncipe de Cariñán, pro-
clamó la Constitución de España, que fué rechazada
por el nuevo rey Carlos Félix.
El movimiento revolucionario de las naciones del
Mediodía alarmó á los soberanos de la Santa Alian-
za, que por influencia del ministro austríaco Metter-
nich, decidieron en el Congreso de Laybach inter-
venir en Nápoles para restablecer el absolutismo.
En efecto, un ejército austríaco derrotó á los libera-
les napolitanos, y Fernando IV recobró su trono
absoluto, anulando cuanto había hecho la revolu-
ción: y ese mismo ejército venció poco después á los
piamonteses en la batalla de Novara, restableciendo
el gobierno anterior.
En España duró algo más la revolución, hasta que
por acuerdo del Congreso de Verona invadieron
nuestra Península cien mil franceses al mando del
duque de Angulema, se apoderaron de Cádiz y res-
tablecieron la monarquía absoluta. En todas estas
naciones comenzó desde entóneos una reacción vio-
lenta contra los liberales y contra las ideas revolu-
cionarias, que sembró los gérmenes de nuevos dis-
turbios en lo futuro.
3. Independencia de la Grecia. Las nuevas
ideas de libertad é independencia nacidas de la re-
volución y propagadas por los soldados de Napoleón,
cundieron también en Grecia, donde Capo D'Istria
había fundado una sociedad secreta muy extendida
con el fin de libertar aquel país de la tiranía turca.
Sublevado Alejandro Ypsilantí en la Moldavia con-
tra Turquía, los griegos siguieron su ejemplo, sos-
teniendo una lucha desesperada contra los maho-
metanos. Vencido y fugitivo Alejandro, su hermano
Demetrio y Maurocordato organizaron la defensa
de los griegos, derrotaron á los turcos y se apode-
—564—
raron de Navarino y otras plazas, proclamando la
república griega (1822).
Mientras los soberanos déla Santa Alianza, en el
congreso de Laybach, llevados de su política retró-
gada y mezquina, se negaron á prestar apoyo á los
griegos oprimidos, dejándoles abandonados á sus
bárbaros dominadores, se formaron en varias nacio-
nes tropas de voluntarios para defender la indepen-
dencia de la patria de Homero y de Platón, y hom-
bres de genio y de entusiasmo como el poeta inglés
Lord Byrón, consagraron su talento, su fortuna y
su vida á la santa causa de la Grecia.
Llevaron los griegos la mejor parte en la lucha
hasta 1825, en que Ibraim, hijo de Mehemet-Alí, se
presentó en el Peloponeso con numerosas tropas
egipcias, derrotó en varios encuentros á los grie-
gos divididos, y se apoderó sucesivamente de todas
las plazas, hasta caer en su poder las plazas fuertes
de Trípolitza y Missolonghi (1826). Las potencias
europeas salieron al fin de su apatía; y aliándose
Rusia, Francia é Inglaterra, por iniciativa del mi-
nistro inglés Ganning, la escuadra de estas nacio-
nes derrotó á la turco-egipcia en las aguas de iVa-
varino{lS27), y aunque abandonó la alianza Ingla-
terra, la continuaron Francia y Rusia, que obligaron
á Ibraim á evacuar el Peloponeso y á la Turquía á
reconocer en el tratado de Andrinópolis (1829) la
independencia de la Grecia, que se constituyó en
república bajo la presidencia de Capo D'Istria. Ase-
sinado este por los republicanos, intervinieron las
grandes potencias, formando de la Grecia un reino
constitucional, llamando para ocupar el trono á
Otón de Baviera (1832).
4. Revolución de Julio. Animado de rectas in-
tenciones Luis X V I I I , lejos de extremar la reacción,
como en España, otorgó una Carta constitucional
reconociendo y respetando leaimente los derechos
—565—
políticos de sus súbditos. E l asesinato del duque de
Berry, heredero presunto de la corona, y la revolu-
