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Cuba siempre se ha visto azotada por los vientos de los asuntos internacio-
nales. Situada geográficamente en el corazón del Mediterráneo americano, a lo
largo de los siglos la han codiciado las principales potencias. Con el fin de los
cuatrocientos años de dominación colonial española y la instauración de la pri-
macía de Estados Unidos en 1898, el vínculo de Cuba con este país pasó a ser el
foco virtualmente exclusivo de las relaciones internacionales de Cuba durante
la primera mitad del siglo xx.
En 1959 el gobierno estadounidense observó con preocupación los asuntos
de un país que, de forma poco característica, parecía encontrarse fuera de su con-
trol. Cuba tenía importancia para Estados Unidos debido tanto a su situación es-
tratégica como a su envergadura económica. Estados Unidos utilizaba una base
naval en Guantánamo al amparo de las cláusulas de un tratado de 1903 que
reconocía la soberanía nominal de Cuba pero que le garantizaba el derecho a ha-
cer uso de la base durante todo el tiempo que Washington lo deseara. A pesar de
posteriores protestas cubanas, Estados Unidos conservaba la base. Si bien hacía
varios decenios que no había en Cuba fuerzas militares estadounidenses, excep-
tuando las de Guantánamo, y aunque los funcionarios del gobierno de Estados
Unidos habían interpretado un papel reducido en la política interna de Cuba, en
los años cincuenta el embajador de Estados Unidos continuó siendo la segunda
de las figuras políticas más importantes del país, después del presidente de la
república. En 1959 el valor de las inversiones estadounidenses en Cuba —en
azúcar, minas, empresas de servicios públicos, la banca y las manufacturas—
superó las efectuadas por Estados Unidos en todos los demás países latinoame-
ricanos excepto Venezuela. Estados Unidos también recibía alrededor de dos
tercios de las exportaciones cubanas y suministraba aproximadamente las tres
cuartas partes de sus importaciones. (Y el comercio exterior representaba más o
menos dos tercios del ingreso nacional estimado de Cuba.)
Fidel Castro, el Movimiento 26 de Julio dirigido por él y otras fuerzas que
habían participado en la guerra revolucionaria pretendían afirmar el nacionalis-
mo cubano. En los símbolos que se utilizaban y las historias que se evocaban, en
los problemas que se diagnosticaban y las soluciones que se proponían, en todo
ello se hacía mucho hincapié en la necesidad de capacitar a los cubanos para que
se hicieran cargo de su historia. Sin embargo, durante la guerra revolucionaria
sólo se dirigieron críticas limitadas a la política del gobierno de Estados Unidos
y a las actividades que las empresas de la misma nacionalidad desarrollaban en
Cuba. Castro había criticado acerbamente la modesta ayuda militar que Estados
Unidos prestara al principio al gobierno Batista bajo la forma de acuerdos mili-
tares entre los dos países, pero luego esta ayuda se interrumpió. Castro también
había hablado de la expropiación de las compañías de servicios públicos cuyos
dueños eran estadounidenses. Sin embargo, durante las últimas fases de la guerra
de guerrillas Castro, por razones tácticas, pareció desdecirse de toda propuesta de
expropiación.
Durante los primeros meses de la revolución tres fueron los temas principa-
les en las relaciones cubano-estadounidenses. En primer lugar, había desconfian-
za y enojo a causa de las críticas que los acontecimientos en Cuba recibían de los
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1. Fidel Castro, Discursos para la historia. La Habana, 1959, pp. 50-52 y 75-81.
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hecha con la condición de que las Naciones Unidas verificasen la retirada de las
armas estratégicas soviéticas, pero Fidel Castro, furioso, se negó a permitir ins-
pecciones in situ. En efecto, aunque Estados Unidos no prometería oficialmente
desistir de la invasión de Cuba, a partir de aquel momento un «entendimiento»
gobernaría sus relaciones con los soviéticos en lo tocante a Cuba. La Unión So-
viética no debía desplegar armas estratégicas en Cuba ni utilizar la isla como
base de operaciones de armas nucleares. Estados Unidos, por su parte, no pre-
tendería derrocar al gobierno de Castro. Así pues, la crisis de los misiles cuba-
nos fue una gran victoria para el gobierno estadounidense, toda vez que humilló
públicamente al gobierno soviético en relación con el asunto central de la época.
A pesar de ello, la crisis también supuso el fin de la influencia estadounidense en
Cuba. Tanto Fidel Castro como sus adversarios en el exilio perdieron el apoyo
total de las superpotencias que eran sus aliados, pero Castro reconocería más
adelante que había ganado mucho más porque la sabia actuación de los soviéti-
cos había salvado su gobierno.
la revolución exigía que se evitaran las luchas partidistas; pidió y recibió del con-
greso autoridad para formar una directiva obrera. Escogió a los candidatos de .
«unidad», incluidos los comunistas.
A finales de noviembre la mayoría de los moderados o liberales que queda-
ban en el consejo de ministros, entre ellos Manuel Ray, el ministro de Obras
Públicas, y Felipe Pazos, el presidente del Banco Nacional, fueron obligados a
dejar sus cargos. De los veintiún ministros nombrados en enero de 1959, doce
habían dimitido o habían sido destituidos de su cargo al finalizar el año. Cuatro
más se irían en 1960 a medida que la revolución fue aproximándose a un siste-
ma político marxista-leninista. La eliminación de muchos no comunistas y anti-
comunistas de la coalición inicial y el choque del régimen con el mundo empre-
sarial fueron los ingredientes internos de la transformación de los planteamientos
políticos de la revolución. Una nueva directiva consolidó el gobierno centralizado
y autoritario. Con los que poseían conocimientos de gobierno relegados a la opo-
sición, sólo los comunistas veteranos tenían experiencia política y administrativa
para hacer que el nuevo sistema funcionase.
. A medida que crecía la intensidad de los conflictos internos e internaciona-
les durante 1960 y 1961, el gobierno creó su aparato organizativo. Una vez ob-
tenido el control de la FEU y la CTC, los líderes crearon una milicia integrada
por decenas de miles de miembros cuya finalidad era incrementar el apoyo e in-
timidar a los enemigos internos. La Federación de Mujeres Cubanas (FMC) tam-
bién se fundó en agosto de 1960 y los Comités de Defensa de la Revolución
(CDR), que con el tiempo tendrían millones de miembros, se crearon en sep-
tiembre de 1960. Se fundaron comités en todas las manzanas de casas, en todos
los edificios, fábricas o centros de trabajo grandes (más adelante se desmantela-
rían los CDR de los centros de trabajo para evitar que duplicasen la labor de los
sindicatos obreros) con el fin de identificar a los enemigos de la revolución por
cuenta del aparato de seguridad interna del Estado. Las habladurías se convirtie-
ron en un arma del poder del Estado. En octubre de 1960 se creó la Asociación
de Juventud Revolucionaria (AJR), en la que se fundían las juventudes del anti-
guo Partido Comunista, del Directorio Revolucionario y del Movimiento 26 de
Julio. Al cabo de unos años la AJR se transformó en la Unión de Jóvenes Co-
munistas (UJC), afiliada juvenil del Partido Comunista. La Asociación Nacional
de Agricultores Pequeños (ANAP) se fundó en mayo de 1961; quedaron exclui-
dos de ella los propietarios de explotaciones agrícolas medianas (que serían ex-
propiadas en 1963) y se pretendía que la Asociación hiciera desaparecer las
divisiones que existían entre los productores de varios artículos básicos.