ción de España del año 20, Obligaron al rey á incli-
narse á los absolutistas, mandando entóneos 100.000
franceses con el duque de Angulema para reinte-
grar á Fernando V I I en sus derechos de rey abso-
luto. Á su muerte (1824) ocupó el trono de Francia
su hermano Carlos X , que desde el primer momento
se entregó por completo á la nobleza y al clero, go-
bernando á usanza de los antiguos reyes, y procu-
rando borrar hasta el recuerdo de la revolución. E l
primer ministro Vilélle extremó las medidas reac-
cionarias y tuvo que dejar el poder á Martignac,
señalado por su desafección á los absolutistas y por
sus medidas contra la enseñanza del clero.
En este reinado la escuadra francesa, unida con
las de Rusia é Inglaterra alcanzó una completa vic-
toria sobre la turco-egipcia en Navarino, deciendo
la independencia de la Grecia. E n 1830 mandó Gar-
los X una expedición contra Argel, que tuvo que
capitular, comenzando entónces la formación de los
extensos dominios que hoy posee Francia en la
Argelia. E n el interior, disgustado Garlos X de las
ideas moderadas de Martignac, nombró en su lugar
á Polignac, acérrimo realista, que adoptando el sis-
tema de resistencia, se atrajo la enemistad general.
E l rey disolvió la Gámara, hostil al ministerio; con-
vocó nuevas elecciones, y resultando la mayoría de
los diputados contrarios á la política de Polignac,
fué también disuelta la nueva Cámara: otras elec-
ciones dieron también el triunfo al partido liberal; y
pretendiendo Carlos X repetir por tercera vez la di-
solución de la Gámara, estalló la revolución de J u -
lio, recobrando el pueblo en tres dias de lucha (27,
28 y 29) sus derechos, y concluyendo con el reinado
de Carlos X .
Triunfante la revolución, se formó un gobierno
—566—
provisional compuesto de Lafayette, Casimiro Périer
y Odilon Barrot, nombrando teniente general del
reino al duque Luis Felipe de Orleans, que ocupó
el trono poco dias después. Mientras el rey caido se
embarcaba para Inglaterra, Luis Felipe juró la Carta
constitucional y nombró un ministerio de la oposi-
ción liberal, viniendo á ocupar el poder la clase me-
dia, y quedando excluida la aristocracia.
5. L a independencia de Bélgica, Uno de los
desaciertos del Congreso de Viena babia sido la
incorporación de la Bélgica á la Holanda, sin tener
en cuenta la difereücia de historia, carácter, idio-
ma, religión, etc., entre estas dos porciones de los
Países Bajos; y esta fué la causa de la guerra que
dió por resultado la separación de ambos Estados.
Guillermo de Orange trató á los belgas como un
pueblo sometido, imponiéndoles las leyes y el idioma
holandés, y combatiendo hasta sus creencias católi-
cas. Con estas medidas se produjo un descontento
general contra los holandeses; y al recibirse la no-
ticia de la revolución de Julio en Francia, hubo un
levantamiento en Bruselas, que se extendió en se-
guida á toda la Bélgica. E n vista de estos sucesos,
Cuillermo mandó un ejército, que después de una
lucha sangrienta en Bruselas, tuvo que retirarse á
la plaza fuerte de Ambares: ofreció á los belgas un
gobierno independiente bajo su persona, y sus pro-
posiciones fueron rechazadas, proclamando el Con-
greso nacional belga la completa independencia de
la Bélgica. E n este estado las cosas, las cinco gran-
des potencias acordaron en la Conferencia de Lón-
dreSj reconocer la independencia del nuevo reino,
llamado á ocupar el trono al príncipe Leopoldo de
Sajonia-Cohurgo, que concedió al país una Consti-
tución representativa.
6. Revolución de Febrero en P a r í s . E n diez y