En el verano de 1961 se fundó un nuevo partido comunista. Con el nombre
de Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORÍ), se creó mediante la fusión
de tres organizaciones que ya existían: el Movimiento 26 de Julio, el Directorio
Revolucionario y el antiguo partido comunista, el PSP Para entonces las prime-
ras dos ya se habían convertido en organizaciones fantasmas: el Directorio Re-
volucionario se había visto privado de buena parte de su poder independiente
después de enero de 1959, a la vez que la lucha por el control de la federación de
estudiantes universitarios y de los sindicatos obreros había mermado la capacidad
del Movimiento 26 de Julio para desarrollar actividades políticas independientes.
Los miembros del PSP aportaron varias ventajas a las ORÍ. Eran «constructores
de puentes» entre el resto de los líderes y la Unión Soviética. Poseían cierto co-
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de los países que mejores resultados habían alcanzado en este sentido. Sin em-
bargo, la economía se estancó durante la segunda mitad del decenio, con la
excepción de 1978. La tercera recesión grave del período revolucionario ya había
empezado a mediados de 1979 y provocó la repentina emigración en 1980, del
mismo modo que la prolongada recesión de finales de los sesenta incrementara
la emigración de entonces.
Los débiles resultados económicos que se obtuvieron al comienzo de los años
ochenta ejercieron presión sobre los pagos de la deuda exterior. Aunque Cuba no
ha sido uno de los grandes prestatarios en los mercados internacionales de capi-
tales, su deuda exterior en moneda fuerte era de unos 3.000 millones de dólares
en 1982. Cuando el comercio exterior pasó a ser más concentrado con la Unión
Soviética las exportaciones generaron menos ingresos para el pago de la deuda en
moneda fuerte. Las negociaciones subsiguientes con banqueros europeos, árabes
y japoneses fueron el origen de una serie de medidas que disminuyeron los ni-
veles de consumo a principios de los ochenta, con el fin de satisfacer las obliga-
ciones de Cuba relacionadas con la deuda.
Una diferencia importante entre estos dos períodos de resultados económicos
fue el precio del azúcar. Aunque subió ininterrumpidamente de 1970 a 1974, du-
rante la segunda mitad de los setenta descendió hasta situarse en un promedio de
alrededor de 8 centavos por libra. Después de una efímera subida a finales de 1980
y comienzos de 1981 el precio mundial del azúcar bajó hasta el nivel de los 6 a 8
centavos. Asimismo, la Unión Soviética, que tenía sus propios problemas a causa
de los débiles resultados económicos, en 1981 rebajó en una sexta parte el precio
que pagaba por el azúcar cubano al mismo tiempo que continuaba subiendo los
precios que cobraba por las exportaciones a Cuba. Los términos de intercambio de
Cuba con la Unión Soviética en 1982 —año en que Cuba tuvo que reprogramar
sus deudas con prestamistas de economía de mercado— eran inferiores en un ter-
cio a los de 1975. La recuperación del precio que pagaban los soviéticos por el
azúcar cubano en años posteriores evitó una crisis económica más seria, aunque
los citados términos de intercambio permanecieran muy por debajo de los exis-
tentes en el período comprendido entre mediados y finales del decenio de 1970.
Los precios del azúcar siguen estando estrechamente relacionados con las oscila-
ciones de los resultados económicos de Cuba y subrayan el papel central que este
producto sigue desempeñando en la economía.
La adopción de algunas reformas económicas en los primeros años setenta
tuvo resultados rápidos y positivos, pero a finales del decenio era más difícil me-
jorar la productividad. Fidel Castro dijo al tercer congreso del partido, celebrado
en 1986, que Cuba seguía sufriendo por «falta de una planificación nacional ex-
haustiva para el desarrollo económico». Añadió que el nuevo sistema de gestión,
después de un buen comienzo, no tuvo una continuación consecuente que lo me-
jorase, pues se perdió la iniciativa y jamás se materializó la creatividad que se
necesitaba para adaptar este sistema (tomado en gran parte de otros países) a las
condiciones propias de Cuba. Además afirmó que hasta el presupuesto seguía
siendo ineficaz, ya que, en lugar de regular el gasto, lo fomentaba.5
Con el fin de abordar estos problemas, en abril de 1986 Castro puso en mar-
cha un proceso llamado de «rectificación». Cuba fue el primer régimen corau-
nista a finales de los ochenta que dejó los mecanismos del mercado con el objeto
de mejorar la producción y la eficiencia. Castro denunció a los jefes de las em-
presas estatales por haberse convertido en aprendices de capitalistas. Fustigó el
señuelo del «vil dinero». Para borrar la maldición del mercado, en mayo de 1986
el gobierno prohibió los mercados de agricultores que se habían legalizado
en 1980. Se tomaron otras medidas contra el mercado y Castro censuró dura-
mente la utilización de primas para motivar a los trabajadores, y una vez más
pidió incentivos morales para edificar una sociedad mejor. El hecho de que la
economía entrara en recesión en 1986-1987 reflejó en parte la ineficacia de estas
medidas encaminadas a librar a Cuba de los vestigios de capitalismo. Sin em-
bargo, existía otro problema perdurable. La segunda mitad del decenio de 1970
fue también el período de las dos importantes guerras africanas y del envío de
gran número de cubanos al extranjero, envío para el cual era necesaria la movi-
lización de reservistas. La mayoría de las tropas cubanas en Etiopía, unas cuatro
quintas partes de las que hubo en Angola y casi todo el personal cubano en la
isla de Granada estaban constituidos por reservistas en el momento culminante
de las guerras y la invasión de Estados Unidos. Dado el deseo de ganar las
guerras y hacer un buen papel en el plano militar en ultramar, algunos de los me-
jores directivos, técnicos y trabajadores se sustrajeron de la economía nacional
para destinarlos al ejército en el extranjero, lo cual contribuyó a un descenso de
la productividad y la eficiencia en diversos sectores desde finales del decenio
de 1970. Aunque a mediados de los ochenta el número de soldados cubanos en
Etiopía se había reducido mucho, a finales del mismo decenio permanecían en An-
gola más de 30.000 soldados cubanos.
El gobierno revolucionario cubano procuró generar crecimiento económico
desde el momento en que subió al poder, pero sus medidas con tal fin no dieron
buenos resultados, exceptuando la recuperación registrada a comienzos de los
años setenta. Durante los sesenta no hubo ningún crecimiento. La marcha de la
economía después de 1975 no alcanzó muchos de los objetivos señalados. Gene-
ró únicamente un modesto crecimiento económico real y sufrió una recesión im-
portante, además de problemas serios con la deuda internacional. La estructura
de la producción sólo se diversificó un poco. El azúcar siguió siendo el rey y
generaba alrededor de las cuatro quintas partes de los ingresos obtenidos de la
exportación. Sin embargo, el gobierno también había seguido una estrategia de
industrialización, de sustitución de importaciones, que evolucionó gradualmente
en los setenta y continuó en los ochenta, decenios después de que estrategias de
este tipo aparecieran en la mayoría de los principales países latinoamericanos.
Las fábricas de Cuba proporcionaban ahora una variedad más amplia de produc-
tos de las industrias ligera y media. Sin embargo, su ineficiencia y la baja cali-
dad de sus productos siguieron siendo un problema a la vez que la producción
agrícola ajena al azúcar continuaba dando malos resultados con pocas excepcio-
nes (huevos, frutos cítricos). Cuba no ha podido diversificar en gran medida sus
relaciones económicas internacionales: existía una dependencia abrumadora de
un solo producto (la caña de azúcar, todavía) y de un solo país (ahora la Unión
Soviética). A finales de los setenta y comienzos de los ochenta se tendía a con-
servar la dependencia de ambos.