ocho años de reinado pacífico en el interior, consi-
—567—
guió Luis Felipe elevar la cultura y la prosperidad
de la Francia hasta un grado sorprendente, conti-
nuando y terminando en el exterior la conquista de
la Argelia con la derrota y prisión del valiente
Abdel-Kader. Sin embargo, olvidándose pronto del
origen de su trono, se inclinó cada vez más á la po-
lítica de los Borbones; y echándose en brazos de un
partido, el llamado del justo medio, que sin princi-
pios fíjos de gobierno, sólo aspiraba á conservar el
poder, empleando manejos inmorales y censurables
artificios; aquel rey, que en sus primeros años me-
reció el nombre de rey ciudadano y era bendecido
por todos, llegó á enagenarse las voluntades por su
tenacidad en rechazar la ampliación de las liberta-
des constitucionales, teniendo que reprimir varias
intentonas absolutistas, republicanas y bonapar-
tistas.
L a oposición al rey y al gobierno llegó á su col-
mo en Febrero de 1848 con motivo de la violación
del derecho de reunión. A l grito de reforma y aba-
jo el ministerio, se amotinó el pueblo de París el
dia 22, y el 24 tuvo que salir precipitadamente Luis
Felipe con su familia, consiguiendo con dificultad
embarcarse para Inglaterra, abandonándole todos
sus partidarios. Proclamóse en seguida la República,
figurando Lamartine al frente del gobierno; pero
como la revolución se había hecho por el cuarto
Estado y vino á redundar en beneficio del tercero,
en el mes de Junio se volvieron á sublevar los des-
heredados, cometiendo hechos de salvaje ferocidad,
entre otros la muerte del virtuoso arzobispo de Pa-
r í s , que se presentó en las barricadas como pacifi-
cador. E l general Cavaignac, nombrado dictador por
la Cámara, consiguió triunfar de los revoltosos y
restablecer la paz y el orden en París.
En Diciembre de aquel año fué elegido Presidente
de la república Luis Napoleón. L a Asamblea formó
—568—
una Constitución democrática-republicana, decre-
tada en Mayo de 1849. Vino después la Asamblea
legislativa, y creciendo la importancia de los socia-
listas, el gobierno comenzó á restringir la libertad;
el Presidente disolvió la Asamblea (2 de Diciembre
de 1851) originándose por esta causa nuevos pro-
nunciamientos y sublevaciones que fueron compri-
midos por el ejército. Por el plebiscito de 2 de
Diciembre concedió el pueblo la presidencia decenal
á Luis Napoleón, que echó por tierra casi todas las
conquistas revolucionarías, y en 1.° de Diciembre
de 1852 fué proclamado por otro plebiscito Empera-
dor de los franceses, con el nombre de Napoleón III.
Napoleón consiguió atraerse el apoyo de la clase
media, restableciendo el orden interior, y promo-
viendo el desarrollo de la industria y del comercio;
procuró ganarse al cuarto Estado por medio de
reformas que le aseguraban cierto bienestar; las
armas francesas alcanzaron nuevos laureles en la
guerra de Griméa contra la Rusia, en Italia ayu-
dando al Piamonte contra el Austria, unidas con las
españolas en Gonchinchina, y constituyeron un im-
perio en Méjico que costó la vida á Maximiliano de
Austria.
Sin embargo, Napoleón emprendió imprudente-
mente una campaña desgraciada contra la Prusia,
en la que después de varios reveses, cayó él mismo
prisionero en Sedan, concluyó el imperio, y se
proclamó poco después (1870) la república en Fran-
cia, bajo cuyo gobierno ha continuado hasta el
presente.
7. Unidad italiana. Italia y Alemania, que ha-
bían llegado hasta el siglo presente con la misma
división y fraccionamiento que sacaron de la Edad
media, han logrado constituir su unidad en estos