En cambio, los resultados económicos del gobierno fueron convincentes en el
capítulo de la redistribución. Hubo un vigoroso compromiso y generalmente fruc-
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tífero con la provisión de empleo pleno para todos los ciudadanos capacitados
(pese a la reaparición del desempleo manifiesto en los años setenta, que alcanzó
el 5,4 por 100 en 1979), aunque fuera a costa del subempleo y la ineficiencia. De
igual modo, era posible acceder a artículos básicos a precios bajos por medio del
racionamiento, incluso a costa de subvencionar el consumo. Las medidas que
tomó el gobierno en el decenio de 1960 redujeron sensiblemente las desigualda-
des entre las clases sociales y entre la ciudad y el campo. La mejora del nivel de
vida de los pobres del campo fue sobresaliente. En los años setenta y ochenta la
tendencia a una mayor utilización de los incentivos materiales condujo a una nue-
va desigualdad que estimulaba los buenos resultados de directivos y trabajadores.
No obstante, los líderes siguieron comprometidos con la tarea de satisfacer las ne-
cesidades de su pueblo, y Cuba seguía siendo una sociedad muy igualitaria para
lo que es típico en América Latina.
TENDENCIAS SOCIALES
antes de la revolución. Varios de los que insistieron en que seguía habiendo se-
rios problemas raciales en la sociedad cubana, o asuntos intelectuales distintivos
entre los afrocubanos, se exiliaron.
todo el mundo. Algunos de estos programas vendían sus servicios médicos al go-
bierno del país receptor, con lo que se obtenían divisas extranjeras para las em-
presas estatales transnacionales de Cuba. Sin embargo, la mayoría de estos pro-
gramas eran gratuitos para el país que los recibía.
POLÍTICA Y GOBIERNO
una de las armas más poderosas de la revolución. Dominaba las ondas de la ra-
dio y la televisión en un país donde ambos medios ya estaban muy arraigados
en 1959. Se movía de forma incesante por todo el país como profeta revolucio-
nario que tocaba, conmovía, educaba y daba ánimos a su pueblo para el com-
bate: para que luchase por una vida nueva, un futuro mejor, contra enemigos
conocidos y desconocidos.
El gobierno hacía hincapié continuamente en su redistribución en beneficio de
las personas de ingresos bajos, y especialmente en las medidas que se tomaron en
los campos de la educación y la sanidad y se pusieron en práctica de forma más
eficiente. Incluso cuando reconocían el fracaso del alguna estrategia encaminada
hacia el crecimiento económico, los líderes del gobierno recalcaban las conquis-
tas que se habían logrado en la redistribución y los servicios sociales. Una esci-
sión social, mucho más clara que en cualquier otro momento de la historia de
Cuba, pasó a ser la base para el apoyo mayoritario al gobierno revolucionario en
los difíciles días de principios del decenio de 1960. El nacionalismo era una
fuente complementaria de legitimidad, puesto que afirmaba la integridad cultural,
política e histórica de la nación cubana y ponía de relieve la unidad del pueblo con
preferencia a la legitimidad que habría podido sacarse de alguno de sus segmen-
tos, por ejemplo el proletariado. El nacionalismo salió reforzado de la pugna con-
tra el gobierno de Estados Unidos. Los enemigos de clase se convirtieron en
«gusanos»; los enemigos extranjeros, en «imperialistas».
Debido a la falta de elecciones nacionales de 1959 a 1976, o de otros cauces
efectivos para expresar agravios y opiniones, el carisma, la liberación política, la
redistribución y el nacionalismo eran los pilares en que se basaba la pretensión
de tener el derecho a gobernar. La revolución y su líder máximo se legitimaban
a sí mismos, aunque, desde luego, esta pretensión no era aceptada de modo uni-
versal.
tanas limitaban la libertad de asociación en todos los niveles. A los críticos del ré-
gimen no les estaba permitido asociarse para protestar o criticar la política del
gobierno. Asimismo, incluso en el nivel local se veían con malos ojos las críticas
más generales o abstractas que se le hacían al gobierno.
Existían otras limitaciones de la libertad de expresión política tanto en el ni-
vel provincial como en el nacional. Desde la primavera de 1960 todos los medios
de comunicación social estaban en manos del Estado. Exceptuando las esporádicas
cartas al director de tal o cual periódico, cartas que se parecían a las críticas es-
pecíficas de los problemas locales que acabamos de mencionar, los medios de co-
municación apoyaban de forma implacable (y a menudo anodina) la política y las
actividades del régimen. Un poco mayor, aunque todavía limitada, era la libertad
de expresión que permitía publicar materiales artísticos y académicos. En 1961
Fidel Castro resumió la política cultural del régimen mediante una frase ambigua:
«Dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución, nada».10 El material con-
trario a la revolución no se publicaba; tampoco se publicaba el material que no
contenía críticas explícitas del régimen pero que era producido por conocidos ad-
versarios del mismo. Un destino incierto esperaba al material que producían per-
sonas cuyo comportamiento el gobierno juzgaba poco convencional e inaceptable
(por ejemplo, el comportamiento homosexual real o supuesto); los homosexuales
fueron objeto de la máxima hostilidad a finales de los años sesenta y nuevamen-
te en 1980. Había, con todo, cierta libertad de expresión para las personas que
apoyaban a la revolución políticamente y que escribían sobre temas ajenos a la
política contemporánea.
Especialmente en el decenio de 1960, Cuba no hacía hincapié en el «realis-
mo socialista» como forma dominante de producción artística. Contrastando con
la Unión Soviética, las formas artísticas y literarias podían escogerse libremente.
En lo referente a exposiciones y publicaciones, en los años setenta el gobierno
daba preferencia a los autores que se centraban en «la realidad socialista», aun-
que esto todavía podía hacerse mediante algunas formas de pintura abstracta. Un
aspecto preocupante de la política del gobierno para con los artistas y los inte-
lectuales era la posibilidad de que dicha política cambiara y que lo que a un autor
le pareciese «inocuo» no se lo pareciera al censor. Así pues, la autocensura, más
que una serie de medidas de mayor crudeza, se convirtió en la principal limita-
ción de la libertad de expresión artística e intelectual.
Una forma de actividad política intelectual que poseía un historial modesto
era la exposición del marxismo-leninismo teórico. En los cursos de marxismo-
leninismo los textos principales eran los discursos de Fidel Castro y otras crea-
ciones locales. Sin embargo, después de los años setenta se hicieron esfuerzos
más serios por difundir el conocimiento teórico más abstracto de los clásicos
marxistas-leninistas por medio de las escuelas y publicaciones del partido y de
las investigaciones y los escritos en las universidades y en los medios de comu-
nicación social. Se hizo un esfuerzo más consciente por relacionar estos escritos
teóricos con las preocupaciones específicas de la Cuba contemporánea. El prin-
cipal diario nacional, Granma, órgano oficial del Partido Comunista, fundado en
el otoño de 1965 mediante la fusión del periódico del Movimiento 26 de Julio
(Revolución) y el del PSP (Noticias de Hoy), solía dedicar una página a artículos
A los líderes cubanos no les interesaba sólo la influencia, sino también el fo-
mento real de revoluciones. Su futuro sería más seguro en un mundo donde hubiera
numerosos gobiernos revolucionarios, amigos y antiimperialistas. Las revoluciones,
por otra parte, iban a la vanguardia de la historia y el futuro pertenecía a quienes
lo analizaran correctamente y actuasen en consecuencia. No bastaba con dejar que
la historia se desenvolviera —este había sido el error de los antiguos comunistas—,
pues los pueblos debían hacer su propia historia, aunque no puedan hacerla exac-
tamente como les gustaría. Era deber de los revolucionarios hacer la revolución. Sin
embargo, a menudo era difícil conciliar esta postura con la necesidad de mantener
relaciones diplomáticas con el mayor número posible de gobiernos.