últimos tiempos.
La unidad italiana pudo y debió constituirse en
—569—
una ú otra forma por el Congreso de Viena. Era una
aspiración legítima que no satisfecha entonces, se
ha realizado después á costa de sangre y de violen-
cias. Haciéndose adjudicar en aquel Congreso el
reino Lombardo-Véneto, el Austria prolongó la
triste situación de aquella Península, dominada des-
de la Edad media por los extranjeros; y esto mismo,
unido á las ideas de libertad é independencia de los
pueblos modernos, contribuyó á excitar el amor
patrio de los italianos, y á que tomase cuerpo el
propósito de reconstituir su nacionalidad, perdida
después de tantos siglos.
El Papa, por su influencia moral, ó el rey de Ñá-
peles por ser sus Estados los más extensos de la
Península, parecían los llamados en primer término
á ponerse al frente del movimiento unitario de Ita-
lia; pero pesando sobre ellos la influencia del Aus-
tria, que habia de ser la más perjudicada, rechaza-
ron ese movimiento, que encontró acogida en el
reino de Cerdeña.
Ya en 1848 el rey Carlos Alberto intentó despojar
al Austria del reino Lombardo-Véneto; pero d e s p u é s ^ !
de algunos triunfos pasajeros, fué derrotado en N p ^ ^ N
vara por el general Radetsky, y abdicó la corona
en su hijo Víctor Manuel II (1849) muriendo poco S l k
después en Oporto. Renovada diez años después la j1
guerra con el Austria, y tomando parte Napojleóní í//
III en favor del rey de Cerdeña, las victoria'^ deV_/
Magenta y Solferino, la paz de Villafranca yVde^
Zurich, y la expedición de Garibaldi al reino de Ñá-
peles, dieron por resultado la formación del reino de
Italia (1861) comprendiendo toda la Península, me-
nos Saboya y Niza que se unieron á la Francia, y
Venecia y el Patrimonio de San Pedro que perma-
necieron independientes. Cinco años después se
anexionó Venecia al nuevo reino, y habiendo ocu-
pado á Roma el ejército italiano en 1871, quedó
72
—570—
realizada la unidad italiana. Quedan todavía en po-
der del Austria, Trieste y el Trentino, lo que ya
ha dado lugar á disgustos entre las dos naciones, y
es de esperar que tarde ó temprano y por cualquier
medio, entren aquellos pequeños territorios ácomple-
tar la Italia.
8. Unidad alemana. E l antiguo imperio ale-
mán había concluido en 1806, pasando desde enton-
ces la dignidad imperial á la monarquía austríaca,
L a Confederación g e r m á n i c a , constituida en el
Congreso de Viena, no hizo más que prolongar la
división, el fraccionamiento y la debilidad de la
nacionalidad alemana, y excitar la ambición de los
dos Estados, el Austria y la Prusia, que aspiraban á
ejercer en ella su predominio.
Sea porque la parte alemana del imperio de A u s -
tria era menos importante que la de Prusia, sea
porque las condiciones políticas de esta última se
amoldasen mejor que las de aquella al carácter ale-
m á n , ó sea por la mayor habilidad de su gobierno
y de sus hombres de Estado, es lo cierto que el es-
píritu nacional despertado en Alemania como en
otras partes en el siglo presente, encontró mejor
acogida en Berlin que en Viena, y que por conse-
cuencia de la guerra entre estas dos naciones, y la
derrota del Austria en la batalla de Sudowa ^1866)
la Alemania quedó dividida en dos confederaciones,
del Norte y del Sur, separadas por el Mein, predo-
minando en la primera la Prusia, y en la segunda
el Austria.
En este estado las cosas, las victorias de la P r u -
sia en la guerra franco-prusiana, decidieron á los
Estados del Sur, Badén, Hesse, Baviera y Wurtem-
berg, á unirse con los del Norte (1870), constitu-
yendo una nueva Confederación y restableciendo el
antiguo Imperio alemán (1871) con carácter heredi-
tario en la persona del rey de Prusia, Guillermo I.
—571—
Sin embargo, no está completada la obra de la
unidad alemana. Una parte del Imperio de Austria,
la Holanda y algunos cantones suizos, son también
alemanes, y de aquí podrán surgir cuestiones que
resolverá la política del porvenir.
9. Ultimas desmembraciones de Turquía. El
mismo espíritu de nacionalidad que ha hecho rena-
cer la Bélgica, la Italia y Alemania, viene obrando
durante todo el siglo en Turquía, y hubiera ya con-
cluido con el Imperio de los otomanos en Europa,
si no se opusieran á ello los celos de las naciones
cristianas, y los temores de que la Rusia aumente
su poder y su influencia con los despojos de Turquía.
Y en verdad que en ninguna parte tiene tanta
razón de ser como en Turquía el espíritu de nacio-
nalidad. Por las victorias de los grandes Sultanes de
los siglos X V y XVI, un escaso número de otoma
nos venidos del Asia, sometieron á su despotismo á
los pueblos griegos, búlgaros y eslavos, estableci-
dos en la península de ios Balcanes. Pero la debili-
dad de ese Imperio desde el siglo pasado por efecto
de su viciosa organización, y el espíritu de libertad
é independencia que anima á los pueblos europeos
desde la revolución francesa, han producido diferen-
tes revoluciones y guerras, que sucesivamente han
ido desmembrando el Imperio, en otro tiempo pode-
roso y temible de Turquía.
Comenzó esa desmembración por las islas Jóni-
cas, puestas hajo la protección de Inglaterra; siguió
la independencia del Egipto por Mehemet Alí, la
insurrección é independencia de la Grecia, y la con-
quista por los franceses de la regencia de Argel,
tributaria del Sultán. La paz de Andrinópolis (1829)
dió á la Rusia el protectorado sobre los Principados
Danubianos, Sérvia, Valaquia y Moldavia; este pro-
tectorado se extendió á Francia é Inglaterra des-
pués de la guerra de Crimea (1856); y por conse-
—572—
cuencia de la última guerra con Rusia, terminada
por el tratado de Berlin (1878), la Turquía ha tenido
que reconocer la independencia absoluta de la Ser-
via, Rumania (Valaquia y Moldavia) y del Montene-
gro, se ha constituido el principado tributario de
Bulgaria entre el Danubio y los Balkanes, y la R u -
melia oriental; ha ocupado Inglaterra la isla de
Chipre, y Austria la Bosnia y la Herzegovina, con
el propósito de llegar hasta Salónica en el mar Egeo.
En suma, la Turquía es un edificio viejo en rui-
nas, destinado á desaparecer muy pronto del terri-
torio europeo.
10. Problemas políticos para el porvenir. Las
iniquidades salidas de la Edad media, y agravadas
y aumentadas por los reyes absolutos de la moder-
na, han sido en parte reparadas en el siglo presen-
te, gracias á la influencia de las ideas de libertad é
independencia que nos legó la revolución francesa,
y al espíritu de justicia y humanidad del cristianis-
mo, nunca mejor comprendido ni aplicado á las
relaciones políticas que en la época actual.
Pero todavía existen torpezas antiguas que des-
truir, y crímenes modernos que reparar. Todavía
Polonia permanece esclava de la Rusia, Austria y
Prusia, é Irlanda de Inglaterra: todavía no es com-
pleta la unidad en Italia y en Alemania; todavía
forman dos naciones • España y Portugal; y todavía
la raza eslava obedece á distintas nacionalidades.
Estos y otros problemas más secundarios, ocuparan
á los gobiernos del porvenir. Dios haga que al re-
solverlos, se inspiren en las máximas de paz y cari-
dad del Evangelio.
—573—
RESÚMEN DE L A LECCIÓN L X l .