A mediados del decenio de 1960 el gobierno cubano forjó una política exterior
independiente que a menudo le hizo chocar con la Unión Soviética. Cuba apoyó
vigorosamente a movimientos revolucionarios en muchos países latinoamericanos
y en África. Cuba prestó ayuda material a revolucionarios en la mayoría de los paí-
ses centroamericanos y andinos, a los que luchaban contra el imperio portugués en
África y también a gobiernos revolucionarios amigos tales como el del Congo
(Brazzaville), el de Argelia y el del Vietnam del Norte. En enero de 1966 Cuba fue
la anfitriona de una conferencia tricontinental, a partir de la cual se fundaron la Or-
ganización para la Solidaridad con los Pueblos de África, Asia y América Latina
(OSPAAL) y la Organización para la Solidaridad Latinoamericana (OLAS). Con
base en La Habana y personal cubano, ambas organizaciones prestaban apoyo a
movimientos revolucionarios. Los líderes cubanos criticaban duramente a los que
no recurrían a la lucha armada para alcanzar la victoria revolucionaria; la mayoría
de los partidos comunistas latinoamericanos afines a Moscú fueron atacados por su
prudencia excesiva, cuando no su cobardía.
Castro declaró que si la lucha armada era el medio de avanzar, entonces
el Partido Comunista venezolano, que estaba afín a Moscú, cometía traición
cuando pretendía poner fin a la guerra de guerrillas en Venezuela en 1967 y rein-
tegrarse a la política más normal. Pero el compromiso con la lucha armada, aun-
que esencial, no era suficiente. Algunos de los que se negaron a ajustarse a la
política cubana (por ejemplo el revolucionario Yon Sosa en Guatemala) fueron
tachados de trotskistas. Cuba quería fomentar la revolución, pero quería aún más
mantener y ampliar su influencia sobre la izquierda. Estaba dispuesta a escindir
a la izquierda, internacionalmente y en países determinados, para mantener su
primacía, incluso a costa de poner en peligro la victoria revolucionaria. Esta po-
lítica provocó conflictos entre La Habana y otros gobiernos, especialmente en
América Latina. Cuando sorprendieron a Cuba ayudando activamente a los revo-
lucionarios venezolanos, el gobierno de Venezuela presentó cargos de agresión
que culminaron con la condena de Cuba al amparo de las cláusulas del Tratado
Interamericano de Asistencia Recíproca (el Pacto de Río) en 1964. El hemisferio
impuso sanciones colectivas a Cuba, requiriéndose a todos los signatarios el sus-
pender las relaciones políticas y económicas con Cuba. Estados Unidos y todos
los países latinoamericanos (excepto México) obedecieron.
La política que seguía Cuba también provocó problemas en las relaciones
soviético-cubanas. Además del conflicto provocado por el papel de los parti-
dos comunistas afines a Moscú, líderes cubanos —especialmente el ministro de
Industria, Ernesto «Che» Guevara, que era argentino de nacimiento y héroe de la
guerra revolucionaria— criticaron a la URSS por su comportamiento de super-
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12. Las misiones cubanas de ayuda al extranjero han actuado en los países siguientes.
entre otros, respondiendo a la solicitud de sus gobiernos: Chile, Perú. Panamá, Nicaragua, Ja-
maica, Guyana, Granada, Surínam, Argelia, Libia, Etiopía, Somalia, Uganda, Tanzania, Sey-
chelles, Zambia, Ghana, Santo Tomé y Príncipe, Mozambique, Angola, Zimbabwe, Congo, Ni-
226 HISTORIA DE AMERICA LATINA
dos y asesores militares (entre los que había expertos en seguridad) solían en-
contrarse normalmente destinados en ultramar en un par de países (la mayor
parte de este personal se encontraba en Angola y Etiopía). En relación con el
número de habitantes de Cuba, los ejércitos destinados en ultramar representaban
un despliegue superior al que hiciera Estados Unidos en el apogeo de la guerra de
Vietnam. El respetable despliegue militar cubano en Angola duró tanto como
el compromiso militar de Estados Unidos en Vietnam.