1. Los monarcas que habían vencido á Napoleón, excepto


Inglaterra, formaron la Santa Alianza, para asentar la polí-
tica europea sobre una base religiosa en contra de los prin-
cipios de la revolución. Pero bien pronto los gobiernos se
inclinaron á la reacción, inaugurando una política tradicio-
nal y autoritaria.—2. La reacción fué más extremada en las
naciones del Mediodía de Europa; naciendo de aquí la suble-
vación de España en 1820, que se propagó á Portugal, cuyo
rey Juan V I , encontrándose todavía en el Brasil, aceptó la
Constitución. Este movimiento revolucionario se comunicó
al reino de Ñápeles y al de Cerdeña. Por acuerdo de la Santa
Alianza, los austríacos restablecieron el absolutismo en
Italia, y los franceses en España.—3. Los griegos dirigidos
por Ipsílanti y Muarocordato se sublevaron contra Turquía;
les favorecieron voluntarios de todas las naciones, pero se
vieron abandonados al principio por la Santa Alianza; á
Turquía le prestó auxilio el Egipto. Al fin, Rusia, Francia é
Inglaterra ganaron la batalla naval de Navarino á la flota
turco-egipcia, reconociendo Turquía poco después la inde-
pendencia de la Grecia.—4. Luis XVI11 otorgó á Francia una
Carta constitucional. Carlos X gobernó á usanza de los an-
tiguos reyes, procurando borrar hasta el recuerdo de la re-
volución; durante el ministerio Polignae, el rey disolvió por
tres veces la Cámara donde dominaban los liberales, esta-
llando por esta causa la revolución de Julio, que obligó al
rey á expatriarse, ocupando el trono Luis Felipe de Orleans,
que juró la Carta constitucional.—5. L a Bélgica, unida á la
Holanda por el Congreso de Viena, fué tratada por Guiller-
mo de Orange como país conquistado, dando lugar á una
sublevación en que fueron derrotados y expulsados los ho-
landeses, proclamando los belgas su independencia, que fué
reconocida por las grandes potencias, ocupando el trono
Leopoldo de Sajonia-Coburgo.—6. Luis Felipe desarrolló la
prosperidad material en Francia y terminó la conquista de
la Argelia; pero se inclinó luego á la política de los Borbo-
nes, introduciendo la inmoralidad en el gobierno, y recha-
zando la ampliación de las libertades constitucionales. Por
estas causas, estalló la revolución de Febrero, teniendo que
expatriarse Luis Felipe, y se constituyó la república bajo
la presidencia de Luis Napoleón. Tres años después disolvió
este la Asamblea (2 de Diciembre de 1851), y al año siguien-
te fué proclamado Emperador de los franceses.—7. La gue-
rra de Víctor Manuel contra el Austria, las victorias de su
—574—
aliado Napoleón en Magenta y Solferino, la paz de V i l l a -
franca y la expedición de Garibaldi al reino de Ñápeles, die-
ron por resultado la formación del reino de Italia (1861),
completándose después por la anexión de Venecia y la ocu-
pación de Roma (1871).—8. A consecuencia de la guerra en-^
tre Austria y Prusia (1866) quedó la Alemania dividida en
dos Confederaciones, la del Norte y la del Sur; y por las
victorias de la Prusia sobre Francia (1870) se unieron los
Estados de la Confederación del Sur á la del Norte, consti-
tuyendo el Imperio alemán, nombrando Emperador al rey
de Prusia.—9. La Turquía ha sufrido en este siglo diferentes
desmembraciones, separándose de su dominación las islas
Jónicas, el Egipto, la Grecia, la Argelia y últimamente la
Sérvia, Rumania, el Montenegro, Bulgaria y Chipre, donde
se han establecido los ingleses.—10. Quedan como proble-
mas que resolverá la política del porvenir; la independen-
cia de Polonia y la de Irlanda, la completa unidad de Italia
y de Alemania, la unión Ibérica, y la unidad de la raza
eslava.
—575—

MBlIOGRAFiA DE l i HISTORIA MODERNA.


Primer período.

Sprengel, Historia de los descubrimientos.—Wet-


ter, Historia crítica de la invención de la impren-
ta.—LaHarpe, Compendio de la Historia délos via-
jes.—Depping, Historia del comercio.—Soltau, H i s -
toria de los descubrimientos y conquistas de los
portugueses.—Alburquerque, Comentarios.— A . de
Herrera, Décadas de Indias.—Navarrete, Colección
de viajes y descubrimientos de los españoles.—Ro-
bertson, Historia de América.—Colón, Historia de
J). Fernando Colón.—W. Irwing, Vida y viajes de
Colón.-—Las Casas, Historia de las Indias.—Hnm-
boldt, Monumentos antiguos de América.—Guic-
ciardini. Historia de Italia.—Comines, Memorias.
—Havemann, Guerras italiano-francesas.—Hege-
visch, Gobierno del Emperador Maximiliano.—Du
Clos, Historia de L u i s X I . — P a u l Lacroix, L a Edad
media y el Renacimiento.—Duruy, Historia moder-
na.—César Gantú, Historia Universal.^-Lavirent,
Estudios sobre la Historia de l a humanidad.—We-
ber, Historia Universal.—La Fuente, Historia de
España.
Segundo período.

Loscher, Actas y documentos de la Reforma.—


Plank, Origen, variaciones y formación de la doctri-
na protestante.—M&rheinéke, Historia de l a Re-
forma.—Raumer, Consecuencias políticas de l a Re-
forma.—Hess, Vida de Zuinglio.—Gollier, Histo-
r i a eclesiástica de la Gran Bretaña.—Lingard,
Historia de Inglaterra.—Stuart, L a Reforma en
Escocia.—Munster, L a Reforma danesa.—Sando-
—576—
val, Vida y hechos de Carlos V.—Robertson, iTís-
t07<a del Emperador Carlos V.—Ulloa, Vida de
Carlos V.—Hermann, Francisco I, rey de F r a n c i a .
—Michelet, Historia de F r a n c i a en el siglo X V I . P.
Sarpi, Historia del Concilio Tridentino.—Cabrera,
Historia de Felipe II.—Antonio Pérez, Sus obras.
—Dávila, Tomson y Céspedes, Historia de Felipe
III.—Gircurt, Historia de los moriscos.—Lacretelle,
Querrás de religión en Francia.—Henry, Vida de
Calvino.—Halmer, Vida de M a r t a Estuardo. —
Zinkeisen, Historia del Imperio otomano.—W. Ir-
wing.—Solis, Conquista de Méjico.—Prescotl, F r . de
Jerez, Fr. B. de Sahagún, Conquista del P e r ú . —
Azara, Viaje d la A m é r i c a meridional.—Juste,
Los Países Bajos, bajo Carlos V y Felipe II.—Schi-
11er, Historia de la guerra de 30 años.—G. Cantú,
Duruy, Laurent, Weber, L a Fuente.

Tercer período.

Schoel, Historia de los tratados de paz: obras de


Luis XIV.—Duelos, Memorias secretas sobre los
Peinados de Luis X I V y Luis XV.—Voltaire, E l
siglo de Luis XIV.—Macpherson, Historia de la
Gran B r e t a ñ a . S c h l o s & e r , Historia del siglo X V I I I
y XIX.—Lamberty, Memorias: Vida de C a r l o s X I I .
—Federico II, Reflexiones sobre Carlos X I I . — Mig-
r . ' - r ^ i , Negociaciones relativas á la sucesión de Espa-
• T S^^V-Coxe, España bajo los reyes de la casa de Bor-
^ ^ ^ ^ - R o u s s e t , Vida de Alberoni.—Lecreteíle, His~
• V ; iórfá de F r a n c i a en él siglo X V I I I . — Federico II,
.. • HU'foria de su tiempo.—Raumer, Materiales p a r a
• l0Étistoria moderna.—Lloyd y Sthur, Historia de
la guerra de Siete años.—Ramsay, Memorias sobre
la Gran ifr^ifíma.—Rullhieres, Historia de Polonia.
—Horch, Anales del reinado de Catalina II,—Ram-
-_577--
say, Botta y Spark, Historia de la revolución ame-
ricana.—Mili, Historia de la India británica,—
Muratori, Anales de JíaZm.—-Macaulay, Historia de
Inglaterra.—Heeren, Historia del sistema colonial
y político de Europa.—Robertson, Historia de Amé-
rica.—Harlem, Historia de Pedro el Grande.—Mai-
lath, Historia de Austria.—Stencel, Historia de
Prusia.—Heermanm, Historia de Rusia.—Ferrer
del Rio, Historia de- Carlos IZT.—Herculano, Histo-
ria de Portugal.—Alzog, Historia Universal de la
Iglesia,—G. Cantú, Laurent, Duruy, Weber, La
Fuente.
Revolución francesa.

B. de Maleville Gabourd, Thiers y Mignet, Histo-


r i a de la Revolución francesa.—Galléis, Norvins y
Ruchholz, Historia de N a p o l e ó n — B a r a n t e , H\
toriadela Convención. — Thibaudeau, y Thiers
E l Consulado y el Imperio.—Manso, Historial
las guerras de Europa.—Jones, Historia de lai re-
volución de España y Portual.—Gervinus, Historia
del siglo XIX.—Schepeler, Historia de la reml
ción de la América española.—P. de la Paz, Meh^
Has criticas y apologéticas.—Toreno, Historia d
levantamiento, guerra y revolución de España.—
Maldonado, Historia política y militar de la guerra
de la Independencia,—C. Cantú, Laurent, Weber,
La Fuente.

73
INDICE.
HISTORIA MODERNA.

LECCIÓN 1. Historia moderna 5


LECCIÓN 2. Primer período (1453-1517). El
Renacimiento. . . . . . 12
LECCIÓN 3. Invenciones y descubrimientos 20
LECCIÓN 4. Descubrimiento de América. . 27
LECCIÓN 5. Descubrimientos de los portu-
gueses. 35
LECCIÓN 6. España hasta la muerte de la
reina Católica 43
LECCIÓN 7. España y Portugal hasta la Re-
forma . 53
LECCIÓN 8. Francia . 61
LECCIÓN 9. I n g l a t e r r a . . . . . . . . 72
LECCIÓN 10. Alemania é Italia 80
LECCIÓN 11. El imperio turco. Los Estados
Eslavos y los Escandinavos. 92
LECCIÓN 12. Juicio sobre el primer período
de la Edad moderna . . . 101
LECCIÓN 13. Segundo período (1517-1648).
La Reforma. Preliminar. . 110
LECCIÓN 14. Causas generales que preparan
la Reforma 118
LECCIÓN 15. Causas particulares que prepa-
ran la Reforma. . . . . 126
PiGlUJl