La más decisiva de las nuevas iniciativas en materia de política exterior fue
el apoyo que a partir de 1977 prestó Cuba a los insurgentes sandinistas que lu-
chaban contra el gobierno de Anastasio Somoza en Nicaragua, el primer com-
promiso importante con el fomento de la insurgencia en América desde hacía un
decenio. Después de la victoria de los revolucionarios nicaragüenses en julio
de 1979, Cuba cultivó relaciones estrechísimas con el gobierno sandinista y tam-
bién con el gobierno revolucionario que accedió al poder en la isla de Granada en
marzo de 1979. La Habana envió varios miles de civiles y militares a Nicaragua
y varios centenares a Granada. La propia Cuba reconoció que proporcionó apoyo
político, militar y económico a los insurgentes de El Salvador, especialmente
en 1980 y principios de 1981.
El triunfo de la revolución en Nicaragua fue el primero que se registraba en
América Latina desde la propia revolución cubana. Asustó a los gobiernos veci-
nos y, sobre todo, al de Estados Unidos, que, tras el comienzo de la presidencia
Reagan en enero de 1981, una vez más amenazó a Cuba con una invasión militar.
Reservistas cubanos lucharon con valentía (aunque inútilmente) contra las tropas
estadounidenses que invadieron Granada en octubre de 1983: fue el primer cho-
que militar de este tipo desde hacía un cuarto de siglo.
Si muchos cubanos lucharon con valor por su país en los campos de batalla
africanos y sirvieron en misiones de ayuda exterior en tres continentes, casi un
millón de cubanos demostraron audacia al romper con su gobierno, venciendo
sus controles y emigrando. La primera oleada de emigración se produjo, como
hemos visto, inmediatamente después de la revolución y cesó de repente en 1962;
la segunda duró desde finales de 1965 hasta que fue disminuyendo a comienzos
de los setenta. La tercera oleada de emigración consistió en un estallido dramá-
tico en la primavera de 1980. Después de que varios miles de cubanos irrum-
pieran en la embajada de Perú en La Habana, el gobierno permitió que cubano-
estadounidenses procedentes de Estados Unidos cruzaran el estrecho de Florida
a bordo de embarcaciones de poco calado y en el puerto de Mariel recogieran a
amigos y familiares, siempre y cuando también estuvieran dispuestos a transpor-
tar a Estados Unidos a una considerable minoría de personas a las que el gobier-
no cubano llamaba «escoria». Estas personas fueron reunidas por las fuerzas de
seguridad internas o salieron de las cárceles cubanas para lo que equivalía a la
deportación de su propio país. Después de La Habana, Miami pasó a ser la ciu-
dad con mayor número de habitantes cubanos.
geria, Benin, Burkina Fasso, Madagascar, Burundi, Guinea Ecuatorial, Guinea, Guinea Bissau.
Cabo Verde, Sierra Leona, Mali, Yemen del Sur. Siria. Irak. Vietnam, Laos y Camboya. En
algunos de ellos, por ejemplo en Libia e Irak, a los cubanos se les pagan sus servicios, que sue-
len ser en proyectos de construcción o de sanidad pública, por lo que la relación se parece más
a la de una empresa transnacional que vende servicios que a la ayuda exterior.
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La revolución cubana había estallado sobre el mundo desde una pequeña isla
del Caribe y poco a poco fue convirtiéndose en uno de los asuntos centrales de
la política internacional. La política exterior cubana logró asegurar la super-
vivencia del régimen revolucionario y obtener recursos de la Unión Soviética.
Influyó en muchos gobiernos africanos, pero no le fueron tan bien las cosas en
lo que se refiere a convertir la insurgencia en gobiernos revolucionarios en Amé-
rica. Sus líderes llamaron la atención del mundo; su política debían seguirla muy
de cerca estadistas de todos los países; a su pueblo se le podía encontrar en todo
el globo. El escenario de la revolución cubana se había hecho universal porque
sus preocupaciones y su política afectaban a millones de amigos y enemigos
suyos en muchos países.