LECCIÓN 16. La Reforma. . . . . . . 133


LECCIÓN 17. Causas de la propagación de la
Reforma. 141
LECCIÓN 18. Continuación de la Reforma. . 149
LECCIÓN 19. La Reforma fuera de Alemania 159
LECCIÓN 20. Consecuencias de la Reforma. 170
LECCIÓN 21. La Reforma católica. . . . 180
LECCIÓN 22. Primeras guerras entre Garlos
V y Francisco! 191
LECCIÓN 23. Nuevas guerras hasta la muer-
te de Carlos V . . . . . 199
LECCIÓN 24. Felipe II 207
LECCIÓN 25. Felipe II y el catolicismo. . . 216
LECCIÓN 26. La colonización española en
América 229
LECCIÓN 27. G-uerras religiosas en Francia. 239
LECCIÓN 28. Francia. Enrique III y Enri-
que IV. . . . . . . . 252
LECCIÓN 29. Inglaterra en el segundo perío-
do de la Edad moderna. . 263
LECCIÓN 30. Las demás naciones de Europa
hasta la guerra de Treinta
años 272
LECCIÓN 31. Gausaside la guerra de Treinta
años 279
LECCIÓN 32. Guerra de Treinta años. Perío-
dos palatino y dinamarqués. 286
LECCIÓN 33. Guerra de Treinta años. Perío-
dos sueco y francés. . . . 293
LECCIÓN 34. Paz de Wesfalia. . . . . . 302
m\u.
LECCIÓN 35. España. Felipe III y Felipe IV. 310
LECCIÓN 36. Revolución de Inglaterra. . . 318
LECCIÓN 37. Juicio sobre el segundo período
de la Edad moderna. . . 327
LECCIÓN 38. Tercer período de la Edad mo-
derna (1648-1789). Reinado
de Luis X I V , hasta la paz
de Nimega 336
LECCIÓN 39. Reinado de Luis X I V , hasta la
paz de Riswick. . . . . 346
LECCIÓN 40. Guerra de sucesión de España. 353
LBCCION 41. Restauración de los Estuardos
en Inglaterra . . . . . 364
LECCIÓN 42. Inglaterra. Independencia de
los Estados Unidos . . . 373
LECCIÓN 43. Alemania hasta la revolución
francesa 383
LECCIÓN 44. L a Prusia hasta la revolución
francesa 393
LECCIÓN 45. Los Estados del Norte. Carlos
X I I y Pedro el Grande . . 401
LECCIÓN 46. Rusia y Polonia. Catalina II. . 412
LECCIÓN 47. Turquía é Italia 423
LECCIÓN 48. España. Felipe V y Fernando
V I . Portugal 431
LECCIÓN 49. España. Garlos III y Garlos I V . 439
i^tíCuiON 50. Francia. Luis X V y Luis X V I . 447
LECCIÓN 51. Juicio sobre el tercer período
de la Edad moderna . . . 459
l>Í6ISi.

LECCIÓN 52. Revolución francesa. Sus ca-


racteres . .. 468
LECCIÓN 53. Revolución francesa. Causas
generales 474
LECCIÓN 54. Causas particulares de la revo-
lución francesa. L a litera-
tura del siglo X V I I I . . . 483
LECCIÓN 55. Revolución francesa. Causas
particulares é inmediatas. . 493
LECCIÓN 56. Revolución francesa . . . . 501
LECCIÓN 5). E l Directorio y el Consulado. . 513
LECCIÓN 58. E l Imperio francés 525
LECCIÓN 59. Fin del Imperio francés . . . 535
LECCIÓN 60. España en el siglo X I X . . . 549
LECCIÓN 61. Principales acontecimientos po-
líticos del siglo X I X . . . . 561

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